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RECIENTES MODIFICACIONES EN EL CODIGO PENAL

RESUMEN INTRODUCTORIO

La presente sección “Especial” aborda dos de las modificaciones al Código Penal


más relevantes producidas recientemente. La primera es la incorporación del
delito de “marcaje” o “reglaje” en el artículo 317-A (por obra de la Ley Nº 29859,
del 3 de mayo de 2012). La segunda es la modificación del delito de
amotinamiento de detenidos o internos (en virtud de la Ley Nº 29867, del 22 de
mayo de 2012, pero que entrará en vigencia a partir del 21 de julio de 2012).

EL DELITO DE MARCAJE O REGLAJE INCORPORADO EN EL ARTÍCULO


317-A DEL CÓDIGO PENAL POR LA LEY Nº 29859 (JORGE A. PÉREZ
LÓPEZ(*))

CRITERIO DEL AUTOR

El autor analiza el tipo penal de “marcaje” o “reglaje” como un acto preparatorio


elevado a la categoría de delito consumado. En tal sentido, precisa su carácter
autónomo, el bien jurídico que tutela (la tranquilidad o paz pública), su
configuración como un delito de peligrosidad abstracta, sus modalidades
comisivas, sus diferencias con respecto a la participación delictiva en el delito
fin, su impunidad en caso este se llegue a perpetrar, entre otros aspectos.

MARCO NORMATIVO:

• Código Penal: arts. 124, 152, 185, 279, 317 y 317-A..

I. INTRODUCCIÓN

Dentro de la dinámica criminal en nuestra sociedad, la ejecución de ciertos


delitos frecuentemente va precedida de actos destinados a facilitar su comisión,
como son la recolección y acopio de información, la investigación de actividades
y el seguimiento de personas, etc.
Estos actos solo podían constituir actos preparatorios impunes del delito, por
lo que la única posibilidad de su punición se daba cuando el delito fin o principal
era efectivamente ejecutado o consumado, únicos casos en los que se podía
responsabilizar penalmente a los denominados “marcas”, pero en calidad de
cómplices.

El problema surgía, entonces, en el momento previo a la comisión del ilícito


penal, es decir, cuando el acto (la actividad de “inteligencia” o de investigación
anterior a la comisión del delito) quedaba simplemente en la fase de actos
preparatorios, que, como se ha señalado, no eran en sí mismos punibles.

Por ejemplo: Luis pretende robar a Felipe. José, que es el trabajador de un


banco, otorga información confidencial a Luis sobre la cantidad de dinero que
Felipe ha retirado del banco. Si finalmente Luis no realiza el delito fin, la conducta
de José es impune, pues constituiría solo un acto preparatorio de robo.

A fin de no dejar en desprotección los actos de información, de investigación


y seguimiento de personas previos a la comisión del evento criminal es que con
fecha 3 de mayo del presente año, se publicóla Ley Nº 29859, que incorporó el
artículo 317-A al Código Penal, para tipificar el delito de “marcaje o reglaje”, en
virtud del cual se convirtió esta clase de comportamientos en un ilícito penal
autónomo.

En una sociedad de riesgos, los intereses político-criminales o de prevención


general pueden aconsejar, en ocasiones, extender la pena a quienes realicen
determinados actos preparatorios, y ello por la específica peligrosidad ex ante
para los bienes jurídicos a proteger, derogándose así el límite genérico de la
punibilidad, situado por el Derecho Penal liberal en el principio de ejecución(2).
Esta razón puede justificar el adelantamiento de las barreras de punición en
ciertos supuestos puntuales y concretos, pero en ningún caso autoriza una
generalización exasperante.

En tal sentido, resulta justificable la tipificación del delito de marcaje o reglaje,


en la medida que sanciona actos preparatorios que anteriormente se hallaban
fuera de la esfera penal, dándose un paso sustancialmente importante contra la
criminalidad organizada, pues permite sancionar a los agentes sin necesidad de
esperar que ejecuten el delito, por ejemplo, por el solo hecho de realizar el
seguimiento de una persona para conocer sus movimientos y lugares de tránsito
con la finalidad de cometer delitos posteriores en contra de ella.

La finalidad de la tipificación del delito de marcaje o reglaje puede


reconducirse al fortalecimiento del accionar del Estado contra el crimen
organizado, brindando consistencia a los planes de seguridad ciudadana, pues
generalmente quienes practican el marcaje o reglaje integran organizaciones
criminales. En tal sentido, persigue un fin de protección de la sociedad, de
seguridad ciudadana y de prevención de la criminalidad organizada.

Con la nueva tipificación del marcaje o reglaje, los operadores jurídicos


contarían con una nueva herramienta en la lucha contra la delincuencia
organizada. Pero ella no es suficiente. La persecución y sanción de estas nuevas
modalidades delictivas exigen un trabajo coordinado entre la Policía Nacional y
el Ministerio Público, así como la aplicación de las modernas técnicas de
investigación previstas en el Código Procesal Penal de 2004.

Este nuevo marco legal contempla medidas como el control de identidad, la


videovigilancia, las pesquisas, la retención de ciudadanos, el control de
comunicaciones, la clausura, vigilancia e inmovilización de bienes, la incautación
de objetos y documentos, la actuación de agentes encubiertos, entre otras.

Así, con la aplicación conjunta de estas normas, penales y procesales


penales, se pretende cerrar el círculo del proceso criminal que siguen los
delincuentes al cometer ilícitos penales, al permitir sancionar penalmente al
“marca” ya cuando efectúa el “reglaje” de su víctima.

La Ley Nº 29859, que incorpora el artículo 317-A al Código Penal, tipifica el


delito de marcaje o reglaje en los siguientes términos:

Artículo 317-A

“El que para cometer o facilitar la comisión de los delitos tipificados en los
artículos 106, 107, 108, 121, 124-A, 152, 153, 170, 171, 172, 173 o 200 del
Código Penal, realiza actos de acopio de información; o realiza actos de
vigilancia o seguimiento de personas; o tiene en su poder armas, vehículos,
teléfonos u otros instrumentos para facilitar la comisión del delito, será
sancionado con pena privativa de libertad no menor de tres ni mayor de seis
años.

Constituye circunstancias agravantes si el sujeto activo es funcionario o


servidor público o mantiene o hubiera mantenido vínculo laboral con el sujeto
pasivo o mantiene o hubiera mantenido con este último vínculo que lo impulse a
depositar en él su confianza o utilice para su realización a un menor de edad. En
estos casos la pena privativa de libertad será no menor de seis ni mayor de diez
años”.

Como vemos, la norma sanciona a quienes para cometer o facilitar los delitos
de homicidio, lesiones, violación de la libertad personal, violación de la libertad
sexual, hurto, robo o extorsión, acopian información o realizan actos de vigilancia
o seguimiento de personas; imponiendo la misma pena a quienes posean armas,
vehículos, teléfonos u otros instrumentos para facilitar la comisión de aquellos
ilícitos.

II. DEFINICIÓN DE MARCAJE O REGLAJE

El término de marcaje o reglaje según la Ley Nº 29859 tendría un mismo


significado. No obstante, se debe considerar que el marcaje está vinculado más
al seguimiento de una persona por diversos lugares, v. gr. bancos, centros
comerciales, negocios e, incluso, domicilios particulares. Las personas que
realizan transacciones con dinero o valores son objeto de vigilancia y luego son
seguidas con la finalidad de realizar un delito generalmente violento en su
perjuicio. Mientras que el reglaje sería el acopio o recolección de información
para facilitar la comisión de un delito. Tanto uno como otro implican una labor de
inteligencia criminal realizada para cometer o facilitar eventos delictivos futuros.

La utilidad del tipo penal de marcaje o reglaje, en un contexto de represión


frente a la criminalidad organizada, radica en su carácter autónomo o
independiente respecto de los delitos que a través de él se cometan.

III. BIEN JURÍDICO PROTEGIDO

La Ley Nº 29859 coloca al delito de “marcaje o reglaje” en el Título XIV:


“Delitos contra la tranquilidad pública”, en su Capítulo I: “Delitos contra la paz
pública”. En tal sentido, desde el punto de vista de la función clasificadora de los
bienes jurídicos, los intereses jurídicos protegidos por este delito serán la
tranquilidad y la paz pública.

De este modo, el dolo específico, que distingue este ilícito penal de las
infracciones penales que se cometan posteriormente, debe estar dirigido a
atentar contra dichos bienes jurídicos.

La tranquilidad pública se podría definir como un estado anímico


caracterizado por la ausencia de toda conmoción violenta que pueda agitarlo,
especialmente por temor, dolor o ira. Creus se ocupa de este bien jurídico
señalando que “es una ‘situación subjetiva’: sensación de sosiego de las
personas integrantes de la sociedad, nacida de la confianza de que pueden vivir
en una atmósfera de paz social, puesto que sus individuos ajustarán sus
conductas a las reglas fundamentales de la convivencia”.

Soler señala que, para la ley penal, “orden público quiere simplemente decir:
tranquilidad y confianza social en el seguro desenvolvimiento pacífico de la vida
civil. No se trata de defender la seguridad social misma, sino más bien la opinión
de esa seguridad”. El mismo autor indica que: “La expresión tranquilidad pública
tiene la virtud de eludir la ambigüedad que por sus distintas acepciones y dispar
contenido tiene la fórmula del orden público”.
Entendemos por tranquilidad pública la postura subjetiva sobre la impresión
de sosiego de los individuos integrantes de una colectividad, nacida de una
esperanza de convivir en paz social.

Por otro lado, se podría definir a la paz pública como la placidez, la calma, el
sosiego de vivir con la confianza de mantener la seguridad colectiva, y de evitar
la perturbación y el desorden social.

La tranquilidad pública o la paz pública, como bases de toda sociedad que


pretende la convivencia pacífica de sus miembros, es el objeto de tutela del delito
de marcaje o reglaje. De esta manera, se protegen otros bienes jurídicos en
forma mediata y no inmediata, como sucede en el caso de los delitos contra la
seguridad pública. Es por eso que en la doctrina se les denomina “delitos de
alarma colectiva”, ya que son figuras de prevención, cuya finalidad es evitar
ataques contra otros intereses jurídicos.

Al tratarse de un bien jurídico de naturaleza inmaterial y carácter colectivo,


estimamos adecuado el recurso a la técnica de los delitos de peligro, pues de
otro modo el Derecho Penal no podría proteger los bienes jurídicos en juego. No
se trata de un delito que en sí mismo ocasione un daño o lesión concreta, sino
un peligro, con una específica repercusión en el ánimo de los individuos que
conforman la sociedad.

Pese a la oposición de la doctrina respecto a los delitos de peligro, acentuada


en los de peligro abstracto, lo cierto es que estos tipos penales encuentran su
razón de ser en la imperiosa necesidad de garantizar una tutela más acabada y
eficaz a los bienes jurídicos esenciales. Se argumenta, como expone Méndez
Rodríguez, que los objetivos de anticipación de la tutela penal y de la eficacia
están precisamente dirigidos a la protección de los bienes jurídicos que subyacen
en los tipos de peligro abstracto. Justamente el reclamo a la eficacia, a la
necesidad de anticipación del umbral penal en ciertos casos y a la existencia de
un bien jurídico que tutelar, es lo que justifica suficientemente el recurso a esta
técnica.

El delito de marcaje o reglaje, como hemos visto, no protege un bien jurídico


de naturaleza individual, sino colectivo; busca defender el orden jurídico y el
poder estatal, que se ven amenazados por las asociaciones criminales,
independientemente de su entidad. Dicho interés más que un objeto de
protección indeterminado o vago, sirve para precisar la oposición que marca, por
un lado, la existencia de las organizaciones delictivas y, por el otro, la vigencia
de las normas jurídicas y el poder estatal en un Estado de Derecho(9).
IV. TIPICIDAD OBJETIVA

1. Modalidad típica

Para el legislador, incurre en delito de marcaje o reglaje quien acopia


información, realiza actos de vigilancia o seguimiento de personas o tiene armas,
vehículos, teléfonos u otros instrumentos para cometer o facilitar la comisión de
los delitos previstos en los artículos 106, 107, 108, 121, 124-A, 152, 153, 170,
171, 172, 173, 173-A, 175, 176, 176-A, 177, 185, 186, 188, 189 o 200 del CP.

Los elementos que componen el delito son: los actos de acopio de


información (reglaje), y los actos de vigilancia y seguimiento de personas
(marcaje), realizados para facilitar la comisión de otros delitos. Esta actividad
delictiva debe efectuarse en un momento anterior a la comisión del evento
criminal, pues de llegarse a ejecutar o consumar el delito fin, no se configurará
el delito de marcaje o reglaje; más bien, colaborar en el mismo escenario delictivo
o en un momento posterior a la ejecución del delito fin, será un acto de
complicidad primaria, conforme a las reglas de la autoría y participación.

De acuerdo al sentido de la norma, debemos diferenciar estos dos hechos:


Si una persona realiza una labor de seguimiento a un empresario, por ejemplo,
para poder secuestrarlo posteriormente (digamos que la labor de inteligencia
criminal se realiza en un momento distante al momento de perpetración del
hecho), su accionar sí constituirá el delito de marcaje o reglaje.

Por el contrario, si una persona retira dinero de una entidad financiera, y los
datos que ofreció el “marca” facilitan el delito principal de robo agravado (en ese
mismo momento), el accionar del agente no se subsumirá dentro del delito antes
señalado, sino que constituirá complicidad primaria del delito de robo, sea que
este se haya consumado o haya quedado en grado de tentativa. No estamos
ante un concurso de delitos (ideal o real), sino ante un concurso aparente de
leyes, donde la intervención en el hecho cometido (delito fin o delito principal)
subsume a la del delito medio.

Lo que debemos entender es que el delito de marcaje o reglaje regula aquella


labor de inteligencia criminal que realiza el “marca” en la fase de preparación del
delito fin, y que este delito no debe llegarse a cometer, pues, de ser así, serían
aplicables las reglas sobre autoría y participación en función del hecho punible
cometido, según las cuales el “marca” respondería, por ejemplo, como cómplice
primario del delito consumado.

Por otro lado, tenemos como elementos de configuración del delito en


estudio, la tenencia de determinados instrumentos, como es el caso de las
armas, vehículos, teléfonos u otros, siempre que, desde un punto de vista
objetivo, faciliten la comisión del delito fin.
Al respecto, debe precisarse que la posesión ilegal de un arma no configura
el delito de marcaje o reglaje, pues en sí misma constituye el delito previsto en
el artículo 279 del Código Penal, tipo penal que constituye una excepción a la
impunidad del acto preparatorio y que, por lo demás, prevé una pena superior a
la del aludido delito de marcaje o reglaje.

La norma deja abierta la posibilidad de incorporar otros instrumentos que


faciliten la comisión del delito, como pueden ser vehículos, teléfonos, planos,
directorios, siempre que sean usados por la persona que realiza la labor de
inteligencia criminal.

Por otro lado, si el agente pertenece a una organización delictiva, entonces,


su conducta se ajustará al delito de asociación ilícita para delinquir (artículo 317
del Código Penal), tipo penal que es otra excepción de impunidad de los actos
preparatorios.

La norma establece taxativamente como delitos fines del marcaje o reglaje


los siguientes: homicidio simple, parricidio-feminicidio, asesinato, lesiones
graves, lesiones al concebido, secuestro, trata de personas, violación sexual y
agravantes, seducción, actos contra el pudor y agravantes, violación seguida de
muerte, hurto simple y agravado, robo simple y agravado, y extorsión.

2. Sujetos activo y pasivo

El sujeto activo en este delito, es aquel que, para cometer o facilitar la


comisión de los delitos tipificados en los mencionados artículos del Código Penal,
realiza actos de vigilancia o seguimiento de personas; o tiene en su poder armas,
vehículos, teléfonos u otros instrumentos para facilitar la comisión del delito.

Ante la dificultad de imputar niveles de responsabilidad penal a sujetos


presuntamente vinculados a estructuras complejas de una organización, el tipo
se erige como solución importante para sancionar algunas conductas previas a
la comisión del delito.

El sujeto pasivo del delito es el Estado como titular del ius imperium, que
configura el orden social y detenta el monopolio jurídico. La titularidad no la tiene
la sociedad, la colectividad o el conglomerado social. Sin embargo, el
perjudicado puede ser cualquier persona, sea natural o jurídica.
V. TIPICIDAD SUBJETIVA

Es evidente que en este delito debe existir dolo, esto es, conciencia y voluntad
de realizar actos de acopio de información o actos de vigilancia o seguimiento
de personas, o de tener armas en su poder, vehículos, teléfonos u otros
instrumentos para la comisión de los delitos principales.

Asimismo, identificamos un elemento subjetivo del tipo consistente en la


intención de realizar los referidos delitos fin. Si el acto de marcaje o reglaje se
realiza con la finalidad de cometer un delito diferente a los señalados en el tipo
penal, no se configuraría este. Tales casos deberán resolverse aplicando las
reglas sobre participación delictiva, más precisamente sobre la complicidad,
siempre que el delito sea ejecutado, de lo contrario estaríamos ante unos actos
preparatorios impunes.

VI. GRADOS DE DESARROLLO DEL DELITO

El delito se consuma cuando el sujeto activo realiza los actos de acopio de


información, o de vigilancia o seguimiento de personas, o de posesión de armas,
vehículos, teléfonos u otros instrumentos para facilitar la comisión de los delitos
tipificados en los artículos 106, 107, 108, 121, 124-A, 152, 153, 170, 171, 172,
173 o 200 del Código Penal.

Desde la perspectiva de los delitos de peligro abstracto, resulta muy difícil


admitir una tentativa delictiva, ya que, en ellos, en esencia, se presume el peligro,
sin que se exija su concreción.

La Ley Nº 58959 tipifica actos preparatorios como ilícitos penales


independientes, los cuales deben ser desplegados antes de la comisión del delito
fin. Por un criterio de política criminal, el legislador no hace sino adelantar las
barreras de punibilidad, a fin de no esperar que el delito fin se cometa para
castigar la conducta.

La elevación de actos preparatorios a la categoría de delitos no debe


sorprendernos. Hace tiempo que el legislador ha previsto ilícitos penales con
tales características. Basta reparar, por ejemplo, en el artículo 317 del Código
Penal para percatarse que “quien se asocia para perpetrar delitos” no hace más
que “prepararse” para ello.

Sin embargo, que el legislador prevea delitos de este tipo no impide ejercer
un control sobre su legitimidad. Pueden admitirse si respetan los principios que
rigen el Derecho Penal, si se emplea una técnica legislativa depurada y si se
tipifican con la finalidad de proteger bienes jurídicos concretos.
La norma materia de estudio nace con la finalidad de sancionar actos
preparatorios realizados por aquellas personas que efectúan actos de acopio de
información o de vigilancia o seguimiento de personas, o de posesión de armas
u otros instrumentos, antes de la comisión de un delito fin.

Es un tipo de peligro abstracto, en el que el comportamiento del agente


“conlleva típicamente la producción de un peligro”. En este tipo de delitos el
merecimiento de pena viene dado por la “peligrosidad general” que el
comportamiento típico irroga en la tranquilidad y paz pública, cuyo control escapa
al propio ámbito de dominio del agente.

A este nivel, adquiere relevancia la discusión sobre la admisibilidad de los


delitos de peligro abstracto. La vinculación del Derecho Penal a la protección de
bienes jurídicos no significa que solo haya punibilidad en caso estos se lesionen,
sino que es suficiente que se pongan en peligro: en los delitos de peligro
abstracto los bienes jurídicos protegidos no se mencionan en absoluto en el tipo,
sino que constituyen solo el motivo para la creación del precepto penal.

El acto preparatorio como delito autónomo no puede ser punible


independientemente de si se ha producido la agresión final que el orden jurídico
pretende evitar, que es también punible. No puede sancionarse dos veces el
mismo acto. Por ejemplo: si el sujeto que realiza actos de marcaje para
secuestrar al administrador de una empresa, posteriormente participa en la
realización de este delito, deberá ser sancionado solo conforme al artículo 152
del Código Penal.

VII. PENALIDAD

La pena que se le impondrá al que comete este delito es privativa de libertad


no menor de tres ni mayor de seis años. En caso incurra en alguna de las
agravantes, la pena privativa de libertad será no menor de seis ni mayor de diez
años.

Se podría considerar un error de técnica legislativa el hecho de que dentro


del catálogo de delitos fines o principales señalados en la Ley Nº 29859, existen
algunos que no son graves, por lo que su marco penológico está muy por debajo
del propio delito de marcaje y reglaje.

Tal es el caso de los delitos previstos en los artículos 124 (lesiones al feto),
176 (actos contra el pudor) y 185 (hurto), cuyas penas son menores a la del delito
materia de análisis. De este modo, si el delincuente pondera la comisión de uno
y otro delito, constituirá un incentivo continuar con la comisión del delito fin.
Por ejemplo, un empleado que acopia información sobre su jefe para
lesionarlo, puede recibir entre 6 a 10 años de pena privativa de libertad (artículo
317-A del Código Penal), pero si lo lesiona gravemente, solo podrá recibir entre
4 y 8 años (artículo 121 del Código Penal), lo que supone una clara infracción
del principio de proporcionalidad.

En los casos señalados, el delito medio tiene una pena superior al delito fin.
Ante esta ilegalidad sancionatoria, el legislador debería suprimir de la lista de
ilícitos penales comprendidos en el artículo 317-A Código Penal, aquellos que
tienen penas inferiores a este. Solo así la ley tendrá sentido y podrá cumplir su
propósito, que es eliminar la impunidad de los actos de inteligencia criminal
anteriores a la ejecución del delito.

Otra crítica que se podría hacer al delito de marcaje o reglaje es su amplitud


o la vaguedad de su redacción, pues en la forma en que está formulado abre la
puerta a una criminalización difusa. Así, la posesión de “otros”instrumentos para
facilitar la comisión del delito, puede incluir conductas como el solo hecho de
premunirse de una simple ganzúa (para ingresar a la casa donde se planea
efectuar un hurto: artículo 185 del Código Penal).

EL DELITO DE REGLAJE O MARCAJE COMO MANIFESTACIÓN DEL


DERECHO PENAL DEL ENEMIGO (ALONSO R. PEÑA CABRERA FREYRE

CRITERIO DEL AUTOR

A juicio del autor, el nuevo delito de marcaje o reglaje (artículo 317-A del CP) es
una muestra del empleo indiscriminado del Derecho Penal, cuyo objetivo no es
tanto reducir las tasas del delito, sino los niveles de temor de los ciudadanos.
Así, sostiene que esta figura penal constituye un acto preparatorio punible que
basa su desvalor en un estado de sospecha y no en una verdadera lesión o
puesta en peligro del bien jurídico. Igualmente, precisa errores de técnica
legislativa como, por ejemplo, que se haya incluido el marcaje o reglaje destinado
a cometer lesiones culposas, lesiones al feto o seducción, así como la posibilidad
de que el marcaje o reglaje, una vez configurado un concurso medial de delitos,
tenga una mayor pena que el delito fin.

MARCO NORMATIVO:

• Código Penal: art. 317-A..


I. INTRODUCCIÓN

Nuestro país padece de una creciente e irrefrenable criminalidad que se


manifiesta en acciones delictivas realizadas con una fuerte dosis de violencia:
robos, secuestros, extorsiones, violaciones sexuales, etc. Las estadísticas
muestran un notable ascenso en la comisión de los delitos convencionales,
aquellos que atacan las bases existenciales de todo individuo, v. gr. la vida, la
integridad física, la libertad personal, etc.

Por un lado, aparece un dato criminológico, proyectado por los medios de


comunicación social y los órganos de persecución penal, que indica la
imposibilidad de detener a los agentes al no encontrárseles evidencias objetivas
de la comisión de un hecho punible, lo que propicia un escenario de impunidad.

Sucede, por ejemplo, en los casos en que el hampa marca a sus “víctimas”,
o hace un seguimiento (reglaje) en cuanto a sus lugares de desplazamiento, v.
gr. bancos, centros comerciales, financieros, etc., a fin de perpetrar
posteriormente, por ejemplo, un delito de robo o secuestro.

Por otro lado, el concepto de “seguridad ciudadana” trasvasa un contenido


meramente ideológico o doctrinario, para penetrar en políticas de gestión
sectoriales. En definitiva, la sensación de miedo e inseguridad de la población
influye y genera decisiones de quienes ostentan el poder penalizador y definen
las conductas como “delictivas”.

Es así que el Derecho Penal se convierte en un instrumento que despliega


efectos psicocognitivos en la mente del ciudadano, siendo la herramienta
predilecta para la solución de la conflictividad social, además de un arma eficaz
de réditos políticos.

La descripción de la “sociedad del riesgo(4)” proyecta una directriz político-


criminal que aleja a la normativa penal de sus principios legitimadores
democráticos, para imbricarse en variables perceptivas, simbólicas y
comunicativas, en tanto la norma penal se aparta de su fuente ética y
programática para erigirse en un receptáculo de intereses político-sectoriales,
donde la sensación de seguridad, por intermedio de la policitación de la norma
jurídico-penal se estanca en un nivel sociocognitivo(5)(6).

El objetivo político ha sufrido una mutación sustancial, pues las estrategias


públicas ya no se encaminan a reducir tasas de delito en una sociedad, sino a
reducir los niveles de miedo o ansiedad que experimenta la ciudadanía. De esta
forma, la inseguridad y el miedo se convierten en promotores de cambios en la
legislación penal y procesal penal.
En otras palabras: no interesa el real rendimiento de la norma jurídico-penal
en la realidad social, en cuanto a una verdadera contención y prevención de la
criminalidad, sino únicamente sus efectos inmediatos en los ciudadanos, sobre
todo en coyunturas de alta conmoción pública.

A tal efecto, los medios de comunicación social se constituyen en la


plataforma ideal de esta irracional legislación penal, al magnificar las noticias
criminales, provocando miedo, temor y angustia en los miembros de la
colectividad; estos demandan una enérgica respuesta punitiva y el legislador,
proclive a satisfacer dichas exigencias, responderá instaurando medidas que
expanden excesivamente el Derecho Penal. La sociedad posindustrial es,
además de la “sociedad del riesgo” tecnológico, una sociedad con otros
caracteres individualizadores, que convergen en su caracterización como una
sociedad de “objetiva inseguridad”.

El estado de la cuestión criminal reclama mayores cuotas de intervención del


Derecho Penal, lo cual ha de ser explicado desde un plano sociológico
(criminológico), político y cognitivo. Las actuales interactuaciones de los
individuos generan nuevos riesgos e intensifican los ya existentes. La profunda
interrelación de las esferas de organización individual incrementa la posibilidad
de que algunos de esos contactos sociales redunden en la producción de
consecuencias lesivas, a la par que decaen significativamente los mecanismos
de solidaridad social, pues los individuos cada vez están menos dispuestos a
sacrificar espacios de seguridad personal.

Se suele incidir, por lo tanto, en los factores preventivos del Derecho punitivo,
en el sentido de no esperar que se produzcan lesiones concretas, pues, después
de todo, la función del sistema punitivo es la contención de los riesgos jurídico-
penalmente desaprobados. Dicha situación se entiende legislativamente desde
un doble plano. Primero, mediante la protección de nuevos bienes jurídicos, de
naturaleza supraindividual o de sustrato espiritual, y el empleo de categorías
dogmáticas como la de los delitos de peligro abstracto, lo que avizora cierto
relajamiento de los criterios de imputación jurídico-penal.

Segundo, mediante una degradación de las garantías materiales y


procesales, y la inclusión de categorías conceptuales incompatibles con los
criterios legitimantes del ius puniendi estatal, como el uso de tipos penales
vagos, difusos y ambiguos, que ponen el acento en el perfil personal del autor,
en su forma de vida, por su estado de sospecha, bajo el rótulo de “enemigo.
Sobre ellos recae la violencia penal institucionalizada, desprovista de todo
margen de racionalidad y ponderación. Ya no se trata de una flexibilización de
los criterios de imputación jurídico-penal, sino del desmantelamiento de sus
garantías fundamentales.

La disminución de las garantías del acusado en el proceso penal, la creación


de nuevas figuras delictivas de márgenes poco precisos y la exasperación de los
marcos punitivos de las infracciones ya presentes en el CP parecen ser las notas
distintivas del moderno Derecho Penal y Procesal Penal en la lucha contra la
delincuencia organizada en general.

Un sector de la doctrina especializada señala, con razón, que


paradójicamente el discurso de la modernización o expansión del Derecho Penal
ha sido utilizado por los partidarios del modelo de seguridad ciudadana para
intensificar la intervención penal en el núcleo de la delincuencia clásica,
especialmente patrimonial, alejada de aquellos ámbitos en donde se producen
nuevos riesgos que caracterizan a nuestras sociedades posindustrial izadas.

Se maneja, entonces, un doble discurso político-criminal, en la medida de que


el crimen corporativo y empresarial, que perpetra graves perjuicios a los
consumidores y lesiona los principios de la libre competencia, es enfrentada con
mecanismos de control social carentes de toda eficacia disuasiva (Derecho
Administrativo sancionador), mientras que el núcleo duro del Derecho Penal es
objeto de una intensa dureza punitiva.

No existe, en realidad, una política penal encaminada a combatir los nuevos


riesgos que genera el fenómeno de la criminalidad organizada, pues se siguen
perfilando las respuestas punitivas en los delitos convencionales; ello revela la
carencia de una estrategia preventiva e integral, capaz de propiciar verdaderos
estados de contención del delito. Así, Díez Ripollés indica que el concepto de
“expansión” ha dejado ya de referirse primordialmente a las nuevas formas de
criminalidad propias de la sociedad de riesgo, las cuales pasan a ocupar, dentro
del nuevo concepto de expansión, un lugar marginal, tanto cuantitativa como
cualitativamente. La expansión ha dejado de ser extensiva para pasar a ser
intensiva, concentrando sus esfuerzos en el incremento de punición de ciertos
tipos de delincuencia clásica.

A partir del ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York (2001), se
ha introducido en el lenguaje jurídico y político-criminal la idea del “control crime”:
lo que más interesa ahora es el orden, por ende, ante las manifestaciones del
crimen tradicional y convencional se aplica la regla de “tolerancia cero”, lo cual
significa una máxima intervención en la esfera de libertad ciudadana y una
gradual e intensa relatividad de las garantías fundamentales (20).

Como se anotó, la huida ciega al Derecho Penal incide en la escenificación


del llamado “populismo penal”, es decir, en la utilización política del Derecho
Penal. Según Miranda Estrampes, para erradicar esta utilización populista, toda
propuesta nueva de criminalización debería someterse a un test de efectividad,
esto es, debería acreditarse, como criterio decisional, el plus de utilidad que en
cada caso reportará esta llamada al Derecho Penal.

Los proyectos de ley en materia penal deberían someterse a estos filtros


programáticos y de racionalidad, tomando en cuenta los criterios legitimantes de
un Derecho Penal democrático, los cuales requieren de toda una discusión
dogmática y criminológica.

III. EL DELITO DE REGLAJE

El “reglaje” da la idea del seguimiento continuo de personas o cosas, que


efectúan ciertos agentes con la finalidad de acopiar información y datos
relevantes que les permitirán ejecutar su plan criminal; por ejemplo, para
identificar el desplazamiento frecuente de la víctima, con el objeto de
secuestrarla, o para saber cuándo efectúa retiros dinerarios en bancos, con el
fin de apoderarse de dicho bien.

Un punto importante es el listado de delitos que, según el artículo 317-A del


CP, el agente debe pretender perpetrar merced a los actos de reglaje. Estos son
el homicidio simple, el parricidio, el homicidio calificado, las lesiones graves, las
lesiones culposas, las lesiones al feto, el secuestro, la trata de personas, la
violación sexual, la violación sexual de persona en estado de inconsciencia o en
imposibilidad de resistir, la violación sexual de menores, la seducción, los actos
contra el pudor, el hurto simple, el hurto agravado, el robo, el robo agravado y la
extorsión.

Llama la atención que en esta relación de hechos punibles se haga alusión a


injustos como las lesiones culposas, la seducción o el hurto simple, que en
realidad no constituyen ilícitos penales que ameriten la realización de actos de
reglaje o marcaje. Por ejemplo, no es racional que una persona acopie
información o siga a su víctima, para luego lesionarla “de forma imprudente” (esto
es, sin ser consciente del riesgo jurídicamente desaprobado creado por su
conducta).

Los actos de reglaje suelen tener lugar en el marco de la criminalidad violenta,


es decir, en el caso de robos, secuestros, asesinatos, lesiones graves dolosas,
violaciones sexuales y extorsiones.

Ahora bien, se señala en la redacción normativa que el agente, para la


comisión de los hechos punibles mencionados, debe realizar actos de acopio de
información, de vigilancia o de seguimiento de personas, o tener en su poder
armas, vehículos, teléfonos u otros instrumentos para facilitar la comisión del
delito.

Un primer punto a señalar es que estamos ante la figura del concurso medial
de delitos, en el que se perpetra un delito para realizar otro, con la particularidad
de que el primero alude a los actos preparatorios del segundo.

Es decir, si se evidencia que el injusto penal fin fue cometido en toda su faz
descriptiva, estaríamos frente a dos actos que, no obstante estar integrados en
un mismo iter criminis, se encuentran fraccionados en su secuencia delictiva, con
la manifiesta probabilidad de que se pueda punir dos veces a un autor por el
mismo hecho. Primero, por ejemplo, por habérsele encontrado armas en su
vehículo (propósito de cometer un asesinato), y segundo, por la perfección
delictiva del homicidio agravado, cuando, conforme al principio de absorción, se
debe optar por el estadio delictivo más intenso.

Dicha circunstancia paradójica de seguro que el legislador ni siquiera la ha


previsto, por lo que, ante ello, los principios de razonabilidad y proporcionalidad
aconsejarían que la incriminación se sostenga únicamente por el delito
consumado o intentado.

Creemos que la ratio de la norma, si es que la queremos ajustar a los fines


de política criminal que la justifican, es evitar que los delitos enumerados en el
artículo 317-A del CP se lleguen a cometer, lo cual se pretende lograr mediante
el adelantamiento de las barreras de intervención punitiva a estadios muy lejanos
de la lesión, de modo que se neutralicen probables perpetraciones de dichos
injustos penales.

Desde un punto de vista puramente operativo (persecutorio), se dota a la


Policía de un amparo legal para que realice aprehensiones de presuntos
sospechosos, que ni siquiera han dado comienzo a los actos ejecutivos del delito
que han planeado, tomando en cuenta, que, por ejemplo, el acopio de la
información es un acto constitutivo de delito, que al ser detectado importaría un
estado de flagrancia.

El artículo 317-A del CP implica dos cosas. Primero, la equiparación de actos


preparatorios de un delito a un acto típicamente delictivo, pues al agente que se
le aprehende o sorprende realizando actos de marcaje, reglaje o en posesión de
armas, vehículos, teléfonos u otros instrumentos para facilitar la comisión de otro
delito, estará incurso en el tipo penal, sin necesidad de que haya dado comienzo
a la perpetración concreta de estos actos delictivos planeados.

Segundo, se podría configurar legalmente un concurso medial, entre los actos


preparatorios del delito y el delito efectivamente cometido. Si a un individuo se le
encuentra ilegítimamente en poder de un arma (tenencia ilegal de armas) o de
otros instrumentos (marcaje o reglaje), y se evidencia que fueron utilizados para
la comisión de un hecho punible, no se le sancionará por ambos delitos, ya que
los actos preparatorios estarán subsumidos en la realización típica del ilícito
consumado, privilegiándose la aplicación de este tipo penal.

Lo paradójico de esto es que el delito cometido, en algunos casos, puede


llegar a tener una pena menor con el delito medio, como es el caso de las
lesiones al feto (artículo 124-A del CP), lo que, sin duda, vulnera los principios
de proporcionalidad y culpabilidad.

Ingresando a los elementos constitutivos, la realización de “actos de acopio


de información” importa la recolección de datos relevantes o necesarios para
poder asegurar el éxito de la operación criminal; en realidad, supone una
descripción fáctica propia de la participación delictiva (pues quien se encarga de
estas tareas, por lo general, no interviene en la etapa ejecutiva del delito), a
menos que se trate de una organización delictiva, en cuyo caso dicha
intervención se elevaría al nivel de autoría.

En cuanto a los actos de “vigilancia o seguimiento de personas”, se trata de


comportamientos muy próximos a la etapa ejecutiva del injusto penal, necesarios
para la perpetración de figuras delictivas como el robo, el secuestro o la
extorsión. Sin duda, estas son conductas típicas de reglaje, en las que el agente
acecha a su víctima, en busca de condiciones óptimas para la realización del
delito que pretende cometer (v. gr. observando las rutas habituales que toma la
víctima para secuestrarla, o recabando información sobre cuándo efectuará un
retiro de dinero significativo de una entidad bancaria). Este seguimiento podrá
ser prolongado o de corta duración, dependiendo de la complejidad del caso.

Finalmente, la redacción normativa se refiere al supuesto en que el agente


“tiene en su poder armas, vehículos, teléfonos u otros instrumentos para
posibilitar la comisión del delito”. Con ello se hace alusión a la mera posesión de
instrumentos, objetos o herramientas idóneas para perpetrar el delito fin, en
especial, de armas de fuego u otras semejantes.

Es en esta hipótesis delictiva donde se deberá tener sumo cuidado, en la


medida que la sola tenencia de un arma de fuego u otro instrumento no siempre
vendrá seguida de la deliberación delictiva a cometer un determinado hecho
punible. Piénsese en aquel agente que recién ha comprado el arma, pero no
tiene aún un plan concreto de cometer un delito. En este caso habrá solo
posesión ilegal de armas, pero no un delito de reglaje.

Así también, cuando el agente ya cometió un robo agravado, y tiempo


después, en un operativo policial, se le encuentra en poder del arma empleada,
no se configurará el delito de reglaje, pues para ello se requiere que el arma se
posea para posibilitar la comisión de un delito a futuro, no la que se empleó en
un delito pasado.

Todas estas variantes del injusto típico no pueden ser acreditadas con la mera
tenencia del instrumento peligroso, sino que deben aparejarse datos objetivos
que indiquen que el agente tenía la intención de cometer el delito fin: robo,
secuestro, extorsión, etc. De no ser así, se estaría abriendo la posibilidad de una
sanción penal basada en la subjetividad, por un delito de mera sospecha, donde
primaría la apreciación personal del juez y la estigmatización del agente.

Si la afirmación típica de este delito se encuentra desprovista de objetividad


probatoria, anclamos en el infortunio del abuso y la arbitrariedad, de manera que
debe acreditarse que el agente estaba en la posibilidad de cometer el delito, por
ejemplo, cuando el agente es intervenido por la Policía en una situación de
proximidad con su potencial víctima (no cuando se le encuentra con un arma en
un lugar alejado de donde hubiera tenido la posibilidad delictiva).

Igualmente, en lo concerniente a la posesión de un teléfono (instrumento


mencionado en el artículo 317-A del CP), se debe ser muy cuidadoso, en el
sentido de verificar que su empleo sirve efectivamente al planeamiento del hecho
punible y no para otro tipo de actividades, sin incidencia delictiva alguna.

En cuanto a las circunstancias agravantes, el tipo penal nos indica tres. La


primera, por la específica posición institucional del autor del delito, en cuanto a
la su cualidad de funcionario o servidor público, siempre que se acredite el
aprovechamiento de las ventajas del cargo público para la comisión del injusto
penal, v. gr. el empleo de información propia de la función desempeñada para
perpetrar un hecho punible.

La segunda, cuando el agente tuviera o haya tenido un vínculo laboral con la


víctima, siempre que el sujeto pasivo haya depositado su confianza en aquel.
Para aplicar esta agravante debe verificarse una relación laboral de tal
importancia que le permita al autor contar con información relevante para la
realización típica del delito pretendido, v. gr. la secretaria o el asesor del
empresario que se aprovechan de la confianza que este les tiene para dar a
conocer a terceros a qué entidad bancaria acudirá a retirar dinero, el lugar donde
lo colocará o la ruta que seguirá.

No puede referirse a cualquier cargo, la relación laboral debe otorgarle al


agente cercanía a la víctima, de tal manera que este último le confíe una serie
de aspectos que involucren, por ejemplo, información de su situación económica
o ciertos aspectos de su vida personal.

La tercera es la utilización de un menor de edad, lo que indica que los actos


de reglaje (acopio de información, actos de vigilancia o seguimiento de personas
o la tenencia de armas, vehículos, teléfonos u otros instrumentos), deben ser
emprendidos por un menor de 18 años de edad, que obre merced a la consigna
de un adulto, que se aprovecha de su inimputabilidad para determinarlo a la
ejecución de dichos actos de reglaje, aunque, para tales efectos, también puede
hacer uso de violencia o amenaza. Se está ante una modalidad de autoría
mediata, subsumible en el artículo 23 del CP. El fundamento de mayor reproche
personal de esta agravante estriba en el plus de reprobación que significa utilizar
a menores de edad para la obtención de fines ilícitos. Una cuestión importante a
subrayar es que el agente debe saber que la persona que realiza actos de
marcaje o reglaje es un menor de edad, pues si desconoce dicha situación
cronológica, habrá de responder por el tipo base y no por la modalidad agravada.

Al constituir las conductas contenidas en el tipo penal actos preparatorios del


delito, la realización típica adquiere concreción con la mera constatación de la
circunstancia descriptiva: recabar información, seguir a la víctima o tener bajo el
dominio fáctico armas u otros instrumentos para facilitar la comisión de un delito.
Por consiguiente, los actos anteriores a ello se encuentran sustraídos del ámbito
de protección de la norma, en la medida que carecen de peligrosidad, v. gr. la
compra de un celular o de un arma.

Si ya de por sí los actos de reglaje o marcaje generan un justificado reparo


de legitimidad por el adelantamiento punitivo que implican, los actos precedentes
a ellos no pueden ser objeto de sanción jurídico-penal, por ende, el delito
intentado de marcaje o reglaje resulta inadmisible.

Finalmente, el tipo subjetivo del injusto exige el dolo. El agente debe ser
consciente de que realiza actos típicos de reglaje o marcaje, con la intención de
cometer otro delito (contenido en el primer párrafo del artículo 317-A del CP). El
elemento cognitivo del dolo ha de abarcar todos los elementos constitutivos del
tipo penal, cuya ignorancia puede dar lugar a un error de tipo.

Aparte del dolo, la tipicidad penal exige un elemento de naturaleza subjetiva


trascendente: el propósito de facilitar la comisión del delito, cuya probanza debe
efectuarse a través de una base indiciaria de naturaleza objetiva, que conecte el
delito de marcaje o reglaje con el delito fin.

IV. A MODO DE CONCLUSIÓN

En el umbral del tercer milenio, se pone de manifiesto la expansión


irrefrenable del Derecho Penal a nuevos ámbitos sociales (“sociedad del riesgo”),
en especial, la penalización de comportamientos que ponen peligro intereses
sociales supraindividuales, lo cual se suele justificar invocando los fines
preventivos de la norma penal, desde un plano estrictamente sociológico. Este
movimiento de expansión puede legitimarse en las nuevas descripciones
sociológicas de la sociedad moderna y conforme su estrecha vinculación con los
bienes jurídicos fundamentales.

Sin embargo, en nuestra legislación penal las reformas de política criminal,


además de ser exaltadamente punitivistas, tienen como marco referencial a los
delitos convencionales: aquellos comprendidos en la conocida acepción teórico-
conceptual del “Derecho Penal nuclear”, v. gr. robos, secuestros, extorsiones,
violaciones sexuales y similares.

Las tasas de criminalidad convencional o violenta, en parte


sobredimensionadas por los medios de comunicación social, generan en la
colectividad, una demanda enérgica de mayor dureza punitiva, la que da lugar a
la respuesta inmediata del legislador, quien –generalmente por réditos políticos–
promueve permanentemente reformas normativas en el CP, muchas de ellas sin
la debida reflexión.

Así, se han revivido instituciones propias de un Derecho Penal de autor e


incorporado figuras delictivas sumamente alejadas de la lesión a los bienes
jurídicos. Ejemplo de esto último es la penalización de los meros actos
preparatorios, como en el caso del delito de “reglaje” o “marcaje”.

Esta figura penal basa su desvalor en un estado de sospecha, pues ni siquiera


requiere que el agente ponga en peligro la indemnidad de un bien jurídico. La
sola posesión de un instrumento riesgoso o una actuación en sí“sospechosa” es
lo que define la materialidad de este injusto penal (con el añadido de un elemento
subjetivo de naturaleza trascendente, que en la práctica no será fácil de
distinguir).

Estimamos que la construcción de estos tipos penales, sostenidos


ideológicamente bajo la idea de la “seguridad ciudadana”, provoca una merma
sustancial en el ámbito de las libertades fundamentales, y nos acercan a un
Estado Policial (“Derecho Penal del enemigo”) y a un “Derecho Penal de autor”,
contrarios a los postulados de un Estado Constitucional de Derecho.

Esta proyección político-criminal se caracteriza por el empleo indiscriminado


del Derecho Penal para lograr efectos promocionales y sociocognitivos,
propiciando el fenómeno del “populismo penal”, que lo único que busca es
sosegar el estado de temor o angustia de los miembros de la comunidad. De
este modo, se crea una sociedad de habitantes pasivos, quienes por efecto de
la sanción draconiana de la normativa penal, obtendrán una sensación de
aparente seguridad (subjetiva). Sin embargo, se ha demostrado que esta
orientación criminalizadora no surte los resultados que se esperan de ella (si
fuese así, hace tiempo ya que en nuestro país se hubiesen reducido las cifras de
la criminalidad tradicional, conforme al planteamiento normativo iniciado a fines
de los años noventa).

Si bien corresponde al Derecho Penal una labor de control, contención y


prevención de conductas disvaliosas, su intervención debe sujetarse a sus
principios legitimantes, que tienen como soporte fundamental el acto (acción u
omisión) que lesiona o pone en peligro un bien jurídico-penal.

La incorporación del delito de “marcaje” o “reglaje” no se hubiera considerado


necesaria si se hubiese reforzado logísticamente a la Policía Nacional,
fortalecido las labores de inteligencia, y optimizado los métodos de prevención
delictual. En vez de eso, se prefirió acudir al fácil expediente del Derecho Penal.

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