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Resumen Isagoge Historica-Apologetica de las Indias Occidentales y en especial de la

Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala de la Orden de Predicadores.

Parece que no había otra edición de este libro, antes de 1892, en que por disposición del
Gobierno del General Reina Barrios y con motivo de la celebración del cuarto centenario
del descubrimiento de América, se tuvo la feliz ocurrencia de hacerlo publicar.

De autor anónimo, por más que se deje entrever el estilo y las tendencias de gremio de
alguna mente regida por la Ordenanza de Santo Domingo, el mencionado libro
contiene relatos interesantes, disquisiciones científicas de la época, interpretaciones de
los textos bíblicos y alguna que otra vez, fuertes anatemas para la inútil crueldad con
que fueran tratados los indios de América.

La obra está dividida en dos partes, siendo la primera más bien que historia, un
estudio filosófico de este Nuevo Mundo, en relación con su situación geográfica, el
probable origen de sus pobladores, todo a través de las profecías consignadas en el
libro de Esdras.

En efecto, el incógnito autor ocupa tiempo y espacio en demostrar que los habitantes que
poblaban las tierras de América a la hora de su descubrimiento por Cristóbal Colón,
provenían de las diez tribus israelitas cautivas de Salmanazar y emigradas de la tierra que
les fuera prometida, diseminadas por los riberas del Norte de Africa y dedicadas a una vida
marítima de ocupación. Es de suponerse, dice el autor, que en algún viaje sus naves hayan
sido cogidas por la tormenta y llevadas a tierras desconocidas — las islas caribes desde
luego — y que de ahí en sucesivas exploraciones, llegaran a tierra firme, a dar nacimiento a
esa diversidad de pueblos, con diversidad de lenguas que encontraran los españoles. El
autor no se pronuncia por la existencia de la Atlántida, Parece que la teoría de Platón, o no
la conocía, o la desechaba por no tener, en apariencia, fundamento basado en la Biblia.

En este estudio tan apegado a la tradición bíblica, se afirma la calidad del autor: no
fuera posible que un fraile dominico, en aquella época sobre todo, se saliera del canon
religioso que no admite ninguna otra concepción que no pueda respaldarse en la
Biblia.
Se debe haber escrito este libro después de 1700, puesto que en él se menciona la
“Recordación Florida" de Fuentes y Guzmán, historiador que de la mano con Bernal
Díaz del Castillo, sirven al autor de la Isagoge para sus narraciones de carácter
histórico. No ha sido sino hasta el presente siglo, cuando se han logrado tan felices
descubrimientos arqueológicos que revolucionan hasta los cimientos viejas teorías,
brindando una interpretación más racional a las narraciones cosmogónicas de los
Textos Sagrados de todos los pueblos y de todas las razas.

No habremos de extrañar asimismo, que el anónimo autor de la Isagoge, dedique algunos


capítulos de su obra al viejo problema de los antípodas. No debemos olvidar que en aquella
época era artículo de fe indiscutible, en lo absoluto, que el infierno radicaba precisamente
en el centro de la tierra. Ya se aceptaban como verdad las leyes de Copérnico, y Galileo
había pronunciado su célebre frase al ser obligado a retractarse de sus teorías. Sin embargo
de esto, se creía en el infierno del interior de. la tierra; y las erupciones volcánicas daban
viso de verdad a una concepción de tan desesperante metafísica. Naturalmente que ante esta
creencia, la posibilidad de los antípodas resultaba negativa; ¿cómo podrían existir seres
humanos debajo de nuestros pies?, se preguntaban aquellas buenas gentes, todavía ayunas
de la realidad científica que nos dice todas estas cosas, al aceptar la esfericidad de la tierra.

El autor dedica algunas páginas a demostrar que el nombre de América es el que menos
conviene a este Nuevo Mundo. Fundándose siempre en textos bíblicos, asegura que esta
región es la famosa Arsareth que menciona el Profeta Esdras. El autor sostiene que antes
del descubrimento, habían llegado a tierras americanas, españoles, cartagineses o fenicios,
como lo demuestra, dice, el admirable “circo” o “teatro” de las ruinas de Copón, con
muchas estatuas de hombre y de mujer, con trajes españoles o romanos, “con espadas,
hevillas, petos, calzas, etc.” ; y menciona la “Xamaca” (hamaca) hecha toda de piedra
labrada, con piezas entrelazadas, en donde se mecen dos estatuas de indios, tam-
bién de piedra, que no puede ser sino “obra del demonio” , según asevera undosa e
ingenuamente.
Asegura que en la provincia del Chol y Verapaz había una calzada de argamasa de muchas
leguas de largo, con unos puentes (muy originales por cierto), en donde los ríos se
extendían, por muy caudalosos que fueran y permitían el paso a pie, con el agua a la rodilla
o arriba del muslo, pero perfectamente franqueables y sin riesgo de ser arrastrado.
No podía faltar el dato de la cooperación que tuvieron los dominicos en la obra del
Descubrimiento de América, tratándose posiblemente de un autor dominico, como se colige
sea el del presente libro; y tampoco pudo omitirse hacer mención de la famosa Bula del
Papa Alejandro VI que dió a los Reyes de España el dominio sobre las tierras descubiertas
por el Almirante genovés. Tengamos presente que los Reyes Católicos estuvieron
supeditados a las decisiones del Pontífice Romano, en una intencionada interpretación de
“atar y desatar en la tierra” como representantes de la Divinidad.

Menciona a los primeros religiosos dominicos que llegaron a propagar la religión


católica romana: Fr. Pedro de Córdova, Fr. Antonio Montecino, Fr. Bernardo de
Santo Domingo, seguidos de Fr. Domingo de Mendoza y Fr. Bartolomé de las Casas.
“Ellos fueron la Vid fecunda, — dice — de la cual se propagó por todas las demás
provincias y reinos de este Nuevo Mundo”. Las actividades del Jefe de esta misión Fr.
Pedro de Córdova, tenido por el más conspicuo de los dominicos llegados de España,
“llevaron a Tierra Firme él conocimiento de la Religión y la oportunidad de que los
indios abrazaran la Santa Fe Católica”

El religioso autor de esta obra, resalta con entusiasmo la labor de sus cofrades los
dominicos y hace notar con caracteres sobresalientes el fervor, caridad y dedicación de Fr.
Pedro de Córdova, ya promoviendo en la Corte el envío de mayor númeró de religiosos, ya
organizando misiones a Nueva España e Islas Caribes, con el fin de cooperar en la obra de
la conquista, por medios diferentes que los empleados por los soldados conquistadores,
crueles como todo lo que toca con acciones de guerra. Es de justicia hacer notar que si bien
es cierno que la religión de amor y caridad del Crucificado, pudo haber sido aceptada por
los indios menos rudamente, supo mitigar un tanto los horrores de la conquista, suavizar
sus martirios y evitar inútiles matanzas.
Tengamos presentes estas reflexiones, cuando se trate de la cooperación dominicana
en la conquista.

Toda la primera parte de este libro, no constituye en realidad una historia de las
Indias, como su título promete; es más bien un estudio erudito de cuestiones que
entonces, como ahora, constituyen temas de discusión. No olvidemos que durante la
Edad Media, los hombres que algo sabían, como los que iban a la vanguardia del
Saber, ocupaban una gran parte de su tiempo en dilucidar problemas abstrusos, los
cuales, vistos a través de la distancia, se califican en nuestros tiempos como pueriles
entretenimientos de una vida contemplativa y llena de misticismo.

No es raro, pues, que un fraile dominico, como sin duda es el autor de este libro, haga
alarde de una erudición que para entonces revistió novedad; y que haya llenado 29
capítulos con temas que muy poco se refieren a una apología de las Indias. De tal
manera que si calificamos este viejo manuscrito, lo hallaremos muy inferior en mérito
histórico a los trabajos de Bernal, de Fuentes y Guzmán, de Remesal, Ximénez,
Juarros y tantos otros que nos legaron narraciones verídicas de la conquista y de la
vida de Centro América anterior al glorioso 1821.

Ello no empece para que tengamos este libro con estimación, porque si no puede
compararse con los que ha venido editando la Sociedad de Geografía e Historia y que
constituyen la Biblioteca Goathemala, tampoco puede dejarse de mano, porque en
realidad no existe un libro que sea demasiado malo como para desecharlo. Y luego
que tiene opiniones muy curiosas, en un orden diferente de la cuestión histórica.

La segunda parte, formada por menor número de capítulos, trata de los primeros
tiempos de la conquista y puede decirse que contiene datos de verdadero interés.

Dice que no hubo quien escribiera la historia de los primeros tiempos de la conquista
del Reino de Guatemala; aunque se dice que Gonzalo de Alvarado escribió extensas
crónicas de los hechos de su hermano don Pedro, Adelantado y Capitán General del
Reino; si hubo estas crónicas, cree el autor que se hayan destruido cuando la ruina de
la ciudad Almolonga — o que de intento las hubiesen destruido para no empañar con
el relato de esos hechos, las proezas de Hernán Cortés, en la conquista de México.
Solamente queda lo escrito por Bernal Díaz del Castillo, de quien dice: “que como no
se halló personalmente en ellas (las acciones de armas de Alvarado) las insinúa más
que las describe” . Menciona al cronista Herrera, a Remesal y a Fuentes y Guzmán, a
quien acusa de no haber podido librarlas de las injurias del tiempo, tales noticias.
La segunda parte, formada por menor número de capítulos, trata de los primeros
tiempos de la conquista y puede decirse que contiene datos de verdadero interés.

Relata el autor la llegada a Guatemala, procedente de México, de Fr. Domingo de Betanzos,


personaje del cual se ocupa en todo lo que resta del libro, como que es la figura central
sobre que gira toda la narración en lo que se refiere a los dominicos, la fundación de sus
conventos, su trabajo de catequización, y todo lo demás del orden meramente apologético-
religioso que la obra contiene, y que por azares de la suerte nos ha tocado a nosotros
prologar.
La personalidad de Fr. Domingo de Betanzos, por lo demás, resalta en la obra de la
conquista con sello eminentemente evangélico. Sin los desplantes posiblemente exagerados
de los cargos de Fr. Bartolomé de las Casas a la Corte de España, Betanzos tuvo mayor
prudencia en sus relaciones con los gobernadores y representantes de la dominación
española y un mayor tino para abogar por los indios, sin ocurrir al medio de acusaciones
que su compañero y colega en la protección de los aborígenes, usara de continuo.
Persuasiones, admoniciones, cargos de conciencia y prudentes consejos tuvieron mayor
eficacia que la constante protesta iracunda y tenaz.
Maña, más que fuerza.

El lector sin duda hallará mucho que en realidad es vana prosa, pero también algo
que tiene algún interés. Esta obra no podría compararse desde luego, con cualquiera
de las otras que ha publicado la Sociedad de Geografía e Historia y posiblemente con
las que le falta por editar según el plan que se ha impuesto nuestro erudito consocio y
Director de Publicidad, Licenciado don J. Antonio Villacorta C., a quien tanto le debe
dicha Sociedad y la Historia Patria, Ello no empecé, sin embargo, para que se
conserve un libro que por de pronto debemos de calificar como antiguo, y que
nosotros hemos llamado irreverentemente “cachivaches de antaño” , ya que la
anonimidad de su autor nos protege contra irrespetuosidades de otro modo
censurables.
Quién sabe si el mismo autor no le diera importancia a su obra, desde que no quiso
consignar su nombre

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