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Año 1 Nº 1. 2011
antropo
lógicas
UMSS
Comité Editorial:
María de los Ángeles Muñoz
Walter Sánchez
Fernando Garcés
INIAM – UMSS
Jordán E-199, esq. Nataniel Aguirre
Telefax: (591-4) 4250010
Casilla: 992
Email: iniam@umss.edu.bo
Website: www.museo.umss.edu.bo
Cochabamba – Bolivia.
ISSN: 2225-0808
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c/L. Castel Quiroga 1887 (San Pedro)
Cochabamba – Bolivia
3
arqueoantropológicas
Año 1 Nº 1. 2011
CONTENIDO
Presentación 5
SECCIÓN INFORMES
Proyecto Formativo:
Informe preliminar sobre el sitio Orouta,
Provincia Carrasco, Cochabamba
RAMÓN SANZETENEA ROCHA
DONALD L. BROCKINGTON 129
MISCELANEA
In Memoriam a Donald L. Brockington 138
4
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 5
PRESENTACIÓN
el trabajo productivo cocalero y para el cuidado de la frontera por parte de la sociedad inca.
En el quinto artículo, Fernando Garcés toma el tema de la comprensión de las identi-
dades, indicando su desplazamiento desde entidades fijas y esenciales hacia flexibles y de
expresiones plurales, implicando la redefinición continua de los lugares de dominación y
resistencia y, por lo tanto, la pluralidad de proyectos emancipatorios; plantea –antes que una
teoría común– una teoría de la traducción.
El informe interno seleccionado para este primer número es el de Ramón Sanzetenea
y Donald Brockington sobre los trabajos realizados en el sitio Formativo de Orouta, en el que
presentan una comparación con otros sitios del periodo de la amazonía y valles de
Cochabamba.
Se ha privilegiado para nuestra miscelánea, una pequeña biografía sobre el reciente-
mente fallecido Dr. Donald Brockington, quien realizó investigaciones pioneras sobre el
Período Formativo en Cochabamba durante dos décadas y a quien dedicamos este primer
número como homenaje póstumo.
PATRIMONIO Y USOS
SOCIALES DE LA ARQUEOLOGÍA:
REFLEXIONES A PARTIR DE LA GESTIÓN DE
INCALLAJTA-BOLIVIA
MARÍA DE LOS ÁNGELES MUÑOZ1
Resumen
La arqueología lleva en sí misma los temas y responsabilidades patrimoniales y, por la naturale-
za de su trabajo de campo, debe contemplar también, los sociales, como parte obligatoria y
ética de su accionar. Por otra parte, la crisis de los estados nacionales y los fenómenos socia-
les relacionados con el deseo de presencia identitaria en base al patrimonio cultural, propios de
estos tiempos, nos obligan a repensar la arqueología, su ética, el patrimonio, sus usos sociales
y temas de identidad. En ese sentido se reflexiona sobre un modelo de gestión mancomunada
y participativa de los sitios arqueológicos. En este proceso, por un lado tenemos a los actores
locales y, por otro, a los cientistas sociales interactuando; interacción que implica las relaciones
de poder presentes en toda relación humana y que en este trabajo son tratadas a partir de las
nociones de capital cultural y simbólico propuestas por Bourdieu.
Palabras clave: Arqueología, identidad, patrimonio, capital simbólico y cultural, Incallajta
Introducción
Por muchos años, la arqueología ha servido de instrumento para la justificación y legitima-
ción de los Estados Nacionales; concretamente, en Bolivia, a partir los 50s, el Nacionalismo
Revolucionario basó su discurso nacional en Tiwanaku, aunque es preciso mencionar que,
desde hace por lo menos veinte años, la arqueología boliviana no ha seguido un norte defini-
do y los proyectos arqueológicos basaban sus investigaciones en particulares intereses acadé-
micos, más que reproducir explícitamente un discurso estatal.2
De cualquier manera, con la crisis de los “Estados Nacionales”, el surgimiento de los recla-
mos autonómicos, identitarios y de naciones, nuestra ciencia –también en crisis– debe refle-
xionar sobre el nuevo papel que le toca jugar dentro de un proceso local (en el caso bolivia-
no, además, dentro de la nueva coyuntura y Constitución Política del Estado) y global que no
podemos ignorar.
Consideramos –sin desmerecerlas– que, ni la “Arqueología como ciencia Social” (Lumbreras
1981), ni las más recientes arqueología de la identidad (Hernando 2002), del paisaje (Vigliani,
2004), simbólica, o el re-surgimiento de la “agencia humana” y de las sociedades como pro-
tagonistas principales en las ciencias sociales (Giménez 1996), así como sus particularidades,
localidades, diferencias, han incidido directamente en la realidad o dado respuesta/beneficios
a las sociedades actuales protagonistas de los sitios que investigamos. Ellas tienen sus propias
demandas respecto al patrimonio arqueológico, tanto abstracto (conocimiento), como tangi-
ble (monumento, objeto, etc.).
Si bien hubo un giro hacia la utilización del conocimiento y hacia reflexiones importantes en
el acercamiento a nuestra interpretación del registro arqueológico, todavía queda inclinada la
balanza hacia la arqueología, la teoría y la academia.
Por lo anterior, en este trabajo nos situamos en lo que podríamos llamar una “arqueología
reflexiva”, donde, a nuestro entender, el cambio o el uso social de nuestra ciencia no pasa
estricta y/o únicamente por el pasado, sino por las expectativas de la gente, hoy, sobre ese
pasado, y por la afectación de ese pasado y sus evidencias materiales, en la identidad actual
de los actores locales.
En esta búsqueda, el trabajo que realizamos en Incallajta –iniciado el año 1999– como una
experiencia vivida, nos llevó a plantear un modelo que no parte de teoría pura empleada en
arqueología, sino de la gestión cultural, lo que nos ha permitido la operativización de nuestra
ciencia hacia lo que queremos entender aquí como “los usos sociales” de la misma; es decir,
como la investigación y práctica científica conjuntas, con los actores locales, que promueven
un conocimiento compartido y en términos de utilidad social, desde una perspectiva crítica y
comprometida, que beneficie y responda a las demandas de las sociedades con las que traba-
jamos.
En este proceso, en que interactuamos arqueólogos y comunidades, no puede dejarse de lado
el tema del poder, que es tratado adelante, a manera de ensayo, a partir de reflexiones sobre
los capitales -especialmente del simbólico y cultural-, que Bourdieu propone.
3 En el caso que nos ocupa, la Subcentral Incallajta, forma parte de la Central Campesina de Pocona, dependiente de la Federación Sindical de Trabajadores
Campesinos de Cochabamba, la cual, a su vez, forma parte de la Confederación Sindical Única de Trabajadores de Campesinos de Bolivia. Muchas reuniones
iniciales las realizamos a nivel de la Central Campesina de Pocona; sin embargo –aunque todavía algunas reuniones requieren la gestión a esta instancia– el
nivel identificado, legítimo y la instancia máxima en relación con la toma de decisiones en este patrimonio, es la Subcentral, con la cual trabajamos.
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logía, donde el arqueólogo llega a hacer sus “hoyos” (como refieren los pobladores), ofrecien-
do recompensa monetaria para poder ingresar a “su sitio” (como le dicen), y luego se va sin
que nadie sepa de qué se trata ni en qué es utilizada esa información, convirtiendo a los pobla-
dores en sujetos de “paga” y pervirtiendo cualquier relación patrimonial que pudiera estable-
cerse.
Por ello, creemos que el cambio de mirada pasa necesariamente por una consideración más
amplia de la realidad en que nos movemos (los investigadores y los actores sociales), por una
profunda conciencia de los contextos en los que incidimos, por nuestras nociones de desarro-
llo, cultura, identidad, patrimonio y por la ética que debe regirnos (así como por la lectura de
la producción actual de las otras ciencias sociales), ya que el propio devenir demuestra que
si funcionamos como “islas” dentro de realidades sociales no habrá respuestas de la arqueo-
logía hacia la sociedad. Por ejemplo, la zona de Incallajta, tiene altos índices de pobreza,
excesiva parcelación de tierras, falta de sistemas de riego, malos caminos para sacar sus pro-
ductos, etc. y, sin embargo, el área tiene un considerable potencial a nivel de patrimonio cul-
tural, susceptible de ser potenciado “turísticamente”, en el sentido que queremos entender en
esta propuesta y que se verá más adelante.
Se considera urgente aquí la alusión a desarrollo y cultura, dado que este binomio, tan insis-
tentemente repetido en varios foros, tanto por los trabajadores e investigadores de la cultura
–que normalmente desconocen instancias, teorías y conceptos del desarrollo– como por aca-
démicos y especialistas en desarrollo –cuyo desconocimiento del contenido antropológico y
de la cultura en general también es notable– normalmente está desprovisto de contexto y sig-
nificado y unos y otros especialistas simplemente los mencionan, poniendo cada quien la
balanza de su lado, sin aclarar su comprensión y mucho menos su relación, cuestión que es
planteada hacia el final del trabajo.
Esto, sumado a lo anterior, nos obligó a mirar hacia un Desarrollo Humano Local
“Comunitario” (Muñoz 2006, 2007; Téllez 2002), desde una perspectiva cultural más integra-
dora, donde “desarrollarse” implica desplegar y utilizar las capacidades potenciales para
alcanzar un mejor y más completo estado, lo cual significa verlo como un proceso, en rela-
ción al aumento de la capacidad de acción de la sociedad sobre sí misma.
Propuesta
La propuesta ha sido delineada y publicada en otras oportunidades (Muñoz 1999 a 2006); sin
embargo, con fines de apoyo a la reflexión, aquí se la retoma esquemáticamente. Se trata de
un modelo de gestión cultural mancomunada, con enfoque sistémico (Fig. 3), para un verda-
dero desarrollo humano integral, de beneficio para nuestra ciencia y para las sociedades con
las que trabajamos. Modelo en el que se privilegia el nivel “medio”, propuesto por
Albuquerque (1996), por sus posibilidades de intermediación entre lo macro y lo micro, per-
mitiendo que se aprovechen las potencialidades de los otros dos niveles y porque es de ahí de
donde se puede ofertar y crear modelos de gestión.
Esto es muy importante porque, justamente, se tiene la convicción de que por el momento, y
por lo menos a nivel de lo cultural, no se puede partir de un desarrollo “desde arriba” (la dis-
cusión sobre el fracaso del mismo es inagotable y sólo ha generado mayor pobreza y exclu-
sión; hablamos de una planificación e implementación de proyectos y otros sin ninguna con-
sulta a los actores locales), ni tampoco solamente “desde abajo” (que fue la tendencia en los
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últimos años), porque, empíricamente, se percibe –al menos en las comunidades rurales– que
el fracaso del mismo proviene de la reacción a siglos de exclusión y sometimiento en que,
como país, no se habían brindado las oportunidades de ser ciudadanos plenos, de tener acce-
so (simétrico) a la información y, menos aún, de reflexionar sobre los propios anhelos, más
allá de las necesidades básicas. Así, una vez que en Bolivia se decretó la Ley de Participación
Popular4, en 1994, inmediatamente las demandas fueron comunes a la mayoría de los muni-
cipios: plazas, postas, canchas de básquet o fútbol, sedes sindicales, los propios edificios y
vehículos de los municipios, etc.; necesarias, pero de ninguna manera suficientes. Por ello,
una vez superada esta primera etapa y satisfechas algunas de las necesidades importantes
–arquetípicas pero poco imaginativas– se abre el camino hacia los anhelos culturales de la
gente.
4 Ley que asigna recursos a los gobiernos municipales, basándose en el territorio y sus pobladores.
12 María de los Angeles Muñoz
La gestión cultural
La gestión cultural, muy en boga en estos días, debe ser tomada con mucha cautela, especial-
mente aquella tendencia iberoamericana, donde se observa un transplante a-crítico de las
metodologías desarrollistas de gestión empresarial (marco lógico, ciclo del proyecto, planifi-
cación indicativa, planificación por proyecto, etc.) y demasiado direccionada a consumo cul-
tural e industrias culturales (cine, música, literatura, arte, medios de comunicación etc.); con
una visión muy poco antropológica y todavía muy elitista de la cultura, que no corresponde
a nuestras realidades y sin mayor creatividad a las herramientas que se puedan retomar del
desarrollo. Lo mismo pasa con maestrías en gestión del patrimonio, que ofertan típicas mate-
rias de desarrollo, planificación urbana y conciben el patrimonio más bien a nivel de arqui-
tectura y no como procesos culturales complejos y de alta responsabilidad.
Sin entrar en mayor discusión sobre los “sujetos” de estudio o de “paga”, se piensa –como se
mencionó al inicio– que los réditos mayores para lo anterior, se logran, más bien, con una ges-
tión participante. En ese sentido, en la investigación realizada, la parte antropológica, sin ser
estrictamente tal, está enfocada a partir de la gestión cultural.
Por ello, en nuestra propuesta, retomamos la definición de gestión cultural de Guedez como
“el conjunto de acciones que potencializan, viabilizan, despiertan, germinan y complejizan
los procesos culturales, dentro de su particularidad y universalidad… Hace referencia a la ani-
mación, la mediación, la promoción, la administración, la habilitación, y el liderazgo de los
procesos culturales” (Guedez 1994: 262).
La figura clave en este aún incipiente paradigma es la del gestor cultural, como aquel que:
“impulsa los procesos culturales al interior de las comunidades y organizaciones e institucio-
nes a través de la participación, democratización y descentralización” (Manizales 2005).
Conviene resaltar que si bien nos adscribimos a esta definición, para nosotros la misma puede
claramente dividirse –entre otras– en gestión de eventos culturales, gestión de industrias cul-
turales y/o, en lo que nos interesa, gestión de procesos culturales.
De lo que no cabe duda es que el gestor cultural es un agente de cambio, “que debe construir
su propio modelo de gestión de acuerdo con el conocimiento que tenga del análisis de las con-
diciones y circunstancias en las que han surgido” (Abello 1998: 1).
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Cabe aclarar aquí que no se pretende que todos los antropólogos y arqueólogos se tornen en
gestores culturales, pero sí que, al menos, algunos de ellos –como en cualquier sector, ya se
dijo– se ocupen de la gestión, gerencia y administración de nuestras ciencias y con la gente.
Por su parte, aquellos interesados y ocupados únicamente en su investigación, siempre pue-
den recurrir a otros investigadores/estudiantes/colaboradores de campo que puedan realizar la
gestión-interacción de sus Proyectos con los actores locales, ya que este proceso implica una
enorme inversión de tiempo y esfuerzo.
Al definir los capitales económico, social y cultural Bourdieu (2001: 133-136) indica que es
imposible dar cuenta de la estructura y el funcionamiento del mundo social a no ser que rein-
troduzcamos el concepto de capital en todas sus manifestaciones y no solo en la forma reco-
nocida por la teoría económica. Así, el capital económico es directa e inmediatamente con-
vertible en dinero (derechos de propiedad), el capital cultural puede convertirse bajo ciertas
condiciones en capital económico (títulos académicos), mientras que el capital social puede
ser convertible, bajo ciertas condiciones, en capital económico (títulos nobiliarios).
Aquí simplemente nos referiremos al capital cultural o simbólico, el mismo que puede exis-
tir en tres formas o estados:
–en estado interiorizado o incorporado, o sea, en forma de disposiciones duraderas del
organismo; presupone justamente el proceso de interiorización y no es delegable ni se
hereda, implica un costo personal en un afán de saber que se convierte en parte integran-
te de la persona, habitus.
–en estado objetivado, o sea, en forma de bienes culturales (cuadros, libros, diccionarios
que son resultado y muestra de disputas intelectuales; es transferible); y, finalmente,
–en estado institucionalizado; es decir, en forma objetivada a través de títulos académi-
cos, que son certificados de competencia cultural y reconocimiento institucional
(Bourdieu: 136-148).
Retomamos solamente este tipo de capital, pues consideramos que, dada –por el momento–
la obligatoria mediación en el patrimonio arqueológico5, la tensión y las formas ocultas de
poder entre los cientistas sociales (arqueólogos, gestores u otros) y los actores locales, se dan
básicamente en éste y específicamente en su estado institucionalizado, mientras que las dife-
rencias entre los otros capitales son más evidentes.
Arriba habíamos mencionado que, gestor y comunidades, son poseedores de capital simbó-
lico cultural, social, económico, etc., mismos que deben ser identificados, reconocidos y res-
petados entre ambas partes para una buena interacción en el proceso. Pero no se trata única-
mente de “respetar”, sino de –en la identificación de los mismos, distinguir los desequili-
brios– detectar dónde está la trampa invisible del poder, aquello que no permite una relación
ni siquiera simbólica más o menos pareja con quienes interactuamos, aunque quisiéramos y
creemos tenerla.
Podría decirse que, a nivel de capital social, es al único nivel en que ambas partes en interac-
ción están en cierto equilibro y, aunque son evidentes las diferencias de capitales económicos
entre comunarios o actores locales y cientistas sociales, esta certeza hace menos perversa la
diferencia –a nuestro entender– que la menos perceptible presente en el capital simbólico o
cultural institucionalizado. Aclaremos.
En el caso que nos ocupa, el patrimonio así interiorizado por los comunarios, forma parte de
su capital simbólico, es decir, constituye un capital cultural en estado incorporado, interiori-
zado en los actores locales, y el sitio patrimonial pasa a ser un capital cultural en estado obje-
tivado, a la vez que económico (según Bourdieu, los bienes culturales pueden ser apropiados
o bien materialmente, lo que presupone capital económico, o bien simbólicamente, lo que pre-
supone capital cultural). O sea, se tienen todos los capitales, pero en el capital cultural se tie-
nen únicamente los dos estados, no se cuenta con el institucionalizado.
5 Y seguramente es el mismo caso con técnicos, ingenieros y otros profesionales que trabajan especialmente en el área rural.
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En la otra parte en interacción, que es la que nos toca, aparte de todos los capitales que cada
quien posee y además de los dos estados de capital cultural arriba mencionados para los
comunarios, se yergue poderoso el capital cultural o simbólico institucionalizado (¡los títulos
académicos!), que se aborda aquí a partir del capital científico, en tanto “el capital científico
es una especie particular de capital simbólico (del cual sabemos que se funda siempre en actos
de conocimiento y reconocimiento) que consiste en el reconocimiento (o el crédito) otorgado
por el conjunto de pares competidores dentro del campo científico” (Bourdieu 1997: 79),
pero no nos referimos al campo de fuerza y lucha al interior del campo científico, o a sus
ámbitos de poder internos o a sus leyes de acumulación (Bourdieu 1997: 73-87), sino más
bien al lado de la ciencia y la academia que nos pone por encima, con los conocimientos y
destrezas acumuladas, y nos vuelve comunidades autoritarias y jerarquizadas como bien
anota el mismo autor al señalar: “en el ámbito de la investigación científica, los investigado-
res o las investigaciones dominantes definen, en un momento dado, el conjunto de objetos
importantes, es decir, el conjunto de las cuestiones que importan para los investigadores…”
(Bourdieu 1997: 78); es decir que los agentes hacen los hechos científicos, definen las reglas
del juego, los lugares de publicación, etc. (Ibid: 80).
Ahora bien, en la interacción, las diferencias –entre el arqueólogo/gestor y los actores loca-
les– de capitales económicos y culturales incorporados u objetivados pasan más por una rela-
ción de conocimiento, reconocimiento y respeto, de un buen entendimiento del significado de
la interculturalidad y por una intención de propiciar una mejora en el caso del capital econó-
mico. Pero la ausencia en los actores locales de un capital cultural institucionalizado (en tér-
minos occidentales), crea dependencia, hace evidente la necesidad de este tipo capital, en
nuestro caso, de la investigación arqueológica, la elaboración de proyectos solicitados por
ellos, la mediación con las instituciones, que impone el propio y mal entendido modelo de
desarrollo (economicista), con sus –occidentalizadas y ajenas a las realidades locales– exi-
gencias, sus formulaciones de proyectos, marco lógico, diagramas de Gant, cálculos del Valor
Actualizado Neto (VAN) y la Tasa Interna de Retorno (TIR), etc. etc., así como los requeri-
mientos de UNESCO para los sitios patrimoniales (que es el caso que nos ocupa), en las que
de una u otra manera irremediablemente –al menos por el momento– hace que la gente local
dependa de los profesionales; y, en el caso del patrimonio arqueológico, de los arqueólogos.
Esto debe cambiar, allí sí se puede y debe incidir, tanto en el proceso de construcción de capi-
tal institucionalizado occidental (formación), como en la institucionalización de los conoci-
mientos y saberes locales.
Reflexiones Finales
En los últimos años se ha hablado mucho de arqueología “y” comunidades, binomio que a
menudo se reduce –como una especie de dádiva– a la foto del arqueólogo con los poblado-
res, o a textos académicos (que en ocasiones reflejan el cargo de conciencia por el colonia-
lismo eterno al que estamos sometidos, o un paternalismo absurdo), donde la conjunción “y”
no tiene mayor sentido. Nuestra propuesta es la inclusión de la palabra gestión, como acción
permanente y como la unión entre ambas. Así, por el momento, y en base a nuestra experien-
cia, se considera que la mejor forma de dar un uso social a nuestra ciencia, de operativizarla
y de encontrar la relación y conexión entre arqueología/patrimonio y comunidades es a través
de la gestión cultural; esta misma conjunción daría la relación entre desarrollo y cultura.
Queda claro que la explosión de identidades, diferencias, localidades, particularidades y las
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ansias de protagonismo y autogestión de los seres humanos en tanto tales y su diversidad, vie-
nen junto a la necesidad de encararlas académicamente y a repensar nuestros estudios en el
caso particular de la arqueología. De parte nuestra, creemos más en el trabajo con la gente que
en el ensimismamiento académico; sentimos que la academia de alguna forma nos paraliza,
nos obliga a muchas referencias, citas, etc. y nos nubla estas otras narrativas, donde caben la
intuición, la experiencia práctica, la evidencia empírica y un vocabulario simple.
No debemos olvidar que también nosotros conformamos una comunidad imaginada
(Anderson 1997) en sentido inicuo, que despóticamente nos autoriza a tratar los hechos del
pasado, como privativos de pocos “elegidos”. Es necesario que los arqueólogos reflexione-
mos sobre éstas y otras cuestiones, especialmente cuando no tenemos un caso específico, una
referencia en la realidad concreta, pues siempre podemos quedarnos en la teoría sin saber si
funciona o no y para quién; simplemente… no nos quedemos en la reflexión; eso es lo impor-
tante y no tanto lo académicamente válido y directamente apuntado al ego “científico”.
Un accionar como el de este modelo puede incidir en nuestras realidades latinoamericanas,
pues obviamente, una gestión mancomunada estrecha y verdadera tiene consecuencias políti-
cas hacia el cambio de paradigmas, propicia nuevos canales de creación colectiva frente a
cualquier desafío y equilibra las tradicionales visiones dominantes del desarrollo.
Consideramos que, especialmente en el caso de la arqueología, que por conllevar en sí misma
temas y responsabilidades patrimoniales, por la naturaleza de su trabajo de campo y porque
el accionar arqueológico puro no rinde beneficios directos a las comunidades locales, ésta
debería ser parte obligatoria y ética de su accionar.
Aunque a veces no hacen referencia explícita al desarrollo –como en este caso– a nivel del
Cono Sur se observa una tendencia a considerar el patrimonio, su necesaria puesta en valor e
interrelación, con proyección de las comunidades, y a cuestionar el rol del arqueólogo, en
tanto agente social. Casos concretos constituyen Chile (Ayala 2003; Ayala, Avendaño y
Cárdenas 2003) y Argentina (para Jujuy, Aparicio y otros; para Tucumán, Arenas y Manasse;
para Humahuaca, José y otros; para Hornillos, Mamani; para Santiago del Estero, Martínez,
Ana Teresa y otros; para Chivilme, Mulvany; para La Banda de Arriba, Lo Celso y otros),
entre otros.
Más aún, a partir de la experiencia y resultados exitosos en todos los sentidos mencionados,
del accionar permanente en Incallajta y las potencialidades de éste, en Cochabamba se ha des-
pertado la inquietud de arqueólogos, personas interesadas en turismo y otros, a trabajar en
estrecha relación con municipios y comunidades. En el caso de investigadores relacionados
con nuestra institución, el Instituto de Investigaciones Antropológicas y Museo Arqueológico
de la Universidad Mayor de San Simón (INIAM-UMSS) se está encaminando el quehacer
arqueológico hacia este proceso en zonas como Quillacollo (Piñami, Sierra Mokho,
Cotapachi), Tarata, Mizque y en el trópico cochabambino en la zona de los yungas de Tablas
Monte.
A nivel institucional, a partir de fines de 2008, esta política ha quedado formalizada a través
del Protocolo de Proyectos de Investigación, para que este accionar tenga cierta obligatorie-
dad para los arqueólogos y antropólogos que se adscriben con sus proyectos al INIAM. Ésta
es una instancia con total responsabilidad en estos temas e institución que, mediante el esta-
blecimiento de programas de gestión cultural, busca concretar alianzas estratégicas a corto y
mediano plazo con diversos actores, sectores y organizaciones e industrias culturales, indivi-
duos y todo tipo de actores relacionados con el ámbito de la cultura. El futuro institucional
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 19
del INIAM está en encarar estos temas, no como la simple aceptación de propuestas acadé-
micas parciales e informes técnicos –muchas veces internos e inéditos, que han caracterizado
la arqueología de nuestro departamento y país– sino hacia una gestión participante más inte-
gral, de manera mancomunada y con beneficios para las ciencias sociales y las comunidades
y actores locales, como la mejor vía para cumplir con su propia misión. Sólo así podrá justi-
ficar su presencia ante toda la sociedad.
Cabe remarcar que, con la experiencia de Incallajta, se tiene la seguridad de que, únicamen-
te la Universidad Pública puede cumplir con esta tarea, al no ser una Empresa/ONG u otro,
instancias que precisan tener sus ganancias, muchas veces con proyectos ajenos a los anhelos
culturales de los actores locales.
A manera de reflexión final, queremos remarcar que si bien en arqueología logramos la apro-
ximación al conocimiento del pasado y debemos transmitir y poner en juego esta información
que es altamente deseada por los actores locales –a riesgo de estar equivocados–aprovecha-
mos esta oportunidad para sugerir que, de repente, no es el conocimiento del pasado en sí lo
que moviliza o dinamiza a las sociedades, sino que ello pasa por una re-creación y apropia-
ción del mismo, de la interiorización del complejo simbólico, jerarquizado con significado
propio, pero con anhelos de proyección futura.
Coadyuvar en la gestión, apoyar en la germinación de estos procesos culturales, capitalizar
las iniciativas que llevan a los actores locales a realizar sus anhelos es parte de nuestro traba-
jo, al menos hasta que sean los propios actores locales quienes realicen sus investigaciones
desde su propia perspectiva (y puedan institucionalizar su capital cultural en forma objetiva-
da a través de sus propios títulos académicos logrados), aclarando que si bien por el momen-
to esto no se ha dado es por fallas estructurales de todos conocidas que los arqueólogos no
vamos a resolver, pero sí –hasta que eso suceda– podemos ir achicando las brechas en la for-
mación e información, con este accionar conjunto en las investigaciones.
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2004 Entre intereses estatales y estrategias de control: el Paisaje como aproximación teórico-meto-
dológica”. Revista Andina Nº. 39, 153-178.
23
Resumen
Centrado en la teoría de agencia en arqueología, el artículo sostiene que los grupos locales no
fueron sujetos pasivos ni frente a la naturaleza ni frente a los grupos con los cuales ellos entran
en contacto, principalmente los Inkas –y también antes. Al ser visibilizados como agentes acti-
vos de los procesos históricos, se asume que estas sociedades no sólo negociaron los términos
de su relacionamiento y su inclusión en la sociedad Inka sino que, a partir de sus propios dife-
renciales de poder, se incorporaron de manera prestigiada y prestigiosa y que tal hecho puede
ser visto en la evidencia arqueológica o, más bien en la falta de evidencia arqueológica de una
presencia Inca poderosa en los yungas de Tablas Monte e Inkachaca/Paracti tal como sí ocurre,
por ejemplo, en los valles de Cochabamba.
Palabras clave: Agencia, Inka, Tiwanaku, Yungas, Tablas Monte, Cochabamba.
Introducción2
El conocimiento prehispánico sobre la cara Norte de la cordillera Oriental de los Andes orien-
tales que corresponde al departamento de Cochabamba -los yungas-, es escaso. Importantes
acercamientos históricos sobre el sistema de poblamiento Inka y la territorialidad prehispáni-
ca con referencia a los yungas de Ayopaya, Chuquiuma, Aripucho, Paracti se hallan en los tra-
bajos de Saignes (1985), Barragán (s/f; 1985; 1994), Schramm (1990b; 1993; 1995) y
Meruvia (1991; 1993; 2000). Estos trabajos sugieren diferentes dispositivos de complementa-
riedad e interacción que habrían existido entre los valles inter-andinos de Cochabamba y los
yungas tropicales. Los primeros estudios arqueológicos sobre el periodo Inka en los yungas
parten de los avances del proyecto Investigación Arqueológica y Etno-histórica Precolombina,
dirigido por la arqueóloga Byrne de Caballero e integrado por el colectivo de investigación
del Instituto de Investigaciones Arqueológicas de la Universidad Mayor de San Simón en los
años setenta (1973). Aunque el proyecto estuvo centrado en comprender el “sistema de esta-
blecimientos estatales Inka” en los valles de Cochabamba, abarcó zonas de la serranía y de los
yungas de Cochabamba. Son relevantes, en tal sentido, los hallazgos de complejos arqueoló-
gicos hacia las gradientes orientales en el río Cotacajes (Ayopaya) (cf. Byrne de Caballero
1976; 1978; 1978a, 1979; Pereira 1982a; 1984) y los segmentos de caminos hacia los Yungas
de Aripucho, Chuquiuma y sobre el río San Jacinto (Departamento de Arqueología 1976;
Céspedes 1986). Aunque con este proyecto es que se lanzan las primeras hipótesis sobre las
interacciones entre los valles inter-andinos y los yungas orientales, sus conclusiones se limi-
tan a confirmar lo planteado por Sarmiento de Gamboa (<1572>1943), Cobo (<1653>1964),
Cieza de León (<1553>2000), Murúa (<1616>2001) y otros cronistas “cuzqueños”, en dos
sentidos: (1) que el objetivo central de la colonización Inka en Cochabamba fue el maíz (Zea
mayz L.), para lo cual el Tawantinsuyu construyó un complejo sistema de establecimientos
estatales: caminos, tambos, centros de almacenamiento, “templos”, etc., señalándose también
los “avances” dirigidos al cultivo de la hoja de coca (erytroxylon) en los yungas y, (2) que la
“frontera” Inka fue establecida en los valles inter-andinos respaldada por una cadena de cua-
renta y cuatro fortalezas (Byrne de Caballero 1974), siendo la más importante Inkallajta
(Machacamarca), en el valle de Pocona, erigida para defender este espacio de los ataques de
guerreros Chiriguano y Yuracaré (Byrne de Caballero 1974; 1980; 1981; 1981a; Pereira 1992:
7).
Los yungas de Aripucho y Chuquiuma, a pesar de su importancia reconocida, no han mereci-
do ningún tipo de trabajo fuera de escuetas referencias sobre los caminos de ingreso ya seña-
lados. Los yungas de Tablas Monte, si bien llamaron la atención en 1975, debido a que fue
reportado como el lugar donde se habría hallado “la ciudad Dorada de los Inkas” (Hoy 1975a;
Hoy 1975b; Prensa Libre 1975) tampoco provocó mayor interés, más allá de su registro foto-
gráfico. Cosa similar ocurrió con los yungas de Inkachaca. Es importante destacar el sitio El
Chasqui en los llanos del Chapare (cf. Brockington & Sanzetenea 2000) debido a que su
fechado indica una “contemporaneidad” con la presencia Inka en los valles de Cochabamba
y cuya filiación cultural ha sido sugerida como perteneciente al grupo histórico Yuracaré.
Aunque todos estos estudios se centran en visibilizar la agencia –política, militar, expansiva–
Inka, lo que ha supuesto la invisibilización de los grupos locales que habitaron estos yungas,
actuales acercamientos centrados en la teoría de agencia sostienen que los grupos locales no
fueron sujetos pasivos; al contrario, desplegaron sus diferenciales de poder y negociaron los
términos de sus interacciones con los recién llegados conquistadores Inkas (Sánchez 2008,
2009). Tal mirada es enfatizada en otras partes de los Andes. Schjellerup (2002), por ejemplo,
ha destacado, entre los Chachapoyas, cómo los nuevos contextos relacionales creados por la
invasión inkaica sobre este grupo rebelde impactó sobre su identidad y condicionó las rela-
ciones entre estos guerreros y los Inkas. Sillar & Deán han sostenido que entre los Cana, los
Inkas no tuvieron interés en modificar las identidades locales debido al apoyo que recibieron
de este grupo durante las guerras de conquista. Afirman que, por el contrario, los nuevos con-
textos relacionales creados por el Tawantinsuyu solidificaron la identidad Cana la que se
expresó en la mantención de los antiguos patrones de asentamiento y en la consolidación de
su autonomía política (2002). Sánchez, para Cochabamba, ha destacado como los grupos “fle-
cheros” locales (Quta, Chuy, Qhawi) desplegaron sus diferenciales de poder para negociar su
incorporación prestigiosa y prestigiada al Estado Inka en tanto cuidadores de puentes, cami-
nos, fortalezas y como soldados de élite (2008). Esta visibilización de lo local no implica que
la presencia Inka no fuera poderosa. No son pocos los trabajos que sostienen que el impacto
de la presencia estatal Inka en los Andes fue tan grande que es posible que muchas unidades
sociopolíticas concebidas como “Señoríos” pre-Inka fueran en realidad construcciones del
Tawantinsuyu (Sillar & Deán 2002; Pärssinen 2002; Platt et al. 2006). Sillar & Deán han plan-
teado, incluso, que la gran diversidad “étnica” durante el inkario y la política de la etnicidad
fueron en realidad métodos de administración estatal (2002: 208), lo que supondría que los
Inkas fueron expertos gestores de la multietnicidad y de la diversidad (Sánchez 2008). En
todo caso, esta variedad de planteamientos y visiones que se están proponiendo a partir de
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 25
estudios de caso locales, muestran que: (1) la relación entre intervención/cambio social no fue
lineal y (2) que los cambios generados por la presencia Inka tuvieron tiempos e impactos dis-
tintos según las sociedades por lo que deben ser tratados de manera particularizada.
Para el caso de los valles y de los yungas de Cochabamba comenzamos a comprender de qué
manera la presencia conquistadora Inka impactó sobre el complejo político, económico,
sacral-ritual de los grupos locales que habitaron la zona antes de su llegada, cuáles fueron las
lógicas del re-ordenamiento espacial y de re-construcción de los nuevos entramados relacio-
nales así como los impactos generados por la política poblacional de los mitmaqkuna (cf.
Sánchez 2008). De hecho, muchos antiguos postulados comienzan a entrar en crisis, como
aquel que sobredimensiona la agencia heroica de los Inkas (cf. Wachtel 1981) y minimiza la
agencia local, o aquellas que insisten en centrar la política en una perspectiva valle-centrista.
En tal contexto, el presente trabajo se orienta a comprender: (1) el poder agencial de los gru-
pos locales que habitaron en los yungas de Inkachaca/Paracti y Tablas Monte y (2) los impac-
tos de la presencia Inka en esta zona3. Para tal fin, se recurre a fuentes escritas como a evi-
dencia arqueológica.
3 Queda claro que el debate acerca de que los valles de Cochabamba eran la frontera más oriental -lo que habría derivado en la erección de una cadena de
fortalezas (cf. Byrne de Caballero 1976a; Pereira 1992)- está zanjado en la medida que tenemos evidencia material de la presencia Inka en los yungas de
Inkachaca/Paracti y Tablas Monte (cf. Sánchez 2008; 2009) e incluso en los llanos aluviales del Chapare.
26 Walter Sánchez Canedo
Fig. 2. Modelo Digital de Elevación (MDE), con una imagen Landsat 7 TM sobrepuesta, El corte
altitudinal (A-B) muestra tres Provincias Biogeográficas sobre una porción del territorio de
Cochabamba. Se ubican los yungas de Inkachaca - Paracti y Tablas Monte
a cerca de 3.000 mm/año (Sánchez 2008: 7). Esta característica da lugar a una humedad ele-
vada que se expresa en un bosque alto dominado por la neblina. El árbol endémico de este
sistema de paisaje es el Podocarpus Oleifoluisis (cf. Zarate 1999: 54-56) así como el helecho
arbóreo (Cyatheaceae). Otros árboles de la zona son el cedro (Cederla odorata), el nogal
(Junglans boliviana) y la palta (Nectandra angusta). Aunque existe una gran variedad de
“pinos de monte” (Prumnopytis exigua, Podocarpus parlatorei y halopensis) (Navarro &
Maldonado 2002) la deforestación durante las últimas décadas ha hecho que domine en la
actualidad una arbustiva relicta. En la flora ribereña de los ríos destaca el Aliso (Alnus acu-
minata) y la Sehuenqa (Cortaderia sp.).
El paisaje topográfico del yunga de Tablas Monte corresponde a un valle encajonado entre
montañas, cortado por el río Jatunmayu que corre de Sud a Norte. Por la parte Este del pue-
blo corren pequeños riachuelos como el Pukara y el Broncemayu. El Sur y el Oeste está
dominado por la serranía de Yanaqaqa –llamada antiguamente Seigeruma en lengua yuraca-
ré– y al Este sobresale el cerro Nogalpunta. El yunga de Inkachaca/Paracti se ubica en otro
valle. Se halla rodeado en la parte Sur por los cerros Tawak’ara, Condornasa y Callejería y
hacia el Norte por el enorme bloque denominado Peñón. Se halla cortado por el río Málaga
(llamado antiguamente Paracti). Las aguas de este río se juntan con las del Qollquemayu,
cerca del actual poblado de Inkachaca y desembocan en el río Paracti.
4 Otros etnónimos con los que las fuentes los denominan son: Umo, Yumu, Yumo, Hamo
5 Barragán (2006) destaca la característica guerrera de los Moyo Moyo, grupo originario de los valles de Tarija. Propone que los Moyo estuvieron vinculados a
los Mocho que vivían “a las espaldas de Cochabamba”; es decir en los yungas.
6 La cadena montañosa situada al Este de Inkachaca y detrás de Tiraque, se denomina en la actualidad, Iuno, Iumo o Juno.
7 Por la Entrada (1588) del Capitán Francisco de Angulo al “descubrimiento y conquista de las grandes provincias de Coro Coro y Moxos” desde Colomi, se sabe
que existía un pueblo Amo en los yungas al que se llegaba luego de “una gran bajada que havia para el dicho pueblo de los Amos” (<1588> 1906)
(Inkachaca/Paracti?). Estos indígenas Amo salían constantemente y es posible que tuvieran tierras en Colomi y en Sacaba. De hecho, Angulo en su entrada, se
encuentra con dos indios en Colomi, enviados por “don Joan, cacique de los Amos”.
28 Walter Sánchez Canedo
8 En Sacaba vivía gente Quta, Chicha y Qhawi, caracterizados como “flecheros” y “hombres buenos para la guerra”.
9 La pluma es un producto clave para la fabricación de flechas.
10 Esta madera era usada también para hacer la vara ritual de los brujos. Por tal motivo, el que sacaba chonta (“chonteador”) era considerado un “curandero”
(Polia Meconi 1999: 144). Láminas de madera dura de chonta fueron usadas en los aperos de labranza como la liuk’ana o el chaqui taclla para perforar la tierra
(Sánchez 2007).
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 29
en guerreros. En esa línea, los emparienta con el grupo histórico Yuracaré, expertos en la pre-
paración de la chonta y en la confección de arcos, flechas y macanas (Mujia 1914). También
los equipara con los “flecheros” vallunos Chuy y Quta, expertos en la fabricación de flechas
y arcos (Espinoza Soriano 2003a).
Fuentes independientes confirman el ethos guerrero de los Umu/Amo. La “Relación” de la
Entrada hecha al Capitán Juan Aguilera de Godoy (capitán de infantería “por título y nombra-
miento de la Real Audiencia de la ciudad de La Plata”) por el Corregidor y Justicia Mayor de
Mizque (ANB.AM, 1622.2. 17 fs), los identifica como “yndios yumus de guerra” que salían
a atacar, en la colonia temprana, a los pueblos de Aripucho y de Chuquiuma.
Estos elementos no sólo diseñan una imagen de los Umu/Amo/Yumu, sino que permiten
comenzar a delinear las complejas relaciones que estos grupos debieron establecer con sus
similares de “arco y flecha” de los valles como de los llanos y con la diversidad de grupos
guerreros considerados “flecheros” en otras zonas (por ejemplo: los Churumata, Yampara,
Chicha, Moyo). Incorporados todos ellos con un estatuto de privilegio en tanto guerreros alia-
dos de los Inkas y encargados del control de fortalezas, caminos, puentes (Sánchez 2008) los
unía un estatuto de similitud. Por tal motivo, es posible que compartieran, muchas veces, los
mismos espacios y las mismas funciones en tanto tropas de élite o como controladores de per-
sonas y espacios.
De manera relevante, todos estos grupos “flecheros” ocupan una territorialidad como rodean-
do, en una suerte de cinturón de seguridad y de vigilancia, a los miles de mitmaqkuna agríco-
las y llamacamayoc trasladados hacia los valles inter-andinos, e impidiéndoles, por este
medio, establecer cualquier alianza con los grupos situados en los llanos y en el Chaco. Esta
ubicación “fronteriza” les permite también formar parte de la cadena defensiva en contra de
los grupos guerreros que intentan subir desde las tierras bajas, controlando, de esta manera,
los mecanismos de inter-acción entre estos grupos y el Estado Inka.
Una segunda caracterización asocia a los Umu/Amo/Yumu con el mundo mágico-ritual11. En
la misma “correría” realizada por el Capitán Aguilera a los yungas de Aripucho, al penetrar a
“una rancheria en el qual podia haber seys (o siete) casas o ranchos de yndios”, se señala que
encontró “una choça que parecio ser mochadero del demonio donde tenían ofrecidas flechas
con sus arcos ollas flautas queros de beber chicha y macanas y otras cosas hechas pa aquel
proposito” así como “cabezas de bivoras”, “puestas sobre una manera de pulpito de barro y
piedra pintado”, en donde estos indígenas hacían “rritos y sirimonias” (ANB.AM, 1622.2.17
fs.). Sugerentemente, los objetos rituales puestos en el ‘pulpito’ y en la ‘piedra pintada’ —que
es posible haya sido una poderosa deidad (¿wak’a?) del grupo— son “andinos” (ollas y keru
para beber chicha) y “amazónicos” (cabezas de víboras). Destacan además objetos de guerra
y sonoros (flauta). ¿Qué hacían estos indígenas en ese mochadero donde hay objetos rituales
y guerreros? Umu en aymara es “grande hechicero” (Bertonio <1612> 1984: 377, II) Hamuni
es adivino (Ob.cit.: 19, I). Por el autor Anónimo sabemos que entre los sacerdotes, magos y
otros especialistas de la religión inkaica, había unos de rango inferior: “era los que llamamos
humu, hechicero...Estos humus o laiccas si eran de los que tocaban el sacrificio, no podían ser
casados mientras tenían el oficio” (<1580-1595>1968: 31-32). Guaman Poma de Ayala seña-
la que los Umu eran como “los pontífices, hechiceros, laycaconas, umoconas, uizaconas,
camasaconas, que tenia el Inga, y los adoraban y respetaban” (<1613>1941-1943). Garcilazo
11 Una tercera caracterización, desde la hetero-percepción hispana, los describen como “yndios ladroncillos” o gente que “vibian en los montes como ladrones”
y “no bivian de otra cossa sino de hurtar e rrobar matando y cautivando todos los yndios y españoles” (ANB, AM, 1622,2. 17 fs.). Sirvió para justificar la “cace-
ría” y el exterminio de los Umu.
30 Walter Sánchez Canedo
de la Vega, los vincula con la religión oficial inkaica, señalando que la voz Umu —asociada
a Vilaoma— significó: “adivino o hechicero” y también un “Sumo Sacerdote (que) consul-
taba al Sol, y lo que el Sol le ordenaba que dijese” (<1615>1945: 332). Murúa destaca que
los Umo eran “unos indios viejos muy grandes hechiceros pontífices...a los cuales el Inga
tenía gran respeto y miedo, a causa de ser medianeros entre ellos y las Guacas” (<1616>
2001). Arriaga, un temido extirpador de idolatrías nos da, en 1651, mayores precisiones:
“estos, que comúnmente llamamos Hechizeros, aunque son raros los que matan con hechizos,
con nombre general se llaman Vmu, y Laicca” (<1621> 1920: 32). El Padre Cobo afirma, por
su parte: “El nombre destos discípulos del demonio era umu, a los cuales el pueblo tenia por
adivinos...Y acudian a preguntarles por las cosas perdidas o hurtadas, por los sucesos por
venir y lo que pasaba en partes remotas y distantes” (T, II: 230). La Carta vinculada a la extir-
pación de idolatrías traduce vmu como hechiceros (Documento 29, Año 1614: Carta, en: Polia
Meconi 1999: 356). Gose, en un trabajo dedicado al mundo ritual Inka, destaca que los Umu
fueron un tipo de grandes sacerdotes vinculados a la religión incaica oficial: “el oráculo
médium con más autoridad del imperio Inka era el Willaq umo o cura de alta jerarquía del
sol” (1996: 5).
¿Será posible que los Umu/Amo/Yumu hayan sido grupos de “hechiceros” o “sacerdotes”
(Umu o Hamoni) respetados y temidos que vivían en los yungas y hacia los llanos amazóni-
cos, con una gran ascendencia e integrados dentro del sistema Inka? Si esto es así, entonces
no se trató de un grupo “étnico” sino de poderosos especialistas que manejaban plantas ritua-
les, manipulaban los venenos de las serpientes, que intermediaban con preciadas plumas y
conocían la tecnología de preparación de la chonta y la fabricación de arcos y flechas. Más
importante aún era el poder de su conocimiento. Tomando en cuenta que interactuaban con
gente de los valles, con los Inkas y con grupos similares de los llanos, es posible que habla-
ran el quechua, el aymara y el yuracaré. Esta inter-acción con varios mundos los hacía espe-
cialmente temidos lo que les daba un diferencial de poder que les permitía negociar su incor-
poración prestigiosa y prestigiada dentro del mundo Inka ¿Cuál fue su procedencia étnica?
Siendo grupos de los yun-
gas, con fuertes vincula-
ciones con gente de los
llanos aluviales del Cha-
pare, es factible que tuvie-
ran una filiación lingüísti-
ca yuracaré y, por lo tanto,
acercados también a los
Chuy y a los Quta a quie-
nes también se les oía
hablar el yuracaré (Sch-
ramm 1990).
Como chamanes, cuida-
dores de puentes construi-
dos sobre poderosos ríos y
habitantes de una zona de
Fig. 3. Cerámica estilo Qochapampa. 1-6 jarras con asa. 7. Jarra donde las sociedades
con pito. andinas creían salían las
12 Ríos, lagos, túneles subterráneos, puquíos, surcos de agua, fueron adorados por los Inka (Cox 2002: 182). Se sabe que un tercio de los wak’a asociados al
sistema de ceqe en el Cuzco están vinculados al agua (ibid). Es posible que este sistema fuera replicado en los valles de Cochabamba lo que sugeriría la exis-
tencia de un fuerte culto.
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 31
lluvias, tuvieron una fuerte asociación con el agua. Esta ligazón es posible los haya vincula-
do a los rituales del agua12 y de la lluvia en las sociedades agrícolas vallunas. Su caracterís-
tica de “hechicero” los ubicó también en el ámbito de lo liminal; entre lo sagrado y lo profa-
no y que es posible se reforzara con su ubicación geográfica, intermediaria entre los valles y
los llanos; entre las sociedades
“andinas” y “amazónicas”. En Cuadro 2. Principales formas y estilos
todo caso fue, al parecer, una cerámicos en Paracti
humanidad que gozó de alta
estima, respeto y temor no sólo
entre los grupos de los valles
(entre ellos los mitmaqkuna),
sino también entre los Inkas.
Dotados de un alto prestigio,
los nuevos contextos relaciona-
les generados por el Tawantin-
suyu, es posible incidieran en la
solidificación de una nueva
identidad basada en su ethos
guerrero y de poderoso hechi-
cero-sacerdote, con gran poder
simbólico.
Esta caracterización guerrera
ayuda además a comprender
los entramados relacionales
que debieron establecerse entre
diversos grupos guerreros de
los llanos, los yungas, los
valles inter-andinos e incluso
del altiplano. En tal perspecti- Cuadro 3. Principales formas y estilos
va, no debió ser raro que todos
cerámicos en Tablas Monte
estos grupos guerreros hayan
estado constantemente ínter-
digitados debido a sus tareas de
control interno y externo. Si
esta hipótesis es cierta, enton-
ces, Chuy, Quta, Muyu,
Yampara, Chicha, Churumata,
Umu/Amo/Yumu, todos gue-
rreros de “arco y flecha”, al ser
integrados dentro del sistema
Inka con funciones de control
del territorio y de la gente,
guardaban relaciones de simili-
tud aunque, sin duda, también
de competencia y de conflicti-
vidad.
32 Walter Sánchez Canedo
El poblamiento en los
yungas según los datos
arqueológicos
Las investigaciones ar-
queológicas realizadas en
los últimos años en los
yungas, permiten tener
aproximaciones iniciales
sobre el pasado prehispá-
nico de la zona. Para el
Periodo Formativo, desta-
can las investigaciones del
Proyecto Formativo reali-
zadas por el colectivo
Brockington et al. (2000),
Fig. 4. Esquema de redes de interacción durante el Periodo Inka inclu- centradas en los llanos del
ye el altiplano, los valles, los yungas y los llanos aluviales del Chapare Chapare y los yungas de
Sehuencas. Hallazgos que
parecen corresponder a este Período, han sido señalados por Sánchez (2008) en los yungas de
Tablas Monte. Para el Horizonte Medio, Céspedes ha reportado el primer sitio con cerámica
Tiwanaku en los yungas de Paracti, sugiriendo la presencia de este estilo cerámico en los lla-
nos del Chapare (2007); un acercamiento basado en excavaciones sistemáticas ha sido repor-
tado por Sánchez en los yungas de Paracti, Tablas Monte, además de otro sitio en Nina Rumi
Punta, en los yungas de San José (2007d, 2008, 2009). Es importante destacar la presencia de
un estilo cerámico regional de borde doblado y engrosado -llamado provisionalmente Estilo
Negro- asociado a grupos locales –en Tablas Monte, Maica Monte y San José- (cf. Sánchez
2008; 2009) y que aparece junto a cerámica estilo Tiwanaku y cerámica proveniente de tie-
rras bajas. Es importante destacar la presencia de cerámica estilo Qochapampa hallada en
Tablas Monte y que Céspedes (2000) lo sitúa cronológicamente dentro de un rango paralelo
a Tiwanaku III del altiplano13. En el caso de la cerámica Tiwanaku, están claramente identi-
ficadas las dos fases descritas por Céspedes para los valles centrales de Cochabamba: Illataco
y Piñami, lo que estaría mostrando fuertes articulaciones entre los grupos de los yungas y de
los valles de Sacaba, Central y Bajo.
Todos estos complejos estilísticos cerámicos son una evidencia, para el Horizonte Medio, de:
(1) la presencia de una población local con características propias (2) posible presencia direc-
ta e indirecta de gente de los valles/altiplano y de los llanos (3) sistemas de interacciones por
intercambio, comercio u otros, entre las sociedades locales con sus similares de los valles/alti-
plano y llanos.
Son varios autores los que han sostenido la existencia de profundos cambios socio-políticos-
culturales hacia el siglo XII (final del Horizonte Medio) y que afectan al conjunto de las
sociedades en los Andes. Al igual que en los valles, en los yungas desaparece, por ejemplo,
la cerámica estilo Tiwanaku lo que parece ser la evidencia de la ruptura de antiguos contac-
13 Este estilo, descrito por primera vez por Céspedes (2007), posee ciertas características que la vinculan a influencias Tiwanaku, aunque posee rasgos parti-
culares que muestran la agencia creativa local. Para un acercamiento más puntual a este éstilo, véase el artículo de Christoph Döllerer y Ramón Sanzetenea
Rocha, en este mismo volumen.
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 33
Tablas Monte
La primera noticia arqueológi-
ca sobre este gran complejo se
remonta a 1975 cuando el
arqueólogo David Davies y un
acompañante suyo declaran al
periódico The Daily Mail
(Inglaterra) haber descubierto
la ciudad perdida de “El Do-
rado” en Cochabamba (Hoy
1975a; 1975b; Presencia 1975;
Prensa Libre 1975; Última
Hora 1975). Con esta noticia
–posteriormente desmentida–,
Fig. 6. Corte vertical que esquematiza los distintos paisajes y las dis- los arqueólogos del Museo
tintas formas de intervención antropogénica sobre el espacio: en
pampa, en “falda” con fuerte pendiente, en “falda” con pendiente Arqueológico de la UMSS rea-
moderada y, en zonas encajonadas (k’uchu/wayk’u). lizan los primeros registros
fotográficos (Ramón Sanzete-
nea, comunicación personal). A partir de objetos cerámicos llevados por los campesinos del
lugar al Museo Arqueológico de Cochabamba, es registrado como un sitio Inka (Byrne de
Caballero 1979, 1982).
Fig. 7. A la izquierda: Huertos amurallados. A la derecha: Detalle de muro de un huerto con las hileras de
piedra en su interior.
Fig. 10. A la izquierda: detalle de los andenes agrícolas tipo gradería en Incak´uchu. A la derecha: Bosquejo
detalle hecho in situ, del mismo sector. (Dibujo: Sergio Calla).
Fig. 11. A la izquierda: Reconstrucción artística del paisaje y el sistema agro-hidrológico de Rasupampa a
partir de la planimetría y de la excavación (Iván Montaño). A la derecha: surcos –con maíz- bordeados de
hileras de piedra.
14 Rasupampa es una enorme plataforma natural (44 hectáreas). Rasufalda es un profundo corte, con diversos grados de inclinación, que cae desde la plani-
cie de Rasupampa al río Jatunmayu.
36 Walter Sánchez Canedo
Fig. 16. Izquierda. Cuencos de borde doblado y engrosado. Estilo Beige. Derecha: Patas de cuencos trípo-
des. Estilo Beige.
to que “capital” y necesita ser estudiado con mayor profundidad, para ser entendido en su ver-
dadera dimensión.
Las principales formas de intervención agro-hidrológica en Tablas Monte pueden ser resumi-
das en los siguientes tipos:
(1) “huertos” situados en lugares planos (Rasupampa), de dos tipos: rodeados de muros15 y,
abiertos, destacando en ambos, hileras de piedra que bordean los surcos.
(2) plataformas en las laderas sin fuerte pendiente, sostenidas con muros de contención
hechos de piedra y con grandes rocas que sirvieron de puntal. De manera sugerente, estas
rocas-puntal se hallan a su vez “sostenidas” por pequeños muros de piedra que hacen supo-
38 Walter Sánchez Canedo
hecho que se reflejó en la construcción de grandes complejos para almacenar este producto,
y lo que se observa en Tablas Monte parece reflejar una situación vinculada más bien de sis-
temas familiares.
Erickson ha destacado la dificultad de dar una cronología precisa a los sistemas agro-hidro-
lógicos (1995; 2006). A fin de acercarnos al proceso histórico que pudo estar asociado a este
gran paisaje cultural, se realizó la excavación de cuatro pozos de sondeo en la zona llamada
“residencial”.
Dos complejos cerámicos son importantes para el Horizonte Inka: la cerámica local y la cerá-
mica Inka. La cerámica local corresponde a vasijas grandes y muchas de ellas con el labio
doblado o engrosado y que constituye un elemento diagnóstico. En los casos de labio simple,
este se halla, por lo general, dirigido hacia afuera. Todos corresponden a objetos domésticos
Fig. 19. A la izquierda: Huerto destruido que conserva los cimientos del muro que lo rodea y las hileras de
piedra en su interior. A la derecha: Huerto abierto, con las piedras de las hileras que bordeaban los surcos
totalmente destruidos (Fotos: Marco Bustamante).
Fig. 20. Plataformas simples hechas con una sola hilera de piedras. A la izquierda: Se observa el detalle de
piedras para afirmar la plataforma. A la derecha: Conjunto de plataformas sostenidas por hileras de pie-
dra (Fotos: Marco Bustamante).
40 Walter Sánchez Canedo
Fig. 21. A la izquierda: Plataforma destruida en Yerbabuenapampa. Se notan las piedras que funcionaron
como puntales. A la derecha: reconstrucción idealizada de la misma plataforma (Realizado por: Marco
Bustamante).
como ollas, cuencos, jarras y cánta-
ros. No tienen decorado y parecen no
haber tenido pintura, aunque algunos
fragmentos tienen restos de haber
sido pintados con una pintura roja. El
color beige o rojizo de esta cerámica
muestra que fueron hechas con una
atmósfera oxigenada. Su antiplástico
revela la presencia de lutitas de grano
grande, continuando la tradición ante-
rior, aunque fenotípicamente son dis-
tintas. Dentro del conjunto de cerámi-
ca local aparecen fragmentos singula-
res asociados a bases trípodes.
Este complejo estilístico guarda
semejanza con la tradición de borde
doblado y engrosado Estilo Negro
Fig. 22. Plataforma en Challawayk’u. Obsérvese el muro y pero también diferencias. No queda
el relleno de tierra. duda de que se trata de una continui-
dad de una tradición local de larga
data aunque las formas, el grosor, el
tipo de cocimiento, el antiplástico,
cambia.
La cerámica Inka en contexto de excavación es casi inexistente. Sólo dos fragmentos: un labio
y un cuello de aríbalo, dan cuenta de esta presencia. Si tomamos en cuenta que en la década
de 1970 los campesinos de Tablas Monte llevan al Museo Arqueológico de Cochabamba obje-
tos Inka (cf. supra) es posible suponer que el asentamiento Inka estuviera ubicado en otra
parte, aunque es conocido que la cerámica no es un buen indicador para entender la presen-
cia y el dominio Inka en Cochabamba.
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 41
Inkachaca/Paracti
El complejo Inkachaca/Paracti, abarca un amplio espacio que cubre la zona de Inkachaca
donde destaca la planicie de Yerbabuenapampa17 y, hacia el Oeste, la zona de Paracti, donde
se dio un nivel de intervención antropogénica de larga data (cf. supra).
Céspedes es quién reporta el hallazgo, en la década de 1980, de cerámica Inka en Paracti
(Comunicación personal). La documentación histórica destaca que existió en Paracti, duran-
te el inkario, un puente de “crisneja”, destacando que en una zona homónima existió un
importante establecimiento de mitmaqkuna Amo/Umu.
Fig. 25. A la izquierda: Vasijas Inca. 1. Aríbalo; 2. Base de posible jarra u olla, con engobe rojo; 3. Base
de posible base de jarra u olla, con engobe rojo; 4. Base de raquí; 5. Borde de jarra con engobe rojo exter-
no. A la derecha: Escudillas Inca. 1.2.3. Típica asa “cabeza de patito”, 4. Agarrador con oreja. 5. Borde.
6. Escudilla Inca-cuzco policromo, hecha con cerámica blanca. (Restaurada).
siglo XIX— como corrales para las mulas que pasaban hacia/desde el Chapare. En la mayor
parte de estos huertos las hileras de piedras han sido removidas y re-acomodadas en los
muros. Los huertos abiertos con hileras de piedras, parecen haber sido más frecuentes en las
laderas con pendiente moderada y se hallan complemente destruidos, quedando rastros en
algunas zonas (cf. Sánchez 2008).
Plataformas se hallan principalmente en tres sectores: Challawayk’u, Yerbabuenapampa y
Paracti y han sido construidas para nivelar el terreno y evitar la erosión debido a la acción de
la lluvia19. Se reconocen tres tipos:
(1) Sencillos, hechos con una sola hilera de piedras y en áreas pequeñas. Se hallan en
lugares con pendiente leve como Yerbabuenapampa.
(2) Con muro de contención simple y de pequeña altura. Se hallan en lugares con pen-
diente más pronunciada. Los muros de las plataformas son de piedra y son afirmadas con
piedras grandes usadas como puntales. Se hallan principalmente en Yerbabuenapampa.
(3) Con muro de contención elevado. Hechos en terrenos con fuerte pendiente y en luga-
res encajonadas. Se hallan principalmente en la quebrada de Challawayk’u.
Las vertientes (juturi) son importantes en Yerbabuenapampa. Existen dos vertientes en la
ladera del cerro Condornasa cuya presencia se asocia a canales construidos para conducir
el agua, posiblemente a los campos agrícolas.
Cimientos de estructuras circulares aparecen tanto dentro de los huertos como en lugares
donde no existen rastros de estructuras agrícolas. Es posible que las estructuras más peque-
ñas, asociadas a los huertos, sean depósitos para almacenar productos mientras que las más
grandes correspondan a cimientos de viviendas. Ambos tipos de estructuras no responden a
los criterios arquitectónicos de los qollqa Inka de los valles de Cochabamba, por lo que su
factura es local.
Todo este paisaje agro-hidráulico revela un profundo proceso de intervención antropogénica
en el que la piedra aparece nuevamente como el recurso central. Tal intervención es particu-
larmente intensa en zonas planas (Yerbabuenapampa, por ejemplo), con escasa intrusión en
las laderas del río Málaga. Las intervenciones más importantes ocurren en las quebradas y
cañadones (principalmente Challawayk’u), donde se han construido plataformas —para nive-
lar el terreno— y canales de desagüe.
Durante el trabajo de ubicación de unidades significativas en Inkachaca se realizaron recorri-
dos pedestres, momento en el que se recogió fragmentos cerámicos que fueron posteriormen-
te desechados debido al alto grado de erosión. Sólo se fotografió dos objetos de piedra: un
batán circular y una fuente semicircular con una cavidad rectangular, ambos rotos.
El año 2002 se hizo una rápida prospección y recolección de superficie en Paracti, en el sec-
tor Nor-Oeste de la propiedad privada del Sr. Germán Musch20. Una pequeña campanilla de
metal, de forma tronco piramidal, rota, tres agarraderas de escudillas Inka estilo “cabeza de
patito” y muchos fragmentos de cuerpos, mostraron una clara filiación Inka del sitio21. A par-
tir de estos hallazgos, la excavación fue ubicada en el lugar con mayor densidad cerámica,
realizándose un pozo 1 x 2 m., que posteriormente tuvo dos ampliaciones (cf. Sánchez 2008).
Dos estilos cerámicos para el Periodo Tardío destacan: uno local y, el segundo, típicamente
Inka. Las formas más comunes de la cerámica local son platos, jarras y cuencos largos y an-
chos posiblemente para contener líquidos. Así mismo se excavó un soporte de una vasija trí-
pode.
La cerámica Inka aparece en dos estilos: Inka-cuzco policromo e Inka-local. El primer estilo
está representado por una escudilla hecha de cerámica blanca22 decorada con círculos de color
morado y negro y escudillas con un apéndice en forma de cabecita de ave (“patito”) semejan-
tes a las halladas en el Cuzco (cf. Fernández Baca 1971) y, vasijas de asa doblada. El estilo
Inka-local, tosco, está presente en escudillas, en un vaso estilo raqui, platos hondos y en un
fragmento de aríbalo.
Hay que destacar en este sitio, el hallazgo de dos tupu —alfiler para sujetar la mantilla de las
mujeres—, y un pequeño “cincel”; todos hechos en cobre. Un huso para hilar, hecho en pie-
dra laja (lutita ordovícica de color negro), es posible que esté dando cuenta de las caracterís-
ticas residenciales del sitio.
Si tomamos en cuenta que los metales en los Andes fueron el símbolo de estatus (Lechtman
1991) y que la cerámica estilo Inka-Cuzco estuvo asociado igualmente a grupos de poder,
Paracti parece haber sido un importante centro para el Tawantinsuyu en su control de los yun-
gas y de avanzada hacia los llanos amazónicos.
Conclusiones
22 Piezas incaicas hechas con arcilla blanca son raras. Ibarra Grasso reporta piezas Incas hechas con cerámica blanca en Oruro (1965: 237). El Museo
Arqueológico de Cochabamba posee en exposición dos vasijas Inka, hechas en cerámica blanca, con forma de huevo.
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 45
en la presencia de cerámica estilo Ciaco en los yungas, aunque las interacciones con el alti-
plano parecen haberse fracturado o modificado.
Un elemento central para comprender la agencia local es el tipo de intervención antropogéni-
ca realizada sobre el espacio en los yungas de Inkachaca/Paracti y Tablas Monte. Aunque -
como señala Erickson (1995, 2006)- es difícil datar los paisajes agrícolas debido a su uso
constante, incluso hasta la actualidad, los paisajes agro-hidrológicos de Inkachaca/Paracti y
Tablas Monte son producto de procesos largos que se iniciaron con mayor intensidad desde
el Horizonte Medio. Estas intervenciones están caracterizadas por un sofisticado manejo de
la piedra y del agua de lluvia. Huertos amurallados, parcelas con un sistema de hileras de pie-
dra que bordean los surcos, sistema de drenaje a partir de la modificación de la capa terres-
tre, canales, plataformas, andenes, etc., forman parte de un conjunto de acciones que puede
ser asociado a lo que Erickson llama la domesticación del paisaje (cf. Erickson & Balée,
2006). Todas estas intervenciones muestran cómo las sociedades locales de los yungas, en una
relación dialéctica con su entorno medioambiental, fueron transformando y construyendo un
paisaje cultural sofisticado y absolutamente complejo que recién comenzamos a comprender.
Queda claro que a la llegada de los Inkas a Cochabamba, las sociedades yungueñas tenían
relaciones fluidas con las sociedades vallunas -e incluso con aquellas situadas en los llanos
amazónicos del Chapare. No conocemos los dispositivos de interacción y posiblemente de
complementación que estaban desarrollados; no obstante, es evidente que los flujos comuni-
cacionales eran expeditos, lo que es una evidencia de que los caminos entre las sociedades
que habitan las distintas Provincias Biogeográficas, se hallaban habilitadas (Sánchez 2009).
La llegada de los Incas modificó drásticamente las seculares redes de interacción constitui-
das, las alianzas y las complementariedades tanto a nivel valle-valle, valle-yungas, así como
aquellas de tipo valle-llanos o yungas-llanos.
Las fuentes documentales escritas son importantes para diseñar los nuevos entramados rela-
cionales de poder creados en esta nueva relación con el Tawantinsuyu. Los documentos seña-
lan el poblamiento de los yungas por gente llamada Umu/Amo/Yumu, quienes se hallaban
encargados del control de puentes y, sin duda, de caminos; dicho de otra manera, del control
de la gente y del espacio. Como se sabe, los Inkas entregaban el cuidado de caminos y puen-
tes a grupos aliados y afines. La evidencia documental caracteriza a estos grupos locales
como flecheros/guerreros y sugiere que hayan sido poderosos “hechiceros” (Umu/Hamoni).
Situados, además, en un horizonte estratégico entre los llanos amazónicos y la puna/valles,
todas estas características les daban un gran diferencial de poder. Su posible filiación lingüís-
tica yuracaré les habría permitido, además, generar redes relacionales con grupos en los lla-
nos convirtiéndose en un aliado estratégico para los Inkas en sus pretensiones de avance hacia
esta zona. En este nuevo contexto, los nuevos entramados relacionales re-construidos por los
Inkas generaron las bases para que los grupos yungueños re-construyan una nueva identidad
centrada en la imagen del poderoso guerrero-hechicero.
La arqueología es particularmente bondadosa para complementar la comprensión de la pre-
sencia Inka en los yungas. La excavación de Paracti, donde se ha hallado cerámica estilo Inka-
cuzco policromo así como una importante cantidad de objetos de metal, sugiere la existencia
de un importante establecimiento Inka en esta región. La excavación de Tablas Monte apenas
sí sugiere la presencia Inka en términos cerámicos. No obstante, no queda duda de la presen-
cia del Tawantinsuyu en esta zona, hecho que es corroborado con la presencia de caminos for-
malmente construidos, de clara factura Inka.
46 Walter Sánchez Canedo
Hemos destacado la presencia de un tipo de cerámica local, asociado a este Periodo, llamado
provisionalmente Estilo Beige y que se halla “genotípicamente” vinculado al Estilo Negro
(borde doblado o engrosado, antiplástico, etc. y que aparece en el Horizonte Medio). Esta pre-
sencia sugiere la pervivencia larga de una población local. Aunque sin una certeza exacta, es
posible homologar este estilo cerámico a los grupos históricos Umu/Amo debido a la coinci-
dencia temporal y espacial. Si tal hipótesis es cierta, estaríamos frente a un complejo estilís-
tico de grupos de los yungas o de aquellos situados hacia la vertiente oriental de los Andes,
en Cochabamba.
Aunque se ha destacado la importante presencia Inka a partir de las redes viales así como de
evidencia cerámica, no existe impacto visible en el paisaje arquitectural en Tablas Monte
como en Inkachaca. Tampoco existe evidencia de cambios en el patrón residencial y menos
en el paisaje agro-hidrológico local que destaca formalmente por sus formas asimétricas y sus
características constructivas, distintas al paisaje agro-hidrológico Inka, que posee una estruc-
tura simétrica basada en franjas (suyu) de forma rectangular (Cf. Elorrieta Salazar & Elorrieta
Salazar 2003, Terrazas 2008, Sánchez 2008). Una mayor intensificación de algunos cultivos
de conveniencia estatal y que podría ser visible en la construcción de infraestructura para un
almacenaje centralizado -tal como ocurre con el maíz en los valles de Cochabamba-, tampo-
co existe. De hecho, las estructuras redondas en lugares cercanos a los lugares de cultivo tanto
en Rasupampa como en Yerbabuenapampa, no corresponden al patrón arquitectónico Inka de
los qollqa. Por otro lado, al contrario de lo que ocurre en los yungas de Aripucho, Chuquiuma
e Ychamoqo, donde la política Inka impacta de manera profunda con la introducción de cien-
tos de mitmaqkuna “étnicos” y “estatales” dedicados a la producción de la hoja de coca y que
ocupan las tierras en un modelo de “archipiélago vertical”, las fuentes documentales no des-
tacan la presencia de mitmaqkuna, llegados de otras zonas, en los yungas de Inka-
chaca/Paracti y Tablas Monte. En términos arqueológicos, tampoco se ha hallado artefactos
cerámicos de grupos provenientes del altiplano o de aquellos situados al Sur del río Caine que
podrían mostrar esta presencia.
Todos estos indicadores sugieren que, si bien existió una presencia Inka importante en los
Yungas de Inkachaca/Paracti y Tablas Monte, no existen elementos que sugieran un impacto
intenso en la zona. Más bien pareciera existir una continuidad que es posible se deba a los
diferenciales de poder de los Umu/Amo/Yumu y al hecho de que hayan sido poderosos alia-
dos de los Inkas debido a la necesidad de control de la zona así como en la política de avan-
ce hacia los llanos amazónicos. En efecto, incorporados como poderosos guerreros-chama-
nes, debieron ser temidos y respetados no solo por los grupos locales de los valles y los recién
llegados mitmaqkuna, sino también por los propios Inka. Este estatuto les permitió, al pare-
cer, no sólo mantener y consolidar sus propias estructuras de poder, aunque “sometidos” a un
Principal que vivía en Sacaba, sino también sus paisajes culturales a la vez de ejercer el domi-
nio sobre la gente y sobre el espacio. Pero más importante aún, su estatuto de guerrero-cha-
mán, de alta estima dentro del sistema inkaico, debió tener impacto sobre los entramados rela-
cionales locales tanto con sus similares guerreros de los valles (Quta, Qhawi, Chuy, a quie-
nes se les oía hablar yuracaré), con los de las tierras bajas (¿Yuracaré?), como con otros gru-
pos de agricultores y llameros recién llegados (“advenedizos” o mitmaqkuna), a quienes
debieron ver como inferiores.
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 47
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Resumen
La equiparación del estilo cerámico como indicador de cultura, en la discusión arqueológica, ha
sido siempre controversial. En consecuencia, se asume que el estilo cerámico vale como indica-
dor cultural prehistórico cuando existe su coherencia contextual (espacio, tiempo). El análisis de
127 vasijas arqueológicas similares, depositadas en el Instituto de Investigaciones Arqueológicas
y Museo Arqueológico - UMSS reveló la coexistencia de tres estilos cerámicos: "Tupuraya
Tricolor", "Sauces Tricolor" y "Cochapampa Tricolor" dentro de la misma cultura arqueológica lla-
mada Tupuraya y que habitó los valles de Cochabamba durante el Intermedio Temprano (200-700
d.C.). El artículo muestra, además, una metodología aplicable para detectar las características
básicas de un estilo cerámico. En el caso del material analizado, éste se vincula a los tres estilos
mencionados. Para cada uno de los estilos se resumen los contextos arqueológicos relevantes
conocidos en el espacio y en el tiempo. Se concluye con una presentación sobre la cultura
Tupuraya como un desarrollo regional cochabambino caracterizado estéticamente por su cerá-
mica decorada.
Palabras clave: Arqueología, Cochabamba, Tupuraya, Intermedio Temprano, Estilo cerámico.
Introducción
Los valles de Cochabamba son una región caracterizada por su alto potencial agrícola debido
a sus suelos fértiles y aguas en ríos y lagunas. Fue sede de importantes culturas sedentarias a
lo largo de la época prehistórica, que se dedicaron mayormente al cultivo de maíz y a la pro-
ducción alfarera artesanal. Con fines de estudio arqueológico sistemático de estas culturas fue
creado el Museo Arqueológico de Cochabamba en 1951. Hoy en día, cuenta con la colección
de objetos arqueológicos más grande de Bolivia. Debido a los proyectos de investigación
impulsados a lo largo de su vida institucional, se recuperó mucha información para entender
las culturas prehistóricas de Cochabamba.
Dentro del avance de investigación arqueológica presentamos resultados y conclusiones de un
estudio realizado entre 2003 y 2006. Se trata de un tema antes poco entendido –los estilos
cerámicos “Tupuraya Tricolor”, “Sauces Tricolor” y “Cochapampa Tricolor”– porque se care-
cían de resultados arqueológicos respectivos. La idea de dedicar una iniciativa investigativa
para cubrir esta ausencia de información fue del entonces Director del Museo Arqueológico
David M. Pereira Herrera.
La documentación de 127 vasijas enteras ubicadas en el Museo reveló las características
El concepto de “estilo”
Uno de los desafíos centrales de la arqueología es el ordenamiento de los materiales hallados
con el fin de distinguir, a base de estos, entre culturas y épocas respectivas. El concepto “esti-
lo” –derivado de la historia del arte– es un punto de partida para la clasificación e interpreta-
ción del arte en las sociedades ágrafas prehistóricas. El estilo vale como una “manera carac-
terística particular en el esfuerzo humano” (Brockhaus Lexicón). Puede expresarse en: (1) la
formación morfológica de cultura material (p.ej. estilo cerámico) y (2) la forma de actuar
(p.ej. estilo de vida).
La equiparación de ambos aspectos lleva a un concepto holístico del estilo (Sauerländer
1983:259). En consecuencia, cambios culturales traen consigo la creación de un nuevo estilo
(ibid.:266). Del otro lado, el estilo no necesariamente tiene una función (p.ej. elementos sola-
mente decorativos) ni a priori fue creado intencionalmente; por tanto, es una expresión par-
ticular artística (Sauerländer 1983:264-5; Bernbeck 1997:233, Muller 1979:144). Las contra-
posiciones demuestran que el estilo siempre tiene que ser explicado por su contexto cultural.
Esto complica la adopción del concepto “estilo” per se a materiales arqueológicos muchas
veces descontextualizados.
En base al acercamiento a un concepto teórico plausible, estilo es el resultado de una elección
entre componentes equivalentes, de acuerdo a las reglas de una cultura (p.ej. un ideal de belle-
za) (Wiessner 1990:106, Sackett 1990:33). Es la relación entre una acción singular y una
acción general (Hodder 1990:45). La interpretación de esta relación se renueva constantemen-
te y genera una dinámica del estilo en el transcurso del tiempo (ibid.:46).
En este sentido, el estilo refleja la redundancia cultural y la creatividad artística y consta de
componentes estables y variables. En todo caso, transmite la identidad de una cultura y/o de
arqueoantropologías Año 1 Nº 1. 2011 57
un artista. Básicamente hay dos maneras de transmisión del estilo: emblemática o implícita
(Sackett 1990:36-7; Conkey 1990:13; Wiessner 1990:106). La estilización de la cultura mate-
rial (p.ej. cerámicas) vale como una manera costosa de transmitir su identidad frente a la
transmisión verbal (Wobst 1977:323). Por tanto, estilo solamente difunde identidad cultural
importante y estable a un receptor lejano, quien no participa en la comunicación diaria verbal
del emisor (ibid.:323-6). El problema es que los componentes estilísticos que contienen la
identidad cultural no siempre son identificables (Hegmon 1995:11, Bernbeck 1997:239).
Entre “Pueblo-I-Sociedades” (Sur-Este Norteamericano, Siglo IX) por ejemplo, la variación
estilística en la cultura material se incrementa con la densidad poblacional regional debido a
la más alta frecuencia de rituales comunales en edificaciones especiales (llamadas “kivas”)
(Hegmon 1995:226, 231).
En consecuencia, la función del estilo varía según la complejidad y el ámbito de relaciones
sociales y puede reflejar expresión artística singular, redundancia e identidad de culturas o
sub-culturas, representaciones religiosas y/o políticas. Cada función de estilo se deriva de su
contexto específico y puede ser un concepto teórico, culturalmente significativo, para orde-
nar e interpretar materiales arqueológicos.
Metodología
La base para interpretar un estilo es su descripción objetiva. La “manera característica parti-
cular en el esfuerzo humano” se refleja en la creación morfológica de materiales, p.ej. en la
cerámica. La morfología
Cuadro 1. Esquema de la clasificación analítica (izquierda) y de un estilo consta de una
sintética (derecha) estructura repetitiva para
facilitar el reconocimiento
cognitivo redundante del
estilo (Hegmon 1995:153-
4). Premisa central, por lo
tanto, es la presencia de
una colección de materia-
les (en el caso de éste tra-
bajo: vasijas cerámicas
enteras) como base de
datos. La morfología de
una vasija cerámica entera
es su forma y su decora-
ción.
Cuadro 2. Metodología en dos pasos para detectar y describir
El método de la clasifica-
a un estilo cerámico
ción analítica o jerárquica
ordena las vasijas cerámi-
Iconografía Formas cas de la base de datos
Método paso 1 Clasificación analítica para la Clasificación sintética para según rasgos intencional-
distinción entre los motivos levantar medidas e índices de mente definidos, p.ej. fun-
iconográficos las vasijas cerámicas ción de la vasija como
vaso (A) o cuenco (B)
Método paso 2 Clasificación sintética para Clasificación analítica para dis- (Cuadro 1) (Hegmon
1995:159-60, Eggert
detectar las combinaciones de tinguir entre las vasijas cerámi-
motivos iconográficos fre- cas según las medidas e índices
cuentes 2001:124, Vossen
58 Christoph Döllerer - Ramón Sanzetenea Rocha
define la estructura morfológica de un estilo cerámico. El resultado de este análisis son tres
estilos cerámicos coherentes: “Tupuraya Tricolor”, “Sauces Tricolor” y “Cochapampa Tri-
color”.
Base de Datos
La base de datos de este trabajo consta de 127 vasijas cerámicas enteras que fueron entrega-
das al patrimonio del INIAM-UMSS en diferentes ocasiones. A pesar de conocerse la proce-
dencia general (Cuadro 4), su contexto arqueológico específico es desconocido. Cada vasija
es un hallazgo singular cerrado (Biehl 2000:104) al ser preservado en completo, y por tanto,
reúne las características para detectar un estilo. Cada vasija tiene un número de inventario del
INIAM-UMSS.
Adicionalmente la base de datos cuenta con un total de 2511 fragmentos cerámicos proceden-
tes de la recolección superficial y de pozos arqueológicos de sondeo efectuados por el
Proyecto Tupuraya en sitios arqueológicos relevantes de la región. Dichos materiales contex-
tualizados (1) complementan la estructura morfológica y (2) ayudan a interpretar el contexto
cultural de los estilos cerámicos respectivos.
45 de las 127 vasijas cerámicas enteras (= 35,4%) no tienen una procedencia definida. Un
27,5% del total (n = 32) procede del área de Arani y un 13% (n = 17) de Parotani. El resto
revela diferentes procedencias en todos los aalles de Cochabamba; 3 objetos fueron encontra-
dos en Mojocoya, Tomina y Kiskallajta del Departamento de Chuquisaca.
Marco Geográfico
Geografía y Clima
La región de los valles
de Cochabamba se ubi-
ca en el actual departa-
mento (longitud Oeste
64º32' – 67º, latitud Sur
15º84' – 18º53') (Fig 2),
localizado en el centro
de Bolivia. Consta de
una extensión superfi-
cial de 55.631 kms y
comprende los valles y
las cuencas extensas del
flanco Este de los Andes
entre el altiplano (occi-
dente) y los llanos ama-
zónicos (oriente).
El estrecho valle Cen-
tral de Cochabamba
(donde se ubica la actual
ciudad capital del De-
partamento) conforma
una media luna (exten-
Fig 2. Los Valles de Cochabamba (Mapa Departamental con Provincias). sión Este-Oeste) entre
60 Christoph Döllerer - Ramón Sanzetenea Rocha
los 2.500 y los 2.600 m.s.n.m., limitando por el lado Norte con la cordillera del Tunari (cordi-
llera Oriental de los Andes). Los extensos espacios planos o ligeramente inclinados del valle
se componen de tierras fértiles para la agricultura, inundándose parcialmente en la época de
lluvias anual (Noviembre-Marzo) por falta de un mayor desagüe.
El clima en el valle Central es seco y mesotérmico con bosques bajos espinosos micro folia-
dos (Ahlfeld 1969:10-1, Graf 1986:52). El cambio de temperaturas durante un día es entre
14°C y 32°C. y, en las noches, baja a veces a menos de 5° C. La precipitación anual varía
entre 250 y 500 mm (CIDRE 1987).
El Valle Alto de Cochabamba (2.700 m.s.n.m.), situado a unos 25 kms al Este del valle
Central entre las actuales poblaciones de Tarata y Arani, forma una larga y ancha planicie con
un reducido potencial agrícola debido a la escasez de agua en los ríos durante la época seca
(Abril-Octubre) y por la rápida evaporación de los aguas debido al sol fuerte de la altura.
Al Sur inmediato del valle Central se encuentra la pequeña planicie del valle de Santiváñez y
el estrecho valle de Capinota (2200 m.s.n.m.). A unos 120 kms distantes de Cochabamba en
dirección Sud-Este, se ubica el ancho valle de Mizque (2000 m.s.n.m.). Los valles menciona-
dos cuentan con un clima templado semi-húmedo y una vegetación más densa. El río Mizque
se conforma en los alrededores del valle homónimo y fluye su curso en curvas extensas hacía
el Este y luego hacía el Sur. Su trascurso estrecho y escarpado deja pocas cuencas planas habi-
tables, como Omereque, Perereta o Saipina. Fluye hacia el río Grande y posteriormente des-
agüa en el río Amazonas.
El clima en el pasado sufrió varios cambios, especialmente oscilaciones en la precipitación
anual que causaron épocas muy húmedas distintas a décadas de sequías continuas (Thompson
et al. 1984, 1985, 1986, 1988). Las acumulaciones anuales de hielo en el glacial de Quelccaya
(5670 m.s.n.m.) al Norte de la cuenca del Lago Titicaca, medidos mediante perforaciones pro-
fundas, muestran épocas secas en el altiplano entre el 540-610; el 650-730 y el 1250-1310
d.C. (Thompson et al. 1984:51). El clima de los valles de Cochabamba depende de estas osci-
laciones pluviales. En el Intermedio Temprano (200-700 d.C.) existieron condiciones estables
para la agricultura, afectadas por dos sequías entre el 540-730 d.C.
Geología
Los valles de Cochabamba se formaron por procesos tectónicos y volcánicos durante el
Ordovícico hace unos 450 millones de años atrás (Ahlfeld 1972:39). Resultan cuatro escudos
geológicos diferentes llamados: “Independencia”, “Capinota”, “Anzaldo” y “Mizque”
(1972:42, Ahnert 2003:55-6). Los procesos tectónicos causaron fallas geológicas profundas
que durante el Cretácico (hace 85-70 millones de años) que fueron rellenándose poco a poco,
dejando las cuencas y los valles típicos de Cochabamba como se encuentran actualmente
(Ahlfeld 1972: 43, 106, Geobol 1994; Carta Geológica de Bolivia, No. 6341, Hoja
Cochabamba).
El escudo geológico “Capinota” (formando el valle homónimo) consta en su mayoría de rocas
metamórficas cristalinas, oscuras y no laminadas (Ahlfeld 1972:43). “Anzaldo” (valle Central
y valle Alto de Cochabamba) se caracteriza por rocas basálticos oscuras básicas (Ahlfeld
1972:43-4). Basalto es una roca solidificado fina de origen volcánico (Ahnert 2003:79). Una
falla geológica profunda del escudo “Anzaldo” llamada Sipe Sipe se encuentra debajo del
actual Valle Central y por la actividad tectónica causa frecuentes temblores en la región
(Ahlfeld 1972:107, Fig.10, 119, Fig.12). Hacía el Sur-Este se ubica el escudo geológico
Mizque. Por su ubicación más baja consta de restos de rocas metamórficas ya fuertemente
desmoronadas, llamados sedimentos clásticos (Ahlfeld 1972:44, Ahnert 2003:81-2).
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 61
Marco Arqueológico
La investigación arqueológi-
ca impulsado por el INIAM
de Cochabamba en coopera-
ción con diferentes entidades nacionales e internacionales permiten ahora concluir sobre una
secuencia cultural de todos los valles que forman el marco arqueológico general (Cuadro 5).
Los tres estilos cerámicos “Tupuraya Tricolor”, “Sauces Tricolor” y “Cochapampa Tricolor”
pertenecen al Periodo Intermedio Temprano (200-700 d.C.).
Cuadro 6. Medidas de las vasijas cerámicas enteras de la base de datos (n = 127), en cms.
Resultan entonces 22 de 25 vasijas bajas con cuerpo abierto. En el caso de las vasijas altas
son 50 de 99.
La tercera división ordena las vasijas según características de acuerdo, cada vez, a las vasijas
altas, bajas de cuerpo abierto y cerrado, y define así la Forma. Las vasijas bajas con cuerpo
abierto se diferencian primero por la presencia o ausencia de un caballete, entonces definido
como Cuenco Embudo (Formas A y B) y Cuenco Embudo Trípode (Forma C).
En segundo lugar, las medidas principales de los cuencos embudos (diámetro máximo, altu-
ra máxima) mantienen una relación coherente (el diámetro dobla a la altura), mientras que el
tamaño de las medidas revela una variedad.
La mayoría de los cuencos embudos muestran un diámetro máximo de entre 14,5 cm (n = 6)
(Cuadro 7). El resto revela un mayor tamaño en esta medida. Debido a que la altura máxima
de los cuencos embudos aumenta de acuerdo al diámetro máximo, la diferencia de tamaño no
parece casual. Tratamos entonces cuencos embudos grandes (Forma A) y pequeños (Forma
B), aunque la diferencia según el diámetro máximo (Forma A, A = 13-15 cm, n = 11, Forma
B, A = 15,5-18 cm, n = 5) es arbitraria y puede ser modificada en cuanto la base de datos res-
pectiva se incrementa.
El resto de las vasijas bajas tienen un cuerpo extremadamente cerrado (el diámetro máximo
de la vasija es mucho mayor al diámetro de la boca, llamado Caldera) y se diferencian por la
presencia (Forma E, n = 1) o ausencia de un cuello (Forma D, n = 2). La cantidad reducida de
estas formas no permite mayor conclusiones.
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 65
Vasijas altas con el cuerpo abierto son vasos llamados Kero (Formas F, G y H). La altura
máxima (medida B) de la vasija entera es constantemente 1,2-1,3 veces más grande que el
diámetro máximo (medida A). Sin embargo el tamaño de la altura varía entre 10,5 a 18 cm,
centrándose cada vez alrededor de 16/17 cm (n =16) y 13 cm (n = 7) (Cuadro 8). Por tanto,
las vasijas altas de cuerpo abierto se dividen arbitrariamente entre Keros Altos (B = 15-18 cm,
n = 30, Forma F), Keros Medianos (B = 12,5-14,5 cm, n = 17, Forma G) y Keros Pequeños
(B = 10,5-12 cm, n = 3, Forma H).
Vasijas altas con cuerpo cerrado representan vasos con boca en forma de “Cáliz” (Forma J, n
= 10), derivado por similitudes con las copas utilizadas en contextos religiosos actuales.
Algunos ejemplares muestran aplicaciones plásticas y decoraciones pintadas antropomorfas.
Las mediciones principales oscilan entre 8 a 14 cm como diámetro máximo en la vasija ente-
ra; la altura máxima varía entre 12,5 a 16 cm. Debido a la coherencia de ambas medidas en
su relación (vasija es 1,3-1,5 veces más alto que ancho) y la forma en general, no se define
ninguna sub-división. A futuro, una base de datos mayor podrá confirmarla.
66 Christoph Döllerer - Ramón Sanzetenea Rocha
El resto de las vasijas altas con cuerpo cerrado se diferencia de los vasos por la presencia de
un cuello pronunciado y asas. En general se trata de “botellas” con diferentes atribuciones.
Tres vasijas se caracterizan por la presencia de caballetes, definen la forma “Botella
Tetrapod” (Forma K). Otra vasija pequeña (Forma L) revela un cuerpo muy cerrado
(Caldera), parecida a la forma E.
Botellas con solo un asa en el cuello, el cuerpo y cuello estirado conforman una forma deno-
minado “Jarra” (Forma M, n = 15), posiblemente para servir bebidas. En cambio, las botellas
con dos asas (mayormente ubicadas en el hombro de la vasija) revelan un cuerpo globular
(Forma N, n = 16). Forma O es una botella de tamaño superior (llamada Botella Grande),
posiblemente utilizada para el almacenamiento de líquidos. La última forma de botella es la
llamada Ánfora (Forma P, n = 3) debido a su cuerpo romboédrico con dos asas colocadas en
la parte inferior (parecida a cerámicas homónimas de la cultura clásica griega).
En general, la división jerárquica-analítica de la base de datos reveló 16 diferentes formas de
cerámica; las más numerosas son los Keros (n = 50), las botellas (n = 35) y los Cuencos
Embudos (n = 16) (Cuadro 9).
Decoración
El segundo elemento del estilo cerámico es la decoración. En este caso, los motivos icono-
gráficos son pintados en tres colores (blanco, rojo, negro) encima de las paredes exteriores e
interiores de las vasijas enteras.
El primer paso es la distinción entre los motivos iconográficos para encontrar unidades sin-
gulares relevantes de acuerdo a los pintores prehistóricos. La repetición coherente de motivos
iconográficos singulares geométricos encima de las vasijas facilita este paso y llevó a la iden-
tificación de 85 unidades (Fig. 3 y Cuadro 10).
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 67
Las reglas básicas de la iconografía son el agrupamiento de varios motivos singulares cada
vez oblicuamente opuesto. Este grupo de motivos (= tipo) se repite 2 a 5 veces sobre la cara
externa de la vasija. Dichos tipos de motivos aparecen cada vez en las mismas formas de vasi-
jas cerámicas enteras (Döllerer 2006, Anexo). Un total de 3 combinaciones frecuentes de
tipos y formas definen cada vez la estructura morfológica de los estilos cerámicos llamados
“Tupuraya Tricolor”, “Sauces Tricolor” y “Cochapampa Tricolor”.
Algunos tipos constan de uno a tres motivos iconográficos estables (porque existen en varios
tipos) y uno a dos motivos variables (porque existen en un solo tipo). Los motivos estables
forman el criterio principal para distinguir entre los tres estilos cerámicos porque son la base
de la estructura morfológica redundante. Los motivos variables representan entonces la varie-
dad artística del productor alfarero. El fondo blanco (motivo 84) define el estilo cerámico
“Tupuraya Tricolor” (estabilidad), los tipos 1 a 4 revelan las combinaciones frecuentes de los
motivos iconográficos (variabilidad) (Fig 4). El estilo “Cochapampa Tricolor” se define cada
vez por una línea horizontal (motivo 30, tipos 5-9). La línea horizontal negra rebordeada de
blanco forma la parte estable del estilo “Sauces Tricolor” (tipos 10-14).
“Tupuraya Tricolor”
Descubrimiento y Denominación
Fig. 5. Vasijas enteras pintadas con la forma y los motivos iconográficos singulares del estilo cerámico
“Tupuraya Tricolor”
Fig. 6. Esquema deplegado de vasijas enteras pintadas del estilo “Tupuraya Tricolor”.
72 Christoph Döllerer - Ramón Sanzetenea Rocha
Características y Colección
Las características principales del estilo cerámico “Tupuraya Tricolor” (formas y decoración)
son motivos iconográficos geométricos en rojo y negro sobre un fondo blanco de acuerdo a
la regla principal de agrupación y repetición, siempre en colores alternados. La cara interior
de la vasija muestra una a tres líneas oscilantes horizontales. La iconografía se caracteriza por
la combinación de los motivos iconográficos singulares 84-15-8 (Tipo 1), 84-1-9 (Tipo 2), 84-
1-3 (Tipo 3) y 84-5-6 (Tipo 4) (Cuadro 11). Las formas principales son el Cuenco Embudo
(A, B) el Cuenco Embudo Trípode (C), el Kero Pequeño (H) y Especiales (Q). (Cuadro 12).
Los fragmentos cerámicos (provenientes de contexto: excavación y recolección de superficie)
complementan la iconografía y las formas. Un fragmento procedente de Cliza-Chullpa Pata
muestra una figura de cuadrados rojos interconectados cada vez con una cajita y punto en el
medio. Ambos cuadros rojos tienen un brazo doblado. El espacio entre medio de los cuadra-
dos es rellenado por líneas largas y cortas (formando un peine) y con otros símbolos que pare-
Cuadro 13. Materia prima de los 11 tipos de pasta cen representar una forma de
escritura emblemática. Otro frag-
Tipo Color de la arcilla Característica
mento cerámico del sitio arqueoló-
gico CP-16 Cementerio Parotani
de (Munsell Soil Dureza
Pasta Color Charts) (Mohs)
1 2.5YR 6/8 a 10R 6/8 alto contenido de óxidos e hidróxidos de 4 es decorado con líneas negras en
2 5YR 7/8 hierro 5 forma X con los espacios rellena-
3 2.5YR 5/6 a 5YR 7/8 pelítico de carácter ferruginoso 5
dos por triángulos con gradas en
rojo y una cajita con punto en el
4 2.5YR 5/8 a 5YR 6/8 alto contenido de óxidos e hidróxidos de 5
5 5YR 6/6 hierro 6
6 10R 6/8 alto contenido de hidróxidos de hierro 3 medio. Los fragmentos hallados
7 10YR 6/1 a 10YR 6/2 alto contenido de hidróxidos de hierro 4 en el valle de Mizque (Mi-34
8 7.5YR 6/0 a alto contenido de hidróxidos de hierro 6
Pucachuru) son otros ejemplos de
la variedad estilística (decoración
2.5YR 6/8 alto contenido de hidróxidos de hierro 5
9 2.6YR 6/8
10 2.5YR 6/0 material pelítico negruzco con alto con- 6 y formas) del “Tupuraya Tricolor”:
11 2.5YR 6/8 tenido de óxidos de hierro 5 (1) líneas rojas horizontales con
salidas de forma L rebordeados de
negro, (2) triángulos y líneas cortas (peine) alteradas y (3) líneas diagonales en rojo reborde-
ado de negro y cajitas con punto en medio como motivo de la cara interior de la vasija, (4) la
forma del Kero Grande con aplicación plástica cerca el borde exterior, (5) patas trípodes inci-
sos zoomorfos y (6) platos planos.
La decoración en general consta de un engobe grueso ó un baño fino de arcilla posiblemente
con alto contenido de caolín, generando el fondo blanco después de la cocción. La pintura roja
es arcilla con óxidos e hidróxidos de hierro. El color negro se genera a través de la mezcla de
Cuadro 14. Inclusiones de los 11 tipos de pasta
área arqueológica ascienden a unos 600 m. Este-Oeste (interrumpidos por dos profundas que-
bradas) y 200 m. Norte-Sur (= 120.000 m2). De acuerdo a los hallazgos en superficie, fue
habitado únicamente por los productores de los estilos cerámicos “Tupuraya Tricolor” y
“Sauces Tricolor” (Higueras 1996:251). Mi-34 Pucachuru es el sitio arqueológico más exten-
so del Período Intermedio Temprano en los valles de Cochabamba.
El estudio arqueológico (Septiembre-Octubre 2004) comprendió un levantamiento topográfi-
co de la parte Este del terreno (= 17.000 m2, Fig. 8) y la excavación de pozos de sondeo
(metodología: Gersbach 1998:13-28, Kinne 2004).
La línea férrea antigua Cochabamba-Santa Cruz corta el Sur de la ladera con una larga y pro-
funda trinchera. La planicie, que se eleva hacía el Sur, está cubierta por edificaciones y terra-
zas coloniales (denominado I-VII) y restos de la extensa producción de viñedos por la cual,
el valle de Mizque fue conocido entonces (Schramm 1999). Al lado Este de las terrazas se
ubica una muralla en pie, corriendo ladera abajo. En sus inmediaciones se excavaron seis
pozos arqueológicos de sondeo.
Los objetivos del estudio fueron: (1) la identificación de una ocupación relacionada a la pro-
ducción y manejo de los estilos cerámicos tricolores “Tupuraya” y “Sauces” mediante los
hallazgos en los niveles de la estratigrafía (2) la documentación de contextos arqueológicos
cerrados relevantes y (3) el análisis del material fragmentado hallado para complementar las
127 vasijas cerámicas enteras, de la base de datos.
El Pozo 1 (3 x 2 m. con una profundidad de 1,2 m) revela una tumba disturbada. Sin embar-
go, los restos óseos humanos rescatados evidencian el entierro de una mujer de 24-25 años de
edad y de una estatura de 154 cm. (esquema de Bass 1995).
La estratigrafía no varía en los pozos 1-5 (Fig. 9). El primer nivel, es la capa de humus con
los raíces del pasto. El nivel 2 constó de arena granulosa, de color marrón oscuro (2.5YR 6/2),
76 Christoph Döllerer - Ramón Sanzetenea Rocha
muro fue construido previo a/o contemporáneo con la producción y el desecho de los frag-
mentos cerámicos.
Los pozos 4-6 comprueban una fuerte influencia de la erosión fluvial en la ladera, puesto que
la mayor cantidad de fragmentos pueda ser en contextos disturbados y desplazados. Los
hallazgos fragmentados (cerámica, hueso animal, hueso humano, piedra, carbón) suman un
total de 1992, de los cuales 1625 (= 82%) proceden de los pozos arqueológicos de sondeo y
367 (= 18%) de superficie. Todos los fragmentos cerámicos pintados representan los estilos
“Tupuraya Tricolor” y “Sauces Tricolor”. (Cuadro 16).
Cuadro 17. Frecuencia de los fragmentos La distribución y dispersión de tipos
cerámicos diagnósticos por tipo de pasta y forma de pasta y otros materiales en los
niveles naturales de los pozos de son-
deo es casi uniforme. Por tanto refle-
ja, por lo menos, una fase ocupacio-
nal en Mi-34 Pucachuru relacionado
con la producción artesanal de los
estilos tricolores Tupuraya y Sauces.
El análisis de las formas de los frag-
mentos cerámicos diagnósticos, aso-
cia a las vasijas para consumo (cuen-
78 Christoph Döllerer - Ramón Sanzetenea Rocha
Fig 12. Los sitios arqueológicos del Intermedio Temprano en el Valle Central de Cochabamba.
cos embudos, keros, platos y cuencos) con el tipo de pasta 1, mientras las vasijas para coci-
nar, almacenar y servir (olla grande, ollita pequeña) demuestran mayormente los tipos de
pasta 2-5 (Cuadro 17).
La coherencia de estos cinco tipos de pasta (especialmente la materia prima, el desgrasante)
posiblemente corresponde a una tradición de producción artesanal junto a una fase ocupacio-
nal en Mi-34 Pucachuru. Esto implica que los estilos cerámicos “Tupuraya Tricolor” y
“Sauces Tricolor” responden a un sólo período propio (Intermedio Temprano) de los valles de
Cochabamba. (Fig. 12).
Área de Ocupación
El área de los sitios arqueológicos con ocupación de los productores del estilo cerámico
“Tupuraya Tricolor”, se extiende sobre todo el marco geográfico de los valles de Cochabamba
Su reconocimiento se hizo mediante la identificación y la clasificación terrestre de sitios
arqueológicos por los hallazgos en superficie. El registro arqueológico relevante es más
extenso en los valles de Mizque, Capinota y valle Central y será descrito más adelante.
Valle de Capinota
La distribución de los sitios arqueoló-
gicos relevantes en el valle de
Capinota es en las cumbres y en las
laderas bajas de cerros sobresalientes
de áreas planas, cercanas al río prin-
cipal (Fig 13, también: Higueras
1996). La ubicación en las alturas im-
plica la necesidad de defensa o el
ejercicio de control social a través de
la vigilancia. En todo caso, es necesa-
rio llevar todos los alimentos y el
agua desde el río hasta la cumbre.
Las áreas de cultivo se sitúan posible-
Fig. 13. Los sitios arqueológicos del Intermedio Temprano en la mente en los lechos del río, directa-
parte media del Valle de Capinota (cuenca de Chara Mokho). mente en el pie del cerro habitado.
El sitio arqueológico más extenso de
la parte media del valle de Capinota
es CP-5 Balconcillo. Desde su cum-
bre existe una larga visibilidad hacía
el Norte (CP-16 Cementerio
Parotani), hacía el Este (al frente del
río) y al Sur (varios sitios arqueológi-
cos en el plano de la cuenca de Chara
Mokho).
Valle de Mizque
Los productores de los estilos cerá-
micos Tupuraya Tricolor y Sauces
Tricolor habitaron las partes bajas de
laderas cercanas al plano fértil del
Fig. 14. Sitios arqueológicos del Intermedio Temprano en el valle de Mizque (Fig. 14). El sitio
valle de Mizque. arqueológico Mi-13/26 Lakatambo
fue habitado durante todas las fases a
partir del Intermedio Temprano, en contraste a otros asentamientos que demuestran una fase
ocupacional (Mi-34 Pucachuru, Mi-52 Barbichiramayu). La distribución espacial de los asen-
tamientos se da en los diferentes bordes del valle con acceso al agua de los tres ríos principa-
80 Christoph Döllerer - Ramón Sanzetenea Rocha
Otras regiones
Los sitios arqueológicos relevan-
tes del valle de Santiváñez y del
Valle Alto de Cochabamba se ubi-
can en la cima o en la ladera baja
de cerros naturales (Vetters y
Sanzetenea 1996:23, Gabelmann
2008, Karte A.7). La excepción la
forman los montículos de Cliza-
Chulla Pata (Valle Alto).
La presencia de fragmentos del
estilo cerámico Tupuraya Tricolor
en sitios arqueológicos fuera del
Fig. 15. Hallazgos de un disco derámico proto-torno con perno y un marco geográfico indica la activi-
molar lítico en “Mi-34 Pucachuru”, herramientas para la produc- dad comercial e intercambio de
ción alfarera. bienes durante este periodo. En
dirección hacia el altiplano bolivia-
no, se evidencian fragmentos rele-
vantes en Tapacarí (Ibarra 1965:181), Arque, Cayhuasi (Departamento de Oruro) (Rydén
1959:90, Fig.52 Z-e, 95 Fig.55 D) y en un basural de la segunda Fase ocupacional en Mollo
Kontu (complejo habitacional del sitio monumental Tiwanaku, Prov. Ingavi, Departamento
La Paz), asociado con la Fase Tardía de Tiwanaku IV ó Temprano Tiwanaku V (fechado 800
d.C.) (Couture 2003:206, 208, Fig.88).
Rumbo a los llanos bolivianos se encontraron fragmentos “Tupuraya Tricolor” en Jarkapata
(valle de Pocona) (Pereira, Muñoz, 2005, com. pers.), el valle de Omereque, el sitio de
Collpapampa cerca; Pérez (Prov. Campero) (Muñoz, 2005, com. pers.), el valle de Aiquile
(Brockington et al. 1995) y en el sitio Mosoc Llajta del valle del Río Chico (Provincia
Oropeza, Departamento Chuquisaca, Tapia 2004, Lámina 3, Ml-46, com. pers.). Las proce-
dencias de las 127 vasijas cerámicas enteras de la base de datos indican la recepción de los
estilos cerámicos relevantes en Kiskallajta (Prov. Yamparáez), Mojocoya (Prov. Zudáñez) y
Tomina (Prov. Tomina) del departamento Chuquisaca, parcialmente adquirido por el coleccio-
nista José Felipe Costas Arguedas (Ibarra 1965:180, Walter 1966:305).
Cuadro 18. Frecuencia de los 11 tipos de pasta de dos mediante su perno, formando la
fragmentos cerámicos y algunas vasijas cerámicas arcilla a la vez con las manos para
enteras de la base de datos por valle y sitio arqueológico modelar la vasija cerámica (espe-
cialmente útil para cuencos y vasos
embudos). El molar puede haber
servido para machucar y moler los
pedazos de arcilla quemada, que
luego serán agregados a la arcilla
como desgrasante (llamado cha-
mót).
Las inclusiones de los diferentes
tipos de pasta corresponden con las
características geológicas de los
yacimientos de arcilla en cada
valle.
El Cuadro 18 demuestra la presen-
cia de los tipos de pasta 1 a 7
mayormente en los sitios arqueoló-
gicos del valle de Mizque. Las
inclusiones mayoritarias de estos
tipos de pasta (cuarzo, mica, feldes-
pato, óxido de hierro) son los aglu-
tinantes principales en sedimentos
clásticos de areniscas (Ahnert
2003:82, Velde y Druc 1999:32,
Table 2.1). Esto es coherente con el
escudo geológico Mizque. Los óxi-
dos de hierro presentes en los tipos
de pasta 1-7 causan (después de su
oxidación completa) un color rojo
fuerte (Velde y Druc 1999:25-6) .
Los hallazgos de los sitios arqueológicos del valle de Capinota corresponden a los tipos de
pasta 8 a 10, caracterizados cada vez por inclusiones de rocas metamórficas molidos (lutita)
(Ahnert 2003:88). La oxidación del Tipo 8 está mayormente reducida debido al alto conteni-
do de materiales desgrasantes resistentes al calor. Debido a su formación geológica, el Valle
de Capinota muestra a lo largo y ancho grandes yacimientos de rocas metamórficas cristali-
nas en superficie, que fueron molidas y agregadas a la arcilla por los alfareros del Intermedio
Temprano.
El tipo de pasta 11 revela gran cantidad de diferentes inclusiones (cuarzo, feldespato, circón,
hornblenda, ortosa, muscovita, andesita y sedimentos metamórficos). Hay evidencia de roca
vulcanita en la matriz (= andesita y hornblenda, Ahnert 2003:80, MacKenzie y Adams
1994:82-3) que corresponde con el escudo geológico “Anzaldo” del valle Central y Valle Alto
de Cochabamba.
La cantidad reducida de fragmentos producidos en Mizque en otros valles confirma un inter-
cambio de bienes al nivel interregional de los estilos cerámicos “Tupuraya Tricolor” y “Sau-
ces Tricolor”, propuesto ya para la época anterior del Formativo (Gabelmann 1999).
82 Christoph Döllerer - Ramón Sanzetenea Rocha
“Sauces Tricolor”
Descubrimiento y Denominación
El descubrimiento y la definición del estilo cerámico “Sauces Tricolor” por D.E. Ibarra
Grasso en 1965 no fueron tomados en cuenta hasta ahora, puesto que no existían suficientes
contextos arqueológicos y vasijas cerámicas enteras que confirmaran sus características prin-
cipales. Esta descripción sistemática de la estructura morfológica identifica un desarrollo esti-
lístico coincidente con la propuesta inicial del “Sauces Tricolor”. En adición, documentamos
contextos arqueológicos relevantes durante nuevas excavaciones en Sierra Mokho (2007-
2009), que serán publicados a futuro.
Ibarra denominó el estilo cerámico por su primer lugar de hallazgo en 1960: la estancia de
Sauces, en Mizque. En ello hubo una confusión. H. Walter llegó en 1958 a Mizque y los
pobladores indicaron que el lugar de las excavaciones pertenecia al territorio de la hacienda
colonial de Sauces, ubicada a 3 km. al Sur del pueblo de Mizque. Por tanto, Walter anotó en
todos los fragmentos con mano alzada: “Sauces, Mizque”. Posteriormente en 1966 se dio
cuenta que el terreno se llamaba Lakatambo y cambió el nombre en su publicación. Entre
tanto, Ibarra descubrió fragmentos del “Sauces Tricolor” cuando acompañó a la segunda parte
de la Misión Alemana en Mizque (1960). A su vez, el topógrafo alemán H. Müller-Beck sugi-
rió que este nuevo estilo debiera llamarse “Sauces Tricolor” de acuerdo al primer lugar de
hallazgo. Sin embargo, su nombre correcto hubiera sido “Lakatambo Tricolor”.
Características y Colección
La definición del estilo cerámico realizado por
Ibarra (1965:173-80) resume las características
principales: (1) las combinaciones de los tipos
10 a 14 propuestos (Cuadro 19 - 20) y, (2) las
formas A-F, K, M-Q. El engobe del Sauces
Tricolor es de color rojo-violeta (Munsell Soil
Color Charts 2,5YR 6/8) debido a la arcilla con
alto contenido de óxidos e hidróxidos de hierro.
Los motivos iconográficos singulares son pinta-
dos en negro, siempre rebordeado de blanco. El
fondo rojo intencional y los dos colores aplica-
dos justifican la denominación como estilo tri-
color (Fig. 16). Las características y la distribu-
ción de los tipos de pasta coinciden con el
“Tupuraya Tricolor”.
Fig. 17. Vasijas enteras pintadas con la forma y los motivos iconográficos singulares del estilo "Sauces Tricolor"
“Cochapampa Tricolor”
Descubrimiento y denominación
El “Cochapampa Tricolor” es uno de los estilos cerámicos más confundidos de los valles de
Cochabamba. La necesidad de su definición y denominación surgió después de hallazgos
relevantes provenientes de las primeras excavaciones arqueológicas realizadas en Piñami
(1988) (Fig. 12, Qu-1). R. Céspedes definió este estilo (2000), denominándolo por el primer
lugar de hallazgo, un montículo ya removido ubicado a unos 300 m. al Este del actual edifi-
cio del periódico Los Tiempos en la entonces llamada zona Cochapampa (Céspedes, com.
pers. 2009).
88 Christoph Döllerer - Ramón Sanzetenea Rocha
Características y Colección
El estilo cerámico “Cochapampa Tricolor” se caracteriza mayormente por las formas de
Keros y Calices (F, G, H, J, Q) (Fig. 18). Estas formas no coinciden con los estilos “Tupuraya
Tricolor” y “Sauces Tricolor”. Sin embargo, parecen ser típicos para el estilo estilo cerámico
Tiwanaku Policromo del altiplano boliviano. En cambio, los motivos iconográficos del estilo
“Cochapampa Tricolor” son coherentes con el estilo “Tupuraya Tricolor” (tipos 5, 7, 8 ,9)
(Fig. 19). Por tanto, el estilo “Cochapampa Tricolor” es producto de una mezcla de estilos de
moda en este tiempo y se encarga de recoger elementos importantes de Tiwanaku y elemen-
tos locales conocidos.
Cuadro 21. Seriación de los motivos iconográficos
singulares por vasijas enteras pintadas del “Cochapampa Tricolor” (Parte 1)
Fig. 18. Vasijas enteras pintadas con la forma y los motivos iconográficos singulares del estilo "Cochapampa
Tricolor"
92 Christoph Döllerer - Ramón Sanzetenea Rocha
Fig. 19. Esquema deplegado de vasijas enteras pintadas del estilo "Cochapampa Tricolor".
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 93
Conclusiones
La definición de un estilo cerámico a través de un conjunto de vasijas enteras pasa por un aná-
lisis sistemático, que muestra la estructura morfológica del estilo (decoración, formas). La
estructura consta de componentes estables (= redundancia cultural) y de componentes varia-
bles (= interpretación singular). Las funciones de un estilo necesariamente tienen que ser
explicadas a través de su respectivo contexto.
En el caso de las 127 vasijas cerámicas enteras procedentes de los valles de Cochabamba, fue
posible identificar tres diferentes estilos, llamados: “Tupuraya Tricolor”, “Sauces Tricolor” y
“Cochapampa Tricolor”. Cada estilo se caracteriza por combinaciones frecuentes de motivos
iconográficos singulares y de formas. La distinción entre los estilos, ha sido hecha, mediante
los componentes estables de la estructura morfológica. En el caso de “Tupuraya Tricolor”, los
motivos iconográficos son el fondo blanco, cajitas con punto en medio y las formas del cuen-
co embudo y cuenco embudo trípode. El “Sauces Tricolor” se define por una línea horizontal
en negro rebordeado de blanco y formas como jarras y ollas globulares. El tercer estilo,
“Cochapampa Tricolor”, revela una línea horizontal en negro y formas de kero y cáliz. Los
motivos iconográficos variables aparecen con diferentes estilos en todas las combinaciones
posibles (Cuadro 23). Las formas del “Cochapampa Tricolor” difieren de los demás estilos
(Cuadro 24), posiblemente debido a la restricción de la base de datos. En general, los tres esti-
los cerámicos tricolores muestran diferencias y similitudes.
Cuadro 23. Motivos iconográficos variables de los 3 estilos cerámicos
Cuadro 24. Formas de los tres estilos cerámicos alfarera local ubicados en tres
diferentes valles de Cochabamba.
Al mismo tiempo evidencia con-
tactos comerciales entre los valles
para el intercambio de bienes.
Los estilos “Tupuraya Tricolor” y
“Sauces Tricolor” pertenecen a la
misma producción alfarera, fecha-
da entre 200 a 700 d.C. en los
valles de Mizque, Capinota,
Santiváñez, Valle Alto y valle
Central de Cochabamba. En cambio el “Cochapampa Tricolor” revela un área de ocupación
restringido al valle Central. Debido a las similitudes puede ser atribuido a los mismos alfare-
ros, aunque producido bajo la influencia de la cerámica Tiwanaku Policromo, en tiempos pos-
teriores.
Postulamos que los primeros dos estilos cerámicos tricolores de los valles de Cochabamba
son el “Tupuraya Tricolor” y el “Sauces Tricolor”. En el Valle de Mizque se evidencia su pro-
ducción local sin influencias de los estilos Tiwanaku Polícromo ni el Formativo Monocromo.
La variedad de formas y motivos iconográficos y la calidad de la cerámica (especialmente la
oxidación completa, el engobe blanco, las paredes delgadas) en este valle son notablemente
superiores. Esto se debe posiblemente a una tradición alfarera más larga e intensa, que impli-
caría que Mizque fue la primera sede de los productores.
La función de los dos estilos dentro de la misma sociedad responden probablemente a emble-
mas de identidades sub-culturales (p.ej. jerarquías, pertenencia a familias o linajes, profesio-
nes, religiones). Las cerámica estilizada fue intercambiada a nivel regional (valles de
Cochabamba), especialmente mediante caravanas de llamas (existe una cantidad fuerte de
huesos en los pozos arqueológicos de sondeo en Mi-34 Pucachuru). Junto a ello o posterior-
mente, llegaron a funcionar diferentes talleres en el resto de los valles de Cochabamba, aun-
que la calidad inferior y la elaboración gruesa de la cerámica (en parte debido a la materia
prima local) señalan que se trata de copias de las cerámicas finas de Mizque.
El frecuente intercambio interregional de este periodo entre el altiplano (sal), los valles de
Cochabamba (maíz) y los llanos (coca, madera) provocó la necesidad de expresar una identi-
dad cultural mediante la producción artesanal para receptores lejanos (en otro valle) y muy
lejanos (en otra región).
En un tiempo posterior comienza la llegada de cerámica producida en el altiplano (Tiwanaku
Policromo), que es nuevamente de una calidad superior, con motivos iconográficos elabora-
dos y cargados de significados (p.ej. la deidad cóndor-puma). Los contextos arqueológicos de
esta cerámica implican una alfarería producida por artesanos especialistas que fue distribuida
al nivel local y destinada exclusivamente al culto de ofrenda y al culto funerario (p.ej. tum-
bas en Tupuraya, Rydén 1959). Postulamos que el estilo “Cochapampa Tricolor” es la res-
puesta local cochabambina a la nueva costumbre alfarera en cantidad, calidad y cargo ritual,
estimulado por influencias exteriores. Entonces, se mantiene la identidad cultural propia (p.ej.
mismos motivos iconográficos) mezclada con otros aspectos de la cerámica Tiwanaku
Polícromo (p.ej. forma kero, motivo iconográfico zoomorfo del puma y cóndor-puma).
El concepto del estilo sirve para ordenar e interpretar materiales arqueológicos, cuando su
particularidad (estructura morfológica) es reconocible y se pueden derivar explicaciones adi-
cionales de contextos arqueológicos cerrados. Estilo es una manera de expresarse, un medio
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 95
de manifestar identidad y enviar mensajes hacía otras regiones por parte de las sociedades
ágrafas tratadas. Materiales estilizados se convierten en objetos de prestigio por su valor artís-
tico y su belleza, ilustrando hasta nuestros tiempos, aunque, los mensajes específicos ya se
han perdido.
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Resumen
Este artículo analiza la distribución y organización territorial del área fronteriza comprendida entre
Pocona y Totora en las primeras décadas del período colonial. Se trata de una región demográfi-
ca y territorialmente compleja a consecuencia de los desplazamientos de colonos iniciada por los
incas para trabajar en su extraordinario centro productivo cocalero y, a su vez, custodiar la fronte-
ra del Antisuyu. El objetivo central es el análisis del patrón productivo y territorial de este archipié-
lago multiétnico integrado por grupos altiplánicos, de los valles interandinos y montañeses.
Palabras clave: Pocona, mitmaqkuna, territorialidad, frontera, coca.
Introducción
Las ruinas conocidas bajo el nombre de Inkallajta (2.950 m.s.m) fueron descritas por prime-
ra vez por el etnólogo sueco Erland Nordenskiöld en 1913-14 (Nordenskiöld 2001: 91-102).
No solo logró identificar los edificios más importantes y levantar un plano del sitio sino tam-
bién caracterizarlos en virtud de su ubicación topográfica, sus paredes defensivas e imponen-
te kallanka, como una “fortaleza incaica” emplazada en el borde oriental del Tawantinsuyu.
Su nombre es relativamente moderno ya que fueron nominadas así en las primeras décadas
del siglo XX por el ingeniero Andrés Novillo Villaroel, dueño de la finca Khirusillani, donde
se encontraban emplazadas las ruinas. Jesús Lara, visitó este asentamiento en 1926 y en su
libro sostiene que los lugareños la llamaban simplemente Pukara o Inkaraqay aunque
Nordenskiöld también había recogido el nombre de Machacamarca o Machajmarca, el cual
coincide con el actual nombre del río que lo bordea (Lara 1988).
A pesar del extraordinario testimonio arquitectónico de estilo inca-provincial, pocos fueron
los restos materiales rescatados en la primera expedición (salvo algunas piedras de moler y
restos de cerámica) debido no sólo a la corta ocupación del sitio sino también al evidente
saqueo de las piezas seguramente más valiosas y destacadas (Lee 1998; Muñoz 2006).
Si bien hay escasas referencias históricas que aludan al sitio en forma puntual, una mirada
etnohistórica más amplia que enfoque el contexto regional de la frontera, nos permitirá com-
prender el valor económico y político-ritual que tuvo esta porción del Umasuyu para el
Tawantinsuyu. En efecto, los últimos gobernantes cusqueños habían efectuado una amplia
reforma administrativa y militar tanto en el valle cochabambino como más adelante en los
cordones montañosos que circundan al valle de Pocona, Totora y Mizque (Gordillo y del Río
* Researcher Department of Anthropology - Smithsonian Institution. E-mail: mercedes3310@verizon.net
100 Mercedes del Río
1 El trabajo de Julien (1998) brinda un análisis etnohistórico de la producción cocalera regional. Julien identificó una estancia llamada Canela en las cercanías
de los yungas de Chuquioma.
2 El convento franciscano de Pocona fue fundado en 1577 y tuvo 8 religiosos doctrineros (Diego de Mendoza 1976: 51).
3 Según Blanco, el asentamiento original se hallaba a una legua del actual Pocona y en las inmediaciones de Layminia, el cual fue destruido en el siglo XIX por
los Yuracaré (2003: 41).
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 101
Nuestro punto de análisis está centrado en los años 60-80 del siglo XVI, cuando los treinta
primeros años de intensa presencia hispana en la frontera habían abierto el camino hacia la
conformación de una territorialidad andino-colonial regional. De modo tal que trataremos de
obviar la tentacion de “rescatar”, en estos papeles, los territorios prehispánicos o las tierras
“del tiempo del inca”; antes bien, trataremos de captar la riqueza y analizar la complejidad de
ese mundo andino-colonial donde sin duda pudieron pervivir continuidades prehispánicas
pero también nuevos intercambios interétnicos, transformaciones e inclusive reinterpretacio-
nes del propio pasado.
El paisaje sagrado en la frontera oriental: los mitmaqkuna, los cocales y la guerra del
inca
Arqueólogos e historiadores han demostrado que la frontera incaica no fue simplemente una
línea imaginaria al estilo de los estados modernos bordeada por fortalezas que separaba los
territorios interandinos de las tierras bajas amazónicas. Por el contrario, era una amplia fran-
ja espacial con funciones complejas y de límites políticamente inestables y difusos que incluía
una serie de espacios agrícolas, ceremoniales y sitios defensivos ubicados en lugares estraté-
gicos y ocupados en momentos de crisis (Alconini 2002; Pärssinen y Korpisaari 2003;
Renard-Casevitz et al. 1988; Saignes 1985; Schramm 1990a, 1990b, 1995). Según pudo de-
mostrar convincentemente Pärssinen, existieron al menos tres bordes fronterizos que enlaza-
ban horizontalmente las tierras altas y los valles mesotérmicos charqueños con el piedemon-
te amazónico (Siiriäinen y Pärssinen 1997).
El primero, ubicado hacia el este del corazón territorial de los señoríos regionales, incluía una
serie de fortalezas entrelazadas por una red jerárquica de asentamientos agrícolas multiétni-
cos, caminos y senderos, lugares sagrados, tambos y colcas donde los intereses productivos
de las etnías locales se mezclaban con los específicamente estatales4. Precisamente, en este
abigarrado borde se encontraban en forma mixturada los campos de cultivo explotados por
los grupos locales, los campos de los colonos y los del Inka orientados a la producción de
maíz. A ellos se sumaban el tambo, la fortaleza de Inkallajta y, más abajo, en las tierras mas
cálidas y húmedas de los yungas estaban los cocales estatales.
El siguiente borde estaba conformado por un conjunto de sitios defensivos menores ubicados
en dirección de las tierras bajas, que no solo protegían a las islas productivas anteriores de las
incursiones y avances cíclicos de los grupos amazónicos, sino también era el lugar donde se
llevaban a cabo valiosos intercambios (metales, sal, plumas, cera, miel, maderas etc.) y donde
se negociaban arreglos con los grupos mas dóciles de la región chaqueña. A su vez, los empla-
zamientos de este segundo cordón hacían factible las entradas incaicas más intrépidas y oca-
sionales hacia el tercer y último borde fronterizo trazado en dirección a Brasil.
Es importante destacar que en la frontera no había un constante estado de beligerancia sino
hitos espasmódicos de violencia particularmente con grupos de tradición guaraní, llamados
chiriwana por los quechuas. Estos ciclos de violencia desestabilizadora interrumpían cada
tanto la diaria convivencia con otros grupos fronterizos de agricultores, cazadores y pescado-
res menos hostiles y de antigua residencia en la región (Muyu Muyu, Churumata, Yurakaré,
Amo, etc).
La presencia inka provocó un cambio profundo del area fronteriza regional debido a la ocu-
4 En esta línea se pueden ubicar Inkallajta y, un poco mas al sur, Oroncota, Incahuasi, Incapirca e Iñao.
102 Mercedes del Río
vilegios para los linajes que fueran integrados al sistema administrativo estatal. Las dinastías
locales se encargaron de organizar los servicios laborales mediante turnos rotativos para tra-
bajar en los intereses estatales. A cambio de sus servicios y lealtad, el Inka les regalaba texti-
les de calidad, valiosos objetos de oro y plata, títulos honoríficos, privilegios simbólicos,
accesos a tierras, disponibilidad de hojas de coca para sus rituales y los integraba a su paren-
tela a través de la dotación de nuevas esposas. Aunque menos frecuente en esta zona, cuando
ocurrían deslealtades al Inka, se desataba una violenta represalia que apuntaba al cambio de
gobernantes locales por otros adictos, la destrucción de las wak’a locales y las confiscaciones
territoriales y de población.
Los relatos recogidos por los cronistas concuerdan en muchos sentidos con los testimonios de
los testigos de la probanza de los Ayawiri (Charka) quienes, a su vez, destacan la colabora-
ción que brindó su antepasado, el señor Kuysara a Wayna Qhapaq en las expediciones contra
los Chiriwana. Kuysara, señor de 10.000 vasallos Charka fue recompensado, entre otros rega-
los, con asignaciones o reconfirmaciones de accesos en los cocales de Chuquioma.
Domingo Titucallo, testigo de la misma probanza decía que vio que fue a
…la conquista de los chiriguanaes con Guayna Capa Ynga… [Y este testigo vió que]
…en las partes donde hacian alto lo fortalecía el dicho Coysara y hazía los fuertes e otras
cosas necesarias a la Guerra…” (Platt et al. 2006: 939).
7 Los capitanes convocaban a los hatunrunas para el servicio militar, como afirma Polo de Ondegardo 1990 [1571]: 87: “Tuvieron otra contribución muy pesa-
da y ordinaria de dar gente para la guerra…de esto tienen muy particular memoria; tuvieron despues necesidad de tener fronteras en todas partes y hacer gue-
rra particular en muchas provincias, de ordinario, como…en estos de las Charcas por los chiriguanas después que salieron del Brasil en los confines de toda esta
comarca e por la parte de la montaña hasta hacia los Chunchos y Moxos en todas estas partes hallamos el dia de hoy silos, pucaraes y fuertes adonde se reco-
gia la gente e caminos hechos hasta la tierra de guerra del cual servicio ninguno se reservaba porque con todo el reyno se hacia el repartimiento de lo que era
menester por provincias y en muchas provincias estaba la gente de asiento, como mitimaes de todas las naciones como en Pocona y en otras partes donde se
quedaron y encomendaron ansi ansi como los hallamos…”.
104 Mercedes del Río
Recordemos también que los Charka, junto a los Chuy, Qaraqara y los Chicha, fueron excep-
tuados de otras cargas y considerados los soldados del Inka comprometidos en las guerras que
encaraba el estado (del Río 1989; Espinoza Soriano 1969; Medinacelli y Arce 1996; Platt et
al. 2006). Como en otros casos, estos soldados eran campesinos que los convocaban por tur-
nos rotativos (mit’a) en los tambos y en las fortalezas y quedaban a cargo de los señores loca-
les leales o capitanes, supervisados a su vez por los cuzqueños7. De modo tal que es razona-
ble pensar que los cuzqueños también recibieran el apoyo de otras cabezas de linajes regio-
nales para la reconstrucción de estas fortalezas.
Los incas habían reestructurado la región cochabambina combinando políticas de reasenta-
mientos masivos locales con otros de larga distancia organizados para la producción de ce-
reales y cocalera.
Los grupos Charka, Cota, Chuy y otros
grupos dependientes de estos dos últimos,
como los Yumo y Raches, que controlaban
islotes desde el río Cotacaxa hasta el valle
de Cliza, Pojo y Omereque, fueron reloca-
lizados a la frontera de Pocona, Mizque y
Chunguri, proceso que se profundizó
durante la colonización hispana tempra-
na8.
Los incas procuraban atraer y reclutar a
los grupos de agricultures mas dóciles del
piedemonte, sobre todo a aquellos empa-
rentados con los arawak con quienes ade-
más efectuaban algunos intercambios de
regalos (arcos, flechas, macanas y plu-
mas) con fines políticos y rituales, ubican-
do nuevos colonos en los recientes intere-
ses agrícolas. Pero también debieron com-
batir con los más feroces embates cíclicos
de los Chiriwana, con quienes mantenían
un juego de avances y retiradas.
La compleja población multiétnica de
Fig.2: Indios Coqueros. Fuente: Guaman Poma de Chuy, Quta y Charka, trasladados desde
Ayala, 1980: 865 [879] los valles aledaños al de Cochabamba, fue
enriquecida con el aportes de otros colo-
nos o mitmaqkuna de otras regiones. Como señala Barragán (1994), los Chuy pudieron englo-
bar varios grupos étnicos y estaban fuertemente vinculados con los Quta, pudiéndoseles con-
siderar como “indios de arco y flecha”. Grupos de agricultores y guerreros con diferente nivel
de complejidad sociopolítica como los Muyu Muyu, Churumata, Qulla, Inka, Kana, Sura y
otros del Chinchaysuyu respondían a los intereses del Tawantinsuyu trabajando en los sitios
defensivos, practicando intercambios con los grupos orientales y cultivando en gran escala en
8 Saignes (1985) Renard-Casevitz et al. (1988), Barragán (1994) y Schramm (1995, 1999), apoyándose en una excelente prospección documental, han anali-
zado con mucho detalle los vínculos y movimientos de los diferentes grupos de estos valles interiores tanto prehispánicos como coloniales. Muchas de sus con-
clusiones están volcadas en este trabajo.
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 105
las tierras estatales. Pero también había numerosos colonos Charka trasladados desde Cocha-
bamba a Totora que trabajaban la coca para el estado y para los señores de Sakaka, y otros
Qaraqara para los de Chayanta y Macha (Muruqu), entremezclándose los intereses estatales
con los locales (Julien 1998; Platt et al. 2006; Schramm 1990b)9.
Los mitimaqkuna a cargo de la producción cocalera de los nuevos espacios de la frontera de
Pocona y Totora fueron provistos de buenos islotes complementarios de tierras perfectamen-
te amojonadas y deslindadas y en donde se organizaron los cultos locales y estatales tal como
lo pudo observar décadas después el Lic. Polo de Ondegardo. En efecto, cuando estuvo en Po-
cona con el objeto de recoger la opinión de los indios sobre el tema de la perpetuidad de las
encomiendas tuvo la oportunidad de mostrarle al Obispo Fray Domingo de Santo Tomás una
carta con las wak’a, ceques y adoratorios que le pintaron los indios de Pocona10.
Los coca kamayuq trabajaban en los cocales del Inka (por mitas y algunos permanentes),
recogían las hojas, las secaban, encestaban y las llevaban a los depósitos de Tiraque.
Mayoritariamente vivían en chacras de los valles adyacentes de donde extraían sal, tenían sus
ganados y cultivaban maíz, algodón y ajíes con los que abastecían a sus poblados.
Pero también podían ser convocados por turnos para la guerra, cuando las situaciones de con-
flicto lo ameritaban. Precisamente, las 4 fortalezas estaban a cargo de un gobernador, posible-
mente un orejón de estirpe cuzqueña, como indican las memorias de los nietos de Tupaq
Yupanki, que gozaba del privilegio de ser llevado en andas y ostentar el título honorífico de
“Ynga”. En este sentido, otro testigo de la probanza de los Ayawiri nos informa que
un ynga questava puesto por gobernador e guarda de las fortalezas desta provincia
como señor tan grande e criado del ynga principal señor deste reino …
Cabe suponer entonces que no sólo había un control militar de la frontera a cargo de capita-
nes y cusqueños sino también fuertes intereses económicos por controlar las extensas áreas
cocaleras estatales emplazadas fuera de la linea fronteriza en dirección de las tierras bajas.
Precisamente, el control político local se ejercía desde los asientos cercanos de Pocona y
Totora, en donde residían las autoridades locales. Las fortalezas no cumplieron solamente un
rol defensivo-militar sino tambien ritual y festivo. Cabe imaginar que en los momentos de paz
se celebraban allí los rituales vinculados a los eventos militares, al calendario agrícola y a
homenajear a sus divinidades. Recordemos que la coca tenía un uso ceremonial restringido a
los grupos sacerdotales, a la nobleza incaica y cacical (Murra 1991a). Pero también que la
guerra estaba íntimamente vinculada a un patrón sagrado de creencias y actividades simbóli-
cas ya que se intentaba sobre todo debilitar y destruir a las wak’a de los enemigos porque
constituían el fundamento del grupo. Por ello era vital hacer ritos guerreros propiciatorios a
las wak’a para obtener triunfos militares. Pero la guerra también se vinculaba con el derrama-
miento de sangre y la fertilidad, con la captura del botín (vestidos, armas etc), de mujeres y
9 Las chacras que habían sido de Kuysara eran Payrumani, Chuquioma, Laymitoro, Sipsipampa, Cataquila, Lequeleque, Tontoni, Apacheta, Cantani y
Charupampa. Por su parte Muruq’u tenía unos 17 indios en Tiraque (AGI Justicia 428, citado por Julien 1998).
10 “El cuarto presupuesto, que alli adonde poblo los pueblos en todo el reino en cada uno dividio las tierras en esta forma una parte de ellas aplico para la reli-
gión… dividió por ceques y rayas la comarca e hizo adoratorios de diversas advocaciones, todas las cosas que parecian notables de fuentes, manantiales y
puquios y piedras hondas y valles y cumbres que ellos llaman apachetas y puso a cada cosa su gente y les mostró la orden que habian de tener en sacrificar
cada una de ellas e para que efecto y puso quien se lo enseñase y en que tiempo y con que genero de cosas….y vista la carta de las huacas del Cuzco en cada
pueblo por pequeño que sea la pintaran de aquella misma manera y mostraran los ceques y guacas y adoratorios fijos que para saberlo es negocio importantisi-
mo para su conversión que yo la tengo ensayada en mas de cien pueblos y el Señor Obispo de los Charcas dudando el si aquello fuese tan universal cuando
vinimos juntos al negocio de la perpetuidad por mandado de Su Magestad se lo mostré en Pocona y los mismos indios le pintaron alli la misma carta y en esto
no hay duda…” (Polo de Ondegardo, 1990 [1571]: 46-47).
106 Mercedes del Río
de prisioneros (Torres Arancivia 2000). Sin duda Inkallajta tuvo funciones defensivas, pero
también y simultáneamente, en tiempos de paz, se desplegaron actividades religiosas, cere-
moniales y actos rituales de reciprocidad y redistribución que confirmaban el orden cósmico
y las alianzas políticas bajo el auspicio de los gobernantes cusqueños. Es muy posible que en
sus amplios y abiertos recintos se celebraran las festividades y ceremonias rituales a cargo de
los funcionarios estatales y de los caciques locales. El significativo ajuar de los caciques colo-
niales de Pocona, conformado por piezas preciosas heredadas de sus ancestros para diferen-
tes tipos de eventos, particularmente finos textiles, objetos en oro y plata y adornos de plu-
mas, podría confirmar pistas en este sentido. En su conjunto, aludían a una estética propia de
las dinastías provinciales de esta porción del Qullasuyu con símbolos que integraban las tra-
diciones aymaras con los del estado cusqueño. Entre ellos, las camisetas colcampata, usadas
por los líderes guerreros, tenían referencias metafóricas a las terrazas de cultivo y eran usa-
das durante las ceremonias de la siembra y cosecha, como así también las camisetas decora-
das con mariposas usadas por los capitanes en el mes de la Quya Raymi (Rowe 1973;
Zuidema 1991). Durante estas ceremonias agrícolas también se reafirmaba el alto status de
los mallku, su poder y divinidad. Asimismo, los tejidos finos de cumbi, las pieles adornadas
de uturungo o jaguar, las plumas para bailar con cascabeles de víboras, los objetos de oro y
plata para hacer libaciones de chicha (cocos, kero, aquilla) complementaban, entre muchos
más, el contexto festivo agrícola, militar y religioso de la frontera de los Andes orientales (del
Rio 2010).
la victoria del ejército peninsular en Charcas. Conforme a Pedro Cieza, un grupo pequeño de
españoles acaudillados por Gonzalo Pizarro y con la vital presencia del Inka Pawllu se enfren-
tó a un grueso número de guerreros charqueños de mas de 60.000 hombres comandados por
el señor principal de los Chichas orejones llamado Torinasco (¿Titurinasco?), acompañado
por Kuysara y los señores de Pocona, entre otros capitanes y caciques, llevando sus hondas,
dardos, macanas, arcos y flechas, cercándolos en Cochabamba11. Los acompañaban sus sacer-
dotes y las representaciones de sus deidades locales y estatales, en oro, plata y madera, a quie-
nes invocaban, hacían sacrificios y festejaban con comidas y chicha, previo a la batalla12.
Según Platt esta versión es un poco simplista y posiblemente la derrota haya llevado más
tiempo e incluido una sucesión de combates (Platt et al. 2006: 115).
Gonzalo Pizarro dividió su ejército en tres partes contraatacando durante toda la noche. Como
en el valle de Pocona Tisuq estaba organizando otro refuerzo, Pizarro envió al capitán
Garcilaso de la Vega para desbaratarlos lográndolo en la llanada de Pocona. Según Murúa,
Tisuq y los suyos huyeron hacia territorio Chichas orejones y luego a la quebrada de
Humahuaca. La presencia de Pawllu Inka fue clave para que los mallkus y mitimaqkuna del
sur le dieran su apoyo. Desde Pocona, Pawllu Inka intentó por vía diplomática atraerlos pro-
metiéndoles el perdón. ¿En qué grupos de Pocona se apoyó Pawllu Inka? ¿Cuáles fueron las
facciones o grupos que apoyaron en momentos sucesivos al Apo Challku, Tisuq o a Pawllu
Inka? ¿Es posible pensar que los mitmaqkuna Kana de Pocona, que más tarde fueron de su
encomienda, jugaran, entre otros grupos, a su favor? Un testigo de la Probanza de los Ayawire
de 1583 sostenía que los principales caciques que se aliaron a los españoles después de una
corta resistencia como Kuysara (Charka), Muruq’u (Qaraqara), Jarajuri (Pocona), Turiquipa
y Turumaya huyeron por temor a las represalias del Inka Manqu.
Tisuq regresó a Pocona y desde allí con otros prisioneros del Collao fueron al Cuzco donde
fueron quemados en Yucay junto al gran sacerdote Willaq Uma en 1540.
Los señores charqueños finalmente se rindieron por separado en el tambo de Auquimarca, y
les siguieron luego los indios flecheros como Tarique (¿Taraque, Turikipa o Tiraque?), el
señor de los Moyos y el de los Chicha. La alianza de los guerreros del Inka con los Pizarro
se había sellado con la entrega de las famosas minas de plata del cerro de Porco, el apoyo a
la instalación en Chuquisaca y el servicio al Rey y a Dios a cambio de importantes recompen-
sas.
14 Dionisio Bobadilla era oriundo de Bobadilla de Rioseco; pasó al Perú en octubre de 1534.Colaboró con Gonzalo Pizarro y fue considerado traidor.
15 AGI, Patronato 112, ramo 14. Probanza de méritos y servicios de Lope de Mendoza. Llegó al Perú en 1537.
16 En esa batalla, Carvajal le cortó la cabeza y la expuso en el rollo de Arequipa. Por su parte, Cieza de León (Crónica del Perú Cuarta Parte, Vol. III, Guerra de
Quito) comenta que a Lope de Mendoza “no le acudían con los réditos de los tributos que ellos davan…” (Tomo I, CXXIX: 384; y Tomo II, cap. CCXVII: 704).
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 109
También había otros dos grupos menores de mitmaqkuna, uno a cargo de don Tomás Caua
cacique de los Qulla de Chimobata, como así también don Pedro Cayo de los Sura, quienes
gozaban aparentemente de cierta independencia del conjunto de los mitmaqkuna.
Según se desprende de la visita, la población de Turumaya doblaba en este asiento a la de
Jarajuri. En efecto, mientras el cacique de
los Quta, don Juan Jarajuri y los caciques Cuadro 2: Territorialidad de los Quta y
de su parcialidad tenían a su cargo 143 Mitmaqkuna de Pocona (1557)
“casas” en Pocona, con 107 hombres
adultos (casados y solteros) sobre un total
de 486 personas; don Hernando Turu-
maya y el resto de los mitmaqkuna alcan-
zaban a controlar 345 unidades domésti-
cas en la misma localidad, con 178 hom-
bres adultos sobre un total de 848.
Pocona era un tambo ubicado sobre el
camino real. Los campesinos del reparti-
miento tenían la pesada obligación de dar
en concepto de servicio a los pasajeros
entre 12 y 30 hombres porque era el único
tambo en un radio de 15 leguas.
Los hogares cacicales eran poligínicos,
tenían yanakuna, kamayuq y mujeres de
servicio, numerosos hijos, hermanos y
disponían de varias casas dispersas en
distintos ambientes ecológicos. Los caci-
ques de mayor rango reunían en sus
“casas” una parentela de unas 40 perso-
nas, mientras que los de menor rango
alcanzaban la docena.
A excepción del Qulla don Tomas Caua,
cacique del pueblo de Chimboata, las res-
tantes autoridades tenían residencia en el
asiento de Pocona. Sin embargo, Jarajuri * Población total y entre paréntesis hombres casados y sol-
también conservaba otra casa en Sacaba, teros
lugar de donde sabemos estaban asenta- a) eran tierras del inca
dos los Quta, Yumo y Yurakaré, antes de b) hay 50 hombres casados con mujeres e hijos trabajan-
las reformas incaicas en esta región, y do y 11 para los caciques
otra casa en Copoata. c) en Tiraque hay además de los camayos de los caciques,
1 principal a cargo de los depósitos y 3 tributarios y
Veinte años más tarde y después de efec- unas 20 personas
tuadas las reformas toledanas, los señores d) entre ellos hay 16 Canas
locales habían aumentado el número de Fuente: Ramírez Velarde (1970 [1557]).
propiedades, casas y solares en la plaza de
Pocona e inclusive don Pedro Arapa, hijo del Qulla Caua, se había trasladado de Chimboata
a las afueras de Pocona donde fijó su residencia y llegó a tener 9 casas y una con tejas y huer-
to además de otras en Copi, Chuquisaca y Chuquioma.
112 Mercedes del Río
nos valles cultivaban sus chacras de trigo, maíz (Siaco, Conda, Peula), ají y algodón (Chusa-
marca, Cince), entre tres y seis chacra kamayuq19. Asimismo, algunas viejas eran cuchi kama-
yuq y estaban al cuidado de sus puercos (Chimboata). A estos bienes, don Pedro Chirima
agregaba chacras en Copoata que eran de sus antepasados, sus lugares de pesca (Hero) y coca-
les en Arepucho, Chuquioma, Guayruro, Hotoy y Sapsi. Además sus yanakuna cuidaban más
de 500 ovejas y 60 cabras.
Por su parte, don Juan Jarajuri también tenia una viña en Julpe, tierras en Layminia y en el
pucará de Machacamarca (cercano a Inkallajta), en Tuironi y maíz en Chunguri, unas 2.000
yeguas, 200 vacas y 160 ovejas y cocales en los yungas de Yumo y Chuquioma. Tenía muy
buenos vínculos de intercambio con mercaderes de La Plata, también vendía carneros a los
españoles en los yungas e inclusive llegó a tener lazos comerciales con don Carlos Inka, quien
en los años 60 envió a un cacique Kana de su encomienda a buscar unas 100 cargas de maíz
de la producción de Jarajuri de Chunguri20. Pero lo interesante del caso es que esos lazos se
afianzaron aún más porque los Kanas que vivían en Cupi (Pocona) fueron los que quedaron a
cargo de la deuda de don Carlos21.
En cambio Turumaya tenía sus actividades comerciales y productivas principales en Tocori
(puercos, yeguas y ovejas cuidados por sus cuchi kamayuq y yanakuna) y Mizque, mientras
que el cacique de los Qulla, en Chimboata. Finalmente, todos tenían accesos en los Yungas de
Chuquioma, Arepucho y Yurakaré y sus propios coca kamayuq, compartiendo tambien acce-
sos con los Charka de Sakaka y de Chayanta, con los Qaraqara y con los Chuy de Mizque,
formalmente desvinculados de sus cabeceras.
Precisamente, el asiento de Tiraque estaba entre el tambo de Pocona y los cocales y allí se
encontraban los depósitos de coca para el encomendero, tres casas de los caciques para guar-
dar la producción de Turumaya, Jarajuri, Chirima, Caua y Cayo y depósitos de ají y algodón
a cargo de un principal.
El patrimonio de don Tomás Caua era cuantioso y rico en vestimenta tradicional. Tenía 14
casas, depósitos en Tiraque (Cuadro 3), chacras heredadas de su padre en Chimboata,
Copoata, y algodón, maní y ají en Luyes, otras nuevas en Cupi (donde también había Kana,
Sura y Condes), Chunguri, Ucumari y en los yungas de Chuquioma y Yurakaré. Pero también
tenía unas 2.000 ovejas, además de yeguas, puercos y guacamayos. Vendía maíz, trigo y lana.
En Totora había mitmaqkuna Charka y Churumata que habían sido también colonos puestos
allí para el beneficio de las tierras del Inka. Una vez implementado el sistema de encomien-
das, las cabeceras fueron poco a poco perdiendo el control de sus mitmaqkuna y muchas de
sus chacras pasaron a manos españolas. Hacia 1593, como resultado de la visita y composi-
ción de tierras efectuada por el Obispo de Quito, el territorio comunal era bastante pequeño y
se extendía entre Llallagua, Antacahua, incluyendo el cerro Tontori, Tuiruni, Juchuy Tiraque,
Coluyo22.
19 El valle de Conda se encuentraba a una legua y media del tambo de Pocona y habían sido tierras del Inka y más tarde para tributar al encomendero.
20 Don Carlos Inka era hijo de Pawllu Inka y había recibido en 1549 la encomienda de Hatun Cana de su padre. Casado con una española, vivía en su palacio
de Colcampata y era respetado por la sociedad colonial cusqueña. Fue arrestado en 1572 por una presunta alianza con los de Vilcabamba y puesto en libertad
por el Rey. Murió en 1582.
21 “Ytem. Declaro que abra diez y ocho años o mas tiempo que fue cuando Don Carlos Inga vino a Potosí y a la ciudad de La Plata y me escribio le diese cien
cargas de maiz que yo tenía en Chunguri y se lo di a precio cada una de a peso Corrientes y las llevo un cacique que envió por él llamado Guavacane Capa del
ayllu Cana del Cuzco y después de ello [ilegible] de unos indios suyos que estaban en el pueblo de Copi los cien pesos y no los he cobrado, mando se cobren
de él.” (AHMC-MEC 1, Testamento de Juan Jarajuri, 1580).
22 AHMC- MEC 1. Pocona.Linderos y Mojones. Le agradezco a María de los Ángeles Muñoz la fotocopia de este documento.
114 Mercedes del Río
Sin embargo, hacia los años 80 del siglo XVI, el cacique principal de Totora, don Pedro Jauja,
aún conservaba los pastos y ganados en Sakaka, “pueblo de donde era natural mi padre…” y
unas cuatro chacras en los yungas llamadas Sapsi, Chuquioma y Apacheta, además de las tie-
rras de maíz y de papas abajo del pueblo llamadas Tontori, donde en todas ellas Kuysara había
tenido sus antiguos accesos. La modesta producción de coca de sus chacras servía para refor-
zar vínculos sociales no sólo con los Turpa sino también con los Sura, mestizos o españoles.
Así, por ejemplo, intercambiaba cestos por servicios laborales, o por una espada o prestaba
coca para que pagarán la tasa. También llevaba cestos a Chuquisaca o Mizque en sus carne-
ros.
Desconocemos cómo estaba conformada la red de autoridades de Totora; tan solo que a su
muerte le sucedió su yerno, el alcalde de Pocona, don Diego Turumaya, por cierto de un nom-
bre muy significativo en la historia regional aunque sin parentesco con el linaje homónimo de
Pocona.
Palabras finales
Del análisis de las fuentes disponibles del siglo XVI se desprende que los asentamenientos
multiétnicos de la frontera de Pocona y de Totora provenian de grupos étnicos movilizados de
corta distancia (Quta, Qhawi y Chuy) y de otros trasladados de larga distancia llamados mit-
maqkuna.
El primer grupo estaba integrado por gente de los valles cálidos y la montaña, formalmente
llamado “Quta”, aunque englobaban a los Qhawi, Quta y Chuy entre otros. En su conjunto
estas etnías del borde occidental del Antisuyu tenían un patrón cultural básico en común: el
dominio del “arco y de la flecha ” y los inkas les mostraron una cierta generosidad al ampliar-
les los territorios en la nueva frontera dejando las chacras que anteriormente gozaban en el
valle de Cochabamba a los grupos de los valles alto-andinos. El resto de las agrupaciones for-
maron parte del grupo de mitmaqkuna con gente que venía de los lejanos valles interndinos y
del altiplano (Kunti, Qulla, Kana, Sura, Charka, etc.).
La población de Pocona y de Totora había mermado notablemente desde los tiempos de glo-
ria de sus antepasados, los “Capitanes del Inka”. Pero sus descendientes todavía mantenían
los prestigiosos ajuares de sus ancestros y compartían su simbolismo, aunque paso a paso se
fueron integrando al mundo colonial.
Si bien es cierto que no es posible rescatar o reconstruir la territorialidad prehispánica local
en su totalidad ni la organización sociopolítica anterior, al menos sabemos que durante los
veinte años posteriores de iniciada la vida colonial fue factible reconocer aún ciertos patrones
territoriales tradicionales.
En primer lugar, podemos descubrir que la población de montaña y “casi originaria” como los
restantes mitmaqkuna compartían parcelas y tenían sus viviendas en el tambo de Pocona, en
los valles y quebradas cercanas a la fortaleza y en los yungas subtropicales, ex–tierras del
Inka. Sin embargo, fuera de estas áreas, los Quta y los mitmaqkuna no compartieron los mis-
mos archipiélagos. Mientras los primeros estaban concentrados en Pocona, Punata, Siaco y
Hero los segundos estaban mayoritariamente en Pocona, Copi, Conda (a una legua y media
del tambo) y Chimboata. Todos ellos dedicados a la producción agrícola (coca y, en menor
medida, cereales) para sus ayllus y para el encomendero, al servicio de españoles y al trans-
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 115
porte de los productos al mercado potosino. Durante los primeros años coloniales, este patrón
productivo y territorial no se modificó sustancialmente a pesar de la organización mercantil,
las notables bajas demográficas y las presiones Chiriwana.
En la década de los años 60 del siglo XVI, todavía se podía observar la organización simbó-
lica binaria de la población de Pocona quedando los grupos montañeses de arco y flecha, es
decir los “casi originarios”, en la más prestigiosa parcialidad (anansaya), mientras que los
colonos de larga distancia se reubicaron en la mitad de abajo o urinsaya. A diferencia de
Copacabana, principal centro religioso y administrativo del Qullasuyu, no hubo en Pocona
una mitad de mayor jerarquía (anansaya) integrada por nobles cusqueños y otra con mitmaq-
kuna y originarios (urinsaya) ya que en estos valles se organizó un centro productivo estatal
a gran escala y un área defensiva en la frontera para los momentos más turbulentos con acti-
vidades simbólicas y ceremoniales que ataban ambas funciones (del Rio 2009). Por lo tanto,
si bien los funcionarios reales pudieron haber pasado y controlado la producción y su trans-
porte al Cuzco o haber participado en actividades ceremoniales, no quedaron (hasta lo que
sabemos) registros de panacas cusqueñas en estos valles. Por el contrario, las figuras claves
de esta historia local fueron las dinastías provinciales incluídas dentro del aparato estatal, sus
descendientes y los ayllus multiétnicos quienes pudieron convivir y traspasar las complejas
transformaciones del siglo XVI.
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arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 119
IDENTIDADES POLÍTICAS:
DEL ÑUQAYKU AL ÑUQANCHIK Y VICEVERSA
FERNANDO GARCÉS V1
Resumen
El artículo muestra el desplazamiento en la comprensión de las identidades, desde el horizonte
moderno, como entidades fijas y esenciales, hacia la exaltación de los juegos flexibles que des-
tacan la expresión plural de las identidades y las redefiniciones continuas de los lugares de
dominación y resistencia, en la lectura postmoderna. Ello implica mirar también la pluralidad de
proyectos emancipatorios que requieren dialogar entre sí, planteando la necesidad –antes que
de una teoría común– de una teoría de la traducción. Estas políticas plurales de la identidad no
están exentas de riesgos que muestran las tensiones entre universalismo y particularismo, entre
igualdad (equidad) y diferencia. Se plantea entonces la tarea de articular los posicionamientos
identitarios subalternos desde la particularidad de demandas específicas con solidaridades más
amplias que caminen hacia proyectos emancipatorios.
Palabras claves: identidades políticas, subaternidad, equidad, diferencia.
Reflexionar sobre identidades políticas nos abre dos rutas de entrada que constituyen la cen-
tralidad de los planteamientos a desarrollar: el de las identidades, por un lado, y su posición
dentro del conjunto de fuerzas que definen las relaciones sociales de poder, por otro.
¿De qué estamos hablando cuando hablamos de identidad o identidades? Quienes más han
pensado en la configuración de las identidades, en los últimos años, han sido aquellos que han
tenido su eje reflexivo en la problemática cultural (Guerrero 2002). Y esto es comprensible
debido a la centralidad que ha adquirido lo cultural en el análisis social y en la configuración
de poder tanto a nivel global como de los Estados-nación (Garcés 2009). La reflexión que
planteamos aquí, sin embargo, está enmarcada en el ámbito de las identidades políticas.
El concepto de identidad tiene que ver, en su articulación semántica, con “idéntico”. Cuando
se habla de identidad, entonces, se hace referencia, implícita o explícitamente, a lo que es
idéntico (a sí mismo); es decir, la identidad daría cuenta de la conjunción entre lo que se es y
lo que se enuncia que se es o lo que otros enuncian sobre ese ser. Esto nos lleva a pensar la
identidad en términos ontológicos, en términos del ser como entidad estable, permanente, fija.
Bajo estos supuestos la identidad está marcada por la mirada moderna que piensa la realidad
desde entidades fijas y esenciales. En efecto, una de las características que se le ha atribuido
al proyecto moderno, desde la crítica posmoderna, es su carácter de propulsor de una racio-
nalidad totalizante, binarista y esencializante, ciega y anuladora de otras racionalidades
(Lyotard 1990). Desde la perspectiva que nos interesa, la razón totalizante moderna ha sus-
tentado el principio de esencialidad que fijaba determinadas características a identidades de
sujeto (Vattimo 2000).
1. Instituto de Investigaciones Antropológicas y Museo Arqueológico (INIAM - UMSS). ferumss@gmail.com
120 Fernando Garcés V.
Incluso la teoría crítica moderna (Horkheimer 1937), al intentar comprender los procesos
sociales desde la mirada de totalidad social y en búsqueda de formular respuestas a las pro-
mesas incumplidas de la modernidad (fraternidad, igualdad y libertad), también fue tributaria
de esta esencialización de identidades, llevando a fijar un solo sujeto y un solo modelo de ins-
titucionalidad y de transformación social (Santos 2000: 23-40).
El advenimiento de un paradigma posmoderno de lectura de la realidad ha contribuido a que
dicha esencialización sufra un desmoronamiento o, por lo menos, una pérdida de centralidad.
En efecto, la posmodernidad se caracteriza por la exaltación de los juegos flexibles, la des-
centrición del sujeto, las movilidad de la relación significante – significado, etc. (Lander
1995; Lyotard 1990). La mirada ontológica moderna sufre, entonces, un traspié: “el ser no
coincide necesariamente con lo que es estable, fijo y permanente, sino que tiene que ver más
bien con el evento, el consenso, el diálogo y la interpretación” (Vattimo 2000: 22).
Esta mirada es la que ha permitido comprender las identidades políticas subalternas en térmi-
nos relacionales y relativos (Coronil 2000; Mallon 2001), lo cual ha llevado, por un lado, a
un efervescencia de la expresión plural de las identidades de sujetos y, por otro lado, a rede-
finiciones continuas de los lugares de dominación, resistencia y participación de los colecti-
vos sociales identitarios. Wade (1997), por ejemplo, destaca que las identidades étnicas y
raciales deben verse en contexto nacional y global como construcciones cambiantes, flexibles
y relacionales con el género, la religión, la sexualidad, poniendo sobre la mesa el tema de las
resistencias y de la relacionalidad y continuidad cultural. Sobre las resistencias, hay que
recordar que los planteamientos posmodernos y la propuesta foucaultiana han puesto énfasis
en la ubicuidad del poder en los espacios de vida cotidiana (Foucault 1977, 1978). Esto hace
que las resistencias se desliguen de las intenciones (todos pueden estar resistiendo) lo que le
quita fuerza política. Así mismo el énfasis en la relacionalidad identitaria lleva a una hiper-
flexibilización que termina negando una “mismidad cambiante” presente en todas las cultu-
ras (Wade 1997: 115-132).
Este desplazamiento comprensivo también ha tenido su efecto en la definición del espacio o
campo político. Comprendido el ejercicio político como la acción desplegada en el ámbito
estatal y las búsquedas de trasformarlo o contestarlo, al punto que en ocasiones política y
Estado resultan intercambiables en tanto espacio de poder (Bobbio 1985: 102), las últimas
décadas han asistido a permanentes esfuerzos de redefinición, no sólo de las fronteras del
campo político (Bourdieu 1999), sino de los términos mismos de referencia de lo que él impli-
caría (Escobar, Álvarez y Dagnino 1998). En este sentido, varios movimientos sociales tam-
bién redefinen los términos de la misma modernidad. Esto se ve en el caso de los indígenas,
quienes muchas veces se plantean “cómo entrar en la modernidad sin dejar de ser indios”
(Calderón, en Escobar, Álvarez y Dagnino 1998: 146), lo cual no quiere decir que queden
estrictamente definidos dentro de los paradigmas de la modernidad occidental. Lo que se deri-
va de ello es que no se puede pensar las identidades políticas exclusivamente dentro de la pro-
fundización del imaginario democrático de occidente, entendido éste en el ámbito estricto de
una modernidad que ensalza derechos individuales, liberalismo político y reglas de juego
garantes del capital. Según lo dicho, la proliferación de las diferencias ha afectado el campo
político, lo ha redefinido en tanto que los excluidos por la profesionalidad del campo han
irrumpido en él (Bourdieu 1999). Se trata de una disputa por la redefinición de las fronteras
del ámbito político en cuanto a sus participantes, instituciones, procesos, agenda y campo de
acción. En definitiva, se trata de que “La política debe ser vista también como las luchas de
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 121
poder generadas en una amplia gama de espacios culturalmente definidos como privados,
sociales, económicos y culturales” (Escobar, Álvarez y Dagnino 1998: 149).
Así, las acciones plurales de los sujetos y las identidades políticas plurales han llevado a hora-
dar lo modernamente definido como “político o política”, abriéndose el debate sobre duple-
tas tales como:
“La política” (la institucionalidad del ejercicio político en el marco del Estado-
nación) vs. “Lo político” (allí donde existe una relación de poder hay una relación
u
2005).
Polis (los arreglos institucionales para consensuar una vida armónica) vs. polemos (la
conflictividad que caracteriza las relaciones sociales y por tanto de poder) (Mouffe
u
1993).
La apertura semántica de la política, hoy, está atravesada por la comprensión de espacios ins-
titucionales pero también de espacios de deliberación e incidencia de la sociedad civil, de
ejercicio del poder desde la acción colectiva micro y macrosocial, de los mecanismos de arti-
culación a, o de subversión de, los ámbitos de acción del poder, de los arreglos en las reglas
de juego que se expresan en la búsqueda de armonización o conflictividad de y desde las dife-
rencias, etc.
¿Cómo se articula, entonces, la apertura de sentidos de las identidades con las posiciones de
sujeto a nivel político? En primer lugar, y retomando lo ya enunciado, la teoría crítica moder-
na no pudo escapar de la designación de un sujeto como transformador de la historia y como
agente subsumidor y condensador de otras posibles identidades. En los filones comprensivos
contemporáneos se enfatizará, entonces, en la pluralidad de actores, propuestas y teleologías
estratégicas que caracterizan las luchas por el poder y la definición del campo político, expre-
sadas en posiciones referentes al género, a la sexualidad, a la “raza”, a la cultura, a la gene-
ración, etc., incluyendo la clase en este etcétera ya que no es posible pensar la diferencia
haciendo abstracción de la jerarquía (Wieviorka 2001; Wade 1997). Obviamente, esto signi-
fica no sólo una pluralidad de actores sino también de proyectos emancipatorios o liberado-
res que requieren dialogar entre sí. A este respecto, Santos (2000) propone que no habiendo
un principio único posible de transformación social, no habiendo agentes históricos de trans-
formación únicos, no habiendo una forma única de dominación, lo que se necesita en la con-
temporaneidad de las luchas sociales no es tanto una teoría común sino una teoría de la tra-
ducción que haga mutuamente inteligibles las luchas. Volveremos sobre este tema más ade-
lante.
Pero por otro lado, la crítica a la razón moderna y el énfasis en la flexibilidad de las dinámi-
cas identitarias también tienen varios riesgos que se vislumbran en tiempos posmodernos.
Anotemos algunos de ellos:
122 Fernando Garcés V.
Por una parte, si toda diferencia es válida por principio, entonces en principio nada
puede ser prohibido o excluido. Eso presupone, o bien un mundo en el que se can-
celaron las relaciones de poder, o que cualquier intento de limitar la gama de dife-
rencias válidas es de por sí represivo. La cancelación del poder es sencillamente una
expresión de deseos, porque un orden –cualquier orden– tiene que trazar fronteras
para defenderse de los que lo amenazan, mientras que negar los límites es peligroso,
pues iguala todo ejercicio de la autoridad con el autoritarismo y de esa forma desdi-
buja la distinción entre regímenes democráticos y autoritarios (Arditi 2000: 115).
Sobre este riesgo, Negri y Hardt (2001) también plantean que las políticas de las diferencias
resultan, no sólo compatibles sino promovidas por el Imperio, en tanto éste ha manejado
siempre y por excelencia un discurso antifundacional y antiesencialista: “Circulación, movi-
lidad, diversidad y mezcla son sus verdaderas condiciones de posibilidad. El comercio junta
las diferencias, ¡y cuantas más, mejor!” (Negri y Hardt 2001: 171). El Imperio celebra la pro-
liferación de las diferencia proclamando: “¡Larga vida a la diferencia! ¡Abajo la binariedad
esencialista!” (Negri y Hardt 2001: 162).
Este riesgo de la celebración a ciegas de la proliferación de las diferencias está estrechamen-
te relacionado con el énfasis en las luchas fragmentadas de las identidades políticas.
c) Un énfasis fuerte en las luchas fragmentadas que se separan del concepto de totalidad
social
Según Gitlin (2000) la radicalización de la política de la identidad va en desmedro de una
política de lo compartido. Es decir, la proliferación de las diferencias ha cuestionado los enfo-
ques más restrictivos de la política y el sujeto, desplazando una visión reduccionista de la
acción política centrada en los partidos políticos y ayudando a legitimar las identidades de
género, raciales y étnicas en un ambiente intelectual dominado por la identificación de una
única identidad política, la de clase (Arditi 2000: 114). Sin embargo, este proceso desconoció
el reverso de la diferencia: el desconocimiento de los límites a las diferencias aceptables y el
endurecimiento de las fronteras entre las distintas imágenes del mundo. De esta manera, en
frecuentes ocasiones se pasó de un esencialismo de la totalidad a un esencialismo de la parti-
cularidad o de los elementos (Laclau y Mouffe 1985: 141). En este sentido, el “encerramien-
to de los dialectos en feudos exclusivos subvirtió la naturaleza de la solidaridad como un
medio para convocar a distintas gentes en la lucha contra la opresión” (Arditi 2000: 117).
El problema de fondo en este horizonte de luchas fragmentadas tiene que ver con el descré-
dito que han sufrido los universales –metarrelatos gustan llamar los posmodernos–. Ellos
están asociados al imaginario de un fundamento último que permite dirimir disputas, redu-
ciendo las tradiciones de la periferia a un mero particularismo. Arditi plantea que esto no tiene
por qué ser así de manera necesaria; es decir, se puede pensar la universalidad como catego-
ría impura y no como fundamento, ya que ella puede servir para pensar un terreno de inter-
cambio en la negociación política. La negociación indica que hay una disputa entre las partes
(aspecto éste que marca el carácter de irreductibilidad y, por tanto, de imposibilidad de lograr
una sociedad totalmente reconciliada) y que hay una necesidad de construir acuerdos que tras-
ciendan la particularidad de los participantes, lo cual tiene que ver con el sentido y el alcan-
ce de las propias reglas de juego, las cuales no son externas a la propia negociación (ellas
deben ser definidas constitutivamente en el proceso mismo de negociación): “Con esto se des-
124 Fernando Garcés V.
taca que la idea de universalidad no coincide con la de un referente o fundamento estable para
dirimir disputas, sino más bien se refiere a una categoría ‘impura’ por cuanto que su condi-
ción como referente es configurada –al menos parcialmente– por la disputa, el intercambio o
la negociación en cuestión (Arditi 2000: 122).
Lo que se encuentra detrás de estos planteamientos es la tensión entre universalismo y parti-
cularismo, entre igualdad (equidad) y diferencia; lo que se encuentra detrás de este debate es
la pregunta de cómo superar la fragmentación a fin de construir un proyecto sociopolítico
desde las posiciones de subalternidad. La salida política que se propone en estos tiempos de
diferencia es la búsqueda de universales construidos desde la articulación conflictiva de las
particularidades, la búsqueda de un nuevo tipo de hegemonía. Sin embargo, es necesario
tomar en cuenta que no es posible pensar, en el imaginario político actual, un proyecto trans-
formador de sociedad fuera del marco de la democracia:
por primera vez en la historia, las democracias no tienen un enemigo irreductible: ya
no existe un proyecto diferente de la democracia, ya ningún partido tiene como pro-
grama la destrucción de la democracia, ni reivindica el uso de la violencia política.
Este dato histórico es radicalmente nuevo. Se ha ingresado en una era de consenso
democrático, y ello porque ya no hay, en nuestros sistemas políticos, una opción dis-
tinta de la democracia. Ya no hay partidos que puedan cristalizar el descontento de
los individuos en la dirección de un modelo alterno […]. La clase política podrá estar
desacreditada, acusada de corrupción, etc., pero ya no hay ataques reales contra los
principios de la democracia pluralista como tal (Lipovetsky 2000: 34).
Es en este contexto democrático que Chantal Mouffe (1993) plantea la necesidad de compren-
sión del antagonismo, el agonismo y el conflicto como parte constitutiva de la democracia
misma. Para ello será necesario un giro en la comprensión del ejercicio político que nos per-
mita transformar al enemigo (mirada antagonística) en adversario (mirada agonística), reco-
nocer su legítima existencia y por tanto tolerarlo. Desde esta perspectiva, el pluralismo no
sería un mal tolerado por los regímenes democráticos sino su necesidad constitutiva, multi-
plicando los espacios en los que las relaciones de poder se abran a la contestación democrá-
tica. La autora plantea como tarea la profundización de la revolución democrática y para ello
se requiere crear nuevas posiciones subjetivas que permitan la articulación común de, por
ejemplo, antirracismo, antisexismo, anticapitalismo. Estas articulaciones requieren a su vez
un nuevo sentido común que transforme la identidad de los distintos grupos y que pueda arti-
cular las exigencias particulares con las exigencias de los otros mediante el principio de equi-
valencia democrática (Mouffe 1993: 39). Este sería el aporte posmoderno y su énfasis en la
comprensión desencializada de las identidades: gracias a ella, las múltiples posiciones de
sujeto se tornan la base de una propuesta de democracia plural y radical, siendo a la vez una
crítica al concepto racionalista de sujeto unitario (Mouffe 1993: 27-42).
Laclau y Mouffe (1985), por su parte, afirman el carácter relacional de toda identidad social.
Este carácter relacional está dado por el concepto de articulación que implica la recomposi-
ción de elementos separados. Simultáneamente, para estos autores, ubicarse en el terreno de
la articulación significa renunciar a la concepción de sociedad como totalidad fundante de
procesos parciales. Así, “Una concepción que niegue todo enfoque esencialista de las relacio-
nes sociales debe también afirmar el carácter precario de las identidades y la imposibilidad de
fijar el sentido de los ‘elementos’ en ninguna literalidad última” (Laclau y Mouffe 1985: 132).
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 125
De igual manera, la mirada relacional de las identidades sociales y políticas viene aparejada
con el concepto de sobredeterminación. En él lo social se constituye como orden simbólico,
lo cual implica que las relaciones sociales no constituyen momentos necesarios de una ley
inmanente. El concepto de sobredeterminación está marcado por la comprensión de las iden-
tidades que nunca logran ser plenamente fijadas. Visto así, el concepto de sobredeterminación
colisiona con el de determinación en última instancia por la economía. Los autores mencio-
nados plantean que si la economía es determinante para todo tipo de sociedad entonces ella
se define con independencia de todo tipo particular de sociedad. “Pero si las condiciones de
existencia se definen haciendo abstracción de toda relación social, su única realidad es la de
asegurar la existencia y el papel determinante de la economía” (Laclau y Mouffe: 135). Esta
es la razón por la que no es posible sostener la clásica distinción metafórica althusseriana de
estructura y superestructura: “no nos hace avanzar demasiado el saber que las superestructu-
ras intervienen en el proceso de reproducción, si sabemos también desde el comienzo que son
superestructuras, que tienen por tanto un lugar asignado en la topografía de lo social” (Laclau
y Mouffe 1985: 137).
Vemos entonces que hay una imposibilidad de fijación última de sentido, lo cual significa que
tiene que haber fijaciones parciales porque si no el flujo de las diferencias sería imposible. De
aquí se deriva que hablar de sujeto significa hablar de posiciones de sujeto, en el sentido de
que esta categoría “está penetrada por el mismo carácter polisémico, ambiguo e incompleto
que la sobredeterminación acuerda a toda identidad discursiva” (Laclau y Mouffe 1985: 163-
164). El juego de la sobredeterminación reintroduce, en las posiciones de sujeto, una totali-
dad imposible que desemboca en la posibilidad de articulación hegemónica.
Desde otra perspectiva pero dentro del mismo horizonte de reflexión, Hopenhayn (2000) nos
recuerda que la diferencia se hace frente al otro, pero también con el otro, debido a un plura-
lismo interpretativo que socava las pretensiones de valor absoluto. Y en términos específicos
de identidades políticas, sus acciones están determinadas por su posición en la estructura de
relaciones de fuerzas del campo político en un momento determinado (Bourdieu 1999).
En fin, nuestra reflexión teórica desemboca en una necesidad política: la tarea de articular los
posicionamientos identitarios subalternos desde la particularidad de las demandas específicas
con las solidaridades más amplias que caminen hacia procesos emancipatorios. Esta articula-
ción puede ser comprendida de mejor manera a través de la distinción de un nosotros que
excluye al interlocutor y un nosotros que lo incluye; es decir entre la construcción de la iden-
tidad política propia y la articulación con otras subalternidades. En quechua esta distinción se
marca lingüísticamente con los sufijos –yku y –nchik: con el primero se hace referencia a un
‘nosotros’ excluyente (ñuqayku) y con el segundo a un ‘nosotros’ incluyente (ñuqanchik). Así
mismo, nos muestra la tarea política de luchar por la simultaneidad de reconocimiento y redis-
tribución (Díaz-Polanco 2004), de diferencia y equidad (Wieviorka 2001), a la manera como
lo plantea Santos (2007: 34): “Tenemos derecho a ser iguales cuando la diferencia nos infe-
rioriza; tenemos el derecho a ser diferentes cuando la igualdad nos descaracteriza”.
126 Fernando Garcés V.
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arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 129
PROYECTO FORMATIVO:
INFORME PRELIMINAR SOBRE EL SITIO OROUTA
PROVINCIA CARRASCO, COCHABAMBA
RAMÓN SANZETENEA ROCHA
DONALD L. BROCKINGTON
Materiales cerámicos
En la cerámica de las excavaciones de El Chasqui no existe pintura o decoración de este color
ocre, por lo tanto, lo más
probable es que lo estaban
usando para pintarse el cuer-
po. Asimismo, en sitios ar-
queológicos que están en
diversos nichos ecológicos,
se encontró cerámica pinta-
da con este color rojo como
ser: Valle Ibirza, Sehuencas
y Yuraj Molino. Hay que
hacer notar que Valle Ibirza
está en pleno trópico; Se-
huencas se encuentra situado
en el intermedio entre la
Fig. 3. Vista general del sitio Orouta.
Amazonía y el valle; Yuraj
Molino está en pleno valle.
arqueoantropológicas Año 1 Nº 1. 2011 131
Comentarios
El tema nos obliga a presentar al
lector un comentario poniendo los
pocos y preliminares datos que
tenemos del sitio Orouta en un
panorama más amplio y en térmi-
nos del Proyecto Formativo y los
problemas que se han creado en el
Proyecto.
No es simplemente que no hemos
encontrado implementos de moler
en los sitios que visitamos en el
Chapare. La presencia de tales ins-
trumentos indica un cambio básico
e importante en la vida de la gente
y/o unas funciones especiales en el
sitio, funciones que no hemos sos-
pechado antes en el Chapare. Por
ejemplo, el percutor puede indicar
Fig. 12. Soportes. que estaban trabajando metales,
pero no sabemos qué metal. En
tiempos recientes los campesinos
estaban sacando oro en polvo del
río Izarzama. Posiblemente esta-
ban sacando oro del río y trabaján-
dolo en tiempos prehispánicos para
intercambiar con gente de los
valles altos. Aquí estamos tratando
el problema grande de relaciones
entre la zona tropical y los valles
altos y las contribuciones del uno y
del otro.
Según los datos que tenemos, la
cerámica de Orouta puede ser parte
de la tradición Mojocoya, que fue
una tradición fuerte y probable-
mente muy importante durante el
Formativo Tardío en el Sur Este de
Cochabamba; también en
Chuquisaca y posiblemente Potosí.
Los datos que tenemos, de otras
fuentes y trabajos, ya han indicado
un rol básico e importante en las
Fig. 13. Soportes anualres.
tradiciones de las tierras tropicales
136 Ramón Sanzetenea Rocha - Donald L. Brockington
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REVISTA DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES ANTROPOLÓGICAS Y
MUSEO ARQUEOLÓGICO
UNIVERSIDAD MAYOR DE SAN SIMÓN
COCHABAMBA - BOLIVIA
Presentación 5
SECCIÓN INFORMES
Proyecto Formativo: Informe preliminar sobre el
sitio Orouta, Provincia Carrasco, Cochabamba
RAMÓN SANZETENEA ROCHA
DONALD L. BROCKINGTON 129
MISCELANEA
In Memoriam a Donald L. Brockington 138
UMSS
Asdi