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a) «El Padre y yo somos una sola cosa» (Jn 10,30; cf. 17,21.23).
La cosa extraordinaria de la Trinidad es que se trata de “Tres reales que son Uno” (C. Lubich).
¿Cómo es posible? ¿No es una afirmación contradictoria? Puede ayudarnos a intuir que no se trata
de una contradicción, el reflexionar sobre el hecho de que en la Trinidad cada Persona es Ella
misma gracias a las otras, a través de las otras. El Padre lo es sólo en relación al Hijo. En Dios
Unidad y Trinidad son inseparables, coinciden, porque el mismo acto de amor que da la vida a la
otra Persona, es el que hace existir a quien ama.
"¿Qué indicación nos da esta realidad para nuestra vida? La relación de amor fraterno con
los demás no es algo “opcional” y más o menos secundario, un “mandamiento” de Dios que
se impone desde afuera a los seres humanos. La relación con los demás, el tenerlos en
cuenta seriamente, el amor recíproco, es constitutivo de la persona. Es una realidad que
hace tales a las personas. El otro forma parte de mí mismo. Sin los demás, el individuo se
deshumaniza. Cuando todas las grandes religiones piden a sus seguidores “no hacerles a los
demás lo que no queremos que los demás nos hagan a nosotros”, o el evangelio dice “a
quien da le será dado” (Lc 6,38), o los Hechos de los Apóstoles reconocen que “da más
felicidad dar que recibir” (Hech 20,35), no están haciendo afirmaciones “religiosas” válidas
sólo para los creyentes; son “leyes trinitarias” escritas en el “código genético” de la
humanidad, que forman parte de la condición humana, que hacen tal al ser humano."
mismo tiempo que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. Éste es el
gran desafío que la fe trinitaria pone a la inteligencia y la vida de la humanidad."
Cuando nos preguntamos por qué Dios permite el mal, por qué no interviene ante los horrores que
vive la humanidad, desde el holocausto de millones de seres humanos hasta la miseria injusta de la
mayor parte de la población de la tierra, no encontramos una respuesta si no pensamos
“trinitariamente”. J. Sobrino cuenta que un periodista europeo agnóstico le preguntaba a un
campesino latinoamericano cómo podía creer en Dios después de todos los sufrimientos que él, su
familia, su pueblo, habían padecido. “Usted no entiende - fue la respuesta -, Dios nos dio la cabeza
para pensar, el corazón para amar y las manos para trabajar. El mal lo hacemos nosotros, no
Dios”.
Es que Dios “no puede” relacionarse con la humanidad sino trinitariamente. O sea, tomando en
serio la historia humana, respetando la libertad, haciéndole espacio al ser humano para que sea
constructor del mundo y protagonista de su propio destino. Hegel decía que no hay verdadero amor
sin igualdad. Por eso la historia no depende “en parte” de nosotros y “en parte” de Dios, como
cuando decimos que en todo cuanto hemos hecho de bueno en nuestra vida, nosotros hemos puesto
sólo el 5%, mientras el 95% depende de Dios. Una afirmación de este tipo, aunque llena de buena
voluntad, es errada porque "poco trinitaria”. La relación entre Dios y la humanidad depende
totalmente de Dios (en sentido pleno) y totalmente de nosotros (en sentido dependiente, de
respuesta). Grandes cristianos a través de toda la historia comprendieron bien esta dinámica
trinitaria, cuando enseñaban que “es necesario rezar como si todo dependiera de Dios, y actuar
como si todo dependiera de nosotros”.
puede variar en sus formas y no se refiere sólo al dinero) no es algo optativo para héroes y santos,
sino una exigencia profunda, para todo cristiano, de la fe evangélica y trinitaria.
Dimensión social
“Después de la proclamación de Cristo, que nos "revela" al Padre y nos da su Espíritu,
llegamos a descubrir las raíces últimas de nuestra comunión y participación. Cristo nos
revela que la vida divina es comunión trinitaria. Padre, Hijo y Espíritu viven, en perfecta
intercomunión de amor, el misterio supremo de la unidad. De allí procede todo amor y toda
comunión, para grandeza y dignidad de la existencia humana. Por Cristo, único Mediador,
la humanidad participa de la vida trinitaria. Cristo hoy, principalmente con su actividad
pascual, nos lleva a la participación del misterio de Dios. Por su solidaridad con nosotros,
nos hace capaces de vivificar nuestra actividad con el amor y de transformar nuestro trabajo
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