Professional Documents
Culture Documents
AVATAR,
POR
T. GAUTIER.
MEXICO.
IMPRENTA DEL «FEDERALISTA,»
1876.
-27031
AVATAIE.
1
Nadie podia comprender In enfermedad quo minaba
lentamente a Octavio, do Huville. No guardaba anua y
liacia tu vida ordinaria, up «alla nunca du BUS labios una
«ola qu«ja y, sin embargo, He moria a claran luco». Inter-
rogado por 1 OH medico» (pío iban á visitarle, il insuuiciu
«le sun parientes y amigos, no podían precisar ningún
sufrimiento y la ciencia no descubría en 61 ningnn stnto-
ma alarmante. Auscultado HU peelio, daba un sonido favo-
rable y apenas el oido, aplicado n su corazón, sorprendía
mi latido muy lento ó muy prooipilado; no tosía, ni tenia
fiebre, pero la vida se retiraba y huía por una du «rau in-
visibles'grietas de que, según Torcnoio, estil el nombro
lleno.
Devez en cuando un extrafio sincopo le hacia pajideoer
y le dejaba frió como el marmoj.. .Durante uno 6 dos mi-
nutos so llegaba a temer quo estuviese muerto; después el
pulso, detenido por un, dedo misterioso, quedaba, suelto,
emprendía de nuevo su movimiento y Octavio so desper-
taba como de un suefio. Le enviaron rt tomar baños, poro
lus ninfas termales poda consiguieron.- Hiso.un viaje a
Ñapóles y no so obtuvo mejor resultado. Aquel magnifico
sol, tau alabado, le pareció negro como el de un grabado de
Alberto Durero; el murciélago que lleva escrita en sus ala»
la palabra melancolía, azotaba el brillante azur con sus
membranas polvorientas y revoloteaba entre la luz y él, y
ee quedO helado en el muello de la Mergollina, donde loa
4 AVATAR.
lazzaroni, medio desnudos, se tuestan ni sol dando ft su
piel un tinto bronceado.
Habia vuelto, pues, ft su habitacioncilln de la callo de
San Lázaro, y al menos, aparentemente, recobró su» anti-
guas costumbres.
Ksta habitación estaba tan bieu amuebladaVomo lo pudie-
se estar la de una muchacha; sin embargo, como el interior
toma A lo largo la fisonomía y aun quizo» el pensamiento
de quien lo habita, el departamento do Octavio se habia
ido entristeciendo poco & poco: el damasco de las cortinas
se habla descolorido y solo daba pato ft uua luz gris; los
grandes rumos de peonía so marchitaban sobro el fondo
menos blanco del tapiz; el oro de los marcos de algunas
acuarelas y de varios bocetos de los buenos pintores habla
enrojecido lentamente bajo la acción del implacable pol-
vo; el fuego se apagaba lánguidamente entre las cenizas,
formando algunas espirales de humo; el viejo péndulo del
reloj, incrustado de cobre y de concha verdo, retenia el
ruido de su lie tac, y el timbre de aquellas horas de fasti-
dio sonaba muy bajo, como en el cuarto do un enfermo;
las puertas se cerraban sin estrepito y los pasos de los quo
de tarde en tarde iban & visitarle se perdían en la alfom-
bra de moqueta. La risa se detenia ft sí misma al penetrar
en aquellas habitaciones monótonas, frías y oscuras, en
doudti no faltaba nada de cuanto constituye el lujo mo-
derno. Juan, el criado de Octavio, se deslizaba como una
sombra, con un plumero debajo del bra/.o y un plato en la
mano, porque Impresionado, ft su vez, por la melancolía
del local, habla acabado por perder su locuacidad. De Us
paredes colgaban varios trofeos, guantes de esgrima, mas-
carillas y floretes, pero fácilmente se podia comprender
quo baeiu mucho tiempo que no se habían usado. Algunos
libros, arrojados con descuido sobro todos los muebles, pa-
recían indicar que Octavio habia querido, )>or medio de
una lectura maquinal, adormecer alguna idea fija. Una
carta empezada, y cuyo papel se habia puesto amarillento,
paréela como que esperase, desde algunos meses antes, el
momento en que su autor la terminase, y se mostraba, en
medio del escritorio, como un mudo reproche. Aunque
habitado el cuarto, parecía que estuviese desierto. La vida
AVATAIi. G
HI; habíu auseutado de ulli y, al penetrar, recibía «il rostro
ese suplo do ¡tue frío que aale de las tumbas cuando las
abren.
JCn esta lúgubre estancia, donde nunca mujer alguna
habla puesto la pinta du HII zupatllo, Octavio se encontra-
ba ivmciio inojor quo en cualquier otro punto; esto silen-
cio, estil trister.o y esto abandono le gustaban; el alegre
bullicio déla vida le repella auiu|iie hiriese todo género
de esfuerzos para mezclarse a él. C'uanüo HUH amigo* le
arrastraban a alguna mascarada, a alguna excursion 6 a
alguna «tena, vol via nias nom brío quo autex; cuando se pri-
vaba «le enta clase «le tiestas, no luchaba contra su mist»"-
rioso dolor y dejaba pasar loa dia.-) con la indiferencia de
aquel a quien nada le importa el mañana. No formaba
ningún proyecto, no creia cu el porvenir y había enviado
a IJÍUH tácitamente la dimisión du au vida, esperando quo
«o la admitiese, l'or otra parte, ai el lector ae figura ver
en Octavio un roa tro demacrado y ahondado, un color ter-
rono, loa miembros exlenundos, un grau eatragò exterior,
se equivoco; todo lo mus que ae podria distinguir son al-
gunas manchas amoratadas debajo de los parpados, algu-
nas nubes tempestuosas al rededor de lu órbita, algun en-
ternecimiento eu las Meni's, surcadas por veuas a/.ulailas.
Solo la pupila del alma no brillaba en sus ojos, de loa cua-
les hablan huido la voluntad, la esperanza y el deseo.
Aquella mirada, muerta en uti rostro joven, formaba un
contrasto extraordinario y producía un efecto mucho mas
doloroao que la mascarilla descarnada, con los ojos ilumi-
nados por la fiebre, quo caracteriza íí las enfermedades or-
dinarias.
Octavio, antee de languidecer basta tal punto, habla si-
do loque vulgarmente se llama un buen mozo, y lo ora
todavía: sua negros cabellos, con abundantes rizos, se agru-
paban brillantes y sedosos a ambos lados de la frente; sus
grandes ojos aterciopelados, de un azul nocturno, adema-
dos con largas pestañas, se iluminaban de vez on cuando
con una luz húmeda; cuando se hallaban en reposo, esto
es, cuando no les animaba ninguna pasión, so hacían no-
tar por esa severa quietud que tienen los ojos de los orlen-
o AVATAR.
tules, cuan Jo ft la puerta del café de Smlroa 6 de Cotis-
tantinopla hacen el Kief, después de haberse fumado su
narguilM. Hu tinte no habla «ido nunca colorado y se pa-
recía & esua meridionales de un blanco aceitunado que no
producen todo su efecto mas que ft la luz artificial; su ma-
no era fría y delicada, su pié estrecho y encorvado. Vestia
con elegancia, sin preceder ft la moda ni seguirla & reta-
guardia, y sabia perfectamente hacer Valer sua dotes na-
turales. Aunque no tenia ninguna pretension de dandi/
ó de ffentlcman rider, se le habría admitido sin escrúpulo
en el Jockey-Club.
¿Cómo se explica, pues, que un joven hermoso, rico y
con tantas circunstancias favorables para ser feliz, se con-
sumiese de una manera tan miserable? Qul/.fí creuis que
Octavio estaba gastado, que lus novelas de moda le hablan
trastornado el cerebro con sus ideas nocivas, que no creia
en nada, que de su juventud y de su fortuna derrochadas
en locas orgias no 1« quedaban mas que deudas, y sin em-
luirgo, nada de esto era cierto. Octavio no había abusado
de los placeres, y por lo mismo no podía encontrarse has-
tiado; no era de carácter melancólico, ni romántico, ni
ateo, ni libertino, ni dilapidador; su vida habla sido hasta
entonces un conjunto de estudios y de distracciones como
las de cualquier otro joven: por la ru&fiuna tomaba asiento
en las cátedras de la Sorbona, y por la noche se ponía al
pié do la escalera del teatro de la Opera para ver pasar
aquella cascada de tragos y tocados. No se le conocía nin-
guna querida, y se gastaba el dinero sin malgastar en lo-
cos caprichos su capital; así es que su apoderado le quería
mucho, y eso que era un sefior muy económico, Incapaz
de beberse un sorbete en el verano y de encender la estufa
en el invierno. Respecto ft la causa de su singular estado,
que tenia desesperado ft los módicos, no nos atrevemos ft
decirla.—¡Tan inconcebible es en Paris y en medio del si-
glo XIX!—y por lo tanto dejaremos ft nuestro héroe el cui-
dado de referirla.
Como los médicos ordinarios no entendían ni una pala-
bra de tan estrafia enfermedad, por lo mismo que no han
presenciado nunca la disección de un alma en los anfitea-
AVATAR. 7
BIBLIOTECA MffftHtt
MFYinn l¿*
AVATAR. 9
saba ninguna debilidad. Loa sólidos ligamentos, estendi-
dos sobre las manos como las cuerdas sobro la plancha do
un violin, unían entre sf los hueso» descarnados do las fa-
langes y los movían sin ningún inconveniente.
£1 doctor sentóse en el sitio que ledesignó Octavio con la
mano, al lado del divan. Al reclinarse, recogió los codo*
con movimientos que indicaban la costumbre inveterada
do replegarse, pero que parecían los que se efectúan para
recoger un metro. Asi colocado Mr. Chcrbonneati, vol-
vióse de espaldas íl la luz que daba de lleno en el rostro del
enfermo, situación favorable para el examen, y que adop-
tan generalmente los observadores, mas partidarios do ver
que de ser vistos. Aunque el rostro del doctor quedó ba-
fiado por la sombra y solo la parte mas alta de la cabeza, re-
luciente y redonda como un gigantesco huevo de avestruz,
recogia algunos rayos luminosos, Octavio distinguía el bri-
llo de las extraHos pupilas azules que parecían dotadas de
una luz propia como los cuerpos fosforescentes. Uno de esos
rayos agudos y claros llegaba hasta el pecho del joven en-
fermo y le producía un escozor y un calor algo parecidos
a los del emético.
—Y bien, caballero, dijo el doctor después de un mo-
mento de silencio, durante el cual pareció como quo habla
reasumido los indicios recogidos en su rápida inspección,
veo que no se trata aquí de un caso'do patología vulgar;
no tenéis ninguna deesas enfermedades clasificadas, con
síntomas característicos, que el módico descubre por sí ó
por el empirismo. Cuando haya hablado con vos algunos
minutos, no os pediró papel para formularos una receto
tomada del Codex, y poner al pió de ella una Arma gero-
glifica para que vuestro ayuda de cámara la lleve al far-
macéutico de la esquina.
Octavio se sonrió débilmente como para dar las gra-
cias a Mr. Cherboneau porque le libraba de remedios inú-
tiles y fastidiosos.
—No ¡os alegréis tan pronto, dijo ol doctor. Aunque no
padecéis una hipertrofia al corazón, ni tenéis tubérculos
en el pulmón, ni reblandecimiento de la médula espinal,
ul derrames serosos en el cerebro, ni fiebre tifoidea 6 ner-
10 AVATAR.
viosa, lio por ello os forméis la ilusión «le que disfrutáis
buena salud. Dadme la îuauo.
Octavio, crcyeudo quo Mr. Cherbonueau.iba a tomarle el
pulso y a sucar el reloj para contar los segundos, levantóse
la manga de la bata, descubrió la niufieca y so la alargó
maquinulmeute al doctor. Juste, sin buscar CHU pulsación
rápida ó lenta que iudica si el reloj de la vida se ha des-
compuesto, en el hombre, aprisionó en BU negra mano,
cuyos huesosos dedos parcelan las patas de una langosta,
la mano delicada y húmeda del joven, la palpó y Ja estre-
chó de manera que parecía querer ponerse en comunica-
ción magnética con su cliente. Octavio, quiza porque era
algo escéptico en medicina, no pudo menos de experimen-
tar cierta ansiosa emoción, porque lo parecía que el doctor
atraía su alma por medio de estos experimentos y quo I»
sangro había abandonado su rostro.
—Querido Octavio, dijo el doctor, vuestra situación es
mucho mas gravo de lo que os figurais, y la ciencia, tal
como la practican los rutinarios médicos de Europa, n<>
puede nada: no tenéis deseos de vivir y el alma se va des-
atando insensiblemente de vuestro cuerpo; no existe eu
vos ni hipocondría, ni lipemanía, ni tendencia melancó-
lica al suicidio. ¡No! El caso es raro y curioso, de manera
que si yo no me opusiese a ello, podríala morir sin nin-
guna lesion interior ó externa que se pudiera apreciar. Ya
era tiempo «io que me llamaseis, pues el alma esta unida
ul cuerpo por un hilo muy débil y ahora vamos íl hacer
un buen nudo.— IS1 doctor se frotó alegremente'las pianos
ensayando una sonrisa que produjo un remolino de arru-
gas en los mil pliegues de su rostro.
—Mr. Cherbonneau, no sé si conseguiréis curarme, cosa
do la que en verdad no tengo mucha prisa, pero debo con •
tesaros quo desde el primer momento habéis descubierto
la causa del estado misterioso en que me encuentro. Pa-
réceiuo como que el cuerpo se bA hecho permeable y deja
encapar mi sor como una criba abre paso al agua por sus
agujeros, hieuto que me hundo en el gran todo, sin que
n pesar de ello pueda comprender «dónde voy. La vida,
4 quien consagro, tanto como rae es posible, la pantomima
AVATAR. 11
habitual para no disgustar & mis padres ni ft mi.s amigos,
me parece quo so hulla tau lejos du mí, que hay instantes
en los que llego a creerme fuera de la esfera humana: voy
y vuelvo por las. causas quo mo determinaban otras veces,
cuya impulsion mecánica dura todavía, pero sin darme
cuenta de lo que hago. Me siento ala mesa a las horas or-
dinaria* y parece como que realmente como y bol)*, A pe-
sar de que no percibo ningún gusto aun en los platos mus
cargados tío especias y en los vinos mus fuertes; la luz del
sol ino parece tan pálida como la «le la luna, y las bugfas
producen para mí una llama negra. Tengo frió en los días
mas calurosos del verano; frecuentemente se produce den-
tro de mi ser un gran silencio, como el el corazón no latie-
se 6 como H! las rodsjas Interiores se hubiesen detenido
por una causa desconocida. La muerte debe ser muy pa-.
rcciila A titl estado, si es que pueden apercibirse do olíalos
difuntos.
—Tenéis, dijo el doctor, una imposibilidad de vivir cró-
nica, enfermedad moral mucho mas frecuente de lo que
vulgarmente se cree. Kl pensamiento es una cosaque pue-
de matar lo mismo que el Acido prúsico y la chispa do una
botella de Leyde, aunque la huella quo deja ú su paso no
sea perceptible a los débiles metilos de análisis de quo dis-
pone la ciencia vulgar. ¿Qufi sentimiento ha clavado sus
adiadas uflas en vuestras en trail as? ¿Desdo lo alto de quo
ambicioso secreto habéis caído roto y desliedlo ? ¿C¿uft
amarga desesperación masticáis en la inmovilidad? ¿lis la
sed del poder lo que os atormenta? ¿Habéis renunciado
voluntariamente & un objeto colocado fuera dul alcance
humano?—Aun sois demasiado joven para esto,—¿Us ha
engañado alguna mujer?
—No, doctor, contestó Octavio, til siquiera ho merecido
tal honor.
—Y siu embargo, dijo Mr. Baltasar Chorbonneau, leo
en vuestros tiernos ojos, en la posición negligente de vues?
tro cuerpo, en el timbre sordo de vuestra voz, el título de
una comedia de ¡Shakspeare, y lo leo tan bien ,como si es-
tuviesc escrito en caracteres de oro sobre el lomo de una
encuademación en tafilete.
12 AVATAR.
—¿Y cuál e» esa comedia que yo traduzco sin saberlo?
pregunto Octavio, cuya curiosidad se despertaba mas y
más.
—Love's labour's lost, dijo et doctor con una pureza de
acento que denunciaba su larga residencia en las posicio-
nes inglesas de la India.
—Lo cual quiere decir si no me engaito, Penas de amor
perdidas.
-Exactamente.
Octavio no contestó; un ligero carmín coloreó sus meji-
llas, y, para ver do contenerse, se puso a jugar cou lu.-i
ItorluH de los cordones de la bata: el doctor Labia replegado
mientras tanto una pierna sobre la otra, lo cual producía
el efecto de los huesos en cruz que suelen grabarse sobre
las tumbas y cogia el pió con la uiano, según es uso y cos-
tumbre en el Oriente. Sus azules ojos so introducían
en los ojos de Octavio y los Interrogaban con una mirada
imperiosa y dulce.
— Víamos, dijo Mr. Baltasar Clierbonneau, abridme
vuestro pecho; yo soy el médico de las almos y vos sois iu¡
enfermo. Como el>acerdote católico, exljode vos una con-
fesión completa, lo cual podéis hacer sin poneros de rodi-
llas como el penitente.
—¿Para quo? Sujwnlendo que hayáis udivlnado mis do-
lores, no ha de aminorarlos el que os los cuente. Mi tris-
leza no tiene nada de habladora; ningún poder humano,
ni aun el vuestro, es bastante para curarme.
—Tal vez, contestó el doctor, reclinándose más sobre la
butaca como el que se dispone A escuchar una confidencia
de alguna extension.
—No quiero, dijo Octavio, que me acuséis de una ter-
quedad pueril, y dejaros por efecto de mi silencio, un me-
dio para que os lavéis las manos cuando sobrevenga mi
muerte. Ya que mostráis empeflo en ello, os contare mi
historia; habéis adivinado el fondo y no estoy en el caso <io
disputaros los detalles. No esperéis nada ex t ratio ó nove-
lesco. Es una aventura muy sencilla, iniiy córtnfri y muy
usual; pero, como dice la canción do Henri Heine, aquél
quo pasa por ella le encuentra mucha novedad y pareco
AVATAR. 13
como quo se le desgarra el corazón. Eu verdad, siento el
tener que referir una cosa tan vulgar á un hombre que co-
mo vos, ha vivido en los paisas mas fabulosos y mas qui-
méricos.
—No temáis, dijo el doctor sonriendo; solo lo común es
extraordinario para mf.
—Pues bien, doctor, yo me muero de amor.
AVATAR.
e
Il
AVATAR. 6
3-' AVATAR.
virse de ello»,—Nuestro Europa. absorbida por los interese*
materiales, no tiene idea delirado de esplritualismo i. quu
buu llegado loa penitentes do la ludia; ayuuos absolutos,
couteinplcionesde una úje¿a espantosa, posturas iinposibes,
conservadas du lui. te sñoseu teros, extenúan de.tal modo sus
cuerpos, que diríaae al verlos acurrucados bajo un sol de
plomo, entre lo* braseros eu cundidos, dejando crecer sus
uñas hasta taladrarles las palmas de las manos, que eran
momias egipcios sacada» desús cajas y puestas en aptitudes
de monos; su en voltura humana no es mas que una crisáli-
da, que el alma, mariposa iuraortal, puede dejar ó tomar da
nuevo, según su voluntad. Mientras que su lluco despojo
queda allí inerte, horrible 4 la vista, como una larva noc-
turna sorprendida por. el dia; eu espíritu, libre de toda liga-
dura, se eleva en ala* de la alucinación & alturas incalcula-
bles en tos mundos sobrenaturales. Tienen visiones y sue-
ños extraño»; siguen tle.uxia.sis en éxtasis las ondulaciones
que liaeeii las edades quu pasaron sobre el océano de la eter-
nidad; recorren el iuiiuiíueu todos sentidos; asisten A la
creación de los universos., al góuto de los dioses y sus meta-
morfosis y vioueu á M memoria las ciencias que destruyo-
ion los cataclismos pl' : ton ¡anos y dil livianos y los recuerdos
olvidado* por el hombre y. por los elementos. Kn tan ex-
traña situación murmuran palabras pertenecientes & leu-
guas que no ha hublaJo ningún pueblo desde hace muchos
miles de años en la s.qierticiü del KIOIIO, y encuentran el
verbo pi iusm-dial, el verbo que hizo brotar la luz de las an-
tiguas tinieblas: «¡se les tiene por ioooa y «asi son dioses!»
Tau singular preámbulo excitó, como es natural, la
atención de Octavio, quieu, no comprendiendo hasta dón-
de quena ir Mr. Baltasar Chei bonneau, fijó en él sus ojos
asombrado* y preñado» de preguntas: no le era fácil com-
prender qué .puntos ue contacto podían ofrecer los peni-
tentes de la ludia, oou su «mor por la condesa kabinska.
£1 doctor, adivinando el pensamiento de Octavio, le bi-
só una cel·la con la mano como para evitar sus preguntin»,
y lodjioc
-•Paciencia, querido enfermo, ahora mismo compren-
dereis quo no me he entregado A una inútil digresión.
AVATAR. :;3
«'miando do interrogar con el escápelo, Honre el mármol
de los anfiteatros anatómicos, Jos cadáveres, que no m e
respondían, y que m e enseuabun la muerte ruando busca-
lia la vida, forma el proyecto—un proyecto atrevido como
el de Prometeo, ul escalar el ciclo para robarle el fuogo,—
de buscar y sorprender el alma, de analizarla y de disecar-
la, por decirlo asi; aban doué el efecto por la causa, y desde-
ñó profundamente lu ciencia materialista, cuya inutilidad
había experimentado. Trabajar sobre esas formas vagas,
sobro esas reuniones fortuita* de moléculas, m e parecía
la función de uu empirismo grosero. Knsayó por medio
del magnetismo il desatar las ligadura* que encadena!)
el espíritu a su euvoltorio; bien pronto adelantó a Mes-
mer, & Desloo, M a x w e l , Puysegur, Deleuze y los mas
hábiles en experiencias maravillosas, pero que aun in»
m e satisfacían.: catalepala, sonambulismo, doble v i s t a ,
lucidez estática, todos estos efectos inexplicables para el
vulgo, eran m u y sencillos paru mí y los producía í. voluu _
tad.—Me remonto a mayor altura: del arrobamiento du
Cardan y de Santo Tomás de A q u i n o pasti á las crisis ner-
v.osas de las l'y tilias; descubrí los areauOa de los Kpoptos
griegos y de ios Xebiim hebreos; mo inició retrospectiva'
m e n t e en loa misterios de Trofouius y Esculapio recono-
oieado siempre eu las maravillas que se refieren una con-
centración ó una expansion del alma, provocada por medio
de los gestos ó de la palabra, por la mirada, por la volun-
tad 6 por cualquier otro agente desconocido.—Llegué &
rehacer uno por u n o todos los milagros de Apolouio de
Tliyana.—Sin embargo, mi sut-fio científico aun no se ha-
bla cumplido: el alma se me escapaba siempre, la hacia apa-
recer, la oia, tenia poder sobre ella; amortiguaba 6 excita-
ba sus facultades, pero entre ella y y o había un velo que
no podia rasgar sin que ella huyese. Me encontraba como
el que tiene un pájaro metido en una red y no se atreve
á abrirla por miedo á que so le escape.
U) E u M ( i m p l o y * | n p u t * * , í * q u « ¿ W f a n N U i t u u d* Ltlbolu, M o o m -
poneu lo* dem*] rotes ft aosianct*.
AVATAR. 49
tro airo glacial, dijo cl doctor mirando el termómetro, quo
aeOalaha en aquel momento 120 grados Fahrenheit.
El doctor liaitasarCherbonneau, entreuqucllosdoa cuer-
pos Inertes y coa sus blauvus vestiduras, tenia el aspecto
de uu sacriílcador de las xauguinarias religiones que ar-
rojan los cadáveres du los hombros sobre el altar do sus
diosea, ltecordabu al sacerdote de Huitzilipochtli, al feroz
Molo mexicano de quo habla Henri Heine en una de sus
baladas, pero sus intenciones eran aeguraïuoute mucho
mas pact ticas.
He aproximó ul conde Olaf Labinski, quo permanecía
inmóvil, y pronunció la sílaba, inefable, la cual fuó a repe-
tir en seguida sobre Octavio, que estaba profundamente
adormecido. El rostro, ordinariamente extraño, del doc-
tor Chcrbouneau, habi.i tomado eu aquel momento una
magestad singular; la grandeza del podur de que disponía
ennoblecía sus facciones desordenada», y si alguno le hu-
biese visto cumplí* estoH ritoM misteriosos con un» grave-
dad sacerdotal, no hubiera podido reconocer en el al doc-
tor hoíftii&nico quo llamaba hacia ni, ó mejor dicho, desa-
fia!)» al lápiz de ios caricaturistas.
Eutonccs ocurrlcrou cosas muy extrañas: Octavio de
fiaville y el conde'Olaf Labinski se agitaron simultánea-
mente como por una convulsion de agonfa; su rostro se
descompuso; una ligera espuma npareclo en sus labios; la
palidez de la muerte se apoderó de su piel y dos lúcecltas
azuladas y temblorosas brillaron Inciertas sobre sus cabe-
zas.
A una serial fulgurante del doctor, que parecía señalar-
les su camino en el aire, los des puntos fosfóricos se pu-
dieren en movimiento y, dejando detras do ellos una estela
luminosa, eutrajon cu sujiycvô domicilio: e» alma de Oc-
tavio ocupó el cuerpo del çondp Qïaf Xabiuskl y él alma
del pondo, elcuçrpo de Octavió. " E t avatarsohabía cum-
plido.,','
Uu ligero Unte sonrosado en loa pómulo.; indicó quo lu
vida acababa tie penetrar eu aquellas arcillas humanar,
que hablan quedado sin alma durante algunos segundos
VATAK. 0
GO AVATAR.
y en lúa cuales hubiera hecho presa el ángel negro, «in el
poder del doctor.
La alegría del triunfo Iluminó las azuladas pupilas del
doctor Cherbouneau, el cual decía paseándose por el cuar-
to a grandes pasos:
—('¡llagan otro tanto loa médicos mas orgullosos, con
tunta vanidad como tienen porque arreglan bien 6 mal el
reloj humano cuando se descompone: ¡Hipócrates, Galeno,
Parxcelso, Van Helmont, Uoerhaave, Tronohin, Hahne-
mann, Rasori; el fakir mas insignificante de la India,
acurrucado bajo la enenlera de una pagoda, sabe mil veces
mas que vosotros! ¡í¿uó importa el cuerpo cuando so llega
á mandar en el espíritu!»
Al terminar este periodo, el doctor Baltasar Cherbon-
neau hizo una porción do cabriolas, hijas de la exaltación,
y bailando como las montanas en el Sir-Haslrlm del rey
Halontou, cayó de narices porque se le enganchó el pió.eu
su trago brahmfnico. Este incidente le hizo volver sobre
si mismo y le devolvió toda la pangre fría,
—Despertemos A nuestros durmientes, dijo Mr. Cher-
honneau después do haberse limpiado las rayas de polvo»
colorados con que se habla estriado el rostro y de haberse
quitado el trage de brahma, y colocándose delante del
cuerjio del conde Labinskl, habitado por el alma de Octa-
vio, hizo los pases necesarios para sacarle del estado so-
nambóllco, sacudiendo ft cada gesto los dedos, carçados con
el fluido que quitaba.
Al cabo de algunos minutos, Octavio Labinskl [en ade-
lante le designaremos asi para la mejor inteligencia del re-
lato] se Incorporó, se pasó las manos por los ojos y dirigió &
su alrededor una mirada de asombro que la conciencia de sí
mismo no iluminaba aún. Cuando le volvió la percepción
de los olijetos, lo primero que vló fue" un cuerpo acostado
sobre un diván. He veia, no reflejado por la luna de nn
eapvjo, sino en la realidad. Dio un grito; pero este grito no
resonó con el timbre de Su voz, lo cual le produjo algo de
miedo;—el cambio de los almas se habla verificado duran"
te el sueflo magnótlco; no guardaba de ello memoria y «x-
cprlmeutaba un extraño malestar. Su pensamiento, ser-
A V A T A H. •M
VMIO por nuevos órganos, era como uu obrero íi quien lo
quitasen las herramientas de su uso ordinario y lo diesen
otras. Psyquls desterrada, batia sus alas inquietasen el
interior do aquel cráneo desconocido y no perdía en las
membranas de un cerebro, donde no encontraban at'in las
1 mellas de ideas extrañas.
—Vamos á ver, dijo el doctor, cuando hubo juzgado su-
ficientemente »Ie la eorpresa de Octavio Lahinski, ¿qui os
pareoo do vuestra nueva habitación? Ho lia instalado bien
vuestra alma en el cuerpo de este hermoso caballero, hot-
mann, hospedar ó magnate, marido de la mujer mas be-
lla del mundo? Ya no tendréis ganas do dejaros morir, co-
mo queríais la primera ve/, que os vi en vuestra tristo ha-
bitación de la calle de Pan Lázaro, ahora que las puertas
del palacio Labinski están abiertas de par en par íi vues-
tro paso, y que no tenéis miedo á que Prascovia os ponga
la mano delante déla boca, como en \:x.vlUa Halviali, cuan-
do queráis hablarle de amor. Ya veis que el viejo Balta-
sar Cherbonneau con su figura de mono, que no dése*
cambiar por ninguna otra, poseo HIMI en su saco de tram-
pas algunas buenas recetas.
—Doctor, contestó Octavio LablnskI, tenéis el poder de
un dios, 6 por lo menos de un demonio.
—¡Olí! lo que es |>or ahí no tengai-i miedo; no hay nin-
guna diablura en todo esto. Vuestra salvación no peligra
en lo mas mínimo, porque no os ho de obligar a firmar un
pacto con una rubrica roja. Nada tan sencillo como lo quo
acaba de ocurrí r. El Verbo, que ha creado la luz, puede muy
bien romper las ligaduras de un alma. ¡Olí! si los hombres
quisiesen escuchar íl Dios a travos del tiempo y del infi-
nito, harían cosas mucho mas notables.
—¿Do qué manera; OB qué forma po.lró pagaros este ser-
vicio?
—A mí nada me debéis; me ha Interesa lo vuestra ener-
v i y para un vieje Lascar como yo, curtido para todo3 los
soles, empedernido para todos lossucesoSrima emoción es
una cosa bastante rara. Me habéis revelado vuestro amor
y debéis saber que nosotros, los «oftadores, que tenemos un
P°oo de alquimistas, otro poco de niazos y otro poco de 11-
52 AVATAR.
lósofos, vamos siempre mas ó menos cu Lusca de lo abso-
luto. Pero levantaos, movcoH, andad y ved si vuestra nue-
va piel no dificulta los movimientos.
Octavio Labinski obodeció al doctor dando algunas vuel-
tas por el cuarto y encontró ya menos embarazo. Aunque
habitado por otra alma, el cuerpo del conde conservaba
el impulso de sus antiguos hábitos, y el nuevo huésped
se entregó & sus resabios físicos porque le importaba mu-
cho tomar el paso, el aire y el ademan del propietario ex-
pulsado.
—Si no hubiese realizado con mis propios manos el cam-
bio de vuestres almas, dijo riéndose* el doctor Baltasar
Cherbonucau, creería que nada extraordinario se había
verificado esta noche y os tomaria por el verdadero, legi-
timo y auténtico conde lituaniens!) Olaf do Labinski, que
está durmiendo todavía dentro de la crisálida que habéis
abandonado desdeñosamente. Pero van & dar las doce aho-
ra mismo; marchaos á casa en seguida, no sea que Pras-
covia os riíia, con razón, por haber preferido d su compa-
ñía el sacanete 6 el tresillo. Es preciso que no deis comien-
zo ft vuestra vida de esposo con una disputa, porque esto
seria de mal agüero. Mientras tau to yo me entretendré eu
despertar con todas las precauciones y cuidados que en
realidad merece, & vuestra antigua envoltura.
Octavio Labinski comprendió cuan justas eran las obser-
vaciones del doctor y so apresuró & salir. A la puerta de
lu calle piafaban impudente* los dos maguillo» caballos
bayos del conde, los cuales, al relinchar, cubrían de espu-
ma el pavimento.—Al oir los pasos del jóveu, un volante,
vestido do verde, de la perdida ruza de los Ileyducos, sal-
tó al suelo y lo hizo resonar con estrépito. Outavio, que
se habia dirigido maquinaiuiente en el primer momento
hacia su modesto carruaje, tomó asiento en el alto y mag-
nífico coupé y lo dijo al volante. para que so lo repitiese ai
cochero: «¡A casa!» Apenas cerrada la portezuela, los ca-
ballos pnrtieroo al iralope, y el digno nucesor de los Al-
manzor y de los Azolau, se suspendió à lo.i jargon cordo-
nes do pasamanería con una ligereza que no era do sospe-
char en su colosal estatura.
AVATAR. 63
Para caballos de (auto empuje, no era largo cl trecho
que mMIa ctrtre lh'leallc'del Regard y cl faburgo Salnt r
HctirflM*, nst es que fiiô'devorado en muy pocos minutos y
el cochero gritó cbh voz oste'litCrea: ¡Abrid la puerta!
Las dos Inmensas hojas, empujadas por el suizo, abrie-
ron ancho paso al carruaje, el cual dio la vuelta en un in-
menso patio enarenado y fué a detenerse con una preci-
sion admirable bajo du' un toldo rayado de blanco y rosa.
151 patio, que Octavio Ltibinski reconoció basta en sus
menores detalles con esa rapidez de vision (pie el alma ad-
quiere en ciertas ocasiones solemnes, era vasto, lo forma-
ban algunas paredes simétricamente construidas, y lo ilu-
minaban unas lámparos do bronco en las que el gas ardía
dentro de campanas de oriatal, parecidas a las que eu otro
tiempo adornaban el Buoentauro y que daban un aspecto
do palacio mas bien que de cusa particular; algunos cajo-
nes de naranjos, digno9 de lu esplanada do Yeisalles, se
bailaban colocados de trecho en trecho t«obre el margen de
asfalto que cerraba como un bordado el tapiz de arcua que
constituía al centro del piso.
£1 pobre enamorado, al echar el pk<S á tierra, acordóse du
su disfraz y tuvo que detenerle algunos segundee y novar-
se la mano alcaraxou para conteaer loe latidos. • JC.4 ver-
dad que llevaba el cuerpo de CMuí Labinskl, pero solo le
poseía en la apariencia física; todas las ideas, todos los co-
nocimientos que contenía el cerebro hablan desaparecido
al marcharse el alma del primer propietario;—la casa, que
desde aquel momento le pertenecía, le era desconocida 6
ignoraba por completo su disposición interior;—delante de
el presentábase una escalera por la cual se decidió d subir,
aun A peligro de equivocarse y de tener que. decir que iba
distraído.
Los escalones de piedra apomezada eran de una blancu-
ra infinita y hadan resaltar el color rojo de una larga tira
de moqueta, sujeta por unas varillas de cobre dorado, qiu
les señalaba a los píes su blando camino; algunas jardine-
ras, llenas de exquisitas flores exóticas, so velan en los ex-
tremos de las gradas por quo se subia.
U na nmenisa lámp ara formando cuadros y colgadad
54 AVATAR.
un grueso cordon de seda púrpura, adornado con borlan y
nudos, arrojaba un haz de rayos de oro «obre lúa paredes
vestidas con estuco blanco, pulimentado como el mármol,
y proyectaba su luz sobre una repetición del mismo autor,
de uno de los grupos mas culebrea de Canova, El amor
abrazando (i PsyquU.
La meseta del único tramo de la escalera etttaba pavi-
mentada de mosaicos, formando un precioso dibujo. Uno*
«Millones do seJa sostenían en las paredes cuatro cuadros
de Paris Rordone, Itonifuzzio, Taima el Viejo y Paul Ve-
ronese, cuyo estilo arquitectural y pomposo armonizaba
muy bien con la magnillcencla de la escalera.
Frente al rellano se abría una gran puerta de jerga llena
de clavos dorados; Octavio Labinski la empujó y se en-
contró en un ancho recibimiento, donde dormitaban ul-
guuos lacayos, vestidos de gran librea. A su aproximación
se levantaron como movidos por un resorte, y se pegaron
ft las paredes con la impasibilidad de los esclavos orien-
tales.
Continuó su camino. Un salon blanco y dorado donde
no liabiíi nadie seguia A la antecámara. Octavio tiro de un
llamador y acto continuo se presentó una camarera.
— La sefíora está visible?
—La señora condesa estaba á punto de desnudarse, pero
en seguida se podrá entrar á verla.
VII
bre el que uua mano pooo Lábil, pero del, había dibujado
con la memoria dol corazón y con el parecido que pocas
veces consiguen los grandes artistas, un retrato al Iflpíz de
la condesa Prascovia Labluska. Era imposible no recono-
cerla A la primera mirada.
Kl conde quedóse estupefacto auto este descubrimiento.
A la sorpresa sucedió un furioso movimiento de celos. ¿Có-
mo se encontraba el retrato de la condesa en la cartera se-
creta de aquel joven desconocido? ¿De dónde lo habla sa-
cado, quién lo habla hecho, quién se lo dio? ¿Aquella
Prascovia, tan religiosamente adorada, habría descendido
do sm oielo de amor ft una intriga vulgar? ¿Qu6 burla in-
fernal le habla encarnado ft 61, el marido, en el cuerpo del
amante de aquella mujer à quien hasta entonce» imbuí
creído Un pura?—jTras del esposo, iba & ser el amante!
¡Sarcàstica metamorfosis, cambio de posición copaz de vol-
verle loco, porque merced ft ella podia engañarse & sí, ser
& un tiempo mismo Clitandro y Jorge Dandi ri!
Todas estas ideas hervían ttiitiiiltuo*aiiiente en su cere-
bro; comprendía que su razón estaba pronta ft perderse, 6
hizo, para recobrar la calma, un esfueizo supremo do vo-
luntad. Bin escuchar A Juan quo estaba diciéndole que
el almuerzo le esperaba en la meta, continuó cou un tem-
blor nervioso el eximen do la cartera.
Las hojas formaban una especie de diario psicológico
abandonado y vuelto ft emprender cu diferentes Cpocns;
lió aquí algunos fragmentos que el conde devoró con una
suprema ansiedad:
•¡Ella no me querrá nunca, nunca, nunca! He leído cu
sus dulces ojos aquella frase tan cruel, tan cruel, que Dan-
te no encontró otra mas dura para escribirla sobre las puer-
tos de bronce de la Ciudad Doliente: J'erdcd toda c*pt:run-
«a ¿Qué mal le he causado ft Dios para que me condene cu
vida? jMaHana, el día siguiente, y siempre esteró en la
misma situación! Los astros pueden entrecruzar sus órbi-
tas, las estrellas en conjunción unirse, pero en mi destino
nada se puede cambiar. Con una sola palabra ha dlsljmdo
el ¡mello; con un gesto ha roto sus alas & la quimera. Las
combinaciones (^biliosas de lo» Imposibles no me ofrecen
70 AVATAR.
ninguna ventaja; las cifras, arrojadas un millar de veces
en la rueda de la fortuna, no saldrán nuuca, ¡no hay nu-
mero posible para ganar yo!
«¡Cuan desgraciado soy! íi¿ que el paraíso está cerrado
para mí, y sin embargo, permanezco estúpidamente sen-
tado á su entrada y reclinado sobre su puerta, que nunca
se abrirá, y lloro en silencio, sin agitación, sin esfuerzos,
como si mis ojos fuesen dos fuentes de agua. No tengo su-
ficiente valor para levantarme y penetrar en el desierto
inmenso 6 en la Babel tumultuosa de los hombres.
•Algunas veces, cuando durante la noche me es Imposi-
ble el dormir, me acuerdo de Prascoviay si duermo la sue-
fio;—¡ah, cuan bella estaba aquel dia en el jardín de la vi-
lla salvlatl, en Floreucia!—¡Aquel trago blanco, adornado
con un cuitaron negro, era precioso y fúnebre! ¡El blan-
co para ella, el negro para mí! ¡Algunas veces las caldas,
agitadas por el aire, formaban una cruz sobre el fondo
blanco, y mi espíritu invisible decia en voz baja la misa
de difunto de mi corazón!
«Si alguna catástrofe inaudita pusiera sobre mi frente la
corona do los emperadores y do los califas; si la tierra san-
grase para mí sus venas de oro; si las minas de diamantes
de Qolcouda y de Visapurme dejason escarbar sus brillan-
tes gargantas; si la lira do By ron resonase bajo mis dedos; st
las obras maestras del arte antiguo y moderno me presta-
sen sus bellezas; si, en una palabra, yo llegase a descubrir
un mundo, no por ello habría adelantado algo.
«¿Cuíll es mi destino?—Tenia deseos de ir a Constantino-
pla y allí no la hubiera encontrado; me quedo en Floren-
cia, la veo y me muero.
«De buena gana me suicidara; pero ella respira el ñire en
que vivimos y quizás mi labio nspire en su avidez—¡oh
dicha inefable!—un efluvio lejano de su soplo embalsama-
do, y si por acaso fuese desterrada mi alma culpable á otro
planeta, tampoco tendre la esperanza de que me ame en
la otra vida.—Y estar aun separados alia, lejos, ella en e1
paraíso, yo en el infierno: ¡pensamiento horrible!
«¿Por qué he de amar precisamente .1 la dnica mujer qu«
AVATAIl. 71
no puede amarine? Otras que pasaban por hermosas y quo
crau libres, me sonreían con su mas tierna sonrisa, y pa-
rcela quo ñuscaban una declaración que nunca llegaba.
¡Oh, cuan feliz debe lier CI! ¿Qué habrd liedlo en su vida
anterior que Dios le recompensa con el magnífico don do
su amor?»
tut i listan le, blanca y fría como el marmol, wj¡yj6 una ini-
ru-Ui tic espanto al Jóven, entró, corró la puerta cou prccl-
jiltaelou y paso el cerrojo.
—¡La mirada de OctAvlo! exclamó cayendo niodio des-
vanecida en uu sofd. Cuando hubo recobrado completa-
mente los sentidos, se dijo:—¿Como se explica quo aquella
mirada, cuya expresión no olvidaré nunca, brilla enta no-
«be en los ojos de Olaf? ¿Como he ylwto lucir & travos de
las pupilas de mi esposo, aquella ¿lama sombría y desespe-
rada?' .¿Había muerto Octavio? ¿¿«rO. que su alum, uutt:s
de abandonar la tierra, lia brillado uu momeu to delante de
mí como para decirme adiós? ¡Olafi ¡Ül»n ¡Si me lie en-
gallado, si bo cedido locamente A un vano terror, til me
perdonarás; pero si te hubiese «cogido cota noche habría
creído que me entregabaftotro!
La condesa se aseguró deque el cerrojo estaba bien pues-
to; encendió la lampara que colgaba del tecUo, so metió cu
la cama como un nlflo miedoso, con cierta, scnsaaWu an-
gustiosa 6 indefinida, y no so durmió «ino liaatacwca del
dia: unos suofios incoherente» y extrafioa la atormentaron
durante toda la noche. Unos ojos urdiente*;—lop <Jos.de Oc-
tavio—se fijaban sobre ella desdo el fomlo de las Ünleblua
y le lanzaban miradas de fuego, mientras que al pié de su
cama una figura negra y surcada de arrugas estaba acur-
rucada al mismo tiempo quo murmuraba, silaba» descono-
cidas; el conde Olaf se apareció también eu este «ueíio pe-
ro revestido de un» forma que no era la tuya»
No vamos A pintar el descorazonamiento do Octavio
cuando se encontró frente & frente de una puerta cerrada,
y mas aun ouaudo oyó el chirrido del cerrojo. Su suprema
esperanza se desvanecía. ¡Ahí habla pedido auxilio a me-
dios terribles y extraños; seTmCIá"entregado & uu mago,
tal vez & un demonio, Jugando su vida ou este mundo
y su alma en el otro, para conquistar una mujer que se le
escapaba, ft pesar de pertenecerle, graolas a las hechicerías
de la India. Habia sido rechazado como amanto y ahora
merecía igual suerte como marido: la iuvenclblo pureza
do Prascovla desafiaba las maquinaciones mas infernales.
JEu la puerta d« au cuarto de dormir so le habia aparecido
82 AVATAR.
como el Angel blanco do Swedemburg hiriendo con el ra-
yo ni espíritu del mal.
Como no era posible que estuviera tuda la noche en aque-
lla posición ridicula, bused el departamento del conde, y
después de haber recorrido gran numéro de habitaciones,
dlO con una en la que habla una cama con columnas de
Obano y cortinas de tapicería, entre cuyo» ramajes y ara-
bescos huilla unas arma» bordadas. Una» panoplias con
armas orientales, varias coraza» y cascos de caballería, he-
rido» por el reflejo de una lámpara, arrojaban Algunas va-
gus luoes entre la sombra. Las paredes estaban tapizada»
de ouero con dibujos dorados. Tres 6 cuatro grandes sofá»
esculpidos y un cofre todo lleno de llguras, completaban
aquel mueblaje del gusto feudal y que no hubiera desen-
tonado en el sillón de uu castillo gótico, l'orpurte del conde
no era esto una frivola imitación de la moda, sino uu pia-
doso recuerdo. Aquella habitación reproducía exactamen-
te la que ocupaba en casa de su madre, y aunque la habla
restaurado frecuentemente—esta decoruçlon de quinto uc-
to—siempre liubia procurado conservar el estilo.
Octavio Labinski, rendido por la fatiga y lu» emociones,
se acostó y durmióse maldiciendo al doctor Baltasar Cher-
bonneau. For foituna el día le trujo ideHS inns alegres; se
prometió para en adelante el conducirse de una manera
mas moderada, apagar su miraJu y adoptarla conducta de
los maridos. Ayudado por el mayordomo del conde, vis-
tióse do una manera seria y bajo con paso tranquiló al co-
medor, doude la condesa le esperaba paru desayunarse.
X
FIN.
COLECCIÓN GENERAL
G 808.8 M1S.1