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Evangelii Gaudium del Papa Francisco – resumen

tiempodeevangelizar.org

Nicolás Lafferriere 17/02/2014

El 24 de noviembre de 2013, al clausurar el Año de la Fe, el Papa Francisco presentó la


exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio), dirigida “a los fieles
cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar
caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (EG 1).

Se trata de un muy rico texto y desde Tiempo de Evangelizar queremos proponer un resumen
de sus contenidos con la intención de estimular la posterior lectura del documento mismo.

Introducción:

La exhortación comienza con una introducción dividida en tres apartados:

I. Alegría que se renueva y se comunica (2-8): aquí el Papa brinda un rico resumen de la
centralidad que la alegría tiene en el Evangelio y en la Biblia y que surge del encuentro con
Jesús y la presenta como respuesta ante “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y
abrumadora oferta de consumo”, que “es una tristeza individualista que brota del corazón
cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia

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aislada” (EG 2). “Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se
convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la
autorreferencialidad” (EG 8).

II. La dulce y confortadora alegría de evangelizar (9-13): aquí el Papa señala la alegría que
trae al creyente la evangelización y cómo el Evangelio es una eterna novedad, invitando a
confiar en la primacía de la gracia de Dios y no en las propias fuerzas y a ser evangelizadores
“memoriosos” (EG 13).

III. La nueva evangelización para la transmisión de la fe (14-18): En este apartado, explica


el Papa que la exhortación surge como pedido del Sínodo para los Obispos sobre la Nueva
Evangelización para la Transmisión de la Fe que se hizo en octubre de 2012. También
presenta los límites de la Exhortación y sus principales contenidos.

Capítulo primero: La transformación misionera de la Iglesia

Este capítulo se divide en cinco apartados que quieren plantear los criterios que el Papa
propone para que la Iglesia se coloque toda ella en clave misionera en respuesta al mandato
de Jesús (Mt 28, 19-20).

I. Una Iglesia en salida (20-24): con el modelo de Jesús y los Apóstoles, el Papa exhorta a
cada cristiano y cada comunidad a “salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas
las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20). El encuentro íntimo con Jesús lleva
a una “intimidad itinerante” y es una “comunión misionera” y propone el Papa un esquema en
pasos para esa salida de sí: “Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar” (EG
24).

II. Pastoral en conversión (25-33): el Papa reconoce que no se puede “dejar las cosas como
están” y pide a todas las comunidades una “conversión pastoral y misionera” (EG 25). Así,
para tal conversión recuerda a Pablo VI y al Concilio Vaticano II que enseñan que la
renovación de la Iglesia se realiza en fidelidad a la propia vocación (EG 26) y quiere que esa
renovación alcance todo: costumbres, estilos, horarios, lenguaje y toda estructura (EG 27).
Así, pasa revista a algunos aspectos de esa renovación para la parroquia, los movimientos e
instituciones eclesiales, las diócesis, el Obispo y el Papado.

III. Desde el corazón del Evangelio (34-39): luego de señalar que la Iglesia tiene que
“convertirse”, el Papa se detiene a explicar cómo la evangelización debe presentar “el núcleo
esencial del Evangelio” que otorga “sentido, hermosura y atractivo” a todos los contenidos de
la fe (EG 34). El Papa escribe teniendo presente que hoy ante “la velocidad de las
comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios, el mensaje
que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado” (EG 34). Se refiere a la
jerarquía de verdades en la doctrina católica (EG 36) y también a la jerarquía de las virtudes,
señalando la principalidad de la ley nueva que está en la gracia del Espíritu Santo, que se
manifiesta en la fe que obra por el amor (EG 37, con cita de Santo Tomás de Aquino). Pide
entonces que no mutilemos la integralidad del mensaje del Evangelio.

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IV. La misión que se encarna en los límites humanos (40-45): en la misión, el Papa señala
por un lado la existencia de distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral que
enriquecen a la Iglesia y desarrollan mejor la inagotable riqueza del Evangelio (EG 40) y se
detiene en la importancia del lenguaje para que el anuncio del Evangelio y su belleza sea
mejor percibida por todos. Refiere a algunas costumbres propias de la Iglesia que no están
directamente ligadas al núcleo del Evangelio y que pueden ser revisadas y también a algunos
preceptos eclesiales (EG 43). Pone especial énfasis en la importancia de acompañar con
misericordia y paciencia las etapas de crecimiento de las personas, porque la tarea
evangelizadora “se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias” (EG 45).

V. Una madre de corazón abierto (46-49): remitiendo al pasaje del hijo pródigo y el padre
misericordioso, el Papa señala que quiere una Iglesia “de puertas abiertas”, que no sea una
“aduana”, sino “la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG
47).

Capítulo segundo: En la crisis del compromiso comunitario

Luego de haber presentado los criterios que deben guiar a la Iglesia en su renovación para
cumplir con el mandato misionero de Jesús, en dos apartados en el capítulo II el Papa realiza
un agudo diagnóstico tanto de la cultura que condiciona la actividad evangelizadora, como de
las tentaciones propias de los agentes evangelizadores.

I. Algunos desafíos del mundo actual (52-75): este primer apartado es un actualizado
diagnóstico cultural de cara a la tarea evangelizadora de la Iglesia. Comienza con una fuerte
interpelación:

“No a una economía de la exclusión (53-54)”,


“No a la nueva idolatría del dinero (55-56)”,
“No a un dinero que gobierna en lugar de servir (57-58)”,
“No a la inequidad que genera violencia (59-60)”.

Estos pasajes son una fuerte denuncia de una “crisis antropológica: ¡la negación de la
primacía del ser humano!” (EG 55) y hay un rechazo de la ética y de Dios (EG 57).

En este apartado también se refiere a “algunos desafíos culturales” (61-67), entre los que se
encuentran el relativismo, la persecución religiosa, una cultura predominante donde “lo real
cede el lugar a la apariencia”, una globalización que se impone sin respetar la fisonomía
cultural de los pueblos, unos nuevos movimientos religiosos que, por un lado tienden al
fundamentalismo y por el otro a una espiritualidad individualista sin Dios (EG 63). Refiere a las
consecuencias del proceso de secularización que lleva a “una creciente deformación ética, un
debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del
relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada” (EG 64), a la “crisis cultural
profunda” que atraviesa la familia y al estilo de vida individualista que debilita los vínculos.

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En ese contexto, señala los “desafíos de la inculturación de la fe” (68-70) y la importancia de
evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. También analiza los “desafíos de las
culturas urbanas” (71-75), en un novedoso enfoque que señala cómo en la ciudad lo religioso
está mediado por diferentes estilos de vida y la necesidad de “imaginar espacios de oración y
de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas para los habitantes
urbanos (EG 73). Pide a la Iglesia llegar “allí donde se gestan los nuevos relatos y
paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las
ciudades” (EG 74). Finalmente presenta los “males urbanos” y la importancia de la Iglesia de
vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos.

II. Tentaciones de los agentes pastorales (76-109): con la sabiduría de un padre espiritual,
el Papa realiza una profunda interpelación a los agentes evangelizadores sobre sus actitudes
más profundas y su fidelidad al Evangelio. Así,

el Papa pide una espiritualidad misionera llena de entusiasmo, como respuesta a la


caída del fervor, al individualismo de los agentes pastorales y a una crisis de identidad
que surge por el relativismo que mina las propias convicciones (78-80).
También pide la alegría evangelizadora como respuesta a la acedia egoísta que paraliza
(81-83).
Otra tentación que denuncia el Papa es el “pesimismo estéril” al que contrapone la
esperanza cristiana (84-86).
Ante la tentación del aislamiento, de la sospecha, la desconfianza y el temor a ser
invadidos, el Papa pide a la Iglesia que no nos dejemos robar la comunidad y las
“relaciones nuevas” que genera Jesucristo (87-92).
Otra firme denuncia del Papa se refiere a la mundanidad espiritual, que es un mal que
afecta al cristiano de modo que no busca la gloria de Dios sino la gloria propia y los
propios intereses y pide que no nos dejemos robar el Evangelio (93-97).
Finalmente, denuncia la tentación de la “guerra entre nosotros”, que lleva a las
divisiones, calumnias, difamaciones, enfrentamientos al interior de la Iglesia y nos pide
vivir el ideal del amor fraterno (98-101).

El capítulo termina con “otros desafíos eclesiales” (102-109), en los que se refiere a los laicos,
a la mujer en la Iglesia, a la pastoral juvenil, a las vocaciones a la vida consagrada y el
sacerdocio y termina pidiendo a las comunidades que completen el diagnóstico y que se
renueven en la fuerza misionera.

Capítulo tercero: El anuncio del Evangelio

Luego del agudo diagnóstico sobre los condicionamientos culturales y las tentaciones que
amenazan a los agentes evangelizadores, el Papa dedica el tercer capítulo a la proclamación
explícita de que Jesús es el Señor, que debe primar en toda actividad evangelizadora (EG
110). Este anuncio lo realizada todo el Pueblo de Dios (I), otorgando un lugar especial a la
homilía (II), a la preparación de la predicación (III) y a la evangelización para profundizar el
kerygma por la catequesis, la educación, el acompañamiento personal, dando centralidad a la
Palabra de Dios (IV):
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I. Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio (111-134): en este apartado el Papa
recuerda que la salvación de Dios es “para todos” y que todos están llamados a formar parte
del Pueblo de Dios (112-114). Para el Papa, “Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo
aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de
relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana. Este pueblo que
Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia” (EG 113). Ese pueblo asume muchos rostros,
de modo que las enseñanzas del Papa se refieren a la relación entre el Evangelio y las
culturas (115-118). Para responder a quienes piensan que la evangelización es tarea de
algunos, el Papa insiste en que todos estamos llamados a ser discípulos misioneros (119-
121). Con estas precisiones, el Papa reflexiona sobre la fuerza evangelizadora de la piedad
popular (122-126), señalando que “en la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe
recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo” (EG 123). También realiza una
propuesta muy clara y accesible para una predicación informal accesible a todos y en todos
los lugares, a través de la evangelización persona a persona (127-129), y sobre el lugar de los
carismas al servicio de la comunión evangelizadora (130-131). Finalmente, presenta algunas
reflexiones sobre la evangelización en el campo de la cultura, el pensamiento y la educación
(132-134).

II. La homilía (135-144): el Papa otorga un lugar central de su exhortación a la renovación


eclesial en torno a la homilía en la convicción que “la homilía puede ser realmente una intensa
y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente
constante de renovación y de crecimiento” (EG 135). El Papa la ubica en su contexto litúrgico
(137-138) y recuerda que “la homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a
la lógica de los recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración”.
Señala como modelo “la conversación de la madre” (139-141) y exhorta a dar palabras que
hacen arder los corazones (142-144).

III. La preparación de la predicación (145-159): para el Papa, preparar la predicación “es


una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración,
reflexión y creatividad pastoral” (EG 145). El Papa pide que ante el texto bíblico, con la ayuda
del Espíritu Santo, se evite todo intento de manipulación, se haga un acto de amor y se
busque el mensaje central, en lo que llama un “culto a la verdad” (146-148). Para el Papa es
fundamental que el predicador viva la personalización de la Palabra (149-151), pues “Jesús se
irritaba frente a esos pretendidos maestros, muy exigentes con los demás, que enseñaban la
Palabra de Dios, pero no se dejaban iluminar por ella” (EG 150). En particular, propone la
lectura espiritual o “lectio divina”, como “forma concreta de escuchar lo que el Señor nos
quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu” (152-153). También
insiste el Papa que el predicador tenga “un oído en el pueblo” (154-155) y se detiene en la
importancia de los recursos pedagógicos (156-159).

IV. Una evangelización para la profundización del kerygma (160-175): retomando la parte
final del mandato misionero de Jesús, que pide que se les enseñe “a observar todo lo que os
he mandado” (Mt 28,20), el Papa dedica el último apartado de este capítulo a la formación
para profundizar el kerygma. Aquí enfatiza la centralidad del kerygma, que “es trinitario. Es el
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fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con
su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre” (EG
164). Así, explica algunos criterios para la renovación de la catequesis de modo que sea
“kerygmática y mistagógica” (163-168). Luego propone la importancia del “acompañamiento
personal de los procesos de crecimiento” (169-173) y señala la centralidad de la Palabra de
Dios (174-175).

Capítulo cuarto: La dimensión social de la evangelización

Luego de haber reflexionado sobre el anuncio explícito del Evangelio, en el capítulo cuarto el
Papa quiere compartir sus “inquietudes acerca de la dimensión social de la evangelización
precisamente porque, si esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el
riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora” (EG
176). Para ello, desarrollará las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma (I), la
inclusión social de los pobres (II), el bien común y la paz social (III) y el diálogo social como
contribución a la paz (IV).

I. Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma (177-185): el Papa enfatiza que
“el kerygma tiene un contenido ineludiblemente social” (EG 177) y de allí que presente la
relación entre la confesión de la fe y el compromiso social (178-179). Es clave en este sentido
la confesión trinitaria con la dignidad de la persona humana (EG 178). En este sentido,
conecta esta dimensión social con el Reino de Dios que nos reclama (180-181) y se detiene a
decir una palabra, ante las tendencias laicistas, sobre el lugar que tiene la enseñanza de la
Iglesia sobre cuestiones sociales (182-185), afirmando enfáticamente: “nadie puede exigirnos
que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la
vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil,
sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos” (EG 183).

II. La inclusión social de los pobres (186-216): en uno de los apartados más largos de todo
el documento, el Papa se detiene mucho en la importancia de escuchar el clamor de los
pobres. En primer lugar, señala que si nos unimos a Dios, escuchamos el clamor de Dios
(187-192), y retomando las palabras de Jesús en la multiplicación de los panes (Dénles de
comer ustedes mismos), dirá que ello “implica tanto la cooperación para resolver las causas
estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los
gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que
encontramos” (EG 188). Recuerda que esta opción por los pobres supone una fidelidad al
Evangelio “para no correr en vano”, como afirma San Pablo en Gálatas 2,2 (193-196). El Papa
se refiere al lugar privilegiado de los pobres en el pueblo de Dios (197-201), y es firme al
afirmar que “nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de
vida implican prestar más atención a otros asuntos” (EG 201). Se detiene luego en algunos
desafíos de la economía y distribución del ingreso (202-208) y en la tarea eclesial de cuidar la
fragilidad (209-216): los más pequeños, los lentos, débiles o menos dotados (EG 209), las
nuevas formas de pobreza y fragilidad (los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados,
los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, y los migrantes (EG
210), las personas que son víctimas de la trata (211), las mujeres que sufren exclusión,
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maltrato y violencia (212), los niños por nacer a quienes se les quiere negar la vida, aclarando
que “no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión” (214), pero
también señalando que “hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres
que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una
rápida solución a sus profundas angustias” (214). Finalmente también habla de la fragilidad
del conjunto de la creación (215).

III. El bien común y la paz social (217-237): recordando que “la dignidad de la persona
humana y el bien común” son los dos ejes centrales de la vida social, el Papa se detiene a
proponer cuatro “principios” necesarios para avanzar en la construcción “de un pueblo en paz,
justicia y fraternidad”. Estos cuatro principios son:

El tiempo es superior al espacio (222-225): aquí enfatiza la importancia de los procesos


para construir un pueblo, sabiendo que ello nos permite trabajar a largo plazo, sin
obsesionarse por resultados inmediatos.
La unidad prevalece sobre el conflicto (226-230): para el Papa, en la sociedad el
conflicto no puede ser ignorado o disimulado, sino que tiene que ser asumido, sin
detenerse en la coyuntura conflictiva sino percibiendo “el sentido de la unidad profunda
de la realidad” (EG 226). “Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el
eslabón de un nuevo proceso: ¡Felices los que trabajan por la paz!” (227). Formula aquí
por primera vez la propuesta de un “pacto cultural” que luego retomará en el apartado
dedicado al diálogo.
La realidad es más importante que la idea (231-233): para el Papa, existe una tensión
bipolar entre la idea y la realidad y señala que es peligroso vivir en el reino de la sola
palabra, de la imagen, del sofisma y por ello concluye que la realidad es superior a la
idea (231). Este criterio hace a la Encarnación de la Palabra y su puesta en práctica
(233).
El todo es superior a la parte (234-237): finalmente, recogiendo la tensión entre
globalización y localización, el Papa señala que “se trabaja en lo pequeño, en lo
cercano, pero con una perspectiva más amplia” (235), siguiendo el modelo del “poliedro”
que “refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su
originalidad” (236).

IV. El diálogo social como contribución a la paz (238-258): luego de haber desarrollado la
importancia de la dignidad humana (II) y del bien común (III), el capítulo se cierra con unas
orientaciones sobre la evangelización y el camino del diálogo. Así, señala tres campos de
diálogo para la Iglesia: “con los Estados, con la sociedad –que incluye el diálogo con las
culturas y con las ciencias- y con los otros creyentes que no forman parte de la Iglesia
Católica” (238). Aquí el Papa ofrece la colaboración de la Iglesia para con las autoridades
nacionales e internacionales y vuelve sobre la idea de un “pacto social y cultural”, exhortando
a “una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y
acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin
exclusiones” (EG 239). El documento se detiene luego en el diálogo entre la fe, la razón y las

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ciencias (242-243), el diálogo ecuménico (244-246), las relaciones con el Judaísmo (247-249),
el diálogo interreligioso (250-254) y finaliza con el diálogo social en un contexto de libertad
religiosa (255-258).

Capítulo quinto: Evangelizadores con Espíritu

En el capítulo final, el Papa se propone ofrecer “algunas reflexiones acerca del espíritu de la
nueva evangelización” (260), invocando al Espíritu Santo que es “el alma de la Iglesia
evangelizadora”, para que venga a “renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz
salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos” (261). Este capítulo tiene dos
apartados: por un lado, las motivaciones para un renovado impulso misionero (I) y por el otro,
la presentación de María, Madre de la Evangelización (II).

I. Motivaciones para un renovado impulso misionero (262-283): para el Papa, los


evangelizadores tienen que evitar propuestas parciales y desintegradoras y deben conjugar
oración y trabajo: “no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y
misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme
el corazón” (262). Así, propone cuatro motivaciones que nos pueden ayudar a imitar el
ejemplo de los primeros cristianos:

La primera motivación es el encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva
(264-267), invitando a que todos hagamos experiencia del amor de Dios, pues “una
persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a
nadie” (266).
La segunda motivación es el gusto espiritual de ser pueblo (268-274), que significa
“estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un
gozo superior” (268), tener la pasión por su pueblo que tuvo Jesús, como modelo. Aquí
tiene palabras muy interpelantes para los laicos, al decir que “hay que reconocerse a sí
mismo como marcado a fuego” por la misión de “iluminar, bendecir, vivificar, levantar,
sanar, liberar” de modo que cada uno pueda decir “yo soy una misión en esta tierra”
(273).
La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu (275-280): ante la tentación del
pesimismo, el fatalismo y la desconfianza y la idea de que nada se puede cambiar, hay
que descubrir que “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra
esperanza” (275) y que la fe es creer que es verdad que Jesús “nos ama, que vive y que
es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal
con su poder y con su infinita creatividad” (278), descubriendo el “sentido de misterio” y
la certeza de una fecundidad a veces invisible, inaferrable y que no puede ser
contabilizada (279). También es confianza en el Espíritu Santo que viene en ayuda de
nuestra debilidad (Rm 8, 26).
La fuerza misionera de la intercesión (281-283): finalmente, propone una forma de
oración que “nos estimula particularmente a la entrega evangelizadora y nos motiva a
buscar el bien de los demás: es la intercesión” (281). La intercesión es como “levadura
en el seno de la Trinidad” (283), siguiendo el ejemplo del “gran evangelizador” que es
San Pablo.
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II. María, la Madre de la evangelización (284-288): la exhortación culmina con una mirada
de hijos a María, que está en medio del pueblo cuando se invoca al Espíritu Santo en
Pentecostés. El Papa presenta a María como el regalo de Jesús a su pueblo (285-286) y la
presenta como Estrella de la nueva evangelización (287-288), en tanto ella “intercede” por la
nueva etapa evangelizadora, y es “modelo” de evangelización a través de un “estilo mariano
en la actividad evangelizadora de la Iglesia” (288), en una “dinámica de justicia y ternura, de
contemplar y caminar hacia los demás”.

La exhortación concluye con una hermosa oración a María, invocada como Virgen y Madre,
como Estrella de la Evangelización.

Damos gracias a Dios por este documento programático del Papa Francisco, rezamos por su
persona y por sus intenciones, y sobre todo por toda la Iglesia para que asuma este llamado a
salir de sí para una nueva evangelización.

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