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Creemos que cuando logra consolidarse el poder de la burguesía en el siglo XIX, su máximo
filósofo, Hegel, entrevió la crisis de racionalidad que se incubaba en la nueva manera de
comprenderse a sí misma y de comprender el mundo.
“Fenomenología”
La Fenomenología es “el camino de la conciencia natural que pugna por llegar al verdadero saber”
(FE p. 54). Se parte de la conciencia natural. Su nivel más bajo es el de la certeza sensible,
compartido con los animales.
La Fenomenología es “el camino del alma que recorre la serie de sus configuraciones –
Gestaltungen – como otras tantas estaciones de tránsito que la naturaleza le traza, depurándose
así hasta elevarse al espíritu y llegando a través de la experiencia completa de sí misma al
conocimiento de lo que en sí misma es” (FE p. 54).
Se rememoran las fases por las que ha transcurrido el nosotros, es decir, la humanidad. Aquí nos
encontramos con una filogénesis, mientras que en la anterior dialéctica se trataba de una
ontogénesis.
En la dialéctica del espíritu absoluto se vuelve a tomar el camino del espíritu desde un principio,
pero ahora viéndolo en un nivel más alto, el de sus realizaciones superiores, la religión y la
filosofía. El arte queda involucrado como religión. Es fundamental en el pensamiento de Hegel,
sobre todo con lo referente al Estado. El Estado es la máxima expresión – el universal concreto –
del espíritu objetivo, pero éste solo es la matriz del espíritu absoluto. Lo que propiamente le
comunica sentido al Estado es el espíritu absoluto, es decir, las máximas realizaciones del espíritu.
Esta división no está en la FEN, sino que en la Enciclopedia.
1.2.- Se da cuenta de que la dirección que llevaba no era la correcta, que conocer es conocerse. En
consecuencia, se vuelve sobre sí misma y es autoconciencia. Al realizar este giro, cambia también
la forma de exploración, pues, si la exploración hacia fuera era teórica – se trata tanto de la simple
certeza sensible o de la percepción, como de las ciencias naturales, sobre todo de la física y la
astronomía – la autoexploración es práctica, con raíz en el deseo.
1.3.- Así como la exploración que realiza la conciencia se demuestra como incorrecta, o mejor,
insuficiente, también la autoexploración demuestra su insuficiencia. Si antes había salido al mundo
y luego se había vuelto sobre sí misma, ahora debe volver a salir al mundo, pero sin dejar de
penetrar en sí misma. Conciencia y autoconciencia son dos momentos dialécticamente unidos y
esa unión o identidad dialéctica constituye la razón.
2.- Dialéctica del espíritu objetivo (cap. 6)
“El espíritu adviene cuando la distinción entre sujeto y objeto se ha superado; cuando el ser
consciente de sí mismo es al mismo tiempo ser consciente del mundo y viceversa. El mundo “ha
perdido para el sí mismo toda significación de algo extraño” (FE p. 259).
2.1.- La primera etapa de esta dialéctica es la del espíritu verdadero. El espíritu está todavía en su
inmediatez, sumergido en la naturaleza. Las contradicciones están como ocultas y de a poco van
haciendo su aparición. Lógicamente corresponde al universal abstracto con que empieza toda
dialéctica, e históricamente, a la polis, más precisamente, a Atenas.
2.2.- La segunda etapa es la del espíritu alienado. El espíritu sale de su inmersión en la naturaleza y
se aliena en la cultura y en la fe. Lógicamente corresponde esta etapa a la particularidad o
determinación de todo proceso dialéctico e históricamente a la revolución burguesa en su
expresión francesa, o sea, a la Revolución Francesa.
2.3.- La tercera etapa es la del espíritu autocerciorado. Restaura la unidad perdida en la segunda
etapa. El más allá de la fe y la alienación de la cultura se interiorizan. Lógicamente corresponde al
universal concreto de todo proceso dialéctico e históricamente al idealismo alemán y la empresa
napoleónica.
3.- Dialéctica del espíritu absoluto (caps. 7 – 8)
Una vez que la conciencia ha incorporado la ciencia de la experiencia del espíritu objetivo, debe
hacer lo mismo con las realizaciones superiores de ese mismo espíritu, a las que Hegel les da el
nombre de espíritu absoluto. El espíritu objetivo como Estado – cuyo desarrollo se encuentra en la
Filosofía del derecho – es la matriz del espíritu absoluto.
El arte, antes subsumido por la religión, será separado luego, pasando a constituir el primer
momento del espíritu absoluto, cuya dialéctica en consecuencia comprenderá arte, religión y
filosofía.
3.1.- Religión natural. “El espíritu se sabe como su objeto en figura natural o inmediata” (FE p.
400). El espíritu aparece inmerso en la naturaleza, asumiendo alguna figura natural como la luz,
algún vegetal o animal o, finalmente en la forma de pirámides o esfinges. Históricamente
corresponde a las religiones del Cercano Oriente, a las religiones persa, hindú y egipcia.
3.2.- Religión del arte. “La figura se eleva aquí a la forma del sí mismo, gracias a la producción –
hervorbringen – de la conciencia, de tal modo que ésta contempla en su objeto su obrar, o el sí
mismo” (FE p. 400). El espíritu sale de su inmersión en la naturaleza. Deja de expresarse en figuras
inadecuadas a su realidad. Ahora la conciencia sabe que en su objeto está su obrar, que no hay
otra cosa que su mismo obrar.
3.3.- Religión revelada. En ésta el espíritu “tiene la figura del ser en y para sí” (FE p. 400). La
separación entre el espíritu y su obrar aquí desaparece. Es el tercer momento, el del universal
concreto, el del en-sí-para-sí. Históricamente corresponde a la religión cristiana, especialmente en
su forma luterana en la cual el espíritu en el nivel religioso, o sea, de la representación, llega a la
plena conciencia de sí – la conciencia como tribunal supremo para la interpretación de la Biblia,
valor infinito de la subjetividad –.
“Revelada” significa manifiesta, manifiesta. Es el espíritu que ahora aparece claro para sí mismo
frente a las oscuridades en que se encontraba cuando estaba sumergido en la naturaleza.
Pero todavía falta una etapa en la dialéctica del espíritu absoluto. “Si bien el espíritu ha alcanzado
en ella – en la religión revelada – su figura verdadera, la figura misma y la representación son
todavía el lado no sobrepasado del que el espíritu debe pasar al concepto, para resolver en él
enteramente la forma de la objetividad, en él que encierra en sí mismo también éste su contrario”
(FE p. 401).
Prólogo p. 25
El medio del quehacer filosófico es “lo universal”, porque no trata de cosas, objetos, realidades
muertas o ahistóricas, sino del espíritu, que siempre es universal, llevando en su seno lo particular.
“La cosa misma” es “die Sache selbst”, no “das Ding”, que también quiere decir cosa. La diferencia
entre ambas es cualitativa: la cosa como das Ding se sitúa en el ámbito de la sensibilidad. Es
objeto de la percepción. Como die Sache, por el contrario, se sitúa en el nivel intersubjetivo o del
espíritu. La cosa en este sentido es la realidad cocreada intersubjetivamente. Aquí estamos en el
ámbito propiamente filosófico, allí donde se hace presente la verdad.
La cosa misma de la que trata el saber filosófico no es un objeto, una cosa inerte. Es el espíritu, el
ser histórico, el sujeto (“vida sustancial”, “sustancia viva”). El sujeto no es. Es un continuo hacerse,
un continuo ponerse a sí mismo. Por eso el inicio no es lo más rico, sino lo más pobre; no lo
concreto, sino lo más abstracto.
La cosa misma:
Frente a una realidad cualquiera, fácil es tomar el resultado y lanzar un juicio sobre él. Éste versará
sobre su verdad o falsedad. Más difícil es no simplemente tomar el resultado, sino captarlo, es
decir, concebir su desarrollo; y lo más difícil, lograr exponerlo, porque ello consiste en lograr que
la cosa misma despliegue su racionalidad.
“Pero este inicio de la formación tendrá que dejar paso, en seguida, a la seriedad de la vida
pletórica, la cual se adentra en la experiencia de la cosa misma”. Esto significa que de la asbtracta
generalidad de los conocimientos y puntos de vista universales, es menester sumergirse en la cosa
misma, entrar en su particularidad. La “seriedad de la vida pletórica” es la negatividad que entraña
la cosa misma, el espíritu. Esta negatividad es el momento del desagarro, del dolor, del trabajo.
Los tres momentos dialecticos universal abstracto- particular- singular (o universal concreto) son
procesos de negatividades, de desgarros y recomposiciones. La dialéctica comienza con la
autoposición del sujeto (tesis = afirmación). Pero el sujeto no se puede “poner” si nada se le
contrapone (antítesis). La autoafirmación del sujeto requiere una síntesis (composición) entre la
tesis y la antítesis. La antítesis no es exterior ni dada, como pretendía Fichte, sino que es
inmanente en lo universal. En términos de Hegel, Fichte no habría captado la dialéctica finito-
infinito, manteniéndolos separados. Para Hegel, lo finito o negatividad es un momento de lo
infinito, lo universal.
Luego del universal concreto, el proceso recomienza a partir del mismo, tomado ahora como
universal abstracto de la nueva fase de movimiento dialéctico.
La verdad. No se refiere a datos contingentes de la historia, sino que a la intersubjetividad, el
contenido de la misma. La verdad es el concepto y éste es su desarrollo que se realiza como
sistema científico, que es el sistema filosófico, la cosmovisión. La verdad nunca es algo hecho,
estático, puntual, es el desarrollo completo.
La necesidad externa, sin embargo, se muestra “bajo la figura en que el tiempo presente el ser allí
de sus momentos”.
Edad media – modernidad. En la edad media, el hombre había puesto su mirada en el cielo, donde
encontraba su verdadera esencia. Costó mucho trabajo para que la claridad del “más allá”
penetrara en el más acá, es decir, en la experiencia. En la modernidad el espíritu se ha afincado
completamente en lo terrenal – positivismo – y de esa manera se ha empobrecido tanto que
suspira “por el tenue sentimiento de lo divino”.
Cuando los filósofos de la intuición y el sentimiento creen haber llegado a lo profundo, en realidad
no han hecho otra cosa que aceptar un contenido fortuito o imponer la “propia arbitrariedad”. El
concepto de profundidad aquí bosquejado por Hegel coincide con el de seriedad. Ambos implican
la fuerza del espíritu para enfrentarse a la negatividad, para no temerle a las limitaciones o
negatividades mediante las cuales se realiza y conoce.
No hay profundidad sin enajenación en lo otro. Atreverse a salir, a perderse. Sin ese atrevimiento,
sin esa fuerza, la pretendida profundidad no es más que un vacío que se llena de sueños, fantasías
y de arbitrariedades.
Una nueva figura del espíritu que aparece repentinamente es precedida por una larga y profunda
maduración dialéctica transcurrida en las profundidades. “Es el todo que retorna a sí mismo,
saliendo de la sucesión y de su extensión, convertido en el concepto simple de ese todo”. El nuevo
mundo que ha aparecido como un todo SIMPLE es sumamente complejo, más complejo que el
anterior y por ende más rico. Pero esta complejidad y riqueza no se manifiestan de repente. Se
irán desarrollando. El nuevo “elemento” es la nueva realidad, el nuevo ámbnito, el nuevo mundo
que acaba de surgir.
Comienzo. El nuevo mundo o la nueva configuración está solo en sus comienzos. Esto ocasiona
que i. La primera manifestación del mundo nuevo no es más que el todo velado en su simplicidad
o fundamento universal y ii. La conciencia conserva todavía en el recuerdo la riqueza de su
existencia anterior.
El nuevo saber o el saber que expresa la nueva realidad asume características esotéricas, extrañas,
de otro mundo, porque todavía existe solo virtualmente. Desarrollar su contenido es mostrar algo
que se encuentra más allá, que aún no se manifiesta, a no ser a los iniciados.
El momento más rico = más abstracto y pobre. Si se nos pregunta por el conocimiento más rico y
concreto del que podríamos dar cuenta, diríamos que es la contemplación directa. Pero Hegel nos
dice que hay una trampa, un error, que los griegos denominaban mera opinión – doxa – por
contraposición a la verdad.
Los sentidos solo captan el desnudo ser – das Sein – de la cosa. El engaño consiste en creer que
mediante los sentidos captamos toda esa riqueza y, en consecuencia, esa verdad. Solo captan que
es y al yo lo captan como un puro yo. Habría un yo, éste, enfrentado a un objeto, esto.
Problemas:
“Intervenciones marginales”. Para Hegel, la certeza sensible real no es solamente esta pura
inmediatez, sino también “intervenciones marginales”. Hegel nos quiere decir que en la certeza
sensible hay mucho más – las intervenciones marginales – que la pura relación entre un este y un
esto. Eso mucho más está constituido por las mediaciones que provienen, a su vez, de la cultura o
desarrollo del sujeto.
Hegel no está intentando mostrar una historia del desarrollo de la conciencia, sino que muestra
cómo se desarrolla toda conciencia, pero a veces coincide con los predicamentos de ciertas
escuelas filosóficas que aprovecha de criticar.
Sujeto y objeto, yo y cosa son dos momentos que no pueden separarse. Se median mutuamente.
La conciencia va de un polo a otro, colocando la verdad se en el objeto – como hacen Parménides
y los dogmáticos en general –, sea en el sujeto – como lo hacen los sofistas, Fichte y Kant –. Estos
filósofos han aportado al conocimiento de la verdad, pero se han extraviado en la medida en que
han colocado la verdad en un momento determinado de la conciencia.
En la certeza sensible aparece la diferencia entre “la esencia y las intervenciones marginales” sin
nuestra intervención específica. La posición del sentido común o la conciencia ingenua afirma que
el objeto es la esencia, mientras que el yo, como saber, sería lo no esencial, que solo sabe el
objeto porque él es. El objeto es indiferente a ser sabido o no; permanece aunque no sea sabido;
en cambio, el saber no es si el objeto no es”.
Lo uno, el objeto, está puesto como lo que es, sin mediaciones, sin agregados del sujeto. Es la
esencia, es la realidad. Mi saber no es esencial porque no es inmediato. Está mediado por mi yo: si
yo no estoy, el saber, mi saber no es, no existe, pero el objeto continúa.
Aquí y ahora. Lo primero que tenemos que hacer es analizar el objeto y ver si efectivamente se
comporta como lo esencial, según pretende esta primera posición de la conciencia. Hay que
preguntarle a ella misma, a la certeza, ¿qué es el esto? Si lo tomamos bajo la doble figura de su ser
como el ahora y el aquí, la dialéctica que lleva en sí cobrará una forma tan inteligible como el esto
mismo.
El desnudo esto de dicha certeza (o sea, con exclusión de toda participación intelectual, cultural) es
un mero punto en el tiempo y en el espacio.