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El espacio de la literatura literaturizada de Azorín

RESUMEN: Es Azorín un escritor injustamente preterido,


cuando es uno de los máximos prosistas del siglo XX. Se
insiste es que es un artista de los objetos cotidianos, de los
“primores de lo vulgar”. También se le estudia desde una
visión nacionalista, en lugar de ponerlo en relación con la
literatura europea de su tiempo. Otro tópico sobre el autor
es el de que escribe con una gran simplicidad sintáctica, sin
apreciar que no produce su prosa la misma sensación hoy
día que cuando se oponía al esteticismo de origen
modernista y, en todo caso, es una simplicidad muy
elaborada. Sería preferible hablar, con respecto a Azorín,
de una hiperliteraturización. Así, por ejemplo, desde el
punto de vista creativo, el juego que construye sobre
personajes literarios conocidos, muy especialmente
cervantinos, lo que ya encontramos en su obra desde La
ruta de Don Quijote, de 1905, y que se acrecienta en los
libros posteriores a su regreso a España tras la guerra civil.
Llega así a construir un mundo, como separado de la vida,
un mundo que ya no se sabe si es real o irreal, fuera de los
géneros literarios al uso, pero en que mágicamente
penetramos como en un sueño.

Ha caído sobre la obra de Azorín una suerte de


descrédito difícilmente comprensible. Por un lado se lo
reconoce como gran escritor pero, por otro, se lo abandona
en el pozo del desinterés. Ni siquiera quienes se acercan a
su obra con ánimo de demostrar su importancia consiguen
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

sacarla del olvido, pues se suelen citar tan sólo algunos


títulos, en los que se insiste hasta convertirlos en tópico, y
apenas si se penetra en su significación1. Probable y
tristemente, Azorín se convertido en un autor al que se
elogia pero no se lee —nada raro, por otra parte, en la
literatura española—, o acaso sólo se lean algunos libros de
su primera época. 15

Repítense, de manual en manual, juicios que


desbarataría un leve acercamiento a los textos con una
mirada moderna y no limitado a un panorama literario
nacionalista. Tampoco sirve ya aquella observación
orteguiana según la cual Azorín resalta “los primores de lo
vulgar”, en la que insistiría Mario Vargas Llosa en su
discurso ante la Real Academia Española, que, sin dejar de
ser cierta, resulta a todas luces insuficiente y confundidora.

He hablado de una visión nacionalista porque se


considera a Azorín casi como un escritor castizo, acendrado
en los clásicos del Siglo de Oro, obsesionado por elementos
definidores de lo nacional, cuando responde a un modo de
concebir la literatura de estirpe europea y, especialmente
francesa. Incluso su conservadurismo político y su
nacionalismo tienen raíz gala, relacionable en algún
momento con el proyecto de la llamada Action Française,
de Charles Maurras y Léon Daudet, más que con el
movimiento que se denominara Acción Española, con el que

1
Debe resaltarse la labor continua y esforzada que llevan a cabo el profesor
Christian Manso, con su equipo de trabajo en la universidad francesa de Pau, y el
profesor Mecke, desde Ratisbona. Personalmente me he ocupado de la obra de
Azorín en varias ocasiones, las últimas en mi libro La pasión del desánimo. La
renovación narrativa de 1902 (Madrid: Biblioteca Nueva, 2002) y al prologar las
ediciones de Doña Inés y de París bombardeado en la colección Biblioteca Azorín, de
la misma editorial citada.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

Azorín jamás colaboró. Probablemente, el agnosticismo


azoriniano venía a coincidir con el de Charles Maurras —
cuya obra fue condenada casi en su totalidad por el
Vaticano— y, junto a su evidente europeísmo, tanto literario,
como moral, como político, le impedía integrarse en un
grupo tan ultramontano como fuese Acción Española2.
15
También tópico repetido es el de la lengua
aparentemente cotidiana del escritor y su simplicidad
sintáctica. Esto último no deja hoy de resultar
sorprendente. Sin duda a principios del siglo XX el estilo de
Azorín, en apariencia tan simple, tan directo, contrastaba
con la lengua ornamentada de los modernistas esteticistas,
su incorporación de palabras y usos populares rompía con
la exquisiteces rubendarianas y, algo más tarde, su sintaxis
lineal destacaba ante las largas frases de apariencia
barroquizante de Ramón del Valle-Inclán. Iguales efectos de
enfrentamiento obtuvo cuando se lo comparó con las
páginas de Gabriel Miró o Ricardo León.

Ahora bien, en una época como la actual, en la que priva


la estética del relato urbano, del que denominé en una
ocasión el “síndrome del quiosco”3, del escribo como hablo,
el trabajo pulido del prosista Azorín no puede confundirse
con una pretendida cotidianidad del lenguaje. De uno de los
libros del autor que, cuando redacto estas líneas, tengo
sobre mi mesa tomo al azar un inicio de cuento:

Todo muy sencillo. Ni gritos, ni matoneos, ni visajes. En


la parte alta y montuosa de la provincia alicantina. La
2
Victor Nguyen: Aux origines de l’Action Française, Paris: Fayard, 1991. Raúl
Morodo: Acción Española. Orígenes ideológicos del franquismo; Madrid: Túcar
ediciones, 1980.
3
Jorge Urrutia: “Complejos de la nueva escritura”, en El extramundi y Los
papeles de Iria Flavia nº XXVI, Iria Flavia, verano 2001.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

tierra de los grandes panes morenos y de las olivitas


negras aliñadas con hinojo y tomillo.

En estas líneas tan aparentemente simples no ha habido


todavía un verbo. Sólo ahora, en la quinta frase, llega el
primero: “Llueve raramente”4.

Azorín lleva a cabo, por lo tanto, una construcción 15


compleja, forzada en su querer evidenciar una marca de
estilo. Puede producir un efecto de simplicidad, pero ni es
simple ni busca reproducir modos de habla populares o
cotidianos. Me atrevo, incluso, a decir que el ejemplo sirve
para demostrar que es Azorín un escritor absolutamente
literario, con un mundo centrado y limitado en la misma
literatura. Si, además, comprobamos que ese inicio de
cuento responde por oposición al comienzo del que lo
precede en el libro, es absoluto nuestro convencimiento de
que se trata de una construcción buscadamente literaria.
En el cuento que figura inmediatamente antes en el libro, el
verbo, por el contrario, se repite en cada frase y es,
además, el mismo que aparece como primero en la cita
anterior:

Llueve, llueve, llueve y más llueve con lluvia


persistente y monótona. Llueve sobre París oscuro,
solitario y silencioso. Llueve a las altas horas de la
madrugada. No me abandonéis. (pág. 46)
La hiperliteraturización de la obra de Azorín podemos
apreciarla todo a lo largo de su producción, pues la
coherencia es una de las características más definitorias.
Recuérdese cómo vuelve sobre personajes literarios para
desarrollar algunos de sus aspectos teóricamente

4
Azorín: Sintiendo a España; Barcelona: Tartessos, 1942, pág. 54. Es el primer
volumen de la colección Biblioteca de Escritores Hispánicos.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

silenciados o casi silenciados por sus creadores iniciales:


los personajes cervantinos, una y otra vez, desde luego
(parece, todo a lo largo de la obra de Azorín, al menos
desde La ruta de Don Quijote (1905), que el autor quisiera
evidenciar el lugar de La Mancha del que Cervantes, o Cide
Hamete, o cualquiera de los otros narradores interpuestos,
no habían querido acordarse). También, entre otros varios 15

personajes, Don Juan, Doña Inés u otros de proximidad


literaria y literaturizados: Fray Gabriel Téllez, los Álvarez
Quintero, etc. Se diría que, para Azorín, como mejor se
expresa la vida es a través de la literatura y del modo de
vivir de sus personajes, quintaesencias de reacciones y
sentimientos.

En un libro de 1918 sólo recientemente reeditado, el


autor consigue eliminar cualquier tensión a una
circunstancia —el peligro de ser alcanzado por una bomba
— que otro narrador hubiera salpicado de tonos trágicos.
La única emoción radica en la escritura, en la línea que une
al escritor con su lengua. La historia no es lo que sucede,
sino lo que se escribe, mejor aún: se elabora una historia de
la propia escritura del volumen y, así, se ofrecen datos, no
tanto sobre la guerra, como sobre el viaje del escritor5.

Cuando el autor busca (o dice que busca) a los


protagonistas de la realidad, los transforma
inmediatamente en literatura, como si no soportase dejarlos
en una suerte de exilio, fuera del lugar donde deberían
estar. O, a la inversa, introduce en un contexto real

5
Azorín: París bombardeado (prólogo de Jorge Urrutia); Madrid: Biblioteca Nueva,
2008.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

cotidiano personajes literarios o, simplemente, de una


época distinta.

Hemos descendido del autobús frente a la estación de


Orsay. […] En el autobús donde veníamos estaba sentado
ante nosotros un caballero de larga melena cenicienta y
pera aguda. El traje era negro y limpio.
—¿Has visto quién era ese señor? Don José Zorrilla 15
estaba mirándonos. No nos ha conocido. ¿Tú crees,
Antonio, que si nos hubiera conocido no nos hubiera
saludado6.

Aún más claro resulta el ejemplo siguiente, en el que


dos paseantes del París contemporáneo se transforman en
escritores del Siglo de Oro y hablan de la literatura de su
tiempo, de la anterior y, rompiendo toda temporalidad, de la
posterior.

Después de la comida, Roque Santillán y Juan


Olías han salido a esparcirse por las calles. Los
Campos Elíseos lucen en las fachadas multicolores
anuncios y en el firmamento fulgen millares de
luminarias eternales […]
—¿Quién eres tú? —le dice Santillán a Olías.
—Soy Cervantes —contesta el interrogado—. ¿Y
tú?
—Soy Lope de Vega —responde el preguntado
ahora.
—¿Es triste o alegre tu vida, Lope?
—[…] Entretengo mi vida leyendo a los poetas. La
poesía es el mayor conhorte, o sea consuelo, para el
afligido.
—¿Y qué poetas has leído últimamente?
— No me arrimo a la novedad. Lo nuevo es para mí
lo viejo.
— ¿Quiénes son los nuevos y quiénes los viejos?
— Nadie lo sabe.
— No se escribe, como dije yo antaño, cuando me
motejaban de viejo, con las canas sino con el
entendimiento. Lo dije en mi Quijote. Los viejos son
6
Sigo citando del libro Sintiendo España, en este caso pág. 79.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

los que vienen después. Los que vienen después son


los que viven en un mundo decrépito. Homero es más
viejo que Quintana.
— ¿Es que te gusta a ti Quintana?
— Hay tres grandes poetas en España sin los
cuales no se puede comprender la poesía que vio
después de ellos. […] Herrera, Quintana y Núñez de
Arce.
15
Si los personajes son literarios, o se transforman en
tales cuando aparentemente se los escoge de la realidad,
también debería serlo sus contextos y referencias. Queda,
pues, proscrita la vida real en el mundo azoriniano, no
porque la desprecie o se niegue a ella el autor, sino porque
sólo a través de su textualización es posible comprender la
realidad. No estamos ante un realismo fantástico, sino ante
un peculiar realismo acrónico. Y tanto realismo como, por
ejemplo, democracia son sustantivos que se vuelven
sospechosos cuando llegan acompañados de un adjetivo.

Nada tiene, pues, de extraño que el libro Sintiendo a


España (1942) —uno de los publicados inmediatamente tras
el regreso de Azorín a España después de la conclusión de
la guerra civil— se declare, en el prólogo, surgido de la
lectura del ensayo de André Gide sobre las influencias
literarias. Se trata de una conferencia, pronunciada en
Bruselas el 29 de marzo de 1900, que abre el volumen
Pretextes. Disiente en algún punto Azorín de Gide, porque
el español busca “cuidar de nuestra propia realidad
mental”, pero llegan los dos a conclusiones similares,
incluso ambos a partir de citas de Montaigne. Añade Azorín
un elemento de influencia sobre el escritor que Gide no
considera: las cosas familiares “que hemos visto desde niño
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

y nos encantan por su sencillez y armonía”. Gide había


advertido que

Un grand homme n’a qu’un souci: devenir le plus


humain posible, —disons mieux: DEVENIR BANAL.
Devenir banal, Shakespeare, banal, Goethe, Molière,
Balzac, Tolstoï… Et, chose admirable, c’est ainsi qu’il
devient plus personnel7. 15

Si Gide aseguraba que la principal pretensión del gran


hombre es llegar a ser lo más humano posible y matiza que
eso es convertirse banal, si el autor francés aseguraba que
así es como, paradójicamente, se consigue ser
absolutamente personal, Azorín quiere encontrar la
banalidad en la obra propia como resultado del cruce de las
influencias literarias y de la experiencias comunes,
familiares. Es una voluntad que ilustra gran parte de su
producción literaria, pero que resulta evidente en los libros
publicados en el período de su extrañamiento en París
durante la guerra civil y tras su regreso a España. Unos
libros en los que la obsesión enfermiza por el reencuentro
con el país se manifiesta reiterativamente: Pensando en
España (1940), El escritor (1942), Sintiendo España (1942),
El enfermo (1943), María Fontán (1944), pero que está
también en un libro publicado en la Argentina como En
torno a José Hernández (1939).

Un modo de hacer que sólo puede denominarse por


medio de la palabra escritura, con el sentido que le da
Roland Barthes: “un acte de solidarité historique. […] La
forme saisie dans son intention humaine et liée ainsi aux
gandes crises de l’Histoire […], toujours symbolique,
7
André Gide: Essais critiques; Paris: Gallimard (La Pléiade), 1999, pág. 410.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

introversée, tournée ostensiblement du côté d’un versant


secret du langage”. Este acto de solidaridad histórica, esta
forma captada en su intención humana y ligada a las
grandes crisis de la Historia, esta forma simbólica,
introvertida y vuelta hacia la vertiente secreta del lenguaje,
son explicados por el propio Barthes como la exigencia de
un lenguaje producido libremente, ya que no puede ser 15

consumido de igual forma: “Faute de pouvoir lui fournir un


langage librement consommé, l’Histoire su propose
l’exigence d’un langage librement produit”8. El concepto
barthesiano le cuadra perfectamente al trabajo textual de
Azorín, autor de libros que con dificultad podemos
considerar novelas, libros de cuentos o libros de ensayo.
Erudición, opinión y creación se mezclan de modo tal que
las fronteras entre los géneros desaparecen.

El viajero llega a Lucena, en la provincia de Córdoba, y


conoce a una familia Cervantes. En la casa le aseguran que
descienden del novelista, pero las afirmaciones contradicen
todos los conocimientos históricos. Sin embargo, al cabo de
un rato, el viajero asegura:

No sé ya ni en qué tiempo vivo, ni dónde me hallo. No


lo dudo ya. Ésta es la familia de Cervantes. Vive aquí, en
Lucena, su patria, Cervantes, en el seno de su propia
familia. Si no asiste a la comida, a esta comida, es porque
ha tenido ineludiblemente que hacer un breve viaje. Pero
lo veré a su retorno” (pág. 23).

Se cuestiona, pues, el tiempo y se altera la espacialidad,


y ello independientemente de cuál sea el personaje
sustentador del relato. Así, incluso el propio Cervantes, en

8
Roland Barthes: Le degré zéro de l’écriture; Paris: Gonthier, 1970, pág. 17 y ss.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

otro capítulo del mismo libro Sintiendo a España, llega a


saberse “dentro de La Galatea que está escribiendo, olvida
todo el pasado y se eleva sobre las impurezas presente”
(pp.35/36). Los ejemplos de este tipo se multiplican a lo
largo de estos volúmenes de reflexión creativa publicados
entre 1940 y 1945, aún más que en los períodos anteriores:
15

Acaba de aparecer en la puerta una mujer enlutada. En


su semblante se retrata el dolor. Rosalía de Castro. Sí es
Rosalía. […] Avanza hacia nuestra mesa y se sienta con
nosotros. Nos hace que inclinemos la cabeza, que la
pongamos junto a su cabeza, para que oigamos mejor lo
que va a decir. Y lo que comienza a decir con voz
susurrante, mezcla de melodía y lamento, es lo siguiente:
(pág. 52)

Cópianse a continuación los doce versos iniciales de un


poema de Follas novas que se interrumpe, precisamente,
cuando la poeta dice que va llegando a su casa, “toda
rendida d’andar”.

El sujeto del enunciado de los textos que integran


Sintiendo a España insiste tanto sobre su necesidad de
retornar al paisaje originario que uno de los personajes
que, a lo largo del libro, van apareciendo llega a
preguntarle: “¿Qué glándula le parece a usted que le
extirpemos? ¿La del patriotismo o la del sentido histórico?”
(pág. 74). Resulta evidente que el patriotismo y el sentido
histórico resultan incompatibles. ¿Por cuál optar?

En otras ocasiones, la aparición no es la de un escritor


conocido, sino efecto de un desdoblamiento del sujeto en
distintas edades. O es Don Quijote quien, retornando a casa
tras haber sido derrotado por el Caballero de la Blanca
Luna, invita a cenar a sus amigos (el cura Pedro Pérez, el
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

bachiller Sansón Carrasco, Nicolás el barbero) para


decirles que ha soñado una serie de aventuras sin haber
salido de casa. Pero, en la sobremesa, solo ya con su más
íntimo, Sansón Carrasco, confiesa:

No he soñado nada. Pero ha terminado


irremisiblemente un período de mi vida. Ese período, el de 15
mis andanzas por el mundo, ha sido el más feliz de mi
existencia. Y al terminar, yo quiero que permanezca
imperecedero en mi memoria. Lo real vale menos que lo
soñado (pág. 195).

¿Cómo y para qué plantearse, entonces, el problema de


la verdad si no sirve para la vida? El personaje no puede
sino resultar expulsado de cualquier realidad, de cualquier
lugar y tiempo reconocibles.

Ahora bien, ese Don Quijote fingido soñador no es sino


el escritor que, páginas más adelante, se pregunta en una
casa de París de la calle Tilsit, en la última página de su
libro, cuando ignora todavía si las circunstancias lo alejan
todavía más de España o si lo acercan hacia ella
raudamente:

¿Por qué no habría yo de saber escribir? ¿Por qué,


con tan vehemente e inveterada afición a la pluma, no
habría yo de saber esgrimirla con el desembarazo, la
elegancia y la apacibilidad de otros?

El personaje, y con él el sujeto del enunciado, se plantea


la viabilidad de su escritura en un contexto diferente.
Preocupación que trasluce al escritor Azorín que suda sobre
las consecuencias posibles de su retorno a España. ¿Puede
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

volver allí a tomar la pluma abandonada un día, como la


Cervantes, en la espetera?

Lo que llama la atención del comentario citado de Don


Quijote es la indeterminación. No he soñado, dice. El
tiempo de mis andanzas ha sido el más feliz de mi vida. Lo
real vale menos que lo soñado. ¿Dónde limita el sueño y
15
dónde la realidad? ¿Qué es lo que prefiere el caballero? Él
mismo se encarga de aclararlo:

El hombre vive, no por las realidades, sino por los


sueños. Y yo, al convertir en sueño una realidad, realidad
auténtica, tangible, aspiro a que, siendo más tenue, más
alada, sea para mí más verdadera, más benéfica y más
fecunda (pág. 195).

Quedamos un poco en suspenso, desequilibrados,


porque la llamada realidad es la literaria, la historia creada
por Cervantes, la ficción. Y ahora estamos ante otra ficción,
la escrita por Azorín. En esta ficción segunda, lo que se
llamó sueño responde a la realidad cervantina, pero luego
se dice que no fue tal sueño, aunque quiera soñarse.
Cumple, pues, el sueño, no tanto la función vehicular del
simbolismo, sino la de delimitador de un mundo, de una
metarrealidad espacial.

En un libro posterior, de 1942, Pensando en España,


Azorín recurre a Calderón y a su neologismo
“segismundear”. Y nos dice: “¡Qué cargado de
espiritualidad está el vocablo!”.

Segismundear es soñar. Soñar un gran personaje que


por su cargo, por sus obligaciones, por sus
responsabilidades, no debe soñar. No puede entregarse a
los poéticos desvaríos del ensueño, y sin embargo sueña.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

[…] Segismundea Luis de Baviera, el constructor de tantos


castillos agrestes, el amigo Wagner. Segismundea Isabel, la
esposa de Francisco José, tan fina, tan sensitiva, que
levanta frente al mar, en un jardín, allá en una isla, una
estatua a Heine. […] Descienden de la pompa vana del
trono para ascender a las regiones de la pura y etérea
poesía9.

Sancho, páginas más adelante, lo termina de explicar


15
cuando llega con un convecino y amigo a una venta desde
Argamasilla y el ventero le dice que su cocinero particular
le había preparado el condumio y el sumiller habíale
dispuesto la bebida, como corresponde a un gobernador. Le
dice a su acompañante el antiguo escudero:

¿Soy yo o no soy? ¿He venido de Argamasilla o de


Barataria? […] Seguramente me estarán esperando en la
ínsula. […] El duque me nombró gobernador perpetuo y
voy a ser gobernador de por vida. ¿Qué mal hay en ello? Lo
cierto es lo que se cree (pp.18/19).

“Lo cierto es lo que se cree”. No hay verificación posible


de la verdad porque ésta es subjetiva, porque depende de
que un individuo la admita o no. ¿Qué es el realismo, pues?
¿O el testimonio? “…Soy un desterrado del mundo actual —
escribe—. Lo soy también de España. Juntamente soy un
expatriado del tiempo y del espacio” (pág. 56). Si la
realidad se manifiesta por la acción en un territorio, la no-
acción obligará a inventar su propia territorialidad.

Exiliados territorial y temporalmente lo son todos los


personajes que pueblan los libros azorinianos de los años
cuarenta. Lo es Cervantes, a la vez en Esquivias y en la
parisiense estación de Orsay. Lo es Sansón Carrasco que es,
no bachiller, sino “abogado popular con pujos de orador”. Y
9
Azorín: Pensando en España; Madrid: Biblioteca Nueva, 1942, pp. 11/12.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

Nicolás, el barbero, “que ya tiene en su barbería dos


modernísimos sillones giratorios traídos de Norte América,
y que, como no podía ser menos, viste largo y blanco
blusón”. O el cura del pueblo, “que se dispone a hacer
oposiciones a una canongía”. También son exiliados el
escritor que da título a una novela de 1942, retornando a la
España de posguerra, o María Fontán, pulida y convertida 15

en riquísima mujer de la vida de París. Como lo es Calderón


de la Barca:

Conocí a don Pedro Calderón de la Barca en el café de


Platerías. El café de Platerías está situado en el comedio
de la calle Mayor. Calderón vivía en la calle de Ciudad
Rodrigo. […] La calle de Ciudad Rodrigo es cortita, con
soportales de pilastras barroqueñas. Va de la calle Mayor a
la plaza del mismo nombre. […] La noche que se estrenó
La vida es sueño fue memorable. Nunca emoción más
intensa en el público. La estrenó Rafael Calvo (pág. 63).

Tal vez Azorín utilice el vocablo café para referirse a un


tipo de establecimiento tradicional de bebidas, porque los
cafés no existen hasta el siglo XVIII. En cualquier caso, en
el XVII no se representaban comedias por la noche. Y
Rafael Calvo es un actor contemporáneo de Azorín. ¿Dónde
estamos? ¿En qué tiempo, en qué ciudad? Para rematarlo,
una página después, el narrador afirma: “Conocí yo al
príncipe Segismundo. Estuve en Polonia y tuve el honor de
que me concediera una audiencia”.

También la teórica lengua perfecta de Azorín, ese


castellano obstinadamente bien escrito —según los que de
Azorín escribieron— se falsea, se convierte en literatura en
cuanto que deja de ser instrumental porque se hace francés
sin abandonar el léxico. Todo lector de Azorín habrá
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

apreciado que traduce con frecuencia los nombres de las


calles cuando ello es posible (San Germán de los Prados,
escribe en lugar de Saint Germain des Près) o de los
templos de París (San Julián el pobre). Pero asimismo
traduce, o no traduce sino que transparenta, los diálogos
que tuvieron ficcionalmente lugar en lengua francesa. Así,
en María Fontán, descubrimos la construcción afrancesada 15

puesta en palabras españolas:

—¡Ah! —exclamó Denis—. ¡La buena anciana que allí


distribuye los billetes de las sillas, y a la cual yo devuelvo
furtivamente el mío, una vez que ya lo ha cobrado, para
que lo utilice de nuevo10.

Resulta fácilmente reconocible, por la exclamación


carente de verbo, por la presencia del pronombre sujeto,
por el propio orden de las oraciones, la sintaxis francesa
por debajo de la linealidad verbal castellana.

Todo es posible en una literatura que construye una


realidad en la que el tiempo ha dejado de existir, en la que
un personaje puede asegurar: “Para mí se ha dormido el
tiempo” (pág. 219). Pero no es sólo el tiempo el que se
duerme, sino el universo todo. Y queda perfectamente
explicado al final de Pensando en España:

Cada gran autor crea su mundo privativo. Ese mundo


tiene sus leyes propias. El error de los críticos es querer
encajar ese mundo en el de la vida real, y no trasportarse
ellos, como debieran, a tal universo. Error e injusticia de
Moratín con Lope, de Manuel de la Revilla con Echegaray,
de muchos críticos con Muñoz Seca.

10
Azorín: María Fontán; Madrid: Espasa Calpe (Austral), 1944, pág. 105.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

Gaston Bachelard estudió los valores simbólicos del


espacio en una serie de libros famosos, como La terre et les
rêveries du repos (1948), La terre et les rêveries de la
volonté (1948), La poétique de l’espace (1957) y otros.
Ricardo Gullón reflexionó sobre el espacio con ejemplos
españoles, en Espacio y novela11. Luego, otros muchos
estudiosos y críticos se han ocupado de los lugares físicos 15

en los que se desarrollan las peripecias literarias. Pero


Maurice Blanchot, en 1955, ofreció un peculiar concepto de
espacio literario a partir de la idea de que tanto el escritor
como el lector resultan exiliados de la realidad a través del
texto. Y es precisamente esa cualidad de la obra literaria,
esa manifestación de su ser que consiste en realizarse como
intimidad del escritor y del lector, la que conferiría el
carácter literario.

La literatura des-realiza el lenguaje, lo retira del mundo.


La particularidad del escritor consiste en “le dessaisir de ce
qui fait de lui un pouvoir par lequel, si je parle, c’est le
monde qui se parle”12, esto es: desasir y desasistir el
lenguaje del mundo.

Si el mundo ya no se expresa por el lenguaje, nos


hallamos ante un espacio y un tiempo que no conocíamos,
en el que todo es posible. Un espacio y una temporalidad
que el autor puede plantear como ficción de verdad, en
virtud de conseguir un efecto de realidad o de fantasía
(siendo la fantasía una invención de lo externo que
mantiene las estructuras profundas de relación). Pero
también puede consistir en un territorio que sólo

11
Ricardo Gullón: Espacio y novela; Barcelona: Antoni Bosch, 1980.
12
Maurice Blanchot: L’espace littéraire; Paris: Gallimard, 1945, pág. 17.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

comparten el autor, como sujeto del enunciado, y el lector


que ocupa el vacío del receptor implícito, un espacio que
fabrica y contiene el enunciado y en el que la magia de la
literatura se manifiesta con una intensidad que
precisamente sólo autores como Azorín y Borges consiguen.
Nada tiene de particular, por lo tanto, el que la profesora
Rosa Pellicer pudiera, hace unos años, escribir un ensayo 15

sobre la influencia de Azorín en el escritor argentino13.

No se trata, pues, de un espacio ficción o reflejo de otro


real, sino de un espacio nunca físico y, sin embargo, capaz
de contenernos y de abrirse a todas las posibilidades que el
lector sepa acordarle. Territorio hecho para compartirlo en
la lectura, mejor: para construirlo en la lectura.

Un espacio que sólo con el autor, de su mano cogidos,


podemos explorar a través de su escritura, de su
compromiso con la libertad de producir un lenguaje que
invente los referentes. El propio espacio de la escritura,
volcado sobre una moral histórica del lenguaje, como
quería Roland Barthes.

Azorín, con su hiperliteratura, busca una solución para


su conciencia de exiliado perpetuo, a donde lo condujo, no
la historia, sino su propio oficio de escritor. Un oficio cuya
esencia consiste en cuestionarse continuamente su razón de
ser, pero también su cómo y su dónde. Olvidamos muchas
veces que en eso radica la grandeza de Azorín, minimizada
cuando se lo considera simplemente escritor de lo castizo y
de los pequeños objetos cotidianos. Es verdad que están en

13
Rosa Pellicer: “Algunos puntos de contacto entre Borges y Azorín”; en AA.VV.:
Las relaciones literarias entre España e Iberoamérica; Madrid: Universidad
Complutense e Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1987, pp. 483/492.
Jorge Urrutia: “La literatura literaturizada de Azorín”

su obra, pero con ellos busca —con esos objetos y usos de la


vida corriente y, por eso, próximos y en la evidencia—
construir el sueño, la literatura, un espacio que compartir
con los lectores, más allá o más acá del tiempo, fuera de los
géneros. El único espacio verdaderamente libre.

15
Jorge Urrutia

Universidad Carlos III de Madrid

BIBLIOGRAFÍA

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