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universo
La metafísica considera al ente en cuanto ente, es decir, en cuanto es o ejerce el acto de ser. En este sentido, el
saber metafísico supone una actitud básica de atención, aprecio o respeto a la realidad. El uso metafísico de la
inteligencia de ir acompañado del empeño por conocer la realidad como ésta es en sí misma.
Resulta evidente que conocer la realidad como es en sí misma supone dejar constancia de determinadas
limitaciones presentes del universo. Las limitaciones forman parte de la realidad que se ofrece a nuestra
experiencia diaria.
Todos intuimos una radical desemejanza entre los aspectos del mundo que ahora estamos considerando y los que
configuran a las cosas y a las personas en lo que cabría denominar su positividad. No es lo mismo la ceguera que
la vista. Igualar los dos tipos de realidades produciría una terrible confusión.
Para reflejar adecuadamente en el conocimiento la realidad que nos rodea, son necesarias dos cosas:
a. Tomar nota de este conjunto de elementos que venimos considerando como negativo.
b. Hacerlo de modo que se mantenga la radical diferencia entre esos aspectos del universo.
Una consideración metafísica adecuada de la realidad debe incluir el análisis del no-ser o negatividad, pero sin
confundirlo nunca ni hacerlo equivalente al ser.
Comparando distintos textos de Aristóteles y los comentarios de Santo Tomás, cabe reducir a cuatro los
principales grupos de significados en que se articula la polivalencia semántica del ente.
Esos cuatro conjuntos son:
1. El ens per se o ente más propia y estrictamente dicho, y el ens per accidens, ente por concomitancia o
ente coincidencial.
2. El ente como verdadero (ens ut verum) y el no-ente como lo falso.
3. El ente según el esquema de las categorías, que incluye la sustancia y los nueve géneros de accidentes.
4. El ente según el acto y la potencia.
a. El ser coincidencial. El ens per accidens, una realidad compuesta por elementos cuya unión no se
encuentra intrínsecamente exigida por la naturaleza de ninguno de ellos (Ej.: hombre-músico; músico-
justo). La combinación entre sus componentes no es necesaria: ni la esencia del hombre reclama que éste
sea músico, ni la del músico que sea justo.
b. El ser veritativo y el no-ser falsificativo (verum y non-ens ut falsum).
El ser veritativo es una modalidad del ser mental, alude al específico y peculiar complemento de realidad
que compete a las entidades mentales por el hecho de constituir una proposición verdadera. Lo falso, en la
medida en que está privado de esa realidad suplementaria, puede ser considerado como un no-ser (Ej.:
unicornio).
La existencia propia de lo negativo encuentra su lugar precisamente entre esas modalidades del ser. Por
ejemplo, la ceguera o la cojera poseen sólo un ser veritativo, por resultar verdadera la proposición que
sostiene que alguien es ciego o cojo, pero no tienen ningún ser en las cosas, sino que más bien
constituyen una privación del ser
Además, muchos de esos modos se refieren implícitamente a otras divisiones o caracterizaciones de lo real. Por
ejemplo, el descubrimiento del ser veritativo lleva aparejada de manera necesaria la distinción entre el ser
extramental y el ser pensado; el ens per accidens apela a la diferencia, también fundamental, entre lo necesario y
lo contingente.
Podemos llamar opuestos a aquellos elementos de la realidad que se excluyen mutuamente, por cuanto uno de
ellos implica la negación de otro, y viceversa.
Siguiendo a Aristóteles, se pueden distinguir cuatro formas básicas de oposición metafísica:
1. La oposición relativa: es la que existe, por ejemplo, entre derecha e izquierda, mujer y marido, etc.
2. La contrariedad: separa, por ejemplo, lo blanco de lo negro, lo caliente de lo frío, etc.
3. La oposición que media entre el hábito y su privación, por ejemplo, entre la visión y la ceguera, entre la
verdad y el error, etc.
4. La contradicción: es la oposición más radical, y se establece, en sentido estricto, entre el ente en cuanto
tal y la nada.
a) Contradicción lógica
Según Aristóteles, la contradicción se establecía anteponiendo la partícula no a un término determinado:
y, así, no hombre, era el polo contrario de hombre, y no todos los hombres son mortales, el aserto que se
enfrentaba contradictoriamente a todos los hombres son mortales.
Las consecuencias derivadas de entender la contradicción, de este modo lógico o lingüístico (abstracto y
no-real) se reducen a tres:
1. Cualquier realidad poseería un opuesto contradictorio; para hallarlo, bastaría con situar ante el
vocablo que los señala la partícula no.
2. Como contrapartida, aquellas expresiones, precedidas por el no, dejan de indicar una realidad
concreta, pasando a significar algo indeterminado; pues tanto la mujer como el perro, o lo que no
existe pueden calificarse como no-hombres.
3. En consecuencia, la contradicción pierde su carácter de oposición máxima pasando a ser solo una
oposición variable o difusa.
En resumen: manteniendo este punto de vista, la contradicción deja de ser la oposición por excelencia,
para transformarse en el concepto común que las contiene a toda ellas de manera imprecisa. Y, por
consiguiente, no nos sirve como instrumento para conocer de modo adecuado la realidad.
b) Contradicción metafísica
Por el contrario, Santo Tomás descubre la contradicción propiamente metafísica. Su extremo positivo
sería el ente en cuanto ente, y su polo negativo, la nada en su acepción más estricta. Entre ambos existe
una distancia infinita.
Según Santo Tomás de Aquino, al acto de ser constituye el término propio e inmediato de la acción
creadora cuanto la perfección que configura formalmente al ente en cuanto tal.
Cabe establecer una real diferencia entre el no-ser y la nada. Cada uno de los opuestos lleva consigo la exclusión
de su antagónico.
1. Pero esa supresión no significa la inferioridad de uno de los dos opuestos respecto al otro; la oposición
relativa no supone ningún descrecimiento ontológico.
2. Sí se da una mengua que acompaña a los extremos de la contrariedad, ya que cuando exista una auténtica
contrariedad en el ser, uno de los opuestos es necesariamente menos perfecto que el otro.
3. Semejante negatividad aumenta en los opuestos privativos.
4. Finalmente, la nada consistiría en la negación total y absoluta de la realidad creada, el no-ser más pleno
que pudiera darse.
Nada y creación
El primer paso consiste en distinguir las modalidades del no-ser y la nada. Es obvio que lo designado por
palabras como ceguera o sordera, aunque deba ser incluido en el ámbito del no-ser, no se identifica sin más con
la nada, si ésta se entiende como total carencia de ser. La nada excluye hasta la menos dosis de entidad.
Precisamente por eso, en su acepción rigurosa de la nada sólo desempeña una función estricta en las filosofías
que reconocen la realidad efectiva de la creación.
En las metafísicas creacionistas se puede hablar de la nada con un sentido que encuentra un doble fundamento
extramental: en Dios, por una parte, y en las criaturas, por otra.
a) Dios creador
En relación a Dios, la nada carece de significado, Dios existe en sí y por sí desde siempre y jamás podría
dejar de existir: ni ha sido creado ni ha salido de la nada.
Por el contrario, la noción de nada comienza a ser relevante en cuanto, supuesto el Ser de Dios, se presta
atención a la acción por la que ha decidido crear el universo de la nada y conservarlo con su poder
infinito. Así, el primer fundamento del alcance real de la noción de nada es la actividad divina creadora
y conservadora: la creación en sentido activo.
b) Las criaturas en cuanto tales.
Las realidades finitas confieren alcance real a nuestra noción de nada en la medida en que manifiestan su
condición de creiaturas. Para Santo Tomás, la afirmación del concepto de nada por parte de la criatura se
halla en la composición real de esencia y acto de ser. Esta composición revela la plena subordinación de
todo lo creado respecto al creador, sin el cual que universo sería nada.
La realidad de la nada
a) El ser veritativo de la nada
A la nada no le corresponde ninguna realidad extramental ni entidad positiva. La nada ha de enmarcarse
en los términos del ser pensado o ente de razón: la nada adquiere una primera realidad en cuanto es
concebida por un entendimiento pasando a formar parte del universo mental.
En resumen, los dos aspectos: de una acción de Dios, cuyo efecto propio e inmediato es el ente finito en
su positividad, se sigue, como efecto no directamente querido, que ese ente decaería en la nada, si se
suspendiera la operación divina que lo constituye.