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Tel. 2423457 2345252
BOGOTA, D. E.

Partiendo de la hipótesis, generalmente admitida, de que el


territorio funciona como un sustrato significativo en relación con
el comportamiento sociocultural, la obra trata de esclarecer la
tipificación de estas relaciones. Tras un breve análisis conceptual
en el que se cuestionan las similitudes y diferencias entre el
territorio animal en general y el territorio humano, se trata de
especificar una metodología adecuada para el análisis del uso
social que el hombre hace del espacio. Se parte para ello de una
concepción dé la cultura como comunicación, y a la luz de esta
perspectiva se diferencian distintos tipos de territorio para pasar
a analizar las relaciones dialécticas, de tipo social, en las que
juega un papel el sustrato territorial, dentro de una serie de
conexiones, igualmente dialécticas.

En la segunda parte se ponen a prueba los principios con-


ceptuales y metodológicos a través de dos trabajos de campo
sobre el tema en dos comunidades asturianas: una tradicional y
otra creada recientemente en función de la industria. La obra
pretende superar así cierto exclusivismo de tipo económico
frecuente hasta el momento en el tratamiento del tema del
territorio, para plantear el problema en toda su amplitud
antropológica.

José Luis García García es profesor de Antropología y de Cultura


y Personalidad en las Facultades de Psicología y Sociología,
respectivamente, de la Universidad Complutense, de Madrid.
Tras realizar estudios de licenciatura en Alemania se doctora en
la Universidad Complutense, con premio extraordinario. Realiza
trabajos de investigación en el Museo de Etnología de Colonia y
en el Museo del Hombre de París, y hace trabajos de campo en
Asturias, su región natal. Entre sus publicaciones sobresalen
Constitución ética del hombre a través de ciclos míticos arcaicos
$UOitACQ<l(X

(publicaciones de la Facultad de Filosofía y Letras de la


Universidad Complutense) y Antropología Cultural: factores
psíquicos de la cultura (Guadiana).

J
Antropología del Territorio

_____
JOSÉ LUIS GARCÍA

ANTROPOLOGIA
DEL TERRITORIO

Taller de Ediciones
Josefina Betancor
Madrid
197
6
© José Luis García
© Taller de Ediciones Josefina Betancor
Calle Ambrós 8 Teléfono 255 12 66
Apartado de Correos 9129 Madrid 28

Derechos exclusivos de edición reservados


para todos los países de habla española

ISBN 84 7330 043 2 Depósito legal: M.


15421 - 1976

Cubierta: Grupo taller

Impreso por Imprenta Julián Benita González


Arias 14 Madrid 26

Impreso en España Printed ¡n Spain


Indice general

Introducción

La territorialidad como problema antropológico 11

PRIMERA

PARTE Capítulo

territorialidad humana 31

a) Percepción y territorio 33
b) La población 42
c) Habitat 49
d) Recursos económicos 55

Hacia un concepto de territorialidad humana 23

Capítulo 2
Condiciones infraestructurales de la

Capítulo 3

Territorio y estructura social 63


Exclusividad positiva y negativa 74
Los comportamientos socioculturales y el territorio 86

Capítulo 4

Dos formas de semantización territorial 95

7
8 Antropología del territorio
Territorialidad metafórica 102
Territorialidad metonimica 124
1 Territorialidad corporal 127
2 Movilización de signos en un contexto
cultural 142
9 Antropología del territorio

SEGUNDA PARTE

Análisis territorial de dos comunidades españolas 181

Introducción 183

Capítulo 5
Bustiello: un territorio prefijado y una población de
reclutamiento 187
Quién es quién en un territorio sin demarcaciones 203 F.l
vecindaje territorial 220
Estratificación social 229
El mundo infantil 240
Diferenciación territorial según el sexo 251

Capítulo 6
Villanueva de Oseos: dialéctica territorial desde la casa a
la comarca 263

La casa 269
El pueblo y la zona 294
El concejo y la comarca 315

Apéndice
Sobre planificación territorial 331

347

Bibliografía
A Chelo

i
INTRODUCCION

La territorialidad como problema


antropológico
Uno de los problemas fundamentales en el estudio de cualquier
relación sociocultural y, al mismo tiempo, de los más desatendidos
en su verdadera significación antropológica, es el de la
territorialidad. Su trascendencia radica en que el territorio es el
sustrato espacial necesario de toda relación humana, y su
problemática estriba en que el hombre nunca accede a ese sustrato
directamente, sino a través de una elaboración significativa que en
ningún caso está determinada por las supuestas condiciones físicas
del territorio. Si como se ha escrito en más de una ocasión, entre el
medio ambiente natural y la actividad humana hay siempre un tér-
mino medio, una serie de objetivos y valores específicos, un cuerpo
de conocimientos y creencias, en otras palabras, un patrón cultural
\ resulta fácilmente comprensible el carácter antropológico de este
problema. La reducción del territorio a una cuestión cartográfica es*
una simplificación altamente abstracta que no responde a las
exigencias empíricas verificables del concepto de realidad humana.
El problema del territorio, planteado primero y de forma
especifica dentro de la Geografía Humana, ha incrementado su
complejidad a medida que otras ciencias cómo la Ecología, la
Etología, la Economía, la Psicología, la Sociología y finalmente la
Antropología le han abierto sus puertas. En esta línea de atención,
marcada por las citadas disciplinas, el territorio recorre un camino
que le conduce desde la objetividad casi fotográfica de un «paisaje
humano», hasta las complicadas estructuras mentales y
significativas que le sustentan y le hacen humano; pasa del mundo
de las cosas al de los objetos y, rebelde al objetivo de las cámaras
y a la cartografía, se recluye en el intrincado «mapa» del lenguaje y
de 1

1
Cfr. C. D. Forde: Habitat, Economía y Sociedad. Oikos-Tau, Barcelona,
1966, pág. 482 s.

13
14 Antropología del territorio

los símbolos. Todas las ciencias que le habían prestado su atención


son hoy conscientes de esta realidad y ' abogan por una
colaboración interdisciplinaria, en la que sin duda debería jugar un
papel de primer orden una supuesta Antropoloaía del territorio.
Poco, sin embargo, se ha escrito e investigado en este sentido
dentro de la Antropología. Alusiones de paso, consideraciones
etnográficas insuficientemente desarrolladas, algún trabajo de
campo donde se interrelacionan territorial idad y cultura o forma de
cultura. En esta línea cabe reseñar, como especialmente sugerentes
y valiosas, las aportaciones de C. Lisón en torno al tratamiento
cultural de límites en la comunidad gallega2.
E.T. Hall es sin duda el antropólogo que inició el estudio
sistemático del tema. Incluso acuñó un término, creyendo quizá que
su intento iba a suscitar una continuación investigadora, que
desgraciadamente no fue muy abundante: «Para expresar las
observaciones, interrelaciones y teorías referentes al uso que el
hombre hace del espacio, como efecto de una elaboración
especializada de la cultura a que pertenece he acuñado el término
de proxemística» 3. Tanto en La Dimensión Oculta como en el
Lenguaje del Silencio4 se sitúa Hall en una perspectiva
configuracionista directamente derivada de las teorías lingüísticas
de Sapir y Whorf, y el territorio es considerado como un signo cuyo
significaoo solamente es comprensible desde los códigos culturales
en los que se inscribe. «Todo, virtual mente, lo que el hombre es y
hace está relacionado estrechamente con la experiencia del
espacio. La sensación humana del espacio, el sentido espacial del
hombre, es una síntesis de muchas impresiones sensoriales:
visuales, auditivas, cinestésicas, olfativas y térmicas. Cada una de
ellas, además de venir constituida por un sistema complejo —como
ocurre, por ejemplo, con la docena
de formas distintas de captar visualmente la profundidad _____
viene moldeada por la cultura, a cuyos patrones responde. Por
tanto, no cabe otra alternativa que aceptar el hecho de que las
personas criadas o educadas en el seno de culturas diferentes viven
también en mundos sensoriales diversos»5

2
Cfr. Bibliografía general.
i ,., Dimensión Oculta, enfoque antropológico del uso del eanarin
Instituto de Estudios de la Administración Local. Madrid 1973 pág 15’
1959. ^S'lent Language
■ Doubleday and Company, Inc. Nueva York,
5
La Dimensión Oculta..., pág. 279.
Introducción

Las influencias de Hall —cuya aportación tendremos ocasión de


valorar a lo largo de este trabajo—, al igual que las de Chapple y
algún otro pionero que tocaron el tema desde perspectivas no
sistemáticamente territoriales, se orientaron más hacia la
investigación de un aspecto determinado del uso social del espacio:
el que está implicado en el lenguaje del cuerpo. A esta nueva ciencia
se le llamó kinesia. Los estudios de Goffman, Mahl, Dittmann,
Ekman y Birdwhistell, entre otros 6, se ocupan de esta temática tan
relacionada con las conclusiones de la lingüística estructural. Este
trabajo pretende, sin embargo, abordar el tema del territorio en re-
lación con la comunidad y no sólo con el cuerpo. Esta perspectiva
ha sido más desatendida. En el Congreso 135 de la American
Association for the Advancement of Science, celebrado en Dallas
entre el 29 y 31 de diciembre de 1968, donde se abordó el tema de
la territorialidad en los animales y en el hombre, y en el que
intervinieron 50 científicos de diversos países, la presencia de los
antropólogos resultó insignificante ante el elevado número de
etólogos, ecólogos y cultivadores de otras ramas de las ciencias
naturales y humanas.
Y, sin embargo, creemos que la investigación antropológica del
problema debería haber sido señalada con el sello de urgencia en
nuestra cultura occidental. Mientras las sociedades llamadas
primitivas, en la medida en que los contactos civilizadores de
occidente se lo permiten, mantienen una relación más estable con
su suelo, y los vínculos tradicionales, incluso en las culturas
nómadas, tienden a perpetuar los límites simbólicos del territorio —
situación por lo demás que difícilmente podrá perdurar algunas
décadas dado el trasiego humano constatable en este mundo sin
fronteras—( ig cultura occidental ha hecho, desde hace algunos
años, profesión de desarraigo, y los movimientos y desplazamientos
humanos han tejido un complicado sistema de comunicaciones entre
los más diversos subgrupos culturales: desde el «solar» familiar al
oscilante territorio de las realizaciones personales, desde la nítida
estructura de la forma agraria, donde la tierra está en contacto
ineludible con el hombre, hasta el artificio industrial que la oculta y
reduce, desde la utilización del espacio a la planificación del mismo.
Pero este movimiento humano no es simple. Arrastra consigo
todo un trasfondo semántico, un haz de significantes sin referente,
ávidos de reencontrar los significados abandonados en el origen del
desplazamiento. Esfuerzo vano que nun

6
Cfr. Bibliografía general.
16 Antropología del territorio

ca se veré coronado por el éxito. Más bien cederá y se des-


moronará la estructura significativa del viajero, y su situación, ante
la tentativa de readaptación, será la causa de una regresión
inevitable, que le colocará en un trance similar al que intuye Lévi-
Strauss para los primeros tiempos del lenguaje: un fuerte
desequilibrio entre lo captado y lo conocido, entre los significantes y
los significados, entre la eficacia simbólica y la eficacia científica, y,
en fin, una vuelta a los términos flotantes, sin significado preciso,
para denominar las grandes sombras cognoscitivas que el nuevo
ambiente le proyecta \
Las consecuencias de todo este proceso no serían tan nefastas
si la situación fuese del todo paralela con la de los primeros tiempos.
Pero nos encontramos ahora con unas circunstancias contradictorias.
Lo que al inicio del lenguaje era un progreso, un logro inestimable,
ahora es una regresión. Nuestro hombre se había movido ya en un
medio natural distinto, por el camino de la adecuación cada vez más
estrecha, entre significante y significado. Esta convergencia se le
desmorona no porque no haya llegado a ella, sino porque desaparece
uno de los términos del conjunto. Por otra parte, se encuentra
sumergido en un medio ambiente donde los individuos que le rodean
no se encuentran en su mismo estadio, con lo que necesariamente se
origina en él un problema secundario de marginación.
Como vemos, el estudio de la territorialidad puede tener una
repercusión directa en cuestiones tan propias de nuestra cultura como
la migración, tanto interna como externa, la dinámica de población, la
reacción ideológica de un conjunto cultural ante los impactos de los
nuevos logros técnicos. Todas estas circunstancias apuntan a otras
tantas variables de interrelación con el territorio. Como veremos más
adelante, la densidad de población y la cantidad artificial de mediacio-
nes entre un sistema preestablecido de relaciones y el medio son
elementos que condicionan y reorganizan toda la semántica propia de
una adaptación territorial concreta en un momento determinado.
Ha sido en el mundo animal donde la investigación territorial ha
conquistado sus mejores conclusiones. Los estudios de Hediger,
Leyhausen, y sobre todo de Carpenter 7 8, han marcado una pauta de
estudio nada despreciable. Partir de las conclusiones de estos
etólogos y aplicarlas, sin más, al mundo humano, sería simplificar
excesivamente el problema. Tanto más cuanto que las condiciones de
investigación en las que estos eruditos trabajaron no siempre fueron
las más idóneas para dar respuesta adecuada al tema que trataban.
Es sabido que la observación territorial de los animales en libertad
resulta sumamente difícil y que como mal menor los etólogos recurren

7
Cfr. «Introduction a L'oeuvre de Marcel Mauss», en Soclologle et
Anthropologie. P.U.F. París, 1968, pág. XLVII.
8 Ver Bibliografía general.
Introducción 17

con frecuencia al animal cautivn, aun cuando reconocen que el


comportamiento territorial varía considerablemente en ambas
circunstancias. Por otra parte, no sabemos, y difícilmente podremos
llegar a conocer algún día, hasta qué punto las observaciones
extraídas del comportamiento animal pueden ser aplicadas, aunque
sea analógicamente, al hombre. Nos faltan datos objetivos sobre el
significado real de la conducta animal, sobre todo si nos introducimos
en el mundo motivacional, y naturalmente el antropólogo, que ha
experimentado en sus estudios transculturales el grave peligro del
etnocentrismo, difícilmente puede convencerse de que salvará el
incógnito espacio que separa la especie animal de la humana sin
sumergirse, a su vez, en el antropocentrismo más descarado. Esa es
precisamente la sensación que producen los tratamientos que
algunos estudiosos del mundo animal dan a sus descripciones,
sensación de la que no se libran algunos investigadores tan
cualificados como el premio Nobel de Medicina K. Lorenz. El lector
más profano puede detectar lo que decimos hojeando simplemente la
descripción que este autor nos hace del comportamiento de su oca
Martina 9. Esta situación, por lo demás, no difiere mayormente de la
que ya en épocas muy remotas impulsó a los hombres a forjarse una
idea de los dioses, que todavía compartimos íntimamente en el siglo
XX, y que sabiamente fue criticada por Jenófanes: «Si los bueyes, los
caballos y los leones tuvieran manos y pudieran con ellas pintar y
crear obras como los hombres, los caballos pintarían a los dioses con
figura de caballo, los bueyes con figura de bueyes, prestándoles el
cuerpo que ellos mismos tienen» 10. Se trata en el fondo de un serio
problema epistemológico que se evidencia de forma rotunda siempre
que el hombre pretende abandonar el mundo de sus formalizaciones
específicas para remontarse o descender a otros órdenes de vida.
Pero la Antropología nos ha enseñado a proceder con suma cautela
en tales circunstancias. Nos indica que ño es
necesario abandonar los límites de la especie humana para que el
problema epistemológico al que aludimos aflore con escandalosa
intensidad. Basta traspasar las fronteras de la propia cultura para
verse privado de los sistemas semánticos indispensables que nos
acerquen a otros grupos humanos. La primera Antropología no era tan
rigurosa a la hora de considerar esta dificultad. Los Antropólogos
británicos, por ejemplo, construyeron todo un mecanismo lógico para
explicar la forma de cómo la primera humanidad iría descubriendo
conceptos tan esenciales en nuestra civilización como alma, espíritu,
dioses y todo el sistema religioso del civilizado. La teoría de Tylor
sobre la falsa interpretación de los fenómenos del sueño y de la
muerte, por parte del primitivo, es de sobra conocida. Como también
lo es la crítica del Antropólogo de la misma nacionalidad, Evans-

9 Cfr. Sobre la Agresión: el pretendido mal. Siglo XXI, 1971.


10 Cfr. Kirk y Raven: The Presocratic Philosophers. Cambridge, 1957,
pág. 169.
J. L. García, 2
18 Antropología del territorio

Pritchard, denunciando el paralogismo que esa forma de argumentar


encierra; crítica, por lo demás, muy similar a la formulada por
Jenófanes muchos siglos antes: Spencer, Tylor y sus seguidores
argumentaban desde su cultura, como si ellos fueran primitivos. «SI
yo fuera un primitivo llegaría de esta forma a la idea de alma y de
espíritu», lo que equivaldría, en otro orden, a afirmar: «Si yo fuera un
caballo haría lo que hacen los caballos, según tal o cual sentimiento
que se supone poder atribuir a los caballos» u. La falacia del
argumento estriba en que la condicional no se cumple.
No queremos con esto restar importancia a los estudios del
comportamiento animal, sino simplemente prevenir sobre la
inadecuada aplicación de sus conclusiones al mundo humano. El
hecho de que el hombre sea presentado hoy por la ciencia
antropológica como un eslabón sucesivo dentro de la serie evolutiva
animal, no quiere decir que no tuviesen lugar, dentro de la misma
evolución, unos acontecimientos que hayan cristalizado en la
aparición de un ser desconectado, en la problemática que nos ocupa,
de sus antecesores. No obstante, los estudios sobre territorialidad
animal y las conclusiones a las que se ha llegado, pueden servirnos,
si no de referencia concreta para captar el significado de la cuestión
aplicada al hombre, sí de estímulo para iniciar la investigación
antropológica correspondiente.
Dentro de las experiencias cotidianas salta a la vista que este
intento tiene una base sólida de realización. Primero porque el mismo
cuerpo humano requiere un contorno espacial, salvaguardado en
todas las culturas, para su desarrollo 11 y actuación. No estaría fuera
de lugar recabar el significado profundo a nivel espacial de la serie de
orlas que según diferentes teorías, más bien orientales, rodean a la
epidermis. Por otra parte, es un fenómeno altamente significativo, y
que da pie, desde la base misma de la realidad humana que es su
distensión espacial, para comprender el distinto significado que,
según criterios propios de semantización, es particular de grupos
humanos específicos. Sabemos en efecto que existen culturas, cuya
concepción del cuerpo propio, realidad espacial más inmediata, difiere
notablemente de la que a través de la historia ha ¡do fraguando el
hombre occidental. El cuerpo como energía, como campo de
influencias eficaces más allá de sus límites físicamente constatables,
es propio no sólo de culturas primitivas, sino también de épocas
anteriores en la línea de desarrollo de nuestra civilización. Pensamos
ahora en la descripción que Homero nos presenta de sus héroes, y de
ese espacio influido e imanado de su cuerpo.
Pero más allá de la realidad somática, parece un dato in-
cuestionable la manipulación «ideológica» que cada cultura hace no
sólo de la casa, como unidad territorial menor, sino también del
territorio acotado por la comunidad o el grupo. Creemos que existen

11 Cfr. La Religión des primitifs. París, Payot, 1969, pág. 53.


Introducción 19

en los datos que nos proporciona la Antropología modelos suficientes


de concepción territorial en diversas culturas, que nos dan la base de
estudio indispensable para abordar el problema sin necesidad de
salimos de los límites de las ciencias humanas. Prescindiremos de
forma temática de las investigaciones de los etólogos sobre el tema,
no porque las desvaloremos, sino porque, hoy por hoy, todavía no
conocemos de forma científica su aplicación a la especie humana.
Sería arriesgado enfrentarse a una problemática sirviéndose de otra
más complicada, y que en cualquier caso podría ser objeto de un
estudio independiente.
Dos son las dificultades que se presentan a la hora de abordar
esta investigación: una conceptual y otra metodológica. La primera de
ellas nos obliga a precisar la noción de territorialidad. Afirmar que el
territorio es el espacio dentro del cual tienen lugar las relaciones
socioculturales de un grupo, puede conducir a numerosos equívocos.
Por una parte, esta definición sugiere veladamente una identificación
entre territorio y aldea, pueblo o centro de población en general. Pero
la vida de una comunidad acontece con frecuencia más allá de los
limites de estas entidades. Lo que equivale a decir que el concepto
antropológico y político de territorio no tienen por qué coincidir.
Recordemos ciertos tipos de nomadismo, las grandes expediciones
cinegéticas de los pueblos cazadores, o las extrañas peregrinaciones
de los indios Winnebago en busca de una visión de tipo espiritual que
les garantice el tránsito a la vida adulta. No ignoramos que todas estas
actividades transcurren, a menudo, por rutas más o menos fijas, y
sobre las que los viandantes no dejan de tener algún derecho. Pero el
criterio legal tampoco aclara mayormente la cuestión, desde el
momento en que las relaciones socioculturales de un grupo invaden,
con frecuencia, por medio de instituciones tales como la hospitalidad,
el cautiverio, el comercio, la emigración, etc., todas ellas de signo legal
muy diferente, el campo de acción de otros grupos culturales. Además
la concepción del territorio como espacio, puede llevarnos a una idea
geográfica de la cuestión, si no se precisa adecuadamente lo que se
entiende por espacio. Y este es precisamente el punto de donde parte
la inquietud de esta investigación.
La segunda dificultad es metodológica. Resulta hasta cierto punto
fácil armarse de paciencia y observar durante largas horas las pautas
territoriales de animales en cautiverio; anotar sus idas y venidas, sus
reiteraciones, y dibujar el mapa de sus hábitos territoriales. Se llegaría
entonces a la conclusión de que el animal observado se mueve dentro
de los límites de un espacio acotado o que determinados compor-
tamientos animales, por ejemplo, el apareamiento en ciertas especies,
están territorialmente pautados. Si se tratase de animales en libertad
la paciencia requerida sería mayor, pero aun en algunas especies se
podría llegar a conclusiones paralelas. En el caso del hombre este
procedimiento no nos llevaría a descubrir mucho más de lo que ya
sabemos. La Humanidad tiende a agruparse en núcleos que van
20 Antropología del territorio

desde la familia al estado, y en mayor o menor grado estas colectivi-


dades se asientan o se asignan espacios determinados. Sin duda la
historia de las grandes migraciones de la Humanidad ha sido
impulsada por la necesidad de esta posesión, referida no a un
territorio concreto, sino a una tierra propicia. La afirmación de
Rousseau en el Discurso sobre el Origen de la Desigualdad entre
los Hombres de que el primero que acotó un espacio y dijo esta tierra
es mía inventó la propiedad privada, debería matizarse, por lo que se
refiere a la territorialidad, en el sentido de que descubrió la conciencia
de la propiedad privada, individual o grupal. La propiedad territorial
existía ya desde el momento en que el hombre, en épocas muy
tempranas, utilizaba la defensa propia. Precisamente el hecho
constatado de la incompatibilidad en la misma ubicación territorial de
dos especies vivientes distintas, es un dato lo suficientemente
importante como para explicar los elementales sentimientos de
posesión territorial.
Poco, sin embargo, lograríamos saber de la territorialidad humana
si nos limitásemos a cartografiar los movimientos de los individuos o
de los grupos humanos. Si el territorio es susceptible de un estudio
antropológico, y no meramente geográfico o ecológico, es
precisamente porque existen indicios para creer en el carácter
subjetivo del mismo, o dicho de otra manera, porque contamos con
datos etnográficos suficientes para concluir que tal como anotábamos
al comienzo de este estudio, entre el medio físico y el hombre se in-
terpone siempre una idea, una concepción determinada. Nunca
podríamos llegar a ella por el método de la observación escueta de la
utilización del territorio. Es preciso interpretar esa utilización. Y las
técnicas iniciales adecuadas para este fin no podrán ser otras que las
empleadas en los demás campos de la investigación antropológica:
las técnicas del trabajo de campo, desde la observación y la encuesta,
hasta la interpretación y modelización de las constataciones.
Tras una primera parte en la que intentaremos aclarar tanto el
problema conceptual como el metodológico, recurriremos a dos
estudios muy concretos, basados precisamente en el contacto directo
con las comunidades a las que se refieren. Hemos seleccionado los
grupos de nuestro estudio según la diversidad aparente de sus
territorios, con la finalidad de someter a prueba, mediante el contraste,
ciertas hipótesis, que admitimos como significativas, y cuya validez
dejamos condicionada a su verificación. Por otra parte, si logramos
detectar indicios de semantización en el uso del espacio, podremos
precisar hasta qué punto la mediatización ideológica del territorio es
una noción cierta. Y con ello, esperamos, habremos colaborado en
algún grado en la funda- mentación empírica de algunos aspectos
relativos a una Antropología del territorio.
.
.

*.11 *''

-
PRIMERA PARTE
Capítulo 1

Hacia un concepto de
territorialidad humana
El término territorialidad connota una serie de asociaciones entre
las cuales sobresale, por su carácter primario, la de realidad
espacial. Sin embargo, estos dos conceptos —espacio y
territorio— deberían diferenciarse adecuadamente, pues tanto
extensiva como intensivamente denotan significados distintos. El
espacio constituye uno de esos conceptos poli- sémicos, que por
sí sólo, sin precisiones calificativas, se vacía a causa de su
generalidad. El espacio de las ciencias físico-matemáticas no
tiene mucho que ver con el que sitúa el psicólogo en la base de
sus investigaciones, y éste, a su vez, discrepa del concepto como
noción epistemológica, geográfica o sociológica. Por ello una
reflexión sobre las distintas formas espaciales nos alejaría
innecesariamente de nuestro propósito. Que el espacio real sea
euclídeo o no lo sea, que tenga límites o carezca de ellos, que
esté sujeto a expansiones o a otras leyes físicas determinadas o
que, en fin, en su acepción geográfica sea el producto de unos
movimientos geológicos o cósmicos, es algo que vale la pena
conocer, pero que en cualquier caso modificaría muy poco las
conclusiones de una antropología del territorio \
Porque si es verdad que la territorialidad se asienta sobre un
sustrato espacial, no lo es menos que la Antropología Social y
Cultural, al enfrentarse a esta problemática, debe cualificar el
concepto de espacio, objeto de su estudio al menos en dos
direcciones complementarias: una, la que resulta de añadir a la
noción general (espacio) el determinante «territorial», debiendo,
por tanto, centrarse en el estudio del espacio que constituye
territorio; y otra, la que resulta de introducir esta temática dentro
del molde formal de estudio de esta ciencia, lo que implica un
tratamiento sociocultural del espacio territorial, sin pretender
afirmar que este planteamiento agote el interés humano del
espacio o incluso del 12
territorio, sino intentando únicamente acceder a aquellos as-
pectos y bajo aquel punto de vista que le es propio como ciencia.

12 Cfr. sobre los distintos usos de este concepto, J. Le Men: L'Espace


figuratif et les Structures de la Personalité. P.U.F., París, 1966. págs. 13-28.
25
26 Antropología del territorio

De las líneas anteriores se desprende que, tal como aquí se


entiende, el territorio es un espacio con unas características
determinadas, que de manera general podríamos denominar
sociales y culturales. De otra manera: el territorio es un espacio
socializado y culturizado. Esta afirmación, que por lo general,
corre el peligro de decir muy poco, ofrece, sin embargo, una
perspectiva metodológica clara para afrontar esta temática,
pues nos permite parcelar y tratar aquellas formas espaciales
que conllevan significaciones sociocultu- rales, tales como la
casa, las propiedades territoriales, los espacios de ubicación
grupal, propios o extraños, y de manera general cualquier
formalización o simbolismo, que operando sobre una base
espacial, actúe como elemento socio- cultural en el grupo
humano, abriéndosenos así las puertas de las cosmogonías, de
las creencias, de las supersticiones y de cualquier otro tipo de
folklore que se relacione con el tema.
Concretar más las características de la territorialidad es lo
que pretende este trabajo. De momento, y como hipótesis inicial
partimos de la definición amplia de territorio, lo que ya de
entrada nos obliga a precisar el calificativo, en ella incluido de
«sociocultural». ¿Qué es un espacio socioculturi- zado?
Estrictamente y a causa de la inevitable espacialidad en la
que discurre la actividad humana2, se podría pensar que todos
los elementos culturales encontrarían hueco en la definición
propuesta. Un objeto ritual, como puede ser una imagen, sería
sin duda una realidad espacial investida de un significado
sociocultural. Pero es evidente que no nos referimos aquí a este
tipo de objetos, sino que el enunciado formulado presupone que
la vigencia sociocultural del rasgo recoge temáticamente su
espacialidad. Por ejemplo, sería pertinente para el tema la visión
simbólica de la misma imagen en la medida en que alguna de
sus cualidades dependiese de su ubicación en un determinado
lugar. En este caso nos encontraríamos con que un espacio
concreto había sido investido con un significado cultural propio,
en relación con una situación, y en consecuencia dicho lugar
sería un punto que debería recoger el mapa territorial de esa
cultura.
? Cfr. L. Cencillo: Tratado de las Realidades. Syntagma, Madrid, 1973,
pág. 60.
Precisando más la definición inicial podemos afirmar que el
territorio es un espacio socializado y culturizado, de tal manera que
su significado sociocultural incide en el campo semántico de la
espacialidad. Pero a pesar de esta condición existen
formalizaciones que cumplen estas características y que, sin
embargo, no parecen poder incluirse en esta temática sin violentar
el concepto de territorialidad. Tomemos de nuevo la misma
I: 1 Hacia un concepto de territorialidad humana 27

imagen y concedámosle las mismas cualidades, pero


dependientes ahora de su tamaño: Las imágenes grandes, o ésta
concretamente, tienen más poder que las pequeñas. Es evidente
que en esta precisión se hace una referencia temática a uno de
sus aspectos espaciales, sin embargo, ¿en qué medida puede
este dato ser pertinente para analizar la territorialidad de un grupo
humano?
Pueden ocurrir dos cosas: que la configuración anterior no sea
un dato espacialmente aislado, sino que responda a una pauta
general de espacialidad, en cuyo caso la pertinencia del rasgo, o
lo que es lo mismo, su tratamiento cultural verdaderamente
espacial, estaría avalado por la convergencia, y su utilización
directa o probatoria dentro de un estudio de la territorialidad
estaría justificada. Otra posibilidad, y quizá la más frecuente en
este tipo de hechos, es que la incidencia en el campo semántico
de la espacialidad sea solamente aparente. Pensemos, por
ejemplo, en dichos populares tales como «caballo grande, ande o
no ande», «lo bueno si breve, dos veces bueno», «tanto va el
cántaro a la fuente que al fin se rompe», «con pan y vino, se anda
el camino», etc..., donde formalmente se apunta a proporciones y
distancias, y que, sin embargo, encierran una intencionalidad
semántica bien distinta. Lógicamente estos motivos no cumplen
los requisitos de la definición propuesta.
Volviendo a la primera posibilidad, en este tipo de hechos,
hemos admitido que siempre que su significado pertenezca al
campo semántico de la pauta espacial su utilización directa o
probatoria es adecuada. ¿Quiere esto decir que rasgos de este
tipo pueden ser tenidos por eslabones del territorio cultural? Quizá
debamos añadir una nota más para acercarnos al concepto de
territorialidad, tal como aparece en los estudios afines de otras
disciplinas. Los etólogos hablan con frecuencia de animales
territoriales para referirse a aquellas especies que de una u otra
forma defienden un espacio, que se presupone les pertenece, o lo
que es lo mismo: dominio de un espacio y territorialidad son
nociones interrelacionadas. En el mundo animal, como nota
Carpenter3,
3
Cfr. en A. H. Esser: Behavior and Environment. Plenum Press, Nueva York,
1971, pág. 52.
el problema estriba en conocer cuál de estos dos elementos es
anterior, si es que alguno de ellos lo es, el dominio, o la
territorialidad. Según numerosos etólogos estos dos factores han
ido desarrollándose paralela e interactivamente en el proceso de
la evolución, y constituyen un binomio inseparable en todas las
especies de mamíferos. Podemos recoger la precisión de Robert
Ardrey en el sentido de que ciertos animales no defienden su
territorio sencillamente porque nadie les ataca, lo cual no quiere
decir que no sean territoriales. En consecuencia, la idea de
28 Antropología del territorio

dominio o defensa de un espacio como característica más


sobresaliente de la «territorialidad», debería precisarse con la de
exclusividad13. Y por otra parte, los conceptos de dominio y
territorialidad pueden pertenecer a dos niveles distintos, uno el
puramente ecológico (espacio) y otro el etológico o psicológico
(comportamiento: dominio, defensa, exclusividad) 14.
Ahora bien, la Antropología es una ciencia del comportamiento
humano y la vieja distinción entre cultura material y cultura
psíquica, a pesar de que sigue en vigor entre algunos autores y
sirva de pauta orientadora en los ficheros de numerosas
bibliotecas de Antropología, carece por completo de fundamento
en su sentido tradicional, ya que los mismos términos cultura y
material implican cierta contradicc:ón. Los estudiosos de la cultura
han superado ya la dicotomía objetivo-subjetivo en el sentido
disyuntivo de estos dos conceptos, y han captado la implicación
dialéctica psíquica-material de cualquier actividad humana. Por
ello, y prescindiendo de discutir ahora hasta qué punto en el
mundo animal son dife- renciables los planos ecológico y etológico
de la territorialidad, creemos que en el caso del hombre no lo son.
Entre otras cosas porque en la especie humana el
comportamiento territorial no es uniforme, como puede suceder en
las demás especies animales, y el significado que pueda tener lo
recibe enteramente de un proceso de semantización no necesario,
o lo que es lo mismo selectivo. «El hombre es enormemente
flexible y variable en su comportamiento y ha incorporado en sus
sociedades casi todos los tipos posibles de espacia- lidad. El
hombre difiere de las demás especies animales en que no tiene
una única forma de sociedad, sino que ha creado una amplia
gama de culturas y en cada una de ellas se pueden observar
distintos tipos de comportamiento espacial.
Cada ser humano adquiere un conocimiento completo de las leyes
espaciales de su cultura...»15.
Podemos, por tanto, mantener aquí el sentido operativo del
término territorialidad, tal como existe acuñado en otras ciencias,
es decir, en su relación con la «exclusividad», entendiendo por tal
toda una gama de posibilidades que oscilan entre lo que
podríamos llamar una exclusividad positiva y otra negativa. La
primera de ellas indica el sentido de posesión o dominio que
corresponde como derecho a las distintas entidades que
constituyen una comunidad: individuo, familia, grupo, etc...,

13 Cfr. Behavior and Environment, pág. 48.


14 Cfr. o. c., pág. 49.
15
G. McBride: «Theories of Animal Spacing: the Role of Flight, Fight
and Social Distance», en Behavior and Environment, pág. 63.
I: 1 Hacia un concepto de territorialidad humana 29

configurándose la territorialidad bajo esta perspectiva en una


sucesión de planos que se interrelacionan de formas diferentes
según las distintas culturas, y que recogen, a su vez, numerosas
variantes, tales como edad, sexo, status, etc., dentro de cada una
de las entidades integrantes del grupo social. La exclusividad
negativa hace referencia a aquellas situaciones territoriales en las
que cualquiera de las unidades de exclusividad positiva de un
determinado grupo, proyecta, bajo alguna normativa, una
exclusión territorial de la que son sujetos los restantes grupos o
entidades sociales. A una exclusividad positiva en relación con un
grupo o subgrupo corresponde automáticamente una exclusividad
negativa para el resto de los grupos o subgrupos, que es
antitéticamente simétrica de la anterior. Es ésta una situación
acusadamente humana, en la que los territorios de grupos o
unidades diferentes sustituyen la lucha, como defensa territorial,
tan extendida en el mundo animal, por la normativa.
Dentro de la territorialidad de exclusividad positiva, los
espacios territoriales de las distintas entidades formadoras de un
grupo, no coinciden en sus límites. La territorialidad de
exclusividad positiva del individuo, de su corporeidad, aunque en
situación estática es más reducida, como parte dinámica de otras
unidades sociales, utiliza otros aspectos de la territorialidad grupal
e incluso extragrupal.
Las anotaciones que preceden nos permiten ahora formular la
definición inicial del territorio humano de la siguiente manera: se
trata de un espacio socializado y culturizado, de tai manera que su
significado sociocultural incide en el campo semántico de la
espacialidad y que tiene, eñ relación con cualquiera de las unidades
constitutivas del grupo social propio o ajeno, un sentido de
exclusividad, positiva o negativa.
Esta definición exige el tratamiento de una serie de puntos, en
el estudio del territorio humano, y que podrían resumirse en los
siguientes: análisis de las condiciones infraes- tructurales, a partir
de las cuales se opera la socialización y culturización del espacio;
investigación de las posibles relaciones que los conceptos
«socializado y culturizado» implican, así como su delimitación e
importancia de los grupos y subgrupos sociales en este contexto;
y finalmente el estudio del significado mismo y de las formas que
el hombre pone en funcionamiento para llegar a él. Todo esto será
objeto de atención en las páginas siguientes.
Capítulo 2

Condiciones infraestructurales de la
territorialidad humana
Decíamos anteriormente que el territorio es el sustrato espacial
necesario donde transcurre toda relación humana. El hecho de
que ese sustrato se modifique dialécticamente en contacto con la
actividad humana misma, no impide que sigan existiendo unas
condiciones infraestructurales, subyacentes al mismo proceso
dialéctico del que surge la territorialidad humanamente
semantizada. El concepto de condiciones infraestructurales aquí
utilizado no debe entenderse en un sentido determinista, sino
como elementos básicos del proceso dialéctico al que aludimos.
Ello quiere decir que esos mismos elementos se van a ver
modificados en el transcurso del mismo proceso, y que por
consiguiente su vigencia concreta dentro de una cultura, no
responde a una descripción general de los mismos. Dicho de otra
forma: los condicionantes infraestructurales de la territorialidad
humana no pueden tratarse como tales, sin incurrir de alguna
forma en cierta abstracción. Como veremos más adelante, el
análisis concreto del territorio humano, en una cultura, exigirá una
precisión de estos condicionantes en los términos que le sea
propio. Por ello nos limitaremos aquí a reseñar algunas dis-
posiciones generales, desde las que debe entenderse la di-
mensión territorial del hombre, dejando abierta la posibilidad de
que esas mismas disposiciones se concreticen en el hombre
efectivamente culturizado.

a) Percepción y territorio

La percepción sensorial humana juega un considerable papel


en las distintas delimitaciones territoriales. El hombre capta la
realidad a través o a partir de sus sentidos. Las condiciones
estructurales de los sentidos humanos, determinan en buena
medida su forma de percibir el espacio. La disyunción que ha
existido y existe entre una física del microcosmos y otra del
macrocosmos, se debe en un tanto por ciento muy elevado a las
características perceptuales del ser humano, que en última
instancia es el que investiga.
La Antropología Física nos enseña, a este respecto, la
importancia que la evolución de los órganos sensoriales, unida al

33
J. L. García, 3
34 Antropología del territorio

cambio de ciertas estructuras del organismo, así como a una


modificación del sistema nervioso, tienen en la aparición del homo
sapiens. Estas características nuevas son las que en último
término condicionan la aparición de una nueva forma de
territorialidad, a la que denominamos humana. Por ello conviene
que nos detengamos en ellas, aunque sea de una manera
esquemática.
Desde un punto de vista perceptivo, los sentidos se ordenan
evolutivamente en una escala que va desde el tacto a la vista. Sin
embargo, el desarrollo de un sentido superior no implica
necesariamente la desaparición o atrofia de uno inferior. Cierto
que en algunos casos la evolución ha procedido mediante una
especialización de cierto sentido, por ejemplo, la vista, en
detrimento de otros, en el caso del hombre, el olfato. De todas
formas la evolución sensorial está predominantemente marcada
por una estructuración diferente entre los distintos sentidos. En
realidad todos ellos tienden hacia un producto unitivo, y es
precisamente su estructuración lo que lo hace posible.
Por lo que respecta al espacio, como base de la territorialidad,
no se puede decir que el hombre haya abandonado formas
inferiores de percibirlo, para especializarse en otras más
evolucionadas. Tradicionalmente se viene admitiendo que la
captación espacial, por parte de los sentidos, corresponde en el
hombre a una interacción de la vista y del tacto, el denominado
más evolucionado y más simple, respectivamente, de todos ellos.
Sin embargo, quizá no debemos olvidar que el concepto de
espacio, al que aquí nos referimos, no es tanto un espacio
cuantitativo, cuanto un espacio cualitativamente poblado y
demarcado. Por ello, no sólo la vista y el tacto, como perceptores
de distancias, sino también el oído y el olfato como detectores
cualitativos de las mismas, deben ser considerados en una
investigación sobre la territorialidad humana.
Si echamos una ojeada sobre el mundo animal, desde una
perspectiva evolutiva, en seguida nos damos cuenta de que la
evolución sensorial en la utilización del territorio no sigue una línea
coherente con lo que nosotros llamamos sentidos inferiores y
superiores. Los peces y reptiles, es decir, los vertebrados
inferiores, demarcan ópticamente sus territorios, mientras que las
aves lo hacen tanto óptica como acústicamente; y dentro de los
mamíferos, hasta en los prosimios y algunos monos del Nuevo
Mundo, tienen predominancia los métodos olfativos. En el orden
de los primates las variaciones son considerables: los primates
inferiores siguen ajustándose a las sensaciones olfativas, mientras
que los superiores marean delimitaciones acústicas
predominantemente o con exclusividad. El hombre, sin embargo,
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 35

debido a la multiplicidad de planos en los que se organiza su terri-


torialidad y al gran número de referentes semánticos utilizados en
su demarcación se vale del tacto y del sentido ci- nestésico, del
olfato, del oído y de la vista, y de una conjunción estructurada de
todos ellos, en la que entran en juego otro tipo de facultades más
complejas \
El tacto es un sentido bastante más complejo de lo que hasta
hace poco se sospechaba16 17. Generalmente se ubica
indistintamente en la piel, pero se ha afirmado, basándose en
ciertos experimentos, que la piel del cuerpo humano reacciona de
diferente manera en distintos puntos a diferentes estímulos. La
presión, el dolor, el calor y el frío serían captados específicamente
por distintas configuraciones receptivas de la epidermis. Según
ello se habla de cuatro sentidos de la piel, para uno de los cuales,
el que capta la presión, se reserva el nombre de tacto 18. El tacto
es precisamente el que abre al hombre las primeras dimensiones
espaciales. El niño lo utiliza, en este sentido, con exclusividad en
el primer momento de su vida. Los receptores táctiles muestran
una mayor sensibilidad y densidad en la palma de la mano,
circunstancia que como veremos tiene una extraordinaria
importancia en la territorialidad humana.
Filogenéticamente esta localización del sentido del tacto tiene
gran trascendencia en los primates, sobre todo entre los prosimios
nocturnos dotados de receptores táctiles en las caras anteriores
de los antebrazos, que les permiten diferenciar de forma precisa
su contacto con el medio. En el hombre, sin embargo, como
hemos indicado, el tacto adquiere unas nuevas dimensiones en
relación con los demás sentidos, sobre todo con la vista, y dentro
de una nueva orientación determinada por la postura erecta.
Como complemento del tacto, en la primera exploración
espacial figura el sentido cinestésico, frecuentemente asociado
con aquél, como un único sentido. Hoy, sin embargo, se tiende a
diferenciar, y su misión muy compleja consiste en captar el
movimiento de las sensaciones táctiles. Ello tiene lugar a través
de una concienciación del movimiento del cuerpo propio, y de la
resistencia que el objeto opone a nuestros músculos y tendones,
a niveles biológicos muy profundos \ Paralelamente a esta
sensación el ser humano puede percibir la extensión. Tanto el
tacto como el sentido cinestésico imponen así una primera
16
Cfr. H. P. Hediger: «The Evolution of territorial Behavior», en S. L.
Washburned: Social Life of Early Man. Aldine P.C., Chicago, pág. 39 ss.
17
Cfr. L. K. Frank: «Comunicación táctil», en Carpenter y McLuhan: El Aula
sin muros. Ediciones de Cultura Popular. Barcelona, 1968, pág. 25.
18
Esta localización tan precisa de los sentidos de la piel, no es hoy totalmente
compartida, a la luz de nuevos experimentos. Pero el problema en sí no afecta la
problemática de este trabajo. (Sobre este tema Cfr. J. L. Pinillos: Principios de
Psicología. Alianza Universidad. Madrid, 1975, pág. 136.
36 Antropología del territorio

formalización al mundo circundante. El espacio táctil-cinestésico


es ya en ese primer momento dimensional y cualitativamente
diferenciado: las sensaciones táctiles crean, dentro de los
umbrales perceptivos del tacto, estados diferenciados en el
receptor.
Ya hemos indicado la importancia que el olfato tiene en ciertas
especies animales, incluso dentro de los primates, para delimitar
el territorio: sin embargo, ya en los catarrinos, entre los que se
cuenta el hombre, el sentido del olfato está menos desarrollado.
Ello se debe a los hábitos arborícolas de los antecesores del
hombre, así como a la postura bípeda de éste, unida a la misma
disposición anatómica de la nariz. Por otra parte, el
perfeccionamiento de la visión, y su mejor especialización para la
satisfacción de las necesidades tanto de defensa como de
subsistencia, contribuyó a la recesión del olfato, y consiguiente
declive de las zonas encefálicas con él relacionadas. La
consecuencia de todo ello, desde un punto de vista territorial, ha
sido que el hombre ha perdido esta forma en principio válida de
orientación espacial. Ello no es óbice, sin embargo, para que
determinados grupos humanos hayan potenciado culturalmente
las capacidades olfativas atribuyéndoles incluso un significado te-
rritorial. Parece ser que éste es uno de los elementos utilizados
por los árabes en la demarcación del espacio personal. Todavía
en ciertas situaciones y dentro del plano de lo que podíamos
llamar territorio corporal, se utiliza el olfato como elemento
territorial significativo: baste pensar en la técnica artificial de
ampliar este territorio por medio de perfumes.
El territorio olfativo no sobrepasa normalmente el entorno
corporal, y lo que es más significativo, no es un elemento
constante en la delimitación territorial humana, si bien es verdad
que suele operar cualitativamente como complemento en
distribuciones visuales. Es una característica de este 19 espacio,
al igual que de los constituidos por los demás sentidos inferiores,
el estar altamente implicado en la sensación misma. El perceptor
y lo percibido mantienen un cierto grado de indiferenciación,
mucho mayor que el que se da en las percepciones acústicas y
visuales.
El oído humano, lo mismo que sucede en muchas especies
animales, es capaz de captar claramente la dirección del sonido.
Ello se debe a la duplicidad de los órganos auditivos, que permiten
que los sonidos lleguen a cada uno de ellos en distinta fase. Esta
característica determina la importancia que este sentido tiene en
la percepción del espacio dimensional, y consecuentemente en la

19
Cfr. Ray L. Birdwhistell: «Cinésica y Comunicación», en El Aula sin muros,
pág. 33.
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 37

infraestructura territorial. Las demarcaciones acústicas del


territorio son de trascendental importancia en los primates
superiores. Ello se debe más a la decadencia del olfato que al
perfeccionamiento del propio oído. En algunos prosimios, como
los tarsios, la oreja, que diferencia a los mamíferos del resto de los
vertebrados, es todavía versátil y eficaz en la captación de la direc-
ción del sonido. En ciertos monos los músculos de la oreja pueden
ser controlados por el individuo, pero ya no dentro de la
funcionalidad de dirigir las ondas, sino como parte de un esquema
actitudinal de amenaza. Finalmente en los primates superiores los
músculos de la oreja ya no obedecen a la intencionalidad del
individuo; ello hace que la función de su movilidad se haya perdido
por completo.
Paradójicamente esta aparente desventaja auditiva de los
primates superiores, el hombre incluido, coadyuvó decisivamente
en la aparición de nuevos sistemas de comunicación, que
culminarían en el lenguaje articulado. La pérdida de flexibilidad en
el oído externo hizo que este órgano quedase en alguna medida
desconectado de la fuente de procedencia del sonido o del ruido.
Se aprendió a diferenciar el sonido por sí mismo. «La capacidad
de separar la Gestalt acústica del material acústico hace posible
la producción voluntaria de sonidos articulados y su reproducción
intencionada según un esquema preconcebido» 20.
Desde esta nueva perspectiva el oído contribuye eficazmente
en la aparición de una nueva forma de territorialidad, cuya
característica más destacada es la de formalización semántica de
la espacialidad. Ya en los primates superiores esta circunstancia
determina la aparición de una vida social más intensa. Se ha
hecho hincapié en la cantidad de ruidos que emergen de un centro
habitado por primates superiores, y que sirven, más que para
ahuyentar o prevenir a otras especies, para comunicarse entre sí.
La importancia del oído, en este momento de la evolución, está
relacionada con una nueva forma de organización social21.
No obstante, se sigue manteniendo la capacidad para percibir
la distancia, a causa, como hemos dicho, de la dualidad de los
órganos auditivos. E. T. Hall22 pone de relieve las diferencias entre
el espacio auditivo y el espacio visual: partiendo del hecho de que
el nervio óptico contiene aproximadamente un número de
neuronas dieciocho veces superior a las del nervio acústico,
presupone que éste transmite una información cuantitativa
dieciocho veces menor. Hasta los seis metros el oído es muy

20
Cfr. Erwin W. Strauss: Psicología fenomenológica. Paidós, Buenos Aires,
1971, pág. 173.
21
Cfr. H. P. Hediger: O. c„ pág. 48 ss.
22
La dimensión oculta: enfoque' antropológico del uso del espacio. Instituto
de Estudios de la Administración Local. Madrid, 1973, página 76 y ss.
38 Antropología del territorio

eficaz, y a los treinta metros la comunicación oral es aún posible


en una sola dirección, mientras que el diálogo en ambos sentidos
resulta ya más dificultoso. Las ondas sonoras se captan en
frecuencias comprendidas entre los 50 y los 15.000 ciclos por
segundo, mientras que las radiaciones luminosas son visibles para
el ojo humano a frecuencias de diez mil billones de ciclos por se-
gundo. Por otra parte la información acústica es más difusa y
ambigua que la visual.
Es evidente que el espacio acústico juega un papel importante
en la territorialidad humana. Ciertas actividades del hombre, como
el sueño, el trabajo, etc., se rodean de un territorio bien definido,
cuya violación, por parte de cualquier sonido, se considera
intromisión. Nuestras edificaciones testifican esta realidad,
avalada incluso por las leyes, que prohíben los ruidos, a partir de
ciertas horas. Esta territorialidad acústica no es homogénea en
todas las culturas y en todas las situaciones. En España se
restringe considerablemente en torno a la persona, y se limita a
circunstancias como las expresadas anteriormente. En otros
países occidentales, sobre todo sajones, se amplía y se tiene en
cuenta en momentos más constantes de la vida diaria. Basta en
este sentido constatar los distintos tonos de voz al dirigirse a las
demás personas, el ambiente silencioso de ciertos sitios públicos,
como los transportes colectivos y, en fin, los mismos métodos
utilizados para insonorizar las viviendas. «Pasar la noche en un
albergue japonés —dice Hall—23, mientras en la habitación
contigua se celebra una reunión, constituye una experiencia
sensorial realmente nueva para el occidental. Por el contrario, los
alemanes y los holandeses gustan de los muros espesos y las
puertas dobles para cerrar el paso a los sonidos, experimentando
cierta dificultad si tienen que depender de sus propias facultades
de concentración para eludir el ruido».
Por otra parte, no puede despreciarse la importancia que el
espacio acústico juega en la composición y significado del espacio
óptico. Un espectáculo de masas, transmitido por la televisión,
pierde realidad sensorial, incluso a nivel óptico, cuando falla el
sonido. Igualmente dos personas situadas a una distancia de
diálogo pueden soportar el acercamiento óptico si va acompañado
por una realización acústica, mientras que ese mismo territorio
tenderá a ampliarse si les rodea el silencio. Esto tiene una gran
vigencia cuando se encuentran dos territorios corporales
pertenecientes a personas de distinto status social. Esta
complementaridad entre la información acústica y la visual se
pone igualmente de manifiesto, por lo que al oído respecta, al
desconectar la atención del sentido de la vista. Los invidentes
poseen una especial sensibilidad auditiva, y la oscuridad parece
23
O. c., pág. 80.
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 39

ser un medio propicio para ampliar, por medio de una


concentración de la atención, el umbral perceptivo del oído. En
condiciones normales, sin embargo, la vista y el oído son
elementos sumamente conectados en la formalización humana
del territorio. El sonido llena, de alguna forma, el espacio visual24.
La vista es, con todo, el sentido más evolucionado entre los
primates superiores, y su importancia en el proceso de
hominización es incalculable. Es además el sentido que más
contribuye en el hombre a la percepción de una imagen específica
del espacio. Filogenéticamente la mayoría de los primates se
diferencian del resto de los mamíferos por un perfeccionamiento
de la visión. Aparte de su mayor alcance y enfocamiento, muchos
prosimios y la totalidad de los simios tienen visión estereoscópica.
Anatómicamente esto es debido a una frontalización de los
órganos visuales, en contraste con la posición lateral de los ojos
en otras especies de mamíferos. Se trata igualmente de una
adaptación a la vida arborícola y a la actividad de la braquiación
que requiere una perfecta captación de la distancia y de la
profundidad para poder aventurar grandes saltos, sin correr el
riesgo de fallar en el cálculo espacial, aunque ello no implica que
otros primates, no arborícolas, la posean también, como
consecuencia de otro tipo de adaptaciones. En la visión
estereoscópica las conexiones nerviosas con el encéfalo se
entrecruzan, y el espacio adquiere ahora profundidad y
perspectiva. Paralelamente el desarrollo de la retina, sobre todo
de la mácula, acelera el perfeccionamiento del sistema nervioso y
acrecienta las áreas encefálicas relacionadas con la visión.
Por otra parte, los simios se distinguen del resto de los
mamíferos por poseer una visión cromática, en mayor o menor
grado de perfección, que culminará en la visión del hombre. Por
medio de ella la perspectiva se percibe con mayor nitidez, y la
tridimensionalidad del espacio percibido se perfecciona en
profundidad. No obstante, la naturaleza misma del acto visual
humano juega, juntamente con la visión estereoscópica, un papel
importante en la captación de la profundidad: los constantes y
rápidos movimientos oculares en su adaptación a ios campos
visuales, así como la distribución de luces y sombras y
superposiciones y distintas magnitudes de la perspectiva. Se ha
demostrado que |a visión en profundidad sólo acontece cuando
las sensaciones visuales se demarcan en conjuntos gestálticos
diferentes. Gibson descubrió experimentalmente trece formas de
perspectiva, de las que se sirve el ser humano en la formalización
de la profundidad 25.

24
Cfr. E. Carpenter y M. McLuhan: «Espacio acústico», en El Aula sin
muros, pág. 89.
25
Cfr. The Perception of the Visual World. Houghton Mifflin. Boston, 1950.
40 Antropología del territorio

El espacio visual es consiguientemente el que ofrece la


imagen más concluida respecto a la espacialidad del mundo
humano. La vista permite al hombre registrar más cantidad de
información que cualquier otro sentido, y tiene una importancia
capital en el territorio humano no sólo porque le proporciona la
imagen última de su espacio, sino porque le permite a su vez una
mayor movilidad.
Con todo, los sentidos humanos no son, en sí mismos,
absolutamente superiores a los de los animales. Existe en la vista
un mayor grado de perfección, pero el resto de ellos no puede
competir con los de determinadas especies. No obstante, el
conjunto de información captado por el hombre, desde la totalidad
de sus sentidos, adquiere una nueva dimensión, considerada
como una estructura determinada por un rasgo específicamente
humano: la postura erecta y las consiguientes transformaciones
orgánicas que trajo consigo. Son muchos los animales, no sólo
entre los primates, sino ya desde los tiempos más remotos de la
historia de la vida
sobre la tierra, que tienen o tuvieron capacidad para erguirse y
recorrer así pequeñas distancias. Sin embargo, sólo el hombre
puede mantener esta postura con mayor permanencia y sin
experimentar cansancio. Ello se debe a un cambio en la
estructura de la espina dorsal, tórax, hombros, antebrazos y
posteriormente de la pelvis y extremidades inferiores. Como
consecuencia de la postura erecta toda la orientación general de
los sentidos se modifica, y el espacio adquiere para el nuevo ser
unas características perceptivas diferenciadas. La vista, el olfato
y el oído, asentados ahora en una cabeza que descansa sobre
la columna vertebral, no están condenados a restringir su
horizonte a determinantes impuestos por la posición corporal,
como sucede en el resto de los primates, en los que la cabeza
cuelga materialmente del cuerpo. Por otra parte, esta situación
nos permite guardar una nueva forma de relación con las cosas,
que pierden su cercanía casi inmediata, y nos permiten dar el
paso hacia una posesión significativa de las mismas.
Dentro de este conjunto, y en relación con la percepción
espacial, tiene una gran importancia la liberación de las ex-
tremidades anteriores. La postura erecta libera las manos de la
función de sustentación y las deja disponibles para enrolarse en
otro tipo de actividades diferentes. Sabemos que esto fue
decisivo para que el hombre perfeccionase la utilización de
herramientas. Por una parte la mano del hombre presenta un
pulgar oponible al resto de los demás dedos, lo que le permite
una fácil manipulación. También otros primates poseen esta
cualidad en la mano, pero ninguno de ellos puede efectuar la
oposición del pulgar con la misma facilidad y en el mismo grado
que el hombre. Pero por otra parte, en el hombre se da una
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 41

perfecta coordinación mano-vista, que hace que la actividad de


la mano pueda ser más fácilmente dirigida desde el sistema
nervioso central. Además la mano está insertada en un brazo
sumamente flexible. Libre de la función de sostener al tronco, y
sensiblemente latera- lizado por la nueva estructura del tórax,
además de otras modificaciones sustanciales en las funciones
del esqueleto y de los músculos, el brazo puede trasladar la
mano en un área circular en torno al cuerpo. Ello hace que en el
hombre se abra la dimensión del llamado espacio lateral, y que
el tacto, localizado con mayor preferencia en la mano, amplíe su
campo de actuación.
Otros cambios filogenéticos tienen importancia como in-
fraestructura del territorio humano. Si los sentidos constituyen
una primera fuente de información, imprescindible en la
formalización del espacio, todas aquellas características so-
máticas, anatómicas o fisiológicas, que imponen ciertas con-
diciones a la existencia humana, son elementos infraestruc-
turales del territorio. Tratarlas aquí nos desviaría de los aspectos
más inmediatamente relacionados con el tema. Sin embargo, y
para concluir con estas peculiaridades de índole más biológica,
no podemos menos de señalar la importancia que, para los
asentamientos humanos y su movilidad, tiene el cambio de
dieta. Aunque casi todos los primates son carnívoros, su
alimentación real se efectúa a base de insectos, en los primates
más pequeños, y de vegetales en los superiores. El hombre es
el único que ingiere animales grandes y en gran número, con la
consiguiente riqueza de proteínas que ello significa. El hombre
es un omnívoro, lo que le permite adaptarse y explorar nuevos
habitat, y lo que imprime una cierta peculiaridad a sus
movimientos territoriales.
Pero los condicionantes infraestructurales de la territoria-
lidad, no se limitan a las estructuras biológicas. Ni siquiera
podemos decir que la imagen del espacio ofrecida por los
sentidos sea una imagen acabada. Otros factores como la
memoria y la imaginación contribuyen no^sólo a terminarla sino
también a manejar cotidianamente eT espacio. Paralelamente y
arrastrando consigo una modificación total, tanto en relación con
los sentidos como con la memoria y la imaginación, aunque
partiendo de ellos, entra en juego el proceso de semantización,
que adquiere perspectivas propias en cada grupo cultural, y que
es el que verdaderamente transforma el espacio en territorio.
Pero de él nos ocuparemos detenidamente más adelante. De
momento debemos seguir enumerando otros condicionantes
infraestructurales del territorio que no son exclusivamente de
naturaleza biológica.
42 Antropología del territorio

b) La población

Hace un par de años, mientras se preparaba este trabajo,


tuvimos ocasión de visitar un pueblo de la provincia de Gua-
dalajara, en el que sólo habitaban dos personas: una madre y
su hijo. La impresión era bastante desoladora: las casas
semiderruidas abrían sus puertas indiferentemente a cualquier
persona que quisiera utilizarlas. Las calles se hacían
intransitables a causa de la vegetación y maleza que las invadía.
La escuela, con los cristales rotos, cobijaba aún alguna mesa y
libros de lectura repartidos por el suelo. Una hendidura vertical
en la pared frontal de la iglesia amenazaba con proseguir
avanzando y acabar con el edificio. Sólo unos cultivos en la
pendiente de acceso al pueblo indicaban la
/: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 43

presencia de personas, así corno una fuente cuya limpieza


delataba que alguien se ocupaba de cuidarla. Era evidente que
los significados territoriales de cada uno de los puntos del pueblo
habían desaparecido. Los dos habitantes limitaban su campo de
acción a la casa y a los cultivos vecinos, todo lo demás carecía
de relevancia. Lo que desde un punto de vista sociológico es más
que evidente, que las relaciones sociales exigen un mínimo de
población, también lo es desde una perspectiva territorial. El
territorio humano es significativo desde la interacción entre varios
individuos. Ello es debido, como veremos más adelante, a que el
territorio para el hombre no es un espacio de terreno delimitado,
en el plano que sea, materialmente, sino que los límites están
impuestos por relaciones u.
Estas relaciones se establecen, en primer lugar, a partir de
un sustrato físico. La coexistencia de un grupo de individuos
requiere ante todo un espacio vital adecuado para todos ellos, y
a este respecto el dominio semántico del territorio se debilita
tanto si el espacio es excesivo, y no se puede «significar», como
si es menor del que las necesidades exigen. En el primer
supuesto los límites se definen en términos cada vez más
genéricos, en el segundo las diferenciaciones resultan cada vez
más conflictivas, lo que impide el desarrollo de una estructura
social compleja. En cualquier caso la relación entre el número de
habitantes y el espacio físico o, lo que es lo mismo, la densidad
de población, influye en la forma en que el grupo concibe la
territorialidad.
Las ciencias demográficas suelen establecer una distinción
entre una población máxima, otra mínima y una tercera a la que
llaman óptima. El valor estadístico de esta cuestión hace, sin
embargo, que los conceptos sean difícilmente precisares, dado
sobre todo su carácter relativo. El número óptimo de población
depende de los objetivos que la comunidad persigue y de la
posible armonización de todos ellos. Su realización, debido a los
múltiples y no siempre compaginables criterios que deben
determinarle, es bastante improbable. No obstante, permanece
como un punto deseable hacia el que tienden los controles de
población 26 27.
Algo parecido sucede con el territorio. En teoría no se puede
hablar de una densidad de población óptima, en términos
absolutos. Son múltiples los factores que determinan el optimum
territorial. En primer lugar la naturaleza del asentamiento, la
cantidad, calidad y distribución de recursos, y sobre todo el tipo

26
Cfr. E. Chapple: El Hombre Cultural y el Hombre Biológico. Pax- México,
1972, pág. 229.
27
Cfr. Ronand Pressant: Démographie Sociale. P.U.F. París, 1971, pág.
114 y ss.
44 Antropología del territorio

de relaciones sociales que transcurren dentro de la cómunidad.


El problema territorial que la población presenta, no es, por tanto,
independiente. Puede suceder que en el momento del
establecimiento la forma de vida se organice en torno a la
relación población-medio, y que consecuentemente la estructura
social deba explicarse desde aquella relación. El problema surge
cuando ese equilibrio se rompe. La causa de esta ruptura radica
en que, en potencia, el ritmo de cambio en la población o la
movilidad de población es naturalmente mayor que el ritmo de
cambio de los hábitos de una comunidad. Bien se trate de una
disminución o de un aumento de la población, en relación con la
población de equilibrio, los modelos territoriales de todo tipo
pierden referentes, o se hacen ininteligibles por la utilización de
términos ambiguos, no pertinentes dentro del sistema.
Como se desprende claramente de lo que acabamos de decir
no concebimos el número territorial óptimo de una población en
términos de una relación exclusivamente física con el medio. Si
el territorio es para nosotros un espacio se- mantizado en
términos de una estructura, la densidad territorial óptima será una
relación entre la población, cuantitativa y cualitativamente
considerada, y los signos territoriales del sistema. Esta relación
se podría medir según el criterio de pertinencia.
El concepto de población territorial óptima podemos ex-
plicarlo gráficamente si nos fijamos de nuevo en el pueblo
abandonado al que nos acabamos de referir. La disposición
territorial del pueblo nos indica que allí vivieron unos cuarenta
vecinos, en un régimen de vida eminentemente agrícola. Las
casas abandonadas reflejan esta situación: la planta baja está
dedicada a vivienda, y la parte superior hacía de granero y
despensa. La iglesia, la escuela y la esplanada donde se
encuentran hacen referencia a lugares colectivos, con sus
respectivas actividades. El pequeño trozo de terreno cultivado
conserva todavía sus límites que le distinguen de la tierra vecina,
totalmente abandonada, y las calles relativamente rectas y
paralelas reflejan una estructura de asentamiento propia de una
agricultura rudimentaria y autárquica con límites bien precisos.
Por otra parte, las comunicaciones nos ponen de manifiesto las
relaciones de la comunidad con el exterior: sólo una pista da
salida al pueblo, en dirección a una carretera comarcal, que lleva
a la capital y a un pueblo vecino, situado a tres kilómetros, donde
existe comercio y bar. Si nos fijamos en los valores que estos
pocos elementos territoriales comportan, y a través de los cuales
se constituyen, podemos detectar asociaciones del siguiente tipo:
régimen de trabajo familiar, propiedad familiar y consecuen-
temente diferenciaciones interfamiliares relacionados con la
estructura de la casa y delimitaciones de los terrenos. Vida
privada y vida comunitaria ligeramente demarcadas en la relación
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 45

casa y esplanada, con los correspondientes servicios, escuela e


iglesia, de naturaleza más bien impuesta. La falta de otros
lugares públicos más diferenciados y específicos y la
dependencia, a este respecto, del núcleo vecino, denotan quizá
la poca pertinencia de la división anterior, aunque alguna
vigencia hubo de tener. Al mismo tiempo la presencia en la parte
baja de la casa de una sala de gran capacidad, preparada para
encender fuego, reitera la importancia de la vida familiar, que
debía de ser el eje sobre el que pivotaban las relaciones sociales.
Sin duda las relaciones interpersonales eran más complejas,
y los datos necesarios para dilucidar la territorialidad del grupo
mucho más numerosos. Más adelante trataremos de analizar dos
núcleos de población de los que disponemos más datos, y se
verá la importancia que pueden tener las asociaciones de este
tipo. No obstante, el ejemplo propuesto nos puede servir para
explicar el concepto de población territorial óptima. En este caso
es evidente que la presencia en el pueblo de una sola familia,
imposibilita las relaciones interfamiliares, y consecuentemente
deja sin significado las delimitaciones establecidas a este
respecto: por ejemplo, los límites entre los cultivos. Además la
casa como reflejo de una economía familiar había perdido su
valor: la única familia residente guardaba ahora el grano en una
casa vecina abandonada; probablemente el criterio seguido era
el de comodidad. La ligera diferenciación, aunque impuesta,
entre vida familiar y vida colectiva se había desmoronado: la po-
blación actual no podía satisfacer este requisito. La puerta de la
casa había perdido su función de límite, bien entre las distintas
familias, bien en el eje espacio-familiar espacio- comunitario, y
era interesante observar cómo la casa de la familia moradora
permanecía constantemente abierta durante el día, y cómo
algunos de los utensilios del interior invadían el territorio exterior:
concretamente un palanganero y una mesa sobre la que se
encontraban algunos utensilios de cocina. Pero dentro de la casa
se había reestructurado a su vez la compartimentación, y en la
sala destinada a las reuniones familiares en torno al fuego se
había colocado una cama, y una de las habitaciones servía ahora
de despensa. Era evidente que se estaba produciendo una
reestructuración semántica del territorio, y que ella estaba
motivada por una deficiencia de población para mantener
vigentes los valores territoriales anteriores. La consecuencia más
inmediata era la pérdida de pertinencia, dentro del nuevo
sistema, de los signos del sistema anterior. La influencia de la
población sobre el territorio actuaba a través de una modificación
de las estructuras sociales.
El número óptimo de población territorial es, por tanto, el que
puede sustentar y dar valor a todos ¡os signos territoriales
establecidos dentro de un grupo social. Pero no se trata de un
46 Antropología del territorio

número simple, sino complejo. Es decir, la infraestructura


demográfica de un grupo no incide unilateralmente, como un
bloque, sobre el territorio, sino que las variables propias de la
población operan normalmente, o al menos pueden operar, como
soportes de signos distintos. De ahí que puede suceder que la
adecuación territorio-población sea óptima en relación con
alguna variable, e imprecisa con otras.
Los efectos de esta situación rara vez son parciales, es decir,
no afectan exclusivamente a aquellos signos con los que
conexionan más directamente, sino que en general arrastra
consigo un reajuste territorial total, que puede con el tiempo
volver a encontrar otro equilibrio entre población y territorio, tras
el reajuste de los signos correspondientes. Ello es una cuestión
de tiempo, y depende de la importancia del desequilibrio.
Son muchas las comunidades que padecen desajustes a
causa del desequilibrio en la pirámide de edades. El éxodo rural
ha determinado que en ciertos grupos humanos falten las
generaciones inferiores. Son pueblos donde sólo viven ancianos.
Como consecuencia de ello muchos aspectos territoriales antes
vigentes, por ejemplo, los utilizados en los juegos infantiles, o los
relativos a las actividades de la juventud, se oscurecen. La edad
es sin duda uno de los parámetros sobre los que se apoya la
distribución territorial. Los niños necesitan un período de
adaptación al grupo y a la cultura, sus actividades no son las
propias de los adultos, su vida discurre por caminos diferentes,
tienen una serie de lugares dentro del espacio de la comunidad
que les están especialmente reservados: puede ser la casa o sus
proximidades, los sitios públicos, al aire libre, etc. Más adelante
veremos que esto es especialmente significativo dentro del
contexto social, y a través del análisis de una comunidad bos-
quimana, donde los niños se identifican territorialmente con el
poblado, frente al bosque que pertenece a los adultos, nos
daremos cuenta de la pertinencia de este factor en la concepción
territorial general.
Lo mismo sucede con los jóvenes y con los ancianos. Sus
campos de actividad no se confunden. Puede ser que exista
incluso una distribución del trabajo por este criterio, y en
consecuencia dos niveles diferentes de contacto con el medio.
La semantización de cada uno de ellos puede estar relacionada
exclusivamente con cada una de estas clases de edades. Y otro
tanto se puede decir de la división por sexo.
En una misma población no carece de importancia la dis-
tribución de los individuos, y ello depende en parte de la
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 47

estructura social28. Dentro de los límites de una misma co-


munidad no todos los lugares están igualmente poblados. A
veces una casa se aparta cien o doscientos metros de las demás,
y ella sola hace que los límites mentales de la comunidad se
amplíen. Al mismo tiempo las personas que la habitan establecen
asociaciones territoriales con los demás habitantes. Esta
situación es peculiarmente importante en las concentraciones
urbanas, donde precisamente la irregularidad en los fenómenos
de expansión crea a su vez una sensación de estar viviendo en
un espacio incontrolado. Como contrapartida se crean distintos
centros, que pueden responder a los barrios de las ciudades, y
que están más en consonancia con la capacidad de dominio
mental de sus moradores. Pero esta circunstancia no es hoy
específica de las ciudades, sino que con la mejora de los medios
de comunicación, incluso las comunidades más separadas
desplazan su centro, en determinadas actividades, del pueblo a
la ciudad, o a otros núcleos especializados en la satisfacción de
ciertas necesidades 29.
Ello nos lleva a reseñar otro aspecto importante de la po-
blación, en relación con las pautas territoriales. Nos referimos a
la movilidad, tanto dentro como fuera de los límites de la
comunidad. En ciertas sociedades agrícolas donde el trabajo se
realiza en campos anejos a la casa, esta movilidad es menor; si
los cultivos se sitúan fuera del poblado exigirán desplazamientos
más largos. En una comunidad ganadera, el territorio humano
tendrá que seguir el rumbo marcado por las necesidades de
pasto del ganado y, en fin, en la vida industrial, los
desplazamientos individuales forman parte de un esquema de
trabajo en consonancia con la coexistencia más nuclear de los
grupos humanos. Pero no sólo el trabajo es causa de la movilidad
de población, dentro del territorio de la comunidad. Otros factores
de tipo social impulsan también a ella: diversiones, vínculos
familiares, sociales, etc. Igualmente tiene importancia la
movilidad hacia y del exterior que, como hemos visto, incide
considerablemente en el número de población territorial, con las
subsiguientes consecuencias30. Se puede constatar a este res-
pecto, cómo en las zonas de gran afluencia temporal de po-
blación a causa, por ejemplo, del turismo, se ha producido una
redistribución del territorio. Los lugares públicos han aumentado
en detrimento de los privados; relaciones territoriales, como el
vecindaje, se desintegran; y la comunidad de origen misma se
28
Cfr. I. Schwidetzky: Hauptprobleme der Anthropologie. Rombach Verlag.
Freiburg, 1971, pág. 9 ss.
29
Cfr. Jacques Jung: La Ordenación del Espacio Rural. Instituto de
Estudios de Administración Local. Madrid, 1972, pág. 246 ss.
30
Cfr. R. D. McKenzie: «El Ambito de la Ecología Humana», en G. A.
Theodorson: Estudios de Ecología Humana. T. I, Labor. Barcelona, 1974, pág.
59.
48 Antropología del territorio

siente desplazada de su propio territorio, a través de una invasión


cada vez mayor de controles exteriores.
Si hemos de precisar la conclusión que de todas estas
distintas circunstancias se desprende, diremos que el concepto
absoluto de densidad de población carece en realidad de gran
utilidad práctica. Una buena planificación territorial debería tener
en cuenta que la situación real es más complicada y diferenciada,
y debería comenzar por dilucidar el carácter significativo del
territorio, para respetar o reproducir sus valores, y paralelamente,
en la medida de lo posible, el número óptimo territorial en cada
aspecto. Si esto no fuese posible habría que readaptar el espacio
disponible según signos que tengan vigencia en la población.
Pero una vez más hemos de hacer hincapié en que estos signos
no son conceptos, sino implicaciones práxicas. Desde este punto
de vista las ideas de superpoblación e incluso de despoblamiento
deberían revisarse en términos de los sionificados culturales que
utiliza cada grupo, y su definición sólo puede estar en
consonancia con la cantidad de población que cada uno soporte.
Ello es tanto más real, cuanto que estos signos se conexionan
directamente con la estructura social.
Se ha investigado poco sobre las consecuencias que el
desequilibrio de población territorial puede acarrear al ser
humano. Algunos experimentos realizados con animales, bajo
este criterio, han puesto de manifiesto que el incremento de
población hasta límites superiores para que el espacio críti-
I: 2 Condiciones ¡nfraestructurales de la territorialidad 49

co de cada uno de ellos se respete, crea un hundimiento en el


comportamiento pautado de la especie y produce una des-
orientación en los hábitos sociales y territoriales, y lleva, fi-
nalmente, a la muerte a un buen número de ejemplares. Los
experimentos de Calhoun con ratas en estado de hacinamiento
así lo demuestran 16. Pero otros investigadores han llegado a
determinar cambios fisiológicos importantes en los individuos de
algunas especies sometidos a un stress de hacinamiento.
Probablemente no se puedan sacar, por lo que al hombre se
refiere, conclusiones paralelas, pues la influencia del medio en el
organismo humano se realiza normalmente a través de otros
controles de tipo cultural. De lo que no cabe duda es de la
distorsión psíquica que situaciones de este tipo producen en el
ser humano.

c) Habitat
El concepto de habitat ha sido objeto de diferentes polémicas
entre las distintas ciencias que se ocupan de él. Desde que
Ratzel introdujo en su Antropogeografía la noción de área
natural, hasta el concepto de área cultural, preferido por los
antropólogos, han mediado toda una serie de discusiones en
relación con las influencias que una zona de asentamiento ejerce
sobre los individuos que la habitan. Los conceptos de área
natural y de área cultural y su utilización en la definición del
habitat humano, recogen perfectamente estos puntos de vista.
Por área natural se entiende normalmente un asentamiento
delimitado geográficamente por una homogeneidad de
condiciones físicas, mientras que el área cultural se define en
términos de la cultura humana, como aquella zona por la cual se
encuentran distribuidos los mismos rasgos culturales. Este último
concepto nace con el difusionismo, y su operatividad estribaba
en que permitía delimitar un punto central, dentro del área, a
partir del cual se distribuirían los rasgos culturales, en una
intensidad cada vez más difuminada. Hoy se puede prescindir de
estas connotaciones difusionistas y entender la idea en su
sentido más sincrónico, como coexistencia de rasgos dentro de
una zona 17.
Desde el primer punto de vista el habitat humano se definiría
en términos eminentemente físicos. Los geógrafos se-
16
Cfr. «Population Density and Social Pathology», en Scientific American.
Febrero 1962, pág. 139 ss.
17
Cfr. A. H. Hawley: Ecología Humana. Tecnos. Madrid, 1972, página. 92
ss.
J. L. García, 4
guidores de Ratzel trataban de explicar cómo era precisamente
este.aspecto físico del medio, el que determinaba la forma de
comportarse de los individuos que le habitaban. Para ello se
50 Antropología del territorio

definían y demarcaban gráficamente las regiones naturales


según criterios físicos y se procedía a explicar el comportamiento
de la población humana, según los mismos criterios. Esta forma
de proceder implicaba en principio cierta arbitrariedad en la
demarcación de la región, pues evidentemente la geografía física
considera una multiplicidad de factores, tales como el relieve, los
suelos, la vegetación, las aguas, el clima, etc..., que en principio
pocas veces coinciden todos ellos dentro de una misma
demarcación. Como consecuencia era necesario seleccionar
alguno de ellos para delimitar la zona, excluyendo el resto. La
pretendida homogeneidad rara vez era completa y, lo que es
peor, la arbitrariedad de la selección de criterios acabó por crear
un verdadero confusionismo en torno al concepto de área natural.
Por otra parte, la Antropología Cultural comenzaba a transmitir
datos que discrepaban considerablemente de los presupuestos
deterministas. Existían pueblos que compartían una supuesta
área natural, y que¿ sin embargo, presentaban configuraciones
culturales bien distintas: tal es el caso de los Hopi y los Navaho
en el Sudoeste de Norteamérica, o de los Hotentotes y
Bosquimanos en el desierto del Kalahari de Africa del Sur. La
discrepancia era todavía más absoluta si se consideraban rasgos
aislados. Muchos de los comportamientos culturales explicados
por los deterministas como presiones ineludibles del medio
geográfico, no se daban en todos los grupos que vivían en
regiones similares respecto a ese factor: los esquimales de
Groenlandia construyen casas de nieve (los igood), pero los
chukchee de Siberia, que estarían sometidos a las mismas
presiones ambientales para edificarlas así, no lo hacen.
Estas dificultades fueron la causa de que los mismos
geógrafos se acercaran cada vez más a un concepto de habitat
definido en términos culturales. Los iniciadores de esta corriente
antideterminista: Vidal de la Blache, su discípulo Brunhes,
Demangeon, Blanchard, Jules Sion, etc., aun valorando la
importancia que el medio físico tiene en la comprensión de los
comportamientos humanos, sostienen que es precisamente el
hombre el que operando sobre la base física determina la
configuración de su comportamiento. Desde esta perspectiva el
medio ofrece al ser humano una serie de posibilidades de
actuación, pero es en definitiva el hombre el que elige y actualiza
una de ellas. La geografía en su sentido más físico sirve de esta
forma de base, pero nunca dentro de una relación determinista,
sino posibilista. Esta concepción viene a coincidir en líneas
generales con la idea antropológica de área cultural y con los
presupuestos de los que parte la Antropología en la explicación
de la relación medio- cultura.
Marcel Mauss, en su ensayo de Morfología Social10 analiza
la estructura social de ciertos grupos esquimales en relación con
las condiciones físicas de la comunidad (morfología social) y
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 51

llega a la conclusión de que cada función social tiene un ritmo


propio que se interrelaciona a su vez con los demás elementos
de la estructura. Por lo que respecta a la relación que la vida
social guarda con las condiciones físicas concluye Mauss que
éstas funcionan exclusivamente como sustrato de la vida social;
deben tenerse en cuenta, pero no explican la totalidad de los
fenómenos sociales, ni siquiera su misma configuración en
integridad. Por su parte, Lévi- Strauss nos previene contra la
tendencia a interpretar condiciones de la cultura que guardan
cierta homología con características del medio, en términos del
propio medio. Se sirve para ello de un análisis de la forma de
pensar de los sherente, instalados en el valle del río Tocantins.
Los she- rente, dice Lévi-Strauss, viven y piensan en términos de
sequía; constantemente ofrecen sacrificios al sol para que el río
no se seque. Pero este miedo no responde a las condiciones
reales del río Tocantins que, a decir verdad, no corre ningún
peligro de secarse, sino a una concepción mítica en la que se
insertan los temas del fuego benéfico y del fuego maléfico:
verdadero causante de la sequía. Los sherente, al igual que otros
pueblos que habitan en condiciones geográficas bien distintas
(Amazonas, Missouri, así como grupos del Este y Oeste
canadiense), creen que los períodos de sequía son motivados por
la cólera del sol hacia los hombres. A pesar de las características
reales del río, bien diferentes de esta idea, nada les impedía
seguir manteniéndola, y modificar, a su vez, el medio a través de
convicciones de otra procedencia 31 32.
Desde este punto de vista podemos decir que el territorio
humano debe considerarse desde las posibilidades de se-
mantización que ofrecen las características físicas del medio,
pero que no existe una coacción determinista, pqr parte de éste
para que se realice una semantización y no otra. Dicho de otra
manera, la semantización del territorio puede explicarse en parte
desde el medio, pero la investigación del medio físico nunca nos
permitirá concluir que debe darse un tipo determinado de
semantización. Este es el sentido que venimos dando al
concepto de condiciones infraestructurales de la territorialidad.
Los accidentes del terreno pueden influir en la mayor o menor
dispersión de la población, y consecuentemente en la distribución
territorial del grupo y en la diferente utilización de los espacios.
Pero una ojeada a los asentamientos humanos nos indica que el
hombre no está pasivamente sometido a estas circunstancias. En
una misma región pueden encontrarse zonas montañosas de
escasa densidad de población, y otras donde la mano del hombre
ha hecho posible grandes concentraciones. «Por todas partes se
encuentran lugares aparentemente propicios para el

31
Cfr. Sociologie et Anthropologie. P.U.F., 1968, pág. 474 ss.
32
Cfr. Le Cru et le Cuit. Pión, París, pág. 295 ss.
52 Antropología del territorio

establecimiento humano, que, sin embargo, están despoblados,


mientras que también por todas partes existen lugares
desfavorables ocupados por el hombre, que se sujeta a ellos a
base de fuerza de voluntad, contra toda probabilidad33. No
obstante, el medio físico opera como uno de los términos de la
dialéctica entre el organismo y el medio mismo, y ulteriormente
está en constante ¡nteractuación —igualmente dialéctica— con
la cultura. Por ello negar su importancia como elemento de este
proceso sería desconocer que toda semantización opera sobre
algo, y que los significados del mundo humano no son ideas o
conceptos de naturaleza puramente ideal.
Por ello el análisis del territorio humano debe considerar el
sustrato físico. No todos los grupos humanos que habitan zonas
montañosas, por ejemplo, tienen la misma concepción del
territorio, y consecuentemente operan con los mismos signos
territoriales sobre el medio físico, pero a su vez es lo más
probable que una comunidad que habita una zona montañosa se
diferencie profundamente, a este respecto, de otra que se asienta
sobre un valle. Los elementos físicos del habitat obligan a los
individuos a contar con ellos, en su forma de vida: si los «igood»
de los esquimales no es la única solución que el hombre tiene,
en aquel medio, para alojarse, no cabe duda de que una vez
seleccionada está íntimamente relacionada con un medio de
abundantes nieves. Si las zonas montañosas no obligan
necesariamente a una dispersión de población, no es menos
cierto que la dispersión efectiva que se encuentra en muchas de
estas zonas, depende de los accidentes del terreno. Según esto,
las influencias del medio en la organización territorial de un gru-
po, deben explicarse en una dirección inversa a la propuesta por
los deterministas: no ha de partirse del medio físico para concluir
cómo debe ser la disposición territorial, sino que debe de
analizarse ésta para ver qué factores del medio la han influido
realmente.
De esta manera se debe precisar qué factores de los distintos
planos territoriales —territorio corporal, la casa, lugar acasarado,
los campos, los límites de la comunidad, etc.—, están en
consonancia con los factores físicos del medio. Pues,
efectivamente, estas correlaciones pueden extenderse incluso al
territorio corporal. Un intento de poner de manifiesto
correlaciones de este tipo ha sido realizado por los antropólogos
adictos al Human Relation Area Files Research, que como se sabe
tratan de correlacionar estadísticamente datos culturales
sirviéndose de una catalogación de diferentes Ítems extraídos,
indistintamente de la cultura a la que pertenecen, de diversas
monografías sobre los grupos humanos. Se ha llegado a la

33
Cfr. Luden Febvre: La Ierre et la Evolution Humaine, citado por M.
Hálbwachs: Morphologie Sociale. Armand Colin. París, 1970, pág. 65.
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 53

conclusión de que aquellas culturas que fomentan el contacto


corporal entre la madre y el hijo, por períodos de tiempo que se
aproximan a los tres años (el hijo duerme exclusivamente con la
madre) se localizan preferentemente en zonas tropicales de
inviernos fríos. Este rasgo a su vez se correlaciona con tabúes
de larga duración prohibiendo relaciones sexuales matrimoniales
después del parto, con la falta de proteínas propia de los climas
tropicales lluviosos, con la patrilocalidad y con la poliginia 34.
Evidentemente estos hechos explican buena parte de la dis-
tribución territorial total de los grupos correspondientes, pero no
deben interpretarse en el sentido de que esa sea la pauta regular
de los países tropicales del mismo clima, sino sólo en el sentido
de que en aquellos donde se da puede establecerse quizás ese
conjunto de relaciones.
Muchos asentamientos humanos están inevitablemente
restringidos por los accidentes del terreno o por límites in-
salvables como, por ejemplo, los mares. Otros se explican desde
la atracción que ejercen sobre las poblaciones ciertas
circunstancias geográficas que permiten a la comunidad so-
lucionar mejor parte de los problemas que la convivencia entraña:
por ejemplo, el asentamiento a lo largo de los ríos, aunque no tan
fundamental como se pensaba, responde a una pauta territorial
que impone a su vez una organización concreta. Actualmente las
carreteras y vías de comunicación
atraen a los núcleos de población. El clima es otro de los factores
posibles que orientan la elección del territorio general: muchos
de los enclaves turísticos actuales están guiados por este criterio.
Si penetramos ya dentro del territorio general y analizamos
sus distintos componentes nos encontraremos con detalles
claramente relacionados con la Geografía. Muchos de los
pueblos del norte de España están rodeados por un doble
cinturón territorial diferenciado por la posibilidad de cultivo, es
decir, por la naturaleza del suelo: en la parte inferior
generalmente se encuentran las tierras cultivadas o los prados, y
por encima los montes, que son utilizados para la producción de
leña. En muchas de estas comunidades el primer cinturón está
sometido a un régimen de propiedad particular, mientras el
segundo, es decir, el monte, es. comunal. Las consecuencias
territoriales en uno y otro caso son muy diferentes, y el sustrato
que las hace comprensibles es de tipo geográfico.
Finalmente la misma construcción de las viviendas puede
estar más o menos relacionada con condiciones de este tipo. No
sólo en lo que se refiere a los materiales, lo cual resulta evidente,
sino a la forma y a la disposición de las dependencias. Los

34
Cfr. J. Whiting: «Climate and Culture Practices», en Ward H. Goo-
denogh (ed.): Exploration in Cultural Anthropology. McGrau-Hill. Nueva York,
1964, pág. 511 ss.
54 Antropología del territorio

tejados puntiagudos de las viviendas nórdicas, su construcción


de madera y una disposición interna preparada para habitarlas
intensamente, nos habla de un clima riguroso de abundantes
nieves y de una flora específica, mientras que la típica casa
mediterránea, de la que se encuentran ejemplares desde
Mesopotamia hasta Hispanoamérica, construida en piedra sobre
una planta rectangular, con los tejados ligeramente inclinados,
azotea y patios centrales abiertos, nos confirma, sin lugar a duda,
la presencia de un clima más benigno; por otra parte, las
pequeñas y escasas ventanas por las que se abre al exterior
reflejan que la vida de los que la habitan discurre en buena
medida fuera de ella.
Pero, naturalmente, estos datos no agotan los significados de
los enclaves y de las viviendas. Dentro de cada grupo cada
territorio puede utilizarse con una función propia según una
estructura social específica. Por ello en la misma zona
mediterránea la variedad de viviendas es enorme, lo mismo que
sucede en otras regiones tipificadas en relación con un tipo
determinado de construcciones. De ahí que el medio físico
funcione como una infraestructura del territorio, pero no como la
causa última y total de su significación.
d) Recursos económicos
Los recursos económicos son sin duda uno de los elementos
más implicados infraestructuralmente en la distribución territorial
humana. La movilidad de un grupo, sus demarcaciones
territoriales, la casa, etc., rara vez dejan de reflejar los recursos
económicos de la comunidad. Ahora bien, es conveniente
distinguir aquí entre recursos económicos y sistemas
económicos. La economía forma parte del sistema social, y en
cuanto sistema seleccionado por el grupo para subsistir influye a
otro nivel en las relaciones territoriales. Ello se debe a que el
sistema económico mismo es una formalización semántica, tiene
significados precisos dentro de la estructura del grupo, que como
tales se combinan con los demás factores de todo el sistema
sociocultural, y, por tanto, también con los que definen la
territorialidad de la comunidad. En un sentido propio el sistema
económico concreto de un grupo no es infraestructura! respecto
al territorio —según el sentido que venimos dando a este concep-
to—, sino que guarda con él correlaciones de otro tipo. Estas
correlaciones expresan aquí la circunstancia según la cual dos
subsistemas de una misma cultura pueden intercambiar signos
sincrónicamente y dentro del mismo plano de formalización. La
triple distribución de la casa rural alpina —vivienda permanente
en el valle, vivienda de verano con establo y pajar en la ladera de
la montaña y establo y pajar en la parte alta o zona de pastos—
nos habla perfectamente de esta correlación e intercambio de
signos, al mismo nivel, entre el sistema económico y el sistema
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 55

territorial. En este sentido afirma Jean Poirier que «el hecho


económico es un hecho social y... que el hecho social es un
hecho económico» 35.
Lo que sí es infraestructura! respecto al sistema económico,
y consecuentemente en relación a los demás factores
relacionados con éste, entre ellos el territorio, son los recursos
económicos. Por recursos económicos entendemos no sólo los
recursos efectivos, sino también los recursos posibles del medio.
Desde este punto de vista los recursos económicos guardan con
los sistemas económicos la misma relación que el medio físico
tiene con la cultura. Y a su vez la relación entre estos recursos y
el territorio es indirecta, en el sentido de que se efectúa a través
de los sistemas económicos. El siguiente diagrama nos muestra
estas relaciones:

Recursos económicos (Infraestructura)


Sistemas económicos ------------------------- Sistemas territoriales

Elementos de
la estructura
interrelaciona
dos

Por las implicaciones históricas de algunos de estos


conceptos, debemos señalar aquí que la idea de recursos
económicos no corresponde a la noción marxista de fuerzas de
producción: éstas se integrarían más bien dentro de los sistemas
económicos, según los términos aquí utilizados, y deberían
situarse en otro lugar, dentro del diagrama anterior. El concepto
de infraestructura tampoco coincide con el que Marx utiliza para
calificar tanto las fuerzas como las relaciones de producción.
Aquí tiene exclusivamente la significación de «sustrato capaz de
posibilitar». Aunque en muchas ocasiones esa posibilidad nunca
se realice, en aquellas otras en que lo hace, si explica algunos
elementos de la estructura, no lo hace con todos, dado que el
significado total de ésta está dado a su vez por un conjunto de
relaciones efectivas con los demás subsistemas de la estructura.
Dicho de otra manera, y aplicando lo expuesto a los sistemas
económicos: pensamos que los sistemas económicos de un
grupo dependen tanto de la infraestructura o recursos eco-
nómicos, como de los demás factores de la estructura social,
35
«Problémes d’Ethnologie Economique», en J. Poirier: Ethnologie
Générale. Gallimard. París, •'968, pág. 1546.
56 Antropología del territorio

tales como los políticos, religiosos, estrictamente sociales, etc.


Marx se daba perfectamente cuenta de las dificultades que
implicaba el considerar las fuerzas de producción como un factor
aislado de los demás aspectos de la vida social, pues resultaba
más que evidente que éstas dependían a su vez de elementos
situados en un principio en el plano de la superestructura, tales
como, por ejemplo, las ideas científicas. Nos encontraríamos
entonces con una especie de círculo vicioso, según el cual las
fuerzas de producción determinan la superestructura cultural,
pero ésta, por su lado, determinaría^ las fuerzas de producción.
De ahí
la polivalencia con que a lo largo de su obra se utiliza el concepto
de fuerzas de producción. Por otra parte, se le ha criticado la
aplicación de un concepto quizá demasiado uni- lineal de
causalidad. En la vida social todos los aspectos, y la economía
es uno de ellos, están sujetos a una causalidad compleja, en la
que intervienen en distinto grado muchos factores. Finalmente
las interpretaciones más recientes de Marx nos invitan a ver la
dimensión histórica de su doctrina, y en este sentido Marx habría
puesto de relieve, acertadamente, la importancia que en la
cultura occidental tienen los factores económicos.
Entendidos los conceptos según estas aclaraciones pode-
mos reiterar aquí la conclusión de que el análisis de las in-
fluencias de los recursos económicos en la concepción territorial
no debe iniciarse desde los recursos económicos mismos, sino a
partir de la organización territorial, para ver qué aspectos de
aquéllos han incidido realmente en la concepción del territorio.
Esta forma de proceder se debe a varias circunstancias. La
primera de ellas radica en que no todos los recursos económicos
posibles se convierten automáticamente en recursos efectivos.
Ello dependerá del grado de consonancia que otros factores
socioculturales tengan con su activación. Un ejemplo bien
conocido, que demuestra esta particularidad, lo podemos
encontrar en la diferente actitud que se tiene en distintas culturas
respecto a ciertos animales en relación con una explotación
económica: en la India la vaca es un recurso económico posible,
pero no efectivo, debido a su incompatibilidad con esquemas
ideológicos. Unos países ponen reparos a la utilización
alimenticia del caballo, otros lo explotan como recurso. Los
chinos se servían de la oveja desde tiempos inmemorables, pero
nunca descubrieron la utilidad que la lana podía tener como
fuente de una nueva industria36. Por otra parte, la historia misma
de la tecnología y de los sistemas económicos nos dice
claramente cómo a medida que el entorno cultural iba cambiando

36
Cfr. H. M. Johnson: «Concepto Sociológico de Cultura», en H. M.
Johnson, K. Young y otros: Naturaleza, Cultura y Personalidad. Paidós. Buenos
Aires, 1967, pág. 40.
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 57

se iba aprendiendo a utilizar nuevos recursos, siempre presentes


en los lugares donde ahora se encuentran, pero desconocidos.
Otro hecho que justifica la forma de proceder propuesta
consiste en que tampoco todos los recursos económicos
efectivos dan paso a idénticos sistemas económicos. La ex-
plotación de la tierra se puede hacer en un régimen individual o
cooperativista —y este factor es importantísimo en la
organización territorial—, puede realizarse en un régimen manual
o industrializado, etc. Lo mismo se puede decir de las
explotaciones ganaderas y de la producción industrial,
modificadas a veces por muy distintas filosofías.
Pero en tercer lugar tampoco los mismos sistemas eco-
nómicos —desde sus componentes más externos— son iguales
en todas las culturas desde el punto de vista de su significación.
Si un sistema de este tipo se define como un conjunto de
relaciones, es claro que si los demás factores con los que se
combina varían total o parcialmente, el significado del sistema en
cuestión se modificará en consecuencia. Y éste es precisamente
el nivel en el que la economía se relaciona —en el mismo plano—
con la territorialidad. Las circunstancias señaladas con
anterioridad serían todas ellas componentes de lo que llamamos
recursos económicos, y, por tanto, condiciones
infraestructurales. A esta última elaboración corresponden los
sistemas económicos del diagrama, y son los que cumplen la
condición de correlatos de los demás subsistemas
socioculturales, y, por tanto, del territorio37. El significado de un
régimen económico de cultivo cooperativista no está dado sólo
por ese hecho, sino por las demás circunstancias culturales que
le rodean: puede tener implicaciones políticas, sociales,
vecinales, etc. En cada uno de estos casos el significado del
sistema será diferente.
Cuando hablamos de relaciones entre los distintos sub-
sistemas de una cultura, no pensamos en relaciones exclu-
sivamente lógicas. Deben entenderse en un sentido efectivo
dentro de la causalidad compleja propia de los hechos socio-
culturales. O si se prefiere, dentro de un conjunto de corre-
laciones que explican no sólo la asociación mental, sino también
la utilización efectiva y la praxis, en general, de cada elemento
de los subsistemas.
Si echamos una ojeada a las influencias que los recursos
económicos —como infraestructura— ejercen en la concepción y
distribución del territorio, siempre a través de los sistemas
económicos —lo que equivale a decir que sólo son relevantes a
este respecto los recursos efectivos—, nos daremos cuenta de

37
Cfr. Marcel Mauss: «Essai sur le Don», en Sociologle et Anthro- pologie,
pág. 145 ss.
58 Antropología del territorio

su importancia en la investigación del tema que nos ocupa. Entre


los pueblos nómadas la presencia de recursos adecuados para
su tipo de economía no sólo dirige sus rutas territoriales, sino
también los posibles asen
/: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 59

tamientos temporales, así como las características más ele-


mentales de una vivienda que está hecha para ser abandonada
o para trasladarla. Los pueblos sedentarios reflejan
permanentemente en su disposición territorial la consonancia,
entre otros, con los recursos económicos. La casa rural, a pesar
de su gran variedad, es un fiel reflejo de un régimen económico,
agrícola y ganadero. La casa de planta baja adosa normalmente
dependencias para establo y granero; la de doble planta cumple
los mismos servicios en una disposición diferente. En otras la
edificación del granero se separa, pero manteniéndose cerca de
la vivienda, dentro del lugar acasa- rado: es el caso de los
hórreos asturianos y gallegos. Otras, en fin, mucho más arcaicas
descuidan las compartimenta- ciones interiores y albergan dentro
del mismo recinto a hombres, animales y grano, reflejando de
esta forma una concepción muy peculiar del espacio. Todavía
pueden encontrarse viviendas de este tipo en España: dejando
en Becerreó la carretera nacional Madrid-La Coruña, camino de
los Aneares, tras recorrer veinte kilómetros por una carretera
relativamente buena y otros tantos por una ruta pedregosa y des-
igual, se llega a Piornedo —monumento nacional—, donde
construccions rurales más modernas alternan con las viejas
pallozas, algunas todavía habitadas. La palloza está fun-
cionalmente dividida en dos mitades, separadas por unos ta-
biques de madera discontinuos: en una de ellas se recluye el
ganado mayor, mientras en la otra una subdivisión, no menos
discontinua, separa a las personas del ganado menor: cerdos,
ovejas, gallinas, etc. Construida en piedra sobre una planta
perfectamente circular y una techumbre cónica de paja, la palloza
refleja todavía hoy las profundas implicaciones del hombre y de
la naturaleza, a un nivel mucho más complejo que el de la propia
necesidad de subsistencia.
Si ampliamos el círculo territorial y salimos de la casa en
seguida nos encontramos —todavía en un medio rural— con que
en muchos sitios el lugar acasarado goza económicamente de un
significado especial que le diferencia de los demás campos de
cultivo38. Quizá por la comodidad que proporciona su cercanía a
la hora de recolectar productos más cotidianos y de uso familiar,
la huerta cercada, que en muchos sitios rodea la casa, reproduce
de una manera muy peculiar el tipo de convivencia que en ella se
efectúa, y en cualquier caso se distingue claramente de la
normativa que rige la distribución de las demás tierras. Hemos
podido observar, en una zona de gran minifundio, cómo en
contraste con las casi incomprensibles divisiones de las fincas, el
lugar acasarado se conservaba en su integridad. En algunos
casos, cuando se habían realizado matrimonios en casa, existían

38
Cfr. Jesús García Fernández: Organización del Espacio y Economía
rural en la España Atlántica. Siglo XXI. Madrid, 1975, pág. 119.
60 Antropología del territorio

unas divisiones imaginarias que se notaban más que nada por la


reiteración de los productos plantados, y que dejaban entrever
que dentro de la casa vivían tantos matrimonios como veces se
encontrase el mismo producto plantado dentro de este lugar. La
división, sin embargo, desaparecía en el momento de la herencia.
Finalmente todo el territorio de la comunidad se ve orientado
en su configuración por la infraestructura económica. La
densidad de poblamiento puede variar en relación con la
proximidad o distanciamiento de una fuente de producción. Los
canales de riego, vías de comunicación, redes económicas
alteran la distribución general de las unidades territoriales. Una
zona orientada hacia recursos industriales se diferencia
territorialmente de otra agrícola. Existe una correlación entre el
paisaje territorial y las distintas especies animales que se
sustentan en la comunidad. No requiere la misma distribución
territorial la ganadería del cerdo que la de la oveja, y ésta se
distingue claramente de la explotación de otras especies. En la
segunda parte de este trabajo veremos cómo en una distribución
territorial modificada según unas pautas territoriales adaptadas a
la vida industrial, la economía del cerdo desaparece, a pesar de
los esfuerzos realizados por mantenerla. Una agricultura de
secano exige una organización territorial distinta de otra de
regadío. Todo ello indica que la infraestructura económica, o los
recursos efectivos, imponen una orientación e incluso unas
condiciones al territorio humano. Y desde luego no hay que
pensar que éstas sólo se extienden a algunos aspectos del
territorio, sino que, por el contrario, abarcan a todas las unidades
territoriales en que se fragmenta dialécticamente —como
veremos en el capítulo siguiente— la vida social.
Ahora bien, estas condiciones no son determinantes. Existen
muchos territorios, de diversas comunidades, que responden a
una misma clase de recursos económicos. No todas las
comunidades ganaderas, agrícolas, industriales, etcétera,
presentan la misma significación territorial. Otros muchos
factores deberán unirse a éstos, unos en el mismo plano
infraestructura!, otros a nivel de estructura social y finalmente
todos desde la perspectiva de la semantización, para ultimar la
imagen significativa de un territorio concreto. Este es un campo
en el cual, como en tantos otros relativos al hombre, los tantos
por ciento no tienen significación. No se puede reducir a
porcentajes la importancia de cada uno de los factores,
sencillamente porque no todos están en el mismo plano. Si
cualquiera de ellos faltase, el comportamiento territorial no
tendría lugar. Si el hombre no estuviese dotado de unos sentidos
—y no nos referimos sólo a la vista— que captasen el espacio,
no cabría hablar de la territorialidad. Lo mismo sucedería si no
I: 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad 61

hubiese una población, pues, como veremos, incluso el territorio


corporal, propio del individuo no tendría razón de ser sin la
presencia de otros individuos. Y otro tanto es válido afirmar en
relación con las demás condiciones infraestructurales, de las
cuales nos hemos referido sólo a las más importantes.
Pero debemos seguir analizando la transformación del es-
pacio en territorio. Las relaciones posibilistas de la infraestructura
respecto a la territorialidad siguen un ritmo de actualización que
se prefigura en una estructura social determinada y en una forma
concreta y humana de semantización. En los capítulos sucesivos
nos ocuparemos de estos problemas.
.-

•'
.

'

ti I-
Capítulo 3

*

<

Territorio y
estructura social
Una reflexión sobre la vida social nos lleva en seguida a la
conclusión de que toda ella es posible gracias a una mani-
pulación peculiar del tiempo. Sin entrar en disquisiciones
filosóficas sobre este concepto parece evidente que lo social
está estrechamente vinculado con la experiencia del tiempo
reversible. Sólo desde esta perspectiva pueden comprenderse
conceptos como normas, valores, instituciones, roles, etc.
El tiempo lineal, irreversible, propio de ciertos niveles del
acontecer biológico desemboca fatalmente en el final donde lo
biológico mismo pierde su existencia. El individuo identificado
como tal con este discurrir sigue esta ruta sin retorno. La
sociedad, no obstante, perdura y se reitera. La vida social es
ante todo repetición, y consecuentemente rituali- zación, en el
sentido amplio del término.
Detrás de estas afirmaciones, bastante simples, se encierra
no obstante una mayor complejidad que sin duda requiere
algunas precisiones. Por una parte parece bastante probado
que la supuesta linealidad del acontecer biológico no está
exenta de ritmos cíclicos repetibles. La frecuencia de los ritmos
biológicos varía considerablemente de unos a otros, y se
presentan interpuestos a muy distintos niveles. «Los estudios
biológicos han mostrado que estos ritmos están omnipresentes
y van desde los muy rápidos, del orden de una décima de
segundo, a los asociados con las migraciones anuales (en
particular de los pájaros)... Muchos de los ritmos que se han
estudiado en biología son electrofisio- lógicos o bioquímicos;
otros consisten en secuencias de patrones de conducta de todo
tipo de frecuencias y son, por tanto, directamente observables.
Pueden o no coincidir con otros ritmos» \ 39
Entre estos ritmos sobresalen por su mayor facilidad de
observación los llamados ritmos circadianos, por desarrollarse
aproximadamente en torno a la duración de un día: 24 horas.
Tales ritmos se han encontrado no sólo en el hombre y

39
Eliot Chapple: El Hombre Cultural y el Hombre Biológico, pág. 29 s.
65
J. L. García, 5
\

66 Antropología del territorio

animales superiores, sino también en los animales más sim-


ples, como las amebas y los paramecios, e incluso en células
aisladas tomadas de especies pluricelulares. Dentro de este
acontecer cíclico se encuentran no solamente períodos de
actividad, sino también las principales funciones fisiológicas y
bioquímicas del cuerpo, tales como la temperatura, azúcar de
la sangre, glicógeno del hígado, actividad adrenal, en la síntesis
del RNA y DNA, en la división de la célula, etcétera 40. La
existencia de estos ciclos tiene sin duda una importancia
infraestructura!, en el sentido del capítulo anterior, para la
organización de la vida social humana. Sobre ellos operan
ineludiblemente los factores socioculturales, y muy
probablemente algunos aspectos reversibles de la vida social
no se podrían comprender sin la existencia de los ciclos
biológicos. Lo cual no equivale a decir, sin más, que se
reduzcan a esos ciclos.
Sin embargo, en el mundo animal, donde no existe una
discontinuidad tan acentuada entre el organismo y el medio,
como en el ser humano, los ritmos biológicos se prolongan en
la actividad medial, dando lugar, en buena medida, a lo que
denominamos vida social de los animales. Lo mismo que
acontece en el mundo humano, la característica más acentuada
de esta vida en sociedad es su repetibilidad o rituali- zación,
pero a diferencia de lo que sucede en la sociedad humana, los
demás animales prefiguran una vida social pautada desde la
misma ritualización biológica. Los etólogos han podido
explicarnos estos rituales a través de modelos de
comportamiento que reproducen, en una jerarquía de centros
de acción, las distintas secuencias del ritual. Cada centro
inferior presupone una descarga energética previa del centro
superior, traducida en la acción correspondiente, que se
produce ante estímulos mediales desencadenantes más o
menos unívocos e inmutables, lo que hace inevitable la
reiteración de la acción.
Este tipo de reiteración posibilita la predictibilidad necesaria
para toda interacción, y es en definitiva básica para la
constitución de la vida social. Desde luego no todos los com-
portamientos presentan el mismo grado de estereotipación y de
ciclaje, y ello es la causa de que podamos distinguir la
rituaiización en sentido amplio, tal como la venimos enten-
diendo, y que es esencial a la vida social, de los rituales pro-
piamente dichos, que serían aquellas reiteraciones de la acción
que han adquirido una finalidad en sí mismas, dentro de un
esquema de sucesión fijo. Lorenz subraya la importancia de

40
Cfr. E. Chapple: O. c., pág. 31 s.
I: 3 Territorio y estructura social 67

estos «ritos filogenéticos» en la vida social de los animales, y


su similitud funcional con los ritos culturales del ser humano 41.
Ahora bien, la peculiar situación del hombre dentro de un
medio al que no le liga la sincronización específica de un
proceso adaptativo bilateral (biológico y físico exclusivamente),
obliga a no exagerar el paralelismo más allá de los límites de
las formas. El hombre es precisamente el animal más
generalizado de cuantos existen, lo que equivale a decir que la
correspondencia entre su comportamiento biológico y su medio
es discontinua. Ello conlleva una necesidad de adaptación en
términos bien distintos de las formas de vida más
especializadas. Los ciclos biológicos ofrecen solamente una
pequeña orientación de la acción, y ello no siempre en sentido
positivo, sino también en el negativo, en la medida en que los
ciclos pueden significar un obstáculo en términos de una
adaptación de tipo natural. La cultura sería el factor llamado a
llenar la disyunción entre el organismo humano y su medio. Lo
que en el mundo animal es continuidad, en el ser humano se
convierte en oposición, y la relación entre el organismo y el
medio natural es antitética. El papel de la cultura es realizar la
síntesis dialéctica, y para ello tanto el organismo en su
dimensión biológica, como el medio en su forma natural se
modifican profundamente en el proceso de adaptación
dialéctica. Los ritmos biológicos humanos adquieren
perspectivas nuevas, y su modificación y reciclaje no se puede
poner en duda. La Antropología Física lo ha demostrado
profusamente. La especie humana no es únicamente la que
presenta una mayor variabilidad de comportamientos sociales,
sino también la que encierra mayor diversidad en el
funcionamiento biológico de los grupos.
Desprovisto biológicamente de centros desencadenantes
de acciones estereotipadas, el hombre tiene que solucionar el
problema de la interacción —necesario para la supervivencia—
, por medio de una manipulación mental de los factores que la
hacen posible, entre ellos el de la reversibilidad del tiempo.
Pues paradójicamente al estar menos provisto biológicamente
de estereotipación en sus acciones, su discu-

41
Cfr. Sobre la Agresión: el pretendido mal. Siglo XXI, pág. 79 ss.
\

68 Antropología del territorio

rrir biológico es para él más ineludiblemente lineal que en las


demás especies, o dicho de otra manera, menos controlable y
más irreversiblemente abocado a desaparecer como acción.
Ante esta inmensa línea sin fronteras ni referencias por la que
discurre biológicamente el ser humano, la mente establece
acotaciones y señales que le sirvan de referentes, juega con
ella cualificándola reiteradamente de intervalos homólogos, y la
hace girar sobre sí misma en busca del control y de la
supervivencia. El resultado es un tiempo cuantitativamente
irreversible, pero cualitativamente reversible, en el que el
hombre encuentra la posibilidad de establecer una vida social,
para la cual es necesaria la predictibiIidad de los
comportamientos.
Pero esta cualificación del tiempo no es específicamente
fija. Cada cultura establece sus indicadores propios, de acuerdo
con unos ritmos peculiares. De esta forma el tiempo cultural,
necesariamente reversible, se estructura de acuerdo con los
elementos de la cultura, y, lejos de ser un factor más en la
organización cultural, adquiere el valor de condición
imprescindible de la vida sociocultural. Divisiones de tiempo
como sagrado y profano no recogen más que la cualificación
reversible del mismo tiempo irreversible. Los roles no son otra
cosa que la ceremonialización de determinados
comportamientos, en una perspectiva de reversibilidad, sin la
cual los acontecimientos sociales se perderían sin continuidad
ni coherencia, y la sociedad carecería de la base mínima para
autoreconocerse. De la misma forma la normativa cultural
implica un refugio de reversibilidad en el que puede identificarse
el individuo como perteneciente a un grupo, al margen de su
acontecer biológico.
Las consideraciones que preceden obligan a pensar que un
estudio de las distintas concepciones del tiempo no puede
abordarse sin considerar la estructura social del grupo en
cuestión, pues en definitiva el tiempo no es más que una
perspectiva de esa estructura social. En un interesante ensayo
sobre la representación simbólica del tiempo, E. Leach llega a
unas conclusiones muy similares en relación con determinados
rituales: «insisto sobre el hecho de que entre las diferentes
funciones que cumplen las fiestas, una de las más importantes
es la ordenación del tiempo. El intervalo que existe entre dos
fiestas sucesivas del mismo tipo es un ‘período’; habitualmente
un período denominado, por ejemplo, ‘semana’, ‘año’. Sin las
fiestas no existirían tales períodos y el orden desaparecería de
la vida social. Hablamos de medir el tiempo como si el tiempo
fuese un objeto concreto a la espera de que se le mida; pero de
hecho nosotros
I: 3 Territorio y estructura social 69

creamos el tiempo al establecer intervalos en la vida social.


Antes de esto no existe ningún tiempo para medir. En segundo
lugar no conviene olvidar que si los períodos seculares
comienzan y terminan, las fiestas mismas tienen un principio y
un fin. Si se quiere analizar la forma precisa de cómo las
festividades sirven para ordenar el tiempo, hay qué considerar
los sistemas como un todo y no sólo las fiestas por separado.
Notemos, por ejemplo, cómo los cuarenta días que separan el
carnaval de la pascua vuelven a encontrarse en los cuarenta
días que separan la pascua de la Ascensión, o cómo el Año
Nuevo se sitúa exactamente a mitad de camino entre Navidad
y Reyes. Los historiadores dirán que estos intervalos tan
regulares se deben a la casualidad, pero ¿es realmente la
historia tan ingeniosa?»42.
Como hemos indicado, este control social del tiempo no sólo
se efectúa en las fiestas y rituales propiamente tales, sino en la
vida social en general. Si consideramos la vida social como
interacción, o lo que es lo mismo, como comunicación, frente al
plano de la acción misma que acontece, tenemos que asumir la
existencia de los códigos, donde todos los elementos de la
acción se ordenan significativamente en la reversibilidad del
tiempo. Cualquier acontecimiento que se escape al control de
los códigos no constituirá elementos de interacción, sino que se
perderá ininteligible para los miembros del grupo sin llegar a
formar parte de la vida social. Más aún, en los códigos sociales,
con mayor evidencia que en los códigos lingüísticos, se
incluyen constantemente referencias a las relaciones
temporales entre los elementos que los integran. La distribución
temporal de los elementos que deben utilizarse en las acciones
respectivas configura verdaderos ciclos de acción. Estos ciclos,
de diferente duración y frecuencia, se interponen y entretejen a
distintos niveles, respetando sus propios ritmos y componiendo
la estructura misma. Todo parece indicar que la cua- lificación
del tiempo es una condición ineludible de la existencia de la vida
social y del surgimiento de una estructura social.
No creemos habernos salido del tema de este capítulo tras
estas reflexiones sobre el uso social del tiempo, pues nos van
a servir para plantear el mismo problema a propósito del
espacio. Por una parte, el tiempo y el espacio son conceptos
tan vinculados que las conclusiones de las ciencias que se
ocupan de ellos no pueden operar con cada uno por separado.
Desde el punto de vista social el espacio jue-

42
Critique de L’Anthropologie. P.U.F. París, 1968, pág. 228.
70 Antropología del territorio

ga un papel muy similar al del tiempo. Si hace un instante


llegábamos a la conclusión de que la demarcación o cualifi-
cación del tiempo era imprescindible para la autoidentifica- ción
de la sociedad, otro tanto podemos decir del espacio. Este se
nos presenta ante todo como concepto —en cuya verificación
no podemos entrar ahora— como un contlnuum, sin más
determinaciones que la pura sucesión. Sin embargo, y a un
nivel físico, cualquier realidad que se interpone en ese suceder
le fragmenta y le hace ilusoria o concretamente —para el caso
es lo mismo— captable. Ello implica un primer grado de
discontinuidad. Ahora bien, la sociedad está integrada, en un
primer plano, por un conjunto de realidades físicas —los
individuos— que necesariamente se interponen en el continuum
espacial, creando discontinuidad. Pero los individuos
integrados en la sociedad no son elementos aislados, partes
insolidarias de un todo, sino que se constituyen como tales
precisamente dentro del contexto. Incluso psicológicamente
sabemos cuánto tiene de cierta esta afirmación. Y lo que
constituye a los individuos como tales es el conjunto de
relaciones que les envuelven. La realidad espacial de los
sujetos es, por tanto, relacional. Baste pensar en las distintas
concepciones del cuerpo propias de cada cultura para
comprender que por encima de las delimitaciones físicas del
«soma» se interponen toda una serie de formalizaciones que
constituyen la base de la interacción. De ahí que un observador
conocedor de las claves interpretativas de una cultura puede
tener gran probabilidad de descifrar el comportamiento de una
persona por el simple análisis de su utilización del espacio.
Cuando entre nosotros vemos que dos personas se mantienen
a una cierta distancia, pongamos un metro más o menos, y que
permanecen así un determinado espacio de tiempo, no nos
hace falta percibir sus voces ni su movimiento de labios o
gesticulación para inferir que su utilización del espacio se
adapta y posiblemente responde a una situación de diálogo. Si
los observamos en movimiento, caminando a lo largo de una
calle, y su separación permanece constante uno al lado del
otro, podemos deducir el mismo comportamiento. Cualquiera
de nosotros sabría interpretar ante una fotografía el significado
de las interacciones a través de las distancias.
El espacio no sólo se delimita por la presencia física de los
individuos, sea cual sea la formalización cultural que la arropa,
sino que también es el sustrato donde se dibuja la interacción
de grupos, desde los subgrupos básicos, como la familia, hasta
el grupo total en el que se integra la comunidad. En este sentido
el territorio humano se presenta par-
celado según estas unidades grupales, a las que no siempre
corresponde el mismo tipo de parcelación. Si consideramos la
I: 3 Territorio y estructura social 71

familia, en seguida nos damos cuenta de que su presencia


como unidad dentro de la comunidad puede traducirse en
acotaciones espaciales observables y reiteradas a lo largo del
territorio, que van desde los paravientos hasta la casa
occidental, pasando por un sinfín de variedades y de formas de
residencia. Si por el contrario nos centramos en otro tipo de
unidades sociales más informales, como pueden ser las
bandas o grupos de edades, no descubriremos inmedia-
tamente una fragmentación espacial que les sea propia de la
misma manera que lo es la casa para la familia, y con la misma
evidencia, pero nos bastará seguir cuidadosamente sus pasos
para caer en la cuenta de que discurren por unas determinadas
rutas, y de que disponen de espacios convencionalmente
acotados para desarrollar sus actividades.
Pero el análisis territorial no es tan simple como para poder
ser captado en las compartimentaciones visibles o en las rutas
observables. Todo ello es la forma. En el fondo de esas
apariencias se encuentra una gran variedad de interacción que
es la que le delimita cualitativamente y le hace pertenecer
socialmente a un grupo. Hablar del hogar como reflejo o
delimitación espacial de la familia puede ser tan incorrecto
como sacar conclusiones generales de las características de
un territorio acotado sobre la base de que está habitado por una
familia. Por una parte es evidente que no todos los hogares
están habitados por familias e inversamente ño todas las
familias se establecen en hogares. Existen formas
matrimoniales en las cuales el marido no reside habitualmente
con su mujer, y otras en las que la residencia de los distintos
miembros de la familia está diferenciada. «Entre los suazi, una
tribu bantú de Africa, en donde un hombre suele tener varias
mujeres, Kuper observa que cada mujer tiene su área, con su
choza para dormir, cocinar y almacenar, separada de las otras
por una barda alta de juncos. Se espera que el hombre divida
sus noches entre las mujeres; pero durante el día utiliza la
choza de su madre como centro de operaciones. Dentro de
este sistema familiar las relaciones sexuales entre marido y
mujer deben tener lugar cuando y donde no estén presentes los
niños. De manera que los niños pequeños duermen con sus
abuelas, las niñas adolescentes se van a vivir en chozas detrás
de la de sus madres, y los hermanos duermen en barracas a la
entrada de la propiedad familiar. En consecuencia la naturaleza
particular de la cultura —la dependencia en las mujeres para la
producción agrícola mientras los hombres cuidan del gana-
72 Antropología del territorio

do, junto con los patrones de separación de los individuos


dentro de la familia—, impide o facilita patrones específicos de
interacción enmarcados dentro de la diferenciación del
espacio»43.
Los valores espaciales están dados por el tipo concreto de
relaciones que se establecen a través de la fragmentación. No
es lo mismo, aunque formalmente pueda parecerlo, el espacio
que responde a una residencia familiar que el que se establece
en función de una residencia de edades, circunstancia ésta
nada excepcional en determinados grupos africanos. Pero
incluso aquellos que se organizan como hogares, en torno a la
familia, pueden estar diferencialmente cualificados según las
peculiaridades culturales de las relaciones familiares.
La Antropología Cultural se ha dado rápidamente cuenta de
que la filiación, la consanguineidad y la alianza no son términos
suficientes para definir un sistema de parentesco, y que al lado
de ellos, como soporte de relaciones peculiares, debe
considerarse la forma de residencia. La matrilocalidad y la
patrilocalidad, conceptos que hacen referencia al esta-
blecimiento de la nueva pareja en el territorio de la madre o del
padre, reflejan formas diferentes de interrelación familiar, sin
que ello implique que éste sea el único factor de- finitorio de las
relaciones. Pero desde el punto de vista de la utilización social
del espacio estamos sin duda ante una formalización o
cualificación que responde a cierto conjunto de elementos de la
estructura social.
La existencia y la compartimentación territorial con base en
grupos, no anula las realidades sociales anteriores. En el caso
de la familia su existencia no destruye las implicaciones
territoriales de los individuos, sino que las integra. Esta
integración constituye precisamente la estructura del grupo en
cuestión. La familia y cualquier grupo es una unidad dis-
continua. El territorio que podemos llamar familiar no anula los
territorios de sus miembros, sino que los integra dentro de un
sistema peculiar de relaciones. Con ello queremos decir que
desde el punto de vista territorial el conjunto familiar reasume
los territorios individuales, que dentro de ese contexto se
modifican por la pertenencia a un todo. Se cumple aquí el
principio gestáltico de que el todo es más que la suma de las
partes, y al mismo tiempo de que la parte no es lo mismo fuera
que dentro del todo. La llamada territorialidad corporal sigue
manteniéndose dentro de la estructura fami-
liar, pero sin duda un individuo sabe que tanto sus distancias
corporales como el uso personal del espacio siguen, dentro de

43
Cfr. E. Chapple: O. c., pág. 237.
I: 3 Territorio y estructura social 73

la familia y de cualquier grupo constituido, unas normas


peculiares del grupo, que se diferencian, según los distintos
contextos grupales, de la simple interacción fuera de esos
grupos. Esto es importante porque nos hace comprender el por
qué el espacio grupal se encuentra a su vez comparti- mentado,
formal o informalmente, de una manera peculiar, que le
distingue de los demás grupos, como tales, y que reproduce el
tipo especial de relaciones que se establecen dentro de él. La
casa con sus distintas dependencias o con su pluralidad de
funciones es normativa territorialmente de una interacción que
recoge las exigencias dialécticas de la relación entre las partes
y el todo, entre la familia o el grupo que la habita y cada uno de
los individuos. Una casa se define entonces no por su figura
geométrica, por las técnicas o materiales de construcción, sino
por la capacidad y cuali- ficación de interacciones que encierra.
Territorialmente la casa no es un espacio físico acotado, sino
una elaboración cultural o, lo que es lo mismo, una cualificación
concreta del espacio.
Pero ni el grupo social termina en la familia o unidad de
residencia, ni el territorio se agota en los límites de la casa.
Cada vivienda se opone diferencialmente a todas las demás, al
mismo tiempo que forma con todas ellas una nueva unidad. Si
esta oposición no se diese, las delimitaciones territoriales en
forma de casa carecerían de finalidad, de la misma manera que
si no se diferenciasen socialmente los límites de la familia,
oponiendo a las distintas familias entre sí, la institución familiar
no tendría sentido. Pero también es cierto que el conjunto de
las casas, como de las familias, constituyen una unidad que se
distingue a su vez de otros aspectos territoriales y grupales de
la vida social. Con ello queremos decir que de nuevo aquí
aparece el carácter dialéctico con el que se va anillando la vida
en sociedad. Esta dialéctica acontece a distintos niveles.
Primero dentro de las instituciones de los grupos y de cada
conjunto de factores del mismo plano de que consta la vida en
sociedad, y en segundo lugar entre los elementos
heterogéneos. Otro tanto se puede decir del territorio que
corresponde a cada uno de estos aspectos. Una casa se opone
a las demás y se unifica con ellas, pero todas las casas se
oponen, por ejemplo, a los territorios acotados para cultivos,
mientras componen con todos ellos una nueva unidad, hasta
formar, a través del mismo proceso de diferenciaciones y
unidades, la unidad territorial del grupo. Esta, por su parte,
vuelve a tener sentido como
74 Antropología del territorio

tal, sólo en la medida en la que se diferencia de otras uni-


dades territoriales pertenecientes a grupos vecinos.
Vemos, por tanto, que lo que cualifica el espacio para
convertirlo en territorio humano son una serie de delimitaciones
cargadas de formas específicas de interacción, que reproducen
la estructura de la entidad social que las ocupa, y que estas
delimitaciones se encadenan a su vez en una organización que
refleja la dialéctica de la misma vida social. El ser humano que
tanto individualmente como en sociedad utiliza un espacio,
tiene necesariamente que socializarlo, pues de lo contrario le
resultaría incontrolable44.
Si el tiempo irreversible es incompatible con el estableci-
miento de una vida social, otro tanto podemos decir del espacio
como continuum. Vimos cómo se operaba la reversibilidad del
tiempo. De la misma forma acabamos de analizar cómo la vida
social elabora discontinuidades en el espacio. En ambos casos
se produce un proceso de cualificación y las consecuencias
son, a distintos niveles, las mismas: tanto el tiempo reversible
como el espacio discontinuo permiten la reiteración y
consecuentemente la predictibilidad, sin la cual la vida social
sería inconcebible. El tiempo y el espacio no son, sin embargo,
dos condiciones paralelas de la vida social, sino que la
discontinuidad espacial puede ser un elemento cualificativo de
la reversibilidad del tiempo, y el tiempo, por su parte, puede
introducir discontinuidad en el espacio. Esto, por lo que al
espacio se refiere, lo analizaremos más adelante al referirnos a
la territorialidad me- tonímica.

Exclusividad positiva y negativa


Hemos convenido en mantener el sentido operativo del tér-
mino territorialidad en su relación con la exclusividad. Apun-
tábamos que ésta podía ser positiva y negativa. El significado de
ambas quedaba igualmente expuesto anteriormente. Tratamos
ahora de justificar esta división desde las relaciones entre la
territorialidad y la estructura social.
Los etólogos han puesto de manifiesto que los animales
territoriales no se comportan de la misma manera en todos los
puntos del territorio. Los animales que defienden su territorio,
con frecuencia, sólo lo hacen de una parte limitada
del mismo, mientras permiten que el resto se escape a su
control agresivo. Hediger hablaba de residencia de primero y
segundo orden, así como de otros muchos puntos diferenciales

44
Cfr. K. Hope (ed.): The Analysis oí Social Moblllty, Methods and
Approaches. Clarendon Press. Oxford, 1972, pág. 3.
I: 3 Territorio y estructura social 75

dentro del territorio. Burt distinguía una zona particular (home


range), que el animal utiliza, pero no defiende, del territorio
propiamente dicho, defendido por el animal. Ley- hausen
cuestiona esta división en algunas especies 45. Pero en
cualquier caso, y al margen de generalizaciones, sí parece
existir una diversidad de comportamiento bastante extendida en
relación con los diferentes aspectos del espacio utilizado. *
McBride analiza una serie de pautas territoriales en el
mundo animal, y en todas ellas aparece de una manera clara el
carácter circunstancial del comportamiento territorial, de-
terminado bien por situaciones estacionales o por una dife-
renciación efectiva del propio territorio. Algunos animales
acotan estacionalmente un área o áreas que defienden contra
cualquier intrusismo. Otros fijan el territorio a partir de un punto,
por ejemplo, el nido, y la intensidad de la defensa disminuye
con la distancia. Algunos circunscriben el territorio de defensa
a una esfera personal, mientras que otros lugares del territorio
(los llamados home range) no son objeto de lucha. Los animales
gregarios mantienen dentro del grupo una especie de campo
personal: cada individuo procura que nadie traspase sus
límites, mientras pone buen cuidado de no penetrar en el campo
personal del vecino. A diferencia de la esfera personal, propia
de animales solitarios, el campo personal no tiene el mismo
radio en todas direcciones, sino que generalmente se amplía
más por la parte frontal46.
Estas variaciones de actitud respecto al territorio, propias
de la mayoría de las especies territoriales, son sumamente más
complicadas en el ser humano. Ello es debido no sólo a la
mayor complejidad de la vida social humana, en relación con la
de otros animales, sino también a la forma peculiar de la
especie humana de ejercer los derechos sobre un territorio. La
vida social es sobre todo normatividad: las relaciones que se
establecen entre los miembros del grupo (nos referimos a los
grupos humanos) están regidas por unas pautas aprendidas,
que se distancian de los patrones fijos de acción propios del
mundo animal. Si como hemos visto la delimitación del espacio
y su cualificación se hace en términos de una estructura social,
porque en definitiva

45
Cfr. Biología del Comportamiento. Siglo XXI, pág. 88 ss.
46
Cfr. Theories of Animal Spacing: the Role of Flight, Fight and Social
Distance, en A. H. Esser. O. c., pág. 54 s.
76 Antropología del territorio

la territorialidad no es otra cosa que una perspectiva de esa


estructura, la forma cómo el hombre se comporta territorial-
mente estará regida por pautas aprendidas equivalentes a las
que gobiernan la estructura social. Anteriormente decíamos
que era un rasgo diferencial de la especie humana el sustituir
las pautas biológicas de defensa del territorio por una normativa
aprendida. E incluso en aquellos casos en los que se procede
a la defensa del territorio, este comportamiento no sigue los
cánones de una defensa con base biológica. Basta para
comprobar esto echar una ojeada trascultural sobre las distintas
formas de defensa, muchas de las cuales, aun cuando la
investigación occidental las ha unificado conceptualmente
(piénsese, por ejemplo, en la guerra), encierran diferencias
sustanciales, que denuncian una vez más uno de los mayores
riesgos de la Antropología transcultural: la deformación de
campos semánticos.
Una fenomenología de las distintas formas de utilización
territorial humana nos pone ante una diversidad aparentemente
mayor de la que puede encerrarse en la dicotomía territorial de
exclusividad positiva y negativa. Existen, en primer lugar,
territorios que se utilizan por cualquier unidad de la vida social,
individuos o distintos tipos de grupos, con una exclusividad
efectiva y radical. Se trata de lugares que sólo pueden ser
frecuentados por determinadas personas. Buen ejemplo de
ellos son aquéllos en los que un «prohibida la entrada a toda
persona ajena a este servicio» restringe su utilización, en
cualquier sentido, a los que se integran en la organización que
los ocupa. Les llamaremos territorios reservados.
Pero los territorios reservados son de dos tipos: por una
parte, los que mantienen siempre esta característica, y por otra,
los que sólo circunstancialmente lo son. Un «prohibido el
paso...» puede levantarse en determinadas ocasiones. Es difícil
encontrar un territorio que permanezca constantemente
reservado, sin ninguna apertura circunstancial. Quizá la
institución de la clausura conventual se aproxime bastante a
esta característica, aunque ciertamente no de una forma per-
fecta, pues existen circunstancias en las que la restricción se
levanta. Los territorios reservados del primer tipo serían
aquellos cuya entidad misma incluye la reserva, mientras que
los del segundo sólo la exigen circunstancialmente: por ejem-
plo, las dependencias de una fábrica durante la jornada de
trabajo. Evidentemente dentro de la misma clase de territorio,
las relaciones que determinan la reservabilidad son distintas:
pueden variar los sujetos a los que se refiere, los motivos en los
que se fundamentan, etc. Ello quiere decir que la
determinación de un territorio según estas características no
I: 3 Territorio y estructura social 77

exime de indagar su significado contextual dentro de la es-


tructura. La razón que justifica esta división la analizaremos un
poco más adelante.
Los territorios permanentemente reservados y circuns-
tancialmente reservados engendran dentro de la interacción
dos formas simétricas, pero antitéticas de territorialidad. Si los
tipos anteriores hacen alusión a exclusividad positiva dentro del
territorio, los que de ellos se derivan inciden en el aspecto
negativo de la territorialidad. Entendemos que la territorialidad
no sólo abarca los derechos sobre la utilización del territorio,
sino también las limitaciones o restricciones en utilizarlo. Pues
como hemos visto, el significado del territorio no responde sólo
a unidades, sino también a oposiciones. Según esto un análisis
territorial no debe olvidar que un territorio sólo se puede definir
desde las relaciones que le diferencian de los demás territorios.
Dicho de otra manera: la unidad territorial de cualquier sujeto
social sólo tiene sentido en las diferencias con otras unidades
territoriales. Si esta integración de similitudes y diferencias es
dialéctica, como apuntábamos anteriormente, el territorio debe
incluir también su propia antítesis. En la vida social, de esta
oposición surge la unidad territorial inmediatamente superior.
Como contrapartida de la territorialidad exclusiva positiva
surge inmediatamente la territorialidad exclusiva negativa, que de
nuevo puede ser permanente o circunstancial, y cuyos centros
de relaciones pueden circunscribirse a distintos planos.
Por útimo existen territorios o partes del territorio que no
podrían agruparse convenientemente en ninguno de los
epígrafes anteriores. Se trata de espacios que aparentemente
no incluyen ni exclusividad positiva ni negativa. Si nos fijamos
en una gran ciudad nos encontramos con que la gente transita
por las calles sin que muestre actitudes territoriales que se
puedan incluir dentro de la exclusividad. Son territorios que no
les pertenecen, pero que tampoco les imponen restricción
alguna. En este caso los sujetos, a los que hace referencia la
afirmación anterior, son todos los ciudadanos. No siempre es
así. Si nos fijamos en un territorio cuyas relaciones de
ocupación se efectúan a través del reclutamiento selectivo de
socios, la situación es más compleja. Un casino, por ejemplo,
puede pertenecer a esta categoría. Por una parte, no se puede
decir que las relaciones de exclusividad sean univalentes en
relación con todos los in-
78 Antropología del territorio

dividuos del grupo social. Parece que los socios poseen ex-
clusividad en relación a los no socios. Pero la exclusividad
desaparece si las relaciones se establecen entre los mismos
socios. Se trata de un territorio de exclusividad positiva, y
consecuentemente negativa en relación con la oposición so-
cio/no socio. ¿Pero qué tipo de relación territorial se establece
en la relación de los socios entre sí? Ninguno de ellos ejerce
exclusividad positiva en relación con los demás, y
consecuentemente ninguno de ellos se ve afectado por la
antítesis negativa que engendraría esa exclusividad.
Como puede desprenderse del planteamiento expuesto,
esta forma de territorialidad es inherente a las otras dos, y está
presente siempre que se cambie el referente de las ex-
clusividades antitéticas. Una casa habitada por una familia,
significa exclusividad positiva para esa familia y negativa para
las demás, pero la utilización de la misma por los distintos
miembros- de la familia no es diferenciare, desde el punto de
vista territorial, según esos conceptos. Pueden existir todavía
dentro de esa casa distintos grados de exclusividad, fijados en
las dependencias en las que se divide el hogar, pero en este
caso el referente ya no sería la familia, sino el individuo o las
divisiones menores que la componen. La situación global,
incluyendo el cambio de referente, sería entonces muy similar
a la descrita en el párrafo anterior para el casino: un lugar sin
aparente exclusividad en reiación a los individuos (sería la casa
en conjunto) y dotado de una fuerte exclusividad positiva en
relación con la familia.
Los grandes bloques de casas de las ciudades modernas,
plantean el mismo problema, con gran claridad, a un nivel de
integración superior al de la familia. Nuevamente dos grupos
interactúan dialécticamente: la familia y la comunidad de
vecinos. El bloque, como propiedad de la comunidad de veci-
nos, presenta exclusividad positiva en relación con otras co-
munidades de vecinos, quienes a su vez se sitúan territorial-
mente en una relación de exclusividad negativa con los in-
quilinos del bloque. Pero dentro del edificio existen una serie de
dependencias y servicios comunes ante los cuales cada una de
las familias, en relación mutua, no pueden acreditar derechos
de exclusividad, mientras que al mismo tiempo la vivienda o el
piso opera como una unidad diferenciante, territorialmente, de
las distintas familias entre sí. El ani- llamiento dialéctico de las
distintas unidades territoriales en las que interactúan los grupos
sociales opera sobre realidades de dos caras: una que se
orienta a la unidad inferior y otra que se relaciona con la
superior. Y al mismo tiempo persisten todas las relaciones que
diferencian y definen a cada
concreto dentro de la misma clase. La vivienda, para seguir con
I: 3 Territorio y estructura social 79

el mismo ejemplo, mira por un lado hacia las dependencias en


las que se divide y por otro hacia el bloque en el que se integra:
serían las unidades inferior y superior, respectivamente. Pero
al mismo tiempo se opone a las demás viviendas del bloque, lo
que apuntaría a relaciones de concretos dentro de la misma
clase. Por su parte el bloque depende relacionalmente de las
viviendas que lo integran (unidad inferior) y se define a su vez
a partir de los demás bloques en conjunto —digamos de la
manzana— (unidad superior), mientras se opone, dentro de la
misma clase a otros bloques concretos. Naturalmente no nos
planteamos aquí la cuestión de si las unidades que utilizamos
en el ejemplo son socialmente pertinentes. Es decir, no se
cuestiona en qué medida en la ciudad la manzana o conjunto
de bloques encuadrados por cuatro calles inmediatas a los
edificios, constituye una unidad territorial. Pero supongamos
que así sea, para seguir operando con el ejemplo. Sobra decir
que en el caso de que no se reconociese pertinencia social a
una de esas unidades, habría que buscar otra inmediatamente
superior que reuniese esta característica: en este caso podría
ser la calle, el barrio o incluso la ciudad misma.
Como se habrá podido observar esta concatenación dia-
léctica del territorio no discurre al margen de la estructura
social, pues no hace más que reflejar el mismo proceso en la
organización de los grupos. En este caso podemos establecer
los siguientes paralelismos:
dependencia : individuo :: vivienda : familia :: bloque :
comunidad de vecinos :: comunidades de vecinos de la
manzana : manzana...
La pertinencia de cada unidad territorial se corresponde con la
pertinencia de cada unidad grupal (y en este caso también del
individuo para la primera proposición).
Ahora bien, si dejamos entrar en juego operativamente la
distinción anterior entre exclusividad positiva y negativa nos
encontramos con una serie de situaciones equivalentes:
Dependencia, individuo : familia :: exclusividad positiva :
exclusividad negativa;
Vivienda. familia : comunidad de vecinos :: exclusividad
positiva : exclusividad negativa;
Bloque. comunidad de vecinos : comunidades de
vecinos, de la manzana :: exclusividad po-
sitiva : exclusividad negativa;
80 Antropología del territorio

La organización de los territorios acontece, pues, a través


de un juego de exclusividades positivas y negativas, que dis-
curre paralelo con la organización de los grupos que los ocupan.
Ahora bien, estos dos valores antitéticos no explican
suficientemente ni la situación-territorial ni la realidad operativa
de los grupos, pues la vida social no está constituida solamente
por elementos unificados y por sus contrarios, o en términos
dialécticos por tesis y antítesis, sino que todos los factores se
integran con mayor o menor suerte, es decir, y de nuevo
dialécticamente, se sintetizan. ¿Existe un tratamiento territorial
que responda a esta exigencia de la vida social?
Volvemos ahora al problema que nos había planteado la
existencia de una forma territorial que no parecía estar de-
terminada ni por exclusividad positiva ni negativa, y que ha sido,
en definitiva, la que nos ha traído hasta aquí. Creemos que este
tipo de territorios responde perfectamente a la exigencia
sintética de las oposiciones sociales en relación con el territorio,
y está marcado por la relación que guarda un sujeto referencial
con la unidad territorial superior a la que le corresponde en
exclusividad positiva, si se le considera en relación con los
concretos de su misma clase. Las proposiciones anteriores
recogen solamente dos de los tres tipos de relaciones que
señalábamos anteriormente como propias de las unidades
territoriales: las que mantienen con la unidad inferior y las que
las conectan con la unidad superior. Llamemos a estos dos tipos
de conexiones relaciones verticales. Pero existía una tercera,
horizontal, que es la que se establece dentro de un mismo
territorio entre todos los concretos de la misma clase. Esta
situación no se refleja en las proposiciones anteriores, y su
importancia es, sin embargo, definitiva para la conclusión del
proceso dialéctico y la consecuente integración.
Las relaciones verticales y las horizontales no discurren
cada una por su lado, sino que se encuentran e interoperan. Los
resultados son las síntesis de las disyunciones. Efectivamente
venimos concibiendo la territorialidad como una forma de
delimitar semánticamente el continuum espacial. La
discontinuidad que, en un primer momento de esta operación,
parece ser el resultado principal (relaciones verticales) vuelve a
adquirir, en algún sentido, las características de un nuevo
continuum, cualitativo, en la autoafirmación de los grupos
(relaciones horizontales). Estamos, por tanto, ante un ver-
dadero proceso dialéctico, y desde la perspectiva territorial, los
territorios que se constituyen en relaciones horizontales son
síntesis de la disyunción introducida por la relacionali-
/: 3 Territorio y estructura social 81

dad vertical. Gráficamente el diagrama de las relaciones te-


rritoriales no constituye una única figura geométrica integrada,
sino que dibuja una serie de tríadas a dos niveles: el de la tesis
y antítesis (vertical) y el de las síntesis (horizontal). Podría
expresarse de la siguiente forma:

v. horizontales

T
T\
T = tesis A =
antítesis S =
síntesis

/
/T

/
\s
/T1 '
/!\
V
A \ etc.
/

Como puede observarse perfectamente cada síntesis realiza


no sólo la integración de los contrarios, sino que al servir de tesis
ante una nueva antítesis y sucesiva síntesis, realiza una cohesión
sui generis entre las distintas unidades territoriales y
paralelamente colabora a la integración de los distintos grupos.
¿Pero qué tipo de territorios corresponden concretamente a la
síntesis?
Volvamos a nuestro ejemplo de la vivienda integrada en el
bloque de una gran ciudad. Las relaciones que allí establecíamos
se centraban en correlaciones entre una unidad social y otra
territorial (individuo-dependencia, familia-vivienda, etcétera).
Cada unidad territorial aparecía relacionada en exclusividad
positiva y negativa con la unidad social que la ocupaba y con la
siguiente respectivamente. Las relaciones horizontales entre los
sujetos del territorio aparecen cuando consideramos las unidades
sociales en relación con una unidad territorial superior en un
82 Antropología del territorio

grado a la que le corresponde


J. L. García, 6
I: 3 Territorio y estructura social 83

en exclusividad positiva. En nuestro ejemplo podemos cuestionar


las relaciones siguientes:
Individuo: : lndividuo2 :: Vivienda : Negación exclusividad
Familia: : Familia2 :: Bloque : Negación exclusividad
Comunidad de vecinos: : Comunidad de vecinos2 :: Man-
zana : Negación exclusividad
Aunque la vivienda se relaciona como tal con la familia, los
individuos que componen esa familia en un número determinado,
no son ajenos territorialmente a la vivienda como tal, de igual
manera que, sin prescindir del significado del bloque en relación
con la comunidad de vecinos, es significativa la vinculación de la
familia al bloque y paralelamente de la comunidad de vecinos a la
manzana.
Evidentemente la respuesta al primer término de las pro-
posiciones anteriores no puede establecerse ya en forma
opositiva, a partir de las relaciones exclusividad positiva y
negativa, y, por tanto, en tesis y antítesis, sino que al perderse
todo carácter opositivo el segundo término es sintético.
Tendremos ocasión de precisar concretamente la importancia
territorial de esta circunstancia en un análisis de la territorialidad
bosquimana en determinadas circunstancias. En el plano de las
relaciones horizontales los valores de la relación son
diametralmente distintos de los que se desprenden de las
relaciones verticales. Pero como en uno y otro caso se están
conjugando los mismos elementos no puede operarse como si se
tratase de sistemas distintos. La necesidad de integración se ve,
pues, perfectamente satisfecha en el diagrama dialéctico de la
página anterior.
La consecuencia de este planteamiento se refleja en la
existencia de esa tercera forma territorial, cuya característica más
determinante, dentro de su contexto, es precisamente la negación
de la exclusividad. Esta negación de la exclusividad no es otra
cosa que la síntesis entre la exclusividad positiva y la negativa.
De lo dicho hasta aquí se desprende la insuficiencia de ciertos
tratamientos territoriales a partir de dicotomías tales como
territorio público/territorio privado; interior/exterior;
cerrado/abierto; etc. Cada uno de estos opuestos tiene su
contexto, es sumamente móvil dentro de la concatenación de los
distintos sujetos y situaciones referen- ciales, y en cualquier caso
dejan sin explicar la integración social misma. Sin embargo, si
tomamos como eje básico en ' el estudio del territorio íá
disyunción exclusividad positiva/ exclusividad negativa, dotándola
de una movilidad referen-
cial tan amplia como exigen las distintas unidades territoriales y
los sujetos a las que se refieren, reconoceremos una disyunción
real en la vida social, y a nivel territorial el primer paso para
84 Antropología del territorio

delimitar discontinuamente el espacio, al mismo tiempo que la


síntesis de ambos extremos, la negación de la exclusividad, nos
permitirá explicar tanto la integración de la diversidad, a nivel
social, como la cualificación de un nuevo continuum a nivel
territorial.
Pero anteriormente habíamos distinguido dentro de la te-
rritorialidad, tanto positiva como negativa, una forma permanente
de exclusividad y otra circunstancial. La realidad de estas dos
maneras de ejercer la exclusividad no afecta en absoluto al
esquema anterior, y puede ser perfectamente integrada en él. Ello
sólo apunta al carácter necesariamente temporal de la vida social,
lo que ocasiona que la utilización del territorio, así como la
interacción que constituye los grupos, deba considerarse desde
la perspectiva del tiempo, como haremos en los capítulos que
siguen, y según las dimensiones sincrónicas y diacrónicas, que
serán la base de lo que denominaremos territorialidad metafórica
y metonímica .
De momento debemos precisar y concretar la pertinencia de
la forma de utilización territorial que se caracteriza por la negación
de la exclusividad. Para ello volvamos una vez más al ejemplo
que estamos utilizando. Cada individuo de la familia utiliza la
vivienda, sin ningún tipo de exclusividad en relación con los
demás individuos. Pero no se trata sólo de una utilización moral,
que se ve luego frenada por la compar- timentación interior (en la
vivienda occidental] que se distribuye en régimen de mayor o
menor exclusividad a cada uno de los individuos. Sino que la
vivienda alberga, m?- allá de la compartimentación, lugares
comunes, que reproducen simbólicamente esa unidad y falta de
exclusividad. Podemos pensar en las dependencias como
salones, comedor, terrazas, etc. Otro tanto se puede decir de las
demás unidades territoriales. Los bloques unifican territorialmente
a las familias que los ocupan a través de sitios que perteneciendo
a todos no son exclusividad de nadie en particular portal,
escaleras, ascensores, patios y quizás otros recinto^ más
sofisticados como piscinas, zonas de recreo, etc.; mientras que
las manzanas, en el caso de que fuesen realmente unidades
territoriales pertinentes, adosan espacios colectivos como aceras,
calles encuadrantes, servicios, etc. Y así podríamos continuar
progresivamente hasta completar la unidad superior que
correspondería a la comunidad. Esta a su vez, al mismo tiempo
que posee exclusividad positiva sobre su territorio y negativa en
relación con otras comunidades,
vuelve a formar parte de una unidad mayor, estableciendo desde
esta perspectiva relaciones horizontales, carentes de
exclusividad, respecto a las demás comunidades que integran,
por ejemplo, la parroquia, el concejo, el municipio, etcétera, según
los casos.
I: 3 Territorio y estructura social 85

No es necesario recalcar aquí que la integración dialéctica de


las distintas unidades sociales y sus correspondientes territorios
no tiene lugar dentro de la sociedad en un único plano. Es decir:
el territorio de la comunidad no es el extremo de un proceso
dialéctico que partiendo del individuo desemboca a través de
operaciones dialécticas equivalentes en la unidad superior que
sería la comunidad total y su territorio. La vida social y
consecuentemente la organización territorial se realiza
dialécticamente en distintos planos interactuantes. Un individuo
puede formar parte de unidades territoriales muy diversas, de la
misma forma que puede pertenecer a grupos de muy distinta
naturaleza, y la familia no está únicamente abocada a
desenvolverse en la línea que la lleva a la comunidad de vecinos.
Es evidente que los grupos pueden multiplicarse cambiando la
perspectiva referen- cial que los constituye. Sin embargo, para
todos ellos puede seguir siendo válido el esquema anterior. En el
ejemplo que apuntábamos al comienzo de este apartado sobre el
casino, puede ponerse de manifiesto la validez del esquema. Los
criterios referenciales de esta unidad territorial parten de la
división entre socios y no socios, y quizá, según las caracte-
rísticas del casino, de todos los ejes selectivos que determinan la
adscripción de esa persona al grupo de socios. Estos pueden
estar a su vez integrados en otros grupos: familiares,
profesionales, estatúales, etc., y disponer desde allí del territorio
según una normativa diferente. Por su parte el territorio no debe
concebirse como una entidad físicamente acotada y adscrita
perpetuamente a un grupo. Los límites territoriales son relaciones
y, en consecuencia, oscilan y se constituyen desde sus
referentes. Esto equivale a decir que el mismo espacio físico
puede servir de sustrato, en distintas circunstancias, a la
interacción de unidades sociales distintas. Y el casino puede
adquirir, como territorio, una configuración distinta en relación con
las personas que lo explotan. Pero, en cualquier caso, es claro
que los mismos individuos que ocupan la casa como miembros
de una familia, pueden utilizar el casino como miembros de un
grupo de socios. Desde esta segunda perspectiva mantienen
entre sí, y respecto al territorio, relaciones horizontales de no
exclusividad, mientras que, como entidad asociada, gozan de
exclusividad positiva en relación con los no socios.
Finalmente, es preciso observar que no todas las exclusi-
vidades positivas son igualmente positivas, en el mismo grado; y
lo mismo sucede con las negativas. Ello dependerá de la
delimitación y funcionalidad de las unidades sociales dentro del
contexto de la comunidad. La familia rural, valga la
generalización, presenta quizá vínculos más estables que la
familia urbana, pero a diferencia de lo que sucede en la ciudad,
donde la unidad superior a la familia es extremadamente
inestable e imprecisa, las vinculaciones superiores suelen ser
86 Antropología del territorio

altamente integradoras, lo que hace que las familias interactúen


fuertemente dentro de la comunidad local. Como consecuencia
de ello, y a nivel de interacción, la distancia entre la unidad inferior
(la familia) y otra superior (la comunidad) se reduce. En
consecuencia la exclusividad positiva sobre la vivienda disminuye
en la familia y otro tanto acontece con la exclusividad negativa
que corresponde a la comunidad. Como resultado de ello la
negación de la exclusividad adquiere matices diferentes. Todos
hemos podido observar que los lugares a los que corresponde
negación de exclusividad son cualitativamente distintos en la vida
urbana y en la vida rural. Las calles de una ciudad son transitables
de una manera muy distinta que las de un pueblo. Es como si en
el pueblo, debido al menor distanciamiento de los grú- pos, se
diese una mayor indiferenciación del territorio. La vivienda es
menos exclusiva que la de la ciudad, y los lugares sin exclusividad
son, podríamos decir, en términos absolutos, más exclusivos que
los de la urbe. Pero evidentemente cada uno de los tres términos
del proceso dialéctico es relativo a una situación social, y la
negación de la exclusividad debe medirse siempre en relación
con el grado de exclusividad positiva o negativa que opera en el
sistema.
Por último existe, dentro de esta diversidad de la exclusividad
y en relación con los lugares donde prevalece la negación de la
exclusividad, un cierto número de situaciones, en las cuales
aparece, con cierta frecuencia, el equilibrio de la bipolaridad
territorial entre diferentes sujetos territoriales. Hemos indicado
que el salón de una vivienda puede representar simbólicamente
la unidad de la familia. Pero no es menos cierto que en estos
lugares comunes se suele dejar un margen para simbolizar la
diferenciación. No es necesario observar durante mucho tiempo
un lugar común de este tipo para darse cuenta que, incluso en él,
hay una compartimen- tación tácita, aunque sin barreras, que le
fragmenta territorialmente. La distribución de los distintos
miembros de una familia dentro de los lugares comunes suele
tener sus pautas. Existe una tendencia a sentarse siempre en los
mismos sitios y a dibujar dentro de un territorio común el mismo
sociograma territorial. La característica peculiar de estas dis-
tribuciones territoriales, en lugares comunes, estriba en que sólo
se hacen efectivas cuando la persona está presente. Un padre
verá con toda normalidad que en su ausencia se ocupa el sillón
que él suele utilizar, pero a veces no tolerará que su presencia no
produzca inmediatamente el desalojo del mismo.
Otro tanto puede decirse de las unidades territoriales que se
relacionan con otro tipo de grupos. Cualquiera que haya
frecuentado las aulas de libre ocupación se habrá dado cuenta
que existe una tendencia a la distribución en puestos fijos. Con la
reiteración del uso territorial estos actos de exclusividad positiva
I: 3 Territorio y estructura social 87

conllevan el sentimiento de exclusividad negativa en los demás.


Por otra parte, todos hemos dudado ante una mesa ajena en
tomar asiento, debido a nuestra ignorancia de la normativa
territorial que rige el emplazamiento del huésped. Esto se lleva al
extremo cuando los grupos son menos coherentes. La etiqueta a
este respecto trata de cohesionar lo que por sí mismo es dispar.
En torno a una mesa se observan valores territoriales muy
diferentes, y de ellos podemos deducir no sólo la estratificación
del grupo que la ocupa, sino también la coherencia del mismo.
Robert Sommer47 nota la agresión que la infracción de estas
normas puede producir en los individuos. Todo esto hace pensar
que la dialéctica opera incluso dentro de la misma unidad terri-
torial en una multiplicidad de planos, y que no todos son de-
pendientes del mismo criterio, sino que pueden manifestarse
según acontezcan las distintas facetas de la vida de un grupo. Los
criterios desde los cuales debe analizarse este significado
territorial son muy variados.
Pero lo que formalmente se mantiene constante es la
proporcionalidad de la relación misma. A mayor exclusividad
positiva corresponde mayor exclusividad negativa y una negación
más radical de la exclusividad.
Estas son las razones por las que estimamos que el concepto
de exclusividad, tomado de la territorialidad animal, como
sustitutivo del más ambiguo de defensa, es aplicable a la
territorialidad humana, aunque al situarse aquí en un contexto
dialéctico, mucho más complejo, adquiere perspectivas
peculiares. Por otra parte, hasta ahora sólo nos hemos referido a
aspectos formales de la territorialidad. Las formaliza- ciones
precisas y concretas de esa exclusividad son sumamente
diversas en la especie humana, a diferencia de lo que acontece
en una especie animal. Si los términos que hemos utilizado hasta
ahora apuntan a sistemas de relaciones, es evidente que su
estudio tiene que dilucidar cuáles son esas relaciones concretas,
diferenciantes de los grupos humanos.

Los comportamientos socioculturales y el territorio

La vida sociocultural puede considerarse desde dos pers-


pectivas sólo metodológicamente separables: los grupos en
interacción y las formas peculiares de esa interacción. Desde el
primer punto de vista nos referimos a sujetos de interacción,
desde el segundo a comportamientos culturalmente transmitidos.
No es nuestra intención tomar parte aquí en la larga polémica que
se viene estableciendo en torno a esta distinción que, como se
47
Espacio y Comportamiento Individual. Instituto de Estudios de la
Administración Local. Madrid, 1974, pág. 35 ss.
88 Antropología del territorio

sabe, ha desembocado en definiciones diferenciales de sociedad


y cultura respectivamente. La afirmación de que se trata de dos
aspectos sólo metodológicamente separables parece ser
admitida por todos los que han colaborado en la polémica. Vamos
a partir de ese hecho.
En el apartado anterior nos hemos referido a la territorialidad
desde el primer punto de vista, es decir, desde el papel interactivo
de los grupos. Vamos a plantear ahora la cuestión desde la
segunda perspectiva: la de las formas o comportamientos
pautados de interacción. Entendiendo que se trata de dos
visiones complementarias, y que el planteamiento de la primera
quedaría truncado sin el de la segunda.
Pero dentro de la última posibilidad los antropólogos se
encuentran enzarzados en un nuevo problema, igualmente de
perspectivas. ¿Cómo y desde dónde puede abordarse el estudio
del comportamiento social?, o en otros términos: ¿Cuál es la
unidad significativa, a nivel de comportamiento, dentro de la
sociedad? Los conceptos de rasgos, complejo de rasgos e
instituciones, se discuten aquí. También queremos esquivar esta
polémica. Conscientes de las dificultades que encierra el término
institución, tanto por lo que respecta a su delimitación, como a su
pertinencia para denominar o encuadrar todos los
comportamientos sociales, numerosos antropólogos han optado
por utilizarlo. Los motivos de esta opción son su operacionalidad,
más integrada que el rasgo, y su maleabilidad para poder ser
entendido y modelado según Igs precisiones que el análisis
mismo aconseje. Si es cierto que el concepto nace en un contexto
funcionalista y que en un principio implicó una forma determinada
de integración de los rasgos en un conjunto que hacía difícil la
explicación del conflicto y del cambio cultural, nada impide en-
tender esas relaciones según otros esquemas. El mismo proceso
dialéctico que descubríamos en el apartado anterior, puede servir
de modelo para explicar la integración de los rasgos en la
institución y de éstas entre sí.
Un comportamiento institucionalizado es ante todo colectivo,
exige cierta normatividad y permanencia, e incluye elementos
práxicos, valorativos, ideológicos, etc. En realidad la institución no
implica que los comportamientos reales sean perfectamente
adecuados a los comportamientos ideales o normados y, como
veremos, un modelo antropológico debería incluir las dos
perspectivas. Esto quedará más de relieve en la segunda parte
de este trabajo, ^al abordar el estudio del territorio en dos
comunidades concretas. De momento haremos aquí algunas
reflexiones generales. Y desde luego sólo en la medida en que se
relacionan con el territorio.
Hemos visto que el territorio se ordena en relación pon las
I: 3 Territorio y estructura social 89

unidades sociales. Que esta ordenación acontece dentro de unos


moldes formales de carácter dialéctico. Pero ni los límites del
territorio así comprendido, ni la manera como se realiza la
exclusividad están dadas en el esquema formal. Volvamos a
fijarnos en la familia. No hay inconveniente en mantener el
análisis anterior para distintas estructuras familiares, siempre que
la familia sea una unidad territorial pertinente. Sin embargo,
puede suceder que la interacción familiar se reduzca en un caso
a la convivencia, y que en otro sea además una unidad de
producción, y quizás en un tercero tenga unas misiones políticas
directas. Las posibilidades de diversidad son innumerables.
Desde otra perspectiva puede tratarse de una familia nuclear,
entendiendo por tal aquella en la que se dan entre todos sus
miembros algunas de las tres formas básicas de parentesco:
alianza, con- sanguineidad y filiación; o puede constituir una
familia más extensa, donde además opera otro tipo de vínculos.
Dentro de la institución existen unos cánones de compor-
tamiento diversos según la forma peculiar en cuestión y la cultura,
que constituyen lo que llamamos roles. Según ciertas corrientes
sociológicas estos roles se integran, dentro de la institución, a
través de unas relaciones mutuas que coexistirían en un cierto
equilibrio. Se ha criticado el estati- cismo que esta concepción
implica. Por una parte el supuesto equilibrio alberga, dentro de las
instituciones, claras contradicciones y, por otra, resta a la vida
social uno de sus
aspectos más específicamente humanos: la dimensión histórica.
Desde este punto de vista el territorio debería ser definible a partir
de la relación de roles, ya que sería el sustrato donde éstos se
realizan. Pero la realidad es muy distinta, ya que el
funcionamiento de la sociedad es más complejo y, en cualquier
caso, creemos que la contradicción misma juega un papel central
en la vida social.
El análisis de la institución como sistema integrado y en
equilibrio es claramente unidimensional. La Vida social acontece,
por el contrario, en dos dimensiones. No todos los com-
portamientos pautados para una determinada institución se
realizan simultáneamente, sino, más bien, discurren en una
dualidad de planos, uno claramente sincrónico y el otro dia-
crónico. Es como si la institución tuviese profundidad temporal. El
problema de la integración estriba no sólo en la armonización de
lo que acontece simultáneamente, sino también en el valor del
desarrollo temporal de la misma. Como hemos visto
anteriormente, la manipulación del tiempo es fundamental para el
establecimiento mismo de la vida social; su cualificación y
reversibilidad juegan un papel importante en la integración de la
institución o de cualquier otra unidad de comportamiento social.
En este sentido la coexistencia de contradicciones dentro de
90 Antropología del territorio

un mismo plano no es por sí misma desintegradora, como


tampoco lo es la posible oposición entre comportamientos
pertenecientes a dos o más instituciones. En la mayoría de las
sociedades y en múltiples niveles existen comportamientos,
pautados para la dimensión distinta a la que acoge la
contradicción, que tienen por finalidad resolver dialécticamente la
contradicción. Piénsese, por ejemplo, en la hospitalidad. Sin duda
su carácter circunstancial o temporal viene a reducir una
disyunción entre comportamientos centrípetos de grupos
diferentes. Paralelamente, y dentro de la territorialidad, el acoger
al huésped, cediéndole derechos territoriales, altera los valores
del territorio, pero juega un papel importante a nivel de
integración. La dificultad de ciertos antropólogos fun- cionalistas
para explicar el conflicto y el cambio, radica, a nuestro jucio, en la
consideración unidimensional de la cultura. La presencia de una
segunda dimensión, de carácter dia- crónico, permite que la
contradicción coexista con la integración. No pretendemos afirmar
aquí que no existan conflictos culturales, a un nivel, que no tengan
su contrapartida integrativa como comportamiento circunstancial.
La cultura no está nunca totalmente integrada. Pero nuestro
propósito es mostrar que este es el móvil principal de la
circunstan-
cialidad territorial, y que el comportamiento territorial se mueve
fundamentalmente sobre dos ejes: uno sincrónico y otro
diacrónico, y que ambos no pueden desligarse más que
metodológicamente. El tiempo cualificado culturalmente es un
elemento inseparable del territorio humano.
La situación territorial de cualquier grupo humano es, pues,
extremadamente complicada. Dentro de él coexisten
exclusividades positivas y negativas, debido a los distintos sujetos
y situaciones referenciales posibles. Todo ello se traduce en una
regulación formulada o tácita, y a veces en conflictos derivados
de su transgresión. La exclusividad negativa es tan importante
dentro de los confines de la comunidad, como fuera de ellos, de
la misma manera que la positiva no está totalmente ausente más
allá de los límites acotados por el grupo. Todo ello hace que el
estudio del territorio deba orientarse en una perspectiva más
amplia que la de la institución que, sin contradecir el valor de este
concepto y admitiendo que toda la vida social puede ser abordada
desde la misma perspectiva, resulte especialmente operativa
para el estudio de las relaciones territoriales: nos referimos al
territorio como intercambio, dentro de una teoría general de la
cultura como comunicación.
Y todavía otra precisión metodológica. Cualquier compor-
tamiento cultural puede considerarse, como hemos indicado, en
su aspecto ideal, o en su plasmación real. Dos tipos de modelos
pueden, pues, aplicarse a cualquier aspecto de la cultura, y por
I: 3 Territorio y estructura social 91

supuesto al estudio territorial: un modelo mecánico, estructural, y


otro estadístico. Mientras a través del primero se intenta captar
las leyes que gobiernan un determinado fenómeno, sirviéndose
de los elementos integrantes del fenómeno mismo, los segundos
dan paso a elementos de planos diferentes (ecológico, político,
económico, etc., según el tema de que se trate), que explican la
realización del fenómeno de una manera determinada, y con una
frecuencia concreta. Se puede, en efecto, construir un modelo
(mecánico) de la territorialidad dentro de un grupo humano sir-
viéndose de todos los elementos territoriales del mismo: in-
dividuales, subgrupales y grupales, y deducir así el código
territorial correspondiente; pero es igualmente posible la ela-
boración de un modelo (estadístico), que nos explique qué
motivos, no directamente territoriales (sino climáticos, de-
mográficos, religiosos, etc.) inciden en los comportamientos
territoriales, estén éstos o no en consonancia con el código.
Como es sabido la Antropología estructural privilegia la
I: 3 Territorio y estructura social 92

utilización de modelos mecánicos, pero creemos que ello es


debido a unas preconcepciones metafísicas de la mente humana,
que hacen de ésta un constructo mecánico que opera
machaconamente dentro de sus moldes binarios, impasible a las
influencias que puedan provenir del exterior y, en última instancia,
unificadora implacable de los más diversos materiales a ella
sometidos. Pero como ya hemos escrito en otro lugar48 49, el
binarismo no es la única forma de operación mental y en cualquier
caso opinamos que la relación entre la mente y sus objetos es
dialéctica, en el sentido de que tanto la mente como el objeto se
modifican profundamente en su operatividad.
Con ello queremos decir que no existe una línea divisoria que
mantenga aislados, sin implicaciones mutuas, las realidades
mecánicas y las estadísticas, y que si en un momento
determinado un modelo estadístico contradice significativamente
a un modelo mecánico, ello es porque el modelo mecánico ha
experimentado una transformación. El investigador que se
empeñe en no tener en cuenta esta realidad seguirá
construyendo sus modelos mecánicos con datos fósiles, que en
el mejor de los casos sólo permanecen en la memoria de los más
ancianos del lugar. El ahistoricismo con el que se ha criticado al
estructuralismo, tiene su raíz en esta desconexión entre los
modelos mecánicos y estadísticos.
No negamos la posibilidad operatoria e incluso la conve-
niencia de establecer modelos mecánicos en Antropología, pero
sí la concepción estática de un tiempo reversible y no acumulable
que se les atribuye ". Si es cierto que la estructura de una
institución no se realiza nunca de manera adecuada en los
comportamientos que la ponen en práctica, y que, por tanto,
siguen siendo necesarios en Antropología los dos tipos de
modelos íel de la estructura y el del comportamiento) , no lo es
menos que un comportamiento reiteradamente inadecuado
modifica la estructura y que, por tanto, no se puede acertar en la
elaboración de un modelo mecánico sin la orientación del
estadístico y viceversa.
En el presente estudio vamos a utilizar complementariamente
las dos perspectivas. Al mismo tiempo nos serviremos de algunas
de las conclusiones de la lingüística estructural, y por ello es
necesario dejar bien claro hasta qué punto nos servimos de esta
analogía.
Existe actualmente la tendencia, que en parte compartimos,
a tratar la cultura como un sistema de comunicación, en todos sus
aspectos. En consecuencia los paralelismos entre lenguaje y

48
Cfr. Luis Cencillo y José Luis García: Antropología Cultural y Psi-
cológica. Syntagma. Madrid, 1973, pág. 479 ss.
49
Cfr. Lévi-Strauss: Anthropologie Structurale. Pión. París, 1958, página
314.
/; 3 Territorio y estructura social 93

cultura suelen tomarse demasiado literalmente, si no se explicitan


las salvedades oportunas. Sin duda, como nos muestra la
semiología, el lenguaje no es el único mecanismo del que se
sirven los hombres para comunicarse. Existe una comunicación
no verbal, a base de acciones, de objetos, de mensajes de todo
tipo. Resulta igualmente claro que la cultura viene a cumplir esta
misión. Ahora bien, toda comunicación, para que sea inteligible,
tiene que estar codificada, es decir, los individuos entre los cuales
acontece deben dominar la clave interpretativa de los distintos
signos. En consecuencia cada cultura, para que resulte
coherente, ha de inculcar este código a los individuos que la
viven. Ello acontece en el proceso de enculturación, que se
realiza por los caminos más variados y a lo largo de un tiempo
más amplio del que generalmente se cree, dado que no todos los
comportamientos culturales posibles se ejecutan en períodos fijos
de tiempo. Hasta aquí la similitud entre lenguaje y cultura es casi
perfecta, pues el aprendizaje de todos los aspectos codificados
del lenguaje tienen lugar progresivamente y un individuo rara vez
llega a poseer todas las claves.
Una diferencia muy importante nos revela otra vez lo que
acabamos de decir de la interrelación entre modelos mecánicos y
estadísticos aplicados a la cultura. Los signos lingüísticos,
generalmente, están unidos en sus dos planos (significante y
significado) por una relación arbitraria 50.
No se puede decir lo mismo de los signos culturales. Es
cierto, como opinan la mayoría de los antropólogos de la cultura,
que muy pocos comportamientos culturales, si es que hay alguno,
son en sí mismos estrictamente necesarios. Sabemos que la
cultura está constituida por la selección y ulterior combinación de
una serie de rasgos escogidos como respuesta a una necesidad
(en sentido amplio) del hombre.
Pero esta selección opera dentro de una amplia gama de
comportamientos posibles, todos los cuales hubiesen podido dar
cumplida satisfacción a la necesidad que orienta la búsqueda.
Bajo este punto de vista, y contrariamente a lo que acontece en
el comportamiento instintivo, no existe una relación rígida entre la
necesidad y la respuesta. Pero ello no quiere decir que no exista
ningún tipo de relación. Sin duda en la culturización de un rasgo

50
Sin duda es éste uno de los problemas más debatidos en la lingüística
actual. (Cfr. L. Cencillo: Antropología Cultural y Psicológica, página 275.) La
contundencia de la afirmación de Saussure ha sido puesta también en entredicho
por otros estudiosos del lenguaje, y varios tipos de relaciones no arbitrarias entre
significante y significado han sido reseñadas. (Cfr. E. Benveniste: «Nature du
Signe Linguistique», Acta Lingüistica I, 1, 1939.) Por ejemplo, las teorías
configuracionistas tendrían que admitir, en último término, relaciones
determinantes entre el significante y el significado. Pero no obstante, este tipo de
relaciones del ser humano, y se puede decir que genéticamente la relación es
arbitraria.
94 Antropología del territorio

han intervenido un número variado de factores, ecológicos,


psíquicos, situacionales, etcétera, que le proporcionan su
funcionalidad. Esto quiere decir que cualquier sistema cultural
tiene su historia, lo que equivale a afirmar que el tiempo
irreversible, como justificante del cambio, no le es ajeno, y que en
consecuencia cualquier modelo mecánico de una institución no
debe estatificarse en una cualificación reversible del tiempo.
Porque en definitiva si en el campo lingüístico es posible construir
modelos sirviéndose únicamente de los elementos integrantes del
fenómeno, en el cultural los modelos mecánicos se convierten en
abstracciones pasajeras, y únicamente pueden justificarse
cuando se apuntalan con otros estadísticos, que les den
conciencia de su validez histórica 51.
Poner de relieve estas diferencias entre lenguaje y cultura, no
significa que no se puedan aplicar a ésta algunos de los principios
descubiertos en el lenguaje. Al fin y al cabo ambos son productos
en los que interviene la misma mente humana, y no existen
motivos para pensar que los mecanismos operativos de ésta,
aunque modificados por la distinta naturaleza del objeto, no sean
inicialmente los mismos para el lenguaje y para la cultura. Tanto
más que, tal como venimos admitiendo, una de las funciones que
ambos —lenguaje y cultura— satisfacen, es precisamente la de
la comunicación.
De ahí que el término «socializado y culturizado», que in-
cluimos en la definición de territorio, sea equivalente al de
«semantizado». Todo lo que rodea al hombre está investido de
un significado, sin el cual carecería de relevancia para el ser
humano. Es precisamente este significado o «idea»
que se interpone entre el medio natural y la actividad humana lo
que, respecto al territorio, tratamos de analizar, para descubrir las
leyes semánticas de su organización. El estudio de la
territorialidad se convierte así en un análisis de la actividad
humana en lo que respecta a semantización del espacio territorial.

51
Esto no contradice nuestra afirmación anterior de que la vida social es
sobre todo posible a través de una reversibilidad del tiempo, y de una
cualificación del continuum espacial. Pues las supuestas delimitaciones espacio-
temporales, discontinuas y reversibles, están sometidas a un proceso de cambio,
que las conducen a nuevas formas cualificadas de discontinuidad y reversibilidad.
Los modelos estadísticos pueden dar explicación de la transformación y de la
necesaria de alterar los modelos mecánicos.
Capítulo 4

Dos formas de
semantización territorial
Situada la territorialidad humana dentro de la perspectiva de la
semantización, veamos primero de manera general la estructura
de este proceso, para tratar luego de aplicarla, en la medida en
que sea posible, a la organización del territorio humano. Partimos
aquí del lenguaje, en los aspectos que hemos admitido que
coinciden con la cultura como sistema de comunicación.
En el lenguaje coexisten dos tipos de agrupaciones que son
las que en definitiva determinan el significado. Saussure las
denomina relaciones sintagmáticas o in praesentia, y relaciones
paradigmáticas o ¡n absentia. Las primeras condicionan
horizontalmente el significado y se localizan en el mensaje hablado
o escrito. Se trata del encadenamiento lineal, de la forma en que
se combinan los distintos elementos que integran el sintagma. La
posibilidad de combinación sintagmática es finita, lo que equivale
en este caso a decir que es estructurada. Las relaciones
paradigmáticas o asociativas unen términos in absentia, es decir,
cada elemento seleccionado para formar parte del sintagma
evoca, en el plano de la lengua, un conjunto de términos enlazados
en una serie mnemónica virtual. Si el valor de un término
lingüístico, en cualquiera de sus niveles, está dado por su
capacidad de oposición (por su pertinencia), es decir, por su
diferencia con los demás términos del sistema, es evidente que
cualquier término seleccionado guarda siempre una serie de re-
laciones —verticales— con los elementos del sistema a los que se
opone, y que in absentia tienen vigencia en el código, ya que de
esa relación emana su valor.
Saussure explica prácticamente estos dos tipos de en-
cadenamientos: «Una unidad lingüística se puede comparar con
una parte determinada de un edificio, por ejemplo, con una
columna. Esta se encuentra, por una parte, en determinada
relación con el arquitrabe que soporta. Este acuerdo de dos
unidades, igualmente presentes en el espacio, hace pensar en la
relación sintagmática. Por otra parte, si esta columna es de orden
dórico, evoca la comparación mental con el resto de los órdenes
(jónico, corintio, etc...), que son los elementos no presentes en el

97
J. L. García, 7
98 Antropología del territorio

espacio: la relación es asociativa [o paradigmática]»52.


Nadie mejor que Jakobson sintetizó y apuntó las posibilidades,
incluso antropológicas de esta doble relacionalidad del lenguaje.
En su extraordinario artículo sobre la afasia, «Dos Aspectos del
Lenguaje y dos tipos de trastornos afásicos»53, establece, al igual
que Saussure, que todo signo lingüístico se dispone según los dos
principios generales de selección y combinación, que responden,
respectivamente, a la similitud y contigüidad. La selección apunta
a relaciones de tipo metafórico, ya que por medio de ella el
elemento seleccionado se sitúa relacionalmente [in absentia),
dentro de una estructura, donde se sistematiza toda la gama que
va desde los sinónimos a los antónimos; mientras la combinación
le conexiona con otros elementos presentes en el mensaje, por
medio de la relación de contigüidad, pudiendo hablarse, en este
caso, de relaciones metonímicas. La realidad de estos dos tipos
de relaciones se fundamenta negativamente en las dos formas
fundamentales de afasia, para las que Jakobson cita numerosos
ejemplos: una que consiste en la incapacidad de utilizar la
metáfora, es decir, de sustituir el elemento seleccionado por su
similar, y otra que radica en la imposibilidad de combinar, o lo que
es lo mismo, en la inaptitud metonímica.
Pero todavía más interesante para nosotros son los últimos
párrafos del trabajo, donde Jakobson pone de relieve la vigencia
de estas dos formas generales de relacionar los signos lingüísticos
con los principios de similitud (homeopatía) y contigüidad
(contaminación) señalados por Frazer en su estudio del
pensamiento mágico, y con el desplazamiento y condensación,
metonimia y sinécdoque respectivamente, es decir, contigüidad; e
identificación y simbolismo, es decir, semejanza o metáfora, de los
que habla Freud en su Interpretación de los Sueños.
Si esto fuese así nos encontraríamos ante una estructura
bipolar, que no es específica del lenguaje, sino que sería básica
en la formación de otros productos culturales. La mente humana,
en la medida en que está implicada en la cultura dejaría en ella la
huella de su estructura bipolar. El análisis

52
Cours de Linguistique Générale. Payot. París, 1956, pág. 171.
53
Cfr. Fundamentos del Lenguaje. Ciencia Nueva. Madrid, pág. 75 ss.
Metonimia
I: 4 Dos formas de semantización territorial 99

antropológico encontraría aquí una buena base orientadora en la


comprensión de objetos que resultan extraños por su contradicción
transcultural, e incluso, muchas veces por su compaginación
intracultural. Desde este punto de vista no habría necesidad de
clasificar, dentro de hipotéticas etapas evolutivas de la mente
humana, distintas formas de pensamiento, como se ha venido
haciendo con el discurso mítico y el discurso científico, ni tampoco
recurrir, como hizo Lévy- Bruhl a soluciones extremas y
discontinuas, con su célebre teoría de la mentalidad prelógica,
para explicar una forma de comportamiento asimétrica con los
principios lógicos de la civilización occidental. Manteniéndonos
fieles al principio de la unidad mental de la especie, podríamos
perfectamente catalogar las diferencias o aparentes
contradicciones culturales, como productos, en un cierto grado, de
uno u otro de los mecanismos operacionales de la mente: el
metafórico o el metonímico. Porque ambas formas están
igualmente presentes en cualquier cultura, y es sólo el predominio
de una u otra, así como el material sobre el que operan, lo que las
diferencia. Nos mantendríamos así perfectamente dentro del
pensamiento normal, y no habría necesidad de recurrir al tan
manido paralelismo entre primitivo, niño y enfermo mental, tan en
boga todavía, y desde luego de manera acrítica, en tantos
manuales de ciencias afines a la Antropología 54.
Podríamos entonces esquematizar gráficamente las posi-
bilidades operativas de la mente humana, sirviéndonos del
siguiente campo de coordenadas:

Metáfora x (a)

x (b)

54
Sobre la radicalidad de estas dos formas de «significar». Cfr. Cen- cillo:
Terapia, Lenguaje y Sueño. Marova. Madrid, 1973, pág. 269.
100 Antropología del territorio

Como puede observarse la actividad mental se movería entre


dos puntos extremos, a y b, que representarían la es- pecialización
máxima del pensamiento metafórico y la del metonímico
respectivamente. Si se quiere, el punto a coincidiría con lo que se
ha venido llamando pensamiento mítico, mágico o místico, y el
punto b, con el denominado pensamiento científico. El gráfico
recoge a su vez una realidad muy importante, y es que ninguno de
estos dos modos de actuación mental llega a tal especialización
que pueda anular, por completo la presencia de la forma contraria.
El pensamiento metafórico no está nunca totalmente
desconectado del metonímico, ni éste de aquel. Entre los dos
puntos extremos caben casi innumerables formas de operatividad
mental, según se utilice en mayor o menor grado el mecanismo
metafórico o el metonímico. La elección de cualquiera de estas
formas depende de la cultura.
Si la territorialidad es una organización espacial, o una
semantización, tenemos que ver hasta qué punto sigue estas leyes
generales de la operatividad mental. En teoría hemos de
presuponer que son posibles dos formas extremas de
territorialidad: una que estaría en correspondencia con el
pensamiento llamado metafórico, y otra con el metonímico, entre
las cuales se situarían otras muchas de carácter menos extremo,
así como combinaciones de ambas. En la segunda parte de este
trabajo analizaremos concretamente cómo se da cada una de
estas formas en una cultura determinada, aunque ésta sea
occidental. Y en muchos de sus aspectos, por ejemplo, el
científico, declaradamente metoní- mica. Pues como hemos
indicado no todos los planos de una cultura están organizados con
el mismo signo. Piénsese simplemente en la complicada
tecnología de los llamados pueblos «primitivos», a los que se les
reconoce una forma metafórica de pensamiento. En la mayoría de
los casos su técnica está basada en asociaciones rigurosamente
metoními- cas. De la misma manera que nuestro pensamiento
científico coexiste con creencias y asociaciones marcadamente
metafóricas. También trataremos de ver si la ocurrencia de metá-
fora o metonimia en la organización espacial humana, depende de
factores definibles, pues como hemos indicado en nuestra breve
crítica de los modelos mecánicos, sería platonismo el
considerarlos cerrados e independientes. Este será el punto en el
que los conceptos lingüísticos que estamos utilizando recibirán su
justificación antropológica.
Ahora bien, metáfora y metonimia no sólo no se oponen como
actividades mentales, en el sentido indicado, es decir, en cuanto
operaciones de la mente, sino que a nivel de los productos
humanos formalizados de una u otra forma, pueden
complementarse. El que hayamos indicado anteriormente que el
mecanismo mental de tipo metafórico sería el más utilizado por la
I: 4 Dos formas de semantización territorial 101

mentalidad mítica, y el de tipo metonímico por la científica, no


quiere decir que este último no pueda operar sobre asociaciones
metafóricas anteriores, es decir, sobre productos humanos
metafóricamente conseguidos. Más aún, éste nos parece el
procedimiento más habitual del pensamiento científico, que es tal
en la medida en que opera metonímicamente, sin que ello le
garantice automáticamente una mayor adecuación con el objeto
«en sí». La ciencia no puede superar, a este respecto, una primera
formalización metafórica sobre el objeto, justificada en las
condiciones perceptivas del mismo ser humano, entre las que se
cuentan las perspectivas culturales. Ello quiere decir que si a nivel
de operaciones puede describirse el procedimiento metonímico
separadamente de! metafórico, a nivel de productos, esto resulta
totalmente injustificado.
Por otra parte, las operaciones mentales a las que nos
estamos refiriendo, pueden implicarse en numerosos planos
superpuestos. Si existen metonimias de metáforas, como sucede
con frecuencia en la ciencia, también se dan las metáforas de
metonimias. Es decir, asociaciones metafóricas que reproducen
unitivamente exposiciones metonímicas. Un ejemplo de este tipo
lo pueden constituir los emblemas de numerosas organizaciones
en las que se reproducen en un conjunto metafórico algunas de
las intenciones, analíticamente expresadas, de la institución. Los
símbolos así obtenidos están a su vez culturalmente
determinados, y deben comprenderse dentro del código cultural
correspondiente. En este sentido, si afirmamos que la mentalidad
mágica es predominantemente metafórica, en sus operaciones, no
contradecimos la sugerencia de Jakobson, para quien la magia
contaminante o de contacto, en la clasificación de Frazer, sería un
exponente claro de formalización metonímica. Pensamos que la
llamada magia contaminante, sólo en un plano intermedio es
metonímica, operándose inmediatamente, en un plano ulterior,
una metáfora sobre esa metonimia. La esencia del pensamiento
mágico sería esa tendencia a presentar el producto investido de
una asociación metafórica, que si se quiere podemos denominar
de primer grado (homeopática) o de segundo grado (contagio),
mientras que el pensamiento científico ultima sus productos
metonímicamente (aunque sea sobre una base metafórica).
En este breve análisis aparecen claramente implicados, en su
interrelacionalidad, el mecanismo operativo metafórico
102 Antropología del terrliorio

y el metonímico. Puede apreciarse a su vez que no se trata de


operaciones cualitativamente distintas en un orden evolutivo, es
decir, que no se puede afirmar que la metáfora sea anterior
genéticamente a la metonimia, ni viceversa, y que en
consecuencia la llamada mentalidad mágica no debe mi-
nusvalorarse en relación con la mentalidad científica. La división
establecida es exclusivamente estructural. Finalmente conviene
señalar que al referirnos a metonimia como sinónimo de
mentalidad científica, no asumimos el concepto estricto de ciencia,
tal como se acepta generalmente como conjunto sistemático de
conocimientos. Hacemos únicamente referencia al carácter
metonímico de su proceder. A este respecto muchas de las
manifestaciones culturales, sin ser académicamente científicas,
coinciden con esa forma de pensamiento.
Hechas estas aclaraciones, que tiene por finalidad poner de
manifiesto la complejidad del esquema bipolar que utilizaremos en
el análisis de la semantización territorial, vamos a fijarnos en estos
dos tipos de territorio humano, siguiendo la duplicidad operacional
del proceso de semantización. Trataremos, por tanto, de
comprobar la validez de la formaliza- ción metafórica y metonímica
del espacio que se constituye en territorio humano, y ello, en esta
primera parte, desde el punto de vista de las operaciones
mentales, y no de los productos. Es decir, no analizaremos aquí,
en qué medida la metonimia opera sobre metáforas anteriores y la
metáfora sobre metonimias. La dilucidación de esta cuestión exige
una contrastación con la que podíamos llamar cosmovisión de la
cultura concreta y con la estructura social. Ello será el objeto de la
segunda parte de este estudio. De momento nos limitamos a
afirmar que el espacio es tratado por el hombre desde dos
perspectivas: la metafórica y la metonímica. El espacio, así
formalizado, constituye el territorio humano. Según esto
hablaremos de una territorialidad metafórica y de una territorialidad
metonímica.

Territorialidad metafórica

Para comprender lo que entendemos por territorialidad me-


tafórica, nada más simple que imaginarse una visita a la casa de
un desconocido. Desde que llamamos al timbre, hasta que
abandonamos la casa, pasamos por una serie de experiencias
territoriales, altamente significativas, cuyas variaciones
dependerán, entre otros factores, del encuadre socio- cultural en
el que nuestro huésped pueda situar el desarrollo
de nuestra relación. Primeramente se nos abre la puerta y se
nos concede el permiso de adentrarnos en un territorio privado.
Una vez dentro, y ante nuestro titubeo, por lo demás bien lógico,
I: 4 Dos formas de semantización territorial 103

en tomar una dirección u otra, se nos indica por dónde y a dónde


tenemos que ir. Normalmente una visita de este tipo no traspasa
los límites del salón y del conducto obligado para llegar a él.
Pero a medida que las relaciones se hacen más personales, y
ello probablemente después de varias visitas, se nos concede
tácitamente un mayor campo de movimientos: el cuarto de
baño, el cuarto de estar, la terraza. Si el visitante es una mujer,
a raíz de cualquier pretexto, generalmente ofrecerá una
pequeña ayuda al ama de casa, obtendrá el privilegio de
introducirse en la cocina. Sólo mucho más adelante, si las
relaciones no se han torcido, podrá el visitante moverse con
cierta holgura por toda la casa, aunque su comportamiento en
cada una de las dependencias tenga que someterse siempre a
una normativa propia del rincón que pisa.
Este sencillo proceso de ocupación de una casa nos indica
claramente que no todos los lugares de la misma tienen el
mismo significado. El salón, el cuarto de estar, la terraza, la
cocina, los dormitorios, son espacios diferenciados, que no se
abren todos con la misma llave. Significan algo, que
naturalmente no se desprende de la materialidad de su cons-
trucción. Cada uno puede distribuir su casa como quiera, co-
locar el dormitorio en el lugar que estaba planeado para el salón,
y situar la sala de estar en el rincón más alejado de la entrada,
pero la normativa que hemos descrito permanece.
I Ello nos indica que la casa, con todos sus compartimentos es
expresión de algo más general; que no está pensada exclu-
sivamente en función del aislamiento de los que la habitan, sino
que reproduce ciertos aspectos de las relaciones humanas. La
casa es, por tanto, una expresión metafórica de algún aspecto
de la estructura social. Naturalmente no todas las casas tienen
la misma compartimentación, y en consecuencia el
comportamiento social que un extraño debe mantener en ella no
es el mismo. La casa rural simplifica considerablemente el
esquema de vivienda descrito anteriormente, y en ciertos casos
añade otras dependencias más en consonancia con la forma de
vida propia de la comunidad: en algunas salón y cocina se
unifican, reproduciendo una forma peculiar de entender las
relaciones personales; el establo y el granero se adosan a la
casa, y los lugares reservados a la intimidad se reducen al
mínimo. Lo mismo sucede con la casa árabe, por ejemplo, que
tiende a conservar los grandes espacios prescindiendo
considerablemente de tabiques diviso-
ríos. Las formas de viviendas humanas desde los paravientos a
los grandes rascacielos, se nos ofrecen en una variedad tan
diferenciada como las culturas mismas. Para comprender el
significado que encierran es preciso poseer el código de
interpretación, a partir del cual han sido seleccionados los distintos
104 Antropología del territorio

elementos constitutivos.
Lo mismo ocurre con la distribución de la aldea o del núcleo
habitado. Cualquier conocedor de nuestra geografía sabe
perfectamente que nuestros pueblos presentan una estructura
territorial bastante constante: las casas se agrupan en torno a la
plaza, en la que generalmente se encuentra la iglesia, el
ayuntamiento y los servicios públicos. En la plaza tienen lugar
actividades bien definidas, entre las que se cuentan el control y
relaciones comunitarias integradoras. Una persona que sin motivo
justificado no frecuente este lugar, probablemente sería sometido
a un proceso de ostracismo. El pueblo español está, por tanto,
organizado en torno a los parámetros público/privado, en relación
con la comunidad total. Al mismo tiempo, su estructuración en
torno a un centro acentúa el carácter de integración y reproduce
una concepción cíclica del tiempo que está en consonancia con el
ritmo estacionario de la vida agrícola. Si nos trasladamos a
nuestras ciudades nos encontramos con que en la actualidad la
antigua estructuración, centrípeta, va desapareciendo. Se
construyen grandes avenidas, que se prolongan linealmente en
otras nuevas. Es como si en lugar de buscar un centro integrante
se huyese de él. En estas calles sin retorno el tiempo se hace
irreversible, y el individuo se aleja cada vez más de la
«comunidad». El llamado centro de la ciudad es un punto artificial
y huidizo referente de distancias oscilantes y, que en la mayoría
de los casos, implica una diferenciación de clases sociales, que
rara vez llegan a encontrarse.
Pero lo mismo que sucede con la vivienda, las variedades de
organización, tanto en el núcleo rural como en el urbano, son
grandes, incluso en España. No todas las ciudades presentan esta
misma fisonomía, y sin duda las hay que conservan todavía su
función integradora: probablemente las que siguen más vinculadas
a los hábitos agrícolas y ganaderos. A su vez, son muchos los
códigos que pueden dar significado a los núcleos rurales y
diferentes los elementos seleccionados en la organización del
territorio. Es sabido que la forma de asentamiento general de los
pueblos agricultores de secano es concentrada, quedando los
terrenos cultivables fuera del núcleo habitado, mientras que en las
zonas de regadío la población se dispersa en viviendas aisladas,
construidas al lado de los terrenos de cultivo. Esteva Fabre- gat
nota que en la planificación del asentamiento de nuevas
poblaciones agrícolas españolas, no se ha tenido en cuenta esta
estructuración natural, prefiriendo en ambos casos el
asentamiento concentrado, por resultar más económico, trans-
grediendo así una de las normas básicas de la planificación social
\
Desde un punto de vista transcultural, las diferencias son
todavía más notables. E. T. Hall analiza la distinta concepción y
I: 4 Dos formas de semantización territorial 105

distribución territorial de los alemanes, ingleses, franceses, árabes


y japoneses, en relación con la de los norteamericanos. Para no
extendernos en descripciones que se pueden encontrar
claramente en el libro de Hall, señalemos, por su singularidad y
diferencia respecto a nuestros patrones territoriales, algunas de
las observaciones que el autor hace con respecto al patrón
territorial japonés:
En las ciudades «los japoneses dan nombre a las intersec-
ciones en lugar de atribuirlo a las calles que allí confluyen. En
realidad cada una de las esquinas que resultan del cruce recibe
una designación diferente. A la ruta en sí que ha de seguirse para
ir del punto A al B, no se le da la importancia que tiene entre
nosotros, estableciéndose, a juicio del occidental, con criterio casi
caprichoso. Al no estar habituados a utilizar unas rutas prefijadas,
los japoneses, cuando circulan por las calles de Tokio, consideran
que el punto cero o central del sistema no es otro que el de su
destino... El modelo japonés acentúa la importancia de los puntos
centrales... No es de extrañar, pues, el conocido criterio japonés,
conforme al cual nuestras habitaciones les parecen siempre
desnudas y desangeladas, precisamente porque solemos
mantener despejado de objetos el centro de las mismas...»
«Otro aspecto del contraste centro-rincones guarda gran
relación con la forma y circunstancias en que uno se mueve por la
casa y con lo que considera espacio de características fijas o
semifijas. Para nosotros las paredes de la casa son,
evidentemente, fijas. En Japón constituyen elementos semi- fijos.
Los paneles de separación son móviles y, de este modo, las
habitaciones pueden servir a distintos propósitos y funciones. En
los albergues rurales japoneses (los ryokan) el huésped descubre
que las cosas vienen hacia él al tiempo que el decorado cambia.
Se sienta en el centro de la habitación, sobre el tatami (esterilla),
mientras ve cómo se abren o cierran los paneles móviles que
limitan el cuarto. Conforme transcurren las horas de la jornada
puede ocurrir que la 55
habitación pase de ser un espacio abierto, todo él al aire libre,
hasta convertirse, mediante una sucesión de cambios de tarimas
y paneles, en una alcoba recogida e íntima»56.
En el centro de estas divergencias se encuentra una con-
cepción de espacio que diferencia al japonés del occidental.
Mientras para éste el espacio se concibe como distancia entre
objetos, y, por tanto, como un vacío, para el japonés el espacio
está cargado de sentido, y por así decir, formalizado, pues «su
criterio es el de que la memoria y la imaginación deben participar

55
Cfr. Antropología Industrial. Planeta. Barcelona, 1973, pág. 167.
56
La Dimensión Oculta: enfoque antropológico del uso del espacio, pág. 230
ss.
106 Antropología del territorio

siempre en las percepciones»57.


Tras los análisis del territorio que hemos señalado, observa
Hall que «la conclusión a que se llega es la de que los patrones
proxemísticos difieren notablemente entre sí conforme cambian
las culturas. Analizándolos debidamente es posible revelar ciertas
claves culturales ocultas que determinan la estructura del mundo
perceptual de un pueblo dado. El hecho de percibir el mundo de
manera diferente da lugar a definiciones distintas de lo que se
entiende por vida en hacinamiento de población, origina relaciones
interpersonales diferentes, y motiva planteamientos diversos de
las cuestiones políticas, tanto en el plano interno como en el inter-
nacional. Se producen, además, profundas discrepancias en el
grado en que la cultura estructura la mutua implicación o
compenetración individual, lo que quiere decir, que los pla-
nificadores deberían comenzar a pensar seriamente en tener
siempre en cuenta diversos tipos de núcleos urbanos, es decir, a
pensar en términos de variedad y diferenciación, pues las
ciudades que se necesitan han de estar en consonancia con los
modelos proxemísticos de las agrupaciones humanas que han de
habitarlas»58.
Todos los aspectos territoriales reseñados corresponden a la
categoría que hemos convenido en llamar metafórica, pues todos
ellos reproducen, en el plano espacial, aspectos de distintos
planos socioculturales. Pero la constatación de esta reproducción
no nos abre sin más la comprensión del territorio. Para acceder a
ella es preciso descubrir el aspec-
to concreto de la estructura social al que responde, aunque ésta a
su vez deba analizarse en el contexto cultural total. Desde este
punto de vista las distintas demarcaciones y distribuciones
territoriales, que se constatan en una comunidad humana, pueden
responder a concepciones ideológicas, por ejemplo, cósmicas, a
sistemas de valores sociales, a condiciones perceptivas de la
cultura en cuestión, y en fin, a cualquier otro aspecto de las
relaciones sociales. El territorio se convierte entonces en un
lenguaje simbólico y prá- xico de aquella realidad sociocultural, y
al mismo tiempo en una garantía de su supervivencia. Pero a nivel
hermenéutico, las concepciones cósmicas, los sistemas de
valores, las estructuras perceptivas o las relaciones sociales,
funcionan como códigos, a partir de los cuales el territorio recibe
su valor semántico. Se produce aquí una operación paralela a la
que efectúa cualquier hablante: se seleccionan algunos aspectos

57
Cfr. Hall: O. c., pág. 236.
58
Cfr. O. c., pág. 250. J. P. Vernant analiza, bajo esta perspectiva, la
organización griega del espacio, a través de las implicaciones espaciales de la
mitología. Sus conclusiones apuntan a una formalización específica, con
significados propios, de la cultura griega en sus distintas épocas. Cfr. Mito y
Pensamiento en la Grecia Antigua. Ariel, Barcelona, 1973, págs. 135-241.
I: 4 Dos formas de semantización territorial 107

del conjunto sociocultural y se expresan a través de términos


espaciales.
Planteada la cuestión del territorio en estos términos, el
principal problema antropológico de su investigación, por lo que a
la territorialidad metafórica se refiere, estriba en demarcar los
campos semánticos en los que se integra. En términos lingüísticos
un campo semántico podría definirse como la organización de las
relaciones que se dan entre los elementos del mensaje y los
elementos del código. Naturalmente existen diferencias entre el
lenguaje y la cultura. Algunas de ellas han quedado reseñadas
anteriormente. Por lo que al territorio respecta no debemos olvidar
que aparte del significado simbólico que puede encerrar, buena
parte de él, lejos de ser entitativamente arbitrario, responde a unas
necesidades humanas bien concretas. Sin embargo, creemos que
es una constante humana el investir de significaciones a las
respuestas correspondientes a estas necesidades. La misma
necesidad se satisface normalmente a través de respuestas
distintas en las distintas culturas. Los fenómenos culturales, a
diferencia de los elementos del lenguaje, exigen con frecuencia
una explicación de la forma de ser del «significante», que va más
allá de su explicación histórica. Incurriríamos en platonismo si
desconociésemos esta diferencia.
Lo que dentro del análisis de la territorialidad metafórica se
trata de dilucidar es por qué la organización espacial, que
constituye el territorio concreto, es de una forma determinada y
tiene un significado preciso dentro de esa comunidad. Pero ni
siquiera dentro de este plano se puede decir que el territorio como
portador de un significado guarde con éste una relación arbitraria.
Es cierto que el carácter arbitrario
de la relación entre los elementos del signo lingüístico ha sido
cuestionada últimamente por algunos lingüistas, como ya
hemos indicado. Pero evidentemente la naturaleza del código al
que nos estamos refiriendo en la interpretación del territorio,
guarda una relación determinante con cada uno de sus
elementos y ello a un nivel más total que el determinis- mo que
se puede encontrar en la normatividad de la lengua. Incluso
admitiendo las teorías configuracionistas de Sapir- Whorf, nunca
se puede olvidar que el lenguaje, aunque muy importante y
central, es sólo uno de los elementos de la cultura.
Hechas estas aclaraciones vamos a tratar de profundizar en
las relaciones que constituyen los campos semánticos de
algunos territorios. Prescindiremos deliberadamente en estos
análisis de las relaciones de tipo metonímico, a las que nos
referiremos más adelante. La territorialidad metafórica está
constituida por denotaciones y connotaciones. Podríamos
afirmar que el elemento denotativo del territorio está dado por
108 Antropología del territorio

su funcionalidad inmediata consciente: una casa puede denotar


refugio, centro de intimidad, etc... y connotar, sin embargo,
significaciones como las que hemos descrito anteriormente. No
obstante, como veremos, ninguno de estos dos aspectos
significativos son transculturalmente unívocos. Desde el punto
de vista metafórico, la connotación adquiere una peculiar
importancia. Ello es debido al carácter asociativo de este tipo de
relaciones. Hemos visto cómo, según la terminología de
Saussure, estas relaciones son ¡n absentia. Por esta causa su
análisis es culturalmente más difícil de realizar. Es necesario
penetrar en el código ínex- presado de la comunidad. Por ello
nuestra investigación se centrará bien en comunidades
españolas, en las que hemos convivido mientras analizábamos
este tema, o bien en otros grupos de los que disponemos un
material abundante y fiable. De todas formas sin una
comprensión de la territorialidad metafórica, difícilmente se
puede entender la metoními- ca, ya que, como hemos visto, ésta
opera, con frecuencia, sobre aquella.
Algunos ejemplos pondrán de manifiesto lo que queremos
señalar con la forma metafórica de territorialidad y al mismo
tiempo el significado y posibles correlatos de su carácter
connotativo. Se trata de fragmentos de trabajos de campo o de
datos que son de sobra conocidos dentro de la Antropología
Cultural, pero sobre los que quizá no se ha establecido
sistemáticamente su significación territorial.
Lévi-Strauss nos habla con frecuencia en sus diversas obras
de los bororo, viejos habitantes del Brasil amazónico. De suma
importancia nos parece todo lo que tanto en Tristes Trópicos, como
en la Antropología Estructural nos relata en relación con la
disposición de las aldeas bororo. Las chozas de los bororo se
ordenan de una manera circular en torno a la casa de los hombres.
En la aldea Kejara «un diámetro teóricamente paralelo al río divide
a la población en dos grupos: al norte los cera..., al sur los tugaré...
Un individuo pertenece siempre a la misma mitad que su madre;
después no puede casarse más que con un miembro de la otra
mitad. Si mi madre es cera, yo también lo soy y mi mujer será tu-
garé»59.
La forma de residencia es matrilocal. Cuando un varón se casa
tiene necesariamente que pasar a residir al semicírculo de la mitad
contraria. Las mujeres, por su parte, permanecen todo el tiempo
de su vida en la casa en la que nacieron, que sucesivamente será
heredada por las hijas, que pertenecerán a la misma mitad de la
madre. Esta situación crea una especie de desequilibrio
residencial en favor de la mujer. Para aliviarlo de alguna manera

59
Tristes Trópicos. Eudeba. Buenos Aires, 1970, páq. 212.
I: 4 Dos formas de semantización territorial 109

existe en el centro del poblado, pisando el diámetro que divide al


grupo en dos mitades, una edificación reservada con exclusividad
a los varones, bien sean de una o de otra mitad. «La casa de los
hombres atempera este desarraigo, puesto que su posición central
está por encima del territorio de las mitades. Pero las reglas de
residencia explican que la puerta que da sobre el territorio cera se
llama ‘puerta tugaré’ y la que da sobre territorio tugaré ‘puerta cera'.
En efecto, su uso está reservado a los hombres y todos aquellos
que residen en un sector son originarios del otro, y a la inversa»60.
Estas mitades no sólo existen en función de la exogamia, sino
que cumplen a su vez una misión de reciprocidad. Los derechos y
deberes de un miembro de una mitad se establecen en relación
con los miembros de la otra. «Los funerales de un cera están a
cargo de los tugaré y a la inversa». De esta forma las dos mitades
son al mismo tiempo complementarias en la organización social, y
funcionan como dos realidades bien diferenciadas, de las que no
está exento el orgullo de pertenencia.
La situación territorial se complica todavía más por la
existencia de un segundo diámetro perpendicular al anterior,

60
O. c., pág. 213.
110 Antropología del territorio

y que vuelve a dividir el círculo en otras dos mitades según un eje


norte-sur. Según esta nueva línea los nacidos al este de la misma
se llaman «del bajo» y los nacidos al oeste «del alto». «En lugar
de dos mitades tenemos, por tanto, cuatro secciones, y los cera y
los tugaré pertenecen en parte a un lado y en parte a otro»10. Nos
encontramos gráficamente ante

10
O. c„ pág. 213.
I: 4 Dos formas de semantización territorial 111
una estructuración territorial muy similar a la que reproduce este plano
de la aldea Kejara u:
Otros factores vienen a incidir sobre esta utilización del espacio.
Existen grupos de familias que se consideran parientes por proceder,
por línea femenina, de un antepasado común. Todos los que mantienen
vínculos de este tipo pertenecen al mismo clan. Lévi-Strauss deduce
que muy posiblemente en la aldea originaria, cuando la densidad de
población no había obligado a variar algunos de estos elementos, cada
aldea estaría compuesta por ocho clanes, cuatro cera y cuatro tugaré.
«Cada clan tiene su posición en el círculo de las casas: es cera o tugaré,
del alto o del bajo, o también está repartido en dos subgrupos por esta
última división que, tanto de un lado como de otro, pasa a través de las
viviendas de un clan determinado» n.
Finalmente, los clanes están divididos en grupos hereditarios en
línea femenina y, lo que parece ser todavía más importante, dentro de
cada uno de ellos tenían vigencia una especie de castas de naturaleza
endogámica en relación con el mismo grado o casta en la otra mitad.
Superiores, medios y bajos, tenían que casarse necesariamente con
superiores, medios y bajos de la mitad opuesta.
En la Antropología Estructural, Lévi-Strauss se ocupa con mayor
profundidad del significado de toda esta distribución territorial de los
bororo 61 62 63. Las aldeas bororo integran diversas estructuras
territoriales: una concéntrica y otras dos diametrales. La estructura
concéntrica está marcada en función de las oposiciones masculino
(centro) y femenino (periferia) y correspondientemente sagrado y
profano, ya que la parte central, donde se encuentra la casa de los
hombres y el lugar de danza, es el centro ceremonial de la aldea, mien-
tras que las actividades más cotidianas y profanas acontecen en la
periferia. Las estructuras diametrales están en función de las mitades,
clanes y subdivisiones. Subyacente a esta estructura aparente existe
otra triádica, ya que por motivo de las castas cada comunidad bororo se
compone de tres subsociedades endogámicas, que no mantienen, por
tanto, vínculos de parentesco entre sí. A través de una serie de
dificultades y contradicciones inherentes a la realidad bororo, Lévi-
Strauss asume, como única hipótesis capaz de solucionarlas todas, que
los bororo piensan su estructura social
simultáneamente en una perspectiva diametral y en una perspectiva
concéntrica. Pero esto no sería posible si el sustrato espacial de la aldea
bororo, en sus dos planos, aparente y estructural, no colaborase a que
esto fuese así.
En la Antropología Estructural pueden encontrarse otros ejemplos
relacionados con el mismo tema. Más que profundizar críticamente en
la interpretación estructuralista del conjunto bororo —territorio y

61
Según Lévi-Strauss: O. c., pág. 211.
62
O. c., pág. 214.
63
Cfr. Anthropologie Structurale. Pión, 1958, pág. 156 ss.
112 Antropología del territorio

estructura social— o de plantearnos, según otros informes de los que


disponemos, la validez de la totalidad de los datos aportados por Lévi-
Strauss, nos interesa recalcar aquí el carácter significativo y formalizado
del territorio. Lo que sí es cierto es que una disposición diferente de las
aldeas bororo fue utilizada por los misioneros para derrumbar las
tradiciones de este grupo y prepararlos para una más fácil
evangelización. Todo ello no hubiese conducido a nada si el territorio y
la disposición descrita —con las variaciones que otros datos puedan
introducir— no reprodujese, de una manera muy precisa, la estructura
social. Es decir, la relación entre la formalización territorial y la
estructura social es de índole metafórica y podemos deducir de los
efectos de la ruptura de esta relación, que el carácter significativo, o la
semantización del territorio, no es solamente de naturaleza mental o
ideal, sino que opera eficazmente como un elemento más en la vida
social del grupo.
Dentro de la formalización metafórica del territorio la estructura
social puede ser, pues, el referente metafórico al que se vincula la
semantización. Pero esto no sólo tiene lugar a nivel general, en la
medida en que toda la estructura se refleja en todo el territorio, sino que
puede utilizarse fragmentariamente. Hay espacios que se articulan
según determinados aspectos de esa estructura social. La casa puede
servirnos de ejemplo para esclarecer esta circunstancia.
P. Bessaignet64 nos ofrece algunos ejemplos que indican esta
relación. Dentro de lo que él llama el método morfológico, es decir, el
que estudia la estructura de una sociedad a través de su organización
sobre el suelo, según la hipótesis de que la forma de una sociedad es
la expresión de su estructura, expone algunas relaciones entre la casa
de ciertas comunidades y su estructura. No haremos más que reseñar
uno de ellos.
Los Chittagong Hill Tracts es una banda que habita la parte
montañosa más oriental del Este de Paquistán. Cada

64
Cfr. Méthode de L'Anthropologie. Université de Teherán, 1961.
/■• 4 Dos formas de semantización territorial 113

familia tiene su vivienda. Antes del matrimonio el varón construye su


propia casa al lado de la de sus padres. De esta manera dos
hermanos ocupan dos casas separadas, pero vecinas. Esta situación
no es arbitraria, sino que responde a un régimen de familias y
explotaciones separadas: cada hombre adulto posee su campo en la
jungla, donde cultiva independientemente su arroz. En esta situación
el croquis de la casa es el siguiente:

Pero no todas las tribus de los chittagong siguen este régimen


de explotación. Concretamente los mro trabajan colectivamente los
campos, y su organización familiar se altera considerablemente por
esta situación. Cuando uno de los hijos se casa no necesita edificar
una vivienda independiente, sino que sobre la base de la casa
originaria todos proceden a ampliarla. La casa se convierte así en un
reflejo de la extensión y composición de la familia, al mismo tiempo
que reproduce el régimen comunitario en el que se desarrolla el
trabajo familiar. El siguiente esquema reproduce una de las casas de
la aldea, y muestra claramente la diferencia con las otras tribus:
J. L. García, 8
114 Antropología del territorio

1. Habitación principal. Invita 6. Depósito de agua.


dos. Trabajo. 7. Plataforma.
2. Habitación hijo mayor (anti 8. Habitación del segundo hijo,
gua habitación del padre). su mujer, un hijo y una hija.
3. Habitación jefe de familia y 9. Habitación del tercer hijo y
de su mujer. de su mujer.
4. Habitación de la viuda de un 10. Almacén de arroz.
hermano. 11-12. Escaleras.
5. Cocina.

En la segunda parte de este trabajo tendremos ocasión de


constatar esta realidad en alguna comunidad española. De nuevo
aquí la casa significa la delimitación de un espacio según unos
criterios de semantización, que la convierten en territorio humano, y
que no sor. otros que la creación de relaciones metafóricas entre el
sustrato espacial y la estructura familiar.
Las relaciones metafóricas, sin embargo, no siempre se
establecen de una manera directa como reflejo de la estructura.
Puede suceder que tanto ésta como aquéllas estén en función de
algunos aspectos centrales de la vida cultural, como pueden ser
creencias, mitos, ideologías. Naturalmente este hecho no desvincula
la relación metafórica de la estructura, sino que es más bien el lazo
que la une a ella. Un par de ejemplos pueden confirmar abiertamente
esta afirmación. Nos referimos al uso del espacio por parte de ciertas
tribus australianas y a la configuración que de la casa y el poblado
hacen los dogon africanos.
Pocas mitologías están tan cerca de la geografía como las
australianas. Los puntos más insignificantes del espacio están
poblados de recuerdos mitológicos que explican sus características
y sus caprichosos recobecos. Mountford, en un delicioso libro de
viajes por aquellas tierras, nos transmite con detalle todas las
evocaciones de la Peña de Ayers, descubierta por Gosse en 1873, y
que pasa por ser una de las maravillas geológicas de Australia.
«Cada precipicio —nos resume—, caverna, surco o relieve de la cima
/: 4 Dos formas de semantización territorial 115
y las laderas de la Peña conmemora las hazañas y aventuras de los
seres de aquellos tiempos remotos. Los surcos, los estratos de roca
y las señales de la intemperie en la fachada sur son huellas de las
belicosas serpientes; los precipicios del lado norte, con sus
incontables cavernas, fueron refugios de las ratas marsupiales; y los
innumerables hoyos de la ladera oeste provienen de los trabajos del
pequeño lagarto y de los topos inofensivos»65.
Pero la mitología no sólo es pertinente dentro de las culturas
australianas en una relación etiológica con el territorio, sino que es
de trascendental importancia en la organización de la vida social y
en los movimientos de los grupos, en relación con el uso del espacio.
Ronald M. Berndt analiza en profundidad la importancia del trasfondo
mítico del territorio en la llamada Cultura del Desierto Occidental.
«Toda la Cultura del Desierto Occidental, al igual que otras partes de
la Australia aborigen, está atravesada por rutas que siguen las
principales reservas de agua. Se extienden en todas direcciones de
un punto a otro e incorporan todas las variantes topográficas que son
tanto económica como espiritualmente significativas según la
mentalidad de los nativos. Estas líneas de comunicación tienen una
base mitológica y siguen las rutas utilizadas por los seres espirituales
en los tiempos del sueño (tiempos míticos) y que han quedado
perpetuadas en los mitos»66.
Muchas de las características del territorio se deben a procesos
metamorfósicos del personaje mítico, y afectivamente estos seres
operan como mediadores entre el territorio y el grupo. Cuando los
aborígenes se desplazan en busca de agua de un punto a otro no lo
hacen por los caminos que resultarían más cortos, sino por las rutas
míticamente fijadas, y que en casi todas las ocasiones implican una
mayor distancia. Las vinculaciones totémicas de los respectivos
grupos con los antepasados míticos hacen que el territorio esté
fragmentado por su especial pertenencia a uno de ellos, dentro
de las relaciones de los antepasados con el territorio y con el
grupo. La implicación social y al mismo tiempo la riqueza
significativa que de aquí se desprenden, pueden observarse en
el siguiente gráfico, que corresponde a una reducida parte de
un campo por el que discurren tres rutas diferentes. El esquema
recoge solamente rutas principales, pues entre ellas se
encuentran otras muchas de naturaleza secundaria, que no
están representadas en el mapa:

65
Rostros bronceados y Arenas Rojas. Labor. Barcelona, 1965, página 109.
66
«The Walmadjeri and Gugadja», en M. G. Bicchieri: Hunters and Gatherers
Today. Holt, Rinehart and Winston, Inc. Nueva York, 1972, página 183.
116 Antropología del territorio

Las rutas atraviesan los territorios de distintos grupos


locales diferenciados por las letras mayúsculas, que quedan, a
su vez, reseñados en el mapa. Los diferentes puntos llevan
todos una leyenda mítica del siguiente tipo: 1. Asociado con un
muchacho que según la mitología vino del Este; 2. aquí el perro
djugur(ba) se zambulló en el suelo y surgió agua; 3. lugar donde
la rana djugur, Gaidjama, se zambulló en el sue-
I: 4 Dos formas de semantización territorial 117

lo; etc. Aparte de estas asociaciones, cada sitio tiene su nombre


propio. En realidad el mapa sólo recoge los «nombres ma-
yores». En cada ruta existen más nombres y más asociaciones
míticas. No es necesario insistir en otras implicaciones sociales
de esta disposición del territorio para comprender cuán lejos
estamos de un espacio físico o geográfico, y en qué medida la
semantización ha operado metafóricamente sobre el espacio.
Cada grupo local constituye una unidad exógama y sus
miembros están ligados a sus lugares míticos a perpetuidad. El
territorio no pertenece a nadie en particular, sino que se posee
corporativamente en virtud de la relación con los seres míticos,
que se sustantiva en una serie de deberes y derechos respecto
al territorio. Los hombres están obligados a efectuar
determinados rituales dentro del territorio mientras las mujeres,
aunque hayan tenido que abandonarlo, por cuestiones de
matrimonio, permanecen ligadas a él por vínculos afectivos
indisolubles 17.
Norman B. Tindale recoge una de estas rutas míticas, tal
como la recordaba un nativo, y acompaña la leyenda de cada
uno de sus puntos. Consideramos de interés reproducir am-

bas cosas, para que pueda observarse la vigencia que a nivel


individual guardan estas formalizaciones territoriales. El material
17
Cfr. O. c., pág. 189.
118 Antropología del territorio

pertenece a los pitjandjara, otro de los grupos componentes de


la llamada Cultura del Desierto Occidental 67. La ruta mítica
pintada por el nativo es la siguiente: (Ver página anterior.)
El territorio, así formalizado, reproduce metafóricamente el
viaje del hombre canguro tal como relata la mitología. «Tras su
iniciación en Malupiti viajó hacia el Sur y hacia el Oeste a un
lugar llamado Nganawara, donde mostró su pene dolorido aún
por las heridas de la subincisión. El canto denominado
Nganawarawara llama la atención sobre este lugar. Se dirigió
luego a Wipila, donde tuvo una reyerta con una emú (Kalaia) y
a Kalawari donde se encontró con un hombre lagarto (ngintaka),
en cuya compañía siguió adelante. En Ju- langu oyó unos
ladridos de perro, y en el siguiente lugar de permanencia se
agujereó el hocico. En Kandibatala obtuvo kan- di para las
herramientas de piedra, y aprendió a afilarlas golpeándolas.
Siguiendo ruta hacia Tjitjitjitjintjto vio a varios niños a los que
introdujo en su bolsa. En Malu wiputjara vio a otro hombre
canguro, portador de un enorme falo. En la siguiente estación
de agua el canto Muluru poropateno cuenta cómo olfateó el
humo de un gran fuego y huyó hacia Le- taratara, donde danzó
y se dio cuenta de que un nutrido grupo de pequeños niños le
rodeaba. Volvió a caminar en dirección más al Este y continuó
su danza en Wipultu pungu, que significa ‘golpeando el pene’.
Danzaba de tal forma que su pene subinciso oscilaba hacia
arriba y hacia abajo. En aquel momento salieron los niños que
había transportado en su bolsa desde Tjitjitjitjintjito, y se originó
una confusión entre los machos y las hembras, lo cual es
bastante común. Se dirigió entonces despacio con sus hijos a
Mananari. En Mun- garundu vio su primera wardaruka (Acacia
ligulata): trepó a ella y compuso un canto en su honor. En
Banaralka vio un warilju creciendo sobre un árbol... En
Patinidjaranja alimentó a un niñito con sangre de su brazo. La
herida le debilitó de tal forma que en Nanja naranu cayó al suelo
sin fuerzas y falto de sangre. Pero el próximo canto en Tjiwana
reruki recuerda que revivió. Partió a través de las dunas y
cuando se acercaba a Pena perpekatenja oyó pasos y se alejó
huyendo. Corrió hacia la llanura donde vio una korukara muy alta
(ca- suarina decaisneana). En Tororongo contempló los arbustos
pokara y probó la miel líquida. Después vio tjutau (eucalyp-

67
Cfr. «The Pitjandjara», en Hunters and Gatherers Today, páginas 225-
227.
4 Dos formas de semantización territorial 119

tus sp.) en Pinangaratjunu. Caminando hacia los lugares ro-


cosos descubrió el tjandi, con la resina llamada keiti, con la que
se hacen los mangos de los cuchillos que se utilizan en la
circuncisión. Y de esta forma regresó a Malupiti».
El relato precedente no sólo es importante por la cultu-
rización en el sentido más etimológico de una serie de ele-
mentos naturales, que desde entonces pertenecen a la co-
munidad, y por la modelización de una forma de comportarse
con la que se alecciona al grupo, sino que desde el punto de
victa territorial une todo eso a unos espacios concretos que son
testigos permanentes de aquellos hechos. El espacio se hace
territorio al reflejar metafóricamente esa forma de actuar, pero
al mismo tiempo es un soporte real de todos los lazos que esa
manera de comportarse implica.
Finalmente no quisiéramos concluir estas ejemplicacio- nes
sobre la territorialidad metafórica, sin hacer una breve alusión a
la distribución territorial de los dogon, ubicados en la parte
suroccidental de la curva del Níger, en relación igualmente con
una mitología de características bien diferentes. Según la
mitología dogon el germen de la vida original está simbolizado
por la semilla cultivada más pequeña, denominada «kize uzi»,
que significa «cosa pequeña». Accionada por una vibración
interna la semilla originaria rompe la vaina que la envuelve y se
expande por todos los puntos del universo, siguiendo un
desplazamiento espiral 68. A causa de este movimiento espiral,
los gérmenes de todas las cosas, contenidos ya en la kize uzi,
se desarrollan en siete segmentos de longitud creciente
representando las siete semillas fundamentales de cultivo «las
cuales se encuentran también en el cuerpo humano, y con la
Diqitaria (o kize uzi) indican el predominio de Ogdoad o Divino
Octeto en este sistema de pensamiento: la organización del
cosmos, del hombre y de la sociedad»69
En realidad toda la mitología dogon gira en torno al tema de
macrocosmos y microcosmos. Lo grande reproduce una y otra
vez lo pequeño, hasta la saciedad. El modelo.de estas
reproducciones, en el sentido territorial que a nosotros nos
interesa, se mueve a dos niveles: el espiral, que recoge la ruta
de las siete semillas fundamentales, presentes en todas las
cosas, y el antropomórfico que consiste en el papel

68
Cfr. Marcel Griaule y Germaine Dieterlen: «Los dogon», en D. For- de
(Introducción): Mundos Africanos. F.C.E. Méjico, 1959, pág. 141.
69
«Los dogon», pág. 142.
120 Antropología del territorio
ejemplar que la figura humana juega en relación con la mayoría
de las formalizaciones territoriales.
El modelo espiral da sentido a los campos de cultivo. «El
punto central del desarrollo está formado por tres campos
rituales, adscritos a tres de los antepasados míticos y a los tres
cultos fundamentales. Al tiempo de organizarse ellos señalan un
mundo en miniatura en el cual tendrá lugar el establecimiento
gradual del hombre. Dan comienzo con aquellos tres campos,
los campos que pertenecen a los varios grupos de parentesco,
después marcan los campos individua- ies, los cuales estarán
situados a lo largo del eje de una espiral que comienza en el
área central. Los diversos santuarios aparecen distribuidos
análogamente de acuerdo con el mismo plan y, en teoría, deben
ofrecerse sacrificios en el mismo orden en que están los
santuarios, sobre la línea espiral que parte del centro. Los dogon
incluso dicen que de acuerdo con la regla original, cuando haya
que limpiar la tierra para la labranza, los cultivadores deben
trabajar con la espalda hacia el borde del último campo y la zona
que haya de clarearse debe ser de forma tal, que el lado opuesto
sea mucho más largo que aquel desde el cual comenzaron. De
esta suerte, cada campo será un cuadrilátero irregular, casi
como quien dice retorcido, dos de cuyos lados formarán un
ángulo muy abierto, hacia los campos que posteriormente han
de limpiarse. Este ángulo simbolizará la expansión continua del
mundo»21.
Esta configuración metafórica del territorio tiene mucha
mayor importancia de lo que a primera vista podría parecer,
pues determina no sólo las modalidades de posesión de la
tierra, sino también las formas de trabajarla. Cada familia
extensa posee ocho campos, símbolos de las ocho semillas
originarias (la kize uzi y las siete que de ella emergen). Por su
parte la forma de cultivo reproduce el movimiento vibratorio que
ocasionó la aparición de todas las cosas. Se comienza el trabajo
«en el lado Norte, avanzando de Este a Oeste y regresando de
Oeste a Este. Cada surco de mijo sembrado es de dos y medio
metros de largo y una parcela típica de tierra sembrada
comprende ocho surcos, que recuerdan los ocho antepasados
y las ocho semillas. Además, el labrador avanza, siguiendo el
surco, cambiando su azada de una mano a la otra en cada paso,
como en el acto de tejer... Las diferentes tribus combinan el
laboreo de su tierra de acuerdo con el simbolismo detallado,
moviéndose cada una, cuando trabaja el campo, en dirección
opuesta a la inmediata. Quie-

21 «Los dogon», pág. 154 s.


/; 4 Dos formas de semantización territorial 121

re decir esto que en teoría cada tribu observa su propia regla


trabajando en su terreno, de suerte que el país está cultivado en
cada dirección posible»22. En el siguiente gráfico de M. Griaule
y G. Dieterlen se refleja la forma espiral de la disposición de los
campos, en torno a los tres campos originales.

▼ X
i3
a

z!
3 t

-é i- tr )

El carácter metafórico de las tierras de cultivo, en relación


con la mitología es tan evidente, que apenas merece
comentario. Su trascendencia en la vida social, especialmente
en unas técnicas de trabajo y en las formas de poseer las tierras,
confirman lo que hemos repetido más de una vez: el significado
no debe entenderse como una realidad exclusivamente mental,
sino que es práxico en la medida que es eficaz dentro de la vida
social.
El segundo nivel de reproducción, el antropomórfico, es tan
importante en la mentalidad dogon, que sin él la mayoría de sus
instituciones se derrumbarían. «Vemos cómo se manifiesta
constantemente la orientación hacia una visión antro-

22 «Los dogon», pág. 156.


122 Antropología del territorio

pomórfica del mundo, concebida en su conjunto como un gi-


gantesco organismo humano, y en todas sus partes como otras
tantas reproducciones, a mayor o menor escala, de la misma
imagen»70. «Absolutamente todo lo que existe reproduce en
conjunto y parte a parte la totalidad y los distintos órganos del
ser humano. No en vano el primer ser originado de las siete
vibraciones originarias de la primera envoltura fue el hombre.
Estas siete vibraciones dejaron su huella en la misma forma
humana: la primera y la sexta produjeron las piernas, la segunda
y la quinta los brazos, la tercera y la cuarta la cabeza y la séptima
los órganos sexuales»71. Otras ideas vinculan más la totalidad
de los elementos que componen el cosmos, por ejemplo, el
principio de gemeleidad, pero para comprender el significado
metafórico del territorio dogon, las que hemos expuesto son
suficientes.
La construcción de una casa está rodeada de un ritual que la
conecta directamente con la mitología72, no en vano toda su
disposición va a reproducir los primeros tiempos y,
concretamente, la figura humana. «El plano de la casa re-
presenta... a un hombre acostado sobre su lado derecho y en el
acto de procrear. Consta de un aposento central o ‘sala vientre’,
cocina, tres salas para almacén, una casa para las cabras y una
sala grande flanqueada por la sala de paso o entrada, además
de otro establo. A cada lado de la entrada y en los ángulos de
una de las salas se levantan cuatro torres cónicas. Todo está
dispuesto de tal forma que el conjunto reproduce a Nomno, el
hijo de la divinidad, en forma humana, ‘siendo las torres sus
extremidades’; por otro lado, la cocina y el establo se dice que
son la placenta celeste y su contraparte terrestre, representando
juntamente la cabeza y las piernas de un hombre echado sobre
su costado derecho, cuyos otros miembros tienen también sus
contrapartes arquitectuales: la cocina representa la cabeza,
cuyos ojos son las piedras del hogar; el tronco está simbolizado
por el dembere (o sala del vientre); el vientre por la otra sala; los
brazos por dos líneas irregulares de las salas almacén; los
pechos por dos recipientes para el agua colocados a la entrada
del aposento central. Finalmente, el órgano sexual es la entrada
que conduce por un estrecho pasillo al cuarto de trabajo, donde
se guardan las vasijas para el agua y las piedras para moler. En
éstas se trituran las espigas frescas y

70
Geneviéve Calame-Griaule: Ethnologle et Langage. Gallimard. París,
1965, pág. 27.
71
Cfr. «Los dogon», pág. 145 s.
72
Cfr. Ethnologie et Langage, pág. 410 ss.
I: 4 Dos formas de semantizaclón territorial 123

jóvenes del maíz nuevo, las cuales producen un líquido que


asocian con el fluido seminal varón y que es llevado al extremo
a mano izquierda de la entrada, donde se vierte sobre el
santuario de los antepasados»26.

Este antropomorfismo se vuelve a reproducir en la aldea: «La


herrería constituye la cabeza y ciertos santuarios particulares los
pies. Las chozas usadas por las mujeres en sus períodos
menstruales, situadas de Este a Oeste, forman las manos. Las
casas familiares hacen el pecho, y la gemelidad del grupo entero
está expresada por un santuario fundamental en forma de cono
(el órgano sexual masculino) y por una piedra agujereada (el
órgano femenino) sobre la cual se tritura el fruto del Lannea
acida, para exprimir el aceite»27.
A través de todo este simbolismo el total de la formali- zación
territorial se pone en relación con la mitología, y sirve al mismo
tiempo de vínculo entre ésta y la estructura social. La mitología
funciona, por tanto, como un código, sin cuyo
2
? «Los dogon», pág. 158.
27
«Los dogon», pág. 156.
dominio los signos territoriales resultarían ininteligibles. A partir
124 Antropología del territorio

de ella se seleccionan una serie de elementos que van a ser


profusamente utilizados en el proceso de semantiza- ción
espacial. Las relaciones que se establecen entre este código y
el mensaje territorial son de naturaleza metafórica, y responden,
por tanto, a la forma de territorialidad que hemos diferenciado
con ese nombre.
Las relaciones metafóricas entre el mensaje y el código no
siempre son tan evidentes y figurativas como en este caso. Los
ejemplos anteriores han puesto de manifiesto que la selección
puede operar sobre claves interpretativas diferentes: unas veces
serán de tipo figurativo, más sensible, y otras habrá que
descubrirlas en formalizaciones más intelectuales. Los símbolos
operan efectivamente a muchos niveles, y no existen
condiciones figurativas que les impongan una similitud de ese
tipo con el objeto simbolizado. En cualquier caso creemos haber
clarificado lo que entendemos por territorialidad metafórica, y, al
mismo tiempo, demostrado que esta forma de organizar el
espacio se da realmente en los territorios humanos.

Territorialidad metonímica
En el apartado anterior imaginábamos una visita a la casa de
un desconocido, para explicar el concepto de territorialidad
metafórica. Podemos reconsiderar aquella descripción en una
circunstancia diferente, para comprender lo que entendemos por
territorialidad metonímica. Efectivamente hemos sido invitados,
por primera vez, a visitar aquella casa. Pero ahora sucede con
ocasión de la boda de uno de los hijos del dueño. Nuestra
presencia allí se debe a relaciones con los allegados del otro
cónyuge, por lo que la casa en cuestión nos resulta totalmente
desconocida. Sin embargo, nuestro comportamiento en esta
ocasión sigue unos patrones diferentes. No titubeamos al entrar,
porque en seguida la presencia de los demás invitados nos
indica a dónde tenemos que dirigirnos. La rigidez de
movimientos que antes se nos imponía desaparece
considerablemente: los espacios de la casa han cambiado de
significación: nosotros mismos podemos depositar nuestro
abrigo, si el perchero exterior está demasiado lleno, en un lugar
que antes hubiésemos tardado más tiempo en visitar. Incluso,
ante la insinuación de nuestro anfitrión por hacerlo él, le
indicamos que no se preocupe. Es como si muchos de los
tabiques de la casa se hubiesen desmoronado simbólicamente.
Lo que antes era privativo de los habi-
I: 4 Dos formas de semantización territorial 125

tantes del inmueble, ofrece ahora unas características públicas


o semipúblicas, que el visitante percibe con facilidad. El
significado territorial ha cambiado, y ello es debido a una
circunstancia contextual, con la que se combina el territorio.
Lo mismo que ocurre en un mensaje, en el que la situación
de los términos dentro del contexto arrastra un cambio en el
significado de los mismos, por medio de las llamadas relaciones
sintagmáticas o in praesentia, la casa de nuestro desconocido
anfitrión ocupa ahora, dentro del enunciado de la acción que se
desarrolla a su alrrededor, una posición re- lacional diferente.
Todos los valores anteriores se modifican conjuntamente. El
centro de atención se ha desplazado del dueño a los recién
casados, lo que hace que la casa no se sitúe ya dentro de la
relación dominador/espacio dominado. La posición de visitante,
que antes se relacionaba con el dueño, dentro del binomio
público/privado ( = violación de intimidad/intimidad), funciona
ahora en relación con la nueva pareja, y ciertamente en una
situación ventajosa, que se puede resumir en la oposición
donante de reconocimiento/ receptor de reconocimiento. Para
que el conjunto de la acción social que se efectúa funcione, la
casa se nos pone a nuestra disposición, como compensación.
Nuestra situación, por tanto, respecto a este territorio ha pasado
a ser en alguna forma de «dominio», y ello se refleja claramente
en el comportamiento que ahora nos está permitido desarrollar
dentro de él.
La territorialidad metonímica se define, por tanto, como el
significado territorial en la medida en que depende no de un
paradigma, sino de un contexto. Es una territorialidad que se
decanta preferentemente en el plano diacrónico de la vida
social. Desde este punto de vista la investigación antropológica
del territorio debe considerar no las relaciones que el territorio
guarda con los elementos del código social desde el que
significa, sino más bien el conjunto de relaciones que establece
con los términos con los que se combina. Como ya hemos dicho,
las relaciones metonímicas se establecen generalmente a partir
de los significados metafóricos. Por ello la antropología debe
analizar, a su vez, la transformación de los valores territoriales
al situarse las significaciones metafóricas en un contexto, es
decir, al elaborar meto- nímicamente las selecciones
metafóricas.
E. T. Hall28 al hablar de los distintos tipos de espacio, dentro
de lo que él llama perspectiva microcultural, estable-

28 O. c„ pág. 161 ss.


126 Antropología del territorio

ce una triple división entre: espacios de características fijas,


espacios de características semifijas y espacio informal. Por
espacio de características fijas entiende el autor el territorio que
se delimita mediante signos visuales, orales y olfativos. El
hombre ha creado extensiones materiales de territorialidad, así
como indicaciones y señales territoriales visibles o invisibles. El
espacio de características fijas señala una territorialidad
relativamente demarcada. Algunos de los ejemplos que hemos
utilizado al hablar de la territorialidad metafórica se ajustan a
este tipo de espacio.
El espacio de características semifijas respondería a
aquellas demarcaciones territoriales que admiten cierta mo-
vilidad, aunque, al mismo tiempo, les corresponde alguna forma
de delimitación. Un ejemplo de este tipo serían los espacios
demarcados dentro de una casa por la posición del mobiliario.
Observa Hall que lo que en unas culturas puede ser espacio de
características fijas, en otras es semifijas.
Finalmente el espacio informal significa, no tanto que ca-
rezca de forma, cuanto que ésta no se expresa. Es, según Hall,
el más significativo para el individuo, dado que comprende las
distancias que suelen guardar las personas entre sí, según las
distintas situaciones. Este tipo de espacio, que el autor reduce a
los espacios corporales, es predominantemente circunstancial,
y, por tanto, contextual y metonímico, según nuestra
clasificación.
La división de Hall ofrece, sin duda, un modelo operatorio en
el tratamiento de la territorialidad. No es otra cosa lo que él
pretende al proponerla. Si gran parte del espacio de
características fijas corresponde a nuestro territorio metafórico y
la categoría de espacio informal recoge la idea central de lo que
estamos tratando como espacio metonímico, al igual que el
espacio de características semifijas, sin embargo en ninguno de
los casos la adecuación es total. El territorio metafórico puede
estar en la base de los tres espacios de Hall, y al mismo tiempo
el espacio de características fijas rara vez conserva sus
delimitaciones en todas las circunstancias culturales. Lo
acabamos de ver con la casa. El espacio de características fijas
presupone una concepción demasiado material y estática de la
cultura. En el transcurrir de la vida social los espacios fijos se
combinan con nuevos elementos sociales, dando lugar a
cambios en el significado. Por otra parte, el significado del
territorio no radica en la materialidad demarcada y en la forma
medible, que podría ser lo auténticamente fijo, sino en el
conjunto de relaciones que puede mantener con otros elementos
de la vida social.
I: 4 Dos formas de semantización territorial 127

Además la clasificación de Hall se basa en criterios ex-


clusivamente formales. Algo así como si se definiese el sig-
nificado por la forma del significante. Puede suceder que la
diferencia entre estos tres tipos de espacio no sea pertinente a
nivel de significado, porque a pesar de la distinción formal, las
relaciones significativas son las mismas. O lo que es mucho más
frecuente, que diferentes significaciones correspondan a
categorías ¡guales, según la división de Hall, dentro de la misma
cultura. Por ello creemos que la diferenciación del territorio en
términos de formalización metafórica y metonímica, está más en
consonancia con la base real que impone la significatividad del
territorio humano. No pretendemos con ello que todo territorio
metafórico signifique lo mismo, y que suceda otro tanto con el
metonímico. Simplemente señalamos que todo territorio
metafórico está formalizado a partir de unos principios
operativos comunes, diferentes de los metonímicos, y que sitúan
a! investigador en la vía misma del significado. Psrs eiio,
naturalmente, entendemos el significada^ p¡o en un sentido
material, sino como conjunto ds relaciones, bien sincrónicas,
bien diacrónicas, que se establecen, a partir de un espacio,
dentro de una cultura determinada.
Veamos las diferencias con Hall, siguiendo su exposición del
espacio informal. La importancia del tema, así como la influencia
que las observaciones de Hall tuvieron en otras obras afines nos
obliga a detenernos en su tratamiento. Al mismo tiempo
pretendemos esclarecer un aspecto importante de la
territorialidad humana, que no ha sido tratado hasta ahora en
este estudio: la territorialidad corporal. Según veremos, tiene
una significación eminentemente metonímica, si bien a partir de
una anterior elaboración metafórica.

1 Territorialidad corporal

Todos hemos tenido experiencias embarazosas en relación


con la territorialidad corporal. Los ascensores suelen ser lugares
privilegiados para vivirlas. Rara vez cuando comparten el
ascensor dos personas desconocidas no surge inmediatamente
una sensación de desasosiego, producida por un «no saber
estar». Los movimientos corporales antes inconscientemente
naturales y eficaces, se vuelven torpes y meditados. La vista
vaga nerviosa, dentro de las reducidas posibilidades del ingenio,
esquivando y al mismo tiempo espiando la del compañero de
viaje. Si no se encuentra una solución —un periódico, una carta
o cualquier otro objeto donde fi-
jar|a— uno se dedica impacientemente a contar los pisos que
faltan para descender del siempre lento aparato. Finalmente la
128 Antropología del territorio

salida está marcada por una sensación de alivio nada des-


preciable. Todo este proceso corre paralelo con una pérdida y
consiguiente recuperación del territorio corporal propio, y al
mismo tiempo con una invasión y consecuente retirada del
territorio ajeno.
Una sensación parecida tiene lugar cuando alguien, que sin
duda por una causa determinada, no tiene el sentido propio de
la territorialidad corporal, se nos acerca machaconamente, más
allá de los límites que toleramos, mientras dialoga con nosotros.
Inversamente si el diálogo acontece en un espacio amplio, y en
una postura que no condicione la distancia, por ejemplo, de pie
en la calle y con el asentamiento tácito por ambas partes para
que la conversación dure cierto tiempo, es decir, que no se
produzca en actitud de despedida, causará una extraña
sensación de incomodidad, si la distancia entre los dialogantes
es excesiva. Ello quiere decir, en relación con esta actividad, que
existe un máximo y un mínimo, en las distancias que deben
guardarse. Dicho de otra manera: el cuerpo humano tiene
asignados unos límites territoriales, en torno a los cuales giran
una serie de normas, según la actividad que se desarrolle.
Ya dentro del mundo animal Hediger se había ocupado de
delimitar los límites territoriales de las aves y los mamíferos.
Según él estas especies mantienen unas distancias uniformes
que determinan reacciones específicas ante el que las invade.
Hediger hablaba, en este sentido, de una distancia de huida, de
una distancia crítica y de otra personal y social. Estos
descubrimientos llevaron a Hall a investigar si en el hombre se
daba algo parecido.
Hall supuso que los distintos tonos de voz utilizados por el
ser humano, según la separación del interlocutor, podían indicar
que cada cambio estaba igualmente respaldado por una
situación territorial nueva. Hall, en colaboración con el lingüista
Trager, trató de reproducir todos los tonos que van desde el
susurro al grito, y que marcarían las transiciones entre una
distancia mínima y máxima en las relaciones interpersonales.
Hall y Trager dedujeron por este procedimiento la existencia de
ocho distancias diferentes. «Las observaciones que
ulteriormente he tenido ocasión de hacer respecto del ser
humano en determinadas situaciones sociales, me han
convencido —dice Hall— de que esa estratificación en ocho
distancias era demasiado compleja. Cuatro resultan suficientes;
las cuatro que he denominado íntima, personal, social y pública,
cada una de ellas con dos fases: próxima y remota. Al elegir
estas denominaciones procedí con deliberada intención. No sólo
influido por el trabajo de Hediger con animales..., sino también
con el deseo de proporcionar una clave en cuanto a los tipos de
actividades y relaciones características de cada una de esas
I: 4 Dos formas de semantizaclón territorial 129

distancias, para procurar que sus denominaciones se asocien


mentalmente con ciertos inventarios específicos de relaciones y
actividades. En este punto debemos hacer notar que un factor
decisivo de la distancia que se emplea en cada ocasión viene
constituido por el sentimiento o sensación que experimenta en ese
momento cada una de las personas implicadas respecto a la
otra»73.
Sin negar que las diferencias de personalidad y las con-
diciones ambientales pueden determinar ligeramente cada una
de las distancias propuestas, pasa Hall a describirlas de-
talladamente. Transcribiremos aquí las características más
importantes de cada una de ellas.
Distancia íntima: a-próxima: desde el contacto, hasta los
quince centímetros. Propia de actos amorosos, lucha, consuelo,
protección o afecto. La expresión verbal juega un papel mínimo
en el proceso de comunicación, que se realiza por otros
conductos, b-remota: desde los quince a los cincuenta y seis
centímetros. Corresponde a ciertas confidencias y estados de
sentimentos íntimos. La voz no sobrepasa el límite del susurro.
Distancia personal: Es la que separa normalmente a los
miembros de una cultura, y es algo así como una esfera
protectora que el organismo mantiene a su alrededor, a- próxima:
entre cincuenta y setenta centímetros. A esta distancia se puede
asir a la otra persona. La situación relativa de dos personas nos
marca la relación que entre ellas existe, o lo que sienten
recíprocamente la una por la otra, b- remota: desde los setenta
centímetros a un metro veinte. Comprende un intervalo espacial
que arranca del punto preciso en el que el otro queda fuera de
nuestro alcance al tacto y que termina en el punto en que ambas
personas pueden tocarse las puntas de los dedos si las dos
extienden los brazos. Constituye el límite de la dominación física
en su sentido material. El tono de voz es moderado.
Distancia social: Su comienzo marca definitivamente el límite
de la dominación. El objeto visual pierde intimidad. La voz
emitida dentro de sus límites se percibe en un área de
unos seis metros, a -próxima: se extiende desde un metro veinte a
dos metros diez. Es la distancia en la que se tratan y realizan los
negocios impersonales, de las reuniones sociales, la que mantienen
entre sí los compañeros de trabajo en el ejercicio de la profesión, b-
remofa, desde dos metros diez o tres metros setenta. Se atienen a
ella las conversaciones sociales o de negocios de carácter más
formalista o protocolario. Las grandes mesas de despacho de
ciertos ejecutivos mantienen a sus interlocutores a esta distancia. El
tono de voz es lo suficientemente elevado como para que se pueda

73
O. c., pág. 180 s.
J. L. García, 9
130 Antropología del territorio

oír desde la habitación contigua, si la puerta está abierta. Una de las


características de esta relación territorial consiste en que puede
emplearse para aislar a una persona de otra, es decir, dentro de
esta distancia dos personas pueden realizar su tarea sin
comunicarse y sin que ello implique desconsideración alguna.
Distancia pública: Se sitúa por completo fuera del círculo de
implicación de las personas que la ocupan, y las impresiones
sensoriales se difuminan considerablemente, a- próxima: Comienza
a tres metros setenta centímetros de la persona y se extiende hasta
los siete metros sesenta. La voz es alta, pero sin emplear todo su
volumen, y el lenguaje utilizado en ella se basa en una selección
específica de vocablos y ciertas modificaciones gramaticales y
sintácticas. A partir de los cuatro metros noventa centímetros, el
cuerpo del interlocutor empieza a perder relieve y a aplanarse. Co-
rresponde a la actividad pública de tipo minoritario: una conferencia,
una clase, etc. b-remofa: A partir de los siete metros sesenta
centímetros. Se emplea en las concentraciones políticas, en ciertos
espectáculos, etc. La voz se transforma en un intento de
amplificación y las características estilísticas del mensaje son muy
peculiares, constituyendo lo que Hall llama, siguiendo a Martin Joos,
«estilo helado»: «el que se emplea por una persona para dirigirse a
otras que han de seguir siéndole desconocidas y extrañas».
En la última parte del capítulo de la obra que estamos
comentando intenta Hall justificar su clasificación del territorio
corporal. Según nos confiesa toda ella está basada en una hipótesis,
que es la siguiente: «Está en la naturaleza de los animales, el
hombre incluido, el manifestar un comportamiento al que llamamos
territorialidad. Al actuar así, emplean sus sentidos para distinguir un
espacio o distancia de otros. La distancia específica elegida
depende de una transacción: la relación que existe entre los
individuos que entran en interacción, lo que sienten y lo que están
haciendo. El sistema de clasificación cuatripartita que aquí se
emplea
I: 4 Dos formas de semantización territorial 131

se basa en las observaciones verificadas tanto en animales


como en seres humanos. Las aves y los simios manifiestan
poseer unas distancias íntima, personal y social, como el hombre
precisamente»30.
Sin poner en duda el innegable valor de las investigaciones
de Hall respecto a la territorialidad corporal, no podemos menos
que desconfiar de este intento de explicación filoge- nético, así
como del carácter general de las distancias dentro de la especie
humana, y de la conexión que se realiza entre las especies
animales y la humana. El mismo Hall, en la primera parte de su
obra, nos habla de ciertas especies animales, entre las que cita
la morsa, el hipopótamo, el cerdo, el murciélago pardo, el loro
pequeño de cola larga y el erizo 31, que requieren y buscan un
contacto corporal, de unos miembros de la especie con otros, en
circunstancias habituales de su existencia. Incluso especies
cercanas entre sí como el gran pingüino emperador y el pingüino
Adelie, se diferencian mutuamente, entre otras cosas, porque el
primero es gregario y el segundo no lo es. Hall sospecha que se
trata de un proceso peculiar de adaptación al medio, que na-
turalmente tendría una influencia decisiva en la distinta or-
ganización social de unas y otras especies. En cualquier caso no
parece que el esquema de distancias corporales pueda aplicarse
indistintamente a los animales gregarios y a los que no lo son.
Por lo que respecta al hombre ya hemos expresado nuestra
opinión sobre la aplicación a la especie humana de los resultados
obtenidos en el mundo animal. Se corre el riesgo de incurrir en
un antropocentrismo sin salida, que más que aclarar, oscurecería
el problema del que se trata. Por otro lado, esto es tanto más
evidente, cuando ni siquiera dentro de la especie humana puede
hablarse de un tratamiento unitario del territorio corporal. Aunque
Hall reconoce que los esquemas occidentales no son
válidamente aplicables a todas las culturas, no delimita por ello
la vigencia de su clasificación cuatripartita. No creemos, por otra
parte, que el método inicial de delimitación cuantitativa, y en
parte, cualitativa, empleado por el autor para diferenciar las
cuatro distancias, y que como hemos dicho estaba basado en
una consideración de los distintos tonos de voz utilizados entre
dos límites extremos, pueda dar cuenta de la diferenciación te-
rritorial en torno al cuerpo. Ello implicaría, lo que está muy
30
O. c., pág. 195.
O. c., pág. 33.

31
132 Antropología del territorio

lejos de ser transculturalmente cierto, que el territorio corporal se


determina por circunstancias orales, o simplemente que éstas
dependen de aquél en tal medida, que sus demarcaciones son
coincidentes. Cierto que Hall incluye un esquema en el que se
conjugan las modificaciones sensoriales, distintas de las
auditivas, con las demarcaciones del espacio corporal, pero no
se añaden como criterio delimitador, sino como circunstancia que
acompaña a cada una de las distancias.
Lo. cierto, sin embargo, es que las gradaciones vocales
dependen en gran medida de la estructura de la lengua que se
utiliza, y que las percepciones sensoriales humanas no están
unívocamente desarrolladas en todas las culturas. Casi se ha
hecho tópico el distinto tratamiento que las culturas hacen del
olfato: mientras el occidental ha ¡do renunciando paulatinamente
a servirse de él, otras culturas como, por ejemplo, la árabe, le
dan una importancia capital, incluso como sistema de
comunicación interpersonal. Lo mismo sucede con la vista y con
los demás sentidos, que como sabemos por la psicología de la
percepción, y por los datos etnográficos, se modifican
considerablemente según las orientaciones específicas de cada
grupo, que hacen que no sólo intensivamente, sino por lo que
respecta a sus campos de actuación, varíen transculturalmente.
Todos estos datos, que por lo demás no son desconocidos por
Hall, obligan a cambiar de perspectiva el estudio de la
territorialidad corporal.
Las investigaciones de Hall sobre este punto podrían tener
validez dentro de un determinado grupo de la cultura occidental:
el norteamericano, donde realizó sus observaciones. Pero
incluso en este caso, y aún dejando en pie la existencia real de
cuatro distancias, la terminología de Hall podría inducir a
constantes deformaciones de campos semánticos. Si nos
fijamos, por ejemplo, en la distancia íntima, su denominación nos
induciría a pensar que el fundamento de esta distancia es
efectivamente la intimidad. Ello sin embargo no es así. Otras
motivaciones pueden impulsar a utilizarla. No tenemos más que
pensar en la cola de un cine, un día de mucha afluencia. A pesar
de que el espacio disponible para formarla es generalmente
mayor del que se utiliza —piénsese en esas colas que se
desbordan por la calle, más allá incluso de los límites de la
fachada del local—, sus componentes se agrupan casi hasta el
contacto corporal dentro, en el mejor de los casos, de una
«distancia íntima remota». Nada de intimidad hay en ello. E
incluso en circunstancias más coactivas, como suelen ser
aquellas en las que la aglomeración surge de la limitación del
espacio —por ejemplo,
I: 4 Dos formas de semantización territorial 133

en los transportes públicos—, se evitará quizás un contacto


personal, pero nadie se siente incómodo por estar a medio metro
(distancia íntima remota) de un desconocido. Más aún, para ver
en qué medida la presencia de otros factores movilizan los límites
de las distancias, volvamos al ejemplo del ascensor, utilizado al
comienzo de este apartado. Dos personas desconocidas en un
ascensor sienten normalmente invadido su territorio corporal. Si
el ascensor está tan lleno, que el contacto corporal es inevitable,
lejos de aumentar la sensación de incomodidad territorial,
disminuye. La sensación de malestar es de otro tipo, más físico,
que en el caso anterior.
Todo ello nos hace pensar que lo que falla en la clasificación
de Hall, lo mismo que sucedía con su tipología del espacio fijo,
semifijo e informal, es la adecuación de la cuatri- partición con la
base real del significado. El territorio humano no es una entidad
fija, un término aislado que signifique por sí mismo, sino que
como venimos diciendo depende, en primer lugar, de un
significado metafóricamente codificado —desde una cultura
determinada— y ya dentro del transcurrir de las relaciones
sociales, de sus combinaciones concretas con otros elementos
de la cultura, o lo que es lo mismo de sus realizaciones
metonímicas74. Esta perspectiva puede y debe incluir las
influencias de las peculiaridades sensoriales, pero siempre
consideradas a su vez como modificadas ellas mismas por una
formalización cultural, que les da su significado verdadero.
Según esto, el problema de la territorialidad corporal, por lo
que al hombre se refiere, debe comenzar dilucidando dos
cuestiones claves, que se corresponden con lo que estamos
llamando territorialidad metafórica y territorialidad metoní- mica.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que el cuerpo no es una
entidad cuyo significado se desprenda totalmente de su
consideración anatómica y fisiológica, sino que por el contrario es
ante todo una «concepción». Cierto que este concepto de
«concepción» no debe entenderse en sentido idealista, sino que
implica una eficacia y una determinación en la misma actividad
corporal. Esta concepción es, sin lugar a duda, cultural. Sabemos
perfectamente que nuestra idea del cuerpo, como algo
epidérmicamente delimitado, no es compartida por muchos
grupos humanos. En numerosos pueblos el concepto de energía
está más próximo a la realidad de lo que el cuerpo quiere
significar. Según esto existen una serie de implicaciones entre los
distintos «cuerpos» que constituyen el grupo social, que hacen
que la atribución espacial que se le otorga no sea tan rígida como

74
Cfr. R. L. Birdwhistell: Kinesics and Context. Univ. of Pennsylvania
Press. Philadelphia, 1970, pág. 97.
134 Antropología del territorio

presupone Hall.
Además sabemos que entre nosotros el cuerpo se encuadra
en unas categorías de tipo individual y personalista. Incluso
prescindiendo de concepciones filosóficas, dualistas o no, este
principio parece gobernar gran parte de nuestros
comportamientos sociales. Pero este postulado no es universal.
Durante mucho tiempo se ha hablado del colectivismo del hombre
primitivo. Hoy sabemos que tal colectivismo debe entenderse con
cierta precaución, pues no significa, como a veces se creía, que
aquel careciese de una conciencia del yo. Lo que sí es cierto, sin
embargo, es que ciertas comunidades dan una importancia
decisiva al comportamiento colectivo, por encima de la actividad
individual. Esta situación necesariamente contribuye a especificar
una concepción del cuerpo. Nos desviaría del tema de este
trabajo el detenernos en una exposición sistemática de estas
concepciones. Piénsese simplemente en funciones sociales, tan
conocidas y al mismo tiempo tan ajenas a nuestra forma de
pensar, como los tatuajes, las mutilaciones, las pinturas y las
manipulaciones corporales en general, que conllevan una signifi-
cación bien precisa, en términos de un código cultural concreto,
que nos pone muy en guardia sobre cualquier generalización en
el momento de abordar un problema relacionado con el cuerpo.
No se pretende negar aquí el hecho de que el cuerpo humano
precisa unas condiciones de existencia, por su misma
constitución física, entre las que se encuentra, sin duda, la
necesidad espacial. Pero ningún ser humano se mueve guiado
exclusivamente por estas condiciones. La cultura las desarrolla y,
respetando el mínimo vital, las modifica, de forma que las
condiciones mínimas se encuentran en la vida real confundidas
con los condicionantes culturales.
Pero dentro de la territorialidad metafórica, referida al cuerpo
humano, es necesario tener en cuenta que las significaciones
culturales del cuerpo son sólo el punto de partida en el estudio de
este tipo de territorialidad. Pues sabemos que existen a su vez
unas variables individuales en la manera de introyectar el
significado metafórico cultural. Estas variables están
determinadas por las características idiosincrásicas del individuo,
en interacción con la postura desde la cual vive la cultura a la que
pertenece, es decir, con su posición social dentro de ella. A este
respecto pueden ser
I: 4 Dos formas de semantización territorial 135

significativos los estudios psicológicos realizados por J. L.


Williams 75 en los que se pone de manifiesto que los individuos
introvertidos precisan un territorio corporal más amplio que los
extravertidos.
Además la concepción del cuerpo, incluso dentro de una
misma cultura, rara vez es unívoca. Según los elementos del
código cultural que la determinen, se produce normalmente una
diferenciación, tácita o explícita, entre distintas jerarquías
corporales. La concepción del cuerpo propio, y del cuerpo del
otro, no tienen por qué coincidir, y en consecuencia los territorios
corporales, metafóricamente reconocidos dentro de un grupo,
pueden diferenciarse. En nuestra cultura el concepto del cuerpo
está determinado por una idea clave de nuestra estructura
sociocultural: la del derecho personal. Pero evidentemente dentro
de la estructura social este tipo de derechos están entretejidos
con otras normas, que en definitiva reconocen a los individuos
derechos diferentes según los status. Existe a su vez no sólo una
normativa que regula el acceso y permanencia a cada uno de
esos status, sino también una regulación de las relaciones
interstatuales. Según ésta la territorialidad corporal de un
individuo se adaptará a su posición, y se comportará, tanto con
los individuos de su propio status, como con los de otros
diferentes, según esa normativa vigente dentro de su comunidad.
Bien McBride 76 ha demostrado experimentalmente que el
territorio corporal se amplía en relación con las personas del sexo
opuesto. Naturalmente nos referimos a la cultura occidental, y
más concretamente a la norteamericana. Ayudado del
psicogalvanómetro pudo constatar que los individuos reac-
cionaban más intensamente cuando se les acercaba una persona
del sexo contrario, que cuando invadía su territorio otra del mismo
sexo.
Los experimentos de McBride pusieron de manifiesto, a su
vez, que el territorio corporal, del grupo experimentado, no era
circular en torno al sujeto, sino que se ampliaba frontalmente,
mientras disminuía por los laterales. Dentro de otra relación,
aquella que el territorio guarda no ya con las personas, sino con
otros objetos, se descubrió qué los límites del mismo eran
oscilantes, y que al menos en relación con los objetos de
experimentación (figuras de papel y otros utensilios) la reacción

75
Personal Space and its fíelation to Extroversion-lntroversion. Uni- versity
of Alberta, 1963.
76
Cfr. Bien McBride, M. G. King y J. W. James: «Social Proximity Effects on
GSR in Adult Humans», en Journal of Psychology, LXI, 1965, págs. 153-157;
citado por Robert Sommer: Espacio y Comportamiento Individual. Instituto de
Estudios de Administración Local. Madrid, 1974, página 71.
136 Antropología del territorio

al contacto personal era mayor.


En relación con los status sociales, podemos observar la
misma oscilación de los respectivos territorios corporales. En
nuestra cultura, a una persona que se le reconoce un status
superior, se le respeta normalmente un territorio mayor. Un
subordinado se sentirá automáticamente intruso en el territorio
que ocupa, cuando su jefe se sitúa accidentalmente, y sin dirigirse
a él, dentro de unos límites en los que toleraría la presencia de
un compañero.
Por otra parte, el territorio corporal oscila según la realización
de los parámetros metafóricos sobre los que se inscribe, y esto
nos introduce ya en su significación metonímica. En nuestra
cultura no cabe duda de que el territorio en general se organiza,
entre otros, en torno a los parámetros relativos público/privado.
Pues bien, hemos podido constatar, en lugares públicos, que el
territorio corporal concedido a dos individuos juntos, es superior
a la suma del que se les concede por separado. El experimento
es fácilmente realizable. Basta con tener un poco de paciencia y
observar los movimientos que giran en torno a los bancos de los
parques públicos. A está sentado en un banco. Minutos después
llega B y se coloca en el extremo contrario. Cuando los demás
bancos del parqué están llenos, puede ocurrir que llegue una
tercera persona C y se acomode entre A y B, en el espacio que
éstos dejan libre. Los tres individuos, sin dirigirse la palabra,
pueden compartir el banco durante cierto tiempo. Hemos
observado, sin embargo, que como si existiese un reparto tácito
del tiempo de permanencia en este lugar público, al cabo de ese
tiempo comienzan a abandonar el banco en intervalos más o
menos espaciados, según el orden de llegada: primero se marcha
A, después B y finalmente C. Si la ocupación del banco no
acontece individualmente, sino que B y C llegan juntos y están
ostensiblemente relacionados, la permanencia de A se verá
significativamente violentada y tenderá a abandonar el banco en
un tiempo inferior al del experimento anterior.
Algo similar hemos podido constatar en un restaurante de
Madrid frecuentado por estudiantes. Se trata de un pequeño local
distribuido en dos pisos, el de arriba, que da a la calle y otro
situado en el sótano. Los primeros comensales ocupaban
¡defectiblemente la parte inferior, situándose en mesas
separadas. A continuación, e igualmente, en distintas mesas, se
llenaba el piso de arriba, que sin duda, debido al constante abrirse
y cerrarse de la puerta de entrada y al incesante trasiego de
gente, daba una sensación de menor intimidad. Cuando la
afluencia de clientes hacía preciso compartir las mesas, se
producía un fenómeno curioso: los que llegaban descendían
automáticamente al piso del sótano, y cuando se percataban de
/: 4 Dos formas de semantización territorial 137

que no existía allí ninguna mesa totalmente libre, volvían a subir


al piso de arriba, eligiendo aquí a sus desconocidos comensales
y sentándose a su lado. Llegamos a la conclusión de que en el
piso inferior, por su carácter de mayor intimidad, los territorios
personales se respetaban, mientras que en el de arriba, por su
naturaleza más pública, los derechos territoriales de los
individuos eran menos considerados. Ello influía a su vez en el
tipo de relaciones que se establecían en uno y otro piso. El
restaurante estaba atendido por tres camareros, dos abajo y uno
arriba. Aunque muchos clientes habían tenido ocasión de ser
atendidos por los tres indistintamente —la mitad de la clientela
era más o menos fija— casi nadie podía dar cuenta del nombre
de los dos del piso inferior, mientras que al de la planta superior
todos le llamaban por su nombre. Los clientes esporádicos, que
era entre los que principalmente se centraban nuestras
observaciones, entablaban conversación, con mayor frecuencia
arriba que abajo. Y cuando el restaurante estaba tan abarrotado,
que era incluso obligado compartir las mesas de la parte baja —
lo cual normalmente sólo sucedía después de que arriba ya no
hubiese posibilidad material de colocarse junto a nadie—, los
clientes que se habían visto obligados a ello comían mucho más
deprisa que los que compartían mesa en el piso superior.
De las dos observaciones anteriores se puede deducir que la
actividad territorial, por lo que al cuerpo se refiere, está
determinada por su realización dentro de unas coordenadas, que
pertenecen al campo general de la territorialidad dentro de la
cultura, y que tienen que ver con el carácter conceptual del
cuerpo. Dicho de otra manera: si entre nosotros uno de los pares
de coordenadas en torno a las cuales se formaliza la
territorialidad general, en sentido relativo, es el de público-
privado, y el cuerpo pertenece, igualmente entre nosotros, al
campo de lo privado, la territorialidad corporal tenderá a
respetarse y en consecuencia a ampliarse en un territorio privado,
mientras que se recortará considerablemente en un espacio
público.
Este principio parece cumplirse a rajatabla en la cultura
árabe, donde el concepto de «público» referido al territorio es
vivido de una forma casi literal. Hall nos habla de las aglo-
meraciones, contactos, olores y ruidos propios de los lugares
138 Antropología del territorio

públicos en la cultura árabe, y a raíz de una experiencia personal


en el vestíbulo de un hotel, donde un árabe no parecía tener el
menor respeto a las distancias corporales pautadas para ese
lugar, relata Hall, que lo que a él le parecía intrusismo, por parte
del árabe, se convirtió, a los ojos de éste, en impertinencia de
aquellos que pretenden conservar su intimidad en un lugar
público. Para el árabe no existe la idea de que pueda cometerse
una intrusión en público. «Me di cuenta, por ejemplo —comenta
el autor—, de que si el sujeto A está situado en una esquina de
la calle y el sujeto B desea ocupar ese punto preciso, B actúa
conforme a su derecho si hace todo lo que puede por provocar
la retirada de A, aunque sea a base de hacerle incómoda su
permanencia en el lugar. En Beirut, por ejemplo, sólo las
personas de gran aguante y capacidad de resistencia pueden
sentarse en la última fila de un cine, pues por lo general hay
siempre una serie de individuos de pie que desean conseguir
asiento, y para ello procuran alborotar e incomodar a los
presentes intentando conseguir que se cansen, renuncien a su
butaca y se marchen»35.
Se pueden observar entre nosotros actitudes parecidas, en
algunos lugares públicos determinados, aunque quizá la
intensidad de la provocación no sea la misma. En ciertos días y
en algunos restaurantes más concurridos no es excepción
constatar cómo núcleos de personas esperan de pie, al lado de
las mesas de los que se presupone que han rebasado ya la mitad
de la comida, con la intención, desde luego, de que otro no les
quite ese sitio, pero al mismo tiempo provocando una rápida
retirada en los comensales. Mantener una ligera sobremesa en
estas condiciones resultaría además de insoportable, peligroso.
Después de esta primera relación metonímica en la sig-
nificación del territorio corporal, y a través de la cual se combinan
en un mismo contexto dos territorios, uno más general y otro más
particular, como consecuencia de lo cual el significado de la
territorialidad corporal, el que se desprende de su significación
metafórica más amplia, varía, se pueden señalar otras muchas
situaciones combinatorias en las que el cuerpo recibe un
tratamiento espacial desde el contexto. Como creemos que la
idea ha quedado ya suficientemente clara, no haremos más que
mencionar algunas de ellas: a) Relación con objetos: los hay de
muy distinto tipo y determinantes en distinto grado de límites
corporales: desde el objeto neutro, que puede ser incluido dentro
del territorio corporal, sin que éste se modifique más que
físicamente, hasta el objeto tabú, pasando por el objeto estético
que hacen concienciar y demarcan límites. Es absurdo pensar
que estos límites pertenecen al objeto mismo. Existe en esto una
35
O. c., pág. 237 ss.
I: 4 Dos formas de semantización territorial 139

ilusión. Los límites del objeto tabú implican tanto una concepción
del objeto como una concepción del cuerpo, y más exactamente
una concepción de esa relación, y lo mismo sucede con el objeto
estético, peligroso, etc., y su expresión más inmediata es la
fijación de límites corporales, b) Relaciones con los demás: ya
hemos dicho que dependen de la concepción metafórica de los
distintos espacios corporales según los status. Su realización
concreta es metoními- ca, aunque esta operación descanse en
concepciones metafóricas previas, c) Combinaciones de
situación: un accidente, por ejemplo, desmantela los límites
corporales, lo mismo que lo pueden hacer un buen número de
situaciones emotivas intensas. En fin, la investigación sobre este
tema debe ser minuciosa y reunir todas aquellas condiciones
combinatorias que en un grupo determinan las demarcaciones
del territorio corporal.
Nuestra conclusión respecto al significado territorial del
cuerpo no puede, por tanto, menos que discrepar de las con-
clusiones y forma como Hall aborda el problema. La territo-
rialidad corporal no es una realidad que se pueda explicar en sus
propios términos. No se trata de una entidad aislada, objetual y
unívocamente mensurable, sino que es, en el sentido más
estricto del término, una relación. Y este carácter relacional del
territorio corporal recoge en su significación, los valores
sincrónicos y diacrónicos, o metafóricos y meto- nímicos que la
cultura le asigna. Un esquema metodológico que creemos
debería seguirse en el estudio concreto de este tema dentro de
cualquier cultura, puede resumirse en el siguiente diagrama, que
se ajusta al que situamos anteriormente en la base de nuestra
reflexión sobre la semantización del territorio en general: (Ver
página siguiente.)
Existen culturas, por ejemplo, ciertas agrupaciones orien-
tales, entre las cuales la concepción general del cuerpo de-
termina considerablemente su realización diacrónica, siendo
menor la variabilidad significativa introducida a cargo de las
combinaciones, al menos en algunas actividades. Otras, entre
las que se encuentra la nuestra, otorgan especial relevancia a
esta segunda circunstancia. Ya hemos dicho que metáfora y
metonimia están siempre presentes en toda actividad humana,
pero no siempre participan en ella en el mismo grado.
140 Antropología del territorio

Concepción
general del
cuerpo y su 'c
influencia en o
el territorio L.
O
corporal c
w

diacronía
Combinación con otros territorios »
con objetos ,» con otros
individuos
con otras circunstancias

La explicación de la territorialidad corporal en términos del


diagrama anterior exige al mismo tiempo que en la medida de lo
posible se dé la razón de por que una determinada concepción
es propia de una cultura, así como un análisis detallado de la
influencia que en el significado pueden tener otros factores
socioculturales que, si no establecen relaciones directas con el
territorio corporal, determinan quizas el siqnificado de la
asociación o de la combinación, por estar infraestructura!mente
orientando el término no territorial de la relación.
En este sentido existen factores que pueden, si no de-
terminar, sí influir tanto en la semántica como en la sintaxis del
territorio general y corporal. Las características geográficas del
entorno son una de ellas. Accidentes montañosos, ríos, mares,
llanuras, obligan al hombre a adaptaciones específicas que
hacen que el mundo de sus concepciones se perfile’en ciertas
direcciones. Las creencias son siempre el resultado de un
proceso dialéctico de adaptación al medio. Pero si por medios
entendemos algo más que las condiciones y características del
entorno geográfico, e incluimos también otros aspectos sociales:
la densidad de población, sistemas económicos, políticos, etc.,
deberían también considerarse, dentro de esta problemática,
como explicativos de las relaciones territoriales. Pero es evidente
que estos conceptos implican a su vez significados relaciónales.
La densidad de población, como hemos visto, no es nunca un
valor absoluto, en el sentido de que se pueda decir, guiados por
estadísticas generales, cuándo estamos territorialmente ante
I: 4 Dos formas de semantizadón territorial 141
una baja, alta o media densidad de población. Ello depende-
rá, sin duda, de las relaciones sociales. Hall opina acertadamente
que «el grado de implicación sensorial entre los individuos, que
caracteriza a cada grupo, y la forma en que cada uno de los
pueblos utiliza el tiempo, determinan no solamente el punto en el
que para ellos se produce el exceso de población, sino también
los métodos que emplean para aliviar sus efectos.
Puertorriqueños y negros poseen un grado de involucración
recíproca mucho mayor que los norteamericanos de Nueva
Inglaterra o que los de origen germánico o escandinavo. Según
parece, los grupos de mayor implicación recíproca entre sus
miembros requieren densidades de población más altas que los
menos intrincados entre sí, y puede que también requieran por
ello una mayor protección frente a los ajenos al propio grupo»
35bls
.
La actividad económica de un grupo puede ser otro de los
factores orientadores de la concepción territorial del cuerpo.
Dentro de las combinaciones con otros individuos, y con los
objetos, e incluso en la concepción general del cuerpo —pues
ésta no es nunca estática en la historia de una cultura, sino que
puede experimentar alteraciones por la influencia de las
reiteraciones metonímicas—, es de especial significación el saber
si el grupo tiene división del trabajo y los criterios que utiliza para
ello. Igualmente una forma de producción industrial se estructura
en torno a una utilización del cuerpo muy distinta que la que
requiere la vida agrícola o ganadera. E incluso dentro de la
industria adquieren importancia en este contexto detalles tales
como si el trabajo está mecanizado o no lo está, así como si el
producto se realiza en cadena o no; lo mismo que en la agricultura
lo tiene el régimen de cultivo que se practica. Otro tanto podemos
decir de la organización política, en la medida que determina
status políticos y normas de relacionarse unos con otros, etc.
Por último, no podemos dejar de hacer referencia a la im-
portancia que las ideologías y doctrinas pueden ejercer en el
tratamiento del cuerpo y de su territorio. Basta pensar en la
influencia que el cristianismo ha tenido a este respecto. Su
concepción dualista del ser humano y sü desprecio al cuerpo, así
como la denuncia de las apetencias corporales, pueden
reconocerse en numerosas realizaciones territoriales de
occidente: se ha ampliado en territorio corporal según una
división de sexos, que puede apreciarse en instituciones públicas,
como, por ejemplo, las pedagógicas, que to-

35bis
O. c., pág. 264.
142 Antropología del territorio

davía hasta hace relativamente poco, eran masculinas o fe-


meninas. Ha creado una orla infranqueable en torno a una
categoría muy determinada de lo sagrado, tanto en relación a
personas como a objetos, y en fin, al ver en el cuerpo un
portador de una realidad más digna, el alma, ha contribuido a
que uno de los ejes de la distancia interpersonal, o del territorio
corporal, esté organizado en torno a la idea de «dignidad de la
persona».

2 Movilización de signos en un contexto cultural

Una de las características más fundamentales del territorio


humano, por su carácter metonímico, es la movilización de
signos. Con esta expresión queremos significar el carácter
eminentemente relacional del territorio. No entramos a analizar
aquí la cuestión de si también el territorio animal se mueve por
esta relacionalidad. Sin duda no todas las actitudes territoriales
de una especie son unívocas en todas las circunstancias. Sin
embargo, bástenos reconocer la diferencia de que la
organización espacial humana es eminentemente móvil, y con
este concepto nos referimos, tanto a su carácter no biológico,
como a su referencia a una realidad igualmente variable dentro
de la misma especie humana: la estructura sociocultural. En el
mundo animal, por lo que hasta ahora sabemos, las diferencias
territoriales dentro de una misma especie se modifican
ligeramente, según circunstancias extraordinarias para el
desarrollo de la misma, tales como la cautividad o la domes-
ticación, pero generalmente los individuos de una especie, en
condiciones normales y dentro de su habitat, muestran el mismo
comportamiento territorial. Las variaciones circunstanciales del
uso del territorio están biológicamente pautadas de manera que
son, en última instancia, fijas. En el hombre esta movilidad es
más radical y pertenece a la misma forma de actuar del ser
humano.
Vamos a analizar esta peculiaridad humana en el tratamiento
que el territorio recibe en un grupo particular: los bosquimanos
G/wi., con motivo de una circunstancia bastante general: un rito
de iniciación. En otro lugar30 hemos tratado de ver hasta qué
punto los ritos iniciáticos, que se encontraban con sorprendente
frecuencia en distintas culturas conservando, sin embargo, una
estructura bastante constante, podían servir para confirmar
cierta unidad de la especie 77
a un nivel experimental. Nuestra intención ahora es la contraria:
supuesto algún significado universal de estos rituales, vamos a

77
Antropología Cultural y Psicológica, pág. 529 ss.
I: 4 Dos formas de semantización territorial 143

ver cómo cada cultura se diferencia profundamente de las


demás en su tratamiento, y cómo para ello se sirve de
elementos que le son específicos por pertenecer a su
organización sociocultural, igualmente específica. El tema que
vamos a estudiar es naturalmente el del territorio y el de la
movilidad de sus signos significativos, a través de una
ceremonia de iniciación. El elegir una ceremonia de este tipo no
es arbitrario, sino que se trata de seleccionar un aspecto de la
cultura en el que el territorio esté esencialmente implicado,
desde una perspectiva metonímica.
De una manera general podríamos decir que todo rito de
paso aborda un problema de límites, y que en muchos de ellos
esta situación se soluciona por medio de una utilización
territorial. Según van Gennep (el creador del término rite de
passage) «cada sociedad general encierra varias sociedades
especiales que son tanto más autónomas y cuyos límites son
tanto más precisos cuanto la sociedad general se encuentra en
un grado inferior de civilización»37. Prescindiendo de esta
implicación evolucionista ya superada, se puede afirmar que
toda transición, de una sociedad especial a otra, está
institucionalizada por medio de lo que se puede llamar un rito de
paso. Naturalmente estas sociedades pivotan sobre distintos
ejes, tales como las edades, el sexo, el status social, lo sagrado
y lo profano, etc. Según el mismo van Gennep, todo rito de paso
está integrado por tres momentos o tres tipos de ceremonias
más o menos explícitas en la institución general: separación,
marginación e integración. Este esquema está inspirado en el
ceremonial que acompañaba, y en ocasiones todavía
acompaña, a la transición de límites territoriales: «no están tan
lejos los tiempos en los que el paso de un país a otro, y en el
interior de cada país de una provincia a otra, y antes incluso de
un señorío a otro, se acompañaba de diversas formalidades.
Estas formalidades eran de naturaleza política, jurídica y
económica; e incluso las había de orden mágico-religioso, por
ejemplo, las prohibiciones para los cristianos, musulmanes o
budistas de entrar o permanecer en la parte de la tierra no
sometida a su propia fe»38. Estos rituales no se practican
solamente ante límites de grandes zonas, reforzados por el
poder o la política, sino que se dan también cuando se trata de
los límites de una aldea, de un barrio, de un templo o de una
casa; «la puerta es el límite entre el mundo exterior y el mundo
do-
37
Les rites de passage. Nourry. París, 1909, pág. 1.
O. c„ pág. 19.

38
144 Antropología del territorio

méstico si se trata de una habitación normal y entre el mundo


profano y el mundo sagrado si se trata de un templo. De esta
forma ‘pasar el umbral' significa agregarse a un mundo nuevo...,
los ritos realizados sobre el umbral mismo son ritos de
marginación. Como rito de separación del medio anterior, existen
ritos de purificación (uno se lava, se limpia, etcétera), y a
continuación ritos de agregación (presentación de la sal, comida
en común, etc.). Los ritos del umbral no son ritos de ‘alianza’
propiamente dichos, sino ritos de preparación a la alianza,
precedidos ellos mismos por ritos de preparación a la
marginación»39.
Dos grupos de ritos de paso interesarían especialmente
aquí: primero, aquellos en los que el territorio va recibiendo un
tratamiento paralelo al de la transición cultural, revistiéndose en
este juego de unos significados coherentes con la pauta territorial
general: y segundo, los que se valen del espacio territorial como
un elemento integrado en el conjunto ritual, que opera con su
valor propio, es decir, temáticamente territorial, entre otros
elementos culturales de distinta naturaleza. Dentro del primer
grupo constituyen un ejemplo claro los llamados ritos de
iniciación en los que los tres momentos de separación,
marginación y agregación son representados en límites
territoriales paralelos; en cuanto a los segundos, son buena
muestra los viajes rituales, que partiendo del «centro» del
territorio social conducen al viandante a través de una caprichosa
territorialidad de exclusividad oscilante (positiva o negativa), que
explora, y al mismo tiempo nos describe, los secretos semánticos
de todas las direcciones cósmicas: inframundo, espacio sideral,
el territorio lejano, etc. Toda cultura plasma estas situaciones en
sus cuentos heroicos, en sus mitos y en numerosas
manifestaciones folklóricas de sus creencias. Este último tipo de
rituales pertenecen más a lo que hemos llamado «territorialidad
metafórica», y ha sido analizado en el capítulo anterior. Por ello
nos centraremos aquí en un análisis del primer grupo, que
corresponde plenamente a la «territorialidad metonímica».
Un elemento territorial constante en los ritos iniciáticos es la
diferenciación territorial de las distintas etapas. Aparentemente
la iniciación transcurre en dos espacios diferentes que oscilan
entre el poblado y el lugar, separado del núcleo habitado, en el
que se desarrolla la reclusión y la iniciación propiamente dicha.
Pero más allá de esta apariencia

39
O. c., pág. 26 s.
I: 4 Dos formas de semantización territorial 145

la iniciación presupone una serie más intrincada de planos


territoriales, de exclusividad positiva y negativa, que se movilizan
y fijan en el ritual. Una ceremonia representativa de esta
categoría pondrá de manifiesto lo que estamos diciendo. Se trata
de un ritual de iniciación femenina, tal como lo practican los
bosquimanos G/wi (G/wi: prefijo de G/wikhwena, «hombres del
bosque», denominación con la que se distinguen ellos mismos
de los demás grupos de bosquimanos).
Contrariamente a lo que suele acontecer en otras cere-
monias de iniciación «puberal»78, las muchachas acceden a ellas
algún tiempo después de contraer matrimonio, acto éste que se
realiza a la temprana edad de ocho años, por término medio, sin
que medie ningún tipo de ritual específico. De ahí que la
ceremonia iniciática dedique una parte a la unión simbólica del
precoz matrimonio. No obstante esta peculiaridad, el esquema
territorial que la ceremonia utiliza concuerda, en sus secuencias
generales, con el que aparece en la mayoría de estos rituales. Si
la hemos seleccionado es porque disponemos de datos
espaciales suficientes para poder sacar alguna conclusión
fundada.
La ceremonia, como la mayoría de los ritos femeninos de
este tipo es individual, y se inicia con la aparición de la primera
menstruación. En ese momento la joven esposa da cuenta de
ello a su madre, o a una mujer madre que se encuentre todavía
en estado de fecundidad, y juntas construyen una choza de
ramas en el bosque. Allí se recluye la muchacha sin más objetos
que sus vestidos de diario. Simultáneamente el marido abandona
la choza matrimonial y se dirige al centro del poblado,
exactamente al lugar donde se encuentra el árbol bajo el que se
reúnen los jóvenes solteros. Consigo lleva sus armas, que
adquieren ahora un poder contaminante, y durante todo el tiempo
que su mujer se encuentre recluida, él deberá permanecer
inactivo. No podrá salir de caza, pues correría el riesgo de
encontrarse con un león o con una serpiente y, en el peor de los
casos, si llegara a mancharse con sangre, pondría en peligro la
vida de todo el grupo. Por ello sus amigos se encargan de
proporcionarle el alimento que necesita.
Durante cinco días permanece recluida la muchacha, tiempo
éste en el que no podrá comer ni beber, si bien la mujer que la
atiende se encarga de suministrarle alimento a escondidas. Su
nombre no puede ser pronunciado por nadie, y a sus vecinos no
les estará permitido acercarse a la choza ceremonial. Ella, por su
parte, ha de procurar guardar un estado de inmovilidad total y
protegerse, por medio de su manto, del contacto con la tierra,
para evitar la picadura de alguna serpiente. Se le exige asimismo

78
Cfr. Antropología Cultural y Psicológica, pág. 529 ss.
J. L. García, 10
146 Antropología del territorio

silencio absoluto: quebrantar este mandamiento —por lo demás


nada de acuerdo con las costumbres de una joven G/wi—,
significaría la inmediata puesta en movimiento del inframundo,
de donde emergerían, hacia la choza ceremonial, los
adolescentes fallecidos más recientemente.
A la mañana del quinto día la mujer-guía busca al marido de
la neófita y se dirige con él a la choza de reclusión. Es el único
varón que tiene acceso a este lugar. Se pica entonces una raíz
de bi/a y una mujer, sujetándola entre sus pies la alisa con el filo
de un palo astillado. Con el jugo que se desprende de esta planta
se lava a ambos esposos, poniendo especial empeño en que no
se mezclen los líquidos de uno y de otro. A continuación se
procede a tonsurar las cabezas del marido y de la mujer,
configurando en ellas el mismo dibujo. Si no hay barbero
especializado, las mujeres se van turnando en esta operación. Si
la iniciación tiene lugar en época de calor se les dejan unos
mechones más abundantes para que puedan protegerse del sol.
Y así se llega al rito de los tatuajes: profundas incisiones se
efectúan en el cuerpo de los dos esposos, comenzando por la
cabeza y esforzándose para que las líneas sean simétricas e
iguales en los dos. Durante esta operación la sangre del varón
se introduce en las heridas de la mujer y viceversa; y en las de
ambos se aplica una ceniza vegetal, cuya finalidad es resaltar las
incisiones, cuando hayan cicatrizado. Todos estos actos van
acompañados de una serie de advertencias sobre las
obligaciones sociales de la pareja.
Las mujeres sacan entonces de la choza a la esposa y,
desde un lugar prominente, le muestran su territorio mientras le
dicen: «Este es nuestro mundo y el tuyo. Siempre encontrarás
alimento en él». En este instante las mujeres más jóvenes del
grupo la cogen y la llevan lejos del pequeño núcleo de casas del
poblado, y entre risas danzan en torno a ella, conduciéndola de
nuevo a la choza ritual. Allí espera su marido, y a los dos se les
pinta el cuerpo con ocre y grasa.
Los hombres se aproximan entonces a la choza y se colocan
al lado de sus mujeres y de sus hijos delante de la entrada, pero
sin penetrar en ella. De nuevo sale la neófita acompañada de la
mujer guía, quien la conduce entonces a donde está su padre;
éste la coge por el brazo para guiarla,
/: 4 Dos formas de semantización territorial 147

pues se presupone que está ciega. Tienen lugar en ese momento


los ritos de purificación de las armas del marido, por medio del
tacto con la esposa, y el reconocimiento, a través de una cortina
de hierbas que se entreabre, de cada uno de los moradores del
campamento. Sale a continuación el marido de la choza, y juntos
reciben obsequios de todos los presentes. Según Silberbauer,
esta ceremonia se repite en la segunda y a veces en la tercera
menstruación 79.
Como ha podido observarse en esta detallada descripción,
existe una gran precisión en los distintos movimientos espaciales
que se exigen de todos los miembros que rodean el ritual.
Poblado, centro del poblado, afueras del poblado, choza
ceremonial, alrededores de la choza, lugares de caza, choza
matrimonial, inframundo, etc. Se puede decir que el espacio es
uno de los elementos significativos del ritual e incluso que este
proceso de semantización espacial es en sí mismo una
ritualización, que se extiende ininterrumpidamente desde el
principio al fin de la ceremonia y que concluye con el abandono
de la choza de reclusión, que nunca más vuelve a ser utilizada80.
Para penetrar más en el sentido de las relaciones territoriales
creadas por la iniciación, es necesario esbozar previamente el
esquema cotidiano de la semántica espacial de los bosquimanos
G/wi. Seguimos para ello los datos, bastante precisos, que nos
proporciona G. B. Silberbauer, tanto en el artículo citado como
en su The G/wi Bushmen 4\ recogidos tras una permanencia de
catorce años en la región y ocho de trabajo directo con los
bosquimanos.
Los G/wi habitan una amplia zona que se extiende desde el
sureste de Ghanzi hasta más o menos la mitad suroeste de la
reserva del Kalahari central. Unos dos mil habitantes, unidos por
una misma lengua khoisan y con un peculiar sentimiento de
identidad, basado principalmente en vínculo de parentesco y
amistad, se asientan en este territorio, formando numerosas
bandas, más o menos independientes y que, en principio, según
su ubicación fuera o dentro de la reserva, ofrecen una doble
configuración sociocultural. Los G/wi establecidos en las
proximidades de Ghanzi se han incorporado a las granjas de los
europeos, en las que trabajan, juntamente con otros grupos
bantúes, como asalariados. La aculturación es entre ellos muy
fuerte, y sólo cuando se di-

79
Cfr. G. B. Silberbauer: «Marriage and the Girl’s Puberty Ceremony of
the G/wi Bushmen», en Africa 33, pág. 12-14. Londres, 1963.
80
Cfr. G. B. Silberbauer: O. c., pág. 20.
Hunters and Gatherers Today, pág. 271 ss.
43
148 Antropología del territorio

rigen a la reserva para visitar a sus parientes conectan de nuevo


con su mundo cultural, comportándose entonces, durante
algunos períodos de tiempo, según las pautas de su cultura. En
la reserva la situación es muy distinta. Aunque la aculturación no
está del todo ausente, debido a las visitas, que sobre todo en
épocas de sequía se realizan a los grupos de las granjas, la
pauta tradicional G/wi es notablemente más pura. A este
ambiente tradicional pertenece la ceremonia de iniciación
descrita y, en consecuencia, también los datos que
seleccionamos a continuación.
Como queda dicho la unidad G/wi se mantiene sobre todo a
causa de vínculos de parentesco y amistad. No existe una
autoridad común para todos los grupos y la administración de
cada banda es independiente. Por tanto, la unidad social es la
banda, que está constituida por una agregación informal de
familias y amigos. Por término medio cada banda consta de unos
cuarenta individuos, si bien las excepciones son muy
discrepantes: las hay en las que sólo vive una familia, lo cual no
impide que se le reconozcan todos los derechos que se otorgan
a las más numerosas. Entre estos derechos sobresale el
territorial. Cada banda domina en exclusividad positiva su propio
territorio, aunque la movilidad de los individuos de una banda a
otra es muy grande. Esto puede apreciarse si tenemos en cuenta
cómo llega a constituirse una banda: un hombre con su familia
se establece en un territorio deshabitado que contenga recursos
naturales, formando así un núcleo en torno al cual se asientan
otros familiares o amigos. Más tarde se unen a ellos otros
parientes o amigos de los familiares y amigos asentados en
segundo lugar. El motivo determinante de estas migraciones es
la compatibilidad de caracteres y, aunque no llegue a confesarse
abiertamente, la escasez de alimentos en el medio anterior.
Los descendientes masculinos o femeninos de la familia
fundadora son considerados, en principio, propietarios del te-
rritorio, y se les debe solicitar permiso para establecerse allí o
para visitar el terreno acotado por la banda. Ahora bien, como
los G/wi muestran un escaso interés por las genealogías y la
memoria del parentesco se pierde generalmente más allá de dos
generaciones, resulta que los verdaderos propietarios son los
que llevan bastante tiempo establecidos en aquel lugar.
Se pueden distinguir dos canalizaciones principales de los
distintos cambios de territorio, y, por tanto, de grupo. El primero
de ellos es el determinado por la ley de la exoga-
mia. Si la banda es numerosa, la tendencia general es a contraer
matrimonio dentro de ella, pero si el número de individuos de una
comunidad es reducido, se procede entonces a un matrimonio
intergrupal, favorecido por las numerosas visitas que se cursan
I: 4 Dos formas de semantización territorial 149

a las bandas aliadas en época de sequía, tras el permiso de


compartir temporalmente el mismo territorio. Igualmente la ley de
la exogamia puede obligar a un determinado grupo a establecer
contactos con bandas no aliadas, pero ello se considera
peligroso y ocurre muy raras veces. Durante algunos años el
nuevo matrimonio vive con los padres de la mujer, hasta que
nace el primero o el segundo hijo. Entonces suelen pasar una
breve temporada en el grupo del marido, para terminar
estableciéndose definitivamente por cuenta propia, bien en una
nueva banda o, en la mayoría de los casos, en una choza
independiente cerca de la que habitan los padres de la mujer. La
tendencia general es, por tanto, hacia la matrilocalidad.
En segundo lugar, como hemos dicho, las migraciones
suelen estar determinadas bien por preferencias personales de
convivencia o por escasez de recursos en el territorio que se
abandona. Se trata de movimientos individuales o a lo más
familiares y, tanto en este caso como en el del marido que
abandona su grupo para establecerse en el de su mujer, el
tiempo se encarga de realizar la integración total. A medida que
éste transcurre el nuevo inquilino va dejando de pertenecer a su
antigua comunidad y adquiriendo la integración total a la nueva
banda.
Aparte de este tipo de movimientos de naturaleza individual,
las comunidades G/wi se sirven de una especie de
seminomadismo, que puede temporalmente tomar la forma de
una migración masiva a un territorio que no les pertenece, previo,
naturalmente, el consentimiento de sus habitantes; o describir
una red de asentamientos y de divisiones comunitarias dentro
del territorio propio. Todo ello está perfectamente
institucionalizado y depende de los recursos económicos a lo
largo de las distintas estaciones y eventualidades de cada año.
Silberbauer señala cuatro pautas migratorias que tienen por
finalidad hacer frente a este tipo de contingencias: 1. La banda
en su totalidad se desplaza dentro de su propio territorio de un
campamento a otro, según lo aconseje la base alimenticia
disponible. 2. La banda emigra temporalmente al territorio de una
banda aliada, lo cual tiene lugar cuando en el territorio del grupo
receptor existe una superabundancia de alimentos estacionales,
que permiten una mayor concentración de población. Esta
circunstancia está motivada por la distribución irregular de la
lluvia en distintos puntos de la reserva, y el desplazamiento
nunca se lleva a efecto si los recursos no son suficientes para
sustentar a los dos grupos, y si la comunidad anfitriona no da su
consentimiento. 3. La comunidad se divide en segmentos de
hasta unas veinte personas si la densidad de subsistencia,
dentro de los distintos campamentos del territorio, es insuficiente
para mantener el desplazamiento conjunto de toda la banda,
150 Antropología del territorio

situación ésta que no acontece con demasiada frecuencia, ya


que los períodos de sequía nunca son extremadamente pro-
longados. 4. Cuando el alimento no se da en cantidades su-
ficientes en torno a un campamento, y es necesario hacer
constantes expediciones para buscarlo en las áreas, a veces
muy amplias, que lo rodean, la comunidad se dispersa por el
territorio en pequeñas unidades —familia nuclear o quizás algún
miembro más, pero que no suelen rebasar el número de cinco
personas— que se procuran los alimentos independientemente.
De esta forma la densidad de población y la intensidad de
explotación se equilibra con la densidad de subsistencia del
territorio. Cada subgrupo permanece en el lugar en el que se
asienta, aislado del resto de la comunidad, hasta que se
restablece de nuevo la base alimenticia de los campamentos y
puede realizarse de nuevo la concentración de toda la banda.
Parece un rasgo significativo de la pauta ideal de la co-
munidad el mantener la unidad del grupo siempre que ésta sea
posible, es decir, la dispersión sólo se lleva a efecto cuando no
hay más remedio que hacerlo. No obstante cada banda está
integrada por varios segmentos que se distribuyen en pequeños
grupos, que oscilan entre dos y siete hogares, en el campamento
conjunto. Nos encontramos de esta forma con un asentamiento
por pequeños grupos, de familiares y amigos, dentro de los
límites de un sólo campamento. Las chozas de cada uno de
estos segmentos se construyen muy juntas unas de las otras, y
en el momento en que las circunstancias aconsejen la dispersión
de la banda, estas unidades constituirán la base para formar los
núcleos de migración.
Los campamentos G/wi rara vez se planifican para un pe-
ríodo de tiempo que supere las cuatro semanas, siendo tres
semanas la duración media de permanencia. Por una parte, los
recursos de los alrededores, caza y recolección, no durarían más
tiempo, ni las condiciones higiénicas aconsejarían una
permanencia más larga; pero también estas circunstancias han
llegado a formar parte de la pauta de movilidad de los G/wi, que
se establecen pensando en tiempos de esa duración.
/; 4 Dos formas de semantización territorial 151

Los resguardos y chozas están sujetos a un verdadero ciclo


arquitectónico, atento siempre a las características me-
teorológicas de las estaciones. Durante el invierno y hasta
comienzos del verano se construyen unas defensas de hojas,
hierbas y ramas, para protejerse del viento. Cuando, entrado el
verano, arrecia el calor, se procede a tejarlos, sirviéndose para
ello de cualquier accidente natural que pueda facilitar esta
operación, sobre todo de los árboles y arbustos que crecen en el
lugar de asentamiento, procurando, a su vez, una orientación
adecuada para defenderse también de las nubes de arena que
origina el fuerte viento del verano. Hacia finales de diciembre,
con la venida de las lluvias, comienzan en realidad a dar
importancia a la construcción de una auténtica choza. Sobre la
arena se planifica un círculo de unos 1,5 ó 2 metros de diámetro,
y sirviéndose de ramas se entreteje una estructura cónica de la
misma longitud, que se recubre luego con arbustos retorcidos,
colocados de abajo arriba de forma que el extremo inferior quede
libre y el superior oculto por el que le sigue. Así se consigue que
la lluvia no penetre en el interior. Todo ello se remata con raíces
y se deja abierta una entrada triangular, cuya orientación
depende tanto de las direcciones de los vientos, como de la
imagen de accesibilidad que se ofrece a los componentes de las
chozas vecinas que, como hemos dicho, son aquellos con los
que existen unas condiciones mayores de compatibilidad. Para
dar un mayor vigor a la construcción se suelen aprovechar, como
soportes, árboles o grandes arbustos, aunque este ideal no
siempre se puede realizar dada la escasez de éstos. Esta
construcción se va haciendo cada vez más ligera, a medida que
las lluvias disminuyen, perdiendo su consistencia arquitectónica
durante el otoño, y volviendo a convertirse en una simple defensa
al llegar el invierno. El ciclo de construcción es, por tanto,
marcadamente estacional, y los agrupamientos reproducen
sobre el terreno uno de los elementos más importantes de la
cultura G/wi: la compatibilidad de convivencia.
Para completar este cuadro de la distribución y movimientos
territoriales de los G/wi, conviene reseñar brevemente la
naturaleza y capacidad de asentamiento de la totalidad espacial
de la totalidad de las bandas. La reserva del Kalahari central está
dividida en tres regiones bien diferenciadas: la parte norte
cubierta de bosques de dunas soporta varias especies de
árboles y arbustos, así como una relativamente rica vegetación,
que sirve de pasto para los ganados. La región central, llana con
ligeras ondulaciones, está cubierta por pequeños arbustos y
hierbajos, grandes calvas y alguna que otra especie de arbolado,
todo ello sobre una base rocosa que permite la formación de
charcas durante la estación de la lluvia, en torno a las cuales
crece una vegetación pasajera que da alimento a algunos
152 Antropología del territorio

pájaros y animales. Gran parte del territorio G/wi penetra en este


área, y la presencia del agua tiene una importancia mcalculable
para determinar los movimientos de las distintas bandas. Final-
mente, la región sur es sin duda la más rica de la reserva. Cu-
bierta por bosques y mayor cantidad de plantas alimenticias que
las dos regiones anteriores, no carece de depósitos de agua,
debido asimismo a su suelo rocoso, aunque ésta existe en menor
proporción que en la región centra!. La hierba y la hojarasca de
las numerosas especies de arbolado cobija una amplia variedad
de animales de caza. Topográficamente la región es llana, a
excepción de algunos montículos de dunas, y contiene la mayor
aglomeración de bandas G/wi, que se concentran a lo largo del
valle del Okwa, zona que contrasta, por su relativa riqueza, con
las que la rodean.
La variedad de recursos de los que una comunidad G/wi
depende no están uniformemente repartidos por toda .la ex-
tensión de la reserva, ni en un sólo punto se agrupan los que
serían necesarios para una subsistencia completa. A efectos
territoriales esto tiene su importancia, pues determina las
dimensiones reales del territorio en el que cada banda desarrolla
su actividad, así como las direcciones de los movimientos
migratorios hacia las bandas aliadas e incluso la selección de
estos aliados. Si es verdad que las alianzas están en gran
medida condicionadas por el matrimonio exogámico, no hay que
olvidar que el matrimonio a la temprana edad en que se inicia,
no puede ser otra cosa que un arreglo del grupo, en busca de
alianzas territoriales satisfactorias. Y si nunca se obliga a la joven
pareja a casarse contra su voluntad, lo cierto es que sea cual sea
el vínculo que los jóvenes acepten, éste les habrá sido indicado
por los mayores. En cualquier caso los vínculos de alianza tejen
toda una serie de comunicaciones territoriales, de los más
diversos signos, por los que circulan amistad, parentesco, bienes
de consumo, útiles, mensajes, etc., formando una especie de
circuitos —tipo los anillos de intercambio Kula descritos por
Malinowski— a base de contactos directos e indirectos. Pues una
banda A puede ser aliada de otra B y recibir a través de esta
última productos de otra tercera C, aliada de B, pero no de A. La
gran diferencia entre los aliados directos e indirectos estriba en
que sólo aquellos pueden penetrar, como huéspedes, en el
territorio de la comunidad aliada.
Las bandas G/w¡ se encuentran, pues, dadas las condi-
ciones ecológicas de su habitat en una especie de dilema que
tratan de solucionar a su manera. Por una parte necesitan un
amplio espacio vital, que les permita la mayor variedad posible
de recursos. Los territorios G/wi son de unos 470 Km2 por
término medio. Pero al mismo tiempo tampoco pueden
ensanchar exageradamente sus límites territoriales, so pena de
I: 4 Dos formas de semantización territorial 153

poner en peligro la cohesión social de todos los miembros, ya


que con frecuencia tendrían que asentarse simultáneamente en
muchos lugares, muy distantes, con la consiguiente pérdida de
energía, que acabaría por desintegrar definitivamente al grupo.
La solución a este problema la encontraron los G/wi en el
régimen de alianza, que tiene una gran importancia dentro del
tema de la territorialidad que estamos tratando. Por medio de la
alianza se renuncia temporalmente a una exclusividad territorial
positiva —las pretensiones territoriales no son nunca motivo de
discordias ni de enfrentamientos—, pero al mismo tiempo se
aseguran, en régimen de negación de exclusividad, la utilización
de otros territorios imprescindibles para su subsistencia.
¿Qué tipo de estructuración subyace a esta concepción
territorial, y al mismo tiempo qué significa territorialmente la
ceremonia de iniciación, tal como la hemos descrito, en este
contexto? Para abordar sistemáticamente este material,
podemos indicar que todo él se reagrqpa dentro de tres planos
metodológicamente distintos: uno biológico, otro físico y un
tercero de naturaleza social. La reintegración de todos ellos en
una unidad dinámica es para nosotros lo que constituye la
cultura. En efecto, la ceremonia de iniciación puede abstraerse
como un acontecimiento biológico, ya que es un fenómeno de
esta naturaleza el que la pone en funcionamiento. La utilización
del espacio y de los recursos que en él se encierran se asienta
sobre una base de naturaleza física, y finalmente los distintos
movimientos grupales, sus motivaciones de amistad y
parentesco, son de naturaleza claramente social. Pero ninguno
de estos planos por separado tiene significado, ya que la
iniciación interfiere con el nivel físico y social: va acompañada de
una formalización espacial y de un conjunto de relaciones
sociales. El medio físico se interpreta en función del sustrato
biológico —en el rito iniciático que nos ocupa— y su
semantización depende de una serie de relaciones sociales.
Finalmente el plano social se entreteje indisolublemente con los
otros dos, dando lugar, conjuntamente, a una forma cultural
específica. La territorialidad se convierte así en un fenómeno
complejo, y su análisis debe estar atento a las precisiones que le
impongan los distintos planos en los que está implicada. Dicho
de otra manera: el estudio de la territorialidad humana será
necesariamente de naturaleza cultural. La detallada descripción
de estos elementos de la vida G/wi, desde una perspectiva
territorial, ha puesto de manifiesto, por su enorme
interrelacionalidad, esta característica de la formalización
espacial, a la que apuntábamos en la definición general de
territorialidad humana. Y es precisamente esta integración de
niveles en una unidad selectiva lo que nos parece que diferencia
plenamente la territorialidad humana de la puramente animal;
154 Antropología del territorio

pues aunque el animal pone en juego su biología y su


sociabilidad en su contacto con el medio físico, y por ello en su
territorialidad, sin embargo, estos tres factores no se reabsorben
en una unidad diferente, en una estructura no necesaria, no es-
tadística, como sería la cultural.
La iniciación G/wi diferencia, en primer lugar, dos tipos de
espacios: el ceremonial y el profano. Esta distinción es específica
del ritual iniciático, pues antes de la puesta en marcha de la
ceremonia no existe; es decir, los G/wi no tienen seleccionado
de antemano, como sagrado, un lugar en el que haya de
construirse la choza de reclusión. La característica general de la
ubicación de la misma es su alejamiento real o simbólico, que
comienza a ser sagrado con la iniciación, del núcleo habitado.
Pero inmediatamente, y como en una serie de reacciones en
cadena, otros espacios territoriales se van cualificando: la choza
matrimonial es abandonada; el centro de reunión de los solteros
tiene que abrir sus puertas al marido de la neófita, es decir, se
convierte momentáneamente en un recinto donde se cobija un
hombre casado. Los alrededores de la choza ceremonial dejan
de ser transitables y se revisten de una significación femenina;
el bosque y los lugares de caza amenazan ahora al joven espo-
so, que debe abstenerse de penetrar en ellos; el campamento
resalta su unidad como centro habitado, frente al resto del
territorio, propiedad igualmente de la banda, y en fin, a medida
que la ceremonia avanza, todos estos signos se van
transformando: el marido se dirige a la choza; los hombres y los
niños se acercan al lugar que antes les había estado prohibido;
las armas dejan de ser peligrosas y el bosque vuelve a abrirse
para todo el grupo de cazadores; el matrimonio puede
reintegrarse a la choza que habitaba y, por último, la choza de
reclusión se destruye o abandona, volviendo otra vez todo a su
significado originario.
Si nos fijamos en el párrafo anterior nos damos cuenta que
todos estos cambios de significado responden a otras tantas
sustituciones de sentido. La entidad de los distintos elementos
territoriales no ha variado y únicamente la concurrencia de una
circunstancia cultural —la iniciación—, de naturaleza no
territorial, ha puesto en marcha el mecanismo de sustitución en
el plano semántico del territorio. Dicho de otra manera, estamos
en presencia de una semantización de tipo metonímico.
Podemos partir de cuatro puntos básicos en la organización
territorial de los G/wi: el poblado; el bosque o lugares de
recolección y caza; el centro del poblado o lugar de reunión de
los muchachos solteros, y, finalmente, la choza ini- ciática.
Dentro de cada uno o en torno a ellos existen algunas
variaciones, como, por ejemplo, choza y alrededores de la choza,
I: 4 Dos formas de semantización territorial 155

que son especificaciones del aspecto más general, por ello los
trataremos como tales. La choza de reclusión es considerada
aquí tanto en su aspecto de presencia, durante la ceremonia, o
como «lugar apartado» real o simbólicamente previsto para ella
fuera de la iniciación. De esta forma los cuatro puntos territoriales
señalados pertenecen, en apariencia, tanto a la pauta territorial
cotidiana como a la ini- ciática.
En seguida nos damos cuenta de que esta división cua-
tripartita del territorio es aparentemente agrupable en dos pares
de relaciones, que van cada una de ellas de un punto general a
otro particular, incluido, pero diferenciado del más amplio, y que
guardan entre ellos la misma relacionalidad que existe entre lo
exterior y lo interior. Dicho de otra manera, el bosque, como
aspecto general exterior, incluye el campo iniciático (apartado
simbólicamente del núcleo habitado), de la misma manera que
el poblado, como punto general interior, incluye el lugar de
reunión de solteros. El siguiente diagrama muestra esta situación
que se forma en torno a los dos primeros ejes significativos de la
disposición territorial: general-particular y exterior-interior: (Ver
pág. s.)
Pero ¿qué fundamento tiene este diagrama?, pues el sólo
hecho de que sea lógico, no quiere decir que sea significativo
dentro del grupo que estamos estudiando. ¿Es en realidad algo
más que un esquema operativo? Fijémonos en el significado real
de cada uno de los términos.
Como hemos dicho anteriormente el poblado G/wi describe
en su disposición los distintos segmentos que componen la
banda, y conocer quiénes son los propietarios de las distintas
chozas equivale a descifrar el plano de las relaciones personales
entre los distintos miembros en términos de mayor o menor
compatibilidad. Como este asentamiento se
156 Antropología del territorio

General
(Público)

Poblado Bosaue
Interior Exterior
Centro de Campo de
jóvenes Particular
iniciación
(Privado)

funda en vínculos de amistad o parentesco, y estos dos tipos de


relación se unifican —bajo este punto de vista— funcionalmente,
podemos afirmar que territorialmente el poblado reviste al
espacio en el que se asienta (al sustrato espacial) de un
significado expresivo de las relaciones de afinidad. Pero la
inestabilidad de estas relaciones, lógica en cualquier grupo
humano, haría que el principio general de asentamiento se viese
violentado si la permanencia en el mismo campo fuese
prolongada. De manera que la forma de agrupamiento G/wi, se
adapta perfectamente a su gran movilidad. La movilidad G/wi
está determinada por factores ecológicos, densidad de recursos,
etc., pero éstos funcionan a su vez como sustrato sobre el que
se asienta este elemento importante de la pauta de valores de
su cultura: la compatibilidad de los que están más juntos. Si a
causa de uno de los pocos conflictos serios reconocidos por la
banda —problemas matrimoniales o familiares generalmente—
la actuación de uno de sus miembros resulta en extremo
conflictiva para el resto del grupo, y si el encausado no se
arrepiente ante las exigencias de la comunidad, se inicia una
especie de vacío en torno a él, que acabará por hacerle tomar la
decisión de abandonar el poblado y agregarse a una nueva
banda, en la que encontrará grandes facilidades para iniciar una
nueva vida.
Este dato nos presenta un aspecto territorial importante: el
poblado y el territorio en general es propiedad colectiva y en
ningún modo individual. Incluso en el caso de los «propietarios»
estrictos, que serían los descendientes de la familia fundadora
de la banda, la posesión territorial desapa-
I: 4 Dos formas de semantización territorial 157

rece si uno de ellos, por cualquier motivo, abandona el grupo.


Pero ya hemos dicho que esta precisión tiene escasa vigencia,
dado que en la mayoría de los grupos se ha perdido ya la
memoria de los fundadores. Dentro de la ideología G/wi, esta
situación tiene su expresión en la creencia de que el verdadero
propietario del territorio es el ser supremo N!a- dima, y que la
banda en su conjunto se encarga únicamente de la explotación
del suelo, bajo la administración de los descendientes de la
familia fundadora. Este débil régimen de propiedad territorial está
igualmente coordinado con el se- minomadismo G/wi, que se
vería fuertemente frenado en un sistema de propietarios más
estricto. Pero al mismo tiempo es totalmente coherente con la
exigencia cultural de compatibilidad para poder vivir en común,
dado que facilita el abandono de la banda a aquellas personas
que no pueden encontrar o perturban en la comunidad este
principio de asentamiento.
Todo ello va unido a una carencia de legislación sistemática.
Los derechos y deberes de cada persona le son inculcados en la
iniciación y en el proceso de enculturación, sin entrar en
demasiadas complicaciones. A falta de una autoridad
establecida, es la opinión de la comunidad la que dictamina
sobre las eventuales transgresiones de la costumbre. No existe
tampoco dentro de la familia una autoridad reconocida, y marido
y mujer actúan por igual ante cualquier decisión. Hay, sin
embargo, una especie de liderazgo del que se invisten aquellas
personas que tienen una reconocida aptitud para una actividad
determinada, y ellos son los que aconsejan y son seguidos por
el grupo cuando la ocasión lo requiere. Pero los líderes no son
los mismos para cada situación, sino que cada uno sólo es
reconocido como tal en aquella operación en la que sobresale.
Todos estos detalles están profundamente implicados en la
concepción territorial que estamos describiendo: no existe en el
poblado ninguna diferenciación jerárquica, como suele suceder
en otros pueblos donde las dependencias del jefe destacan e
incluso se oponen a las del resto de la población (por ejemplo,
en Tro- briand), ni diferenciación alguna basada en el status
social o en una distribución ciánica. Por ello la distribución de un
campamento G/wi no presenta la complicada normativa de una
tribu australiana o de un grupo bororo, y es reflejo únicamente
del principio de asentamiento general que venimos señalando:
parentesco y amistad. Pues incluso cuando un nuevo matrimonio
construye su choza lo hace en el segmento de los padres de la
mujer, reflejando una vez más la imagen territorial que venimos
reseñando.
158 Antropología del territorio

Pero el G/wi adulto, hombre o mujer, rara vez permanece el


día entero en el campamento. La caza y la recolección le obligan
a adentrarse en el bosque por espacios de tiempo que abarcan
todo el día o quizá más. Sólo los más ancianos, los que han
perdido ya facultades visuales y se han convertido de esta
manera en sujetos menos dotados para la caza, se dedican a una
ocupación más sedentaria, como es la construcción de flechas y
de arcos; pero incluso este tipo de adultos suelen acompañar a
los cazadores para ayudarles en tareas secundarias. Se puede,
por tanto, afirmar que durante el día el poblado pertenece a los
niños que emplean el tiempo en imitar en sus juegos las
actividades de los adultos. En realidad dadas las características
del territorio G/wi y la poca formalidad de sus vínculos sociales,
así como la segmentación de los asentamientos, se puede
preguntar con qué finalidad conservan las bandas G/wi un
campamento general, y tienden a habitarlo siempre que las
circunstancias lo permiten, si da la impresión de que la unidad
más efectiva de asentamiento es el segmento, y que incluso se
evitarían numerosos problemas si el establecimiento fuese
siempre por pequeños grupos. La razón de la existencia de un
campamento general no es ni de tipo económico ni de tipo social.
Cada familia G/wi es capaz de autoabastacerse de todos los
elementos que necesitan para sobrevivir44 y, de hecho, lo hace
cuando el grupo se dispersa en invierno y al principio de verano.
Más aún, si la banda viviese siempre dispersa los recursos
naturales no se agotarían tan rápidamente y, en consecuencia,
la estabilidad del asentamiento sería mayor. En cuanto al
problema del agua, que como hemos indicado anteriormente
determina los movimientos G/wi, no explica suficientemente el
asentamiento colectivo, porque si es cierto que se suele buscar
un lugar donde el agua no falte, dado que ésta se hace impotable
rápidamente debido a las malas condiciones de conservación, y
teniendo en cuenta que dentro de los límites de una misma banda
la intensidad y el momento de las lluvias es más o menos el
mismo en todos los puntos, mientras todo el grupo se abastece
del mismo depósito, los demás disponibles se hacen inservibles;
y si como sucede la mayoría de las veces, el depósito se termina
y es necesario salir a buscarla a otros lugares lejanos, se pierde
en ello una materia y al mismo tiempo una energía que serían
mejor aprovechadas si el asentamiento fuese segmentario. Por
otra parte, durante los meses secos y cuando en la estación de
las lluvias el agua almace-
nada se corrompe, los G/wi se aprovisionan del agua conservada
dentro de los tallos de algunas plantas, o simplemente de la que
se alberga en la panza de los antílopes abatidos en la caza. A
excepción de unas seis u ocho semanas por año, estos métodos
44 Cfr. G. B. Silberbauer: O. c., pág. 305.
I: 4 Dos formas de semantízación territorial 159

suplementarios de abastecimiento son enteramente necesarios


45
. De nuevo creemos que el acceso a estos recursos naturales
sería más efectivo si la dispersión fuese un hecho.
Tampoco los motivos sociales, en sentido estricto, parecen
favorecer el asentamiento colectivo. Pues si realmente lo que el
G/wi busca es la buena compañía, y cuando lo consigue lo
demuestra ostensiblemente en la distribución espacial de sus
chozas, diferenciándose así pretendidamente de los demás
segmentos de la banda a los que no les otorga este grado de
compatibilidad, la distribución del agrupamien- to colectivo
parece estar basada simultáneamente sobre un elemento social
desintegrador: la no compatibilidad. Todo parece indicar que
coexisten dos fuerzas contradictorias: una centrífuga,
desintegradora, y una centrípeta, integradora. Es como si el
asentamiento colectivo encerrase en sí mismo esa contradicción:
la de las ventajas y la de las desventajas de su misma existencia.
Hemos visto las desventajas —de tipo económico y cultural—,
pero ¿cuáles son las ventajas y, en definitiva, la causa que
determina este tipo de agrupa- miento? En otros términos, ¿qué
significado tiene el poblado colectivo?
La división en segmentos de los adultos contrasta fuerte-
mente en un poblado G/wi con los métodos utilizados en la
educación y en los cuidados de los niños. Es como si aquí el
principio de compatibilidad perdiese su vigencia y el niño fuese
realmente el único elemento auténticamente grupal y
comunitario. El nacimiento de un niño es recibido con visibles
muestras de alegría por todos los componentes de la banda, que
desde ese momento serán indistintamente sus protectores y
educadores. Silberbauer46 observa que la pasión por los niños
está tan arraigada entre los varones como entre las mujeres y las
muchachas, y que cuando un niño aprende a andar lo hace en
medio de una espectativa y de unos cuidados en los que todo el
grupo está implicado: se colocan los mayores, formando un gran
círculo, y se hace pasar al niño de un extremo a otro del mismo,
procurando recogerlo, en el momento adecuado, para que no se
caiga. Todos deben vigilar los movimientos del pequeño y las eti-
quetas de la banda no las tiene que aprender necesariamen-
45
Cfr. G. B. Silberbauer: O. c., pág. 287.
46
O. c., pág. 314.
160 Antropología del territorio
te de sus padres, sino de cualquier adulto que se encuentra en
una situación propicia para transmitírselas. Incluso la higiene del
niño y el adiestramiento en el control de esfínteres, se
encomienda a toda la banda. Solamente cuando el niño
comienza a integrarse en las actividades de los adultos, lo cual
sucede tan pronto como son capaces de ello, las relaciones
infantiles se restringen dentro de dos ubicaciones concretas: el
segmento paterno y el centro de solteros. Pero mientras tanto los
niños constituyen el vínculo más sólido entre todos los
segmentos de la banda.
Cuando los padres de un niño se ausentan durante varios
días del campamento, éste es recibido sin dificultad alguna en
cualquiera de las familias de la banda, pero si el niño, debido a
su corta edad —el destete no se produce hasta los tres años—,
se ha desplazado con sus padres, su vuelta está revestida de un
ritual social que viene a confirmar lo que estamos diciendo: cada
miembro de la banda pasa delante del pequeño y tocándole el
labio superior recita una fórmula de presentación, en la que tras
decir su propio nombre «Yo soy...», añade: «que lo pases bien
entre nosotros».
Que esta asociación del mundo infantil con el poblado no es
arbitraria, queda además confirmado en una especie de
institución G/wi, que contrasta con la falta de cualquier institución
jerárquica o estatual en la comunidad G/wi: cada día una
persona, generalmente un anciano o una mujer, es nombrado
guardián del poblado, y su obligación consiste en cuidar e instruir
a todos los niños, mientras los adultos se dedican a sus
ocupaciones de caza o de recolección.
Ahora bien, si los niños son objeto de tales cuidados y en
apariencia tan bien recibidos, ¿por qué entre los G/wi la
procreación queda un tanto desplazada de la pauta cultural, y
según Silberbauer47 no se cuenta entre los principales fines del
matrimonio? Y en cualquier caso ¿por qué no se confía el
cuidado de los niños a aquellas personas que por pertenecer al
mismo segmento, serían en principio más dignas de confianza?
Creemos que la respuesta a estos interrogantes puede servir a
su vez para confirmar la relación entre los niños y el poblado, que
venimos defendiendo. En primer lugar, el principio de
asentamiento general —la compatibilidad—, aunque tiene su
expresión territorial en el campamento colectivo, creemos —y
más tarde trataremos de demostrarlo— que está en función de la
actividad que se desarrolla fuera del campamento. La caza y la
recolección son

47
O. c., pág. 314.
I: 4 Dos formas de semantización territorial 161

tareas bastante más urgentes y necesarias para la vida G/wi que


cualquiera otra actividad social o ritual. Llama en efecto la
atención, y así se ha puesto de relieve, la escasa importancia
que los bosquimanos prestan a cualquier tipo de ritual —a
excepción del iniciático—, a pesar de contar con una rica y
variada concepción mítica del universo48. La compatibilidad es
uno de los elementos imprescindibles de estas operaciones. Es
precisamente en el bosque donde la afinidad de caracteres
encuentra su justificante y sólo por extensión se ratifica en la
segmentación del territorio del po- poblado. Por otra parte, muy
posiblemente los niños constituyen un grave impedimento para
efectuar las labores de subsistencia, y aunque su presencia es
necesaria para mantener la continuidad del segmento, en el
fondo no son deseados. El moderado índice de natalidad —dos
o tres niños por término medio cada matrimonio— acompañado
por la prohibición expresa y dirigida al marido, de abstenerse de
las relaciones sexuales hasta que el niño haya experimentado el
destete (unos tres años, que se tienden a alargar de forma que
los niños se diferencien en edades de casi cinco años entre sí),
puede ser una prueba de que los niños, aunque no se confiese,
no son deseados. Asimismo esta actitud se reflejaría en
comportamientos tales como la poca importancia que se da a la
esterilidad —lo que contrasta fuertemente con lo que acontece
en otros pueblos «primitivos» sedentarios—; con una poligamia
admitida, pero excepcionalmente realizada y, en fin, en la
facilidad con que el divorcio es tolerado 49.
48
Cfr. C. Kluckhohn: «Myths and Rituals: a General Theory», en Harvard
Theological Review, 1942, 35, pág. 483.
49
Algunos de los hechos aquí señalados e interpretados han sido
revestidos de un valor muy diferente por los antropólogos que utilizan los datos
del Human Relations Area Files Research, como ya hemos indicado.
Sirviéndose de un método estadístico y tras numerosas asociaciones se llega,
entre otras cosas, a relacionar la duración prolongada de la prohibición de
mantener relaciones sexuales después del parto, con una ansiedad sexual
derivada de unas rígidas disciplinas infantiles, y asimismo con la patrilocalidad
y la poliginia. Según hemos visto esta asociación no se puede establecer en la
comunidad G/wi, donde impera el régimen matrilocal y una monogamia de
hecho, así como una ausencia de rigidez en la educación sexual de los niños.
Creemos que los datos, explicados tal como aquí lo hemos hecho, contienen
menos carga ideológica, ya que no se ha puesto como medio de interpretación
una teoría psicológica, ella misma discutible, como hace Whiting y otros autores
de la escuela citada, sino que los datos se relacionan directamente entre sí, sin
mediación alguna, apuntando ellos mismos a una conclusión. Por otra parte, el
método estadístico basado en rasgos, es acontextual, violando así una de las
normas culturales más esenciales: la ¡nterrela- cionalidad. Una valoración más
extensa de esta forma de proceder y de sus dificultades concretas puede verse
en nuestra Antropología Cultural y Psicológica, pág. 439 ss.
J. L. García, 11
Esta situación nos recuerda a la que con otro método y otro
material hemos creído encontrar en un grupo de características
muy similares a las de los G/wi que estamos estudiando. Nos
referimos a los pigmeos del Africa Ecuatorial, grupo, en efecto,
que ha sido identificado étnicamente, en numerosas ocasiones,
162 Antropología del territorio

con los bosquimanos, y que juntamente con los hotentotes y


algunos grupos negritos del sur de Asia, se consideraba el
representante del enanismo humano. Sin admitir esta fácil
asimilación entre todos estos pueblos por sus características
fisonómicas, conviene, no obstante, resaltar los profundos
paralelismos culturales. El seminoma- dismo pigmeo, muy
parecido al de los bosquimanos, encuentra en los niños una
dificultad considerable para desarrollarse, por ello hemos podido
ver, a través de las leyendas de los pequeños pobladores del
bosque ecuatorial, que tras el esmerado cuidado que se presta
al mundo infantil, se esconde un rechazo, no manifiesto, que se
traduce a veces en la tendencia al infanticidio en aquellos casos,
como el nacimiento de gemelos, en los que el hecho se puede
racionalizar culturalmente 81.
Nos hemos acercado así al significado del poblado colectivo,
dentro de la cultura G/wi, y hemos podido constatar que la
semantización del mismo es de naturaleza predominantemente
cultural, y que más allá de su apariencia espacial y de su
distribución visible, se oculta toda una elaboración mental, de tipo
cultural, que le convierte en territorio y le da su único sentido. El
espacio ocupado por el campamento colectivo es un sustrato
donde se asientan la problemática y las soluciones concretas que
los G/wi encuentran para compaginar los distintos elementos de
su cultura. Resumiendo podríamos decir que el poblado G/wi es
la expresión territorial de dos aspectos fundamentales de los
G/wi, y al mismo tiempo contradictorios: la importancia de las
tareas de caza y recolección, así como de la compatibilidad de
caracteres para ellas necesaria, que se traduce en la
segmentación, o elemento desintegrador, del campamento
colectivo; y segundo, del gran problema que plantean los niños a
esta actividad, manifiesta en el carácter infantil del poblado y en
el efecto integrador de este elemento. El poblado existe por los
niños a pesar de las actividades necesarias de subsistencia.
Un segundo elemento territorial de los G/wi es el que hemos
venido llamando el bosque. La imprecisión de este concepto se
pone de manifiesto tras la descripción hecha anteriormente de
todo el entorno G/wi. Es evidente que lla-

81
Cfr. Antropología Cultural y Psicológica, pág. 561 ss.
I: 4 Dos formas de semantizadón territorial 163

mamos bosque al mundo exterior que rodea en una extensión


más o menos amplia al poblado, aunque la flora, que en él se
encuentra no justifique en ocasiones esta denominación. Con
esa aclaración seguimos utilizando el término. ¿Qué significado
tiene el bosque para las bandas G/wi?
Toda la actividad G/wi está en función de los recursos que el
bosque puede proporcionar. El primer dato importante es que no
existe entre los G/wi una verdadera división del trabajo basada
sobre el sexo, y que la edad suele ser más determinante en esta
materia. Tanto las mujeres como los hombres se adentran en el
bosque para realizar sus faenas de aprovisionamiento, y la
aparente división de hombres cazadores y mujeres recolectoras,
no tiene dentro del grupo mayores repercusiones sociales.
Silberbauer51 observa que ello es debido al escaso énfasis que
se da a la distinción masculino y femenino y a lo poco
contrastados que están los papeles de los hombres y de las
mujeres. En realidad los hombres pueden dedicarse también a la
recolección, y las mujeres practican la caza de pequeños
animales. La limitación que les impide acceder a la caza mayor
es debida más a la naturaleza física que a cualquier ideología
sobre la mujer.
Los límites de la caza y los de la recolección coinciden
exactamente dentro del territorio de cada banda G/wi. Con-
trariamente a lo que es común en numerosos grupos, las mujeres
se adentran en el bosque tanto como los hombres, y si éstos, en
una de sus cacerías, encuentran una zona donde abunden los
frutos u otros vegetales útiles para la subsistencia, se abastecen
ellos mismos y luego lo comunican a los demás miembros para
que orienten su búsqueda hacia aquel lugar. En la práctica, sin
embargo, los cazadores suelen alejarse más del poblado que los
recolectores, lo que se comprende fácilmente si se examinan los
detalles de cada operación. Cuando en estas salidas se advierte
algún lugar que pueda ofrecer ventajas por la riqueza de sus
recursos naturales, se toma buena nota de él, por si la banda
decide colocar allí el siguiente campo colectivo.
Pero ni la caza ni la recolección son actividades colectivas.
En el bosque se distribuyen los G/wi por pequeños grupos para
la recolección, que en los períodos de caza están compuestos,
en su mayoría, por las mujeres más allegadas. Cuando la caza
escasea o es necesaria una fuerza
mayor para alcanzar las plantas de mayor tamaño o las más
intrincadas, los hombres del segmento se unen a esta operación.
La caza requiere una colaboración mayor y es lógico que el
51
O. c., pág. 304.
164 Antropología del territorio

principio de compatibilidad sea el que se sigue para formar los


grupos que han de trabajar conjuntamente. Existe todo un
lenguaje de caza a base de gestos y de miradas, así como una
complementaridad de tareas, que hacen necesario el mayor
entendimiento entre los que marchan en la misma dirección.
Normalmente estos grupos se reducen a dos personas, que
previamente se ponen de acuerdo con las demás parejas para
no interferirse en sus respectivos campos. Es una medida
exclusivamente táctica. Pero cada pareja cuenta con los
ayudantes que sólo son requeridos cuando la noche sorprende a
los cazadores en el bosque, o cuando éstos han capturado más
de una pieza, circunstancia que rara vez se cumple debido a una
concepción metafísica del Universo, según la cual el Ser
Supremo Nladima se encolerizaría si los cazadores matasen más
animales de los que necesitan y si los recolectores arrancasen
más plantas de las que van a poder utilizar.
En el bosque, por tanto, tiene una vigencia efectiva el
colaboracionismo resaltado por la cultura G/wi, y sin ningún
género de duda se puede afirmar que la vida del bosque está
más en consonancia con la informalidad de las instituciones
sociales de los G/wi que la del poblado. La escasa rituali- zación
y la carencia casi total de pautas colectivas hace pensar en una
existencia individualizada por afinidades. El bosque dentro del
conjunto G/wi se identifica con la vida adulta, y si es cierto que
tanto las muchachas como los adolescentes acompañan a sus
padres en sus respectivas tareas desde una edad bastante
temprana, ello sólo acontece en la medida en que pueden prestar
alguna ayuda a los mayores, y cuando la edad les permita ya
retener las instrucciones que in situ les pueden ser dictadas. Pero
para entonces la muchacha está ya muy cerca del matrimonio, y
tiene que adiestrarse en las pequeñas obligaciones que su nuevo
status lleva consigo, y el adolescente frecuenta el campo de
solteros, es decir, se le reconoce una cierta mayoría de edad. La
integración total al mundo de los adultos no tendrá lugar hasta
que, después del matrimonio y transcurrida la ceremonia de
iniciación —durante un período de tiempo más o menos largo—,
den prueba de estar capacitados para asumir con éxito las
ocupaciones del bosque.
I: 4 Dos formas de semantización territorial 165

Si el significado territorial del poblado se identifica con el


mundo infantil, y el del bosque con el adulto, la edad intermedia
se encuentra desplazada tanto de un sitio como de otro. Y este
hecho se cumple más plenamente en el caso de los adolescentes
que en el de las muchachas. Mientras éstas, como hemos dicho,
solucionan en parte su problema al contraer matrimonio a la edad
de siete años, los varones se casan a los catorce o quince, y
aunque ni unos ni otros se integran todavía a la vida adulta, este
paso significa, cara a la infancia, una separación socialmente
reconocida. Pero cuando en el caso del varón se realiza este
reconocimiento, ha dado ya muestras más que suficientes para
que el límite con la infancia haya sido tácitamente trazado.
Fluctuantes desde el límite natural al límite social por falta de
unos peldaños institucionalizados más explícitos, los jóvenes de
esa edad se erigen en grupo, y aunque ninguna actividad les es
propia como tales, sino aquella que separadamente realiza cada
uno, según su estado de aprendizaje, dentro del segmento al que
pertenece, frecuentan un lugar común, ubicado
significativamente en el centro del poblado, y allí, sin otra misión
específica que cumplir como grupo, se dedican a la actividad
coloquial, que no en vano tienen fama los bosqui- manos de ser
el pueblo más hablador de la Tierra.
La casa de juventud, como institución, es frecuente en
pueblos de los cinco continentes, y su ubicación en el centro del
campamento no es una excepción. La reiteración con que se
tematiza el centro en todos los grupos humanos ha hecho que se
elabore toda una teoría arquetípica de su significado. «El
simbolismo del centro —dice Mircea Eliade ______________
no es necesariamente una idea cosmogónica. Originariamente
es ‘centro’, sede posible de una ruptura de los niveles, todo
espacio sagrado, esto es, cualquier espacio sometido a una
hierofanía y que manifiesta realidades (o fuerzas, figuras, etc.)
que no pertenecen a este mundo, que vienen de otra parte y, en
primer lugar, del cielo. Se llegó a la idea de un ‘centro’ porque se
tenía la experiencia de un espacio sagrado, lleno de una
presencia transhumana: en este punto exacto se manifestó
cualquier cosa de arriba (o de abajo). Más tarde, se creyó que la
manifestación de lo sagrado en sí mismo implicaba una ruptura
de los niveles»82.
No es este el lugar para comprobar el valor transcultural de
este motivo. El descifrar el significado de la misma forma
simbólica en distintas culturas es un problema complejo
que requiere, en cualquier caso, una interpretación a la luz de los
demás elementos de la pauta cultural, y el supuesto significado

82
El Chamanismo. F.C.E. Méjico, 1960, pág. 209.
166 Antropología del territorio

transcultural nunca puede inferirse de la comparación


cuantitativa de datos acontextuales. No obstante, a nadie se le
escapa que estamos aquí ante una delimitación territorial casi
universal, prescindiendo de lo que en cada caso signifique. El
motivo es común, casi sin excepción, a los llamados pueblos
primitivos, se encuentra insistentemente en las culturas
orientales, y entre nosotros son varias las expresiones que
testimonian su vigencia: el centro del pueblo o de la ciudad,
acompañados generalmente por alguna construcción (iglesia,
ayuntamiento, etc.) o alguna delimitación que lo resalta, y otras
muchas que perteneciendo a distintos campos semánticos
guardan, sin embargo, relación con el concepto de centro
territorial: así centro de interés, centro comercial: e igualmente
las representaciones del centro plásticamente recogidas en
numerosos juegos infantiles y adultos. Que el concepto es
importante no se puede poner en duda, que su significado es
transculturalmente unívoco necesitaría quizás una comprobación
más paciente. Podemos, no obstante, preguntarnos por el
posible significado del centro, tal como se constata en la cultura
G/wi, y ver qué valor territorial puede encerrar, prescindiendo de
que las conclusiones sean válidas o no para aclarar el concepto
tal como lo utilizan otros grupos.
El centro del poblado, donde se reúnen los solteros, tiene a
primera vista un significado exclusivamente masculino, y más
concretamente, referido a una edad de transición entre la infancia
y el estado adulto. Ahora bien, el centro es ante todo una idea,
rara vez una realidad que podríamos llamar geométrica. En
efecto, la ubicación de los centros de jóvenes entre los G/wi casi
nunca responde al centro real del poblado, aunque sí a la visión
del centro que tienen los distintos individuos. Sucede lo mismo
con los múltiples centros reconocidos en casi todos los
subgrupos de nuestra cultura: afirmar que la iglesia está en el
centro del pueblo suele ser geométricamente tan falso como
culturalmente real. Consecuentemente el centro no es un
referente derivado, como sucede en las ciencias exactas del
espacio, sino un punto inicial de referencia. El centro es
determinante y no determinado.
Sin comprometernos con ningún significado arquetípico, y
desde un punto de vista puramente operativo, la planificación
territorial de un grupo G/wi, y posiblemente de un gran número
de comunidades humanas, por no decir de todas, se realiza a
partir de la idea centro. Si por otra parte esta ¡dea centro no
concuerda con el centro geométrico correspondiente, se puede
afirmar que el centro territorial es predominantemente cualitativo.
Cuando Lévy-Bruhl señaló que dentro de la mentalidad prelógica
las relaciones de tiempo y de espacio eran cualitativas y no
cuantitativas, estaba guiado por una gran intuición; su fallo, sin
I: 4 Dos formas de semantización territorial 167

embargo, radica en que restringió la extensión de esta idea a un


determinado tipo de mentalidad, aunque es posible encontrar en
sus obras indicios de que la mentalidad prelógica es más una
forma efectiva de la mente humana que una manera
potencialmente específica de determinados grupos humanos.
Dejó de esta manera abierta la posibilidad de identificar los dos
tipos de mentalidad con los dos mecanismos potenciales de
actividad de toda mente humana: los que anteriormente hemos
descrito bajo las denominaciones de procesos metafóricos y
metonímicos.
Ahora bien: el espacio cualitativo es un espacio seman-
tizado y, en consecuencia, el centro cualitativo es el punto a partir
del cual se organiza un campo semántico. Es posible, por tanto,
que existan tantos centros como campos semánticos dentro de
una misma cultura. Y si el espacio físico es un sustrato, que
admite una gran pluralidad de interpretaciones, no es posible que
el territorio esté constituido por una red de significaciones, que
desde distintos puntos de vista apunten a campos semánticos
diferentes y, en consecuencia, que los centros semánticos con
base territorial sean múltiples. Nuestros lenguajes recogen
perfectamente esta situación: hablamos del centro político,
administrativo, religioso, cultural, etc., de un determinado lugar.
Este hecho tiene sus implicaciones metodológicas: la
interpretación del territorio humano puede llevarse a efecto desde
distintos puntos de vista; y la coherencia de cada uno de ellos en
particular dependerá de su pertenencia al mismo campo semán-
tico. Pero, como hemos indicado anteriormente, no todas estas
interpretaciones posibles son ya de temática territorial, pues, sólo
aquéllas que caen dentro del campo semántico de la
espacialidad serían consideradas como tales. Desde este punto
de vista lo importante no es que en el territorio se localice un
centro religioso o político, sino un centro espacial. Su significado
podrá ser, a su vez, religioso o político —y eso es precisamente
lo que se trata de esclarecer dentro de un estudio territorial—,
pero sólo cuando se cumpla esta condición (centro religioso o
político igual a centro espacial —aunque éste sólo sea centro
espacial desde el punto de vista de los individuos de la cultura, y
no en términos geométricos—) se podrá concluir que el espacio-
cen-
168 Antropología del territorio

tro como tal significa dentro del campo semántico de la religión o


de la política.
En el caso concreto de los G/wi, venimos observando que el
espacio territorial recoge significativamente una división por
edades, que lejos de ser arbitraria tiene profundo entronque con
las condiciones ecológicas y económicas del territorio. La falta
de estratificación social, bajo este concepto, de un poblado G/wi,
sólo traduce una apariencia manifiesta de dicha cultura, pues en
el momento en que el poblado es considerado sólo como un
elemento de la pauta territorial total y se atiende a su valor
relacional, respecto al bosque, nos encontramos con que la edad
no sólo es un rasgo social importante en la organización de la
banda G/wi, sino que constituye además el campo semántico
seleccionado en el proceso de formalización espacial, o lo que
es lo mismo: el territorio G/wi se ha formalizado a partir de los
problemas y asociaciones que se derivan del carácter temporal
de la vida humana.
¿Qué significa el centro de solteros G/wi, dentro del campo
semántico de la división por edades? Por una parte, parece claro
que la segmentación, propia del asentamiento adulto, dentro del
campo colectivo, pierde por completo su vigencia, en el centro
de solteros. Desde esta perspectiva este lugar responde más a
las características generales del poblado, como territorio infantil.
Pero al mismo tiempo los adolescentes que frecuentan el
espacio que la cultura les reserva están en un período de
semiintegración en las actividades de subsistencia, es decir, se
introducen progresivamente en el bosque.
Si por otra parte, como hemos visto anteriormente, el centro
no es un referente derivado, sino un punto a partir del cual se
formaliza el espacio en diferentes direcciones, nos daremos
cuenta de que la ubicación en el centro del poblado no es
propiamente un punto del poblado, sino un lugar límite para cada
uno de los términos de una contradicción. El centro del poblado,
asignado culturalmente a los adolescentes, señala el punto cero
donde se inicia o, si se quiere, donde termina la contradicción
dialéctica entre el mundo infantil y el mundo adulto, dentro de un
contexto cultural determinado. Lo podríamos representar de la
siguiente manera:

Poblado -e centro de jóvenes bosque


I: 4 Dos formas de semantización territorial 169

Resulta entonces que el centro de solteros reproduce el estado


ideal, la mejor solución posible, de la problemática que toda
comunidad G/wi tiene planteada. Por una parte, la segmentación
(pauta ideal del bosque) desintegra la vida social en el poblado, por
otra, la integración (pauta ideal del poblado) es una rémora para
las actividades del bosque. En el centro de solteros ambos ideales
se mantienen. Esta síntesis dialéctica no plantea un problema
derivado, sino que es la mejor solución posible a los problemas
reales de los grupos G/wi, representado en términos espaciales. A
partir de este ideal se construyen las soluciones posibles, que si se
revisten de significado temporal, según las distintas etapas de la
vida humana: infancia —adolescencia— y madurez, es porque,
como hemos visto, el verdadero problema es de clases de edades.
Pero en seguida nos damos cuenta de una dificultad. Hemos
afirmado anteriormente que no existe dentro de las bandas G/wi
una división por sexos, en el sentido fuerte del término. Y, sin
embargo, ahora nos encontramos con que el centro de solteros, al
que asignamos una importancia capital en el proceso de
semantización espacial, es de signo masculino. Sólo los varones
tienen acceso a él. ¿Se puede entonces seguir afirmando que el
territorio plantea exclusivamente un problema de edades? Cierto
que no conviene exagerar la no pertinencia de la división, por
sexos. En cualquier sociedad se da ineludiblemente como una
realidad natural. Sin embargo, lo que aquí queremos decir es que
esta división no constituye un tema importante dentro de la cultura
G/wi, y en la práctica no crea problemas reales. Creemos que si el
centro de solteros es exclusivamente masculino no se debe a una
oposición de este lugar con un reducto femenino, real o ideal, sino
que es consecuencia inmediata de la organización social de los
G/wi. La mujer que contrae matrimonio a la edad de siete años, no
dispone de una dilatada etapa en la que su fisiología le permita
realizar medianamente los trabajos de los adultos. Pasa
directamente de la infancia al matrimonio, y es como si de esta
manera la sociedad hubiese abordado el problema de la edad
femenina. El campo de solteros se le cierra más por innecesario
que por una supuesta oposición entre lo masculino y lo femenino.
Por lo demás existe en este matrimonio temprano de la mujer una
funcionalidad sorprendente con los modelos culturales de
subsistencia, basados en la cooperación, como unidad, de las
fuerzas masculinas y femeninas. La mujer G/wi, sin ser en esto
excepción a la regla del intercambio de mujeres tan común en las
sociedades tradicionales, es una
baza que juega el grupo, tan pronto como le es posible, para
asegurarse, por medio de las alianzas endogámicas —dentro de la
banda— o exogámicas —fuera de ella—, unos recursos adecuados
para subsistir. Que la finalidad principal del matrimonio es de índole
cooperativista frente a la subsistencia no sólo se manifiesta en las
170 Antropología del territorio

alianzas efectivas de él derivadas, sino también en la expectativa


cultural de que la nueva pareja sea capaz de autoabastecerse
económicamente. Ello hace que no sea la capacidad de concebir,
como acontece en otros grupos, condición requerida para iniciar
una vida en común. Como queda dicho, los hijos no son nunca un
fin importante del matrimonio, y ello explica que aunque la coha-
bitación se inicia cuando la mujer tiene sólo siete años, ge-
neralmente el primer hijo no viene al mundo hasta que no hayan
transcurrido otros ocho o nueve más. Las mujeres G/wi, al igual que
sus compañeras bosquimanas, no llegan a la pubertad hasta los
quince o dieciséis años de edad. El que este hecho no se tenga en
cuenta para formalizar el matrimonio indica que la finalidad de éste
es de otro tipo. De nuevo aquí, y esta vez por lo que respecta a
fenómenos biológicos de tipo temporal, el proceso de
semantización reviste a la edad, lo mismo que hace con el territorio,
de unos significados indeterminados en relación con las
características de su misma base, y una vez más la distinción entre
procesos físico-biológicos y procesos socio-culturales, adquiere su
plena vigencia. La mayoría de edad biológica y la mayoría de edad
social son dos fenómenos separados que no van por el mismo
camino.
Podemos concluir, por tanto, que el centro de solteros está
significado dentro del campo semántico de edades y no del sexo;
que simboliza el equilibrio entre las actividades de subsistencia y la
vida social; y que la distribución manifiesta del espacio G/wi, según
el diagrama de la página 156, sólo aparentemente es verdadero.
Los ejes general-particular e interno-externo, que a manera de
tanteo hemos formulado, no son significativos. El centro del
poblado no es un lugar interior del poblado, sino un punto límite,
tanto del poblado como del bosque, y significa la misma frontera
entre la infancia y la vida adulta, entre la vida sedentaria y el noma-
dismo, entre la actividad social y las condiciones de subsistencia.
Todos estos problemas emanan de unos condicionantes
ecológicos y económicos por una parte, y por otra de la necesidad
de una vida social bien establecida. Y la explicación territorial de
todos ellos echa mano de un código que utiliza los valores
semánticos de las distintas edades. El diagrama de la distribución
territorial aparente de los G/wi
I: 4 Dos formas de semantizaclón territorial 171
debe ser sustituido, de momento, por otro que reproduce la
situación real de los significados territoriales, según los siguientes
elementos y relaciones:
Campo de solteros
Adolescentes

Niños *------------ Adultos


Bosque
Poblado
En él se recogen perfectamente las oposiciones niños/ adultos
y poblado/bosque que hemos explicado. Esta oposición dialéctica
se resuelve en el límite, o síntesis, que significa el campo de
solteros a nivel territorial, y la adolescencia a nivel de edades. Las
dos tríadas de conceptos son equivalentes y se podría afirmar que
la equiparación de categorías biológicas (edades) y categorías
físicas (espacio) hace que dejen de ser biológicas y físicas en
sentido estricto, para convertirse ambas en culturales. Una
generalización de este hecho nos conduciría a afirmar que la
cultura es una «puesta en dialéctica» de los distintos elementos del
organismo y del medio.
Pero en la precisión de este esquema territorial G/wi hemos
perdido un referente territorial: el campo iniciático. Previsto o
ubicado en el bosque, este lugar no encuentra ahora hueco dentro
del diagrama territorial de tres términos que hemos esbozado. Por
otra parte sería incompleto seguir hablando de un campo iniciático
unido exclusivamente a la ceremonia femenina que hemos
descrito, ya que entre los G/wi también los adolescentes son
iniciados, y el rito prevee una reclusión de diez días en una choza
construida previamente en el bosque. Durante este tiempo los
mayores, que se les han unido, les enseñan una danza secreta y
les instruyen sobre la forma de comportarse y especialmente sobre
las artes de la caza. Para que consigan esto último se les practican
unas incisiones a la altura de la clavícula. Finalmente, los
172 Antropología del territorio

adultos regresan al poblado y los jóvenes pasan la noche en el


bosque, dedicados a la caza. A diferencia de la iniciación femenina
que es individual, la masculina se celebra conjuntamente para unos
diez muchachos y esto tiene siempre lugar en el otoño o el invierno,
cuando toda la banda está reunida. En realidad la sencillez de esta
ceremonia contrasta fuertemente con su equivalente femenino, y
así como todas las muchachas han de someterse al ritual iniciático,
entre los varones son muchos los que por falta de circunstancias
propicias no han sido iniciados. El rito masculino de los G/wi carece
de la solemnidad que tienen otros rituales de pubertad entre
numerosos pueblos, y en cualquier caso confluyen en él unas
circunstancias especiales, raramente repetidas en algún otro
grupo, que nos inclinan a pensar que no se trata de un rito iniciático
propiamente dicho equiparable a otros conocidos: el muchacho
está ya casado cuando accede a él, desaparece el motivo central
de la muerte simbólica, y apenas existe un control social que dirija
el ritual. En el caso de la iniciación femenina sorprende igualmente
que la joven ya esté casada cuando se realiza, pero su sentido está
más en consonancia con los ritos de madurez femenina que
conocemos: es individual, se centra en torno a la menstruación,
tiene una instrucción y no están ausentes las pruebas de
integración grupal. La presencia del marido al final del rito es
específica de los G/wi, y casi nos atrevemos a decir que el
problema de la fecundidad masculina, planteado en otros ritos de
iniciación masculinos, y solucionado, como hemos demostrado en
otro lugar53, por la presenciá del simbolismo de la muerte, se
aborda aquí en términos distintos pero equivalentes: la unión
simbólica o el reconocimiento social de un matrimonio ya existente,
pero socialmente desatendido. La llamada ceremonia femenina de
iniciación entre los G/wi podría ser igualmente la correspondiente
masculina, y de esta manera se dejaría entrever todavía más la
profunda unión funcional de los sexos en una sociedad donde
predomina la división por edades. En cuanto a la ceremonia
específicamente masculina que acabamos de reseñar, muy
posiblemente se trata de una iniciación a aquella parte de la
actividad colectiva, que más por imposiciones reales (fuerza física,
etc.), que por una reflexión social, permanece reservada a los
hombres: la caza mayor. No sería, pues, una ceremonia de
madurez, en el sentido habitual de este término.
Decíamos anteriormente que la iniciación G/wi diferencia dos
tipos de espacios: el ceremonial y el profano. Profano no tiene aquí
el significado de opuesto a sagrado, sino
53
Antropología Cultural y Psicológica, pág. 529 ss.
simplemente hace alusión a aquellos aspectos territoriales que no
se ven afectados por la iniciación, mientras que otros, en los que
concurre esta condición, los integramos dentro del espacio
ceremonial. Esta salvedad tiene por objeto no prejuzgar
conceptualmente un ritual. Si la iniciación pertenece a las
I: 4 Dos formas de semantización territorial 173

categorías de lo sagrado o a otras propias, es algo que no podemos


discutir aquí. En cualquier caso queremos observar que la
categoría de lo sagrado, en sentido territorial, sólo es una forma
particular de un conjunto más amplio —en el que cabría también el
espacio ceremonial—, y que se caracteriza por la -movilización de
los signos de exclusividad (positiva y negativa) hasta una
intensidad máxima. Esta característica crea un/género de territorio,
y los temas que dentro de él se tratan-significan la especie. Un
territorio con elevado índice de exclusividad positiva y negativa
(género) puede ser sagrado, ceremonial, etc. (especies), según se
motive esta situación por- elementos de uno u otro tipo. Si conve-
nimos en que la órbita de lo religioso es sagrada, un templo, o
cualquier lugar investido de ese trasfondo, crea un territorio
sagrado donde se cumplen los valores extremos de la exclusividad:
positiva respecto a la divinidad a la que el templo se dedica, y
negativa respecto a los fieles de esa divinidad que, fuera de cierto
tiempo, pisarán ese territorio con la conciencia de que no les
pertenece. Si lo que configura el espació de este género es un
ritual, pongamos por caso el ceremonial G/wi que estamos
considerando, la choza de reclusión se reviste de una intensa
exclusividad positiva respecto a la neófita, y simultáneamente
negativa, en relación con los demás individuos del grupo. Somos
conscientes de la vaguedad del término «valores extremos de
exclusividad», pero su precisión se llevará a efecto a la luz del
análisis concreto. Igualmente el término «movilización» es
importante, e indica que un territorio, susceptible de tener un signi-
ficado coherente con la pauta territorial general, se transforma o
moviliza hacia campos semánticos distintos, por la presencia de un
elemento específico, que puede abarcar desde un objeto visible a
una creencia. El estudio territorial de la iniciación G/wi matizará a
su vez este concepto.
La ceremonia que nos ocupa se inicia con un doble signo
territorial: la joven abandona el poblado, en el que había vivido
hasta entonces, y se recluye en un lugar que se le asigna
expresamente. Es decir, un territorio de exclusividad positiva se
convierte en negativa, y simultáneamente se crea un punto de
fuerte exclusividad positiva, respecto a la iniciada, y negativa, en
relación con los demás miembros del grupo. Este punto que, por
ser positivo respectóla la mucha
174 Antropología del territorio

cha objeto de la iniciación representa directamente el espacio


ceremonial, está apartado del poblado, y su característica pautada
más importante es la separación del núcleo habitado: es, por tanto,
simbólicamente un punto más allá de los límites del poblado. Y si
tenemos en cuenta que territorialmente los límites del poblado
están representados por el centro de solteros, debemos concluir
que el lugar ceremonial al que nos referimos está más allá del
centro de solteros.
Ahora bien, si nos fijamos en los acontecimientos que tienen
lugar durante la iniciación, observamos que éstos son de
naturaleza colectiva, ya que todos los representantes de la banda
intervienen en ellos de una u otra forma. Por otro lado, durante la
iniciación se establece un intercambio constante con la vida del
poblado y de los límites de éste más que con el bosque, y en
realidad la pauta territorial prevee que el lugar de reclusión se sitúe
apartado del poblado, pero no demasiado lejos de él.
Si esto es así ¿no estaremos ante un eslabón más de la
representación territorial de las edades, significado ahora por un
punto intermedio entre los límites del bosque y el bosque? Cabría
hablar, en ese caso, de una sucesión territorial en los siguientes
términos: poblado, centro de solteros, centro iniciático, bosque. Y
si nos fijamos en la ruta «para- iniciática» del marido de la neófita,
vemos que no hace otra cosa que recorrer a su vez este camino:
cuando la muchacha se recluye, él abandona el poblado: se dirige
al centro de solteros con la prohibición expresa de no adentrarse
en el bosque; es luego conducido a la choza iniciática y, a
continuación, a través de la ceremonia del contacto con las armas
se le ab en las puertas del bosque. Y en términos de edades el
oaralelismo sería el siguiente: abandono de la infancia, per-
manencia en la adolescencia, reconocimiento de la madurez j
admisión a la vida adulta. Pero esto no explica la complejidad de la
ceremonia.
Cualquier rito se sitúa en un tiempo reversible. El rito
presupone un dominio del tiempo, una superación del tiempo lineal
por medio de la implantación del tiempo circular. Frente a la
irreversibilidad de los hechos biológicos y físicos, que acabaría con
el hombre mismo, el ritual propone una manipulación del tiempo,
de forma que éste sea reversible, representable y en definitiva
dominado. Como hemos visto, toda la vida social está
fundamentada en este dominio del tiempo, en esta superación de
la individual imprevisible, a falta de reiteración institucional. En este
sentido el compor-
tamiento cultural aprendido mantiene en su base una cir- cularidad
temporal, ajena al comportamiento instintivo.
En la iniciación G/wi el territorio es tratado desde distintos
puntos de vista, según se relacione con uno u otro sujeto territorial.
I: 4 Dos formas de semantización territorial 175

Común a todos ellos es la acentuación de exclusividad (positiva o


negativa) a la que aludíamos. Los cambios territoriales introducidos
por la iniciación, en términos de exclusividad, son los siguientes:
Neófita: exclusividad positiva respecto al campo iniciático
exclusividad negativa respecto al resto del territorio
Marido: exclusividad positiva respecto al campo de solteros
exclusividad negativa respecto al resto del territorio
exclusividad negativa, en un primer momento, respecto
al campo iniciático
Varones: exclusividad positiva respecto al bosque
exclusividad negativa respecto al campo iniciático
Mujeres: exclusividad positiva respecto al poblado
exclusividad negativa respecto al campo de solteros
Las demás relaciones territoriales no varían. Sin embargo,
todos los elementos del territorio, en uno u otro sujeto, han sido
alterados. El bosque se cierra al marido, que ya no puede penetrar
en él para cazar y a la neófita, a causa de la reclusión. Por el
contrario, los jóvenes encargados de alimentar al marido deben
frecuentar obligatoriamente el lugar de caza que sólo a medias les
pertenecía. El poblado es abandonado por los dos esposos en
direcciones distintas, mientras que el centro de solteros es ahora el
único refugio para un hombre casado y, en fin, el centro de
iniciación recoge a la neófita, a las mujeres guía y posteriormente
al marido, mientras excluye al resto de la banda. Al conjunto de
estos cambios es a lo que hemos llamado movilización de los signos
de exclusividad, propia de la territorialidad meto- nímica, y si ello se
da en un contexto ceremonial es porque todos estos puntos del
territorio, que cambian de signo, son utilizados por la ceremonia, y
ya en el caso concreto de los G/w¡, se puede afirmar que todo el
territorio se convierte, en uno u otro sentido, en ceremonial. Pero
¿qué significa esta formalización territorial de tipo contextual, y qué
relación guarda con la distribución del territorio que acabamos de
analizar?
Contra lo que normalmente suele suceder en la comunidad
G/wi, la iniciación distribuye el territorio según un código de sexo y
no de edades. Sobre un eje de oposición de este tipo, constituido
por el marido y la esposa, se establece
otro formado por las mujeres y los varones. Paralelamente el
territorio se reorganiza. Otros dos ejes equivalentes: campo
iniciático/campo de solteros y bosque/poblado recogen la
nueva problemática. En efecto, con la aparición del campo
¡niciático, el centro de solteros, que sólo como consecuencia
natural del temprano matrimonio de las muchachas G/wi era
asianado a los varones, conservando esencialmente un sig-
nificado de edad, se convierte ahora en un punto de signo
masculino, frente al marcado carácter femenino del lugar de
iniciación. Al mismo tiempo, el bosque deja de ser recinto de
Antropología del territorio
176
adultos, para transformarse en territorio de varones: mientras
los jóvenes que atienden al marido tienen que proporcionarle
sustento, es decir, frecuentar el bosque la esposa no puede
esperar este favor de las mujeres que la guardan, y sólo
subrepticiamente podrán éstas suministrárselo. Finalmente las
mujeres serán las introductoras de la esposa en el poblado,
tanto en el territorio como en el grupo social reunido Y más aún,
el final de la ceremonia culmina con dos actos de signo muy
distinto: la introducción del marido en el bosque, por medio de
la purificación de las armas, y la introducción de la esposa en
el poblado.
Como se ha podido observar, lo que apuntábamos ante-
riormente es una realidad: la ceremonia de iniciación G/wi,
aparentemente femenina, es también masculina. Los tres mo-
mentos de todo rito de paso, señalados por van Gennep, se-
paración, marginación e integración, se cumplen doblemente en
ella: la esposa es apartada del poblado, marginada en el campo
iniciático y agregada de nuevo al poblado, mientras que el marido,
deja el poblado, se recluye en el campo de solteros y se agrega
al bosque. La esposa cuenta con la asistencia de las mujeres, el
marido con la de los hombres, y al final del ritual son agasajados
conjuntamente por el grupo, que les regala todo tipo de adornos.
En la ceremonia de iniciación los niños apenas juegan papel
alguno como tales, únicamente se agrupan en torno a sus padres
para recibir a los iniciados al final de la ceremonia, en un
momento en que la vigencia de la redistribución territorial
introducida por el ritual está a punto de desaparecer. Todo
acontece como si a medida que la ceremonia se acerca a su fin
las diferenciaciones entre los sexos se fuesen atenuando de
nuevo, y los actos conjuntos marido/mujer acabasen
definitivamente con esa diferenciación, volviendo a girar otra vez
la vida social en torno al eje de edades.
Según esto, el esquema territorial de la iniciación sustituye
un código de edades por otro de sexos, estableciendo una serie
de asociaciones entre los elementos pertenecien-
/: 4 Dos formas de semantización territorial 177

tes a cada uno de ellos. Y si tenemos en cuenta que durante el


rito de madurez el centro de solteros pierde esta característica y
se convierte simplemente en lugar de reclusión, su funcionalidad
queda asimilada a la que tiene el campo ini- ciatico,
diferenciándose de éste sólo en su carácter masculino. Incluso la
visita que realiza el marido a la choza iniciá- tica, asi como los
episodios rituales a que allí se le somete tiene su contrapunto en
la visita que cursa la esposa al centro de solteros, con la finalidad
de purificar las armas del marido, depositadas en aquel lugar.
El que en el transcurso de la iniciación se celebre la unión
simbólica de los esposos, representado así el reconocimiento
social del matrimonio, tiene su importancia y de nuevo nos
encontramos aquí con una fuerte oposición dialéctica entre los
sexos, territorialmente corroborada, que es superada en la
síntesis social de la unión simbólica y del acercamiento por medio
de las visitas recíprocas del centro iniciatico femenino y del
campo de solteros masculino De esta manera el planteamiento
territorial de la iniciación respondería al siguiente diagrama, que
como se puede observar utiliza el esquema relacional de la
distribución territorial anteriormente expuesta, pero establecida
ahora entre términos sustituidos por su formalización
metonímica:

Mujeres
Hombres
Poblado Bosque
Centro de solteros
Campo iniciátlco
Esposos

Comparando los dos esquemas se ve claramente que los


elementos territoriales han cambiado de significado. El campo de
solteros ha encontrado un correlato territorial, iqual- mente como
centro, en la nueva situación dual que plantea la iniciación. No
son dos puntos opuestos, sino dos opuestos que se unen en un
solo punto. De nuevo la división es, a nivel de significado,
tripartita y dialéctica, y la diferencia én- tre las dtf» concepciones
territoriales, la que podríamos llamar cotidiana o metafórica y la
ceremonial o metonímica
J. L. García, 12
178 Antropología del territorio

estriba en que la primera se plantea dentro de un tiempo


irreversible, formado por el eje de las edades, que no garantiza una
solución definitiva a la estructura social, mientras la segunda se
mueve dentro de un esquema reversible de tiempo, que es lo propio
de todo ritual, como ya hemos indicado, y que completa como
solución el planteamiento anterior. Pues la Mnealidad de una
concepción de edades: niños, adolescentes, adultos, sólo puede
mantenerse complementada por la circularidad que garantiza la
unión de los sexos.
La complicada y peculiar ceremonia G/wi de iniciación tiene por
misión subsanar las difidencias lógicas de un esquema coherente
pero incompleto. Esta forma peculiar de concebir la vida social da
como resultado una ceremonia ini- ciática que no responde
estrictamente al esquema arquetípi- co de los ritos de iniciación.
Pero la coherencia de los elementos en ella utilizados con toda la
pauta sociocultural nos inclina a pensar que muy probablemente se
trata de una adaptación concreta a partir del arquetipo general.
Con este análisis creemos haber demostrado que el territorio
puede funcionar, y en el grupo G/wi sucede así, como un sustrato
espacial susceptible de investirse de significados específicos, Las
relaciones entre los distintos significados es de tipo dialéctico, y el
análisis conduce a las condiciones sociales, ecológicas y mentales
sobre los que se fundan los esquemas. Por otra parte, estos
significados pueden ser sustituidos por otros, que perteneciendo a
campos semánticos distintos, guardan no obstante una relación
meto- nímica con los anteriores. Que las mujeres se puedan rela-
cionar metonímicamente con los niños (comparando los dos
diagramas), los varones con los adultos (en cuanto provisores de
alimentos) y los adolescentes con la fecundidad misma, es algo que
no está muy lejos de nuestra forma de pensar, pero que en
cualquier caso parece ser un hecho en la comunidad G/wi, donde
al lado de los comportamientos ideales, o pautados, que
profusamente hemos descrito anteriormente, existen otros que son
requisito imprescindible para llenar las lagunas sociales que
aquéllos dejan sin cubrir. Por ejemplo, el niño pertenece al poblado,
su educación es colectiva, pero en su más temprana edad es la
madre quien se encarga exclusivamente de él, llevándole a todas
partes sujeto a su cuerpo, durmiendo con él, etc., y si esta situación
se rompe bruscamente con el destete, entrando el niño entonces a
vivir dentro de los moldes colectivos prescritos, no cabe duda de
que la asociación, por real, es más que posible.
I: 4 Dos formas de semantlzaclón territorial 179

De esta confrontación podemos concluir que el territorio


humano juega un papel importante dentro de la organización
sociocultural del grupo. Que no se trata de un asentamiento
arbitrariamente distribuido, y que es posible leer a través de el los
problemas y soluciones que el grupo tiene planteados. Y todo ello
dentro de una lógica que no tiene por qué ser prejuzgada y valorada
de antemano en una dirección. Levi-Strauss, tras el análisis de las
formas de asentamiento de las aldeas bororo, llega a la conclusión
de que «la distribución circular de las chozas alrededor de las casas
de los hombres tiene una importancia tan grande en lo que concier-
ne a la vida social y a la práctica del culto, que los misioneros
salesianos de la región del Rio-das-Garcas, comprendieron
rápidamente que el medio más seguro para convertir a los bororo
es el de hacerles abandonar su aldea y llevarlos a otra donde las
casas estén dispuestas en filas paralelas. Desorientados en
relación con los puntos cardinales, privados del plano que les
proporciona un argumento, los indígenas pierden rápidamente el
sentido de las tradiciones, como si sus sistemas social y religioso
fueran demasiado complicados para prescindir del esquema que
se les hace patente en el plano de la aldea y cuyos contornos son
perfectamente renovados por sus gestos cotidianos»54.

54
Tristes Trópicos, pág. 210.
SEGUNDA PARTE

Análisis territorial de dos


comunidades españolas
.
Introducción

Las páginas que siguen tratan de explicitar las conclusiones


anteriores desde una perspectiva concreta. Hemos elegido dos
núcleos de población, o dos unidades territoriales bien distintas,
aunque ambas pertenezcan a la misma región administrativa:
Asturias. Con ello pretendemos partir del hecho de que los estudios
regionales de tipo cultural no pueden abordarse desde una supuesta
unidad más o menos política, que en muy pocos casos responde a
las unidades reales, en las que se agrupan las comunidades que la
integran. En uno de los casos se trata de un pueblo del concejo de
Mieres, con una forma de vida predominantemente volcada hacia la
minería, y en medio de una serie de circunstancias que, en principio,
pueden tener afinidad con núcleos, de las mismas características,
de otras regiones. El pueblo en cuestión, Bus- tiello, representa un
caso típico de población de reclutamiento, en función tanto de una
forma de producción, como de una infraestructura territorial ya
prefijada. El segundo, por el contrario, es un concejo de medianas
dimensiones, donde la vida es predominantemente agrícola y
ganadera, y en el que el sustrato espacial ha ido desarrollándose
paralelamente con la evolución de la estructura social. En el primer
caso la pertenencia a una unidad superior, como podía ser el con-
cejo, no es significativa; en el segundo, el concejo tiene una eficacia
territorial. En Bustiello se da una ruptura con una forma de vida
tradicional, agrícola y ganadera, que pervive aún en las zonas de los
alrededores; en Villanueva de Oseos la ruptura se establece entre
unas pautas culturales afines a la cultura gallega y una situación
jurídico administrativa vinculada a las formas asturianas.
En ambos estudios tendremos que recurrir a ciertos datos
históricos recientes. Ello es debido a que así se logra una doble
perspectiva para precisar la relevancia que el territorio tiene como
sustrato de la estructura social. Nos interesa constatar hasta qué
punto los profundos cambios experimentados por los grupos
seleccionados, han removido la
organización y los significados territoriales. Sin duda esta evolución
no ha sido uniforme en todos los aspectos de la vida de las
comunidades respectivas, y en definitiva cabe esperar que ciertos
factores territoriales hayan evolucionado en distintas proporciones.

183
184 Antropología del territorio

En el caso de Bu st i el lo la transformación ha sido más radical.


Ello se debió, como veremos, a que todo el pueblo pasó
sucesivamente dé una dependencia muy fuerte de la empresa
minera que lo construyó, a una situación en la que el control de ésta
se hizo menor, con la integración de la mayoría de las sociedades
hulleras, radicadas en Asturias, en Hunosa. Toda la actividad que la
empresa organizaba a través de un colegio regentado por los
Hermanos de las Escuelas Cristianas, dejó a los vecinos ante la
alternativa de reorganizarse socialmente o de emigrar. La
sustitución del colegio y de la escuela femenina —dirigida por
Hermanas de la Caridad—, por una escuela mixta, más similar a las
que son habituales en otros núcleos de población vecinos,
contribuyó a que este dilema de la población se radicalizase todavía
más. Trataremos de ver cómo estos factores han hecho cambiar los
sistemas de valores, han modificado el territorio y han introducido
criterios de agrupación nuevos en la comunidad.
En Villanueva de Oseos el cambio se debe predominantemente
a la emigración, que se incrementa a partir del comienzo de la
pasada década. El óptimo de población territorial se desmoronó en
la mayoría de los aspectos territoriales y, como consecuencia, las
formas sociales de utilizar el espacio son hoy diferentes.
Pero tampoco pretendemos situarnos en una perspectiva
exhaustivamente histórica. La finalidad de nuestro trabajo es
recoger relaciones sincrónicas entre la estructura sociocul- tural
vigente y el territorio. Para ello solo recabaremos los datos del
pasado que sean suficientes. Hemos indicado anteriormente que
resulta hasta cierto punto utópico tratar de construir modelos
mecánicos o estructurales sin tener los ojos bien fijados en las
desviaciones de la pauta, que son en definitiva las que alientan el
cambio cultural. Los modelos estadísticos deben colaborar a dar un
tinte de realidad a las conclusiones estructurales, para que éstas no
permanezcan atrapadas en niveles poco efectivos de
comportamiento. Desde este punto de vista nos parece igualmente
significativo el hecho de que determinados rituales de tipo territorial,
o comportamientos relacionados con el uso social del espacio,
hayan prevalecido más que otros.
Los datos relativos a Bustiello están extraídos de tres tiempos
diferentes: la época de la fundación; desde 1940 a 1960
aproximadamente; y desde entonces hasta nuestros días. Para los
primeros tuvimos que documentarnos en los archivos que la
empresa integrada en Hunosa tiene todavía en Ujo, así como a
través de numerosas charlas con los vecinos —muchos de ellos
viven ya en otro lugar— más cercanos a aquellas fechas. El
segundo bloque de material lo vivimos más o menos continuamente
a lo largo de unos diez años, y ha sido completado en entrevistas
con los vecinos; y, finalmente, los datos recientes los hemos reunido
en 1975.
II: Introducción 185

El material de Villanueva ha sido todo él directamente recogido


y seleccionado durante 1974 y 1975. Algunos datos se han extraído
de los archivos del ayuntamiento, y los restantes son resultado de la
convivencia con los vecinos del concejo \

1
Tengo que agradecer aquí las facilidades que se me dieron en los archivos
de Ujo y Villanueva. Igualmente quiero dar las gracias a los vecinos, tanto de
Bustiello, como de Villanueva de Oseos, que contribuyeron, con sus acertadas
observaciones, a clarificar el material que aquí se utiliza, y muy especialmente
a mi madre, Teresa García; a los señores Enrique Embil, Isaías Fernández,
Fermín Alvarez y Ramiro Iglesias. Don Daniel Paz me ayudó en los trabajos de
archivo y en la recogida de datos tanto en Bustiello como en Villanueva. Y,
finalmente, Matutina y Vidal, de Santa Eufemia, colaboraron con su
extraordinaria hospitalidad, a que el trabajo en Villanueva de Oseos fuera
además agradable. A ellos mi agradecimiento.
.
Capítulo 5

Bustiello: un territorio prefijado y una


población de reclutamiento
En el extremo sur del concejo de Mieres y a dos kilómetros del
de Aller, se encuentra Bustiello. Se trata de un núcleo de
población de unos cuarenta vecinos, asentado sobre un territorio
rigurosamente regular, en contraste con otros pueblos
colindantes, que a causa de los accidentes del terreno se han
ido estableciendo de manera más caprichosa. Ello se explica
porque Bustiello ha sido construido a finales del siglo pasado,
siguiendo un plan general de viviendas de la Sociedad Hullera
Española, una de las empresas mineras integradas en Hunosa.
Un pequeño azulejo, con las iniciales de esta compañía, pegado
hasta hace poco en el frontal de cada una de las casas, así como
una estatua del Marqués de Comillas, ligado a la Sociedad
minera citada, daban testimonio de la autoría constructora de
todo el pueblo.
A Bustiello se llega abandonando en Ujo Taruelo la carretera
nacional Gijón-Madrid y tomando allí otra que penetra en la
provincia de León por el Puerto de San Isidro. Nada más
efectuar esta desviación, una central eléctrica delata la
presencia del río Aller, que después de atravesar todo el concejo
del mismo nombre, penetra en el de Mieres por Vadefarrucos y
sigue paralelo a la carretera, hasta desembocar en el Caudal,
afluente a su vez del Nalón. La central coincide con los límites
de Santa Cruz de Mieres, parroquia a la que pertenece Bustiello,
pero de la que, sin embargo, se mantiene claramente
diferenciado. Mientras la población del núcleo parroquial se
asienta a uno y otro lado de la carretera, Bustiello se aparta unos
treinta o cuarenta metros de ésta, y desciende hasta el nivel del
río, para colocarse en un terreno usurpado a las aguas, que no
deja de tener su importancia en la vida del grupo. Hasta hace
unos veinte años eran frecuentes las inundaciones originadas
por las crecidas invernales, que obligaban a los habitantes a
desplazarse hacia las partes altas del pueblo. En realidad el
punto referencial más general del pueblo es el río, que da
nombre a la calle que le es más próxima (calle del río), mientras
las demás denominaciones son puramente situacionales: calle
del me-

189
190 Antropología aei lerrítorio

dio y calle de arriba. Además todo el conjunto habitado se sitúa


«pasando el puente», de forma que Bustiello encuentra en el río
uno de los referentes más importantes de su ubicación. El puente
al que aludimos, arranca de la carretera, y permite la entrada de
todo tipo de vehículos en el pueblo. Pero tiene también la función
de límite territorial, y como veremos un significado específico
como tal. La creencia fatídica de que «lo que se roba al río vuelve
al río» gravita en las creencias de los habitantes como una
pesadilla.
En un principio Bustiello fue concebido como uno de los
muchos centros de residencia para personal de la empresa
enclavados en toda la zona de su explotación, que se extendía
principalmente por los concejos de Aller y Mieres. Todos estos
núcleos de población estaban dirigidos por un reglamento
sumamente preciso que dejaba en manos de la empresa la
responsabilidad principal en la organización y control de los
distintos núcleos. Sin duda fue Bustiello el centro donde este
reglamento se hizo más efectivo y aquel donde la normativa de la
empresa llegó a tener mayor influencia en la interacción de los
habitantes.
Por muchos motivos, pero sobre todo con la finalidad de
conocer las bases sobre las que se estaba formando una co-
munidad en relación con un territorio preestablecido, creemos del
mayor interés reproducir parte de una de las actas que recogen
las reuniones periódicas de la sección de la empresa
responsabilizada de la zona. Es un vivo retrato de la amplitud de
las relaciones que ésta mantenía con sus operarios, y llama la
atención la minuciosidad de los detalles (nombres, apodos
residenciales, circunstancias humanas) a los que recurre. Por otra
parte, su lectura produce esa nostalgia de lo que el tiempo ha
convertido en utópico y hace apenas setenta y cinco años era real.
Uno no puede menos de comprender el recuerdo de los que,
todavía hoy, hablan con cierto ensoñamiento de aquella época.
El acta en cuestión recoge una serie de asuntos tratados
entre el 14 y 19 de octubre de 1892, que afectan a los núcleos de
población de la empresa. Por razones obvias suprimimos los
nombres propios y referencias locales. Hemos ordenado los
asuntos en una serie de cabezas temáticas que pueden ser buen
reflejo del subsidiarismo de la empresa, del control social y moral,
de la organización territorial y servicios y de las relaciones con la
Iglesia y la política. Creemos que la transcripción de algunos
asuntos, en el orden indicado, será suficientemente elocuente
como para evitarnos cualquier comentario.
Subsidiarismo de la Empresa

X (nombre propio): Mujer con dos niñas que habita en... Admitir las
dos niñas en la escuela y darla tres reales dia- Admitir las dos niñas
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 191

en la escual y darle tres reales diarios mientras se le facilita una


máquina de hacer elásticas con que pueda convenir a sus
necesidades.
— Viuda de X nuera de X: Informarse de su situación y ampararla en
la medida de sus necesidades.
X viuda de X, fallecido el (fecha) a los pocos días de su ingreso en
estas minas, a consecuencia de heridas recibidas por cometer la
imprudencia de desatar un barreno que no había explotado. Se le
dieron cincuenta pesetas. Vive en... Pide una gratificación.
X solicita socorro por haberle herido los guardas jurados. Se ha
estudiado lo que se podía hacer por él y se colocará de vigilante
de la fabricación de cok.
— Quintos: Se asignará a los padres de los quintos que reúnan las
condiciones estipuladas, una pensión igual a la que hubieran
tenido por la muerte de su hijo, que disfrutarán mientras su hijo
esté en filas.
— X y X, obreros de la vía del norte, quieren ingresar en los talleres
de León de herreros para llegar a ser fogoneros. Viven en...
concejo de... Se escribió a X, quien ha prometido ocuparles en la
primera vacante que se presente.
X Se fracturó una pierna en la finca de... con una rama desgajada
de un castaño por la caja de un vagón escapado en el Plano de...
Se le ha colocado de frenista en un plano inclinado.
— X Se mancó en... entre el muro del cargadero y un vagón. No había
trabajado el tiempo necesario para que le alcanzase el Montepío.
Se le ha concedido sin embargo.

En numerosas ocasiones las solicitudes quedan pendientes


de una información sobre los antecedentes de la persona en
cuestión.

Control social y moral

Contra la blasfemia: Fijar una orden de dirección en los siguientes


términos: Se previene a los obreros de nuevo ingreso, que en esta
empresa está prohibido el empleo de palabras obscenas y uso de
la blasfemia imponiéndose, al que contraviniese esta disposición
por primera vez, una multa equivalente a un día de su haber, y al
reincidente la expulsión de estas minas.
X de ...años de edad, hijo de... Quedó manco hace diez años en...
Desea colocarse en estas minas. Actualmente trabaja con X en...
y gana 11 reales. Tomar antecedentes en... donde ha vivido algún
tiempo.
— X Despedido cuatro veces por borracho. No se le puede admitir de
nuevo. Se presentó al Marqués (de Comillas) en estado de
embriaguez.
— Trabajo de las muchachas: Hacerlas acompañar por un hombre de
confianza cuando se retiran del trabajo. Poner al frente de ellas un
capataz casado y formal.
— Pagos a los hijos de familia: Exigirles autorización de su padre; caso
de no presentarla no pagarles, entregando la suma a sus padres
hasta que los hijos hayan cumplido veintidós años.
— X despedido por desobediente. Pide la vuelta al servicio.
— Familia de X. El hijo fue despedido por haber sustraído géneros. La
hija de muy mala conducta se fue a Cuba con un individuo con quien
sostenía relaciones íntimas. Piden protección.
192 Antropología del territorio

— Viuda de X, fallecido el (fecha) de un cólico producido por un


hartazgo de pimientos. Tiene cinco niños. Trabaja desde hace tres
años con intermitencias debido a su constitución enfermiza.
X cuestión con su contratista X. Se presentó la madre implorando
perdón para su hijo.
— X hijo de X, minero en... solicita la readmisión en los trabajos de
donde fue despedido por acusarle una chica de... de haberle visto
sustraer del bolsillo del lempistero de... cinco reales. Aclarar la
cuestión.
— X murió el (fecha) después de dos meses de enfermedad contraída
por transportar sacos de harina. Trabajó cinco años: uno en el
interior y cuatro en el exterior. Casado con la hija de X de... Se le
dieron cuatro duros de limosna. Ver si ésta se puede repetir.
Obsequio a los obreros: una bota y un litro de vino o sidra
a su elección durante una semana.
— Premios anuales. Niños: un premio en cada sección y un accésit.
Se verificarán exámenes el día de San Antonio. Niñas: un premio de
aplicación en cada sección; un accésit; un premio a la que se haya
distinguido por todos conceptos entre todas. Exámenes y repartición
de premios el día de San Antonio.
— Maestro de X... Solicita que vayan los niños, hijos de los obreros
de esta mina, a su escuela. No hay lugar.

Servicios y territorio
— Vecinos de... solicitan se les haga paso o conducción de aguas
en sustitución de la fuente que se agotó.
_ Vecinos de... solicitan un puente en... para comunicar con
la carretera de...
— Bandas de música y Orfeones: uno en... y otro en... Gorras
tipos del país, bandera con la imagen del Patrono, lazo distinto
en cada grupo.
_ Lista de precios de los comestibles. Costo, gastos, derecho
de consumo y venta.
II: 5 Bustlello: Un territorio prefijado y una... 193

— Lista de precios de artículos de primera necesidad y consumos que


pagan.
Modificación al reglamento de la caja de socorros: Si el enfermo
no está en el hospital se asignará a la mujer de tres a seis reales
diarios si no tiene familia y de cuatro a ocho si tiene familia. Sin
prejuicio de pagar al enfermo una peseta diaria por herido y
setenta y cinco céntimos si es en- fermedad común, el médico
está facultado para formular pedidos de reconfortantes y
alimentos especiales. Si el enfermo ha ingresado en el hospital se
supone su socorro, pero subsiste el de la mujer, que será como
en el caso anterior... Al obrero enfermo que se ausente por
conveniencia propia,^ para que le asistan en su pueblo o en otro,
se le asignará una peseta o setenta y cinco céntimos, respec-
tivamente, pero la asistencia y la botica serán de su cuenta. Para
el obrero que no haya cumplimentado un mes de presencia,
caridad y equidad.
Mujer del caminero de la vía: solicita un socorro para que le
operen una catarata que padece.
X cuñada de X, minero que trabaja en... desea se le preste ayuda
para conseguir la curación de su cuñada X que está demente.
Mujer de X y casa en... Los huéspedes viven con los amos en un
cuarto único. Establecer mamparas de distribución formando
cuartos separados.
— Dos viudas en... hacerlas un cuartito donde puedan vivir
separadas de sus huéspedes.
— Para solteros —Bustiello: Edificio para 100 solteros com-
prendiendo 100 habitaciones, tres retretes, un refectorio, cocina,
cuarto para la cocinera y dos chicas, despensa, lavadero,
secadero de vapor o de aire calorífero. Se impone que este cuartel
es equivalente a treinta y tres casas (tres obreros por casa) de
500 duros (a continuación se detalla la forma de pago).
— (Edificios nuevos) para casados. Casas para 20 familias.

Por ser interesante, desde un punto de vista territorial,


transcribimos las formas de posesión de las casas que vienen a
continuación, y que presentan una alternativa al régimen de
alquiler:

1. ° Agregar al tipo de alquiler (5%) un 2% (?) con


derecho a la propiedad de la casa a los 20 ó 25 años (?), y ©I
de retirar el excedente del 5 % caso de renunciar a este
derecho en la parte que hubiese satisfecho. Los que
satisfacieran este alquiler tendrían opción al premio de una
casa que se sorteará cada... (años a calcular).
2. ° Creación de obligaciones (libretas) al 5% de 100, 50 ó
25 pesetas, reintegrables en casas o en dinero (si se
renunciara a la aplicación anterior). El obrero que reúna
obligaciones por valor de 500 pesetas tendrá derecho a
entrar en el sorteo de casas gratis y si satisface alquiler al 7
% tendrá además derecho a que ¡mputándo-
sele el importe de dicha cantidad (500 pesetas) como parte del
precio de la casa se le anticipe proporcionalmente la entrega
de la misma, descontando para la estimación de esta
proporción 5 años de plazo normal de la misma. Si llegase a
invertir 1.000 pesetas en obligaciones esta reducción se
elevará a siete años (comprobar los números) y si fuese de
1.200 a 10 años, 1.600 a 12. Prohibición de admitir huéspedes
en las casas de la Empresa. Creación de un registro de casas
J. L. García, 13
194 Antropología del territorio

de huéspedes, para solteros y casados, recomendables desde


el punto de vista higiénico y moral, base buenas costumbres
de los dueños; una cama por individuo; cuarto para
matrimonio, separación de sexos en general. Imposición de
estas viviendas al ingreso como condición de admisión.
Todas las ventajas concedidas con relación a viviendas
caducarán para los que se entreguen a la embriaguez y juego
e incurran en la blasfemia.
— Bustiello —premios de limpieza (5 duros)—, dos premios para cada
grupo: 1° para viviendas recomendables. Repartición de cal gratis.
Compra de camas suficientes para que cada obrero tenga un lecho
en los cuarteles y casas recomendables, aplicándolas más
adelante a las casas de solteros. Estudiar el tipo de las camas con
relación a la higiene; jergón de tela metálica.
— Círculos de recreo para obreros: Dos habitaciones separadas por
mamparas que permitan establecer comunicación amplia entre
ambas y la aplicación de una para teatro; mesas para juegos, sala
de lectura, billar, juego de bolos cubierto (si no resultase caro),
frontón. Presupuesto 4.000 duros. Proyectarle con previsión para
otras aplicaciones eventuales (viviendas, almacenes, etc.).

Relaciones con la Iglesia y la política

— X solicita perdón, el cual no se le puede conceder. Fue vi-


cepresidente de la huelga, continúa con sus ¡deas socialistas y está
dominado por el vicio de la embriaguez. Vive de la peor manera
con su presente mujer, suegra e hijas.
— Periódicos: «El Liberal» y «El Imparcial» se sustituirán por «El
Día». Observaciones especiales del Sr. Marqués a X.
— Cementerio de... Esperar, mientras la necesidad no obligue a que
hayan llegado a un arreglo el cura de... y el de... Ulteriormente
haremos lo necesario para que se construya, cuando las
explotaciones lo requieran. Examinar la solución de establecer el
cementerio en un terreno del cura de...
— X (correo peatón) solicita el ingreso de su hijo en el seminario de
Comillas.
— Circular a los capataces advirtiéndoles faciliten a los subalternos el
cumplimiento de los deberes religiosos.
— Envío del reglamento a los señores curas, para que se inspiren en
ellos y hagan comprender su importancia a los obreros.
— Suavizar las relaciones con ios sacerdotes y aparentar tenerlas,
aun cuando particularmente se hayan portado mal.
— Cumplimiento pascual. Adoptar todas las medidas para que
puedan cumplir los obreros con el precepto.
— Instrucciones a los guardas jurados sobre consideraciones a
los sacerdotes.
— Advertencias de los párrocos a la Dirección sobre conductas de los
obreros.
— Horas para la misa: 5 a 6 en verano, y en invierno la primera misa,
la misa parroquial, a la hora de costumbre.
— X, recomendado del cura de... Se proyecta emplearle en la vacante
de auxiliar del guarda de almacén.
— X solicita un auxilio para que su hijo X pueda cursar los estudios
eclesiásticos (beca para pobres, y cuánto costaría en Oviedo).
— Cura de... 15 duros para la misa cantada y gasto de iluminación al
Santísimo: 25 duros para sus pobres.
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 195

— Curas de... (8 curas) veinte duros a cada uno para repartir entre
sus pobres.

El acta contiene algunos asuntos más, pero vienen a reincidir


en los citados. La imagen es lo suficientemente completa y
elocuente como para podernos hacer una ¡dea de la importancia
de la empresa en la organización, a todos los niveles, de la vida
de los núcleos de población. Ya hemos dicho que Bustiello, que
se encontraba en esta época en una segunda etapa de
construcción, fue el centro donde los ideales de la empresa se
realizaron más adecuadamente, y donde la suficiencia de
servicios y la distribución territorial, hicieron posible la transición
a una comunidad más heterogénea, hecho que tuvo su
proyección en la evolución territorial. Vamos a tratar de analizar
más detenidamente esta transición.
Bustiello está distribuido a tres niveles distintos: el del río,
donde se agrupa el mayor número de casas; el más alto, situado
a la altura de la carretera y casi íntegramente dedicado a
servicios: escuela, iglesia, economato, dispensario médico —hoy
bar— (un pequeño edificio al que se le llamaba metonímicamente
«la consulta») y el cuartel de la Guardia Civil, además de algunas
viviendas para médico, practicante, cura y las dependencias
correspondientes del cuartel y de la escuela. Y, por último, una
especie de escalón entre los dos niveles extremos, que forma una
franja recta donde se alinean cuatro viviendas. Todo el conjunto
es perfectamente simétrico y responde al siguiente plano:
196 Antropología del territorio


CALLE DEL MEDIO CALLE DE ARRIBA 1.er nivel
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Esta es la configuración actual del pueblo. Su construcción,
sin embargo, se realizó en varias etapas. La primera de ellas se
limitó a la edificación de dos hileras de casas en el plano del nivel
del río, en la parte más interior. Posteriormente se edificó el nivel
intermedio, y, por último, se situó una tercera hilera en las
proximidades del río.
Las casas edificadas en los primeros momentos son de
piedra, las más cercanas al río de ladrillo. Ello tiene su im-
portancia en ciertas modificaciones que con el transcurso del
tiempo se han ido introduciendo, pues las primeras, al ser los
muros más gruesos son ligeramente más pequeñas en su
capacidad interior, lo que imposibilita la fragmentación del
comedor, por medio de un pasillo que aislé el cuarto de baño del
resto.
La escuela y el cuartel datan de los primeros tiempos. Sin
embargo, este último no siempre tuvo la misma función.
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 197

Todavía hoy se le reconoce con el nombre de «Casino», y ello es


debido, a que hasta poco antes de la guerra civil servía de centro
de reunión y daba cobijo a todas las asociaciones dependientes
del colegio, tales como la Academia Mariana, biblioteca, club de
antiguos alumnos, etc. Incluso en algún momento sirvió de
escuela para alguna de las secciones de niños del colegio.
Con la llegada de la Guardia Civil, que con anterioridad se
había establecido en Santa Cruz, toda la actividad del casino
pasó territorialmente al colegio, que desde entonces comenzó a
ser el verdadero centro de la vida colectiva del pueblo. Todavía
hoy los pocos vecinos de aquella época que permanecen en el
pueblo, recuerdan idealizadas a las personas que desde allí
dieron vida a toda la organización colectiva.
La iglesia tenía el rango de capellanía, y al igual que el resto
de los servicios, dependía íntegramente de la empresa. El
capellán era un empleado más, y la provisión de la plaza estaba
en manos de la Sociedad Hullera. Su origen se remonta
igualmente a la etapa de fundación, y sus características
arquitectónicas están en consonancia con el conjunto del pueblo.
El economato es bastante posterior, y significó un paso más
en el deseo de la empresa de dotar al pueblo de todos los
servicios necesarios para que la vida de los habitantes pudiese
desarrollarse plenamente dentro de los límites del recinto
habitado. Esta situación creaba en Bustiello un sistema de
administración diferente al que tenía lugar en los demás pueblos
del concejo. Durante bastante tiempo el alcalde de la parroquia
fue un vecino del pueblo, y su actividad tenía que diferenciarse
según los problemas afectasen a Bustiello o a otros núcleos de la
parroquia, ya que mientras éstos dependían a todos los niveles
del ayuntamiento del concejo, en Bustiello la administración
estaba en manos de la empresa. Este hecho es una de las causas
de que Bustiello haya permanecido como un centro claramente
diferenciado de los del resto del concejo, y de que actualmente,
que la empresa no juega el mismo papel, los vecinos encuentren
problemas administrativos con el ayuntamiento, en relación con
la propiedad de las casas.
La parte baja del pueblo, la más cercana al nivel del río, se
compone de dos calles perfectamente paralelas, cortadas por tres
«calellas», una en el centro y otra en cada uno de
los extremos. Las calles, de unos cinco metros de ancho, están
formadas por dos aceras pegadas directamente a los frontales de
dos hileras de casas y de las huertas, dos cunetas que ponen
límite a las aceras y, en la parte central, un empedrado, formado
con incrustaciones de cantos rodados en la tierra. Las aceras
198 Antropología del territorio

están marcadas por la disposición sucesiva de unas losas de


pizarra, de distinto tamaño, pero todas perfectamente
cuadrangulares. Las calellas transversales son unos pequeños
corredores, con el piso de una mezcla de polvo negro y tierra, que
se vuelve a encontrar en casi todos los lugares del pueblo, y que
proviene de las antiguas inundaciones de un río que era utilizado
para lavar el carbón.
Al escalón central se accede por una calella, de las mismas
proporciones, que arrancando de la central se eleva para llegar al
nivel superior de esta calle intermedia, que se prolonga a su vez
hasta otra cuesta más informal que termina en el nivel superior
del pueblo, donde se encuentra la plaza y los demás servicios. No
menos importantes son los alrededores inmediatos. En la parte
inferior del pueblo un muro de contención separa las casas y las
huertas del río. Pero entre el agua y ese muro, cuando el río no
va muy crecido, se forma un gran pedregal por el que se puede
caminar hasta los pueblos vecinos del Pedroso y los Cuarteles.
En el límite del nivel superior del pueblo se encuentra la vía del
tren de carbón, que cubre la distancia entre Ujo y Moreda, ya en
el concejo de Aller, por el lado del río opuesto al de la carretera.
A la altura de Bustiello desaparece en un túnel, que juega su
papel en los juegos infantiles. Pegado a la carretera, pero a un
nivel inferior, discurre el tren Vasco-Asturiano, de vía estrecha.
Hace el servicio entre Collanzo y Oviedo, y se oculta, a su vez,
en Bustiello en otro túnel, que a causa de su inaccesibilidad,
apenas es considerado en la forma de hablar y tenido en cuenta
en la distribución territorial.
Al otro lado del pueblo, en la parte opuesta a la carretera, se
inicia un macizo montañoso que separa esta parte extrema de
Mieres y la siguiente de Aller, del concejo de Lena. Alguna que
otra casa, desperdigada en la parte baja del mismo, delata
claramente la forma de vida típica de la zona y hace que Bustiello
resalte todavía más como un conjunto artificial. No hay que
recorrer muchos metros monte arriba para encontrar la vida
agrícola y ganadera propia de la mayor parte de la Asturias no
tocada por la industrialización, que en Bustiello se había reducido
al cultivo doméstico de la huerta y al mantenimiento de algunas
especies meno-
res, como gallinas y conejos y que, en cualquier caso, nunca
sobrepasaba los límites de la economía familiar. Esta parte baja
del monte es utilizada en ciertos juegos infantiles, y como
antiguamente abundaba en ella el castaño se la conoce con el
nombre de «castañeru». El monte alto en muy raras ocasiones es
frecuentado, y sólo una vez al año, el 15 de agosto, se convierte
en paso obligado para acceder a la cumbre, donde en torno a la
imagen de «la Santina», se celebra una popular romería, que
comparte Bustiello con otros pueblos de los alrededores.
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 199

Nos encontramos, pues, con un conjunto edificado en función


de la industria, en un medio perfectamente adecuado para la
ganadería, con abundantes pastos. Y, sin embargo, a pesar de
no tener Bustiello una pauta cultural definida, su influencia sobre
los núcleos de población, en principio más adaptados al medio
ecológico, es grande. Mientras los de Bustiello difícilmente se
desplazan a estos centros (como Grameo, El Gurugú, La
Forcada, Revallines, etc.), los habitantes de ellos descienden con
frecuencia a Bustiello para utilizar sus servicios, relativamente
más completos y modernos. A su vez los de Bustiello se mueven
más en un radio que llega a Mieres por el Norte, y a Moreda por
el Sur, ya dentro del concejo de Aller. Las comunicaciones tanto
por ferrocarril como por carretera (un autobús cubre esta distancia
cada media hora) no son malas, y la movilidad, incluso fuera de
los límites señalados, tiende a ser cada vez mayor. Las
finalidades de estos desplazamientos son, además de las visitas
a los familiares ubicados en estos lugares, el comercio y la
diversión.
En el pueblo había dos escuelas, una masculina y otra fe-
menina, la primera atendida por los Hermanos de la Salle, y la
segunda por las Monjas de la Caridad, que prestaban servicios
en el Sanatorio que la Sociedad Hullera Española había previsto
para atender a los accidentes de trabajo. La es-' cuela femenina
se encontraba adosada a este Sanatorio, que curiosamente, a
pesar de estar ligeramente separado dei pueblo, y a mitad de
camino entre Bustiello y Santa Cruz de Mieres, más allá del
puente y a orilla de la carretera, es considerado, sin ningún tipo
de duda, como parte integrante de Bustiello. Y ello creemos que
es debido a la unidad arquitectónica que guarda con el conjunto
habitado de Bustiello, mientras contrasta en este mismo aspecto
con la forma de construcción de las casas de Santa Cruz y de los
pueblos del monte. Incluso una casa de «estilo tradicional»
situada casi enfrente del Sanatorio, y a menor distancia real de
Bustiello, no se incluye dentro del esquema territorial del pueblo,
y esto es debido a que Bustiello existe en la mente de sus ha-
bitantes según características determinadas de homogeneidad,
geometrismo, construcción, y una forma de actividad más o
menos ligada a la minería.
Creemos que este dato es importante, y que la pauta
territorial, regular y armónica, origina una determinación pro-
gresiva de los límites del pueblo. Todos aquellos puntos, que
estando incluso situados dentro de una estrecha contigüidad con
el resto de las casas, pierden algunas de las características
proporcionales de éstas, son considerados como el inicio de los
límites. La calle del río se remata en la parte norte con una
especie de chavola antiguamente, de propiedad común, utilizada
200 Antropología del territorio

para curar las carnes del cerdo sacrificado (El San Martín), y
aunque alineada en recta con las demás casas de esa misma
calle, sus diminutas proporciones, respecto a aquéllas, le hacen
adquirir indefectiblemente el carácter de punto extremo. Esta
chavola fue construida pensando en una forma de vida típica de
la zona, antes de la extensión industrial. Las personas agrupadas
en Bustiello estaban acostumbradas en buena parte a esta forma
de economía doméstica, en la que jugaba un papel importante la
matanza del cerdo. Situadas en su nuevo medio, sin unas
condiciones apropiadas para que el cerdo pudiese vagar
libremente por el pueblo, este animal fue recluido, en un principio,
en la falda del monte, que hemos descrito como «castañeru». Allí
se construyeron unas «curripas» —que por su informalidad de
construcción marcan claramente un límite territorial.
Por otra parte, en el extremo sur de la calle del río, la
disposición de las casas cambia de dirección, penetrando en la
calella de esta parte del pueblo, que quiebra la armonía con las
otras dos, libres de casas. Esta situación rompe la línea mental
de la concepción territorial, y el resultado más explícito es una
especie de sombra sobre este espacio del pueblo, que de nuevo
se configura como límite. Lo mismo sucede con las casas
situadas en el extremo noroeste, inmediatamente próximas a la
vía del tren de carbón: aunque la construcción es concordante —
si bien no del todo idéntica— con el grueso de las viviendas, su
disposición no crea espacios rectos, y, en consecuencia,
adquieren un carácter oscuro, mentalmente no digerido, que
vuelve a revestirse con un significado liminal.
De la misma forma todas las edificaciones del nivel alto se
integran en el pueblo por su estilo constructivo acorde
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 201

con el resto, pero se separan de él en la medida en que su


disposición no sigue la línea regular del núcleo habitado. Por ello
creemos que se pueden distinguir claramente dos aspectos
generales, a nivel de significación, dentro de la distribución
territorial, uno marcadamente geométrico, que constituye lo que
podríamos llamar núcleo, y otro periférico, no tanto real cuanto
conceptualmente, que tiene el carácter de comienzo de límites o
de parte mentalmente más oscura. Esta situación respondería al
siguiente gráfico:

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El núcleo está dominado por la propiedad individual o familiar o, en


términos territoriales, por una exclusividad positiva y negativa que forma
una red simétrica de relaciones. Los comienzos liminales se caracterizan
por una propiedad colectiva, exclusividad positiva respecto a todo el
grupo. Más aún, dado que los servicios ubicados en esta zona están pre-
vistos para personas de los centros de población vecinos, se
202 Antropología del territorio
da allí un trasiego constante de gentes, que no pertenecen a Bustiello
mismo y, en consecuencia, la zona amplía su exclusividad positiva más
allá de la capacidad total de exclusividad del núcleo. Sólo en ocasiones,
dentro de los juegos infantiles, se reivindica una exclusividad positiva para
los habitantes del pueblo, lo cual nunca sobrepasa los límites de la edad
infantil.
Una vez descrita la base espacial de Bustiello, veamos su función
territorial y la forma cómo interactúa en la organización de la estructura
social. Para comprender el significado de estas interinfluencias debemos
recalcar una vez más el carácter artificial de Bustiello. Un núcleo habitado
natural se va formando progresivamente y de manera simultánea con la
estructura social: las casas, las delimitaciones territoriales no aparecen
concluidas en un momento dado, sino que se desarrollan en un proceso
de crecimiento orientado sobre una base cultural endógena. Nos
referimos naturalmente a aquellos asentamientos en los cuales las
planificaciones de crecimiento no desconectan de la vida tradicional. Por
el contrario, en el caso de Bustiello —lo mismo que sucede con frecuencia
en numerosas urbanizaciones y en las construcciones urbanas actuales,
efectuadas sin la menor consideración hacia las necesidades culturales
de sus inquilinos—, el espacio habitable quedó realizado en un plazo fijo
de tiempo, y las posibilidades de cualquier desarrollo espacial ulterior se
vieron cercenadas por la perfección definitiva de su construcción. Desde
el punto de vista espacial, Bustiello es una entidad estática, aprisionada
en accidentes naturales de tal naturaleza que imposibilitan la más mínima
reestructuración. A ello contribuye también la disposición figurativa de sus
construcciones.
La primera población de Bustiello tuvo que remodelar su vida
tradicional —por lo demás muy diferenciada por el distinto origen de sus
ocupantes, aunque unificada por la pertenencia a la empresa—, en
función del esquema especial que se le ofrecía. En circunstancias
artificiales como la descrita, parece lógico que los factores físicos del
habitat ejerzan una influencia decisiva en la transformación de los modos
de vida más fuerte de la que se podría constatar en un medio de formación
paralela temporalmente con el desarrollo de la estructura social. Sin
embargo, no debe entenderse esta influencia, ni siquiera aquí, en un
sentido determinista, pues las soluciones adoptadas por la población
pudieron haber sido otras, si bien igualmente influenciadas por las
presiones del entorno. Finalmente veremos cómo el espacio, puesto a
disposición de los habitantes reclutados, se ha ido cargando de
significados coherentes con la estructura social o, dicho de otra forma, se
ha convertido en el verdadero territorio, grupalmente diferenciado.

Quién es quién en un territorio sin demarcaciones

Richard Sennett es de la opinión de que, contrariamente a lo que se


suele pensar, la vida urbana no sólo no dispersa a la familia, sino que la
aglutina. Según este autor es la diversidad y desorden de la vida
ciudadana lo que fortalece a la familia como centro de solidaridad y
coherencia \ Cabría matizar el significado del concepto de diversidad,
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 203
pues dentro de una contextura social muy probablemente la diversidad se
reduciría a una falta de límites precisos entre las distintas unidades de la
vida urbana, o quizás en la naturaleza particular de esos límites. En
cualquier caso la familia es dentro de la ciudad uno de los pocos grupos
con delimitaciones inconfusas. Y la opinión de Sennett nos parece lógica,
matizando precisamente que cuando se dice diversidad probablemente
se quiera indicar todo lo contrario: la falta de una diversidad delimitada y
ordenadas.
Anteriormente hemos analizado la importancia que para la vida social
y cultural tiene la formalización cualitativa del espacio, la ruptura del
continuum, en el que inicialmente se presenta la espacialidad. Los
espacios artificialmente construidos y posteriormente poblados pueden
contener límites materiales, pueden estar físicamente diferenciados, pero
sólo con el transcurso del tiempo se culturalizan esos límites y se da un
contenido a las distancias que los separan. Esta situación nos parece
especialmente adecuada para comprender las primeras manifestaciones
sociales en Bustiello y sus transformaciones ulteriores.
Los datos que hemos podido obtener de aquellos primeros años
apuntan todos ellos a unas relaciones sociales comunitarias, generales e
indiferenciadas y en cualquier caso organizadas desde fuera. En esta
organización jugó un papel primordial el colegio de los Hermanos de la
Doctrina Cristiana. Y sorprende el carácter masculino de todos los grupos,
lo cual, bien mirado, está en consonancia con el origen

1 Cfr. Vida e Identidad Personal. Península, 1975, pág. 78 ss.


mismo del pueblo, construido todo él en función del trabajo en la empresa.
Uno de los informes más cualificados de que disponemos nos relata
con algún detalle aquella situación: «Para no perder el contacto con el
colegio los ex alumnos contaban con la Academia Mariana, regentada por
los Hermanos. En ella existían toda clase de juegos: de rana, de dominó,
ajedrez, zancos, de pelota (fútbol, baloncesto). Había cursos de estudios,
charlas. Contaba con una revista titulada ‘El Iris’ (gratis). En la redacción
colaboraban los Hermanos y los ex alumnos. También disponía de un
cuadro artístico, formado por los chicos del colegio y los asociados, para
representaciones teatrales (se representaban toda clase de obras, pero
sólo participaban hombres; cuando había algún papel de mujer lo
representaban hombres)».
«En el colegio de los Hermanos existía un ‘Batallón infantil’, con sus
uniformes, fusiles, machetes y las clásicas jerarquías, sus días de
instrucción y expediciones a los pueblos próximos. Este batallón contaba
con unos 100 individuos (uniforme caqui, de rayadillo: blanco y negro, es
decir, como el uniforme primitivo del Ejército. No existía ningún bar dentro
del pueblo. Los juegos de expansión estaban controlados por los
Hermanos. Existían coros para las fiestas religiosas formados por
alumnos y socios de la Academia Mariana. Dentro de la Academia existía
biblioteca. La fiesta más importante era Santa Bárbara, luego la fiesta de
San Juan Bautista de la Salle (Patrono de los Hermanos) y la Inmaculada.
Asistían a ellas grandes personalidades: obispo, gobernador,
conferenciantes... Existía una gran camaradería y todos se sentían como
hermanos. Se notaba una diferencia cultural entre los alumnos de los
204 Antropología del territorio
Hermanos y los del resto de los pueblos. No se sentía ninguna necesidad
de salir hacia la capital. Normalmente las salidas eran hacia los pueblos
cercanos. No existía la figura del cacique: todos los vecinos eran como
familia».
Algunos detalles más pueden completar esta imagen del
protagonismo de la empresa y del colegio en la vida de Bus- tiello. «No
existían partidos políticos. Todos se confesaban católicos. Posteriormente
a Bustiello se le llamaría ‘la Ciudad del Vaticano'. Nadie se perdía una
misa. Cuando se implantaron los partidos políticos se creó una sección
del Sindicato Católico Minero (1918). En torno a 1920 se formó un equipo
de fútbol, con un campo donado por la empresa y dirigido por los
Hermanos. Llegó a jugar en primera regional.
II: 5 Bustlello: Un territorio prefijado y una... 205
El equipo necesario lo proporcionaba la empresa. El equipo dependió en
un principio de la Academia Mariana. Los periódicos que se solían leer
eran: ‘El Carballón’ (editado en Oviedo), ‘El Debate’, ‘Blanco y Negro’ y
‘ABC’, todos dentro de la Academia... Antes de que existiesen los partidos
políticos se daba una perfecta armonía entre empresa y pueblo... Existía
una desigualdad según el empleo, pero estaban más o menos
aproximadas. Dentro del pueblo vivían dos ingenieros: existía una
familiaridad enorme entre la familia del ingeniero y la del-simple productor.
Existía un respeto al mayor en edad, cargo, etc..., en el saludo todos se
solían descubrir. Los niños se tiraban del flequillo como si se quitasen el
sombrero, cuando se encontraban al director, al señor cura o a un
Hermano. Todos cumplían con Pascua, pero eran frecuentes las
comuniones y confesiones, sobre todo con motivo de las fiestas. Por la
semana se asistía bastante a la misa, novenas, rosarios, etc. Cuando se
moría alguien todo el mundo iba al velatorio y luego al entierro».
La descripción anterior, que es perfectamente coincidente con todos
los datos que a través de varios informantes hemos podido recoger,
sugiere una serie de consideraciones. Vamos a tratar de sintetizarlas y de
plantear hipotéticamente el trasfondo territorial que pueden implicar.
Es sorprendente, frente a la gran organización masculina, la escasa
canalización de la actividad femenina. Conviene no obstante recordar,
como ya hemos indicado, que Bustiello arranca de una necesidad de
proporcionar alojamiento al personal casi totalmente masculino de la
empresa minera referida. En los planes de construcción del pueblo se
habla primeramente de unos cuarteles para solteros, y sólo más tarde, sin
duda ante el problema real de los trabajadores casados, se aborda la
construcción de las casas. No obstante, toda la organización anterior se
sigue adaptando más a una comunidad de varones solteros. La forma de
vida recuerda sorprendentemente una actividad colegial o residencial,
donde la diversidad parte no de grupos existentes, sino de la incardinación
en actividades preestablecidas. Territorialmente esto se traduce en una
estructuración peculiar de los lugares de actividad organizada y de la zona
de residencia. Contra lo que sucede en un buen número de núcleos
habitados españoles, donde la plaza o lugar de interacción colectiva, a
cierto nivel, se incardina dentro de la zona de residencia y constituye, por
tanto, un centro en torno al cual se agrupan las casas, en Bustiello la plaza
se encuentra liqeramente descentrada, totalmente fuera del recinto
habitado, y el colegio y el casino, que tanta importancia tuvieron en la
primera organización social, están enclavados en el extremo de la plaza
más alejado de la zona de viviendas. Allí se encuentra la iglesia y la mayor
parte de los servicios comunes, como hemos visto. La plaza no es, pues,
un lugar de paso obligado en el quehacer cotidiano, sino un lugar al que
hay que dirigirse, bien para utilizar los servicios (por ejemplo la iglesia), o
para acudir a alguna actividad previamente concertada. Esta disposición
territorial, a la que sin duda se adaptaba la gran actividad preorganizada
de la época descrita, tendrá unas consecuencias fundamentales, como
veremos, en el momento en que esa preorganización desaparece y la
actividad social se desarrolla por cauces más espontáneos.
La gran «familiaridad» y «hermandad» que aunaba a los habitantes
de aquellos tiempos, sugiere una segunda anotación. Parece lógico que
en un asentamiento, proyectado como continuidad de la vida de la
empresa, la única diferenciación social, o los únicos agrupamientos, se
206 Antropología del territorio
estableciesen con base en la actividad laboral. Por este concepto
comprendíamos en el párrafo anterior el valor de la diferenciación por
sexos. Pero también se nos hizo referencia a que se daba una ligera
diferenciación en base al empleo. Uno de los pocos puntos territoriales
diferenciantes de Bustiello, se apoya en esta realidad. En la calle de
arriba, en uno de los extremos se edificó una vivienda de mayores
proporciones en un enclave de mayor extensión, y otro tanto se hizo en el
extremo contrario de la misma calle, si bien el piso alto de esta última tiene
acceso directo desde el nivel de la zona de servicios. Los Hermanos que
regentaban el colegio habitaban la parte superior del mismo, y el cura
tenía su vivienda adosada a la iglesia. Las dos casas de mayores
proporciones estaban destinadas a directivos de la empresa. Desde un
punto de vista físico estas eran las únicas variedades dignas de reseñar.
Aunque otras casas adquirirán con el transcurso del tiempo
diferenciaciones, ello se deberá a necesidades simbólicas de
formalización más que a auténticas diferenciaciones pertinentes en los
primeros momentos. Desde esta perspectiva la necesidad imperante de
delimitación territorial para organizar límites a medida que otros grupos
más formales vayan haciendo su presencia, se apoyará no en factores
físicos de primer orden, como podría ser la dimensión de la construcción,
sino en características más secundarias, como la ubicación de la vivienda
en el eje paralelo o perpendicular al río.
Ello muy probablemente quiere decir que al iniciarse la vida del
pueblo no existía una semantización espacial a todos los niveles y que,
consecuentemente, el territorio se
identificaba bastante con la organización espacial. O si se quiere, de una
manera más correcta, los signos territoriales, como corresponde a un
primer momento de contacto con eí espacio, se referenciaban de una
forma muy intensa desde la infraestructura física del territorio. Otra cosa
es que esta infraestructura misma respondiese previamente a una plani-
ficación anterior, en relación con la actividad que los dirigentes de la
empresa habían pensado para Bustiello. Toda la vida social de entonces
se adaptaba a un direccionismo y a una previsión de ese tipo.
Lo que sí parece claro es que el pueblo, como unidad territorial, se
encontraba ampliamente indiferenciado. En cualquiera de las zonas
tradicionales que conocemos, los topónimos tanto del núcleo habitado
como de los alrededores son abundantes. En otros grupos hemos hecho
el experimento de situarnos en un punto en compañía de un nativo y pre-
guntarle la denominación de los territorios que podían divisarse. Las
respuestas, cuando se trataba de una zona tradicional, fueron siempre
muy numerosas. En el capítulo siguiente, dedicados al estudio territorial
de Villanueva de Oseos volveremos sobre esta peculiaridad. En Bustiello,
sin embargo, los topónimos son escasísimos. Toda la zona montañosa
que limita el pueblo por la parte contraria al río, se reconocía sin más
delimitaciones con el nombre de «casta- ñeru», y no hemos podido
recoger ningún nombre del paisaje que encuadra a Bustiello por la parte
de la carretera. Hacia el sur, por la zona del río, otro gran término, de gran
comprensión, «el pedregal», designaba toda la zona que las aguas bajas
dejaban entrever. Incluso dentro del núcleo habitado los nombres
relativos: calle del medio, del río o de abajo y de arriba, indican la
importancia del sustrato físico como base de orientación, y, en definitiva,
la falta de diferenciación significativa a la que nos venimos refiriendo.
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 207
En el otro extremo, y frente a esta falta general de diferenciación en
relación con la comunidad como unidad territorial, nos encontraríamos con
una fragmentación del núcleo que todavía persiste en tantas unidades
como viviendas. Esta ragmentación es coloquialmente pertinente y forma
parte principal del mapa mental de orientación dentro del pueblo.
Constantemente se están utilizando en la conversación, para situar los
hechos, expresiones: «Junto a casa de fulano», «la huerta de mengano».
Incluso esta forma de expresarse es preferida a «en la calle de arriba»,
«en la calle del medio», términos que, a decir verdad, no son
excesivamente frecuentes.
Estos nos hace pensar que toda la distribución territorial giraba
aparentemente en torno a dos extremos, la falta total de indiferenciación
y la excesiva diferenciación, o lo que es lo mismo, la carencia de
referentes intermedios, que se vería correlacionada en la vida social por
la ausencia de unidades sociales intermedias entre la familia y la
comunidad. Más allá de los límites inmediatos del pueblo, la identificación
de Bustiello como comunidad se realiza en oposición a los pueblos
vecinos, aunque, como veremos, con el transcurso del tiempo la
reinterpretación de algunos factores físicos llegó a ser importante
territorialmente.
Ello implica que la identidad personal sólo contaba con dos opciones
en el caso del hombre y con una en el de las mujeres. Es decir, el varón
mantenía una serie de relaciones dentro de las organizaciones
preestablecidas desde la empresa y el colegio, y a su vez formaba parte
de la unidad familiar. La mujer, sin embargo, se limitaba exclusivamente
a formar parte del grupo familiar, y como tal era autoidentifi- cada. Su
participación en lugares públicos —lavadero, economato, etc.— originaba
amistades, pero no grupo diferenciado. Los niños, por su parte, quedaban
adscritos fundamentalmente al grupo familiar, aunque las relaciones entre
ellos eran, sin lugar a duda, de naturaleza mucho más compleja que las
de sus padres, como tendremos ocasión de ver.
Esta situación peculiar ponía a la población cara a un verdadero
dilema, en el caso de que la actividad organizada desde el colegio y la
empresa desapareciese, cosa que de hecho se produjo. Pues al fallar los
resortes de la integración era necesario un nuevo reajuste a base de otras
actividades y por unos caminos que tuvieron que ir trazándose, en la
medida de lo posible, paulatinamente. Esta nueva situación no se vio
favorecida por la base territorial, y la consecuencia de ello fue la pérdida
de la población tradicional. Curiosamente, y a diferencia de lo que suele
acontecer en otros pueblos, Bustiello mantiene su misma densidad de
población, pero ésta se renueva periódicamente. Analicemos esta situa-
ción partiendo de la casa y la huerta, como unidades territoriales más
definidas, y de las relaciones familiares correspondientes.
_ La casa. Aunque hay alguna excepción, cada casa
agrupa dos viviendas de planta, piso y un desván. Rodeando el lateral y
la parte trasera de la vivienda se extiende una huerta de poco más de 200
m2, que formaba, originariamente con la parte edificada, un cuadrado
delimitado por unas estacas de madera, ligeramente trabajadas en forma
de flecha.
que reciben el nombre de espanadillas. La distancia que separa unas de
otras es siempre la misma. Todo está dispuesto de tal manera que la
primera impresión que recibe el visitante es la de igualdad y geometrismo.
208 Antropología del territorio
La vivienda original consta en la planta baja de una cocina, que
comunica directamente con el exterior, por la única salida del domicilio; un
comedor, al que se llega después de atravesar la cocina, y el cuarto de
aseo. Una escalera interior comunica con el piso de arriba que, a su vez,
se compone de dos habitaciones, separadas por un pasillo, de cuyo
extremo arranca otra escalera más estrecha e inclinada que la anterior,
que desemboca en el desván. En éste se penetra a través de la «trampa»,
una especie de puerta, acoplada en el techo, que se abre presionándola
hacia arriba y sosteniéndola luego a algún soporte mientras sea
necesario.
La mayor parte de la vida doméstica tenía lugar en la cocina. Allí se
guisaba y se comía, se charlaba en torno a la misma mesa en la que se
comía, e incluso jugaban los niños, si los había. Todo esto era en principio
visible desde el exterior, aunque el uso de la puerta que comunicaba con
la calle era muy variado. Efectivamente, la puerta constaba de dos
cuerpos. La mitad inferior formada por una pieza de madera de
aproximadamente un metro de alto, permanecía normalmente cerrada.
Pero la parte superior funcionaba como una especie de signo que servía
a los vecinos de indicador para conocer si la casa estaba ocupada o vacía.
Durante el día se colocaba una ventana móvil, ajustada a la parte inferior
de la puerta, a la que se denominaba cristalera; pero por la noche, o
cuando la familia se ausentaba, en vez de la cristalera se encajaba en la
parte alta de la puerta el cuarterón, una pieza de madera semejante a la
de la mitad inferior, y que aislaba totalmente la vivienda a los ojos de los
transeúntes. Lo normal era que durante el día la cristalera, si el frío no era
intenso, permaneciese abierta, de forma que desde una cocina se podía
mantener un contacto constante con los inquilinos de la vivienda de
enfrente. Veremos que esta situación es importante en la formación de
relaciones diferenciales de vecindaje y territorio.
Las visitas se recibían en la cocina, sobre todo si se trataba de gente
del pueblo o de personas de fuera que se presuponía pertenecían a la
misma clase social que los habitantes de la vivienda. Si al visitante se le
reconocía una categoría superior, se le recibía en el comedor.
Por último, el piso superior estaba reservado a dormitorio y era de uso
exclusivo de los miembros de la familia. En
J. L. García, 14
II: 5 Bustlello: Un territorio prefijado y una... 209
algunos casos, y cuando éstos eran más numerosos, se habilitaba una
tercera habitación en el desván, que quedaba normalmente sometida al
mismo régimen de los otros dormitorios de la parte alta.
La huerta, adosada a la vivienda, formaba parte integrante de la casa.
Su uso era, desde el punto de vista de la exclusividad territorial,
equivalente al de la cocina. A veces, sobre todo en primavera y verano,
servía para recibir visitas, en el caso de que se contase en ella con algún
rincón donde instalarse cómodamente. En algunas se había dispuesto,
debajo de una parra que formaba una especie de porche con una de las
paredes laterales de la casa, una mesa y algunas sillas, para uso familiar
y para charlar con los vecinos o amigos. Por lo demás el régimen de
cuidado y trabajo de la huerta era exclusivamente familiar. Cada familia
plantaba lo que consideraba más necesario, y ella misma cubría todo el
ciclo de los cutivos, sin ningún tipo de colaboración. En la parte trasera se
había construido una carbonera que se utilizaba para guardar el cupo de
carbón que todos recibían cada cierto tiempo de la empresa.
La familia disponía de la casa en un régimen de propiedad especial.
Las casas se repartieron entre los obreros, bien por asignación, en
régimen de arrendamiento, o bien por sorteo en régimen de propiedad. En
el primer caso se pagaba una pequeña renta. En ambos el derecho sobre
la misma se transmitía de padres a hijos. Los sorteos a los que nos
referimos, y que habían sido ya reglamentados en la reunión de octubre
de 1892, de cuya acta hemos dado cuenta, comenzaron a efectuarse
como muy tarde en 1894. De esta fecha es el acta de adjudicación que
transcribimos como muestra del procedimiento empleado:
«La Sociedad Hullera Española cede la propiedad de una
casa que ha construido con este objeto, al minero X, a quien ha
correspondido en suerte en la rifa celebrada hoy entre los
operarios que por su conducta y la continuidad de sus servicios
a la Empresa, merecieron esa distinción. Y para que conste... 11
de octubre de 1894. Firmado el Administrador Gerente».
El productor agraciado se comprometía a conservar la propiedad
dentro de la línea familiar, a no modificarla en contra de la estética del
pueblo, y en caso de efectuar una venta tenía que realizarla a la misma
empresa. Este fue el procedimiento seguido en algunos casos, cuando el
protago-
nismo de la empresa y del colegio comenzó a decaer. Hasta entonces,
este sistema contribuyó a mantener la población tradicional. Más adelante
la empresa puso en juego un nuevo sistema de adjudicación, basado en
la venta efectiva de la vivienda con múltiples facilidades, a sus ocupantes.
A partir de entonces la restricción referente a la reventa a la empresa
desapareció, y hoy día la mayoría de las casas fueron vendidas a
personas que las habitan como propietarios. Como consecuencia de ello
la población tradicional ha desaparecido en buena medida. Veremos que
entre las causas que motivaron esta reventa debe contabilizarse la
distribución territorial de Bustiello.
Otras restricciones impuestas por la empresa a los «propietarios»
tienen igualmente su importancia. Cualquier modificación que se pensase
introducir en la vivienda, debería contar con la aprobación de la empresa.
Parece ser que esta norma se siguió con más rigidez en los primeros
210 Antropología del territorio
tiempos, cuando los títulos de propiedad pertenecían principalmente a la
empresa. En una carta de 1988, respuesta a una solicitud de este tipo se
lee: «Contestamos a su carta del 8 de los corrientes, y como podría
perjudicar el aspecto estético del poblado de Bustiello, la ampliación
propuesta en la casa que habita el Sr. X, no la autorizamos, si bien, con
el deseo de complacer los deseos del dicho capataz, buscaremos alguna
solución».
Con los nuevos sistemas de adjudicación esta norma se suaviza y ello
va a dar pie para todo un reajuste territorial, en torno a la casa, que sin
duda tiene un gran significado social. En una carta de la misma naturaleza
que la anterior, pero fechada en marzo de 1928, se autoriza a un inquilino
la construcción de una galería, siempre que los gastos «no excedan de
600 pesetas». Durante bastante tiempo todos los gastos de
transformación y de acondicionamiento siguieron corriendo a cargo de la
empresa.
Como se puede deducir de lo anterior, la vivienda tenía en Bustiello
un doble significado. Por una parte, una cara interior donde la familia se
autoidentificaba territorialmente, en un régimen muy fuerte de exclusividad
positiva, y una cara exterior, de carácter colectivo, es decir, orientada
hacia el conjunto del pueblo y de la comunidad. Ese «aspecto estético»
que se quería conservar era bastante más eficaz de lo que puede
prescribir la reglamentación de fincas urbanas. La empresa disponía de
un empleado para vigilancia de la limpieza exterior, y cada dos años exigía
el blanqueado de todas las viviendas, y se responsabilizaba de cualquier
servicio relacionado con esta inagen exterior: reponer las espanadillas de
la huerta, retejar las casas, etc.
La vida familiar todavía hoy está fuertemente constreñida dentro de
este área territorial, compuesta por la casa y la huerta. La capacidad de
este territorio es limitada y las posibilidades de ampliación nulas. Ello hace
que, contrariamente a lo que sucede en la vida tradicional asturiana, la
familia tienda a ser eminentemente nuclear, entendiendo por tal la
compuesta por el marido y la mujer y los hijos. Otros parientes, en el caso
de que algunos de ellos vivan en el pueblo, ocupan una casa
independiente, lo cual no tendría nada de particular, si no fuese porque
ello significa verse sometido a una serie de relaciones diferentes de las
familiares, y que como veremos están determinadas por factores
territoriales. Sólo cuando el parentesco se conjuga con esos factores, se
siguen manteniendo relaciones familiares fuertes.
En algunas ocasiones la madre o el padre del marido y de la mujer
viven en la casa, pero ello sólo sucede cuando la vivienda les pertenece.
En este caso uno de los hijos, normalmente varón, ha fijado su residencia
en casa. Esta situación se da, sin embargo, cuando se cumplen otras dos
condiciones: que la madre o el padre sean viudos; que los demás
hermanos hayan abandonado ya el hogar. En una sola ocasión viven los
padres —marido y mujer— con la hija, el yerno y los nietos.
Existe, por tanto, una cierta tendencia a la patrilocalidad, de acuerdo
con la finalidad masculina de todo el pueblo, si bien ello sólo se realiza,
como hemos dicho, cuando la casa ha quedado lo suficientemente vacía
como para poder recibir a un nuevo miembro, o si hay casa libre en el
pueblo. No es extraño que hermanos y hermanas abandonen el hogar al
contraer matrimonio. Ello origina que algunas de las viviendas estén
II: 5 Bustlello: Un territorio prefijado y una... 211
habitadas exclusivamente por los padres, ya ancianos. Esta situación
ejerce una influencia sobre el control de población, que unida a la
tendencia migratoria experimentada en los últimos años en la mayoría de
los pueblos de la zona, hacen que el saldo de población tradicional sea
negativo.
Mientras en las zonas agrícolas y ganaderas de los alrededores la
familia es centrípeta, en Bustiello es claramente centrífuga: tiende a
dispersar a sus miembros, a una determinada edad, y como consecuencia
la vida social, ya desde su misma base, cuenta con un elemento
desintegrador. A ello es debido una cierta renovación de los individuos
componentes del grupo, que origina una falta de continuidad en
las relaciones sociales. Alguna casa —muy pocas— han sido cerradas al
concluirse el proceso de desarrollo que hemos descrito anteriormente:
cuando los hijos se dispersaron, los padres siguieron a alguno de ellos.
Otras, dentro del mismo proceso han sido transferidas, en alquiler o venta,
a nuevos inquilinos, generalmente de los pueblos vecinos, de forma que
si tenemos en cuenta el reducido número de habitantes del pueblo, estos
cambios repercuten fuertemente en la posibilidad de originar relaciones
sociales permanentes.
Esta fluctuación, en el grado en que tiene lugar en Bus- tiello, no es
debida exclusivamente a los fenómenos migratorios generales que se
orientan hacia las ciudades y núcleos mayores de población. Llama la
atención el constatar que los habitantes de los altos, que rodean Bustiello,
cuya vida discurre en condiciones menos cómodas, debido a los
constantes desplazamientos que tienen que efectuar por falta de
servicios, y dependientes en gran medida de las instalaciones de
Bustiello, presentan una mayor estabilidad de población. Cierto que a
diferencia de lo que sucede en Bustiello, la mayor parte de ellos son
propietarios de prados y ganado: circunstancia que les ata más al lugar.
Pero incluso aquellos que comparten su trabajo en la industria —general-
mente la minería— con los habitantes de Bustiello, presentan una mayor
tendencia a la permanencia. Sin negar que en este fenómeno de
dispersión, intervienen factores de otro tipo, tales como la movilidad
laboral, la satisfacción de necesidades secundarias, creadas por los
medios de comunicación de masas, y las mejoras en los sistemas de
contacto, etc., creemos que dada la organización espacial de Bustiello
esto no podría ser de otra manera. El territorio, sin posibilidad de una
reorganización completa, se suma como un factor más, de gran
importancia, a las causas de la desintegración social.
La casa y la huerta constituyen una unidad, marcada desde el punto
de vista de la territorialidad por un gran sentido de exclusividad positiva.
Entrar en una huerta ajena, sin el debido consentimiento, está tan mal
visto, como traspasar los umbrales de la casa subrepticiamente. Si
tenemos en cuenta que en Bustiello no existen lugares públicos integran-
tes de relaciones sociales totalitarias, sino únicamente algunas
dependencias de carácter asociativo mediante cuota —el Club La Salle—
, la casa y la huerta constituyen el territorio a partir del cual la familia
construye su propia imagen.
Hemos hablado de la «vivienda original», porque son muchas las
modificaciones que, poco a poco y a pesar de la ne- cesaría solicitud de
licencia, se han ido introduciendo en ellas. El grupo de población está
212 Antropología del territorio
constituido por gente bastante heterogénea, unidos ciertamente la
mayoría de ellos por su trabajo en algunos de los aspectos de la minería,
pero sin una base tradicional, dada la forma sucesiva de reclutamiento,
específica de este tipo de viviendas empresariales, los distintos puntos de
procedencia de los habitantes y los escasos años gue tiene el mismo
pueblo. En estas condiciones, al cesar la actividad preorganizada el
igualitarismo territorial resultó intolerable, al no estar respaldado por ele-
mentos comunes profundos. Este descontento —ciertamente no
confesado— comenzó a tener sus repercusiones en la distribución
territorial. Dentro de unos límites de exclusividad familiar, muy prefijados,
y que hacen prácticamente imposible que el aspecto total del pueblo
cambie, los vecinos vieron en la vivienda y en la huerta colindante el
campo apropiado para imponer un sello personal a su pequeño mundo.
Algunos invirtieron el orden comedor-cocina, de manera que ésta, que es
prácticamente donde transcurre la mayor parte de la vida doméstica,
quedase más apartada del exterior. Luego se clausuró la puerta de la calle
y se construyó una nueva entrada por la huerta, protegiendo así todavía
más la intimidad. Igualmente se fueron levantando pequeñas chabolas,
dentro de la huerta, que servían tanto para guardar los trastos que
sobraban en casa, como para cualquier otra actividad paralaboral que
cada uno quisiera darle. Hoy este proceso de diferenciación sigue, y
algunas casas han modificado su estructura exterior por medio de terrazas
y otros aditamentos, que no pueden ocultar un cierto sabor a postizo. En
cualquier caso nos parece que estamos ante un dato importante: un grupo
social, por muy reducido que sea, si no tiene una base cultural y unos
vínculos tradicionales que le den consistencia como grupo, utiliza el
territorio como elemento diferenciador. Creemos que esto sucede a su vez
en todas las aglomeraciones urbanas, y que el contraste que este hecho
presenta con las construcciones homogéneas de los «llamados» pueblos
primitivos, tiene su base en la tambaleante cohesión de los grupos
sociales.
Este cambio en la disposición de la vivienda, en las casas en las que
se llevó a efecto, trajo consigo una menor accesibilidad, y operó de
manera real como un filtro de relaciones. Acceder a la casa por la huerta
implicaba atravesar dos territorios de fuerte exclusividad positiva. A nivel
social suponía a su vez una diferenciación de la población, con base te-
rritorial, o lo que es lo mismo, el espacio, en un principio sin demarcar, se
fue diferenciando ligeramente, y su nueva es
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 21b
tructuración funcionaba como signo de unidades familiares
diferenciadas. Sorprende constatar que estas modificaciones se
encuentran casi exclusivamente en la calle del medio.
El piso superior de la vivienda experimentó también importantes
cambios. En un principio la escalera de acceso daba a una habitación y a
una sala indiferenciada, que podía hacer las veces de dormitorio. En la
mayoría de las casas se aisló este recinto con un pasillo convirtiéndolo en
una habitación similar a la otra de la parte superior. Algunas familias
consiguieron tabicar esta habitación obteniendo dos. Pero estas
modificaciones de la parte superior, lo mismo que la habilitación del
desván para dormitorio, responden más a las necesidades familiares,
según el número de personas que componen la familia, que a otras
motivaciones más relacionadas con el tema que tratamos, es decir, con la
autoidenti- ficación en un territorio sin delimitar.
La huerta sirvió también de sustrato para introducir cambios. Algunas
familias construyeron un lavadero en la parte trasera, con lo cual se
evitaban el tener que acudir periódicamente al lavadero común, situado
en uno de los extremos de la calle del río. Este hecho tiene cierta
importancia social, pues el lavadero era un lugar de reunión femenina,
donde periódicamente se iba encontrando toda la población de esta
categoría. Ello pudo haber creado vínculos más estables de grupo y no
sólo relaciones personales, de no haberse puesto en práctica la
costumbre de construirse su propio lavadero.
Hoy los cambios efectuados han sido más profundos llegándose
incluso a romper, en algún caso, con el geometris- mo del agrupamiento
de las viviendas. Las huertas se han convertido en garajes y las cercas
son de cemento. Pero los criterios de la transformación, como veremos,
son diferentes. Por ello tenemos que considerar este hecho en dos pers-
pectivas: el momento en que la empresa juqaba un papel protector en el
pueblo, y los tiempos en que dejó de ser importante su subsidiaridad.
La casa es, pues, desde un punto de vista territorial, antitética en sí
misma. La parte exterior pertenece de alguna manera a la comunidad, en
la medida en que tiene que adecuarse a las demás casas, y no se permite
tácitamente ninguna modificación. Algunas de las reformas que
modificaron la parte externa de la vivienda fueron severamente criticadas,
sin que en una época donde el protagonismo de la empresa había
desaparecido, nadie pudiese alegar ningún título para
216 Antropología del territorio
reprochar la modificación. Todas las reformas interiores son, por el
contrario, de plena incumbencia de los interesados, es decir, de la
familia, y de hecho, por muy aparatosas que parezcan las que
hemos descrito, en nada afectan a la figura exterior, a no ser en la
transformación de una ventana en puerta, por la parte de la huerta,
es decir, en el interior de un territorio que pertenece en exclusividad
positiva a la misma familia.
Frente al igualitarismo exagerado de todo lo que en el pueblo
no es interior de la vivienda, las transformaciones interiores
significan, sin lugar a duda, una autoafirmación cara a los demás de
las peculiaridades familiares. En un territorio sin demarcaciones los
grupos tienden a imponer las suyas propias. En Bustiello estas
peculiaridades están muy delimitadas por la estructura total del
pueblo, que casi podíamos decir que no admite modificaciones
externas. Por ello la casa y la huerta son tan extraordinariamente
modificadas.
Pero estas delimitaciones tienen sus límites impuestos por las
referidas características exteriores del conjunto. Ello contribuye a
que la familia sea nuclear, dado que una mayor complejidad familiar
no encontraría campo territorial para su autoidentificación y
diversificación. Y más aún es, en buena medida, la causa de que,
cuando las posibilidades combinatorias del territorio no encuentren
salida, la familia misma se disperse. Este éxodo comienza, como
hemos visto, por los hijos, que no encuentran materialmente un
espacio propio dentro de la vivienda de sus padres, y finaliza con
los padres, que no se adaptan a su nueva situación.
A un nivel general se puede decir que en Bustiello, apa-
rentemente, no existen grupos intermedios entre la familia y la
comunidad. Si aplicamos a esto alguno de los esquemas que
tratábamos en la primera parte de este estudio, podríamos resumir
la situación territorial de la siguiente manera: El interior de la
vivienda y la huerta están dotados de exclusividad positiva en
relación con la familia, y negativa referidas a la comunidad. El
problema, sin embargo, estriba en que la integración solamente se
produce a través de un territorio intermedio, cuya característica sea
la falta de exclusividad. En Bustiello, como hemos visto, los lugares,
tradicionalmente llamados comunes no operan como tales. La pla-
za, demasiado apartada del núcleo, se convierte casi en una
plataforma físicamente obligada para acceder al pueblo desde
algunos puntos exteriores. Los servicios que en ella se encuentran,
colegio e iglesia, son en realidad comunes con otros muchos grupos
de población que sin pertenecer a Bus-

tiello los utilizan por mayor comodidad y cercanía que los de Santa
Cruz, la parroquia. Otro tanto se puede decir de las demás
dependencias situadas en la parte alta del pueblo. El economato
presta sus servicios a toda la zona circundante. En definitiva,
Bustiello no cuenta propiamente con un territorio sin exclusividad, a
excepción de las calles y las caleras. De hecho, sin embargo, estos
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 217
espacios no son utilizados sino como zona de paso. La causa de
esta restricción habría que buscarla en la existencia de una
estructuración territorial menos evidente, más sutil y que se adecúa
más a la estructura real de la población.
Vamos a tratar de poner de manifiesto que la aparente
indiferenciación del pueblo, más allá del terreno comunitario y de la
familia, sólo es verdadera en relación con cierto grupo social: los
niños. Las personas adultas se mueven socialmente dentro de
esquemas sociales y territoriales diferenciados, que sólo son
deducibles a partir de un minucioso análisis de los comportamientos.
Actualmente se da en Bustiello una escasa interacción a nivel
comunitario, y los vínculos más estables son los que mantienen el
remanente de la población territorial. No existe ningún tipo de
actividad que reafirme la existencia del grupo como tal. La
interacción a nivel de esa unidad superior es tan inoperante que no
es raro un desconocimiento casi total de aspectos muy elementales
de las familias con las que no se interactúa.
A título de hipótesis queremos sugerir que en esta falta de
integración a nivel comunitario, pudo haber jugado un papel el
territorio mismo. Mientras normalmente la unidad territorial de una
comunidad se obtiene o se delimita en el ejercicio de la unidad
social; en Bustiello esta unidad existió siempre, por las
peculiaridades constructivas y disposi- cionales del pueblo, que no
dejan ningún resquicio para dudar de ella. Adquirida sin esfuerzo
esta imagen unitiva cara al exterior, o reafirmado territorialmente
como un todo, la población se creyó dispensada de obtener esta
unidad a base de otros factores de índole social. Actualmente no
hay en Bustiello una auténtica celebración ritual. Incluso los antiguos
patronos son festejados con la solemnidad y comportamiento de
cualquier domingo. El 15 de agosto se asciende a uno de los montes
a venerar la imagen de «La Santina», pero la fiesta, compartida con
otros núcleos de población, no depende de Bustiello, y su
decadencia es actualmente un hecho en el pueblo.
219 Antropología del territorio
Carmelo Lisón ha puesto de manifiesto, en un sugerente análisis
del ritual en relación con la dialéctica entre la pequeña comunidad
y las comunidades vecinas, que se excluyen y se necesitan
simultáneamente, o lo que es lo mismo entre la unidad y la
diversidad en las que necesariamente se articula la vida social,
cómo a través de los actos rituales se resuelve simbólicamente esta
aparente contradicción. El ritual une y separa, fija límites y resuelve
problemas de demarcaciones. «La clave para descifrar el enfoque
popular sobre la dialéctica nosotros-ellos, unidad-diversidad, hay
que buscarla... en los procesos rituales»83.
Pues bien, no creemos equivocarnos si afirmamos que en
Bustiello no existe ritual comunitario de ningún tipo, lo que estaría
de acuerdo, según la hipótesis citada, con la falta de integridad real
a la que nos estamos refiriendo. Unicamente podemos considerar
como tal, cierto «ritual del territorio» —menos vigente en la
actualidad— en el sentido más literal del término. ¿No sería una
expresión de este tipo la reiteración de la unidad del aspecto
externo del pueblo, por medio tanto de la prohibición tácita de no
modificarlo, como de los cuidados prescritos: encalado, limpieza,
etc., que deben efectuarse periódicamente? Si como hemos
sugerido la unidad de Bustiello, cara a los otros pueblos, radica en
su configuración externa, y ello, por sus inequívocas características,
liberaba a la comunidad de otras manifestaciones sociales que la
autoidentificasen y delimitasen al mismo tiempo, nada tiene de
extraño que se custodie esa unidad configuracional, y que los actos
correspondientes adquieran la reiteración y normación del auténtico
ritual.
Sin embargo, esta ritualización territorial, por su gran de-
pendencia de la infraestructura espacial, se presenta con una
escasa simbolización particular, que refleja la falta de vínculos
sociales suficientes para respaldarla. Pero ello no implica que en su
conjunto no funcione como símbolo. Dicho de otra forma, en
Bustiello no existe una auténtica formalización metafórica del
territorio, sino que al ser éste una realidad impuesta y previa a la
estructura social misma, se utiliza todo él como símbolo de la
unidad, cara al exterior; quizás el único claro y efectivo que cumple
esta función en la comunidad.
¿Quiere esto decir que la unidad configuracional del territorio
implica siempre la falta de una unidad social de otro

83
Ethos y Pathos en la Comunidad Rural. Primera Mesa Redonda: Expresiones
actuales de la cultura del pueblo. Valle de los Caídos, 1-5 de septiembre de 1975.
Ponencia fotocopiada, pág. 18.
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 219
tipo, o una integración basada en rituales o interacción colectiva
en general? No pretendemos hacer válida tal afirmación.
Conocemos grupos que habitan poblados igualmente geométricos
y homogéneos, y que, sin embargo, dan pie para pensar que la
ritualización es grande. Pero quizá fuese necesario hacer una
precisión: esta uniformidad configuracional del territorio puede
deberse a una planificación, previa al funcionamiento de la
estructura social, o puede ser el resultado de ese funcionamiento.
En el primer caso —como sucede en Bustiello—, creemos que esa
homogeneidad exime a la comunidad de ciertas obligaciones en
relación con la construcción cara a sí misma y a los grupos vecinos
de una imagen social unitiva; en el segundo la distribución territorial
debe considerarse como una expresión metafórica —subsecuente,
por tanto, a la estructura social— de la unidad misma.
La consecuencia que de aquí se sigue está en consonancia con
la que se desprendía de la disposición territorial de la casa y la
huerta. Al no existir más vínculos comunitarios que los que se
derivan de la pertenencia a un territorio suficientemente unitivo, por
sí mismo, los lazos sociales que podrían influir en la permanencia
de la población son escasos. Por ello, y sin negar la influencia que
en este hecho tengan otros factores, podemos decir que la
distribución territorial de Bustiello, contribuye a la dispersión de la
población tradicional, o lo que es lo mismo, favorece la renovación
constante de la población.
Los dos signos territoriales más evidentes, la unificación
configuracional del conjunto y la tendencia a la diversificación de la
casa y la huerta, deben situarse en el mismo eje de formalización, y
están, en cierta medida, correlacionados. La falta de coherencia a
nivel comunitario resalta la necesidad de unificar la entidad familiar
(nuclear). Pero al mismo tiempo la exagerada uniformidad territorial
del pueblo impone la tarea de diferenciar territorialmente la casa y
la huerta. Si los términos territoriales aislados no son propiamente
una expresión metafórica de la estructura social, la relación entre
ambos (pueblo/casa-huerta), sí reflejan metafórica y antitéticamente
la relación comunidad/familia.
La conclusión de esta primera confrontación territorial podría ser
que Bustiello sólo funcionó como un grupo artificial en el momento
en que toda su actividad estaba centralizada desde la
preorganización de la empresa y del colegio. Una vez que estas dos
instituciones dejaron de operar con la intensidad que hemos
descrito anteriormente, Bustiello se convirtió en algo así como un
lugar de residencia sin autén-
220 Antropología del territorio
tica cohesión social entre sus miembros. En una situación muy similar a
la que acontece en centros residenciales —piénsese, por ejemplo, en un
colegio— la unión estaba únicamente garantizada por la pertenencia al
mismo conjunto. Este conjunto se concibe como unidad de edificación y
disposición y en estas condiciones la vida social gira en torno a la familia,
que por lo demás no puede ser de otra forma que nuclear.
Pero este cuadro quedaría incompleto si no recogiésemos todas
aquellas demarcaciones extrafamiliares, aunque distintas de las
comunitarias, que necesariamente engendra la convivencia de personas
en el mismo recinto. Nos referimos a la vigencia de una forma muy precisa
de vecindaje territorial, a la existencia territorialmente manifiesta —a pesar
de la impresión contraria que puede deducirse de un primer acer-
camiento— de una cierta estratificación social, y a la forma peculiar de
comportarse, cara al espacio, de la comunidad infantil. Relacionadas con
estos tres puntos iremos viendo cómo ciertos aspectos de una incipiente
continuidad tradi cional de la zona —de naturaleza agraria-ganadera—
desaparecieron a causa de las exigencias territoriales.

El vecindaje territorial
Todos los habitantes del pueblo son vecinos. El término empleado en
este sentido no implica otra cosa que pertenencia a un mismo centro
territorial, y su utilización se hace más efectiva fuera de los límites del
pueblo. El vecindaje, así entendido, no tiene relevancia interna,
precisamente por la falta de realizaciones comunitarias, a las que nos
hemos referido. Desde el punto de vista administrativo tampoco se puede
decir que el concepto sea especialmente relevante. Bustie- llo no tiene
ayuntamiento, y las actividades del alcalde de barrio se reducen más bien
a una pura coordinación de os actos administrativos que se producen no
sólo en Bustiello, sino en los alrededores, con el Ayuntamiento de Mieres.
Desde el punto de vista religioso Bustiello pertenece a la parroquia
de Santa Cruz de Mieres, con la que. sin embargo, no tiene mayor
afinidad. La iglesia de Bustiello estuvo bastante tiempo regentada por
un capellán de la empresa Con la remisión de la importancia de la
Sociedad Hullera el papel de éste decayó considerablemente,
acabando por desaparecer como tal, aunque actualmente revive por
otros caminos. Los bautizos, bodas, funerales, etc..., tienen lugar en la
parroquia. En Bustiello existe servicio religioso todos los
días, pero la actividad que gira en torno a la iglesia se eclipsó, durante
algunos años, al concluir la época de organización externa, desde la
empresa y el colegio. Esta decadencia temporal se inició en el momento
en que la casa reservada para el cura, al lado de la iglesia, quedó vacía,
por fallecimiento del titular, y un nuevo sacerdote de los alrededores se
ocupó de los servicios del pueblo, pero pasando a vivir a una de las
viviendas de la calle del río. De esta forma uno de los pocos signos
territoriales diferenciados, la casa adosada a la iglesia, tan estrechamente
unida a los curas dependientes de la empresa, se desmoronó, y nuestras
informaciones coinciden en indicar que el traslado de vivienda contribuyó
a desdibujar la imagen y el papel del cura dentro del pueblo. Y ello a pesar
de que la casa que iba a ser ocupada por el nuevo cura fue una de las
que se transformó profundamente en su interior momentos antes de ser
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 221
habitada: era la única casa de la calle del río que se adaptaba a la es-
tructura inversa cocina-comedor, más propia de la calle del medio y de
cuya significación territorial tendremos que ocuparnos en seguida.
A falta de un contenido social propio del término vecino, en el sentido
antes indicado, el concepto funciona exclusivamente como un referente
territorial, para indicar la pertenencia a la unidad que constituye el pueblo,
a su vez fundamentada sobre el territorio.
Pero el término vecino se puede analizar en sentido territorial, al
menos en aquellos casos en los que su significado se ve respaldado por
relaciones más estrechas entre los aludidos en el término, y que creemos
constituye, en algunos casos, la auténtica unidad social, inmediatamente
superior a la familia, a la que corresponde, por su parte, ciertas deli-
mitaciones de tipo territorial. En este segundo aspecto vecino tiene el
sentido de colindante, y su vigencia no tiene valor como unidad social,
sino que recoge una variada gama de formas de interacción, como
respuesta a ciertas condiciones territoriales que necesariamente
comparten las familias más agrupadas.
Cada dos casas, situadas una enfrente de otra, o lo que es lo mismo,
cada cuatro viviendas colocadas en esa disposición, se establecen
situaciones propias cuya característica más peculiar es la de mayores
ocasiones de interacción. Esta generalización puede no cumplirse en
todos los momentos, sobre todo cuando acontecimientos concretos crean
entre las familias correspondientes situaciones anormales, pero no
creemos equivocarnos si afirmamos que este esquema res- nonde a una
realidad de comportamiento, y que como tal se nociría afirmar, en
términos estadísticos, que las probabili- dades de que la interacción sea
más intensa y efectiva en ese espacio determinado por las cuatro
viviendas referidas es grande.
La tendencia nuclear de la familia, a la que ya hemos hecho
referencia, es la causa de que las relaciones con los parientes menos
inmediatos que puedan vivir dentro del pueblo no sean muy intensas,
y en cualquier caso que no sobrepasen a aquéllas que
esporádicamente se pueden tener con ciertos vecinos por motivos de
mayor afinidad Y este dato creemos que no es accidental o que no se
debe a una inferencia a partir de un escaso número de situaciones
observadas. Hace unos quince años el número de parientes que vivían
en distintas casas era grande, ya que en casi todas las familias
existían vínculos de este tipo al menos con otra del pueblo y la realidad
apuntaba al tipo de relaciones descrito. Hoy con el éxodo de la
población tradicional, el numero de parientes ha disminuido, pero las
relaciones siguen siendo las mismas.
La configuración del vecindaje colindante depende de varios
factores, aparte del lógico de la proximidad, que hace que las
ocasiones de interacción sean mas frecuentes. En primer lugar hemos
dicho que la casa tradicional esta 1 " puesta de tal manera que desde
una cocina se puede fácilmente observar lo que sucede en la de
enfrente, si la puer a se mantiene abierta, cosa que sucede cuando el
tiempo lo permite. Toda la vida familiar acontece en la cocina. Ello
ocasiona que los movimientos de una familia se hallan ido acos-
tumbrando a admitir, como muy lógicas, las posibles intromisiones
visuales de la de enfrente y sucesivamente el dia- loqo y la
Antropología del territorio
222
cooperación. Cualquier objeto de necesidad inmediata que se precise
en'un momento, se solicita del vecino de enfrente, más que del vecino
lateral.
Por otra parte estas relaciones desde lejos, «de cocina a cocina»,
se ven ratificadas por la proyección territorial que desde las respectivas
cocinas se extiende al trozo de calle que separa ambas casas. Si es
cierto que nadie pondría ningún impedimento a que cualquiera del
pueblo o de fuera de él transitase por este territorio, no es menos
verdad que existen obligaciones territoriales, cara a ese trozo de caHe,
que son compartidas por los vecinos colindantes. Se comprometen de
hecho a que el aspecto exterior de este territorio permanezca
constantemente limpio. Para ello no es fácil dividir mentalmente este
trozo en cuatro partes mate-
II: 5 Bustlello: Un territorio prefijado y una... 223
friáticamente exactas, dado que el empedrado culmina en una
ligera elevación que traza una línea paralela con las casas, y las aceras
son losas de pizarra que permiten señalizaciones perpendiculares.
Ciertas actividades temporales como, por ejemplo «varear los
colchones», tarea relativamente periódica hace algunos años, se
realizaban en este espado colmdante sin tener en cuenta las divisiones
indicadas. No estaría bien visto, que una actividad de este tipo fuese
realizada por una persona de otro grupo en el territorio exterior de un
grupo de vecinos colindantes.
Desde muy temprano los niños, que con frecuencia utilizan las
aceras para desarrollar sus juegos, algunos de los cuales precisan
demarcar un espacio con tiza, han aprendido a respetar los territorios
inmediatos a las casas, a no ser que entre ellos se encuentre alguno
perteneciente a cualquiera de las familias que componen el grupo de
cuatro viviendas. No existen muchos animales domésticos en el pue-
blo. Pero sus dueños saben que no pueden deambular, sin mas por
las inmediaciones de las casas que no les correspondan, y cuando lo
hacen, los vecinos colindantes no dudan en reconocerse el derecho de
ahuyentarlos
Este territorio «vecinal» no está igualmente cualificado en todas las
inmediaciones. Su exclusividad es más fuerte en el rontal de las casas,
y va disminuyendo a medida que se prolonga a lo largo de la huerta.
Pero su delimitación concluye en el extremo mismo de la huerta, ya
que hasta allí persisten las obligaciones de limpieza de la familia
correspondiente aunque estas se realizan con menos frecuencia. A
medida que las obligaciones disminuyen en intensidad los derechos
sobre el territorio se aminoran, y actividades que no se tolerarían
delante de a casa pueden tener cabida en el resto del territorio vecina
, como, por ejemplo, algunos juegos infantiles del tipo de los indicados.
Dentro ya del círculo de los cuatro vecinos territoriales s. las
obligaciones del territorio vecinal están bien demarcadas, y cada
familia se limita al cuidado de la cuarta parte que matemáticamente le
corresponde, los derechos no lo están igualmente. Los vecinos utilizan
este territorio sin demarcaciones, y ello hace que constituyan un grupo
específico territorial, que se diferencia del resto de la comunidad.
En otros términos: existe un reparto tácito del territorio vecinal, que
puede considerarse como una forma de cooperación cara a unas
obligaciones comunes. Y una indiferen- ciacion en relación con la
utilización del mismo, que a su vez marca diferencias con los otros
grupos de vecinos territoria-
224 Antropología del territorio
les. Esta interacción espacial está respaldada por una interacción
personal. El hecho de que los vínculos de parentesco, más allá de los
de primer grado, se sustituyan a veces por vínculos de vecindad
colindante, es altamente significativo. Los vecinos territoriales tienen
mayor accesibilidad a las casas respectivas; se les encomiendan
tareas propias de la familia, cuando las circunstancias aconsejan
cierta colaboración, e incluso durante los períodos de ausencias son
ellos, y no los parientes, los que se hacen depositarios del cuidado y
custodia de la casa y la huerta de los ausentes.
En términos generales, y en la situación territorial óptima del
vecindaje territorial, que es aquella en la cual la disposición de las
casas que componen el grupo no ha sido modificada —invirtiendo el
orden comedor-cocina—, el grado de interacción del tipo de
relaciones al que nos estamos refiriendo, admite diversidad entre los
cuatro vecinos. Una situación de hecho consiste en que son más
intensas las relaciones con los vecinos de enfrente, seguidamente
con los diagonales, y finalmente con los laterales. Esta situación que
tiende a seguirse en reciprocidad desde los cuatro centros de origen
de las relaciones, teje una red totalmente simétrica de interacción,
que reproduce a su vez la graduación de las obligaciones y utilización
del territorio vecinal compactado.
Parece ser que el criterio según el cual se cualifican estas
relaciones es el que se sigue del dominio visual del territorio vecinal.
Gráficamente podemos significarlo así, siendo las líneas = = —
indicadoras, de más a menos, de la intensidad de la interacción:

l I
~A/ 1 / I! \ 1
ni \ \
\ \I
> \lll
/
/
■w-----------

11 1
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 225
El motivo que nos inclina a pensar que en la base de esta estructura
de relaciones vecinales, de tipo colindante, opera un territorio visual,
estriba en que el esquema representado no se cumple cuando cualquiera
de las casas que componen el grupo de cuatro, ha sido modificada, y la
entrada correspondiente se efectúa por la huerta y no desde la calle exte-
rior. En estos casos el territorio exterior que proporcionalmente, en
situación normal, sería objeto de deberes y derechos por parte de los
habitantes de la vivienda, tiende a desdibujarse, y tanto la exclusividad
positiva como la correspondiente negativa disminuyen. Lo mismo sucede,
aunque en menor grado, cuando la transformación de la planta baja de la
vivienda no ha sido tan radical, aunque por medio de una mampara se ha
aislado visualmente la cocina de la calle. Esta concordancia entre la
utilización territorial y el socio- grama del pueblo era más efectiva en la
calle del río, prácticamente el único lugar en el que el territorio visual
puede operar, dada la disposición y la no modificación, en líneas
generales, de la vivienda.
En la calle de arriba las viviendas se alinean en una única fila, pero
su exposición constante a la curiosidad de la gente que circula por la
plataforma de servicios, muchos de- los cuales no son de Bustiello, ha
hecho que todas las viviendas, menos una, presenten el esquema
modificado comedor- cocina. Por otra parte, se trata de un lugar donde el
territorio adquiere un significado más público, precisamente por ser zona
de paso obligado para acceder a los servicios, y por no ser tan
fraccionable el espacio inmediatamente próximo a la casa. No se divide
esa calle en empedrado y aceras, como las otras dos, sino que su aspecto
es más similar al de las calellas, una especie de camino de tierra por
donde incluso pueden circular vehículos. Por las otras dos calles, aunque
también circulan, lo hacen con mayor dificultad a causa del empedrado.
Siguiendo ahora los esquemas que hemos tratado de esbozar en la
primera parte podemos aplicarlos a este aspecto territorial de Bustiello. La
casa pertenece con exclusividad positiva a la familia, y el correlato
inmediato, pero negativo, es la comunidad de vecinos colindantes. El
espacio que se extiende delante de las cuatro casas, que componen esa
comunidad, posee, en relación con todos ellos, una negación de
exclusividad, pero vuelve a plantearse como una nueva tesis, es decir,
exclusividad positiva (aunque de distinto
J. L. Garcfa, 15
tipo) en relación con otras comunidades de vecinos colindantes. El hecho,
sin embargo, de que no exista a su vez un territorio sin exclusividad, para
las distintas comunidades de vecinos, ya que como hemos visto, los
lugares públicos de Bustielló no tienen propiamente ese significado, sino
que son zonas de tránsito compartidas por los habitantes de Bustie- ||o
con los de los alrededores, hace que la integración territorial y
consecuentemente social entre las distintas comunidades de vecinos
colindantes no sean pertinentes. Las relaciones que se pueden establecer
entre miembros aislados de distintas comunidades de vecinos colindantes
responden a aspectos puramente personales, a afinidades de tipo más
psíquico que social. No existe una ritualización, normativación ni conjunto
de obligaciones y deberes comunes que las engendren, como sucede en
el grupo de vecinos colindantes. Por ello —y ese es el significado desde
226 Antropología del territorio
el que queremos entender aquí las relaciones socioculturales pertinentes
para nuestro estudio— aunque tienen lugar en el territorio, no son
propiamente territoriales.
Desde el punto de vista de las unidades territoriales homogéneas,
Bustielló consta de un conjunto de células aisladas no integradas
socialmente entre sí, que son los grupos de vecinos colindantes. Por
unidades territoriales homogéneas queremos expresar aquí aquéllas que
se mueven en un mismo plano a nivel de análisis, que en este caso es el
de la estructura de ubicación y poblamiento. Veremos en seguida que
desde otros puntos de vista el territorio funciona como elemento o signo
diferenciante de valores sociales, concretamente de una estratificación
social, pero ello implicará una utilización restringida y distinta del territorio.
Desde la perspectiva del comportamiento, o del contenido
cualificante de las demarcaciones territoriales, el territorio colindante
reproduce metafóricamente, a través de la ser¡e de deberes y obligaciones
descritas, la diferenciación y la vinculación de las familias que componen
el grupo de vecinos territoriales.
Pero el vecindaje colindante tiene dos tipos de limitaciones: primero
aquellas que se desprenden de una evolución propia de los territorios que
albergan a una población de reclutamiento. Veremos en seguida cómo la
extensión de este vecindaje, con el transcurso del tiempo, se ha ido
restringiendo en función de otros factores, entre los que destaca la
estratificación social. Los cambios disposicionales en torno a la casa —de
manera que las relaciones entre vecinos colindantes tiendan a filtrarse a
través de una mayor innac-
II: 5 Bustielló: Un territorio prefijado y una... 227
cesibil¡dad territorial—, es una consecuencia de este nuevo criterio
de relaciones sociales. En este sentido la conclusión que podemos sacar
de Bustielló, coincide con los estudios de Loomis y Beegle, en América, v
de A. Meister, en Francia, según los cuales «la proximidad geográfica
solamente es inmediata y únicamente un factor decisivo en la formación
de las interacciones sociales en las formas nuevas, ... más tarde se hacen
efectivos otros factores muy diferentes, de modo que nos hemos de
acostumbrar a sustituir el simple concepto de vecindad por una
concepción más crítica»3. En Bustielló, en efecto, con el transcurso del
tiempo, sólo siguieron interactuando intensamente dentro del vecindaje
colindante, aquellos que conservaban también otros vínculos o motivos
de unión, de tipo statual, u otros tipos de afinidades.
De ahí que deba hablarse de una segunda clase de limitaciones. El
vecindaje colindante no ha de considerarse como una forma pertinente de
interacción dentro de la comunidad, sino que es más bien un hecho, que
se cumple en ciertos casos, en los cuales los imperativos del sustrato
físico, es decir, la proximidad, se han combinado con otras condiciones
acordes con la distribución de la población según su mayor o menor
distanciamiento. El hecho, por otra parte, de que en Bustielló los vecinos
colindantes posean derechos y deberes, compartidos unos y
diferenciados otros, es el motivo de que esta forma de interacción incluya
más elementos territoriales de los que a primera vista podrían despren-
derse de la simple cercanía. Estamos en una situación en la cual una
condición infraestructura! sirve de sustrato a la organización territorial. Su
mayor o menor pertinencia y la orientación de ésta se debe, dentro de una
línea posibilista, a la influencia de otros factores.
La diferenciación territorial de Bustielló, tanto comunitaria como
vecinalmente, tuvo su importancia en la modificación de algunos aspectos
de la vida tradicional de la Asturias agrícola y ganadera que, en principio,
se intentaron mantener en Bustielló. Veamos rápidamente cómo por una
inadecuación territorial la economía doméstica del cerdo no pudo
prosperar. En los primeros años del pueblo eran bastantes las familias
que pusieron interés en contribuir a la economía doméstica por medio del
mantenimiento de este animal, tan frecuente en los núcleos vecinos.
Según los documentos que hemos podido obtener en el archivo de la em-
Sociología de la Comunidad Local. Euramérica. Madrid
1971, pág. 83.
presa, en 1914 eran unas 20 las familias que poseían por lo menos un
cerdo. Así se desprende de una carta de esta fecha en la que se dice:
«Muy Sr. mío (dirigida al director de la empresa): tengo el honor de pasar
a sus manos adjunta relación de los vecinos de Bustiello que poseen
corripas en el castañedo enclavado en dicho pueblo. Como usted verá
todos las llevan desde que se hicieron, o sea, cinco años, exceptuando a
X y X que la lleva el primero dos meses y el segundo un año. En su atenta
fecha 28 octubre pasado me dice ser 20 las corripas que dice hay el dueño
del castañedo, mas como quiera que resultan 21, la sobrante podía
hacerse caso omiso a X, dispensándole el pago de ella por no haber teni-
do en ella ningún cerdo. Los años que le indico en la relación son los
manifestados por los mismos dueños».
Esto quiere decir que más de la mitad de las familias que habitaban
en el pueblo poseían un cerdo o más. Las corripas referidas en la carta
228 Antropología del territorio
son una serie de pequeñas chavolas alineadas en la parte baja del
«castañeru», a unos diez metros de altura sobre el nivel de la plataforma
de servicios. Paralelamente se había construido al final de la calle del río,
en el remate norte de una de las hileras de casas, una pequeña chavola,
que manteniendo la misma estructura de materiales que las casas
vecinas, se diferenciaba por sus pequeñas dimensiones en relación con
ellas, y que estaba destinada, en un régimen de utilización comunitaria, a
curar las carnes del cerdo sacrificado. Se la conocía comúnmente con el
nombre de «Chavola de San Martín», denominación que sigue vigente en
la actualidad. En un primer momento la Chavola de San Martín era muy
utilizada. Pero pronto los hechos demostraron que esta planificación no
podía prosperar.
El cerdo es un animal del paisaje doméstico de esta zona de Asturias,
y generalmente su resguardo se adosa a una de las paredes laterales de
la casa. Es fácil así proporcionarle continuamente el alimento que
necesita, sin mayores esfuerzos, valiéndose de las sobras de la comida
familiar o de algún preparado casero a él destinado. La estampa del cerdo
recorriendo las callejas de los pueblos, «tozando» aquí y allí, cerca de las
casas, en un territorio cercano a todos, pero propiedad de nadie, es algo
que se puede observar en cualquier núcleo tradicional de la zona. Pero la
distribución territorial de Bustiello se oponía rotundamente a esta idea.
Por una parte, la configuración de Bustiello impedía, a nivel colectivo,
la presencia de cualquier producto que pudiese ser de utilidad al cerdo.
Por otra, las proyecciones de exclusividad territorial en el territorio vecinal,
a las que nos acabamos de referir, hacía prácticamente imposible que el
cerdo pudiese deambular según la costumbre tradicional. Por fin, una
última solución podía ser la huerta, como lugar privado, más amplio y
accesible que el «castañeru», pero la rentabilidad de la huerta era mayor
empleándola en el cultivo de otros productos primarios incompatibles con
la presencia del cerdo. En consecuencia, no hubo más remedio que inten-
tar la ubicación del cerdo en el «castañeru». Pero dificultades de índole
territorial hicieron que el cerdo fuese desapareciendo: había que efectuar
desplazamientos —no excesivos—, pero sí molestos, para alimentarle;
debía someterse al animal a un régimen de excesiva reclusión, ya que
tampoco se le podía dejar vagar por el «castañeru», al no ser esos los
términos del contrato con el dueño; el control que se podía mantener sobre
él era escaso. En consecuencia el cerdo desapareció del pueblo. En 1950
eran tres o cuatro las familias que todavía le seguían manteniendo, y unos
años más tarde su presencia en el pueblo estaba controlada por un intento
de comercialización, llevado a efecto por iniciativa de alguna familia
particular, que se dedicaba exclusivamente a su alimentación y venta,
utilizando las corripas descritas. Dos o tres años duró esta forma de
explotación, y hoy la economía del cerdo ha desaparecido en todas sus
formas.
Paralelamente la Chavola de San Martín perdió su antigua función.
Las condiciones territoriales creadas por la distribución geométrica y los
regímenes de propiedad —implícita o explícita fueron la causa principal.
Más de acuerdo con la prevalencia de las imposiciones que el
geometrismo imponía a la delimitación del territorio —como hemos visto—
, la Chavola de San Martín, debido a sus pequeñas dimensiones, o lo que
es lo mismo a su ruptura con la pauta de construcción, pasó a significar
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 229
casi exclusivamente un límite territorial del pueblo. Hoy forma parte de la
huerta más próxima, en régimen de propiedad particular.

Estratificación social

Algunos de los datos que hasta ahora hemos utilizado y que podrían
ser pertinentes para este apartado, tienden precisamente a negar esta
estratificación. Reiteradamente nuestros informantes nos han
manifestado que en Bustiello, al menos antes era así, todos «se trataban
como si fuesen familia», que «no había diferencias notables», que «todos
trataban con todos». Esto, sin embargo, sólo en los primeros tiempos fue
cierto. Vamos a intentar explicar la transformación y la importancia que la
utilización territorial tiene en esta circunstancia.
Probablemente en un primer momento, cuando toda la actividad del
pueblo estaba dirigida desde el colegio y la empresa, las diferencias
tuviesen menos oportunidad de manifestarse. Por otra parte, puede que
sea real que no se diesen entonces unas diferencias efectivas, por estar
soterradas bajo una conciencia en cierta manera de élite, debida a la ri-
gurosa selección que se hacía entre los candidatos para residir en el
pueblo. Hemos visto cómo la empresa controlaba, por una serie de
valoraciones entre sus empleados, a las personas que como premio se
les proporcionaba vivienda en Bustiello. Esta conciencia de «elegidos»
contribuía, sin duda, a la unificación. La integración de todos en las
actividades preorganizadas desde el colegio debió ser un factor extra-
ordinariamente importante para que la imagen exterior se aproximara a
esa familiaridad a la que se refieren los informantes..
No obstante, cuando la empresa y el colegio dejaron de jugar el papel
central en la vida colectiva del pueblo, las diferencias no pudieron menos
de surgir. Es lógico que en un primer momento, como ya hemos apuntado,
se reconociese primordialmente las jerarquías que tenían vigor dentro de
la empresa. Si además de esto tenemos en cuenta que en Bustiello vivió
durante algún tiempo él director de la Sociedad Hullera, sería casi absurdo
negar que las diferencias establecidas en la vida laboral dejasen de tener
realidad en el pueblo, estando todo él habitado por personal de la
empresa. Por tanto, podemos hablar de un primer grupo de status, que
recogía en la vida social del pueblo, la estratificación, en algunos puntos,
de la vida laboral. Las personas que los ocupaban podían integrarse más
o menos en la actividad colectiva, pero seguían jerarquizadas según
criterios de autoridad en la empresa .
A este tipo de autoridad correspondía territorialmente una
diferenciación en la vivienda y la casa, que no se puede decir que
proviniese del ejercicio de la vida social, sino que pertenecía al programa
mismo de planificación del pueblo. Como ya hemos visto, se habían
incluido en Bustiello algunas casas para directivos y otro personal
cualificado, que se diferenciaban del resto de las viviendas.
Concretamente estas casas eran las siguientes: dos viviendas de
directivos, con una gran capacidad y un amplio jardín, con garage, etc...,
ambas estaban flanqueadas.por sendas galerías, y eran las más
destacadas del pueblo. Por otro lado, la residencia de los Hermanos del
colegio, en el piso superior de éste; la casa del cura, adosada a la iglesia,
y un par de casas más, en las que temporalmente vivieron algunos jefes
230 Antropología del territorio
de la empresa y que aparte de una mayor amplitud poseían una galería,
lo mismo que la casa del médico, situada en la plataforma de servicios,
en el lado opuesto del colegio. Más tarde se transformó el antiguo casino
en cuartel de la Guardia Civil, con viviendas incluidas para los familiares
del personal allí destinado. Aunque la interacción entre el cuartel y el
pueblo era indiferenciada a todos los niveles, el grupo de guardias tenía
su entidad propia, no sólo a nivel de estratificación, sino como personal
de paso y de poca raigambre en el pueblo. Síntoma de esta situación
peculiar es el hecho de que entre el cuartel y el pueblo se efectuaron
algunos matrimonios, cosa que no era frecuente que sucediese entre los
vecinos de Bustiello.
Desde esta primera perspectiva nos encontramos, por tanto, con que
el territorio se presentó ya desde un principio diferenciado según una
jerarquización social con base en el puesto dentro de la empresa. El
territorio había sido pensado para reproducir metafóricamente algunos
grados de esta jerarquía. Pero en las demás viviendas del pueblo
habitaban personas cuya diferenciación de empleo o de puesto no tuvo
lugar en esta primera planificación. Nuestro interés en este apartado
estriba precisamente en esta circunstancia. Las grandes diferencias
podíamos decir que estaban ya representadas territorialmente, las
pequeñas diferencias no. Lo que sí existía, sin embargo, era el modelo de
esa diferenciación, y en el caso de Bustiello uno de los factores más efec-
tivos del mismo era precisamente de índole territorial.
Existía dentro del pueblo, según los sistemas de valores de los
habitantes —ciertamente no formulados—, una especie de contradicción
en el criterio de diferenciación territorial. Al territorio se le había dado un
significado desde su misma planificación, el de servir de signo de
jerarquías, pero la empresa no había considerado que éstas eran más
amplias de las que en un primer momento se reconocían. Ya hemos
hablado de las profundas modificaciones que experimentaron las
viviendas a instancias de sus inquilinos. Algunos datos relativos a las
viviendas concretas que se modificaron nos pondrán de manifiesto que
lejos de tratarse de una alteración arbitraria siguen una línea muy precisa
que reproduce metafóricamente la estructuración social. Es decir, la
búsqueda de la identidad territorial, en un territorio sin delimitaciones, se
realizó en Bustiello a base de acotaciones y juegos territoriales que
reproducen en el sistema de valores susceptibles de establecer jerarquías
intermedias en la población, por razón de empleo. Es como si de alguna
manera la pauta de transformación estuviese orientada desde una pugna
tácita por establecer un orden profesional.
Un dato, sin embargo, debe tenerse en cuenta. La transformación de
la casa, no significa por sí misma un mayor poder económico, como puede
suceder en otras zonas de residencia, sino más bien un signo de poder.
Esto se comprende si tenemos en cuenta que todas las reformas corrían
a costa de la empresa, y que la única misión del inquilino era solicitarla y
justificar su conveniencia. Algunos informantes, al hablarnos del criterio
que seguía la empresa para conceder las solicitudes, se mostraron de
acuerdo en que normalmente ésta concedía lo que solicitaba, pero al
explicarnos por qué algunas personas requerían estas transformaciones
y otras no, nos respondieron que los primeros «se atrevían a solicitarlo».
Esto y los datos sobre las transformaciones concretas que se realizaron,
así como sobre los solicitantes, nos confirma que la tendencia de la
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 231
empresa, salvo en ocasiones en las que otros motivos de peso lo
impedían —anteriormente hemos transcrito una carta que negaba una
transformación por motivos estéticos— era a conceder lo que se
solicitaba, pero al mismo tiempo no todos podían moralmente solicitar lo
mismo.
Nuestras informaciones coinciden en que no se pretendió seleccionar
a la población de Bustiello por el puesto que ocupaban en la empresa,
sino que el criterio era más bien de conducta y rendimiento en el trabajo
que cada uno ocupaba. Según esto «había en Bustiello gentes de todas
las categorías: mineros, administrativos, facultativos, ingenieros y hasta el
mismo director de la empresa. Lo que pasaba es que al haber facilidades
y sobre todo al estar unos en contacto con otros, existía mucho estímulo
para mejorar.^ Los que eran mineros se fueron superando y en algunos
años ya no había en Bustiello mineros, todos eran gentes que tenían algún
conocimiento».
Tanto de esta referencia, como de la actitud que refleja, se desprende
que el puesto de minero no estaba muy valorado. En numerosas
expresiones se dejaba traslucir esta realidad. La mina pesaba como una
temida obsesión sobre los habitantes, y se realizaban todos los esfuerzos
posibles para evitarla. Se recurría a ella como último recurso de trabajo, a
pesar de que los sueldos eran bastante superiores a los de otras
profesiones. Cuando un niño sacaba malas notas o no estudiaba, se le
amenazaba irremisiblemente con colocarlo en la mina. En Bustiello se era
perfectamente consciente de los riesgos a los que el minero debía
someterse. Con frecuencia se veía llegar a la plataforma de servicios el
tren ambulancia que transportaba a algún herido o incluso algún cadáver.
Un corro silencioso de personas se apiñaba en torno a la camilla, que a
hombros de empleados de la empresa era trasladada desde allí al
sanatorio, casi un kilómetro que se seguía en silencio, desde la vía del
tren de carbón o desde el pueblo, con las miradas. La población se veía
sacudida por una impotencia fatalista que la hacía temblar, y unida al
rumor de lo que había sucedido, de la gravedad del herido,
indefectiblemente aparecía la mina como una amenaza que había que
evitar a toda costa.
Además se era plenamente conscientes de por qué algunos hombres,
todavía jóvenes, permanecían en el pueblo, mientras los demás se
ausentaban para ir al trabajo. La palabra «retirado» tiene, en las zonas
mineras, connotaciones muy específicas que desembocan
ineludiblemente en la silicosis. Cuando algunos de los jóvenes del pueblo
estudiaban fuera, rara era la vez que al volver no tuviesen que oír unas
cuantas veces aquello de «di que sí fillín, la mina ye muy dura», o todavía
más sugestivamente: «sino ya sabe lo que le espera». Todos
comprendían perfectamente que ese «lo que le espera» no era otra cosa
que la mina.
A pesar de todo en 1960 todavía había en el pueblo varios mineros.
Su reputación y su ubicación dentro de la jerarquía social ocupaba la base
de la estratificación. El criterio que se tomaba para establecer este orden
estaba muy relacionado con todo lo que acabamos de decir, y no era de
ninguna manera económico. El minero era, sin duda, sobre todo si se
trataba de un picador, el que poseía uno de los sueldos más altos del
pueblo. Sin embargo, al minero se le consideraba ignorante, y en este
232 Antropología del territorio
sentido un escribiente del economato, que era asociado con las letras por
el mero ejercicio de su profesión, y cuyos ingresos eran menores, tenía
dentro del pueblo cierto prestigio. Por encima de esta última profesión se
colocaban los oficinistas, técnicos, y facultativos de cualquier tipo, jefes,
etc. Y entre la mina y las letras toda una serie de actividades manuales y
de ingenio, que se situaban dentro de la actividad mecánica.
El siguiente cuadro recoge las profesiones que existían en el pueblo,
así como las que existen actualmente. Partimos de una clasificación
profesional pertinente según la manera de hablar de la población, la que
se puede establecer entre obreros, empleados y jefes. Cada una de estas
categorías admite muchos grados. Introduciremos dos en cada una por
parecemos que de esta manera se da cuenta de los niveles reales de
valoración profesional. Los obreros pueden ser mineros a), a los que nos
referiremos con este nombre si trabajan en el interior de la mina u otros;
b) dentro de los cuales se incluyen herreros, maquinistas, fogoneros, etc.,
y todas aquellas profesiones que se desarrollan en torno a la mina, pero
sin penetrar en ella. A los empleados los dividimos en administrativos a) y
otros b), entre los que agrupamos dependientes, chóferes, etc. Y
finalmente, los jefes serían ingenieros a) y capataces y vigilantes b);
1960 1976

Obreros a 5 16
b 14 5
Empleado a 5 4
b 4 5
Jefes a 2 —
b 9 4
Las cifras indican claramente la evolución del pueblo y su
afianzamiento como lugar de residencia para trabajos cada vez más
íntimamente relacionados con la mina. Hay que observar, sin embargo,
que sólo se recoge una profesión por casa, la de aquel que en los dos
momentos del sondeo ostentaba la nominalidad de la vivienda.
Actualmente algunos de los guardias civiles han pasado a vivir al pueblo,
situación que antes era menos frecuente. Incluimos este hecho dentro de
la categoría de empleado (a o b, según la graduación, que en cualquier
caso no sobrepasa la categoría de cabo). Igualmente hemos mantenido
al personal retirado en la misma categoría que ocupaba, y el cuadro no
recoge situaciones especiales tales como viudez u otra forma de habitar
la casa desligada de una profesión.
Tratemos de comparar el esquema profesional con la transformación
de la casa. Previamente es necesario volver a hacer hincapié en que la
selección misma de las profesiones que podrían tener acceso a una
modificación más o menos profunda, no estaba determinada por la
empresa, sino por la capacidad moral para solicitarla, tanto por parte de
individuo que lo hacía, como por los demás habitantes del pueblo que
reconocían implícitamente a la persona implicada justificación o no, para
emprender las reformas que pretendía.
La empresa recibía la solicitud en términos no de prestigio, sino
disfrazada con alguna disculpa, que luego sería confrontada, en un
servicio de información técnica, con la auténtica necesidad del solicitante.
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 233
En este informe muy posiblemente se tendrían en cuenta otros factores
distintos de los alegados, y que, sin duda, debido a que ol interesado
formularía la solicitud en virtud de su prestigio personal y colectivo, muy
pocas veces se haría necesario plantear este tema explícitamente. Los
datos de la distribución de las casas transformadas que aportaremos, dan
pie para pensar de esta manera y para compaginar este hecho con la
afirmación de nuestros informantes de que la empresa casi siempre
concedía lo que se le solicitaba.
Como muestra de una de estas concesiones, basada en una
motivación, quizá, no la verdadera, pero admitida sin más por ambas
partes, transcribimos una carta de 1928 en la que se da respuesta a una
solicitud de modificación de la casa: «Muy Sr. mío: El ingeniero Sr. ... a
quien yo había encargado que me informara acerca de una petición de X,
de Bustiello, que deseaba se le hiciesen algunas reformas en la casa que
habita, me dice que además de las mejoras que se han hecho en esa
casa, la que desea ahora que se haga es una galería, que le sería de gran
conveniencia para no tener que salir a pasear por la calle de noche, en
los momentos en que siente los ahogos de su enfermedad, y cuya ga-
lería... costaría aproximadamente 600 pesetas. En vista de esto, y en el
caso de que realmente no haya de exceder dicho gasto de la indicada
cantidad es conforme que se haga esa galería que desea X».
Uno no sabe hasta qué punto la galería solicitada puede remediar la
necesidad propuesta por el solicitante. Se trata en efecto de una galería
cerrada por cristales y que sin duda aliviaría en alguna medida una
claustrofobia. No tenemos noticias del tipo de enfermedad a que se alude
en la solicitud. Lo que sí sabemos es que X era titulado, que impartía
clases en el colegio, y que la casa en cuestión sirvió algún tiempo de
hospedaje a algún ingeniero de la empresa. Cuando preguntamos a
nuestros informantes si esta solicitud, en el caso de tratarse de otra
persona, hubiese sido resuelta satisfactoriamente la respuesta que se nos
dio está en la línea de lo que hemos señalado anteriormente: «otro no lo
hubiese solicitado, no se hubiese atrevido».
Algunos de los motivos que alegaban los solicitantes eran reales y
justificaban algún tipo de reforma. Por ejemplo, hemos indicado que
Bustiello había sido construido en un territorio usurpado al río, y que no
era raro en la época de crecidas que las aguas entrasen en el pueblo.
Esta situación se mejoró relativamente hacia 1950 con la construcción de
un muro de contención, a lo largo de toda la calle del rio. Hasta entonces
el agua penetraba sobre todo por el lateral norte del pueblo inundando
desde allí preferentemente la calle del medio. En estas épocas los
habitantes ascendían a la parte alta del pueblo y permanecían en el piso
superior del economato, donde se habían habilitado unas dependencias
que utilizaban normalmente los componentes de la asociación parroquial
(no sólo de Bustiello) de la «Adoración Nocturna». A raíz de estos hechos
algunas de las casas de la calle del medio solicitaron una elevación del
piso bajo, a lo que se accedió. Algunas de las viviendas de esta zona
presentan ahora tres escalones delante de la entrada a a cocina, que se
sitúa a un plano más elevado que el de la calle, ¿tras aprovecharon la
ocasión para solicitar el cambio cocina-comedor, al que repetidas veces
nos hemos referido, alegando que el agua entraría con mayor dificultad
por la huerta. Evidentemente, a pesar del argumento, seguiría entrando
234 Antropología del territorio
desde la calle en el comedor, que ahora ocuparía el lugar de la antigua
cocina. Otros alegaron para este cambio, que la humedad era mayor en
la parte interior de la huerta y que, por tanto, era conveniente efectuar el
cambio para evitaría en el comedor. Estas razones parecen menos
convincentes, y desde luego no justifican la coincidencia entre
transformaciones profundas y status profesionales, como vamos a ver
inmediatamente.
Tal como hemos hecho con las profesiones, vamos a establecer
ahora un cuadro en el que se recojan las transformaciones y su relación
con el esquema de profesiones. Las transformaciones de la casa en las
que nos vamos a fijar se refieren a los siguientes cambios, que
graduamos según la envergadura de la obra y de su relevancia como
signo diferen- ciador 1.° Construcción de galería. 2° Inversión del orden
comedor-cocina, para lo cual era necesario convertir en puerta una de
las ventanas laterales que accedían a la huerta derribar la cocina (de
carbón) de la antigua dependencia dedicada a este fin y reconstruirla en
el comedor. 3.° Aislar la cocina de la calle por una mampara que hacía
los efectos de una doble puerta. 4.° Dividir el comedor con un tabique,
de modo que el resultado fuese un recinto más pequeño, que seguiría
siendo comedor, y un pasillo, al final del cual estaría ahora el cuarto de
aseo, que en la primera disposición de la casa daba acceso directo al
comedor. Otras transformaciones más internas, como la habilitación de
un dormito-
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 235
rio de emergencia en el desván, etc., apenas funcionaban como signo
externo y, por tanto, no adquirían importancia diferenciante La
correlación entre estas transformaciones y el cuadro profesional es la
siguiente:
De esta compaginación entre profesiones y transformaciones
podemos deducir que tres de
1960
Cambio N.° casas Obreros Empleados Jefes
ab ab b
2
Galería 2
Comedor-Cocina 12 2 43 3
Mampara 4 1 1 2 2 (otra situación

Pasillo comedor 3 especial)


los cuatro cambios propuestos
parecen relacionarse pertinentemente con la principal ocupación
familiar. Una de ellas, la introducción de un pasillo en el comedor con
la finalidad de aislar el cuarto de baño, no se ajusta a la hipótesis que
venimos proponiendo. Ello es debido, como ya hemos indicado, a que
no todas las casas admitían esta transformación, que únicamente era
posible en una de las filas de viviendas de la calle del río, donde de
hecho se dan los tres casos señalados. La diferencia entre la
construcción de piedra y la de ladrillo determina, en el ultimo caso, una
mayor capacidad interior, que sugiere la posibilidad de este cambio.
Dentro del obligado comentario a los números anteriores en dos
casos la inversión cocina-comedor se efectúa en casas de obreros del
nivel b). Uno de ellos poseía la casa en propiedad, por haberle
correspondido en los sorteos a los que anteriormente nos hemos
referido, y, por tanto, no tenía las mismas obligaciones morales en
relación con la empresa, cara a la transformación. En el otro se trataba
de una persona de cierto prestigio en el pueblo, debido a que, al
margen de su profesión, llevaba un negocio de transportes.
A la hora de evaluar estos datos es necesario tener en cuenta que
el cambio cocina-comedor predomina en la calle del medio, debido a la
motivación aparente de que el agua podía entrar en las casas en las
crecidas del río. No obstante, la misma pertinencia profesión-cambio
es significativa in-
236 Antropología del territorio
cluso dentro de esta misma calle, lo que muy probablemente quiere decir
que ese fue el pretexto para que determinadas personas, no todas,
solicitasen la transformación. Por último, no se puede olvidar que existen
en el pueblo algunas casas, que ya desde su misma planificación
responden a un esquema distinto de construcción, en el que es obvia la
exposición constante al exterior, por estar la cocina separada de la puerta
de la calle. Tres de ellas están ocupadas por jefes del nivel b), y otra por
un empleado del nivel a). Los dos jefes del nivel a) que vivían en el pueblo
habitaban casas especiales e independientes, que ya desde un principio
estaban pensadas para recoger esta categoría.
Veamos ahora la significalidad de transformación según los cuadros
de las páginas 234 y 237. En el caso de los jefes b) 8 en total—, todos
menos uno de los que vivían en
casas similares a las del resto del pueblo (5) efectuaron transformaciones
con el fin de aislar la cocina de la calle. Otros tres vivían ya en casas que
no las necesitaban. Dos modificaron además la vivienda por medio de una
galería. Otro tanto sucede entre los empleados. Cuatro de cinco para el
nivel a) y tres de cuatro para el b), cambian el orden cocina-comedor, y
uno, en cada grupo, aisla la cocina de la calle por medio de una mampara.
Finalmente las modificaciones introducidas entre los obreros del nivel b)
se reducen a dos cambios cocina-comedor, entre doce casas, mien- tras
los cinco del nivel a) habitaban viviendas sin modificación.
Las cifras nos parecen pertinentes para verificar la hipótesis de que
la casa sirvió en Bustiello como base para construir territorialmente una
imagen propia de cada familia, en un territorio donde no existían puntos
diferenciales suficientes El criterio elegido para prefigurar esa imagen no
fue de índole económica, sino de prestigio social, y ello según un sistema
de jerarquías que reproducía bastante bien las valoraciones que los
distintos puestos de trabajo teman dentro de la empresa.
Hoy esta perspectiva ha cambiado radicalmente. La integración de la
Sociedad Hullera Española en Hunosa ha hecho que el marco
referencial de una empresa, más reducida, con mayores conocimientos
mutuos de los trabajadores, se perdiera y como consecuencia las
vinculaciones (unificación y diferenciación) que podían venir por este
cauce han desaparecido. El criterio de prestigio se ha cambiado por el
de poder económico. En el pueblo se vive mejor que antes. El numero
de mineros ha aumentado considerablemente y, en con-
II: 5 Bustlello: Un territorio prefijado y una... 237
secuencia, los ingresos de las familias son mayores. La evolución
territorial sigue ahora la línea marcada por esta nueva situación. Las
únicas casas que no se han modificado más de lo que estaban son las
que pertenecen a la población tradicional. El resto ha seguido el camino
de cambios marcado hace veinte años. Han desaparecido las puertas de
doble cuerpo en la mayoría de las viviendas de los nuevos inquilinos. Las
entradas se efectúan predominantemente por las huertas, para lo cual ha
sido necesario que las casas que no habían efectuado el cambio
comedor-cocina lo hiciesen u optasen por cerrar la puerta y, en algunos
casos, la ventana de la calle y dar salida a la cocina por la huerta.
No existe ya el compromiso de mantener homogéneo el aspecto
exterior del pueblo. Empiezan a aparecer distintos tonos de pintura en los
exteriores, baldosines que franjean los bajos de las paredes, y
modificaciones de mayor envergadura, como ampliaciones de la casa a
base de un aditamento lateral que rompe la linealidad del agrupamiento.
Estos hechos son mirados con cierto recelo por la población tradicional
que todavía permanece en el pueblo, pero el régimen actual de propiedad,
la distinta forma de vida, mucho más independiente, casi lo hacían
imprescindible.
Por otra parte, las huertas no se trabajan en la misma proporción que
se hacía antes. Muchas de ellas han sustituido los tradicionales cercados
a base de «espanadillas» por consistentes tapias de cemento. Todo ello
contribuye a que Bustiello se vaya convirtiendo, cada vez más, en un lugar
de residencia. La irrupción del automóvil ha hecho necesaria una
readaptación funcional de la huerta. Donde antes crecían verduras y
patatas, se levantan ahora garages o porches, y se procura que la sobria
puerta de madera, por la que se abría al exterior, se reemplace por el
típico portón de filigranas calculado para acoger al automóvil.
El territorio vuelve a recoger así, en la medida de sus reducidas
posibilidades, a causa del imperante determinismo geométrico que
impone límites a las modificaciones, el esfuerzo de los vecinos por dar
una imagen de sí mismos a través de él. Y en este intento surge una
división de criterios entre la población tradicional y la reciente, que hace
que la diferenciación entre estos dos grupos sea socialmente pertinente.
El mundo infantil
El mundo infantil tiene interés desde nuestro punto de vista por
varios motivos. Primero porque constituye un grupo más homogéneo
que el resto de los habitantes de Bustie- 11o Mientras los adultos se
diferencian con frecuencia por su lugar de origen y por una mayor
diversidad sociocultural, los niños nacidos en Bustiello conviven dentro
de una gran homogeneidad de situaciones. Como consecuencia de ello
constituyen un grupo más solidario que incluso en no pocas ocasiones
señala a los adultos los vínculos que tienen que establecer entre ellos.
Un grupo de niños que pasan juntos la mayor parte del día, obliga de
alguna manera a sus respectivos padres a interactuar. Por ello creemos
que en Bustiello los grupos de niños juegan un papel principal en a
coherencia total del grupo.
Pero, por otra parte, ningún grupo utiliza el territorio tan
238 Antropología del territorio
exhaustivamente como los niños. Si para los adultos la plaza debido a
las características que hemos descrito, es simplemente un lugar de
paso, para los niños puede ser un sitio de encuentro. Si las calles y
caleñas cumplen una función excesivamente pragmática en relación con
los mayores que la acerca bastante a su carácter físico, los mnos
modifican constantemente esa función a base de semantizaciones dife-
renciadas, que con frecuencia adquieren un carácter ludico.
Finalmente, los niños ponen de manifiesto, más que cualquier otro
grupo las relaciones de Bustiello con los grupos vecinos. Los contactos
con niños de otros pueblos se establecen dentro de significados, lúdicos
muchas veces, que constituyen auténticos rituales, donde se conjugan
en términos muy precisos la unidad y la diversidad. En ellos los límites
del pueblo se amplían más alia del recinto habitado. El «castañeru», el
pedregal, las vías, son parte muy importante del territorio infantil, y sólo
a través de su actividad, se integran de alguna manera en el pueblo.
El mundo infantil coincide con la edad escolar: hasta los catorce
años, por término medio. A partir de entonces a vida del niño se
orienta o bien hacia una continuación de los estudios lo que hará que
el niño salga del pueblo o hacia al- qún tipo de trabajo, lo que le
impedirá seguir frecuentando la forma de vida que antes realizaba. El
comportamiento general y territorial es diferente para niños y ninas.
Estas ultimas comparten más las pautas grupales de los adultos y
actúan preferentemente en casa o en los alrededores de ella Por ello nos
vamos a centrar preferentemente en la actuación del niño varón, haciendo
observaciones sobre el comportamiento de las niñas, cuando sean
pertinentes en este contexto.
El grupo infantil forma una unidad que oscila entre los ocho y los
catorce años de edad. Ello no quiere decir que todas sus actividades sean
compartidas igualmente por los individuos de cualquiera de estas edades,
sino que no existe una exclusión formal del grupo por ese motivo. En 1960
serían aproximadamente unos quince los niños comprendidos en estas
circunstancias; hoy son alrededor de 20.
El grupo se organiza generalmente en torno a uno o dos niños que
destacan más por sus habilidades físicas que intelectuales. Y existen
numerosas ocasiones en el transcurso de su actividad para resaltar
minuciosamente el escalafón que según este criterio corresponde a cada
miembro. Quizá la más clara de todas se ponga de manifiesto en los
juegos competitivos en los que el grupo tiene que escindirse en dos
mitades. Los dos cabecillas van eligiendo alternativamente a los que
deben militar en su bando y el orden en que van siendo nombrados todos
los componentes significa una jerarquía de valoraciones respecto al juicio
que la capacidad de cada uno merece. Este orden rara vez varía, sea cual
sea el juego competitivo que se vaya a realizar, lo cual quizá signifique
que el criterio de selección no siempre es tan objetivo y imiforme como
aparenta, sino que el concepto de habilidad física es complejo, e incluye
elementos afectivos. En el caso de que los cabecillas no estén presentes,
se sabe inmediatamente quiénes son los que tienen que sustituirles.
Prescindiremos aquí de la acción infantil organizada, que es aquella
que responde a unas pautas de actuación que les sobrepasa claramente:
comportamiento en el colegio, obligacione8 familiares, y aunque no
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 239
dudamos que estas ac- tividades pueden poner de manifiesto aspectos no
sólo significativos dentro del grupo, sino importantes para la comprensión
territorial, nos limitaremos al comportamiento propio del grupo como tal,
es decir, aquel que parte de su iniciativa, y que debido a su espontaneidad
puede poner más fácilmente de relieve las implicaciones territoriales de la
actividad del grupo. Y dentro de estos comportamientos vamos a
centrarnos en los juegos territoriales, considerándoos como actuaciones
metonímicas que alteran o movilizan los significados habituales del
territorio.
J- L. García, 16
240 Antropología del territorio
Por juegos territoriales entendemos aquellas manifestaciones lúdicas
que operan a cualquier plano sobre un sustrato espacial, semantizándolo
territorialmente dentro del contexto del juego. Operaremos aquí con la
distinción entre juegos territoriales que tienen lugar dentro del pueblo (jue-
gos del núcleo), aquellos que se realizan en los limites del pueblo (juegos
liminales) y otros que acontecen más alia de esos límites (juegos
exteriores). La pertinencia significativa de esta división es simplemente
una hipótesis que debe verificarse.
Está claro, sin embargo, que no pretendemos abordar el problema
desde ninguna teoría del juego, que sería en parte más propio de una
investigación psicológica, sino tratar de analizar los distintos tipos de
juego que se dan en las zonas territoriales indicadas, y ver si las
diferencias como tales son significativas. Pero incluso para esto —se
puede replicares necesario precisar algún concepto previo sobre el juego.
Al indicar que no pretendemos partir de ninguna teoría de las muchas que
sobre el juego se han elaborado, queremos señalar que más que
adentrarnos en los mecanismos psíquicos que permiten evolutivamente
diferenciar las distintas manifestaciones lúdicas, preferimos considerarlas
como comportamientos sociales. El hecho de que los juegos que se pue-
den encontrar en Bustiello no difieren mayormente de los que son
tradicionales en otros grupos, no resta en absoluto peculiaridad a la
investigación de los mismos. Pues resulta evidente que desde la
perspectiva propuesta cualquier conclusión debe partir del contexto. En
este sentido la división de los juegos según un criterio territorial marca el
contexto desde el cual deben leerse las observaciones que siguen.
Sin embargo, la territorialidad de los juegos no debe entenderse sólo
como el lugar concreto donde se realizan, sino también como utilización
del sustrato espacial que manejan sus leyes si las tienen, o sus elementos.
Dicho de otra manera, existe una categoría de juegos territoriales que
quiza pueda ser objeto de consideraciones generales, y otros jue- ros
cuya significación territorial no depende sólo de que el territorio sea un
elemento regulado o utilizado en el sistema lúdico, sino de que su
realización se lleve a efecto en territorios diferenciados. Un ejemplo
aclarará esta distinción. «Las Damas» es un juego territorial en el que se
opera sobre un espacio formalizado por una serie de leyes que establecen
rutas, límites, diferenciación en su utilización. Desde este punto de vista
cae dentro de la categoría absoluta de juegos territoriales. Pero, por otra
parte, las mismas «Damas» forma parte de un conjunto de juegos que se
realizan normalmente en casa, en un salón, o en algún territorio cerrado:
son, por tanto, un juego funcional en un contexto territorial concreto.
Creemos que los dos aspectos son importantes dentro del estudio
antropológico de estas manifestaciones sociales, y las implicaciones
territoriales de los actos lúdi- cos deben extraerse de la conjunción de los
dos puntos de vista.
Pues no se debe pensar que únicamente aquellos juegos que son
territoriales por su contexto tienen, desde este tema, relevancia social. Los
juegos tradicionales que operan sobre aspectos territoriales, desde su
mismo contenido, o que pertenecen a la categoría absoluta de ese tipo de
juegos, a pesar de tener un origen y una utilización que sobrepasa nor-
malmente los límites de una comunidad, se vinculan estrechamente
dentro de la comunidad por dos motivos. Primero porque no basta que un
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 241
juego sea tradicional para que se realice. Es necesario que la estructura
de la vida social lo admita, y en el caso de que sea territorial, que se
cumplan las condiciones territoriales que su estructura requiere. Estos
elementos operan selectivamente sobre el material lú- dico tradicional, de
manera que sólo aquellos que están en armonía con las condiciones
sociales y territoriales se practican. «El clavo» es un juego eminentemente
tradicional y territorial. Sobre un territorio demarcado por un círculo se
establecen dos mitades, cada una de las cuales se asigna a un
participante. Cada jugador situándose en su propio territorio o mitad del
círculo, tiene que lanzar alternativamente un objeto puntiagudo (un clavo
grande, un cuchillo, etc.), e intentar clavarlo en el campo del contrario, de
tal manera que trazando líneas rectas desde el lugar del blanco hasta el
centro del círculo, se vaya adueñando paulativamente del territorio del
contrario. Sería inútil buscar este sencillo jueqo extendido en las ciudades,
donde los suelos de asfalto, el trasiego de las gentes, además de otros
aspectos más profundos que afectan a la selección de juecios urbanos, y
en los que no entramos aquí, lo hacen muy difícil a nivel general Veremos
que la configuración geométrica de Bustiello ooera favorablemente sobre
la selección de la mayor parte de los juegos que se practican en el núcleo.
Pero un segundo motivo por el cual los juegos tradicionales pueden
ser pertinentes en un contexto social, es el ritmo, agentes e intensidad de
su realización. El mismo juego se practica diferencialmente, respecto a
esos elementos, en los distintos grupos en los que tiene vigencia, y
aunque las
leyes sean las mismas, su significación social puede ser diferente.
No todos los juegos están igualmente formalizados, o, lo que es lo
mismo, los hay que dentro de una actividad generalizada incluso de
naturaleza tradicional, dejan un margen a la improvisación. Son, por
lo general, juegos en los que el carácter social —siempre que sean
colectivos— no se puede poner en duda. Este tipo de juegos se dan
en todas las comunidades y Bustiello no es una excepción. Veamos
como se distribuyen y practican unos y otros en la comunidad que
estamos estudiando.
Si hemos de agrupar bajo una característica común los jueqos del
núcleo, quizá la más indicada fuese la de compe- titividad sobre un
territorio. En Bustiello existen simetrías perfectas a nivel de la
disposición territorial, que son la base selectiva para que cierto tipo de
juegos se practiquen. Casi todos los juegos de esta clase se inician en
la calella central- unos se realizan allí en su totalidad, mientras otros se
extienden desde ese punto al resto del pueblo. Quizas uno de los juegos
practicados con más frecuencia sean las carreras. Se sitúan en el
extremo de la calella cada uno de los oarticipantes —generalmente se
hace por parejas . Se da la salida y mientras uno corre por el lado
izquierdo del pueblo el otro lo hace por el derecho. Ambos tienen que
recorrer un rectángulo perfecto, pero por caminos distintos, que son sin
embargo, tanto cuantitativa como cualitativamente iquáles. El que
primero llega al punto de partida gana. Cuando las fuerzas están
desequilibradas, entre los dos contendientes se le suele otorgar a uno
de ellos una ventaja previa que se enuncia en términos de territorio:
«una calella», «media calella» etc., expresiones éstas que no se prestan
a nin- quna duda, debido a la extraordinaria adecuación entre estas
Antropología del territorio
242
expresiones y las demarcaciones geométricas de Bustiello. Este mismo
juego de las carreras puede admitir variedades, por ejemplo, realizar el
recorrido con un aro. Las normas son las mismas.
Es frecuente también otro juego competitivo, muy generalizado en
numerosas comunidades, que se practica única- mente en la calella.
Se divide ésta en dos mitades, lo cual resulta fácil porque la separación
de las dos huertas que se extienden a lo largo de la calella marca
exactamente el centro geométrico. Dos grupos de participantes se
sitúan en cada uno de los extremos/Se numeran cada uno de ellos por
separado, según una serie que va del uno al numero de participantes
por bando. La «bandera», que es otro individuo que
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 243
pa lu , en la m
, . 3n e u n
J If ° ano
extendida, se coloca en la
itad de la calella, y va recitando sucesivamente números de la serie
indicada. A cada número nombrado sale el participante que lo posee,
en uno y otro bando, y su misión es correr hasta el centro, llegar
primero que el contrario, coger el pañuelo y retroceder hasta la línea
extrema de su campo sin que el adversario le dé alcance. El que pierde
queda automáticamente eliminado, ganando el conjunto que primero
logre vencer a todos los miembros del otro.
Otros juegos competitivos del núcleo son de tipo dife- E :p,Ca la,mula>>1
J ga también en la calella. Un PínltlCiPante Su coloca’ doblado por la
se ue

cintura, detrás de una linea que se ha trazado previamente en el suelo.


Todos los demas empiezan a saltar por encima de él. Cada turno «la
muía» se aleja un pie de la raya, y los demás tienen que saltar sin
pisarla. El territorio juega a su vez un papel en este
cada°salto 8& COmp ica con determinadas características de
En la calella se realizan también otros juegos más tradicionales
como las canicas, el fútbol —a pesar de las diminutas dimensiones,
sobre todo de ancho, del terreno—. Más allá de la calella pero
partiendo de ella, se practica el escondite. A pesar de lo común que
este juego tiene con la forma de realizarse en otros grupos, en
Bustiello es territorialmente importante porque en él se ponen en juego
toda una serie de vio aciones territoriales que tienen que estar atentas
a la vigilancia del mundo adulto. Dado que no existen escondites
adecuados en los lugares de falta de exclusividad en este juego se
traspasan constantemente los límites de’las huertas. Cada participante
tiene una idea previa de lo que le puede suceder si le pillan los dueños:
sabe quiénes son mas tolerantes y quienes menos; qué vecinos están
en ese momento ausentes y cuáles pueden ejercer mayor vigilancia
No se respetan las entradas naturales, sino que se salta a as huertas
por encima de las espanadillas o cercas lo que convierte al juego en
una exhibición de las habilidades personales. El buscador sabe hacia
dónde ha podido dirigirse cada uno de los participantes según sus
cualidades físicas. Y es importante la disociación de propiedad territorial
entre ñiños y adultos, pertenecientes a la misma familia. Un par-
ticipante puede violar los límites de propiedad de la familia cíe su
compañero de juego, con la aprobación de éste y el
pU6i e. aorprendan sus padres. Lo cual indica claramente que el
nmo, en ese momento, pertenece al grupo de
nhL+COIíPanerOS~y n° al de su familia- El mismo puede ser objeto de una rma
si sus padres le encuentran agazapado en su propia huerta. La
situación territorial de ese momento es claramente metonímica en
relación con el significado cotí- diano del territorio.
Sin entrar en detalles sobre otros juegos del núcleo, que vienen a
incidir en el modelo de los descritos nos interesa cuestionar el
significado de estas actividades. A primera vis- ?a carece evidente que
el grupo infantil opera como una unidad diferenciada claramente, en
estos juegos, de las otras operantes en la vida diaria. Pero al mismo
tiempo el hecho de que todos estos comportamientos sean
competitivos, po- nen de manifiesto la jerarquizacion de esa misma
unidad. Los iueqos establecen una ordenación, según criterios propios,
entre los niños, sitúan a cada uno diferencialmente dentro de una
escala. Pero esto se hace precisamente a través de una utilización
Antropología del territorio
244
territorial. Partiendo de un territorio en principio indiferenciado: las
mitades en las que se divide el pueblo en las carreras son iguales, las
mitades de la calella lo son igualmente, los territorios de los juegos, en
general, oDeran en principio como valores unificados para todos. Pero
^través óe la actividad el territorio se delimita desde el que lo recorre o
lo utiliza, es decir, se subjetiviza según criterios HP floraciones del
grupo. Un individuo es a otro como medio nueb o es^al otro medio
menos una calella, o como siete pies son a cuatro píes o como la
capacidad de violar límites de exclusividad positiva x es a la capacidad
de transgredir tenorios de exclusividad positiva y. El territorio es utilizado
en los juegos para expresar metafóricamente la estratificación del
grupo, y a su vez para resolver metommicamente las contradicciones
entre los valores del grupo adulto y del gruño infantil. Los juegos operan
como auténticos rituales, donde dialécticamente se superan las
contradicciones inherentes al qrupo. Para ello se parte de los dos
términos de la contradicción pero se significan de manera distinta. Es
decir, se opera una movilización de signos. Este es el significado que
veíamos anteriormente en el análisis del territorio G/wi.
Pero aparte de este significado, que en alguna medida pudiera ser
pertinente también —por su generalidad—en los iueqos realizados en
otras sociedades, quiza sea[interesante y más adecuado con la
distribución territorial de Bustiello, el hecho de que las actividades
ludicas descritas se efectúan precisamente en el núcleo y sólo en él.
Para analiza este supuesto es necesario hacer referencia a los juego
que se realizan fuera del núcleo.
Los juegos liminales son tan frecuentes como los que acabamos de
describir, pero a diferencia de ellos no tienen
ningún elemento competitivo. Por límites entendemos aquí aquellos
lugares del territorio a los que nos hemos referido anteriormente con
ese nombre. Y la actividad lúdlca de este tipo se lleva a efecto sobre
todo en la parte alta del pueblo en la plataforma de servicios, y más
concretamente en las inmediaciones de la vía del tren de carbón,
rayando ya con el «castaneru». Se trata de juegos menos sujetos a
leyes en los que la inventiva y la Improvisación tienen mayor parte Si
como hemos hecho con los anteriores, tenemos que darles un
calificativo común, no dudaríamos en denominarlos juegos de
exploración y riesgo. Veamos por qué.
Los jiuegos liminales son menos colectivos que los del
nnC nf°a'ntGrnera mente "° participan todos los niños del gru- po infantil, sino
que estos se reúnen por fracciones informales para efectuarlos de
una manera espontánea. Es importante constatar que cuando, por las
razones que sean, se han juntado tres o cuatro niños y disponen de
algún tiempo hav mayores probabilidades de que utilicen los límites
que si esta el grupo entero. La mayor parte de los iuegos liminales
tienen lugar en los alrededores de la vía del tren de carbón
Sobresalen entre ellos los que se realizan en torno a este tren. Puede
tratarse de actividades de habilidad como subir se y bajarse del tren
en marcha, o de otras más explorativas
dn^Pna|aUtl ^aC'°n dG °S vagones gue se encuentran parados en las vías
muertas: empujarlos, bascular la caja, etc
Otras veces la actividad lúdica se dirige hacia el túnei del que ya
hemos hablado. Este túnel arranca de Bustiello y desemboca en el
II: 5 Bustlello: Un territorio prefijado y una. 245
Pedroso. No es raro atravesarlo como un signo de valor y audacia,
pues, por una parte es bastante estrecho y los trenes circulan en las
dos direcciones con asiduidad y por otra, puede producirse el
encuentro con algún guarda jurado y la consecuente reprimenda. 9
9 08

A'gu™S Juegos finales se llevan a efecto en los lími-


caractéríqtira c°n Ka r'0 ’ cerca del río, pero tienen las mismas
tnlfml ^ gr,Up° de niños puede dedicarse even-
almente a explorar las orillas del río o a hacer subir por
los cures una lata_ de conservas propulsada por carburólo que
puede entrañar cierto riesgo. La situación del niño que participa en
estos juegos, cara a los adultos no deja de
adélm aué°ré'h 3’ ^ qUG n° SÓ'° SUS Padres’ sino siquier
adulto que le observe en estas actividades puede —y de hecho lo
hace— reprenderle. Normalmente estas advertencias
disiméfanrde?tnqPOr 10 qUG ,os ,nlños tienen buen cuidado de disimular estos
juegos, cuando la presencia de un adulto
de cierto prestigio se lo aconseja.
El siqnificado más evidente de este tipo de juegos radica en que en
ello se combina de manera informal tanto la cooperación entre los que
los practican como las habilidades individuales puestas a prueba por
el riesgo que encierran. Cada uno de estos factores es significativo en
relación con la actividad lúdica misma, y cara al mundo adulto, al que
si bien no se le tiene tan en cuenta como en los juegos del núcleo,
sigue siendo objeto de atención. No se burlan ahora territorios
particulares como en el caso anterior y, en consecuencia, la atención
a los adultos es más de índole moral que legal. Estas diferencias sólo
pueden interpretarse, desde el punto de vista territorial, si
completamos el tríptico con los juegos que tienen lugar más allá de los
límites.
Revisemos algunos juegos exteriores. Entendemos por tales aquellos
que se realizan preferentemente en el «casta- ñeru» y en el «pedregal»,
pero en las partes de estos dos lugares menos inmediatas al pueblo.
Además también deben incluirse en esta categoría aquellos juegos que
tienen lugar en los núcleos vecinos, aunque éstos sean de carác ter más
organizado. Entre todos ellos merece destacar la construcción de
casetas, a base de palos, ramas de árbol, pajas, etc., que sirven para
que el grupo se refugie en ellas a vivir ritualmente una vida colectiva.
Todo el grupo infantil participa en esta actividad, tanto en la construcción
como en los comportamientos que en torno a ella se originan. Entre
éstos los hay que son claramente contrarios a los que se les permite a
los niños efectuar en el núcleo: allí se comienza a fumar, se juega en
torno al fuego, y aunque a veces se llevan a efecto juegos competitivos,
como, por ejemplo, naipes, nó cabe duda que la atmósfera
predominante es más de cooperación y unidad que de rivalidad. Estas
casetas se construyen sobre todo en el «pedregal» y en el «castañeru».
La existencia de una caseta se mantiene en secreto entre el grupo
infantil y rara vez se comunica a los adultos. Una actividad
complementaria, aunque hoy no se realice, y al mismo tiempo lúdica
nos parece interesante. Durante el tiempo que la caseta era
frecuentada —lo que podía durar cuatro o cinco días— los niños
Antropología del territorio
246
recogían en el «castañeru» hojas de castaño, y las tejían
confeccionando unos disfraces que luego se utilizaban en el territorio
secreto. Era raro que cualquier adulto se acercase hasta allí, pero si
alguno lo hacía se daba la voz de alarma para que todos se
escondiesen y su presencia pasase desapercibida. Si el intruso era un
niño o grupo de niños de otros núcleos vecinos, la actitud podía
tornarse hostil. No obstante, cuando una caseta había
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 247
sido descubierta, era el momento de destruirla, y el grupo infantil se
orientaba hacia otras actividades.
Estos tipos de juego apuntan hacia una afirmación de la unidad del
grupo, por medio de una utilización territorial, a la cual se asigna una
exclusividad fuertemente positiva con respecto al grupo infantil del pueblo
y negativa en relación con cualquier otro grupo. Todo ello tiene lugar en
un territorio que funciona normalmente como carente de exclusividad. Se
trata, por tanto, de una actividad en la cual el territorio desempeña un
papel primordial, y en torno al cual, y dentro de unos criterios de edades
que ya están, aunque de otra forma, presentes en la vida del pueblo, se
establece un conjunto de relaciones entre los componentes del grupo, y
de éstos con el pueblo y otros grupos vecinos. Sin embargo, el sentido
más evidente que de todos ellos se desprende es el de la unidad en la
cual se agrupa el mundo infantil.
Las mismas actividades y el mismo significado corresponde a otros
juegos que sin encerrar la aparatosidad externa de la construcción de
casetas, se efectuaban en ciertos lugares preseleccionados, alejados del
pueblo, como la llamada «mina La Benita», una bocamina abandonada,
ubicada a medio kilómetro del núcleo; o en el «castañeru» mismo. Ei
mundo infantil había ido delimitando toponímicamente algunos rincones
de este gran espacio que para los adultos permanecía indifirenciado.
Algunos castaños tenían su nombre propio («la tumbona», «la altona») y
servían de referentes territoriales en el mundo infantil. En torno a estas
actividades lúdicas se ponía siempre de manifiesto la solidaridad del
grupo y la reafirmación de unos actos que en el núcleo les estarían más o
menos prohibidos. La cooperación y unidad del grupo se expresaba en las
luchas colectivas contragrupos de niños de los pueblos vecinos, que
acontecían generalmente a mitad de camino entre los dos pueblos impli-
cados, y en las competiciones organizadas, por ejemplo, partidos de fútbol
con otros núcleos. 84

84 tomamos los tres tipos de juegos, que hemos descrito, en función


de su realización territorial, podemos deducir algunas relaciones que
nos parecen pertinentes. El significado que es propio a cada uno de
ellos está dialécticamente vinculado con los otros dos. El problema
inicial es similar al que se presenta en el mundo de los adultos: un
territorio excesivamente homogéneo, desde el núcleo, que es utilizado,
por medio de los juegos competitivos, para establecer diferenciaciones
individuales, y ello acontece de una forma peculiar infantil, que no tiene
en cuenta los procedimientos
248 Antropología del territorio
adultos para obtener el mismo resultado. De esta manera los niños
plantean la situación en sus propios términos. Sobre un criterio de
habilidades físicas y estratégicas, tratan a su modo de superar
metafóricamente un sistema muy especial de exclusividad territorial
negativa respecto a ellos mismos que tiene lugar en un territorio en el
que los adultos han prefijado y acentuado una exclusividad positiva. Se
pasa lue- qo a un territorio carente de exclusividad, siempre dentro de
la misma reflexión metafórica: los límites, donde el riesgo y la aventura
se realizan semic.omunitariamente, y donde los ¡ueqos se convierten
en actividades espontáneas, sin leyes. Y por último, el grupo se
reencuentra unificado en un espacio acotado que se defiende contra
inclusiones ajenas, adultas o de grupos infantiles de otros pueblos, en
un régimen lúdico de exclusividad positiva. Las características que
acompañan a esta transición podemos verlas relacionadas en el
siguiente cuadro:
La relación entre los juegos del núcleo y los juegos exteriores es
antitética a distintos niveles, que implican el mundo infantil, el mundo
adulto y consideraciones territoriales. Los juegos liminales operan de
mediadores entre ambos extremos y a través de los mismos elementos.
De esta forma ñor un iueqo de metáforas y metonimias el mundo infantil

Juegos del núcleo Juegos liminales Juegos exteriores

Participa parte del Participa todo el grupo


Participa todo el grupo
grupo. para unificarse.
para diferenciarse.
De riesgo y aventura. De cooperación.
Competitivos.
Autoridad moral de los Negación de autoridad
Autoridad real de los
adultos. adulta.
adultos.
Juegos de Juegos de imitación de
Juegos regulados de la realidad adulta.
tipo infantil. improvisación.
Carencia de Niños: adultos:: Exclu-
Adultos: niños:: Exclu- sividad positiva:
sividad positiva: exclusividad.
Exclusividad negativa.
Exclusividad negativa.
se autoafirma lúdicamente, a lo largo de todo el proceso,
II: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 249
superando las dificultades que emanan de la organización adulta. La
unidad y la diversidad se resaltan en territorios bien definidos y de una
manera más efectiva que entre los adultos, donde, como hemos visto, la
integración social se ha dejado a expensas de la coherencia territorial del
conjunto del pueblo. Pero en este intento los niños tienen que renunciar a
la fácil unidad arquitectónica del pueblo, para reencontrarla efectiva y
socialmente, a través del jueqo en el espacio exterior. '
Hoy la situación del pueblo ha cambiado y los juegos infantiles se han
modificado en consecuencia. Tanto la división de la población, en
tradicional y reciente, como el tipo de vida más individual por parte de esta
última, es la causa rf .os sistemas lúdicos se hayan desintegrado. La población
infantil aparece mucho más dispersa: no todos acuden al mismo colegio,
ni tienen un lugar común de proveniencia; su llegada al pueblo aconteció
de forma muy diferenciada. Los juegos no sólo son más informales, sino
que, como nos decía un informante, «los niños de hoy ya no juegan como
los de antes».

Diferenciación territorial según el sexo

Dos factores determinan la diferenciación territorial entre los sexos:


una fuerte división del trabajo y el hecho de que en ©I caso del varón no
coincidan el lugar de residencia y el lugar de trabajo. En Bustiello, por
regla general, la mujer sólo trabaja en el hogar. Recientemente se ha
extendido el deseo de trabajar fuera en la juventud femenina, pero no
resulta fácil encontrar un puesto de trabajo. La mujer casada sigue
dedicando su tiempo completamente a los trabajos de la casa, mientras
el hombre los realiza fuera. El término «fuera» debe entenderse
literalmente, pues en Bustiello no existe ningún tipo de industria, dado que
su función primaria es residencial. En los primeros tiempos los contratos
que los habitantes firmaban con la empresa incluían una cláusula en la
que se prohibía expresamente establecer en el pueblo cualquier tipo de
negocio o industria. Existió durante algunos años un comercio, pero hoy
lo que no se encuentre en el Economato hay que salir a buscarlo al
Pedroso, a Santa Cruz o a otro centro comercial.
Ello hizo que el varón desarrollase una mayor movilidad, mientras la
mujer permanecía más sujeta a los límites deí pueblo. Como
consecuencia de ello el vecindaje que hemos
Antropología del territorio
250
llamado territorial era en Bustiello preferentemente femenino El
varón, por el contrario, estaba en situación mas favo rabie para
integrarse en grupos informales sobre la base de afinidad trabajo, etc.
Estos grupos no estaban exclusivamente formados por habitantes del
pueblo, sino también por otros de los alrededores.
Como hemos tenido ocasión de ver, en la época en que la actividad
y las organizaciones fijadas desde el colegio eran mayores7 los hombres
se agrupaban en ellas, ocasionan- dose fuertes vínculos en torno al
territorio demarcado por el coleqio Más tarde, al decaer esta
organización, un centro de reunión bastante efectivo lo constituía «el
chigre», un bar situado en la carretera, más allá del puente, a unos cien
metros en dirección al concejo de Aller. Este establecimiento sirvió para
estrechar vínculos con otros habitantes de los alrededores que también
lo frecuentaban, y figuraba fomente incluido en el esquema mental que
los habitantes teníanle su propio territorio. Aunque no tan claramente
como el Sanatorio, que estaba más o menos a la misma distancia del
centro de Bustiello y que como vimos era incluido, sin nfngún género de
duda dentro del territorio, por sus caracte- ríshcas9arquitectónicas, el
chigre, aunque no c0™P^'a ,a Dauta de edificación del pueblo, no era
totalmente diferenciado de éste, y ello era debido a la intensa utilización
que de él hacían los habitantes. Dentro de los esquemas territoriales
que hemos descrito en la primera parte de este es - dio el chigre jugaba
claramente un papel intermedio entre la exclusividad6 positiva del
conjunto del pueblo y la negativa ciue respecto al mismo pueblo podían
tener los habitantes de los alrededores. Era la síntesis entre ambos
extremos y le correspondía lo que hemos llamado negación de la exclu
sividad El chigre era así una de las pocas demarcaciones territoriales
que9cumplía el papel de integrar a los habitantes de Bustiello con los de
los núcleos vecinos. Y esta tarea era exclusivamente masculina.
Hemos señalado anteriormente que también los servicios de la
parte alta del pueblo eran compartidos con otros grupos vecinos
Normalmente los frecuentaban as mujeres, pero al estar éstos
situados dentro de Bustiello, su utilización por la gente de fuera no
estaba sujeta al mismo tip de negación de exclusividad del chigre.
Aunque no pue decirse que no cumpliesen ligeramente esta labor de
int ^ oración dado que el derecho a utilizarlo nadie lo poma en duda
sin embargo, creemos que servían mas para que los habitantes de
Bustiello se sintiesen de alguna forma recono- oirií-tQ nrimn núcleo por
sus vecinos.
El chigre, sin embargo, situado más allá de los límites precisos del
pueblo, pero sin integrarse propiamente en nin
f ".0^0 nUC,e0’ c,umPlía esta Unción. Una vivienda adosada a el, y que era
la única edificación que aparecía en esa zona de la carretera, se
consideraba terminológicamente co nAUSf e"°. Sus habitantes eran de
Bustiello, sin embar- ? ’ formaban parte del pueblo en la misma medida
que os demas. Interactuaban más que ninguno otro de Bustiello
Fstn nf ■ vac,no® 9ue se acercaban más al concejo de Aller Esto quiza
se debiese en parte al origen mismo de la familia concreta que lo
habitaba. Pero en cualquier caso un ha hitante de Bustiello al que se
le Indicase que Escribiese los limites del pueblo, no incluiría en un
primer intento den
rn oí ^h- °S ? uCafa a Ia C|ue nos estamos refiriendo, tampo- o? ch'gre,
II. 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una 251

debido sobre todo a la diferencia de edificación


fa',es casasnoeran Bi'S" 108 directamente la Pregunta de si te Ya hemos
¡nHiooE *? ' r®sP°ndería afirmativamen- te Ya hemos indicado que
las exclusividades positiva y ne-
gat,va admiten grados. En la zona de servicios rige una débil exc
usividad positiva en relación con los habitantes de otros núcleos, y el
chigre por el contrario, no sólo por su ubica cion, sino sobre todo por
su función, cumple el panel de
hfln a°nt ^ exc,usividad: Pertenece a Bustiello, pero también a otros
H
grupos.
Mientras el chigre fue un territorio común, carente de exclusividad,
y, por tanto, ¡ntegrador entre núcleos vecinos Bustiello no se oponía
a estos otros núcleos como un conjunto aislado, sino formaba parte
de otros pueblos con los que mantenía mayor afinidad arquitectónica
y laboral, y todos ellos dentro de cierta unidad frecuentaban la zona
del chi gre, en la que además existía, en la parte alta unapeLue-
cadoCs0mena[a olnTée £,0qUe tcomP^St° por los núcleos
cados en la parte de la carretera. Es como si una línea divi- sona,
marcada por el rio y cuyo acceso límite era el puente d vidiese la zona
en dos mitades, compuesta cada una de eHas por varios núcleos de
población. A la margen izquierda
ÍJ "°¿'a zo"a rninera- a 'a derecha, en la carretera los núcleos de población
tradicional. El siguiente esauema rpnm duce aquella situación: (Ver
esc>uema rePro-
pág. sig.)
\arios e¿fn *°s Actores que explican esta división To- dos los pueblos
de la margen izquierda habían sido construi- dos por la empresa.
Aunque arquitectónicamente distintos compartían la misma actividad
laboral, y sobre todo en la época en que la empresa y el colegio
dictaban las pautas de
eS,abr SO™etidos a un mismo regfa y man acceso con el mismo derecho
a las activida-
O
El Pedroso

©
Gurugú
Pueblos tradicionales

©
Grameo

• rnlpaio Aunque los núcleos de la mar-


Antropología del territorio
252

SMrss», r¡«. * J ',“f:


S “ ‘ , W * ™ • ' • »>■"
*>
actividades.
POr
TdPeafSbod,U;rllTvat STK? « colegio Py que tenía el
campo en ,0S ^
pueblos de des"n a los Cuarteles
era masiva y los de Busti __mno como propio. Ademas

r5r-aií~ z SE ras: s
JP
ce?,esr®n
«,s,:r; KK.t» s
el carácter de límite, no sólo para Bustiello, sino también
<partf toda la zona de la izquierda como con|unto. En
r

II: 5 Bustlello: Un territorio prefijado y una...


255

e”"' función de
-tegraoión
lado del puente. ’ respectivamente a uno y otro

mente unabc^erta'unildade e'f un^onTexto ‘no'6861!-recíproca' otros


no surgiesen diferencias n„„!! j ? implica que en existían límites
que respondían a J¡t de a Z°jna ,zpuierda que en la mente de los dp
R.,CK s,tuaciones diferentes, y en el extremo de la •ituata,n
ñeramente
dos los habitantes de la nártp"*^3™60*6 en el co,eg¡o. To- de
Bustiello dentro de unnt' Jí Gran considerados por los de vecindad
comunitaria, sobreS los^ue K est®re°t¡Pa<tos cion acertadamente
Caro Baroia !oue Íi i ‘¡ma,do 'a, aten- templar su mundo
cirninHand-a + ^ue .e ind,v,düo al conque al echar una mirada
ocasional93 uJ0S( mas ir|teresados del mundo circundante de otros
PQ S°bre u° que puede ver
no hace falta razonar demas ado °bV¡a S°bre la que
tar que esta atención S P T 81 convíene hacer no- timientos cuyo
origen parece 'máTn frecuencla- a otros sen- cuales resulta
tar^biém 1 ° mJV curo> con arreglo a los Peor lo de los demás
e n g e n e r a l l o rPJ°: 2° de los vecinos próximos 9en
particular A?0r' ° de Un0 hombre con la nación mninn partllcular--. Al
encararse el
forma parte, donde nació y vWió adopta drm°ndVÍIIa|íie qUe vo,
irregular, dos criterios opuestos PTfi ?5do alternatl’- y preciso de la
palabra p|PnfSt°S e? ? sent,do más justo ferio de homologóCy e',
secundo? I¡,f¡rmativo) aa el'crl- renciación’»4. La situacióndi dJ-
("e9at,v°) ‘de dife- utilización de estos mecanismos^ md lvlduo
f
respecto a la vel en el que se sitúe os referencial según el ni-

halagüeño de s^s vecfnos^de? Pedros^1801 Un p0ncepto mLjy duda


ello se debía a oue pran lne f y los Cuarteles. Sin más similitudes
y de los aup nn"*0 ^°S C°n ,os que ten'an dad más imperiosa de
di^e^encia'rse La idpíf" ü"a Ha zona reinaban las riñas v Ins fi'h"8
+dea ÍG que en aque“ cultural era Inferior VlaTynd^cionPs0^08’^6 qUe el
nive' cristalizado en un calificativo rnn de Vlda peores> había de
Un°
aquellos pueblos: «La pequeña Rusia
Rusia,> El he
estas alusiones sociocéntrirl - cho de que
grupos más diferenciados no implica'braufries3''3 3 °tr0S en una
confrontación directa. ‘ P Caba que
desapareciesen

gina 265ZsS' Pueb/os y ¿//7a/es- Revista de Occidente. Madrid, 1957, pá-


Antropología del territorio
256

Tndn ello se puso de manifiesto de una manera distinta,


IQC rrendiciones de convivencia se modificaron. Te-

5S& ? «ss r«s??-55d


tividades comunes porque las^qu^el “^^^"'fdemás jaron de
realizarse, t entraron en un sistema de

rsaá r..&ssn“*a.-s
rüttssrsss- i »,™——
a ser más necesaria que la diferenciación.
FQta intearación va a cambiar el eje norte-sur, según la
línea del rk)9que como acabamos de ver tuvo vigenciaimieo- ,|nea
aei nu, '4 . func¡ón Pero para comprender esta

otros factores, éstos de índole territorial.


O, | nunca cumplió en Bustiello la función de un
n aza

iTac^i'^

^ss&sss^^i
““ SÍ EUÍeeÍcutpda se
9
peroy,oqs núcleos que ah^a se encontraba^all, no lo^hacia^
al £

rarenst:L“en,o%u7e y se organizaban partidas de bolos,

a^restar^servicios athlbSeTde SlaTona izquierda

IXotYefpedroso y los Cuarteles Servía, por tanto.de ,n- t^nración


entre qrupos vecinos, a los que no i ~
vínculos como los que habían YeY^YarsI como
v nue va no tenían en consecuencia que presentars
//; 5 Bu
stiello: Un territorio prefijado y una 257

bloque unido cara a los otros núcleos, sino que más h¡pn man
que solucionar el problema de su inteorarínn FI

O
Oriella

C mo P°nsecuenc¡a de esta reorganización las relaciones


rnn °


rácter exclusivamente individual. '

es Tmee,!3 ?'tuación s'9uió evolucionando, y para nosotros

quin de urgencia de la plataforma de servicios) '«s,? „hll b°-'' caía


ahora materialmente más cercara de niÍl

rieles menores que sin La^9^0" <*e unidades territ<> 'a familia.
Eiio'guie,6 decfr ^
258 Antropología del territorio

tiello un lugar común, pero restringido al sexo masculino.


Cumple una función integradora, pero ésta no es total.
En relación con otros grupos vecinos el problema se so-
luciona actualmente desde otra perspectiva. El incremento de
la movilidad de población hace que a gunas formas de
integración vecinal, entre pueblos, se realicen mas alia de los
límites de todos ellos. La dispersión de la familia tradicional ha
hecho posible que se establezcan fuera de la zona misma
vínculos residenciales que repercuten Por lmea familiar en los que
todavía permanecen en la zona. Pero mas importante que este
reducido número de lazos derivados de la Situación familiar,
para ciertos estratos de la población, son pertinentes aquellos
territorios del concejo o de los concejos vecinos que han
adquirido un cierto renombre conno lugares funcionales para
determinadas actividades, como diversiones, comercio, etc.
Bustiello ha seguido en este punto un camino inverso al aue
recorren las comunidades tradicionales en las que el territorio se
va modelando paralelamente con la estructura so- cial. Es decir,
se logra primero la cohesión interna por medio tanto de la
actividad común como de la disposición territorial
correspondiente. Más tarde se resalta esa unidad cara a los
núcleos vecinos, en círculos cada vez mas amplios, a través de
sucesivas unidades que desembocan en grupos superiores de
convivencia, como pueden ser la zona, la región, etcétera En
Bustiello, sin embargo, la identidad interior estaba asequrada por
la unidad prefabricada del territorio: se descuidó la unidad social,
que sólo ha podido atisbarse tras recorrer un camino que
partiendo de la diferenciación de centros superiores le llevó a
enfrentarse con su propia realidad social. Actualmente, cuando
todos los apoyos artificiales se han derrumbado, Bustiello se
encuentra con el gran dilema de tener que llenar su coherencia
territorial con una coherencia social, tarea que resulta ahora mas
difícil que hace algunos años. La diversidad es mayor que antes,
la empresa se ha perdido en una unidad superior: Hunosa, y ya
no sirve de referente manejable cara a la pertinencia de la unidad
vecinal; los modelos sociales que aquella ofrecía ya no son
válidos. El problema que se plantea es que el territorio no es lo
suficientemente flexible como para evolucionar conjuntamente
con los imprevistos que esa búsqueda de coherencia social
arrastrará consigo. La iniciativa individual y social se verán una y
otra vez recortadas por unos moldes territoriales excesivamente
demarcados, desde su sustrato físico. No caben nuevos tipos de
edificaciones que recojan las necesidades de una nueva forma de
vida. Y, en defimti-
//: 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 259

va, cualquier deseo de prosperar, cualquier progreso no sólo


fn D °+rdnn económico sino social, sólo puede satisfacerse en. Bustiello
con una solución: la emigración. Atenazada te- rritoria mente, la
población paga el tributo de una unidad territorial por la que no
se ha luchado paralelamente desde todos los ángulos de la vida
social.
El que haya conocido Bustiello en los años 20 y se aproxime
ahora hasta allí puede tener la seguridad de que todo esta donde
estaba. Que las únicas transformaciones efectuadas se reducen
a esos pequeños juegos territoriales en torno a la casa y la
huerta, que son un síntoma de la misma rigidez territorial. Ni una
industria, ni una nueva idea en torno a la cual se agrupen los
intereses de los habitantes. Quizas otro conjunto de las mismas
características, situado en una zona distinta, hubiese podido
solucionar su problema con una orientación total de la actividad
del pueblo. Si la zona en si ofreciese algún interés de otro tipo,
por ejemplo tunstico, quiza la situación fuese distinta, aunque lo
más probable es que Bustiello ya no existiese como pueblo. No
cuenta tampoco en las inmediaciones con zonas de qran pujanza
que pudiesen permitir a los habitantes prosperar allí v residir en
Bustiello, pues al pueblo no le falta tranquilidad. Pero no es e
caso, y la población actual tiene que contentarse con trabajar en
las minas de los alrededores, lo que en principio significa una
dificultad más que un estímulo- si el mismo trabajo existiese en
Bustiello, al menos no tendrían que desplazarse.
• e? consecuencia, es muy probable que se siga produciendo la
renovación constante de la población tradicional fenómeno que
ya se inició hace unos veinticinco años cuan- do la empresa dejó
de ejercer su influencia en la vida del pueblo. No dudamos que
dadas las condiciones de la vida moderna, parte de esta
emigración se hubiera producido igual, pero nunca en la misma
proporción.
Mientras tanto va tomando relieve una nueva distribu- c|on de
la interacción social con base en esta división de población. La
población tradicional se agrupa más íntimamente en torno a la
añoranza de una época en la que todo funcionaba por estar más
o menos artificialmente organizado La población reciente opera
de manera más individualizada, y al mismo tiempo con menos
respeto al símbolo más claro de unidad que el pueblo tenía: el
ritual territorial que reiteraba la homogeneidad exterior.
Bustiello ha ido evolucionando territorial y socialmente hacia una
situación que dista bastante de la de los primeros
tiemoos Él ejemplo quizá pueda ser pertinente para otros grupos
humanos, en los que la población se reclutó para un territorio
preestablecido. Las relaciones entre ese primer te rritorio —en
este caso homogéneo y, por tanto, con pocas posibilidades de
modificarse sustancialmente— y la estructura social, sólo se
adecúan mientras la actividad que gira en torno a ellos es de
Antropología del territorio
260

alguna manera impuesta. Se llena asi el vacío entre la


planificación del territorio y la estructura. Pero en el momento en
que esa preorganizaron decae la adecuación hay que buscarla
desde la realidad social misma. Como consecuencia de ello
ambas cosas: la vida social y la distribución territorial, se
modifican según criterios vigentes en la comunidad. En Bustiello
estos criterios han evolucionado desde el prestigio profesional
hasta los recursos económicos. Se ha producido en
consecuencia una acción del territorio. La diversidad de ese
prestigio, individualmen te considerado, y su compaginación con
la unidad que las distintas profesiones tenían en el marco de una
empresa más o menos familiar, se reflejaba en la dialéctica
mantenida en torno a una casa exteriormente coherente con el

Vista general de Bustiello a principios de siglo


II. 5 Bustiello: Un territorio prefijado y una... 261

conjunto, pero interiormente transformada. En la situación actual


los vínculos externos remiten en favor de autoafir- maciones mas
radicales, dentro de una empresa más imper- onal, donde cada
uno funciona aisladamente.
De un vecindaje territorial se ha pasado paulatinamente a unidades de
interacción más efectivas y reales, como la estratificación social y la
afinidad tradicional. Pero en este ?Sr“minent0 de ,a infraestructura espacial a
la realidad so- al se pone de manifiesto que la pertinencia unitiva del
temtoNO no es suficiente para dar cohesión a una comunidad humana.
Los posibles problemas territoriales de la nue-
moldpliaHlpn| Sw vfn,ah°9ados- una V otra vez, por los rígidos mo des de la
distribución territorial anterior que, en las actuales circunstancias, sirve
más de estorbo que de estímulo Ef.raJat mtegracion de la población. En Bustiello
los aspec- ll m n miC0S institucionalizados del territorio se reducen al
rrurumo y, en consecuencia, la función que éstos podían desempeñar, de
superar posibles contradicciones en la estructura social, no se cumple.
Por otro lado, la exclusividad
rohndíntP negatlva’ que gira en torno al territorio vecinal suoeriom,’ n °
T
.encu,fntra “na continuación clara en unidades
T 6 0 GS a causa de que ,a
, !l l í ' í comunidad actual se dirija cada vez mas hacia
la individualización.

Vista general de Bustiello actualmente


Capítulo 6

Villanueva de Oseos:
dialéctica territorial desde
la casa a la comarca
La elección de Villanueva de Oseos como una de las zonas
estratégicas para el estudio de la territorialidad, respondía a la
intención de investigar las relaciones territoriales en un núcleo
de población relativamente disperso, pero unido por vínculos
administrativos firmes. Se buscaba una zona integrada por
varios asentamientos, lo suficientemente dispersos como para
que cada uno de ellos tuviese autonomía propia, como entidad
habitada, pero, al mismo tiempo, unidos todos ellos por lazos
reconocidos, que en determinadas situaciones les configurasen
como una unidad. Estas condiciones las cumplía, entre otras
unidades territoriales reconocidas, el concejo asturiano.
Decididos a estudiar el concejo, se presentaba el problema
de elegir uno concreto. Desechamos rápidamente los grandes
concejos asturianos por considerar que la dispersi- dad de sus
núcleos de población, categóricamente separados por las
distancias y por la desproporción numérica de habitantes entre
ellos, no se veía compensada por la unidad que el concejo debía
significar. El estudio de Bustiello nos había mostrado que la idea
de concejo no funcionaba en este pueblo como factor
territorialmente significativo, y que incluso sus habitantes
orientaban la vida más hacia los pueblos del vecino concejo de
Aller. Ello se podía deber también al carácter más o menos
ciudadano de Mieres, en relación con otros pueblos. Por ello nos
centramos en uno de los tres concejos de los Oseos. El
equilibrio entre dispersión y concentración, así como la relativa
proporcionalidad de la distribución de población entre los
pueblos que lo componen, nos pareció adaptarse a las
condiciones que precisábamos para este estudio.
Pero otro factor vino a incidir en esta selección. El Occidente
asturiano tiene numerosas afinidades con la cultura gallega, y
su situación territorial, desde el punto de vista administrativo,
responde a modelos asturianos. Se trata, por tanto, de una zona
límite donde, a primera vista, podría exis-

265
Antropología del territorio
266

ssrssrs -
"n no hafsTd^?odalírifesCtudpatnE^Villanueva de
m

n<srna esta circunstancia se cumple de manera extrema, la


Penaua las tradiciones, la forma de vida y la cultura, en general
la unen radicalmente a Galicia; otros factores adm,- nistrativos
la hacen mirar hacia Asturias.
Fn rualauier caso no se pretendía estudiar el concejo as-
turlano corno tai -que sin duda no admite un tratamiento unitivo-
Sino investigar el tema del territorio den ro de las
condiciones de unidad, dispersión y situación limite indicad\
Por ello las conclusiones que aquí se obtengan n° deben
anlicarse a los demás concejos asturianos, sino que han de
entenderse como interrelaciones entre espacio y estructur
sodocultural, y siempre bajo la temática general de este estudio.
I a comarca de los Oseos está situada en la montana mas
occidental de Asturias, en el límite con la provincia de Lugo. Anruoa
los concejos de San Martín de Oseos, Santa Eulalia de Oseos y
Villanueva de Oseos. Para acceder a Villanueva so abandona en
Vegadeo la carretera nacional Oviedo-La Co- mña en dirección a
La Garganta. Tras 23 kilómetros de constante subida por un
paisaje delicioso de montana, el viajero se hunde en Aniebla casi
permanente del Puerto de la Gar- aanta breve sensación de tres o
cuatro kilómetros que se desvanecerá rápidamente al encontrar de
nuevo e sol c* mino de Villanueva, centro del concejo de os °scos
que nos nrijoa Desde el puerto a la villa son seis kilómetros de lige
ro descenso y abundantes curvas. Todo es verde alrededor el aire
limpísimo y las montañas por las que se repar orados de mil
matices y vegetación abundante, nos hacen pensar en seguida en
un paisaje de montana, típicamente as- i r a oesar de la cercanía de
Galicia. También se llega a Villanueva desde el Puerto de la
Espina, a 60 kilometrost de Oviedo y 40 de Luarca, en la misma
carretera nacional Oviedo l a Poruña Se enfila allí la carretera de
Tineo, siguiendo hacia Pola de Allande y el Puerto del Palo, zona
en la que re- coaió abundante material etnográfico Constantino
Cabal. A ambos lados y a escasos kilómetros de nuestro paso
permanecen inalteradas las brañas de los Vaqueiros de Alzada. En
el embalse de Salime, antes de llegar a Grandas, nos desvi mos
hacia Pesoz tierra de buen vino, y rápidamente, siguien- do el
cauce del rio Agüelra, nos remontamos montana por una carretera,
que casi parece de juguete en compara clon con los precipicios y
bloques con los que alterna. En-
tramos en los Oseos por el concejo de San Martín y de nue- vo
tras cuatro ki ometros de subida y otros tanto^de bajada
llegamos a V.llanueva, que todavía conserva un cierto sa bor
monacal, en torno al Monasterio de Santa María
//: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 267

El concejo de Villanueva tiene 114 kilómetro


una población de 779 habitantes,
de poblaron que oscilan entre una y quince familias Estas
divisiones son, sin embargo, relativas, pues las diferentes
distancias que separan unos de otros hacen que a veces
nnmt, ?°,s efiJCtos Se agrupen nominalmente! y' tomen e¡ nombre del
núcleo mayor: tal sucede, por ejemplo ran La
II 1 fy . ue'r0, con Ovellariza y La Pena, incluso La Villa Ove-

HaH hvLa |Pe?ia’ Gueiro y El Cortín, forman en ocasiones unidad bajo


IZ
la denominación de La Villa. El estudio de estas agrupaciones
puede darnos una clave para la determinaron de territorios
colectivos reales y para el análisis de los fLT teres que os
determinan como tales. A cada unolie estos^nú cíeos se les llama
pueblo y sólo a Villanueva Yenfm °fd" nistrativo del concejo, se le
denomina La Villa. *

Bobla^l^ourel^.'sela yeE|CMazoñestán1i(fyndeshabPta dCOm0 U


como San Cristóbal,/atribá/y altganllamen
te a dos familias cada uno, mientras en El Brusquete el nú cleo
de nías difícil acceso de todo el concejo, sólo vive una persona.
Salgue.ras y Gestoso son los pueblos de mayor no blacion con
16 y 15 familias, respectivamente, y La Villa acó-' g a 11. El resto
de los núcleos oscilan entre tres y siete con una media inferior
a las cinco familias. V tG’

. .Las.comunicaciones son relativamente buenas con el ex- tenor


del concejo llegándose con bastante facilidad a Veqa- hfncX f
F?nsa9rada- Pero en el interior solamente los pue- -Sl U?d°S Gn e.sta5
rLí,tas tienen fácil acceso, ademá P de vmE fem'a’ 3 d°nde ega una carrefera
S
asfaltada desde a Y 1 . 3 , c o n t m L , a - pero ya sin recubrir, en
dirección a dMJtUÍ^UStapena ha mejorado últimamente su acSllí ad, debuto
a una carretera construida en función de una granja de recente
creación. La parte más desatendida es la
d kle ^ e*1 cíí i g raci óií ° ^^ U ^6 9 <UG SGa 'a Z°"a de «

residencia "en'santa Eulalif dfoscos, flene°a surgir lis tres concejos de


los Oseos. En Santa Eulalia radica tambiél la única farmacia de la
comarca, y para los casos más urgentes existe un botiquín en San
Martín y otro en Villanueva.
II: 6 Vlllanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 269

Los servicios de practicante y primeras urgencias corren a cargo, en


Villanueva, del secretario del Ayuntamiento, al que tenemos que
agradecer parte de la información utilizada en este trabajo.
El análisis territorial de Villanueva de Oseos pone de manifiesto la
existencia de distintos centros o unidades territoriales que se van
integrando en sucesivos planos hacia la unidad del conjunto. Desde la
casa hasta el concejo, pasando por el pueblo o lugar y las zonas
intermedias en las que se agrupan varios lugares con características
comunes, el territorio es una unidad dialéctica que se precisa en valores
asimétricos con tendencia a la integración. Las páginas que siguen
tratarán de demostrar esta afirmación.

La casa

El concepto de «casa» es sumamente complejo. En primer lugar, se


puede indicar con él la vivienda, que agruparía no sólo el inmueble
donde propiamente habita la familia, sino también las dependencias más
inmediatas, como el hórreo, las cuadras, el granero y otros
compartimentos de los que hablaremos en seguida. En segundo lugar,
la casa hace referencia a una tradición familiar más o menos cerrada,
que se ha venido manteniendo desde tiempos inmemoriables: se trataría
propiamente de la casa llamada patronal, que se distinguiría de aquellas
otras en las cuales la tradición se ha roto. A estas casas se las denomina
frecuentemente con el nombre del antepasado que les dio vida, aunque
éste haya fallecido ya. Pero por casa, y consecuentemente por casa pa-
tronal, se entiende también una realidad bastante más amplia que la
vivienda, y que comprendería el conjunto de propiedades que se
adscriben a una vivienda. Estas propiedades pueden venir de la
«primitiva generación», lo que constituirían la casa propiamente
patronal, según este sentido, o haber sido añadidas en parte a la casa
por compra: en este último caso los bienes adquiridos no pertenecen a
la casa en el mismo sentido que los anteriores, y como veremos son
susceptibles de una regulación diferenciada en ciertas circunstancias,
como las de la herencia.
Con un matiz diferente se utiliza el término caserío. «Se trata de una
casa que está fuera, algo aislada de un pueblo, y se compone de
montes, fincas, prados y la vivienda que les está próxima. El caserío se
alquila y vende generalmen-
tp con las fincas. A veces se venden algunas fincas perte- nacientes
a un caserío, pero ello es más raro... Pero esta acepción es sólo
preferente, ya que, en ocasiones, se deno- mina caserío a un
conjunto de propiedades que arrancan de una casa cuyo centro
está dentro del mismo pueblo. El hecho sin embargo, de que una
persona o familia pueda tener vaHos caseríos indica claramente
que este termino no se confunde con el de casa.
rasa es por tanto, el concepto más amplio, en relación directa
con la familia, ya que puede incluir bmnespa- tronales Y otros que
Antropología del territorio
270
no lo son, y a su vez abarca también el caserío (/caseríos. Desde el
punto de vista territorial la casa no sólo sobrepasa la vivienda, sino
también el mismo Pu® b°0 o lugar y puede extenderse por todo el
concejo. Mas alia de este^término la casa pierde funcionalidad, ya
que las po sfbles propiedades ubicadas fuera del concejo no
pertenecen enPsentido estricto a la casa. El concejo es pues una
unidad territorial socialmente pertinente, y su valor se constata ya
desde el núcleo social más reducido: la familia.
Pero al mismo tiempo el concejo no es una unidad indiferenciada-
la parte de la casa que pertenece a los !|mites del lunar se diferencia
perfectamente de la que cae fuera de ellos y la forma de explotación
de una y otra son distintas, ne nuevo este hecho manifiesta la
pertinencia territorial del concepto de Tugar o pueblo. El concejo y el
pueblo son, por tanto Unidades territoriales significativas, y su valor
como tales'les1 vi ene en parte del significado de la casa^Por ultimo no
todos los pueblos del concejo se conceptúan de la misma manera v
exigen la misma formalizacion de los valores de una casaYconcreta en
ellos: existen en Villanueva zonas perfectamente delimitadas, aunque
no administrativamente reconocidas, que operan de intermedios entre
el pueblo y e concejo. Pero todo ello quedara de manifiesto a partir del
análisis de la casa.
Hemos dicho que el primer significado de la casa coincide con el
de vivienda. La vivienda es una pequeña síntesis de todas las
relaciones territoriales a las que hemos aludido En torno a ella giran,
por mecanismos metafóricos y me- tonímicos los valores de toda la
casa y de las distintas relaciones que la casa implica tanto a nivel de
lugar como de concejo. Comencemos por su descripción y valoración
sim
bélica.
La vivienda tradicional consta del núcleo propiamente dicho, en el
que se aloja la familia, y de las dependencias in-
//; 6
VH'anueva de Oseos: Dialéctica territorial... 271

mediatamente adyacentes. El núcleo consiste en una edificación


cuadrangular de dos plantas rematadas por un desván En la planta
inferior se sitúa la cuadra y a veces la cocina' aunque es mas
frecuente que la cocina esté instalada en el piso alto. En el primer
caso, la cuadra y la cocina se seoa- ran por unos tabiques o
«medianiles» que dejan comunica- cion directa entre una y otra
dependencia. Los patios, dediados a guardar patatas, nabos y
alimentos para el ganado o lena, completarían la parte inferior
según esta disposición
Con mayor frecuencia la cocina está instalada en el ori- mer piso.
En este caso todo el bajo se dedica a cuadras qué pueden estar
separadas unas de otras y dispuestas para albergar a distintas
especies de animales. En ambas formas la vivienda tiene al menos
dos entradas, una que conduce di-
éSlSV l8S CUadras y otra a 'a cocina a través de ué pasillo. Si la cocina
ocupa el piso alto, la entrada da a la
parte opuesta a la cuadra, y se accede a ella a través de una
éaTn/ 'erra que.bor,dea uno de los laterales dé la vivien da dando la
impresión de que esta se encuentra por uno de sus frentes hundida
en el suelo, y consecuentemente de que la parte edificada tiene dos
pisos por el acceso a la ’cua- ra y uno solo por la entrada a los
patios y cocina. De nuevo aquí la cuadra se comunica con el piso
alto a través de una
puer!arde,nsalidar ^ deSemboca e" el Pasi"° -mediato a la
Aunque existen ligeras modificaciones, debidas a que la «casa
se levantaba sin planos y se añadían piezas segl se iban
construyendo», todas ellas tenían y tienen necesaria mente las
dependencias que vamos a referir en la descZ
c °n de una de viviendas del lugar del Río que considé ramos
representativa. ’ que conside'
Los espacios dedicados a personas se localizan todos en piso
alto. El acceso desde la calle da a un amplio pasillo de unos tres
metros de ancho y siete u ocho de larSo én uno de cuyos laterales se
abre una puerta de dos cuerpos horizontales que conduce al patio. Se
llama patio a una do- pendencia cubierta, como el resto de la vivienda
pero aue cumple la función de servir para el almacenamiento de al.
mentes y otros útiles, como queda dicho. En lunas casáé' patio es
simplemente un ensanchamiento del pasillo v aquellas que tienen dos
entradas a la parée habitada -las
UnS Tn 'a C0CÍna en la P,anta baja- pueden estar do tadas de dos patios
y, a veces, más.
?Stá flanqu,eado Por dos accesos laterales uno q e da directamente a la
cocina y otro al comedor. El come-
Antropología del territorio
272
dor desemboca a su vez en el pasillo por otra puerta, de un sólo
cuerpo y en el mismo lateral por el que se entraba en el patio En el
extremo del pasillo opuesto a la puerta de la calle una amplia puerta,
de dos cuerpos verticales, comunica con la sala sin duda la
dependencia más amplia de la casa, que se extiende perpendicular al
pasillo y tiene una superficie de unos cuarenta metros cuadrados. A
ambos lados de la sala se adosan sendas habitaciones, dedicadas a
dormitorios, que se completan con otra que abre directamente al
pasillo enfrente del comedor. Al desván se llega por una escalera de
madera paralela a la que desde el pasillo desciende hasta la cuadra.
El desván se extiende por encima del pasillo, la sala, el comedor y las
habitaciones. La mayor alzada de la cocina y el patio impide que
ocupe también la parte superior de estas dependencias. Todo ese
gran espacio se encuentra dividido por un tabique, tal como se obser-
va en los
A la cuadra
gráficos que
siguen:

Cocina Al desván Patio


Habitación <S Comedor . 1
Sala I
Habitación Habitación
PRIMERA PLANTA

CUADRAS (Planta baja)

DESVAN

Cercanas al núcleo que acabamos de describir se ubican una serie


de edificaciones que forman parte integrante de la vivienda. La más
sobresaliente de todas es el horreo, que reproduce el modelo
cuadrado asturiano, de madera, sobre cuatro pilastras de piedra, sin
corredor y recubierto como el resto de las construcciones del concejo,
con losetas de pizarra. En El Cortín existe un cabazo, construcción de
la es
II. 6 Vi II a nueva de Oseos: Dialéctica territorial... 273

pecie del hórreo, destinado a ventilar el maíz. De planta rectangular y


sustentado por dos muros laterales de piedra que hacen el papel de
patas, el cabazo, con uno de sus frentes de enrejado, no es
propiamente una construcción de la comarca de los Oseos.
En un bloque independiente algunas viviendas tienen la casa del
horno. Se trata de una edificación cuadrangular donde se amasa y
cuece el pan. Su uso ha decaído considerablemente, pues en la
actualidad son pocas las familias que cuecen pan, resultándoles más
cómodo y rentable adquirirlo en el camión que, una vez a la semana,
lo sube desde Vegadeo Las viviendas que no tienen casa del horno,
lo incluyen en
uno de los laterales de la cocina, pero la función es la m i s m 3.
Formando martillo con la casa se levanta el pajar generalmente
de amplias dimensiones, y entre éste y la vivienda propiamente dicha
se intercala un cobertizo, abierto por uno
al q ue se e da el
fnnrirSn , ' nombre de cabanón. Su
función estriba en dar techo al carro y demás aperos, así
como en servir de almacén para la leña que ha de consumirse
durante el invierno. Ligeramente separado de este conjunto pero
dentro de los límites reconocidos a la vivienda se extiende la eirá,
espacio de unos cincuenta o sesenta metros cuadrados, donde se
malla el trigo o centeno, en las famosas matiegas, de las que
tendremos que hablar. Como re- erente de este lugar, desde fines de
verano, pueden observarse en el extremo de la eirá las palleiras, que
al igual que las medas de paja, colindantes con el pajar, dejan
entrever en su nombre y construcción los estrechos lazos que los
Oseos guardan en sus costumbres con ciertas zonas de Galicia.
Por último y cerrando los límites de la vivienda, se sitúa
qVe SS df a la finca más cercana al recinto
h^hit^'
habitado de todas las de la casa. La cortía forma parte del
lugar acasarado, y toda la normativa jurídica avalada por la
costumbre, la unifica a todos los niveles con la vivienda. Si la casa
forma una unidad en la que se incluyen vivienda y posesiones, y esta
se procura mantener a todos los niveles las excepciones que a esta
norma puedan darse son todavía mas raras en lo que se refiere a la
cortía, que tanto en arrendamientos como en ventas y herencias es
considerada como parte indisoluble de la casa. En la cortía se
plantan preferentemente aquellos productos que son más inmediatos
para el consumo cotidiano, de forma que, sin necesidad de almace-
narlos, se puedan tener siempre a mano. Según se encuentre por
encima o por debajo de la vivienda se la denomina
J. L. García, 18
cortía de arriba o cortía de abajo. Hemos podido constatar, sin
embargo, que este nombre está en desuso y que, aunque todos lo
reconocen cuando se emplea, solo algunos informadores se
adelantaron a utilizarle. Se tiende nominalmente a identificarla con
el resto de las fincas, aunque todos son mentalmente conscientes
de su diferenciación por proximidad con la vivienda, por lo que en
ella se cultiva y por su vinculación al recinto habitado.
Tras esta visión general vamos a fijarnos en algunas de las
dependencias para tratar más adelante de precisar que siqnificado
Antropología del territorio
274
territorial guardan tanto en relación con la farrii- lia como con el
resto del pueblo y del concejo. La pieza de la vivienda de mayor
riqueza funcional es sin duda la cocina.
En ella transcurre, sobre todo en invierno, la mayor parte de la vida
doméstica. Actualmente muchas cocinas se han modificado pero
todavía existe un buen número de ellas que se ajustan a los moldes
tradicionales. La cocina se separa de la calle por el pasillo al que ya
nos hemos referido. Para penetrar en ella es necesario atravesar
dos puertas, ambas de dos cuerpos horizontales, y que por regla
genera permanecen abiertas, la primera en su mitad superior, duranf®
las horas del sol, y la segunda, en su totalidad, día y noche. La
cocina tradicional o cocina de tizoes, es una dependencia
cuadrangular, relativamente amplia y cuya altura, a igua que la de
los patios, es considerablemente superior a la del resto de las
habitaciones de la vivienda. Dividiendo la pieza mentalmente en dos
mitades, en el centro de la mas interior se encuentra la lareira,
ligeramente empotrada en el suelo; allí se atiza el fuego sobre el que
se colocan, sustentados por la gamalleira o cadena de grandes
eslabones de hierro los potes o pucheros altos y delgados y las
potas mas bajas y panzudas. La gamalleira cuelga de una especie
de escuadra de madera adosada a una de las paredes dentro de un
cauce giratorio, y que tiene por finalidad separar, mediante el qiro de
la misma, los potes y potas del fuego, antes de descolgarlos de la
gamalleira. A este soporte giratorio se le da el nombre de guindaste
y su ángulo de giro se aproxima bastante a los 180 grados.
Fijos a las tres paredes que demarcan la lareira se adosan unos
amplios bancos de madera, sobre los que pueden hacerse
descender las mesas de levante, o tablones sujeto, por unas
abrazaderas que permiten izarlos o bajarlos según la conveniencia
de los inquilinos. Sobre estas mesas se so lía comer, y desde ellas
podía recogerse la comida directamente de la lareira. En uno de los
ángulos del gran banco e madera se empotra una alacena del
mismo material, donde
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 275

se guardan los utensilios de cocina y algunos alimentos Sobre la


lareira y por encima del travesaño del guindaste existía una
plataforma de madera y envarado, a la que se le da el nombre de
cainzo. Se utilizaba para secar la leña, y su vigencia, aunque hoy
muy disminuida, tuvo que ser grande ya que ha dado pie a algunos
dichos populares. Cuando un matrimonio tenia muchos hijos y
llevaba camino de tener más se le decía al marido «ya puedes tirar
los trastes (genitales) al cainzo» También a la misma altura que el
cainzo, pero ligeramente ladeado se extendía el parreiro, al que en
otras
^¡stur,as se ,e llama el «xardu», y cuya finalidad
a la de almacenar patatas, nabos y algunos frutos, como castañas,
avellanas, etc.
En la otra mitad de la cocina se agrupan los pucheros se
almacena lena seca de inmediato consumo y se empotra el horno en
las casas en que éste no ocupa un lugar exterior independiente.
Actualmente casi todas las casas tienen agua corriente y la pila con
el grifo correspondiente se encuentran en esta parte de la cocina.
Igualmente una ventana al exterior, generalmente en la pared no
flanqueada por los bancos de madera, permite, durante el día la
entrada de la luz. En el techo existen salidas de humo, pero resulta
inevitable que la estancia en los momentos de atizar se llene de
humo y ello permite distinguir a simple vista, observando los ojos de
los habitantes del concejo, quiénes son los que utilizan todavía a
cocina de tizoes. Muchas de las viviendas han sustituido la lareira
por la llamada cocina económica, de leña, pero ya cerrada con
canalización de humos, horno y caíderín de agua caliente. Los
bancos fijos se han sustituido por otros móviles bastante más
estrechos, que se sitúan a ambos la- os de una mesa de madera.
Incluso es frecuente que al lado de esta cocina económica se
encuentre otra de butano dedi- cada n°tant0 a cocinar, cuanto a preparar
el café, con el que indefectiblemente se invita al visitante
La cocina es, sin lugar a dudas, el centro de la vivienda. Allí se
come, se charla, se calece y se recibe a los visitantes. Es, por tanto,
un territorio colectivo en relación con la familia y metonímicamente
un centro de cohesión entre los vecinos más afines. Recoge
metafóricamente el tipo de actividad al que se dedica la comunidad.
La presencia del cainzo y del parreiro apuntan a aspectos agrícolas
tan enrai- zados en la economía doméstica y al mismo tiempo no es
difícil descubrir la presencia de dispositivos para el ganado- el
guindaste es especialmente práctico para mover los arañes potes en
los que se cuece la comida de los animales Al mismo tiempo
coexisten en ella actividades que apuntan a
una ligera e incompleta división del trabajo, más por actividades
parciales que por una verdadera división de faenas, y otras que anulan
por completo esa división. Mientras las mujeres cocinan para las
personas los hombres pueden preparar la comida del ganado. Otras
veces todos, cerca de la lumbre, se aprestan a sazonar las carnes del
cerdo o a entripar los chorizos. Pero si la cocina es la síntesis de una
forma de producción que tiende a ser autónoma dentro de cada familia,
no cabe duda de que responde con bastante adecuación al proceso
276 Antropología del territorio
mismo a través del cual se han obtenido los medios de esa subsistencia.
En Villanueva tanto el hombre como la mujer colaboran codo a codo en
todas las labores de la casa. Dentro de cada faena pueden existir
actividades más propias de la mujer y otras del hombre, pero en cada
faena están presentes los dos sexos. No se puede decir que el ganado
sea atendido por el varón, sino más bien que dentro del cuidado del
ganado algunas obligaciones las realiza el hombre y otras la mujer, e
incluso aquí las diferenciaciones no son muy precisas, a no ser en
aquellos casos en los que sea imprescindible una mayor fortaleza física.
Sobre este punto tendremos ocasión de volver.
La cocina debe entenderse en este contexto como el último eslabón
de un proceso de producción complejo, pero de complemento entre los
sexos. Dentro de este proceso se incluye el ocio y el descanso,
distribuido éste según el ritmo complementario de una actividad
autónoma y familiar. Más adelante recogeremos el significado de este
territorio en relación con los otros espacios de la vivienda y de la casa.
El comedor es generalmente poco utilizado. Es un territorio
colectivo, pero a diferencia de la cocina que lo es predominantemente
en relación con la familia, el comedor se inserta dentro de la reciprocidad
e intercambio entre varias familias, y sólo en este contexto es funcional
como territorio colectivo para los miembros de la familia propietaria de
la vivienda. La comida familiar se realiza siempre en la cocina, a no ser
que existan invitados de cierto rango. En este caso la comida se sirve
en el comedor. La función de esta estancia es, por tanto, de
mantenimiento statual y aunque incluida en el interior de la vivienda está
plenamente proyectada hacia el exterior.
La misma proyección hacia el exterior tiene la sala, pero sin ese
matiz de rango. En la sala se festeja con los allegados y vecinos
cualquier circunstancia que sea digna de ello: bodas, convites y las
mallegas, a las que nos referiremos en seguida. Tiene un carácter
mucho más público que el comedor, y al mismo tiempo su
funcionamiento es metonímico dentro del ritmo previsto en la vida
cotidiana de la comunidad. En realidad tiene mucha más importancia
que el comedor, que cumple su función casi exclusivamente en
situaciones imprevistas, y, por tanto, socialmente no controladas. La
sala es más espaciosa y se mantiene tanto en función del pueblo
como del concejo.
Por último, las habitaciones tienen un carácter privado en relación
con el miembro de la familia que la utiliza. Pero es frecuente que exista
en la casa una habitación de huéspedes, cuyo significado es intermedio
entre el comedor y la sala, ya que los que visitan ambas dependencias
pueden albergarse en ella.
La vivienda reproduce, por tanto, algunos de los aspectos de la
actividad social y está concebida de manera que pueda significar la
unidad de sus moradores, la diversidad entre ellos y al mismo tiempo la
integración del grupo con las demás unidades de la vida social. La
vivienda es un territorio donde coexisten valores dialécticos, donde el
individuo se diferencia e integra simultáneamente en el grupo familiar, y
donde éste se autoafirma en oposición a otras unidades exteriores.
II: 6 ViIIanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 277
Rodeada de todos los signos de la actividad familiar, entre la cuadra del
ganado y el desván de los productos agrícolas, y al lado del pajar, el
cabanón, la cortía y demás disposiciones complementarias, reproduce
metafóricamente el discurrir de la actividad familiar. De ahí que la
vivienda no tendría sentido por sí sola, desligada del resto de las pose-
siones de las que es imagen y signo. Generalmente no se alquila ni se
vende una vivienda sin las propiedades que tradicionalmente le están
asignadas y las proporciones y complejidad de las dependencias de una
vivienda están relacionadas con las características de esas posesiones.
Ahora bien, el funcionamiento de la casa no es unívoco en todas
las épocas del año, sino que está sujeto al ritmo estacionario propio de
las comunidades agrícolas y ganaderas. En el verano la vivienda es
menos utilizada, las personas pasan la mayor parte del día en los prados
y fincas, dedicadas a las labores agrícolas, mientras el qanado sale de
las cuadras a los pastizales. Sólo con la puesta del sol se regresa y la
vivienda pierde en parte la funcionalidad del invierno. La cocina se utiliza
menos y los inquilinos pueden desplazar ahora su escasa permanencia
a otra de las dependencias, por ejemplo, el comedor. No hay tiempo
para charlar y recibir a los allegados y vecinos. Es como si los signos a
los que nos hemos referido se hubiesen desdibujado. A medida que el
Antropología del territorio
278
./prann transcurre van llegando a las inmediaciones del re- cfnto
ha”los primeros frutos de las cosechas. La hierba se almacena en
los pajares, la lena se amontona en el cabanón y el trigo y el centeno
se transportan a la eirá. La actividad se desplaza otra vez de las
fincas y prados a las inmediaciones de la vivienda, y ésta comienza
de nuevo a recuperar sus contornos semánticos. A finales del
verano, en loPs últimos días de agosto y durante todo el mes de sep-
tiembre cada casa celebra esta transición en un ritual colee- tivn-
las malleqas, en el que una vez más se pone de manifiesto la unidad
de la familia y el necesario intercambio social que debe mantener
con los demás grupos. Es el comento en el que la vivienda vuelve
a poblarse de la simbologia aue le es característica, en el que de
nuevo se demarcan mentalmente sus límites. La vida familiar vuelve
a la cocina y la puerta se abre para cumplir el ciclo invernal.
Las matiegas son verdaderos rituales, por medio de los cuales la
vida social se reafirma después de las labores familiarmente aisladas
del verano. No se ^u'^b^óCn°gne^s aue no se den en algunos casos ayuda
y colaboración en as faenas estivales, caso que alguien la precise pero
tales intercambios particulares acontecen dentro de limites redu cidos
y entre aquellas personas unidas por vínculos mas estrechos Las
mallegas, sin embargo, agrupan prácticamente ala totalidad de los
habitantes del pueblo y pueblos mas inmediatos y si se tiene en cuenta
que las mallegas tienen cas¡ un mes de duración, en un sentido rotativo,
podra comprenderse la importancia social de este acontecimiento.
A partir del 15 de agosto se establece el orden de ma- lleaas
procurando que la de una familia no coincida con la de9otr'aPLa
mallega consiste fundamentalmente en el acto de mellar o trillar el
trigo o el centeno. Para ello se requieren unas veinticuatro o
veintiséis personas, que cada familia recluta en un perfecto régimen
de intercambio, entre los vecinos de los lugares más próximos, y si
estos no ?V„: cientes se recurre a otros parientes o allegados de
pueblos más lejanos. Pero en principio las mallegas tienen lugar pre-
ferentemente entre los vecinos más inmediatos. Antes toda la
operación se realizaba con los malíes, o palos de rnallar, hoy día se
han introducido máquinas. El que aporta la maquina recibe un tanto
por el servicio, que se contabiliza por horas por consumo de
carburante o por faces. Cada faz haz tiene 40 maollos o atados de
trigo o centeno y da una fenaqa de cereal. Pero, al igual que todos
los demas, nada cobra por su trabajo. Una vez separado el trigo o el
centeno
se construye la palleira, en uno de los laterales de la eirá donde ha
tenido lugar la mallega.
En esta actividad participan por igual hombres y mujeres y a
concluir el trabajo pasan todos al interior de la vivienda L?" ® Sa? se
celebra una de las comidas más importantes
t il lan b dG C°~rde1r0 y lacón- Hoy el cordero escasea y el lacón se acompaña de
tortillas y otros alimentos. La ma-
g e cflebra siempre en la sala, cumpliendo ésta plenamente su
m ®
función de integración entre los vecinos. Si la mallega dura mas de
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 279

media jornada, entonces se come y se

H^HSUle^en^0S Gn CVenta Clue la mallega obliga en reciproci-


a e¿Deradr « qU? 8 Una mallega tiene

a esperar para la suya la colaboración del vecino al que ha


ayudado, nos daremos cuenta de la trascendencia social de este
ritual que, sin duda, sobrepasa los límites del trabajo y de la
colaboración Se trata de un verdadero sistema rotatorio en el que, a
lo largo de un mes, se intercambia trabajo vivienda, alimentos y
vínculos sociales.
La mallega es el punto central o la síntesis dentro de una doble
oposición dialéctica en la cualificación, infraestructu-
vidTsocia?r,prtada’ de d°.S parámetros fundamentales en la ¡ dapn ?flCIl®1'. el tiempo
y el espacio, de ios que hemos hablado en la primera parte de este
estudio. Por una parte la mallega acontece entre un tiempo de
dispersión y otro de concentración de la población. En verano la
actividad se disper- sa por os prados y fincas. El encuentro entre los
vecinos9 es difícil, las casas permanecen vacías la mayor parte del
día y los contactos sociales se reducen al mínimo. En invierno por
el contrario, la población se concentra en el pueblo y los
horIn°NpÍe 3 Z°na S°n ac,cesibles Prácticamente a cualquier hora. Hemos
experimentado durante nuestra estancia en Vi-
ooneeoVhtPnpOSH? e!íe COntraSte’ y la gran dificultad que supone obtener
datos durante esta época. Por el contrario pn
el9invierno todo resulta más fácil, y los hablta^de* IM
ls tacionanaha|aema7|aS acSe?ib.les- Dentro de esta antítesis estacionana,
la mallega sintetiza temporalmente la disparidad se trata de un mes
de trabajo colectivo con una oers-
srreDÍténtanípUa,: t0d0S co,aboran para una familia, lo^ual se repite tantas
veces como sea necesario dentro del pueblo
?p|rannHUe nadieUquedetaSine esa Participación. A nivel tempo-
tico enTaue |p’t^ fr el,S¡guiente diagrama dialéc- .. pue 9 tesis y la
antítesis se solucionan en el
ritual que venimos describiendo: " en ei
280 Antropología del territorio
Verano Invierno
Tiempo de dispersión Tiempo de concentración
Tiempo de Mallegas

Pero para nuestro propósito es más interesante constatar que


existe un tratamiento del espacio paralelo con el del tiempo. El
continuum espacial se convierte en territorio, según el mismo ciclo
temporal, por medio de la resolución de otra oposición que en términos
espaciales recoge la diversidad entre las faenas del verano, lejos de
la casa, en un espacio exterior, y las del invierno, en torno a la casa,
o mas centradas en el espacio interior. Esta oposición entre el espacio
exterior y el interior se resuelve por la utilización de espacios
intermedios: la eirá, un territorio exterior que mira al interior y la sala,
un territorio interior que, como hemos visto, está orientado al exterior.
Según esto podemos esta- blecer para el tratamiento del espacio un
diagrama paralelo al que es válido para el tiempo:
Espacio exterior -> interior (eiraj Espacio
interior —y exterior (sala)

Espacio exterior Espacio interior


(prados, fincas (vivienda)
montes)
Los espacios interior y exterior no son en este contexto
equiparables a las categorías privado y público. Tanto el espacio
exterior como el interior se rigen por categorías privadas. Pronto
veremos que en Villanueva las fincas, prados y montes (éstos en un
sentido diferente) son territorios adscritos a una determinada casa, y
como tales rigen en ellos las mismas normas de exclusividad que son
propias de la vivienda. Sin embargo, y como también veremos, todo lo
que rodea al pueblo pertenece a los vecinos en un sentido muy
preciso. Cada lugar tiene sus montes, fincas y prados, y aunque éstos
están delimitados en relación con propietarios par-
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 281

ticulares, la entidad de los mismos es imprescindible para la


configuración del pueblo como conjunto colectivo. La historia de la
formación de estos núcleos, a partir de un feudo común, perteneciente
al convento, es una causa importante de esta particularidad. Más allá de
la propiedad particular en relación con las familias, existen los límites del
pueblo, que agrupan las posesiones de todos los vecinos de un núcleo,
y salvaguardarlos es algo que corresponde a la colectividad.' Pero como
de esto trataremos en seguida sistemáticamente, nos contentamos con
indicar aquí que las categorías de exterior e interior son pertinentes en
la medida que la forma de vida que en una y en otra se desarrolla es
profundamente distinta y, en consecuencia, las implicaciones sociales
de una circunstancia difieren con la opuesta.
De ahí que el esquema dialéctico anterior traducido a términos de
exclusividad o, dicho de otra manera, tratado en relación con los sujetos
territoriales deba desdoblarse en otros dos, en este caso equivalentes.
Por una parte, el que recoge la exclusividad positiva de parte del
territorio exterior en relación con la familia propietaria, y su contrario, la
correspondiente exclusividad negativa respecto a ese territorio exterior
en relación con el resto de los vecinos. Esta oposición se anula
metonímicamente en la eirá, un territorio que metafóricamente forma
parte de la exclusividad de la vivienda, pero que, sin embargo, con
motivo de la celebración de la mallega pierde toda exclusividad, y
pertenece como los términos anteriores al mundo exterior.
Paralelamente la exclusividad positiva sobre la vivienda, por parte de la
familia, y negativa, respecto al resto del vecindario, se disuelve en la
falta de exclusividad de la sala, un territorio interior que, en ese contexto,
funciona metonímicamente como síntesis de la oposición y que, por
consiguiente, juega el pa- P61 integrador social, tal como veíamos
anteriormente.
Dentro de esta función integradora que cumplen las ma- llegas en
la vida social, por medio de la utilización de una serie de territorios, es
necesario resaltar que la integración tiene sus límites, que se extiende
a todos aquellos casos en los cuales la incompatibilidad por roces
intervecinales tiene algún vigor. No asisten recíprocamente a las
mallegas aquellos vecinos que tienen litigios pendientes entre sí. Éstas
fricciones vecinales no se reducen exclusivamente a las que cada uno
de una forma particular haya cosechado, sino que están sujetas a la más
rígida de las tradiciones. Las enemis- tades se heredan como se puede
heredar cualquier utensilio, y cada casa conserva buena memoria de las
injurias que cualquier otra casa del pueblo ha podido cometer contra ella.
Cuando reiteradamente preguntamos los motivos mas frecuentes de
estas desavenencias y entre quiénes se daban con más insistencia, las
respuestas fueron casi unánimes. Dentro de cada pueblo o lugar las
mayores disensiones persisten entre los vecinos más próximos «antes
en algunos lugares amañábanse muy pocos de los que vivían cerca»;
«los que peor se llevaban eran los que tenían viviendas, fincas o campos
colindantes». Y las causas son todas ellas de naturaleza territorial: por
«líos de derregos» o límites de fincas, «por botar el agua y no respetar
las calendas», por intromisiones del ganado en los prados vecinos, por
la utilización indebida del frontal de la casa, por ejemplo, dejar un carro
en el territorio que pertenece a otra vivienda, etc. Estas motivaciones
282 Antropología del territorio
son plenamente coherentes con la exclusión de los implicados de las
mallegas correspondientes, y es la causa de que las mallegas funcionen
en realidad más en el ámbito de la zona que en el del pueblo. La
delimitación entre pueblo y zona la analizaremos más adelante.
Si como hemos visto la mallega pone en juego una ordenación
territorial que reconoce tanto las exclusividades positivas sobre el
territorio como las negativas, y las coordina dentro del mejor espíritu
social, para que lo que en principio es síntoma de desintegración pueda
coexistir dialécticamente integrado, es claro que aquellos que no han
respetado las leyes territoriales, recíprocamente, o sobre los que pesa
una acusación tradicional en este sentido, no tienen nada que hacer en
este ritual. De esta forma las mallegas no sólo ponen de manifiesto y
colaboran a establecer vínculos sociales entre aquellos vecinos que no
tienen litigios recíprocos pendientes, sino que perpetúan y formalizan la
incompatibilidad originada casi siempre por motivos territoriales.
En la actualidad la tierra no tiene el mismo valor que tenía antes.
Las dificultades cada vez mayores con las que la población se encuentra
para atenderla ha originado una mayor tolerancia respecto a las
transgresiones territoriales, pareja, a su vez, con una menor picaresca
en torno a las delimitaciones: mover marcos, excavar derregos, sustraer
las aguas, etc. Paralelamente algunas de las viejas rivalidades se van
difuminando, aunque no desapareciendo del todo. A ello ha contribuido
de una forma terminante la emigración y la falta de mano de obra.
Debido a esta escasez de vecindario las mallegas han perdido relieve:
aunque se siguen efectuando las circunstancias obligan a buscar gente
más allá de los límites de la zona, aunque todavía pervive con gran fuer-
za la idea de que las mallegas son cosas de vecinos próximos, y en
realidad de entre ellos se recluta el primer grupo de colaboradores, que
luego se completa con otros individuos de los núcleos más próximos.
Podíamos decir que Villanueva se encuentra en una situación en la cual
el modelo territorial en torno a las mallegas y demás espacios con ellas
relacionados pervive como un modelo mental deseable, pero en la que
el comportamiento real está en vías de dis- tanciamiento de ese modelo.
Ello acarreará consigo, muy probablemente, una modificación del
modelo mismo, que significará con toda seguridad un cambio de vida en
las formas tradicionales.
Es interesante a este respecto la experiencia de Busta- pena, uno
de los pueblos del concejo, situado a cuatro kilómetros de la Villa, en
dirección al Puerto de la Garganta. No hace muchos años Bustapena
tenía fama de pueblo pobre, rayando con la miseria, con todas las
secuelas que esta circunstancia conlleva. Hoy se ha construido allí una
granja de ganado, con unas 200 cabezas de vacuno. Muchos varones
del pueblo y otros del concejo trabajan allí en régimen asalariado.
Prácticamente todos los alrededores, montes incluidos del pueblo,
pertenecen a la granja, sólo dos o tres familias persisten en la vida
tradicional. Los propietarios han construido casas nuevas para los
empleados de la granja, todas con luz eléctrica, lo cual hasta el momento
es excepción en el concejo. La propiedad de estas casas corresponde
a los dueños de la granja, pero los inquilinos las ocupan ara- tuitamente.
Estas mejoras no se extienden a aquellos individuos que trabajando en
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 283

la granja viven en la casa de sus padres. Las diferencias de vida entre


unos y otros son considerable, y parte de la población ve en
instalaciones de este tipo o similares la salvación para el problema del
despoblamiento que amenaza al concejo. Sobra decir que todo el tra-
tamiento territorial que hemos expuesto en relación con la casa no es
válido para Bustapena, donde la forma de vida es abiertamente diferente
de la de los demás pueblos. Sin embargo, queremos reseñar aquí esa
división entre la población del lugar en relación a la casa, como una de
las muestras de que la adaptación a otra forma de vida y
consecuentemente a una nueva utilización del territorio no fue
igualmente asimiladas por todos. Mientras algunas familias, las menos
ligadas al territorio por las características de sus caseríos, se adaptaron
rápidamente a la nueva situación, en otras la dualidad de actividades ha
creado una división que no puede ser más que perjudicial: el trabajo en
la granja de alguno de los miembros de la familia resta brazos a la
economía tradicional, y ésta por su parte pone freno a unas mejoras de
las que ha disfrutado el resto del vecindario. Quizás este
hecho debería ser punto de reflexión sobre la necesidad de una
planificación sociocultural en general, y territorial en particular en
relación con cualquier transformación del uso social del espacio y de
los elementos socioculturales con él vinculados. El hecho de que la
iniciativa de la granja, así como de otras mejoras actualmente en
construcción (en la Villa se está acondicionando actualmente —1976—
un edificio en el que pronto se abrirá una sucursal del Banco de Gi-
jón, que será el único existente en los tres Oseos) halla corrido a cargo
de uno de los hijos del concejo, cuya intención de ayudar y
promocionar a su tierra natal es reconocida sin excepción en todo el
término, es la causa de que estas innovaciones hayan sido a nivel
general bien acogidas, a pesar del cambio de vida que llevan
implícitas. No obstante, Bus- tapena es un reflejo vivo de esa
problemática.
Si las mallegas son rituales en los que participan sobre todo los
vecinos del lugar y de la zona, no sucede lo mismo con otras
celebraciones que acontecen en torno a la vivienda. Nos referimos
concretamente a los roxois y a los esfolios. Como puede observarse por
estas ritualizaciones, la comarca de los Oseos guarda unas similitudes
culturales muy profundas con la cultura gallega, quizá más que con la
asturiana. Sin embargo, no existen en Villanueva la gran variedad de
celebraciones que según Lisón giran en la cultura gallega en torno a la
comensalidad, y las oportunidades de colaboración entre los vecinos se
vienen a reducir a las que se incluyen en las mallegas, esfolios y roxois,
sin existir las que según parece transcurren en Galicia fuera de las inme-
diaciones del recinto habitado, en los montes, fincas y campos '. Es
cierto, según hemos dicho, que no falta nunca el «echar una mano» si
las circunstancias así lo demandan, por ejemplo, cuando, debido a la
emigración y la falta de mano de obra, una familia puede verse
prácticamente imposibilitada para segar, recoger y acarrear la hierba, o
en situaciones similares, pero esta actitud es esporádica, no está
institucionalizada, y acontece siempre dentro de pactos eventuales entre
allegados. Por otra parte, este comportamiento no es frecuente y todo
transcurre sin celebraciones adyacentes de otro tipo.
284 Antropología del territorio
Los roxois y los esfolios son, sin embargo, dos acontecimientos
pautados, de gran importancia dentro de la vida social, y si los
segundos han perdido vigencia en la actualidad, los primeros siguen
funcionando y conservan su importancia
1
Cfr. C. Lisón Tolosana: Antropología Cultural de Galicia. Siglo XXI. Madrid,
1971, pág. 123 ss.
II: 6 ViIIanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 285
en nuestros días. Los roxois tienen lugar en la última quincena de
noviembre y durante el mes de diciembre, y giran en torno a la matanza
del cerdo. Previamente se ha fijado el calendario de matanzas, cometido
que incumbe al veterinario, que reside en Santa Eulalia y es común para
los tres Oseos. De esta forma la matanza, al igual que las mallegas
abarca un largo período de tiempo. Llegada la hora, uno de los hombres
de la familia o un especialista en este menester, al que se le llama el
matón, sacrifica a los animales elegidos. A continuación algunos de los
amigos o familiares que se han aprestado a colaborar abren y escaldan
a los cerdos, para rasparles el pelaje. Al día siguiente se reúnen de
nuevo para trocear y salar las carnes y sobre todo para derretir los
roxois. Esta última operación puede realizarla el matón o en su ausencia,
una persona de la casa cualificada en relación con los procedimientos
que deben ponerse en práctica.
Los roxois propiamente son los residuos sólidos de las grasas del
cerdo, una vez que éstas han sido recogidas, tras la consiguiente
ebullición, en un recipiente donde vuelven a solidificarse y se conservan
para freír y guisar en sustitución del aceite. En la zona los roxois
constituyen un plato exquisito, probablemente el más valioso de cuantos
conoce la cocina de los Oseos. En otras zonas de Asturias, por ejemplo,
en el concejo de Aller, los roxois no se consumen, aunque se aprovecha
la grasa.
Ese mismo día se celebra, por la noche, el convite de roxois. A él
acuden todos aquellos que han participado en la matanza, que aparte
del matón, suelen ser familiares y amigos de todo el concejo. La lista se
completa con otros allegados, que igualmente suelen pertenecer a los
pueblos del concejo. Además de los roxois se sirven los callos, que se
preparan con alubias blancas. En otros lugares del municipio, por
ejemplo, en Castropol, los callos constituyen el cen- tro de la cena, y no
se ponen los roxois, que se consumen en familia. En Villanueva son
comunes las expresiones «ir de roxois», «comer os roxois», que en
Castropol equivalen socialmente a «ir a os callos» y «comer os callos».
En los roxois se charla en un ambiente familiar que se prolonga hasta
bien entrada la noche. Luego todos vuelven a sus respectivos pueblos
o lugares, algunos a muchos kilómetros de distancia. Si tenemos en
cuenta la época del año en la que tiene lugar la celebración, en
noviembre y diciembre, cuando el frío es más intenso a esas horas de
la noche, podremos comprender la importancia que los roxois tienen,
por el mero hecho de que
fnrlavía persistan, mientras otras celebraciones más «como- das»
como por ejemplo, los carnavales, estén en franca de-
cadencia.
l ns roxois no concluyen con la celebración de la cena que les es
propia sino que a lo largo de los días sucesivos pue- de ser obligado
invitar a los vecinos y visitantes del concejo míe oor el motivo que
sea, generalmente por relaciones de afinidad visiten la vivienda. A
su vez los roxois se inscriben dentro de las relaciones de
reciprocidad y marcan otro Parido de tiempo en el cual las distintas
Antropología del territorio
286
familias se visitan, más allá de los límites del lugar y de la zona.
Desde el punto de vista territorial los roxois se diferencian
profundamente de las mallegas. En primer lugar no ponen enluego
esquemas territoriales interiores y exteriores con exclusividades del
tipo descrito para estas. Por otra parte los roxois se celebran
normalmente en la cocina, y solo sT el número de invitados es grande,
se pasa a otra dependencia de la casa, que puede ser igualmente la
sala. Pero dentro del modelo mental la tendencia es a señalar la cocina
como luqar de roxois. Ello tiene su lógica si tenemos en cuenta que a
los roxois suelen acudir personas que tienen una mavor vinculación
con la casa, bien sea por lazos de paren- tesco o de amistad. Hemos
recalcado que la cocina es la pieza fundamental de la vivienda, y que
es el recinto donde la familia se agrupa como tal de una manera mas
intens , y el ÍZ colectivo, en relación con la familia, que tiene dentro de
la vivienda un significado más íntimo. La cocina es, una síntesis de toda
la casa y de las actividades a las que tienen que dedicarse la familia
para subsistir. Veamos que implicaciones puede tener la celebración
de los roxois en la cocina, dentro de un contexto sociocultural mas
amplio.
la rasa como hemos visto, es una entidad que sobrepasa los
límites de la vivienda. Sin duda su característica más sobresaliente
es la de unidad del conjunto. Una casa no se puede dividir y las leyes
de la herencia son respetuosa con este principio. Para comprender
este carácter unitario de la casa habría que remontarse a los
antiguos foros, y de eMo nos ocuparemos en seguida. Pero en este
contexto nos interesa sobre todo constatar que la forma de herencia
im Toa necesariamente una ruptura de los vínculos res.den- riales de
la familia. Es costumbre, a no ser que los bienes sean muy grandes,
que solamente herede uno de os hijos Generalmente el primogénito.
Se salvaguarda asi la unidad fjlacasa pero se ejerce un fuerte control
sobre la población. Efectivamente todos aquellos que no heredan
tienen que contentarse con una pequeña compensación que ouede
casa'paWanroa'reü°nfly °‘ra forma de vida'fSera Tt
h LS U ,vez mas esta institución se aproxima rf„stantf a las equivalentes
gallegas de la manda patrilineal tan profusamente descritas por
Lisón85, y las contingencias e imprevistos en torno al cumplimiento
de la norma ideal on en términos generales las mismas y ellas
oriqlnan las excepciones, es decir, que no herede el primogénito
porque se haya ausentado o casado fuera, que lo haga una de las
hermanas por ausencia de varones, etc.
Nos Interesa sobre todo analizar las consecuencias territoriales de
esta Institución. Todos los hermanos menos el mayor al que se le
hace la manda (así se conoce tambiér! en Villanueva de Oseos a
esta asignación de los bienes oa- T* faVSr ?el Prím°géni'to), tienen que
buscar forma
eNa en estado céllhe?' h "° 3er que prefieran continuar en f f. en. es . 0 celibe
trabajando para la casa a cambio del

85
O. c„ pág. 201 ss.
Antropología del territorio 287

sustento, situación esta que en la actualidad es difícil encontrar en


el concejo. Las soluciones por las que éstos sue en optar son las
siguientes: en primer lugar, la emtaractón tanto interior, dentro de la
provincia (Gijón y Avilés son lo
^nhdadtew pre.fendas) como a' extranjero (Suiza y Bélgica sobre todo). La
migración tan ligada a esta forma de heren
cónce¡oqUpero caben ó? pr°b,|emas human°s más serios del concejo. Pero
caben otras soluciones para los que no han
recibido la manda: pueden permanecer en el concejo si se dan
algunas de estas condiciones: que haya casado ron t\ guna mujer
que, por las características antes indicadas tenga manda; s, le ha
quedado alguna de las posesiones noMatronales o si se establece
en régimen de casero, tras el correspondiente arrendamiento de un
caserío. Esto último es mas frecuente entre los que permanecen sin
manda La con secuencia mas inmediata de todo esto es que existen
en el concejo un buen numero de parientes diseminados por los
pueblos o lugares, o dicho de otra manera,! población de
numerosos vínculos familia-
res entre sí
res entre si. Los roxois van a ser una oportunidad de rea
másaí'rlt¡maentr0 U" territorio utilizad° su delimitación
Aparte de estos lazos derivados de la forma de heredar hay que
tener en cuenta los que se crean ñor un! * h edar como resultado de la
patrílocalkjad. ^primogénito 0“ da lleva a su mujer a la casa patronal
y de esta manera se crean vínculos con el lugar de origen de ésta
Los datol de
los que disponemos nos permiten deducir, tras su interpretación, la
vigencia de una cierta endogamia a nivel de concejo e incluso de
zona, de la que hablaremos en seguida. De momento, la primera
conclusión se refiere a la existencia de vínculos familiares en el
concejo. De un total de 90 matrimonios analizados, en 47 casos uno
de los contrayentes no era vecino del concejo, mientras que en 43
ambos cónyuges vivían y eran nativos de Villanueva de Oseos. El
hecho, sin embargo de que se observe un incremento de los
primeros a partir de 1963 puede indicar que muy probablemente la
emi- qración y la mayor movilidad de la vida moderna ha incre-
mentado este número. De todas formas un alto porcentaje de los
que se casan fuera del concejo lo hacen en los otros concejos de los
Oseos. De los 43 matrimonios efectuados entre vecinos del concejo
34 residen en casa patronal, es decir, corresponden a primogénitos
que se han casado en casa y el resto (9) a arrendamientos y
caseros. Volveremos sobre estos datos en el contexto del concejo y
de la zona. Pero de ellos se desprende, sin lugar a duda, que existe
un gran porcentaje de vecinos de un lugar emparentados con los de
algún otro del concejo. Y en torno a estas vinculaciones giran,
preferentemente, los roxois.
El resto del personal invitado a este ritual se recluta entre los más
allegados del concejo. Las formas de herencia y matrimonio a las que
nos acabamos de referir dan pie para comprender que los vínculos
entre los distintos lugares no son sólo de parentesco. Tanto por línea
Antropología del territorio
288
materna como paterna existen lazos de amistad que se remontan
ambos a la época anterior al cambio de residencia, bien para contraer
matrimonio, o para organizar la vida en torno a un caserío. Por último
las personas que por razones de mayor afinidad colaboran
recíprocamente en sus respectivas tareas aunque, como hemos
indicado, esto no es la norma, son llamados a compartir los roxois.
En cualquier caso la característica común de los invitados es de
afinidad o parentesco. Los roxois cumplen de esta manera una
función territorial: es el momento de compartir la casa desde su
dependencia más familiar e intima, la cocina, con todos aquellos que
por la puesta en juego de as normas sociales, aun perteneciendo de
alguna forma a ellaK bien sea realmente por haber pertenecido o
simbólicamente, por un reconocimiento de vínculos cuasifamiliares,
nan tenido que alejarse.
Los roxois no existen en función de la vinculación de la unidad
administrativa, que es el concejo. Solamente son t -
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 289
rritorialmente significativos en función de los allegados, aunque, a decir
verdad, éstos se encuentran repartidos por todos los lugares del
concejo. Una vez más la casa vuelve a ser el eje desde el que se
considera el problema originado por las leyes de la herencia y normas
de residencia, aunque éstas a su vez, estén infraestructuralmente
orientadas por unas formas de subsistencia y por motivaciones
históricas. En este sentido los roxois, al igual que las matiegas, juegan
sobre dos ejes, uno temporal y otro espacial, que difícilmente se
pueden separar. Desde el punto de vista temporal los roxois median
en la constante contradicción que se da entre la más estrecha
pertenencia a una casa, en la edad infantil ^II ,s°*ter'a en General, y la
necesaria desvinculación de ella al llegar a la mayoría de edad o al
contraer matrimonio. Y, por otro lado, a un nivel espacial, tratan de
remediar el mismo problema entre la transición de una exclusividad
fuertemente positiva a otra igualmente negativa, desde el momento del
abandono de la casa, y todo ello a través de la negación de
exclusividad del recinto de la casa más relacionado con la unidad
familiar: la cocina. En el caso de que los participantes no sean
propiamente parientes, sino allegados se cumple una función paralela:
los lazos abandonados por la imperante necesidad de trabajar y
orientar la vida desde una casa, a partir de determinada edad, se
refuerzan por la utilización conjunta del territorio más significativo de
ella, en relación con los vínculos especiales que se pretende re-

Este carácter más familiar de los roxois es probablemen- te a causa


de que sea el ritual de mayor vigencia en la actualidad. Pues aunque
son muchos los que han tenido que salir de los limites del concejo,
dentro de cada familia, esta situación a nivel cualitativo ha sido la que
menos se ha modificado, en relación con las distintas celebraciones.
Mientras las mallegas han declinado, a causa de la emigración que
hace prácticamente imposible reclutar, de entre los vecinos de un lugar
e incluso de la zona, a todo el personal necesario para realizarlas, y
los esfolios, como vamos a ver debido a la misma causa, no pueden
ofrecer el interés, y sobre todo cump ir la función que tenían en un
principio, los roxois siguen de actualidad porque la circunstancia que
los motiva se sigue cumpliendo, en mayor o menor grado, de acuerdo
con la distribución de la población en el concejo oiempre hubo
desarraigo familiar por parte de algunos miembros de la casa y
siempre, como hoy, de entre todos ellos nabia algunos que
permanecían dentro de los límites deí concejo, en el régimen que
anteriormente hemos descrito.
J. L. García, 19
A diferencia de las mallegas y de los roxois, los esfolios son
celebraciones mucho más abiertas. No se precisa ninguna
comunicación especial para asistir y todos los habitantes del concejo
son, en principio, invitados potenciales. Los es- folios se organizan en
torno al maíz y, lo mismo que las ma- lleqas se componen
estructuralmente de la participación en el trabajo de la casa y de la
comensalidad, aunque ésta tenga unas características muy
especiales. El trabajo consiste en deshojar las plantas de maíz,
dejando libres las «pano- llas» y la comensalidad, basada sobre unos
290 Antropología del territorio

efectivos mas parcos que en las mallegas y roxois, se limita a


compartir castañas, nueces y vino.
Los esfolios, al igual que todas las celebraciones importantes en
torno a la casa, tienen lugar en invierno, concretamente en los meses
de octubre y noviembre. Se sitúan, pues, entre los dos rituales
anteriormente descritos. Previamente se comunica la intención de
celebrar esfolios en una casa, y la voz corre de lugar en lugar, con el
tiempo suficiente para que los interesados puedan compaginar su
asistencia con las actividades cotidianas. Llegada la noche se reúnen
los interesados en el lugar convenido, y la celebración dura hasta altas
horas de la madrugada. Durante los esfolios se canta, se cuentan
chistes y se ponen en juego todos los recursos habituales de diversión
en el concejo, de ahí el carácter eminentemente festivo de este ritual.
A los esfolios asisten gentes de todo tipo: hombres, mujeres y,
sobre todo, jóvenes. Hay «mucha xente nova», y era frecuente que se
encontrasen allí, previo concierto, los novios del concejo. La puerta está
abierta para todos, y no hacen falta mayores cumplidos para participar.
«Se entra sin llamar y se participa, y cada uno marcha cuando quiere,
pero la juerqa no se acaba hasta que marchen todos». Al igual que las
mallegas y los roxois, los esfolios ocupaban un buen período de tiempo,
y el trasiego de gente de un lugar a otro del concejo era grande.
Desde el punto de vista territorial no es casual que los esfolios se
celebren en una estancia diferenciada de las de malleqas y roxois.
Generalmente tienen lugar en una dependencia secundaria de la
casa, que puede ser un patio o e recinto donde se encuentre el
maíz. Tampoco es accidental el hecho de que en los esfolios se
consuman frutos que no requieran una preparación tan intensa por
parte de los an i- triones. Es como si los esfolios rozasen la casa a
un mve más superficial que en las dos ocasiones anteriores. Lo cual
pstá en consonancia con el carácter menos personal de
II. 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 291
reunión, si ésta se considera desde la perspectiva de los H
que la
patrocinan.
Por una parte, las relaciones que guardan entre sí los habitantes
de Villanueva, a nivel de concejo, son menos fuer- tes de |as que se dan
a nivel de zona o por motivos de fami- laridad y amistad. Estas pueden
estar fundamentadas en los regímenes de arrendamientos en el caso
de que un vecino de un lugar posea tierras dentro de los límites de
otro- en ciertos vínculos administrativos, y sobre todo en relaciones
entre los jovenes de uno y otro sexo. Hemos visto anteriormente, a la
luz de un análisis de 90 matrimonios recientes, que se puede deducir,
aunque no con mucha claridad, la vigencia de una endogamia
matrimonial dentro de los límites del concejo. Señalábamos también
que, sin embarqo es a partir de 1963 cuando se desequilibra el número
en favor de los matrimonios realizados fuera. Estos datos nos parecen
s|gmf(cativos: entre 1960 (fecha a la que se remonta nuestro análisis)
y 1963 se efectuaron 18 de los matrimonios a los que nos referimos.
De ellos solamente tres tuvieron lugar entre un vecino de Villanueva y
otro de fuera del concejo, y en dos casos el nativo de Villanueva
pertenecía a los núcleos de mayor población del concejo, sin duda los
que qozan de me- jores comunicaciones: Salgueiras y Destoso; el otro,
ya en 1962, corresponde a un vecino de Cimadevilla con otro de banta
Eulalia de Oseos, núcleos éstos relativamente próxi- mos, según las
condiciones de comunicación de las que he- mos dado cuenta
anteriormente. En los 15 casos restantes ambos contrayentes habían
nacido y vivían en el concejo.
A partir de 1963 la situación cambia radicalmente. Para los tres
anos siguientes las cifras son éstas. Casi se duplica el numero de
matrimonios, se pasa de 18 a 30, de los cuales 12 se realizan entre
nativos, y 18 en los que uno de los contrayentes es forastero. En los
años sucesivos se mantiene con un ligero descenso de la frecuencia,
este predominio de los matrimonios con personas de fuera del concejo.
Aunque todavía se celebra algún que otro esfolio, cuando
preguntamos por el momento de su decadencia, se nos respondía que
haría más o menos unos diez años que habían dejado de ser tan
importantes. La fecha viene a coincidir con la decadencia de la
celebración de matrimonios endogá- micos, lo que nos permite sacar
dos conclusiones de naturaleza distinta, la primera que es más que
posible que también en este punto se cumpliese aquí antiguamente
una de las características que Lisón considera fundamentales en la
parroquia gallega: la endogamia86, aunque la circunstancia de que la
unidad administrativa sea, en este caso, el concejo y no la parroquia
nos obligará a volver sobre este tema y estos datos más adelante.
La segunda se refiere concretamente ¡¡I significado de los esfolios.
La correlación entre la intensidad de su celebración y la vigencia de
una endogamia a nivel de conceio sugiere que ambas cosas podían
estar unidas, bi a ello añadimos que los esfolios eran efectivamente

86
Cfr. Antropología Cultural de Galicia, pág. 85 ss.
Antropología del territorio
292
una ocasión de encuentro entre la juventud, y que en ellos se con-
solidaban e iniciaban las relaciones de noviazgo, podemos
asegurarnos más en esta conclusión. Y si, por ultimo la decadencia
de los esfolios coincide con un momento de éxodo masivo,
principalmente entre la juventud que cas. con toda certeza es el que
hace pasar a la comunidad de la endogamia a la exogamia, podemos
reafirmarnos aún mas en la naturaleza de estas celebraciones.
Ahora bien, territorialmente los esfolios acontecen en 1° que
podíamos denominar espacio liminal de la vivienda. Vistos desde la
perspectiva endogámica, con la que a buen seguro están
relacionados, este dato nos parece bastante coherente. La época de
esfolios es equivalente a un tiempo de creación de vínculos que
potencialmente pueden concluir en la introducción en la casa en que
se celebran de la pareja cuyas relaciones se consolidan o inician en
esa ocasión. En principio se presupone que todas las casas participan
en este intercambio, y que los jóvenes son candidatos potenciales a
ocuparlas. Esta disposición se consolida aun mas por la tendencia que
existía a celebrar esfolios «en aquellas casas en las que había más
juventud». En estas circunstancias se ponía a disposición de los
participantes algo de la casa, representada en una parte de la vivienda
que podía simbo i- zar al mismo tiempo su colaboración al
cumplimiento de endoqamia, y su reserva hasta el momento en que
aquella se hiciese efectiva. La asistencia a los esfolios de personas
mayores giraba en torno a los jóvenes que eran en verdad los que
protagonizaban y llevaban la iniciativa de lo que allí se hacía Su misión
de testigos, al mismo tiempo que de implicados en los posibles
resultados de la reunión, quedaba bien a las claras en los numerosos
comentarios que a partir de ese momento difundían por el concejo
sobre las afinidades juveniles observadas en los esfolios.
Todo esto quiere decir que más allá del significado metafórico de
un territorio incluido dentro de la casa, los puntos liminales de ella
cumplen metonímicamente, con ocasión de
los esfolios una función en relación con uno de los asoer tos de la
vida social: la endogamia. Hoy, con el desmoronamiento de esta, a
causa de los motivos alegados, los esfo- Iios han pasado a engrosar
la repleta memoria de la tradi- cion comunitaria, y sólo por este hecho
testifican que en la vida de la comunidad se ha producido una
transformación.
En torno a la vivienda tienen, por tanto, lugar una serie de rituales
cuya finalidad creemos haber puesto de mani- tiesto. En todos ^llos
juega un papel importante y preciso la utilizacmn territorial de la
vivienda, desde distintos puntos significativos, y en relación con
unidades territoriales supe- riores como pueden ser el pueblo y zona,
y el concejo, considerados a su vez asociados a través de vínculos
sociales efectivos. En el caso del pueblo y de la zona, se trata de
una unidad de convivencia y alternativamente de dispersión y de sus
correlatos de colaboración y respeto a las unidades familiares. En
relación con el concejo los vínculos más reales están basados en el
parentesco y la endogamia, esta última en franca decadencia. La
sala, la eirá, la cocina y los patios funcionan en determinados
//•' 6 VManueva de Oseos: Dialéctica territorial...
293
momentos como correlatos territoriales de los comportamientos que
las características de la estructura social demandan.
No son éstas las únicas celebraciones o acontecimientos
sociales que discurren en torno a la vivienda, aunque sí los mas
ritualizados, y, en consecuencia, los que quizá recojan mas fielmente
los patrones ideales de comportamiento En el mismo nivel ideal
habría que situar los velorios o velatorios que son motivo de reunión
de todos los vecinos de una zona en torno a la dependencia, no fija,
en la que se coloca el cadáver: se trata de un acontecimiento de
alguna manera imprevisto, pero lo suficientemente intenso para que
los sia- nos tradicionales de la vivienda se alteren prácticamente en
su totalidad. Mientras el velorio se limita más expresamente a los
vecinos de la zona, el entierro del día siguiente congrega al menos,
a un representante de cada casa del concejo. Esto pone de relieve
dos hechos: primero la importancia de la casa como unidad social, y
segundo la diferenciación de relaciones a nivel de intensidad entre
los de la zona y los del concejo aunque ambas, en distinto grado se
afirman.
tros acontecimientos menos fijos, como, por ejemplo, las bodas, vuelven a
incidir en el mismo tema de los roxois la necesidad de mantener vínculos
con los parientes y alleqa-
FnSácTie S°n Gn rea 'u ad los clue Participan en la ceremonia.
En este caso, sin embargo, y debido tanto al número de gente,
mayor que el de los roxois, como al hecho de que entre los
participantes se encuentren una mitad, los invitados del
cónvuae que no pertenece a la casa, normalmente del marido con
los que esos vínculos de familiaridad son menos estrechos se
celebra en la sala. Entre los acontecimientos desaparecidos, a
causa tanto de la emigración como de las meares condiciones de
vida, deben citarse, como propios del juqar los aguinaldos y los
carnavales. Según se nos afirmo repetidas veces, los carnavales
eran prácticamente la única ocasión de organizar una buena comida
familiar, que no estuviese dentro de la línea de reciprocidad de las
mallegas o los roxois El carnaval normalmente se celebraba en cada
casa pero cabían también invitaciones entre los vecinos, que se
reunTan después de la comida familiar para beber y pro- Innnar la
fiesta Los aguinaldos deben situarse dentro de los mismos límites
del pueblo. Un grupo de hombres, ya «paisanos», recorrían las
casas por navidad pidiendo una limosna para las ánimas, y al mismo
tiempo algo con que celebrar unaPcomida. De una u otra forma se
conjugan entodos_ estos casos la unidad del pueblo o de la zona
con la diversidad de las casas. Son rituales en los que la vivienda y
los territorios colectivos a otro nivel juegan un papel principal, y al
contrario de las mallegas, roxois y esfolios, el protagonismo no corre
a cargo de una casa determinada, sino que todas participan
reconociendo sus vínculos de pertenencia a una unidadPterritorial, y
al mismo tiempo sus diferencias desde otros puntos de vista.
Antropología del territorio
294
El pueblo y la zona
Acabamos de ver que sólo en un sentido muy restringido puede
separarse el pueblo de la casa, a nivel territorial. Buen número óe los
acontecimientos sociales que se centran en la casa pertenecen con
el mismo derecho al pueblo, y otro tanto sucede con los conceptos
de zona y concejo. Por ello el análisis específico del pueblo, como
unidad territorial y de las entidades superiores, nos remitirá una y otra
vez a la casa Se trata, por tanto, de un cambio de perspectiva en la
dirección de la investigación y las conclusiones giraran en torno a los
mismos temas, acentuando rasgos diferentes. Buena parte de ello es
debido al sentido de concepto de casa, que no es equivalente al de
vivienda, tal como hemos
visto.
Por pueblo se entiende un núcleo habitado dentro del concejo.
Se le llama también lugar, al igual que en muchas de las aldeas
gallegas, pero el término pueblo es preferida La pertinencia territorial
del pueblo es evidente si se tiene
//: 6 ViIIanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 295

en cuenta que cada uno de ellos tiene sus límites, que son conocidos
con exactitud por los vecinos debido a que son al mismo tiempo los
límites de sus propiedades. En el último libro de bautizos de la
antigua parroquia de Santa Eufemia, pueden encontrarse, dentro de
otro contexto, las descripciones exactas de algunos de ellos. Para
que pueda apreciarse los términos en los que están expresados,
transcribían? Vna parte los límites de Salcedo y Trabadelo. Pasan
dp ArLCrVMdf 0S,Ladrones> Lama® de San Martín, Peña de Aceveda,
Molino de Arrojína, Chao de Vilares; los Pene-
dos de sobre el Vilar de Rogina o Arruxía, Peña de la Buitre
dflPd d6D Ma at°' Callon de Selmeira, Pedius Blancos de Can- daedo,
Puente de Pénelas», etc... La relación es mucho más larga pero
igualmente minuciosa. El pueblo es una unidad erritorial indiscutible.
Su constitución actual hay que unirla foro, que tanta importancia tuvo
en los siglos XII y XIII te de det.erminante de la distribución territorial de
buena par-
mente^todn'fí' aTS, PUnt°S d6J n°rte de España- C°ncr®ta- mente todo el ac
ual concejo de Villanueva más el pueblo
de Pousadouro, del actual concejo de Santa Eulalia de Oseos
formaba un coto perteneciente al Convento de Santa María'
egentado por los frailes bernardos. En un principio parece que
era dependiente0del Convento de Carracedo (en el Bierzo)
posteriormente^ !? advocación de Santa Colomba, pasando
posteriormente a denominarse por el nombre que todavía
ConvCe°ntoepVa 3 parr0qPia de Villanueva. La influencia que el vento
ejerció en todo el termino debió de ser casi total A través de distintas
concesiones reales los monjes se ha-
v'1asadrT'hd0 practicamente de 'a totalidad de las tierras Lmh- d jtnbuyer0n entre
los vecinos a través del foro a camb o de unas rentas que les
proporcionaban abundantes beneficios. Asi se desprende de la
lectura de tres gruesos
catástrofe Ensfn' f ^f S,igl° XVI"' copia del famoso £ * ®*r? de Ensenada; y
sobre los que ha trabajado ya Pérez Castro y que actualmente están
siendo objeto de una in-
CUP '9aC!°,Vexhaustiva p°t D. Daniel Paz. Todavía hoy, el recuerdo del
Convento —casi totalmente en ruinas— revive a través de los relatos
de los antepasados que lo vivieron’ y
del Convenfn m° ^ V,illanueva repite' a P°co que se hable del Convento,
una copla que no deja de tener su significado:

nadl. Cín^|EL^H° dl,Villap';e,Va íe °scos se9ún el Catastro de Ense- número 74. ? d lnstltut0 de
Estudios Asturianos. Oviedo, 1971,
Convento de Villanueva, Convento
de moitos frailes; dicen as nenas da
vila, Convento nunca t’acabes.

pi nrnr.edimiento utilizado para distribuir las tierras, a “ K foro es


similar al que J. Gacía Fernández5 nos describe tan profusamente en
relación con la organización descrío v nallpao Nos remitimos a este
estudio
Antropología del territorio
296
paraPac1arar ^n^ cuestión °que sólo de una manera genera, interesa al
tema de este trabajo.
Pa;eCde T/s Xendadfy enCÍtonrnoea,aun ‘So feSK

¡tras? ...»•■ »«•» ixsnryrt

ssft s ¿si* VA-iVzrJSun


elxidoso circundados, inmediatos a la ca , y ancien,

d. .u. laterales, y .1 terree" “”,;n¡ “Sité

SM irrre.riir.ei.«...»
por el lado contrario al que se extiende el pueblo.
. Cfr, Organización del Espacio y Economía Rural en la España Ai- lóntica, pág.
86 ss.
En el rodo se recogen los límites de las tierras y de los
montes, que en un régimen especial de explotación, se asignan
a cada casa. Todo ello constituye una unidad indisoluble, que
bajo ciertas condiciones, se asignaba al jefe de una familia. La
primera de ellas, pagar las rentas al monasterio, además de los
diezmos. Se fijaba el compromiso formal de que el foro
permanecería indisoluble, lo que obligaba al campesino a
ajustarse a la forma de herencia que hemos descrito
anteriormente y que tanta importancia iba a tener tanto en la
distribución como en el control de la población del concejo. Y
todo ello durante un período de cien años o el equivalente a la
vida de tres reyes. Concluidos éstos el monasterio podía
renovarlo, o asignarlo a otro campesino, para que lo trabajase
en las mismas condiciones. No sabemos mucho del largo
camino que tuvo que llevar en Villanueva a la redención del foro,
y que ocasionó que el campesino, al menos algunos, llegasen a
la propiedad de la tierra. Muy probablemente algunos de los
pasos coinciden con los que de nuevo J. G. Fernández nos
describe para Galicia6, pero en cualquier caso debieron de tener
su peculiaridad algunos otros, dado que el resultado no fue un
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 297

minifundio tan exagerado como en Galicia. Lo que sí pervivió,


sin embargo, fue el régimen de arrendamientos, como
consecuencias de los subforos y de compras de grandes
extensiones realizadas por personas más pudientes. De ello
hablaremos en seguida.
Nos encontramos hoy en Villanueva con los siguientes
hechos relacionados con el pueblo. Este constituye una unidad
delimitada. Se compone de núcleo habitado, fincas, prados y
montes, claramente diferenciados por su inclusión dentro de los
límites reconocidos para cada unidad. Generalmente los vecinos
son los propietarios de la mayor parte de la tierra, de cualquier
tipo, que constituye el pueblo, y casi siempre son los que la
trabajan. Es decir, cuando se da la circunstancia de que la
propiedad pertenece a un vecino de otro pueblo o incluso de
fuera del concejo, uno del pueblo «la lleva» en régimen de
arrendamiento.
Esta circunstancia es de capital importancia para com-
prender el significado del pueblo como unidad territorial re-
lacionada con el trabajo de la tierra. Otras pueden contribuir,
aunque en la práctica son menos efectivas. Cada pueblo es, en
teoría, una pequeña unidad administrativa, presidida por el
pedáneo, que, sin embargo tiene hoy en la práctica unas
funciones muy reducidas. Su misión consiste casi exclusiva-

fl
Cfr. O. c., pág. 142 ss.
mente en transmitir a los vecinos los avisos e instrucciones
fijadas desde el Ayuntamiento, y, en teoría, en recoger las
necesidades del pueblo y hacerlas llegar al Ayuntamiento Pero
al no participar directamente en las reuniones que el alcalde y
los concejales realizan en la Villa, este cometido apenas se
realiza.
Por otra parte, la organización territorial de la mayoría de los
pueblos del concejo contribuye a que esto sea asi. No existen
propiamente lugares comunes, carentes de exclusividad que
puedan cobijar a todos los vecinos. Solamente en la Villa hay
plaza. En Salgueiras existen dos bares y un teleclub en Gestoso
un teleclub, y en la Garganta, Santa Eufemia y El Fole un bar.
Estos espacios, ademas de los dos bares de la Villa, son los
únicos recintos en los que propiamente podrían tener lugar
estas reuniones. E hecho de que cualquier problema
importante, que suscite el ínteres de los vecinos, requiera un
tratamiento comunitario, exige que tengan qtie abrirse, en la
mayoría de los Pueblos, dependencias que cotidianamente
funcionan con otra finalidad: la escuela si es que la hay, o la
casa de un particular. A este respecto v dadas las
características económicas del concejo, los problemas de cada
grupo se traducen a términos de concejo a través de la
Hermandad de Labradores, organización que si se reúne
periódicamente en uno de los bajos del ayuntamiento, y que
Antropología del territorio
298
cuenta con una mayor efectividad.
Al pedáneo le correspondía, igualmente en teoría, organizar
las actividades colectivas del pueblo, pongamos por caso las
fiestas patronales. Una ojeada al proceso experimentado por
cada una de ellas puede indicarnos la decadencia de esta función.
Antiguamente se celebraba San Juan Degollado en Martul; El
Carmen en Gestoso, San Roque y Santa Eufemia en Santa
Eufemia y El Angel en Pasaron. Todas estas fiestas han decaído
y ya no se conmemoran Unicamente siguen en vigor el Corpus,
en la Villa; San Pedro, Salqueiras, y San Juan, en Bustapena.
Esta ultima ha sido introducida recientemente y está patrocinada
por la Granja, a la que nos hemos referido anteriormente.
Salgueiras y La Villa son dos núcleos de gran población,
comparados con el resto, y éste puede ser un buen factor
determinante de la continuidad de sus fiestas.
El pueblo viene a reducirse así a una unidad territorial, tanto
de viviendas como de tierras labradías, prados y montes. Desde
el punto de vista administrativo y de convivencia puede ser que
antiguamente tuviese una mayor funcionalidad, pero debido
tanto al éxodo de población como a la es-
r

II: 6 ViIIanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 299

casa configuración territorial de lugares colectivos y privados


dentro del mismo núcleo habitado, se está produciendo un
curioso fenómeno de agrupamiento zonal, que con base
antigua, se desarrolla ostensiblemente en nuestros días Al
preguntar en la Villa por Ovellariza, La Pena, Güeiro e inclu- so
El Cortin, en términos administrativos y de convivencia se
obtiene con frecuencia la respuesta de «esos pertenecen aquí».
Lo mismo sucede con Cimadevilla, San Mamed, Salcedo y
Trabadelo en relación con Martul; y con los núcleos que giraban
en torno a San Cristóbal. La situación territorial en la zona de
Salgueiras y . Gestoso encierra peculiaridades que
abordaremos más adelante.
A nivel coloquial las diferencias entre estas cuatro zonas están
delimitadas, tanto por motivos antiguos como psicoló-
n m S ^ d V FC*tad0 llbr° de bautizos de la antigua parroquia de
Santa Eufemia, en unas notas recogidas por el pá-
rroco en sus ratos de ocio y soledad, como él mismo hace
constar, se nos habla de La Arriera, para denominar a los
núcleos que se agrupan en torno a Martul. En el folio 39 del
hlTJÍ,0 A° se.Pued<fl,eer: «... Quizás en algún tiempo se había
Ub

llamado arriería. Hasta el primer cuarterón del siqlo XIX abundo


la arriería, y durante él casi concluyó. Se cree... que’ estos cuatro
lugares primeros del concejo de Villanueva fueron, en todo o en
su mayor parte, creados por arrieros La mayor parte de los
actuales moradores se sabe que no descienden de los antiguos,
por los cambios de apellidos» La Arriera o Amena, como se
vuelve a decir hoy día, parece ser que recogía toda una zona de
características comunes anto psíquicas como de origen, que
penetraba en Santa Eu- a*V„Pu? qLHfdó dividida por la
demarcación de concejos: «Santalla (es decir Santa Eulalia de
Oseos) —continúa en el mismo folio— llama Arriera a Veqa del
Carro, Barcia y Quinta. Parece que esos pueblos se identificaron
en su tiempo primitivo con los nuestros. También ahora tienen
alqún parecido». Respecto a sus características morales, el anti-
guo párroco los describe así: «Gente honrada, fieles a su palabra
leales y serviciales... Como católicos todos firmes hasta el
presente». Esta división tiene vigencia en nuestros días, ademas
de otras tres que corresponden a las zonas de ban Cristóbal, a
cuyos habitantes se le conoce por «los de io e 10», a causa del
arroyo «río de Aío» que discurre por aquellos montes; Salgueiras
y Gestoso, que son los de la erra, y los vecinos de los pueblos
que ocupan toda la franja central, hasta la Garganta, que son
llamados de la Villa. ti mapa siguiente recoge esta distribución por
zonas.
r
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 301

Nuestros informantes supieron definir, sin mayores dificultades


y en términos coincidentes a los habitantes de cada una de las
cuatro zonas: «Los de Riodelío eran muy inteligentes, los más listos
del concejo, los de mayor iniciativa. Los de San Cristóbal fueron los
primeros que tuvieron luz eléctrica en el concejo. Eran muy buenos
para hacer cosas en común. Tenían más iniciativa y se marcharon
todos fuera para mejorar». «Los de Riodelío eran los mejor
preparados». Hoy, efectivamente, esta zona está prácticamente
despoblada. Como consecuencia de ello la capitalidad, podríamos
decir, de ella, pasó más hacia la franja central del concejo, que a
causa de su extensión tiende a dividirse en dos, concretamente a
Penacoba y Bustapena, en torno a cuyos núcleos organizan su
convivencia los vecinos de Morlongo y La Garganta, así como, más
rara vez, los pocos que todavía permanecen en Riodelío.
La Arriera es otro de los núcleos zonales que hemos señalado.
«Son gentes muy alegres y muy abiertas. Tenían fama los esfolios
que se celebraban allí. Ellos tienen más maíz. También entablaban
juegos entre ellos». Sin embargo, también en esta zona se dio una
gran despoblación, que si no llegó a los extremos de Riodelío, es
bastante superior a la de las otras dos zonas. En el año 50 eran más
vecinos que en La Villa, y ahora apenas llegan a la mitad. Su
ubicación en el extremo sur del concejo, y el sistema de
comunicaciones que les aproximan más a los términos de San
Martín y Santa Eulalia, es la causa de que de hecho hoy miren más
que las otras zonas hacia los otros concejos. Asisten a las ferias de
San Martín y de Santa Eulalia y tienen contacto con los pueblos
vecinos, que antiguamente se integraban en su jurisdicción
parroquial. Incluso es significativo que el socio- centrismo se oriente
más hacia pueblos de los otros concejos que hacia los de dentro.
Esto, sin embargo, tiene una vez más su raíz histórica. Según nos
relata el último párroco de Santa Eufemia en el libro de bautizos de
su parroquia, no fue nada fácil la creación de la parroquia de Martul,
a causa de las disputas por ser centro de ella, entre Martul y San
Julián. En el folio 39 de ese valioso documento se lee, como comen-
tario del párroco, al acta de creación parroquial: «San Julián (del
concejo de Santa Eulalia) está en oposición a Martul desde el origen
de la parroquia. Es el pueblo que no admitirá su parroquia hasta que
desaparezca, al menos, una generación». A pesar de todo, hoy las
relaciones entre estos núcleos vecinos son amistosas y de
convivencia, si bien, o quizá por ello, las unidades administrativas
que los unían han desaparecido.
Ins rJp la Serra constituyen un núcleo más problemático. Ello
es debido a a existencia de dos centros de gran población
relativa los más grandes de todo e, conce,o^ Salgue.as v
nPQtnqn El Drimero de ellos se sitúa al borde mismo ae ía
carretera que une Vegadeo con Santa Eulalia de Oseos.
Gestóse se asienta en un plano Inferior a menos altura y cara
Antropología del territorio
302
lleqar allí es necesario abandonar la carretera en S queiras y
descender a través de una pista, sin asfaltar, por la aue pueden
transitar vehículos. Esta situación ha sido ex plotadaPpor los de
Salgueiras como muestra de su suPen°"' dad Efectivamente,
como todos los terrenos que circi^dan al pueblo son én principio
de propiedad vecinal, ® mejora pretendida por los de Gestoso,
para e " f z,a r con®a jores condiciones de comunicación queIa*
®ctu® tprr°t" ¡0 carretera tienen que atravesar necesariamente el
territorio de sus vecinos Estos, a causa de la relevancia de
Gestoso como pueblo no lo permiten. Sin duda no existirían las
mis maTdmcultades si la superioridad de Queiras no se viese
amenazada con las supuestas /aci idades otorgadas al pue blo
limítrofe De esta manera Los de la Serra, aunque a ios ojos
de'los demás grupos del concejo con^ dad con base territorial
zonal, no admiten fácilmente la idea
que los aúna.
Esta es probablemente la zona más rica del concejo. Tienen
denótasenos y más ganado que e n l o s o t r o s p u e b o ,
aunoue la imaqen que os demas se forman de ellos es qui
Trenos halagüeña de la que han constr^o respecto a otras zonas:
«son más caprichosos; cada uno va a lo suyo, tienen más pleitos
y son cerrados e intransigentes».
Finalmente, la zona de La Villa ocupa una franja menos
homogénea que a causa de su mayor extensión —pongamos
deT La Garganta hasta El Río y Pacios- esta menos ca-
racterizada. «Los de La Villa son los que tienen ™en<jsC0P®0
sonalidad, es decir, rasgos menos propios. Son aigo as como
todos los demás, después de quitar a los de Riodelio, La Arriera
v los de La Serra». Uno de los pueblos, sin embargo, que
deberían incluirse en esta zona, Bousdemouros es,:a de-
masiado apartado Puerto de la Garganta abajo, como para quae
su ¡ntgíLién pueda ser real Aunqueiri™—* mente tiene que
contactar con La Villa, vida discu PÍ ronceio de Veqadeo,
concretamente dentro de la parro q'uia d"e Param¡os9allí acuden
también a la escuela y a satisfacer cualquier otra necesidad. Por
otra parte, Bousd mouros se diferencia ostensiblemente en su
í0,™®1!®,„ f' pues en contraste con los demás pueblos del conceb
ía agricultura apenas tiene y f°importancia. Llevan un régimen
86 nota cuando' descendiendo
po^eTpuerto
P°, el ;uert0 de la Garganta, se mira hacia el terreno oue ln
°d®a' Todas son prados, y el paisaje no alterna como arriba en
ba
Vdlanueva, con las fincas o tierras labradía-!
b "e7S,da<?° ul?os ras90s y hecho una descripción de las bases de
la distribución zonal. Quede claro que no se ore- tende aquí
tomar como ciertas las características distintivas
tes parrcada°uno’deU|onOS tl:ansmitieron nuestros informan-’ tes,
para cada uno de los cuatro grupos. Eso en realidad tie-
ne poca importancia. Lo que sí la tiene, sin embargo es
dist^c ónqEseHS7 CaPaC6S e"°S míSmos de establecéoste tiené íZr PJn
nr,' dne a sus propios ojos, la diferenciación tiene lugar. Pero no
//•' 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 303

se trata solo de una cuatripartición men-


cial todoqeMnatnlVe S0cial y de or9anización de la vida social, todo ello
tiene su importancia. Primero, porque existen
unas condiciones infraestructurales, del tipo de las descri
eparac ten” ^ ftUdi°' ‘-P-en esía
separación, ti Chao de Bureiros y la Loma de Viziuiz señaran
respectivamente La Villa de La Sierra y de RiodeTío El pro
blema de Martul probablemente es de otro tipo cómo vere
iTv-if1 8e<?Undo lugar' tant0 en el caso de Martul como de La Villa y
San Cristóbal, se cumplían unas condiciones que a nivel
territorial y a juzgar por lo que pasa en e°conceio parecen
óptimas para la distribución zonal: un gran centro de población,
y en torno a él núcleos más reducidos En estas circunstancias
la convivencia no se ve frenada por rivalidades en tomo a
ningún tipo de capitalidad. Finalmente cada c°0Sa refinfosos
ó6'31'? indePendencia de diversiones, servi- tó ln ?a oarte de ¿T 38-'
etC" 7® se desdoblan parcialmen-

zs'i
tido^^r Ue9°’ a'desP°blam-nto general al que está sometido el
--r
concejo. A este respecto no es intrascendente que Salgueiras y
Gestoso presenten el menor índice de emiqra- cion La zona debe
entenderse desde el pueblo y desde9 lo que territorialmente
significa. Nos encontramos hoy en Villanueva con que en el pueblo
se desarrollan un determinado tipo de relaciones territoriales, y en
la zona otras recaída das a su vez por los comportamientos
sociales. El pueblo iciona como una unidad eminentemente
territorial donde as diferenciaciones parecen ser mayores que los
elemen os de cohesión Recuérdese que los pueblos carecen en su
mayoría de lugares públicos, y que sólo en los principales núcleos
de población puede encontrarse algo que
304 Antropología del territorio

cumpla esta función. Sin éstos las exclusividades positivas y


negativas coexisten en constante contradicción. Hemos dicho, al
hablar de la casa, que existieron y existen todavía grandes
fricciones entre vecinos, precisamente entre los que viven más
próximos, que éstas se heredan, y que su fundamento es de
base territorial. Tal afirmación la situábamos en el contexto de
las proximidades del recinto habitado. Pero es igualmente válida
en el contexto general del pueblo. Para aclararlo es necesario
que volvamos la vista sobre el pueblo propiamente dicho, y que
dejemos el recinto habitado, para precisar el sentido de la
distribución territorial del pueblo.
Cada lugar tiene sus fincas, prados y montes. Las fincas y
los prados están gobernados por un régimen totalmente familiar
de explotación, y a diferencia de lo que sucedía en Bustiello,
donde todo lo que rodeaba al pueblo era considerado como una
gran unidad más o menos indiferenciada, tanto semánticamente
como a nivel efectivo, en Villanueva cada trozo de terreno tiene
importancia en ambos sentidos. Basta con situarse al lado de
cualquier nativo en un punto determinado del pueblo y
preguntarle, al mismo tiempo que se va girando, sobre los
nombres de lo que nos rodea, e inmediatamente se obtiene una
rica variedad de topónimos y características de cada terreno. En
La Villa hemos tenido ocasión de comprobarlo. El resultado es
este gráfico, que no sigue otra escala que la de una primera
impresión necesaria para reproducir lo que nuestro informante
nos decía a nivel de topónimos.
Estos conocimientos se desdibujan a medida que se sale de
los términos del pueblo, y el número de respuestas que se
pueden obtener por un informante fuera de su lugar, pero dentro
de la zona, se reducen a menos de la mitad. Ello nos indica que
el tema es importante dentro de los límites del pueblo y que
pierde interés fuera de él.
Las fincas y los prados están perfectamente delimitados, y
los indicadores son de tres tipos: sebes o cercado, marcos y
xantos, que se combinan con lo que denominan campos y
derregos. Las sebes son cercados totales. No existe una cos-
tumbre que las diferencie de los marcos y xantos en cuanto a los
terrenos en que deben utilizarse. Más bien depende del tamaño
de la finca o prado, de su situación y de que el propietario esté
dispuesto a correr con el enorme trabajo que representa el cercar
una finca o un prado. Sin embargo, estas dificultades no fueron
obstáculo para que poco a poco se realizasen, y el número de
sebes es bastante grande. Los
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 305

xantos son unas losas de pizarra, de casi un metro de altura que


se utilizan preferentemente en laterales que lindan con caminos
y sitios de paso. Pueden no ser o no configurar un cercado total,
pero en cualquier caso su intencionalidad pa-. rece clara, y se
relacionan con la protección de la finca o prado por sus costados
más accesibles.
Pero puede darse el caso, y de hecho es así, de que el
encabalgamiento de unas tierras sobre otras y su pertenencia a
distintos propietarios, con las consecuentes servidumbres de
paso y demás derechos adquiridos, impida realizar una obra del
tipo de la exigida por los cercados. En ese caso y esa parece
haber sido la forma antigua de delimitación' continúan los marcos
como puntos referenciales. Los marcos son unas piedras
puntiagudas que se clavan en el suelo y que por norma general
sobresalen de él unos cuatro dedos' aunque es corriente que los
herbajos y la remoción de la tierra los dejen invisibles. A ambos
lados del marco se enterran dos piedras menores, a las que se
les llama testigos y que si en un principio quizá tuvieron entre
otras la función
J. L. García, 20
de sustentar al marco, hoy funcionan exclusivamente como un
elemento más en el reconocimiento del marco, con la fi- nalidad de
que éste no se confunda con otra piedra accidental que pueda haber
306 Antropología del territorio

ido a parar a aquel lugar. Es comprensible que este tipo de


delimitación, tan propio de la región Gallega, haya sido en más de
una ocasión motivo de pleitos y disputas territoriales.
Para aminorar estas desavenencias, y al mismo tiempo para dar
cumplimiento a los derechos de los propietarios colindantes a
transitar para acceder a fincas y prados propios, a través de los
ajenos, se han establecido unas delimitaciones que superan el
carácter imaginario de la línea entre marcos. Cada finca tiene en su
parte inferior una franja de terreno no cultivado, de un metro de
ancho, al que se llama campo. Ahí crece hierba normalmente y da al
paisaje, a simple vista, una diferenciación tanto en color como en
proporciones. Mirando un conjunto de fincas, desde lejos, se sabe
siempre que el campo inferior corresponde a la finca superior. A
pesar de esta pertenencia, la exclusividad fuertemente positiva de la
finca, pierde mucho valor en el campo. Ello parece lógico si se tiene
en cuenta que normalmente la finca está cultivada y transitar por ella
podría ser perjudicial para las cosechas, mientras el campo está más
libre de impedimentos. El interés territorial no radica tanto en este
hecho lógico, sino en la circunstancia de que se renuncie a explotar
un'trozo de terreno que legalmente tiene el mismo dueño que la
finca, en favor de un conjunto, tanto a nivel de delimitación como de
utilidad del vecino. Los campos se extienden entre marco y marco,
y salvan así gran parte de la imprecisión que éstos introducen en la
parcelación.
Los derregos son de otra naturaleza, y sin duda en torno a ellos
giraban la mayor parte de los conflictos. Entre fincas o entre prados
puede haber una franja mucho más estrecha que el campo, y en la
que la tierra aparece sin vegetación o cultivo, en una disposición
ligeramente inclinada, como si se tratase de una pequeña
plataforma que empieza y acaba a distintos planos. Son los
derregos, y cubren la distancia entre marco y marco con una
anchura de unos 20 ó 30 centímetros. Es un hecho que los derregos
debido a su carácter de tierra suelta eran más propios para entablar
riñas, a causa de la suspicacia que llevaba con frecuencia a pensar
que el vecino había cogido tierra del derrego para su finca, circuns-
tancia que en realidad debía de cumplirse en más de una ocasión.
«Antes los de esos pueblos (¡) cogíanla puñados la tierra de los
derregos y si se enteraba el dueño había líos.
II: 6 Vlllanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 307
Hoy ya no se hace porque hay menos interés por la tierra. Como
marchó tanta gente queda tierra para todos. La tierra perdió mucho
de su valor».
De todas formas parece lógico que las tierras y los prados sean
más un motivo de desunión que de unión. Si a ello añadimos que no
existe, como parece haber en otras zonas próximas, la colaboración
vecinal en el trabajo del campo, y que los terrenos están en manos
de los vecinos de un pueblo, nos daremos cuenta de lo difícil que es
—y esto antes sucedía en mayor grado— que el pueblo funcione
como una unidad de convivencia. Se nos dieron nombres de algunos
pueblos, que por razones lógicas omitimos, donde según la opinión
general «todos los vecinos se llevan mal; bueno antes, ahora ya
menos». Si a las razones de fricción personal añadimos, como
hemos indicado ya, las heredadas de los antepasados por los
mismos motivos y a causa de la unidad indisoluble que tiene la casa,
tanto espacial como temporalmente, no pueden ser muchos los
vecinos que no tengan motivos para estar encontrados. Todo ello es
lo que, a nuestro juicio, fundamenta la existencia real de la zona,
como unidad territorial pertinente a nivel de convivencia. De hecho
el con- cepto de zona no tiene ninguna entidad administrativa ni es
fácilmente captable, pero las delimitaciones territoriales efectivas no
siempre coinciden con las administrativas.
Las tierras que rodean al pueblo, más que reafirmar la unidad
de los vecinos, son un motivo constante para hacer resaltar su
diferenciación. Cuando las circunstancias exigen que se precisen o
introduzcan límites entre fincas y prados se juntan los vecinos
implicados para fijar marcos o derregos u otras formas de delimitar:
se discute hasta que se llega a un acuerdo, que a veces resulta
dificultoso, procediendo a continuación a pasar el resultado a una
escritura, documento que perpetuará la diferenciación territorial.
Esta situación se complica más en los montes. El régimen del
monte es ostensiblemente diferente del de las fincas y prados. Los
montes de un pueblo pertenecen a los vecinos pro indiviso, es decir,
aunque son de particulares, éstos lo poseen colectivamente.
Antiguamente la zona de arboleda se partía y se fijaban marcos,
pero hoy ya no se hace. Todos los que tienen parte en el monte
poseen la escritura correspondiente, donde en términos de «partes»
se le reconocen sus derechos. Así uno puede tener la doceava
parte, la octava parte, etc. En el monte habría que distinguir dos
zonas, el bravo y el manso. La primera de ellas se caracteriza por su
mayor inaccesibilidad y por la calidad de la tierra, menos propicia
para sor aprovochada con cualquier tipo de cultivo. Allí crece el
matorral, uces y tojos, y todos los vecinos tienen derecho a recoger
leña en esta parte del monte, aunque no posean parte en él. La tierra
más aprovechable, que corresponde al manso del monte, se utiliza
para ampliar las tierras labradías, a través de las roturaciones
periódicas que allí se efectúan, y que en Villanueva se conocen con
el nombre de cavadas. Las cavadas se efectuaban por abril o mayo.
308 Antropología del territorio

«Se reunían los vecinos que tenían parte y decían: vamos a partir la
seara. Y repartían según la parte que a cada uno le correspondía.
Se medía con varas, y luego cada uno iba cuando quería a hacer la
cavada».
Dadas las diferencias que en principio podían presentar las
diversas partes de la seara, una vez efectuadas las mediciones, se
sorteaba el trozo que habría de corresponder a cada propietario. Los
siguientes pasos eran ya de incumbencia del interesado, que podía
cultivarlo personalmente o arrendarlo. El arriendo tenía lugar
preferentemente cuando se trataba de un propietario vecino de otro
pueblo distinto al que pertenecía el monte. En ese caso su lote se
entregaba a uno de los vecinos para que lo cavase, produciéndose
entonces la situación conocida con el nombre de cavar al quiñón.
Consistía esto en que el propietario recibía la quinta parte del trigo
o del centeno —que era lo que sobre todo se plantaba en la seara—
que se obtuviese en el terreno arrendado.
Una actividad importante en torno a la seara era lo que se
conocía con el nombre de envarar. Todos los que tenían parte en
ella y los que iban a cultivarla, una vez efectuadas las suertes de
ditribución, procedían a cercarla y a construir los derregos. Cada
uno, sirviéndose de palos y uces, cerraba los dos frentes de su parte,
y entre todos cercaban los dos laterales y trazaban los derregos.
Cada seara se preparaba para el cultivo quemando los rastrojos
y extendiendo las cenizas. Posteriormente se araba y se sembraba.
El cultivo podía efectuarse dos o tres años, aunque la calidad de la
tierra disminuía progresivamente. Cada restreba —así se conoce a
todo este conjunto de operaciones— proporcionaba, en
consecuencia, menores beneficios, a causa de la falta de ceniza y
empobrecimiento del suelo.' Después de la segunda o a veces
tercera restreba la seara se abandonaba y volvía otra vez a
pertenecer al monte en una situación de pro indiviso.
Las cavadas se hacían todos los años, y eran respuesta a la
imperante necesidad de ampliar las tierras labradías. Sin
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 309
derrego
iA
/BCD

--------—------------- ---------------------------------------------------------
ABCD

ABCD

ABCD

ABCD
CD

O
>

o
: ABCD

1AB C D;
1
Seara distribuida entre cuatro vecinos (A, B, C, D), con indicación de las
tareas de envarado correspondientes a cada uno de ellos.

duda muchas de las actuales fincas y prados fueron robados al


monte a través de un régimen muy parecido al de las cavadas,
efectuado sobre la falda de éste, y pasando luego no al abandono,
sino a la integración en la casa patronal.
En cualquier caso es evidente, también desde este punto de
vista, que el carácter pro indiviso del monte no significaba, a causa
de su negación de exclusividad en relación con los vecinos
copropietarios, un motivo de cohesión y de integración social. La
tendencia a dividirlo volvía a ser un motivo de posibles discordias, y
cada cavada significaba más una reafirmación de los derechos
individuales sobre el monte que una valoración del carácter colectivo
del mismo. No todos los propietarios lo eran en igual medida, ni
tampoco, por otra parte, todos los vecinos eran propietarios, y esto
repercutía en que el monte fuese considerado, a pesar de su
régimen especial, como una continuación de la casa, más que un
territorio vecinal, que reafirmase el vecindaje.
Esta situación ha cambiado ostensiblemente. La falta de mano
de obra debida al despoblamiento hace bastante difícil la realización
de cavadas. De hecho ya no se efectúan. Como consecuencia de
ello el monte ha perdido exclusividad. «Hoy el monte está más libre,
nadie se preocupa tanto por él». Este hecho de índole territorial, es
decir, la pérdida de exclusividad positiva en pro de una cada vez
más creciente negación de exclusividad, es uno de los motivos de
que las relaciones entre vecinos no encuentren hoy el número de
ocasiones de fricción que tenían hace algunos años. Pero a pesar
de todo, el monte, al igual que los prados y las fincas, unido a la
peculiar disposición de los pueblos, casi exclusivamente como
conjunto de casas, ha motivado esa inclinación a frecuentar la zona,
310 Antropología del territorio

y a diferenciar el pueblo como unidad territorial, en el sentido más


físico del término, de la zona, como unidad social de interacción.
En torno a las tierras había otros factores igualmente dis-
gregantes, a los que no hemos hecho mención. Entre ellos
resaltemos, por su significado en la línea que estamos exponiendo,
el aprovechamiento de las aguas. La utilización del agua estaba
perfectamente regulada, tras la correspondiente inscripción en el
Servicio de Aguas de la Provincia. Cada usuario tenía sus días
prefijados, y sólo en ellos podía efectuar sus riegos. A estos turnos
se les conoce con el nombre de calendas. El no respetar las
calendas, o «el botar el agua» fuera de turno era una vez más motivo
de fricción entre vecinos. Al igual que muchas de las situaciones
anteriores, la importancia de estas desavenencias ha disminuido,
como consecuencia de la desvalorización de la tierra.
Como contrapartida, que nivelase de alguna manera esta
constante diferenciación efectuada entre los vecinos, a través de las
casas, y de su enorme proyección territorial en las fincas, prados y
montes, no existían propiamente servicios cotidianos comunes, que
compensasen ese desequilibrio territorial en favor de la división. El
horno del pan, que en otras regiones culturales afines es vecinal, en
Villanueva se inscribe dentro del marco de cada casa. Los molinos,
que en principio podían cumplir esta función, tampoco lo hacen, por
las circunstancias especiales en las que se encontraban. Existían en
todo el concejo dos molinos de maquila autorizados, de los cuales
uno funciona todavía en el mismo régimen. A parte de ellos en
muchos pueblos había molinos más o menos clandestinos que
trabajaban sin el correspondiente permiso, y por ello tampoco
podían cumplir plenamente una función integradora. Hoy el pan se
suele comprar, y de esta manera la actividad de los molinos apenas
tiene relevancia.
La zona y el pueblo son, pues, dos entidades territoriales
estrechamente vinculadas. La zona sirve de contrapunto a un
régimen territorial donde las exclusividades positivas y negativas
permanecen enfrentadas, sin mediaciones suficientes, para que la
integración se produzca. Por su parte la zona ofrece siempre al
menos un lugar público, y al mismo tiempo es centro de los servicios
de los que dispone el concejo. Enseguida veremos que la
distribución escolar y religiosa es zonal y que ello tiene su
importancia en la convivencia entre los distintos pueblos de la misma
zona.
Pero la vigencia efectiva de la distribución zonal se puede
ilustrar también desde otro punto de vista. Anteriormente
aportábamos unos datos relativos al análisis de 90 matrimonios,
efectuados desde 1960 a 1975. Decíamos que en 43 casos ambos
contrayentes eran naturales del concejo, y que el porcentaje de este
tipo de matrimonios era predominante antes de 1963. Ahora
debemos precisar más estos datos en relación con la zona. De los
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 311

43 casos citados, en 34 el matrimonio no sólo se realizaba entre


nativos del concejo, sino que ambos contrayentes son vecinos de la
misma zona. En los ocho restantes es interzonal. La cifra nos parece
significativa, como para pensar que si bien no se puede deducir de
aquí una tendencia a la endogamia zonal, el hecho recoge, sin
embargo, una unidad efectiva de intercambio, que sin duda está
avalada por un movimiento de población entre los distintos "pueblos
de la misma zona.
La infraestructura de servicios vuelve a ser un argumento en
favor de la vigencia territorial de la zona. Los servicios religiosos y
escolares se ajustan, con ciertas variaciones, a este criterio. Existe
escuela en La Villa, Martul, Penacoba, Salgueiras y Gestoso, con
una maestra al frente de cada una y un régimen mixto de docencia.
Los demás pueblos envían los niños a una u otra en un régimen
zonal. El número de niños del concejo no es grande. A partir de 1967
se observa un fuetre descenso de la natalidad. Entre 1960 y 1967
nacieron en el concejo un promedio de 19 niños anuales, mientras
que para el período comprendido entre 1967 y 1975 corresponde
sólo una media de 7,5 nacimientos por año.
Lo mismo que acontece con las escuelas, que distribuyen de
una forma peculiar a los núcleos habitados, las iglesias introducen
una nueva parcelación territorial, que si no coincide totalmente con
la de aquéllas, refuerza la pertenencia zonal. Antiguamente tenía
gran auge la parroquia de Santa Eufemia, a un kilómetro largo de La
Villa, pero hoy la iglesia correspondiente está totalmente
abandonada, hundida la techumbre y sin culto oficial. Ello no es
óbice para que la gente acuda allí con relativa frecuencia, a
depositar su limosna a los pies de San Roque, una talla de indudable
valor, que está a punto de destruirse por completo, a falta de un res-
guardo más seguro \ La nueva ordenación parroquial del con-
7
En la última visita a Villanueva, nos enteramos de que la talla había sido
robada.
cejo data de la última década del siglo pasado. Es interesante la
distribución religiosa que entonces se hizo del territorio. En el libro
de Culto y Fábrica de Villanueva de Oseos, correspondiente a las
fechas 12 de marzo de 1847-12 de enero de 1900, en el folio 92, se
lee: «Parroquia de Santa María de Villanueva de Oseos y su Ayuda
de San José de Gestoso se le agregan los pueblos llamados de
Santa Eufemia, Pazos, Arrojina, Pasaron, El Villar, La Garganta,
Busta- pena, Folgueirarrubia y Morlongo de la suprimida parroquia
de Santa Eufemia. Se erige una ayuda de parroquia, dependiente
de esta feligresía, en el lugar de Gestoso, para el servicio de este
pueblo y de los denominados de Batribán, Toleiras, de esta
parroquia, y de los de Salgueiras, Cotarelo, Arcajo, Regodeseves y
Morán, segregados también de los de Santa Eufemia..., y el de
Pousadoiro y Couso separados de Santa Eulalia y Taramundi...». En
el mismo lugar se estructura también la filial de San Cristóbal, a la
que se adscriben los pueblos de «Sela de Murías, San Cristóbal, La
Cabana y Picón de la suprimida parroquia de Santa Eufemia, y
312 Antropología del territorio

Moure- lle, Brusquete, Bobia, Brañanova, de la antigua parroquia de


Villanueva». Finalmente, en el último libro de Bautizos de la antigua
parroquia de Santa Eufemia, en el folio 36, se da fe de la creación
de la parroquia de Martul, el 7 de enero de 1892, y se le adscriben
los pueblos de Martul, Trabadelo, Salcedo, Sanmamed, Mazo, todos
ellos pertenecientes con anterioridad a Santa Eufemia, así como
Ascuita, San Julián y Valía, «la casa de Pelliceira y las de
Carbueiro», pertenecientes a Santa Eulalia de Oseos.
Esta distribución religiosa del concejo tiene todavía vigencia en
la actualidad, si bien, como es natural, el culto no se celebra con la
misma frecuencia en todas las demarcaciones, debido al distinto
número de feligreses de cada una de ellas. Por otra parte, al no
haber en Villanueva un sacerdote residente, las necesidades
religiosas son atendidas por los párrocos de San Martín y Santa
Eulalia (este último para la parroquia de Martul), lo que hace que el
concejo no disponga en estos momentos de servicios religiosos
continuos. La distribución religiosa del concejo viene a coincidir con
la división zonal. La escolar, sin embargo, difiere escasamente,
como puede apreciarse en el siguiente mapa:
314 Antropología del territorio

Basta con situarse adecuadamente en el concejo de Vi-


llanueva para darse cuenta de que la distribución religiosa res-
ponde a una consideración puramente cuantitativa del espacio.
Se puede decir que estos cuatro núcleos eclesiásticos están en
consonancia con los obstáculos naturales, que impiden las
comunicaciones rápidas entre todos los pueblos del concejo.
Como ya hemos indicado, el núcleo de Gestoso está separado
de La Villa por un elevado macizo montañoso, e incluso hoy,
aunque la carretera que une La Villa con Salgueras es buena, es
necesario dar un amplio rodeo por La Garganta, lo que hace que
la distancia efectiva entre ambos sea de 11 kilómetros. Lo mismo
ocurre con San Cristóbal: a pesar de las pistas forestales
construidas no se puede llegar en automóvil hasta allí. El
obstáculo es del mismo tipo del anterior: un macizo montañoso.
Hacia Martul la comunicación actual es más fácil, aunque como
ya hemos dicho la carretera no está totalmente asfaltada, pero si
tenemos en cuenta que el otro extremo de la parroquia de La
Villa es Bousdemouros, aunque no existen obstáculos naturales
del tipo de los anteriores, la distancia sería con mucho la mayor,
entre los mismos parroquianos. En el caso de Villanueva estas
demarcaciones religiosas coinciden y reafirman la vigencia
zonal, por los motivos territoriales descritos.
Si nos fijamos en la distribución escolar observaremos que
responde a una concepción cuantitativa, y al mismo tiempo a la
densidad de población. Desde el primer punto de vista, sin
embargo, se exige que las distancias sean menores.
La zona de Gestoso y Salgueiras, eclesiásticamente agru-
padas, se dividen escolarmente en dos núcleos, debido al gran
número de vecinos que la habitan. Mientras el despoblado San
Cristóbal ha cedido a Penacoba la capitalidad escolar de la zona.
La Villa sigue proporcionando docencia al mayor número de
niños, aunque muchos de los pueblos que pertenecen a la
parroquia no se los envían, debido al centro de Penacoba. Por
su parte Martul coincide con la demarcación eclesiástica. Ello
sugiere un problema de límites culturales, en términos más
coincidentes con la división parroquial, a primera vista sin
vigencia real en las relaciones so- cioculturales, pero que quizás
antiguamente significase una demarcación territorial más
significativa en la zona de La Arriera. Hay que tener en cuenta a
este respecto que sólo Martul y La Villa son parroquias, siendo
Gestoso y San Cristóbal filiales de la segunda. Pero mientras La
Villa encabeza parroquialmente a un buen número de pueblos
del concejo, no todos pertenecientes a la zona que hemos
descrito. Martul se reafirma tanto como unidad zonal como
parroquial, y ello
hace que sea el territorio de mayor coherencia cara al resto del
concejo. Es la parte de Villanueva de Oseos con límites más
claros hacia el interior, y en contrapartida con límites más
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 315

confusos cara al exterior. Los pueblos de Santa Eulalia, que


fueron adscritos a la parroquia de Martul, en el momento de su
fundación, son, por su parte, los más cercanos mentalmente al
concejo de Villanueva entre todos los que le rodean, hasta el
punto que en las encuestas sobre límites reales del concejo que
hemos realizado muchos vecinos los incluían dentro del
término. Sobre esta situación volveremos más adelante.
La zona se consolida así desde dos puntos de vista. Pri-
mero, desde la unidad que necesariamente le confiere el
compartir unos servicios religiosos, escolares, comerciales,
etcétera, que si no coinciden totalmente con los límites de ésta,
por cuestiones cuantitativas espaciales o de población, unidos
al carácter social centrífugo del pueblo, se van dibujando de una
forma precisa, y cristalizando en los límites zonales que hemos
descrito. Y segundo, la zona es la unidad territorial consecuente
a la falta de vínculos territoriales a nivel de pueblo, que alivien
la irreconciliable yuxtaposición de las casas. En el pueblo
domina la separación, la fragmentación territorial, la constante
oposición entre la exclusividad positiva y negativa. En la zona
se encuentran vecinos que no están implicados entre sí en el
problema territorial. La capital de la zona funciona en relación a
todos como un territorio sin exclusividad.
La zona es el resultado y al mismo tiempo el elemento
necesario para comprender las unidades territoriales inferiores.
No se puede separar de ellas, y aunque su importancia
administrativa es nula, su trascendencia sociocultural es de la
mayor importancia. La emigración está contribuyendo a un
reagrupamiento zonal, cuya consecuencia más inmediata es la
división de la franja central en torno a Bustapena y Pena- coba,
que recogen ahora a la escasa población remanente de
Riodelío, además de los pueblos más próximos de Morlongo y
La Garganta. La zona de La Sierra, unificada fuera de ella, se
divide en dos subzonas interiores, por los motivos indicados, y
La Arriera permanece claramente delimitada.

El concejo y la comarca

La tierra está bastante bien distribuida. Existen en Villa-


nueva 102 contribuyentes, de los cuales solamente siete so-
brepasan las 100 hectáreas. El resto posee, por término me-
dio, unas 40 hectáreas de terreno, que dedican a la agricultura y
a pastos. La base económica la constituyen sin duda la
agricultura y la ganadería, sobre todo vacuna, y el trabajo, sin
distinción de sexos, sigue la distribución estacionaria impuesta
por estas dos actividades.
Gran parte de lo que cada familia precisa para vivir lo extrae
de su propio trabajo. El comercio de alimentación es, por tanto,
316 Antropología del territorio

escaso, existiendo, sin embargo, para accesorios del hogar y


sobre todo para alimentos del ganado, comercio en La Villa y
Salgueiras.
Nuestro primer intento al iniciar la investigación sobre el
territorio consistió en experimentar los límites mentales del
concejo, vistos desde los distintos puntos del mismo. Nos
interesaba precisar hasta qué punto la unidad administrativa era
a su vez, en la mente de los nativos, una unidad territorial
efectiva. En teoría podría suceder que no todos los habitantes
viesen el concejo de la misma manera, y que la respuesta a este
problema no fuese unitaria. Para controlar esta posibilidad
pusimos gran empeño en realizar los trabajos en los distintos
núcleos.
Por lo que respecta a la investigación realizada en los dis-
tintos pueblos la finalidad era doble: por una parte, se pretendía
descubrir hasta qué punto la concepción de cada núcleo era
unitaria, y segundo, en qué medida era también específica. Tanto
en uno como en otro caso se trataría paralelamente y a través de
un análisis de la movilidad de la población entre los distintos
núcleos, de precisar los alcances socioculturales del concejo
como unidad territorial, y de su pertinencia en la vida
sociocultural.
El método de investigación estaba fundamentalmente basado
en la encuesta y en el dibujo. Por la encuesta precisábamos el
movimiento real de cada persona dentro del concejo, las
motivaciones de esa movilidad concreta: laborales, familiares,
administrativas, etc., y el significado que se otorgaba a
determinados puntos del mismo. Por el dibujo, perfilábamos más
esas ideas y recibíamos una pista para su posible visualización:
en el fondo no debe olvidarse que la concepción del espacio en
el hombre es predominantemente visual. No obstante, pronto
nos dimos cuenta de que el dibujo difícilmente coincidía con los
datos de la encuesta. Ello podía deberse a muchas causas: la
primera de ellas, que nos resultó fácilmente comprensible, a una
deformación de la realidad mental por incapacidad para
expresarla plásticamente. Para subsanar este error introdujimos
una segunda encues-
II: 6 Viltanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 317

ta. al lado de cada dibujo, que sirviese de interpretación del


mismo, así como de corrección de los errores captados por el
dibujante. Pero otra causa más profunda de esta inadecuación
entre el territorio expresado verbalmente, en la encuesta, y el
territorio plasmado en el papel, quizá se deba a un fenómeno
real: la verbalización del territorio parte de parámetros distintos
que el de su expresión plástica. En este sentido, las
discrepancias entre descripción y dibujo no siempre fueron
reconocidas como tales. E incluso en la explicación del dibujo se
nos volvió a dar una versión verbal, que sin corregirle, volvía a
acercarse a la primera encuesta’ discrepando del dibujo.
La primera conclusión a la que llegamos por este proce-
dimiento es la de que el concejo tiene más vigencia como unidad
adquirida coloquialmente, que como entidad territorial precisa.
En los dibujos se observa esta situación, que luego fue
corroborada por la encuesta y por la observación. Generalmente
se nos pintó el concejo a través de dos configuraciones distintas:
una que correspondía a la zona en la que vivía e entrevistado, y
otra que se expresaba al fijar los demas núcleos no zonales de
población. La primera de esas
f5tr^CíiUraS erP comP,eÍa y se aproximaba bastante a la realidad,
dentro de las desviaciones propias de la falta de práctica para el
dibujo. Pero la segunda era más o menos lineal, y reproducía, sin
lugar a duda, una distribución coloquial propia del linealismo
espacial del habla.
Este hecho nos llevó a estudiar los movimientos de la
población dentro del concejo. De 63 sujetos sometidos al dibujo
y la encuesta sobre movilidad sólo 14 decían conocer bien todos
los pueblos del concejo. Otros 11 visitaban con cierta frecuencia
algunos de los núcleos mayores de alquna zona, sobre todo
Salgueiras, y menos en tres casos, que no habían salido de la
zona, el resto sólo había visitado otros núcleos muy contadas
veces, con motivos de entierros y alguna circunstancia parecida.
Estos datos contrastaban, sin embargo, con los conoci-
mientos de las casas del concejo. De los 63 entrevistados 48
creían conocer a gente de todos los pueblos, y el resto afirmaba
que aunque no de todos, conocían a vecinos de muchos lugares.
Esta desproporción entre el conocimiento de los ugares y el de
los vecinos sugiere que los contactos entre los habitantes del
concejo se establecen a dos niveles- uno coloquial y otro
territorial, pero no a través de una movilidad proporcionada, sino
dirigida. En este caso La Villa juega un papel de primer orden, ya
que como centro admi-
nlstratlvo, es al mismo tiempo lugar de constantes visitas para
arreglar asuntos en el Ayuntamiento. En el primero de los casos,
al preguntar de qué manera concreta habían oído hablar de las
personas que vivían en pueblos que nunca habían visitado, las
Antropología del territorio
318
respuestas tendían a ser del siguiente tipo: «sí es que llevan
una finca que hay en tal sitio», o «es una casa muy fuerte, tienen
muchos caseríos», «tienen una hija que casó en tal sitio»,
«dicen que vive solo alia arriba en tal luqar que es el pueblo más
apartado del concejo», etc Es decir’ estas charlas sobre las
personas giran en torno a los temas que hemos venido tratando
como territorialmente pertinentes y son la causa de que el
concejo se vaya configurando en un mapa que reproduce más
situaciones humanas y personales que geográficas. Un análisis
minucioso de los dibujos en relación con cada una de las
personas, nos indica que existe cierta cualificación de los
pueolos en términos de personas más o menos conocidas, y
que estas se ordenan como representantes del lugar en una
escala lineal y gradual, que reproduce bastante adecuadamente
la idea mental que cada uno tiene del concejo.
La cuestión de los límites reales del concejo, dentro del
contexto anterior, es imprecisa Hemos podido analizar en el
ayuntamiento las actas de Deslinde y Amojonamiento de Vi
llanueva de Oseos. Están redactadas en los siguientes términos-
«Actas de Deslinde y Amojonamiento de los términos de
Villanueva de Oseos y San Martín de Oseos entre si..., hov 7 de
nov. de 1889, reunidas las comisiones nombradas oor los dos
Ayuntamientos..., acordaron, por unanimidad declarar punto de
partida el mojón o marco situado de antiguo en el punto de la Vaga
que ratificado señalo con el numero 1 0 desde el cual siguiendo al
sur se llego a punto conocido por Pico de la Excomulgada, que
fue declarado mojon permanente con el número 2°, siguiendo la
misma dirección descendente se bajó al punto conocido por Sela
del Palacion, cuya cima se declaró mojón permanente con el
numero 8. , desde el que se bajó al río de Aío, que viene desde la
sierra de La Bobia a Soutelo, etc.». Existen tres límites conflictivos
en la totalidad de los deslindes, uno con San Martin, ení.rf’ ® mojón
número 9.°, Pena Teixeira y el camino que debe l evar al último
mojón, la Pena de los Ladrones, punto de confluen- cia de los tres
Oseos, y otro entre los concejos de Villanue- va Ulano y Boal, en
torno al mojón dos de tres términos que no se describe por falta
de acuerdo entre l°s, y en la misma zona y en torno al Campo de
la Bobia los limites de Ulano y Villanueva, que sólo a efectos
planimétricos para el mapa nacional, están marcados. Las actas
de Uesiin-
//: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 319

de y Amojonamiento son dignas de un estudio toponímico por


la gran cantidad de referencias locales que encierran’ asi como
otros detalles relativos a las características geo- gi aficas y, a
veces, tradicionales de todos aquellos puntos por los que
detalladamente discurren.
Preguntando a vecinos de distintos núcleos si conocían
d^nHpeStt ?onfl,ctc? de ,im'tes con los otros concejos, como donde
estaban realmente ubicados los lugares que se indicaban en el
acta, las respuestas fueron más bien negativas
nnnJ^ VeCm°S del lugar al, gue de hecho pertenecían los puntos de
amojonamiento sabían dar cuenta de ellos con precisión, y ello
era debido a que coincidían con los límites de
°’ -
de pueb, y por tant0 c
- °n los de sus propie- rnfuf Do °
°T algunos puntos eran generalmente conocidos, corno Pena
Turmil, Pena de los Ladrones, Pena de Aceveda Campo de la
Bobia, y ello era debido más a su relevancia como lugar que a
su condición liminal.
i PÍT° n° se trata sólo de un desconocimiento técnico En los dibujos
sobre el concejo los límites quedan imprecisos en d°s sentidos:
por la ausencia de pueblos liminales, lo
^ ni PU/dA fBr men°S si9nificativo. dado que quizá se deba al olvido del
momento, y por la inclusión dentro del término de pueblos
pertenecientes a los otros concejos limítrofes.
Dos zonas nos parecen especialmente oscuras para los
vecinos de las restantes, en lo que se refiere a la parte de as
mismas que linda con otros concejos: La Arriera y Riode- lio.
Naturalmente que el confusionismo no afecta a todas las
personas, sino a una buena parte de ellas. En 18 de los 63
dibujos analizados se incluían alguno de estos pueblos no
pertenecientes al concejo: San Julián, Valía, del concejo de
Santa Eulalia, y Brañanova y Brañavara, del de Boal. En el
primer caso la razón de esta imprecisión nos parecía clara
CÍ7 7d0 el conJunto sur del concejo formó desde finales
del siglo pasado, una unidad parroquial en la que se incluían
precisamente esos pueblos. Aunque esta idea no tiene hoy el
valor de entonces, sin duda todo el peso de la tradición obliga
a pensar los límites interiores en función de la unidad
parroquial, y no de la administrativa civil. Esta situación no es
sólo observable en los dibujos que real- SfJ° man'f¡estanf sino que
responde a una realidad constatare, según la cual los vecinos
de La Arriera participan y están mas orientados que cualquier
otro grupo hacia los pueblos limítrofes del concejo de Santa
Eulalia.
E* uaS°i-.«:C,e. Brañavara nos Hamo más la atención. Nos resultaba
l
difícil comprender cómo este núcleo de difícil ac-
coso incluso desde Riodelío, oro incluido on el concejo. Pare
llegar a Brañavara existen dos rutas, una que toma en La
Garganta la dirección de La Excomulgada, hasta el Campo de la
Bobia y que sigue luego por un camino de carros, 15 kilómetros
320 Antropología del territorio

hacia el término de Boal. La otra significa unas tres horas de viaje


en automóvil dirigiéndose desde La Villa a San Martín, y desde
aquí, por Pesoz, a través del concejo de Ulano hasta el de Boal,
desviándose luego siete kilómetros más adelante de la capital de
este concejo, en Gumio, por una pista forestal que tras varios
giros y empalmes desemboca en Brañavara. Estas dificultades
de acceso, y el hecho de que no hubiese vínculos históricos
claros como en el caso anterior, nos hicieron, en principio
abandonar el problema, por insoluble, dado que la información
que recibíamos de los que habían introducido en el mapa este
núcleo no aportaba nada a la solución de esta dificultad en torno
a los límites territoriales.
Algún tiempo después, mientras revisábamos una colección
de Hojas Parroquiales, que habían tenido gran difusión diez años
antes, y que poseían un gran valor documental, e incluso, a
veces, etnográfico, nos encontramos con una serie de ellas, entre
el 12 de enero de 1964 y el 8 de marzo de 1964, que estaban
dedicadas a la «mujer espiritista de Brañavara». Más
concretamente se trataba de una condena de sus actividades, y
el cura advertía a los vecinos de la parroquia que no estaba
permitido por la Iglesia encargar misas por mandato de la
persona indicada, y que él, por su parte, no atendería ninguno de
estos encargos.
El hecho de que esta circunstancia hubiese merecido una
recriminación pública por parte de la autoridad eclesiástica y que
se hubiese dedicado a ella un buen número de Hojas
Parroquiales, nos indicó que estábamos en la línea de solución
del problema anterior. Dirigimos nuestras investigaciones en este
camino y descubrimos que, efectivamente, Brañavara había
tenido una importancia capital hacía unos años en el pueblo. Que
la gente acudía con ocasión de las enfermedades del ganado
para pedir consejo a la poderosa mujer de Brañavara, que .les
ofrecía soluciones mágico-religiosas, tal como le dictaban los
espíritus.
Más adelante y casi de forma casual llegamos a saber que
los vínculos con Brañavara estaban en cierta manera ca-
nalizados por una especie de sucursal, regentada por una mujer
de La Villa, que servía de mediadora entre la atemorizada
clientela y los poderes de Brañavara. Hoy esta actividad de tipo
mágico ha decaído, la gente en general dice no creer
en esas cosas, pero los contactos entre las dos mujeres —
sucursal y central— continúan.
Los límites geográficos habían recibido a raíz de estos
hechos una deformación, es decir, un factor cultural los había
ampliado, operando significativamente sobre ellos. La mayoría
de las personas que habían reseñado en el mapa los pueblos
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 321

de Brañanova y Brañavara, nunca habían estado allí, pero


dentro del mismo proceso coloquial al que nos referíamos
anteriormente, habían configurado su propia idea del concejo.
La inclusión de Brañanova en este conjunto estaba motivada
por razones similares a las que justifican la asociación de Martil
con otros pueblos de Santa Eulalia. Brañanova había
pertenecido a la antigua parroquia de Villanueva. Esta
coincidencia nos hace pensar que la distribución parroquial tal
como acontece en Galicia— tuvo antiguamente una importancia
mucho mayor que en la actualidad, quizá desdibujada por la
superposición de modelos administrativos asturianos.
El camino a Brañavara fue, por tanto, y quedan aún restos
de ello, una ruta cultural, concretamente mágica, que super-
puesta a las rutas administrativas, hizo cambiar la configuración
del concejo, poniendo una vez más de relieve que el problema
territorial no es exclusivamente de índole geográfica o
administrativa, sino que otros factores más específicamente
humanos operan sobre esa base para transformarla.
Esta imprecisión en el conocimiento real de los límites del
concejo tiene su formulación en una expresión que se aplica
tanto a los pueblos del concejo que están en los límites, como
a los de los concejos vecinos que están próximos a ellos. Todos
ellos son núcleos que «están entre marcos» y esa es, en
ocasiones, la respuesta que recibíamos cuando ante la
inclusión en el mapa de los pueblos de Santa Eulalia, cercanos
a La Arriera, preguntábamos el motivo.
Si a nivel de límites el concejo no coincide mentalmente con
el sustrato geográfico, sino que es una formalización, a partir de
ciertos comportamientos, otro tanto podemos decir si lo
consideramos hacia adentro. Es decir, desde la perspectiva que
hace que el concejo funcione en algunas circunstancias como
unidad de interacción. El hecho de que tanto a nivel de servicios
como de convivencia exista una realidad territorial intermedia
entre el pueblo y el concejo, que es la zona, es la causa de que
el concejo no sea realmente equiparable a otras organizaciones
españolas, que en principio
J. L. García, 21
podían parecer equivalentes. En este caso concreto de V¡-
llanueva de Oseos, el concejo no coincide ni con la parroquia
gallega, ni con el municipio. Está situado un poco a mitad de
camino entre los dos. No tiene la vinculación y unidad de la
parroquia gallega, a pesar de la proximidad y afinidad de toda
la cultura de Villanueva con la de aquella zona, ni es tan
disperso como el municipio, a pesar de estar basado sobre los
mismos elementos administrativos que este. Estos distintos
«resultados de convivencia» entre el concejo de Villa- nueva y
el municipio gallego, partiendo de los mismos hechos, deben
322 Antropología del territorio

situarse en una proporcionalidad territorial. Li- són nos muestra


que la parroquia y el municipio están en una relación mutua de
sentido, de forma que la unidad de una es determinante del
sentido del otro. En Villanueva las zonas no coinciden con las
parroquias, aunque sí con los servicios religiosos más
cotidianos, dado que en cada una de ellas hay al menos un
centro religioso. Por otra parte, la zona no tiene ningún sentido
administrativo. Todo ello hace que actualmente la oposición
zona-concejo no sea tan marcada como la de parroquia-
municipio en Galicia, y que, consecuentemente, a una menor
delimitación de la zona, corresponda una mayor pertinencia,
desde el punto de vista de interacción social, del concejo. En
otros concejos asturianos, más del interior, esta situación
tampoco es válida. En el caso de Bustiello, del concejo de
Mieres, hemos podido ver cómo su vinculación era mayor con
los del concejo vecino de Aller. Pero el régimen de vida, las
densidades de población de los pueblos, las diferenciaciones
de los habitantes entre la industria y la agricultura, son motivos
suficientes para que las divergencias sean explicables.
El concejo de Villanueva, sin embargo, al igual que los otros
vecinos, conserva unas peculiaridades derivadas, por una
parte, de la vigencia de ciertas formas culturales, propias de la
parroquia gallega; y, por otra, de una distribución administrativa
—la del concejo— en la que la parroquia no es pertinente. De
ahí que no se pueda decir que estemos ante un concejo típico
asturiano, ni tampoco sería totalmente cierto afirmar que los
esquemas territoriales de la cultura gallega sean adecuados
para su aplicación a Villanueva y demás concejos vecinos.
Pero veamos en qué sentido el concejo forma una unidad
territorial, y cuáles son las actividades que le dan significado.
Ante todo la vinculación es de índole administrativa. La Villa
funciona en este sentido como el centro. Allí se encuentra el
Ayuntamiento, un edificio relativamente moderno, en
comparación con la arquitectura del resto de las casas.
El alcalde, el secretario, el juez de paz y seis concejales, son los
responsables directos del buen funcionamiento de los asuntos
administrativos. Por La Villa van pasando sucesivamente los
vecinos de los distintos pueblos para arreglar problemas de
contribuciones, solicitar certificados, arreglar bodas e inscribir a
los recién nacidos en el registro civil, poner al día los papeles
militares, etc. Cuando un vecino de otro pueblo llega a La Villa,
el comentario de su venida es apostillado con el nombre del
pueblo, y es el momento de mandar un recado, en el caso de
que se precise, a otros vecinos de aquel pueblo. Desde La Villa
se entreteje una red de comunicaciones radiales que parten por
ese procedimiento hacia los pueblos.
Como hemos visto, a nivel administrativo, la zona no juega
ningún papel, y las relaciones se establecen exclusivamente con
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 323

el pueblo, unas veces a través de los vecinos y otras por medio


de los pedáneos.
La presencia de la unidad administrativa en todos los grupos
de! concejo se pone de manifiesto, con ocasión de algunos actos
más accidentales, por ejemplo, las bodas. El secretario del
ayuntamiento nos confirmaba que él era invitado a todas las
bodas del concejo en calidad de testigo. Por otra parte, a su
cuidado está también la salud del concejo, a nivel de provisión
de medicamentos más urgentes y servicios de practicante. «Yo
no puedo salir de aquí, pues si se me pone uno malo, la
armamos». Para obtener medicamentos de urgencia se suele
acudir a La Villa, y ante cualquier eventualidad se da aviso al
Ayuntamiento para que el secretario pase a medicar según las
conveniencias.
No se puede decir, fuera de este contexto, que La Villa sea
un centro comercial más relevante que otros como, por ejemplo,
Salgueiras. La tendencia actual es a abastecerse dentro de la
zona, y acudir a Vegadeo para obtener aquellos productos que
no se encuentran en la zona. De ahí que La Villa, como centro
territorial, sólo tiene un significado administrativo.
El concejo tiene, sin embargo, sus celebraciones que, pa-
radójicamente, contra lo que suele pasar en otros lugares, no se
realizan en el centro mismo. Nos referimos a las ferias. Por
Santiago, Santa Ana y San Miguel se celebran ferias de ganado:
en La Bobia la primera, y en La Garganta las otras dos. Están
patrocinadas por el Ayuntamiento, que tiene derecho a cobrar la
licencia de asentamiento a las casetas de los feriantes. La más
importante es la feria de Santa Ana. Acuden ganaderos de todos
los rincones de Asturias, y du-
rante ese día la vida del concejo se transforma. Un aire de fiesta
empieza a correr, b¡en de manaña, desde todos los pueblos del
concejo. La gente se pregunta a qué hora van a ir a la feria y
conciertan el desplazamiento. Unos acuden con su ganado en
venta, otros para observar las reses, y muchos con la intención
de pasar un buen rato y charlar con los paisanos del concejo.
Abundan las casetas donde se despachan vinos y bebidas, y
otras en las que se venden aperos, los famosos cuchillos de
Taramundi, chucherías para los niños, etcétera.
Personas que no se han visto durante todo el año apro-
vechan ese día para saludarse, mientras cruzan comehtarios en
torno al ganado que se expone, y al que cada uno tiene en el
pueblo. Cuando preguntábamos por el origen de determinadas
personas en este contexto, no se nos indicaba la procedencia
según el pueblo, sino que se nos contestaba, sin excepción, en
términos de concejo: «Este es de aquí, aquel es de San Martín,
el otro de Santa Eulalia». «Aquí» tenía, en esta ocasión, un
significado bien preciso que denotaba la unidad del concejo,
324 Antropología del territorio

frente a los demás concejos.


Este «comportamiento parece, en principio, inverso al que
se observa en La Villa, cuando la visita uno de los pueblos.
Entonces, como hemos indicado, se le adscribe al pueblo de
procedencia. Esta circunstancia, expresada a través del len-
guaje, puede responder al esquema territorial de los habitantes
del concejo y al significado mental que el concejo tiene desde
situaciones distintas. La Villa es además de un lugar del
concejo, el centro reconocido del mismo. Cuando uno de otro
pueblo del concejo acude allí, lo hace en función de su
capitalidad, y por el simple hecho de acudir, está reconociendo
y reafirmando su pertenencia al concejo. En La Garganta, la
situación territorial cambia. No se trata de un centro cualificado
como tal, sino de un punto estratégico. La Garganta se sitúa a
mitad de camino entre La Villa y Sal- gueiras-Gestoso, en plena
carretera de Vegadeo a Fonsa- grada, lo que permite no sólo
mantener un equilibrio entre los centros más importantes del
concejo, sino una mayor accesibilidad a las visitas de vecinos
de otros concejos. Mar- tul es el único lugar, cabeza de zona,
que queda realmente apartado, pero su presencia en la feria es
un hecho, a pesar de que, quizá por estas características, tenga
la tendencia a «mirar más que los otros pueblos hacia Santa
Eulalia».
En esta situación territorial, o en este centro metonímico del
concejo, que es La Garganta, el día de la feria es más
importante reconocer la unidad del concejo que la del pue-
blo, pues en este caso, y ante la presencia de vecinos de otros
concejos, la unidad no queda reafirmada por el simple hecho de
asistir, sino que es preciso reconocerla desde la diversidad.
En un contexto parecido, cuando alguno de los otros con-
cejos acude a La Villa, no se le denomina por el lugar o pueblo
de origen dentro de su concejo, sino que se le atribuye
genéricamente el nombre de concejo entero: vino uno de San
Martín, o de Santa Eulalia. Ello nos indica dos hechos
complementarios: primero, que el concejo es una unidad
efectiva a nivel mental; y segundo, que esa unidad tiene un doble
sentido: cara al interior, como vinculación administrativa, y
segundo, cara a los otros concejos, como diferenciantes.
Este hecho no es propio de los demás concejos asturianos
que conocemos, al menos con esta claridad. En el caso de
Bustiello, que hemos analizado en el capítulo anterior, en las
celebraciones colectivas que pueden tener lugar en los distintos
pueblos de los concejos limítrofes de Mieres y Aller, a los
visitantes del otro concejo se les conoce además de su nombre,
si se sabe, por el apelativo referente al pueblo de donde son
vecinos. Se dice Fulano el de Caborana, Moreda, Piñeres,
Cabañaquinta, etc..., y no el de Aller. Igualmente tampoco existe
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 325

un concepto equivalente al «de aquí», que encontramos en


Villanueva para expresar la unidad del concejo. El término «de
aquí» en esta zona se refiere, en todos los contextos al pueblo,
y en el mejor de los casos a la región, es decir, Asturias, si se
habla ante personas que no son asturianas.
Esta diferencia es pertinente dentro de otro contexto. Si en
los concejos asturianos del interior la unidad efectiva superior al
pueblo y a veces a la parroquia, es la región, es decir, el concejo
no tiene mayor significado mental, en Villanueva el concepto de
región está prácticamente borrado. Expresiones como las que
siguen, que se pueden oír frecuentemente en esta comarca, lo
ponen de manifiesto: «Va a Asturias a buscar vacas», «trajo
ganado de Asturias», «en Asturias esto llámase Nerón», «para
Asturias seguro que está lloviendo», etc. Esta forma de hablar
indica que su vinculación a la región no es perfecta en todos los
sentidos. Presentándoles la alternativa, por cuestiones de
proximidad y de cultura, de si realmente se sienten parte de
Galicia, lo niegan casi con enfado. Cuando se tematiza la
cuestión afirman ser asturianos, pero reconocen que ellos se
sienten un poco especiales, quizás apartados.
A la cuestión de dónde comienza Asturias, ateniéndose a esa
forma de hablar, concuerdan en situarla más allá de una línea,
que puede muy bien coincidir con el límite de sus des-
plazamientos más extremos: «Asturias comenzaría al otro lado
de la sierra del Rañadoiro que arranca del puerto del Palo y llega
hasta Otur, cerca de Luarca». No hemos investigado en otros
puntos, más acá de esa línea, para comprobar si existe
coincidencia a este respecto. Más bien pensamos, por algunas
informaciones aisladas, que en realidad este hecho no se
extiende mucho más allá de los tres concejos de los Oseos. En
cualquier caso, para nosotros es importante relacionar esta falta
de pertinencia de la región con la pertinencia del concejo —
dentro de las diferencias que acabamos de señalar con otros
concejos interiores—, y quizá también con una comarca más
amplia en la que se incluirían los tres Oseos y algunos otros
puntos más próximos.
La causa de este autoaislamiento puede radicar en varios
hechos. En primer lugar, en su conciencia de grupo limítrofe,
desde el punto de vista más geográfico. Pero sobre esta base
saben perfectamente que su situación cultural tampoco está
definida. Por una parte, su forma de hablar, sus costumbres, sus
comidas, apuntan claramente hacia Galicia. Por otra, su
adscripción administrativa les vincula con Asturias a todos los
niveles. La visión que tienen de Galicia concuerda con la
experiencia de su vida cotidiana, a la que tras un largo período
de emigración, por la falta de recursos suficientes, tanto
económicos como de ocio, y tras la experiencia diaria de una
insuficiencia de servicios y un duro trabajo, han aprendido a
326 Antropología del territorio

minusvalorar. Asturias, por el contrario, se inscribe dentro del


marco burocrático al que tienen que acudir para obtener
permisos y recursos, su imagen es de alguna forma superior a la
que tienen de ellos mismos: allí se dirige gran parte de la
emigración del concejo, porque piensan que las condiciones de
vida son mejores. Ante estos hechos no cabe duda de que su
identidad profunda es con la cultura gallega, a la que, sin
embargo, minusvaloran, de la misma forma que se minusvaloran
a ellos mismos, pero su deseo manifiesto es el de pertenecer a
una Asturias ideal, ya que esta pertenencia significa una
superación de su estado actual.
De esta forma estamos, en este caso, ante un problema de
límites geográficos y límites culturales. La no coincidencia de
estas dos realidades es la causa de un desequilibrio de
pertenencia que engendra, como no podía ser de otra manera,
el mito y la leyenda étnica. Efectivamente, los habitantes de los
Oseos tienen conciencia de pertenecer a un grupo
II: 6 Vlllanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 327
étnico diferenciado. En la Hoja Parroquial del 4 de marzo de 1962
se lee, en transcripción de la obra de Fernández Lami- ño, El
Convento de Villanueva de Oseos: «La Comarca de los Oseos es
el lugar donde asentaron sus reales una rama primitiva de la
tribu de los Oseos (Oscus), habitantes primero de la Campania
y más tarde del Lacio». De esta manera se vinculan con Eneas.
No somos nosotros los más autorizados para descifrar esta
incógnita y tomar partido en una u otra dirección. Pero el mito o
la leyenda a la que nos hemos referido anteriormente no cambia
de función porque este hecho u otros posibles orígenes que
también se autoatribuyen sean ciertos. Lo importante es que la
historia o la leyenda operan como un verdadero mito étnico, y
que viene a paliar una situación embarazosa, creada por su
posición y su cultura. Ante la opción de confesarse
pertenecientes a lo que no les gusta, o tener que integrarse en
algo que creen diferente, eligen la independencia étnica, a
través de una «historia» que sin duda no hubiese perdurado
tanto tiempo, y a nivel popular, si estas condiciones fuesen
distintas.
El concejo adquiere así pertinencia dentro de la comarca.
Pero ésta es al mismo tiempo el último anillo territorial, el más
amplio, en el que se inscriben los vecinos de Villanueva. Aparte
de los supuestos lazos étnicos, que funcionan como idea
vinculante, la comarca comparte algunos de los servicios, tal
como hemos visto. Médico, farmacia, sacerdotes, veterinario,
pertenecen a la comarca, aunque, en el caso de los sacerdotes,
tengan asignados términos específicos dentro de ella. Las ferias
sirven, al mismo tiempo que para diferenciar a los nativos del
concejo, para afianzar el significado de la comarca,
reconociéndola implícitamente. En ocasiones el trasiego de
gente entre los tres concejos de los Oseos es grande, a causa
de fallecimientos u otras celebraciones. Hemos visto
anteriormente cómo el primer paso en la ruptura del círculo
endogámico fue la comarca. De no realizarse el matrimonio en
el concejo, parece ser que la forma preferida es la de efectuarlo
en la comarca. Ello crea vínculos de parentesco, entre los
concejos, que arrastran consigo las visitas de unos a otros en
circunstancias como la señalada.
Pero, sin duda, el sentido más real de la unión comarcal
emana de la circunstancia descrita anteriormente. Una situación
conjunta en los límites, y una asimetría entre la pertenencia
administrativa y la cultural. El mito étnico, es en este contexto el
que da valor tanto al concejo como a la comarca,
ya que el primero se referencia principalmente con la segunda,
que cumple el papel de unidad superior, perfectamente
delimitada.
328 Antropología del territorio

Tras el análisis de la situación territorial de Villanueva de


Oseos, hemos tratado de comprobar de nuevo algunos de los
principios básicos expuestos en la primera parte de este trabajo.
Las distintas unidades territoriales se estructuran dia-
lécticamente en un orden creciente de complejidad, a través de
la movilización de signos propia del uso social del espacio
humano. Desde el punto de vista de los comportamientos
sociales, el territorio se va configurando tanto a nivel metafórico
como a nivel metonímico en relación con determinados aspectos
de la estructura social. La vivienda, las fincas, los prados y los
montes, integrados dentro de la unidad que constituye la casa,
se ven forzados a compaginar su situación, extremadamente
relacionada con la familia, con ciertos elementos territoriales de
significado metonímico, que resultan a todas luces insuficientes
para que la unidad territorial formada por el pueblo tenga
demasiado sentido a nivel de interacción. Las mallegas y los
demás rituales y comportamientos centrados en el pueblo se han
ido extendiendo paulatinamente hacia otra realidad territorial
más amplia, aunque sin ningún valor administrativo, que es la
zona. En la zona la fuerte exclusividad positiva de la casa, que
no puede ser superada en el pueblo, encuentra vías más norma-
les de restablecer un territorio de convivencia, donde la carencia
de exclusividad pueda realizarse.
Pero en todos estos aspectos está influyendo fuertemente un
cambio en las condiciones infraestructurales de la territorialidad.
Como consecuencia de él muchos signos territoriales, y los
comportamientos que los justificaban, están en proceso de
cambio. La población territorial óptima existente hace algunos
años, en relación con la mayor parte de los rituales que hemos
descrito, ha dejado de tener ya esa característica. La decadencia
de los esfolios es uno de los muchos casos de pérdida de
pertinencia territorial, debido al desequilibrio del óptimo de
población. La relación de cambio arrastró consigo alteración en
otros elementos e instituciones socioculturales, por ejemplo, la
endogamia dentro de la zona y el concejo. En este conjunto han
aparecido nuevos factores territoriales como, por ejemplo, la
utilización de centros de diversión fuera del concejo, a través de
una mayor movilidad, que sólo de una manera muy débil
reafirman la cohesión de las distintas unidades territoriales, y ello
dentro de contextos distintos, inoperantes en la vida sociocul-
tural del concejo. Los vínculos que la juventud de Villanueva
puede encontrar en Vegadeo, o en otra parte de la región, por
pertenecer al mismo concejo, al estar formalizados en una
oposición a gentes dispersas, de las que probablemente poco
conocen, no revierten en la consolidación de una integración
necesaria de las distintas unidades sociales dentro del mismo
concejo. Como consecuencia de ello, y de la ya delicada situación
límite del término, Villanueva se autoiden- tifica cada vez más, a
II: 6 Villanueva de Oseos: Dialéctica territorial... 329

través de la leyenda, y en este intento, el concejo no tiene más


remedio que sobrevivir al amparo de la comarca.

.
APÉNDICE

Sobre planificación
territorial
En los últimos años han proliferado las publicaciones que de
una u otra forma hacen alusión al título de este apéndice. Sin
embargo, la planificación territorial viene a entenderse, en
líneas generales, desde una perspectiva económica, es decir,
se trata, según este criterio, de conjugar el medio físico con el
desarrollo económico, y esto sirviéndose incluso de otras
ciencias como la Sociología. La bibliografía disponible apunta
predominantemente a dos tipos de estudios: el urbanismo y las
investigaciones regionales. Fuera de este campo poco se ha
hecho. Las aportaciones de ciencias como la Antropología
Social y Cultural no han sido hasta el momento tenidas en
cuenta, y ello, entre otras cosas, porque ni siquiera como cuerpo
teórico son abundantes.
Tras el análisis tanto teórico como práctico efectuado en las
páginas anteriores, puede quedar justificado este intento de
reclamar un hueco en la planificación territorial, por parte de las
ciencias del hombre, la Antropología entre ellas. Pero este
concepto debería incluir perspectivas nuevas, en las que se
considerase al ser humano como sujeto territorial a múltiples
niveles, y en el que se recogiesen los verdaderos problemas
sociales y psíquicos que cualquier elemento modificado o
introducido en la estructura del territorio puede acarrear al
hombre que vive la situación. La planificación territorial se
convierte así en una tarea centrada preferentemente sobre el
hombre, más que sobre cualquier otro tipo de intereses, sean
éstos económicos, políticos o de cualquier otra naturaleza, que
sólo podrán valorarse una vez que el problema hombre-territorio
haya sido considerado y resuelto.
Vamos a tratar de enumerar aquí una serie de principios
generales que a nuestro entender debería seguir, desde el
punto de vista antropológico, la planificación territorial. Ellos
servirán al mismo tiempo de conclusión a las páginas que
preceden.

333
334 Antropología del territorio

Delimitación de la unidad territorial. El primer problema a la


hora de planificar el territorio estriba en delimitar de una manera
precisa los límites del mismo. Para ello es necesario seguir
unos criterios de delimitación, que la mayoría de las veces han
sido administrativos. Los estudios de este tipo se han ceñido al
concepto de región natural, resaltada ésta por coincidencias
con algún tipo de unidad política. El análisis de Villanueva de
Oseos nos ha puesto de manifiesto lo irreal de esta situación.
Rara vez los límites regionales coinciden con límites culturales.
Por otra parte, las unidades menores dentro de la región, las
que hasta el momento están trazadas, reinciden, a un nivel
inferior, en los mismos criterios. Bustiello y cualquiera de los
pueblos de Villanueva de Oseos, a los que nos hemos referido,
se inscriben dentro de una unidad administrativa superior, que
es el concejo. Pero mientras en el caso de Villanueva esta
unidad es significativa, en el de Bustiello no lo es. El concejo no
aporta —en esta segunda circunstancia— ningún elemento
sociocultural pertinente. A niveles inferiores vemos todavía
cómo los pueblos de Villanueva de Oseos no pueden sobrevivir
aislados, sin la protección de la zona, mientras en el caso de
Bustiello todo tiende a concentrarse dentio de los límites del
pueblo. Estamos en la misma región natural o política, y, sin
embargo, las unidades significativas son diferentes.
Si los criterios no deben ser sin más administrativos y
políticos, aunque éste sea un factor que deba tenerse en cuenta,
sobre todo en ciertas circunstancias, ¿dónde debemos encontrar
la pista que nos permita trazar los límites de las unidades
territoriales? A esta misma pregunta Lisón responde que «no lo
sabemos. El empírico sentido de ponderación, propio del
investigador, ha marcado hasta ahora los límites; después de
todo el saber delimitar un problema pragmáticamente es una
virtud metodológica. Pero no es suficiente: estas clasificaciones
de campos son instrumentos conceptuales convencionales,
procedimientos ad hoc, taxonomías operacionales para
responder, en situaciones concretas, a particulares problemas
que se plantea el investigador. Trabajo de base necesario, pero
radicalmente incompleto; el sugestivo vaivén entre el detalle y el
todo, las partes y el conjunto, nos provee de una perspectiva
operacional más fértil científicamente. Podemos pensar las
unidades mencionadas anteriormente (la casa, la aldea, la
parroquia,
Apéndice 335

el municipio, etc.) como formas con propiedades polivalentes,


en metamorfosis, como partes simultáneamente fuertes y
débiles, abiertas y cerradas, dominantes y subordinadas» \
Es, en definitiva, el contacto con el terreno el que sucesi-
vamente nos irá descubriendo la pertinencia de las supuestas
unidades territoriales y la necesidad de introducir otras nuevas.
Hemos visto cómo en Villanueva de Oseos, la zona, concepto
que no tiene más significatividad que la que le confiere la
dinámica sociocultural, se impone como una realidad. Podemos
quizá precisar que las relaciones territoriales de los distintos
planos confieren una unidad territorial, siempre que vayan
acompañadas de algún tipo de pertinencia para todos los
niveles del conjunto. Pero esta pertinencia no es la misma para
todos los tipos de relaciones, aunque sin ella ninguna de las
unidades que el análisis va descubriendo quedaría
completamente tratada.
Es necesario, sin embargo, hacer dos precisiones. La pri-
mera proviene del interrogante de si la unidad administrativa, al
no coincidir o delimitar unidades territoriales efecti- tivas en
numerosas ocasiones, debe ser desechada; y la segunda
cuestiona si por este procedimiento no nos remitiremos a
macrounidades territoriales del tipo de la nación, del estado, e
incluso a veces superiores, y si esto es así dónde debe situarse
la operatividad de la planificación antropológica del territorio.
En ambos casos la respuesta es similar. Las unidades ad-
ministrativas inferiores: pueblo, concejo, municipio, etc., pueden
ser pertinentes en la medida en que a través de su vigencia se
crean ciertos tipos de relaciones sociales reales, y se perfilan
otras de naturaleza más tradicional. Lo que queremos decir es
que la unidad administrativa, aún operando de la misma manera
sobre elementos socioculturales diversos, nunca anula esa
diversidad, aunque puede orientarla en determinadas
direcciones. Estamos en un caso similar al de otras influencias
de naturaleza infraestructura!, que se formalizan a través de
una gama de posibles respuestas que no desconectan de los
factores tradicionales o recientes de los que se compone la
cultura por otras condiciones.
Otro tanto se puede decir de la influencia de las unidades
territoriales superiores, tipo estado o nación, en las menores.
La vida de una comunidad y, en consecuencia, sus
1
Perfiles Simbólicos Morales de la Cultura 1974,
pág. 12. Gallega. Akal. Madrid,
336 Antropología del territorio

vinculaciones con el territorio pueden alterarse a la luz de


determinadas disposiciones de ámbito superior, e incluso pueden
estar orientadas por la pertenencia a un macroterri- torio
determinado. Pero la relación es siempre reactiva, en el sentido
de que cada comunidad responde a ello en compaginación con
situaciones específicas. Piénsese, por ejemplo, en las diferentes
respuestas que la repoblación forestal, una disposición estatal,
originó en las distintas comunidades, por repercutir sobre un
territorio propio en el que tenían asiento cualidades territoriales
muy concretas y significados contextúales diversos. Mientras
algunos grupos vieron con agrado el procedimiento empleado,
otros reaccionaron violentamente por creer que la idea se oponía
a valores propios de gran arraigo. No vamos a descubrir aquí
ahora que la gran cantidad de incendios provocados en las zonas
repobladas son consecuencia de la alteración que el
procedimiento exige de las formas tradicionales y, en definitva, de
una falta de planificación territorial que vaya más allá de la pura
ordenación económica del territorio.
Pitt-Rivers utiliza dos conceptos diferenciados para recoger
estas exigencias por motivos territoriales o comunitarios propios
y por presiones de unidades superiores: moralidad y legalidad; el
primero de ellos se refiere al ethos propio de la comunidad,
mientras el segundo se relaciona con las influencias que por
motivos de pertenencia a unidades superiores pueden repercutir
en la moralidad, que en cualquier caso tiene una infraestructura
propia que sigue siendo específica dentro de ciertos límites87.
La unidad de estudio territorial, sobre la que deben aplicarse
unos patrones de planificación territorial, debe deducirse a partir
de los límites reales de la interacción socio- cultural. Ello no quiere
decir, sin embargo, que todos los aspectos o puntos de esa
unidad deban ser tratados de la misma manera, dado que la
comunidad opera dentro de una gran complejidad de situaciones
y los territorios subyacentes son, como hemos tenido ocasión de
ver, de naturaleza bien diferenciada. La unidad se entiende aquí,
por tanto, como una perspectiva de conjunto, en la que se
integrad cualidades diferentes, como un todo, en el que coexisten
dialécticamente opuestas las partes y que, a su vez, se puede
delimitar sólidamente como centro receptivo de influencias
superiores.
Atención a las condiciones infraestructurales del territorio.
Quizás éste haya sido el punto más atendido dentro de la
organización del territorio, y con frecuencia la planificación se ha
quedado estancada a este nivel. La consideración geográfica,

87
Cfr. Los Hombres de la Sierra. Grijalbo. Barcelona, 1971, página 189
s.
Apéndice 337

ecológica, demográfica, económica del territorio grupal, es


necesaria, pero insuficiente, como también lo es la planificación
política, que funciona a nivel de infraestructura en este contexto.
La situación real y jerárquica de los distintos elementos
territoriales no se puede subvertir, a merced de ningún proyecto
determinado. Una planificación económica, y mucho más si está
en función de comunidades más amplias que la que va a ser
objeto del proyecto, debe considerar que el sustrato espacial sólo
puede ordenarse con esa finalidad si la modificación no
contradice la selección cultural efectuada sobre el sustrato
anterior. De lo contrario, se deja un vacío cultural en la región,
cuando no una serie de contradicciones que pueden tener peores
consecuencias. Por ello ha de pensarse si entre las presiones
posibles que la nueva situación infraestructura! admite, se
encuentran, bien las que la comunidad practica u otras a las que
puede diriairse fácilmente, sin incurrir en contradicciones
insalvables. En el análisis de Villanueva de Oseos hemos podido
ver cómo el régimen de vida, en uno de los pueblos, pasó de
agricultores ganaderos, más o menos autónomos, a asalariados.
La granja allí establecida permitió mejorar a buena parte de la
población, pero como contrapartida se produjo una excisión en la
población tradicional. Aquellos que, incluso trabajando en la
nueva instalación, han creído un deber conservar la casa
patronal, se han visto relegados en la jerarquía social, y, por
último, han encontrado el conflicto dentro de su misma casa.
En los núcleos de nueva creación este problema puede
agudizarse todavía más. Un sustrato espacial que no sea lo
suficientemente flexible como para ir recogiendo las iniciativas,
valores, creencias de la población, ocasionará una forma de vida
que chocará con las costumbres de los inquilinos y que obligará
a éstos a una remodelación en la que el éxito no siempre está
asegurado. Bustiello es un ejemplo claro de este tipo.
La población ha de tenerse en cuenta, tanto en su com-
posición como en su movilidad, y desde una perspectiva territorial
diferenciada, en el sentido de que el óptimo de población territorial
es un número complejo. Pero las variantes de población territorial
no tienen por qué coincidir con las
J. L. García, 22
variables demográficas, sino más bien con las exigencias di-
ferenciadas de los distintos territorios. Hemos visto cómo en
Villanueva de Oseos no todos los rituales que acontecen en torno
a la casa se han derrumbado con la emigración. Mientras las
matiegas y los esfolios han perdido relieve, los roxois se celebran
con gran intensidad. Ello es debido a que las condiciones
demográficas en torno a las cuales estaban organizados
permanecen, aunque la población presente, en términos
absolutos, un saldo negativo. Inversamente en Bus- tiello no se
puede hablar propiamente de un despoblamiento, ya que el
338 Antropología del territorio

pueblo está tan poblado como hace veinte años. Sin embargo, las
vinculaciones y relaciones que la actual población mantiene entre
sí, tienen poco que ver con las que existían años atrás, y ello es
la causa de que los criterios desde los cuales debe considerarse
actualmente el territorio sean distintos de los que tenían vigencia
hace algunos años.
Las cifras absolutas tienen poca importancia en este con-
texto, mientras no se relacionen con las características y
funciones propias del territorio que se observa. Jacques Jung
denuncia el error de planificar según densidades de población
indiferenciadas para el campo y la ciudad. Decir, por ejemplo que
el territorio rural se caracteriza por una densidad inferior a los 40
habitantes por km2, mientras que el urbano puede llegar a los
10.000, es engañoso «porque compara densidades calculadas
sobre la base de territorios, cuyas funciones son diferentes. En
una comuna rural, la mayor parte de su territorio se dedica a
explotaciones agrícolas y forestales. En las ciudades es muy
frecuente que todo su territorio se halle urbanizado. Por
consiguiente, para que la comparación enunciada tuviese validez
sería preciso evaluar las densidades de población de las zonas
urbanizadas tanto en las ciudades como en las comunas
rurales»88.
Pero tampoco es suficiente la comparación de la densidad de
población en los núcleos, tanto rurales como urbanos,
urbanizados. Si como hemos dicho la población deja de ser un
número, para convertirse en un grupo o grupos, formado por
relaciones cualitativas diferentes, será igualmente preciso
atender a esas relaciones. La planificación territorial debe ser
consciente de que dos densidades de población relativas iguales,
pueden ser cualitativamente diferentes, debido a los distintos
sistemas culturales en los que se instalan, y que planificar desde
la primera perspectiva es no superar el nivel infraestructura!, y
presuponer, en el fondo, que la infraestructura está en una
relación determinista con las relaciones e instituciones
socioculturales. Y lo mismo que hemos dicho para la población es
también válido para cualquier otra condición infraestructura! del
territorio.
Estudio de la dialéctica entre los grupos sociales. La sociedad y
paralelamente la cultura no constituyen exclusivamente un todo,
sino que son el resultado de la interacción dialéctica de las partes.
Por ello planificar un territorio unitivamente puede significar el
incurrir en una concepción es- taticista de la cultura y de la
sociedad. Si la población que debe ser tenida en cuenta en la
planificación territorial no es un número, tampoco es una unidad

88
La Ordenación del Espacio Rural. Instituto de Estudios de Administración
Local. Madrid, 1972, pág. 72.
Apéndice 339

cualificada indistintamente. En la primera parte de este trabajo


veíamos que incluso dentro de la pequeña comunidad existen
territorios distintos que responden a las unidades grupales
formales o informales que componen la colectividad, y que lo
propio de cada una de esas unidades y de su vinculación, a
distintos planos con las restantes desde un punto de vista
territorial, era estar organizadas a base de un juego de
exclusividades positivas y negativas, en torno al territorio, que
tendían a solucionarse, es decir, a integrarse en un territorio
carente de exclusividad. Los criterios de estos agrupamientos
pueden ser de muy distinto tipo, según las características de los
grupos. En Villanueva de Oseos el predominio de contradiciones
territoriales a nivel de pueblo hace preciso una planificación
centrada en la zona, dado que muy probablemente el intento de
encontrar en el pueblo espacios integrantes repercutiría sobre el
significado tradicional de la casa, que como hemos visto, es de
gran arraigo entre la población.
Pero los grupos no son siempre entidades localizables a
primera vista, y la integración dialéctica de todos ellos en la
comunidad no se realiza de una manera lineal, en un único plano.
Los grupos sociales se combinan y entremezclan, coincidiendo a
veces, y distanciándose en otras ocasiones. Dos o tres grupos
pueden compartir circunstancialmente un territorio, mientras en
otras situaciones se diferencian en la utilización social del
espacio.
La planificación territorial debe captar las motivaciones y
finalidades que fundamentan la vigencia de grupos; la actividad
cultural que es propia de cada uno de ellos, tanto en sus aspectos
coincidentes con los demás, como diferenciales, y finalmente
establecer las relaciones territoriales de unos y otros. En Bustiello
hemos asistido a una profunda transformación del territorio
interior de la casa. Tras una aparente insignificancia y casualidad
de este hecho nos hemos encontrado con que su frecuencia se
correlaciona con la ¡dea de prestigio, que se especificaba desde
una jerarquía dentro de una empresa común. La planificación
territorial no puede ignorar estas valoraciones propias de la
comunidad y dejar de obrar en consecuencia.
Y no se trata tanto de una cuestión ética, en torno a la opción
de respetar o modificar los valores que la comunidad ha ido
estableciendo, sino de contar con ellos, con la finalidad de
preveer los resultados. Bastide nos detalla las consecuencias que
una planificación de este tipo, íntimamente relacionada con la
forma de vida tradicional de una comunidad mejicana, acarreó a
los ojos de los nativos. Se trata de una ordenación, dirigida desde
fuera de la comunidad dentro del Mexican Pilot Proyect in Basic
Education. Ante un intento de reorganizar la tenencia de la tierra
por medio de la creación de ejidos se opuso el sector de la
población que se beneficiaba con el antiguo sistema de
340 Antropología del territorio

propiedad, lo cual es hasta cierto punto lógico. Lo que ya no lo es


tanto es que el resto de la población, que de hecho podía
beneficiarse, acogiese el proyecto con apatía. La misma
indiferencia se manifestó ante el intento de planificar la vida
doméstica, por medio de la introducción de una serie de mejoras
en torno a la casa89. «Es indispensable conocer la estructura de
una cultura antes de emprender cualquier manipulación sobre
ella. La aculturación está bien dirigida, pero siempre se trata de
acul- turación. Y esto hace que sea el antropólogo el que tenga el
papel preponderante, y no el sociólogo, el economista o el
político, ni tampoco el experto en nutrición, el médico o el
ingeniero agrónomo»90.
Las desastrosas experiencias con las que cuenta la pla-
nificación desde fuera de los procesos de aculturación, deben
tenerse en cuenta en ^a planificación territorial, enfocándolas
desde la perspectiva concreta que la planificación del territorio
demanda. Si el territorio es un elemento vinculado con la
estructura social, dentro de unas relaciones específicas, de tipo
dialéctico, el tenerlas en cuenta es una tarea ineludible de la
ordenación del territorio.

Previsión del cambio sociocultural. Cualquier comunidad, por


muy tradicional que sea, está en cambio. Ello es debido a la
dialéctica misma de la vida social, a la constante necesidad de
adaptarse a lo colectivo desde unas condiciones individuales o,
dicho de otra manera, a la ineludible condición de realizar,
siempre de una manera más o menos inadecuada, un
comportamiento ideal, a través de un comportamiento real. Si a
ello sumamos otros factores, como pueden ser las modificaciones
de las variables demográficas, las influencias de factores
externos más o menos bruscos, etc., nos damos cuenta de que
la planificación del territorio debe medir la dirección que la
comunidad lleva, para que las transformaciones introducidas no
se queden estancadas en situaciones pasadas. Si parece ser una
constante de los núcleos de nueva creación, con una población
de reclutamiento, el pasar de una situación de interacción, dentro
de un vecindaje geográfico, a otra en la que los criterios son de
estratificación, o de otro tipo de actividades, como sucede en el
caso de Bustie- llo, parece evidente que esta característica u
orientación de la transformación debe tenerse en cuenta desde
los primeros momentos. El territorio debe ser lo suficientemente
flexible para que pueda servir de sustrato a estas nuevas situa-
ciones, y no colocar a los habitantes ante reducidas posibilidades
de operatividad territorial, como en el caso de Bus- tiello.
Este es probablemente uno de los puntos más difíciles de
89
Cfr. Antropología Aplicada. Amorrortu. Buenos Aires, 1971, página 62 s.
90
R. Bastide: O. c., pág. 61.
Apéndice 341

cualquier planificación, pues, por una parte, la misma concreción


del territorio puede ser uno de los factores orientadores del
cambio; y, por otra, el concepto genérico de cambio social es
globalmente abstracto. Las sociedades cambian, pero no lo
hacen de manera homogénea en todos sus aspectos, sino que el
ritmo y la forma de cambio son diferenciadas para los distintos
elementos de la vida sociocultu- ral, y el cambio de una institución
no nos dice automáticamente el sentido que tomará, con el
tiempo, otra u otras instituciones con ella relacionadas. De nuevo
aquí el modelo es posibilista, y la planificación debe reconocerlo
así y ofrecer un territorio en el cual coexistan a su vez varias
posibilidades de utilización, en consonancia con algunas de las
previstas para la actualización de las reacciones en cadena que
a partir de una modificación se van a producir en la comunidad.
Si en muchas circunstancias no sabemos hacia dónde va una
comunidad, sí podemos saber hacia dónde no va, o qué pasos
intermedios tendrá que seguir para llegar a una determinada
situación. En cualquier caso cada vez se hace más manifiesto que
la ordenación territorial no puede reducirse a un apartado técnico,
y que la presencia en esta tarea de las ciencias del hombre ha de
ser algo más que una concesión cortés.
Interés por los aspectos significativos del territorio. Hemos
definido el territorio humano como un espacio seman- tizado, es
decir, portador de unos significados que sobrepasan su
configuración física. Desde esta perspectiva el territorio forma
parte integrante de la cultura y está relacionado con las formas
de comprenderse, de digerir mentalmente el intercambio, dentro
de la comunidad. Las consecuencias que se pueden desprender
de la transgresión o desatención de esta característica, pueden
llegar a ser de naturaleza incluso psíquica. Se ha puesto de
manifiesto el carácter alternante de la personalidad de los
individuos que viven en grupos sometidos a procesos de
aculturación 91. Una situación muy parecida puede producirse
cuando aspectos significativos que forman parte de la trama
mental de un grupo se encuentran sin referente. Los territorios y
distintos puntos territoriales de un grupo funcionan como
significantes de signos en los que ya no está implicada
exclusivamente la comunidad como tal, sino cada uno de los
individuos. La pérdida de los significantes y la permanencia de los
significados no puede menos de crear una situación angustiante,
que proviene de una falta de contacto con la realidad. Hemos
indicado ya que esta situación parece propia de la civilización
actual, una de cuyas características más inquietantes es el
desarraigo. La emigración y los cambios bruscos a los que se ve
sometido el hombre moderno pueden ser ocasiones propicias

91
Cfr. P. Mercier: «Anthropologie Sociale», en J. Poirier: Ethnologie
Générale, pág. 1016.
342 Antropología del territorio

para fomentar esa angustia.


La cultura no es una entidad abstracta e ideológica. La cultura
impregna la realidad, hasta la más física, y el territorio no es una
excepción. Si ciertos porcentajes preocupantes de delicuencia y
criminalidad se producen precisamente, en algunas ciudades,
entre la población advenediza, ello puede deberse a muchas
causas que quizá confluyan en lo que denominamos
inadaptación. Pero es evidente que la inadaptación no es otra
cosa que una deficiencia o incapacidad en la comunicación, que
se produce por símbolos y signos. Uno de los factores de esta
inadaptación es la territorial, que desequilibra una parcela
determinada de la adecuación simbólica entre el significante y el
significado.
Sin duda un reajuste simbólico a situaciones nuevas es
posible. El hombre ha dado pruebas a lo largo de la filogénesis
de su extraordinaria capacidad en este sentido. Pero ello sólo se
consigue con el transcurso del tiempo. Y cabe preguntarse si
mientras se aguarda este momento se pueden desatender las
situaciones individuales. Sin duda no es aplicable al hombre el
principio tantas veces realizado en la filogénesis de que el bien
de la especie justifica el sacrificio de sus individuos. «El hombre
del futuro, a menos que se produzca el holocausto nuclear, se
adaptará a la existencia de hidrocarburos en el aire, detergentes
en el agua, delincuencia en las calles y aglomeraciones masivas
en las zonas de esparcimiento. Hablar de buen diseño es algo
que se convierte en tautología sin sentido si tenemos en cuenta
que el hombre será remodelado para ajustarse a cualquier tipo de
medio ambiente que él mismo cree. La cuestión que tiene
verdadero alcance, por tanto, no es la de ver qué clase de medio
ambiente queremos, sino la de ver cuál es el tipo de hombre que
deseamos»92.
Sin duda la adaptación semántica es más flexible que la
especialización biológica. Si esta última falla la especie animal
correspondiente entra en vías de desaparición o de otra larga
readaptación en los mismos términos. En el caso de la adaptación
semántica, es decir, cultural, entre el hombre y el territorio los
desajustes pueden ser de tipo menos drástico, pero no por ello
deben despreciarse. Hacerlo sería sacrificar a los individuos y a
ios grupos en función de intereses cada vez menos personales,
y, por tanto, menos humanos. De ahí que la planificación territorial
deba hacerse a través de formas que guarden vinculación con los
campos semánticos en los que la comunidad se mueve, y que
sirven de posibles vehículos a los significados que en el intento
han perdido el referente. «Un rasgo cultural, cualesquiera que
sean su forma y función se verá tanto mejor recibido e integrado

92
R. Sommer: Espacio y Comportamiento Indiviual, pág. 317 s.
Apéndice 343

cuanto más acabadamente alcance un valor semántico en ar-


monía con la esfera de significados de la cultura receptora, es
decir, cuanto mejor pueda ser reinterpretado»93.

Análisis de ios ritmos culturales. La dimensión temporal de las


culturas no se reduce a la que dimana de su perspectiva histórica
y evolutiva. La cultura, por muy simple que sea, se mueve
necesariamente en dos planos: uno sincrónico y otro diacrónico,
y esto nada tiene que ver literalmente con el cambio cultural.
Cuando analizábamos el significado espacio-temporal de la
institución veíamos la tendencia existente, dentro de ciertas
escuelas antropológicas, a considerar la cultura como un conjunto
de elementos o unidades de cualquier tipo interrelacionadas en
un único plano.
Según esta concepción el conflicto resultaba más o menos
impensable. Pero nada más lejos de la situación real. La cultura
tiene un fondo diacrónico que está institucionalizado, y que
pertenece de alguna manera a la sincronía o está en función de
ella. De esta manera los significados sincrónicos pueden estar
incluso en contradicción mutua, siempre que el aspecto
diacrónico con ellos relacionados alivie de alguna manera esta
situación. Hemos dado a estas características, aplicadas a los
valores territoriales, los nombres de territorios metafóricos y
metonímicos. En realidad, desde un punto de vista territorial la
situación más frecuente es la que conjuga estos dos tipos de
territorio. Pero el aspecto metoními- co pertenece a lo que
entendemos aquí por ritmos culturales, que pueden estar
temporalmente fijados, o dejados al amparo de acontecimientos
más circunstanciales, pero estadísticamente asegurados. A la
distensión de los significados metafóricos a través de los
metonímicos es a lo que hemos llamado movilidad de signos
propia de la concepción territorial humana.
Planificar un territorio sin tener en cuenta esta característica
equivale, la mayoría de las veces, a engendrar una contradicción
sin ofrecer posibilidades de solución. En los análisis territoriales
que hemos realizado en las páginas anteriores se ha puesto una
y otra vez de relieve que la función de la territorialidad metonímica
es solucionar un problema, confesado o no, consciente o
inconsciente, que tiene planteado la comunidad. Veíamos cómo
los G/wi resolvían la supervivencia del grupo, en una proyección
territorial, en torno a un acontecimiento, más o menos cíclico, que
era la iniciación. La movilización de signos en términos de diferen-
ciación de sexos sustituía a la repartición del territorio por edades,
situación eminentemente práctica, pero socialmente incompleta.
Por su lado en Villanueva de Oseos tuvimos ocasión de

93
R. Bastide: Antropología Aplicada, pág. 47.
344 Antropología del territorio

comprobar cómo la contradicción en la que se encuentra sumida


la casa, a base del sistema de herencia o manda patrilineal en el
primogénito, hacía necesaria la celebración de los roxois, para
reagrupar, aunque sólo fuese temporalmente, a los miembros que
drásticamente habían sido separados por la institución.
Igualmente la extrema exclusividad positiva y negativa en torno a
las tierras, justificaba la presencia de otros rituales donde el rasgo
predominante era la integración. Por el contrario, hemos podido
observar que el problema de Bustiello es precisamente de falta
de integración, y que ello es debido a una carencia muy acusada
de territorios metonímicos, circunscritos en torno a rituales u otros
acontecimientos colectivos.
Si la relación entre los significados metafóricos y los me-
tonímicos es Imprescindible para que concluya el proceso
dialéctico en el que se encuentran las distintas unidades te-
rritoriales y grupales, el perder de vista cualquiera de los pasos
del conjunto, es contribuir a alterar la totalidad con las
consecuencias que hemos descrito en los párrafos anteriores.
Los ritmos culturales no son de la misma duración en todas
las culturas, ni todos los acontecimientos rítmicos de una misma
cultura acontecen en ciclos iguales. Por ello la planificación
territorial es una tarea de múltiples planos que responden a las
características peculiares de las diversas delimitaciones
culturales del continuum espacial, y a las peculiares
cualificaciones del tiempo irreversible que se hace reversible. «Es
imposible concebir las relaciones sociales fuera de un medio
común que les sirve de sistema referencial. El espacio y el tiempo
son los dos sistemas referenciales que permiten pensar las
relaciones sociales, ya sea en conjunto o por separado. Estas
dimensiones de espacio y tiempo no se confunden con las que
utilizan otras ciencias. Constituyen un espacio social y un tiempo
social, lo que significa que no tienen otras propiedades distintas
de las de los fenómenos sociales que les dan contenido. Según
su estructura particular, las sociedades humanas han concebido
estas dimensiones de formas muy diferentes»94.
La importancia tanto metafórica como metonímica de los
territorios utilizados en los ritmos culturales no se puede evaluar
sin un acercamiento a las distintas unidades dialécticas que
animan ese territorio. Planificar el territorio es una tarea que
requiere el contacto directo con los grupos sociales sin los cuales
ese territorio no tendría sentido. Planificar es algo más que
calcular desde una serie de hipotéticos óptimos generalizados.
En la cultura esos óptimos son referenciales y nada indica que
deban catalogarse como tales los que las cifras de gabinete
indican. El hombre es sumamente imprevisible y su

94
Lévi-Strauss: Anthropologie Structurale, pág. 317 s.
Apéndice 345

comportamiento no está prefijado en ningún tipo de molde inscrito


en su naturaleza, es más bien la cultura la que concretiza, a partir
de unas disposiciones sumamente flexibles, los comportamientos
que va a desarrollar. La diversidad de comportamientos es, por
tanto, tan amplia como la diversidad de culturas. Y si como hemos
visto la utilización social del espacio es ante todo un comporta-
miento humano, que no se rige por otras imposiciones que las de
la significatividad y sus leyes, aunque ésta se asiente sobre otras
condiciones infraestructurales, la planificación territorial tiene que
estar dispuesta a ser tan minuciosa y múltiple como los
significados que los hombres dan a los sustratos geográficos
donde viven. Para ello quizás uno de los prejuicios que tienden a
crear generalizaciones, es el que se desprende de una serie de
conceptos de uso común, tan contundentes como en ocasiones
carentes de toda valoración crítica: nos referimos a expresiones
tales como «cultura occidental», «carácter nacional», «cultura
rural y cultura urbana», «vida agrícola y vida industrial», etc.
Antes de situar en estas demarcaciones el punto de partida de
cualquier planificación territorial sería conveniente verificar hasta
qué punto debajo de estos conceptos unitivos no se encuentran
realidades socioculturales diferentes. Dada la minuciosidad con
que opera la formalización espacial de un grupo, es más que
probable que ello sea así. El descubrirlo y formularlo es una tarea
propia de la Antropología Social y Cultural, que ha de jugar un
papel ineludible en este tipo de estudios.
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