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BIBLIOTECA DEL «FEDERALISTA-

AVATAR,
POR

T. GAUTIER.

MEXICO.
IMPRENTA DEL «FEDERALISTA,»

ESCALERILLAS NUMERO 11.

1876.
-27031
AVATAIE.

1
Nadie podia comprender In enfermedad quo minaba
lentamente a Octavio, do Huville. No guardaba anua y
liacia tu vida ordinaria, up «alla nunca du BUS labios una
«ola qu«ja y, sin embargo, He moria a claran luco». Inter-
rogado por 1 OH medico» (pío iban á visitarle, il insuuiciu
«le sun parientes y amigos, no podían precisar ningún
sufrimiento y la ciencia no descubría en 61 ningnn stnto-
ma alarmante. Auscultado HU peelio, daba un sonido favo-
rable y apenas el oido, aplicado n su corazón, sorprendía
mi latido muy lento ó muy prooipilado; no tosía, ni tenia
fiebre, pero la vida se retiraba y huía por una du «rau in-
visibles'grietas de que, según Torcnoio, estil el nombro
lleno.
Devez en cuando un extrafio sincopo le hacia pajideoer
y le dejaba frió como el marmoj.. .Durante uno 6 dos mi-
nutos so llegaba a temer quo estuviese muerto; después el
pulso, detenido por un, dedo misterioso, quedaba, suelto,
emprendía de nuevo su movimiento y Octavio so desper-
taba como de un suefio. Le enviaron rt tomar baños, poro
lus ninfas termales poda consiguieron.- Hiso.un viaje a
Ñapóles y no so obtuvo mejor resultado. Aquel magnifico
sol, tau alabado, le pareció negro como el de un grabado de
Alberto Durero; el murciélago que lleva escrita en sus ala»
la palabra melancolía, azotaba el brillante azur con sus
membranas polvorientas y revoloteaba entre la luz y él, y
ee quedO helado en el muello de la Mergollina, donde loa
4 AVATAR.
lazzaroni, medio desnudos, se tuestan ni sol dando ft su
piel un tinto bronceado.
Habia vuelto, pues, ft su habitacioncilln de la callo de
San Lázaro, y al menos, aparentemente, recobró su» anti-
guas costumbres.
Ksta habitación estaba tan bieu amuebladaVomo lo pudie-
se estar la de una muchacha; sin embargo, como el interior
toma A lo largo la fisonomía y aun quizo» el pensamiento
de quien lo habita, el departamento do Octavio se habia
ido entristeciendo poco & poco: el damasco de las cortinas
se habla descolorido y solo daba pato ft uua luz gris; los
grandes rumos de peonía so marchitaban sobro el fondo
menos blanco del tapiz; el oro de los marcos de algunas
acuarelas y de varios bocetos de los buenos pintores habla
enrojecido lentamente bajo la acción del implacable pol-
vo; el fuego se apagaba lánguidamente entre las cenizas,
formando algunas espirales de humo; el viejo péndulo del
reloj, incrustado de cobre y de concha verdo, retenia el
ruido de su lie tac, y el timbre de aquellas horas de fasti-
dio sonaba muy bajo, como en el cuarto do un enfermo;
las puertas se cerraban sin estrepito y los pasos de los quo
de tarde en tarde iban & visitarle se perdían en la alfom-
bra de moqueta. La risa se detenia ft sí misma al penetrar
en aquellas habitaciones monótonas, frías y oscuras, en
doudti no faltaba nada de cuanto constituye el lujo mo-
derno. Juan, el criado de Octavio, se deslizaba como una
sombra, con un plumero debajo del bra/.o y un plato en la
mano, porque Impresionado, ft su vez, por la melancolía
del local, habla acabado por perder su locuacidad. De Us
paredes colgaban varios trofeos, guantes de esgrima, mas-
carillas y floretes, pero fácilmente se podia comprender
quo baeiu mucho tiempo que no se habían usado. Algunos
libros, arrojados con descuido sobro todos los muebles, pa-
recían indicar que Octavio habia querido, )>or medio de
una lectura maquinal, adormecer alguna idea fija. Una
carta empezada, y cuyo papel se habia puesto amarillento,
paréela como que esperase, desde algunos meses antes, el
momento en que su autor la terminase, y se mostraba, en
medio del escritorio, como un mudo reproche. Aunque
habitado el cuarto, parecía que estuviese desierto. La vida
AVATAIi. G
HI; habíu auseutado de ulli y, al penetrar, recibía «il rostro
ese suplo do ¡tue frío que aale de las tumbas cuando las
abren.
JCn esta lúgubre estancia, donde nunca mujer alguna
habla puesto la pinta du HII zupatllo, Octavio se encontra-
ba ivmciio inojor quo en cualquier otro punto; esto silen-
cio, estil trister.o y esto abandono le gustaban; el alegre
bullicio déla vida le repella auiu|iie hiriese todo género
de esfuerzos para mezclarse a él. C'uanüo HUH amigo* le
arrastraban a alguna mascarada, a alguna excursion 6 a
alguna «tena, vol via nias nom brío quo autex; cuando se pri-
vaba «le enta clase «le tiestas, no luchaba contra su mist»"-
rioso dolor y dejaba pasar loa dia.-) con la indiferencia de
aquel a quien nada le importa el mañana. No formaba
ningún proyecto, no creia cu el porvenir y había enviado
a IJÍUH tácitamente la dimisión du au vida, esperando quo
«o la admitiese, l'or otra parte, ai el lector ae figura ver
en Octavio un roa tro demacrado y ahondado, un color ter-
rono, loa miembros exlenundos, un grau eatragò exterior,
se equivoco; todo lo mus que ae podria distinguir son al-
gunas manchas amoratadas debajo de los parpados, algu-
nas nubes tempestuosas al rededor de lu órbita, algun en-
ternecimiento eu las Meni's, surcadas por veuas a/.ulailas.
Solo la pupila del alma no brillaba en sus ojos, de loa cua-
les hablan huido la voluntad, la esperanza y el deseo.
Aquella mirada, muerta en uti rostro joven, formaba un
contrasto extraordinario y producía un efecto mucho mas
doloroao que la mascarilla descarnada, con los ojos ilumi-
nados por la fiebre, quo caracteriza íí las enfermedades or-
dinarias.
Octavio, antee de languidecer basta tal punto, habla si-
do loque vulgarmente se llama un buen mozo, y lo ora
todavía: sua negros cabellos, con abundantes rizos, se agru-
paban brillantes y sedosos a ambos lados de la frente; sus
grandes ojos aterciopelados, de un azul nocturno, adema-
dos con largas pestañas, se iluminaban de vez on cuando
con una luz húmeda; cuando se hallaban en reposo, esto
es, cuando no les animaba ninguna pasión, so hacían no-
tar por esa severa quietud que tienen los ojos de los orlen-
o AVATAR.
tules, cuan Jo ft la puerta del café de Smlroa 6 de Cotis-
tantinopla hacen el Kief, después de haberse fumado su
narguilM. Hu tinte no habla «ido nunca colorado y se pa-
recía & esua meridionales de un blanco aceitunado que no
producen todo su efecto mas que ft la luz artificial; su ma-
no era fría y delicada, su pié estrecho y encorvado. Vestia
con elegancia, sin preceder ft la moda ni seguirla & reta-
guardia, y sabia perfectamente hacer Valer sua dotes na-
turales. Aunque no tenia ninguna pretension de dandi/
ó de ffentlcman rider, se le habría admitido sin escrúpulo
en el Jockey-Club.
¿Cómo se explica, pues, que un joven hermoso, rico y
con tantas circunstancias favorables para ser feliz, se con-
sumiese de una manera tan miserable? Qul/.fí creuis que
Octavio estaba gastado, que lus novelas de moda le hablan
trastornado el cerebro con sus ideas nocivas, que no creia
en nada, que de su juventud y de su fortuna derrochadas
en locas orgias no 1« quedaban mas que deudas, y sin em-
luirgo, nada de esto era cierto. Octavio no había abusado
de los placeres, y por lo mismo no podía encontrarse has-
tiado; no era de carácter melancólico, ni romántico, ni
ateo, ni libertino, ni dilapidador; su vida habla sido hasta
entonces un conjunto de estudios y de distracciones como
las de cualquier otro joven: por la ru&fiuna tomaba asiento
en las cátedras de la Sorbona, y por la noche se ponía al
pié do la escalera del teatro de la Opera para ver pasar
aquella cascada de tragos y tocados. No se le conocía nin-
guna querida, y se gastaba el dinero sin malgastar en lo-
cos caprichos su capital; así es que su apoderado le quería
mucho, y eso que era un sefior muy económico, Incapaz
de beberse un sorbete en el verano y de encender la estufa
en el invierno. Respecto ft la causa de su singular estado,
que tenia desesperado ft los módicos, no nos atrevemos ft
decirla.—¡Tan inconcebible es en Paris y en medio del si-
glo XIX!—y por lo tanto dejaremos ft nuestro héroe el cui-
dado de referirla.
Como los médicos ordinarios no entendían ni una pala-
bra de tan estrafia enfermedad, por lo mismo que no han
presenciado nunca la disección de un alma en los anfitea-
AVATAR. 7

tron Je anatomía, se tuvo quo recurrir por tin it un doctor


muy extravagante, que Labia vivido duran te muchos afios
on Ja India y quo tenia fama de haber realizado curas ma-
ravi llosas.
Octavio, presintiendo.-una perspicacia bastante rwderosa
para descubrir BU secreto, trataba siempre de excusar la
visita, dvl docto»', y solo auto las reiteradas i nstaiuias de su
mudro consintió eu recitar ¡t Mr. Baltasar Cherbonneau.
Cuando el doctor uutró, Octavio estaba reclinado sobre
un Kofit: una almohada le sostenía la cabeza, en otra apo-
yaba- el CDIIÍ» vv |«>r última, tenia otra sobre los pies; una
i'iilA lo «n volviu <-.MI sus blandos pliegues, estaba leyendo,
mejor dicho, teniu un libro en la mano, pues sus ojos uo
miraban, a pesar deque se hallaban detenidos sobre una
página, fía rustro estaba pálido, pero, como hemos dicho,
no presentaba ninguna alteración sensible. Una obser-
vación superficial no habría bastado para comprender el
Peligro quo se coma en la habitación de aquel joven en-
Termo, cuyo velador sostenía una cigarrera en vez de re-
domas, taxas, luodici|ias, tisanas y otros objetos que son
de rigor en (alee canos. Hus puraa l'uceiones, aunque un
I * >co fatigada*, no habiau perdido casi nada de su gracia
y, a no ser por la atonta profunda y la incurable tristeza
de ios ojos, ha'oria parecido como quo Octavio gozaba de
una salud normal.
J'vr indiferente que fuese Octavio, no dejo de llamarlo
la u,ten-.;ion el o.strafío aspecto del doctor, porque Mr. Bal-
tasar Cherbonneau tcuia todo el airo de un personaje esca-
pado de un cuento fantástico do lloU'iiiaun, y no ilejaba
do excitar la curiosidad el ver una creación tan rara agi-
tándose en la realidaiL Bu rostro, extraordinariamente alo-
nado, estaba como oculto bajo do una enorme peluca, que
aun parecia'mucho mayor & causa de lo que so descolga-
ban los^abelloH. Su frente, desnuda y pulida como el mar-
fil, había conservado su color blanco, mientras que el ros-
tro, expuesto il los rayos del sol, se habla revestido, gracias
íi la superposición do alguna» capas, de un color de roble,
do retrato ahumado.' I,as cavidades y los salientes do los
huesos se acentuaban, de tal suerte, que la poca carne que
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s AVATAR.
loa recubría, atravcwuda en todos sentidos por las arrugas,
no pareeiu otra cosii que una piel mojada puesta sobre lu
raheza de un muerto. Loa escasos cabellos grísea que aun
Motaban ou su occipucio, los llevaba recogidos en tres me-
choucitos, dos de los cuales corrían por encima de las ore-
jas, y el otro partia de la nuca para morir en el nacimien-
to de la frente. Tan extraño peinado recordaba en seguida
el uso do las antiguas pelucas de llamador, y coronaba
de una muñera grotesca aquella fisonomía de rompenue-
ces. Lo que mas llamaba la atención en el doctor, eran,
indudablemente, sus ojos, linmedio de aquel rostro, cur-
tido por los nfios y calcinado por el cielo incandescente de
la India, gastado por el estudio y en el que los fatigas de
la ciencia y de la vida cstabau escritas por profundos sur-
co.-) y arrugas mas prensadas que las hojas de un libro, bri-
llaban dos pupilas de azul turquí, de una limpidez, de una
frescura y de una juventud incomprensibles. Kstas estre-
llas azules centellaban en el fondo de unas órbitas negruz-
cos y de unas membranas concéntricas, cuyos circuios leo-
nados recordaban vagamente las plumas colocadas en for-
ma do aureola, alrededor de la pupila nyctalopo de los
buhos. Cualquiera hubiera dicho que por medio de un
sortilegio, aprendido de los brahmas y de los panditas, el
doctor había robado los ojos á un niño y los habla puesto
en su rostro de cadáver. JOn el auciuno la mirada señala-
ba unos veinte años, en el joven sesenta.
Vestía el trago clásico de los médicos, estoes, levita y
pantalon de paño negro, chaleco de seda del mismo color
y en el pecho de la camisa un grueso diamante, regalo, al
parecer, de algun bajah ó de algun nabab. La ropa flotaba
como si estuvteae colgada de una percha y dibujaba unos
pliegues perpendiculares que los fémures y las tibias del
doctor cortaban en ángulos agudos cada vez que se senta-
ba. Para producir esta fenomenal delgadez no habla bas*
lado el sol devorador de la India, sin duda Baltasar Cher-
bon neau se habla sometido, con el objeto de.iniciarse, A los
largos ayunos de los fakirs, ô se había esteudido sobre la
piel de gacela de los yoguis entre las cuatro estufas en-
cendidas. Sin embargo, esta perdida de sustancia no acu-

BIBLIOTECA MffftHtt
MFYinn l¿*
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saba ninguna debilidad. Loa sólidos ligamentos, estendi-
dos sobre las manos como las cuerdas sobro la plancha do
un violin, unían entre sf los hueso» descarnados do las fa-
langes y los movían sin ningún inconveniente.
£1 doctor sentóse en el sitio que ledesignó Octavio con la
mano, al lado del divan. Al reclinarse, recogió los codo*
con movimientos que indicaban la costumbre inveterada
do replegarse, pero que parecían los que se efectúan para
recoger un metro. Asi colocado Mr. Chcrbonneati, vol-
vióse de espaldas íl la luz que daba de lleno en el rostro del
enfermo, situación favorable para el examen, y que adop-
tan generalmente los observadores, mas partidarios do ver
que de ser vistos. Aunque el rostro del doctor quedó ba-
fiado por la sombra y solo la parte mas alta de la cabeza, re-
luciente y redonda como un gigantesco huevo de avestruz,
recogia algunos rayos luminosos, Octavio distinguía el bri-
llo de las extraHos pupilas azules que parecían dotadas de
una luz propia como los cuerpos fosforescentes. Uno de esos
rayos agudos y claros llegaba hasta el pecho del joven en-
fermo y le producía un escozor y un calor algo parecidos
a los del emético.
—Y bien, caballero, dijo el doctor después de un mo-
mento de silencio, durante el cual pareció como quo habla
reasumido los indicios recogidos en su rápida inspección,
veo que no se trata aquí de un caso'do patología vulgar;
no tenéis ninguna deesas enfermedades clasificadas, con
síntomas característicos, que el módico descubre por sí ó
por el empirismo. Cuando haya hablado con vos algunos
minutos, no os pediró papel para formularos una receto
tomada del Codex, y poner al pió de ella una Arma gero-
glifica para que vuestro ayuda de cámara la lleve al far-
macéutico de la esquina.
Octavio se sonrió débilmente como para dar las gra-
cias a Mr. Cherboneau porque le libraba de remedios inú-
tiles y fastidiosos.
—No ¡os alegréis tan pronto, dijo ol doctor. Aunque no
padecéis una hipertrofia al corazón, ni tenéis tubérculos
en el pulmón, ni reblandecimiento de la médula espinal,
ul derrames serosos en el cerebro, ni fiebre tifoidea 6 ner-
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viosa, lio por ello os forméis la ilusión «le que disfrutáis
buena salud. Dadme la îuauo.
Octavio, crcyeudo quo Mr. Cherbonueau.iba a tomarle el
pulso y a sucar el reloj para contar los segundos, levantóse
la manga de la bata, descubrió la niufieca y so la alargó
maquinulmeute al doctor. Juste, sin buscar CHU pulsación
rápida ó lenta que iudica si el reloj de la vida se ha des-
compuesto, en el hombre, aprisionó en BU negra mano,
cuyos huesosos dedos parcelan las patas de una langosta,
la mano delicada y húmeda del joven, la palpó y Ja estre-
chó de manera que parecía querer ponerse en comunica-
ción magnética con su cliente. Octavio, quiza porque era
algo escéptico en medicina, no pudo menos de experimen-
tar cierta ansiosa emoción, porque lo parecía que el doctor
atraía su alma por medio de estos experimentos y quo I»
sangro había abandonado su rostro.
—Querido Octavio, dijo el doctor, vuestra situación es
mucho mas gravo de lo que os figurais, y la ciencia, tal
como la practican los rutinarios médicos de Europa, n<>
puede nada: no tenéis deseos de vivir y el alma se va des-
atando insensiblemente de vuestro cuerpo; no existe eu
vos ni hipocondría, ni lipemanía, ni tendencia melancó-
lica al suicidio. ¡No! El caso es raro y curioso, de manera
que si yo no me opusiese a ello, podríala morir sin nin-
guna lesion interior ó externa que se pudiera apreciar. Ya
era tiempo «io que me llamaseis, pues el alma esta unida
ul cuerpo por un hilo muy débil y ahora vamos íl hacer
un buen nudo.— IS1 doctor se frotó alegremente'las pianos
ensayando una sonrisa que produjo un remolino de arru-
gas en los mil pliegues de su rostro.
—Mr. Cherbonneau, no sé si conseguiréis curarme, cosa
do la que en verdad no tengo mucha prisa, pero debo con •
tesaros quo desde el primer momento habéis descubierto
la causa del estado misterioso en que me encuentro. Pa-
réceiuo como que el cuerpo se bA hecho permeable y deja
encapar mi sor como una criba abre paso al agua por sus
agujeros, hieuto que me hundo en el gran todo, sin que
n pesar de ello pueda comprender «dónde voy. La vida,
4 quien consagro, tanto como rae es posible, la pantomima
AVATAR. 11
habitual para no disgustar & mis padres ni ft mi.s amigos,
me parece quo so hulla tau lejos du mí, que hay instantes
en los que llego a creerme fuera de la esfera humana: voy
y vuelvo por las. causas quo mo determinaban otras veces,
cuya impulsion mecánica dura todavía, pero sin darme
cuenta de lo que hago. Me siento ala mesa a las horas or-
dinaria* y parece como que realmente como y bol)*, A pe-
sar de que no percibo ningún gusto aun en los platos mus
cargados tío especias y en los vinos mus fuertes; la luz del
sol ino parece tan pálida como la «le la luna, y las bugfas
producen para mí una llama negra. Tengo frió en los días
mas calurosos del verano; frecuentemente se produce den-
tro de mi ser un gran silencio, como el el corazón no latie-
se 6 como H! las rodsjas Interiores se hubiesen detenido
por una causa desconocida. La muerte debe ser muy pa-.
rcciila A titl estado, si es que pueden apercibirse do olíalos
difuntos.
—Tenéis, dijo el doctor, una imposibilidad de vivir cró-
nica, enfermedad moral mucho mas frecuente de lo que
vulgarmente se cree. Kl pensamiento es una cosaque pue-
de matar lo mismo que el Acido prúsico y la chispa do una
botella de Leyde, aunque la huella quo deja ú su paso no
sea perceptible a los débiles metilos de análisis de quo dis-
pone la ciencia vulgar. ¿Qufi sentimiento ha clavado sus
adiadas uflas en vuestras en trail as? ¿Desdo lo alto de quo
ambicioso secreto habéis caído roto y desliedlo ? ¿C¿uft
amarga desesperación masticáis en la inmovilidad? ¿lis la
sed del poder lo que os atormenta? ¿Habéis renunciado
voluntariamente & un objeto colocado fuera dul alcance
humano?—Aun sois demasiado joven para esto,—¿Us ha
engañado alguna mujer?
—No, doctor, contestó Octavio, til siquiera ho merecido
tal honor.
—Y siu embargo, dijo Mr. Baltasar Chorbonneau, leo
en vuestros tiernos ojos, en la posición negligente de vues?
tro cuerpo, en el timbre sordo de vuestra voz, el título de
una comedia de ¡Shakspeare, y lo leo tan bien ,como si es-
tuviesc escrito en caracteres de oro sobre el lomo de una
encuademación en tafilete.
12 AVATAR.
—¿Y cuál e» esa comedia que yo traduzco sin saberlo?
pregunto Octavio, cuya curiosidad se despertaba mas y
más.
—Love's labour's lost, dijo et doctor con una pureza de
acento que denunciaba su larga residencia en las posicio-
nes inglesas de la India.
—Lo cual quiere decir si no me engaito, Penas de amor
perdidas.
-Exactamente.
Octavio no contestó; un ligero carmín coloreó sus meji-
llas, y, para ver do contenerse, se puso a jugar cou lu.-i
ItorluH de los cordones de la bata: el doctor Labia replegado
mientras tanto una pierna sobre la otra, lo cual producía
el efecto de los huesos en cruz que suelen grabarse sobre
las tumbas y cogia el pió con la uiano, según es uso y cos-
tumbre en el Oriente. Sus azules ojos so introducían
en los ojos de Octavio y los Interrogaban con una mirada
imperiosa y dulce.
— Víamos, dijo Mr. Baltasar Clierbonneau, abridme
vuestro pecho; yo soy el médico de las almos y vos sois iu¡
enfermo. Como el>acerdote católico, exljode vos una con-
fesión completa, lo cual podéis hacer sin poneros de rodi-
llas como el penitente.
—¿Para quo? Sujwnlendo que hayáis udivlnado mis do-
lores, no ha de aminorarlos el que os los cuente. Mi tris-
leza no tiene nada de habladora; ningún poder humano,
ni aun el vuestro, es bastante para curarme.
—Tal vez, contestó el doctor, reclinándose más sobre la
butaca como el que se dispone A escuchar una confidencia
de alguna extension.
—No quiero, dijo Octavio, que me acuséis de una ter-
quedad pueril, y dejaros por efecto de mi silencio, un me-
dio para que os lavéis las manos cuando sobrevenga mi
muerte. Ya que mostráis empeflo en ello, os contare mi
historia; habéis adivinado el fondo y no estoy en el caso <io
disputaros los detalles. No esperéis nada ex t ratio ó nove-
lesco. Es una aventura muy sencilla, iniiy córtnfri y muy
usual; pero, como dice la canción do Henri Heine, aquél
quo pasa por ella le encuentra mucha novedad y pareco
AVATAR. 13
como quo se le desgarra el corazón. Eu verdad, siento el
tener que referir una cosa tan vulgar á un hombre que co-
mo vos, ha vivido en los paisas mas fabulosos y mas qui-
méricos.
—No temáis, dijo el doctor sonriendo; solo lo común es
extraordinario para mf.
—Pues bien, doctor, yo me muero de amor.

AVATAR.
e
Il

—Encontrábame en Florencia á linea del verano, el afio


1S4 la mejor estación para ver aquella comarca. Te-
nia tiempo, dinero, buenas cartas de recomendación y era
a la sazón un joven de buco humor que no pensaba mns
que en divertirme. Me instaló en el Long-Arno, alquilo
una calesa y mo dejó arrastrar por esa dulce vida florenti-
na que tanto» encantos tiene para el extranjero. Por la
mariana iba a visitar alguna iglesia, palacio 6 galerín,
tranquilamente, sin precipitación de ningún gónero, para
no producirme esa indigestion de obras maestros que, cu
Italia, causa, aun a los mas entusiastas, las náuseas del
arte; unos veces contemplaba las puertas do bronco drl
baptisterio, otros el Perseo de lienvenuto, en lo loggia (Ici
Lansi, el retrato de la Fornarina en los Oficios, 6 la Vé-
una de Cauovu en el paludo l'itli; pero nunca fut A ver
mas de un objeto & la vez.. Después mo desayunaba en
el cafó Doney con una taza de cafó helado, me fumaba al-
gunos cigarros, repasaba los periódicos, y con el ojal lleno
tie llores que, bien de grado ó por fuerza, me ponían esas
bellas ramilleteras que con sus grandes sombreros de paja
se colocan en las puertas de los cafes, retirábame & capa d
dormir la siesta. A las tres volvía la calesa y me llevaba
a los Costino». Los Cosclnos son en Florencia lo que el
bosque de Boulogne es en París, con la tínica diferencia
de que todos se conocen, y de que el paseo formo una es-
pecie do salon al aire libre, donde los sillones estan reem-
plazados por los carruajes detenidos y arreglados en for-
ma do semicírculo. .Las mujeres, vistiendo sus mejores
truges y casi acostadas sobre los almohadones, reciben lus
visitas de los amantes y admiradores, de los dandys y de
AVATAll. 15
los agregados it lu legación que se detienen on el andón,.de
lile-, con el sombrero debajo del brazo,—pero voa sábela to-
do esto mejor une yo.—AJ11 se forman los proyectos |iara
la noche, [so conciertan laa visitas, so dan respuestas, se
aceptan invitaciones; es como una Bolsa del placer quo os-
la abierta de trea a cinco de la tardo, ft la sombra de Arbo-
les magníficos y bajo el cielo mas bello del mundo. Es
obligatorio para toda persona acomodada el hacer todoa
loa diaa una aparición en loa Caadnos.. Yo nunca faltaba,
y por la noche, despuea de comer, Iba ft algunos salones
6 ft la Pérgola, donde las cantantes eran bastante buenas.
De esta manera pasó uno de los meses mas felices de mi
vida, pero esa felicidad no podio* ser duradera.- Un dia
so detuvo en los Casclnos una magnífica calesa. Esto ex-
celente producto do la fabricación de carruajes do Viena,
obra maestra de Lattrenzl, charolada con un barniz bri-
llante, adornada cou un blason casi real, iba tirada por el
tronco de caballos mas hermosos que han piafado nunca
en Hyde-Park, 6 en Saint-James ó Drawings-Room de lu
rclua Victoria. Los cocheros vestían ft la Daumont, llevan-
do pantalon de piel blanca y casaca verde; el metal de los
unieses, los cubos de las ruedas y las empuñaduras de las
portezuelos brillaban como el oro y lanzaban rayos al mis-
mo sol. Todos loa ojos pe Ajaron en ton esplendido tren
que, despuos de describir un circulo, tan regular como
si lo hubiese hecho con un cotupA*, fu ó ft situarse junto A
los demás carruajes. Como supondréis, la calesa no estaba
vacia, pero como fuô tan rápido el movimiento, no pudo
distinguirse mas que la punta do un piecesito apoyado so-
bre laalmohada do delante, un gran pliegue de chai y el dla-
<*" de una sombrilla con franja de seda blanca. Cerróse la
sombrilla y dejó ver ana mujer de una belleza incompara-
ble. Como yo iba A caballo, pude acercarme lo bastan te para
no perder ni un solo detalle de aquella obra maestra. La ex-
tranjera llevaba un vestido verde de agua con cambiantes
de plata, os decir, ese color que hace aparecer negra como
un topo & toda mujer que no posea uu color irreprochable.
Era una_rubia segura de su color, que se presentaba ho-
cicudo alarde de 61, Un grau crespón blanco, do China,
todo lleno de bordado» del mismo color, envolvía su vestí-
1« AVATAR.
«Ib ligero y lleno «le pllcguecitos, como una tunicado lu-
dias. El rostro llevaba por aureola un sombrero <le la mns
lina paja do Florencia, lleno do mysotls y de delicadísi-
mas plantas acullicas con sus estrechas hojas blancas. Por
toda Joya una. argolla de oro, llena de turquesas, adornaba
el brazo que sostenia el puFlo do mardi de la sombrilla.
Perdonad, querido doctor, esta descripción propia do un
diario de modos, a uu amante para quien esto3 pequeños
recuerdos tienen una importancia enorme. Espesos tira-
buzones rubios y encrespados, cuyos anillos formaban un
oleaje de- fuego, descendían en ondas opulentas desde KII
frente, mas blanca y mas pura quo la nievo virgen caida
durante la noche eu la cima mas alta de los Alpes; unns
pestafias largas y delicadas como esos hilos de oro que los
miniaturistas de la Edad Media ponen alrededor dp la c:i-
bozu de sus Angeles, velaban & inedias sus pupilas de un
azul verdoso, parecido ft esas luoes que se descubren cu los
hielo» por uu efecto del sol; su boca, divinamente dibuja-
da, presentaba esaa tintas purpuróos de los conchas do Ve-
nus, y sus mejillas parecían tímidas rosas blancos que hi-
ciese enrojecer la declaración de un ruiseñor 6 el beso do
una mariposa. Ningún pincel humano seria capaz do re-
producir aquel tinte de una suavidad, de una frescura y
de una trasparencia inmateriales, cuyos coloros no pare-
cían producidos j>or la grosera sangro que ilumina nues-
tras ñbras; lus primeros tinten sonrosados de la auroro.so-
bre las cimas de las sierras nevadas;, el.color carnoso que
tienen algunas camelias blancas al nacimiento do sus pé-
taluttf el marmol de Paros, visto ft.travca de uu velo de gasa
de color de rosa, pueden solo daros una idea lejana. Lo
que podia verse de su cuello entre los cintas del sombrero
y lo alto del chai, brillaba con una blancura quo poseía los
cambiantes del arco-Iris y los reflejos del ópalo. Aquella
magnífica cabeza no satisfaoia tanto por la corrección del
dibujo, como por el color, ft la manera de las obras de la
escuela veneciana, y e s o que sus contornos eran tan puros
y delicados como los perfiles antiguos trozados en el íigatn
de los camafeos.
Como olvida Romeo ft* Rosalinda, al ver ft Julieta, ast
AVATAR. 17
olvidó todas litis primeros amores al aparecer aquella be-
lleza suprema. -Las páginas de mi corazón se quedaron eu
blanco: todos los nombres y todos los recuerdos se borra-
ron. No mo era posible comprender como había encon-
trado algun atractivo en esas alianzas vulgares, que evitan
muy pocos jóvenes y quo yo mismo mo arrojaba en cara
como culpables infidelidades. Una nueva vida nació en
mi desde ui dia de aquel fatal ein/uentro.
La palesa dejo los Concilios y tornó el camino do la ciu-
dad, MiivfiíiiloMC la deslumbradora vision. Tor mi parte,
puse el caimito junto al de un joven ruso muy aflciouado
a correr lo» establecimientos de baños, visitador de todos
los salones cosmopolitas du Kiiropa y que conocía a fondo
el personal viajero de la alta sociedad. Hice recaer la con-
versación sobre la extranjera y supe que era la condesa
Praseovia Lublnska, una lituanienne, de nacimiento ilus-
tre y grao fortuna, cuyo marido estaba desdo liacia dos
«Mos, en la guerra del (Jancaso.
Tnfltil será el deciros las diplomacias que puse en juego
para que me recibiese la condesa, (I quién la ausencia do
BU marido obligaba a guardar cierta severidad respecto a
las presentaciones; por fin «o me admitió: dos princesas
viudas y cuatro barones entrados en ufíos, respondieron
por mí, poniendo su antigua virtud por testigo.
La condesa Lablnska Iiabia alquilado una villa magni-
fica que en otro tiempo perteneció & los Balviatl, y que es-
taba situada a una media legua de Florencia. Kn pocos
dios habla conseguido Instalar todas las comodidades mo-
dernas en aquella antigua residencia, sin alterar en nada
la belleza severa y la elegancia serla. Unos grandes corti-
najes, Henos de blasones, se agarraban con firmeza A las
arcadas ogivales; los sillones y demás muebles, de forma
antigua, armonizaban perfectamente con las paredes cu-
biertas do ensambladuras negruzca, -6 de frescos con un
©olor amortiguado como el de los viejos tapices. No se vela
ningún color nuevo, ni hería la pupila un objeto dorado y
brillante: el presente no estaba reñido con el posado. La
condesa tenia un aire tua natural do castellana, quo aquel
viejo palacio parecía construido expresamente para ella.
18 AVATAR.
HI la radiante belleza de la condesa rae sedujo, niíís me
enamoro todavía cuando al cabo de algunas visitas pude
descubrir en ella uu talento raro, delicado y extenso. Cuan-
do hablaba de algun asunto de Ínteres, el alma asomábase
il los ventanos de sus ojos y, por decirlo así, se bacía visi-
ble. Su blancura se Iluminaba por un rayo Interior, como
el alabastro de una lámpara; babia en su color algo de esas
chispas fosforescentes, de esos temblores luminosos deque
habla Dunte al pintar los explendores del paraíso; cual-
quiera hubiera dicho que era uu ángel destacándole claro
cnuiedio de un sol. Yo permanecí deslumhrad», eetatico
y hasta estúpido. Abismado en 1» contemplació» de su
belleza, atraído por el sonido de su vox celestial, quo liuciii
de cada idioma una música inefable, cuando tenia necesi-
dad de responder balbuceaba algunas palabras iucohereu-
tes, que debian darle pobrísima idea de mi inteligencia.
De vez en cuando, una imperceptible sonrisa, de una iro-
nía amistosa, posaba como una luz sonrosada por sus la-
bios encantadores, y estosedubia casi siempre a ciertas
frase» que denotaban por parte mia una turbación promu-
du, ó una incurable tontería.
Aun no le habla confesado mi amor; ante ella estaba sin
ideas, sin* fuerzas y sin valor; mi cornisón golpeaba como
si quisiera salirse del pecho para arrojarse & Ion pies do su
soberana. Velnto veces intenté explicarme, pero una In-
vencible timidez me detenia. £1 menor gesto de frialdad
6 de reserva por parte de Ja coinlesa, me producía efectos
mortales y comparados solo & los del condenado & muerto
que, puesta U cabeza en el tajo, espera que la hoja de la fa-
tal cuchilla le corte el cuello. Algunas contracciones ner-
viosas me abogaban, y de vez en cuando uu sudor frió ba-
ñaba todo mi cuerpo. Tan pronto enrojecía como mo
quedaba pálido, y siempre abandonaba la casa sin haberlo
dicho nada, temiendo llegar & la puerta y tambaleándonto
por las escaleras como un ebrio.
Cuando ya estaba fuera me volvían todas los facultades
y daba al viento los ditirambos mas inflamados. Dirigia
al ídolo ausento mil declaraciones de una elocuencia ir-
resistible, 6 igualaba en mis apostrofes mudos á los gran-
AVATAK. W
ile3 poetas dol aiwir, El cantar <lo los contares île fcjaíouum
con su vertiginoso perfume oriental y su lirismo alucinado
de hanchich; los- sonetos do retrarcà con sus sutilezas pla-
tínicas y sns delicadezas' etiîreas; el1 fnlcrmctzo de ri
Heinecon su sensibilidad nerviosa y delirante, no son na-
da al lado de la inconmensurable efùsîoW'qtie absorbia mi
vi.la. Al terminar cada uno de- estos « oüftíógbs, me pa-
reclaque, vencida la condena, había de descender en segui-
da desde elck-lo hasta mfi corazón, y 'fitas dé 'it n'a vif» cfu-
ert los brazos sobro el perito creyendo qnc iba h. estrechar-
la entre ellos.
Estaba fau cónipletai|¡cntp trastornado,, quo nio pagaba
horas enteras murmurando çri una aspeóle d* letanía» üe
amor, estas dos palabras:—Prascovia I^abinaUa,—y eivcoii-
Irabaún encanto indefinible en estas silabas, so! tado¿ unas
vrces lentamente, como si fuesen perlas, y dichas otro»
«•on la volublliddad feliril del <levoto a ruicn exalta su mis-
nía plegaria.' Otra* veces escribía su nòtnbre,en magní-
ficos trozos de vitela, reprbdut4ond</la^hí'('jores mueslra»
de las obras caligráficas defaEdad M<5dla,"como losotones
de oro, flores de azur yrnm'irjés' 'ad siriopíe.'1 Kit e*tc tiraba-
jo empleaba una mlnn>h*Maü apasionada'y una ] crfec-
clon pueril durante las'langas horas qué separabaii'i'ils vi-
sitas A la candes».' No podía leer hl oeupárihe en ótr.'i cosa
qtte-no1 fuese esto. Prascovla era lo tínico q'uVen el hiiin-
do me interesaba, ha«t« el extremo dò no'abr/f siguiera
las earta*¡f|He recibía de Francia'. Urüehas vécea hi e c*-
fuer»» pura m i l r de ese estado; traté de poner ori lue^ó
los Nxtotuus «U'Müducclou aceptado» por los Joven*•*; las
estratagema* que empleaban lus; Valmoht del eafá dv Pa-
ri» y lo» tenorios del Jocto»y-€lub; per»' M ir A poneKo por
obra me faltaba el TO»or¡yf«nV quejaba d« no poseer, cómo'
el Julian. Bore! de Stendhal, un paquete dé cartas progresi-
vas para hrltfci Copland* y ouvlandoaelas ft ht cóndesi'. "Mo
contentaba con amarla entregándome ft ella en cue.-po y
alma, sin pulirle nada en cambio y slri tttia espc;.inzu,
siquiera esta fueselvjana, porque irtls siverios mas au laces
apenas se atrevían ft tocar con loa Libios las puntas le los
sonrosados dedos do Prascovia. En el siglo XV el joven
AVATAU. 4
20 AVATAR.
novicio, con la frento sobre las gradas dol altar, y cl ca-
ballero arrodillado en ou rígida armadura, no i>odian te-
nor hílela la Virgen una veneración mat completo.
Mr. Baltasar Chcrbonneau babia cocui-luido ft Octavio
con una atención profunda, porque para 01 el relato del
joven no era solo una historia novelesca, así es que mur-
muró durante una pausa del narrador:— Ht, esto es el diag-
nostico del amor-pasión, una enfermedad curioaa que no
he .encontrado mas que uua ver,—en Ohanderuagor,—en
una joven paria enamorada de. un brahma. La pobre ni-
na murió, pero era una salvaje; vos, querido Octavio, per-
tenecéis a la raza civilizada y o» curaremos.—Cerrado esto
parentes*, hizo a Mr. de 8aville una sefiacon la mano pa-
ra que continuase, y replegando la pierna sobre el muslo
como la pata articulada de un saltamonte, ft flnde poder
apoyar la barba en la rodilla, quedóse tranquilo en esta
posición, imposible para cualquiera, pero quo parecía muy
cómoda para CI.
—No quiero fastidiaron cou loa detalles do mi secreto
martirio, dijoOetavio^y voy lUlegar a uua escena doolalva.
Un dia, no pudlenduuioderar inl imperioso deseo de, ver A
la condesa, adelantó la hora de mi acostumbrada visita;
hacia un tiempo tempestuoso y horrible. No encontró a
la aefiora Labinska en «1 salou. üo hallaba bajo do un pór-
tico sostenido por uua esbelta columnata que formaba uua
especie de galería por la que se bajaba al jardlu. Frasco-
via se habla hecho llevar allí HU piano, un sofft y algunas
sillas de junco; [gran numero de jardinera*, colmadas de
llores olorosas,—en ninguna parto son tan frescas ni olo-
rosas como en Florencia,—llenaban los Intercolumnios 6
Impregnaban con sua perfumea los soplos de la brisa que
venían do los Apeninos., Por entre lus arcadas no veían
los tejos y los recortados bojea del jardin, de enmedio de
los cuales se levantaban algunos anohos ci prosea que ador-
naban los marmoles mitológicos del gusto de Boecio Ban-
dinelll 6 del Ammanato. Ka el fondo, y por encima de la
silueta de Florencia, so erguía la iglesia de Santa María
del Fiore 6 resaltaba la torre cuadrada del palacio de Véc-
enlo.
AVATAIt. 21
La condesa estaba sola, medio acostada sobre el sofá de
junco; nanea mo habla parecido tan hermosa; BU cuerpo
negligente, enlanguidecido por el calor/ bailado como el
de una ninfa muriua, por la blanca espuma de uu nucho
peinador de muselina do las ludíais <l"e adornaba de alto
a bajo una guarnición rizada como la frauja de plata de
una ola; uu broche de acero ennegrecido cerraba al peoho
este trage lau ligero como el ropaje que flota alrededor de
la Victoria, sujetando sus sandalias., Por entre las abier-
tas mangos apureciuu como lo» pistilos uu el cilla do iiliu
tlor, sus brazos de un color mas puro que el del alabastro
de que se sirven los escultores Uore-iUiuos para tallar las
copias de Jus estatuas antiguas; uu uiicbo rinturon negro,
atado a la cintura, y cuyas puntas cutan sobre la falda, se
destacaba vigorosamente eu medio do aquella blancura.
Lo que podia tener de triste cato juego do colorea oonsa-
grados ni lulo, entuba aminorado por lu punta de unara-
l·iililla circasiana de tafilete a/ut lleim de arabescos ama-
rillos, la cual usomulia por debajo du I último pliegue de la
uiuseliua.
Les rubios.cabellos de la ooudiMij cuyos llotnnles riaow
descubrían su frente, dejaban ver las sienes enmodio de
una aureola que quebraba la luz y la reproducía «n partí-
culas de oro.
Cerca de ella, sobro una silla, palpitaba al soplo del aire
un gran sombrero dejsija de arroz, adornwdo'cOn largas
cinta» negras, parecidos a lns del trage, y descansaba un
par do guantes do Huecla quo arm' no se había usado.
Al presentarme, l'raseovia cerro ol libró que estaba le-
yendo—los poesías de Mloklewlez,—y me hizo «na seria
de agradecimiento; estaba sola—elreiiiïstAhcla favorable
y rara>—Me sentó delante de ella eh el sitio que me desig-
no. Kütre los dos reinó uno <le esos silencios penosos,
cuando se prolongan. No encontraba a rhl disposición
ninguna do esas vaguedades tío JueonWrsuclon; mi cabeza
se [hinchaba, olas de fuego me subían del riorozon (l los
ojos y mi amor mi> gritaba: «Nrt pierdas esta ocasión su-
prem a. H
Ignoro lo que habría hecho si la conde?n, adivinando la
22 AVATAIt.
eauaa do mi turbaeiou, no so bubieso medio levantado
«largando hauia nií tu mano como para taparme la boca.
-«-Na m* dignis ni una sola palabra, Octavio; me amain,
lo sé, 1©: siento y la creo; no os lo prohibo porque clamor
M involuntario. «Hras mujeres mas severas gnVfatftm' por
ofendidas; ye <*s'compadezco porque no pnedo amaros; y
OH verdaderamente trist» jtora mT el ser la cíuis» ríe^vues-
tra desgracia.' Hiento haberme cruzado en vuestro cami-
no y maldigo el instante cu que pensó" dejaríi Venèria pa-
ra vialtnr A Florencia, Creia que mi constante frialdad
ncabariivporinortitionros y por alejaros; pero el verdade-
ro amor, cuyas señales so ven muy maní tiestas err vues-
tma ojos, no se detiene ante ningún obstfteule. (¿uo mi
dulzura no Jiags nacer en vos ninguna ilusión, ningún
sueño, y no toméis mi piedad por una inclinación liarla
vos. I in ftiigel con un escudo diamantino y con la esphda
de fuego,'mo.guanta contra toda seducción mejor quo la
religion, mejor que el deber, mejor que la Virtud; ese Án-
gel e» mi amor porque yo adoro al conde do Labltaskl', por-
que yo he tenido la dicha de encontrar la pasión en el ma-
trimonio.
Un rio do Ingrimas nsomoso ft mis farpados" ante una
confesión tan franca, tan leal, tan noble y tan pfidicn. Kn
aquel momento sentt qui' .se rompia el resorted*.mi Vida.
. l>ru«cpv¿a,>;iwnm"vJd», »o teviiu,to\..v por medio de un
moyiui^Ml·"i 1 tf tt ' ,1 '* 0 * M * ( K ,: » ciOHa piedad femenina, puna
oor ¿n¡s <>}</* su pañuelo do baliata.
^Vttmps,,noiloreis,.medijo, yoo» lo prohiba, -^rotu-
rad acordaros de ot >'* cosa; imaginaos quo win be marcha-
do para siempre, yue mo he niuerto;<>lvUladu>e.'. Viajad,
trabajad, ejerced el bien, mezclaos activamente ft la vida
luimuuu; consolaos en uu arte 6 en un amor
Le h'ico vi» gesto negativo.
—¿Creejs que sufrirft menos vuestro eonizon viúndome
ciwUuumnpiite.? Venid, pues, todos las tilas, yo os reel bi-
l í en mi w u , . Dios aconseja que perdonemos ft nuestros
enemigos: ¿por quó hemos de tratar peor ft los que nos
uiiuiu? iSiu t'inbargo, la ausencia me parece un remedio
mas seguro. Uníante dos aflos nos podremos estuchar la
AVATAR. 13
mano MU peligro para vos, afiadio Irataudo «le aou-
rointe.
Al «¡guíenle, «lia ¡tuli de Florencia, pero ni el estudio, ni
los viajes, ni el tiempo hnu disminuido inU sufrimientos,
y me Miento tuorir: ¡no nie lo impidáis, doctor!
—11 ni ici* vuelto A ver a la condena l'rascovia Labluska?
dijo el doctor, cuyos n/ule.H ojo» brillaban de una manera
extraordinaria.
—No, respondió Octavio, pero estíl en Parin. Y nlaryfi
al doctor Raliusar C'herbonneau una tarjeta que decía:
«I»a condesa Frascovln Lnbinska, recibirá en su casa el
ju6vt*.*
Ill

Entre los escasos paseantes quo en aquella época recor-


rían la avenida CUbriel, en los Campo* Elfceos, desde
la embajada Otomana hasta el Elíseo liorbon, pretiriendo
al torbellino polvoroso y al elegante bullicio, de la gran
calzada, el aislamiento, el silencio y la fresca calma de
aquel andén bordado de Arboles por un lado y de jardines
por el otro, habia pocos que no se detuviesen con cierto
sentimiento de admiración me/ciado de envidia, delante
de un poético y misterioso retiro, en donde, cosa rara, la
riqueza parecía vivir en compañía de la felicidad.
¿A quién no le ha ocurrido muchas veces defensive ft la
puerta de un parque, mirar largo rato la blanca casita d tra-
vés de las guirnaldas de verdura y alejarse con el corazón
ensanchado, como si el sueno de la vida estuviese oculto
tras de aquellas paredes? Por el contrario, otras habita-
ciones, vistas desde afuera, nos inspiran una tristeza Inde-
finible; el fastidio, el abandono, la desesperación llenan
la fachada con BUS tintes grises y amarillean las copas ca-
si deshojadas de los árboles; las estatuas sufren la lepra del
musgo, las llores se mustian, el agua do los estanques en-
verdece, las yerbas malas invaden el sendero A pesar del
rasero, y los pájaros, si por casualidad los hay, enmude-
cen.
I4O8 jardines estaban separados del andén por unos ar-
royosy se prolongaban formando unas cintas mas ó menos
anchas hasta el edificio, enj a fachada daba frente & la ca-
AVATAR. 25
Ile del Faubourg-Saint-Honoré. Esto jardin terminaba
por una tapia formada con piedras muy gruesas y escogi-
das por la curiosa irregularidad do sus formas, las cuales
so levantaban a ambos Indos en forma de bastidores, cer-
rando sus rugosas asperezas y sus masas sombrías el fres-
co y .verde paisaje colocado entre ellas. Entre las grietas
de las rocas el tardo, la asclepiada encarnada, el mlleper-
tuis, la cimbalaria, la siempreviva y la yedra do Irlanda
encoutraban bastante tierra vegetal para alimentar sus
raíces y destacaban su verdes variados sobre el fondo vigo-
roso de la piedra. Un pintor no hubiera podido poner me-
jor asunto en el primer termino de un cuadro.
Lias paredes laterales quo cerraban este paraíso terrenal,
desaparecían bajo do una cortina de plantas trepadoras,
nriatolóquias, pasionarias azules, campanillas, glyclnasde
la China, pcriploeas de <Jrecia, cuyos asideros, zarcillos y
tallos so enlazaban formando un enverjado verde, porque
la misma felicidad no quiero estar prisionera, y, gracias A
esta disposición, el Jardin parecía el claro de un bosque,
mas bien que el parterre estrecho y cerrado por lo» cerca-
dos de la civilización.
Mas all& de los iiiouteclllos de rocalla, se agrupaban al-
gunos bosquecUlos de árboles de figura elegante y de vigo-
rosa frondosidad, cuyo follaje formaba un contraste muy
pintoresco: enebros del Japon, tuyas del Canadá, plátanos
de Virginia, fresnos verdes, Alamos blancos, lotos de la
Provenga. Mas alia de los arboles se extendia una prade-
ra de ray-gras, en el que no habla una punta de la yerba
mas larga que otra; pradera mas fina y sedosa que el ter-
ciopelo del manto de una reina, de ese verde esmeralda
ideal, que solo se obtiene en Inglaterra, «1 pie de las esca-
leras de las mansiones feudales; blanco tapiz natural que
los ojos acarician con placer y que el pió pisa con temor;
moqueta vegetal en donde durante el dia pueden Jugar al
sol la gacela domestica y el Joven primogénito del duque,
vistiendo su trage bordado do oro, y por la noche deslizar-
se a la luz do la luna alguna Titania 4el "West-End con la
mano enlazada a la de un Oberon.
AVATAI!.
20 AVATAR.
Un andén de arena pasada por tumi/, a fin de que ni un
pedacito do concha ul de Miiex pudiera herir los aristocráti-
cos pics que marcasen allí su huella delicada,circulaba co-
mo una cinta amarilla alrededor de esta sabana verde baja
y espesa, que las tijeras se encargaban de man tener siem
pro A igual altura y quo la lluvia 'artificial de regadera-
manteni» en una constante humedad aun en los dios roas
seco» de Torano.
Al final de esta pradera estallaba, en la época en que
ocurre esta historia, uií verdadero castillo de fuegos arti-
ficiales producido por uti macizo de gesanios en flor, cu-
yas estrellas de escarlata llameaban sobre el fondo oscuro
tic una tierra cubierta de maleza.
da elegante fachada «lu la cana completaba la perspecti-
va: esbeltas columnas do 6rden Jónico sostenían el portico,
en cuyos ángulos se levantaban graciosos grupos de már-
mol, y le daban la apariencia de un templo griego tras-
portado allí por el capricho de un millonario, el cual, des-
pertando una idea poética y artística, presentaba todo lo
quo cl lujo puedo tener de mas fastuoso; en los interco-
lumnios las cortinas rayadas con anchas bandas de color
de rosa y casi siempre corridas, abrigaban y dibujaban A
la vez las ventanas que se abrían en el pórtico.
Cuando el fantástico cielo'de Taris se dignaba vestirse
de azul detrás de este palaxzino, las líneas se dibujaban
tan correctamente entre los grupos de verdura, que podia
tomarse por el alojamiento de la reina de las hadas.
A ambos lados del edificio adelantábanse hacia el jardín
dos entufas formando alas, cuyas paredes de cristal brilla-
ban al sol entro sus nervios dorados, y les formaban a nu-
mérotas plantas exóticas, tan raras como preciosas, la Ilu-
sión de su clima natal.
Hi algun poela madrugador hubiese recorrido la avenida
Gabriel al despuntar la aurora, habría oido al ruisefior ter-
minar los aitimos trinos de su nocturno y habría también
visto al mirlo pasearse con sus zapatos amarJUo.^por el
andan del jardin, como un pájaro que está en su casa; por
la noche, cuando el ruido de los carnajes que volvían de la
Opera se apagaba en las calles adormecidas, ese mismo
AVATAR. 27
poeta hubiera distinguido vagamente una sombra blanca
••o~ida del brazo de un bellísimo joven.
HI lector iialii.í adivinado ya que este era el palacio quo
habitaba bacía algun tiempo la condesa l'raseovia Labins-
ka y uu marido el «onde Olaf Labinskl, do regreso de la
guerra del Cíiucaso, después do una gloriosa cámpafia, don-
de si no se habla batido cuerpo ft cuerpo con el místico 6
insaciable Bchamyl, en cambio habla arreglado algunos
cuentas con los mas fanáticos defensores del Ilustre scheyck.
Habla evitado las balas como las evitan los valientes, nr-
rojaridt se enmedlo do ellas, y los corvos sables de los sal-
vajes guerreros so hablan roto eu su pecho sin herirlo. El
valor es una coraza impenetrable. El condo Labinskl po-
seía eso valor loco de los razas eslavas que aman el peli-
gro por el peligro, y & las cuales puede aun aplicarse la
frase de un viejo canto escandinavo: «¡Matan, mueren y so
rien!»
¡Con qufi alegria se hablan encontrado do nuevo estos
dos esposos, para quienes el matrimonio no era otra cosa
que la pasión permitida por píos y por los hombres, eso
que solo Tomás Moore sabría explicar en un estilo pareci-
do al Amor de los angele»! Seria preciso que cada gota do
Unta se trasformase en nuestra pluma en una gota de luz,
y que cada palabra se evaporase sobre el papel arrojando
una llama y un perfume como un grano de incienso. ¿Có-
mo pintar estas dos almas fundidas en una misma y pare-
cidas ft dos ldgrlmas de roclo, que deslizándose sobre el
pótalo do un lirio, se encuentran, se juntan, se absorben
la una ft la otra y acaban por formar una perla única? La
felicidad os una cosa tan rara en este mundo, que el hom-
bre no se ha tomado el trabajo de inventar muchas pala-
bras par» expresarla, mientras que el vocabulario délos
Hufrimlentos morales y físicos llena innumerables colum-
nas en el Diccionario de todas las lenguas.
Olaf y Prascovia se amaban desde nifios; nunca su cora-
zón habla latido mas que al pronunciarse un nombre; sa-
bían casi desde la cuna que se pertenecían el uno al otro y
que el resto del mundo no existía para ellos; cualquiera hu-
biera dicho que los pedazos del andrflgcno de Platon, que
•is AVATAR.
en vano so buscan desde el divorcio primitivo, se hablan
encontrado y reunido en uno solo, formando esa dualidad
en la unidad, que es la armonía completa, y que el uno al
lado del otro marchaban, 6 mejor dicho, volaban a travos
de la vida con vuelo igual y sostenido, como dos palomas
a quienes llama el mismo deseo, según la bella expresión
del Dante.
Con el objeto de quo nada pudiese turbar esta felicidad,
una fortuna inmensa les envolvía como eu una atmósfera
de oro. Allí donde se presentaba esta brillante pareja la
miseria consolada abandonaba sus harapos y las lágrimas
se .secaban, porque Olaf y Frasoovia tenian el noble egoís-
mo de la felicidad y no podían sufrir un dolor en el círcu-
lo de su infiueucia.
Desde que el politeísmo se ha llevado con él & ios dioses
jóvenes, esos genios sonrientes, esosFebos celestes con for-
mas de una perfección absoluta, de un ritmo armonioso y
de un ideal puro; desde que la Grecia antigua no canta el
himno de la belleza en estrofas de Paros, el hombre ha
abusado cruelmente del permiso que se le dio para ser feo,
y aunque hecho & la Imagen de Dios, la representa bastan-
te nial. El conde Labinskl no habla abusado de esta au-
torización: el óvalo un poco prolongado de su rostro, su
nariz pequeña pero atrevida y correctamente acabada, 'su
labio bien dibujado que acentuaba un bigote rubio termi-
nado en agudas puntas, su barba levantada y adornada
con un oyuclo, sus ojos negros, cierta singularidad llama-
tiva y algo de ex traflo y gracioso, le daba el aire de uno
tie esos ángeles guerreros como Ban Miguel 6 Ban Rafael,
que luchan con el demonio vestidos con armaduras de oro.
Hubiera sido demasiado bello sin la mirada enérgica que
brillaba en sus ojos y sin el moreno barniz con que el sol
de Asia habla cubierto su rostro.
£1 conde ora de una estatura mediana, esbelta y nervio-
sa, que ocultaba unos muscular de acero bajo una aparien-
cia delicada; cuando en algun baile de la embajada vestía
su troge de magnate todo cubierto de oro, todo sembrado
de diamantes, todo bordado de perlas, pasaba entre los
grupos como una aparición luminosa, excitando la cnvl-
AVATAR. 29
diu de los hombres y el amor de las mujeres, que Prasco-
vla le hacia Indiferente*. Nos falta aíïiulir que el conde
poseía l¡w dotes de la inteligencia como las del cuerpo. Las
hados bienhechoras le habian dotado al nacer, y la maldi-
ta bruja IJUO Huele echarlo todo A -perder, so encontraba
a |uel dia do buen humor.
Bien comprenderá el lector que con semejante rival, Oc-
tavio de tíaviüe tenia po»o que esperar, y que hacia muy
bien dejándose morir trouquilaiuncto sobre los cojines de
su divan, a pesar de la esperanza que trataba de devolver-
le al corazón el fantástico doctor Cherbonneau. Olvidar A
Prascovia era el dnlco medio de curarse, pero esto era im-
pasible; volverla A ver ¿de que le habla de servir? Octavio
comprendía demasiado bien que la resolución de la Joven
no se debilitarla nunca en su Implacable dulzura, en su
fría complacencia. Tenia miedo A que sus heridos no cica-
trizadas se abriesen do nuevo y volviesen II sangrar delan-
te de aquella que le habla matado inocentemente, y no
quería acusar A su dulce y amada agresora.
IV
Dos AHos liabian trascurrido desde el diu en (jue lu con-
desa Luliiuhka habia detenido eu los labios de Octavio lu
declaración de amorque nodcbiaoir. ()ctavio, al caer des-
de lo alto de BU «uefio, se liubiu alejtido, llevándose consigo
el germen de una negra tristez*, y no hubia querido comu-
nicar noticias suyas.ft Prascovil·l. La única palabra que
hubiera podido escribirle era la únioa que tenia prohibitiu.
Mas de una vez el pensamiento de U condesa, asustado an-
te aquel silencio, se habla dirigido melancólicamente h.1-
cia su adorador:—¿la había olvidado? En HU divina ausen-
cia do coquetería le deseaba, sin saberlo, poique la inex-
tinguible llama de la pasión iluminaba los ojos de Octavio,
y la condesa no habla podido ser indiferente. El amor y
los dioses se reconocen en la mirada: esta idea empanaba
como una pequetta nubécula el límpido azul de HU felici-
dad y le inspiraba la ligera tristeza do los angeles que en
el cielo se acuerdan de la tierra. Su alma encantadora no
podia menos de sufrir al saber que alia almjo Labia un ser
desgraciado por causa suya; pero la estrella do oro que bri-
lla en lo alto de lo« cielos ¿qué puede hacer por el pobre
pastor que eleva hacia ella sus brazos desfallecidos? En los
tiempos mitológicos Febea descendiu de los cielos en rayos
de plata sobre Endimion dormido; pero no estaba casada
con un conde polaco.
En cuanto llegó & Paris la condesa Lobinska tnvió á
Octavio esa Vaga invitación que el doctor Chernonneau
volteaba distraídamente entro sus dedos, y vioudo que no
Iba a visitarla como ella hubiese querido, se halda dicho
cou nn movimiento de alegría Involuntario: «(Todavía me
ama!» Sin embargo, era una mujer de una pureza ange-
AVATAR. 31

lical y casta como la nieve do la última cima del Hima-


laya.
Kl misino Dios desdo el fondo de au infinito, se evita el
fastidio do la eternidad con el placer que le proporciona el
oir que late por 61 el corazón de uua pobre criatura pere-
cedera, allá en uu globo perdido en la inmensidad. Pras-
covia no era mas severa que Dios, y el conde Olaf no po-
dia quejarse de esta delicada voluptuosidad del alma.
—He escuchado atentamente vuestro relato, dijo el doc-
tor a Octavio, y me he con vencido de que es Inútil toda es-
peranza por vuestra parte. La condesa no partirá nunca
su amor con vos.
—Ahora comprendereis, Mr. Cherbonneau, cuánta razón
tenia al no buscar un medio con que retener esta vida que
se rae escapa.
—He dicho que no habla esperanza en los medios que
ordioariameute se emplean, dijo el doctor; pero existen
poderes ocultos que desconoce la ciencia moderna, y ouya
tradición se conserva en esos extraños países que califi-
ca de bárbaros una civilización ignorante. Allá en los
primeros dias del mundo, el género humano, puesto en
contact» inmediato con las fuerzes vivas de la natura-
leza, sabia secretos que hoy se consideran perdidos, por-
que no se los han llevado en sus emigraciones las tribus
que mas tarde han formado los pueblos. Estos secretos se
trasmitieron de iniciado en iniciado en las misteriosas pro-
fundidades de los templos, se escribieron en Idiomas sa-
grados, incomprensibles al vulgo, y se esculpieron en gc-
«•ogltficos á lo largo de las paredes crípticas de Elora. Aun
«e pueden encoutrar en las cimas del monte Mero, donde
nace el Ganges, Ô debajo de la ewcalera de mármol blanco
de Uenares, la ciudad santa, 6 en el fondo de las pagodaa
arruinadas de Ceylan, algunos brahmas centenarios desci-
frando manuscritos desconocidos; algunos yoghis ocupa-
dos en repasar el inefable monosílabo om, slu apercibirso
de que los pájaros anidan en sus cabellos; algunos fakires
en cuyas espaldas se ven las cicatrices «le los ganchos de
hierro de Jaggernat, los cuales poseen esos arcanos perdi-
dos y obtleuon resultados maravillosos cuando quieren ser-

AVATAR. 6
3-' AVATAR.
virse de ello»,—Nuestro Europa. absorbida por los interese*
materiales, no tiene idea delirado de esplritualismo i. quu
buu llegado loa penitentes do la ludia; ayuuos absolutos,
couteinplcionesde una úje¿a espantosa, posturas iinposibes,
conservadas du lui. te sñoseu teros, extenúan de.tal modo sus
cuerpos, que diríaae al verlos acurrucados bajo un sol de
plomo, entre lo* braseros eu cundidos, dejando crecer sus
uñas hasta taladrarles las palmas de las manos, que eran
momias egipcios sacada» desús cajas y puestas en aptitudes
de monos; su en voltura humana no es mas que una crisáli-
da, que el alma, mariposa iuraortal, puede dejar ó tomar da
nuevo, según su voluntad. Mientras que su lluco despojo
queda allí inerte, horrible 4 la vista, como una larva noc-
turna sorprendida por. el dia; eu espíritu, libre de toda liga-
dura, se eleva en ala* de la alucinación & alturas incalcula-
bles en tos mundos sobrenaturales. Tienen visiones y sue-
ños extraño»; siguen tle.uxia.sis en éxtasis las ondulaciones
que liaeeii las edades quu pasaron sobre el océano de la eter-
nidad; recorren el iuiiuiíueu todos sentidos; asisten A la
creación de los universos., al góuto de los dioses y sus meta-
morfosis y vioueu á M memoria las ciencias que destruyo-
ion los cataclismos pl' : ton ¡anos y dil livianos y los recuerdos
olvidado* por el hombre y. por los elementos. Kn tan ex-
traña situación murmuran palabras pertenecientes & leu-
guas que no ha hublaJo ningún pueblo desde hace muchos
miles de años en la s.qierticiü del KIOIIO, y encuentran el
verbo pi iusm-dial, el verbo que hizo brotar la luz de las an-
tiguas tinieblas: «¡se les tiene por ioooa y «asi son dioses!»
Tau singular preámbulo excitó, como es natural, la
atención de Octavio, quieu, no comprendiendo hasta dón-
de quena ir Mr. Baltasar Chei bonneau, fijó en él sus ojos
asombrado* y preñado» de preguntas: no le era fácil com-
prender qué .puntos ue contacto podían ofrecer los peni-
tentes de la ludia, oou su «mor por la condesa kabinska.
£1 doctor, adivinando el pensamiento de Octavio, le bi-
só una cel·la con la mano como para evitar sus preguntin»,
y lodjioc
-•Paciencia, querido enfermo, ahora mismo compren-
dereis quo no me he entregado A una inútil digresión.
AVATAR. :;3
«'miando do interrogar con el escápelo, Honre el mármol
de los anfiteatros anatómicos, Jos cadáveres, que no m e
respondían, y que m e enseuabun la muerte ruando busca-
lia la vida, forma el proyecto—un proyecto atrevido como
el de Prometeo, ul escalar el ciclo para robarle el fuogo,—
de buscar y sorprender el alma, de analizarla y de disecar-
la, por decirlo asi; aban doué el efecto por la causa, y desde-
ñó profundamente lu ciencia materialista, cuya inutilidad
había experimentado. Trabajar sobre esas formas vagas,
sobro esas reuniones fortuita* de moléculas, m e parecía
la función de uu empirismo grosero. Knsayó por medio
del magnetismo il desatar las ligadura* que encadena!)
el espíritu a su euvoltorio; bien pronto adelantó a Mes-
mer, & Desloo, M a x w e l , Puysegur, Deleuze y los mas
hábiles en experiencias maravillosas, pero que aun in»
m e satisfacían.: catalepala, sonambulismo, doble v i s t a ,
lucidez estática, todos estos efectos inexplicables para el
vulgo, eran m u y sencillos paru mí y los producía í. voluu _
tad.—Me remonto a mayor altura: del arrobamiento du
Cardan y de Santo Tomás de A q u i n o pasti á las crisis ner-
v.osas de las l'y tilias; descubrí los areauOa de los Kpoptos
griegos y de ios Xebiim hebreos; mo inició retrospectiva'
m e n t e en loa misterios de Trofouius y Esculapio recono-
oieado siempre eu las maravillas que se refieren una con-
centración ó una expansion del alma, provocada por medio
de los gestos ó de la palabra, por la mirada, por la volun-
tad 6 por cualquier otro agente desconocido.—Llegué &
rehacer uno por u n o todos los milagros de Apolouio de
Tliyana.—Sin embargo, mi sut-fio científico aun no se ha-
bla cumplido: el alma se me escapaba siempre, la hacia apa-
recer, la oia, tenia poder sobre ella; amortiguaba 6 excita-
ba sus facultades, pero entre ella y y o había un velo que
no podia rasgar sin que ella huyese. Me encontraba como
el que tiene un pájaro metido en una red y no se atreve
á abrirla por miedo á que so le escape.

M e marchó a la India esperando encontrar la palabra


del enigma en ese país de la antigua sabiduría,—Aprendí
el wiuscrito y el pacrito; los idiomas sabios y vulgares, de
manera que pude conversar con los panditaa y los brah-
34 AVATAR.
mus.— Atravesó las comarcas donde duerme el tigre acos-
tado sobre sus patas; costeé los estanques sagrados que
pueblan loe cocodrilos; franquea bosques Impenetrables
obstruidos por las enredaderas, haciendo huir eu tropel las
nubes de murciélagos y de monos; me encontre frente &
frente de un elefante al penetrar un sendero, solo transita-
do por latí ñeras, y todo por llegar hasta la cabana de un
yoghi celebre en comunicación con loa Munis. Me sente
durante mucho tiempo A su lado, compartiendo su piel de
gacela, para notar los diversos encantamientos que mur-
muraba el estasis sobre sus labios negros y resquebrajados.
De esta manera pude recoger palabras muy poderosas, fór-
mulas do evocación y silabas del Verbo creador.
Estudie las esculturas simbólicas en las habitaciones in-
teriores de las pagodas que no ha visto ningún ojo profano,
y doLde me permitía penetrar mi trago de brahma; allí leí
muchos misterios cosmogónicos y leyendas declvillzaciohes
que desaparecieron; descubrí el sentido de los emblemas que
tleuen en sus múltiples manos aquellos dioses híbridos y
frondosos como la naturaleza de la India; medite sobre el
círculo de Brahma, el loto de Vlshnü y la culebra de Shi-
va, el dios azul.. Uanesa, desenvolviendo su trompa de
paquidermo y cerrando sus ojuelos frangeados por largas
pestafias, parecía como que sonreía A mis esfuerzos y que
me incitaba A continuar en mis averiguaciones. Todas
aquellas liguras monstruosa* me decian en su lengua de
piedra: «Nosotros no somos mas que formas, pero el espí-
ritu agita la materia.»
Un sacerdote del templo de Tlrunamalay, a quien par-
ticipó la idea que rae dominaba, me indicó, cómo el hom-
bre que habla llegado al mas alto grado de sublimidad,
era un penitente que habitaba en una gruta de la isla de
Elefanta. Le encontre pegado & la pared de la caverna,
metido en un trage de esparto; la barba entre las rodillas
y en un estado de completa inmovilidad. Bus pupilas es-
taban ocultas y no dejaban ver mas que el blanco del ojo;
sus labios se doblaban sobre sus descarnados dientes; su
piel, curtida por una increíble flaqueza, se adhería A lo»
pómulos; sus cabellos, arrojados hacia atrás, pendían en
AVATAR. ¡JÓ
mechones lacios como los filamentos do esas piaulas que
se descuelgan desde lo alto de las rotos; su barba se dividia
en dos paites quo casi lo tocaban en el suelo y sus unas es.
(aban encorvadas como las garras do un Águila.
El sol le había secado y ennegrecido de tal suerte, que
su piel de indio, naturalmente morena, habia adquirido el
tinte del basalto; puesto del modo que he Indicado, pare-
cía por su fornia y su color, un vaso eanoplco. A primero
vista le creí muerto. tfacudf sus brazos, que parcelan su •
frlr una ankylosis, producido por la catalepsio, le gritó
al oído con toda la fuerza do min pulmones las palabras sa-
cramentales que dobiiui revelarmo a 61 como un luiclaJo,
y sin embargo uo observí movimiento alguno; sus parpa-
dos quedaron Inmoviles.-lba ft alejarme, desesperado de
conseguir comí alguna, cuando of un ruido singular; una
llama azulada posó por delante de mis ojos con la fulgu-
rante rapidez de una chispa eléctrica, revoloteo un segun-
do por los labio» entreabiertos del penitente y desapare-

Brahma-Logum [este era el nombre del santo persona-


je], pareció despertarse de su letargo: las pupilas volvieron
n su sitio; me miro con los ojos do los hombres y contestó
6. mis pregunta».: «Tus deseos han quedado satisfechos:
acabas de ver un alma. Yo he conseguido desatar la mía
del cuerpo cuando lo creo oportuno;-entra y sale como
uua abeja luminoso, solo perceptible & los ojos de los adep-
tos. He ayunado, rogado y meditado tanto; nio he mace-
rado de un modo tan riguroso, que he couseguido desatar-
la de las ligaduras terrestres que la encadenan y que Wisli-
"u, el dios do las diez encarnaciones, me revelase la pala-
bra misteriosa que le guio en sus Avatars, ft traves do las
diferentes formas.—81 despues de haber hecho las genu-
flexiones del rito, pronunciase esa palabra, tu alma vola-
ría para ir ft animar al hombre 6 ft la bestia que yo le de-
H gnase. Soy el tínico del mundo que posee el secreto y te
lo lego ft tí. Mo alegro de que hayas venido porque no ha
de pasar mucho tiempo sin que me hunda en el seno de lo
increado como una gota de agua en el mar.»
Y el penitente balbuceo con voz débil, como el exteitor
3« AVATAR.
del moribundo, y por lo tanto distintas, algunas stlulmx,
que me produjeron en la espttldaesa frialdad do que habla
Job.
—¿QuO queréis decir, doctor, exclamó Octavio; no roe
atrevo á sondear la espantosa profundidad de vuestro pen-
samiento.
—Quiero decir, respondió tranquilamente Mr. Baltasar
Cherbonneau, que no be olvidado la fórmula mágica de
mi amigo Brahma-Logum, y que la condesa Prascovia de-
be poseer una gran penetración si reconoce el alma de Oc-
tavio de Saville en el cuerpo de Olaf Labinski.
V

La reputadon del doctor Baltasar Cherbonueau como


medico y como taumaturgo, empezaba ft esparcirse por
I'nris; sin niKnu, reales 6 fingidas, le hablan puesto do
moda. Pero lejos de intentar lo qué vulgarmente se dlco
hacerse un* clientela, se esforzaba en rechazar los enfer-
mos cerrándole* l:i puerta fi ordenándolos prescripciones
extrafius 6 ríiglmeuea imposibles. .No aceptaba mas que
casos de.i?eperadu» y remitía & sus colegas con uu i.oberauo
desden lus vulgares Huilones del pecho, las ligero» ente-
ritis y las popularos liebres tifoideas. En aljrunas ocasio-
nes supremas obtenia curaciones verdaderamente- Increí-
bles, lio pie til lado de la cama, hacia gentoí mágicos sobre
una laza dengim, y cuerpos ya rígidos y fríos, pronto» a
Her metidos en cLataúd, después de probar algunas gofa»
•le este brevajr, abrían las manos crispadas por lp ugonía,
recobraban el aopbi de lo vadla, loa colores de la fcalud, 6
incur|>orái)dosepaseaban a sa alrededor unos miradas ya
acostumbradas a las nombras de la tumba. : Asi es qua se
le conocía vulgarmente por el ni6dlco.de lo» muerto» 6 el
resucitador. Muohns vece» se negaba a realizar curas do
esta clase y con frecuencia rehusaba sumas enorme» de
parte de los rico» moribundos. Para que se decld.iesa a lu-
char cou la destrucción era preclho-que so condoliese del
dolor de una madre Implorando la salud de su hijo fluico,
de la desesperación de uu amanto pidlouùo gracia para su
AVATAR. 7
38 AVATAR.
adorada prometida, 6 quo juzgase (|ue la vida amenazada
podía ser OUI A la poettfa, & las ciencias 6 al progreso del
género humano. Arrebató do las niaiiod de la muerto Aun
nifio de pecho A quien el crup estrechaba la garganta con
sua dedos de hierro, á una preciosa joven que estaba en el
último grado de la tisis, & un poeta próximo al delirium
tremens, A un inventor, victima de una congestion cere-
bral, que ibaá ocultar su secreto bajo unos puñados de tier-
ra. En cualquiera otra circunstancia decía que no debia
contrariar la naturaleza, que ciertas muertes tenían su ra-
zón de ser y que se corria el riesgo, al evitarlo, de destruir
alguna cosa en el orden universal. Ya habréis compren-
dido que el Dr. Cherbonneau era el hombre de las parado-
jas y que habia traído de la ludia una excentricidad com-
pleta, tíu nombre, como magnetizador, estaba por encima
del quo habia aloauzado como médico; delante de un cír-
culo de personas escogidas habla dado algunas sesiones, de
Jas que se contaban maravillas que sobrepasaban todas lax
nociones de lo posible y lo imponible, y que dejaban muy
atris los prodigios «le Cagl ¡ostro.
121 doctor habitaba el piso bajo de un viejo edificio de la
calle de Regard, con loa cuartos en illa, segon la antigua
costumbre, y cuyas altas ventanas se abrian Aun jardin
Heno de grandes Arboles de negro tronco y de follaje ver-
de. Aun durante el verano habia una porción de podero-
sos caloríferos que arrojaban por sus bocas de latón trom-
bas de aire encendido en aquellos vastos salones donde
mantenían la temperatura A treinta y cinco 6 cuarenta
grados de calor, porque Mr. Baltasar Cherbonneau, acos-
tumbrado al clima incendiario de la India, temblaba do
frío bajo nuestros pAlidos soles, como aquel viajero que ha-
biendo salido de las fuentes del Nilo Azul en el Africa
central no podía resistir el frió del Cairo, de manera que
solo salla en carruaje cerrado, metido en nna piel de zor-
ro azul do Siberia y los pies sobre un calorífero de agua
hirviendo.
No habia en estas salas mas que divanea bajos, tapiza-
dos con telas malabares, llenas de elefantes quiméricos y
pájaros fabulosos, cabelleras cortadas, vasos del Japon He-
AVATAIt. 39
nos de llores exóticas; las parejea estaban pintadas y dora»
ilai can es» sencillez barbara propia de los naturales de
Ceylan, y «obre el piso se extendía, de un extremo al otro
del salon, uno do esos tapices fúnebres con ramajes negros
y blancos que tejen por penitencia los Thuggs encarcela-
dos, y cuya trama parece hecha con el cánamo de sus cuer-
das de estranguladores; algunos ídolos indios con sus gran-
des ojos de almendra, su nariz llena de anillos, sus labios
gruesos y sonrientes, sus collares de perlas cayendo hasta
el ombligo, con atributos singulares y misteriosos y cou
las piernas cruzadas sobre los pedestales de los rincones,
donde descansaban. A lo largo de las paredes habla col-
gadas unas miniaturas pintadas & la aguada por algun ar-
tista de Calcuta ó de Lucknow, las cuales ropreaeutabau
los lluevo Avalaré, cumplidos por Wishnu, / u pez, en
tortuga, en cerdo, en león cou cabeza humana, en enauo
bruhmino, en Kama, en héroe combatiendo con «l|giganle
de mil brazos Cartasuciriargunen, en Kltma, el nifio mi-
lagroso en quien los sofladoivj ven un Cristo indio; en
Buddha, adorador del gran dio3 Maluylovl, y por último,
su lu veia durmiendo eume il.» del mar do leche con la
culebra de las cinco cabezas, esperando el momento de
reencarnarse por última vez cu la forma de aquel caballo
blando y alado, quo al pisar con su cáseo el universo pro-
ducirá el lin del inundo.
i£n la Ultima de las salas, que estaba aun mas callente
que las otras, se veia a Mr. Baltasar Cberboneau, rodeado
de libros sánscritos escritos por medio de un punzón sobre
lluísimas láminas de madera, agujereadas y pasadas por un
cordon, de tal suerte, que mas parcelan persianas que li-
bros, & la manera cerno so comprenden en Europa. Una
maquina eléctrica con sus botellas llenas de laminas de
oro y sus discos de vidrio movidos por manubrios, dibu-
jaba su figura inquieta y complicada enmedlo de la habi-
tación y al lado de una cubeta mesinórica en la que habla
un cilindro do metal del que partían numerosas barras de
hierro. Mr. Cherbonneau no tenia nada de charlatan, y
por lo tanto era enemigo de las apariencias, lo cual no ser-
via de obstáculo para que al penetrar en tan extraflo retiro
40 AVATAH.
experimentase uno aquella misma impresión que debían
producir en otro tiempo loa laboratorio* de los alquiniis-
tas.
El coude Olaf Labinski había oido hablar de los mila-
gros realizados por el doctor y habla,brotado cu 61 uua cu-
riosidad semi-crédula. Las rozas eslavas tienen uua teu-
dencia hacia lo maravilloso, que uo es posible corregir ni
aun pur medio de Ja educación mas cuidadosa. Como por
u t o ludo persouas dignas de crédito y que habían asistido
a las sesiones del doctor contaban cosas que era imposible
creer siu haberlas visto, por graude que fuese la conñauza
que inspirase el narrador, se decidió a visitar al tauma-
turgo.
Cuando el conde Olaf Labinski entró en casa del doctor
s<- sintió (ojeado por una llama vaga; toda la f airgre le
intuyó á la cabeza y las venas de la frente le silbaron; el
extraordinario calor que reinaba en las habitaciones le so-
focaba; las lamparas eu que se quemaban aceites nroiuütí •
nos, las anchas llores de Java balanceando sus euoruie*
cálices como si fuesen inceusario*, le turbaban con sus
emanaciones vertiginosas y sus perfumes asfixiantes. Lió
ai^unos pasos tambaleándose hacia Mr. Cherbonneau, que
cataba acurrucado sobre su di van en una de e.->as extradas
posiciones do fukir ó de sannyaal, con que el principe Sol-
tykcffha Ilustrado tan pintorescamente su viaje A la India.
Cualquiera habría dicho al verle dibujando los ángulos de
hus articulaciones bajo los pliegues de su tra;;e, que era una
arafia humana acurrucada enmedio de su tela y mnnte-
nir-iiilos»! inmóvil delante de la prosa. Al aparecer el con-
de, «us pupilas de turquesa so iluminaron eon uua luz fos-
forescente, en ol centro de una órbita parecida 6. la hepa-
tites; tie-'pues se extinguieron como veladas por una nube
voluntaria. El doctor, comprendiendo el malestar del con-
de Olaf, alargó hacia 61 las manos, y dando dos ó tres pa-
ses, le rodeó j>or una atmósfera primaveral que formaba
un paraíso enmedio de aquel infierno do calor.
—,\Os encontráis ahora mejor? Acostumbrados vuestros
pulmonesá las brisas del Báltico, que llegan enfriadas por
aÍ9 leves centenarias del Polo, debían moverse como losn
A V A T A It. II
fuelle» Je una fragua «a este aire encendído* duudo tieron»
Wo yo que estoy cocido, recocido y hasta calcinado por ol
fuego del sol.
El conde Olaf Labinski hizo una aefia como pam mani-
festarle quo no lo incomodaba la alta temperatura <t« la
habitación.
—Conque, dijo el docto» con acento de buen lid mor, sin
duda habéis oído hablar du mis pases y manipulaciones' y
querela ver alguna íuuqstra du mis ponooio&i«atoaJ «ol'l yo
be llegado á mayor altura que Cbmus, Compte O" Jíoxeo.
—Mi curiosidad uo c:» tan. frivola, contentó el coude; mi-
ro con mas respeto que UiJo.eso, á uuo de los principes de
la ciencia.
- K o tengo nada do sabio «n hi acepción que vulgar-
mente se da á esa palal>ra; antea al contrario, estudiando
ciertas cosas que Ja ciencia des.lefia, he llegado Û .hacerme
duefio de fuerzas omitas , uo empleadas hu«ta ahora, y A
producir efectos que parecen maravillosos por m»s que pean
muy naturales. A íuerzu do espiar el aluiú luí l í e n l o al-
gunas veces Asorpieaderla;—me ha hooho varln-í waiíl·Ion-
cias y me heaprovecbado, repitiéndola», de uls;àifa<"pala-
bras que he jiodido retener. Todo lo que es el'ewpfrltu y
la materia no existe mas que en apariencia; el universo
no puedo ser otra cena que un Míe-no <le Dio», A oo;» ir-
radiación del Verbo en la inmensidad. llago RÍ|tie!ld rçuu
me du la gaita de eso andrajo que se llama owrpn*"deten-
go 6 precipito lu vida, cambio los sentido), suprimo el es-
pacio, amortiguo el dolor sin acudir al cloroform", ul a¡
éter, ni á niuguna droga an es thés lea.' Armado con Ta vo-
luntad, esa eleotrioidad de la Inteügoucla, doy Vi vida o
mato. Nada parece oscuro ante mis ojos; nil mirada lo
atraviesa todo; veo distintamente loa rayos del.pensamien-
to y ast como se proyectan loa espectros solares sobre una
tela, puedo hacerlos pasar por ml prisma inyisible y obli-
garlos á reflejarse sobre la tela blanca de mi cerebro. Sin
embargo, todo esto C3 muy pequen» cosa comparado con
los prodigios que realizan algunos yogliis del*India quo
han llegado al mas alto grado de ascetismo, i o s europeos
somos muy ligeros, ruuy distraído» y muy fútilem Ade-
m AVATAR.
mía estamos sobradamente enamorados de nuestra prisión
de arcilla para que intentemos abrir ventanas que nos en-
senen la eternidad y lo infinito. Ello no obstante, yo be
podido alcanzar resultados bastantes extraordinarios y vos
mismo juzgareis de ellos, dijo al mismo tiempo que hacia
dealizar por la varilla los anillos de un grau portier, que
ocultaba una especie de alcoba, construida en el fondo de
la sala.
A la luz de una llama de alcohol, que oscilaba sobre un
trípode de brouco, el conde Otaf Labiuskl vio un espoct.1-
culo espantoso que le hizo temblar de pifs il cabeza á pesar
de su bravura. Una mesa de mármol negro sostenia el
cuerpo de un joven desnudo hasta la cintura y en una in-
movilidad cadavérica; desn torso, erizado de flechas como
el de Ban Sebastian, no brotaba ni una sola gota do san-
gre; cualquiera, al verle asf, le habría tomado por una ima-
gen iluminada de aquel santo, si se hubiesen olvidado de
pintar do bermellón los labios de las heridas.
—Este extrafio módico, se dijo para»! el conde Olaf, debe
ser algun adorador de Sbiva, que habrá sacrificado esa
victima á su ídolo.
—Este no sufre nada; pinchadle sin temor de que se al-
tere un solo músculo de su fisonomía;—y el doctor lo ar-
rancó las flechas del cuerpo como el <|uo quita los alfileres
do una almohadilla.
Algunos rápidos movimientos du lai manos del doctor
libraron al paciente de la red de efluvios quo le aprisiona-
ba y despertóse con la sonrisa del éxtasis en los labios, co-
mo el que Bale de un suefio bienhechor. M r. Baltasar Clier-
boneau le arrastró con un gesto y le retiró por una puerté-
cllla abierta eu las ensambladuras que cubrían la alcoba.
—Muy fácil me hubiera sido el cortarle una pierna ó un
brazo sin que él se apercibiese, dijo el doctor replegando
las arrugas de su cara como para dibujar una sonrisa. No
lo he hecho porque no sé crear todavía y porque el hom-
bre, inferior en esto al lagarto, no tiene una say ia bastan-
te poderosa para reconstruir los miembros que le cortan.
Sin embargo, si no croo rejuvenezco—y levautóel velo que
cubría A una mujer de edad, adormecida magnéticamente
AVATAR. 43
en un sillon colocado á corta distancia do la mesa de már-
mol negro; sus facciones, quo hablan nido quizá muy be-
llas, estaban ajadas y los extragos del tiempo se leían eu
los contornos enflaquecidos do HUS brazoa, de sus espaldas
y de su pecho. El doctor fijó «obro ella durante algunos
minutos toda la Intensidad de sus papilas azules, y las li-
neas alteradas recobraron ÍUH graciosas curvas; el gálibo
del seno adquirió HU pureza Virginal; una carne Manca y
satinada llenó los huecos que el enfl-.tqueclinfrn'to nabia
producido eu el cuello, las mejillas »e redondearan y »d*
quirlerorr ese aterciopelado de los'melocotones y toil» la
t'resoura de la Juventud; lo.-i ojo* se abrieron lleno* de vi-
vacidad; la máscara de l.i vejez, arrancada como por arte
mágico, dejaba ver á la jóveu que mucho tiempo antea
habla desaparecido.
—¿Creéis que la fuente de la Juventud lia vertido en al-
guna parte sus aguas milagroaah'Mo dijo el doctor al coa«
ile, estupefacto ante esta triisforiiincion. También yo lo
creo, porque el hombre no Invenía nuda y cada uno do su*
nutrios es una profnefa ó un focnordo.—Pero abandonemos
esta forma reconstruida \»>r ml y consultemos a aquella
joven que duerme tranquilamente en un rincón, l'regun-
tadle lo que tengáis & bien, pue* sabe mas que \nn pithyas
y las sibilas, l'otleis enviarla & alguno de lo*«¡uta castillos
que poseéis en Bohemia y preguntarle lo que guarda el
mas secreto do vuestros cajones; ella os lo dirá eu seguida
porque so alma no necesita mas que un segando para ha-
eer el viaje. Después de todo, esto no tieue nada de nor-
prendeute porque la electricidad recorre sesenta mil le-
guas en el mismo espacio de tiempo, y la electricidad es
para el pensamiento, lo que un liacreparaun wagon. Dad-
le la maim para poneros en comunicación con ella, y no
tendréis neeesfdad de formular 1« pregunta porquo h* lee-
rá en vuestra alma.
I A Joven, w n una voz débil, eotao si fuese la de una
sombra, contestó & lu pregunta mental del conde:
—En el cofrecillo de cedro hay un poco do tierra espol-
voreada con arena muy fina, sobro la cual «• ve la huella
de un plecesíto.
A.VATAB. 8
•il AVATAR.
—¿H* adivinado? preguntó el doctor con cierto aban-
dono y como seguro de la infalibilidad de BU sonámbula.
Las mejillas del condese colorearon eu seguida. Efec-
tivamente, en la primera Opoca de sus amores, habla reco-
gido en uno de los andenes del parque la huella de un pa-
so de Prascovia, y la guardaba como una reliquia en el
fondo de una caja, incrustada do nácar y de plata, divina-
mente construida, y de la cual llevaba la microscópica lla-
ve pendiente de un collar de Venecia.
Mr. Baltasar Cuerbonneau, que era hombre de buena
sociedad, viendo el embarazo del conde, no insistió, y lu
condujo A una mesa sobro la cual habla un vaso de agua
tau clara como el diamante.
—Bin duda habréis oido hablar del espejo mágico en que
MellatófclcH hizo ver á Fausto la imagen de Margarita;
sin tener cascos de caballo ni llevar dos plumos de gallo
en el sombrero, voy A proporcionaros este inocente prodi-
gio. Inclinaos sobre ese vaso y pensad Ajámente en la
persona que deseáis que aparezca; viva 6 muerta, esto cér-
ea 6 «até lejos, obedecerá vuestro mandato desde un extre-
mo del mundo ó desde las profundidades de la historia.
£1 conde se inclinó hacia el vaso; el agua se enturbió
en seguida á su vista y tomó tintes opalinos, como si hu-
bieran arrojado una gota de esencia; un circulo con todos
los colores del prisma coronó los bordes del vaso, forman-
do el marco del cuadro que empezaba á dibujarse ya en la
nube blanquecina.
Disipóse la nube, y una joven cou un peinador bordado,
con loa ojos verde mar, con los cabellos de oro encrespa-
dos y dejando errar como blancas mariposas sus bellas
manos sobro las teclas de marfil del piano, se dibujó lo
mismo que en un espejo, en el fondo del agua trasparente.
La perfección del cuadro era tal, que hubiera hecho mo-
rir de desesperación á todos los pintores:—Prascovia L a ;
biuska, sin saberlo, habia ol>edecido A la evocación apasio-
nada del conde.
—Pasemos ahora A otro experimento mas curioso, dijo el
doctor tomándole la mano al conde y colocándosela sobre
uno de los radios de hierro de la cubeta de Mesmer. (Ape-
AVATAR. 46
nus bubo tocado Olaf el metal, cargado de magnetismo
fulgurante, cuando cayó como herido por el rayo.
El doctor le tomó en brazos, le levantó como una pluiuu,
lo acostó en un divan, tocó el timbre y dijo ul criado que
se presentó en la puerta:
—Id a buscar a Mr. Octavio de Havllle.
Vi
En cl silencioso portal dol hotel se oyó el ruido de las
uedas de un cupé y en seguida se presentó delante del
'doctor, Octavio de Saviile. Cuando el doctor le ensefió el
cuerpo del conde Olaf Labinski, extendido sobre un diván
y con todas las apariencias de la muerte, se asusto. En
los primeros momentos so figuró que se.Labia cometido
un asesinato y quedóse mudo do horror; pero después de
un examen mas atento se apercibió de que uua respiración
casi imperceptible levantaba y bajaba el pecho del joven
durmiente.
—Ya tenéis preparado vuestro disfraz, dijo el doctor; es
un poco mas difícil de poner que un dominó alquilado en
casa de Babin; pero Romeo al encaramarse al balcon de
Verona, nose acordó del peligro que iba a correr de rom-
perse la cabeza. Sabia que Julieta lo esperaba en su ha-
bitación con el trage desceñido y lu condesa Próscovla
merece tanto como la hija de los Capújelos.
Octavio, turbado por lo extraflo de su situación, no con-
testó nada; no apartaba sus ojos del conde, cuya cabeza li-
geramente inclinada hacia atrás y puesta sobre una almo-
hada, parecía una de esas efigies de los caballeros acosta-
dos sobre sus tumbas en los claustros góticos, teniendo apo-
yada la nuca sobre una almohada de mármol. Esta bella
y noble figura de la que iba A disponer su alma, le inspiró
(l pesar suyo algunos remordimiento*.
—El doctor tomó la vaguedad de Octavio por la duda:
una leve sonrisa de desden erró por el pliegue de sus la-
bios y le dijo:
—Hl no estais decidido, despertare al conde y se irá por
donde ha vsnido, maravillado de mi poder magnético;
AVATAR. •17
l>ero acordaos bien de quo puede Her muy fac-il que- no so
os presente otra ocasión como esta. Ademas, por mucho
interés qU6 tome en vuestros^aiuores, por mucho quo de-
see hacer un experimento que nadio h£ Intentado en Eu-
ropa, no por ello debo ocultaros que el cambio de almas
ofrece sus peligros. Llamad a vuestro pecho'y preguntad-
le al coraY.on: ¿Queréis jugar la vida en esta carta decisi-
va? El amor llene la fortaiofca 'do la muerte, dice la ni-
hil».
—Estoy a vuestras ordene.*, con testo sepclll·iinènte Oc-
tavio.
—Bien,'jôveu, le contesto el docfor, írot.tiidose lus ma-
nos ennegrecidas y seca?, win una rapidez extraordinaria y
como si quisiese encender fuego a la manera de los salvajes.
—Me gusta una pasión como la vuestra,, que no retrocedo
ante nada. En el mundo no hay mas que dos cosas: la pa-
sión y la voluntad. Si no lográis la felicidad no sera por
culpa mía. ¡Ah! Brahma-Loguní, tu ver/U desde el fon-
do del cielo de Indra, donde los apsaras te rodean con sus
coros voluptuosos, si he olvidado la formula irresistible
que me dictaste al oído al abandonar tu cfts<iara momifica-
da. De todo me acuerdo, de las palabras y do los gestos.
—¡Manos a la obra! hagamos eu el hornillo humano un
Kuiso extraordinario, como las brujas do Macbeth, pero sin
la innoble hechicería del Norte. Sentao* delati te de-raí,
en ese sillon; abandonaos completamente a mi poder,—
¡Eso es! los ojos lijos en los mios, las manos sobre mis ma-
nos.—Ya empieza a obrarse el encanto. Las nociones del
tiempo y del espacio se pierden, Ja conciencia del yo so
desvanece, los párpados se cierran; los músculo», como no
reciben órdenes del cerebro, se detienen; el pensamiento
»e entorpece; todos los hilos delicados que retenían el al-
»ua al cuerpo están desatados, iirahma, metido on el hue-
vo de oro, donde üurmiO diez mil años, no estuvo mus
aparado de las cosas exteriores; saturémosle de efluvios y
banoinoul* de rayos.
El doctor, mientras balbuceaba estas frases entrecorta-
das, no dejo ni un momento sus pases: de sus manos ex-
tendidas sallan rayos luminosos que iban aparar A la fren
•18 A VA T A H.
le ú al corazón del paciente, alrededor del cua), se formai>u
poco & i>oco una especie de atmósfera visible y fosfores-
"-«-ule como una aureola.
¡Muy bien! dijo Mr. Baltasar Cherbouncau, aplaudién-
dose a sf propio por su obra. Ya le tengo como quería.
Veamos, veamos ¿qué es lo que resiste aún por aquí? ex-
clamó después de uua pausa, como si leyese a través del
'•rrtnco de Octavio el último esfuerzo de la personalidad
pronta & hundirse en Ja nada. ¿Qué idea revoltosa es esa
• lite, arrojada de las circunvoluciones de la masa encefiUi-
i¡», tmta do sustraerso (l mi influencia arrollándose a la
monada (1) primitiva, en el punto central de la vidu? Yo
procuraré encontrarla y anonadarla.
Para vencer esta involuntaria rebellón, el doctor enrgó
con mucha mayor fuerza la poderosa batería magnética de
su mirada y descubrió el pensamiento Insurreccionado en-
tre la base del cerebro y la inserción de la médula espinal,
es decir, en el santuario mas oculto y el tabernáculo mas
misterioso del alma. Su triunfo fué completo.
Entonces se prepara con magestuosa solemnidad al ex-
perimento inaudito que iba a Intentar; se vistió como si
fuese un mago, con un trage de lino, lavóse las manos con
agua perfumada, sacó de algunas redomas unos polvos, con
los que se hizo cu las mejillas y en la frente algunos sig-
nos hieratieos; ciñóse al brazo el cordon de los brahmán,
leyó dos 6 tres Slooaa de los poemas sagrados y no omitió
ninguno de los minuciosos ritos recomendados por el pe-
nitente de las grutas do Klefant*.
Terminados estas ceremonias, abrió todas las grandes
bocas de los caloríferos, y bien pronto se llenó la sala por
un» almóuferu abrasadora que hubiera hecho desfallecer
al tigre enmedio del bosque; que hubiera hecho estallar
la coraza de fango sobre el cuero rugoso de los búfalos, y
abrirse con una detonación la magnífica flor de los aloes.
Es preciso que estos dos rayos divinos, que van a encon-
trarse desnudos y despojados durante algunos segundos de
su envoltura mortal, no palidezcan 6 se extingan en naes-

U) E u M ( i m p l o y * | n p u t * * , í * q u « ¿ W f a n N U i t u u d* Ltlbolu, M o o m -
poneu lo* dem*] rotes ft aosianct*.
AVATAR. 49
tro airo glacial, dijo cl doctor mirando el termómetro, quo
aeOalaha en aquel momento 120 grados Fahrenheit.
El doctor liaitasarCherbonneau, entreuqucllosdoa cuer-
pos Inertes y coa sus blauvus vestiduras, tenia el aspecto
de uu sacriílcador de las xauguinarias religiones que ar-
rojan los cadáveres du los hombros sobre el altar do sus
diosea, ltecordabu al sacerdote de Huitzilipochtli, al feroz
Molo mexicano de quo habla Henri Heine en una de sus
baladas, pero sus intenciones eran aeguraïuoute mucho
mas pact ticas.
He aproximó ul conde Olaf Labinski, quo permanecía
inmóvil, y pronunció la sílaba, inefable, la cual fuó a repe-
tir en seguida sobre Octavio, que estaba profundamente
adormecido. El rostro, ordinariamente extraño, del doc-
tor Chcrbouneau, habi.i tomado eu aquel momento una
magestad singular; la grandeza del podur de que disponía
ennoblecía sus facciones desordenada», y si alguno le hu-
biese visto cumplí* estoH ritoM misteriosos con un» grave-
dad sacerdotal, no hubiera podido reconocer en el al doc-
tor hoíftii&nico quo llamaba hacia ni, ó mejor dicho, desa-
fia!)» al lápiz de ios caricaturistas.
Eutonccs ocurrlcrou cosas muy extrañas: Octavio de
fiaville y el conde'Olaf Labinski se agitaron simultánea-
mente como por una convulsion de agonfa; su rostro se
descompuso; una ligera espuma npareclo en sus labios; la
palidez de la muerte se apoderó de su piel y dos lúcecltas
azuladas y temblorosas brillaron Inciertas sobre sus cabe-
zas.
A una serial fulgurante del doctor, que parecía señalar-
les su camino en el aire, los des puntos fosfóricos se pu-
dieren en movimiento y, dejando detras do ellos una estela
luminosa, eutrajon cu sujiycvô domicilio: e» alma de Oc-
tavio ocupó el cuerpo del çondp Qïaf Xabiuskl y él alma
del pondo, elcuçrpo de Octavió. " E t avatarsohabía cum-
plido.,','
Uu ligero Unte sonrosado en loa pómulo.; indicó quo lu
vida acababa tie penetrar eu aquellas arcillas humanar,
que hablan quedado sin alma durante algunos segundos
VATAK. 0
GO AVATAR.
y en lúa cuales hubiera hecho presa el ángel negro, «in el
poder del doctor.
La alegría del triunfo Iluminó las azuladas pupilas del
doctor Cherbouneau, el cual decía paseándose por el cuar-
to a grandes pasos:
—('¡llagan otro tanto loa médicos mas orgullosos, con
tunta vanidad como tienen porque arreglan bien 6 mal el
reloj humano cuando se descompone: ¡Hipócrates, Galeno,
Parxcelso, Van Helmont, Uoerhaave, Tronohin, Hahne-
mann, Rasori; el fakir mas insignificante de la India,
acurrucado bajo la enenlera de una pagoda, sabe mil veces
mas que vosotros! ¡í¿uó importa el cuerpo cuando so llega
á mandar en el espíritu!»
Al terminar este periodo, el doctor Baltasar Cherbon-
neau hizo una porción do cabriolas, hijas de la exaltación,
y bailando como las montanas en el Sir-Haslrlm del rey
Halontou, cayó de narices porque se le enganchó el pió.eu
su trago brahmfnico. Este incidente le hizo volver sobre
si mismo y le devolvió toda la pangre fría,
—Despertemos A nuestros durmientes, dijo Mr. Cher-
honneau después do haberse limpiado las rayas de polvo»
colorados con que se habla estriado el rostro y de haberse
quitado el trage de brahma, y colocándose delante del
cuerjio del conde Labinskl, habitado por el alma de Octa-
vio, hizo los pases necesarios para sacarle del estado so-
nambóllco, sacudiendo ft cada gesto los dedos, carçados con
el fluido que quitaba.
Al cabo de algunos minutos, Octavio Labinskl [en ade-
lante le designaremos asi para la mejor inteligencia del re-
lato] se Incorporó, se pasó las manos por los ojos y dirigió &
su alrededor una mirada de asombro que la conciencia de sí
mismo no iluminaba aún. Cuando le volvió la percepción
de los olijetos, lo primero que vló fue" un cuerpo acostado
sobre un diván. He veia, no reflejado por la luna de nn
eapvjo, sino en la realidad. Dio un grito; pero este grito no
resonó con el timbre de Su voz, lo cual le produjo algo de
miedo;—el cambio de los almas se habla verificado duran"
te el sueflo magnótlco; no guardaba de ello memoria y «x-
cprlmeutaba un extraño malestar. Su pensamiento, ser-
A V A T A H. •M
VMIO por nuevos órganos, era como uu obrero íi quien lo
quitasen las herramientas de su uso ordinario y lo diesen
otras. Psyquls desterrada, batia sus alas inquietasen el
interior do aquel cráneo desconocido y no perdía en las
membranas de un cerebro, donde no encontraban at'in las
1 mellas de ideas extrañas.
—Vamos á ver, dijo el doctor, cuando hubo juzgado su-
ficientemente »Ie la eorpresa de Octavio Lahinski, ¿qui os
pareoo do vuestra nueva habitación? Ho lia instalado bien
vuestra alma en el cuerpo de este hermoso caballero, hot-
mann, hospedar ó magnate, marido de la mujer mas be-
lla del mundo? Ya no tendréis ganas do dejaros morir, co-
mo queríais la primera ve/, que os vi en vuestra tristo ha-
bitación de la calle de Pan Lázaro, ahora que las puertas
del palacio Labinski están abiertas de par en par íi vues-
tro paso, y que no tenéis miedo á que Prascovia os ponga
la mano delante déla boca, como en \:x.vlUa Halviali, cuan-
do queráis hablarle de amor. Ya veis que el viejo Balta-
sar Cherbonneau con su figura de mono, que no dése*
cambiar por ninguna otra, poseo HIMI en su saco de tram-
pas algunas buenas recetas.
—Doctor, contestó Octavio LablnskI, tenéis el poder de
un dios, 6 por lo menos de un demonio.
—¡Olí! lo que es |>or ahí no tengai-i miedo; no hay nin-
guna diablura en todo esto. Vuestra salvación no peligra
en lo mas mínimo, porque no os ho de obligar a firmar un
pacto con una rubrica roja. Nada tan sencillo como lo quo
acaba de ocurrí r. El Verbo, que ha creado la luz, puede muy
bien romper las ligaduras de un alma. ¡Olí! si los hombres
quisiesen escuchar íl Dios a travos del tiempo y del infi-
nito, harían cosas mucho mas notables.
—¿Do qué manera; OB qué forma po.lró pagaros este ser-
vicio?
—A mí nada me debéis; me ha Interesa lo vuestra ener-
v i y para un vieje Lascar como yo, curtido para todo3 los
soles, empedernido para todos lossucesoSrima emoción es
una cosa bastante rara. Me habéis revelado vuestro amor
y debéis saber que nosotros, los «oftadores, que tenemos un
P°oo de alquimistas, otro poco de niazos y otro poco de 11-
52 AVATAR.
lósofos, vamos siempre mas ó menos cu Lusca de lo abso-
luto. Pero levantaos, movcoH, andad y ved si vuestra nue-
va piel no dificulta los movimientos.
Octavio Labinski obodeció al doctor dando algunas vuel-
tas por el cuarto y encontró ya menos embarazo. Aunque
habitado por otra alma, el cuerpo del conde conservaba
el impulso de sus antiguos hábitos, y el nuevo huésped
se entregó & sus resabios físicos porque le importaba mu-
cho tomar el paso, el aire y el ademan del propietario ex-
pulsado.
—Si no hubiese realizado con mis propios manos el cam-
bio de vuestres almas, dijo riéndose* el doctor Baltasar
Cherbonucau, creería que nada extraordinario se había
verificado esta noche y os tomaria por el verdadero, legi-
timo y auténtico conde lituaniens!) Olaf do Labinski, que
está durmiendo todavía dentro de la crisálida que habéis
abandonado desdeñosamente. Pero van & dar las doce aho-
ra mismo; marchaos á casa en seguida, no sea que Pras-
covia os riíia, con razón, por haber preferido d su compa-
ñía el sacanete 6 el tresillo. Es preciso que no deis comien-
zo ft vuestra vida de esposo con una disputa, porque esto
seria de mal agüero. Mientras tau to yo me entretendré eu
despertar con todas las precauciones y cuidados que en
realidad merece, & vuestra antigua envoltura.
Octavio Labinski comprendió cuan justas eran las obser-
vaciones del doctor y so apresuró & salir. A la puerta de
lu calle piafaban impudente* los dos maguillo» caballos
bayos del conde, los cuales, al relinchar, cubrían de espu-
ma el pavimento.—Al oir los pasos del jóveu, un volante,
vestido do verde, de la perdida ruza de los Ileyducos, sal-
tó al suelo y lo hizo resonar con estrépito. Outavio, que
se habia dirigido maquinaiuiente en el primer momento
hacia su modesto carruaje, tomó asiento en el alto y mag-
nífico coupé y lo dijo al volante. para que so lo repitiese ai
cochero: «¡A casa!» Apenas cerrada la portezuela, los ca-
ballos pnrtieroo al iralope, y el digno nucesor de los Al-
manzor y de los Azolau, se suspendió à lo.i jargon cordo-
nes do pasamanería con una ligereza que no era do sospe-
char en su colosal estatura.
AVATAR. 63
Para caballos de (auto empuje, no era largo cl trecho
que mMIa ctrtre lh'leallc'del Regard y cl faburgo Salnt r
HctirflM*, nst es que fiiô'devorado en muy pocos minutos y
el cochero gritó cbh voz oste'litCrea: ¡Abrid la puerta!
Las dos Inmensas hojas, empujadas por el suizo, abrie-
ron ancho paso al carruaje, el cual dio la vuelta en un in-
menso patio enarenado y fué a detenerse con una preci-
sion admirable bajo du' un toldo rayado de blanco y rosa.
151 patio, que Octavio Ltibinski reconoció basta en sus
menores detalles con esa rapidez de vision (pie el alma ad-
quiere en ciertas ocasiones solemnes, era vasto, lo forma-
ban algunas paredes simétricamente construidas, y lo ilu-
minaban unas lámparos do bronco en las que el gas ardía
dentro de campanas de oriatal, parecidas a las que eu otro
tiempo adornaban el Buoentauro y que daban un aspecto
do palacio mas bien que de cusa particular; algunos cajo-
nes de naranjos, digno9 de lu esplanada do Yeisalles, se
bailaban colocados de trecho en trecho t«obre el margen de
asfalto que cerraba como un bordado el tapiz de arcua que
constituía al centro del piso.
£1 pobre enamorado, al echar el pk<S á tierra, acordóse du
su disfraz y tuvo que detenerle algunos segundee y novar-
se la mano alcaraxou para conteaer loe latidos. • JC.4 ver-
dad que llevaba el cuerpo de CMuí Labinskl, pero solo le
poseía en la apariencia física; todas las ideas, todos los co-
nocimientos que contenía el cerebro hablan desaparecido
al marcharse el alma del primer propietario;—la casa, que
desde aquel momento le pertenecía, le era desconocida 6
ignoraba por completo su disposición interior;—delante de
el presentábase una escalera por la cual se decidió d subir,
aun A peligro de equivocarse y de tener que. decir que iba
distraído.
Los escalones de piedra apomezada eran de una blancu-
ra infinita y hadan resaltar el color rojo de una larga tira
de moqueta, sujeta por unas varillas de cobre dorado, qiu
les señalaba a los píes su blando camino; algunas jardine-
ras, llenas de exquisitas flores exóticas, so velan en los ex-
tremos de las gradas por quo se subia.
U na nmenisa lámp ara formando cuadros y colgadad
54 AVATAR.
un grueso cordon de seda púrpura, adornado con borlan y
nudos, arrojaba un haz de rayos de oro «obre lúa paredes
vestidas con estuco blanco, pulimentado como el mármol,
y proyectaba su luz sobre una repetición del mismo autor,
de uno de los grupos mas culebrea de Canova, El amor
abrazando (i PsyquU.
La meseta del único tramo de la escalera etttaba pavi-
mentada de mosaicos, formando un precioso dibujo. Uno*
«Millones do seJa sostenían en las paredes cuatro cuadros
de Paris Rordone, Itonifuzzio, Taima el Viejo y Paul Ve-
ronese, cuyo estilo arquitectural y pomposo armonizaba
muy bien con la magnillcencla de la escalera.
Frente al rellano se abría una gran puerta de jerga llena
de clavos dorados; Octavio Labinski la empujó y se en-
contró en un ancho recibimiento, donde dormitaban ul-
guuos lacayos, vestidos de gran librea. A su aproximación
se levantaron como movidos por un resorte, y se pegaron
ft las paredes con la impasibilidad de los esclavos orien-
tales.
Continuó su camino. Un salon blanco y dorado donde
no liabiíi nadie seguia A la antecámara. Octavio tiro de un
llamador y acto continuo se presentó una camarera.
— La sefíora está visible?
—La señora condesa estaba á punto de desnudarse, pero
en seguida se podrá entrar á verla.
VII

Cuando el doctor Cueibonucau se encontró ii solas con


el cuerpo de Octavio de ¡ánvilie habitado por el alma del
conde Olaf Labinski, se puso & trabajar para devolver
a esta forma inerte su vida ordinaria. Al cabo de a!,-uno-i
liases, Olaf de Sa ville [pernil tásenos reunir Catas dos pala-
bras para deuiguar un peisomijo doble], salió como un fan-
tasma de lo» limbo* del profundo sueno, 6 mejor aun. do la
catalepsiaque le encadenaba, ¡móvil y yerto, Al ángulo dol
divAn. Ke levantó por medio de un movimiento automá-
tico, quo aun no dirigia la propia voluntad, y tamba'.óan-
ilose bajo la influencia de uu vórtigo mal disipado. Lo»
objetos vacilaban á su alridjdor, las encarnaciones du
Wisunu bailaban a lo largo de las paredes, el doctor Choi -
bonneau se le aparecía bajo la figura del sanuyasl do Ele-
fanta, agitando loa brazos como si fuesen las alas de un pa-
jaro, y moviendo BUS pupilas azulea en aquellas órbita»
formadas por las morenas arrugas, parecidas A los círculos
de unas gafas;—los extraños espectáculos & quo habla asis-
tido antea do caer on el anonadamiento magnético «obra-
ban sobre su razón, y lentamente iba volviendo a la rea-
lidad; estaba como el durmiente quo se despierta de pronto,
tras de haber sido victima de una pesadilla, y toma por es-
pectros y les da formas humanas a los vestidos quo se ha-
llan diseminados por encima de los muebles, y por ojos
AVATAR. 10
«6 AVATAIt.
encendidos do ciclope 1M rosetones de cobre quo sostienen
las cortinas y c.ue te bailan iluminados por la pálida luz
do la lamparilla.
Toco A poco evaporóle toda esta fantasmagoría y todo
acaba por adquirir su aspecto natural; Mr. Baltasar Chcr-
houneau no era ya un penitente de la India, sino un sim-
ple doctoren mediciua que dirigia A su cliente una sonrisa
que retrataba su natural bondad.
—¿Ha quedado satisfecho el sefior conde de los experi-
mentos quo he tenido el honor de hacer en su presencia?
preguntó el doctor en un tono de obsequiosa humildad eu
la que se hubiera podido descubrir una ligera ironía:—me
atrevo & esperar que el sefior conde no se olvidara de esta
noche y que se marchara convencido de que todo cuanto
se cuenta respecto al magnetismo, no es fábula ó burla co-
mo pretendo la ciencia oficial.
Olaf de gaville contestó por medio de una inclinación de
cabeza que indicaba su conformidad, y salla acompaflado
por el doctor Cherbonneau que a cada puerta le hacia
profundos saludos.
El cochero adelantó el carruaje hasta la puerta, y el ai-
roa del marido de la condesa Lablnska subió en compañía
del cuerpo de Octavio de Saville, sin darse cuenta de que
ni aquella era su librea, ni aquel su carruaje.
El cochero preguntó adonde iban.
—A casa, contestó Olaf de Saville, confusamente sor-
prendido por no haber reconocido la vox del criado de la
casaca verde que ordinariamente le dirigia aquella pre-
gunta con un acento húngaro muy pronunciado. El car-
ruaje en que se encontraba estaba tapizado de damasco
azul oscuro y no de satin dorado, que era el color del for-
ro do su covpS. Al conde le extrañó esta diferencia, pero
la aceptó como «o hace ordinariamente en los sueños, don-
de los objetos mas comunes se nos presentan bajo formas
muy variadas, sin que por eilo dejemos de reconocerlos;
parecíale que era mu» pequefio que de ordinario; por otra
parte, creia recordar que iba puesto de levita á casa del
doctor, y sin que pudiese acordarse que habla cambiado
de trage, *e encontraba vestido coa an paletot de verano
AVATAR. 57
«le tela muy ligera, que no habla formado nunca parle de
su guardaropa; su espíritu experimentaba una tortura des-
conocida, y Jan ideas, que por la mariana eran tan lúcidas,
se desenvolvían ahora con muchísimo trabajo. Atribuyen-
do tan singular estado & las extradas escenas que hablan
tenido lugar aquella noche, procuró olvidarso de todo, y
apoyando la cabeza en el ángulo del carruaje, so entrego
en brazos de un sueflo flotante, de una vaga somnolencia
que no era ni estar durmiendo ni despierto.
La brusca detención del caballo y la voz del cochero quo
gritaba: «¡Abrid la puerta!» le Humaron do nuevo it sí; bajó
el cristal, saco afuera la cabeza y vio 4 la claridad del re-
verbero una calle desconocida y una casa que en nada se
parecía ft la suya.
—¿Adonde me hay llevado, animal? exclamó Olaf de
Savllle. ¿Acaso es esto el faubourg Salnt-llonoré, ni la
casa Labinski?
—Dispense vd., sefíor, es que no habla entendido bien,
murmuró el cochero, haciendo tomar al caballo la direc-
ción indicada.
Durante el trayecto, el conde trasflgurado, se dirigió mu-
chas preguntas, ft las que no sabia quo contestar. ¿Cómo
se habla ido su carruaje, siendo así que le habla dado or-
den para que se aguardase? ¿Cómo era que 61 mismo se
habia metido en el carruaje do otro? Supuso que un lige-
ro ataque de fiebre enturbiaba la limpidez de sus percep-
ciones, 6 que el doctor taumaturgo, para excitar mas viva-
mente su credulidad, le habia hecho respirar durante su
sueflo algun frasco de haschich ó de cualquiera otra droga
alucinado», y esperaba que una noche de reposo disiparla
los ilusiones.
•Llegó el carruaje ft la ca9a Labinski, y el suizo interpe-
lado, se negó & abrir la puerta, diaiend ) que los señores no
recibían aquella noche, que el uefíor conde hacia mas de
una hora que habia vuelto, y que la sefiora condesa se ha-
bia retirado ft MUS habitaciones.
~Pícaro, ¿estas borracho 6 te lias vuelto loco? dijo Olaf
de Savllle, recriminando al coloso que se levantaba gigan-
teaoamente en t i dintel de la puerta medio cerrada, como
as AVATAR.
una de esas estatuas de bronce que en los cuentos ¿rabos
impiden A los caballeros andantes la entrada en los casti-
llos encantados.
—Quien cata loco 6 boracho es vd., señorito,—replicó el
suizo, a quieu el color carmesí del rostro so lo cambia cu
azul, gracias a la cólera.
—¡Miserable! rugió Olaf de Saville, si no me tuviese
algun respeto A mt mismo
—Calle vd. 6 le hago pedazos sobre mi rodilla para ar-
rojarlos luego al arroyo, dijo el gigante, abriendo una ma-
no mas ancha y mas grande que aquella tan colosal que
tiene A la puerta de su casa el guantero de la callo de Ri-
chelieu; bueno será, caballerito, que dejo de gastarme bro-
mas auuquo se haya bebido de mas, un par de botellas de
Cham pague.
Olaf de tíavllle, desesperado, empujó al suizo tan ruda-
lueute que logró atravesar la puerta. Algunos criados que
aun no se habían acostado, acudieron al altercado.
—Yo te despido, animal, mal educado! No quiero que
pases la noche en mi casa. Vete en seguida si no quieres
que te mate como a un perro rabieso. ¡No me hagas der-
ramar la vil sangre de un lacayo!
Y el conde, desposeído de su cuerpo, se arrojó oou los ojos
inyectados de sangre, la boca llena de espuma y los puños
crispados, hacia el enorme suizo, el cual, sujetando las ma-
nos de su agresor con una de las suyas, las contuvo y casi
se las aplastó bajo la presión de sus dedos pequeños, grue-
sos y nudosos como los de un torticero de la Edad Media.
—Vamos, tenga vd. calma, decia el gigante, bastante
bondadoso en el fondo, que no temia ni poco ni mucho A
su adversarlo, y al cual le daba algunas «acudidas para
mantenerle A respetuosa distancia. Be necesita muy po-
co talento para ponerse en tal estado, un hombre que viste
como las personas decentes, 6 irse después como un camor-
rista, A promover escarníalos nocturnos en' casas respeta-
bles. ¡Todo lo consigue el vino y debe ser bueno el que le
ha puesto A vd. en tal estado! Dé vd. gracias A su estado;
por Cl no le apaleo y me contento con ponerle tranquila-
mente A la puerta de la culle, donde la policía se encarga-
AVATAR. 59
ra Ue llevárselo si coutluûa promovleudo escándalos. El
aire de la npclie le hard a vd. un gran bien y lo refrescará
lua ideas.
—¡Infames! gritó Olaf de Saville, Interpelando a loa la-
cayos, dejais que ese canalla abyecto insulte a vuestro se-
ñor el noble conde I.abinskl.
Al pronunciar este nombre, los criados, como de común
acuerdo, dieron un grito y soltaron una enorme carcajada
homérica y convulsiva que levantó todos uquellos pedios
cubiertos de guiones.
—¡Couque tuto hombrecillo se cree nada menos que el
conde Labiuskü <Já! ¡ja! ¡já! la idea no deja de ser gra-
ciosa.
Un sudor glacial mojó las sienes de Olaf do Saville. Un
pensamiento agudo le atravesó el cerebro como un punzón
de acero y sintió que se le coagulaba la modula de los hue-
sos. ¿t,e habla puesto Smarra su rodilla sobre el pecho 6
auu vivia la vida real? ¿Be habia perdido su razón en el
océano sin fondo del magnetismo, 6 era Juguete de una
maquinación diabólica?—Ninguno do aquellos lacayos que
antes estaban tan temblorosos, tan sumisos y tan proster-
nados en su presencia, le reconocían ahora. ¿Lo hablan
cambiado el cuerpo como los vestidos y el carruaje?
—Para que se convenza vd. de que no es ni con mucho
el conde Labiuski, dijo uno de los mas insolentes del gru-
po, mire hacia el fondo del patio y le verá á 61 en persona
que baja las escaleras ft causa del ruido y del escándalo
que esta vd. dando.
£1 cautivo del suizo volvió los ojos al punto que so le
indicaba, y vio de pió, en el rellano de la escalera, ft un
joven de talle elegante y esbelto, de rostro ovalado, con
los ojos negros, la nariz aquilina y el bigote flno, el cual
no era otro que 61 mismo, 6 su espectro modelado i>or el
diablo y con un parecido asombroso.
El suizo soltó las manos que retenía prisioneras. Loa
criados se arrimaron ft la pared con loa ojos bajos, las ma-
nos caldas ft los lados y en una inmovilidad absoluta, co-
mo los lcoglanes fi la aproximación del gran seflor, y con-
00 AVATAll.
cedieron & aquel fantasma los honores y distinciones que
negaban al verdadero conde.
Kl marido de Prascovia, aun<|ue Intrépido como un es-
lavo, que es cuanto se puede decir, sintió un espanto inde-
cible ul aproximarse aquel Menechino, que, mas terrible
quo el del teatro, se mezclaba en su vida real 6 impedia
que fuese reconocido su mellizo.
.Entonces lo vino ft la memoria una antigua leyenda,
tradicional en la familia, y esto aumentó auu mas su ter-
ror. Cada vez que debía morir un T,abluaki se notaba la
aparición de un fantasma completamente parecido A 61.
Entre los habitantes del Norte el verse uno doble aun-
que sea soñando, ha pasado siempre como un presagio fa-
tal, y el iutrépido guerrero del Cáucaso, eu presencia de esta
virion exterior de sí mismo, filé sobrecogido por un incon-
cebible horror supersticioso. Aquel que hubiera metido sin
escrúpulo su brazo en la boca do un cañón en el momen-
to de disparar, retrocedió delante de si mismo.
Octavio Lablnski se adelantó hacia su antigua forma,
en la que se agitaba, se indignaba y temblaba el alma del
conde, y le dijo de una manera politicamente altiva y gla-
cial:
—Caballero, deje vd. de comprometerse con los criados.
El seflor conde de Labinski, si es que vd. necesita hablar con
61, estará & su disposición desde las doce hasta las dos do
la tarde. La sefiora condesa recibe los jueves ¡I In* perso-
nas que tienen el honor que le sean presentadas.
Dichas estas palabras poco íl poco, como para dar á cada
sílaba todo su valor, retiróse el falso conde con paso tran-
quilo, y las puertas de la escalera se cerraron tras de CI.
Se llevaron & ülaf do Saville en el carruaje, completa-
mente desvanecido. Cuando recobró los sentidos, estaba
acostado en una cama que no tenia la forma de la suya,
y en una habitación donde jamás habla entrado: ft su lado
había un criado desconocido que levantó la cabeza y le hi-
zo respirar un pomo de éter.
—El señorito se encuentra mejor? le preguntó Juan al
conde, creyendo que era Octavio.
AVATAR. Cl
1
—Sf, contestó Oîaf do Savllle, no lie tonillo ma » queuna
debilidad pasajera.
—Puedo retirarme, (> continuaré velando?
—Xo, quiero quedarme solo; p.cro antes do retirarte en-
ciende lu- L»u ji r.. (le junto al espejo.
—Kl señorito no tione miedo A quo una luz tan viva no
1« dojo dormir?
—ïterrlngun modo, parque uo'tengtt suefío.
—Yo rio me acostarí, de suerte que si el seflorilo quiero
alguna cosa, uo tiene'mas 'que locar ei timbro.para quo
acuda en el acto, dijo Juan,' A quien Inícriormenlo hablan
alarmado l'a palidez, y lasr dcHcompnestas facMdttea del
conde,
G'üahdo'Jhnn «o retirotféspnér de Imbct encofldido las
bujías, el conde so arrojo hílela el espejo y en el cristal
profundo y purtvdondc femblabaol brillo do las lucos, vl6
una'cabôza3f»vcn, dulce" y triste, con abundantes cabélbs
negros, con las pupilas de (irt azul sombrío, lns mejillas
pálida» adornados non ana har'.t.i sodo-a y negra, una ca-
beza, en Un, qüo no »m la MI.-, a y quo desdo el fondo del
esppjb te miraba con cierta sorpresa. Quiso hacerse la ilu-
sión do que un mal intenoi/mado pon in su caber.» on el
centro del mareo, Incrustado de cobre yeonolin, que dobla
encerrar una itina veneciana. Paso su niauo por «letras y
rio toe»} mas' qna la madera- que Mijotât»."» el orlstal: ¡no ha-
bía rradh!
H<¡ m!r61¿\ííirmTKw y eran ma<!'delgada*, mas largas y
mas llenas de venn<í-qtie la* «UJPS. ^Cn el dedo anulan lle-
vaba una ífrupoa sortija do oro con una vrnlnrlna, sobro la
qwoBo vda'çrabado un Triaron. YMc escudo representaba
TOWo'uñVauTpti'-do-jjbTW y ' d e plata, una diadema de ba-
ron. Semejante anillo no-balda pertenecido nunca al con-
de, en cuyas armas so vola so¡>re Campo de oro ü»l águila
con las alas abiertas, mirando ni sol, con el pico, las patas
y fitóiiflás también doradas y una corona du perlas. Re-
gistróse los bolsillos y encontró un pequefio porta-inoue-
da que coiitenbi varias tarjetas de visita con esto nombre:
«Octavio do gavillo.»
AVATAR. Jl
«I- AVATAJ!.
La risa de los lacayos del liotcl Labiiiski, la aparición de
aquelfcOrque tanto BO le asemejaba, la fisonomía descono*
d i a que habia sustituido il la suya en la reflexion del es-
JMJO, podían ser solamente las ilusiones de un cerebro eu-
fermo; pero este trago tan distinto, esta sortija que lleva-
ba en el dedo, oran pruebas materiales y palpables; eran,
en uua palabra, testimonios que era de todo punto Impo-
nible el recusar. Uua metamorfosis completa se habla ope •
ratio en (1. L'u mago seguramente, un demonio quizás, lo
había robado su forma, su nobleza, su nombre, toda su
personalidad, y no le habla dejado mas quo su alma sin
medios directos para manifestarse.
Los cuentos fantásticos de Pedro Schlemll y de la noche
de San Silvestre, le vinieron a la memoria, pero los perso-
naje* do Lamotte-FouquC* y de Hoffmann, solo hablan per-
dido su sombra el uuo y su retiojo el otro. Y sin embargo,
si esta extraña falta de una proyección que todo el mundo
poseo suscitaba sospechas poco tranquilizadoras, en cambio
nadie les negaba que fuesen ellos mismos.
bu situación era mucho mas desastrosa: no podia recla-
mar su tftulo de conde de Labiuski mientras couservaso
la forum quo le aprisionaba, y pasaría & los ojos de todo el
mundo como un insolente impostor, 6 cuando meuos como
uu loco. Su misma mujer le rechazaría en vista de su men-
üi-jsa apariencia. ¿Cómo probar su identidad? Cierto es
que exfolian mil circunstancias intimas, mil detalles mis-
telin*..)», desconocidos para todo el mundo que, referidos a
Pmscoviu, le harían reconocer el alma de su marido bajo
aquel dibfruz; pero, dado el caso de que la obtuviese, ¿bas-
taria esta convicción aislada para contrarestar la unani-
midad de la opinion pública? No cabia duda, estaba des-
pedido completamente de su personalidad. Otra duda.
,,Su trasformaciou se limitaba al cambio exterior de la es-
tatura y de las facciones, 6 habitaba en realidad el cuerpo
de otro *ér? ¿En tal caso, quC se habla hecho el suyo? ¿Se
había consumido eu un pozo de cal 6 habla caído en poder
iiv un atrevido ladrón? £1 sugeto a qnien habla visto en
la casa Labinski podia ser un espectro, una vision, pero
tamiqen pedia ser un individuo real, vivo, instalado en
AVATAR. G;;

aquella piel quo lo habia robndo con una habilidad infor-


uul el médico tie figura Ue fakir.
Uua Idea espantosa le mordió el corazón con sua dientes
do víbora.
— E*te conde Labinskl, falsificado, se dijo, quo dis-
fruta mi cuerpo por arte del demouio; este vampiro que
habita en la actualidad mi casa, & quien los criados obe-
decen como si fuese yo mismo, tal ves á estas horas intro-
ducirá' su pi<5 ahorquillado en aquella estaucla dundo yo
he penetrado siempre con el corazón tau conmovido como
la primera noche, y Prascovia le sonreirá dulcemente con
aquel divino rubor que Ilumina sus encantadoras mejillas,
y reclinara su preciosa cabeza sobre aquellos hombro»
construidos por el demonio y tomará por mt & aquella fi-
gura mentirosa, a aquel brucolaco, & aquel horrible hijo do
la noche y del infierno. SI fue.se al palacio, si le prendiese
fuego para tener el gusto de gritar cuaudo viese rodeada
»1© llamas A Prascovia: ¡te están engañando; no es tu que-
rido Olaf el que tienes en tus brazos! Pero ç>to es co-
meter un crimen abominable del que mi alma desespera-
da se acordaria cuando ya las eternidades so habrían can-
sado de volver y revolver sus relojes do arena.
Un oleaje de fuego asaltaba el cerebro del conde; daba
gritos inarticulados de rabia, he mordía los pufios y daba
vueltas alrededor del cuart» como una llera salvaje. La
locura iba ya a invadir la oscura conciencia que lo queda-
ba de si mismo, pero comprcudiéndolo, corrió al aguama-
nil de Octavio, llenó de agua la jofaina y metiendo en ella
la cabeza, la sacó muy despejada con este bafio frió.
Le volvió la calma. So dijo á si mismo que había pasa-
do el tiempo de la magia y la hechicería; que solo la muerto
teula poder para desligar el alma del cuerpo y quo no era
«cil escamoteársela, enmedio do Paris, aun conde polaco,
con bastantes millones de capital, depositados en casa de
Rostchild, emparentado con las familias mas dístíngni-
das, marido amado de una mujer bellísima y condecorado
con la Orden de San AndrCs de primera closo. Creyó, por
fin, que todo lo que estaba sucediendo no era mas que un»
oi AVATAR.
broma del doctor Cherbonneau, y quo al flu so explicaria
como uua de las cosas mas naturales del mundo, como cu
loa espantosas novelas de Ana Raduliflo.
Como estaba rendido del cananucio, so acostó en el le-
cho de Octavio, y tuvo un auefto pesado, opaco, parecido
a la muerte, el cual duraba aún cuando Juan, creyendo
quesu señorito se babla despertado, ejitró para dejur sobre
la mesa las cartas y Jos periódico:).
VIII

El condo abrió los ojos y paseó A su alrededor tana mira-


da Investigadora; vio un cuarto do dormir cómodo, pero
sencillo; un tapiz-manchado, Imitando la piel del leopardo,
cubría el piso; loy cortinajes quo Juan acababa de entrea-
brir eran iguales on todas las puertas y ven tan tur; los pare-
des estaban tapizadas do verde y «terciopelado que imita-
ba perfectamente a la tela. Un péndulo Ue marmol negro,
una esfera de platino, coronada por la estatua de plata
oxidada de la Diana do (Jabíes, reducida por Barbedienne,
y acompañada de dos copas antiguas también de plata, do-
coraban la chimenea de marmol blanco con venas azula-
das; ol espejo de Venecia, donde el coude había descubier-
to la noche anterior que no lloraba su cara'habitual, y el
retrato de una señora anciana, pintado por Flandrln-, sin
duda el de la madre de Octavio, crau loa* únicos adornos
de este departamento, un poco triste y sovero. Un sofá,
un sillon a la Voltaire, coloca Jo Junto íl la chimenea, una
mosa.de escribir, cubierta de papeles y de libros, compo-
nían un mueblaje cómodo, pero quo lio recordaba ni poco
ni mucho las suntuosidades del palacio Labinski.
—El señorito se levanta ya? preguntó Juan con esa vo/.
apagada a que se habla acostumbrado durante la enferme-
dad de Octavio, y presentándolo al conde la camisa de co-
lor, los calzoncillos do franela y las zapatillas de Argel, que
m AVATAR.
cran el vestido que su sefiorito usaba regularmente por la
mañana. Aun cuando al conde le repugnaba en cierto
modo el ponerse la ropa de un extrafio, no turo mas reme-
dio que aceptar lo que le ofrecía Juan y puso los pies so-
bre la piel de oso, sedosa y negra, que servia de alfombra
al pió de la cama.
Bien pronto queda terminado el arreglo de Olaf de Sa-
vi'le, y Juan, sin que al parecer hubiese concebido la me-
nor sospecha respecto a la Identidad del falso Octavio de
Saville (l quien acababa de vestir, le preguntó: ¿A qué
hora quiere el señorito el almuerzo?
—A la de costumbre, contestó el conde, el cual, desean-
do no encontrar ningún obstáculo en los trabajos que tra-
taba de emprender para recobrar su personalidad, habla
convenido en aceptar exteriormonte su Incomprensible
trasforruacion.
Juan ae retiró, y Olaf de Saville abrir» h\* dos cartas que
le habían llevado cou los periódicos, esperando encontrar
ea ellas alguna explicación: la primera cou tenia algunas
quejas amistosas y recordaba las buenas relaciones de an-
tiguo camarada, que sVn motivo se habitin interrumpido;
un hombre desconocido parad la Armaba. La segunda era
la del procurador de Octavio, que le avisaba pura que fuese
6. recoger una parte de sus reutas cobrada huela tiempo, 6
que, por lo menos, le indicase el empica que habla de dar
fl. aquel capital que quedaba improductivo.
—Parece, pues, se dijo el conde, que el Octuvlo de Savi-
11o cuya piel ocupo, muy á pesar mío, existe real meute;
que no es un ser fantástico, un personaje d'Achín á' Ar-
mi u ó de Clemente Bren Uno: tieue casa, amigos, un no-
tario, rentos por gastar, en una palabra, todo cuauto cons-
tituye el estado civil de un gentleman. Me parece, sin em-
bargo, que 3-0 soy el conde Olaf Labinskt.
Una mirada dirigida al espejo lo cou venció de que esta
opinion no la creería uadie, porque á la pura claridad del
día como a la dudosa luz de las bujías, el reflejo era Idén-
tico.
Continuando su inspección domiciliaria, abrió los cajo-
nes de la mesa de escribir: ea uno encontró algunos tftu-
AVATAR. «T

los de propiedad, doa billetes de A mil íranooe, y cincuen-


ta, luises, que se metió eu «1 bolsillo sin escrúpulo» d*nia*
gun género, para las necesidades de la campada que lb* A
emprender; en el otro habla uua cartera de piel de Rusia,
cerrada por medio de un resorte secreto.
Juan entró anunciando a Mr. Alfredo Humbert, el oual
penetró en la habitación con la familiaridad de an antiguo
conocido, slu esperar & que el criado fuese A darle la res-
puesta Ue su señor.
—Buenos dias, Octavio, dijo el recien reñido, que era
un hermoso joven de fisonomía franca y Jovial; ¿qué ha-
ces; quô piensas hacer; estas muerto 0 viro? No se te ve
en ninguna parte; te esorlben y no contestas. Debía refllr
contigo, pero no tengo bastante amor propio dentro de la
amistad, y vengo para estrechar de nuevo tu mano.—¡Que
diablo! yo no puedo permitir que un antiguo companero de
colegio muera de melancolía en el fondo de asta habita-
ción tan lúgubre como la celda de Cirios V en el monas-
terio de Yuste. Te has llegado Afigurarque estas enfer-
mo y te fastidias, hé aht todo; yo te obligare A distraerte,
y en uso de mi autoridad, te voy A llevar A un alegra al-
muerzo en el que Gustavo Ralmbaud entier» an libertad
de soltero.
Después de esta relación, A la que dio un tono medio se-
rio y medio cómico, cogióle la mano al conde y se la es-
trechó según el uso inglés.
—Ko, lo contestó el marido de Prascovla, acordándose
del papel que estaba desempeñando, hoy sufro mas quede
ordinario; no me siento en disposición de ir A una broma,
de suerte que en ves de alegrarme vuestra comida seria
un motivo de tristeza.
-Efectivamente, estas muy pálido y tienes «1 airo de la
fatiga; ¡qué buena ocasión pierdes! Me voy corriendo,
porque me esta haciendo falta el comer tres docenas de os-
tras y el beber una botella de Saoterne, dijo Alfredo diri-
giéndose hacia la puerta:
—¡Cuanto sentir* Ralmbaud el que no acudas!
Esta visite aumento la tristesa del conde: Juan 1« to.
AVATAn. 1|
es AVA TAH.
nialii por «u sefior, Alfredo por .~u ¡uiii.no. L'na diürna
pruci>A If faltaha. Abrtòne la pm-rta, utiu sefiora, en cuyo»
«•abolir* KGPntreiiit*.(-Ial>rui alguno* liiloade plata, yquese
parcela 4« una mimem extraordinaria al rctrato quo habla
oolg.ido A la par*rt,-entnf> en el cuarto, se sentó en el sofa y
dijo al conde:
—¿Cfiluô'lfe'çiicueiilr:n, querido Octavio? Juan tue La
rllcho que anoeno Volviste muy tarde y en un estado ex-
traordinario de debilidad; cuídate mucho, hijo mió, por-
que til (¡abes lo quo to quiero rt pesar do la pena ojo me
eauaa usa ¡ne*plfoalile tristeza que te devora, y cuyo orí
gen aun »o nie IIM querido declf.
—îîo fengto rñícd<i, inadre mia, tslo no ofrece ninguna
ícravcdiid, cfeiltÜáto Oláíáe Savllle; roo encuentro mucho
rncjcT qne osíosilllfrnns'dÍRs.'
Madama do Seville, confiada en las palabras del q ue creia
suliíjo, se }eva"nto'y marchóse, porque sabla que íl esto no
lo gustaba íiLpoco' uj nada, que le turbasen en su soledad.
— l'iMji» s^flor,. ducádidauíeutc uic he convertido en Oc-
tavio, de i:tviily, exclamo el conde cuando hubo salido la
•Mífi'-ra; su m:wU«» me nnüMiut*; y no adivina un alma ex-
tniíla bajóla tpidorujis de su hijo. Quizas para siempre
me veo encerrado en esta envoltura. ¡Se puede dar al alum
prifcion mas. exluiQa que el cuerpo de otro! Ks duro ti tf--
ner qjue rVnuu ¿jijar. &.?<£ f'l çpnú> de Olaf Labiuski, perder
HUH amias, su mujer, su fortuna, y verso reducido a una
trise y tyul(^ir exiateuda» ¿Ah! yo rasgarú para salir do
ella lila pivl du 2so>jua que au une & mi ser, y la arrojaré
hecha glroru» íV.lw piOa de su dueño. ¿Si volviese al pala-
cio! iNo! Jj-iia uu escíUidalo iuuiiiiufíitu y «1 sui/.o na
pondría A la puerta do la calle, porque yo no tengo valor
ut l'ucraa desde quu vUto cxlo trago do enfermo; vamos a
ver, procure luoe averiguar algo du la vida de este Octavio
de tíaville, vvy° l ^ l * 1 fhíserupeflo yo mismo. Trato de
,-ibiir la cuarteta. Casualmente dio con el resorte y quedóse
abierta a su curiosidad. El conde saco de los bolsillitos de
cuero muchos pa.pt Ua, ennegrecidos por un escrito meuu-
do y «trecho; dwipuon encontró un pedncjto de vitela, so-
AVATAR. (i'.i

bre el que uua mano pooo Lábil, pero del, había dibujado
con la memoria dol corazón y con el parecido que pocas
veces consiguen los grandes artistas, un retrato al Iflpíz de
la condesa Prascovia Labluska. Era imposible no recono-
cerla A la primera mirada.
Kl conde quedóse estupefacto auto este descubrimiento.
A la sorpresa sucedió un furioso movimiento de celos. ¿Có-
mo se encontraba el retrato de la condesa en la cartera se-
creta de aquel joven desconocido? ¿De dónde lo habla sa-
cado, quién lo habla hecho, quién se lo dio? ¿Aquella
Prascovia, tan religiosamente adorada, habría descendido
do sm oielo de amor ft una intriga vulgar? ¿Qu6 burla in-
fernal le habla encarnado ft 61, el marido, en el cuerpo del
amante de aquella mujer à quien hasta entonce» imbuí
creído Un pura?—jTras del esposo, iba & ser el amante!
¡Sarcàstica metamorfosis, cambio de posición copaz de vol-
verle loco, porque merced ft ella podia engañarse & sí, ser
& un tiempo mismo Clitandro y Jorge Dandi ri!
Todas estas ideas hervían ttiitiiiltuo*aiiiente en su cere-
bro; comprendía que su razón estaba pronta ft perderse, 6
hizo, para recobrar la calma, un esfueizo supremo do vo-
luntad. Bin escuchar A Juan quo estaba diciéndole que
el almuerzo le esperaba en la meta, continuó cou un tem-
blor nervioso el eximen do la cartera.
Las hojas formaban una especie de diario psicológico
abandonado y vuelto ft emprender cu diferentes Cpocns;
lió aquí algunos fragmentos que el conde devoró con una
suprema ansiedad:
•¡Ella no me querrá nunca, nunca, nunca! He leído cu
sus dulces ojos aquella frase tan cruel, tan cruel, que Dan-
te no encontró otra mas dura para escribirla sobre las puer-
tos de bronce de la Ciudad Doliente: J'erdcd toda c*pt:run-
«a ¿Qué mal le he causado ft Dios para que me condene cu
vida? jMaHana, el día siguiente, y siempre esteró en la
misma situación! Los astros pueden entrecruzar sus órbi-
tas, las estrellas en conjunción unirse, pero en mi destino
nada se puede cambiar. Con una sola palabra ha dlsljmdo
el ¡mello; con un gesto ha roto sus alas & la quimera. Las
combinaciones (^biliosas de lo» Imposibles no me ofrecen
70 AVATAR.
ninguna ventaja; las cifras, arrojadas un millar de veces
en la rueda de la fortuna, no saldrán nuuca, ¡no hay nu-
mero posible para ganar yo!
«¡Cuan desgraciado soy! íi¿ que el paraíso está cerrado
para mí, y sin embargo, permanezco estúpidamente sen-
tado á su entrada y reclinado sobre su puerta, que nunca
se abrirá, y lloro en silencio, sin agitación, sin esfuerzos,
como si mis ojos fuesen dos fuentes de agua. No tengo su-
ficiente valor para levantarme y penetrar en el desierto
inmenso 6 en la Babel tumultuosa de los hombres.
•Algunas veces, cuando durante la noche me es Imposi-
ble el dormir, me acuerdo de Prascoviay si duermo la sue-
fio;—¡ah, cuan bella estaba aquel dia en el jardín de la vi-
lla salvlatl, en Floreucia!—¡Aquel trago blanco, adornado
con un cuitaron negro, era precioso y fúnebre! ¡El blan-
co para ella, el negro para mí! ¡Algunas veces las caldas,
agitadas por el aire, formaban una cruz sobre el fondo
blanco, y mi espíritu invisible decia en voz baja la misa
de difunto de mi corazón!
«Si alguna catástrofe inaudita pusiera sobre mi frente la
corona do los emperadores y do los califas; si la tierra san-
grase para mí sus venas de oro; si las minas de diamantes
de Qolcouda y de Visapurme dejason escarbar sus brillan-
tes gargantas; si la lira do By ron resonase bajo mis dedos; st
las obras maestras del arte antiguo y moderno me presta-
sen sus bellezas; si, en una palabra, yo llegase a descubrir
un mundo, no por ello habría adelantado algo.
«¿Cuíll es mi destino?—Tenia deseos de ir a Constantino-
pla y allí no la hubiera encontrado; me quedo en Floren-
cia, la veo y me muero.
«De buena gana me suicidara; pero ella respira el ñire en
que vivimos y quizás mi labio nspire en su avidez—¡oh
dicha inefable!—un efluvio lejano de su soplo embalsama-
do, y si por acaso fuese desterrada mi alma culpable á otro
planeta, tampoco tendre la esperanza de que me ame en
la otra vida.—Y estar aun separados alia, lejos, ella en e1
paraíso, yo en el infierno: ¡pensamiento horrible!
«¿Por qué he de amar precisamente .1 la dnica mujer qu«
AVATAIl. 71
no puede amarine? Otras que pasaban por hermosas y quo
crau libres, me sonreían con su mas tierna sonrisa, y pa-
rcela quo ñuscaban una declaración que nunca llegaba.
¡Oh, cuan feliz debe lier CI! ¿Qué habrd liedlo en su vida
anterior que Dios le recompensa con el magnífico don do
su amor?»

Era inrttii Inor nií.". Lus sospechas que el conde ha-


bla podido concebir en víala del retrato de Pra9Covia, ne"
habían desvanecido desde las primeras líneas de entas tris-
tes coulideiicius. Comprendió que la Imagen querida, re-
tocada mil veces, habla sido acariciada lejos del modelo
con esa paciencia Infatigable del amor desgraciado y quo
era la Virgen de una capltllta mística, delante de la cual
se arrodillaba la adoración sin esperanza.
— Pero y si este Octavio hubiese hecho un pacto con el
demonio para robarme el cuerpo y sorprender bajo mi
misma forma el amor de Prascovla!
Era tan Increíble enrnedio del siglo XTX semejante sn-
l>o«iolon, que la tuvo que desechar en seguida, A pesar de
que le había turbado de una manera extraña..
Son riéndose de su propia credulidad, coinlúso algo en-
friado el desayuno que lo habia servido Juan, vistióse y
pidió el carruaje. Cuando estuvo arreglado hizo que le con-
dujesen ft casa del doctor Baltasar Cberbonneau; atravesó
aquellos salones donde habla penetrado el diaauterior lla-
mándose afin el conde Olaf Lablnskl, y de donde habla sa-
lido saludado por todos con el nombre de Octavio de Sa-
ville. El doctor estaba sentado, como de ordinario, en el
diván del último «alón, con un pió antro sus manos y co-
mo sumido en una profonda meditación.
Al ruido de loa paso» del conde levanto la cabeza:
—;Ah! sois vos, mi querido Octavio; iba ft visitaros en
vuestra casa, pero es una buena «eflal que el enfermo ven-
ga ft ver ft su médico.
—¡Siempre Octavio, exclama cl coude, ¡creo que la rabia
va ft volverme loco! Despues, cruzando los brazos y enca-
rándose con el doctor, le dijo mirándolo con una terrible
fijeza:
TJ AVATAR.
—Demasiado sábela, Mr. Baltasar Cherbonueau, que yo
no soy Octavio, sino el coude Olaf Lablnski, supuesto que
ayer por la noche me robasteis, aquí mismo, la piel, por
medio de vuestra exótica hechicería.
Al oir estas palabras, el doctor soltó una enorme carca-
jada, se echó sobre los almohadones y se puso las mano,
en loa costados para contener las convulsiones de su ale-
grta.
—Moderad, doctor, esa intempestiva jovialidad, de la
cual os podríais arrepentir. Hablo formalmente.
—Tanto peor para vos, porque esto probaria quo la anes-
thesia y la hipocondría, cuyas enfermedades son la causa
de que yo os asista, degeneran en demencia. Sera preciso
que mudemos de régimen, para poneros bien.
—¡No sé cómo me contengo, doctor del diablo, y no os
he estrangulado ya por mis propias ma not-! exelamó il
conde adelantándose hacia Cherbouueau.
El doctor se sonrió ante las amenazas del coude, y to-
cándole con la puuta de una varillita de acero, le hizo ex-
perimentar una conmoción terrible, hasta el punto rio
creer que le hablan roto un brazo.
—Nosotros poseemos medios bastantes para domar á 1< s
enfermos cuando se insubordinan, dijo el doctor dejando
caer sobre él su mirada fría como uua ducha, medios quo
sujetan A los locos y hacen arrastrante por el suelo A los
leones. Volveos A casa, tomad un bailo y se calmara la so-
breexcitación en que os encontráis.
ülaf de Saville, aturdido por la corriente eléctrica, salió
de casa del doctor Cherboneau mas incierto y turbado que
nunca. Hizo que «1 cochero le condujese A Passy, A casa
del doctor B***, A quien quería consultar.
—Me eucuentro, dijo al célebre médico, propenso A una
extrada alucinación: cuando me miro A un espejo, el ron-
tro me parece con facciones distintas; la forma de los ob-
jetos que me rodean varía; no reconozco ni las paredes ni
loa muebles de mi habitación, y acabo por creer quo soy
otra persona distinta.
AVATAR. 1
—¿Bajo qué aspecto os veis? preguntó el módico; el er-
ror puedo aer bija del cerebro ó de los ojos.
—Me veo con lus cabellos negros, los ojos do un azul su-
bido, «1 rostro pulido y con barba.
—Las senas inscritas en un pasaporto no «erian mas
exactas. No padecéis ni alucinación Intelectual, ni per-
version de la vista. Sois efectivamente tal cual decís.
—¡De niugun modo! Yo tengo los cabellos rubios, lus
ojos negros, el cutis tostado y el bigote retorcido a lo bun-
garo.
—Abf, repuso el doctor, empieza una ligera alteración
de las facultades intelectuales
—Es decir, doctor, quo no estoy completamente loco?
—Sin duda. Un poco de fatiga, algun exceso de estudio
ó do placer, habrA causado esa turbación. Os equivocáis
vos mismo; la vision os real, la Idea es quimérica; en vez
de ser uu rubio que se vo moreno', sois un moreno que se
cree rubio.
—Sucede alemas que tengo el convencimiento Je quo
soy el coud» Olaf Lablnskl, y todos, desde ayer, me lla-
man Octavio de Savi I le.
—Eso es precisamente lo quo yo os decia. Vos sois Mr.
deSaville y os imaginais ser el conde Labluski, d quien
recuerdo bnber visto varias veces y que es efoctn amento
rubio. D J eata manera se explica muy bien el porquó
de que euoontrois eu el espejo una cara distinta do lu que
esperabais; esa cura, que.es la vuestra, no responde & vues-
tra idea Interior y os sorprende. Reflexionad'mucho so-
bre eso de que todos os llamón Octavio de Saville, y quo
por lo mismo no participen do vuestra creencia. Venid a
pasar quino: dias conmigo: lo» baños, el reposo, los paseos
por debajo Ue los grandes arboles, disiparán etn influencia
perjudicial.
El conde inclinó la cabeza hacia el suelo y prometió el
volver. No sabia qué creer.
Fué á BU casa de la callo de San Lázaro, vio casualmen-
te, encima de la mesa, la tarjeta de invitación de la con-
AVATAB. 13
74 A VAT A It.
ilea» Labintka quo Oclavio le había eiT.ulado al doctor
Cherbonneau.
—¡Con esto talisiusu, exclamó, podro ir A verla ma-
Can a'
IX

Cuando los criados habían metido ya eu BU carruaje al


verdadero conde Labinskl, arrojado de su paraíso terrenal
por el falso ángel guardian que entuba do pió sobro el re-
llano, el Octavio trasfigurado entrO on ri saloneito blanco
y dorado para esperar A la condesa.
Apoyado sobro el blanco infirmo) de la chimenea, cuyo
hogar estaba lleno de flores, so vela reproducido en el fon-
do del espejo, colocado simétricamente sobre la consola de
pies tallados y dorados. Aun cuando estaba en el secreto
de su metamorfosis, 0 mejor dicho, de su trasposición,
apenas podia formarse idea de que aquella imagen, tan di-
ferente de la suya, fuese la reprod ucclon de su propia figu-
ra, así es que no podia apartar los ojos de aquel fantasma
extraño que se habla convertido en el mismo. Se miraba
y veia A otro. Involuntariamente se preguntaba si el con-
de Olaf no estaba apoyado Junto & 01 sobre la meseta de la
chimenea y proyectaba en el espejo su reflejo, hsln em-
bargo, no habla nadie mas que 01: él doctor Cberbonneau
habla hecho el cambio muy a conciencia.
Al cabo de algunos minutos, Octavio Labinski so olvido
del maravilloso avatar que habla pasado su alma al cuer-
po del marido de Prascovia, y sus pensamientos tomaron
un camino mas conforme oou su tituuoion. ¡liste suceso
increíble, separado de todas las posibilidades y que la es-
76 AVATAR.
peranza mas quimérica no hubiera soñado on au delirio,
había llegado! ¡Iba & encontrarse frenie & frente de la her-
mosa criatura & quien adoraba y ella no le podia rechazar!
¡La única combinación quo tenia el poder de conciliar su
felicidad cou la inmaculada virtud de la condesa, so había
realizado!
Cerca ya del momento supremo, su alma experimentaba
luchas y ansiedades horribles: los temores de.l verdadero
amor le haciau desfallecer como si aun habitase la despre-
ciada forma de Octavio de Baville.
La presencia de la camarera puso fin al tropel de pensa-
mientos que le combatían. Al acercarse no pudo dominar
un sobresalto nervioso y toda la sangre le afluyó al cora-
zón cuaudo ella le dijo:—La señora condesa le aguarda.
Octavio Lablnski siguió a la camarera, porquo descono-
cía el reparto de la casa, y no quería revelar su ignorancia
cou la iucertidumbre de su marcha.
Lu camarera le introdujo en una sala bastante grande
que no era otra cosa que una especie de tocador adornado
o n todos los detalles del lujo mas delicado. Una arma-
liada de maderas preciosas esculpidas por Knecht y Lien-
hart, cuyas secciones estaban separadas por columnas sa-
lomónicas, & cuyo alrededor se enroscaban en espiral lige-
ras ramas de convolvulus de hojas en ügura de corazou y
cum panillas esculpidas con infinito arte, formaba una es-
pecie de ensambladura arquitectural, cuya portada era de
un orden caprichoso, de una rara elegancia y de una eje-
cución inestimable. Eu loe armarios estaban guardados
los trages de terciopelo y seda, los cachemires, los abrigos,
los encajo», las pieles de martra y de zorra azul, loe som-
breros de rail formas, y e n fin, todo el ajuar de aquella her-
mosa mujer.
En la pared de enfrente habla otra estantería igual, con
la única diferencia de que las puertas eran espejos coloca-
dos sobre uuas visogras que loa movían en todos sentidos,
& fin de que se pudiese ver de frente, de perfil y de espal-
das para juzgar del efecto de un cuerpo 6 de un tocado.
Eu el tercer lienzo de pared sn veia uu t?rmi tocador, cu-
yos grifos de plata arrojaban agua caliente ó fría en inraeu-
AVATAR. 77

sas tazas del Japon colocadas sobre aros de aquel uilsruo


metal; gran número de pomos de cristal do Bohemia, que
brillaban a la luz de los bujía», encerraban las esencias y
los perfume-».
Las paredes y el techo estaban tapizados de pafio verde
mar, como el interior de un estuche. Un espeso tapiz do
Sinlrua, blando y con vivos colores, cubría el piso.
Eiimcdiodel cual to, sobre un zócalo de terciopelo verde,
habla un gran cofre de forma extrafía, de acero de Khoraa-
san cincelado, empavonado y lleno de arabescos tan compli-
cados, quo casi hacia parecer sencillos los adornos del salou
de Embajadores de la Alhambra. El arte oriental parei-ia
haber pronunciado su Ultima palabra en esto trabajo, en
el que sin duda debieron tomar parte los dedos de las ha-
das de Péi U. En este cofre era donde la condesa guardaba
sus aderezos, sus joyas dignas de una reina y que no so po-
ida sino muy raras veces, parecléndole con razón que no
merecían el sitio quo ocupaban. Era demasiado bella pa-
ra tener necesidad de ser rica: su instinto de mujer no lo
decia. Así es que no las sacaba A luz mas que en aquella»
ocasiones solemnes en que el fausto hereditario de la anti-
gua casa Labluski debia presentarse «u todo su cxpleudor.
Nunca hubo diamantes que menos luciesen.
Cerca do la ventaua, cuyas ancha» cortinas calan eu
grandes pliegues, delante de un peinador a la duquesa, eu
frente de un espejo que sostenían dos Angeles esculpidos
por Mlle, de Fauveau con esa elegancia y ligereza que ca-
racteriza su talento, C iluminado con la blanca luz de los
caudelabros de A seisbujtas, estaba sentadala condesa Pras-
covia, radiante de frescura y de belleza. Un albornoz tune-
cino de una figura ideal, atravesado de rayas azules y blan-
cas que alternativamente eran opacas 6 trasparentes, lo
envolvían como una vaga nube; la ligera tela se habla
deslizado por la de seda satinada que formaba el cuerpo y
dejaba ver el nacimiento y fin de un cuello que hubiera
ennegrecido el nevado de los cisnea. En loa intersticios do
los pliegues se veia el hervor de los encajes de uua bata de
batista, trago nocturno que no sujetaba ningún clnturon;
loa cabellos de la condesa estaban deshechos y se desliza-
7» AVATAR.
ban por sus espaldas eu ondas opulentas, como el manto
de una emperatriz.—¡Las trenzas de ero fluido, de las quo
Vénus Afrodita esprimia perlas, arrodillada en su concha
de nácar, cuando salió como una flor de azul de los ma-
res, eran menos rubias, menos espesas y menos maciza»!
Mezclad el ámbar del Ticiano y la paleta de-Paul Vero-
nene con el barniz de oro do Rembrandt; haced paitar lo-,
rayos solares li traves del topacio y estad seguro» de que
aun asi no habéis de conseguir el tono maravilloso de esta
magnifica cabellera, que parecía despeJir luz i¿i:is bien
que recibirla, y que habría merecido, mejor que la do 1J»-
reiiice, brillar como una nueva constelación entre los an-
tiguos astros. Dos camareras la dividían, la aligaban, l i
encrespaban y la arreglaban en forma de bucle» para quu
el contacto de la almohada no la destruyese.
Durante esta delicada operación, la condesa hacia bai-
lar en la punta de su pió una zapatilla de terciopelo bian-
co, bordada de canutillos de oro, tan pequefia, que habría
hucho morir «le celos A las oladiscas del Padiseha. Algu-
nas veces apartaba los sedosos pliegues del albornoz, deja-
ba ver su blanco brazo y con la mano separaba algunos
cabellos que se habian encapado, lo cutí! efectuaba con un
movimiento y una gracia instintivas.
Ast, abandonad* a su negligente posición, recordaba
tsos figuras griegas que adornan ios vaso* antiguos, y de
las quo ulngun artista ha podido encontrar de nuevo el
puro-y suave contorno, la belleza joven y ligera. Kstaha
aun mas seductora que en la villa Salviatl, en Florencia,
y ai Octavio no hubiera estado ya loco de aiuor por ella,
indudablemente habría enloquecido entonces. Afortuna-
damente para61 no es posible añadir nada al infinito.
Octavio Labinski experimentó en su presencia la misma
sensación que si hubiera visto uu espectáculo terrible, los
rodillas se entrechocaron y dobláronse bajo su peso; la bo-
ca se le secó; la angustia le apretó la garganta como la ma-
no de un Thugg, y unas llaman rojizas oscurecieron sus
ojos, Aquella belleza teula algo de la de Medusa.
illzo un esfuerzo diciéndose que estas formas entupidas
propias de un amanto despreciado, eran muy ridiculas en
AVATAB. 7»
la persona de ua marido, por mucho qua le emocl m u e
la presencia de su mujer, y marchó raiueltamanta biela
la condesa.
—¡Ah, sois vos Olaf! ¡CuAiito habéis (ardailo esta roohel
•lijo la condesa sin volverse, porque detenían su cabeza
los largos cabellos que trenzaban laa peinadoras; y eacan-
do por entro 1<H purgues del alboraos una de su* precio-
sas manos, se la alargó.
Octavio Labinskl cogió esta mano inaa dulce y tuai fres-
ca que una flor, llevó-ela á sus labios 4 Imprimió sob i sella
un prolongado y ardiente besó;—toda su alma M habla
concentrarlo nlíf.
No sabemos quó delicadeza de sensitiva, que Instinto de
divino pudor, que Intuición nacida del fondo del coraron
advirtió & la conde-a; pero una nube sonrosada cubro sú-
bitamente su rostro, su cuello y sus brazos, loa cuales to-
maron ese tinte con que se colora en Us altas montabas la
nieve virgen ni verse sorprendida por el primer beso del
Mil. Prascovla tembló y retiró lentamente su mano, en-
tre malhumorada y vergonzosa; los labio* dé Octavio le
hnbiaii producido, la misma Impresión que un hierro can-
dente. Bien pronto se rehizo y se rió de su pueril temor.
—Nuda me decís, querido Olaf, y «to que en mas de eels
hora.-* no no* liemos visto; ya no os acordáis de mí, dijo
«:• m > reconviniéndole; en otro tiempo DO me hubierais
•tejado completamente sola durante toda la nooht. ¿Os ba-
bels acordado »iiln de mi?
—Siempre, contentó Octavio Labinskl.
~;Oh, no siempre! Yo só bien cuándo os aeorJal» aun
cuando estéis muy lejos de mi lado. Esta noche misma
estaba''sota tocando al plario una pieza de Web r, para
matar el fastidio' ton la música, cuando he visto vuestra
alma «júe daba Vueltas ft ml alrededor confundida cou lait
notas que despedía el teclado; después se ha marchado yo
no s6 adonde con el Ultimo acorde, y no ha vuelto. No
me lo neguéis que estoy muy segura de lo que diga.
Prascovla, eii efecto, no se equivocaba: era justament»
aquet momento et) quo 'en casa del doctor Baltasar Cher-
tonneau, el conde Olaf Labinskl se inclinaba sobre el v u o
A.VATAB. I*
feu A-VAÏA!!.
drago*'máglcn, evcccmio, cft:r torta lu fuerza douupinsu
miento fijo,'fma imagen aflorada. Desde aquel momento
»•1 <>ondo, sumergido tu el octano tin fondo dol suefío
mngnCtlcn, no h'^liía teiiiiío ni Idea, ni sentimiento, ni vo-
luntad.
Las mujçres, terminado el peinado nocturno do la con-
dena, t-é retiraron; y Octavio Labintki quedóse do pió si-
guiendo con sus «Jos i 11 llamados lus movimientos de Pin*
¡Jovial—ÍJelynUÍá y f e m a d a A la ve? por eata mirada, la
condesa R'e'çnvolvjô in MI albornos como la Polymnia en
su mantó. 8ofo.su cabeza asomaba por encima do. los plie-
tíuoa blancos y azules, inquieta, poro hermosa.
A "posar dò quo ninguna penetración humana hubiera
podid,<> adivinar el misterioso cambio de las almas, efectua-
do por el doctor C'horbonnaau mercad ft la fórmula del
¿aünyasl Brahina'-.Logum, Prascovia no reconocia on los
ojos de Octavio Lahinski la expresión ordinaria de los ojos
de Oluf: lado un.amor puro, tranquilo, igual, eterno, co-
mo e't.'ájpof dé los ÜiigelcKj—una pasión terrestro inflama-
ba aquellA Juyraila quo la turbaba y la hacia enrojecer.—
2yo„poc\ia ctarso cuenta de lo quo habia'pasado, pero dob¡n
haber succllído'nlgò,! Mil extrafîas sospechas le asaltarou
el pensamiento: ¿no era ya paraOlaf nías que una mujor
vulgar, deseada noi* «u belleza como uua cortesana? ¿l'.¡
acorde sublimo de sus almas so había roto por algun:-. diso-
nancia, desconocida? ¿Amaba Olaf A otra? ¿Las corrupció-
¡íes d i Pariri habían dafiado su casto corazón? Prascovia
so hizo rápidamente todas estas preguntas sin poderse con-
testar de una manera satisfactoria, y se dijo a sí mieuia
que calaba loca, por mas que allá en el fondo slutieso quo
tenia rázoh. TJu tortor secreto la Invadía como en presen-
cia de un peligro desconocido pero adivinado por esa do-
blo \ ¡¿la del alma, cuyos auuucios h acó mal el hombre «I
no seguirlos siempre.
Levantóse agitada y nerviosa y se dirigió hacia su cuar
to de dormir. El falso conde la acompaño con ua brazo
npo\ado en su talle, comoOthelo lleva ft Desdémona cada
vez que ambos salen en la obra de Shakespeare; pero cuan-
do ejtuvleróu en la puerta, PrasetYÍa se velvjó, <Ujtavose
AVATAR. 81

tut i listan le, blanca y fría como el marmol, wj¡yj6 una ini-
ru-Ui tic espanto al Jóven, entró, corró la puerta cou prccl-
jiltaelou y paso el cerrojo.
—¡La mirada de OctAvlo! exclamó cayendo niodio des-
vanecida en uu sofd. Cuando hubo recobrado completa-
mente los sentidos, se dijo:—¿Como se explica quo aquella
mirada, cuya expresión no olvidaré nunca, brilla enta no-
«be en los ojos de Olaf? ¿Como he ylwto lucir & travos de
las pupilas de mi esposo, aquella ¿lama sombría y desespe-
rada?' .¿Había muerto Octavio? ¿¿«rO. que su alum, uutt:s
de abandonar la tierra, lia brillado uu momeu to delante de
mí como para decirme adiós? ¡Olafi ¡Ül»n ¡Si me lie en-
gallado, si bo cedido locamente A un vano terror, til me
perdonarás; pero si te hubiese «cogido cota noche habría
creído que me entregabaftotro!
La condesa se aseguró deque el cerrojo estaba bien pues-
to; encendió la lampara que colgaba del tecUo, so metió cu
la cama como un nlflo miedoso, con cierta, scnsaaWu an-
gustiosa 6 indefinida, y no so durmió «ino liaatacwca del
dia: unos suofios incoherente» y extrafioa la atormentaron
durante toda la noche. Unos ojos urdiente*;—lop <Jos.de Oc-
tavio—se fijaban sobre ella desdo el fomlo de las Ünleblua
y le lanzaban miradas de fuego, mientras que al pié de su
cama una figura negra y surcada de arrugas estaba acur-
rucada al mismo tiempo quo murmuraba, silaba» descono-
cidas; el conde Olaf se apareció también eu este «ueíio pe-
ro revestido de un» forma que no era la tuya»
No vamos A pintar el descorazonamiento do Octavio
cuando se encontró frente & frente de una puerta cerrada,
y mas aun ouaudo oyó el chirrido del cerrojo. Su suprema
esperanza se desvanecía. ¡Ahí habla pedido auxilio a me-
dios terribles y extraños; seTmCIá"entregado & uu mago,
tal vez & un demonio, Jugando su vida ou este mundo
y su alma en el otro, para conquistar una mujer que se le
escapaba, ft pesar de pertenecerle, graolas a las hechicerías
de la India. Habia sido rechazado como amanto y ahora
merecía igual suerte como marido: la iuvenclblo pureza
do Prascovla desafiaba las maquinaciones mas infernales.
JEu la puerta d« au cuarto de dormir so le habia aparecido
82 AVATAR.
como el Angel blanco do Swedemburg hiriendo con el ra-
yo ni espíritu del mal.
Como no era posible que estuviera tuda la noche en aque-
lla posición ridicula, bused el departamento del conde, y
después de haber recorrido gran numéro de habitaciones,
dlO con una en la que habla una cama con columnas de
Obano y cortinas de tapicería, entre cuyo» ramajes y ara-
bescos huilla unas arma» bordadas. Una» panoplias con
armas orientales, varias coraza» y cascos de caballería, he-
rido» por el reflejo de una lámpara, arrojaban Algunas va-
gus luoes entre la sombra. Las paredes estaban tapizada»
de ouero con dibujos dorados. Tres 6 cuatro grandes sofá»
esculpidos y un cofre todo lleno de llguras, completaban
aquel mueblaje del gusto feudal y que no hubiera desen-
tonado en el sillón de uu castillo gótico, l'orpurte del conde
no era esto una frivola imitación de la moda, sino uu pia-
doso recuerdo. Aquella habitación reproducía exactamen-
te la que ocupaba en casa de su madre, y aunque la habla
restaurado frecuentemente—esta decoruçlon de quinto uc-
to—siempre liubia procurado conservar el estilo.
Octavio Labinski, rendido por la fatiga y lu» emociones,
se acostó y durmióse maldiciendo al doctor Baltasar Cher-
bonneau. For foituna el día le trujo ideHS inns alegres; se
prometió para en adelante el conducirse de una manera
mas moderada, apagar su miraJu y adoptarla conducta de
los maridos. Ayudado por el mayordomo del conde, vis-
tióse do una manera seria y bajo con paso tranquiló al co-
medor, doude la condesa le esperaba paru desayunarse.
X

Ortavio Lablnski bajó, siguiendo Ion panos riel mayordo-


mo, porgue ignoraba drtnrie se hallaba el comedor en aque-
lla casa, ilel* que seotvla propietario. Dicho depurtumen-
tu ora una «run habitación rt piso de tierra con vistas ni
patio, que tenia ün'dárfioter ast de abadía, como de casti-
llo feudal; unas ensambladuras de madera de Álamo negro,
divididas en paflns y departamentos simétricos, subUu
hasta el techo, donde unos postes salientes formaban una
especie de cajones exágonos, pintados <le azul y adornados
con ligero» arabescos de oro; en Ion grandes planos de la
eusainblariurada l-Ylipo Rousseau Uubia pintado las cua-
tro estaciones, repri'ttentrdas uo por figuras simbólicas, si-
tio por trofeos de naXmaleza muerta, compuestos de pro-
ductos propios de cada C-poca del aQo; las cacerías de Jadiu
formaban pendant con Jas uaturaie/.as muertas de Felipe
Itousseuu, y eiioimu de cada pintura brillaba, como el dis-
co de un escudo, un inmenso plato de Heñíanlo Palissy 6
de Leonardo dû Limoges, de porcelaua del Japon 6 de bar-
ro íírabe, cou barnices adornados cou todoa lo» colores del
prisma, Cabeza* de çiwvo y cuerno» de rinoceronte alter-
naban cou Ju loza,y A.ambos extremos do la habitación se
levautabau unos grande» aparadores, altos como los reta-
blos de la» iglesias eapafiolu* y llenos de trabajo» y escul-
turas que rivalizaban coa loa mejore» obras de Verruguete,
8-1 AVATAR.
Cornejo, Duque y Verbrugen. Sobre loa estantes brillaban
los ricos objetos de plata pertenecientes u la antigua casa
Labinskl, jarroues con asas caprichosas, saleros de rarísi-
ma forma, tazas, copas y otros muchos construidos cou ar-
reglo & la extrada fautasfa alemana, y que eran dignos do
onipar un sitio en la Voute-Verte de Dresde. Enfrente de
!<'•* antiguos productos de la platería, brillaban loa objetos
maravillosos de la platería moderna, las obras maestras
do Wagner, Duponchel, Itudolfi y Froment-Meuricc; te-
teras do ]>Iata sobredorada con dibujos de Feuchere y do
Ve-íhte, horteras empavonadas, jarrones pura vino d«
Champagne con las asas en forma de pámpano» y bacana-
les en bajo relieve; escalfadores elegantes como los ti í¡" •
des pompeyauos; siu hablar de la cristalería de Bohemia
y Venecia, ni de los servicios de Bajón la y Fievres.
Una sillería do roble, tapizada de cuero verde, se exten-
día a lo largo de las paredes y alrededor do la mesa, cuyos
pies estaban esculpidos en forma de garras de Agulla, l'or
el techo penetraba una luz igual y pura, tainizuda por UIHS
cristales esmerilados que cerraban, una claraboya. c*-|itru I;
una guirnalda trasparente de hojas de vid servia de mar-
co con su verdo color a este blanco lieuzo.
Sobre la mesa, servida según la costumbre runa, cataban
colocado* los manjares, cada uno de los cuaWs ao vti.% 10-
dcado por un cordon do violetas. Los platos «aperaban ti
cuchillo délos convidados bajo ras campanas de métal
bruríido y brillante como los cascos de los etnlrec; <tospila-
dos de calzón corto y corbata blanca se mantenían Inmó-
viles y silenciosos detrás de los dos sillones, puesto el uno
delaute del otro, y pareciendo dos estatuas de la domwtl-
cldad.
Octavio se apoderó do todos estos detalles con una sola
mirada rápidamente dirigida, a fin de que no le preocu-
pase la novedad ele objetos que debían serle familiares.
Un ligero ruido sobro las baldosas y el crtrgrr dé un tra-
go de seda, le hicieron volver la cabeza. Era la condesa
Prasoovia Dablnska que se aproximaba y que se sentó ft
su lado después de hacerle ntt signó amistoso.
Llevaba una bata de seda & cuadros verdes y blancos,
AVATAR. 85
con una guarnición de 1A misma tela, cortad» en forma de
dientes d» lobo; los cabellos los llevaba reunidos en espe-
sos bucles sobre las sienes y arrollados al nacimiento de
la nuca con un cordon de oro, parecido A la voluta de un
chapitel dórico, coa lo cual formaban un peinado tan sea-
cilio como noble, en el que nada habría tenido que cam-
biar un estatuario griego; el Unte sonrosado do las meji-
llas habla palidecido algun tanto a causa de la emoción de
la víspera y del sueflo agitado de la noche; una impercep-
tible aureola nacarada rodeaba aquellos ojos, que ordina-
riamente estaban tau tranquilos y puros; tenia un aire fa-
tigado y lánguido; pero aun aat su belleza no hacia otra
cosa que convertirse en mas penetrante tomando algo de
humano. La diosa se convertia en mujer; el augel reple-
gaba sus alas y dejaba de volar.
Mas prudente que el dia anterior, Octavio veló la llama
de sus ojos y disfrazo au mudo éxtasis can un aire Indife-
rente.
La condesa alargo su pleceslto, calzado por una zapati-
lla de piel rojiza, y lo colocó sobre la blanda alfombra
puesta debajo de la mesa con el objeto de neutralizar ol
frío contacto del mosaico de mármol blanco y de Jaspe do
Verona que pavimentaba el comedor; hizo un ligero mo-
vimiento do espaldas, como si las hubiese helado el último
calosfrío de la fiebre, y, fijando sus hermosos ojos de un
azul polar sobre el convidado A quien habla tomado por mi
marido, porquo la luz habla desvanecido los presentimien-
tos, los terrores y los fantasmas nocturnos, le dijo con voz
armouiosa y tierna, llena de castos miraos, una frase on
polaco Con el conde hablaba frecuentemente en 1»
querida lengua materna, en los momentos de dulzura y de
intimidad, sobre todo en presencia de los criados france-
ses, a quienes era desconocido dicho idioma.
El parisiense Octavio sabia el latin, el italiano, el espa-
flol y algunas palabras del Ingles; pero, como todos los
galo-romanos, ignoraba por completo las lenguas eslavas.
—Los caballos de Frigia que en forma de consonantes de-
fienden los raros giros del polaco, le hubieran impedido la
aproximación tantas cuantas vocea lo hubiese intentado.
AVATAR. 15
l·ò A V A ï A il.
— En Florencia la condesa lo había hablado siempre eu
francés 6 en italiano, y la idea de «prouder la lengua en
quo Mickiewica casi ha igualado ft Jíyron, ni siquiera se
le ocurrió. ¡Siempre se les olvida íl tojos un detalle!
Al oir aquella fraso, ocurrió en el cerebro del conde,
ocuj ado por el Alma de Octavio, un extraño fenómeno: les
sonidos extraMos al parisiense, siguiendo los repliegues de
una oreja eslava, llegaron al punto habitual donde el al-
ma de Chiflas recogía para traducirlas en pensamientos y
evocaron una especio de memoria física; su sentido apare-
ció eon foso il Octavio, y algunas palabras, envueltas en las
ciriunvoluclones cerebrales 0 en el fondo tie lea secretos
cajones del recuerdo, su presentaron en tropel, prontas ft
la replica; pero estas vngaB reminiscencias no estaban en
comunicación con el alma, por lo cual se desvanecieron
m u y pronto, quedando lodo oscuro. La situación del po-
bre uníante ora horrible; no habla sofiado con ninguna de
estas complicaciones al desear la piel del conde Olaf La-
biuski, y comprendió quo el robarle la forma ft otro esta
muy expuesto & rudos contratiempos.
I'rascovia, asombrada por el silencio do Octavio, y .cre-
yendo que alguna distracción le había Impedido el oiría,
repitió MÍ frase lentamente y on vez mas alta.
,-i oía mejor el ¿cuido, de-liyt palabras, no por e;;o ti f¡d.;o
coude comprendía najo* que antes y;t significación, hacia
cbluei'zos desesperados para adivinar do qué so trataba;
mus.para aquellos que no las saben,, las compactas lenguas
«¿cl a o r t e iio'tiéhéu'niriguiiá'traspáreiícia, y si un francés
puede sospechar lo que dice un italiano, lu bucederft lo pro-
lijo que si cstu.viesó sordo al oir hablar il un polaco.
A pesar suyo, una liamaiada asaltó sus mejillas, mor-
dióse los labiosy, como para ocultar su situación, yo comió
precipitadamente el contenido del plato puesto delante do
su asiento.
—Cualquiera diria, querido Olaf, dijo la condesa en fran-
cés, que no me entendéis ó que uo mu comprendéis
—Efectivamente, balbuceó Octavio Labinski, sin saber
lo que le decía.... ¡este Uemouio de lengua es tau difícil!...
AVATAR. 87

—¡Dlftoll! aí, tal vez lo aea páralos extranjeros, pero pa-


ra aquel que lo ha aprendido sobre las rodillas de su ma-
dre, brota de los labios como el soplo de la vida, como el
mismo efluvio del pensamiento.
—Sí, sin duda, pero hay momentos en los que me pare-
ce que no la he aprendido.
—¿Quô decís, Olaí? ¿Seríais capaz de liabcr olvidado la
lengua de vuestros mayores, la lengua de la santa patria,
la que os hace reconocer A vuestros hermanos entro los de-
mos hombrea y, arladlo en voz baja, la lengua en que por
vez primera me habéis diebo que rae amabais?
—La costumbre de servirme de otro Idioma se atro-
vl6 A decir Octavio, A falta de mejores razones.
— Olaf, replicó la condesa con marcadas muestras de
enojo, veo que Paris os ha cambiado. Cuanta razón tenia
al no querer venlrl ¿Quién me hubiera dicho que cuando
el noble conde de Labinski volviera A sus tierras no sabria
responder A las felicitaciones de sus vasallos?
El hermoso rostro do la condesa tomó una expresión
dolorosa; por vez primera la tristeza habia velado aquella
frente pura como lu de un ángel; tan singular olvido la
berta en el fondo del alma, y le parecía casi unit traición.
El resto del almuerzo so pasó en silencio: Prascovln es-
taba enfadada con aquel A quien tomaba por su esposo.
Octavio estaba como en un suplicio, esperando otras pre-
guntas A las que forzosamente no sabria que contestar.
La condesa se levantó y fu6 A ocultarse en rus habita-
ciones.
Octavio ae quedó solo, Jugando coa el mango de un cu-
chillo, y pensando al ae lo clavaria en «1 corazón para sa-
lir de au apurado trance: había' contado con sorprender A
loa otroa, y ae encontraba envuelto en los mallas m n fiu de
una exiatencia que no conocía: al apoderarse del cuerpo
del conde Olaí de Labinski, le habla fallado el robarle
buubien sus conocimientos auteriores, las lenguas que po-
»»la, loa recuerdo* de la lnfauela y «sos mil detalles luti-
nio» que constituyen el »»r de uu hombre y lo» lazoa que
83 AVATAR.
unon BU existencia á la de loa otros; y para esto no ha-
bría bastado toda la ciencia del doctor Baltasar Cberbon-
neau. ¡Quó rubia! ¡estar en aquel paraíso, del que apenas
se habla atrevido a mirar la tierra desde lejos, vivir bajo
el mismo techo que Proscovia, verla, hablar con ella, be-
sar su preciosa mano con los labios de su mismo espaso,
uo poder engallar su celeste pudor y denunciarse A cada
momento por medio de alguna Inexplicable estupidez!
«¡Estaba escrito alia arriba que Prascovia no me ama-
ría nunca! Por lo tanto be hecho el mayor sacrificio a quo
puede descender el orgullo humano: he renuuciado A mi
existencia y be consentido en aprovechar, bajo una Corma
extrafia, las caricias que se destinaban A otro!»
Habla llegado a este punto de su monólogo cuando un
groom se Inclinó en su presencia con todos las señales del
mas profundo respeto, y le preguntó quó caballo quería
montar.
Viendo que no respondía, el groom se decidió, todo
asustado de su atrevimiento, A preguntarle:
—¿Vultur ó Rustem? Hace ocho dios que no ha salido
ninguno de los dos.
— Rustem, contestó Octavio Lablnski, como hubiese
podido decir Vultur, ft no ser el último nombre el que
mayor impresión le produjo en el oido.
Vistióse un trage de montar y so fuó hacia el bosque de
Boulogne, con el objeto de hacer tomar un baño de aire &
su nerviosa exaltación.
Rustem, magnífico caballo de la raza Nedj 1, que lleva-
ba en su petral, dentro de una belsita de terciopelo borda-
da de oro sus títulos de nobleza, que se remontaban & los
primeros anos de la egira, no necesitaba que se le excitase.
Parecia comprender el pensamiento del que le montaba, y
desde el instante en que dejó el pavimento para pisar la
tierra, partió como una flecha, sin que Octavio la hiciese
scutir la espuela. Después de dos horas de una carrera fu-
riosa, caballo y caballero entraron «n «1 ftotel, este calma»
do y aquel con las naricea humeantes y enrojecidas.
El supuesto conde fué A ver ft Prascovia, ft quien eucon-
AVATAR. 89
tro eu el salon, vestida con un trage de seda blanco con
volantes escalonados hasta la cintura y un lazo de cinta
junto A la oreja. Era justamente el Juoves, dia que ella
destinaba il recibir a sus amigos.
—Vamos A ver, le dijo rrascovla, con uua graciosa son-
risa, porque el nial humor no podia descansar mucbo tiem-
po sobre sus rojos labios, si habéis encontrado nuevamente
la memoria corriendo por las avenidas del bosque.
—Desgraciadamente no, querida mia, contesto Octavio
Lablnski; pero necesito revelaros un secreto.
—¿No conozco yo, por ventura, todos vuestros pensa-
mientos au tes de que me los dignis? ¿No somos traspa-
rentes el uno para el otro?
—Ayer estuve en casa do eso módico do quien tanto se
habla.
—Sf, el doctor Baltasar Cherbonneau, que ha residido
largo tiempo eu la ludia, y que, según en público se dice,
ha aprendido de los brahmas gran número de secretos A
cual mas marlvllloso. Queríais llevarme, pero no quise Ir
porque s<5 que me amáis y con sola esta ciencia me basta.
—ITizo eu presencia mía experimentos tan extraflos,
realizó tales prodigios, quo aun tengo el espíritu conturba-
do. Ese hombre extravagante, que dispone de un poder
irresistible, me. sumió en un sueño maguotlco tan profun-
do, que al despertarme me encontró privado de algunas fa-
cultades: perdí la memoria de muchísimas cosas; el pasa-
do flotaba en una confusa niebla y solo mi amor hacia vos
pudo quedar intacto.
—Hicisteis mal, Olaf, al someteros a la Influencia de eso
doctor. Dios, que ha creado el alma, es el Ûnloo que lleno
derecho para tocarla; el hombre, al jugar con ella, comete
una acción impla, dijo la condesa Prascovia Labinska con
mucha formalidad. Espero que no volvereis A su casa y
que cuando yo os diga alguna frase amistosa en polaco me
la comprendereis como anteriormente.
Octavio, durante su paseo A caballo, se habla forjado es-
ta escusa del magnetismo para contrarestar las faltas que,
«o AVATAR.
por precision, cometerla eu au uueva existencia. Bin em-
bargo, no había llegado al limite de sus contratiempos.
l'u criado abrió la mampara de la puerta y auuució umi
visita, diciendo:
•El tenor Octavio de Baville.»
Aun cuando esperaba de un momento & otro este en-
cuentro, el verdadero Octavio palideció al oir tales pala-
bras, como si la trompeta dol juicio final hubiera sonado
do improviso en sus oidos. Tuvo necesidad de llamar en
su auxilio todo su valor y de decirse que 61 llevaba la ven-
taja di: lu s.tuacion para no vacilar. IusUnÜvamoute apo-
yó la muño en el rescaldo de un sillon, y procuró de U }
suerte mantenerse do pié cou cierta apariencia sosegada y
tranquila.
El conde Olaf, revestido con la apariencia de Octavio do
Saville, se adelantó hacia la condesa, a quien saludó pro-
fundamente.
—Seflor conde Labinski el señor Octavio do Bavi-
lle dijo la condesa, presentando mutuamente a los
dos caballeros.
Ambos dos se saludaron fríamente, lanzándose una mi-
rada feroz, A travos de la máscara de marmol du lu políti-
ca mundana, quo tun atroces pasiones encubre muclias ve-
ces.
—No había tenido el gusto de veros, Sr. Octavio, dijo la
condesa con voz amable y familiar, y me hubiera sabido
mal el abandonar á Paris sia veros. Eruís mucho masuht-
duo a la villa Bulviatl, doude tenia el gusto de contaros
entre las personas de mi confianza.
—Sonora, contestó procurando imitar a Octavio, lie via-
jado, he sufiido mucho, he estado enfermo y al recibir
vuestra amable invitación me he preguntado si la apro-
vecharía, porque es preciso que uuo no sea egoista, ni
abuse de la indulgencia que se tiene para quien padece de
fastidio.
—¡Fastidio! no, replicó la condesa; lo que habéis tenido
siempre es melancolía; pero ano de vuestros poeta* ha di-
cho de la melancolía:
AVATAR. 91
Apre» Voitiueté, c'est le meilleur dea maux. *
—Eso no es ni mas ni ineuos que un» voz que circulan
las gentes felices para no tomarse el trabajo de compade-
cer & los que sufren, dijo Olnf do Baville.
La condesa arrojo una mirada de inefable dulzura «obre
el conde, encerrad» bajo 1» forma de Octavio de Saville,
como para pedirle perdón del amor quo involuutariameu-
to le habla inspirado.
—Me tenéis por mas frivola de lo que soy realmente, y
habéis de saber que me compadezco de todo verdadero do-
lor y que ya quo no pueda evitarlo, so compartirlo. Qui-
siera veros feliz, amigo Octavio; pero ¿por quô os encer-
ráis en una eterna tristeza rehusando obstinadamente la
vida que os brindaba con sus dichas, sin encantos y sus
deberes? ¿Por quô habéis rehusado la felicidad con que os
brindaba?
Estas palabras, tun sencillas y tan francas, Impresiona-
ron de una manera' muy distinta (I los dos oyentes. Octa-
vio ola la confirmación de la sentencia pronunciada en el
jardin Salviati, por aquella preciosa boca que minea man-
chó la mentira; Olnf poseía una prueba de la inalterable
virtud do la mu jec: que no podia sucumbir mas que por
una trama diabólica; así es que una rabia súbita se apode»
deró de 61 al ver su espectro animado por otra alma insta-
lada en su propio domicilio, y, arrojándose encima del fal-
so coude, exclamó;
—¡Ladrón, baud ida, ¿pal vado, devuélveme la piel!
A l ver tau ¡«esporad» acción, la condesa cogió el llama-
dor y tocó precipitadamente. Los lacayos entraron y se
llevaron al conde»
—¡El pobre Outavio m ha vuelto loco! dijo Fntsoovia
mientras se llevaban al conde Olnf, que luchaba <m vauo.
—Sí, contestó el verdadero Octavio, loco de amor! ¿üe-
cldidameule, coudes», sois uu modelo de belleaal

* Dtspae* de 1« ociosidad, «• «1 mrjor dt Iv» m»'».


AVATAR. 18
XI

Boa horas después de esta escena el falso conde recibid


del verdadero una carta cerrada con el sello de Octavio de
BaviUe,—jel desgraciado desposeído no tenia otro & su dis-
posición! Esto produjo un efecto extraflo al usurpador
do la entidad del conde Ülaf Labinski, pues iba A romper
el ¡¡oble de una misiva sellada con sus propias armas. Es
que todo debia ser anormal en su exlraíía situación.
Lacaria contenia las siguientes líneas, escritas como
por una mano violenta que hubiera quorldo falsificar la le-
tra, porque Olaf no tenia ntln el hábito de escribir con los
«ledos de Octavio.
—Cualquiera otro que no fueseis vos creerla, al leer cata
carta, que habla sido escrita en una cosa de locos, pero vos
me comprendereis. Un extraflo conjunto de circunstan-
cias, que nunca se habian reunido desde que la tierra rue-
da alrededor del sol, me obliga & hacer tina cosa que nin-
gún Otro hombro ha hecho. Me escribo a inf mismo y
pongo en el sobre un nombre que es el mió, un nombre
que me babels robado con mi persona. De qué maquina-
ciones tenebrosas soy victima, en qué circulo de ilusiones
infernales he puesto el pié, lo ignoro, pero vos, sin duda
alguna, lo sabéis. Ese secreto, si no sois uu cobarde, os lo
pedirá el cañón de una pistola 6 la punta de un florete en
el terreno en donde todos los hombres honrado* 6 infames
AVATAR. m
contestan ft las pregunta* quo so les hacen. Yo necesito
que mañana dejo do ver la luz del sol uno de entrambos,
lil mundo, por gmudo que os parezca, es muy peqnefio pa-
in noaotroa dos. .Mature mi cuorpo habitado por vuestro
«-•spíritu Impostor, ó matareis el vuestro, doude mi alma so
indigna de vivir aprisionada.
«.No tratéis de hacerme pasar por loco, porque yo tendre-
muy buen cuidado de conservar el cabal jacio, y allí donde
os encuentre os iuiultavéoou la delicadeza de un caballero
y con la sangre tria <U; un diplomático. J,¡* presencia del
wude Olaf Labinitk.1 podrá disgustar fi Octavio do Havi-
He y esquivarla, pero yo subro encontrarle todos loe dias &
la salida de Ja Opera.
•Jispero que mis palabra», aunquo algo oscuras, no ten-
drán ninguna ambigüedad para vos, y que mis test igos se
«ntouderán perfectamente con los vuestros para señalar la
hora, el lugar y las condiciona del duelo.»
Esta carta produjo d Octavio Una gran perplejidad. No
podía rehusar el desafío del ortn.le, y Mn embargo, le re-
pugnaba el tenerque batirse con 0t mismo, porqueconser-
vaba cierto cnrino hacia su antiguo cuerpo. Kl temor do
vorso obligado á aceptar el combate porun ultraje escan-
daloso, le hizo decidir en favor de la admisión. Aunque
realmente podía arreglarlo do manera que tuviesen que
poner & au adversario una cumian de fuerza dtí lo* locos y
detener BU brazo, el medio em muy Violento y repugna-
ba á su delicadeza. Hi, arrastrado por una pasión lu venci-
ble, habia cometido un acto digno do castigo y ocultado al
amante bajo el disfraz del esposo, para triunfar do una vir-
tud que se hallaba por encima de todas las seducciones, no
por ello era un hombre ain honra ni valor. Aquella me-
dida extrema no la habla tomado sino después do tres aflos
(le luchas y de sufrimientos y en el momento eu que su vi-
da, consumida por el amor, se hallaba próxima ft desapa-
recer. No-conocía al conde; no tenia ninguna amistad con
«1¡ no le debía nada y por lo tanto se habia aprovechado
del atrevido medio que le ofrecía el dootor Baltasar Cher*
tonneau.
¿De qu6 testigos iba ft servirse? De los amigos del cou-
«4 AVATAR.
de; pero Octavio en uu solo dla que habitaba la cas» de es-
te no había tenido tiempo para conocer a ninguno de ellos.
Bobre la mosa habia dos copas de cristal verde, con asas
de oro en figura de dragones. La una contenia sortijas, al-
fileres, sellos y otros dijes; la otra tarjetas de visita en las
quo, bajo corona de marques, de duque 6 de conde, se ba-
ilaban escritos por hábiles grabadores y en letra gótica,
redondilla 6 inglesa, gran número de nombres polacos,
rusos, húngaros, alemanes, italianos y espartóles que ates-
tiguaban los continuos viajes del conde y los muebos ami-
gos que tenia en todos loa países.
Octavio tomó dos al azar: el conde Zomoyeoíky y el mar-
quen de Sepúlveda. Mandó que le pusiesen el carruaje y
.se fuó & verlos. Encontró (i los dos en sus casas y ni el uno
ni el otro se mostraron sorprendidos por «1 encargo de
aquel a quien consideraban como el verdadero conde Olaf
Labiuski. Libres completamente de la sensibilidad de
que dan muestras los testigos de la clase media, no pregun-
taron si el asunto era susceptible de un arreglo, y guarda-
ron, como verdaderos caballeros, un silencio de buen tono
acerca del origen de la cuestión.
l'or su parte, el legitimo conde, 6 si se quiere el falso
Octavio, so encontraba con las mismas dificultades; se
acordó de Alfredo Humbert y de Qustavo Itaimbaud, d
cuyo almuerzo se habia negado & asistir, y se decidió n
llamarles como testigos de su duelo. Ambos A dos se mos-
traron muy sorprendidos al ver mezclado en un desafio a
su amigo, el cual hacia un afio que apenas habia salido de
su casa y de quien conocían el carácter mas bien pacifico
que batallador. Bin embargo, como les dijo que se trataba
de un combato A muerte y por un motivo que no debia re-
velarse, no hicieron ninguna objeción y se dirigieron al
palacio Labiuski.
Las condiciones quedaron muy pronto pactadas: una
moneda de oro arrojada al aire decidió las armas, después
de haber declarado los testigos que lo mismo tenia el ser-
vi rae de la pistola que del florete. A los seis de la maflana
«lebian estar en la avenida do los Postes, en el bosque do
ISoulogne, junto a la cubierta de cabana que sostienen al-
AVATAR. 95
gunos pilaros rústicos. Aquel sitio, libre do Arboles y ena-
renado, presentaba excelentes condiciones para el duelo.
Cuando todo quedó arreglado era ya cerca de media 110-
cbe, y Octavio se dirigió al cuarto de Trascovia. El cerro-
Jo entuba corrido como la.noche anterior, y la voz burlona
de la condesa le dirigió a travos de la puerta la siguiente
chanza:
—Volved cuando sepals el polaco, pues soy demasiado
patriota para recibir ft uu extranjero en mi cuarto.
Vor lamafiaua, el doulor Clieibuuncttii, aquieu Octavio
Labia anunciado lo ocurrido, Hepresoutó eu el palacio IJ«-
binsWi con gran número u>,.UmtrumuuU>s de cirugía y un
paquete de vendus. Subieron cu un carruaje, y Zamoyecz-
ky y tíepúlveda eu una berlinu.
—¿Conque la aventura, mi querido Octavio, va toman-
do un carácter trágico? A haberlo sabido habría dejado
dormir al conde ocho dias en un diván de mi coso. Algu-
nas vece* he prolongado moa tiempo los Buetlos magnéti-
cos. A pesar do haber estudiado con la atención posible la
verdadera sabldurfu eutro los brahmán, los paudistas y los
sanyosis de la India, siempre se le olvida A uno algo. ¿Có-
mo lia recibido la condesa Prascovla a su amante do Flo-
rencia disfrazado de esta suerte?
—Creo que me ha reconocido & pesar do mi metaraórfo-
•ls, respodió Octavio, ó 03 que el Ángel do su guarda le ha
dicho al oido quo no se liase do mi: lo he encontrado tan
casta, tan fria y Un pura como la nieve del polo, Bien os
dije que no habla remedio pava mt, pues en la actualidad
soy mas desgraciado quo cuando me hicisteis vuestra pri-
mera visita.
—¿Qulón serla capaz de señalar un limite a las facul-
tades del alma, dijo el doctor Baltasar Cherbonneau con ai-
re pensativo, sobre todo, cuaudo no la preocupa ningún
pensamiento terrestre, ni la ha manchado el barro huma-
no y se mantiene tal cual-aalló de las manos dtd Creador
a la luz, a la contemplación y al auior? Bt, tenéis razón,
os ha reconocido; su angélico pudor ha temblado bajo el
influjo de la mirada del deseo, y por instinto se ha cubier-
uü AVATAR.
to con sus blancas ala». ¡Os compadezco, querido Octavio,
porque vuestro mal es, eu efecto, irremediable! Si vivire-
mos en los tiempos de la Edad Média, os aconsejarla quo
os encerraseis en un convento.
—Lo he peusado mucha» veces, contestó Octavio.
Hablan llegado al sitio del combato. El carruaje del fal-
so Octavio estaba ya en el punto designado.
El bosque presentaba ft estas horas de la mariana un as-
pecto verdaderamente pintoresco, que el sol le hacia per-
der durante el día: era ese tiempo de verano en «pie ia lux
aun no ha conseguido oscurecer el color del follaje; unas
tiiitnb frescas, trasparentes, lavadas por el rocío de la no-
che, cubrían los macizos y se exhalaba un gran )>erfuma
de la joven vegetación. Los árboles en aquel punto son
bellísimos, bieu porqué-hayan encontrado un terreno fa-
vorable, 6 bien porque sou.los añicos que quedan de uua
antigua plantación. Sus vigorosos troncos, cubiertos «le
musgo 6 saliuados por uua «upu de pluta, se «ganan al
suelo por medio de sus uudosa» ruícv», y levantan al cielo
su extraño ramaje que podria servir do modelo A los estu-
dios de los pintores y decoradores, que van muy lejos ft
buscar cosos mucho menos notables. Algunos pájaros, ft
quienes los ruidos del dia hacen callar, trinaban alegres
en la hojarasca. Una liebre atravesó en tres saltos la are-
na del andCn y fti6 ocultarse, en la yerba, asustada por el
ruido de los carruajes.
Como puede comprenderse fácilmente, esta («oc.iíu de la
naturaleza, sorprendida al romper el día, preocupaba muy
poco .1 los adversario* y a sus testigos.
La presencia del doctor Cherbonneau produjo una im-
presión desagradable en el conde Olaf Labiuski, pero supo
contenerse eu seguida.
Se midieron las espadas y aeflaUronseles sus respectivos
sitios ft los com batientes, loa cuales, después de haberse
quitado 1» levita, se pusieron en guardia el uno frente ft
frente del otro.
Los testigos dieron la palmada de serial.
AVATAR. 07

Ka todos lot duelos, cualquiera que sea el ensañamiento


do loa contrarios, bay un momento do Inmovilidad solem-
ne; cada combatiente estudia a su enemigo, en silencie, y
combina su plan, meditando el ataque y preparándose &
la defensa; después las espailus ae buscan, se encuentran y
su agarran fuertemente, por decirlo así;. esto dura algunos
segundos que parecen minutos, y basta boros, según la an-
siedad de los asistentes.
Kn el caso presente, las condiciones del duelo, por mas
que pareciesen ordinarias á los ojos de los espectadores,
eran tan extrañas para los combatientes,' quo permane-
cieron en guardia ma* tiempo del ac<atnmbrado. Efecti-
vamente, endit Uno tenia delante do él su propio cuerpo y
debía bund ir el acero en una oarne quo le pertenecía afin
cl dia anterior. I,ii lucha tenia cierto carácter de suicidio
no previsto, y, aunque valientes los dos, Octavio y el conde
experimentaban un horror instintivo al encontrarse cou
ta espada en la mano, enfrente do sus propios cuorpos y
dispuestos ft herirse ft sf mismos.
Los testigos, impacientes, iban alinéenle nuevo la sedal
cuantío los dos aceros se estrecharon.
.Loa primeros ataques fueron prontamente parados por
una y otra parte.
Kl condo tiraba perfectamente, gracias ft su educació»
militar, durante la cual habla abollado, mas de una vea, «i
peto de los imietdroi mas eélebres; pero si aun era poseedoi
de la teoría, sin embargo, le faltaba para ejecutarla aquel
braco nervioso acostumbrado ft perseguir a los guerreros
de Schamyl; era el débil pullo de Octavio el que sostenia
entonces la espada.
Por el contrario, Octavio, en el cuerpo del coude encon-
traba un vigor desconocido, y, aunque menos conocedor de
la esgrima, sabia, sin embargo, separat destí pecho el hier-
ro pronto ft herirle.
Olaf se esforzaba inútilmente en buscar & su contrario
dirigiéndole atrevidas estocadas. Octavio, mas frió y mas
•irme, mataba todos sus esperanzas.
La colera empezó & hacer presa del conde, el cual tira-
ba cada vez mas nerviosa y desordenadamente. Aun &
17
AVATAR.
•J8 AVATAR.
cambio de quedar convertido para siempre en Octavio de
Baville, quería matar a aquel cuerpo impostor que podiu
engañar á fruteo vin. Dala «ola idea hacia que ne upode-
rase de 61 una inexplicable rabia.
Corriendo el riesgo de que su contrario lo púnase de (tar-
te Aparte, Intentó uu golpe derecho para llegar & travos de
su propio cuerpo, al alma y la vida do su rival; pero la es-
pada de Octavio He enlazó a la suya con un movimiento
tan rápido, tan seco y tan irresistible, que le arrancó el aci:-
ro de la mano, y. dando una vuelta en el airo fue a caer n
algunos pasos; de distancia.
i .a vida de Olaf estaba en manos de Octavio: no tenia
mas que irse & fondo para pasarle de parte a parte. £1 ros-
tro del conde so crispó, no porque tuviera miedo á la muer-
te, siuo porque pensaba en que iba & dejar & su mujer en
manos de aquel ladrón de cuerpos a quien ya nadie podría
desenmascarar.
Octavio, lejos de aprovecharse de su ventaja, arrojó su
espada y, haciéndoles una sefíal & loa testigos para que no
Interviniesen, se dirigió lutein el conde, estupefacto, a
quien cogió del brazo, y se dirigió & la espesura del bos-
que.
—¿Qufi queréis? dijo el conde. ¿Por quô no me matais
cuando estais eu condiciones para hacerlo? ¿Por que, hi
os repugna matar & uu hombre desarmado, no me habéis
dejado empuñar la espada para continuar el combate? De-
masiado sabéis que el sol no puede proyectar en adelante
nuestras dos sombras en la arena, y que se necesita que la
tierra absorba al uno 6 al otro.
—Escuchadme con calma, respondió Octavio. Vuestra
felicidad se encuentra en mis manos. Yo puedo guurdar
para siempre este cuerpo que habito en la actualidad y del
que vos sois el legítimo poseedor. Me complazco en reco-
nocerlo ahora que no hay mas testigos delante de nosotros
que los pájaros, los cuales, aunque nos oigan, no han de ir
a decirlo; si continuásemos el duelo os mataria. £1 conde
Olaf Lubinski, n quien represento todo lo menos mal que
puedo, conoce la esgrima mejor que Octavio de Baville, de
quien tenéis la tigura, y al cual tendría que matar COD no
AVATAR. un
poco sentimiento .1« mi parte. Ksi»luuerle,aunque no fue-
se real, porque nü espíritu vivirla encarnado eu otro cuer-
po, denotatiu Sx mi madre.
Kl emulo, reconociendo la verdad de estas observacio-
nes, guardó un silencio que se parecía mucho 6 una espe-
cie de aquiescencia:
—Nunca, continuó Octavio, conseguí riais apoderaros nue-
vamente de vuestro cuerpos! y* me opusiese & olio, y bien
podéis comprenderlo asi en vista del éxito do vuestros dos
ensayo*. Cualquiera otra tentativa darla lugar A que se os
considera»»! como un monomaniaco; nadie creería una so-
la palabra de cuanto dijeseis, y aun cuando pretendieseis
ser el ooude Olaf Labicuki, todos se os reirían en las bar-
bas como habebt tenido ya ocasión de observar. He os en-
cerrarla eu un manicomio y pasaríais el resto de vuestra
existencia protestando, bajo las Uuchiu, que oráis efectiva-
mente el esposo de la bella condesa Prascovia Labinska.
LAS almas compasivas dirían al veros: ¡Pobre Octavio! y
serials como el C'babcrt, do iiulzac, que quería probar quo
uo se habla muerto.
Todo esto era tan matemáticamente cierto, que el conde,
abatido, dejó caer la cabeza sobre el |>echo.
—Kupuesto que momentáneamente sois Octavio do Bavl-
lle, habréis registrado su escribanía y hojeado sus papeles,
con lo cual sabréis que desde hace tros aflos alimenta un
amor Inmenso y sin esperanza hacia Prascovia Labinska;
que en vano ha Intentado arrancárselo desu corazón, y que
no se ira sino con su vida, si es que no lo sigue también has-
la la tumba.
—Lo sé, dijo el conde, mordiéndose los labios.
—Pues bien, para apoderarme de ella he empleado un
medio horrible, espantoso, y que solo una pasión deliran-
te podia atreverse a probar; el doctor Cherbouueau ha iu-
teutado en favor mió una prueba capaz do asombrar a los
taumaturgos de todos los siglos. Después de habernos su-
mido a los dos en el mas profundo suelio magnético ha bo-
cho cambiar de cuerpo nuestras almas. ¡Milagro inútil!
Voy a devolveros mi cuerpo porque Prascovia no me ama.
Auu en la forma del esposo ha reconocido el alma del
100 AVATAR.
amante; BU mirada le ba Tendido en la habitación conyu-
gal como en el jardin de la villa Halviatl.
Habla tal tristeza en las frases y en el acento de Octavio,
que el conde no pudo menos de dar té a sus palabras.
—Yo soy un enamorado, afiadió Octavio sonridndose, y
no un ladrón; y ya que el único bien que lie deseado sobro
la tierra no me puede pertenecer, no veo la necesidad de
conservar vuestros títulos, vuestros castillos, vuestras tier-
ras, vuestro dinero ni vuestras armas. Ahora dudmo el
brazo, adquiramos el aire de los reconciliados, demos las
gracias A nuestros testigos, llevémonos al doctor HalUtsar
Cuerbouneau y volvamos al laboratorio mágico de donde
salimos trutdiguradot; el viejo bsabma sabra deshacer lo
que hacer supo.
—Señores, dijo Octavio, conservando por algunos minu-
tos todavía el papel del coudeOlaf Labinski; entre nil ad-
versarlo y yo han mediado explicaciones confidenciales
que hacen Inútil la coutinuacion del duelo. Nada aclara
tanto las ideas entre los hombres de honor, como t-1 entre-
chocar sus aceros.
Zumoyeozky y Sepúlveda subieron de nuevo en su car-
ruaje. Alfredo Humbert y Gustavo Itaimbaud entraron
en su berlina. El conde Olaf Labinski, Octavio de Haville
y el doctor Baltasar Cherbonueau se dirigieron & todo cor-
rer hacia la calle del Regard.
XII

Durante cl trayecto «leí bosque do Boulogne A la callo


del Regard, Octavio de Bavlllo dijo al doctor Cherbnn-
n eau:
—Querido doctor, voy A poner A prueba una vez mas
vuestra ciencia: en preciso que volváis nuestras almas A
BU domicilio habitual. Esto no del>o presentaros ninguna
dificultad, y esporo quo el condo Olaf Lablnski no os cou-
servarft ningún rencor porquo le hayáis hecho cambiar su
palacio por una oabafia, habitando por espacio do algunas
horas su brillante personalidad en mi pobre cuerpo. Hi
asi no fuese, tenéis bastante poder para que no os cause
miedo ninguna venganza.
Después de haber hecho una soHul afirmativa, dijo el
doctor Baltasar ühorbouneau:
—La operación será ahora mucho mas sencilla que la
otra vez; los imperceptibles filamentos que retienen el al-
ma al cuerpo se han roto recientemente en vuestros res-
pectivos cuerpos y no ha habido tiempo para que se rea-
nuden. Por otra parte, vuestras voluntades no han de
presentar ninguna rosistencia Instintiva al magnetizador.
£1 señor conde perdonará sin duda A un viejo sabio como
yo, el no haber podido resistir al placer de practicar un
experimento para el que no es Well encontrar personas
dispuestas. £sta prueba ha servido, por otra parto, para
continuar de una manera brillantísima una virtud que
102 AVATAR.
poHee la delicadeza basta la adivinación, y que triunfa allí
donde todo lo dénia» ha sucumbido. Considerareis, si así
os parece bien, como un sueno extravagante esta trosfor-
niAcion pasajera, y quiza mas tarde no os arrepintáis de
haber experimentado uua sensación extraña que muy po-
cos hombres han conocido: la de haber habitado dos cuer-
pos. La raetempsicosis no es una doctrina nueva, pero
antes do trasmigrar A otra existencia los almas beben la
copa del olvido, y no es dado ft todos el acordarse como l'i-
tágoras, do haber asistido" :V la guerra de Troya.
—Kl benellcio de que se me reinstale en mi cuerpo, equi-
vale al desagrado de habérmelo expropiado, sea esto dicho
sin ánimo de ofeuder A nadie, por Octavio de Gaville, cuyo
personaje soy aún, si bien es cierto que pronto dejare de
serlo.
Octavio se sonrió con lo» labios.dej ovode Olaf Labius-
kl, al oír estas palabras, que llegaban ft su inteligencia ft
traves de uaa envoltura extraña, y reinó du nuevo el si-
lencio entre. estos tres personajes, cuva tinomial situación
Lacia difícil toda cou versación.
Kl pobre Octavio sonaba con su desvanecida esperan»,
y sus pensamientos no erau, es preciso conferirlo, decolor
do tosa. Como todos los amantes rechazados, se pregunta-
ba por qué no era ainado. (Cuino «i el amor tuviese un so-
lo por qué/ La única razón que se puede dar es el pur ijufi,
respuesta lógica en su laconismo y que las mujeres oponen
& todas las preguntas fastidiosas. Bin embargo, se recono-
cía vencido y sentia que el resorte de la vida, recompuesto
un instante por el doctor Charbonneau, se habla roto do
nuevo y sonaba en su corazón como el de un reloj que ha
caído al suelo. Octavio no hubiera querido causarftsu ma-
dre el disgusto de MU suicidio, y busi-ubn mi mudo de ma-
tarse silenciosamente, desfigurando »u conocida tristeza
bajo la capa do uua enfermedad plausible. Hi hubiera sido
poeta, pintor Ô músico, fácil le hubriu sido cristalizar su
dolor en sus obras maestras, y Prascovift,.vestida de blan-
co, coronada de estrellas, parecida ft Ja Bout riz del Dante,
hubiera aparecido, bajo el influjo de su inspiración, como
un Aun el luminoso. Ya lo hemos dicho al empezar este
AVATAIt. 103
relato, aunque instruido y distinguido, Octavio 110 era un
talento de primer orden de esos que marcan en el mundo
la huella de su paso. Alma Hublime y oscura, no sabia
niftu que amar y morir.
Kl carruajo entró en el palio del viejo edificio de la calle
de Regard, patio cubierto de verde yerba, sobre la que el
paso de los transeúntes había mareado unaseuda, y al cual
las altaH paredes grises de U cusa daban unos tintes som-
bríos como los que despiden las arcadas de uu claustro:
el Silencio y la ¿movilidad velaban en el dintel como dos
estatuas Invisibles que protegían la meditación jiel sabio-
Octavio y el conde bajaron, y el doctor entró en la casa
con paso nías rápido y seguro do lo que podia esperarse ft
sü edad, y sin apoyarse on «1 bruzo que el lacayo le ofrecía
con esa delicadeza que los criados de las casas de los gran-
des afectan hílela las personas débiles o llenas de arlos.
Tan luego como las dos hojas de la puerta se cerraron
tras de ellos, Olaf y Octavio so sintieron envueltos por
aquella calida atmosfera que recordaba al doctor la de la lu-
dia, y en la cual, solo él podía respirar con facilidad, pues
sofocaba casi por completo ft los que no hablan sido como
el tostados, durante treinta alios, por los soles tropicales.
Las encarnaciones do Vishuu gesticulaban en sus cuadros
y aparecían mas extraflas ft la luz dol sol, quo A la de las
bujías; Sliiva, el Dios azul, se sonreía desde su zócalo, y
Hurga, mordiéndose su endurecido labio con sus dientes
de mono, parcela mover su collar de cráneos. El doparU-
m«nto conservaba su impresión misteriosa y mftgica.
El doctor Baltasar OuerlMiuneau condujo ft aquellos dos
personajes ft la habitación doude había tenido Jugar la
primera trasformacion: hizo rodar el disco de vidrio de la
•uaquiua eléctrica, a^itó lus nidios do hierro de 1» cubeta
nasiufiricii, abrió la» boeas do lus caloríferos cou el objeto
de hacer subir rápidamente la temperatura, leyó dos 6 tres
escritos en unos papirtis tivn antiguos que parecían pron-
tos A convertirse en polvo, y cuando hubieron panudo al-
gunos minutos dijo a Octavio y al conde:
—Sellores, estoy ft su disposlciou; ¿quieren vdes. que em-
pecernos?
AVATAIt. 18
IW AVATAR.
Mleutrus el doctor so consagraba & estos preparativo*,
en la cabeza del coude balitan pensamientos que le inquie-
taban.
—Cuando me haya dormido, decía, ¿qu6 hará de nil al-
ma este viejo mago en figura de mono, que puede ser el
mismísimo diablo en persona? ¿La restituirá & mi cuer-
po 6 se la llevará con él al Infierno? ¿Este cambio que ha
de devolverme la perdida dicha no será mas que un senti-
miento'de piedad, 6 una combinación maquiavélica, para
realizar un nuevo hechizo, cuyo objeto no puedo compren-
der? Siif embargo, mi situación no puede empeorar: Oc-
tavio posee mi cuerpo, y, como él mismodeeia muy bien es-
ta raafiana, me encerrarían como un loco si intentase recla-
mar su figura actual. Si hubiera querido desembarazarse
por completo de nif, le bastaba con haber dirigido la punta
de su espada á mi corazón cuando estaba desarmado y & su
merced; la justicia de los hombres no se hubiera mezclado
pata nada en el asunto, porque las formas del duelo se ha-
blan ' llevado á cabo según previene la costumbre. ¡Ea!
¡acordémonos de Prascovla y desechemos todo temor pue-
ril! ¡Probemos el único medio que me resta para recon-
quistarla!
En seguida tomo, juntamente con Octavio, la barra de
hierro quo les presentaba el doctor.
Fulgurados por los eonductores de metal cargados do
finido magnético, los dos Jóvenes cayeron bien pronto en
un anonadamiento tan profundo que lo habrían creído la
muerte misma todos los que no conocieran el asunto: el
doctor hizo los pases, cumplió los ritos, pronuncio las síla-
bas mágicas como la vez primera y bien pronto dos estre-
pitas aparecieron encima de las cabezas de Octavio y del
conde «on un temblor luminoso; el doctor llevo a BU pri-
mitivo domicilio el alma del conde Olaf Labinakl. la cual
siguió con vuelo precipitado la sefial del magnetizador.
Durante este tiempo, el alma de Octavio alejóse lenta-
mente del cuerpo de Olaf, y en vez de buscar el suyo fué
elevándose, elevándose con toda la alegría de nn ser libre y
pareció no acordarse de volver á sa prisión. El doctor se
oui padeció de aquella Psycbls que batia sus alas yfeepre-
AVATAR. 10.'»

guilló Lauta quo punto serla un beneficio el atarla de nue-


vo íi este valle de miserias. Durante ente momento de du*
da, el alma continuo subiendo. Acordándose de su deber
el doctor Cherbonneau, repitió con acento mas luiperlo-
Ho el irresistible monosílabo é hizo un pase fulgurante pa-
ra manifestaran voluntad; pero la temblorosa lucesitase en-
contraba ya fuera del circulo de atracción y, atravesando
el cristal superior de la cubierta, desapareció.
El doctor dejó de esforzarse en una cosa que y» conside-
raba Inútil, y despertó al conde, el cual, al vene en un es-
pejo, con sus verdaderas facciones, dio un grito de alegría,
arrojó un» mirada sobre el cuer|K> Inmóvil de Octavio,
como para convencerse de qae se habla desprendido com-
pletamente de aquella envoltura y salló corriendo a la ca-
lle después de haber saludado con tamaño al doctor Bal-
tasar Cherbonneau.
Algunos Instantes después se oyó el sordo rodar de un
carruaje sobro el pavimento, y el doctor Baltasar Cherbon-
neau se quedó solo con el cadaver de Octavio de Hiivllle.
—¡Por la trompa do Oauesa! exclamo1 el discípulo del
biuhuia de Elefanta cuando se marchó el conde. ¡Hó aquí
un suceso desgraciado! l i e abierto la puerta de la jaula
y el pájaro ha volado fuera déla,esfera del inundo, tan le-
jos, que el saunyasi Brahma-Logum no podría alcanzarlo
de nuevo, dejándome con el cadaver entre las manos. Fá-
cil me seria disolverlo eu Un buflo corrosivo tan enérgico,
que no quedase un solo átomo apreciable, 6 hacer en algu-
nas horas uua momia de Faraón, parecida a las que en-
cierran aquellas criptas llenas de geroglífleos; pero empe-
zarían las averiguaciones, registrarían mi casa, abrirían
ruis cajones y me harían sufrir tantos y tan enojosos inter-
rogatorios como les diera là gana
Al llegar a este punto cruzó por la meute del doctor una
idea luminosa; cogió una pluma y trazó rápidamente al-
gunas líneas sobre una hoja de papel que después encer-
ró en el cajón de su mesa.
El papel contenía estos palabras:
«No poseyendo parientes,' ni colaterales, dejo todos mis
bienes a Octavio de Savllle, hícia quien profeso un carino
IOC AVATAR.
particular, y a quien le encargo que pague un legado do
cien mil francos al hospital brabmínico de Ceylan para
loa animale* viejos, cansados 6 enfarino*; que eutregue
anuulineutoy mientras vivan, mil doscientos Trancos à mi
criado indio y otro lauto ni criado ingles; y por ultimo,
que remita n la biblioteca Mazarina el luauuscrito de las
leyos de Manu.»
Ente testamento, hecho pox un vivo en favor de un
muerto, no en uua de las cosas menos extrañas de est» his-
toria Increíble, pero real; p«ro esta rareza va a explicarse
abura mismo.
Kl doctor tocó el cuerpo de Octavio de tíuvilie, á quien
nun no habla abandonado el calor, miró en el espejo su
rostro arrugudo y curtido como una piel de zapo, con cierl
to aire do desden y, haciendo sobre sí mismo una noción
parecida & la de aquel que arroja uu trago viejo cuando el
Hostre acaba de llevarle uno nuevo, murmuró la fórmula
del Huiiuyusi Brnbina-lioguru.
líu seguida el cuerpo del doctor Baltasar CUerbouneuu
rodó.por la alfombra como herido por el rayo, y el de Octa-
vio de Savillo se levantó fuerte y vivaz.
Octavio Cberbonneau detúvose algunos minutos con-
templando aquel despojo flaco, huesoso y lívido, que, co-
mo solo lo sostenia el alma poderosa quo lo vivificaba,
presentó en seguida los séllales de la mas extrema senili-
dad y tomó rápidamente una apariencia cadavérica.
—¡Adiós, pobro harapo humano, miserable despojo aban-
donado en uu recodo del camino do mi vida, después de
haberlo paseado sesenta anos por los cinco partes del mun-
do] Me has prestado muy buenos servicios y to dejo con
tristeza. ¡Tras tan largo tiempo nos hablamos acostum-
brado a vivir juntos! Con este nuevo cuerpo, que mi cien-
cia habrá robustecido muy prou to, podro estudiar, trabajar,
leer todavía algunos palabras del gran libro, sin que la
muerte lo cierre en el párrafo mas interesante, diciendo-
me: «¡Bantu!»
Bespuos de esta oración fúnebre, dirigida & sf mismo,
Octavio Cberbonneau salió cou poso tranquilo para ir &
tomar posesión de su nueva existencia.
AVATAR 107
El coude Olaf Labiuskl había vuelto IVsu palacio, y pre-
guntado eu seguida si la coudesa podia recibirlo.,
J.a encontró sentada ou uu banco de musgo del inver-
nadero del jardin, cuyos cristalos, medio lovautados, de-
jaban pasar uu aire tibio y luminoso que peuctrabu en un
verdadero bosque virgen de piaulas exóticas y tropicales;
lela & Novaba, uno de los autores mus sutiles, mas rarifi-
cados 6 inmateriales que lia producido el esplritualismo
alemán; la condesa no amaba, los libros que pintaban la
vida cou colores fuertes y reales, pues en ellos le parecía
demasiado grosera, después de haber vivido eu uu. mundo
de elegancia, de amor y de poesía.
Arrojó el libro y levantó lentamente sus ojos hacia el
conde, en cuyas pupilos negras esperaba encontrar aún
aquella mirada ardiente, tempestuosa, cargada de pensa-
mientos misteriosos, que tanto la había turbado, y eu la
•I ne, aun a trueque do que so calificase do una aprehensión
loca y de una idea extravagante, le parecía ver lu mirada
de otro.
Eu los ojos de Olaf brillaba una alegría serena, ardía
con fuego igual uu amor costo y puro; el alma extraña que
habió cambiado la expresión de sus facciones habla volado
pora siempre: Proscovio reconoció en seguido A su adora-
do Olaf, y un ligero carmín anubló rápidamente sus tras-
parentes mejillas. Aunque ignoraba los trasforniaclones
realizados por el doctor, su delicadeza de sensitiva habla
presentido todos aquellos cambios sin pode* darse- cuenta
de ellos.
—¿Q,u6 letals, querida rroscovla? preguntó Olaf, reco-
giendo do encima del musgo el libro, encuadernado en
piel azul.—¡Ab! la Historia de Enrique de Ofterdlngen.
Es el mismo tomo que y o fui A comprar A Mobllev un dio
que me manifestasteis, mientras comíamos, deseos de
leerlo. Aquellararsma noche, & las doce, lo teníais en vues-
tro aposento al lodo de la lámpara. ¡Fué un verdadero mi-
lagro de ligereza!
—Por esa razón JUo prometido no manifestar nunca en
vuestra presencia deseos de cosa alguna. Tenéis el .mismo
carácter de aquel grande de Espofla que rogaba á su ama-
108 AVATAR.
da que no míraselas estrellan, pues era lo fínico que no
le podia dar.
—Hi te enamorases do alguna, procuraria subir al cielo
para pedírsela á Dios.
Mientras escuchaba ft su marido, la condesa arrojó ha-
cia atrás 'BU riso de sus cabellos que brillaba como una lla-
ma 6 como un rayo de oro. Este movimiento hizo cor-
rer la manga hiela atrás y dej6 descubierto su hernioso
brazo, al que rodeaba un lagarto adoruado de tiii-quenas;
el mismo que llevaba el dia do acuella aparición cu los
Cascinos, tan funesta para Octavio.
—¡Qué miedo, dijo el conde, os causó en otro tiempo es-
ta lagartija que yo mató con la punta del Litigo cuando
por vez primera bajasteis ul jardín, A fhstanclas mias! I.»
hice engarzar en oro y adornarla con albinia* piedras, pe-
ro aun bajo el aspecto de una joya ot» paréela horrible y so-
lo al cabo de mucho tiempo os decidisteis A llevarla.
—¡Oh! ahora me he acostumbrado tanto a ella ijue do to-
da* mis alhajas es la que mas aprecio, .porque me truc & la
memoria recuerdos muy agradables.
—Sí, dijo el conde; aquel dia convenimos en que al si-
guiente os pedirla oficialmente eu matrimonio a vuestra
tia.
Lo condesa, que habla encontrado nuevamente la mira-
da y el acento del verdadero Olaf, se luvaiilú amistada por
aquellos detalles íntimos, le sonrió, cogióle del brazo y dio
con 61 algunas vueltas por la estufa, arrancando de puio
con la mano que le quedaba libre algunas llores, cuyos pó-
talos mordia con sus labios frescos., l'arvciu acuella Ve-
nus de Bohiavonn que come rosas.
—Ya quo tenéis tau buena uieniuria, dijo arrojando la
flor que sostenían su* dientes de perla», espera, quo habréis
recobrado el uso de vuestra lengua materna, ..de la que
ayer no oa acordabais.
—SI, respondió el conde en polaco, porque esa es la mié-
maque inr alma hablará en et cielo para-dêotrte que te
ama, si las almas conservan en el paraíso m lenguaje hu-
mano.
AVATAR. 109
Prascovia, mientras paseaba con Olaf, inclinó su cabe-
za sobre el hombro de este.
—Asi es como os quiero, murmuró la condesa. Ayer
me dabais miedo y huía do vuestro lado como si fueseis
otro.
Al dia siguiente, Octavio de Saville, animado por el al.
ma del viejo doctor, recibió una esquela mortuoria, en la
que le rogaban que asistiese & la conducción y entierro
del cadaver del doctor Baltasar Cherbonneau.
El doctor, revestido con su nueva apariencia, feiguló has-
ta el cementerio & su viejo despojo, se vid enterrar, escu-
cho con aire compungido el discurso que se pronunciaba
.sobre su fosa y en él que deploraban la irreparable perdi-
da que la ciencia acababa de experimentar, y luego fué &
su casa de la calle do San Lázaro, para esperar la lectura
del testamento que el mismo habia redactado en su fa-
vor.
Aquel mismo dia se publicaron en la sección de Aoti-
viaa varias de los periódicos de la tarde, las siguientes lí-
neas:
«El doctor Ualtasnr Cherbonneau, tan conocido por su
larga residencia en la India, sus conocimientos filológicos
y sus curas maravillosas, ha sido encontrado muerto en
su gabineto de estudio. El eximen minucioso de su cuer-
po rechaza por completo la idea de un crimen. El doctor
Cherbonneau debe haber sucumbido víctima de sus exce-
sivas fatigas intelectuales ó de algun audaz experimento
Se dice que un testamento autógrafo, descubierto en la
escribanía del doctor, lega manuscritos muy preciosos & la
biblioteca Mazadua y que nombra su heredero á un joven
perteneciente A una familia distinguida, Mr. O. de 8.»

FIN.
COLECCIÓN GENERAL
G 808.8 M1S.1

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