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Congreso de Tucumán
La Casa de Tucumán hacia 1869.
En 1816, debido a la necesidad de contar con un edificio para las sesiones del Congreso que se
reuniría en Tucumán, se optó por la Casa de Doña Francisca. La tradición afirma que ella prestó
la casa para las sesiones, debido a la falta de otros locales apropiados o que tuvieran las medidas
adecuadas. Pero investigaciones posteriores consideran, que el Estado Provincial dispuso usarla,
ya que gran parte de la Casa estaba alquilada para la Caja General y Aduana de la Provincia.
Doña Francisca tenía 72 años en el momento de la declaración de Independencia de las
Provincias Unidas del Río de la Plata. Ella se sentía orgullosa de que su casa fuera la sede del
Congreso. También expresó sus deseos de saludar y hablar con Manuel Belgrano, porque le
tenía mucho afecto. En el momento de las sesiones del Congreso se instaló en una casa
contigua, también de su propiedad. Cuando el Congreso se trasladó a Buenos Aires, Doña
Francisca retornó a la vivienda.
Una de las hijas de Doña Francisca, Gertrudis Laguna y Bazán, se casó con Pedro Antonio de
Zavalía y Andía. La hija de ambos, Carmen Zavalía Laguna, heredó la casa de parte de su abuela y
adquirió el resto a los otros herederos, convirtiéndose así en la única propietaria. Sus hijos
fueron los últimos miembros de la familia dueños del inmueble, ya que lo vendieron en 1874 al
Gobierno Nacional por 200 000 pesos de la época.
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Por qué se eligió Tucumán para el Congreso de 1816
10 abril, 2016 Imprimir Correo Electrónico
Por qué se eligió Tucumán para el Congreso de 1816
Todos saben que el Congreso que declaró el 9 de Julio de 1816 la Independencia de las
Provincias Unidas en el Sud se realizó en la ciudad de San Miguel de Tucumán y que el lugar
donde se produjo este trascendental hecho ha perdurado como monumento bajo el nombre de
Casa Histórica.
Lo que no todos saben es por qué fue elegida San Miguel de Tucumán como sede del Congreso
en el que deliberarían sobre el destino de nuestra patria los representantes de las mayorías de
las Provincias Unidas del Río de la Plata.
En 1815, tras la deposición de Alvear como Director Supremo ocurrida el 15 de abril de 1815, el
director interino Ignacio Álvarez Thomas, envió una circular a las provincias invitándolas a
realizar la elección de diputados para un congreso general que se reuniría en Tucumán.
Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán
para inaugurar un nuevo Congreso Constituyente. Entre las instrucciones que las provincias -no
todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de
España y de sus reyes”.
Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes.
Tampoco asistirían diputados de Paraguay. Algunos del Alto Perú no asistieron, pero sí lo
hicieron los de las provincias de Chichas o Potosí, Charcas (Chuquisaca) y Mizque o Cochabamba
Paraguay ya era un territorio independiente de hecho, tanto de España como de las Provincias
Unidas. En 1813, mediante un Congreso Nacional, había cambiado su nombre de Provincia del
Paraguay al de República del Paraguay. El gobierno de José Gaspar Rodríguez de Francia, en
quien se inspiró Roa Bastos para su novela Yo el Supremo, no confiaba en Buenos Aires.
Por su parte, la Liga Federal, que bajo el liderazgo de Gervasio Artigas integraban las provincias
del litoral, mantenía una situación de guerra de hecho con el gobierno central de Buenos Aires.
Sólo la provincia de Córdoba -que también se consideraba miembro de la Liga, pero no estaba
aún en guerra con el Directorio- envió sus representantes, todos ellos de clara inclinación hacia
el federalismo.
El conflicto que mantenían la Liga Federal y Buenos Aires tuvo un capítulo previo al Congreso de
Tucumán en la Asamblea del Año XIII. En esa ocasión, Artigas les dio una serie de instrucciones a
sus diputados que consistían básicamente en lo siguiente: declaración de la Independencia,
libertad civil y religiosa, organización política federativa, Estados autónomos y que Buenos Aires
no fuese la sede del gobierno central.
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La explicación más común sobre por qué Tucumán fue elegida como sede del Congreso de 1816
es de que esta provincia quedaba aproximadamente en el centro de la región que abarcaban las
Provincias Unidas del Sud y que, además, estaba protegida por el Ejército del Norte que tenía
aquí su cuartel general. Pero también se tuvo en cuenta la desconfianza que Buenos Aires
despertaba en las provincias del interior y el hecho de que San Miguel de Tucumán era una
ciudad que se encontraba muy lejos de la influencia de Artigas.
El historiador tucumano Carlos Páez de la Torre no relata que los congresales empezaron a
llegar en los últimos días de diciembre de 1815, “más que fatigados por los infernales caminos.
La gran mayoría no había puesto jamás el pie en la ciudad en la que iban a deliberar. No había
mucho que ver. El centro de todo era la plaza, nombre pomposo para un espacio abierto donde
pastaban los animales”.
De la descripción que hace Páez de la Torre del Tucumán de la época se desprende que la
ciudad tenía mucho de aldea todavía: “Al frente se alzaba el Cabildo, de dos plantas y ocho arcos
sin torre. Las iglesias eran insignificantes, salvo San Francisco, erigida por la expulsada Compañía
de Jesús. La chata edificación aparecía más o menos compacta en las pocas cuadras inmediatas
a la plaza. Después se hacía salteada, para prácticamente desaparecer más allá de la ronda.
Caballos y carruajes excavaban la superficie de las calles de tierra”.
También señala: “Raramente se veía una vereda de ladrillos ceñidos por tirantes de quebracho.
Las diversiones públicas eran escasas. Además de las fiestas religiosas, que terminaban con
bailes y juegos, sólo un par de mesas de billar y otras tantas canchas de bochas. La vida de la
ciudad duraba lo que la luz del sol. Después, se trancaban las puertas y la familia comía a la luz
de velas. Sólo algunos mozalbetes en tren de juerga se atrevían a caminar durante la noche”.
En esta ciudad el 9 de julio de 1816, a eso de las dos de la tarde, los diputados se pusieron de
pie y aclamaron la Independencia de las Provincias Unidas en América del Sud de la dominación
de los reyes de España y su metrópoli. Diez días más tarde se agregaría la frase “y de toda
dominación extranjera”.
Entre las instrucciones que las provincias -no todas- daban a sus diputados, se encontraba la de
“declarar la absoluta independencia de España y de sus reyes”.
Como ya se dijo, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar
representantes. Tampoco asistirían diputados del Paraguay y del Alto Perú, con excepción de
Chichas o Potosí, Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.
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Representando a Potosí, fueron José Andrés Pacheco de Melo (sacerdote) y Juan José Feliciano
Fernández Campero (militar)
Potosí: José Andrés Pacheco de Melo (sacerdote) y Juan José Feliciano Fernández Campero
Potosí: José Andrés Pacheco de Melo (sacerdote) y Juan José Feliciano Fernández Campero
Santiago del Estero: Pedro León Gallo (sacerdote) y Pedro Francisco de Uriarte (
Santiago del Estero: Pedro León Gallo (sacerdote) y Pedro Francisco de Uriarte (
De los siete diputados elegidos por Buenos Aires, dos eran sacerdotes: el franciscano fray
Cayetano José Rodríguez y el doctor Antonio Sáenz. Completaban la representación, Tomás
Manuel de Anchorena, José Darragueira, Esteban Agustín Gascón, Pedro José Medrano,
hermano menor del primer obispo de Buenos Aires independiente, y Juan José Paso, patriota de
los primeros días.
Antonio Sáenz (sacerdote), Cayetano José Rodríguez (sacerdote y abogado), Juan José Paso
(abogado), Pedro Medrano (abogado), José Darragueira (abogado), Esteban Agustín Gascón
(abogado) y Tomás Manuel de Anchorena (abogado)
Antonio Sáenz (sacerdote), Cayetano José Rodríguez (sacerdote y abogado), Juan José Paso
(abogado), Pedro Medrano (abogado), José Darragueira (abogado), Esteban Agustín Gascón
(abogado) y Tomás Manuel de Anchorena (abogado)
Por Catamarca, los diputados fueron sacerdotes: Manuel Antonio Acevedo y José Eusebio
Colombres a quien, a propuesta del presidente Urquiza, el papa Pío IX designó obispo de Salta
en diciembre de 1858, pero no llegó a ser consagrado pues falleció en Tucumán en febrero de
1859.
Córdoba: Jerónimo Salguero (abogado), Eduardo Pérez Bulnes (regidor del Cabildo de Córdoba),
José Antonio Cabrera (abogado) y Miguel Calixto del Corro (sacerdote)
Córdoba: Jerónimo Salguero (abogado), Eduardo Pérez Bulnes (regidor del Cabildo de Córdoba),
José Antonio Cabrera (abogado) y Miguel Calixto del Corro (sacerdote)
Jujuy envió a Teodoro Sánchez de Bustamante.
Mendoza: Tomás Godoy Cruz (bachiller en Filosofía) y Juan Agustín Maza (abogado)
Mendoza: Tomás Godoy Cruz (bachiller en Filosofía) y Juan Agustín Maza (abogado)
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El único diputado que nombró La Rioja fue el insigne sacerdote Pedro Ignacio de Castro Barros.
San Juan: Justo Santa María de Oro (sacerdote) y Francisco Narciso de Laprida (bachiller de
leyes, Presidente del Congreso)
San Juan: Justo Santa María de Oro (sacerdote) y Francisco Narciso de Laprida (bachiller de
leyes, Presidente del Congreso)
Representó a San Luis, Juan Martín de Pueyrredón, que al ser elegido por el Congreso director
supremo de las Provincias Unidas, cesó en el cargo de diputado.
Santiago del Estero: Pedro León Gallo (sacerdote) y Pedro Francisco de Uriarte (
Santiago del Estero: Pedro León Gallo (sacerdote) y Pedro Francisco de Uriarte (
Por Charcas participó el presbítero Felipe Antonio de Iriarte, que no firmó el acta de la
independencia por haberse incorporado al Congreso recién el 6 de septiembre de 1816.
Participaron también, Mariano Sánchez de Loria, abogado entonces y futuro sacerdote, José
Mariano Serrano y José Severo Feliciano Malabia.
Charcas: Mariano Sánchez de Loria (abogado), José Severo Malabia (abogado) y José Mariano
Serrano (abogado)
Charcas: Mariano Sánchez de Loria (abogado), José Severo Malabia (abogado) y José Mariano
Serrano (abogado)
Por Chibchas fue diputado el presbítero Andrés Pacheco de Melo.
José Ignacio Gorriti (doctor en Teología), Mariano Boedo (abogado, Vicepresidente del
Congreso) y José Moldes (militar y político)
José Ignacio Gorriti (doctor en Teología), Mariano Boedo (abogado, Vicepresidente del
Congreso) y José Moldes (militar y político)
Las edades de los congresistas iban de los 25 años de edad, como es el caso de Godoy Cruz,
hasta los 63 que ostentaban tanto Uriarte como Rivera. El mismo Narciso Laprida, que bastante
maduro aparece en sus tan variados retratos, frisaba apenas los treinta.
Otro clérigo que marcó su presencia en el Congreso, no como diputado sino como prosecretario
de la Asamblea fue el presbítero tucumano José Agustín Molina, que se convertiría en 1836 en
el primer gobernador eclesiástico de Tucumán en calidad de vicario apostólico de la diócesis de
Salta y elevado a la dignidad episcopal.
El haber elegido las provincias a tantos clérigos, se debió no sólo al hecho de constituir los
sacerdotes el sector más culto de la sociedad, sino también a la situación angustiosa que vivía el
país, para cuya solución la clerecía inspiraba mayor confianza por su rectitud y ascetismo.
Bien está decir entonces, tomándole la idea a Pueyrredón, que el de Tucumán fue un congreso
de doctores, ya en leyes, ya en teología.
Otra vez las palabras de Nicolás Avellaneda son precisas al describirlos: “Fueron curas de aldeas
los que declararon a la faz del mundo la independencia argentina, pero eran hombres ilustrados
y rectos. No habían leído a Mably ni a Rousseau, a Voltaire y a los enciclopedistas; no eran
sectarios de la Revolución Francesa, y esto mismo hace más propio y meditado su acto sublime.
Pero conocían a fondo la organización de las colonias, habían apreciado con discernimiento
claro los males de la dominación española y llevaban dentro de sí los móviles de pensamiento y
de voluntad que inducen a acometer las grandes empresas”.
1) La casa del horno. El lugar elegido para las reuniones fue la casa de Francisca Bazán de
Laguna, una conocida vendedora de empanadas. Era una típica casa colonial del siglo XVIII, los
ambientes de adelante se alquilaban para negocios de venta de mercadería. Ya dentro de la
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casa, la demolición de paredes permitió el uso de un salón de 15 metros por 5. Los muebles
fueron prestados por los conventos de Santo Domingo y San Francisco. La casa fue comprada
por el gobierno nacional en 1869 y se usó como oficina de correos. En 1880 se decidió
restaurarla, cosa que se concretó medio siglo después.
2) Los mendocinos, primeros en llegar. Los diputados que representaron a Mendoza fueron los
primeros en llegar a Tucumán y se convirtieron en los personajes fundamentales del Congreso al
ser los intermediarios de las ideas del gobernador intendente de Cuyo, José de San Martín, que
se encontraba abocado a la preparación del Ejército de los Andes
4) Mejor, un príncipe inca. Belgrano propuso ante los congresales el establecimiento de una
monarquía moderada, encabezada por un príncipe inca. Fue apoyado por San Martín, Güemes y
los diputados del Alto Perú quienes propusieron que la capital del reino fuera el Cusco. Los
enviados de Buenos Aires dijeron que la idea era ridícula porque no se aceptaría a un rey en
ojotas. Pasaban los meses, las batallas entre monárquicos y republicanos se hacían cada día más
intensas y no llegaban a un acuerdo.
7) Traidores y remiendos de último momento. Aún quedaba el inminente peligro de una futura
anexión a Inglaterra o Portugal. Por eso, el 19 de julio los diputados agregaron al texto y a la
fórmula del juramento de la Declaración de la Independencia, la frase y de toda dominación
extranjera, ya que algunos congresistas conspiraban en secreto para entregar el país a Portugal
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o Inglaterra. La declaración iba acompañada de un sugerente documento que decía fin de la
Revolución, principio del Orden porque los congresales querían dar una imagen de moderación
frente a Europa, que, tras la derrota de Napoleón, no toleraba la palabra revolución.
8) También te lo digo en quechua. El acta que declaró la independencia de nuestro país fue
escrita en español y en quechua. Los historiadores dan cuenta que la influencia del idioma de los
pueblos originarios del Norte y del Alto Perú tenían una fuerte presencia e influencia. El autor
fue el congresal José Mariano Serrano, de Chuquisaca. El primer párrafo comenzaba así: "Kay
sumaq ancha kamayoq San Miguel Tukmanmanta hatun llaqtapi, waranqa pusaq pachak chunka
soqtayoq wataq qanchis killaq isqon p`unchayninpi llaqtancheqrayku qhawanankupaq..."
10) Los piratas y la independencia. Las andanzas del francoargentino Hipólito Bouchard
permitieron que las Islas Hawai, una nación monárquica, reconociera la independencia
argentina en 1818, siendo el primer país en hacerlo. Bouchard con la fragata "La Argentina" dio
la vuelta al mundo y tras conseguir el reconocimiento del rey hawaiano Kamehameha, atacó la
costa californiana del Virreinato de Nueva España (hoy México) y se apoderó de Monterrey,
donde ondeó la bandera argentina durante tres días. Portugal reconoció nuestra independencia
en 1821 y Estados Unidos en 1822. En 1823 Francia envió representantes a Buenos Aires para
negociar el reconocimiento de la independencia. En 1824 el Foreign Office comunicó a sus
representantes en Europa que había reconocido la independencia de Buenos Aires. España
recién nos reconoció como independientes en 1863. La primera independencia de
Latinoamérica fue la de Haití el 1º de enero de 1804.
11) Un congresal, una calle. La mayoría de los congresales eran clérigos u hombres de leyes
porque eran las profesiones típicas de las clases sociales más altas. Los congresales cobraban un
sueldo de $ 100 mensuales, y para tener una idea real del monto, el personal de maestranza
recibía $ 6 por mes.
12) A caballo, con la independencia a cuestas. El teniente Cayetano Grimau y Gálvez fue el
encargado de llevar la noticia de la independencia a Buenos Aires. Cabalgó durante nueve días y
llevó el Acta de Declaración de la Independencia dentro de un cuero de cabrito cosido y lacrado.
En Buenos Aires se realizó un acto público en la actual Plaza de Mayo, el 13 de septiembre de
1816. La Plaza, el Cabildo y la Pirámide fueron adornados con banderas y cintas. El resto del país
recibió la noticia mediante copias del Acta de la Independencia que se enviaron a través de
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chasquis. El Congreso imprimió 3.000 ejemplares, de los cuales la mitad estaban escritas en
castellano, 1.000 en quechua y 500 en aymará.
14) Ni para la foto. Sólo visitaron la Casa de la Independencia seis presidentes democráticos en
su ejercicio: Nicolás Avellaneda, Juan Domingo Perón, Carlos Saúl Menem, Fernando De la Rúa,
Néstor Kirchner y Cristina Fernández otros lo hicieron también, pero no durante su mandato.
Hace 200 años, cuando se declaró la Independencia de las Provincias Unidas en América del Sud,
se originaron algunos mitos respecto de tal período que incluyen relatos sobre qué medios de
transporte se usaban.
El interior de la vieja Casa de Tucumán tuvo también una construcción mitológica en la historia.
“Uno de los mitos que más me llama la atención es el de esas láminas en donde vemos al pueblo
aferrado a las rejas de la ventana de la Casa Histórica de Tucumán desde la calle, cuando en
realidad todo ocurría en un salón que estaba mucho más adentro, pasando un patio interno”,
contó a Télam el historiador Daniel Balmaceda.
“Es decir, no había forma de ver desde la calle lo que ocurría adentro. Las ventanas interiores no
tenían rejas y solo por cuestiones de seguridad las llevaban las de afuera”, agregó el autor de
libros sobre historias insólitas y romances turbulentos de la historia argentina.
La designada Casa Histórica de Tucumán era una vivienda que pertenecía a Francisca Bazán,
casada con el comerciante español Miguel Laguna, que se construyó en la década de 1760.
Todo el frente de la Casa se utilizaba como negocio de venta de productos, como era habitual en
aquella época, relató el historiador.
“Uno alquilaba su frente para que alguien vendiera en un negocio productos de bazar por
ejemplo”, explicó y agregó que “la parte que estaba alquilada por el gobierno de Tucumán era la
de atrás, el famoso salón”.
Transporte. “También suele decirse que los diputados se trasladaban hacia Tucumán en galera,
cuando en realidad ése era uno de los carruajes más livianos y el más difícil de utilizar en
caminos que se podían embarrar con facilidad”
En este sentido, una de las creencias que también ha circulado es que la casa se conservó
cuando “en realidad se tiró abajo en 1904 por un decreto del presidente Julio Argentino Roca”,
contó Balmaceda. “Solo se decidió preservar el salón donde se juró la independencia”, resumió.
Luego se construyó un magnífico templo para preservar el salón y se hizo un frente más
característico de comienzos del siglo XX.
““El primer transporte que se iba a quedar con un poco de barro iba a ser siempre la galera”,
contó Balmaceda pero señaló que Manuel Belgrano fue el único que usó este medio de
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transporte por cuestiones de salud y para estar un poco más cómodo, y así llegó a Tucumán el 5
de julio.
Mientras, el resto de los diputados se desplazó en otro tipo de carruajes.
“Suele ser más conocido lo que ocurrió el 25 de mayo de 1810 que lo que pasó el 9 de julio de
1816, porque lo primero se tradujo en algo muy concreto: había un hombre que mandaba, el
virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, y una revolución en torno a eso”, distinguió el historiador
sobre ambas fechas históricas.
Cisneros luego fue depuesto y pasó a tomar el mando un nuevo grupo de personas que
conformaron la Primera Junta de Gobierno.
“En cambio, la declaración de la Independencia no tuvo como consecuencia algo concreto de
una manera tan inmediata”, consideró el historiador.
Sobre ambas fechas, también señaló que se recuerdan más a los nueve integrantes de la
Primera Junta (Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga,
Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea, Juan José Paso y Mariano Moreno) que a los 29
diputados que declararon la independencia.
“Ya desde el punto de vista de la formación como estudiantes nos costaba mucho menos
recordar los nueve nombres de la Primera Junta, que los 29 de la Independencia que además
venían acompañados de un territorio”, mencionó el historiador Daniel Balmaceda.
Libros y papeles
Otro de los mitos tiene que ver con el Acta Original de Declaración de la Independencia, “que
formaba parte de un libro que se perdió”, señaló el historiador.
“Se lo robaron al chasqui (mensajero), Cayetano Grimau, que traía papeles y libros del Congreso
a Buenos Aires cuando cruzaba el territorio de Córdoba”, contó.
“Le pusieron un trabuco (un arma de fuego antigua) en la cabeza y le quitaron la valija donde
traía todos esos papeles y nunca se recuperaron”, agregó. Por lo tanto, lo que nosotros vemos
como documentos de la Declaración de la Independencia “en realidad son copias manuscritas, o
luego impresos, pero no el acta original del momento en que la firmaron a primera hora de la
tarde el martes 9 de julio”, aseveró Balmaceda. Más allá de los mitos que también forman parte
de nuestra historia, la Declaración de la Independencia el 9 de julio de 1816 fue fundamental
para el naciente país porque completó el ciclo revolucionario iniciado en 1810 y estableció la
liberación definitiva de la corona española. Este año se conmemora su Bicentenario y así el
recuerdo de lo que marcó el inicio de la organización constituyente de la nación argentina.
200 AÑOS. Sucedió el día 27 de julio de 1816 y replicó la escisión “de los reyes de España”
La Gazeta porteña anunció la Declaración de la Independencia
La Gazeta de Buenos Aires informó sobre los acontecimientos del congreso que sesionaba en la
ciudad de San Miguel de Tucumán desde fines de marzo de 1816, pero por la demora en las
comunicaciones -200 años atrás- recién el 27 de julio de ese año informó sobre la tan ansiada
declaración de la independencia argentina.
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“El Soberano Congreso de estas Provincias Unidas del Río de La Plata ha declarado en esta fecha
la independencia de esta parte de la América del Sud de la dominación a los Reyes de España y
su metrópoli”, anunció La Gazeta dieciocho días más tarde de la declaración independentista,
edición en la que también difundió el decreto por el que se dispuso iluminar el Cabildo durante
10 días como un modo de expresar los festejos porteños.
La Gazeta, fundada en junio de 1810, se imprimía en la Imprenta de los Niños Expósitos y en
apenas 4 hojas informaba sobre temas de gobierno, de países limítrofes embarcados también
en sus luchas independentistas, e información de España, Portugal y Estados Unidos, con un
formato de redacción ágil y sosteniendo los ideales libertarios de su fundador, Mariano Moreno.
“Época grande las Provincias Unidas del Río de la Plata”, titulaba La Gazeta en su página 2, y a
continuación publicaba el bando donde se leía que “Por quanto (sic) con fecha 9 del corriente
comunica a este gobierno el Excelentísimo Señor Director la importantísima resolución cuyo
tenor es como sigue: El Soberano Congreso de estas Provincias Unidas del Río de la Plata ha
declarado en esta fecha la independencia de esta parte de la América del Sud de la dominación
de los Reyes de España y su metrópoli”.
Detallaba que la declaración había sido por “aclamación plenísima de todos los representantes
de las Provincias y Pueblos Unidos juntos en Congreso la independencia del país de la
dominación de los reyes de España y su metrópoli”.
Decreto. A continuación, La Gazeta publicó -en página 3- el decreto por el cual Miguel de
Irigoyen y Francisco Antonio de Escalada, a cargo de la Comisión Superior Gubernativa
informaban al director supremo Juan Martín de Pueyrredón los festejos previstos en la Fortaleza
de Buenos Aires.
Se destacaba en el decreto “el más completo gozo por un evento suspirado por todo pecho
americano desde que cansados las Provincias de llevar por tres siglos las cadenas de la opresión
peninsular, se propusieron quebrantarlas borrando con acciones heroycas (sic) la memoria de
las pasadas humillaciones”.
Afirmaban que “este día amargo para los tiranos” despertaba la alegría de todos los ciudadanos
de estar “elevados, al fin, a la gloria de pertenecer a un Estado libre”.
Lamentaban que “la estrechez del presente momento”, no permitiera “proceder con toda la
pompa debida a celebrar la majestad de tan memorable suceso” pero destacaban que “desde
esta noche se iluminará por diez días consecutivos el palacio de su residencia, y lo mismo
ejecutará el excelentísimo Ayuntamiento en sus casas consistoriales”.
El decreto dejaba “al arbitrio de los habitantes de esta insigne ciudad el patentizar su
complacencia por iguales demostraciones” y “por medio de algunos signos que anuncien su
actual satisfacción”, y adelantaba que “interín con el tiempo se prepararán las fiestas que
correspondan a este instante feliz, sin olvidar el tributar a la Providencia las más rendidas
gracias”.
Albores. En otro artículo de ese mismo ejemplar, bajo el título ‘Observación’, La Gazeta
consideraba que “en el espacio de 7 años hemos tenido abiertas las puertas para un ajuste que
fuese decoroso a las dos partes discordes”, en alusión a España.
“En medio de los vehementes conatos de todos los pueblos por la independencia han observado
nuestros xefes (sic) la circunspección mas detenida en dar un paso que obstruyese todos los
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caminos de la reconciliación, pero los españoles sordos a la voz de sus propios intereses y al
clamor de nuestras quejas no han hecho otra cosa que provocar más y más nuestra cólera por
escenas sangrientas que horrorizan a la humanidad”, expresaba el periódico.
Afirma que “sabido pues lo que teníamos nosotros que esperar de los españoles era ya tiempo
de que ellos entendieses lo que tienen que temer de nuestra revolución” y finaliza contundente
remarcando que “ya que la razón no basta, la suerte de las armas la decidirá”.
La Casa Histórica de Tucumán poco tiene que envidiar las proezas del Ave Fénix. Al igual que el pájaro
que resurgió de entre sus cenizas, esta sencilla construcción de la segunda mitad del siglo XVIII fue
destruida y volvió a levantarse de entre sus escombros en tres ocasiones, dos de ellas, con fachadas
irreconocibles.
Los secretos de esta casona, que supo albergar con el mismo estoicismo a familias, congresales y a una
mula, fueron relatados a La Nación por el historiador y periodista tucumano Carlos Páez de la Torre.
Estudioso del pasado de su provincia y editorialista de La Gaceta durante los últimos 37 años, Páez de la
Torre empezó por descartar la tradicional imagen de la casa con fachada amarilla y puertas verdes, tal
como aparece en manuales escolares. "En documentos de la época de la Independencia está registrado
el uso de cal para el blanqueo de la casa. Todo indica que el edificio fue blanco", explicó.
Leoni Pinto también echó luz sobre el gesto de la propietaria de la casa en 1816, doña Francisca Bazán
de Laguna, que según la tradición les había "prestado" la casa a los congresales. El historiador comprobó
que el gobierno nacional ya había utilizado la parte delantera de la casa para alojar a las tropas del
Ejército del Norte mientras que la familia se las ingeniaba para vivir atrás, sin pagarles un centavo a los
sufridos propietarios.
Momento de gloria
La casona conocería su cuarto de hora de gloria en 1816, cuando llegó la noticia de que el Congreso
sesionaría allí. "La familia del gobernador tucumano, Bernabé Aráoz, que vivía a media cuadra de la casa,
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prestó la mesa para la jura. Los conventos de Santo Domingo y de San Francisco aportaron candelabros y
sillas talladas con asientos de suela y altos respaldos", enumeró. El broche de oro, por la noche, lo puso
el gobernador Aráoz, que ofreció un baile en su casa.
Cuando en febrero de 1817 el Congreso se trasladó a Buenos Aires, la casa volvió al llano. Aunque
todavía se la recordaba como la cuna de la Independencia, cayó en la decadencia durante varias
décadas, hasta que una ley de 1869 la convirtió en sede del Correo, el Telégrafo y el juzgado federal
tucumanos.
Ese mismo año, un fotógrafo italiano, Angel Paganelli, sacaría dos fotos que cambiarían el destino de la
casa histórica: una de la destruida fachada y otra de la galería. Con un gran cajón hermético montado en
un carro, Paganelli construyó un laboratorio ambulante y salió a las calles, rompiendo con la tradición de
retratar sólo a personas. Su objetivo era crear postales para los turistas que llegaban a Tucumán desde
Córdoba en el flamante ferrocarril.
Según el cronista Manuel Pérez, que vivió a fines del siglo pasado, el presidente Sarmiento ordenó
limpiar el alicaído Salón de la Jura.
Cuál no sería la sorpresa de los encargados de la tarea, cuando se encontraron con que Martín Olguín,
jefe del Correo que funcionaba en la casa, había transformado la venerable sala en un pesebre donde
dormía su mula. A causa de la profanación, Olguín fue despedido inmediatamente.
Según cuenta Páez de la Torre, el propio Avellaneda lamentaría más tarde lo que llamó "una herejía".
Un nuevo pedido de salvamento para la casona llegó en 1902, esta vez, dirigido al general Roca. Como
respuesta, se demolió todo el edificio, con la excepción del Salón de la Jura, que pasó a estar protegido
por un pabellón a dos aguas y paredes de vitrales franceses. Frente a la sala se abrió un patio con
palmeras y un enrejado con bajorrelieves en bronce de Lola Mora.
La Casa de Tucumán se reencontró con su identidad en 1942, cuando el gobierno le pidió al arquitecto
Mario Buschiazzo (reconstructor del propio Cabildo y de las ruinas jesuíticas) que la volviera a la vida.
Buschiazzo recuperó la foto de la casa que había tomado el italiano Paganelli y puso manos a la obra.
Como la sociedad tucumana ya miraba con desconfianza las labores de "reconstrucción", el arquitecto
hizo llamar a la prensa y dibujó con tiza el lugar donde deberían encontrarse los viejos cimientos. Ante la
mirada anonadada de los presentes, la excavación dejó al descubierto el esqueleto de la casona. A partir
de ese momento, la Casa de la Independencia volvió a ser lo que era.
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UNA CANCIÓN DE AQUÍ
A mi país yo lo quiero de veras
Pues me ha enseñando a izar su bandera
Me dio una casa donde aprendí
Que la mentira no sirve para vivir
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