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25/3/2018 Garza Merodio, Gustavo Gerardo, Geografía histórica y medio ambiente

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Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS
SOCIALES
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98
Vol. XIX, nº 1059, 25 de enero de 2014
[Serie documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de
Geografía Humana]

GARZA MERODIO, Gustavo Gerardo. Geografía histórica y medio ambiente. (Temas Selectos
de Geografía de México: I.1.9),
México: Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México, 2012. 111 p.
[ISBN: 978-607-02-4186-4]
Raquel Urroz
Posgrado de Antropología
Universidad Nacional Autónoma de México

Recibido: 26 de septiembre de 2013; devuelto para revisión: 15 de octubre de 2013; aceptado: 9 de diciembre de 2013

Palabras clave: historia cultural, paisaje, México

Key words: cultural history, landscape, México

El trabajo que nos presenta Garza Merodio es una propuesta por acercar y poner en un mismo campo de acción,
tanto a la geografía histórica como a los estudios ambientales. De modo tal que se promueva el rencuentro entre
dos ámbitos disciplinarios; los mismos que alguna vez dialogaron y convivieron de forma más estrecha. En este
sentido, la más reciente obra de Garza Merodio es una suerte de apuesta por tender un puente entre ambas
especialidades a través de la geografía cultural. Tarea a la que se ha empeñado nuestro autor: doctor en
Geografía por la Universidad de Barcelona, Gustavo Garza se ha preparado en los campos de la evolución
urbano-territorial de México, en la Geografía histórica y la Geografía cultural, así como en la Climatología
histórica. Actualmente, como investigador del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de
México, Garza Merodio lleva a cabo, precisamente, el estudio de aquella área de la geografía que persigue la
reconstrucción de los espacios situados en relación con su historia y con las prácticas humanas que se tejen en él.
La apuesta es que sea la geografía cultural la que funja como aquella rama que nos acerca, de maneramás
propositiva, a la relación hombre-naturaleza. En efecto, se trata de aquel binomio sociedad-medio que alguna
vez fuese prósperamente cultivado por la Escuela de los Annales, tradición francesa que nos mostró la manera en
que podían insertarse territorialidades multiescalares dentro de largos procesos históricos.

Esta vez, sin embargo, se apunta justamente al cambio ambiental como motor indispensable que puede ser
introducido en el intento y en la búsqueda de cualquier reconstrucción territorial dentro de su lógica cultural. De
modo queesta obra, no solo refuerza y nos recuerda la importanciaque deben tener las ciencias sociales para la
geografía, además, enfatiza el vínculo necesario con el estudio del medio ambiente y su dinámica temporal que
la acompaña irremediablemente.En realidad esta veta ya ha sido previamente trabajada en América Latina y ha
mostrado, sin embargo, la dificultad de poder definir un solo y único perfil dentro de la historia ambiental; y
mucho menos, de formar corrientes definidas para un estudio de la transformación ambiental del continente
americano. Aunque, a su vez, estos estudios sobre historia y ambiente en América, nos han demostrado la íntima
relación que se da entre la geografía y la historia cultural[1].Pero ¿En qué términos nos propone la geografía
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cultural fungir como el puente que reúne el mundo histórico con el medio ambiente?El libro busca coadyuvar en
esta función por medio de las partesque componen su texto: la primera de ellas nos introduce al giro cultural que
intenta articular la geografía histórica, la geografía cultural y el medio ambiente para ser aplicadas, en su
conjunto, a la evolución del paisaje y el territorio en México. La segunda parte versa sobre algunas
aproximaciones a la relación del hombre con su ambiente por medio de la geografía histórica y, en especial, a
través del estudio del clima a lo largo de los últimos siglos de la historia de México[2]. La tercera sección del
libro noshabla concretamente del paisaje mesoamericano del siglo XVI, así como algunos de sus elementos y
características fundamentales. Finalmente, se repasanlos cambios y continuidades que ha sufrido el territorio
mexicanoa lo largo del tiempo con respecto al manejo del medio ambiente, sobre todo, en materia de suelo y de
agua.

En estas siguientes páginas me referiré, únicamente, a uno de los caminos que nos sugiere el autor para
aproximarnos a la territorialidad mexicana en épocas prehispánicas. Esto es, la propuesta consiste en tomar los
resultados que arrojan los estudios sobre el paisaje cultural en territorio mesoamericano y mirar sus posibilidades
teórico-metodológicas. Descompongamos, pues, las partes concretas de esta vía. En este sentido, intentemos
desentrañar por un lado, la forma en que nuestro autor define y utiliza el concepto de paisaje cultural; para, acto
seguido, ponerlo en relación con el factor clima y sus cambios a lo largo del tiempo. Se tratará, entonces, del
paisaje cultural como posible camino de encuentro entre la geografía, el ambiente y el hombre histórico.

Como primer paso, pensemos en el paisaje como aquel campo en donde se nos brinda la posibilidad de
acercarnos, con mayor ahínco, a las relaciones que se forman entre el grupo social y el entorno que lo rodea. De
forma tal que es el paisaje cultural aquel espacio que ha sido organizado y modelado por una sociedad
determinada. Por ello, en primera instancia, el paisaje se asocia con un escenario, con un ambiente y con un
lugar habitado por cierta comunidad.[3]En suma, se trata de la escala territorial que ha integrado todos los
elementos de la vida cultural o, mejor aún,aquella que logra la expresión materializada de la cultura. De otro
modo: si la cultura es quien articula los elementos naturales junto con los sociales, el paisaje resulta ser su
escenario.

Ahora bien, para que nuestro paisaje resulte susceptible de ser aprehendido, es necesario definir, a priori,
aquellos elementos que buscamos distinguir de entre todas las formas que revistedicho espacio, tanto en sus
términos materiales como aquellos de carácter social. De tal modo que, el paisajelogreir más allá de su
morfología física y de su escala geográfica para atravesar distintas capas de significaciónyalcanzar, así, varios
niveles de lectura.[4]Se tratará, al final, del paisaje como una visión de conjunto, pero también desu
conceptualización como unidad cultural,inscrito en procesos de apropiación y delimitación históricamente
constituidos.

A partir de esta lógica cultural, el paisaje puede ser un concepto teórico, pero también puede ser utilizado como
principio metodológico. En fin, una herramienta que permite aprehender el entorno a través de los sentidos.
Sobre todo, siendo inherente a la vista y a la percepción[5] y, por tanto, encuadrándose como un espacio asible,
caminable[6].

Pero todo ello cabe únicamente en cierto contexto histórico, precisamente como el escenario en donde se pone a
prueba este tejido interdisciplinario que nos propone Garza Merodio. Nos referimos a la historia propia de
México, particularmente en lo que se refiere a la transición del México antiguo a su régimen colonial y, por
supuesto, enfatizandosiempre su transformación territorial; tanto en sus rupturas como en sus continuidades.El
punto de partida, pues, es el paisaje cultural de tradición indígena: su percepción y conceptualización; su
explotación y sus formas de ocupación,de uso de suelo antrópico, etc.

En las coordenadas que nos proporciona la historia antigua de México, estamos hablando concretamente del
altepetl, entendido como aquella unidad espacial que organizó a culturas y sociedadesagrícolas avanzadas enel
centro de México. Se trata de un concepto que fundamenta toda aquella territorialidad mesoamericana[7]yque,
junto con su evolución en el tiempo y en el espacio, nos remite asu propia caracterización: sus límites, sus
modos de producción, su apropiación, su percepción y su simbolismo[8].

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En México, existe una larga trayectoria de estudios sobre las antiguas formas de organización social del México
antiguo.En un principio, el altepetl se pensó en relación con su etnicidad y la identidad que le proporcionaba
sudios patrono. Por tanto, se trataba de una ancestral forma de organización comunitaria basada en el parentesco.
En ella, el linaje conformaría la base dela cohesión social en torno a un centro cívico-ceremonial.Muy pronto,
aquella explicación resultó parcial yse exploró, entonces, su aspecto político. Se descubría, así, que estos
espacios estaban organizados, además,en comunidades segmentadas y altamente estratificadas en su
ordenamiento interior. El denominador común de toda aquella dinámica social parecíaser que ciertos sectores se
obligaban frente a otros por medio del pago de tributo extraído de múltiples formas que tomaba la tenencia de la
tierra[9].

El altepetl, como una suerte de corporación que desarrolló un complejo sistema social y político dentro de una
estructura señorial quecontenía además su propia dimensión espacial.En otras palabras, los antiguos señoríos
prehispánicos se conformabancomo entidades sociopolíticaspero siempre en relación a una territorialidad
enmarcada dentro de su propia lógica cultural. Así, por ejemplo, su demarcación podría ser entendida como un
entreveramiento de territorios[10].Esto es,sus espacios se definían ―mas allá de su identidad étnica― por
medio de los grados asimétricos de poder político que se imponían sobre los centros urbanos o cívicos junto con
sus zonas rurales[11].Esta imbricación de territorios daba la apariencia deun orden espacialextendido, disperso,
quizá, caótico. No obstante, ahora se sabe que estos grupos de ciudades-estado o altepeme funcionaban de forma
rotativa, dinámica y coherente.[12]Finalmente, la propuesta desde la geografía cultural,y la que hoy nos presenta
García Merodio, va en el sentido de pensar el altepetlen su acepciónmás amplia de paisaje mesoamericano. Es
decir, el altepetl, pudiendo ser analizado como un diseño espacial paradigmáticoque logróconjuntar al grupo
social con su ecosistema, por medio de connotaciones culturales.

Ahora bien, existen dos elementos que anudan nuestro concepto en sus términos geográficos dentro de una sola
unidad cultural. Se trata del propio significado literal para el término altepetl: agua-cerro. Los mismos que
resultan ser los componentes ―tanto físicos como culturales― que lo definen en sus fundamentos más
elementales. Asimismo, son estos y otros rasgos del paisaje que forman parte esencial de una idea y de una
imagen del espacio indígena prototípica[13].De forma que, este modelo de asentamiento indígena, combinósus
aspectos sociales conaquellos de carácter natural en un solo concepto estructural vinculando, así, al gobernante,
a la ciudad y a los elementos del medio. Será, ante todo, la montaña, contenedora de agua, aquella morada del
dios patrono, la casagobernante de donde deriva el orden social y político. El interior de la montaña será, pues,
quien otorgue el derecho de ocupar un sitio en la tierra, un asentamiento.En fin, estamos hablandode unalógica
territorial que encontraba su explicación en términos de su propia cosmovisión, pero siempre dentro de un
esquema de relaciones sociales jerarquizadas y de una estructura político-religiosa más amplia.

Parecería, pues, que el altepetl fue modelado culturalmente a partir de la integración de sus componentes
sociales con los naturales, pero todo ello dentro de una lógica ambiental. Como nos lo sugiere Gustavo Garza, el
espacio de organización social indígena estuvo expuesto a varios pisos ambientales condistintos niveles de
precipitación y temperaturas variadas. Veamos cómo sucedió tal fenómeno de carácter físico y cultural a la vez.

Hace varias décadas ya, que Palerm y Wolf nos lo expusieron con toda claridad: Mesoamérica se configuraba
como un área geográfica que, ante todo,se formó como espacio de alta cultura por la combinación de sus propias
condiciones ecológicas en conjunción con aquellas de carácter técnico.De tal modo que, tanto sus límites como
sus dinámicas espaciales, se fueron definiendo por medio de la acción de sus estímulos sociales y políticos
impuestos sobre dicha área. En otras palabras, Mesoamérica fue el resultado de un desarrollo cultural que se
desenvolvió sobre determinado medio ambiente[14]. Se trata de un conjunto de“zonas simbióticas” entendido
como un fenómeno que logró las “macroadaptaciones” de carácter regional. Esto sucedía en“áreas
clave”entendidas como aquellos concentrados de poder económico y demográfico que organizaron y
mantuvieron ciertos espacios vitales[15]. O, lo que es lo mismo: se trataba de la relación entre áreas que
complementaron recursos y productos provenientes de diversos ambientes ecológicos. Es, precisamente, aquello
que nuestro autor denomina “ecotonos de transición”, los mismos espacios que ha corroborado a través del
trabajo de campo en varios municipios pertenecientes a dos regiones estudiadas: La Sierra Alta de Hidalgo y el
Oriente del Estado de México[16]. En este sentido, es posible pensar que la diferenciación regional estuvo
basada en los microclimas y, por tanto, en el aprovechamiento de los recursos naturales y el grado de adaptación

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a sus ambientes locales. Más adelante en el tiempo,se fueron marcando espacios diferenciados por medio de las
distintas condiciones de cultivo agrícola, tales como son la cantidad, la diversidad y la distribución geográfica de
los diversos productos. En fin, todo los elementos de carácter tecnológico que sentaron las bases para la
especialización regional posterior.

Tenemos, pues, que a lo largo de la historia mesoamericana hubo, en efecto, explotación directa de bienes de
distintos pisos ecológicos. Esto generó, no solo la circulación de productos provenientes de múltiples ambientes;
además, se establecieron las relaciones de redistribución y reciprocidad entre colonias comerciales. Así, tenemos
que la explotación y el intercambio de productos en diferentes altitudes y a distancias lejanas, resultaron ser
aquellos factores que crearon la base de los movimientos interregionales en Mesoamérica.

En fin, de esto y otros temas versa el texto de Garza Merodio. Todos ellos a través de distintos momentos que la
historia de nuestro país pudo presenciar. Sobre todo, mirando las grandes transformaciones territoriales
marcadas, a su vez, por la propia riqueza del medio ambiente en estas latitudes.De modo que, Gustavo Garza
Merodio nos abre horizontes que se juntan entre la historia, la ecología e, incluso, la antropología. Todos ellas
incidiendo en una geografía de carácter cultural. Su propuesta, entre otras cosas, nos presenta una idea de paisaje
que, más que ser una escala local o una porción de tierra reducida, es un concepto que funge como modelo y
como parte de un método que amplia perspectivas para la geografía social. Entre las que se pueden sumar el
indispensable trabajo de campo junto con las indagatorias que recojan los itinerarios; así como el uso de
fotografías aéreas y mapas a detalle. Además, tanto la cartografía antigua como la elaboración de una nueva, es
decir, una cartografía temática surgida a partir de los nuevos datos obtenidos, prometerán un cuadro
metodológico más amplio y rico en los estudios de la geografía cultural.

Notas
[1] García y González, 1999.

[2] Es precisamente en este campo, que nuestro autor ha dedicado sus estudios de los últimos años: desde la climatología histórica,
busca registrar la variabilidad de la precipitación en México en los últimos cuatrocientos años. Esto, subrayando las alteraciones
climáticas y registrándolas en series comparativas entre nueve capitales del país. La fuente principal es la documentación que recoge
las ceremonias de rogativas o, lo que es lo mismo, las solicitudes por lluvia a los santos locales. Véase, Garza, 2013, p. 62-69.

[3] Baker, 2003, p. 118,

[4] Claval, 2004; Duncan, 2010.

[5] Cosgrove, 2002.

[6] Fernández y Garza, 2006.

[7] Lockhart, 1990; García, 2004; Fernández y García, 2006 y Florescano, 2009.

[8] En términos españoles, el altepetl suele traducirse como barrio. No obstante, tiene toda una gama de significados y puede funcionar
para casi cualquier tipo de poblado o asentamiento indígena. En interpretaciones modernas, por ejemplo,se utiliza para referir una
comunidad campesina o un grupo de parentesco. En realidad, no se puede identificar con ningún término técnico dentro las ciencias
sociales. En general, se puedeevocar a Gibson quien lo utiliza como un grupo de gentes asentadas en sitios jerarquizados. Véase,
Gibson, 2007, p. 36-37; o, bien, seguira Carrasco quien lo aplica a “…los segmentos en que se divide un grupo social en distintos
niveles de segmentación, que puede tener variadas funciones económicas, políticas, ceremoniales; y que sus miembros tienen la noción
de un origen común”. Véase, Carrasco, 1996, p. 29.

[9] Hicks, 2012.

[10] Carrasco, 1996, p. 56-57.

[11]Carrasco, 1996, p.27; Fernández, 2006, p. 96.

[12] Garza, 2013, p. 41.

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[13] En cartografía antigua, por ejemplo, el altepetl se reconoce como un signo de lugar que adquiere su forma geográfica (cerro-agua)
cumpliendo con ello dos funciones básicas: marcar en el espacio un determinado sitio y nombrarlo. Es decir, se trata de un topónimo
fundamental de la cartografía mesoamericana y novohispana que además de nombrar y organizar el espacio, fue capaz de narrar
determinada lectura territorial. Al respecto, véase Yoneda, 1981; Mundy, 1998 y Hill, 2010.

[14] Para explicar los modos de penetración y expansión de diversas formas culturales por toda el área mesoamericana, Palerm y Wolf
se basaron en una explicación que facilitara una idea general y unitaria de los caracteres físicos de mayor permanencia. En términos
fisiográficos, las regiones de las costas junto con el altiplano conformarían una unidad cultural; y, en términos ecológicos, sería la
agricultura aquella pieza clave que potencializó la relación entre el ambiente natural (plantas de cultivo) y su equipo cultural (sistemas
de cultivo). Véase, Palerm y Wolf, 1958, p.10.

15] Palerm y Wolf, 1958, p. 30.

16]Garza, 2013, p. 81-84.

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© Copyright Raquel Urroz, 2014.
© Copyright Biblio3W, 2014.

Ficha bibliográfica:

URROZ, Raquel.Garza Merodio, Gustavo Gerardo. Geografía histórica y medio ambiente. Biblio 3W. Revista
Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de enero de
2014, Vol. XIX, nº 1059. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-1059.htm>. [ISSN 1138-9796].

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