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Al citar a Hölderlin, quería decir que la única salida sería la utopía comunista. Pero, ¿quién
la quiere, puesto que los intentos que se han hecho hasta ahora, en vez de ampliarla, se han
resuelto en una autocastración? La utopía comunista no es algo donde el hombre se sofoca
a sí mismo imponiéndose restricciones; por el contrario, es un proceso gradual de
superación de los límites, porque jamás acaba, jamás se concluye. Releyendo a Hölderlin
podemos ver cómo se amplia y se desarrolla, hasta transformarse en algo que puede ser una
esclusa de resistencia: hasta llegar al punto en que los hombres puedan vivir juntos sin ser
más una amenaza unos para los otros y para el ambiente.
Sin memoria del pasado no podemos inventarla utopía del futuro. También el pasado forma
parte de la utopía comunista. Si se lo niega o se lo suprime no se puede realizar el sueño
comunista. Si los vietnamitas pudieron resistir es porque tenían una memoria increíble, y
porque sabían que lo que estaba pasando en aquel momento ya había pasado, de manera
análoga pero diferente. Ya que los que se ocupa del presente son muchos, ¿por qué no
ocuparnos del pasado?
Estamos todos sofocados en la mediocridad. Nos venden un mundo en el que cada día hay
que renunciar a un sentimiento, y nos dicen que éste es el mejor de los mundos posibles.
Hacer un filme sobre el pasado, en cambio, significa recordar que hace tiempo, por
ejemplo, nos podíamos bañar en el río. También Marx y Engels al final de su vida hicieron
estudios sobre la explotación en el antiguo Egipto, o entre los asirios, o sobre épocas en las
que no había explotación, retrocediendo cada vez más en la historia.
Cuando terminamos nuestro verdadero primer largometraje, Cronik der Anna Magdalena
Bach (Crónica de Anna Magdalena Bach ), Danièle Huillet y yo habíamos hecho sólo dos
películas. La primera, de diecisiete minutos y treinta segundos, Machorka-Muff , hablaba
del desarme alemán y de la así llamada nueva comunidad europea de la defensa, después
del maccartismo y de la proscripción del partido comunista alemán. Luego, rearmaron
Alemania. El mismo Adenauer decía que al primer alemán que hubiese empuñado un fusil
habría tenido que pudrírsele la mano; sin embargo, después, él mismo se volvió un siervo
en los Estados Unidos, un esclavo del nuevo ejército alemán. La segunda película, que
duraba alrededor de una hora, Nicht Versöhnt (No reconciliados ), era la historia de una
familia de Colonia, del abuelo al nieto. Sólo después pudimos realizar nuestro primer
proyecto, Cronik der Anna Magdalena Bach : pasaron casi diez años, porque nadie quería
producirla. Hice esta película para los campesinos de la selva de Bavaria. Después,
filmamos otro cortometraje, y nos fuimos de Alemania.
El primer filme que hicimos en Italia se llamaba Othon , y por casualidad era en francés.
Estaba dedicado a los obreros de la Renault de París. Son sólo provocaciones, porque
sabemos que los campesinos ya no van al cine y mucho menos los obreros. Hoy en día sólo
se puede esperar que las películas lleguen cuando se transmiten por televisión. Es el caso de
Alemania, donde algunas películas se transmiten por primera vez a las once de la noche;
dos años después un poco más temprano; y luego, una tercera vez… De esta manera, las
ven personas que no saben quiénes son Brecht, Pavese, Hölderlin, Kafka, Schönberg,
Straub, y que se sorprenden frente a productos tan diferentes. Ésta es la razón por la cual
seguimos trabajando. No para el público de los cines d’essai, o de los festivales, donde hay
amigos que no lo necesitan.
Der Tod des Empedokles (La muerte de Empédocles ), para nosotros, es una película sobre
el futuro de los hombres. No tiene que ver ni con el presente ni con el pasado. Nuestro
punto de partida fue la toma de conciencia de Hölderlin, un hombre que vivió hace
doscientos años; un hombre que tenía algo más de olfato que los demás, algo más de
conciencia política y que, como poeta, reaccionó así. Retomemos su reflexión doscientos
años después, cuando todo lo que él presagiaba ha germinado y ha sucedido. Der Tod des
Empedokles vuelve a proponer algo que, más que con el presente, tiene que ver con el
futuro de la humanidad.
Un personaje del que no cabe sospechar, Chaplin, filmaba cien veces un mismo encuadre
hasta llegar a lo preciso. Cuando lo lograba, tiraba el resto; y tenía razón. Esta manera de
desechar es diferente a la del sistema del despilfarro y de la ganancia típico del capitalismo;
pero demanda valor. La naturaleza desecha aún más. En general, los artistas están
demasiado concentrados en sí mismo. Georges Roualt, el pintor francés, lo gró hacer que el
primer galerista que le había comprado sus cuadros tirara más de doscientos con los que no
se sentía satisfecho. Para esto se necesita mucho valor; pero es algo que hay que hacer.
De Der Tod des Empedokles , de dos horas y diez minutos, y de Schwarze Sünde (Pecado
negro ), hicimos cuatro versiones. Para la primera trabajamos un año y medio, aunque no
todos los días; pero los actores convivieron un año y medio con este texto, sobre todo el
intérprete de Empédocles, que mientras tanto seguía con su trabajo de docente. Después de
filmar fuimos descubriendo, de a poco, que teníamos la posibilidad de elegir las tomas:
había dos, tres, y hasta cuatro, casi buenas, que tenían ventajas y desventajas respecto de la
que considerábamos “mejor”. Antes de tirar lo que sobraba, hicimos cuatro ediciones de
ambas películas. Pero no es casualidad.
Cuando se hace una película hay que dar a las personas el gusto de vivir, el gusto del aire,
del viento y de la vida; y hacer sentir que la sociedad del progreso, del consumo, del
mercado y de la competencia, en lugar de darnos vida, nos la restringe cada día más con el
pretexto de ofrecernos bienes de consumo; pero la mierda que se compra se vuelve cada
vez más mierda. El cine tiene que hacer algo diferente a la mierda que estamos obligados a
comprar en el supermercado. Hemos llegado al punto en que dentro de poco nos venderán
leche que los chicos no podrán tomar. Hace tiempo, el armario que compraba un campesino
duraba cuatro generaciones; el armario que te venden ahora se rompe en diez años. Así
también los puentes, las calles, los zapatos. El primer par de zapatos del modelo que uso me
duró diez años; el segundo cinco, y ahora, después de un año se despegan, se agujerean,
dejan entrar el agua. Es necesario hacer sentir que por la ilusión de capturar una presa no
nos queda más que la sombra de nuestra vida. Un tipo que conozco dijo: “Yo fabrico un
objeto que debería durar al menos el tiempo que necesita un árbol para volver a crecer. Éste
es el contrato con la naturaleza”. Hoy todo va en la dirección contraria. Se fabrican
desechos que nos están sofocando. Ya no se sabe dónde tirarlos. No se pueden quemar las
gomas de los autos o las botellas de plástico porque producen dioxina que no se va más.
Antes, el campesino que quemaba su propio armario no contaminaba, porque quemaba
madera y porque otros tres árboles habían tenido tiempo de crecer.
Dar la sensación de que no vivimos en el mejor de los mundos posibles: esto es lo que
tratamos de hacer con nuestras películas. Ya lo decía Buñuel: todos los que nos hacen creer
que estamos mejor que antes son unos mentirosos. Decir que todo va a estar cada vez mejor
es la mentira más grande, porque todo va a estar cada vez peor, hasta que a nuestro
alrededor no quede más que desierto.
La política de mercado y de los imbéciles que están al servicio del mercado, que nos
gobiernan y que no son más que muñecos al servicio de las multinacionales, programó la
vida para dos o tres generaciones más a lo sumo. Hace cincuenta años un padre y una
madre podían esperar que el futuro de sus hijos fuese diferente. Hoy ya no es posible.
Estamos programados por las centrales nucleares para dos o tres generaciones. Por otro
lado, nos venden una forma de vida basada en lo efímero, en el momento que se desvanece.
Hace veinte años, en los salones romanos, Agnelli decía: “A mí qué me importa: sé muy
bien que dentro de diez años la Fiat habrá quebrado”. Duró algo más porque el capitalismo
tiene el cuero duro. Pero los industriales razonan de este modo. Su moral es time is money .
La idea inicial del hombre, en cambio, era otra: cuando Dios creó el tiempo, había de sobra,
dice un proverbio irlandés. Hoy vivimos en el stress , y dicen que vivimos mejor. Lo
llaman stress y se mueren todos: también los hombres de negocios. No tienen tiempo y sus
compromisos con el jet set terminan por provocarles el infarto. Su mentalidad es la de
“después de mí, el diluvio”. “Después de mí”, es decir también antes de mi muerte. No les
importa si el mundo no será vivible para sus hijos y nietos. No les importa lo que sucederá
dentro de diez años; basta con que puedan seguir acumulando ganancias. No importa si
después cierran y dejan en la calle a millones de obreros. No les importa, total por ahora
sigue funcionando. Esto es lo que llaman programación, pero no es más que pura y simple
locura colectiva, cinismo a nivel planetario.
Con respecto a mi método, el espacio, me haría falta un pizarrón. Haría dibujos para indicar
cómo se construye el espacio, dónde se pone la cámara, cómo se descubre la distancia entre
un personaje y otro. Por ejemplo, si el acusador tiene que estar en una posición de fuerza o
de debilidad respecto del condenado o del acusado, y viceversa. El trabajo que debería
hacer cada cineasta es éste: conocer las relaciones recíprocas de las distancias que hay entre
los personajes y entre los objetos, conocer las relaciones de fuerza, de clase y de
sentimientos en ese momento determinado y en esa situación determinada. Saber cuánto
aire tiene que haber sobre la cabeza de un personaje, cuándo es oportuno filmarlo desde lo
alto, cuándo desde la misma altura y cuándo desde abajo. Si es oportuno encuadrar la
cabeza, las manos y los pies. Esto es el pan de cada día de quien hace filmes, y debería ser
así para todo cineasta que tenga sentido de la responsabilidad. Hoy, en cambio, los señores
que hacen películas te quieren mostrar algo antes de haberlo visto: no son cineastas, son
paracaidistas que pisan lo que encuentran debajo de sus zapatos. Tienen la cabeza y el
corazón vacíos. No son capaces de la mínima rebelión, ni del mínimo amor, ni del mínimo
sentimiento. No saben más qué son y no tienen la más mínima relación con el espacio y con
el mundo exterior, con sí mismos, con sus propios sentimientos y con la realidad. Lo que
muestran baila sobre las pantallas, pero uno no ve nada; no existe, está vacío.
El primer trabajo tiene que hacerse con uno mismo, sobre las propias experiencias, sobre la
propia consciencia; no se tiene derecho a ponerse al servicio de una cámara que filma por sí
misma sin que haya detrás de ella la más mínima conciencia. Hoy el hombre está al servicio
de las máquinas, y también los cineastas. La cámara no está a disposición del que hace
filmes: es el cineasta el que se arrodilla delante de la cámara y se transforma en su presa
(1). El cineasta se arrodilla delante de esta cámara como delante del becerro de oro. En
cambio, si seguimos haciendo filmes es porque queremos dar la posibilidad –si ya no es
demasiado tarde- del gusto de luchar por defender nuestro planeta. Ésta es nuestra tarea: el
gusto, el placer del aire, del agua, del viento, del sol, de la luz, de la tierra; el gusto por
defender todo esto de quienes lo quieren destruir.
***
1. Juego de palabras intraducible con “macchina da presa” (cámara) que se transforma en
“macchina da preda” (máquina de caza). [N. de la T.]