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Clase n° 9.

La ética deontológica de Kant (2º parte)

1. Imperativos hipotéticos, imperativo categórico y ley moral. El examen


del concepto de ley y de su relación con la voluntad conducirá a otra idea
central: los imperativos.
central: los imperativos.

Cada cosa, en la naturaleza, actúa según leyes. Sólo un ser racional


posee la facultad de obrar por la representación de las leyes, esto es, por
principios; posee una voluntad. Como para derivar las acciones de las
leyes se exige razón, resulta que la voluntad no es otra cosa que razón
práctica1.

Según los principios de la física newtoniana, los fenómenos naturales están


sometidos a una concatenación causal que permite su intelección y predicción,
es decir, están sometidos a leyes de validez universal y necesaria. Los seres
racionales, en cambio, tienen la facultad cognitiva de representarse los
principios que inspiran sus acciones voluntarias. Por ejemplo, el principio
general bajo el cual es posible adscribir la acción descripta en la situación A
puede enunciarse de este modo: "Es un deber ser solidario con el prójimo
necesitado". Ahora bien, no cualquier principio constituye una ley práctica;
para serlo no debe estar condicionada por ningún fin particular, de este modo
su validez se extenderá a toda voluntad racional y no sólo a la del agente que
actúa bajo su influencia. La voluntad humana no es puramente racional. Si lo
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Kant, I. Fundamentación…p.59
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fuera, no necesitaría constreñirse a sí misma rehusando seguir sus
inclinaciones. Una voluntad puramente racional- una voluntad santa - no
necesitaría ninguna constricción puesto que siempre obraría por mor de la ley
objetiva; cuando la voluntad es imperfecta, en cambio, las motivaciones
subjetivas no coinciden necesariamente con la ley, por ello una voluntad
buena – a diferencia de la voluntad santa –, se auto impone la ley de la razón
representándosela bajo la forma de un mandato, de un imperativo.

La representación de un principio objetivo, en tanto que es constrictivo


para una voluntad llámase mandato (de la razón), y la fórmula del
mandato llámase imperativo.
(...) todos los imperativos mandan, ya sea hipotética, ya sea
categóricamente. Aquéllos representan la necesidad práctica de una
acción posible, como medio de conseguir otra cosa que se quiere (o que
es posible que se quiera). El imperativo categórico sería el que
representa una acción por sí misma, sin referencia a ningún otro fin,
como objetivamente necesaria2
.
Para comprender este pasaje es necesario introducir un contenido tratado en
Crítica de lalRazón Pura3. En esta obra Kant presenta una tabla que contiene
las formas lógicas del juicio agrupadas en cuatro modos: I) cantidad, II)
cualidad, III) relación y IV) modalidad, cada uno de éstos contiene, a su vez,
tres posibilidades; los dos últimos modos son adaptados al contexto moral

2
Ibid. P.61.
3
Kant, Crítica de la Razón Pura, Bs.A.s, Losada, 1967, Analítica Trascendental, Libro I, secc. II, pp.216 y
ss.
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para proporcionar la clasificación de los imperativos incluida en la cita
precedente-
Es importante tener presente que el empleo de las formas lógicas es
analógico, es decir, Kant no pretende realizar un traslado directo y completo
de dichas formas a la ética; los juicios tienen la propiedad de ser verdaderos o
falsos, pero ésta no se traslada a los imperativos; la función esencial del juicio
es informar, la del imperativo, ordenar, por esta razón el filósofo prefiere
denominar a los imperativos "principios prácticos".
Aclarado este punto estamos en condiciones de retomar la distinción entre
imperativos hipotéticos y categórico, extraída de los juicios de la relación.
Según este modo un juicio puede ser hipotético, categórico o disyuntivo –
aunque este último no interviene aquí. Es hipotético cuando tiene la forma "Si
p, entonces q; donde q se afirma con la condición de p, por ejemplo, "Si
quieres irte de vacaciones, entonces, ahorra".
Sin embargo, es importante tener presente que no es la forma lingüística la
que determina el carácter hipotético de un imperativo, sino el modo
condicionado en que obliga. Su exigencia se limita al fin que se pretende
alcanzar. Si para expresar el ejemplo anterior dijéramos: “¡Ahorra para tus
vacaciones!”, el imperativo no dejaría de ser hipotético, porque sólo vale para
un propósito determinado.
El imperativo categórico, en cambio, posee un valor incondicionado, por ello
es el único imperativo moral.

(...) Si la acción es buena sólo como medio para alguna otra cosa
entonces el imperativo es hipotético; pero si la acción es representada

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como buena en sí, esto es, como necesaria en una voluntad conforme en
sí con la razón, entonces el imperativo es categórico4.

"Debes devolver el dinero que te prestan" es un imperativo categórico porque


expresa una obligación incondicionada, que no se modificaría si la
expresáramos de esta manera: "si alguien te prestó dinero, entonces
devuélvelo". Así como los imperativos hipotéticos pueden presentarse bajo
una forma lingüística categórica, también los categóricos pueden ser
expresados bajo un condicional sin que esto altere su validez absoluta. Esto
ocurre porque no es la relación sino la modalidad (de la obligación) lo que
distingue ambos tipos de imperativos.
Según la modalidad, los juicios se clasifican en: problemáticos, asertóricos y
apodícticos. En los primeros, la afirmación o negación del juicio se acepta
sólo como posible (Vg.: "Es posible que Israel y el Estado Palestino firmen un
tratado de paz"), los segundos son considerados como reales (Vg. "Argentina
limita con Chile en el oeste"); los apodícticos son necesarios (Vg. "El
cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los catetos").
Trasladada a los imperativos, la distinción fundamental según la modalidad se
da entre los dos primeros, que obligan de modo relativo, y el último, que
obliga absolutamente. Así, los hipotéticos pueden ser problemático prácticos
o asertórico prácticos. Aquéllos – también llamados imperativos de la
habilidad, se dirigen a un fin posible; por ejemplo: "Si quieres normalizar tu
presión arterial, toma olanzapina", donde la segunda proposición, el
imperativo, prescribe los medios para alcanzar el fin contenido en la primera.

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Kant, I. Fundamentación… p.62
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Los asertórico-prácticos se dirigen a un fin que Kant supone querido por
todos, la felicidad. En este caso, el imperativo no propone sólo los medios
técnicos para lograr el fin sino incluso los fines particulares en vistas al fin
general, por ello los denomina también imperativos de la sagacidad o de la
prudencia.
El imperativo categórico, en cambio, no tiene por objeto un fin particular
sino la realización de una acción buena en sí misma, y por tanto objetivamente
necesaria, sin propósito ulterior, para toda voluntad racional. Por ello el
imperativo categórico no ordena el contenido del acto sino la forma de la
obligación, incondicionada o absoluta, esta característica lo convierte en el
único imperativo moral.
Habíamos explicado que el imperativo categórico es el modo en que se
presenta la ley moral para una voluntad que no es siempre puramente racional.
Ahora estamos en condiciones de analizar en qué consiste esa ley que debe
determinar la voluntad abstrayéndose de cualquier fin particular.

Cuando pienso en general en un imperativo hipotético, no sé de


antemano lo que contendrá; no lo sé hasta que la condición me es dada.
Pero si pienso en un imperativo categórico, ya sé al punto lo que
contiene, pues como el imperativo, aparte de la ley, no contiene más que
la necesidad de la máxima de conformarse con esa ley, y la ley,
empero, no contiene ninguna condición a que esté limitada, no queda,
pues, nada más que la universalidad de una ley en general, a la que ha
de conformarse la máxima de la acción, y esta conformidad es lo único
que el imperativo representa propiamente como necesario.

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El imperativo categórico es, pues, como sigue: Obra sólo según una
máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal5.

El imperativo categórico nos ordena actuar en concordancia con una ley válida
para todos los seres racionales y no meramente con un principio que
pudiéramos considerar válido en pos de algún fin. No proporciona un
contenido que nos informe sobre nuestros deberes en cada caso sino un
procedimiento para aceptar o rechazar el contenido provisto por las máximas.
Kant pretende haber descubierto el único principio de la moralidad del que se
deriva cualquier mandato incondicionado de modo análogo en que, en la física
newtoniana, las leyes que rigen el movimiento de los planetas descubiertas por
Kepler o la ley de la caída de los cuerpos enunciada por Galileo, se deducen
de la ley de gravitación universal.
Pese a que afirma que el imperativo categórico es uno, elabora distintas
formulaciones que constituyen diferentes maneras en que podemos
representárnoslo, con la intención manifiesta –aunque no necesariamente
exitosa -de volver más claro su concepto y su aplicación al contenido de las
máximas. La cita precedente corresponde a la formulación general. La
segunda formulación es la siguiente:

Actúa como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad,


ley universal de la naturaleza6.

5
Ibid, p. 72
6
Ibid. p. 73
6
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1
En la obra que estamos considerando no se explicita cómo puede derivarse
esta fórmula de la anterior ni en qué sentido preciso debemos entender el
concepto de ley de la naturaleza en un contexto moral. Desarrollar esta
cuestión nos conduciría por senderos demasiado intrincados. Baste, para este
estudio introductorio, recordar que Kant entabla una analogía entre las leyes
de la naturaleza y la ley moral. Así como aquéllas no admiten excepciones,
por ello son universales y necesarias, tampoco las admite la ley moral. Claro
es que la necesidad en la naturaleza está determinada por una causalidad
ciega, mecánica. En cambio, el ser humano puede, por una elección de su
voluntad, determinarse a obrar según una máxima tan objetiva e imparcial
como lo son las leyes de la naturaleza, y por ello, su validez puede ser
reconocida por todos.
Para ilustrar de qué modo funciona esta segunda formulación como criterio
de universalización de las máximas Kant apela a varios ejemplos. Tomaremos
el más citado, el de la falsa promesa, y lo analizaremos en sucesivos pasos.
Estando en una situación de apremio económico, pido prestado dinero a un
amigo sabiendo que no podré devolvérselo; sin embargo, le prometo que se lo
restituiré en un plazo convenido. Puedo enunciar la máxima por la que mi rijo
de la siguiente manera: "Toda vez que necesito dinero pediré un préstamo
comprometiéndome a devolverlo, sabiendo que no lo haré.
El segundo paso consiste en universalizar la máxima: "Todo aquel que esté
apurado de dinero puede pedirlo en préstamo prometiendo devolverlo, pese a
no tener la intención de cumplir con la promesa". De este modo me represento
un mundo hipotético en el que todos adoptaran mi máxima.

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1
En el paso final me pregunto si la máxima es lícita; pero, para responder esta
pregunta necesito un criterio.

(...) Enseguida veo que (la máxima) nunca puede valer como ley natural
universal, ni convenir consigo misma, sino que siempre ha de ser
contradictoria, pues la universalidad de una ley que diga que quien crea
estar apurado puede prometer lo que se le ocurra proponiéndose no
cumplirlo, haría imposible la promesa misma y el fin que con ella pueda
obtenerse pues nadie creería que recibe una promesa y todos se reirían
de tales manifestaciones como de un vano engaño7.

Como se explica en la cita, la contradicción es el criterio que prueba que la


máxima no es universalizable. Ahora bien, ¿de qué tipo de contradicción se
trata? La interpretación más difundida –a la que induce el propio Kant con su
escritura poco cuidadosa – es la consecuencialista. Si todo el mundo
prometiera falsamente la consecuencia sería la desaparición de la promesa, lo
que terminaría perjudicando a quien promete falsamente, porque ya no podría
repetir la acción en caso de serle necesario. Sin embargo, esta interpretación
no se condice con las tesis defiendas por Kant. En efecto, si la razón que
invalida la universalización de la máxima fuera ésta, la acción resultante de
ella (abstenerse de prometer en falso) no estaría motivada por el deber sino
por el egoísmo.
Más ajustada al pensamiento de Kant resulta la versión inherentista que la
interpreta como una contradicción lógica. Existe una clase de verbos llamados
realizativos que enuncian la acción y al mismo tiempo la llevan a cabo:
7
Ibid. p.74
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1
"declarar", "bautizar", "prometer", pertenecen a este grupo. Cuando el
sacerdote dice "Yo te bautizo", en el mismo momento que pronuncia esta
frase, está realizando el sacramento. Lo mismo ocurre con "prometer". Si
alguien dice: "Te prometo", con la intención de no cumplir, incurre en una
contradicción pragmática, y el acto de habla se vuelve convierte en un
enunciado contradictorio debido, justamente, al carácter realizativo del verbo.
Como se infiere del siguiente pasaje, esta interpretación hace mayor justicia al
pensamiento de Kant.

Algunas acciones están de tal modo constituidas, que su máxima no


puede, sin contradicción ser siquiera pensada como ley natural
universal, y mucho menos que se pueda querer que deba serlo. En otras
no se encuentra, es cierto, esta posibilidad interna, pero es imposible
querer que su máxima se eleve a la universalidad de una ley natural,
porque tal voluntad sería contradictoria consigo misma 8.

En la última oración de la cita Kant introduce un segundo tipo de


contradicción, no ya de carácter lógico sino volitivo. Consideremos uno de los
ejemplos que emplea para ilustrarla.
(Un individuo) encuentra en sí cierto talento que, con la ayuda de
alguna cultura, podría hacer de él un hombre útil en diferentes aspectos.
Pero se encuentra en circunstancias cómodas y prefiere ir a la caza de
placeres (...)
(...) se pregunta si su máxima de dejar sin cultivo sus dotes naturales se
compadece, no sólo con su tendencia a la pereza, sino también con eso
8
Ibid. p.74
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que se llama el deber. Y entonces ve que bien puede subsistir una
naturaleza que se rija por tal ley universal, aunque el hombre (...) deje
que se enmohezcan sus talentos y entregue su vida a la ociosidad (...);
pero no puede querer que ésta sea una ley natural universal (...) pues
como ser racional necesariamente quiere que se desenvuelvan todas las
facultades en él, porque ellas le son dadas y le sirven para toda suerte de
posibles propósitos9.

La pregunta que, en este caso, el agente se hace es: ¿Cómo sería un mundo
en el cual nadie cultivara sus talentos? Sería un mundo sin ciencia, sin arte, sin
técnica, en una palabra, un mundo incivilizado. Si bien un mundo de estas
características es perfectamente concebible (por ello no se trata, como en el
caso de la promesa, de una contradicción lógica), una voluntad racional no
puede querer que tal mundo exista. Esta idea sólo puede entenderse a la luz de
los supuestos teleológicos del filósofo a los que anteriormente habíamos hecho
referencia; éstos lo llevan a postular que una voluntad racional debe querer un
mundo en el que se desarrollen armónicamente los fines del género humano,
que son los fines de la razón universal. A diferencia del caso de la promesa,
este ejemplo introduce las consecuencias en la prueba de universalización; es
necesario advertir- para no malinterpretar el argumento- que, a diferencia de lo
que ocurre con la falsa promesa, en el caso de los talentos lo relevante para
rechazar la universalización de una máxima cuyo fin es la pereza son las
consecuencias inaceptables que resultarían de su aplicación. Mientras que una
interpretación consecuencialista del rechazo de la universalización de la falsa
promesa supone motivos egoístas, en el ejemplo de los talentos es la voluntad
9
Ibid. p.75
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racional del agente y no su voluntad empírica, la que se opone al rechazo de la
universalización de la pereza.
Si ahora atendemos a nosotros mismos en los casos en que
contravenimos un deber, hallaremos que realmente no queremos que
nuestra máxima deba ser una ley universal, pues ello es imposible; más
bien lo contrario es lo que debe mantenerse como ley universal, pero
nos tomamos la libertad de hacer una excepción para nosotros –o aun
sólo para este caso-, en provecho de nuestra inclinación. Por
consiguiente, si lo consideramos todo desde uno y el mismo punto de
vista, a saber, el de la razón, hallaremos una contradicción en nuestra
propia voluntad, a saber: que cierto principio es necesario objetivamente
como ley universal, y, sin embargo, no vale subjetivamente como
universalidad, sino que ha de admitir excepciones10.

Lo que se muestra en el pasaje es la inconsistencia de una voluntad que


admite la universalidad de la ley pero pretende hacer una excepción consigo
misma.
La distinción entre ambos tipos de contradicciones es también el criterio
utilizado por el filósofo para distinguir entre deberes perfectos e imperfectos.
Los primeros tienen un carácter restrictivo, nos obligan a abstenernos de
realizar ciertas acciones. Son ineludibles ya que su infracción no sobrevive al
principio de universalización porque origina una contradicción interna a la
razón. Los imperfectos contienen una obligación más laxa porque no ordenan
una mera abstención sino una acción positiva; cómo, cuando y con quién
llevarla a cabo depende de las circunstancias específicas. Si bien hay
10
Ibid. p.76.
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1
obligación de cultivar los talentos, cuáles perfeccionar, en qué ocasión y con
qué medios, no puede determinarse a priori sino que queda librado al criterio y
posibilidades de cada agente.
Queda por considerar un elemento de la acción que nos conducirá a la tercera
formulación del imperativo categórico, el fin.

La voluntad es pensada como una facultad de determinarse uno a sí


mismo a obrar conforme a la representación de ciertas leyes. Semejante
facultad sólo en los seres racionales puede hallarse. Ahora bien, fin es lo
que le sirve a la voluntad de fundamento objetivo de su
autodeterminación, y el tal fin, cuando es puesto por la mera razón, debe
valer igualmente para todos los seres racionales11.

Resumamos parte de lo visto; la voluntad es la capacidad de proponerse los


fines de las acciones; si éstos sólo son válidos para el agente que los elige son
condicionados y se fundan en imperativos hipotéticos. Pero si es la razón la
que determina a la voluntad, el fin es objetivo y posee validez para todo ser
racional ¿cuál sería ese fin válido para todos?

(...) el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí


mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella
voluntad.12

11
Ibid. p.81
12
Ibid. p.82
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1

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Existe un tipo de fin cuyo valor no deriva de los propósitos y resultados de
las acciones, siempre contingentes, sino que posee un valor absoluto, derivado
de su naturaleza racional.
(...) el valor de todos los objetos que podemos obtener por medio de
nuestras acciones es siempre condicionado. Los seres cuya existencia no
descansa en nuestra voluntad, sino en la naturaleza, tienen, empero, si
son seres irracionales, un valor meramente relativo, como medios, y por
eso se llaman cosas. Los seres racionales llámanse personas porque su
naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo
que no puede ser usado meramente como medio, y, por tanto, limita en
ese sentido todo capricho (...)13

Se introduce en este pasaje el importante concepto de persona, recogido


como núcleo normativo por la ética deontológica posterior; por ser un fin en sí
mismo la persona nos obliga a limitar nuestros fines particulares en caso de
que éstos pudieran lesionar su dignidad. Esta noción provee el contenido de la
tercera fórmula del imperativo.

Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como


en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo
tiempo y no solamente como un medio14.

Esta formulación pone de manifiesto que la pretensión de Kant referida a la


equivalencia de todas ellas resulta problemática. La formulación general y su

13
Ibid. p.82
14
Ibid. p.84
13
1

1
primera variante, la de la ley de la naturaleza, son formales; se limitan a
proporcionar un procedimiento mediante el cual la razón pone a prueba el
contenido de las máximas. Pero no ocurre lo mismo con la tercera porque se
introduce de manera expresa el contenido provisto por el concepto de persona;
por ello es difícil admitir que se deriva de la fórmula general. No ahondaremos
en esta cuestión; sólo la mencionamos porque dio lugar a interpretaciones y
discusiones que recogen autores contemporáneos herederos de la tradición
kantiana. Tal como veremos en el próximo capítulo, Habermas defiende una
ética exclusivamente formal, mientras que Rawls formula una propuesta con
contenidos sustantivos.

2. La voluntad autónoma.
El concepto de persona nos conduce a la médula de la ética kantiana, la
autonomía de la voluntad.
La persona es un fin en sí mismo porque, en tanto ser racional, no está
sometida a la ley de la causalidad que rige al mundo de los fenómenos sino
que puede determinarse a actuar según una ley que emana de su propia razón,
dicho en otros términos, la persona posee una voluntad autónoma. La
autonomía de la voluntad constituye, según Kant, el principio supremo de la
moralidad
Si la voluntad se deja condicionar por imperativos hipotéticos es
heterónoma porque el fundamento de su acción no se encuentra en ella misma
sino en las inclinaciones. Sólo cuando se determina por el imperativo
categórico reviste un carácter autónomo, y esto no sólo porque actúa conforme
a una ley que vale universalmente sino porque ella le da origen. Dicho de otro

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1
modo, la ley que estamos obligados a seguir no nos es impuesta desde el
exterior.
Estamos en condiciones de comprender el alcance profundo del giro
copernicano realizado por Kant. Al comenzar el capítulo habíamos comentado
el desacuerdo del filósofo con las posiciones eudaimonistas y las razones que
lo llevaron a fundar la moralidad en la obligación, en sintonía con los
modernos filósofos de la ley natural. Sin embargo, éstos concebían la
obligación como un sometimiento a la ley divina, algo inadmisible para Kant
porque implica negar la autonomía. Así, realiza dos operaciones: renuncia a
fundar la ética en los fines y desplaza el fundamento de la obligación al
interior de la voluntad racional; ambas permiten comprender porqué sólo se es
libre cuando se actúa siguiendo el mandato de la ley moral.
No profundizaremos en el tema de la libertad porque esto nos llevaría a
adentrarnos en un territorio metafísico que, si bien está en la base de la ética
de Kant, escapa a los objetivos de esta exposición. Sólo señalaremos, para
concluir, que uno de los sitios donde el filósofo se ocupa de la idea de la
libertad es en la tercera antinomia de la Crítica de la Razón Práctica. Allí
confronta la tesis determinista según la cual el único tipo deráctica causa que
existe es la causalidad natural, con la tesis que admite una causalidad
originada en la libertad. La razón teórica no puede resolver la antinomia; es
imposible probar la verdad o falsedad ambas tesis porque su contenido escapa
al campo de la experiencia, límite infranqueable del conocimiento. Distintas
resultan las cosas en el mundo de las acciones. Nuestro sentido de la
responsabilidad, nuestra conciencia moral, nos lleva a suponer que somos
libres. La libertad es un factum de la razón, la ley moral nos da un indicio de
su existencia.
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