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€> o o o o o o o o o o O O §1 o o o o
PHILIPPE ARIES
EL NIÑO
Y LA VIDA FAMILIAR
EN EL
ANTIGUO RÉGIMEN
Versión castellana
de
N aty García G uadilla
revisada por la Editorial
Ño o o o o o o o O O O O O
♦
Q
CAPITULO I
C
JÓVENES Y VIEJOS ESCOLARES ç
DE LA EDAD MEDIA
Q
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C
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t:
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V-
c
c
No se pueden captar los matices propios de las costumbres t
estudiantiles de antaño, ni aún a finales del Antiguo Régimen,
si no se tiene una idea de lo que fue la enseñanza en la Edad t
Media. Probablemente, el Renacimiento humanista ejerció más t
influencia que la Edad Media en los programas, así como en
la cultura, en las zonas superiores del conocimiento y de la t
transmisión de dicho conocimiento. Pero la vida del escolar, e
dentro de la escuela y fuera de ella, dependió durante mucho
tiempo —hasta comienzos del siglo xix— de las costumbres t
familiares contraídas en la Edad Media. Esas costumbres de c
penden de todo un conjunto de civilización que un contempo
t:
ráneo puede difícilmente imaginar, porque los medievalistas
han estudiado durante mucho tiempo la organización corpora C
tiva de las Universidades, el movimiento de ideas filosóficas
en la sociedad universitaria, antes que las condiciones de exis
C
tencia de la escuela y de su medio ambiente1. (r
Existe, un medio para comprender las particularidades de C
la escuela medieval: primeramente, conocer su origen; pero,
igualmente, comprender su evolución en el transcurso de la c
historia pues, en el fondo, un fenómeno se caracteriza menos e
por sus orígenes que por la serie de fenómenos que él mismo
c
1 L. H a l p h e n , «Les Universités au v m e siècle». Revue Historique,
1931.
191
c
c
*
192
como en Irlanda e Inglaterra, los monasterios), asegurasen ellos
mismos la -instrucción de los jóvenes clérigos. Dicha instruc
ción, al revés de la tradición antigua, se daba en la iglesia
misma, y durante mucho tiempo se conservó la costumbre de
decir: a juventute in ista ecclesia nutritus, in gremio sánete
matris ecclesie ab annis puerilibus enutritus3, y la Iglesia no
era considerada sólo como una sociedad, sino como un lugar,
el porche de la iglesia o su claustro.
Esta instrucción era, pues, esencialmente profesional o téc
nica4. H. I. Marrou dirá: era una «escolanía». Se aprendía
todo lo que había que saber para celebrar el oficio y cantarlo;
es decir, el Salterio, las Horas canónicas (en latín, por supuesto;
en el latín de los manuscritos en donde estos textos habían
sido conservados). Asimismo, esta enseñanza se hacía oralmente
y había que aprenderla de memoria, como sucede hoy día en las
escuelas coránicas de los países musulmanes. Quien ha asis
tido en la gran mezquita de Kairuán a la recitación alternativa
de los versículos del Corán, puede darse una idea de la escuela
medieval, tal y como era en sus lejanos orígenes del siglo vi;
pero también tal y como se conservó, siquiera a nivel elemental,
hasta el alba de los tiempos modernos y más allá. Los alumnos
repetían juntos y salmodiaban la frase dada por el profesor
repitiendo el mismo ejercicio hasta que lo aprendieran de me
moria. Los sacerdotes podían decir de memoria casi todas las
oraciones del oficio. Desde ese momento, la lectura ya no era
un instrumento indispensable de conocimiento. Servía única--
mente para auxiliar su memoria en caso de olvido o de fallo
de ésta. La memoria permitía únicamente «reconocer» 5 lo qué
ya sabían, y no descubrir algo nuevo; por ello, la importancia
de la lectura era muy limitada.
Esta instrucción sumamente especializada se daba en las
catedrales, junto a los obispos, para los clérigos que dependían
de ellos. Pasó en seguida a manos de sus auxiliares, que se vol
vieron luego sus rivales, los canónigos del Cabildo. Pero los
concilios de la alta Edad Media prescribían también como obli-
193
gaeión.que los sacerdotes de las nuevas iglesias rurales formasen
a sus sucesores: es decir, que les enseñaran el Salterio, las Horas
canónicas y el canto. Efectivamente, los curas párrocos no eran
designados como hoy día por el obispo, sino por un patrono, y
la escuela catedralicia no garantizaba necesariamente el recluta
miento de las parroquias rurales. Ese sería el origen remoto de
la escuela rural, desconocida del mundo antiguo.
Por eso, la enseñanza rural que existía desde esa época tan
remota, perduró solamente a ese nivel elemental. Pero, al menos
en la época carolingia, la escuela catedralicia no se quedó a
ese nivel, y constituye la célula original de todo nuestro sistema
escolar occidental. La enseñanza del Salterio y del canto conti
nuó, la apariencia de «escolanía» persistió, y muy frecuente
mente el canónigo del Cabildo encargado de la escuela, el sco-
lasticus, era también el chantre. Sin embargo, se agregó una
disciplina nueva, que no era más que las artes liberales de la
latinidad, heredadas dé la cultura helenística y que regresaban
a Galia desde Italia, donde quizá siempre se habían practi
cado en las escuelas privadas, y desde Inglaterra o Irlanda, donde
la tradición se había conservado en los monasterios. En lo suce
sivo, en las escuelas medievales, la enseñanza del Salterio y
del canto será completada por la de las Artes, del Trivium (gra
mática, retórica, dialéctica) y del Quaclrivium (geometría, arit
mética, astronomía, música) y, finalmente, por la de la Teología,
es decir, las Escrituras y el Derecho canónico. Así, pues, el
canónigo encargado de la escuela (el maestrescuela o scolas-
ticus) a veces se hizo suplir por adjuntos: uno, para lo elemental
»—el Salterio—, a modo de adjunto del maestro, y otros para
ciertas disciplinas, como las ramas- de las Artes, la Teología o
el Derecho. Cierto es que esta diferenciación de los maestros no
era general, y debía limitarse a algunas escuelas, las cuales ad
quirieron una importancia especial y comenzaron a atraer a pro
fesores y estudiantes, que llegaban a veces de lejos, como fue el
caso de Chartres y de París. Muy probablemente, la mayoría
de las escuelas catedralicias Subsistieron durante mucho tiempo
con uno o dos profesores que enseñaban la mayoría de las dis
ciplinas, siquiera las Artes. Pero, desde el siglo xn, ya no fueron
suficientes. Los cabildos se vieron obligados a autorizar a otras
iglesias a sufragar más escuelas. Debieron admitir la enseñanza
de los maestros privados, con la condición de que los canónigos
dieran su autorización, y la resistencia que oponían a ello origina
194
la asociación de maestros y alumnos dirigida contra ellos, es
decir, de la' Universidad. Poco a poco, durante el siglo xn, se
creó una red de escuelas, unas ilustres (algunas de las cuales
han dado origen a universidades); las otras, más modestas.
El último fenómeno que iba a conferir a la enseñanza me
dieval su estructura definitiva, fue la especialización de la Teo
logía y del Derecho. La Teología dejó de ser una asignatura
que se enseñaba en las mismas escuelas que las Artes. Se pasó
entonces a una especialización extraordinaria que duró hasta
el siglo xix: en lo sucesivo, a partir del siglo xm , se distinguió
entre la enseñanza de las Artes (que, en las ciudades universi
tarias, dio su nombre a una Facultad: la Facultad de Artes, y
que, a guisa de propedéutica, preparaba al acceso a las escuelas
superiores —la Teología, el Derecho canónico o Decreto; el
Derecho civil, que se denominaron' posteriormente las Leyes—-)
dedicina. Las Universidades del siglo xm establecieron
ivamente esa jerarquía de los conocimientos. Dichas Uni-
rdes agrupaban en general dos .Facultades por lo menos:
icultad de Artes y una o varias Facultades superiores (por
.. o, en París, de Teología y de Derecho canónico), pero
se redujeron a la Facultad de Artes. En efecto, las- Artes
bastaban a sí mismas, y preparaban solamente para otra
ina. Lo que a nosotros nos interesa es ver la influencia de
dversidades en la medida en que ha contribuido a des-
otalmente la Teología y el Derecho de las Artes. En reali-
is disciplinas especiales superiores se concentraron natural-
rhente en las ciudades universitarias, adonde llegaban ríos maes
tros ilustres y los alumnos atraídos por su prestigio. Por el con
trario, las Artes, liberadas de disciplinas parásitas tales como
la Teología o el Derecho, aunque fueron también enseñadas por
maestros diplomados por las Universidades, no fueron sistemá
ticamente absorbidas por las Universidades; en todas partes
donde existían, las escuelas de artistas subsistieron, incluso en
los lugares-donde no se crearon Universidades, y dichas escuelas
probablemente tendieron a multiplicarse a finales de la Edad
Media.
Llegamos, pues, a una disciplina de las Artes, a la vez uni
versitaria y no universitaria, esparcida por todo el país, bajo la
dependencia del cabildo en un lugar, del obispo en otro, del
abad en otro distinto, y sus programas comprendían la enseñan
za del latín (incluso el Salterio), excepto la Teología los dos
195
Derechos y la Medicina. Esta disciplina de las Artes es la que
aquí nos interesa, tal y como se constituyó definitivamente en
el siglo x iii .
. 196
profesión o condición a la que se pertenezca. Ahora bien;" en
la Edad Media y a principios de la era moderna, esos' 'córióéí-
mientos elementales y empíricos no eran objetó d é ’enséñanza
escolar: se adquirían en la familia o en el ofició, poi riiedib
de un aprendizaje6. La utilidad de la escuela comenzaba con el
latín y terminaba cuando se llegaba al nivel de estudios latinos
necesarios para el uso que se quería hacer de ellos. Un cura
párroco de una iglesia rural podía contentarse con saber dé
memoria los textos litúrgicos, mientras que un futuro procurador
debía ser más exigente. Claro es que existía en la escuela medie
val una enseñanza elemental del latín: la del Saltèrio, en el que
se aprendía a leer, y que sin duda alguna ha inspirado la pri
maría moderna, como veremos más adelante7. Pero el Salterio
es únicamente el rudimento de la escuela latina, con técnicas
propias del latín. Transfiriéndole .al francés de la «escüela ele
mental», cambió la orientación, y entonces resultó algo muy di
ferente.
Tercera diferencia: la ausencia de enseñanza superior de
Letras y de Ciencias. Es cierto que existían Facultades de Teolo
gía, Derecho, Medicina, y éstas han subsistido hasta nuestros
días con los mismos nombres. Pero en Francia ho había nada
comparable a las formaciones superiores del mundo helenista,
esencialmente científicas, retóricas y filosóficas, ni a nuestras
Facultades de Letras-y de Ciencias, nacidas a principios del
siglo xix, con la Universidad napoleónica. Esta laguna sorprende
cuando se piensa en la importancia de la Filosofía en la vida
intelectual de la Edad Media. El descubrimiento de obras desco
nocidas de Aristóteles; y la gran síntesis tomista, deberían haber
favorecido una enseñanza distinta de las Artes liberales y de la
Teología. En efecto, là Moral y la Metafísica ocuparon en los
programas un espacio tal, que una parte de las Artes fue absor
bida por la Filosofía. Así, la antigua dialéctica del trivium des
apareció en beneficio de la Lógica, que la sustituyó de modo
duradero en la terminología escolar; y Lógica se volvió, desde
ese momento, sinónimo de Filosofía. ¿Podía esa Filosofía coexis
tir con la gramática y con las formas rudimentarias de,ésta, o
se separaría de ella para convertirse en una disciplina superior?
197
#
198
de otras ciudades que no dieron origen a Universidades. Sin
duda alguna, en el París del siglo x iii , en la época de Santo
Tomás, hubiera podido ocurrir lo que ocurrió en Oxford y
Cambridge. Las escuelas parisinas atraían a estudiantes que vi
vían muy lejos, y que ya habían sido formados en otras escuelas.
Ya en el siglo xn se observa que, después de la pubertad, los
mejores alumnos abandonaban sus escuelas para ir a Chartres,
Tournai, Orleáns o Bolonia9. No obstante, esas escuelas más
famosas no dejaban de ocuparse de los principiantes, y no se
impuso la costumbre de aceptar únicamente a las personas ya
formadas, al contrario de lo que ocurría en Oxford y en Cam
bridge. La razón se debe, quizá, a que París había mayor
afluencia de la población nativa que en las pequeñas ciudades
inglesas, de manera que las escuelas tuvieron que responder a
las necesidades de una clientela forastera, análoga a la de nues
tras Facultades, pero también local, como la de nuestros colegios
o institutos. En todo caso, en esas escuelas, la Filosofía no se
separó de la gramática y de su rudimento, de tal modo ■que el
programa era el mismo en las escuelas de las ciudades univer
sitarias que en las de las ciudades sin universidad, con" tal que
dichas escuelas fuesen lo bastante importantes.
Las consecuencias de esta situación son sensibles, aún hoy
día. La Filosofía permaneció en el programa de las escuelas de
gramática, y cuando, a partir del siglo xiV, se graduó da ense
ñanza, cuando se admitió la distribución de conocimientos según
la dificultad y según la edad, se retrocedió la Filosofía’al final
del ciclo de latinidad, donde constituyó las dos últimas clases
bajo el nombre de Lógica y de Física, las cuales pasaron a ser
nuestras clases modernas de Filosofía. La Lógica y la Física del
siglo xvi corresponden simultáneamente a los colegios universi
tarios ingleses y a nuestras Facultades modernas de Letras y de
Ciencias. La existencia actual en Francia de un segundo bachi
llerato se debe al hecho de que la Filosofía no se separó del
resto de las Artes. En Inglaterra, por el contrario, no hay se
gundo bachillerato, porque no . había en las grammar schools
enseñanza filosófica, como tampoco Lógica ni Física.
Lo que se convirtió en Inglaterra en enseñanza superior, fue
absorbido en Francia por lo que pasó a ser enseñanza secun
daria. Por eso, la creación de una Facultad de Letras por Napo-
199
le,ón no se apoyaba en ninguna tradición francesa, y hubo de
inspirarse en modelos extranjeros, alemanes principalmente. Por
esta razón la enseñanza superior de Letras y de Ciencias no
entró en las costumbres en Francia como complemento necesa
rio de una buena educación. Aún a finales del siglo xix, lo que
equivalía socialmente en Francia a Oxford o Cambridge, no era
la Sorbona, sino Louis-le-Grand, Stanislas (liceos), o algún cole
gio de jesuitas. Hoy día sería el Instituto de Estudios Políticos,
Sciences-Po. ¡Qué conservadora es la historia de la enseñanza
cuando es preciso explicar los caracteres modernos por orígenes
tan lejanos! Es casi tan conservadora como la historia de la
Iglesia.
Hasta ahora, la comparación de la enseñanza medieval con
la nuestra ha destacado principalmente las diferencias. Yo en
tiendo por diferencia la imposibilidad en que estamos de hallar
el origen de la una en la otra: ni nuestra enseñanza primaria,
ni la superior remontan directamente al régimen médieval. Como
se ha podido adivinar a propósito del análisis de los orígenes
del bachillerato superior, ya no sucede lo mismo con la enseñan
za secundaria. En nuestra secundaria clásica del siglo xix y co
mienzos del siglo xx, que era todavía latina, hay que reconocer
el resultado natural de las Artes liberales de la Edad Media.
Éstas han sido modificadas profundamente, principalmente en
dos ocasiones: bajo la influencia humanista del siglo xvi, cuan
do la latinidad clásica sustituyó a los autores del Bajo Imperio, y
en el siglo xvm , cuando se introdujo el uso escolar del francés
y algunas nociones nuevas de ciencias. Pero dichas Artes libera
les continuaron siendo reconocibles y su terminología tradicional
persistió. Probablemente, el término mismo de artista, aplicado
a los escolares, dejó de usarse a partir del siglo xvi, aunque sub
sistió en un lenguaje administrativo no hablado, para designar
la Facultad de Artes," en oposición con otras Facultades supe
riores. Pero las expresiones utilizadas, casi hasta nuestros días,
para nombrar las principales formaciones de la secundaria —o
de lo que se transformó en secundaria— continúan pertene
ciendo al vocabulario tradicional de las Artes. Durante los dos
últimos siglos del Antiguo Régimen y aun en el siglo xix, el
ciclo normal se descomponía de la siguiente manera: hasta el
cuarto curso, las clases de gramática, luego el curso segundo o
de Humanidades, a continuación el primero o Retórica; sigue
la Lógica, y finalmente la Física. Ahora bien, excepto las Hu-
200
inanidades, todos esos términos designan a las Artes liberales.
La Gramática y la Retórica son dos ramas del trivium. La Lógica
es la antigua dialéctica, promovida a un nivel más filosófico
que oratorio por el renacimiento aristotélico de la Edad Media.
La Física no es más que el antiguo quádrivium. Las Humanida
des representan la aportación del pensamiento humanista del
siglo xvi, aplicada sobre todo por los jesuítas. Durante el si
glo xix, la Lógica y la Física fueron reemplazadas por nuestras
clases de Filosofía y de Matemáticas.. La simple enumeración de
los nombres de las asignaturas, del siglo xvi hasta nuestros días,
resume con exactitud toda la historia de la escuela latina: el
trivium y el quádrivium de los orígenes, los aluviones filosófi
cos de la Edad Media, los humanistas del Renacimiento, y la
modernización de la Lógica y de la Física antiguas en Filosofía y
en Matemáticas modernas. Las etapas están bien señaladas, pero
como etapas de una misma evolución. Se puede remontar insen
siblemente desde nuestro instituto moderno —antes de las refor
mas que asimilan a la secundaria con la primaria superior y
con la técnica— hasta el colegio del Antiguo Régimen, y desde
t el colegio a la escuela, latina medieval, en donde se enseñaba «la
. gramática y las Artes». Ello no significa que, en la Edad Media,
la enseñanza de las Artes correspondiera a la de nuestra secun
daria, sino simplemente que la enseñanza se halla al principio
de la evolución que conduce a nuestra secundaria.
La ausencia de gradación
A nadie se le ocurría, en la escuela medieval, graduar la
enseñanza de manera que los temas de estudio fueran repartidos
según su dificultad, comenzando por los más comprensibles. El
ejemplo más patente es el de la gramática. Nosotros considera
201
*
202
dos habían recibido del Cabildo el derecho de enseñar- el¡ Donato .
pero no otros autores. •’ v. —' ■
Ahora bien, numerosos manuscritos agregan después >del
Donato fragmentos de Prisciano que uno hubiera podido consi
derar como up autor para estudiantes más avanzados. A princi
pios del siglo xi, el anglosajón Aelfric escribió un diálogo latino
con traducción yuxtalineal, destinado a los principiantes del nivel
del Donato; este autor acompaña su diálogo con Excerptiones de
Prisciano minore vel majore: es una especie de resumen o de
antología de Donato y de Prisciano. Por otra parte, se señala
un Donato en el inventario del equipo de un estudiante de Bo
lonia desvalijado en 1393, y además del Donato aparecen un
Doctrinal y un Boecio. Este último autor, Boecio, trataba de la
dialéctica, de la música, del quadrivium; como si se hubiera en
contrado una breve gramática francesa en el pupitre de un
alumno de filosofía, entre sus libros de clase usuales. La gramá
tica era, pues, a la vez una ciencia y un rudimento e interesaba
tanto al estudiante avanzado de quince a veinte años como al
joven tonsurado de diez años. Se trataba siempre de la misma
gramática, estudiada a través de los mismos autores del Bajo
Imperio11.
Otro ejemplo de ausencia de gradación lo proporciona el
ciclo escolar de Juan de Salisbury, a mediados del siglo xn.
Juan de Salisbury nació hacia 1137. Llegó a París a los catorce
años. A esta edad, ya había recibido una primera instrucción:
el Salterio, el Donato y un barniz de artes liberales. Si fue a
París, era para completar su instrucción al lado de maestros cé
lebres. Éstos podían estar especializados, como en el siglo xm,
en ciertas ramas de las artes: tal maestro enseñaba la gramática,
otro la retórica, otro más la dialéctica o la lógica, y otro el
quadrivium, pero esto no era una regla absoluta. Por lo general,
el mismo maestro enseñaba todas las artes, con una insistencia
especial en una disciplina favorita. Así, en el siglo xvi, Odón de
Tournai, que dirigía a doscientos alumnos, profesaba todas las
artes, aunque praecipue tamen in dialéctica eminebat. Y, si bien
en los siglos xn y xm , en París y en las ciudades universitarias,
los maestros más ilustres a veces estaban relativamente especiali
zados, esta especialización luego tendió a retroceder. Guando
11 J. W. A damson, A guide to the history of education, Cambridge,
1920. A short history of education, Cambridge, 1919. English education,
Cambridge, 1930. •■■■ ■'
203
*
12 Ph. D el ha v e , o p . cit .
204
de Courpon I314. Ese texto da el programa de los exámenes univer
sitarios. En. primer lugar, para la determinatio, el futuro bachi
llerato, se exigen: l.°, la Gramática: sint in grammcitica edocti,
et Doctrínale et Graecismum audiverint; 2.°, la Lógica: veterem
artem totam, es decir, el Organon e igualmente el De Anima,
de Aristóteles. Para la licencia docendi: la Física y los tratados
científicos de Aristóteles: De generatione et corruptione, De
cáelo et mundo, Parva naturalia. Para la maestría en Artes: la
Ética y los Meteoros del mismo Aristóteles. Aquí podríamos re
conocer los elementos de una gradación: la Gramática y la Lógi
ca, que ocupaban la mayor parte del espacio en los programas
de las Artes, el quadrivium y la filosofía moral. Pero esta gra
dación sigue siendo muy imprecisa, ya que coloca al mismo
nivel la Gramática y Lógica; más bien se trata de una clasifica
ción que corresponde a una escolaridad más precisa, a una
mejor organización de los exámenes con el deseo de imponer,
por medio de la licenciatura y de la maestría, temas que no se
exigían aún del candidato a bachiller. Además, esta distribución
de disciplinas entre los tres exámenes no prejuzga ni su difi
cuitad —ya que el Organon o De Anima no son más fáciles
que la Física o la Ética—, ni el orden según el cual serían ense
ñadas, pues las épocas de celebración de los exámenes de bachi
llerato, de la licenciatura y de la maestría se aproximaron tanto
que se confundían a principios de la era moderna, cuando prác
ticamente se convirtieron en los diversos requisitos de una misma
prueba M.
La simultaneidad
Entre las Artes no había jerarquía, por lo menos entre la
Gramática y la Lógica. Sin embargo, si bien la enseñanza no
estaba graduada, hubiera podido estar repartida en el tiempo.
Esta distribución se volvió incluso inevitable en las escuelas de
los siglos x ii y x iii , que hacían el papel de escuelas superiores
de las Artes, como las frecuentadas por Juan de Salisbury: pero
nosotros sabemos que en Francia esta jerarquía de las escuelas
de arte se modificó rápidamente. Dicha jerarquía vino a menos
debido a la clientela menor de los niños de la ciudad e igual-
13 A. R. T héry , op. cit.
14 H. Ferté, Des grades universitaires de l’ancienne faculté des Arts,
1868.
205
o
«*
■y
■"N mente por la tendencia a abreviar la duración de los estudios.
El ciclo universitario de Juan de Salisbury se prolongó unos
'■yi doce años, a los que hay que agregar los cinco o seis años de
O escuela primaria que les precedían. Sus compañeros de dialéctica
permanecieron en esta rama de las artes durante cerca de diez
años. En efecto, existía ya desde esa época una tendencia inver
»*»,
.
sa, como lo atestigua un tratado del mismo Juan de Salisbury:
--J
el Metalogicon, que escribió en contra de aquellos que deseaban
•y abreviar la duración de los estudios, e incluso, según pretende el
autor, reducirla a dos o tres años 15. Tres años en lugar de diez
-)
o doce. Juan de Salisbury humilla a sus adversarios con su des
O precio. Sin embargo, son estos últimos los que triunfaron, y
su protagonista Cornificius, objeto de sus burlas, aparece ante
nosotros como el precursor de la enseñanza moderna, caracteriza
■v da desde el siglo xv por un ciclo más corto que el de la Edad
"S Media. No obstante, se trata únicamente de una anticipación, y
V
la Edad Media conservó un ciclo largo, que se explica por el
'-3 hecho de que la enseñanza era monopolio de clérigos ya bene
ficiados, y por ello poco urgidos por la necesidad de establecerse.
■5
La enseñanza se abrevió cuando la escuela latina buscó sus
•a
-v alumnos entre los laicos principalmente. Pero, incluso entonces,
el ciclo largo subsistió como un modelo que se recordaba con
o
typ*
nostalgia. Los humanistas, a pesar de ser tan hostiles a la pe
dagogía medieval, seguían creyendo que la educación ideal debía
-O prolongarse durante mucho tiempo, después de la infancia o de
la adolescencia, de las cuales ellos no percibían ni los límites
fH > O
207
La mezcla de edades y la libertad de los escolares
La ausencia de gradación de los programas, la simultaneidad
de su enseñanza, los métodos orales de repetición: es preciso
conservar en la mente los rasgos de esta pedagogía si queremos
tratar de entender la sorprendente estructura demográfica de la
escuela medieval.
¿A qué edad se entraba en la escuela? A este respecto, las
indicaciones de los historiadores varían, porque, si son franceses,
no se sabe a ciencia cierta si se refieren a la escuela elemental
o a la escuela superior, tal y como ésta ha existido únicamente
en los siglos xii y xm . Si los historiadores son ingleses, por el
contrario, se sabe mucho mejor de. lo que se habla, porque la
distinción entre escuelas elementales y superiores de Artes sobre
vivió al siglo xm y ha durado hasta nuestros días. Pero, incluso
en los casos que parecen los más precisos, subsiste un¿ ambi
güedad.
En Inglaterra, durante el siglo xiv, Chaucer, en el «Priore’s
tale», de los Cuentos de Canterbury 17 nos presenta a un alumno
de escuelas romanas: «Ahora bien, entre los niños estaba el.
hijo de una viuda, monaguillo de unos siete años de edad y
que venía generalmente todos los días a la escuela.» Era un
niño precoz para su época. En París, en el Colegio del Ave
María, en 1339, los más jóvenes contaban ocho o nueve, años,8.
Asimismo se entraba al Winchester College entre los ocho y los
diecisiete años '9. La edad dada por el historiador inglés Adamson
parece ser la más corriente: de nueve a doce años. Podemos
admitir que el promedio era alrededor de los diez años cuando
%'el monaguillo comenzaba su Salterio. Observemos que hoy en
día, a esta edad, ingresaría en sexto * si no iba adelantado y si
había hecho cuatro o cinco años de escuela primaria, o a veces
más si había asistido a la escuela de párvulos. El monaguillo
medieval tiene un retraso de cuatro o cinco años respecto del
muchacho de nuestra época, y esos cuatro o cinco años de edad
representaban entonces un período relativo mucho más largo
que hoy día. Por lo tanto, se ingresaba tarde en la escuela.
¿Cuánto tiempo se permanecía en ella? También aquí es preciso
208
distinguir cuidadosamente: hasta el siglo xii aproximadamente,
la escolaridád duraba hasta los trece o los catorce años, la época
de la pubertad. Después, durante los siglos xii y x m , debido al
movimiento universitario, se estableció la costumbre de un ciclo
largo que sustituía a la escuela elemental y, aceptando al estu
diante hacia los trece o catorce años, lo acompañaba hasta los
veinte aproximadamente. El régimen inglés era el siguiente: la
escuela elemental o, como se dirá después, la grammar school,
hasta los catorce años y el colegio- de la Universidad de los
catorce a los dieciocho, después de lo cual el alumno se espe
cializaba en Teología, o hacía una pasantía práctica de Derecho.
Hemos dicho ya que en Francia, la enseñanza de las artes en dos
ciclos no pasó del siglo xm . Las escuelas universitarias parisinas
debían de tener una proporción de alumnos de más de catorce
años que elevaba el promedio de edad: sé trataba de estudiantes
atraídos por el prestigio de los'maestros de la ciudad. Pero esas
mismas escuelas recibían, sin duda alguna, a principiantes mu
cho más jóvenes, ya que dichas escuelas no lograron imponerse
como escuelas de complemento, en las que sólo se entraba des
pués de haber recibido una instrucción primaria. Aquí radica
la gran diferencia con las escuelas inglesas. Durante los si
glos xii y xm , mientras predominaba la costumbre del ciclo
largo, los estudiantes franceses solían permanecer en las escuelas
muchos años, hasta los veinte o incluso más. Varios indicios
sugieren que la enseñanza de las artes atraía y retenía a los
profesores: así, maestros ilustres la preferían al Derecho o a
la Teología porque estaba mejor remunerada y, en consecuen
cia, porque había más estudiantes, y que los adultos permanecían
mucho más tiempo. Sabemos, por el contrario, que a partir del
siglo xiv, los regentes de esas escuelas enseñaban las artes
liberales mientras les llegaba una mejor oportunidad. Y se vol
vieron, no especialistas eminentes, como en los siglos xii y xm,
por ejemplo Anselmo o Abelardo, sino profesores ocasionales
que enseñaban las artes al mismo tiempo que preparaban los
grados de las Facultades superiores, Teología, Derecho o Medi
cina. Esta última fórmula es la que se impuso hasta que los
jesuítas dieran de nuevo al cuerpo profesional un prestigio, pol
lo demás muy relativo; los regentes fueron la mayoría de las
veces estudiantes de las Facultades superiores que se gánaban
la vida de esta manera, como hoy día lo hacen los estudiantes
de Letras y de Ciencias dando clases particulares. Esta baja del
209
*
210
Si consideramos esta indiferencia para con la edad, si recor
damos lo qué anteriormente dijimos sobre los métodos pedagó
gicos que se estilaban, sobre la simultaneidad y la repetición
de la enseñanza, no nos sorprenderá el ver en la escuela medie
val a todas las edades mezcladas en un mismo auditorio. Esta
observación es sumamente importante para nuestro análisis. La
escuela no disponía entonces de amplios locales. El maestro se
instalaba en el claustro, al que había despejado de comercios
parásitos, o también en la iglesia o en el atrio de ésta. No obs
tante, después, con la multiplicación de escuelas autorizadas, el
maestro se contentaba a veces con un rincón de calle cuando
no tenía recursos económicos suficientes: por ello, Santo To
más, cuando la ocasión se presenta, manifiesta su desdén por
esa gente de poco que habla coram pueris in angulis20. General
mente, el maestro alquilaba una sala, una sóhola, a un precio
que, por otra parte, estaba reglamentado en las ciudades uni
versitarias; en París, esas escuelas se localizaban en una calle,
la calle del Fouarre: vicus straminis. Claro está que esas escue
las eran independientes unas de otras. Se cubría el suelo de paja
y los alumnos se sentaban encima. Luego, a.partir del siglo xiv,
se colocaron algunos bancos, aunque esta innovación pareció al
principio sospechosa. Los maestros esperaban la llegada de
los estudiantes igual que los comerciantes a los parroquianos.
A veces ocurría que uno atraía a los del vecino. En esa sala se
reunían muchachos y hombres de todas las edades, de diez a
veinte años, o más todavía. «Estoy viendo a los estudiantes de
la escuela —afirma Robert de Salisbury en el siglo xn 21—. Son
muy numerosos [podía haber más de doscientos]. Veo entre
ellos a hombres de edades diversas: pueros, adolescentes, juve-
nes, senes»', es decir, todas las edades de la vida, pues no había
vocablo para designar al adulto y se pasaba sin transición de
juvenes a senes.
Aún en el siglo xv, los regentes del Doctrinal de Pierre
Michault se dirigen simultáneamente a los niños y a los mayo
res que componían su auditorio22 en los siguientes términos:
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Bons escoliers, entendemens ouverts
• Tant soiez vieux ou josnes, meurs ou vers [...] *
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