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A pesar de las críticas situaciones por las que atraviesan, las sociedades indíge-
nas de América Latina están lejos de haberse extinguido o de constituir un “ob-
jeto” relictual de la antropología, tal como lo proclaman de manera irreflexiva
algunos colegas que argumentan sobre una inexistente desaparición del Otro
PROCESOS
y ubican en el “pasado” de la profesión el estudio de las sociedades nativas. Los
contextos interculturales latinoamericanos, con más de 50 millones de protago-
nistas provenientes de tradiciones no occidentales se revelan, hoy más que
nunca, como de trascendental importancia para la comprensión de aspectos crí-
INTER
ticos de la dinámica social contemporánea. Repensar la antropología política
en el marco de la multiculturalidad y desde una perspectiva teórica que enfa-
tiza la necesidad histórica de asumir el carácter plural de las sociedades esta-
tales contemporáneas, ha sido entonces parte de las motivaciones centrales de
CULTURALES
esta obra. Los procesos interculturales a los que me refiero son básicamente
PROCESOS INTERCULTURALES
aquellos en los que participan los pueblos nativos y los Estados nacionales, con-
figurando sistemas históricos de larga duración y caracterizados por una espe-
cial dinámica sistémica. He pretendido recuperar mi experiencia de etnógrafo
con los pueblos indígenas de América Latina dentro del contexto de la reflexión
antropológica y de las propuestas que considero significativas para el desarrollo ANTROPOLOGÍA POLÍTICA DEL
de una antropología política del pluralismo cultural. Se trata entonces también
de un ejercicio de sistematización conceptual, que busca recoger algunos de los
PLURALISMO CULTURAL EN
aportes que en las últimas décadas ha generado la vertiente pluralista de la an- AMÉRICA LATINA
tropología social.
siglo
veintiuno
editores
9 789682 326233
antropología
PROCESOS INTERCULTURALES
antropología política
del pluralismo cultural
en américa latina
por
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GN492
B37
2006 Procesos interculturales: antropología política del
pluralismo cultural en América Latina / por
Miguel Alberto Bartolomé — México :
Siglo XXI Editores, 2006.
368 p. — (Antropología)
ISBN: 968-23-2623-0
1. Antropología política — América
Latina.
2. Antropología — Aspectos políticos y
sociales — América Latina. 3. Etnología.
I. t. II. Ser.
isbn 968-23-2623-0
[9]
10 PRÓLOGO
cultura, buscando una propuesta que sea apropiada para los procesos
que se estudian. También abordo el ahora muy popular concepto de
hibridez cultural o de “culturas híbridas”, destacando el carácter
tautológico de su definición y su escasa pertinencia para analizar los
contextos interétnicos, ya que todas las culturas indígenas responden
a procesos históricos de transfiguración étnica. Esto nos lleva a una
propuesta referida a la naturaleza del pluralismo cultural y el relati-
vismo, su relación o diferencias con el multiculturalismo y las alter-
nativas de la interculturalidad, entendida tanto como un tipo de
construcción de las personas en ámbitos de intensos flujos culturales,
como de estrategias y alternativas para la puesta en relación, a través
del diálogo, de sociedades culturalmente diferenciadas.
La exposición anterior justifica la naturaleza conceptual del capítulo
4, orientado a explorar el contenido de conceptos tales como “Estado”
y “nación”, demostrando la falacia de su concepción unitaria, en la me-
dida en que uno es un aparato político y otro una comunidad cultural
construida por ese mismo aparato. Sin embargo, el estatus de naciona-
lidades que reivindican muchos grupos indígenas de América Latina, es
considerado por los estados como un ataque a su integridad territorial
y política, cuando sólo se está reclamando una condición ciudadana
diferenciada. En este sentido las etnias representan opciones de civilización
ante la propuesta homogeneizante de los estados, en la medida en que
son las operadoras actuales de las grandes tradiciones civilizatorias pre-
hispánicas, que requieren de nuevos mecanismos de articulación con las
configuraciones estatales de inspiración occidental. Por ello se hace
necesario redefinir la misma noción histórica de ciudadanía, para que
la igualdad cívica pueda convivir con la diversidad cultural. Intento de-
mostrar entonces, la existencia de hecho de diferentes formas de ciuda-
danía que, aunque no están legisladas en cuanto tales, responden a la
diferenciación cultural real de los estados.
El capítulo 5 propone una muy breve panorámica de los procesos
civilizatorios protagonizados por los grupos etnolingüísticos de la
actual América Latina. Procesos que fueron bloqueados por la inva-
sión europea y el consecuente desarrollo de los que denomino como
Estados de Conquista coloniales. Dichos estados fueron continuados
después de las independencias nacionales, por los que caracterizo
como Estados de Expropiación neocoloniales, la mayoría de los cua-
les pretendió encontrar parte de su legitimación en su pasado indí-
gena, aunque éstos fueron excluidos de los procesos de construcción
PRÓLOGO 19
estatal y nacional. Ello permite advertir que la consecuente represión
de las diferencias culturales, respondió a la búsqueda por imponer
un tipo unitario del ser social, para construir naciones homogéneas
de acuerdo con el modelo referencial europeo. En este contexto que
las actuales demandas indígenas de autonomía representan un inten-
to por conservar o acceder a espacios sociales propios para reprodu-
cirse en cuanto tales, pero no como formas de aislamiento sino como
estrategias de articulación social más igualitarias que las actuales.
El tema de la etnogénesis, que se aborda en el capítulo 6, recoge
una cuestión que ha sido objeto de tratamientos muy disímiles por
parte de la antropología. Por una parte representa el proceso de fisión
de grupos humanos, que a lo largo de toda la historia de la humani-
dad ha representado la base de las diferenciaciones lingüísticas y
culturales. Así, la diversidad del contexto étnico latinoamericano
representa el resultado de los procesos de etnogénesis desarrollados
a partir de las primeras migraciones provenientes del Asia. Dichos
procesos no se clausuraron después de la invasión europea, ya que
en tiempos coloniales se extinguieron muchos grupos pero se desa-
rrollaron otros. Lo mismo ocurrió después de las independencias
nacionales y fenómenos similares ocurren en el presente. Sin embar-
go, la reflexión antropológica se ha demostrado un tanto ambigua al
cuestionar, en oportunidades, la legitimidad de las etnogénesis con-
temporáneas, como si éstas fueran un fenómeno inédito ligado a la
globalización, que pretende ser utilizada para explicar todos los su-
cesos de la actualidad. La emergencia, reconstrucción, resurrección,
transfiguración o reinvención de grupos étnicos que se registra en el
presente, responde a múltiples causalidades que son exploradas en
el texto, y que manifiestan el carácter dinámico de las identidades
étnicas. Éstas son ahora construidas o reconstruidas, con base en
repertorios culturales que pueden ser muy diferentes a los prehispá-
nicos, pero que no por ello son menos legítimos, puesto que no hay
rasgos “esenciales” que definirían los contenidos propios de cada
etnicidad. El hecho a destacar es que los grupos étnicos de América
Latina se multiplican en lugar de disminuir, tal como lo proponían
las visiones centradas en un mundo único en formación.
En el capítulo 7 se recuerda que, desde hace tres decenios, el
análisis de los movimientos etnopolíticos, es decir, aquellas moviliza-
ciones protagonizadas por pueblos indígenas, se ha constituido en
un legítimo campo para la reflexión antropológica. Sin embargo, la
20 PRÓLOGO
[25]
26 ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS
Varios de los colaboradores han descrito los cambios que han tenido lugar
en los sistemas políticos por ellos investigados como consecuencia de la
conquista y dominación europeas. Si no hemos acentuado este aspecto del
tema, es porque la mayoría de los colaboradores están más interesados en los pro-
blemas antropológicos que en los problemas administrativos (1976 [1940]).
4 Las estadísticas sobre la población indígena de América Latina son muy poco
fiables, tanto por la irregularidad de los trabajos censales como por las dificultades
para definir a sus sujetos con criterios unificados. Hasta ahora se sigue utilizando la
lengua hablada como indicador aunque no es el único criterio posible de identifica-
ción étnica. Recurriendo a ese criterio las estadísticas realizadas para fundamentar la
creación del Fondo Indígena hacia 1992 arrojaban la presencia de más de 41 millones
de hablantes pertenecientes a más de 400 grupos. Usando el mismo criterio el núme-
ro actual (2005) ascendería a alrededor de 50 millones, pero si recurre a otros indi-
cadores esta cifra podría llegar a los 75 o más millones de personas que se autoadscri-
ben a una filiación étnica nativa.
ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS 37
Las sociedades nativas de América Latina han desarrollado y desa-
rrollan variados sistemas organizativos, cuyas características actuales
no representan necesariamente la continuidad de las formaciones
precoloniales. Por lo contrario, las configuraciones étnicas contem-
poráneas constituyen resultantes de procesos históricos seculares, no
sólo durante la época colonial sino también bajo los Estados-nación,
así como por la más reciente incidencia de contextos globales. Sin
embargo, a lo largo de esta obra me referiré a cuatro tipos de orga-
nizaciones sociales y políticas básicas de los grupos latinoamericanos,
que la literatura antropológica ha registrado como formaciones estata-
les, jefaturas jerárquicas, configuraciones segmentarias (“tribales”) y socie-
dades de bandas. Pero no las considero momentos de una tipología
evolutiva, tal como la propuesta por E. Service (1964), sino como
configuraciones coexistentes que en el presente manifiestan distintos
tipos de circunstancias políticas, económicas y sociales. En lo produc-
tivo a ellas se corresponderían, a grandes rasgos, la agricultura de
regadío, la agricultura de temporal, la horticultura y la caza y la re-
colección, aunque con frecuencia se registran combinaciones de estas
actividades. Por otra parte, suele considerarse que las lógicas del
consumo privilegiaban el tributo, la redistribución, la reciprocidad
generalizada y la reciprocidad equilibrada respectivamente, aunque
ello no excluía la vigencia de relaciones recíprocas en el ámbito co-
munitario aun en los estados expansivos con sistemas tributarios.
Debo reconocer que esta tipología política puede ser un tanto histo-
ricista, seguramente ambigua y quizá arbitraria, pero no conozco otra
disponible por el momento, puesto que para elaborarla se requeriría
de vastos análisis etnológicos comparativos que infortunadamente ya
no se practican. Es importante, en este sentido, recordar la noción
de configuraciones étnicas, entendiendo como tales a las fisonomías
políticas contemporáneas de sociedades nativas que se han transfigu-
rado a lo largo de los siglos.
Las configuraciones estatales andinas y mesoamericanas eran sin
duda jerárquicas y estratificadas, pero ya no existen y sus descendien-
tes habitan en una multitud de ámbitos aldeanos autónomos, aunque
con distintos niveles de relación entre sí. En dichos ámbitos se pro-
dujo una imposición colonial que supuso la “democratización” de la
vida colectiva, ya que la aristocracia gobernante y sus representantes
fueron progresivamente desplazados y reemplazados por las institu-
ciones propias del municipio castellano de la época, aunque los
38 ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS
5 En los Andes, los curacas y principales fueron reemplazados por los varayoq (“el
que lleva la vara”), instituidos por el virrey Toledo en el siglo xvi como figuras prin-
cipales del cabildo indígena y aunque la antigua aristocracia trató de perpetuarse ac-
cediendo a estos cargos fue progresivamente sustituida por los comuneros (M. Ráez
Retamozo, 2001). Las comunidades andinas han llegado hasta el presente mantenien-
do una lógica corporativa signada por la gestión comunal de los recursos, la ritualiza-
ción del consumo de los excedentes y una interpretación diferencial del papel de las
autoridades comunales que se actualizan para hacer frente a las coyunturas del pre-
sente (J. Contreras, 1996). En mesoamérica, el sistema de cargos, cuyo origen colonial
es discutido, también desplazó la presencia de la aristocracia nativa, aunque fue redi-
señado al incorporarle componentes parentales provenientes del principio de “grados
de edad” propio de los sistema parentales llamados hawaianos que unifican a los
miembros de un sibling (M. Bartolomé, 2003).
ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS 39
Las jefaturas centroamericanas y del norte de América del Sur –la
llamada “área intermedia”– presentan un panorama actual difuso;
algunas lograron reestructurarse y llegar hasta nuestros días redefi-
niendo el papel de sus sistemas jerárquicos, como las de los kunas de
Panamá y Colombia, cuyo principal ámbito actual de toma de deci-
siones colectivas es la asamblea comunal a pesar de mantenerse el
liderazgo de los jefes tradicionales o Sahilas (M. Bartolomé y A. Ba-
rabas, 1998). También sería éste el caso de los ngobe-buglé del mismo
país, entre los que se ha mantenido la jefatura político-religiosa de
los Sukía asistidos por los jefes territoriales Donguen, si bien el actual
Congreso General es la autoridad máxima. Un especial caso de jefa-
tura lo constituyen los naso-teribe de la provincia panameña de Bocas
del Toro, quienes poseen una monarquía hereditaria cuyo rey es
ahora electo por la asamblea, aunque debe formar parte del tradicio-
nal linaje gobernante. Pero otras jefaturas perdieron a los grupos
gobernantes y se transformaron en conjuntos de aldeas con diferen-
tes niveles de articulación entre sí; en ciertos casos parecidas a las
andinas y mesoamericanas y otras más cercanas a las aldeas de las
sociedades segmentarias.
No importa a nuestra argumentación si las jefaturas o “cacicazgos”
constituían un tipo intermedio entre la tribu y el Estado, o la polé-
mica referida a lo inexacto del nombre que algunos pretenden re-
emplazar con la denominación de “sociedades de rango medio”
(véase R. Drenan y C. Uribe, 1987). El hecho es que constituyeron,
y algunas todavía constituyen, conjuntos de poblados dotados de una
territorialidad definida y liderados por jefes políticos. Veamos cómo
recuerda a su antigua jefatura un indígena guambiano de la actual
Colombia, en un texto que presenta mayor información que muchas
monografías teóricas (en L. Vasco Uribe et al., 1993:15):
Este texto, más allá de la idealización del pasado y del rico lengua-
je metafórico utilizado (el sombrero o caracol como expresión de la
circularidad del tiempo y el espacio), da cuenta de algunas de las ca-
racterísticas estructurales de las jefaturas, tales como la presencia de
un jefe principal con mayor rango que los jefes locales, la noción
de un territorio compartido que trasciende el estricto ámbito residen-
cial aldeano y que condiciona la filiación individual, así como la evo-
cación de la existencia de un definido sistema de redistribución origi-
nado en una acumulación colectiva. Por otra parte, destaca que las
actuales comunidades aldeanas son resultantes de una imposición
externa que fragmentó la organización territorial de las jefaturas. Un
aspecto significativo de esta ideología social es la existencia de una
noción de territorio étnico común al conjunto de los miembros del gru-
po, que puede ir más allá de la exclusivista filiación comunitaria.
A su vez, las sociedades agrícolas tribales segmentarias6 de las tie-
rras bajas sudamericanas, se organizan en razón de lógicas políticas
que admiten tanta variedad como similitudes. Cabe destacar que
hasta muy avanzado el siglo xx no fueron frecuentes los estudios de
sistemas políticos en ésta área, ya que los antropólogos siguieron
implícita o explícitamente la propuesta de M. Glukman (1967) refe-
(1996) entre los kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia. Este grupo
tiene dos funcionarios, uno civil y otro religioso, que guían a la colectividad, aunque
el papel del jefe civil, cacique o maku, ha ido disminuyendo en los últimos tiempos.
El verdadero guía es el mama o sacerdote, institución cuyo origen se encuentra en los
mitos fundadores de la cultura y cuya denominación proviene de la palabra nativa
ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS 43
se refiere a un espacio concebido no como posesión sino como po-
sible ámbito de expansión, ya que se practica una rotación de las áreas
de cultivos para impedir la degradación de las parcelas, lo que obliga
a desplazar los poblados después de varios años.
Finalmente tendríamos a las tradiciones originalmente basadas en
la caza y la recolección, cuya misma actividad de apropiación directa
del medio ambiente induce a la constitución de bandas parentales
dedicadas a la obtención de alimentos y cuya magnitud no suele
superar el medio centenar de personas. Cabe destacar que la mayoría
de estas sociedades han sido sedentarizadas de manera compulsiva
por los estados dentro de los cuales están incluidas, lo que ha pro-
ducido radicales transformaciones en las lógicas asociativas parenta-
les que constituirían el espacio básico de la vida política. La antropo-
logía de mediados del siglo xx las había caracterizado como “tribus
marginales”, considerando que su aparente pobreza material prove-
nía de haber sido desplazadas y arrinconadas por las sociedades
agrícolas y horticultoras (J. Steward, 1946). Ahora sabemos, gracias
a algunas investigaciones arqueológicas y varios registros etnográfi-
cos, que se trata de sociedades altamente adaptadas a medios ambien-
tes específicos, muchas de las cuales renunciaron a la incierta aven-
tura agrícola, para mantener estrategias económicas que posibilitaron
su reproducción durante decenas de miles de años (M. Bartolomé,
1995; S. Mora, 2003). Por lo general, los jefes se designaban entre
aquellos más capacitados para la caza o la guerra, actividades funda-
mentales de los cazadores que compiten por recursos. Se trata de
sociedades no estratificadas y sin clases, donde la misma acción polí-
tica de los líderes se limitaba a los momentos en que podían ejercer
sus funciones específicas, ya que el resto del tiempo cada individuo
era dueño de sí mismo y capacitado para desempeñar las mismas
actividades que todos los miembros de su grupo. Tal como lo demues-
tra el registro etnográfico, los mecanismos de control social no de-
penden de la compulsión de los jefes, sino de la internalización in-
dividual de las conductas permitidas o restringidas para el conjunto
de la sociedad (M. Bartolomé, 2000a). La presencia en la conciencia
individual y colectiva de una multitud de prácticas que se encuentran
la visibilidad étnica
ble de ser utilizado para designar distintos tipos de procesos. Para algunos autores
alude a la modalidad contemporánea de la acumulación capitalista. Otros la conside-
ran tanto una consecuencia del “empequeñecimiento” del mundo mediado por las
comunicaciones y los viajes, como la conciencia generalizada de ese empequeñeci-
miento. Para todos, con seguridad alude a un reconocimiento de la interdependencia
planetaria. Lo que aquí me importa destacar es el incremento de las relaciones entre
lo local y lo global, que hace que un término no pueda ser entendido sin el otro.
9 R. Rosaldo (2000) comenta con alguna ironía la multitud de cartas de protesta
recibidas por la publicación Anthropology Newsletter en los años 80, por parte de antro-
pólogos que se sentían excluidos de los debates sobre multiculturalismo. A la comu-
nidad profesional le costaba, y le cuesta, asumir que el actual debate sobre el tema
central de nuestro oficio, la cultura, no nos tenga como protagonistas privilegiados.
Tal vez si hubiéramos logrado ofrecer algún tipo de propuesta colectiva medianamen-
te unificada, nuestra presencia hubiera sido más reconocida, aunque nunca es dema-
siado tarde.
48 ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS
los Balcanes es más religioso y político que étnico, ya que casi todos sus protagonis-
tas forman parte del grupo etnolingüístico eslavo. En lo que atañe a África y al
brutal genocidio producido con la complicidad occidental en Ruanda, contra los
tutsi y los hutus “moderados”, por parte de hutus radicales en 1994, cabe señalar
que ambas denominaciones se refieren a estratos casi estamentales de un mismo
50 ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS
grupo y que hablan la misma lengua. La campaña de exterminio fue organizada por
sectores políticos que corrían el riesgo de verse desplazados, separados por profun-
das diferencias de clase, y que instrumentaron un discurso étnico que no se corres-
pondía con divisiones étnicas reales, tal como lo advirtiera de manera temprana A.
Cohen (1982:323). Sin embargo la prensa difundió los hechos hablando de la mayor
“limpieza étnica” africana. La obra de Mahmood Mamdani, When victims become killer
(2001) representa un clarificador (y estremecedor) testimonio de cómo las filiacio-
nes políticas se manejaron como identificaciones étnicas construidas por los mismos
protagonistas del conflicto.
ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS 51
nes lingüísticas o culturales, o ambas. Etnia no es un término que
ningún grupo humano utilice para designarse a sí mismo (salvo por
influencias externas), sino que es adjudicado a aquellas colectivida-
des humanas diferenciadas por la lengua, la cultura o la organización
política a los miembros de un Estado. Por lo general, se trata de
configuraciones lingüísticas y culturales cuya lógica política no se
relaciona con el desarrollo de estados unitarios y en cuyos sistemas
organizativos juega un papel relevante el parentesco u otras formas
asociativas tales como las corporaciones o las jefaturas. Pero decía
que más que por sus características internas, en las que se registra
una extraordinaria diversidad, son sociedades que han pretendido
ser definidas desde afuera de ellas mismas. El término ha sido histó-
ricamente utilizado por parte de los habitantes de los estados para
designar a las sociedades sin estados “modernos”, es decir similares
a los estados-nación contemporáneos: esto es para nombrar a esos
“otros” a quienes se perciben como carentes de una filiación política
unitaria. Como ya lo señalara una etnia puede entonces ser entendida, en
este nivel, como una sociedad sin Estado. En América Latina dichas so-
ciedades pueden formar parte de un mismo Estado, pero son alternas
o “exteriores” al mismo y se perciben y son percibidas como diferen-
tes al resto de la población. En este caso, suelen ser los descendientes
de los grupos anteriores a la invasión europea, quienes con más fre-
cuencia son caracterizados en términos étnicos. En algunos casos se
diferencian en lo lingüístico, en otros en lo cultural, o por sus aspec-
tos organizativos y eventualmente por el fenotipo físico.12 En su acep-
ción contemporánea “etnia” es entonces una categoría clasificatoria generada
por las sociedades estatales para designar a las que no lo son. Ello no quie-
re decir que una etnia no pueda haber desarrollado su propio apa-
rato estatal anterior a la invasión europea o, eventualmente, que lo
pueda asumir como una opción o proyecto de futuro. Pero en este
último caso y si desarrollara una formación estatal similar a las actua-
poránea, suele ser percibida más a nivel cultural, social o económico que físico. Así
ocurre en Bolivia, México, Perú, Paraguay o Guatemala, donde la categoría “mestizo”
es más cultural que racial, ya que indígenas y no indígenas pueden compartir un
mismo fenotipo. Incluso, en el caso de la población de ascendencia africana, asen-
tada en muchos de los países latinoamericanos, la “negritud” suele ser percibida
como adscripción cultural u organizacional, ya que “no todos los negros son negros”,
sino sólo aquellos que de adscriben a un grupo organizacional donde el fenotipo es
relevante.
52 ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS
las tribus constituyen una etapa de organización social que media entre las bandas
y las jefaturas. Así señala que “todos estos (niveles) están por debajo del nivel general
de Estado o civilización y, justificadamente (cursivas mías), son referidos como “primi-
tivos” (1994, original de 1968).
ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS 53
momento apical del proceso evolutivo, y que por lo tanto sería su
término de referencia. Se trata de una propuesta académica, sin
embargo refleja la inferiorización cultural adjudicada a lo tribal,
históricamente compartida por el pensamiento etnocéntrico o,
mejor dicho, “estadocéntrico”.
Si bien el modelo de Sahlins ha sido acusado de no reparar en el
carácter jerárquico, incluso clasista, que podría tener la relación
entre los segmentos primarios y de no ser suficiente para dar cuenta
de la extraordinaria diversidad de lo “tribal” (M. Godelier, 1974), la
identificación de la lógica asociativa segmentaria sigue siendo, desde
mi punto de vista, un dato básico para la comprensión de las socie-
dades sin Estado y sin jefaturas unificadoras. Tal como lo formulara
Evans-Pritchard en su clásica obra sobre los nuer de 1940, las socie-
dades segmentarias se caracterizan también por su relatividad estruc-
tural, es decir que la relación entre los segmentos puede ser tanto de
solidaridad como de confrontación, por lo que las agrupaciones
segmentarias cobran existencia física e ideológica a partir de las re-
laciones que se establecen entre ellas. Durante mucho tiempo se
pretendió considerar a las etnias como unidades culturales distinti-
vas tratando de objetivarlas en tanto entidades concretas.14 En otros
casos se trató de poner énfasis en los criterios lingüísticos, aunque
se ha demostrado que el parentesco lingüístico no genera necesa-
riamente una identificación compartida. La búsqueda por definir y
localizar lo étnico le ha valido a la antropología ser acusada de
“inventar” etnias, es decir, construir o proponer unidades sociales
o culturales artificialmente delimitadas que se comportarían como
categorías para el análisis antropológico (Ph. Poutignat y J. Streff-
Fenart, 1995).
Es importante insistir en el hecho de que los miembros de las
colectividades estatales tienden a “etnizar”, es decir a percibir en
términos étnicos, a las colectividades humanas que consideran dife-
“la visión sustantivista transforma a cada etnia en una unidad discreta dotada de una
lengua, una cultura, una psicología específica –y de un especialista para describirla”
(1991:243). En este sentido el desarrollo de los estudios de comunidad entre las so-
ciedades indígenas de América Latina puede ser también entendido como una forma
de evitar la difícil conceptualización de lo étnico, al ofrecer a cada investigador un
ámbito social acotado para el desarrollo de su investigación, desde el cual se podía
teorizar sobre las relaciones sociales sin considerar la dimensión étnica.
54 ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS
17 La excepción que confirmaría la regla estaría representada por el caso del pue-
blo gitano. En julio de 2000 se reunieron en Praga representantes del Pueblo Rom
(gitanos) de toda Europa, y demandaron su presencia en el parlamento europeo,
haciendo la salvedad de que ellos, para existir en cuanto tales, no requerían ni de
territorio ni de Estado: por lo contrario, se negaban a la sedentarización forzosa y a
la posibilidad de constituir un aparato político que los incluyera a todos.
ANTROPOLOGÍA POLÍTICA Y RELACIONES INTERÉTNICAS 61
embargo, como hemos visto, ninguna enumeración de rasgos discre-
tos parece suficiente para caracterizarla, incluso el registro etnográ-
fico contemporáneo destaca que la posesión de una lengua propia
no resulta un requisito imprescindible para mantener o desarrollar
una identificación étnica.18 Podríamos entonces concluir proponien-
do una conceptualización instrumental muy general, válida para los
fines de este ensayo, destacando que una etnia organizacional es bási-
camente una colectividad no estatal adscriptiva y por lo tanto identitaria,
basada en sistemas ideológicos y culturales que pueden cambiar con el tiempo
y eventualmente ser sustentados por una lengua compartida. Debo aclarar
que no estoy proponiendo una definición en el sentido estricto del
término, sino una aproximación conceptual que pretende dar cuen-
ta de un dato de la realidad etnográfica a partir de sus características
constitutivas consideradas más relevantes para comprenderlo dentro
de la estructura argumental de la reflexión antropológica.
Quizá las etnias no sean sino Pueblos potenciales, cuyas caracte-
rísticas de sociedades sin Estado no baste para definirlas en cuanto
tales, sino que cada una de ellas debe de tratar de ser entendida con
base en su especificidad y no en sus aparentes similitudes; es decir,
no por la común ausencia del Estado sino precisamente por sus di-
ferencias. Cabe señalar que Pueblo es un término tan válido o ambi-
guo como cualquier otro, ya que no existe un consenso respecto a
sus características distintivas. Su mayor ventaja como concepto instru-
mental radica en ser más aceptado por los movimientos etnopolíticos
al considerarlo más “digno” y menos cosificante que el de etnia, ya que
es percibido como más convincente y socialmente más “cálido” que el
abstracto concepto de etnia. Sin embargo, la noción de Pueblo pare-
ce requerir de la presencia de una identificación colectiva entre los
que hablan la misma lengua y practican la misma cultura, cosa que
no ocurre en los grandes grupos etnolingüísticos. Al igual que etnia
la noción de Pueblo engloba a distintos tipos de colectividades socia-
les que pueden asumirse como tales en distintos momentos de su
proceso histórico. Sean cazadores, agricultores, pastores o miembros
de sociedades tecnológicamente complejas, las etnias o los Pueblos,
18 Éste sería el caso de los coya de Argentina, de los yanacona de Colombia, de los
[63]
64 LOS LABERINTOS DE LA IDENTIDAD
raccionista, el mismo autor en su famoso texto introductorio destaca que “todos los
ensayos aplican un punto de vista generativo al análisis […] nos proponemos explo-
rar los diferentes procesos que al parecer participan en la generación y conservación
de los grupos étnicos” (1976:11).
LOS LABERINTOS DE LA IDENTIDAD 71
a lo organizacional cualquier grupo corporado podría ser considera-
do en términos étnicos (M. Bartolomé, 1997). Éste es el ya mencio-
nado caso de las comunidades aldeanas mesoamericanas y andinas,
puesto que cada una de ellas es capaz de proporcionar a sus miem-
bros datos organizacionales similares a los que caracterizarían a un
grupo étnico. Incluso E. Roosens (1989) apunta que la noción de
frontera, punto focal en el análisis de Barth, supone que este tipo de
límites a la interacción puede generar identidades, pero no necesaria-
mente identidades étnicas.
El riesgo entonces consiste en no poder distinguir las identidades
étnicas de otro tipo de identidades sociales, como en el caso de las
identificaciones comunitarias o la de grupos minoritarios. Es por ello
que H. Vemeulen y C. Groves (1994:3) sugieren que la etnicidad re-
mite precisamente a la conciencia de la cultura étnica, siendo a la vez
una expresión y una parte de esa misma cultura. Creo entonces nece-
sario distinguir entre identidad y conciencia étnicas. Ya en otras opor-
tunidades (M. Bartolomé y A. Barabas, 1977; M. Bartolomé, 1979; M.
Bartolomé, 1997) he propuesto la validez instrumental del concepto
de conciencia étnica,3 entendiéndolo como la manifestación ideológica del
conjunto de las representaciones colectivas derivadas del sistema de relaciones
interiores de un grupo étnico, las que se encuentran mediadas por la cultura
compartida. Se trata de otorgarle un papel específico en las configura-
ciones identitarias tanto a los referentes culturales derivados de la so-
cialización como a las relaciones contrastivas, las que en conjunto in-
fluyen en el tipo de definición del “nosotros étnico”. Lo organizacional
no puede entonces desvincularse de lo cultural que le otorga una
significación específica, aunque ese patrimonio sea históricamente
cambiante y se encuentre desigualmente repartido entre los miembros
del grupo, como nos lo recuerda el ensayo más reciente sobre el tema
del mismo F. Barth (1994:14). Mis anteriores observaciones coinciden
con la propuesta de G. Giménez (2000:52) quien observa que la iden-
3 Para los fines de este ensayo recurro a una noción de “conciencia” distinta de
sus usos psicológicos o de los filosóficos propios del idealismo. Prefiero su sentido
“vulgar”, en tanto que refiere al conocimiento que la persona tiene de sus percep-
ciones, estados, sentimientos, ideas, voluntades, capacidades, etcétera. En todo caso,
puedo quizá vincularla con la perspectiva kantiana que distingue entre una con-
ciencia discursiva, representada por el “yo” que reflexiona, y una conciencia intui-
tiva que sería la experiencia empírica interiorizada; ambas constituirían el conjunto
de la conciencia como totalidad.
72 LOS LABERINTOS DE LA IDENTIDAD
dad que suele vincular a las ciencias sociales en América Latina con la producción
de los países metropolitanos, de la que no está ausente ni el resquemor ni el re-
conocimiento. Se basa en el hecho objetivo de que ninguna de las obras contem-
LOS LABERINTOS DE LA IDENTIDAD 75
condiciones e identificaciones
la identidad de los “sin tierra” de Brasil, a la identidad de “afectados” por las gran-
des obras de infraestructura o a la identidad de los practicantes de surf. Sin embar-
go, todas estas supuestas filiaciones identitarias son en realidad condiciones pasaje-
ras, ya que desaparecen al poseer tierras, recibir compensaciones adecuadas o
abandonar la práctica del deporte.
78 LOS LABERINTOS DE LA IDENTIDAD
discursos de la identidad
México. Una de sus concreciones fue la ciudad-estado de Monte Albán que los uni-
ficó políticamente a partir del siglo v a.C. Pero desde el siglo viii (d.C.) se diferen-
ciaron en distintos ámbitos geográficos, dando lugar a configuraciones culturales
específicas, cada una de las cuales maneja ahora una distintividad cultural y lingüís-
tica respecto a las otras, como resultado no sólo de su larga separación, sino también
por las características locales que adquirió en cada caso el proceso colonial.
84 LOS LABERINTOS DE LA IDENTIDAD
ambigüedades conceptuales
[85]
86 PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD
ción posible. Por ello E. Wolf (1988) proponía que los conceptos
deben ser tratados como un conjunto de herramientas, a través del
cual podemos revisar de manera periódica y crítica nuestras ideas.
Espero que así, por lo menos, el lector de estas páginas sabrá el
sentido que se otorga a cada concepto utilizado a lo largo de una
exposición como la presente.
No quiero pecar de una especie de academicismo profesional
excluyente, sino recordar lo que mis antecesores y colegas de distin-
tas escuelas y países, establecieron y propusieron como resultado de
las investigaciones etnográficas. Precisamente el conocimiento etno-
gráfico es el que tiene la mayor posibilidad de comprender y evaluar
la dinámica étnica contemporánea, proporcionando un panorama
más realista de procesos sociales, que ahora parecen sorprender a
aquellos que se habían mantenido al margen de nuestro conocer. Y
es que la etnografía a menudo fue y es acusada de proponer una
apología del exotismo, al pretender exponer y valorar la inocultable
presencia de las alteridades culturales, en el marco de las sociedades
estatales que las consideraban sólo como arcaísmos relictuales, desti-
nados a ser rápidamente absorbidos por una pretendida, y muchas
veces anhelada, modernidad occidental. El paradigma de la acultura-
ción, entendido como la necesaria integración de las sociedades nativas
en el seno de las culturas dominantes en los estados, se ha demostrado
inadecuado para comprender los actuales procesos de transfiguración
étnica: las culturas se transforman pero las identidades que generaron
se mantienen y redefinen, basándose en un cambiante repertorio de
referentes culturales que se asumen de manera emblemática. Queda
ya claro que las identidades étnicas no refieren de manera necesaria a
un patrimonio cultural “tradicional” exclusivo.
Cabe incluso señalar que las mismas conceptualizaciones acuñadas
hace años por la antropología son ahora redescubiertas por distintas
disciplinas, creyendo arribar a los que para los antropólogos fueran,
a veces, básicos puntos de partida. Y entre ellos están no sólo la ma-
nipulada noción de cultura, sino también el tema de las identidades
étnicas.1 A esta altura de una no planeada apología profesional pa-
Kuper (1999), quien realiza una revisión histórica de las formulaciones del concep-
to cultura. Su ensayo está atravesado por la desconfianza ante un concepto que
sirvió, en su momento, para justificar etnológicamente el apartheid en Sudáfrica.
Cuestiona entonces lo que él considera una apología de la diferencia que serviría
para fomentar la desigualdad y propone centrarnos más en lo que tenemos en
común que en aquello que nos diferencia. Pero su argumentación está implícita-
mente transitada por una arcaica pero recurrente filosofía de la ilustración que
propone la universalidad de lo humano, la misma que sirvió históricamente para
imponer formas culturales a los pueblos colonizados en nombre de una “civilización
universal”.
88 PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD
das en símbolos [...] por medio de los cuales los hombres comunican, perpetuan y
desarrollan su conocimiento y su actitud ante la vida” (1987:27-88).
PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD 89
los determinantes del medio ambiente y su relación con la cultura
(1979:521-522). Sin embargo, cabe apuntar que su rígido determinis-
mo minusvalora precisamente el papel de la cultura en la definición y
apropiación del medio que finalmente es culturalmente construido.
Conocer las relaciones genéticas entre los hechos de la realidad,
las conductas y sus representaciones, con frecuencia obscurecidas por
el tiempo, no supone acceder de manera automática a su significa-
ción contemporánea, ya que ésta es la que la gente vive y no la que
“debería vivir”. Si un judío o un árabe no comen cerdo porque forma
parte de sus tabúes culturales, el saber que el tabú se originó hace
siglos en el temor de la triquinosis porcina, no ayuda a comprender
la actual vivencia cultural de la restricción alimentaria y su diferen-
ciador papel identitario. La oposición que establece Geertz (op. cit.)
entre la búsqueda de leyes y la búsqueda de significados, privilegiados
estos últimos por la antropología interpretativa (que “redescubre” la
hermenéutica), no me parecen excluyentes sino complementarias.
Concuerdo, en este sentido, con E. Gellner (1997) en su atinada
crítica al idealismo fenomenológico cuando asienta que:
confección del arma (que puede llevar una punta metálica tomada
de los blancos), el cálculo balístico de la trayectoria del proyectil, lo
que incluye el movimiento del animal, la intensidad del viento y la
fuerza a ser aplicada, la noción local de la muerte y un largo etcéte-
ra. ¿Cuáles de estos múltiples factores que intervienen corresponden
a la sociedad y cuántos a la cultura? Si la cultura es la trama de sig-
nificados, el texto que orienta la experiencia, y la sociedad el pro-
ducto de la acción social, es decir de las experiencias concretadas en
conductas, ambos son dos aspectos de un mismo fenómeno cuya
interpretación holística se resiste a la fragmentación conceptual. La
distinción es arbitraria y responde más a las abstracciones y tradicio-
nes académicas que a la realidad vivida por el cazador (emic) y per-
cibida por el investigador (etic), donde todo acto es inseparable de
los códigos normativos y simbólicos que guían la acción. Esta percep-
ción global no excluye el hecho de que por razones metodológicas,
y aunque no haya leído a Derrida, el antropólogo se vea obligado a
deconstruir la cultura, recurriendo a categorizaciones, quizá arbitra-
rias, para investigar aspectos seleccionados de la totalidad.
De hecho, en las situaciones coloniales o neocoloniales, caracteri-
zadas por el predominio de un grupo humano sobre otro y donde
el primero tiende a modificar el comportamiento del grupo subalter-
no, las conductas del sector subordinado suelen modificarse antes que
sus normas culturales. En su expresión extrema dicha situación da
lugar a los procesos de anomia, es decir, a la pérdida del orden sig-
nificativo de la sociedad y a la consiguiente crisis de sentidos cósmicos
y culturales que se producen cuando se fractura la asociación del
nomos con el cosmos. Son por ello frecuentes los procesos simbólicos
e ideológicos adaptativos que tratan de traducir la nueva realidad en
términos de los códigos preexistentes. Pero sin acceder a las conduc-
tas contradictorias operantes en los sistemas interétnicos, nos encon-
traríamos sólo con esquemas ideológicos, con textos y recursos dis-
cursivos que aluden pero que no necesariamente reflejan la situación
de las culturas involucradas. En los procesos interculturales, y recor-
demos que la globalización hace que todo el mundo los manifieste
en mayor o menor medida, cada cultura no puede ser concebida
como una totalidad aislada y coherente en sí misma, sino por su re-
lación con los contextos económicos y políticos dentro de los cuales
está involucrada. Por ello, en el estudio de las dichos procesos las
culturas en contacto no pueden ser entendidas sólo como estructu-
PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD 93
rados códigos normativos, sino también como sistemas conductuales
que a veces no reproducen sus propias normatividades y de los cuales
no está ausente el conflicto.
M. Harris trató de recuperar la antigua perspectiva antropológica
afirmando con poco frecuente sencillez que “una cultura es el modo
socialmente aprendido de vida que se encuentra en las sociedades
humanas y que abarca todos los aspectos de la vida social, incluidos
el pensamiento y el comportamiento“ (2000:17). Dentro de esta
perspectiva se puede proponer entonces que la cultura es una cons-
trucción ideacional y material, históricamente trasmitida dentro de
una colectividad, cuya normatividad no excluye una eventual conflic-
tividad que influye en sus transformaciones históricas. Y esto no
pretende ser una definición, sino una idea general de lo que de aquí
en adelante entenderé por cultura cuando la nombre, donde no
deseo separar las ideas de las obras, ni los símbolos de los objetos
que pueden encarnarlos. Hace ya algunos años W. Goodenough
(1976 [1971]) proponía diferenciar a la cultura como conocimiento
de sus manifestaciones concretas entendidos como artefactos cultura-
les, que pueden ser tanto materiales, como sociales o ideológicos. Esos
artefactos culturales son los que permiten acceder a las culturas no
sólo como normas sino como desempeños. Los sistemas ideológicos
y discursivos culturales sólo adquieren coherencia interna cuando se
plasman en conductas; vinculación que hace que las cosas que la
gente dice y las que la gente hace se constituyan en unidades de
sentido dentro de una lógica compartida. A esto es precisamente a
lo que aluden las sociedades indígenas cuando plantean la defensa
de sus culturas avasalladas: tanto a los significados como a los signi-
ficantes que los expresan. Ello destaca que las percepciones emic,
generadas por la reflexividad de los actores involucrados, no aluden
sólo a ideas sino también, y básicamente, a conductas cuyo conjunto
es muchas veces englobado con el término “costumbre”.4
5 Appadurai propone que “Al implicar una sustancia mental, el sustantivo ‘cul-
tura’ parece privilegiar las ideas de estar de acuerdo, estar unidos y de lo compar-
tido por todos [...] frente al hecho del conocimiento desigual y del diferente
prestigio del que gozan los diversos estilos y formas de vida, y parece desalentar que
prestemos atención a las visiones del mundo [...] de aquellas personas que son
marginados y dominados” (2001:27). Pero el autor parte de una premisa no demos-
trada sino de una “sensación”, ya que le “parece” que el sustantivo alude a la cultu-
ra como una “cosa”, ante lo cual otro podría decir que la “siente como un abismo”,
la “intuye como un pájaro”, o cualquier otra percepción analógica subjetiva.
98 PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD
Los etnógrafos nos parecían como actores en un teatro del absurdo. Busca-
ban paradójicamente expresiones poco contaminadas de rituales sincréticos,
es decir infectados, híbridos e impuros por definición.
culturales se han estandarizado como una alternativa a (o una subsunción de) las
disciplinas académicas de la sociología la antropología, las ciencias de la comunica-
ción y la crítica literaria, en el marco general de la condición posmoderna. El
ámbito preferencial de los estudios es la cultura popular”. No cabe aquí realizar un
listado de sus exponentes metropolitanos y de sus seguidores periféricos.
8 N. García Canclini señala: “Entiendo por hibridación procesos socioculturales
la teoría de los sistemas que en las ciencias sociales, resulta útil en la medida que
posibilita reemplazar al término “desarrollo”, que suele estar permeado por las
valoraciones frecuentes tanto en las perspectivas evolucionistas unilineales como en
el uso popular (M. Barlolomé y S. Varese, 1986).
102 PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD
o cualquier otro tipo de lógica social, como si éstas fueran independientes de las
transformaciones históricas de los sujetos sociales y el ser fuera independiente de
su acontecer. No queda claro si se trata de un esencialismo neohegeliano o una
“una disposición permanente del espíritu humano”, de acuerdo a la indemostrable
propuesta del estructuralismo.
PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD 103
suelen ser resignificados y refuncionalizados por el nuevo contexto
cultural al que arriban, hasta transformarlos en signos compatibles
con los otros signos que integran el sistema cultural y su código. Así,
por ejemplo, el estatus otorgado por una tiara de plumas a un miem-
bro de un grupo amazónico, se puede proyectar a la posesión de un
arma de fuego, si ambos pasan a indicar similares contenidos de
prestigio y logro personal. Lo mismo se aplica a las decoradas pick up
que utilizan los rancheros de ambos lados de la frontera entre Méxi-
co y los Estados Unidos, las que ahora reemplazan los aspectos sim-
bólicos que ofrecían la velocidad y la elegancia de los caballos de
estos antiguos vaqueros. En los elaborados altares de muertos que
realizan los miembros de las culturas indígenas de México, se pueden
apreciar ofrendas de manufacturas occidentales junto con productos
artesanales provenientes de muy antiguas tradiciones; sin embargo,
una aproximación más cuidadosa nos permitirá apreciar la existencia
de diferentes imágenes culturales de los objetos de “razón” (manufac-
turas occidentales) respecto a los de “costumbre” (tradicionales) que
condicionan la valoración de los mismos (M. Bartolomé y A. Barabas,
1982). Todas estas aparentes síncresis no constituyen necesariamente
indicadores de “aculturación”, de aceptación acrítica de rasgos exóge-
nos como inicio de un proceso de desplazamiento y reemplazo de la
cultura propia, sino de una transfiguración étnica que algunos podrían
ahora intentar leer como resultado de la hibridación cultural.
Hace ya algunos años, y a partir de nuestras investigaciones etno-
gráficas sobre cuatro culturas nativas del estado mexicano de Oaxaca,
que se encuentran en distintos estados de desplazamiento lingüístico
y cultural (M. Bartolomé y A. Barabas, 1996), propusimos la utiliza-
ción del concepto de transfiguración étnica,11 para denotar los procesos
de cambio a los que algunas culturas recurren, pero no para desapa-
recer, sino para poder seguir siendo ellas mismas. Se trata de estrate-
gias adaptativas que las sociedades subordinadas generan para sobrevivir y
que van desdibujando su propio perfil cultural: para poder seguir siendo hay
que dejar de ser los que se era (1996:34). La adopción de rasgos, prácti-
to por mi recordado colega y amigo Darcy Ribeiro (1970). Pero él lo concibió como
una adaptación tanto biológica como cultural, que incluía una voluntad hacia el
mestizaje y a la adopción de rasgos materiales y simbólicos de la sociedad dominan-
te, orientados hacia el cambio de la fisonomía cultural para lograr ser aceptados
por los miembros de la sociedad regional.
104 PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD
pluralismo cultural
relativismo cultural
nas. Ello es posible sólo a aquellos que están dispuestos a adaptarse a las
maneras extrañas de pensar y de sentir de los pueblos primitivos.
multiculturalismo
como una mano de obra barata, sino como una intrusión cultural
“premoderna” en las sociedades receptoras.
La polémica sobre el multiculturalismo es compleja porque suele ser
definido de acuerdo con los intereses o percepciones de los analistas. Con
frecuencia no se cita una propuesta concreta, sino que se construye una
especie de modelo, que coincide con todo aquello que cada autor no
acepta. Así se le puede adjudicar al multiculturalismo el ser una criatura
del capitalismo multinacional y de la globalización, que en nombre de la
diversidad promueve la fragmentación cultural y la “coexistencia híbrida
e intraducible” de distintas culturas (N. Mira, 2001). O, desde el polo
opuesto de la percepción, hay quien lo considera como la siniestra expre-
sión de una conspiración neomarxista –sin citarlos–, en la cual “el mal es
inherente al proyecto”, ya que pretendería fragmentar y debilitar a los
estados (G. Sartori, 2001). Precisamente en el reciente y muy comercial-
mente difundido ensayo de G. Sartori se pretende establecer una oposi-
ción tajante entre pluralismo y multiculturalismo, como concepciones
antitéticas que se niegan entre sí. La propuesta del autor es que el plura-
lismo se basa en la tolerancia del otro, en tanto que el multiculturalismo
afirma la diferencia y la impone desmembrando a la sociedad. Sus pro-
puestas son indefendibles ya que de manera arbitraria adjudica al multi-
culturalismo una supuesta voluntad de imponer obligatoriamente las di-
ferencias culturales. Pero la opción política del multiculturalismo no se
basa en la presencia de una multitud de culturas mutuamente excluyentes
sino todo lo contrario. S. Castles (2000:5) concluye destacando que el
multiculturalismo supone abandonar el mito de los estado-nación homo-
géneos y monoculturales, así como reconocer el derecho al mantenimien-
to de la cultura propia y a la igualdad social evitando la discriminación.
Sin necesidad de aumentar la discusión, podríamos entonces señalar que
el multiculturalismo alude tanto a una realidad empírica como a las valo-
raciones y prácticas que esa realidad produce.
multiculturalismo y pluralismo
pensar la interculturalidad
los individuos construidos por la sociedad industrial, quienes al cruzar las fronteras
se comportarían “como un turista que va con su vademécum, seguro que todo lo
que tendrá que hacer será localizar la nueva frase correspondiente a una vieja y
familiar necesidad. El turista pasaría de un área a otra sabedor de que en cada una
de ellas las necesidades humanas se limitarían a las de alojamiento, comida, bebida,
combustible, oficinas de turismo y pocas cosas más” (1988:131).
124 PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD
20 Este autor señala que “no se exagera, por tanto, si se observa que no es la
lógica del diálogo de las culturas, sino esa otra lógica del modelo de una civilización
reductora y niveladora de las diferencias la que rige la configuración actual del
planeta, al menos en lo que atañe a su superficie”, R. Fornet-Betancourt (1998).
PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD 127
como la propusiera Karl-Otto Apel,21 ya que tendría que sobreponer-
se a la lógica impositiva del sistema mundial capitalista y de sus im-
periosas necesidades económicas.
Las sugerentes perspectivas filosóficas de K. Apel sobre la ética del
discurso, la de J. Habermas (1987) referida a la acción comunicativa
y la renovada hermenéutica de H. Gadamer (1993), llevaron al an-
tropólogo R. Cardoso de Oliveira (1998) a intentar aplicarlas a la
comunicación intercultural entre indígenas y no indígenas, en la que
se produce una confrontación de horizontes semánticos aparente-
mente irreductibles entre sí. Por una parte, Cardoso señala que si
bien la racionalidad cultural de específicas normas morales no obli-
gan a su aceptación al interlocutor de otra cultura, en los sistemas
interétnicos la confrontación de normas está condicionada por la
indudable jerarquización de una cultura sobre la otra. Se registra
entonces una ausencia de democratización (rectitud) de las relacio-
nes, las que junto con la inteligibilidad, la verdad y la veracidad
constituirían los requisitos de validez de un diálogo, por lo que éste
estaría siempre condicionado por las reglas del discurso hegemóni-
co. Una similar constatación ha inducido al filósofo R. Fornet-Be-
tancourt a indicar que el diálogo intercultural no puede estar do-
minado o colonizado culturalmente por ninguna cultura específica.
Este autor destaca que ni el marxismo, ni la filosofía de la libera-
ción, ni la teoría de la acción comunicativa, son cambios de la filo-
sofía occidental que trasciendan su propio ámbito, constituyendo
sólo “transformaciones monoculturales de la filosofía”, coincidien-
do así, tal vez sin conocerlo, con el hindú Parekh (op. cit.). Ante
esta constatación propone renunciar al pensamiento único, basado
en un solo modelo teórico y conceptual que sirva de paradigma
interpretativo, y abrirse a un diálogo basado en la relación igualita-
ria de los distintos logos que intervienen, a partir de la asunción de
la legitimidad de cada uno de ellos (1994).
En síntesis, que sin tomar en cuenta las relaciones de poder invo-
lucradas, la construcción de una comunidad de argumentación in-
tercultural constituye más una apelación a su indudable necesidad
que a sus posibilidades fácticas de concreción, aunque explorar sus
Bohórquez si “¿es posible establecer una macroética desde la cual se pueda funda-
mentar un conjunto de normas mínimas necesarias y de validez planetaria que haga
de la responsabilidad solidaria una praxis colectiva, como sugiere Karl-Otto Apel en
su ética del discurso? ¿Puede la racionalidad argumentativa sobreponerse a la ra-
cionalidad capitalista para lograr un consenso efectivo y real respecto a los derechos
humanos básicos que deben ser satisfechos no sólo para el 20% privilegiado sino
para la totalidad de la población del planeta?” (2001:9).
PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD 129
artesanales organizados en torno a lógicas parentales. El éxito eco-
nómico de las unidades productoras y del pueblo en general es no-
table, pero más notable es el éxito de su reproducción cultural y de
su vitalidad lingüística, que lo hace único en el panorama de los otros
pueblos zapotecos del Valle. Artistas nacionales y extranjeros se vin-
culan con los diseñadores locales e intercambian ideas e innovaciones
estéticas. Los compradores y turistas visitan los talleres donde se
puede negociar con tarjetas de crédito, euros o dólares y dialogar en
castellano o inglés, aunque los vendedores cambien automáticamen-
te al zapoteco al hablar entre ellos. El mantenimiento de las tradicio-
nes culturales propias no ha significado ningún obstáculo para las
relaciones mercantiles, ya que la colectividad se articula con la socie-
dad envolvente a partir del nivel económico, habiendo logrado man-
tener su autonomía política basada en el tradicional “sistema de
cargos” y una vida ritual colectiva que sigue sus propios términos. En
este caso, bastó un nivel comunicativo eficiente, el económico, para
desarrollar una relación intercultural lo suficientemente equilibrada
como para que estos zapotecos se sientan orgullosos de serlo, en un
contexto regional que tiende hacia la estigmatización y renuncia de
la identidad étnica. No ha sido necesaria la creación de una comple-
ja comunidad epistémica para que la comunicación y la relación in-
tercultural se desenvuelvan dentro de márgenes aceptables. Al pare-
cer, un cierto éxito económico de las poblaciones nativas no produce
la integración al sistema envolvente, sino un rediseño cultural, al que
hemos llamado transfiguración étnica, que favorece la reproducción
identitaria en un nuevo contexto, del que no se puede excluir la
abrumadora magnitud del poder económico y simbólico que provie-
ne del exterior. Éste sería también el caso de otros grupos étnicos
tales como los quechua otavaleños del Ecuador, los zapotecos binizá
del Istmo de Tehuantepec, los kuna de Panamá o los makká del Pa-
raguay, quienes han logrado una articulación adaptativa que no im-
plica una asimilación cultura al Estado que los contiene.
Pero los anteriores son, lamentablemente, los casos menos fre-
cuentes. La comunicación intercultural no depende sólo de la dispo-
sición a dialogar de la parte estatal del sistema comunicativo, sino
cada vez más de la capacidad indígena de asumir y defender posicio-
nes que supongan una cuota de poder adicional, lo que puede ser
más comprendido por los estados que la argumentación ética y mo-
ral. Así lo demuestra la importancia política que han cobrado los
130 PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD
miento al Socialismo liderado por Evo Morales, parece ser el favorito en las próxi-
mas elecciones presidenciales de Bolivia. Su triunfo significaría la presencia, por
primera vez en la historia de su país, de un presidente proveniente de la sojuzgada
mayoría poblacional nativa, históricamente reducida a la condición de minoría
sociológica.
PLURALISMO E INTERCULTURALIDAD 131
La evidencia histórica reciente demuestra entonces que el posicio-
namiento político, la acción militar o la movilización colectiva, han
permitido a los indígenas la posibilidad de ser escuchados por inter-
locutores que permanecieron sordos durante siglos a las demandas
políticas, económicas, éticas y morales de los pueblos nativos. Es la-
mentable que la violencia, y en menor medida la presión, sean los
recursos para acceder a posiciones más igualitarias dentro del proce-
so comunicativo. Pero al parecer es el único lenguaje que permite el
desarrollo de campos semánticos compartidos. El humanismo gené-
rico nunca ha sido capaz de proponer y generar un sistema de rela-
ciones interétnicas igualitario en América Latina, pero la violencia o
la movilización constante tienen un costo demasiado alto como para
proponerlos en calidad de alternativas viables. Sin embargo, la expe-
riencia histórica reciente es demasiado clara como para dejar dudas
al respecto. Para evitar la reiteración de los conflictos cabe a las so-
ciedades políticas y a las sociedades civiles reconocer la necesidad de
un diálogo intercultural, que proviene de un hecho que debe ser
reconocido en toda su dimensión: la propuesta del Estado-nación
culturalmente homogéneo ha fracasado, el carácter pluricultural de
los Estados es un dato que puede no gustarles, pero que forma parte
de una realidad insoslayable. Se trata de construir sistemas de articu-
lación de la diversidad igualitarios, en los que cada una de las partes
no pretenda modificar a la otra, pero que todas estén abiertas a las
posibilidades de enriquecimientos mutuos.
4. ESTADOS, NACIONES Y CIUDADANÍAS1
[133]
134 ESTADOS, NACIONES Y CIUDADANÍAS
2 La palabra nación proviene del verbo latino nasci (nacer) y en su sentido ori-
ginal se refería a los nacidos en un mismo lugar, tales como a las comunidades
universitarias medievales, pero para fines del siglo xviii pasó a designar a los po-
bladores de un país, de un Estado, aunque en un sentido secundario también de-
signaba a los pueblos extranjeros: por ejemplo, pueblo de Israel y naciones gentiles
(D. Rustow, 1976, vii: 301-311).
ESTADOS, NACIONES Y CIUDADANÍAS 135
francés.3 Pero la mayoría de los actuales estados europeos no pueden
remitir sus orígenes a una composición étnica exclusiva, situación en
la que se encuentran la totalidad de las formaciones estatales latinoa-
mericanas que se asumen como uninacionales. Sin embargo, y a
partir de las actuales reivindicaciones nacionalitarias de las socieda-
des indígenas, con frecuencia etnia y nación son concebidos y utiliza-
dos como términos excluyentes y antagónicos, al suponer que la
existencia de la primera dentro de un Estado, supone un riesgo para
la nación concebida como formación social y cultural homogénea.
Propongo entonces realizar una breve reflexión en torno a esta apa-
rente contradicción, recogiendo la propuesta que hiciera A. Smith
(2000:31) en el prefacio a la traducción castellana de su obra Nacio-
nalismo y modernidad, en el que señala que:
aparatos estatales
alrededor de 15% lo hablaba “correctamente” (es decir, la versión que después fue
oficial), tal como fuera documentado por Ferninand Brunot en su Histoire de la
langue francaise (1927-1943) y citado por E. Hobsbawm (1997:69).
136 ESTADOS, NACIONES Y CIUDADANÍAS
configuraciones nacionales
9 Se desarrolla así una ciudadanía civil referida a los derechos ciudadanos tales
como la propiedad, la liberta del acceso a la justicia, etc. También implica una ciuda-
danía política que supone el derecho a participar en el poder público y una ciudadanía
social basada en el derecho a recibir apoyo de las instituciones estatales.
144 ESTADOS, NACIONES Y CIUDADANÍAS
el “nacionalismo” indio
Más allá de las características internas que tengan estas nuevas colec-
tividades estatales, lo que representa una responsabilidad de todos
sus integrantes y no una decisión unilateral del Estado, cabe interro-
garnos sobre el tipo de ciudadanía que generan. No se trata de rea-
lizar una propuesta legislativa que multiplique el vasto universo de
leyes ociosas existentes, sino un ejercicio de reflexión destinado a
explorar y ampliar las posibilidades del campo social involucrado. Y es
que las demandas ciudadanas indígenas contemporáneas se basan en
una politización de las identidades, que pasan a ser asumidas como
152 ESTADOS, NACIONES Y CIUDADANÍAS
Los flujos globales, las identidades múltiples y las redes transfronterizas, re-
presentadas por las comunidades migrantes transnacionales, ponen a prueba
críticamente los supuestos previos de que el Estado-nación funciona como
una especie de contenedor (exclusivo) de los procesos sociales, económicos
y políticos.
[163]
164 PROCESOS CIVILIZATORIOS Y AUTONOMÍAS ÉTNICAS
tado a la civilización afirmando que “la riqueza cultural que llamamos civilización
debe instituirse en forma de Estado” (M. Sahlins, 1972).
3 Para Mauss los hechos o fenómenos de civilización serían aquellos que son
difundía por las tierras bajas vecinas de las laderas orientales de los Andes. El
“tapón” del Darién no era un obstáculo para la comunicación, como lo testimo-
nian las figurinas de tradición chibcha halladas en sitios de los mayas de Yucatán;
PROCESOS CIVILIZATORIOS Y AUTONOMÍAS ÉTNICAS 169
de la expansión de las culturas locales y tradiciones civilizatorias
abarcativas, no implicaba un proceso de unificación. Claro está que
todos los grupos étnicos –como cualquier agregado humano– podían
ser calificados de etnocéntricos pero, tal como lo advirtiera Pierre
Clastres (1981), sólo aquellos portadores de rígidas maquinarias es-
tatales podrían ser en algunos casos acusados de etnocidas.8 Ello no
se debía a una razón humanística, sino al hecho de que ni los sistemas
tributarios ni los sistemas productivos, redistributivos o de intercam-
bio existentes, requerían de la homogeneización lingüística o cultural
para funcionar en forma adecuada. Fuera de aquellos ámbitos esta-
tales que pretendieron imponer un patrón lingüístico y cultural ex-
clusivo, la dinámica cultural global, en razón de sus propias lógicas
económicas y políticas, se orientaba hacia la diversidad y la diferencia
y no a la homogeneización y la uniformidad.
Asistimos entonces para la época de la invasión europea a un pa-
norama de extrema complejidad, con tendencias diversas y a veces
contradictorias. Por una parte, las comunicaciones en toda el área
tendían hacia una mayor fluidez; por otra parte, las autonomías cul-
turales locales eran generalmente defendidas, configurando sistemas
globales de alta diversidad estructural. Pero sistemas cambiantes,
sometidos a procesos dinámicos, cuyas configuraciones históricas
pueden ser percibidas como momentos que atravesaron las distintas
formaciones sociales; cada una de ellas poseedora de específicas ca-
lidades distintivas. Así, en la región coexistían diversos sistemas socio-
organizativos, cada uno de los cuales representaba una experiencia
singular de convivencia humana: sociedades de bandas, jefaturas
laxas o verticales, sociedades jerárquicas o igualitarias, liderazgos
chamánicos, democracias representativas o participativas, sociedades
parentales de linajes asociados, clanes piramidales, teocracias, seño-
ríos, monarquías: términos que son sólo rótulos aproximativos para
maba la lucha cuando alguna era derrotada, realizando incluso alianzas bélicas
coyunturales con otras parcialidades étnicas, cuya existencia se reducía a los perio-
dos de más intensas confrontaciones armadas. Entre los muchos ejemplos de estas
etnias que tanto lucharon para conservar su autonomía, destacan los yaquis de
México, los mapuches de Chile y Argentina, los chiriguanos de Bolivia, los payaguá
y ayoreo de Paraguay, etcétera, cuyas resistencias se prolongaron mucho más allá
del periodo de imposición colonial hispana o portuguesa.
PROCESOS CIVILIZATORIOS Y AUTONOMÍAS ÉTNICAS 173
ción colonizada, categoría que se aplicó indistintamente al conjunto
de los componentes del mosaico cultural del área y cuyo valor clasi-
ficatorio radicaba precisamente en su posibilidad de otorgar un
predicado unívoco a toda la población subordinada. Esta categoría
–estigmatizada y estigmatizante–, cuyo significado original se ha man-
tenido durante centurias, fue progresivamente internalizada por los
dominados hasta llegar a constituirse en uno de los componentes de
su identidad social: a informar aquella parte de la identidad que se
resuelve a través de la confrontación con un “otro”, ese “otro” estaba
representado por el colonizador.
Pero la homogeneización social, como todo proceso hegemónico, fue
tendencial y no total. La identidad de “indio” no fue la única que
asumieron los dominados. La misma segregación residencial y la
persistencia de rigurosas fronteras a la interacción, posibilitaron el
mantenimiento, desarrollo y transformación procesal de otros com-
ponentes de la identidad social. Me refiero a aquellos enmarcados
en el ámbito de la memoria colectiva y reproducidos a través de los
múltiples mecanismos de la cotidianidad. La persistencia de espacios
sociales (la familia, la comunidad, los ámbitos sacrificiales) y semán-
ticos propios, permitió la vertebración de lo que en otra ocasión he
calificado como una cultura de resistencia (M. Bartolomé, 1988) que
se abrió paso a lo largo de las centurias coloniales. Ninguna prueba
mejor de la presencia de dicha cultura de resistencia, que su violen-
ta eclosión en los estallidos insurreccionales en los que siempre
afloraron ideologías y prácticas aparentemente desaparecidas, las que
manifestaban el mantenimiento de las tradiciones propias a pesar de
la subordinación cultural (véase, para Mesoamérica, A. Barabas, 1989,
2003; para las culturas andinas, J. Ossio, 1973; A. Flores Galindo,
1988; para América del Sur, M. I Pereira de Queiróz,1969).
Un tipo de formación económica y política como la desarrollada
en los Estados de Conquista no requiere de la homogeneización lin-
güística de sus habitantes, puesto que no está organizada en función
de una libre circulación mercantil interna, sino que su producción
es de orientación externa: son configuraciones económicas y políticas
creadas para ser sorbidas, expoliadas. En ellos grandes sectores de
los grupos indígenas más involucrados en el sistema colonial, pasaron
a configurarse como pueblos-clase dentro del modelo económico im-
perante; el que incluso se reprodujo al interior de algunos grupos,
cuyos dirigentes fueron reclutados de acuerdo con la tradicional in-
174 PROCESOS CIVILIZATORIOS Y AUTONOMÍAS ÉTNICAS
Hacia fines del siglo xviii y comienzos del xix Europa fue escenario
de una radical transformación de sus estructuras políticas, pautada
por la emergencia del Estado-nación, que marcaba el ascenso de la
burguesía al control del aparato político de sus sociedades, despla-
zando a las monarquías patrimonialistas. Pronto las élites criollas y
mestizas del futuro ámbito latinoamericano se identificaron con este
nuevo tipo de formulación política, que les proporcionaba el marco
referencial para concretar sus aspiraciones “independentistas”. Inde-
pendencia que en su sentido más estricto implicaba la liberación con
respecto al mercado monopólico peninsular y el desplazamiento de
la aristocrática burocracia extranjera, por los representantes de una
incipiente burguesía ascensional. De esta manera, y a través de luchas
en las que participaron masivos contingentes indígenas, las elites
criollas y mestizas desarrolladas en la sociedad estamental colonial
fueron asumiendo su nuevo papel de “clase nacional”.
El proceso no estuvo exento de ciertos intentos por recordar los
derechos de la población colonizada,10 pero éstos no fueron más que
para poder legitimar la nueva estructura político organizativa ante los avatares que
las ideas liberales sufrían en la Europa napoleónica.
11 Un ejemplo exponencial al respecto, es que el mismo libertador Simón Bolívar
publicó un decreto en 1825 otorgando la ciudadanía boliviana a los que sabían leer
y escribir en castellano y que no tenían relaciones de servidumbre, por lo cual la
población india mayoritaria de Bolivia quedó de hecho excluida de la reciente con-
figuración ciudadanía (en A. Garía Linera, 2005).
176 PROCESOS CIVILIZATORIOS Y AUTONOMÍAS ÉTNICAS
12 Así lo atestiguan las guerras de los yaquis, coras, tepehuanos y mayas en Méxi-
13 Sin embargo, la sociedad actual “mira a sus antepasados como el único Estado
cuyo recuerdo le merece respeto total y cuya imagen pueda ser iluminadora de su
destino futuro” (H. Tomoeda y L. Millones, 1992:3).
PROCESOS CIVILIZATORIOS Y AUTONOMÍAS ÉTNICAS 179
identidad nacional y represión cultural
hace casi imposible pretender sintetizarlos. Pero en ningún caso se plantea la sepa-
ración de las etnias respecto al Estado. Así, por ejemplo, en México el documento
final del grupo de trabajo sobre Derechos Indígenas reunido en Sacam Ch’en,
Chiapas, expresa que las regiones autónomas serían entes territoriales de la federa-
ción con personalidad jurídica cuyos habitantes ejercerían su autonomía política,
administrativa y cultural (Ce-Acatl, 1995, núms. 74-76:15).
PROCESOS CIVILIZATORIOS Y AUTONOMÍAS ÉTNICAS 183
de las múltiples perspectivas al respecto, la semántica del término es
precisa: auto-nomos significa auto-regularse, darse reglas, autodetermi-
narse, autogobernarse; autonomía es entonces sinónimo de autode-
terminación y de autogobierno. De ninguna manera representa una
orientación necesaria hacia la configuración de separatismos o de
comunidades políticas independizadas de los estados que ahora las
incluyen. Ése es el temor manifiesto de los estados que esgrimen unos
derechos de soberanía, que en realidad no están en juego y que en
la práctica no vacilan en claudicar ante los intereses mercantiles
transnacionales. Pero para los pueblos indígenas se trata de ejercer
uno de los derechos humanos más elementales, el derecho a la exis-
tencia: porque un pueblo que carece de autodeterminación carece
precisamente del derecho de existir como tal; se manifiesta sólo como
una colectividad lingüística o cultural desarticulada y sujeta a impo-
siciones de toda índole. El derecho a la existencia de un pueblo como
sujeto colectivo, como entidad de derecho colectivo, es imposible sin
algún nivel de autodeterminación política, tal como lo ha propuesto
la Conferencia de Naciones sin Estado de Europa.16 Las actuales retóricas
estatales que proponen finalmente asumir el pluralismo cultural en
América Latina, se comportarían como discurso huecos si no hacen
suyo el compromiso de restituir la autonomía bloqueada de los pue-
blos indios. Estas perspectivas hacen inaceptable la propuesta de J. y
J. Comaroff (1992) para quienes las etnias que desarrollan una estra-
tificación clasista interna y que por lo tanto pierden una condición
homogénea de clase, pasan a constituirse como grupos de estatus.
No es la reafirmación o transformación del estatus lo que se deman-
da, sino territorios como espacios de reproducción cultural y repre-
sentación política como grupos culturalmente diferenciados, no sólo
la emulación del estatus de la sociedad dominante.
Cabe apuntar que la autonomía no es la única formulación posible
para asumir la autodeterminación indígena. Muchas sociedades, es-
pecialmente las andinas, parecen estar optando por formas electora-
del norte, friulanos, vascos, gallegos y catalanes, entre otros, se realizaron en 1985
y 1990. La segunda propuso una Declaración de los Derechos Colectivos de los Pueblos,
cuyos articulados señalan que muchos de los actuales conflictos étnicos provinenen
de la falta de reconocimiento estatal de los derechos colectivos de los pueblos y que
todo pueblo tiene derecho a la autodeterminación política dentro de su propio
territorio (C. Massip, 1991).
184 PROCESOS CIVILIZATORIOS Y AUTONOMÍAS ÉTNICAS
como de “crimen perfecto” ya que hace desaparecer las huellas del delito “la
liquidación del Otro va acompañada de una síntesis artificial de la alteridad [...]
pues el crimen sólo es perfecto cuando hasta las huellas de la destrucción del
Otro han desaparecido [...] con la modernidad, entramos en la era de la pro-
ducción del Otro” (1996:156).
186 PROCESOS CIVILIZATORIOS Y AUTONOMÍAS ÉTNICAS
procesos de etnogénesis
[193]
194 LA ETNOGÉNESIS
son poco conocidos debido a los problemas de traducción y divulgación. Esta tra-
dición propone que la lengua y la continuidad territorial son fundamentales para
la constitución de un ethnos. Uno de los más importantes autores, Lev Gumilev,
desarrolló una teoría de la etnogénesis de índole un tanto ecléctica, ya que propo-
ne que se trata de un proceso de la naturaleza por el cual la anthrosfera (biosfera
humana) se divide a sí misma como consecuencia de causas bioenergéticas, pero
destaca la importancia de la conciencia étnica colectiva como un factor determi-
nante de la etnogénesis (O. Hryb, 2000).
196 LA ETNOGÉNESIS
etnogénesis latinoamericanas
3 Quizá, uno de los más documentados estudios de procesos de este tipo de et-
llamamos religión, es decir, un sistema normativo que puede reunir al nomos con
el cosmos. Así, los sistemas de peregrinación hacia santuarios panregionales, o los
lugares sagrados compartidos, incluso la asistencia a mercados regionales pueden
ofrecer datos para la identificación colectiva, aunque no respondan a una lógica
política expresada en términos de la tradición secular occidental posterior al
Renacimiento.
6 Ya he señalado que este término es con frecuencia utilizado en la actualidad
actual estado chileno (2004), quien ha criminalizado las luchas y demandas del
pueblo mapuche, aplicándoles la misma legislación que se utiliza para combatir al
terrorismo. Las poblaciones indígenas que fueron una de las víctimas más indefen-
sas del terrorismo de Estado generado por la sangrienta dictadura militar que pa-
deció el país entero, son ahora acusados de terrorismo.
LA ETNOGÉNESIS 201
“raza cósmica”, pero también casi todos los demás países, con la
probable excepción de aquellos que poseen áreas amazónicas, cuyos
habitantes nativos no son fácilmente traducibles al “nosotros” nacio-
nal, hicieron de esta imagen de una síntesis lograda parte del imagi-
nario político nacional. Así la Revolución boliviana de 1952 decretó
que los aymaras y quechuas pasarían a ser nombrados como “sindi-
calistas campesinos”, tratando de hacer compatible la lógica de un
proletariado rural con la de los ayllu andinos. En la década de 1970
el gobierno populista de Perú impuso a los nativos la nominación de
“campesinos”, tratando de superar el estigma adjudicado a lo “indio”.
Argentina se ha declarado “blanca” desde siempre, folclorizando a
las culturas nativas y declarándolas parte del pasado de la nación,
aunque tiene más población indígena que Brasil; país en el que,
contradictoriamente, se supone que vive una gran cantidad de nativos
amazónicos. En Nicaragua, los revolucionarios sandinistas minusva-
loraron la presencia étnica, considerando que el mestizaje implicaba
que allí “no había indios verdaderos” (J. Gould, 1998:274). En El
Salvador, era un lugar común afirmar que no había indios, a pesar
de que suman cientos de miles las personas que se identifican como
tales y que, para sorpresa de aquellos que los invisibilizaban, forma-
ron en el decenio de los 80 la Asociación Nacional Indígena de El
Salvador,8 aunque sólo un puñado de ellos hablan las lenguas nati-
vas y se autoidentifican por criterios históricos y residenciales (M.
Chapin, 1996). Sin aumentar la vasta casuística, se puede proponer
que la actual visibilidad étnica proviene también de un cambio
ideológico por parte de las poblaciones indígenas, que ha obligado
a replantear la “ceguera ontológica” construida por las ideologías
nacionalistas estatales.
En algunos casos la etnogénesis puede ser el resultado indirecto
y no planeado de específicas políticas públicas. Muchos son los
procesos de esta naturaleza que se registran en América Latina, cuya
enumeración omitiría sin duda numerosos casos no documentados,
pero en los que se conoce es factible identificar elementos comunes.
la etnogénesis en perspectiva
que realizara hace poco tiempo (2004), por lo que no creo poder aportar mucho
más de lo que señalara en esa oportunidad. Aunque me refería a procesos que
ocurrían en un solo país (Argentina), la reflexión parece generalizable a todos los
casos que conozco.
13 Desde mis ya lejanas épocas de estudiante en Argentina se nos informaba que
sivo de los pueblos indígenas de América Latina, ya que muchos de los indígenas
norteamericanos, incluyendo sus líderes, desconocen la lengua de sus mayores. Y si
quisiéramos proponer un caso más dramático, deberíamos destacar que la mayor
parte de los etarras vascos no hablan el euskera, que forma parte de la identidad
etnonacional por la cual están dispuestos a matar y morir.
214 LA ETNOGÉNESIS
Estado que no los representa (A. García Linera, 2005). Así se desa-
rrollan nuevos liderazgos y estrategias políticas, que tal vez no estu-
vieron presentes en la experiencia previa del grupo, por lo que a
veces son acusados de ser espurios, pero que ahora son relevantes
para actuar en relación con los sistemas representativos propios de
las teóricas democracias estatales. Cabe, en ese sentido, destacar que
el carácter un tanto esquemático de las normatividades estatales e
internacionales sobre la definiciones de “lo étnico”, hace que muchas
veces la expresión nativa ante esas instancias adquiera un carácter
fundamentalista o “esencialista” en un intento por legitimarse frente
las instituciones que pueden apoyar sus causas.17
Por otra parte, y sin minusvalorar sus consecuencias etnológicas
para la teoría social, la generalización de los procesos de etnogénesis
en América Latina, al igual que en el resto del mundo, nos pone ante
la evidencia fáctica de que el pluralismo cultural e identitario repre-
senta una ineludible característica del presente. Su dimensión polí-
tica se expresa por la presencia de una multitud de actores sociales,
que disputan no sólo recursos, sino las mismas dimensiones de sen-
tido que constituyen las distintas estructuras de plausibilidad del
sistema-mundo contemporáneo. Los rostros étnicos emergentes están
tan cargados de pasados y de actuales sistemas de sentido como de
expectativas de futuros. La pluralidad de la experiencia humana no
constituye un contexto histórico y cultural que está siendo definitiva
e irremediablemente homogeneizado por la acción de las fuerzas del
mercado, que ahora operan en el globalizado sistema mundial, sino
un dato del presente que resulta imprescindible para la construcción
política de los futuros posibles.
Aquellos que creían que la historia humana tenía algún tipo de pro-
pósito en sí misma, generalmente coincidente con sus propias volun-
tades ideológicas y políticas, suelen desorientarse ante la dinámica
social contemporánea. Al igual que lo ha hecho siempre, el mundo
está cambiando, pero no en las direcciones que se habían previsto. La
economía de mercado se expande por el planeta, en el marco de una
globalización cuya complejidad tecnológica y supuesta universalidad
tienden a hacer olvidar su signo occidentalizante y su naturaleza hege-
mónica. Los aspectos económicos, culturales e ideológicos de la glo-
balización, no suponen una participación equilibrada de los grupos
sociales y culturales que acceden en forma diferencial al vertiginoso
desarrollo de los sistemas conectivos dentro de los cuales están ahora
involucrados. Asistimos a procesos en los cuales muchos de sus prota-
gonistas, incluyendo la antropología, encuentran difícil definir el papel
que desempeñan, de tal manera que todos pareceríamos estar conde-
nados a ser arrastrados por un inevitable torrente histórico, olvidando
[221]
222 MOVIMIENTOS INDIOS EN AMÉRICA LATINA
3 Una obra pionera en ese sentido es el libro del recordado Guillermo Bonfil
Batalla, Utopía y Revolución: el pensamiento político de los indios en América Latina (1981),
que recoge muchos de los documentos y declaraciones de las organizaciones indí-
genas entonces existentes, analizados a partir de la confrontación de lo que el autor
llama la “civilización india” y Occidente. El concepto de “civilización indígena”
constituye una homogeneización artificial de las múltiples formaciones culturales
y civilizatorias locales, pero busca abordar el tema en términos de un conflicto
entre civilizaciones y no sólo en función del conflicto interclase. Poco después
apareció la obra de Marie-Chantal Barre (1983), donde aborda tanto las políticas
indigenistas latinoamericanas, como los movimientos y demandas indias del mo-
mento. Si bien este ensayo recoge básicamente las propuestas de antropólogos
contestatarios y organizaciones indígenas de la época, uno de sus méritos consiste
en poner de relieve la imposición civilizatoria involucrada en el proceso. Ambos
libros fueron continuados por una multitud de ensayos en toda América Latina.
4 Aquí utilizo el término nacionalitario para diferenciar la construcción social y
“el agua del pez guerrillero”, de acuerdo con los modelos de contra-
insurgencia derivados de la experiencia estadunidense en Vietnam.
A su vez los nahuas pilpiles de Nicaragua pelearon con denuedo a
favor de la insurrección sandinista, aunque poco después los mískitos,
sumos y ramas de la costa atlántica, combatieron al mismo ejército
insurgente que se suponía que los había liberado. La situación global
fue de tal naturaleza en esta época, que se puede proponer que, con
algunas excepciones, los ejércitos latinoamericanos constituyeron la
institución estatal que con más frecuencia interactuó con los indíge-
nas de las antiguas áreas marginales, hasta el punto de que muchos
llegaron a identificar a los militares con el Estado.
El hecho es que, si los siglos xix y xx estuvieron signados por la
expansión de las sociedades criollas sobre las tierras indígenas, el
siglo xx ofertó también el fallido desarrollismo y después la conflic-
tividad política de los estados, involucrados en las disputas hegemó-
nicas y en sus propios procesos de democratización. Cabe señalar, sin
embargo, que la gran difusión de las políticas educativas en la misma
época alfabetizó a un creciente grupo de nativos, permitiéndoles
acceder a un mejor conocimiento de sus contextos históricos y socia-
les. A su vez, la globalización comunicativa de los últimos decenios
hizo que los sucesos locales fueran cada vez más conocidos en el
ámbito global, provocando repercusiones en lugares diferentes o muy
distantes a los de su surgimiento. La generalización de las organiza-
ciones y políticas defensoras de los derechos humanos, les ofreció la
posibilidad de contar con un foro internacional ante el cual se pudie-
ran argumentar las violaciones a los mismos y a la vez, plantear sus
derechos individuales como derechos colectivos (R. Stavenhagen,
1997). Por otra parte, la participación en organizaciones de producto-
res y la defensa de los derechos sobre recursos naturales o sus tierras
de labor, aumentó de manera exponencial el conocimiento indígena
sobre las lógicas estatales y las posibilidades de actuar respecto a éstas.
Ello generó una nueva forma de pensarse a sí mismos en términos
de conjuntos étnicos, que padecían similares problemas fundados en
esa misma condición étnica. Asimismo, los partidos políticos, las
iglesias, las organizaciones ambientalistas, los grupos defensores de
los derechos humanos, los narcotraficantes7 y distintas organizacio-
pueblos indígenas de América Latina, debe ser objeto de una investigación especial,
MOVIMIENTOS INDIOS EN AMÉRICA LATINA 229
nes no gubernamentales, enfocaron su acción en los pueblos nativos.
Así, hartos ya de esta situación, una de las decanas de las organiza-
ciones etnopolíticas en América Latina, el Consejo Regional Indíge-
na del Cauca (cric) de Colombia, señala en el llamado Documento de
Jambaló las siguientes consideraciones críticas (cric, 2000):
el resurgimiento indio
ciones poco conocidas, aunque puedan poseer gran trascendencia local o regional.
Pero, entre las nacionales, se pueden mencionar la Asociación de Pueblos Amerin-
dios de Guyana (apa), la Confederación Indígena de Bolivia (cidob), el Consejo
Nacional Indio de Venezuela (conive); la Federación de Organizaciones Amerin-
dias de Guayana Francesa (foag); la Organización Indígena de Surinam (ois); la
Organización de los Pueblos Indígenas de la Amazonia Colombiana (opiac); la Aso-
232 MOVIMIENTOS INDIOS EN AMÉRICA LATINA
cano de Desarrollo en 1991 como dato para el Proyecto de Creación de Fondo de Desa-
rrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe. A su vez el Instituto Indige-
nista Interamericano proponía la existencia de 41 977 600 hablantes de lenguas
nativas por la misma fecha. De acuerdo con el mismo criterio lingüístico la cifra
actual (2004) ascendería a alrededor de los 50 millones de hablantes aunque, como
hemos visto, la inclusión en esta cifra de los indígenas identitarios la incrementaría
de manera sustancial.
MOVIMIENTOS INDIOS EN AMÉRICA LATINA 233
las pretensiones hegemónicas de los aparatos coloniales y neocolo-
niales. Se fue configurando así lo que alguna vez he denominado
como una “cultura de resistencia”, que buscó y logró mantener la
identidad social distintiva de sus miembros (transfigurada, pero pro-
pia) hasta nuestros días (M. Bartolomé, 1988).
Sin embargo, tampoco debemos sobrevalorar la capacidad de
resistencia de las poblaciones indias. Muchos proyectos sociales y
culturales han desaparecido para siempre. Centenares de culturas
concretas que testimoniaban formas singulares de los múltiples
rostros de la humanidad se han perdido irremediablemente. Y, más
allá de la extinción física, millones de hombres y mujeres inhabili-
tados para ejercer su identidad, fueron coercitivamente descaracte-
rizados y alienados hasta el punto de verse obligados a renunciar a
sus propias matrices étnicas y culurales, en aras de su integración
al modelo de identidad alternativa que les proponían las sociedades
dominantes. Mestizos ideológicos, desposeídos de sus propios ros-
tros y transformados en una versión subalterna del mundo de los
propietarios de los estados.
Este mecanismo de mestizaje no biológico que parecía ser irrever-
sible en algunos ámbitos étnicos, muestra ahora ciertas tendencias
en sentido inverso; ello se expresa en los intentos de reconstruir las
casi perdidas o muchas veces imaginadas identidades precoloniales,
aun cuando puedan carecer del sustento que les proporcionaba la
lengua propia. Se trata de procesos, algunos de los cuales, como hemos
visto, pueden ser considerados de etnogénesis en sentido estricto, no
sólo aplicándolo al resurgimiento de una etnia preexistente aunque
desvitalizada, sino también a la construcción de una identificación
étnica efectuada por un grupo humano, cuyo origen y cultura com-
partida pueden ser sólo un dato del pasado, real o imaginario, pero
que se asume como referente fundamental en la configuración de una
comunidad identitaria. A ello contribuye tanto la posible vigencia de
una tradición oral, como la información proporcionada por la antro-
pología y la historia, que se esgrimen como una argumentación clave
para fundar la legitimidad de la colectividad que se asume en térmi-
nos étnicos. En algunos casos esta etnogénesis responde a intereses
instrumentales, cuando de ella se puede esperar la posible obtención
de recursos, tales como un derecho a la tierra. Pero en otro casos se
trata de conglomerados sociales heterogéneos, unificados por sus
posiciones económicas, políticas y culturales subalternas, que a través
234 MOVIMIENTOS INDIOS EN AMÉRICA LATINA
do los avá guaraní, con los que he convivido largamente, pedían que los jóvenes
sean exceptuados del servicio militar en los siguientes términos: “vean señores, ese
Gran Padre Nuestro, ése a quien no vemos y no habíamos conocido, es el creador
de esta tierra y de los guaraní. Y ese mismo había dicho: ustedes quedarán sobre
esta tierra bendita hasta que llegue nuevamente el día de vuestra ida a la morada
nuestra, y he aquí el modo de ser divino y el modo de ser virtuoso (fraterno) [...]
MOVIMIENTOS INDIOS EN AMÉRICA LATINA 235
organizaciones etnopolíticas que, aunque se basan en la filiación
étnica, recurren en sus demandas a un lenguaje político estructurado
de acuerdo con la lógica dominante.
Dicha lógica está orientada, entre otros términos, por una teórica
noción de “democracia representativa”. Y aunque ésta pueda no
formar parte de la experiencia política indígena, se supone que de-
ben comportarse de acuerdo con sus términos para negociar con el
Estado. La legitimidad interior y la búsqueda de representatividad de
estas organizaciones, supone un esfuerzo adicional de sus protago-
nistas para no desvirtuar la propia experiencia política, generalmen-
te basada en la asamblea y en el consenso. Muchos de sus líderes no
son guías o autoridades tradicionales de los pueblos, sino miembros
de una creciente intelectualidad indígena, portadores de lenguajes e
ideas innovadoras, que incluso pueden entrar en contradicción con
las perspectivas locales.13 Resulta frecuente en estos casos que la atri-
buida o autoatribuida “representación democrática”, adquiera el
carácter de una mediación intercultural, cuyos protagonistas asumen
dicho papel por su capacidad de manejar la lengua y los códigos de
sus interlocutores, más que por su participación en las lógicas y tra-
diciones de su propia cultura.
El contexto anterior influye en la capacidad de convocatoria y
movilización de las organizaciones contemporáneas. En algunos paí-
ses la configuración de los movimientos responde a una redimensio-
nalización y refuncionalización de la propia tradición política, en
cuyo caso su gestión dependerá de la adecuación de sus instituciones
a la articulación intercultural.14 Pero en muchos otros casos se trata
eso había sido antes de encontrarnos los progenitores de los hoy paraguayos [...]
es por eso que no queremos que nuestros jóvenes hagan el servicio militar afuera”
(Colonia Fortuna, Curuguaty, 1977).
13 Hace pocos años me tocó presenciar en la isla de Ustupu, perteneciente a la
grupo inicial fue configurado por indígenas urbanos, pero que trataron de repre-
sentar ante el Estado a comunidades étnicas que no reconocían su liderazgo. En
forma independiente al hecho de que sus motivaciones fueran legítimas, su falta de
representatividad determinó una presencia política casi nominal, que en la actuali-
dad es reemplazada por el desarrollo de múltiples movimientos regionales.
16 Como el Consejo Indigenista Misionero del Brasil, que influyó en la organi-
prenta, el candidato indígena Evo Morales ganó por mayoría absoluta las elecciones
bolivianas. Los analistas políticos discuten ahora dicho evento, y algunos se sorpren-
den de que Morales haya visitado Sudáfrica y comparado la situación de Bolivia con
el pasado reciente de este país. Ello exhibe, una vez más, cómo el pensamiento
político latinoamericano había minusvalorado el escándalo étnico boliviano; la
descarada dominación de una minoría occidentalizante sobre una mayoría nativa.
Más allá de los avatares que sufra este nuevo gobierno, en un contexto internacio-
nal adverso y dominado por intereses hegemónicos, su sola existencia demuestra
que los aymara y quechuas se están reencontrando con un posible camino propio
hacia el futuro. No puedo menos que saludar este proceso y desearles el mejor de
los caminos.
19 Éste es el caso de los mixes o ayuuk, cuyas organizaciones están estrechamen-
sólo la insurgencia india desatada en Chiapas en 1994, sino también que en 2001
fueron protagonistas de un intenso debate legislativo para modificar la Constitu-
ción. En otros ámbitos, como Brasil, el panindianismo propuesto por las organiza-
ciones ha sido analizado incluso, en términos de B. Anderson, como la adscripción
a una “comunidad imaginada”, que no se corresponde con la experiencia concreta
de sus miembros (María H. Ortolan Matos, 1999).
22 En esa época la Federación Shuar del Ecuador manifestó su voluntad de no
en el fondo el discurso del gobierno también viene a demostrar una vez más
que el racismo y la discriminación del huinka para con nuestra gente no ha
desaparecido. Ellos no conciben que los mapuche seamos capaces de organizar-
nos y pelear por nosotros mismos, es decir sin tener que responder a tal o cual
estructura o partido político, los cuales por lo demás sólo nos han utilizado.
como “un grupo humano designado por un gentilicio y que comparte un territo-
rio histórico, recuerdos históricos y mitos colectivos, una cultura de masas públi-
ca, una economía unificada y derechos y deberes legales iguales para todos sus
miembros”. La vigencia de una economía unificada y de un sistema jurídico com-
partido presupone la presencia de un aparato político abarcativo, es decir un
Estado. Así la definición de nación de A. Smith reitera la tradicional confusión
entre Estado y nación.
MOVIMIENTOS INDIOS EN AMÉRICA LATINA 245
construidas por los estados, cuyo aparato político les otorga una le-
gislación compartida. Desde el punto de vista del derecho interna-
cional, las Naciones Unidas identificaron en 1954 Pueblo con “mino-
ría”, conceptualizándolas como “grupos no dominantes que poseen
y desean conservar tradiciones étnicas, lingüísticas o religiosas, mar-
cadamente diferentes del resto de la población”. A su vez, el famoso
y poco cumplido Convenio 169 de la Organización Internacional
del Trabajo (1989), se refiere explícitamente a los grupos indígenas
como “Pueblos” que viven en países y que son sujetos de derechos
colectivos, incluyendo el derecho a un territorio propio (B. Clavero,
1994). Como bien lo ha destacado L. Villoro (1998:84), el uso del
concepto Pueblo por parte de las Naciones Unidas, se debe a la
necesidad de legitimar a los estados emergentes de la descoloniza-
ción de posguerra, por lo que se suele identificar Pueblo con Esta-
do. El mismo autor trata de sintetizar el concepto jurídico y antro-
pológico de Pueblo, entendiéndolo como una colectividad con
unidad de cultura, conciencia de formar parte de una colectividad,
poseedora de un proyecto compartido y asentada en un territorio
específico. Se supone que cualquier colectividad que cumpla con
estos criterios podría ser aceptada como Pueblo con derecho a la
autodeterminación, de acuerdo con los artículos 1 y 55 de la Carta
de las Naciones Unidas. Las movilizaciones a las que me refiero en
estas páginas, tratan precisamente de constituir a sus miembros
en colectividades, es decir en Pueblos, dotados de una conciencia
y de un proyecto colectivo.
No es mi intención introducirme en el pantanoso ámbito de las
definiciones jurídicas,25 ya que aquí me interesa dar cuenta del pro-
ceso de construcción de estos sujetos colectivos, en el cual aparece
un factor constante que ayuda a entenderlos: no tienen y eventual-
mente no buscan un Estado propio. Por lo tanto, se puede proponer
con legitimidad, que los procesos de construcción nacionalitaria de las
25 Una extensa y prolija obra que expone y analiza los distintos usos jurídicos
del concepto Pueblo, referido a las minorías étnicas o grupos autóctonos de los
estados, es el libro de N. Rouland, S. Pierre-Caps y J. Poumarede (1999). Estos
autores destacan que, en realidad, se puede, en estricto sentido, hablar de usos del
concepto en la legislación internacional y no de una definición del mismo, aunque
los instrumentos internacionales se refieran a menudo a los “derechos de los pue-
blos” (363), pero sin aclarar qué se entiende por Pueblo, lo que por lo general se
asimila a los derechos de las minorías.
246 MOVIMIENTOS INDIOS EN AMÉRICA LATINA
Una civilización universal sólo puede ser una civilización del diálogo,
Sin lo cual el universo humano estallaría.
Y el diálogo sólo es posible si cada una de las partes,
si cada una de las civilizaciones se niega a aspirar a la totalidad
robert jaulin
[249]
250 MOVILIZACIONES ÉTNICAS Y CRÍTICA CIVILIZATORIA
acuerdo con la acepción de A. Giddens (1979), quien entiende que la acción hu-
mana y la estructura social están estrechamente relacionadas, de manera que los
actos de los agentes individuales sirven para reproducir la estructura. La conducta
llamada agency estaría compuesta por tradiciones, instituciones, códigos morales,
sistemas de valores y, en general, formas preestablecidas de hacer las cosas; pero a
la vez posibilita a los actores a intentar cambiar las estructuras, ignorarlas, reempla-
zarlas o reproducirlas de manera diferente.
254 MOVILIZACIONES ÉTNICAS Y CRÍTICA CIVILIZATORIA
3 El concepto de “marco” (frame) fue acuñado por I. Goffman (1974) para de-
signar a los aspectos subjetivos que originan la acción. Desde entonces es utilizado
por la sociología para aludir a la esquematizaciones y reducciones de la realidad
que permiten la delimitación y priorización de objetivos específicos como destino
de la acción, así como de las características que debe asumir el comportamiento en
una movilización determinada. Serían entonces esquemas interpretativos destinados
a “simplificar el mundo” tanto a nivel individual como colectivo y facilitar –en este
caso– la acción tendente a actuar hacia él y abolirlo o modificarlo.
MOVILIZACIONES ÉTNICAS Y CRÍTICA CIVILIZATORIA 255
que se configura como la expresión de un principio que pasa a ser
considerado fundamental del ser individual y colectivo. De pronto,
aquellos patrones normativos y sistemas de significados que se mani-
festaban sólo como organizadores de la vida cotidiana, son asumidos
como un conjunto de emblemas que otorgan sentido a la vida y de
cuya ausencia sólo se puede esperar la anomia; la pérdida de un orden
significativo cuya ausencia conduce a los individuos y las colectividades
a la desesperación y a la muerte.
Propongo que las perspectivas “instrumentalistas” de la etnicidad,
que consideran a las manifestaciones de lo étnico sólo como una es-
trategia posible para la obtención de recursos, se han construido en
referencia a contextos cuya extrapolación ha sido apresurada y que
pueden ser muy distantes a las que han dado origen a estas páginas.
Los grupos étnicos que compiten por recursos en ámbitos urbanos,
pueden proporcionar la imagen de comportarse exclusivamente como
grupos de interés orientados hacia la obtención de recursos cruciales
o escasos, tal como lo propusiera de manera temprana Abner Cohen
en sus estudios de ciudades africanas, en los que concluye que la etni-
cidad “sería esencialmente una forma de interacción entre grupos
culturales que operan dentro de contextos sociales comunes” (1974:9).
Dicha perspectiva teórica, como la generalidad de las elaboradas en
los ámbitos metropolitanos, se intentó implementar en América Lati-
na, a través de estudios que privilegiaban el papel estratégico de la
apelación identitaria, cuyas conclusiones tendían a desautorizar las
manifestaciones de lo étnico, considerado sólo como un recurso más
puesto en juego para la obtención de fines.
Cabe señalar que el instrumentalismo se alimenta del constructi-
vismo, pero otorgándole el carácter de un proceso que puede no
requerir de referentes culturales concretos y apelar sólo al imaginario
social para producir una movilización colectiva. Son los autores que,
creyendo trascender las arcaicas propuestas sustancialistas, que con-
cebirían a la etnicidad como una esencia inmutable, la asumen sólo
como una “construcción” derivada de la confrontación y el conflicto
(v. gr. K. Koonings y P. Silva, 1999). Así, hay autores contemporáneos
que no vacilan en afirmar que la etnicidad es “el producto de una
elección consciente de grupos de personas para alcanzar ciertos ob-
jetivos sociales” (P. Silva, 1996:7). De allí a asumir que ser, o asumir-
se como indígena, es sólo una estrategia para obtener bienes hay un
solo paso, lo que coincide con las perspectivas de determinados gru-
256 MOVILIZACIONES ÉTNICAS Y CRÍTICA CIVILIZATORIA
tarea central para las nuevas generaciones aymaras del siglo xxi es lograr
la autonomía del pueblo aymara, por (lo) que como nación originaria
necesitamos crear nuevos referentes de comunidad imaginada [...] la peor
tragedia sería que ya no nos imaginemos como nación [...] Requerimos
dotarnos de otros referentes de comunidad imaginada que sean posibles
en el siglo xxi.
4 Los pueblos koyas del noroeste argentino pueden así reivindicar como propia
interjección ¡ndé avá! (¡tú indio!), sirve para denostar conductas incivilizadas. Los
descendientes de europeos en Argentina, tratan que sus ancestros de allende los
mares los reconozcan como sus iguales y no los confundan con los miembros de
las “américas indias”, aunque no siempre lo consigan. Aun en países con grandes
poblaciones nativas, como México, Bolivia o Guatemala, lo indio alude a un pasado
que contradictoriamente está presente, es decir un lastre histórico que impide el
acceso a un futuro definido por la modernidad occidental.
262 MOVILIZACIONES ÉTNICAS Y CRÍTICA CIVILIZATORIA
genas en países como México, donde es (o era) frecuente que los antropólogos
ocupen espacios de poder en las instituciones indigenistas, somos testigos de las
agresiones verbales desencadenadas contra nosotros (pesar de no tener relación
con el poder), aun en asambleas a las que habíamos sido especialmente invitados,
MOVILIZACIONES ÉTNICAS Y CRÍTICA CIVILIZATORIA 263
La nueva dignidad a la que quieren acceder las identidades indias,
no supone entonces sólo un reconocimiento retórico de la condición
humana compartida. Sino que esta condición, acompañada de una es-
pecífica diferencia cultural, debe ser valorada a partir de sus propios
logros, a partir precisamente de lo que entraña por diferente, y no por
su cercanía o lejanía al modelo referencial que propone el Estado-na-
ción. Y quien quiera ver en esto una apología del exotismo está en su
derecho, pero esa discusión es ociosa. Reconocer la dignidad de la di-
ferencia no es una empresa fácil para las ciudadanías construidas por
estados homogeneizantes, ya que fueron inducidas a percibir lo diferen-
te como una afrenta al paradigma existencial asumido como propio.
Tampoco es fácil para los pueblos indios reivindicar su derecho a la
dignidad. De hecho, a veces la violencia es percibida como la única al-
ternativa válida para la afirmación existencial.7 El levantamiento armado
de los mayas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en México,
produjo no sólo un impacto indudable en la sociedad política y en la
civil, sino también un notable cambio en la autoimagen de los pueblos
indios; las armas les permitieron dejar de ser “inditos” productores de
artesanías y pasar a ser personas, capaces de confrontarse como iguales
ante el Estado y con todo aquello que contribuyó a su inferiorización y
dominación histórica. De eso se trata la dignidad, del diálogo entre
iguales. No pretendo hacer una apología de las armas, lo que sólo be-
neficiaria a sus traficantes. Sino recordar el viejo sentido kantiano del
concepto dignidad, que destaca a todo ser humano como poseedor de
un valor intrínseco no reductible a otra cosa; esto incluye la racionalidad
que reconocemos en el otro que no debe obedecer a ninguna ley que
no sea instituida también por él mismo, en tanto sujeto capaz de orien-
tar su vida de acuerdo con sus propios principios. Así, dignidad es sinó-
nimo de autodeterminación y también, básicamente, de libertad.
pero en las cuales constituíamos los únicos antagonistas a mano. En ellas pagamos
las culpas de la profesión desde Malinowski en adelante.
7 Se hace entonces necesario recordar a Franz Fanon, el otrora célebre partici-
pante en la revolución argelina, quien proponía hace ya muchos años que la vio-
lencia revolucionaria implicaba, entre otras cosas, una nueva autoimagen de sí
mismo para los colonizados, quienes a través de la violencia accedían a la dignidad
que les había usurpado el colonizador (1973). No se trata de proponer la violencia, que
tanto dolor ha generado en América Latina sin que se produjeran los cambios
propuestos, sino reconocer el papel que históricamente ha jugado en procesos de
esta naturaleza, tratando de evitar que sea el único camino que le quede a los pro-
tagonistas del actual drama interétnico.
264 MOVILIZACIONES ÉTNICAS Y CRÍTICA CIVILIZATORIA
la crítica civilizatoria
10 Estas palabras tienen ahora una vigencia crucial en momentos que academi-
[275]
276 FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS
de las fronteras “is part of the wider social science of class, ethnic, religious, and national
identity, but is an anthropology specifically concerned with the negotiation of identiy in
places where everyone expects that identity to be problematic” (1994:12). Es decir que iden-
tifican a la negociación de la identidad como el factor recurrente de la antropología
de las fronteras.
FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS 277
una comunidad o una cultura, podíamos dedicar nuestra atención
preferencial a la población contenida dentro de ese ámbito. Pero,
con frecuencia, los límites que contenían a dichas unidades depen-
dían más de los criterios que se utilizaban para definirlos, que de las
dinámicas de las poblaciones concernidas. A su vez, los estudios de
comunidad reflejan de manera exponencial la perspectiva de estu-
diar colectividades definidas, lo que se generalizó en Mesoamérica y
en el área andina con numerosas investigaciones, las que llevaron a
proponer el carácter corporado de las configuraciones comunitarias
(E. Wolf, 1957) sin advertir, muchas veces, su articulación con los
aparatos estatales y el sistema global. Es decir que las comunidades
no eran tan “autocontenidas” como parecían a primera vista y que
sus fronteras tenían muchos puentes al exterior.
Se podría incluso proponer que toda la práctica profesional de la
antropología está transitada por la noción de frontera. Así lo demues-
tra, por ejemplo, la misma percepción antropológica del ciclo vital
de los individuos, analizado a partir precisamente de los límites que
separan las distintas posiciones generacionales y las etapas de la vida.
Fronteras existenciales que requieren de los llamados “rituales de
tránsito” (A. Van Gennep, 1986), para poder circular de una etapa a
otra, trascendiendo simbólicamente las barreras que separan a los
jóvenes de los adultos o a los vivos de los muertos. Por otra parte, la
gran difusión contemporánea de los estudios de género, expone que
se han desarrollado también con base en la investigación de los lími-
tes, no biológicos sino culturales, que separan a los géneros a partir
de las construcciones de lo masculino y lo femenino en las distintas
sociedades. Y quizá un desafío para la tradición antropológica radica,
a pesar de las múltiples y contradictorias propuestas al respecto, en
encontrar los límites del mismo concepto de cultura, que constituye
la categoría axial de nuestra ciencia y que ahora es cuestionada por
algunos miembros de la comunidad profesional.
Cabe destacar que en los últimos años ha surgido un acusado in-
terés antropológico por el estudio de las fronteras estatales, entendidas
como espacios dinámicos proclives a la generación de nuevas confi-
guraciones socioculturales (H. Donnan y T. Wilson, 1994). Las fron-
teras políticas pasaron a ser percibidas como lugares en donde se
condensan ciertas dinámicas interculturales (A. Grimson, 2000a).
Aunque creo que esa noción de frontera como ámbito intercultural
debe ser matizada, ya que en América Latina se manifiesta como la
278 FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS
3 Los mismos antropólogos abusamos del concepto cultura como una categoría
de usos múltiples que puede referirse a cualquier ámbito donde se dé algún tipo
de diferenciación social. A pesar que desde el punto de vista teórico la mayoría de
los habitantes no indígenas de América Latina forman parte de la “cultura occiden-
tal”, o de variantes locales de la misma, se suele aludir a las fronteras regionales
como ámbitos de articulación intercultural (A. Grimson, 2000, 2000a), criterio que
no comparto, ya que nos impediría distinguir a las formaciones nacionales estatales
de los grupos étnicos que suelen no participar, más que marginalmente, de la
tradición occidentalizante.
280 FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS
fronteras internas
migraciones y fronteras
ya, en la que adjudica un carácter étnico a los miembros de ambos países ya que al
criticar la supuesta identidad transfronteriza señala que “la reivindicación pura de
la etnicidad como espacio homogéneo oculta las propias desigualdades sociales y
de distribución del poder al interior de esos mismos grupos” (2000:227). Parecería
que el autor confunde relaciones interétnicas con relaciones fronterizas.
298 FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS
nos temporales que vivieron los exiliados chilenos en la multilingüe Suiza se en-
cuentra en el ensayo de Claudio Bolzman (1996), algunas de cuyas conclusiones y
reflexiones se pueden extrapolar a otros contextos y otros sujetos.
FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS 299
la identidad que no debe ser confundida con ésta. La identidad
constituye una construcción ideológica de su sociedad que el indi-
viduo asume al internalizarla y que es derivada del contraste con
otras identidades. Este autor atribuye a la construcción cultural
identitaria la posibilidad de modificarse constantemente ante la
influencia de la sociedad receptora. Sin embargo, aunque las iden-
tidades no son esenciales y dependen de un proceso social de
identificación, tampoco son tan contingentes que se puedan modi-
ficar con sólo cruzar una línea fronteriza. Si bien la identidad pue-
de transformarse con el tiempo, los mecanismos que operan en los
cruces se refieren más a procesos de condición o de identificación que
de identidad. Ya en algunas otras oportunidades, incluso en el ca-
pítulo 2, he destacado que existe una cierta utilización apresurada
del concepto de identidad, que debe ser claramente distinguido de
una identificación o de una condición. La identidad supone la asun-
ción de una lealtad fundamental que puede llegar a ser totalizado-
ra, tanto desde el punto de vista objetivo como subjetivo; en tanto
que la identificación o la condición se manifiestan como adscrip-
ciones coyunturales que pueden definir la filiación y orientar las
conductas pero que tienden a desaparecer junto con la situación
que las ha generado. Así, la identificación o la condición de “ilegal”
desaparece automáticamente, salvo del recuerdo, cuando se cruza
la frontera en sentido inverso. Los migrantes étnicos no asumen nuevas
identidades derivadas de las clasificaciones externas, sino nuevas re-
presentaciones de su identidad como miembros de una colectividad
que se confronta con otra en un nuevo contexto. Esto no excluye que,
a lo largo del tiempo, el nuevo proceso social de identificación en
el que están involucrados los migrantes, los lleve al desplazamiento
y reemplazo de sus identidades previas, pero la tendencia es a re-
formularlas manteniendo la distintividad. De hecho, si algo define
a la migración indígena mexicana en los Estados Unidos, es la ten-
dencia a aglutinar a los migrantes en sociedades de ayuda mutua
apenas cruzan el famoso border. Es decir que las nuevas identifica-
ciones y condiciones aluden no sólo a individuos sino a grupos que
deben redefinirse en cuanto tales.
300 FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS
11 Algún día será preciso realizar una etnografía actualizada de los aviones. Los
vuelos que salen de la ciudad de Oaxaca, donde vivo, suelen hacer conexión inme-
diata con vuelos destinados a la frontera norteamericana, por ello tanto los viajes
de ida como regreso suelen estar llenos de migrantes provenientes de las comuni-
dades indígenas expulsoras. El aspecto de estos hombres y mujeres refleja una vida
de cruces múltiples, que se manifiesta tanto en su abigarrada indumentaria como
en el uso alternativo del inglés y el castellano; cuando hablan en voz alta lo hacen
en un inglés desafiante dirigido más hacia los otros pasajeros que a sus interlocu-
tores y cuando la conversación es íntima recurren al castellano y a la voz baja. Los
vuelos de regreso se atiborran de cajas de cartón con ropas y electrodomésticos, los
de ida con tortilla, totopos y mezcal destinados a los parientes. Incluso alguna vez
me ha tocado compartir con ellos asientos en la primera clase, ya que estaban be-
neficiados, al igual que yo, por el up grade derivado de la condición de viajeros
frecuentes.
FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS 301
poblaciones, hace que las clases políticas no consideren a la pobreza
y a la migración como una cuestión que les compete solucionar, sino
como parte de las reglas de juego del sistema económico mundial.
Incluso se dan casos extremos como el de México, donde ahora las
remesas de los migrantes representan el primer ingreso nacional (más
de 20 mil millones de dólares para 2005) superando al petróleo gra-
vado por una deuda colosal. Una vez más, tal como ha sucedido a
nivel histórico, de los más pobres se extrae la plusvalía que alimenta
el desarrollo local del capitalismo.
Otro tipo de colectividades interestatales latinoamericanas son las que
han sido construidas por la imposición de fronteras estatales que frag-
mentaron a comunidades pertenecientes al mismo grupo etnolingüísti-
co. En algunos casos, la rigidez de las fronteras determinó una progre-
siva separación de estas agrupaciones, aunque los lazos de solidaridad
lingüística, la afinidad cultural y, eventualmente, las relaciones parenta-
les o comerciales propias, han intentado trascender las arbitrarias divi-
siones políticas. Son muchas las configuraciones de esta naturaleza pero
no se pueden dejar de mencionar a los mayas separados por México y
Guatemala; los wayú (guajiros) divididos por Venezuela y Colombia; los
kariña separados por Guyanas y Venezuela; los kunas de Panamá que
también habitan en Colombia; los ya mencionados yanomami que ocu-
pan la región fronteriza entre Brasil y Venezuela; los ayoreode, reparti-
dos entre Bolivia y Paraguay, los qom (tobas) de Argentina y Paraguay;
los mapuche de ambos lados de la cordillera que separa a Chile de Ar-
gentina; o los avá-guaraní que se ubican en territorios que ahora perte-
necen a Paraguay, Bolivia, Brasil, Perú, Argentina y hasta al antes desin-
digenizado Uruguay, donde se han asentado algunas familias extensas
en los últimos años. En ningún caso las legislaciones de los países que
los consideran sus ciudadanos aceptan esta filiación interestatal objetiva.
Incluso, como ha ocurrido en Argentina, cuando protagonizan movili-
zaciones en pos de objetivos propios son acusados de ser ciudadanos de
los países limítrofes (M. Bartolomé, 2004). Los miembros de estas colec-
tividades etnolingüísticas pueden llegar a ostentar una doble nacionali-
dad “de facto”, e incluso poseer los documentos que los acrediten como
miembros de los países que poseen sus antiguos territorios, aunque ello
sea considerado “ilegal”.12
Sólo en los últimos años algunos de los grupos han iniciado pro-
cesos de reconstitución étnica, tendentes a incrementar las relaciones
con sus paisanos e intentando les sea reconocido el derecho a una
más ágil circulación fronteriza. Así lo exhiben los recientes estudios
realizados con referencia a los nuevos vínculos transnacionales de los
indígenas ecuatorianos y bolivianos, quienes han creado redes étnicas
transnacionales a las que ya se pueden considerar como parte de los
procesos estatales y de las transformaciones de las sociedades locales,
cada vez más vinculadas a actores e instituciones internacionales (S.
Radcliffe, N. Laurie y R. Andolina, 2002). A los estados no les gusta
mucho estos procesos, pero al parecer son inevitables: recuerdo a un
amigo wayú que me comentaba el hecho de que cuando Colombia
y Venezuela comerciaban entre sí, eso se llamaba “mercado común”,
pero cuando los hacían ellos se llamaba “contrabando”. Son entonces
colectividades donde las fronteras hacen que se registre una multilo-
calidad, entendida como el “conjunto de mapas mentales que com-
prenden las múltiples geografías de su identidad”, tal como ha sido
lúcidamente expresado por W. Douglass (1999) en sus estudios de
las fronteras pirenaicas. Esta multilocalidad, concepto propuesto por
G. Marcus (1995) y asociado a la etnografía interestatal en el llamado
“sistema-mundo”, constituye un dato significativo y un argumento
relevante en contra de los rígidos nacionalismos estatales y su carác-
ter excluyente (J. Pujadas y E. Martín, 1999).
Un caso de comunidad interestatal que vale la pena volver a co-
mentar es la de los guaraníes, ya que expresa una relación con el
espacio muy distinta a la que tipifica la los estados que los contienen.
Para éste, y para otros grupos étnicos, la vivencia cultural del espacio
es muy diferente a las conceptualizaciones propuestas por la geogra-
fía económica o la ciencia política. Para los estados contemporáneos
sus territorios son concebidos como ámbitos donde se desarrolla la
fronteras temporales
14 Viene aquí al caso citar las palabras de Amin Maalouf (1999:95) cuando re-
flexiona que “Para los chinos, los africanos, los japoneses, los indios o los america-
nos, y también para los griegos y los rusos […] la modernización siempre ha impli-
cado el abandono de una parte de sí mismos. Incluso cuando ha suscitado
entusiasmo, siempre ha ido acompañada de una cierta amargura, de un sentimien-
to de humillación y renuncia. De una interrogación incisiva sobre los peligros de
la asimilación. De una profunda crisis de identidad”.
FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS 307
En este sentido, cabe a B. Anderson (1993:43) haber destacado,
siguiendo a W. Benjamín, que los nacionalismos tratan de imponer
la homogeneidad también a nivel de la temporalidad, recurriendo a
la noción de un tiempo homogéneo y vacío, a través del cual se
mueve la nación, como un organismo sociológico que atraviesa la
historia. De esta manera, la nación no experimenta rupturas ni re-
formulaciones, sino que se manifiesta como una especie de comuni-
dad inmemorial que estaría prefigurada en todos sus antecedentes y
dotada de un mismo futuro. En este viaje por el tiempo, todos los
miembros de una nación deberían ser contemporáneos, así que los que
manifiestan diferencias son percibidos como anormalidades tempo-
rales de la comunidad que se mueve de manera conjunta. Lo dife-
rente no es sólo lo negativo sino también lo arcaico, o quizás sea
negativo por ser arcaico.
En su ya clásico ensayo donde explora las contradicciones de la
modernidad latinoamericana, N. García Canclini propone conside-
rar lo que él llama la heterogeneidad multitemporal de cada nación
(1989:15). Al advertir la coexistencia de lo tradicional, lo moderno
y lo posmoderno, destaca el carácter híbrido de las configuraciones
culturales latinoamericanas. Sin embargo y sin discutir la validez
genérica de su argumentación, creo que se puede caer en una es-
pecie de trampa evolucionista al privilegiar la temporalidad casi
como sinónimo de complejidad evolutiva. Más allá de las diferentes
perspectivas teóricas estamos generalmente acostumbrados a pensar
en términos de temporalidad. Al develar la historicidad del presente
lo asumimos como una acumulación de secuencias temporales cuyos
contenidos concretos se superponen y eventualmente contradicen.
En realidad todos los contenidos de una temporalidad dada son si-
multáneos; una exitosa caza con arco y flecha y la puesta en marcha
de una central atómica en un mismo país y momento, no marcan
discontinuidades temporales sino la existencia contemporánea de
diferentes tradiciones culturales. En este sentido creo que es funda-
mental asumir la contemporaneidad de lo múltiple y no la búsqueda de
una pretendida homogeneidad o síntesis de la acumulación histórica.
Nadie es totalmente tradicional o moderno, ya que el pasado vive en
el inasible presente que es sólo un pasado más cercano. Recordemos
que Margaret Mead ya había propuesto que “los hombres que son
portadores de tradiciones culturales distintas entre sí, ingresan en el
presente en el mismo instante cronológico […] como parte de un
308 FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS
16 Entre los kuna de Panamá, el homicida debe ser teóricamente enterrado vivo
17 Los catalanes y los vascos de España se encuentran entre las autonomías más
prósperas del país y, eventualmente, entre las más conectadas al sistema mundial,
sin embargo, hoy en día son más vascos y catalanes que nunca, aunque sus aspi-
raciones etnopolíticas se expresen de diferentes maneras. En otra dimensión, los
zapotecos binnizá del Istmo de Tehuantepec, etnia organizacional que exhibe
los mayores índices de conectividad tanto con el sistema mundial de comunica-
ciones como con la economía del capitalismo contemporáneo, se cuentan entre
los grupos más vitales tanto a nivel lingüístico como cultural. Algo similar ocurre
con los quechuas otavaleños de Ecuador, cuya intensa dinámica comercial que los
lleva a recorrer el mundo, no implicó una abdicación sino una reformulación de
su filiación étnica.
FRONTERAS ESTATALES Y FRONTERAS ÉTNICAS 313
contiene y que la expresa, una etnia no podría existir en cuanto tal y
se diluiría en el seno del Estado o de la formación social mayoritaria
dentro de la cual se encuentre políticamente contenida.
un comentario final
antecedentes y contextos
[315]
316 DECLARACIONES DE BARBADOS
unión había sido motivada por las críticas situaciones por las que
atravesaban las sociedades nativas con las cuales nos relacionábamos,
víctimas entonces de las distintas manifestaciones del desarrollismo
imperante, que hacía a los estados expandirse sobre las tierras indí-
genas considerándolas como tierras baldías. También nos convocaba
una crítica documentada a la práctica misional indigenista, la que se
ejercía como un acto salvacionista que no reparaba en los intereses
de las poblaciones involucradas. Por otra parte, y aunque ahora es
muy común, no era muy frecuente en esa época que los antropólogos
asumiéramos opciones políticas en cuanto tales, por lo que nos sen-
tíamos obligados a señalar que nuestra colectividad profesional debía
manifestar un mayor compromiso con los pueblos que eran objeto
de sus estudios.
El organizador y coordinador de la reunión fue el antropólogo
austriaco Georg Grünberg, de larga experiencia en las selvas brasile-
ñas, que en ese entonces enseñaba en la Universidad de Berna, y que
nos había convocado durante la realización del Congreso Internacional
de Americanistas realizado en Lima en 1970. La reunión tuvo lugar en
el campus de la University of West India en Barbados, con el aval aca-
démico y organizativo de la Universidad de Berna, Suiza, y contando
con el apoyo financiero del Programa para Combatir el Racismo del Con-
sejo Mundial de Iglesias. La isla caribeña de Barbados fue seleccionada
para la reunión no sólo por el apoyo ofrecido por su universidad,
sino también por ser una especie de ámbito neutral que excluyera a
nuestra reunión de una filiación nacional exclusiva. La declaración
fue publicada en distintos países y reproducida muchas veces en in-
glés, portugués, alemán y castellano, así como en la obra colectiva La
Situación del Indígena en América del Sur (1972). Este libro, que contie-
ne los ensayos monográficos que dan sustento a la declaración, fue
publicado por una editorial de Uruguay en 1972, pero la edición tuvo
poca circulación, ya que gran parte de los ejemplares fueron quema-
das en los depósitos de la editora, como consecuencia de la represión
estatal contra los grupos opositores durante la “guerra sucia” que
vivió Uruguay. Posteriormente fue traducida al inglés por el Programa
Para Combatir el Racismo y al alemán por la Universidad de Berna,
aunque estas ediciones tuvieron muy poca circulación en América
Latina. De hecho, la versión en inglés de la Declaración de Barbados
inauguró la publicación de los documentos de International Work
Group for Indigenous Affairs (iwgia), que por más de tres decenios
DECLARACIONES DE BARBADOS 317
ha mantenido una comprometida línea editorial a favor de los pue-
blos nativos.
Como en dicha declaración se cuestionaba severamente la prác-
tica misional realizada sobre las poblaciones indígenas sudamerica-
nas, algunos sectores eclesiásticos se sintieron críticamente aludi-
dos, e intentaron responderlo a partir de una reunión ecuménica
realizada en Asunción del Paraguay en 1972, la que produjo el
llamado Documento de Asunción. A la reunión confluyeron tanto
misioneros católicos como pastores evangélicos de toda América
Latina, convocados por Movimiento pro unidad evangélica en Amé-
rica Latina (unelam) y también auspiciados por el Consejo Mundial
de Iglesias. Si bien sólo tres miembros de nuestro grupo participa-
ron en la reunión, aunque no de la redacción del documento, la
asamblea de religiosos se inauguró con la lectura de la Declaración
de Barbados que debía ser respondida tanto de manera crítica como
autocrítica. Si bien no fue entonces nuestra tarea, sí puede ser en-
tendida como una consecuencia directa de la misma, por lo que he
decidido incluirla en este capítulo documental, tratando de propor-
cionar al lector los datos de un proceso al que creo que el tiempo
no ha hecho perder vigencia.
Durante los años siguientes cambié de país, a lo que mi participa-
ción en Barbados ayudó un poco y me relacioné con el contexto
mesoamericano. El decenio de los 70 puede ser caracterizado, en lo
que a la antropología latinoamericana se refiere, como una época en
la que los maximalismos políticos penetraron y, en muchos casos,
pretendieron definir la teoría y la práctica antropológica. Así, los
reduccionismos economicistas que enarbolaban un marxismo dog-
matizado, negaban la condición étnica por considerarla sólo un
factor secundario ante las contradicciones de clases. Una vez más se
proponía que, para liberarse, los indígenas tenían que renunciar a sí
mismos, incluyéndose en el campesinado o en la clase obrera. No voy
ahora a traer a colación una polémica ya superada por la historia,
pero debo señalar que el discurso etnocida de los estados y las iglesias,
era ahora asumido por las izquierdas radicales que generaban un
discurso y una práctica excluyentes, aunque sus intenciones fueran
también salvacionistas. Fue por ello que tres años después de Barba-
dos, y en el marco del XLI Congreso Internacional de Americanistas, que
tuviera lugar en México en 1974, nuestro grupo de trabajo se reunió
con otros colegas que estudiaban grupos andinos y mesoamericanos,
318 DECLARACIONES DE BARBADOS
La responsabilidad de la antropología
Firmas
Por primera vez se incluyen las firmas de tres colegas brasileños [*]
a quienes, en esa oportunidad, se les pidió no firmar para no sufrir
represalias por parte del gobierno dictatorial del momento. El cuar-
to brasileño, Darcy Ribeiro, ya estaba exiliado.
Documento de Asuncion
Misión y colonialismo
Reconocemos que nuestras Iglesias, más de una vez, han sido solida-
rias o instrumentalizadas por ideologías y prácticas opresoras del
hombre, de manera que “de hecho, como dice la Escritura, los demás
pueblos desprecian el nombre de Dios por culpa de ustedes” (Rom.
2,24). A pesar de acciones concretas de defensa tenaz y a veces arries-
gada, a favor de grupos indígenas, reconocemos que, históricamente,
nuestras iglesias no han sido capaces de impregnar las sociedades
latinoamericanas con un amor cristiano liberador, sin discriminación
de raza, credo o cultura.
Sin embargo, esta confesión de las fallas y errores en las actividades
misioneras no nos lleva a la conclusión de que se tenga que poner
fin a toda actividad misionera, como lo afirma la Declaración de Bar-
bados. Tarea de la Iglesia en su misión entre los indígenas será, pri-
mordialmente:
Misión de la Iglesia
Hermanos indios:
En América los indios estamos sujetos a una dominación que tiene
dos caras: la dominación física y la dominación cultural.
La dominación física se expresa, en primer término, en el des-
pojo de la tierra. Este despojo comenzó desde el momento mismo
de la invasión europea y continúa hasta hoy. Con la tierra se nos
han arrebatado también los recursos naturales: los bosques, las
aguas, los minerales, el petróleo. La tierra que nos queda ha sido
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