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En vez de adoptar una sola perspectiva explicativa, como frecuentemente se realiza en las teorías
tradicionales de la ciencia, los modelos etiopatogénicos en psiquiatría son pluralistas y de
multinivel (1).
Variada y sólida evidencia indica que los
trastornos psiquiátricos involucran procesos
causales que actúan en los niveles micro y macro,
dentro y fuera del individuo, y que incluyen
componentes entendidos desde las perspectivas
biológica, psicológica y sociocultural.
Este modelo fue desarrollado desde la física y no se aplica fácilmente a las ciencias biológicas y a
las ciencias sociales relevantes a la psiquiatría. Tanto es así que la implicancia fundamental de este
modelo (que todos los procesos causales deben ser entendidos desde una perspectiva y un
conjunto de leyes) ha sido desacertada en el campo de la salud mental y ha sido indirectamente
promovida por el surgimiento de dos perspectivas antagónicas y, en palabras del profesor
Kenneth S. Kendler, profesor de psiquiatría y genética del comportamiento de la Universidad de
Virginia, Estados Unidos de América, contraproducentes (1):
• El reduccionismo: Que postula que todas las enfermedades psiquiátricas son mejor explicadas
solamente en términos de la neurociencia molecular; y,
• El emergentismo: Que postula, por su parte, que todas las enfermedades psiquiátricas son mejor
explicadas en términos psicológicos o sociales y no pueden ser deducidas desde la biología.
Estos modelos asumen, incorrectamente, que las enfermedades psiquiátricas pueden ser
entendidas desde una perspectiva única (2, 3). La psiquiatría debe alejarse del modelo basado en
leyes fundamentales, descripto previamente, hacia un modelo integrativo, basado en el enfoque
biopsicosocial. Esto produciría un marco conceptual más práctico y coherente. Particularmente,
mientras que la integración de los elementos biológicos, psicológicos y socioculturales era
prácticamente imposible utilizando un modelo basado en leyes fundamentales, fluye
homogéneamente al utilizar una aproximación integrativa, basada en mecanismos de multinivel.
Esta aproximación de las enfermedades psiquiátricas es una rigurosa descendiente conceptual de
un distinguido linaje de teorías integracionistas (4).
En este capítulo se discutirán los principales modelos explicativos en psiquiatría, el modelo
integrativo de segmentación y re-ensamblaje (a través de un ejemplo práctico) y el modelo
integrativo jerárquico. Antes, no obstante, se ensayarán algunos conceptos sobre normalidad y
anormalidad psíquica y sobre las clasificaciones en psiquiatría.
Del libro “Alicia en el País de las Maravillas”, por Lewis Carroll (1832-1898)
CRITERIO ESTADÍSTICO
Existe una continuidad entre las conductas normales y las anormales y su diferencia se considera
de naturaleza cuantitativa. Este criterio no especifica la esencia de la normalidad, ni los límites
entre salud y enfermedad, por lo que tiene escasa utilidad y validez en el contexto científico de la
psiquiatría.
CRITERIO SUBJETIVO
Según este criterio es el propio sujeto el que evalúa su estado y situación personal, detecta una
anomalía en sí mismo (malestar, incapacidad, etcétera), la comunica e intenta determinar su
origen. Si bien la introspección tiene valor psicopatológico, se debe reconocer que es un criterio
bastante impreciso y limitado. La falta de conciencia de enfermedad (insight) es muy frecuente en
los trastornos psicóticos y, en el extremo opuesto, algunas personas tienen una tendencia a la
sobrevaloración de dificultades de la vida cotidiana.
CRITERIO SOCIAL
Lo anormal, según este criterio, es una desviación del conjunto de creencias y conductas aceptadas
por la sociedad. El marco normativo de referencia es la adaptación al rol personal y social que
lleva adscrito el ser miembro de una comunidad determinada.
Este modelo puede llegar a ser muy problemático, puesto que con demasiada frecuencia algunas
normas sociales que implican juicios de valor peyorativos pueden catalogar como anormales
problemas o formas de vida alternativas, simplemente porque no siguen los patrones culturales de
la mayoría social (por ejemplo, la homosexualidad sigue considerándose una anormalidad en
muchas culturales, a pesar de evidencia sólida y contraria) (6).
Se puede afirmar que el concepto de normal y anormal surge en función del contexto en el cual el
acto se realiza. Lo anormal puede ser patológico e inadaptado en unos casos, pero también sano y
adaptado en otros.
CRITERIO BIOMÉDICO
Diferentes autores han planteado que ni la psiquiatría ni la psicología clínica han logrado superar
el modelo biomédico al momento de abordar lo anormal y lo normal. Además de referirse siempre
a los problemas de las personas en términos de salud mental (lo normal) o enfermedad mental (lo
anormal), entendiéndose con enfermedad, que hay una causa biológica en eso que se denomina
anormal (10). La psiquiatría, muchas veces, se ha centrado solamente en ver las emociones
negativas, la anormalidad y las patologías, olvidando los aspectos positivos (11, 12).
OTROS CRITERIOS
Por último, el criterio ideal o utópico, es un estado de bienestar afectivo, social e individual. Lo
óptimo y completo es lo normal, mientras que lo anormal sería lo contrario (13).
ELEMENTOS DE LA ANORMALIDAD
Existen algunos elementos en los que coinciden una serie de autores al plantearlos como los que
caracterizan a la anormalidad psíquica (12).
• Sufrimiento personal: Se refiere al padecimiento de un malestar del sujeto, causado por algún
factor anormal;
• Falta de adaptación del entorno: Se refiere al comportamiento anómalo que impide a la persona
relacionarse con su entorno, lo que genera dificultades sociales, personales y laborales;
• Irracionalidad e incomprensibilidad: Se refiere a esos comportamientos que no se pueden
explicar racionalmente;
• Malestar en el observador: Que va de la mano con el rompimiento de las convenciones sociales y
que causan molestias a otras personas;
• Violación a las normas morales: Se refiere a la violación de comportamientos morales. Cuando el
comportamiento se sale de esa manera adecuada de comportarse, se dice que hay una
anormalidad.
• Obstáculo: Que dificulta el desarrollo de la persona en la vida cotidiana y en los aspectos físico,
intelectual, afectivo y/o social
Todos y cada uno de los criterios expuestos, por sí solos, resultan insuficientes como referencia
para dar cuenta y definir la normalidad y la anormalidad. Sin embargo, lejos de ser incompatibles
son complementarios e igualmente necesarios para la comprensión de estos conceptos. En
principio, el que una conducta sea anormal no implica necesariamente que sea patológica. Incluso
existen grados dentro de cada anomalía o alteración y no todos implican una alteración
psicopatológica.
En psiquiatría, la naturaleza de un fenómeno o conducta definidos como patológicos no vienen
dados por su anormalidad o desvío de la norma (o de lo que debe ser), sino porque bajo tal
fenómeno o conducta subyacen mecanismos que comportan al sujeto una restricción de su
libertad.
“La psiquiatría es una patología de
la libertad”.
Henry Ey, psiquiatra y psicoanalista
francés
Bajo el tamiz de la libertad (entendida como forma de enriquecimiento existencial que mejore las
relaciones humanas inter e intrapersonales) puede entenderse por qué los trastornos mentales
(por ejemplo, las psicosis, las alteraciones de la personalidad, entre otras) son patológicos, en
cuanto representan para la persona una pérdida (o al menos una dificultad) de las posibilidades
de autorrealización (7).
La quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) de la
Asociación Americana de Psiquiatría, así como la décima edición de la Clasificación Internacional
de Enfermedades (CIE 10) han evitado los términos como “enfermedad” o “padecimiento” para no
suscitar problemas con su significado. El término, aceptado y consensuado, ha sido el de trastorno
mental, y así lo define el DSM-5 (15):
“Un trastorno mental es un síndrome caracterizado por una alteración clínicamente significativa del
estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento del individuo que refleja una
disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo que subyacen en su función
mental. Habitualmente, los trastornos mentales van asociados a un estrés significativo o a
discapacidad, ya sea social, laboral o de otras actividades importantes. Una respuesta predecible o
culturalmente aceptable ante un estrés usual o una pérdida, tal como la muerte de un ser querido, no
constituye un trastorno mental. Los comportamientos socialmente anómalos (ya sean políticos,
religiosos o sexuales) y los conflictos existentes principalmente entre el individuo y la sociedad no son
trastornos mentales, salvo que la anomalía o el conflicto se deba a un disfunción del individuo como
las descritas anteriormente”.
Tal como puede leerse, el término “trastorno mental” implica, lamentablemente, la distinción
entre “lo mental” y “lo físico” que remite al dualismo mente/cuerpo de épocas pasadas. La realidad
es que esta distinción es artificial, existiendo mucho de mental en lo físico y viceversa, mucho de
físico en lo mental (6).
En lo que respecta a la necesidad de distinguir con claridad qué tipo de trastorno tiene un
determinado paciente, han existido numerosos intentos de construir sistemas clasificatorios
precisos. El DSM ha sido el sistema de clasificación hegemónico en la psiquiatría contemporánea,
regulando desde 1980 la práctica psiquiátrica en Estados Unidos de América y en buena parte del
mundo, sirviendo de referencia a las políticas de salud y a los protocolos de investigación clínica y
epidemiológica. Si bien muchos sistemas de salud pública utilizan la clasificación CIE-10, el
lenguaje del DSM es el que prevalece en la formación y práctica de muchos psiquiatras de
Paraguay, de Latinoamérica y del mundo
En su primera y segunda edición, el DSM estuvo inspirado por las ideas de Sigmund Freud y el
psicoanálisis (los trastornos mentales son el producto de conflictos entre instancias psíquicas):
con esta aproximación, el principal problema planteado fue que un paciente podía recibir
diagnósticos distintos en función de los mismos síntomas. Luego, en la tercera y la cuarta edición,
el DSM reflejó las ideas de Emil Kraepelin, que finalmente condujeron a una aproximación
“categorial” de los trastornos. Si bien el objetivo del DSM es mejorar la sensibilidad y especificidad
de los criterios de clasificación en el diagnóstico clínico de los trastornos mentales, junto con
proveer un lenguaje común a los profesionales de la salud mental, la quinta edición tampoco ha
logrado cambiar la lógica misma de clasificación, manteniendo una mirada “categorial” por encima
de una mirada “dimensional”. Si bien el DSM-5 eliminó el diagnóstico multiaxial, ha mantenido casi
inalterada la lógica categorial de las versiones anteriores (16).
En los sistemas empírico-descriptivos, entre los que se encuentra el DSM-5, las diferentes
categorías de trastornos mentales se establecen basándose en unas series de criterios con rasgos
definitorios. Esta nosología presenta importantes limitaciones, destacando su escaso fundamento
psicopatológico. Los síntomas son considerados aisladamente, en un nivel superficial, sin tener en
cuenta que forman parte de una realidad más compleja, en conexión con el resto de las funciones
que conforman la vida psíquica del individuo, así como sus relaciones con el entorno. Tampoco se
establece una ordenación jerárquica de la sintomatología, ni se delimitan síntomas que orientan
hacia el diagnóstico. Sin mayores consideraciones, los síntomas se relacionan directamente con
uno o varios trastornos. Para hacer el diagnóstico de un determinado trastorno, solo se necesita
presentar unos pocos síntomas de una lista general más amplia.
Los trastornos así definidos son heterogéneos en sí mismos. No hay fronteras claras entre las
categorías, se dan extensas áreas de solapamiento que hacen posible una multiplicidad
diagnóstica, escasamente validada, y un incremento notable de la comorbilidad. En otro orden de
cosas, en el estado actual de la psiquiatría, los métodos diagnósticos de que se dispone, sobre todo
los biológicos, son todavía imprecisos. Los estudios familiares, los correlatos biológicos o, incluso
la respuesta terapéutica, no aportan aún resultados concluyente, salvo en algunos trastornos
aislados (6).
Por su parte, el sistema dimensional clasifica los casos clínicos basándose en la cuantificación de
atributos y no en la asignación de categorías. Este sistema podría ser de mayor utilidad en la
descripción de fenómenos que se distribuyen siguiendo un continuum y que no poseen límites
definidos, aumentando la fiabilidad y proporcionando una mayor información clínica (ya que
definiría atributos clínicos que pueden pasar desapercibidos en un sistema de categorías). No
obstante, es de destacar que también el modelo dimensional posee limitaciones que lo hacen
menos útil para la práctica clínica y la investigación, sobre todo a la hora de determinar el tipo y
grado de los atributos o factores que deben usarse (rasgos de personalidad, vulnerabilidades,
parámetros biológicos específicos y otros) en la clasificación (6, 7).
MODELOS EXPLICATIVOS
En 1977, George Engel, profesor de psiquiatría de la Universidad de Rochester, con la ayuda del
profesor John Romano, titular y jefe de psiquiatría, desarrolló la primera malla curricular basada
en el modelo biopsicosocial para todas las asignaturas de grado de la carrera de medicina de
Rochester. La propuesta de Engel fue publicada en Science (19) y utilizó a la esquizofrenia y a la
diabetes como ejemplos de que el modelo biopsicosocial podía aplicarse a todas las enfermedades.
Actualmente se acepta, en general, que el modelo biopsicosocial es el más apropiado para ser
utilizado en la práctica médica. Sin embargo, se debe ser cauteloso en no utilizar el modelo de
Engel en todas las situaciones, puesto que resulta imposible acomodar todos los aspectos del
modelo en todos los pacientes individuales, particularmente en situaciones de emergencia (20).
Tyrer y Steinberg han insistido en que existen cuatro modelos operando en distintos tiempos en la
práctica psiquiátrica (y, claro está, en otras áreas de la medicina) y que estos modelos necesitan
ser articulados y armonizados apropiadamente en cada paciente. Los cuatro modelos son:
1.Biomédico; 2. Psicodinámico; 3. Cognitivo-conductual; y, 4. Social.
MODELO BIOMÉDICO
El modelo biomédico implícitamente asume que todo aspecto de la patología mental se acompaña
de patología física. Asume, además, que la clasificación de esta patología permite a que la
enfermedad mental sea ordenada en exactamente la misma forma que la medicina “física”, en la
cual las enfermedades tienen características comunes. Tal como en la medicina física, este modelo
plantea que la enfermedad mental es discapacitante y desventajosa para el individuo, y que su
causa está directamente explicada por sus consecuencias físicas.
Las características principales del modelo biomédico pueden resumirse de la siguiente manera
(6):
MODELO PSICODINÁMICO
Intelectualización
Centrar la atención sobre los aspectos técnicos o lógicos de determinadas
situaciones amenazadoras.
Es también importante que el terapeuta sea neutral y no realice juicios de valor sobre ningún área.
De la misma forma, es sabio asumir que existen deficiencias en todas las personas, ocultas en
distinto grado, y que no existe una superioridad innata en ningún individuo. Las variantes
introducidas por las diferentes escuelas de psicoterapia no tienen fundamental importancia por sí
mismas. Es importante puntualiza que la terapéutica psicodinámica es compleja, y muchos
profesionales no entrenados en ella pueden perderse con facilidad.
MODELO COGNITIVO-CONDUCTUAL
Enfoque conductista
Enfoque cognitivo
Ambos enfoques juntos dan lugar al modelo cognitivo-conductual. El principio básico de este
modelo es que las cogniciones de las personas determinan su visión del mundo, que esas
cogniciones influencian en los síntomas, conductas y actitudes, y por ello en las características de
la enfermedad mental. La persistencia de la enfermedad mental es frecuentemente la
consecuencia de errores continuos en las cogniciones y las conductas maladaptativas.
Los cambios, para mejor o peor, de los trastornos mentales son asociados con un significativo
cambio en las cogniciones y el comportamiento. En la mayoría de la circunstancias, el modelo
cognitivo-conductual pone a prueba las cogniciones actuales y las actitudes del paciente, pero
puede extenderse a creencias de larga data y esquemas mentales (por ejemplo, al tratar a
personas con trastornos de la personalidad) (23).
En el modelo social se pueden diferenciar dos niveles: 1. Micro-social: Que considera que la
enfermedad mental es una consecuencia de la alteración de las relaciones interpersonales y de la
comunicación en los grupos familiares y otros pequeños; y, 2. Macro-social: Que centra la atención
en las grandes estructuras sociales y el papel patógeno que poseen la desintegración y el conflicto
social.
Las características principales del modelo social pueden resumirse de la siguiente manera (6):
Cada uno de los modelos presentados en las páginas precedentes una utilidad limitada, aportando
distintas perspectivas sobre el concepto de trastorno mental, más ninguno es suficiente per se
para dar cuenta de su complejidad. Existen también propuestas que tratan de integrar los modelos
anteriores, con la intención de evitar los reduccionismos, aunque tampoco resultan del todo
satisfactorios. Como ejemplo, destaca el modelo biopsicosocial de Engel que pretende ser ecléctico
aspirando a integrar, de una forma global y dinámica, la personalidad con los niveles biológicos y
sociales. Partiendo de la teoría general de sistemas, organiza jerárquicamente las variables
diagnósticas, desde lo molecular a lo sociocultural, aunque a veces el resultado puede ser confuso
y con dificultades de aplicación en la práctica. Su importancia, no obstante, radica sobre todo en la
llamada de atención sobre la necesaria integración de los componentes biológicos, psicológicos y
sociales de los trastornos mentales.
Kendler (1, 2) explica que la segmentación se inicia, típicamente, con la descripción de cómo un
sistema podría trabajar. Luego, esta descripción es llenada, característicamente en etapas, para
formar un modelo mecanicista cada vez más amplio. Es decir, la ciencia se mueve de “cómo
posiblemente” a “cómo en realidad” funciona el mecanismo.
Un ejemplo psiquiátrico
Los adolescentes, impulsivos, con conductas de riesgo buscan compañeros similares que les
presten apoyo y acceso a otros comportamientos antisociales y consumo de drogas. Los factores
genéticos influyen en este proceso. Así, el temperamento influenciado genéticamente hace que las
personas seleccionen para sí mismos entornos de alto riesgo, que alimentan la posibilidad de
desarrollar dependencia alcohólica, al proporcionar un fácil acceso al etanol y el fomento de su
uso excesivo.
Asimismo, se ha confirmado que las conductas
antisociales predicen la aparición de trastornos
por uso de alcohol, pero que también la
desinhibición producida por el mismo potencia la
realización de este tipo de conductas (38, 39).
• El reduccionismo, por sí solo, no tiene cabida, puesto que este modelo no puede reducirse
completamente a ningún nivel.
• Asimismo, el emergentismo, que opina que el sistema es tan complejo e interrelacionado
por lo que no puede ser estudiado en partes separadas, tampoco tiene cabida, puesto que la
segmentación logra este propósito.
La psiquiatría se ha enfrentado por mucho tiempo con la interrelación, muchas veces conflictiva,
entre las perspectivas explicativas biológica, psicológica y sociocultural; no obstante, solamente
un proceso iterativo de interacción entre todas estas perspectivas profundizará la comprensión de
la ciencia psiquiátrica (3).
Muchos médicos claman que utilizan el modelo biopsicosocial en su actividad diaria, aunque
frecuentemente no lo hacen en la práctica (17). En 2005, el entonces presidente de la Asociación
Americana de Psiquiatría, profesor Steven Sharfstein, mencionó que el modelo biopsicosocial de
Engel se estaba convirtiendo, cada vez más, en un modelo “bio-bio-bio”, debido a la influencia de la
industria farmacéutica (41). Además, no es fácil adoptar todas las facetas del modelo al mismo
tiempo.
Tyrer y Steinberg han sugerido que la mejor forma de integrar los modelos biológico, cognitivo-
conductual, psicodinámico y social es a través de un enfoque jerárquico (17, 20), como una
remembranza del modelo propuesto por Foulds en 1965 (42). En el modelo integrativo jerárquico
es importante primero decidir en qué nivel se encuentra cada paciente (véase figura 5.1).
Figura 5.1. Relación jerárquica entre los cuatro modelos explicativos en psiquiatría. Nótese
que en una jerarquía verdadera, los niveles más altos ya incluyen a los que están por
debajo en la jerarquía (1, 2)
El nivel más alto incluiría a la esquizofrenia y otras psicosis, a los episodios maníacos con
síntomas psicóticos de un trastorno bipolar, a la enfermedad de Alzheimer y otras demencias, a las
psicosis asociadas a sustancias (como el síndrome de Korsakoff) y a la depresión psicótica. En este
nivel, a fin de asegurar una intervención efectiva, el modelo que debe usarse es el biomédico. Por
lo tanto, para el paciente que se presenta con una catatonía y no está comiendo o bebiendo es
bastante inapropiado esperar que cualquier modelo basado en la interacción y la conversación sea
efectivo o produzca, al menos, un cambio significativo. Lo importante para el paciente en ese
momento es comer y beber y que sus funciones vitales básicas sean garantizadas, antes de que
puede ofrecérsele otra forma de involucramiento terapéutico (17). En instancias extremas, incluso
es necesario aplicar terapias para salvar la vida, como por ejemplo terapia electroconvulsiva.
El psicodinámico es el tercer nivel. El mismo es necesario cuando alguna mejoría ha sido obtenida
y se deben tomar decisiones acerca de cómo seguir adelante. El hecho de tener una comprensión
de las motivaciones ocultas y los conflictos pasados puede tener una particular valía y ser
relevante al decidir planes a largo plazo para promocionar la salud mental del individuo. Aquí se
debe manejar el binomio transferencia-contratransferencia de manera cautelosa: si el paciente es
muy irritante, se corre el riesgo que el médico cierre la terapia.
El nivel más bajo en el modelo jerárquico integrativo es el social, pero no por ello es el menos
importante. La integración final de la persona a su comunidad, de una manera satisfactoria tanto
para ella como para la sociedad, es muy importante, y muchas veces determinante en la
prevención y posibilidad de recaídas.
Un buen resumen del modelo biopsicosocial, a través de todas sus vertientes etiológicas, puede
resumirse en las tres “P” (17, 20, 43):
La utilización de las tres “P” permiten identificar fácilmente elementos relevantes de cada uno de
los cuatro modelos descriptos en este capítulo así como los tres elementos del modelo
biopsicosocial. Esto también ayuda en el funcionamiento del equipo multidisciplinario, donde los
diferentes modelos pueden ser más o menos preferidos por sus integrantes, y el reconocimiento
de estas preferencias es el primer paso hacia la armonización de las mismas.
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