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Este octubre, los ojos del mundo occidental estarán puestos en las celebraciones y

conmemoraciones de la Reforma Protestante, que cumple ya quinientos años. Como iglesia, somos
hijos de esta Reforma. De hecho, es imposible entender la historia moderna aparte de la Reforma. No
podemos entender la historia de Europa, Inglaterra o Norteamérica sin estudiar la Reforma. Por
ejemplo, en Norteamérica nunca habría habido Padres Peregrinos si no hubiera existido una Reforma
Protestante. Nuestra iglesia surgió en esa Norteamérica protestante.

Por lo tanto, este evento debería despertar ciertas reflexiones en nuestra iglesia. En primer lugar,
cuando pensamos en la Reforma y la relación que nuestra iglesia tiene con ella, pensamos en
términos de doctrinas. Sin embargo, lo que Lutero redescubrió no fue una o varias doctrinas.
Redescubrió a Cristo y la salvación que él nos ofrece gratuitamente. Cristo es más que una doctrina:
es un Ser personal. La doctrina no salva. Solo en Cristo hay salvación.

Claro, cuando entablamos una relación personal con Jesucristo, comenzamos a comprender la
necesidad de seguir sus enseñanzas, y eso nos lleva a la doctrina correcta. Pero tener la doctrina y
las enseñanzas correctas, y no tener a Cristo, es como mantener el respirador artificial encendido a
una persona que ya ha tenido muerte cerebral: tiene la apariencia, pero no está viva. Por esta razón,
no deberíamos hablar de la doctrina de la “justificación por la fe”. En su lugar, deberíamos siempre
hablar de la justificación por la fe en Cristo. La fe por sí misma no puede salvar, solo en Cristo hay
salvación (Hech. 4:12).

Como remanente del tiempo del fin que fue comisionado a llamar la atención sobre doctrinas que
han sido descuidadas durante siglos (ver Apoc. 14), los adventistas deberíamos recordar que nuestro
ADN no solo está en que obedecemos “sus mandamientos”, sino también en que tenemos “fe en
Jesús” (Apoc. 14:12, NTV). Y más allá de la discusión de si es la “fe en Jesús” o la “fe de Jesús”, si
sacamos a Jesús de la ecuación, entonces no queda nada. Una y otra vez debemos recordar que no
somos salvos por guardar el sábado o creer en la inmortalidad condicional del ser humano.

La doctrina correcta, fuera de Jesús, NO puede salvar.

Y así como Lutero tuvo que remover tradiciones, prejuicios, estructuras eclesiásticas y barreras que
impedían el acceso a la Biblia y a Jesús, como adventistas hoy deberíamos revisar si la doctrina
correcta no se ha interpuesto entre Cristo y nuestra salvación. No es que sean mutualmente
excluyentes. En absoluto. Por el contrario, son totalmente complementarias. El problema
sencillamente es de orden y de prioridades.

Por eso, las celebraciones de los quinientos años de la Reforma deberían motivarnos, en primer
lugar, a revisar nuestra relación con aquel que es “el camino, la verdad y la vida”, ya que “nadie puede
ir al Padre si no es por medio” de él (Juan 14:6, NTV). Esa introspección, sin embargo, también debería
llevarnos a exaltar a Cristo ante el mundo, recordando que lo único que hace atractiva la religión es
Cristo, no un frío argumento. Y, si bien reconozco que alguien que ha encontrado a Cristo también
necesita ser guiado a guardar todas sus enseñanzas, el mayor desafío del cristianismo hoy son
aquellos que no quieren saber nada de religión. A estos últimos, solo Cristo hará que se sientan
inclinados a pensar en su religiosidad.

A quinientos años de la Reforma, debemos recordar su razón de ser: exaltar a Cristo.

“Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos
los demás nombres para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra
y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre”
(Fil. 2:9-11, NTV). RA

Marcos Blanco
Pastor y Magíster en Teología, desempeña su ministerio
en la Asociación Casa Editora Sudamericana desde 2001
Artículo tomado de http://revistaadventista.editorialaces.com

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