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Para cumplir estos fines, en el marco del desarrollo científico y tecnológico, el hospital
actual se ha transformado en un «sistema social» con una estructura y una organización muy
complejas; a este respecto, se le pueden asignar tres características básicas:
La situación de hospitalización
- El segundo, más importante, porque supone el ingreso del enfermo como objeto de
asistencia en una institución compleja, que tiene una subcultura específica a la que el enfermo
no pertenece y que está organizada para prestar cuidados técnicos eficaces a un número
considerable de personas a la vez.
En nuestro medio, podemos citar las cifras recogidas por Calvé y cols. (1986) en un
estudio realizado sobre una amplia muestra de pacientes hospitalizados en doce hospitales
generales de Madrid, en todos los servicios hospitalarios, a través de la aplicación del
cuestionario G.H.Q. de Goldberg. La prevalencia concreta de trastornos psíquicos fue en total
del 62 %, presentando las mujeres un porcentaje más alto (71 %) con respecto a los hombres
(53 %). Estos porcentajes en pacientes hospitalizados son más elevados si los comparamos
con los datos obtenidos en pacientes ambulatorios, tanto de medicina general como de
especialidades (cifras en torno al 50 %), y por supuesto más altos que los correspondientes a
la población general, que se sitúan entre el 20 y el 25 %. Resultados análogos fueron
encontrados en la Comunidad de Murcia por Ortiz Zabala y Abad Mateo en 1987.
Así pues, aun teniendo en cuenta que esta elevada frecuencia puede estar
determinada por otros factores (no vamos a entrar aquí a analizarlos), parece indudable que
la situación de hospitalización perturba el equilibrio psicológico de los enfermos o produce un
agravamiento de posibles trastornos preexistentes.
Este último factor, las expectativas que tiene el paciente ante el hecho de verse
hospitalizado, y la valoración íntima que hace de sus posibilidades para afrontarlo, parecen
desempeñar un importante papel en este proceso.
Es decir, el sujeto percibe que los sucesos son independientes de sus respuestas, que
no es capaz de controlar el curso de los acontecimientos, haga lo que haga. También que los
sucesos son impredecibles para él, es decir, que carece de indicadores fiables acerca de su
aparición.
Por tanto, con arreglo a este planteamiento, el hecho decisivo para la aparición de los
síntomas no es que la situación en sí misma sea objetivamente incontrolable, sino que el
sujeto la perciba como tal, y que a partir de esta percepción desarrolle unas expectativas, en el
sentido de que é! no puede modificar el curso de los acontecimientos, hágalo que haga.
1. La propia personalidad del paciente, los recursos de que dispone para enfrentarse
con la realidad, el tipo de relaciones interpersonales que establece habitualmente y el nivel de
regresión y desorganización de su comportamiento producido por la enfermedad.
2. La situación personal del enfermo, sus relaciones con su medio familiar y social, así como
los posibles conflictos que puedan surgirle en este sentido.
3. El significado que la enfermedad puede tener para el enfermo, tanto de forma consciente
como inconsciente.
4. El significado de la situación de hospitalización.
Como vemos, tiene mucha importancia el significado que tiene para el paciente tanto
el hecho de estar enfermo como la hospitalización. Aquí, lógicamente, encontramos muchas
diferencias de unos enfermos a otros. Lipowsky distingue las siguientes: la enfermedad puede
ser percibida como un desafío, como un enemigo a vencer, como una pérdida (real o
simbólica), como un refugio, como una ganancia, o como un castigo. Como es obvio, la
conducta resultante puede ser totalmente distinta según que se dé uno u otro de estos
significados. En función de la interacción de todas estas variables, cada enfermo responde a la
hospitalización y rectifica, en un sentido u otro, su conducta inicial de enfermedad.
La reacción adaptativa supone, por un lado, la aceptación por parte del enfermo de la
situación de enfermedad y de la hospitalización; por otro lado, el desempeño adecuado del rol
de enfermo, es decir, su participación en el proceso de diagnóstico, cuidados y tratamiento
desde una actitud racional, lo que implica el seguimiento de las prescripciones técnicas que se
le hagan. Para ello es necesario que el enfermo esté convencido de que, de forma directa o
indirecta, ejerce un cierto tipo de control de la situación.
Finalmente, se han descrito tres tipos de respuestas (la sumisión excesiva, la sobre-
inclusión y la integración) relacionadas entre sí, aunque cada una de ellas tenga matices
peculiares. El elemento común a todas ellas sería una excesiva identificación con el rol de
enfermo, bien adoptando una actitud de dependencia exagerada, como refugio en la
enfermedad o para obtener de ella algún provecho, con la presencia de síntomas de tipo
hipocondríaco, bien mostrando una postura de apatía y conformismo, como ocurre en los
frecuentes casos de hospitalismo, que constituyen (sobre todo en los hospitales de custodia)
un grave problema.
Como dijimos con anterioridad, este tipo de respuestas, aunque frecuentes, no tienen
más valor que el de servir de marco de referencia para el análisis de cada caso concreto.
Conviene señalar, en contra de lo que puede parecer a primera vista, que tienen poco que ver
con lo que en el argot hospitalario se denomina buen o mal enfermo. En este sentido, la
institución hospitalaria somete a una situación de doble mensaje a sus pacientes. Debido a sus
necesidades de organización, tiende a fomentar actitudes y comportamientos de dependencia,
calificando de «buenos enfermos» a los que adoptan dichos comportamientos. Por el
contrario, esos mismos pacientes son considerados «malos enfermos» si, llevados por sus
necesidades de dependencia y protección (estimulados inicialmente por el propio hospital),
tienden a prolongar su estancia más allá de lo previsto por la institución.
Finalmente, conviene señalar el escaso calor humano que se suele dar en esta relación
profesional-paciente en la institución hospitalaria. En este sentido podría hablarse más de una
relación enfermo-institución o enfermo-equipo asistencial.
Como vimos, hay algunas (quizás las más importantes) que dependen del propio
enfermo, como puede ser su grado de vulnerabilidad, y que son previas a su ingreso en el
hospital; en este caso la intervención suele ser escasa y se trata de un tipo de ayuda que
normalmente prestan los servicios psiquiátricos.
Pero se dan otras variables, las que estrictamente se atribuyen a la situación y que
radican en la propia organización hospitalaria, sobre la que sí se puede actuar, siendo el
equipo hospitalario el que puede modificarlas en la forma precisa. Esto nos lleva al último
punto, el de la intervención psicológica en el hospital.
Por otra parte, y recordando nuestro análisis del modelo de la indefensión, para que
no se produzcan alteraciones del comportamiento ante situaciones de amenaza, parece
fundamental que el sujeto participe de alguna manera en el control de la situación y posea un
suficiente nivel de información sobre lo que está ocurriendo o puede ocurrir.
Este control y esta información, como es lógico, no están al alcance del enfermo, pero
éste puede acceder a ellos y conseguir así su adaptación a la situación a través del soporte que
puede y debe brindarle en este sentido la institución hospitalaria. Este sería el objetivo
general que debe tener la actuación del equipo hospitalario a nivel psicológico.
Los problemas que hemos analizado han despertado desde hace tiempo una gran
inquietud en las autoridades sanitarias, lo que ha llevado a revisar el concepto de
organización del hospital en lo referente a sus relaciones con los enfermos y a las condiciones
psicológicas de la hospitalización. Expresiones de esta inquietud serían: