La vida en comunidad ha implicado para el hombre el desarrollo de códigos
morales, los cuales pretenden regir sus acciones no tanto por lo que le convenga en lo particular, sino por la bondad o maldad de cada una de ellas. No todas las sociedades comparten el mismo código moral, sin embargo, por lo que se han realizado estudios para definir los más correctos o para comparar unos con otros. Se reconoce como ética, o filosofía moral, a la disciplina que estudia o reflexiona sobre lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto, desde el punto de vista moral. Interiorización del deber moral. La observación del desarrollo de la conducta moral de la humanidad muestra un proceso de progresiva interiorización: existe una clara evolución que va desde la aprobación o reprobación de determinadas acciones exteriore3s y de sus consecuencias, también exteriores, a la aprobación o reprobación de las intenciones en las que las acciones se fundamentan. La que Hans Reiner llamó “ética de la intención” se encuentra ya en algunos preceptos del antiguo Egipto (unos tres años antes de la era cristiana) como, por ejemplo, en la máxima “no te reirás de los ciegos ni de los enanos”, y del Antiguo Testamento cuando el decálogo prohíbe codiciar la propiedad o la mujer del prójimo. Muy a menudo, cuando el hombre ha deliberado para saber cómo debe obrar ha pensado escuchar una voz en su interior que le dice: he ahí tu deber. Cuando el hombre falta a ese deber, se afirma que esa misma voz se hace oír y protesta. El hombre tiene, entonces, la impresión de que esa voz emana de algún ser superior a él. Por eso, la imaginación de los pueblos la ha atribuido seres trascendentes, superiores al hombre, que se han convertido en objeto de culto. Así, todas las sociedades humanas han elaborado algún mito9 para explicar el origen de la moralidad. Para la cultura occidental resulta familiar la figura de Moisés recibiendo en el monte Sinaí la tabla de los diez m andamientos divinos, o el mito narrado por Platón en el diálogo narrado por Protágoras, según el cual Zeus, para superar las deficiencias biológicas de los humanos, les dio sentido moral y capacidad para entender y aplicar el derecho y la justicia. Al atribuir origen divino a la moralidad, el sacerdote se convertía en su intérprete y guardián. El vínculo entre moralidad y religión se hizo tan firme que todavía hoy se asegura desde diversas corrientes de pensamiento que no puede haber moralidad sin religión. De acuerdo con este punto de vista, la ética cesaría de ser un campo independiente de estudio y se convertiría en teología moral. Desde un punto de vista antropológico, el sociólogo francés Émile Durkheim postuló que bajo la forma mítica y el símbolo se encuentra la sociedad, y que cuando habla la conciencia es la sociedad la que se expresa. Historia. Correspondió a un sofista, Protágoras, romper el vínculo entre moralidad y religión. Sostuvo, llevado de su escéptico relativismo –a él se le atribuye la famosa frase “el hombre es la medida de todas las cosas, de las reales en cuanto que son y de las no reales en cuanto que no son”–, que los fundamentos de un sistema ético para nada precisaban de los dioses o de un reino metafísico que estuviese fuera del mundo ordinario de los sentidos. Fue, al parecer, otro sofista, Trasímaco de Calcedonia, el primero en situar el fundamento del comportamiento ético en el egoísmo individual. Sócrates, a quienes algunos consideran el fundador de la ética, fue defensor de una moralidad autónoma, independiente de la religión y cimentada únicamente sobre la razón, sobre el logos. Respecto al estado, al contrario que los sofistas, Sócrates establece una relación profunda, íntima y personal; según él, incluso la autoridad del padre o la madre debe supeditarse a la del estado. Platón siguió la ética socrática, que apoyó en su teoría de las ideas (trascendentes é inmutables): la verdadera virtud surge del verdadero saber; pero el verdadero saber es sólo el de las ideas. Para Aristóteles, la causa final de todas las acciones humanas era la felicidad (eudaimonía). En su ética, totalmente individualista, los fundamentos de la moralidad no se derivan de un principio metafísico, sino de lo más privativo del ser del hombre: razón (logos) y actuación (enérgeia) son los dos puntos de apoyo de la ética aristotélica; por tanto, sólo será feliz el hombre que obre continuamente de acuerdo con la virtud, adquirible por la educación. La diversidad de los sistemas éticos que se han propuesto a lo largo de los siglos ha sido tan amplia como la diversidad de los ideales. Así, los cirenaicos defendían el deleite a ultranza, los cínicos recomendaban el rechazo de los bienes materiales, Epicuro asentó su doctrina en la búsqueda de un placer razonable, los estoicos recomendaron la resignación y el temple acerado del alma, el cristianismo enalteció la obediencia a las órdenes divinas, la caridad y la humildad, Leibniz se apoyó en la perfección, Jeremy Bentham sostuvo el principio de la mayor felicidad para el mayor número de individuos, Friedrich Nietzche defendió la rebeldía y Arthur Schopenhauer hizo de la renuncia el pilar de sus sistema ético. Hasta Immanuel Kant, en el siglo XVIII, todos los filósofos, con la excepción en cierta medida de Platón, habían creído que el objeto de la ética era dictar leyes a la conducta. Kant dio un giro nuevo al problema al postular que la realidad del conocimiento práctico (comportamiento moral) está en la idea, en la regla para la experiencia, en el “deber ser”. La voluntad moral es sólo voluntad de fines como puros fines, fines absolutos: el ideal moral es un imperativo categórico (ordenación a un fin absoluto sin condición alguna). La moralidad se encuentra en la máxima de la acción y no en la acción misma, y tiene como fundamento la autonomía de la voluntad. G. W. F. Hegel, que se opuso a Kant, intentó resolver el problema de reconciliar moralidad e interés propio en el seno de una nueva sociedad, en la que dicho conflicto desaparecería. Objeto y ramas de la ética. La evolución de la ética occidental pone de relieve la existencia de tres grandes temas recurrentes: 1) desacuerdo sobre si los juicios éticos son verdades acerca del mundo o sólo reflejo de los deseos de quienes los formulan; 2) divergencia sobre si el actuar virtuosamente se realiza en beneficio propio, o si, al menos, es racional hacerlo; 3) discusión sobre la naturaleza de la virtud, el bien y el mal. Diversas corrientes contemporáneas han aportado nuevas reflexiones sobre esas cuestiones (intuicionismo, positivismo lógico, existencialismo, teorías psicológicas sobre la conexión entre moralidad e interés propio, realismo moral, etc.), determinando así una ampliación del campo de estudio de la ética. Se distinguen de ese modo dos ramas principales de la ética, la teoría ética normativa y la ética crítica o metaética. La ética normativa puede considerarse como una investigación dirigida a establecer y defender como válido o verdadero un conjunto completo y simplificado de principio éticos generales y también otros principios menos generales, importantes para establecer el fundamento ético de las instituciones humanas más relevantes. La metaética se ocupa de los tipos de razonamiento o evidencia que constituyen una defensa o justificación válida de los principios éticos, y demás de otra cuestión íntimamente relacionada con las anteriores: la del “significado” de los términos, predicados o enunciados éticos. Puede decirse, pues, que la metaética guarda con respecto a la ética normativa una relación similar a la que la filosofía de la ciencia mantiene respecto de la ciencia. En cuanto al método que emplea, la teoría metaética se encuentra muy próximo al de la ciencia empírica. Algunos de sus aspectos son simples descripciones de hechos y, por consiguiente, no difieren en principio de los aspectos descriptivos de las ciencias empíricas. No ocurre lo mismo con la ética normativa, en la que la estructura lógica es distinta de la de la ciencia empírica. La respuesta a la pregunta de si la teoría ética es importante para la ciencia y la conducta humana, no puede por menos que ser afirmativa. Las ciencias sociales entroncan con la teoría ética; los avances científicos se enfrentan a veces a enunciados éticos. De la teoría ética cabe esperar que facilite un modelo de sistema ético; después, cada individuo debe considerar dónde se sitúa con respecto a las cuestiones importantes de la v ida, a la luz del marco lógico de un sistema justificable de principios.