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Otros historiadores proponen una explicación diferente. Tulio Halperin Donghi, en Historia
contemporánea de América latina, considera que para entender las causas de las
revoluciones hispanoamericanas es fundamental tener en cuenta acontecimientos del
contexto internacional, especialmente el europeo. Dicho contexto está marcado por las
guerras napoleónicas y por los sucesos que tuvieron lugar en España entre 1808 y 1815.
Napoleón avanza
Durante los últimos años del siglo XVIII, España modificó varias veces sus alianzas con
otros países europeos. En 1792, junto con otras monarquías de Europa, le declaró la
guerra a Francia, como reacción ante la ejecución del monarca Luis XVI. Sin embargo,
pocos años después, en 1795, España firmó con los franceses la Paz de Basilea. Como
consecuencia de esto, ambos países quedaron aliados y enfrentados con Inglaterra.
El permiso fue concedido por Manuel Godoy, ministro del rey Carlos IV. Godoy era una
figura odiada por muchos sectores de la población española. Consideraban que la lucha
contra Inglaterra, que había sido impulsada por Godoy, había causado la crisis económica
y que el ministro estaba preparando, en realidad, una entrega de España a Francia para
lograr beneficios personales. Al difundirse la noticia de que Godoy había aceptado la
propuesta de Napoleón, el ministro apareció ante la opinión pública como un traidor y
comenzó a organizarse un movimiento en su contra, encabezado por el hijo del rey,
Fernando, que era muy querido por el pueblo.
En marzo de 1808, los opositores llevaron a cabo un levantamiento denominado Motín de
Aranjuez. Como consecuencia, Godoy fue destituido y Carlos IV abdicó a favor de su hijo.
Fernando ocupó así el trono de España como Fernando VII.
Pocos días después, cuando los franceses ingresaron en España con destino a Portugal,
no aceptaron a Fernando VII. El rey y la familia real se trasladaron a la ciudad de Bayona
-en la frontera entre España y Francia- para reunirse con Napoleón y lograr su
reconocimiento. En el encuentro de Bayona, Napoleón hizo públicos sus objetivos con
respecto a España: consideraba a los Borbones como una dinastía corrupta y quería
poner en el trono a un miembro de su propia familia. Sin ofrecer resistencia, Fernando VII
firmó su renuncia incondicional a la Corona española, y su padre, Carlos IV, la transfirió a
Napoleón, quien nombró rey de España a su hermano José. España quedó así en manos
de los franceses.
El 2 de mayo de 1808 hubo una gran agitación en las calles de la ciudad. El pueblo de
Madrid se levantó contra las tropas francesas y fue brutalmente reprimido por éstas. Los
levantamientos se extendieron en el interior del territorio español, en las zonas donde el
dominio francés era más débil. En muchos pueblos y ciudades se formaron juntas de
gobierno, que fueron llamadas por muchos historiadores "juntas revolucionarias". Los
movimientos populares tomaron a Fernando VII como símbolo de su lucha.
En septiembre de 1808 se formó la Suprema Junta Central Gubernativa del Reino que
gobernó en nombre de Fernando VII como depositaria de la soberanía que las distintas
juntas le habían delegado. El objetivo de la junta era unificar la lucha contra los franceses.
La labor de la Junta Central fue difícil. Aunque había algunos acuerdos básicos entre sus
integrantes -como por ejemplo, la retroversión de la soberanía- también existían ideas
muy diferentes respecto del futuro de España y de la monarquía representada en tres
grupos.
Además, la guerra no marchaba bien: los ejércitos españoles sufrían sucesivas derrotas.
En busca de una solución, la Junta Central estableció una alianza con los británicos.
Inglaterra se comprometió a auxiliar a los españoles y a no reconocer otro rey para
España que Fernando VII y sus legítimos herederos, o al sucesor que la nación española
designara. A cambio, Inglaterra ofrecía ayuda militar para vencer a los franceses.
A pesar de estas medidas, la gestión de la Junta no fue exitosa y fue reemplazada por
otro organismo de gobierno, el Consejo de Regencia .
Finalmente, los diputados a Cortes fueron elegidos siguiendo el criterio propuesto por los
liberales. Sin embargo, este principio sólo se aplicó en los territorios peninsulares. En
América los cabildos seguían eligiendo a los delegados sin tener en cuenta la cantidad de
población. Esto desató conflictos, y en 1810 las juntas que se habían formado en Caracas
y en Buenos Aires desconocieron la legitimidad de las Cortes.
En 1812 las Cortes, reunidas en Cádiz, sancionaron una constitución, conocida como
Constitución de Cádiz, o Constitución de 1812 . En ella aparecían como principios básicos
muchas ideas de la Constitución francesa de 1791: la igualdad; la centralización del
poder; la propiedad individual; el fomento de la agricultura y el comercio; el desarrollo de
un plan nacional de educación, la división de poderes, etc. La Constitución de 1812 abolió
la Inquisición, pero -a diferencia de la francesa- no quitó a la Iglesia su poder de censura
sobre distintos tipos de publicaciones. Esta Constitución fue derogada en 1814 cuando
Fernando VII volvió a ocupar el trono español.
Cambios en la monarquía
España y América
En el Río de la Plata, la revolución que estalló en mayo de 1810 reconoció a Fernando VII
como rey de España. La Junta de gobierno formada en Buenos Aires se estableció como
un gobierno provisional que recibía el poder del pueblo hasta la vuelta de Fernando VII. El
principal reclamo que aparecía en las primeras proclamas de la Junta de Buenos Aires
era que los territorios americanos no habían sido consultados para la formación del
Consejo de Regencia. El planteo de los dirigentes de la revolución era que los territorios
americanos poseían iguales derechos que los peninsulares para formar sus juntas de
gobierno, sobre todo ante la incertidumbre que se vivía en España por los fracasos
militares.