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Burroughs;Allen Ginsberg)
Una noche me emborraché y compré paregórico y él no hacía sino repetir y repetir: «Yo sabía que
volverías al paregórico. Lo sabía. Serás un opiómano toda la vida» y me miraba con una sonrisita
de gato. Para él, el opio es una causa.
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Como en ninguna otra ciudad que haya visto en América del Sur, se siente en Bogotá el peso
muerto de España, sombrío y opresivo. Todo cuanto es oficial lleva el sello de Made in Spain.
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El hotel estaba dirigido por un suizo y era excelente. Anduve caminando por la ciudad. Gente fea
de aspecto piojoso. Cuanto más alto llegaba uno, más feos eran los ciudadanos. Esta es una zona
de leprosos. (En Colombia, la lepra prevalece en la alta montaña, la tuberculosis en la costa.)
Parecía que de cada dos individuos, uno tenía labio leporino, una pierna más corta que la otra o un
ojo ciego ulcerado.
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Hay algo arcaico en esa música que resulta extrañamente familiar, muy antiguo y muy triste.
Indudablemente no tiene origen español, ni tampoco es oriental. Música de los pastores tocada en
un instrumento de bambú parecido a una flauta de Pan, preclásico, etrusco quizá. Una música
similar he oído en las montañas de Albania, donde subsisten elementos raciales pre-griegos, ilirios.
Esa música traía una nostalgia filogenética, ¿de la Atlántida?
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Al día siguiente, el gobernador, que tenía el aspecto de una raza degenerada de mono, descubrió
un error en mi tarjeta de turista.
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Retrospectiva: Repetí mi viaje por Cali, Popayán y Pasto hasta Macoa. Me resultó interesante
observar que Macoa deprimía a Schindler y a los dos ingleses tanto como a mí.
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Guayaquil. Todas las mañanas se oye el clamor de los chicos que venden Luckies por la calle: «A
ver Luckies». ¿Seguirán gritando «A ver Luckies» de aquí a cien años? Miedo de pesadilla del
estancamiento. Horror de quedarme finalmente clavado en este lugar. Ese miedo me ha
perseguido por toda América del Sur. Una sensación horrible y enfermiza de desolación final.
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Pero tienes que comprender que se trata del muchacho peruano corriente no homosexual,
aunque sí con algo de delincuente juvenil. Son la gente de menos carácter que haya conocido.
Cagan y mean donde se les ocurre. No tienen inhibiciones en mostrar afecto. Se echan encima y
van tomados de las manos. Si se acuestan con otro hombre, y todos están dispuestos a hacerlo por
dinero, parecen disfrutar. La homosexualidad es
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Hablo del sudamericano en su mejor expresión, una raza especial en parte india, en parte blanca,
en parte sabe Dios qué. No es, como uno suele pensarlo al principio, fundamentalmente un
oriental, ni pertenece a Occidente.
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Pienso que esto es lo que esencialmente está en juego en la guerra civil colombiana: la escisión
fundamental entre la Potencialidad sudamericana y la Represión española, temerosa de los
tabúes.
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América del Sur no obliga a la gente a ser anormal. Uno puede ser homosexual o drogadicto y no
obstante conservar su posición. En especial si uno es educado y tiene buenos modales. Hay aquí
un gran respeto por la educación. En los Estados Unidos uno tiene que ser un anormal o vivir en un
lúgubre aburrimiento. Hasta un hombre como Oppenheim es un anormal, tolerado por su utilidad.
No te equivoques, todos los intelectuales son anormales en los Estados Unidos.
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los indios descansando con el particular abandono sudamericano, mascando coca —el gobierno la
vende en establecimiento controlados— sin hacer absolutamente nada.
No la llevan en sí mismos, aunque se la den necesariamente los unos a los otros; se trata de la
muerte como «mal encuentro» inevitable en el orden de las existencias naturales.
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Se trata de mostrar que el cuerpo supera el conocimiento que de él se tiene, y que el pensamiento
supera en la misma medida la conciencia que se tiene de él.
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El orden de las causas es así un orden de composición y descomposición de relaciones que afecta
sin límite a la naturaleza entera. Pero nosotros, en cuanto seres conscientes, nunca recogemos
sino los efectos de estas composiciones y descomposiciones;
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experimentamos alegría cuando un cuerpo se encuentra con el nuestro y se compone con él,
cuando una idea se encuentra con nuestra alma y se compone con ella, o, por el contrario, tristeza
cuando un cuerpo o una idea amenazan nuestra propia coherencia.
Por eso no podemos pensar que los niños son felices, o perfecto el primer hombre; pues
ignorantes de causas y naturalezas, reducidos a la conciencia del acontecer, condenados a sufrir
efectos cuya ley no llegan a comprender, son los esclavos de cada cosa, ansiosos e infelices en la
medida de su imperfección. (Nadie se ha opuesto como Spinoza a la tradición teológica de un
Adán perfecto y feliz.)
Spinoza define ocasionalmente el deseo como «el apetito con conciencia de sí mismo».
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El objeto que conviene a mi naturaleza me determina a formar una totalidad superior que nos
comprende, a él mismo y a mí. El que no me conviene pone mi cohesión en peligro y tiende a
dividirme en subconjuntos que, en el límite, entran en relaciones incompatibles con mi relación
constitutiva (muerte).
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Aquí también Nietzsche es estrictamente spinozista, cuando escribe: «Lo más de la actividad
principal es inconsciente; la conciencia sólo suele aparecer cuando el todo quiere subordinarse a
un todo superior, y es primero la conciencia de este todo superior, de la realidad exterior a mí; la
conciencia nace en relación al ser del que podríamos ser función, es el medio de incorporarnos a
él».
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Bueno y malo tienen así un primer sentido, objetivo aunque relativo y parcial: lo que conviene a
nuestra naturaleza, y lo que no le conviene. Y, por consiguiente, bueno y malo tienen un segundo
sentido, subjetivo y modal, que califica dos tipos, dos modos de existencia del hombre; se llamará
bueno (o libre o razonable o fuerte) a quien, en lo que esté en su mano, se esfuerce en organizar
los encuentros, unirse a lo que conviene a su naturaleza, componer su relación con relaciones
combinables y, de este modo, aumentar su potencia.
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De este modo, la Ética, es decir, una tipología de los modos inmanentes de existencia, reemplaza
la Moral, que refiere siempre la existencia a valores trascendentes. La moral es el juicio de Dios, el
sistema del Juicio. Pero la Ética derroca el sistema del juicio. Sustituye la oposición de los valores
(Bien-Mal) por la diferencia cualitativa de los modos de existencia (bueno-malo).
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el hombre de pasiones tristes, el hombre que se sirve de estas pasiones tristes, que las necesita
para asentar su poder, y, finalmente, el hombre a quien entristece la condición humana, las
pasiones del hombre en general (y puede burlarse de ellas como indignarse, que esta misma
irrisión es un mal reír).[24] El esclavo,
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el hombre de pasiones tristes, el hombre que se sirve de estas pasiones tristes, que las necesita
para asentar su poder, y, finalmente, el hombre a quien entristece la condición humana, las
pasiones del hombre en general (y puede burlarse de ellas como indignarse, que esta misma
irrisión es un mal reír).[24] El esclavo, el tirano y el sacerdote… la trinidad moralista.
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Ocurre que la pasión triste es un complejo que reúne lo infinito del deseo con la confusión del
ánimo, la codicia con la superstición.
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El poder de afección se presenta entonces como potencia de acción en cuanto que se le supone
satisfecho por afecciones activas, pero también como potencia de pasión en cuanto que lo
satisfacen las pasiones. Para un mismo individuo, esto es, para un mismo grado de potencia,
supuestamente constante dentro de ciertos límites, el poder de afección se conserva asimismo
constante dentro de estos límites, pero la potencia de acción y la potencia de
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