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ROCOCÓ

Contexto histórico
El siglo XVIII comenzó con Europa de nuevo en guerra. La guerra de Sucesión
española (1701-1714) implicó a todos los países europeos. Luis XIV reinaba en
Versalles y Francia se encontraba en la cima del poder. Sin embargo, conforme
avanzaba el siglo, se atisbaba un cambio en el horizonte.

La industria y el comercio prosperaban, pero este hecho no era impulsado por


los monarcas europeos o por la nobleza. En el continente, una clase media
urbana, la burguesía, protagonizaba muchos de sus acontecimientos. En
Francia, la esfera de influencia del arte, la cultura y la moda se traslada de
Versalles a París. allí, en los salones y hotels particulieres, los intelectuales se
mezclaban con la clase emergente, discutían de filosofía y comentaban las
novedades mundiales.

Como la burguesía gozaba de una nueva e influyente posición, desaparece el


imperante estilo barroco y es reemplazado por el rococó, un suntuoso estilo que
influyó en el diseño de interiores, la moda y la arquitectura entre 1715 y 1775.
Derivado de la palabra francesa rocaille (que significa “rocalla” o “incrustación
de conchas”), el rococó (a veces conocido como estilo Luis XV) abogaba por el
ornamento, las sinuosas volutas y las formas curvilíneas.

Así como el barroco influyó en el vestido de la corte de Luis XIV y en el estilo de


la sastrería europea, el rococó extendió su dominio también a la moda. Durante
el reinado de Luis XV, la industria textil adquirió un enorme desarrollo. Cintas,
encajes, frunces, escarolados, flores de seda y mariposas decoraban los trajes
de los poderosos.

Al asentar Luis XV su nueva posición como monarca, su relación con Madame


de Pompadour floreció. Su gusto por el rococó – el arte de François Booucher,
pintado en bellos tonos pastel; la decoración de chinerías y la porcelana
producida en Sèvres, una fábrica que Madame de Pompadour construyó en
1736 para elaborar porcelana francesa al modo sajón – transformó el aspecto
de Versalles y se extendió a los salones de toda Europa.

Hasta la Revolución Francesa, el mundo miraba a Francia como inspiración


estética. España, Italia y Portugal atravesaban momentos difíciles. Más
prósperos eran los principados germánicos de Austria, Prusia y Rusia. En medio
de la guerra de Sucesión austriaca, Prusia tomó Silesia y puso los ojos en Viena.
María Teresa, emperatriz de Austria y reina de Hungría (y madre de María
Antonieta), defendió su país firmado una alianza con Rusia y los Borbones.
Su autonomía aumentó después, cuando su hija se casó con Luis XVI y se
convirtió en reina de Francia. Mientras tanto, Pedro el Grande, zar de Rusia,
elevó su país a un nuevo rango de importancia mundial y acometió esta tarea
adoptado el traje occidental. Su sucesora, Catalina la Grande, la retomó donde
él la había dejado. Federico el Grande habría transformado Prusia en una
potencia mundial y se recompensó a sí mismo con el palacio de Sans Souci, en
Postdam, una réplica de Versalles.

Durante el Siglo XVIII, Inglaterra culminó su ascenso a potencia mundial. Las


colonas americanas habían enriquecido a los ingleses y pronto Canadá fue
arrebatado a Francia. La India fue la siguiente conquista inglesa. Buckingham
House – diseñada por William Winde en 1702 para el duque de Buckingham –
fue adquirida por 28.000 libras en 1762 por Jorge III, rey de Inglaterra, quien
la estableció como su residencia oficial en Londres.

En 1820, el arquitecto John Nash recibió el encargo de Jorge IV de diseñar un


nuevo palacio en aquel lugar. Desde su adquisición en el Siglo XVIII, el palacio
de Buckingham ha servido como residencia oficial de la monarquía británica.

Al otro lado del Atlántico, las colonias americanas habían organizado una nueva
sociedad y con ella, un rentable estilo de vida pionero. En 1776, Estados Unidos
declaró su independencia y la nueva nación se liberó de lo que consideraban
anticuadas normas de Jorge III:

La segunda mitad del Siglo XVIII vio surgir en el mundo la era de la ilustración.
La filosofía de la ilustración, un movimiento cultural de origen germánico;
defendía la razón sobre la autoridad. El filósofo Voltaire (cuyo verdadero
nombre era François Marie Arouet) fue su principal defensor en Francia y uno
de los fundadores de la Enciclopedia francesa, publicada en 1751 con el
propósito de llevar el conocimiento al pueblo.

Las ideas de Voltaire eran fomentadas en las cortes de Federico el Grande de


Prusia y de Catalina la Grande. Voltaire fue encarcelado dos veces por sus
teorías revolucionarias, que atacaban el Antiguo Régimen francés. El tema
esencial de sus ensayos, poemas y otras obras era Ecrasez L´infame (aplastar
los abusos). El objetivo de Voltaire eran los que ejercían el poder: los líderes
eclesiásticos, el gobierno y la élite social. Voltaire colaboró en el crecimiento de
la semilla que desembocó en la Revolución francesa. En esta tarea también
participó el filósofo francés, nacido en Suiza, Jean-Jacques Rousseau, cuyo
Contrato social, publicado en 1762, estipulaba que “el hombre nace libre y es
encadenado en todas partes”.

Aunque María Antonieta defendió a Rousseau y a los filósofos librepensadores


del momento, calculó mal su impacto. Mientras ella se recreaba en el Hameau,
su jardín paradisiaco de Versalles, los sans-culottes – trabajadores y
agricultores – agitaban las calles de París. En mayo de 1789, Luis XVI convocó
en Versalles los estados generales (el equivalente francés del parlamento) y
promulgó leyes suntuarias en las que estipulaba que los nobles, los clérigos y el
tercer estado (los plebeyos) debían adoptar un “traje apropiado”.

Los nobles llevarían oro y brocados, medias blancas y sombrero con plumas; los
clérigos, túnicas púrpura y el tercer estado, un oscuro y triste uniforme. Su
enfoque no fue acertado y resultó ser una débil medida para controlar la
situación. Seis semanas después, las demandas del tercer estado – los
impuestos injustos constituían uno de los muchos motivos de queja – habían
vencido a la monarquía.

En diez violentos años, Francia dejó de ser una monarquía absoluta y se


convirtió en una república. Luis XVI y María Antonieta murieron en la guillotina.
Todas las iglesias fueron cerradas y las propiedades, vendidas en beneficio del
estado. Los ligeros, despreocupados y suntuosos ideales del rococó, difundidos
durante el siglo, fueron reemplazados por la brusca, práctica e independiente
era de la revolución.

La mujer

En el Siglo XVIII, las mujeres estaban preparadas para alcanzar una mayor
autonomía. Rose Bertín es uno de los más famosos ejemplos del nuevo tipo de
mujer de este siglo, una mujer que gozaba de mayor libertad. Hija de un policía
de provincias, fue la marchande de modes 1 de María Antonieta y se relacionó
con la realeza. En los Siglos XVI y XVII, sólo las viudas y las hijas de algunos
hombres ricos y poderosos podían vivir su propia vida. Durante el Siglo XVIII,
sin embargo, al aumentar la independencia de la mujer con respecto al hombre
y el dinero, incluso mujeres de la escala social más baja podían moverse en
nuevas áreas, montar sus propios negocios, abrir salones y escribir libros.

La emperatriz María Teresa (1717-1780), heredera de los tronos de Hungría y


Bohemia, sirvió como archiduquesa de Austria cuando su padre, Carlos VI,
murió en 1740 y defendió con éxito a sus súbditos del resto de Europa durante
la guerra de Sucesión austriaca (1740-1748) y la guerra de los Siete Años
(1756-1763). No compartía la afición a la moda y el gusto por las frivolidades
de su hija María Antonieta. Por el contrario, su principal preocupación era el
poder.

1
Comerciante de modas, profesión relativa a la venta de todo tipo de adornos y complementos del
vestir.
María Teresa no era famosa por su belleza (de mayor la gente la llamaba “la
gorda”), y su marido, el emperador Francisco I (1708-1765), era un inepto.
Cuando él murió, María Teresa previno a una confidente sobre el matrimonio
con un hombre incapaz de gobernar. El grandioso traje de la corte estaba
prescrito: los hombres llevaban una casaca roja encima de un chaleco dorado y
las mujeres, un vestido con bordados dorados y plateados, y adornos de
encaje. La sociedad sobre la que reinaba María Teresa estaba dividida en cinco
estamentos; cada uno de ellos se identificada por su atuendo, que era
establecido por la corte.

Catalina la Grande (1729-1796) se convirtió en emperatriz de Rusia después de


que su marido, Pedro III, fuera asesinado y reinó durante treinta y cuatro años.
Se consideraba una mujer que se había hecho a sí misma. Tuvo éxito en la
expansión del Imperio ruso: en 1772 se anexionó el territorio vecino de Polonia.
Pensadora liberal pero gobernante conservadora, por no decir represiva, fue
mecenas de Diderot y Voltaire. Así como Pedro el Grande miraba a Francia
como inspiración estética, Catalina odiaba esta frivolidad.

Las condiciones eran más primitivas en su amada Rusia que en Europa


occidental. Durante un viaje que realizó en su juventud, fue obligada a acampar
en tiendas, a cambiar entre charcos y a vestirse sola en la cocina. Cuando
ascendió al trono las cosas cambiaron, incluida su actitud ante los extranjeros.
Catalina la Grande construyó palacios, casas de campo, parques, escuelas y
hospitales en San Petersburgo y Moscú y se propuso la educación de las clases
medias. Le gustaba la pintura, la escultura, las joyas y las alfombras, que
compraba a coleccionistas privados de toda Europa.

Como Diana de Poitiers en el Siglo XVI, Madame de Pompadour (1721-1764),


cuyo verdadero nombre era Jeanne-Antoinette Poisson, llegó a ser la favorita
del rey de Francia y la más famosa cortesana francesa. Luis XV vio por primera
vez a la marquesa durante una cacería. Después de un lujoso baile de máscaras
celebrado en Versalles (en ocasiones se abrían al público, con el único requisito
de que los invitados fueran bien vestidos), al que la marquesa acudió disfrazada
de Diana cazadora se convirtió en la favorita oficial del rey y se instaló en la
corte.

El rey le dio carta blanca para que decorara Versalles como quisiera. También le
regaló algunas propiedades, como castillos en Montretout, La Celle, Bellevue y
Crécy. Luis pagaba, además, sus mansiones en Versalles y en los Campos
Elíseos así como otras residencias en Versalles, Fointanebleau y Compiégne. Le
gustaba el rococó y su influencia se difundió desde la corte a toda Francia.
Encargó al artista Boucher la decoración de la residencia de Bellevue, donde
creó un vasto jardín de perfumadas flores chinas. Para oponerse a la influencia
de la fábrica de porcelana de Meissen – establecida por Augusto el Fuerte de
Sajonia – Madame de Pompadour fundó otra en Sèvres, cerca de Bellevue. Le
interesaba apasionadamente la producción de porcelana, hasta tal punto que
facilitaba modelos a la fábrica y pidió diseños a artistas como Boucher. El “rosa
Pompadour” fue creado allí para ella. La marquesa también influía en asuntos
de estado: Luis la consultaba acerca de nombramientos de embajadores y otras
cuestiones.

La extravagancia excesiva en el rasgo más importante que se asocia con la


última reina francesa, María Antonieta (1755-1793). Sus cuidados personales
podían llegar a costar 258.000 libras al año. Gracias a Rose Bertín, su
marchande de modes, se convirtió en la reina de la moda francesa, título que
prefería al de reina de Francia, según una dama de la corte. Se había casado
con Luis XVI a los quince años. Al principio, el rey no pudo consumar el
matrimonio, así que María Antonieta persiguió el placer en otros lugares, como
los elegantes salones parisinos, los casinos, las carreras de caballos y los bailes
de máscaras. Sin embargo, su independencia fue censurada.

Su hermano, el emperador José II, instruyó finalmente al rey sobre cómo


consumar el matrimonio y pronto fueron padres de dos niñas y un niño.
Durante un tiempo, María Antonieta se consagró a la maternidad, pero esta
calma fue pasajera. En 1785 se vio envuelta en el escándalo del Collar de la
Reina. El cardenal de Rohan le había comprado un collar. Un grabado muestra
que la joya era un collar de 17 diamantes – una rivière – con cuatro colgantes
también de diamantes.

Sin embargo, el famoso collar nunca adornó el cuello de la reina: el marido de


la amante del cardenal de Rohan revendió las piedras (se dice que había 500
diamantes). Cuando fue descubierta la estafa, el cardenal fue arrestado y la
reina, sospechosa de complicidad, fue desacreditada. Este escándalo, que
estalló en el momento en que la monarquía estaba al borde de la bancarrota,
mancilló definitivamente la reputación de la reina. Ocho años después, María
Antonieta fue guillotinada frente a una muchedumbre que aplaudía.

La Revolución francesa puso en ebullición lso movimientos en favor de la mujer.


Algunas mujeres pronunciaron discursos políticos en público y otras tomaron las
armas. En su Declaration des droits de la femme et de la citoyenne , Olympe de
Gouges reclama para las mujeres la igualdad ya reivindicada para y por los
hombres. Sin embargo, sus compañeros revolucionarios no tenían la misma
opinión: una buena ciudadana era una mujer que permanecía en el hogar y
cuidaba de los hijos.
Indumentaria

Así como la historia cambió irrevocablemente en el Siglo XVIII por las


revoluciones francesa y americana, las prendas masculinas y femeninas, con
este tumultuoso telón de fondo, también experimentaron un cambio radical. Los
estilos franceses fueron muy influyentes durante el Siglo XVIII. El mundo
elegante siguió el ejemplo de la moda establecida por París y los diseñadores
del siglo XX, como Christian Dior, Karl Lagerfeld, Vivienne West-wood, Jean-
Paul Gaultier y Gianni Versace, se inspiraron en los estilos femeninos de ropa
del Siglo XVIII. En la colección primavera-verano 1985 par Chanel, Karl
Lagerfeld retomó el tema de Pierrot (1718-1719) de Antoine Watteu.

Hasta aproximadamente 1675, la ropa de las clases acomodadas había sido


confeccionada por sastres o por sirvientes, pero, a partir de ese momento, la
tarea pasó a manos de los couturièrs 2. Las mujeres utilizaron los servicios de
las couturières y de las sombrereras, convertidas en verdaderas creadoras. En
Inglaterra, los sastres para mujer recibían el nombre de mantua makers, por el
nombre del vestido flotante que llevaban habitualmente las inglesas. Las
couturières trabajaban en su boutique, en casa o en la de sus clientes.

En los estratos más modestos, la mujer era la encargada de la costura.


Remendaba las prendas y confeccionaba la ropa de casa y la ropa interior para
toda la familia. Como se precisaba tener mucha fuerza para dar forma a los
corsés (prenda que llevaban las mujeres en los siglos XVIII y XIX), en los
talleres se utilizaban hombres para su confección, aunque las tareas más ligeras
eran competencia de mujeres.

En Francia, la “maestra couturière”, encargada de realizar los vestidos de mujer


y las sombrereras consiguieron imponerse en una profesión hasta entonces
dominada por los hombres. Gracias a Rose Bertín, las comerciantes de modas
pasaron de ser simples costureras a convertirse en creadoras reconocidas.
Hasta entonces, la mayoría de los creadores trabajaban en el anonimato.

Al intuir los beneficios que la fama podría brindarle, Rose Bertín empezó a
promocionarse ofreciendo sus servicios a las damas de la alta sociedad. Poco
tiempo después, asumía el doble papel que representaba ser cuturière de la
reina y “ministra de la moda” de París. Rose Bertín fue una perspicaz mujer de
negocios, capaz de crear y dirigir una empresa que empelaba a numerosas
trabajadoras. También aportó un sistema precursor de la firma: los vestidos

2
Couturier (m.) o couturière (f.) es el término que designa a la persona encargada de crear un vestido.
En castellano la traducción sería costurero/a, aunque también podría ser modisto/a. Sin embargo,
modiste en francés, significa, sombrerero/a. En el libro se conserva el término couturier/ere por su
futura relación con la alta costura (N. del E.)
hechos a medida empezaron a llevar el monograma del creador que los había
concebido.

Aunque sus creaciones para María Antonieta corresponden al pomposo estilo


rococó, Bertín introdujo también el vestido redingote – estilo de inspiración
inglesa, imitación del traje masculino – así como sencillos vestidos de muselina,
ceñidos con un lazo. Las mujeres elegantes que conocían su trabajo acudían en
masa a su tienda de la rue Saint-Honoré. Entre ellas estaban Madame Polignac
y Madame de Guiche. Sin embargo, su estilo y su seguridad en sí misma
provocaban celos entre sus colegas, cosa que dolía a algunas de sus
aristocráticas clientas. “Mademoselle Bertín – comentaba la baronesa de
Oberkirch – me parece una persona extraordinaria, consciente de su propia
importancia y que trata a las princesas como iguales”.

La Revolución arruinó temporalmente al industria la industria de la moda


francesa. Rose Bertín, como muchos otros comerciantes y prestigiosos
coutuirièrs, tuvo que exiliarse por falta de clientes. La muerte de André Schling,
un sastre cuyo talento y capacidad llevó a los fabricantes de tejidos de Lyon a
buscar su consejo, causó una gran conmoción pública y paralizó la industria de
la moda. En ese momento, Rose Bertín se refugió en Viena, antes de instalarse
en Londres, donde descubrió que la Revolución había resultado ser un gran
nivelador social: algunas de sus anteriores clientas se habían convertido en
sombrereras, costureras e incluso sirvientas.

Prendas femeninas

A lo largo del Siglo XVIIII y hasta la Revolución, la silueta femenina se


caracterizaba por el uso del miriñaque o panier, anchos aros de metal sobre los
que el vestido, ensanchado a partir de la cadera, tomó una amplitud
considerable (hasta 150 centímetros). Los miriñaques anchos usaban con el
traje de corte, mientras que para el ámbito doméstico se preferían los
pequeños. El miriñaque se confeccionaba con una serie de tres aros de metal
superpuestos, cosidos a la enagua y se sujetaba mediante otro aro colocado
alrededor de la cintura.

Posteriormente, el miriñaque fue concebido con dos aros y asegurado por


medio de un cinturón. Con el tiempo, la incomodidad de los miriñaques y la
dificultad para moverse en ciertos espacios, como palcos de teatro y carruajes,
condujeron al abandono de esta moda. El voluminoso miriñaque hacía parecer
la cintura, encerrada en un corsé, muy delgada, mientras que un gran escote
desvelaba el nacimiento del pecho. El vestido se abría por delante para
descubrir la falda interior y las enaguas.
El tontillo es un armazón interior ajustado en la cintura, en forma de cesto
invertido, dividido en dos partes: derecha e izquierda que aumentaba
solamente los lados de las faldas haciendo que las mujeres luciesen una cadera
espectacular pero plana; resulto ser muy incómodo. El tontillo obligaba a las
mujeres a caminar de costado puesto que llegaban a tener gran tamaño y no
podían entrar por las puertas.

El peto es un panel triangular terminado en punta o redondo que cubría la


parte frontal del corsé. Extravagantes adornos con bordados, encajes y lazos,
Se sujetaba al vestido con alfileres.

Esta imagen fue captada en sus cuadros por Watteau, un discípulo de Rubens
que pintó espléndidas escenas de la vida parisina. Una de ellas es L´Enseinge
de Gersaint (1720-1721), que le encargó el marchante Gersaint cuando cambió
el nombre de su tienda, Au Grand Monarque, por À la Pagode. En el lienzo
predominan los motivos usuales de Watteau: hombres elegantes con trajes de
diario, una mujer reclinada que enseña un profundo escote, y otra, vuelta de
espaldas, que lleva el pelo empolvado de gris y un amplio vestido flotante de
satén rosa.

El trabajo de Watteau revela el espíritu de elegancia que dominaba el vestido


de la Regencia y el rococó. Incluso su nombre se aplica a un estilo de vestido
femenino. El vestido Watteau, que aparece en satén rosa en la tienda de
Gersaint, era una prenda básica del guardarropa de una mujer elegante de la
época. Este vestido flotante, con escote y la pieza del estómago adornada con
cintas, se llevaba sobre un cuerpo ceñido y una bajofalda de vuelo.

Robe a la francesa, en la espalda caían pliegues desde los hombros hasta el


bajo de la larga falda, eliminando la línea de la cintura. Estos pliegues llegaron
a ser conocidos como “pliegues Watteau”, un estilo que permaneció como un
rasgo característico de los vestidos del siglo Madame de Pompadour fue
retratada frecuentemente con elegantes vestidos “a la francesa”, una moda
lujosa que evidencia, en las superfluos adornos, el gusto predominante en el
rococó.

Esta compleja creación llevaba una cintura encorsetada y una falda con
miriñaque. El cuerpo estaba cortado en punta descendente, disponía de un
profundo escote en V o cuadrado, y se adornaba con encajes plisados que se
denominaban frívolamente tátez-y (“tocad aquí”). La amplia sobrefalda, abierta
en el delantero, mostraba la bajofalda. Ésta se cosía al cuerpo y se adornaba
con un borde bordado y decorado con plisados, cuentas y flores. Hay que tener
en cuenta que los vestidos de Madame de Pompadour no sólo estaban ideados
por su couturière. Como las demás mujeres de su tiempo, ella misma escogía
los materiales, así como las fornituras que adornaban sus suntuosos vestidos.
El retrato de Boucher de Madame de Pompadour muestra el estilo del vestido
de corte rococó que lucían las mujeres a mediados del Siglo XVIII. Un típico
vestido de corte llevaba mangas ceñidas que terminaban por encima del codo
con flotantes volantes de encaje, a veces con algunos toques decorativos: un
lazo de encaje o un ramillete de flores artificiales. Otro volante adornaba el
escote y el corsé escotado, llamado “modestia”, estaba cubierto de tejido y
lazos. La falda se abría para revelar otra falda inferior, decorada más
profusamente con flores, frunces y encajes. Con el tiempo, este suntuoso estilo
de vestido dio paso a otros más prácticos, como el negligé, un vestido que unía
cuerpo y falda. Se dice que la actriz Dancourt lanzó esta moda cuando apareció
en la obra Adrienne, de Terencio, y por eso el negligé se conoció también como
adrienne.

El vestido “a la polonesa” estuvo también de moda. El término fue acuñado


durante la guerra que Francia sostuvo con Polonia y se aplicó a un vestido que
lleva la falda drapeada para mostrar una enagua y los tobillos, se levantaba y
se sujetaba en la espalda con un cordón dividido en tres paneles drapeados
sobre la falda, lo cual lo convertía en práctico para caminar. A menudo se
acompañaba de zapatos de tacón y de un caraco, una ligera chaqueta de seda.

María Antonieta odiaba llevar corsés. En su época, los miriñaques


desaparecieron y las faldas calan en ligeros pliegues. Durante su embarazo, la
reina adoptó un vestido recto, ceñido a la cintura con un fajín flojo, llamado
vestido “a la levita”, inspirado en los trajes creados para la representación
Athalie, en el Teatro francés. Este traje fue adoptado entonces en la corte,
tanto por hombres como por mujeres.

Robe Volante o negligé se llevo durante los últimos años de Luis XIV. Bajaba
desde los hombros hasta los pies suelto, debajo llevaba un corsé, pero daba la
sensación de comodidad.

La granja modelo que María Antonieta había construido en el Petit Trianon


inspiró un nuevo tipo de indumentaria. La simplicidad se impuso y el blanco se
convirtió en el color de moda. La “camisa de la reina” de muselina y algodón,
se inscribieron en esta nueva tendencia.

La moda se hizo más informal y la Revolución intensificó esta tendencia. Las


campesinas ya habían adoptado un estilo simple: cuerpo, chaqueta entallada y
falda de vuelo con pliegues, a menudo con motivos tricolores. Las mujeres que
asumían la causa revolucionaria llevaban el negligé a la patriota, un redingote
azul real que se ponía sobre un vestido de cuello rayado blanco y rojo,
mientras que las realistas se vestían de negro. La Revolución suprimió la seda,
el terciopelo y el brocado y liberó a la mujer de prendas restrictivas: corsés,
miriñaques, pelucas altas y empolvadas, altos tacones, lunares postizos y
cintas. Todas esas fruslerías desaparecieron.

La austeridad se impuso en el traje femenino. Convertida en cuestión política, la


moda se transformó en medio de expresión de las ideas democráticas. Las
ciudadanas compraban telas “republicanas”: tejido “igualdad” o “Libertad”.
También bautizaban a sus hijos con nombres de connotación revolucionaria:
República, Civilización o Marat. Las tiendas de la rue Saint Honore cerraron,
pero abrieron otras que vendían ropa lista para llevar.

Prendas masculinas

El justacorp será sustituido en la segunda mitad del siglo XVIII por el habit
que es una casaca, que se lleva con chaleco y calzón. Este conjunto de casaca,
chaleco y calzón se denomina termo.

El hombre del Siglo XVIII llevaba la culotte – los calzones – y la chaqueta. Ésta
se convirtió en el chaleco, el elemento decorativo del guardarropa masculino.
Confeccionado a menudo con damasco raso o terciopelo, tenía bolsillos,
mangas largas, delicado bordados que mostraban paisajes, flores o animales y
botones de oro, plata o esmalte. Sólo se cerraban unos pocos botones
superiores y a prenda dejaba ver la chorrera de encaje de la camisa, anudada
como una bufanda.

Los calzones terminaban en la rodilla, donde se juntaban con unas medias de


seda blancas sujetas con lazos. Un abrigo sin cuelo, la casaca, se ceñía al
cuerpo (la cintura parecía muy estrecha porque algunos hombres llevaban un
corsé debajo); se acampaba ligeramente en las caderas un semicírculo (los
faldones podían estar sujetos con ballenas) y se abría en la parte posterior
desde la cintura. A menudo se forraba con seda de un color que combinase con
el del chaleco.

Las chorreras de encaje también son características de este periodo.

Luis XV era el único hombre que podía llevar en Francia una casaca de brocado.
El rey creó un nuevo estilo, realzando un hombro de manera que se pudiera ver
el traje inferior. El traje real era lujoso: calzones bombachos, medias de seda y
zapatos de fina piel.

El hombre revolucionario utiliza la indumentaria como instrumento de


propaganda ideológico.

La seda es enemiga de la revolución, es sustituida por el algodón.

“SANS-CULOTTES” aquellos que no llevan calzones. Los calzones con medias


representan a la nobleza, los revolucionarios vestían pantalones largos; una
chaqueta carmagnole; un gorro denominado frigio; escaparela tricolor y
zuecos.

Tejidos

El algodón se había convertido en una industria esencial para la construcción de


las colonias americanas.

La India era otro de los productores de algodón. Desde 1780, las personas
elegantes utilizaban indianas y otros finos tejidos de algodón hindú: linón,
batista, muselina y gasa. La “camisa de la reina” de María Antonieta estaba
confeccionada con algodón hindú y adornadas con complejos fruncidos.

A finales del Siglo XVIII, tanto la producción de tejidos como las técnicas de
teñido y estampado adquirieron gran desarrollo. Uno de los tejidos estampados
mejor conocidos del momento es la tela de Jouy: algodón decolorado,
estampado con bloques de madera o láminas de cobre. Se producía en una
fábrica situada en las afueras de París, en Jouy-en-Josas, que había sido
fundada por dos hermanos alemanes; Christophe Philippe y Frederic
Oberkampf.

La técnica para producir tela de Jouy fue inspirada originalmente por Francis
Nixon, un artesano irlandés que en 1752 fue pionero en el uso de láminas de
cobre grababas para imprimir ilustraciones a gran escala sobre tejidos. Cinco
años antes, Nixon se había asociado con un mercader inglés que había intuido
el potencial comercial de su técnica. Los Oberkampf mejoraron las posibilidades
de la tela de Jouy, al trabajar con tonos fuertes, tintes de colores sólidos y
láminas de cobre que permitían estampar pequeños detalles.

Los motivos representados en este tejido incluirían – y siguen incluyendo –


paisajes, diseños florales, arquitectura, escenas inspiradas en paisajes de libros,
obras de teatro y mitología, así como actividades de ocio, como vuelos en globo
aerostático. María Antonieta tenía un abanico de tela de Jouy. El romántico
tejido decorativo también se utilizaba para cortinas y tapices, sillas y camas.
Cuando en 1783 Luis XVI convirtió la fábrica en Manufactura Real, la moda de
la tela de Jouy se extendió por los círculos cortesanos y burgueses. Desde
entonces no ha decaído.

La locura por la China hizo necesaria la importación de rasos, sedas


estampadas (conocidas como pequín) y bordados de Oriente. Los tejedores
europeos se inspiraron también en esta moda china para ofrecer nuevos tonos,
como el amarillo oro y el “verde de China” que añadieron al rosa pálido, al gris
tórtola y el azul niebla de la paleta rococó. Los elementos decorativos de un
vestido rococó – encajes, cintas y apliques florales – se hacían en Italia. El ikat
– una técnica de estampación de reserva, originaria de Asia central, en la que
los hijos se ataban y se teñían antes de ser tejidos – se aplicó en vestidos
hechos de tafetán de seda.

Maquillaje y cuidados

Lavarse no era una práctica común en el Siglo XVIII. Por eso, la gente llevaba
maquillaje para disimular la piel sucia. Se continuaba utilizando pintura blanca
con plomo como fondo de maquillaje para la cara y las mejillas se realzaban
con colorete rojo. El olor corporal se disimulaba con perfume. Luis XV insistía en
que sus cortesanos llevaran un perfume diferente cada día. Madame de
Pompadour gastaba quinientas mil libras en perfumes y dedicaba mucho tiempo
a cuidad su aspecto.

Los ideales democráticos que se desarrolla en Francia a finales del siglo


influyeron en todos los aspectos del gusto personal, entre los que se incluían la
preferencia por el aire y los aromas puros y limpios, así como el rechazo a los
perfumes fuertes. María Antonieta estableció la moda de las esencias ligeras.
Sus favoritas eran las de violeta y rosa. Mientras, el comercio del perfume se
fue desarrollando en Inglaterra. En Londres, en Jermyn Street, el menorquín
Juan Floris inauguró en 1730 Floris. El negocio se convirtió en la perfumería
favorita de la realeza y todavía existe hoy en día como la segunda perfumería
más antigua, después de la farmacia de Santa María de Novella en Florencia.

En 1770, la familia Cleaver fundó una compañía de jabones y perfumes. Con el


tiempo fue conocida como Yardley, nombre que tomó de William Yardley, un
fabricante de espadas, espuelas y hebillas que se hizo cargo de la compañía de
su yerno, Wiliiam Cleaver, para salvar el negocio de la bancarrota. Uno de sus
productos más populares fue una pomada para hombres fabricada con lavanda
de Norfolk y grasa de oso.

Pelucas

Hombres y mujeres se empolvaban el pelo en el Siglo XVIII. Para producir el


efecto deseado, las mujeres espolvoreaban harina en la cabeza. Los hombres
también la utilizaban para sus imponentes pelucas blancas, llamadas desde el
siglo anterior, de melena o in-folio. En Inglaterra este peinado fue reemplazado
por la peluca Ramillies (que toma su nombre de la victoria de Mariborough de
1706) que llevaba unos rulos sobre las orejas y el pelo recogido en una cola
con un lazo negro.
Igual que ocurrió con los couturiers, a los peluqueros se les fue conociendo por
su nombre y en el siglo XVIII se convirtieron en una profesión reconocida. Las
pelucas se hacían con pelo humano, pelo de cabra, crin de caballo o fibras
vegetales y hombres y mujeres de todas las clases las llevaban. Madame de
Pompadour, gracias a su peluquero favorito, Léonard, lanzó la moda de los
pouf, peinados artificiales altísimos. El pouf au sentiment – uno de los favoritos
de la corte – llevaba pájaros, mariposas, cupidos, ramas de árboles y
vegetación, todo colocado en una peluca altísima.

El corsé

Las mujeres llevaban corsé desde el siglo XVI, pero en el Siglo XVIII se había
convertido en una obra de arte, al menos para un ojo inexperto, ya que, bajo
una seductora apariencia, se escondía un verdadero instrumento de torturo. Las
ballenas rígidas de los corsés se forraban con áspero algodón natural. A pesar
de ser causantes de multples daños (esquirlas, lesiones de hígado o
desplazamiento de costillas), los corsés realzaban las formas femeninas.
También se consideraban un símbolo de posición social: su uso impedía a las
mujeres hacer esfuerzos excesivos e indicaba que eran miembros de una clase
ociosa. Los corsés se hacían de raso, sedas bordadas y sedas brocadas. Las
mujeres trabajadoras llevaban un coselete de cordones.

En 1770 se publicó un panfleto titulado La Dégradation de l´espèce humaine


por l´usage du corps à baleines, que lanzó una verdadera cruzada contra el
corsé. Las ideas expresadas en el texto fueron adoptadas por los pensadores
progresistas del momento, tanto hombres como mujeres; Rousseau fue el más
virulento de ellos. La Revolución acabará con los corsés. A partir de ese
momento, las francesas comenzaron a llevarlos sin ballenas.

Sombreros

Desde aproximadamente 1690 hasta la Revolución, el tricornio – un sombrero


de tres picos – fue el sombrero masculino más corriente. Diversos elementos
podían adornarlo: encaje, galones o incluso plumas de avestruz. Las mujeres
llevaban grandes sombreros de ala ancha, de paja o fieltro. A partir de 1789,
hombres y mujeres adoptaron un tipo de tocado estilo militar. Los
revolucionarios se reconocían por el gorro frigio, un sombrero de fieltro blanco,
tomado prestad de los griegos. El tricornio se transformó en bicornio, primero
reservado sólo a los oficiales del ejército, pero que más tarde se incorporó al
guardarropa masculino.
Después de la Revolución, los tocados femeninos adoptaron formas diferentes.
La “teresa” – descrita por Douglas Russell como una cofia – se llevaba para
proteger el peinado. También se pusieron de moda todo tipo de bonetes, como
la calesa, bonete de tejido transparente montado sobre unos arcos que podían
levantarse o plegarse, con la ayuda de una cinta, como la capota del automóvil.
La dormilona era un bonete de noche que las mujeres llevaban también por la
mañana en casa.

Revistas de moda

La moda como cultura comenzó a desarrollarse a principios del Siglo XVIII. En


1693 apareció la primera revista femenina, The Ladies Mercury, publicada por
el librero londinense John Dunton. Hablaba de moda y ofrecía artículos variados
sobre temas como el amor, el matrimonio y el protocolo.

Desde 1600 se publicaban libros sobre indumentaria, en cuyas páginas se


ilustraban las prendas de siglos pasados y de las civilizaciones antiguas, pero en
el Siglo XVIII comenzaron a editarse anuarios de moda: almanaques y
dietarios.

Éstos llevaban un calendario e información dirigida a las mujeres. En 1731


apareció por primera vez el concepto de revista en Gentleman´s Magazine, que
publicaba el impresor británico Edward Cave y que supuso el inicio de una
nueva forma de difundir la moda. A partir de ese momento se empezaron a
publicar otras revistas, que copiaban o modificaban la fórmula original.

En Francia, Cabinet des Modes ilustraba los nuevos estilos con grabados
coloreados. La moda se según el Cabinet, abarcaba diversas materias, entre
ellas mobiliario, decoración de interiores, carruajes y joyería. La contribución
alemana llegó a finales del Siglo XVIII: en 1786 se publicó por primera vez el
Journal des Luxus und der Moden. Las revistas también llevaban grabados o
láminas de moda, las más memorables de las cuales fueron diseñadas por
Gravelot y Moreau el Joven.

Originariamente, las revistas estaban dirigidas a la intelectualidad, pero, con el


tiempo, empezaron a atender a un mercado más amplio. Amas de casa y
sirvientas, deseosas de enterarse de las últimas tendencias de la moda, las
leían con avidez. Las revistas de moda tuvieron un gran impacto en la sociedad.
Según ha observado Valerie Steele, en Francia las revistas dirigidas a las masas
tenían una intención más concreta, como era que la gente conociera la moda
parisina y empezara a copiarla.

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