You are on page 1of 3

No son demasiadas las investigaciones sobre la universidad colombiana en el siglo XIX.

Descontado
el hecho visible del propio atraso de la historiografía nacional, posiblemente la razón de esa ausencia
de investigaciones tenga que ver con la propia precariedad del sistema universitario de entonces,
para el caso de que resulte correcto utilizar la expresión "sistema universitario" en la Colombia en
el siglo XIX.

La creación y el sostenimiento de instituciones culturales fuertes y sólidas, capaces de crear


tradiciones y de producir logros estables en el tiempo exige siempre un entorno favorable, entorno
del que en general se careció en el siglo XIX. El atraso económico, el peso de la los herencia cultural
de la sociedad colonial, la pobreza de la sociedad misma y, sobre todo, la inestabilidad política —
expresada ante todo en los enfrentamientos partidistas y en las repetidas guerras civiles—, son los
datos básicos del primer siglo de vida republicana, y un contexto en el cual resultaba difícil el
florecimiento de una institución universitaria con un cuerpo docente estable, con al menos atisbos
de programas de investigación, con una población universitaria creciente, reclutando sus miembros
de manera amplia en capas sociales diversas de la población, sobre la base de criterios de mérito y
con un sistema de carreras universitarias diversificadas.

Nada de lo anterior es posible encontrar en el siglo XIX colombiano, pero no hay que hacerse un
cuadro demasiado sombrío de la situación, pues a pesar de los esfuerzos de Humboldt y de
Bonaparte, la universidad moderna —diferente de los modelos originales de Oxbridge, de Paris, de
Salamanca o de Bolonia— es en sentido estricto una realidad del siglo XX. Por lo demás, considerado
el sistema universitario en términos de proyectos y de políticas educativas, lo que llama la atención
es la modernidad —y a veces la audacia— de las formulaciones de los responsables de la educación
y de los hombres de gobierno que en la Colombia en el siglo XIX intentaron dar vida a un conjunto
de ideales educativos en los que tenían posiblemente una confianza exagerada. Pero el casi nulo
desarrollo económico —por lo menos hasta 1880— y el torbellino de la política conspiraron a lo
largo de todo el siglo y llevaron al naufragio las que aparecían como las mejores intenciones. Como
testimonio de esas intenciones y como prueba de lo que se ha llamado el "proyectismo" de los
políticos del siglo XIX nos ha quedado la huella de una amplísima legislación universitaria, que no es
expresión simplemente de lo que algunos llaman el "legalismo" de los colombianos, sino ante todo
la prueba de que las mejores políticas educativas no tienen ninguna posibilidad de aplicación cuando
no encuentran un entorno institucional favorable, o cuando no son capaces de crearlo. Así pues,
quien se ocupa de la universidad del siglo XIX en Colombia debe saber que, en buena parte, antes
que con el análisis de funcionamientos institucionales concretos, el historiador debe disponerse a
la consideración de proyectos fracasados o de realizaciones que sólo muy tenuemente lograron
aquello que se proponían.

Eso es lo primero que se constata cuando se examinan las propuestas y realizaciones del proyecto
"santanderista" (1826-1840) de creación de un sistema universitario centralizado, monopolizando
la formación profesional, con niveles académicos similares a los de Europa, con una estructura
curricular moderna y gozando de relativa libertad académica, ya que a principios de esos años 40 lo
que se podía constatar era la multiplicación en provincia de "cátedras universitarias" funcionando
por fuera de todo control, una baja calidad de los procesos de formación y sobre todo un gran
desacuerdo político e ideológico en torno de los fines que debería cumplir la enseñanza
universitaria, que por el momento parecía ser tan solo un lugar de paso de jóvenes de clase media
que encontraban más bien sus posibilidades sociales en la actividad política, a pesar del intento
inicial de los "neoborbones" de favorecer el estudio de las ciencias útiles y de aplicación práctica.

Después de 1842 y a través de una de las reglamentaciones más prolijas que se conocieron en el
siglo XIX, los conservadores, representados de manera visible por Mariano Ospina Rodríguez,
intentaron controlar la politización estudiantil, reglamentar el acceso al cuerpo docente, controlar
la educación universitaria en las provincias y relanzar el estudio de las "ciencias útiles", bajo la idea
de que había que dar prioridad "a los asuntos industriales y a las ciencias útiles, especialmente
aquellas relacionadas con la agricultura". Pero se trató una vez más de un esfuerzo frustrado —a
pesar de que en 1847 Rufino Cuervo redactara un nuevo Plan de estudios que mantenía los mismos
énfasis—, no sólo por la carencia de recursos que hicieran posible la traída de profesores extranjeros
y laboratorios para garantizar la enseñanza de materias que eran en general desconocidas, sino
sobre todo por el fuerte rechazo que hacia los conocimientos útiles expresaba una opinión pública
de padres y estudiantes que, pudiendo comprender la importancia teórica de las "nuevas ciencias",
no dejaba de ser sensible al hecho de que difícilmente un practicante de esos nuevos saberes
encontraría en la sociedad un lugar para su realización profesional.

Las conocidas reformas liberales del medio siglo, cuyo supuesto básico era el de terminar de una
vez por todas con la "herencia colonial", significaron para la universidad el desmonte de los pocos
elementos de construcción de un sistema universitario nacional que se habían logrado, ya que el
resultado de la "libertad de enseñanza" fue por lo menos paradójico, si se recuerdan cuáles eran las
intenciones de sus promotores, puesto que con las reformas se buscaba ante todo desestabilizar las
profesiones universitarias tradicionalmente dominantes: la medicina y el derecho. En verdad, lo que
ocurrió fue el desmonte de las cátedras de ciencias naturales, las que, dejando de ser obligatorias,
como se había establecido en 1842, simplemente fueron abandonadas por sus asistentes.

De manera práctica, la organización de un sistema universitario nacional no se planteará de nuevo


hasta 1867, con la fundación de la Universidad Nacional, bajo el Federalismo y con el auspicio de los
gobiernos liberales, quienes de manera perspicaz observaron que en un marco federal extremo
como el que había impuesto la Constitución de Rionegro, la única forma de garantizar la cohesión y
unidad nacionales era a través de un sistema educativo uniforme, cuya cabeza central visible fuera
una universidad que agrupara desde las escuelas de más alta formación hasta las instituciones de
formación de artesanos en oficios prácticos.
Durante casi veinte años la Universidad Nacional cumpliría —de manera a veces accidentada— con
esa función, y lograría, a través de la centralización de escuelas y de cátedras, de un sistema de
becas para estudiantes de las provincias, de la incorporación de profesores nacionales y extranjeros,
del sostenimiento de laboratorios de ciencias y del mantenimiento de un clima de libertad
intelectual, los primeros gérmenes de una institución estable, con iniciales trabajos de investigación
y con un cuerpo docente que por primera vez empezaba a formar una comunidad académica regida
por convenciones que no dependían directamente de su adscripción a un bando político. En ese
marco el país conocería por primera vez el avance de la enseñanza de la medicina sobre el derecho
y la presencia continua de cátedras de matemática que permitirían la consolidación inicial de la
profesión de ingeniero, hecho que tendría luego su continuación en los trabajos de la Escuela de
Minas de Medellín, ya durante el periodo de la Regeneración, bajo otro clima intelectual y en
condiciones de un inicial desarrollo económico, auspiciado por el auge exportador cafetero.

Pero la Regeneración significó también el desmonte de la Universidad Nacional como institución


centralizada, pues acusada de ser el centro de "ideologías disolventes" que habían sido causa de
guerras civiles, se procedió a su desmembramiento, aunque muchos de sus logros en el camino de
creación de un sistema universitario nacional serían ya en adelante un patrimonio del país, como se
comprueba al recordar que en ese periodo se afirmarían las nuevas profesiones, se crearían las
primeras comunidades científicas y sociedades de sabios y se ampliaría la propia población
universitaria.

Desmembrada la Universidad Nacional, cuyas escuelas pasarían al control directo de diferentes


ministerios; desaparecida la autonomía universitaria y establecido un férreo control ideológico
sobre estudiantes y profesores, ninguno de los viejos males que afectaban a la universidad del siglo
XIX desaparecieron, y ante todo, en el contexto de las nuevas pugnas partidistas, la institución
volvería a mostrar que la politización exaltada y la imposición de debates que en rigor no le
pertenecían, continuaban siendo dos de sus características, como se vería de manera particular en
el curso de la guerra de los Mil Días.

Sólo a principios del siglo XX, después de 1910, con la conciencia de estar iniciando ahora sí una fase
nueva del desarrollo del país, caracterizada por una incipiente industrialización y el surgimiento de
nuevos problemas y desafíos, los grupos dirigentes volverían a plantearse al problema de la creación
de un sistema universitario nacional, cuyo primer esbozo moderno se encontrará en la
"refundación" de la Universidad Nacional como escuela integrada de saberes y profesiones, de
docentes y estudiantes empeñados en un proceso de formación de alto nivel que tiene como
referente básico de orientación los grandes problemas de la sociedad. Dirigentes liberales y
conservadores prestarán su apoyo a esa tarea, pero será la República Liberal la que firmará el acta
de nacimiento de la nueva esperanza

You might also like