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IA VIDA DE IA MUJER
PIEL ROJA
Cómo vivían mis abuelas
Beverly Hungry Wolf
LA VIDA
DELA MUJER
PIEL ROJA
(Cómo vivían mis abuelas)
Traducción
de
Esteve Serra
HESPERUS
PARA MI MADRE
HESPERUS
23
ISBN: 84-7651-043-8
Depósito L.: B-5.078-1998
LA IDEA de hacer este libro la tuvo mi madre, Ruth Pequeño Oso, que du-
rante años estuvo diciéndome que le gustaría escribir un libro sobre la vida de las
mujeres de nuestro pueblo. Una de sus posesiones más preciadas es un manuscri-
to de su padre, que contiene su versi6n de la historia de nuestro pueblo. Cuando
me casé con mi esposo, que ya era escritor, mi madre pensó que él y yo podría-
mos ayudarla a llevar a cabo su proyecto. Sin embargo, mi esposo creía que era
yo misma quien debía trabajar en el proyecto, y por consiguiente me puse ma-
nos a la obra.
Durante mis frecuentes visitas a mi madre empecé a registrar sus relatos en
cinta magnetof6nica y a transcribirlos en mi tiempo libre. Después de trabajar
duro durante casi toda su vida para conseguir cierto nivel de prosperidad y de
comodidades modernas, mi madre no deseaba volver a vivir según nuestras cos-
tumbres ancestrales. No obstante, fue criada por su abuela, que vivi6 la mayor
parte de su vida en los viejos tiempos, y es consciente de que los conocimientos
que obtuvo de joven son valiosos y de que hoy en día se están perdiendo.
Mi madre siempre ha sido para mí un gran ejemplo de bondad y generosidad
tradicionales combinadas con el trabajo duro y la devoci6n a su familia. Ha cria-
do a siete hijos y una hija, y su casa siempre ha sido un lugar popular para doce-
nas de nietos, sobrinos y sobrinas, primos, tías, y demás. Desde hace años, cuida
también de mi abuela. Cuando ella y mi padre se casaron, pasaban los inviernos
en tiendas de lona, con temperaturas que a menudo eran de muchos grados bajo
7
8 La vida de la mujer piel roja
cero. Cuando yo era pequeña, vivíamos todos juntos en una casa de troncos de
una sola habitación construida por mi padre y su tÍo.
También recogí relatos de mi abuela, Hilda Estrangula al Lobo, que tiene
más de noventa años. Pero gran parte del material que recogí de mi madre y mi
abuela versa sobre la historia de mi familia, lo que tiene más valor para mis hijos
y mis parientes que para los lectores de este libro. Y o quería presentar las histo-
rias de más mujeres de nuestra tribu, y no sólo de aquellas con las que estoy em-
parentada inmediatamente. Por esto llamé a este proyecto Cómo vivían mis
abuelas. Según la costumbre tribal, todas las ancianas del pasado son mis abue-
las.
Otra influencia importante en mi vida-y en la elaboración de este libro-ha
sido Paula Cabeza de Comadreja, que dedicó toda su vida a convertirse en una
de las mujeres más sabias de las cuatro tribus de la nación blackfoot. Su esposo y
mi padre son hermanos adoptivos, y ella me ha tomado como hija adoptiva, lo
que he considerado como un honor muy grande. Hombres y mujeres han bus-
cado su consejo a menudo sobre toda clase de cuestiones tribales de orden reli-
gioso y social. Es bien conocido su saber sobre los Paquetes de la Pipa de Medici-
na, tan importantes para la tribu. Nos ha aconsejado a mi esposo y a mí durante
los dos períodos en que actuamos como guardianes de los Paquetes de la Pipa de
Medicina, y nos ayudó a dirigir las ceremonias que nuestro cargo nos exigía or-
ganizar. Además de registrar muchos relatos que ella me ha contado, también he
conseguido que su hermana, Annie Cuervo Rojo, me facilitara algunos comen-
tarios relacionados con esos relatos.
Hay muchas mujeres en mi pueblo a las que considero sabias y buenas narra-
doras de relatos. Mi deseo es que algunos jóvenes sigan mi ejemplo y registren lo
que sus abuelas y sus madres tienen que decir antes de que nos dejen para siem-
pre. La colección de relatos que ofrezco en este libro se debe a sólo unas pocas de
esas mujeres -aquellas con las que estoy emparentada o con las que somos bue-
nas amigas-. Entre éstas citaré a la señora Airnie Cabalga-ante-la-Puerta, Rosie
Davis, Annie Wadsworth, Grandma Mary Ground y mi tía, Mary Un Lunar.
Para preparar este libro he estudiado el material que se puede encontrar en
las muchas publicaciones que existen sobre las tribus blackfoot. Entre ellas, las
obras de James Willard Schultz, George Bird Grinnell, John Ewers y Clark
Wissler. Incrementé mi colección de leyendas tribales acudiendo a un libro so-
bre mitos blackfoot publicado en 1909 por el Museo Americano de Historia
Natural. Estos mitos fueron recopilados por un blackfoot mestizo llamado Da-
Agradecimientos 9
vid Duvall y son prácticamente iguales a las leyendas que aún se cuentan hoy,
pero en muchos casos más completos.
Grabé por primera vez algunos relatos que aparecen en este libro cuando
ayudaba a mi esposo a recopilar su obra The Blood People, publicado por la edito·
ria! Harper & Row. A juzgar por su experiencia con aquel libro, espero recibir
muchas respuestas agradables y unas pocas críticas, algunas de ellas basadas en la
sencilla razón de que "es mejor que los viejos se lleven estos relatos consigo". A
esto sólo puedo responder diciendo que todas las mujeres que me ayudaron creí-
an que un libro como éste no podría sino ayudar a las jóvenes generaciones de
nuestro pueblo, que necesitan comprender sus costumbres ancestrales para po-
der apreciarlas. Este libro también quiere dar a los que no son de nuestra tribu
una mejor oportunidad para respetar y admirar las costumbres seguidas por mis
antepasadas.
Las fotografías que aparecen en este libro se han reunido a lo largo de mu-
chos años y proceden de muchas fuentes. Entre otras, álbumes familiares, tien-
das de objetos de segunda mano y de antigüedades, el Museo N aciana! del Cana-
dá y la Fundación Glenbow-Alberta.
Quiero dar las gracias al Canada Council, que costeó una temporada de tra-
bajo con mis abuelas. Compartí con ellas parte de la subvención, y espero hacer
lo mismo con todo lo que pueda llegar a ganar con este libro.
También quiero dar las gracias a mi marido, Adolf Hungry Wolf, por ani-
marme a seguir trabajando en este proyecto cuando yo quería abandonarlo. Él
ha escrito muchos libros similares, y siempre pensé que su trabajo era divertido
y fácil. Ahora sé que la tarea de registrar la historia y las tradiciones de los ancia-
nos es una ocupación muy absorbente y tan poco gratificante que no muchas
personas la intentan. Mi marido me ahorró el trabajo más penoso de todos al re-
visar mis muchas páginas mal mecanografiadas y prepararlas para su publica-
.'
ClOil.
Espero que algunas de las jóvenes que lean este libro lleguen algún día a ser
abuelas, y que sigan unas costumbres que también sus nietos consideren un día
lo bastante valiosas como para dejar constancia de ellas.
Indice
AGRADECIMIENTOS ....................................................................... 7
INTRODUCCIÓN ............................................................................. 15
15
16 La vida de la mujer piel roja
Cabeza Pesada sufrió a causa de sus heridas de la Danza del Sol durante cier-
to tiempo. Se fue a las montañas para poder gritar y sufrir solo, y allí recibió cier-
tos poderes místicos para curar las enfermedades con plegarias, canciones y hier-
bas. Cuando tuvo más años se convirtió en el guardián de diversos paquetes de
medicina de la tribu y fue miembro de antiguas sociedades. Entre los bloods, un
hombre hace todas estas cosas en compañía de su esposa -de la principal, si tiene
dos o más-, y, así, mi bisabuela, Primero-en-Matar, empezó a aprender los can-
tos y ceremonias de nuestras costumbres sagradas. Su vida experimentó el cam-
bio de pasar de ayudar a un esposo a alimentar y alojar a los viajeros del camino
de carro a ayudar a otro esposo a tratar a los enfermos y a dirigir sus ceremonias
religiosas cuando estaban bien.
La abuela AnadaAki creció oyendo estos antiguos cantos y observando las
ceremonias. Pero su madre sabía ·que las costumbres modernas iban a dominar
definitivamente y por ello se aseguró de que sus hijos recibieran una educación
adecuada. Mi abuela fue enviada a una escuela especial para chicas dirigida por
un ama de llaves británica llamada Miss W ells. A diferencia de los internados y
las escuelas de misioneros, que se contentaban con que sus alumnos aprendieran
un poco de las enseñanzas básicas y un poco de agricultura, Miss Wells quería
que sus jóvenes alumnas aprendieran a convertirse en damas en el auténtico esti-
lo británico del momento. Les enseñaba formas refinadas de cocinar, de vestirse
y de peinarse. Les inculcaba hábitos como el de tomar el té con elegancia, poner
la mesa con corrección y llevar broches para cerrar las blusas. No sólo les daba
enseñanzas sobre agricultura, sino también sobre jardinería y sobre cómo rode-
ar sus casas con hileras de arbustos. Las muchachas incluso tomaron su acento
británico. Estas alumnas llegaron a ser conocidas como "las chicas de Miss
Wells", y prácticamente todas ellas se convirtieron en esposas eficientes encar-
gadas de prósperas granjas entre los bloods. Aun en su ancianidad, a mi abuela
nada le gusta más que un broche-como regalo o unas galletas y té para merendar.
tes se llamaba Healy y adoptó al niño herido. Le hizo cuidar por unas monjas y
más tarde le mandó a la escuela en Fort Shaw, Montana. Fue uno de los prime-
ros bloods que recibió una educación. Aprendió inglés y posteriormente traba-
jó como guía e intérprete de la Policía Montada del Noroeste.
"Me acuerdo bien de los hechos que llamamos la Danza del Sol de los Dis-
turbios. Ocurrieron hacia 1890, más o menos en la misma época en que el viejo
Cabeza Pesada fue uno de los últimos en practicar la Danza de la Tortura. Esta-
ba sentada dentro de la sagrada tienda de medicina, cerca de mi abuelo, Pipa de
Hierro. Él era uno de los hombres de medicina, y la gente se le acercaba con pi-
pas cargadas y ofrendas de ropa para que él las bendijera. Rezaba por ellos y les
pintaba la cara. En aquella época ya era viejo y estaba débil.
"Los problemas empezaron cuando la policía montada entró en la tienda de
medicina para detener a varios jóvenes que habían cortado cabelleras y robado
caballos en una expedición guerrera. En aquella época, el tratado lo prohibía, y
los policías montados habían amenazado con arrestar a los que habían violado la
ley. Naturalmente, nadie pensó que fueran a entrar en la tienda sagrada para in-
tentar detener a la gente mientras estaban orando y celebrando sus ceremonias,
pero eso es lo que hicieron. Todo el mundo se asustó porque parecía que podía
haber disparos dentro de la tienda de medicina. Los guerreros estaban contando
sus hazañas guerreras y todos ellos iban armados. La gente salió precipitada-
mente de la tienda. Atravesé la tienda y conduje a mi abuelo hasta su tipi. Mucha
gente se marchó a su casa después de aquello y la Danza del Sol se suspendió,
aunque ya no hubo más disturbios y los hombres a los que buscaban habían
huido."
Rosie Davis se convirtió en una ''chica de Miss Wells'' en la escuela, como
mi abuela. A resultas de ello, también ella habla con un ligero acento británico y
le gusta llevar broches. También es recordada como una enérgica ama de casa y
miembro de una familia granjera próspera y moderna. Estuvo casada durante la
mayor parte de su vida con Charlie Davis, que también era hijo de madre blood
y padre blanco. De hecho, su padre fue el primer representante del gobierno en
los Territorios del Noroeste, y su tío fue durante mucho tiempo alcalde de Fort
Macleod, una población próxima a la reserva blood.
Aunque la ascendencia mixta y la educación de Rosie probablemente con-
tribuyeron a sus costumbres modernas, la pareja también era conocida por prac-
ticar algunas costumbres blood muy tradicionales. Durante varios años fueron
los guardianes de la Pipa de Medicina Antigua, que es el paquete sagrado más an-
22 La vida de la mujer piel roja
tiguo y altamente venerado entre los bloods. Charlie siempre llevaba el pelo lar-
go y con trenzas, y Rosie era conocida por sus excelentes trabajos de artesanía.
De hecho, siguió realizando ornamentos de abalorios hasta que, casi centenaria,
su débil vista le obligó a abandonar esta tarea.
Rosie Davis también era una ávida lectora, lo cual es un pasatiempo sorpren-
dente para una mujer nacida en los tiempos del bisonte. Era difícil imaginársela
viviendo en los campamentos de tipis de aquellos tiempos, al verla sentada en su
casa moderna, disfrutando de un té con pastas, y al oír su discurso sobre libros
modernos tales como Enterrad mi corazón en Wounded Knee.
Rosie aceptó la llegada de la vida moderna como algo inevitable, pero no le
gustaba. Se sentía triste cuando veía cómo los cercados y los límites de tierras ce-
rraban las llanuras abiertas y el ganado ocupaba el lugar de los animales salvajes.
No dudaba en decir que la vida de antaño era mucho más sana. Pero le preocupa-
ban especialmente los nuevos sistemas de criar a los niños: demasiado tiempo
dentro de casa, y sin disciplina ni guía y comprensión paternas. Solía decir:
"¡Oh, éramos felices cuando yo era jovencita! Solíamos jugar fuera todo el
día. Cuando hacía buen tiempo montábamos a caballo o construíamos cabañas
de juguete e imitábamos a nuestras madres. En aquellos tiempos había muchos
zorros, coyotes y lobos en el país, y a veces íbamos a cazarlos. En invierno, des-
cendíamos por las colinas deslizándonos sobre piezas de cuero rígidas, o jugába-
mos en el hielo: hacíamos girar peonzas con unos látigos, patinábamos con unos
palos labrados llamados serpientes de nieve, o golpeábamos piedras redondas
con unos palos, como en el hockey.
"No, no creo que sea tan grande ser tan viejo. Todo estuvo muy bien hasta
hace poco, viendo a tantos nietos, biznietos y tataranietos. Tengo la sensación
de que todos los jóvenes son mis nietos. Pero ahora estoy casi ciega y casi he per-
dido el sentido del gusto y el apetito. No me apetece comer nada, a menos que
sea algo muy dulce que pueda saborear. La vida ha sido muy buena conmigo, pe-
ro no quiero terminarla volviéndome desvalida y débil."
frecuencia debían esperar hasta haber conquistado su amor con sus constantes
luchas y aventuras, lo que generalmente no ocurría hasta que tenían casi treinta
años. No era infrecuente que los hombres de entre veinte y treina años estuvie-
ran solteros y vivieran en las tiendas de sus padres, y era habitual que un hombre
notable de sesenta o setenta años tuviera seis o siete esposas, entre ellas algunas
lo bastante jóvenes como para ser sus nietas.
La cuestión de la poligamia y de las esposas muy jóvenes también hay que
entenderla desde el punto de vista de los estilos de vida naturales de mis ante-
pasados a fin de poder entenderla y apreciarla. Para encontrar otros ejemplos
de este tipo de relaciones entre macho y hembra sólo tenemos que fijarnos en
los animales salvajes, como el bisonte o el alce, en cuya proximidad vivían
mis antepasados. Los grandes machos viejos son los únicos que tienen hare-
nes de hembras, mientras que los bisontes jóvenes merodean juntos y sólo de
vez en cuando consiguen encontrar una hembra suelta para hacer de ella su
pare¡ a.
Uno de los resultados de estas relaciones de antaño, si damos algún valor
a la filosofía de la supervivencia del más apto, es que en el pasado los hombres
más viejos de mi pueblo eran aquellos que habían sobrevivido a los numero-
sos peligros de la guerra y de la vida en la naturaleza virgen, y su descendencia
podría tener posibilidades de sobrevivir igual que ellos. A causa de las gue-
rras constantes, la tasa de mortalidad entre los hombres jóvenes era muy alta,
lo que daba lugar a que las mujeres fueran mayoría en nuestro pueblo. Ésta
era, probablemente, la razón principal por la que los hombres tenían varias
esposas.
Sin embargo, al igual que los bisontes salvajes protegen celosamente sus ha-
renes y luchan contra los instrusos, también mis abuelos vigilaban a sus esposas.
Las costumbres tribales les autorizaban a matar a los intrusos, o al menos a recla-
mar castigos muy duros, pero, con todo, las exigencias de la naturaleza no siem-
pre se podían ignorar. Muchas esposas jóvenes de hombres mayores con gran-
des familias sufrían a causa de la soledad y del deseo de ser amadas. Muchos
jóvenes arriesgaban su vida para encontrar una satisfacción mutua si podían en-
contrarse con una de estas muchachas solitarias cuando iban a buscar agua o leña
para el fuego. Había algunos ancianos que incluso autorizaban estas relaciones
mientras fuesen discretas y no acarrearan la deshonra pública. A veces ocurría
que un marido más viejo cedía una de sus esposas más jóvenes si sabía que estaba
desesperadamente enamorada de un buen joven. No obstante, lo mÁs frecuente
24 La vida de la mujer piel roja
Sí, todavía corría con las niñas. Todavía era pequeña y traviesa. Mi padre me
dijo un día: "Vas a casarte. Hay un chico que acaba de salir de la escuela. Es un
buen muchacho y se portará bien contigo."
Me sentí muy orgullosa de que fuera a casarme. Antes hubiera tenido que re-
cibir una educaci6n, pero obedecí la orden de casarme que me daba mi padre pa-
ra que alguien cuidara de mí. Por aquel entonces él empezaba a estar enfermo.
Mi madre me cosió mocasines para la boda. Cuando llegó el invierno, fue en
N aviciad; me dieron mi caballo y le sujetaron una narria[travois}. Llevaba mi ro-
pa de cama y dos parfleches o cajas de cuero; una estaba llena de mocasines y la
otra estaba llena de carne seca. Los que se llaman almohadones (respaldos) tam-
bién iban cargados, y encima de todo pusieron varias mantas. Y o iba montada
en un caballo y había dos caballos más con muchas mantas atadas; eran regalos
de mis parientes. No me acuerdo de todo porque era pequeña. No sé cuántos ca-
ballos más enviaron después; mi marido cambi6 algunos de ellos por vacas.
Y o llevaba un vestido de cuero de ante. Mis polainas estaban adornadas con
abalorios, e iba envuelta en una manta fina cerrada por delante con un imperdi-
ble. Mi chal era una manta de lana fina. Llegamos al viejo lugar donde íbamos a
recoger los víveres. Allí vivía un intérprete. Se llamaba Joven Toro Roñoso y
era un blanco-negro [el negro Dave Mills]. Mi madre me dijo que esperara allí un
rato mientras ella iba a buscar los víveres. Era día de aprovisionamiento.
Así, pues, me quedé allí sentada. Luego entró una mujer, me besó y me dijo
que nos íbamos. Y o esperaba ver a mi madre, pero aquel día no volví a verla. Me
llev6 fuera y me hizo montar en el caballo que arrastraba el travois. Así, nos pu-
simos en marcha de nuevo. La mujer guiaba a los otros dos caballos. También
ella iba montada.
Llegamos a una casa. Era la casa de mi difunto hermano, Bull Shields. Allí vi-
vía un hombre llamado Cabeza de Toro. Tenía dos esposas. U na de ellas se lla-
maba Shaggy. Ambas salieron de un salto y me hicieron bajar del caballo. Debía
tener un aspecto cómico. Una mujer llamada Annie empezó a reírse de mí. Era
la mujer de J ohn Cotton. Y o debía tener un aspecto realmente c6mico. Era in-
vierno y llevaba puesto mi vestido de piel de ante, y mi chal era una pequeña
manta fina.
Nos dieron de comer y reemprendimos la marcha, sin parar. Finalmente ya
no pude ver mi tierra, que estaba más allá de la casa de aprovisionamiento. Lle-
26 La vida de la mujer piel roja
sagradas. Eran las i;iatrocinadoras de la Danza del Sol o de las ceremonias del pabe-
llón de medicina. Esta es la ceremonia religiosa más importante para mi pueblo, y
siempre está patrocinada por una noble mujer que ha sido fiel a su esposo y ha lle-
vado una vida honrada en todo. Este hecho, por sí solo, ha contribuido desde anti-
guo a que las mujeres tuvieran una posición especial en nuestra tribu.
La leyenda de la ceremonia del pabellón de medicina ha sido transmitida desde
nuestros remotos antepasados. Aun hoy, la mayoría de los nuestros conocen al
menos algunas partes de ella. He oído versiones largas contadas por varios de mis
parientes mayores. Esta leyenda es tal vez comparable al relato de la Navidad entre
los cristianos. Dice a nuestro pueblo que el Sol es el representante principal del
Creador. También cuenta cómo algunos de nuestros antepasados más remotos
fueron llevados al Sol para que, al volver a la tierra, transmitieran bendiciones a
nuestro pueblo. Gran parte de nuestra religión se centra en torno a las maravillo-
sas historias y ceremonias que aquellos antepasados trajeron del Sol. Cada mujer
sagrada que ha patrocinado una Danza del Sol ha representado a una de las legen-
darias mensajeras del Sol. Por esto las mujeres sagradas también son conocidas co-
mo Mujeres del Sol, y los pabellones sagrados que construyen también se llaman
Pabellones del Sol. Todo el pueblo se relÍne para ayudar a construir estos pabello-
nes, en mitad del verano, cuando el Sol está más cerca de nuestra tierra. En los vie-
jos tiempos, éste era prácticamente el único momento del año en que todas las ban-
das de la tribu se reunían en un mismo lugar. Todo el mundo podía presentarse
ante la mujer sagrada, dentro del Pabellón del Sol, para recibir algo de las bendicio-
nes enviadas desde el Sol por la mujer a la que cada mujer sagrada ha representado.
Todavía quedan algunas mujeres sagradas en las divisiones de la Confedera-
ción Blackfoot, aunque la ceremonia del pabellón de medicina anual ya no se cele-
bra. Entre los bloods, no hubo Pabellón del Sol durante un período de diez años, y
entre los piegans del norte, durante más de veinte años. Pero, con el renacimiento
espiritual y cultural de los iíltimos años, se han erigido varios pabellones de medi-
cina, por lo que las generaciones más jóvenes vuelven a tener la posibilidad de espe-
rar con ilusión este poderoso drama espiritual.
Resulta que dos de las mujeres sagradas más ancianas de los ií!timos años son
abuelas mías, y considero que mi relación con ellas ha sido una bendición para to-
da la vida. Además, varias de mis abuelas de antaño también construyeron Pabe-
llones del Sol, aunque me imagino que todos los jóvenes de nuestras tribus tienen
abuelas de éstas, si bien no conocen nada de ellas. Este conocimiento nos ayuda a
sentir orgullo de nuestros antepasados.
28 La vida de la mujer piel roja
Una de las dos ancianas mujeres sagradas que he conocido era SeseenAki, o
la señora Muchos-Rifles, de los piegans del norte. Tenía alrededor de cien años
cuando falleci6, no hace mucho. Era ciega desde hada muchos años y no podía
organizar más Danzas del Sol. Pero siempre acudía a las ceremonias e impartía
sus bendiciones mediante plegarias, canciones, y con su saber. Era muy emocio-
nante oírla rezar por todos y diciendo que todos eran sus parientes. Como mu-
chos ancianos, creía muy intensamente en el amor a toda la humanidad.
Durante muchos años, la anciana SeseenAki fue la única mujer sagrada del
pueblo piegan del norte. Pero el año anterior a su muerte ayud6 a iniciar a Jose-
phine Zapato de Cuervo en su tarea sagrada, de modo que ahora una mujer más
joven puede tomar su lugar. Durante más de veinte años,Josephine y su esposo,
Joe Zapato de Cuervo, han sido también los guardianes de un paquete de una pi-
pa de medicina.
La mujer sagrada que he conocido mejor es la señora Cabalga-ante-la-Puer-
ta, cuyo nombre indio es Mujer-que-Roba-Diferentes-Cosas. Su nombre es un
buen ejemplo de las ins6litas costumbres blackfoot, pues estoy completamente
segura de que esa mujer nunca ha robado nada en toda su vida. Entre los blóods,
nadie duda de la pureza de su reputaci6n. El nombre le vino de un pariente cuan-
do era tan s6lo un bebé. Este pariente era un viejo guerrero que estaba orgulloso
de haber robado muchas cosas diferentes en sus incursiones guerreras y quería
bendecir a la niña con su vida de buena suerte.
Hace unos años, la señora Cabalga-ante-la-Puerta acampó con nosotros en
nuestro tipi durante una ceremonia de la tienda de medicina con nuestros pa-
rientes blackfoot de Montana. Fue para ayudar a la señora Muchos-Rifles, que
estaba ciega, a quien habían pedido que iniciara a una joven que patrocinaba la
ceremonia. Dijo que, para las ancianas como ella, eran muy duros los cuatro días
de trabajo ceremonial y ayuno que preceden a la construcci6n de la tienda de
medicina, y sin embargo apenas se quej6 mientras lo hada. La mayor parte de las
tareas sagradas realizadas durante estos cuatro días es privada, pero hacia el final
el tipi de la mujer sagrada se abre a fin de que la gente pueda entrar un momento
y ver, mientras el sagrado tocado Natoas es colocado en la cabeza de la mujer. La
señora Cabalga-ante-la-Puerta me dio una bendici6n especial en aquel momen-
to haciéndome entrar ante ella para llevar a cabo unabreve ceremonia durante la
que fui iniciada en el uso de un collar sagrado como los que llevan las mujeres sa-
gradas y sus esposos. Este collar está compuesto por abalorios, una concha y un
mech6n de cabello, todo ello dotado de significados simb6licos. Mientras la
Quiénes son mis abuelas 29
Tres veces construí una tienda para Mujer Escudo-Blanco. La inicié cada
vez, y llevó mi tocado Natoas, del paquete sagrado que cuelga sobre mi cama.
Dos veces mi hermana transfirió la ceremonia sagrada, y yo la transferí dos ve-
ces sola; una vez la transferí teniendo a mi hermano de compañero. Esto fue des-
pués que muriera mi esposo. Naturalmente, mientras éste vivía, él fue mi com-
pañero en las Danzas del Sol. He transmitido dos veces la ceremonia con la
señora Muchos-Rifles, las dos veces a mujeres de los piegans del sur, en Montana
[los blackfeet). La he transferido tres veces más en los últimos dos años, y puedo
transferirla de nuevo en el futuro, si alguien realiza el voto.
Algunos de mis nietos dicen que no les gusta el olor de mi incienso de pino.
Me dicen: "¿Por qué pones pino entre tus ropas? Tienen un olor extraño y sa-
grado." Me imagino que otros niños de la escuela se burlaban de ellos, aunque
nosotros, cuando éramos jóvenes, nos enorgullecíamos de oler de ese modo. En
aquellos tiempos usábamos el pino como perfume. Son las mismas agujas de pi-
no que utilizamos para hacer incienso para los paquetes de las pipas de medicina.
También hacemos perfume con unas flores llamadas Perfume Gros-V entre,
porque son las favoritas de los indios gros-ventres. Machacábamos estas flores y
las mezclábamos con agujas de pino y un poco de yesca de álamo; con ello ha-
cíamos un perfume realmente fragante que guardábamos en saquitos. Mi esposo
acostumbraba a perfumar su almohada y las cosas con que dormía. Cuando mu-
rió puse mucho perfume de ése en su ataúd y en la manta en que iba envuelto.
Ahora, a veces, estando sentados en casa, nos llega de no se sabe dónde una vaha-
rada de ese perfume. Siempre les digo a mis nietos: "Eso debe ser él que viene a
verme."
U na vez fui a celebrar el duelo por uno de mis parientes que había muerto.
Mis hijos me llevaron a la casa de este pariente, y unos nietos me devolvieron a
casa más tarde. Durante el camino de vuelta las muchachas dijeron: "Pongamos
un poco de perfume a la abuela", y empezaron a ponerme perfume de ese que
venden en las tiendas. Yo pensé para mí: ''¿Qué pensarán en casa? Me fui lloran-
do la muerte de un pariente y regreso oliendo tan fino".
Todos mis hijos se criaron con mi leche. Mira ahora a todos esos niños que
no se han criado de forma natural -les alimentaron con leche de todas clases, y
no saben escuchar y no tienen compasión de sus semejantes ... -Si mis hijos no
me escuchaban, les agarraba y les daba una buena tunda. También he zurrado a
mis nietos. Pero, desde el día en que uno de ellos murió en un accidente ocurrido
lejos de casa, he tenido compasión de los demás y ya no he vuelto a pegarles.
Quiénes son mis abuelas 31
Esas cosas-que-cantan [expresi6n con que los blackfoot designan a las radios
y tocadiscos] me desagradan mucho. Cuando los apagan, todavía los oigo sonar
en mi cabeza. A veces, cuando estoy en mi habitación, rezando, me siento como
si tratara de vencer a estas cosas. Mi hija se levanta y las apaga, y dice a los chicos
que hay en la casa: "Cuando vuestra abuela está rezando no debéis ahogar sus pa-
labras con vuestra música." Después escuchan, y yo puedo oírme a mí misma.
La hija que estuvo a punto de morirse -aquella por la que realicé mi,Primera
Danza del Sol- era también miembro de la Sociedad de los Cuernos. Esta es la
sociedad secreta de los hombres bloods, y mi hija es una de las pocas mujeres que
hayan pertenecido nunca a ella como miembros de pleno derecho. Por lo gene-
ral, las mujeres s6lo participan junto con sus esposos, excepto las que organiza-
mos Danzas del Sol, que podemos no participar en absoluto. Mi esposo era
miembro sin mí, y también hizo la promesa de que mi hija ingresaría en la socie-
dad cuando ella estaba tan enferma. Recibi6 el paquete de miembro de parte de
Lobo Desmochado, nuestro anciano jefe principal. Le hice un traje nuevo de an-
te con abalorios para que lo llevara durante las danzas públicas de la sociedad.
Nunca hubieras dicho que no era un hombre. De todos modos, estaba bastante
delgada.
Además de tener a una hija en la Sociedad de los Cuernos, mi hijo, llamado
Niño Sagrado, ingres6 en ella cuando s6lo tenía catorce años, lo cual es una edad
muy temprana. También hemos poseído cuatro tiendas pintadas. Todas tenían
dibujos muy antiguos, transmitidos desde hace mucho tiempo. Mi esposo, antes
de morir, entreg6 la Tienda con el Pez Pintado a uno de mis nietos. También dio
la Tienda Pintada de Amarillo a otro nieto. Dijo: "Las daré a mis nietos para que
puedan construir tipis pequeños y jugar en ellos", pero muri6 antes de que pu-
dieran hacerlo.
LA HISTORIA DE
CAPTURA-DOS-CABALLOS
Nuestros parientes blackfoot de Montana tenían un famoso jefe principal
llamado Becerro Blanco, que muri6 en Washington, D.C. mientras tramitaba
asuntos de su tribu en 1903. Tenía ocho esposas y muchos hijos. U na de estas es-
posas era Captura-Dos-Caballos, que naci6 a mediados del siglo pasado. En 1923
contó el siguiente relato a Walter McClintock, de cuyas notas la cito:
34 La vida de la mujer piel roja
le había ofrecido) y dijo: 'Vuelve con Cuatro Osos y dile: Becerro Blanco hizo
en su juventud el voto de que, si alguien le ofrecía alguna vez una pipa de medici-
na, la aceptaría'.
"Le dije a Cuatro Osos lo que había dicho Becerro Blanco, e inmediatamen-
te reunió a un grupo de hombres y se dirigieron a nuestro ti pi con el paquete
cantando y tocando el tambor. Cuatro de ellos pusieron un manto sobre Bece-
rro Blanco y le condujeron al tipi de Cuatro Osos. Allí celebraron la ceremonia
de transmisión del paquete.
,,Poco después.de esta ceremonia cinco gros ventres atacaron nuestro cam-
pamento y se llevaron varios caballos. Becerro Blanco les siguió con una banda
de nuestros guerreros y mataron a todos los gros ventres. Tornaron sus cabelle-
ras y con ellas hicimos una Danza de las Cabelleras. Esto fue un buen signo para
nosotros.''
nía derecho después a hacer el voto necesario para la ceremonia anual de la caba-
ña de medicina.
Se dice que esas primeras mujeres sagradas sólo llevaban en la cabeza coronas
de ramas de enebro trepador. En aquel tiempo la ceremonia todavía era bastante
sencilla, pero más tarde se hizo muy compleja. Un añadido importante fue el
Natoas, o tocado de la mujer sagrada, por el que se cantan muchas canciones sa-
gradas. Así es cómo se ha transmitido el relato del origen de este tocado.
Había una vez un ante hembra que dejó a su esposo y huyó con otro macho.
Su esposo quería que volviera con él y para ello buscó la ayuda de diferentes aves
y animales. El alce y el cuervo fueron los únicos que quisieron ayudarle. Como
se hallaban en lo más espeso del bosque junto a las montañas, el cuervo se ofre-
ció a ir a mirar primero. Se fue volando y permaneció fuera durante cuatro días
antes de regresar con la noticia. Dijo que había descubierto a la pareja huida y,
con su poder, había hecho que no se movieran de la zona en que se encontraban.
El esposo tuvo miedo de desafiar a su rival, por lo que preguntó al alce y al
cuervo cómo podrían ayudarle. El alce dijo: "Con mis pesados cuernos, tengo el
poder de golpear muy fuerte." El esposo se animó, y dijo: "Con mis grandes
cuernos, tengo el poder de cornear muy fuerte." El cuervo se limitó a decir:
"No os preocupéis, los tres juntos podemos vencerle". Y así se dirigieron al lu-
gar donde habían descubierto a la pareja.
Cuando estuvieron cerca, el esposo de nuevo tuvo miedo de su rival. Dijo al
alce: "¿Cómo va a ayudarme este cuervo si tengo problemas? No tiene más que
las alas con que vuela". Y en eso el alce también empezó a preocuparse. Al poco
el cuervo descendió y les dijo: "Los que buscamos están ahí delante, junto a un
gran álamo."
El ante caminó hacia su esposa y su rival, el alce le seguía de cerca, y el cuervo
volaba por encima de ellos. Los tres cantaban sus canciones de poder. Con cada
paso que el alce daba, sus patas se hundían más en el duro suelo. Esto era prueba
de su fuerza. Cuando el ante llegó junto a su esposa, corneó el gran álamo y cada
vez que lo hizo arrancó de él astillas. Luego llegó el alce y embistió el árbol con
sus cuernos y le hizo grandes muescas. En ese punto, el ante rival embistió el
Quiénes son mis abuelas 37
gran árbol y lo derrib6 al suelo con gran estruendo. El esposo y su amigo el alce
se asustaron mucho y decidieron hacerse amigos del otro ante. S6lo el cuervo
quería continuar con el desafio. Pero el alce dijo al esposo: "Este ante tiene de-
masiado poder para nosotros, por eso es mejor que nos dirijamos hacia él y nos
hagamos amigos. ¿Qué puede hacer este cuervo para ayudarnos si s6lo tiene alas
con las que volar?" El esposo contestó: "Sí, tienes razón. Le regalaré mi manto y mi
tocado". Y el alce dijo: "Yo le daré mis pezuñas." El cuervo se encogi6 de hombros,
decepcionado, y añadi6: "Muy bien, entonces yo le daré las plumas de mi cola. Si hu-
bierais estado de acuerdo conmigo en continuar el desafío, yo me habría plantado en
su cabeza y con mi largo pico le habrÍa hecho saltar los ojos. Vosotros podriais ha-
berle vencido fácilmente una vez que yo le hubiera cegado."
Cuando los otros dos oyeron esto cambiaron de parecer y dijeron: "Vaya-
mos hacia él y desafiémosle, pues", pero el cuervo dijo que era demasiado tarde,
dado que ya habían cedido a su cobardía. Mientras tanto, el otro ante estaba es-
cuchando su conversaci6n y tuvo miedo del cuervo. Decidi6 aceptar los regalos
mientras llevaba ventaja. Así pues, le dieron sus regalos, el esposo recuper6 a su
esposa, y el otro ante siguió su camino.
Es un misterio cómo el primer ante se hizo con este tocado, pero era un Na-
toas como el que las mujeres sagradas llevan en la Danza del Sol. Tenía una ban-
da de cuero que sostenía largas plumas que representaban el poder que tiene el
ante de cornear con sus cuernos. Pero, como los machos ya tienen cuernos, el to-
cado se hizo para que lo llevara un ante hembra, junto con el manto que también
ofrecieron.
El ante que recibi6 los regalos no tenía una esposa que pudiera llevar estas
cosas, por lo que decidi6 dárselas a la gente que acampaba en la proximidad. Se
transform6 en hombre y llev6 los objetos a aquella gente. Les enseñ6 la ceremo-
nia adecuada para utilizarlos y les dijo que siempre tenían que colocar un álamo
pequeño con el que pudieran imitar el desafío por el que él había pasado para ob-
tener los regalos. Hasta hoy, este desafío se representa de nuevo durante cada ce-
remonia de la tienda de medicina.
El hombre que recibi6 este primer Natoas era un gran hombre santo que
también poseía el primer paquete de castor. Puso el tocado sagrado con su pa-
quete y dej6 que su esposa lo llevara siempre que se celebraba la ceremonia del
paquete. También era el director de la ceremonia de la tienda de medicina, ya
que era un hombre muy sabio. Su esposa también llevaba el Natoas en esta cere-
monia. Cuando las mujeres sagradas que hadan voto de realizar la Danza del Sol
38 La vida de la mujer piel roja
supieron del poder del tocado de la esposa del hombre del paquete de castor, pidie-
ron tomarlo prestado para llevarlo en la cabeza en cada ceremonia de la Danza del
Sol. Así fue cómo esta ceremonia se transfirió a las mujeres de la Danza del Sol de
antaño, que sustituyeron sus sencillas coronas de enebro por este poderoso y sagra-
do tocado.
En los viejos tiempos había a veces cuatro o más mujeres que prometían orga-
nizar la Danza del Sol el mismo año, y todas ellas llevaban a cabo la ceremonia jun-
tas. Dado que cada una tenía un paquete Natoas, había probablemente hasta diez o
doce de ellos al mismo tiempo. Hoy sólo sé de uno para cada una de tres de nuestras
divisiones, mientras que la cuarta debe pedirlo prestado cada vez que desea realizar
la Danza del Sol. Por desgracia, también sé de una media docena de estos paquetes
sagrados que se encuentran en museos o en manos de coleccionistas privados.
Los objetos sagrados de cada Natoas están protegidos dentro de un resistente
cilindro de cuero, que por fuera tiene dibujos pintados y un fleco en un borde. Sólo
dos de los objetos sagrados se guardan fuera de la bolsa -un "palo de arrancar na-
bos" especial y un paquete de pezuñas de alce-y están atados al fleco. El resto de los
objetos está envuelto en tela dentro de la caja de cuero. El contenido típico de la ca-
ja comprende una bolsa de piel de tejón para el tocado; pieles de comadreja, ardilla
y ardillón para la ceremonia; bolsas de pintura sagrada, y bolsas de grasa para mez-
clar con la pintura; carracas de cuero y una lámina de cuero sobre la que golpear
con las carracas; un palo ahorquillado para llevar las brasas al altar, y bolsas de in-
cienso para usar en el altar; un manto especial de ante que debe llevar la mujer sa-
grada durante la Danza del Sol; y un trípode para sostener el paquete cuando está
colgado fuera. En algunas de las bolsas pequeñas del interior del paquete también
hay collares, plumas y otros objetos que se emplean durante la larga ceremonia del
paquete.
Existe un paquete Natoas abierto y en exhibición en el Museo del Indio de las
Praderas, institución gubernamental situada en Browning, Montana, en la reserva
de nuestros parientes blackfoot. Un año viajamos a esta reserva con la señora Ca-
balga-ante-la-Puerta, para una Danza del Sol que ella ayudó a transferir. Se escanda-
lizó cuando la llevamos al museo y le mostramos el paquete abierto. Para ella, ese
paquete representaba la vida sagrada a la que ella se había consagrado por el bien de
su pueblo. Su propio Natoas siempre permanece colgado sobre su cama, cerrado y
cubierto con un chal de lana. Casi lloraba cuando dijo: "¿Es que esta gente del mu-
seo no tiene respeto por nada?" No sabía que el conservador del museo era un in-
dio.
Quiénes son mis abuelas 39
Una de las antiguas leyendas de nuestro pueblo se refiere a una joven que se
casó con el lucero del alba. Esta mujer se quedó en los cielos con Lucero del Alba
durante un tiempo y, cuando regresó, trajo consigo un nabo sagrado y un palo
especial del tipo que mis abuelas usaban para arrancar de la tierra los nabos sil-
vestres. Se le ordenó que pusiera estos objetos junto con el paquete de la mujer
sagrada, y desde entonces han sido utilizados en la ceremonia de la Danza del
Sol. Así es cómo sucedió.
U na noche, dos hermanas estaban tendidas fuera de su tienda, mirando el
cielo. Una de ellas señaló el Lucero del Alba (la estrella polar o Júpiter) y dijo:
"Ojalá pudiera tener como esposo a esa hermosa y brillante estrella."
Pocos días después, estas mismas hermanas se encontraban recogiendo leña.
A una de las muchachas se le rompió la correa de su haz de leña cuando se dirigía
a casa con su carga, y tenía dificultades para seguir adelante. Finalmente, la otra
hermana dijo: "Yo iré delante con mi carga y tú puedes seguirme." La que se
quedó atrás era la que había querido casarse con la estrella. Tan pronto como su
hermana hubo partido, un hermoso joven surgió de entre los matorrales y se di-
rigió hacia ella. La muchacha se puso en pie, dispuesta a huir, pero él se interpu-
so en su camino y le dijo: "La otra noche deseaste casarte con una estrella bri-
llante del cielo. Yo soy esa estrella, mi nombre es Lucero del Alba." Llevaba
sujet>¡ en el pelo una pluma de águila y sostenía otra que puso en el pelo de la jo-
ven. Esta se desmayó, y cuando volvió en sí se encontró en un lugar desconoci-
do, lejos de su casa.
Lucero del Alba presentó su nueva esposa a sus padres, que eran el Sol y la
Luna. Le dieron la bienvenida, y la anciana, la Luna, le entregó un palo y le dijo:
"Puedes salir a pasear y arrancar nabos al mismo tiempo. No habrá nadie que te
moleste, por lo que puedes hacer lo que desees, excepto una cosa: no arranques
aquel gran nabo que crece lejos de aquí. Es un nabo especial y sagrado que no de-
be arrancarse."
La joven hizo lo que le habían dicho, todo el mundo la trataba amablemen-
te, y era feliz en su nuevo hogar. Se había olvidado por completo de su gente y
del lugar de donde procedía. Incluso tuvo un hijo con su esposo, Lucero del Al-
ba. Algún tiempo después, se encontraba sentada fuera y empezó a pensar en el
gran nabo sagrado. Como nadie se acercaba nunca por allí, pensó que nadie se
40 La vida de la mujer piel roja
tabú y dejó que el niño se arrastrara por el suelo del ti pi. Cuando la madre regresó
no vio al niño, y la abuela le dijo: "La última vez que lo vi estaba jugando debajo
de esta piel de bisonte." La madre levantó rápidamente la piel, pero todo lo que
encontró fue un bejín corriente, como los que crecen en toda la pradera. Aquella
noche miró al cielo y descubrió una nueva estrella que resplandecía en él.
Al cabo de un tiempo, esta misma mujer hizo el voto de celebrar una Danza
del Sol. Junto con los demás objetos utilizados por la mujer sagrada, llevó su palo
de excavar sagrado y una hoja fresca y grande de nabo silvestre. Enseñó a los de-
más la ceremonia correspondiente, y todo ello ha continuado hasta hoy. Ade-
más, pintó unos círculos alrededor del fondo de la tienda de su padre, en memo-
ria de su hijito. La mayoría de las tiendas pintadas tienen ahora estos círculos, y
ésta es la razón por la que son llamados bejines, o estrellas caídas del cielo.
,
LA ABUELA QUE TENIA, EL PODER
DE LLAMAR A LOS ESPIRITUS
Cuando mi padre era joven, pasó mucho tiempo con el hermano de su ma-
dre, Willie Pluma de Águila. Este hombre vivió mucho tiempo con mi esposo y
yo en los últimos años, antes de fallecer. Su madre se llamaba SikskiAki, que es el
nombre con que se me conoce en la lengua blackfoot. Dio a mi esposo el nombe
de N atosina, o Jefe del Sol, que había pertenecido a su padre. Poco antes de mo-
rir, dio a nuestro hijo menor su propio nombre, Atsitsina, u Hombre del Búho
de la Pradera, para completar un trío de nombres que le habían acompañado des-
de la infancia.
, El padre de Willie Pluma de Águila también era conocido como Pluma de
Aguila. Nació alrededor de 1850, de una mujer cuyo nombre, Otsani, ya es intra-
ducible. Era una de las varias esposas de un jefe llamado No-tiene-Miedo-de-los-
Indios-Gros-Ventres. Un comerciante de aquellos tiempos entendió mal su
nombre, Otsani, y pensó que era Old Charlie, que se convirtió en su apodo por
el resto de su vida.
Otsani vivió hasta una edad muy avanzada y pasó sus últimos años en casa de
su hijo, Pluma de Águila, y en compañía de sus nietos, como Atsitsina. Él nos
contaba cosas sobre ella, y el que sigue es uno de sus relatos.
"Os contaré una historia sobre mi abuela, Otsani. Era la madre de mi padre
y solla llevarme a su espalda cuando era pequeño. Era una persona muy podero-
42 La vida de la mujer piel roja
sa. Conocía todas nuestras ceremonias religiosas y curaba a la gente. Entre otros
métodos curativos, utilizaba espinas de cactus y púas de puerco espín para efec-
tuar lo que ahora se llama acupuntura. Enseñó a mi padre cómo hacerlo, y él una
vez me curó con este método una rodilla muy hinchada. En algunas ocasiones
mi abuela también utilizaba este tratamiento para expulsar a los malos espíritus
del cuerpo de una persona si algún enemigo les había hechizado y les hada sen-
tirse mal. Tenía el Poder de comunicarse con los espíritus, y una vez le vi hacer-
lo.
"En una ocasión, cuando todavía era joven, no había nada de comida en la
casa de mi padre. Mi hermano No-Posee-Bellos-Caballos Uack Cuerno Bajo] y
un primo nuestro dijeron: 'Vamos a robar una vaca y así tendremos comida.'
Alguien les dijo: 'Es mejor que no lo hagáis. El viejo se enterará y se pondrá fu-
rioso. No le gusta que hagamos nada contra la ley. A todo el que cojan matando
le caerán muchos años de cárcel.' No hicieron caso y se marcharon y mataron
una vaca. La mataron a toda prisa porque tenían miedo de que alguien les cogie-
ra haciéndolo.
"Cuando hubieron llevado toda la carne a casa, mi primo descubrió que ha-
bía perdido su cuchillo. Dijo: 'Si la policía lo encuentra me cogerá porque lleva
mi marca grabada en el mango.' Su padre, Se-Sienta-Sacando-el-Pecho, le dijo:
'La anciana Otsani tiene el Poder de encontrar cosas que se han perdido. Dale es-
te tabaco y pídele que encuentre tu cuchillo. Te meterán en la cárcel si la policía
lo encuentra antes que tú.'
"Mi primo cogió el tabaco, se lo dio a la anciana y le pidió que le ayudara a
encontrar su cuchillo. La mujer probó el tabaco, porque no veía muy bien. 'Oh,
tabaco de verdad', dijo, y se alegró porque le gustaba fumar. Luego sacó unos
platos, puso en ellos riñón e hígado crudos y los depositó sobre la mesa, junto
con un vaso de agua. Luego cantó algunas canciones. Nos dijo que apagáramos
la luz. Permaneció sentada tranquilamente y todos esperábamos, preguntándo-
nos qué iba a ocurrir. Al cabo de poco, los perros empezaron a ladrar y hubo un
ruido como el de alguien que llegara corriendo hasta la casa, jadeando. ¡Supimos
que se trataba de un espíritu!
"La anciana dijo al espíritu: 'Muy bien, aquí tienes un poco de agua, ¡bebe!'
Luego oímos ruidos como el de un vaso tintineando contra algo sólido. Después
la anciana dijo: 'Muy bien, aquí hay un poco de comida para ti.' Hubo más rui-
dos extraños. Luego ofreció una fumada al espíritu, y pudimos ver cómo el taba-
co se encendía y emitia un resplandor. Despu~s la anciana explicó al espíritu
Quiénes son mis abuelas 43
cuál era el problema y le pidi6 que fuera a buscar el cuchillo de mi primo. La an-
ciana nos dijo que volviéramos a encender la luz. No había nadie y toda la comi-
da y el agua habían desaparecido.
"Al cabo de un rato los perros empezaron a ladrar de nuevo. La anciana dijo
que apagáramos la luz rápidamente. Luego oímos un fuerte golpe. Después de
esto la mujer ofreció otra fumada al espíritu, y éste desapareció. Cuando encen-
dimos la luz vimos el cuchillo en el suelo. Pues bien, todos vimos c6mo sucedían
estas cosas y sabíamos que la mujer no sali6 de la casa para ir a buscar el cuchillo.
Además, ella no sabía d6nde estaba. Sin duda tenía poderes misteriosos."
,
HISTORIAS DE MI TIA,
MARY UN LUNAR,
DE LA TRIBU SARCEE
Soy Mary Un Lunar. Mi nombre de soltera era Mary Vientre Grande. En
lengua sarcee mi nombre es Mujer de Agua. Pertenezco a la tribu sarcee, y vivo
cerca de las Montañas Rocosas, al oeste de Calgary, Al berta, donde nuestro pue-
blo tiene una pequeña reserva india. Soy una de las últimas mujeres que fueron
criadas de acuerdo con los usos tradicionales sarcees. Ahora animo a los j6venes
a que traten de aprender algunas de estas costumbres, porque nosotros vivimos
una vida buena con ellas.
Estoy emparentada contigo, Beverly, porque mi madre y tu abuela Hilda
eran primas. Esto hace que tu madre y yo seamos primas, con lo que, según los
usos indios, resulta que yo soy tu tía. Conozco algo de mis antepasados bloods,
pero fui criada principalmente según los usos sarcees. Las costumbres de los sar-
cees y los bloods son muy similares, sólo el idioma es bastante diferente. Nues-
tra tribu siempre fue pequeña, y por esto vivíamos como parientes con las otras
tribus a las que llaman la Confederación Blackfoot. Vivían en este territorio, en
Alberta, y más abajo, hasta Montana.
Mi padre era el jefe principal de esta tribu. Su nombre era Vientre Grande y
ya era un hombre mayor cuando yo nací. Apenas le conocí porque siempre esta-
ba muy ocupado. No s6lo era el jefe principal, sino que también era un médico
indio. Tenía muchos poderes y no quería niños alrededor demasiado tiempo
por miedo de que hicieran algo que ofendiera a sus poderes y se lastimaran. Me
44 La vida de la mujer piel roja
crió mi abuela. Siempre la llamaba "abuelita", pero en realidad era una prima
hermana de mi padre. Era lo bastante mayor como para ser mi abuela.
Mis padres acampaban en un ti pi no muy lejos de la casa donde vivo ahora.
En aquellos tiempos no contábamos con los médicos modernos, por lo que nací
allí mismo, en el tipi. Cuando ya era mayorcita, mi abuela perdió a su marido.
Su nombre era Anciano-Moteado. Mi abuela era conocida como la señora An-
ciano-Moteado. Me llevó a vivir con ella, para que le hiciera compañía. En cual-
quier caso, mi madre siempre estaba muy ocupada trabajando para mi padre. Él
actuaba como un rey y esperaba que todo el mundo le sirviera. Esto formaba
parte de su vida de atención a invitados y dignatarios, y también de curar a las
personas y rezar por ellas. Era tan cuidadoso con su poder de medicina que ni si-
quiera participaba en las ceremonias, como la Danza del Sol. La única ceremo-
nia tribal en la que tomaba parte era la Danza de la Pipa de Medicina. Poseía un
paquete de la pipa sagrada que había sido transmitido por muchas generaciones
de sarcees. Por alguna razón, este paquete de la pipa acabó en el museo provin-
cial de Edmonton. Nuestra tribu ha estado tratando de recuperarlo.
Cuando murió mi padre, en 1920, vino mi madre y me llevó a vivir de nuevo
con ella. Entonces sólo me tenía a mí y a mi hermano George -tu tío George
Corredor. Antes de esto, sólo le tenía a él, por lo que creció como un muchacho
mimado. Pero mi hermano y yo siempre nos hemos llevado bien, y ahora tam-
bién. Mi madre también tenía cuatro hermanos y hermanas. Eran J ack y J oe
Pluma Grande, la señora Niño del Cuervo y Martha Buen Jinete. El padre de mi
madre era el viejo Pluma Grande.
Durante una temporada fui al internado de los misioneros, pero no conside-
ro que aquello fuera realmente una escuela. Tenía ocho años cuando ingresé en
él, pero aquella gente sólo nos quería para trabajar. Teníamos que lavar los pla-
tos, fregar los suelos y trabajar en el campo. Sólo de vez en cuando nos hacían
quedar en las aulas para enseñarnos cuatro cosas básicas. No creo que los maes-
tros estuvieran particularmente interesados en educarnos, sólo querían que
aprendiéramos a trabajar. Creo que todavía es así; el gobierno debe pensar que
los indios están aprendiendo demasiado, ya que no deja de recortar el presupues-
to para la educación de nuestros jóvenes.
Algún tiempo después de morir mi padre, mi madre se casó con un blanco
llamado Arnold Lupson, que se convirtió en mi padrastro. Era un hombre muy
interesante que tenía un gran amor por los indios, y los ancianos también le que-
rían mucho. Se dedicaba a confeccionar sillas de montar y arneses y trabajaba en
Quiénes son mis abuelas 45
ciones de la tribu, pues mi abuela las cantaba todo el tiempo y yo crecí oyéndo-
las. A veces las grabo para mis nietos, para que también ellos puedan aprender-
las.
Todas las cosas con que jugaba eran parte de nuestra cultura. Tenía tipis pe-
queños y todos los objetos que hay en el interior. También tenía muchas muñe-
cas. Era muy hábil haciendo muñecas. Utilizaba alambres para empezarlas, y
luego envolvía los alambres para hacer el cuerpo. Después las vesda con vestidos
indios. Mis amigos y yo hacíamos un gran número de muñecas. Los que tenían
el pelo más largo daban un poco para hacer los cabellos de nuestras muñecas.
Luego los chicos cazaban ardillones y ardillas, las despellejaban y con las peque-
ñas pieles hacíamos vestidos para las muñecas y alfombras para nuestros peque-
ños tipis. A veces los chicos construían corrales y capturaban ardillones, que en-
cerraban en ellos. A mi hermano George le gustaba marcar a los ardillones en
sus corrales, y luego los soltaba.
Mi abuela siempre cocinaba en un fuego al aire libre, incluso en invierno.
Antaño, en el otoño, todo el pueblo se trasladaba a las montañas para cortar leña
y cazar para el invierno. Acampábamos todos juntos durante unos dos meses.
Había otra viuda anciana, llamada la señora Tienda Amarilla, que quería mucho
a mi abuela. No sé qué parentesco había entre ellas, pero solía venir a vivir en
nuestra tienda con mi abuela y yo. Nuestro sitio de acampada favorito estaba
justo detrás de mi casa, aquí, el mismo lugar donde nací.
Mi abuela y yo vivíamos de alimentos silvestres. No había mucha caza ma-
yor por estos lugares, ni siquiera entonces, pero cazábamos con trampas mu-
chos conejos, urogallos y chachalacas de las praderas. A veces mi abuela seguía el
rastro de los ratones a través de la nieve para encontrar sus madrigueras y poder
coger las raíces de lirio que los ratones almacenaban. En aquellos tiempos podía-
mos sobrevivir a base de comer casi cualquier cosa, y mírame ahora: necesito
huevos para desayunar, y obtenemos la mayoría de nuestros alimentos medio
preparados en las tiendas.
También teníamos huevos para comer en aquellos tiempos. En primavera y
verano, mi abuela y yo buscábamos huevos de aves silvestres. Los huevos de pa-
to son deliciosos, siempre y cuando se coman pronto, mientras aún son blandos.
U na vez que se han endurecido no son buenos para comer. En una ocasión in-
cluso comimos huevos de urraca, pero no me gustaron.
Diversas personas nos traían carne y otras cosas que obtenían con la caza.
Comíamos ratas almizcleras y castores. De todas estas cosas silvestres, las colas
48 La vida de la mujer piel roja
de castor son mis favoritas. Pones la cola en un palo y la asas sobre un fuego al ai-
re libre. Le vas dando vueltas hasta que está blanda y en el punto. Sabe como el
esturión blanco. Y comíamos toda clase de tripas. Algunas las hervíamos y otras
las asábamos. A veces también las rellenábamos de carne y bayas, igual que las
salchichas. Las tripas de caballo eran las Únicas que no comíamos. Solíamos
comprar carne seca de alce a nuestros vecinos, los stoneys. Su reserva está más
cerca de las montañas y tienen muchos antes y alces. No cabe duda que llevába-
mos una vida sana entonces. Apenas conocíamos el azúcar o el alcohol, y éstas
son dos cosas que echan a perder a los jóvenes de hoy.
En aquellos tiempos no teníamos fuentes ni pozos. En verano obteníamos el
agua de los arroyos, y en invierno fundíamos la nieve o el hielo. Me crié con el
agua de nieve, y hoy en día no puedes siquiera beberla porque te envenenas. El
aire está contaminado, incluso aquí, en la reserva, pero en aquella época era
completamente puro. Las ciudades han crecido demasiado y diseminan su vene-
no hasta demasiado lejos, incluso en la tierra virgen.
Recogíamos toda clase de bayas silvestres. Las serbas y amelanquieres eran
nuestras favoritas. Las poníamos a secar al sol, tal cual, o bien las machacábamos
con un mazo de piedra y hacíamos pastelitos con ellas. Recogíamos muchos to-
mates silvestres [escaramujos] y los machacábamos para luego mezclarlos con
grasa; con ello hacíamos conservas para el invierno. Hacíamos lo mismo con ba-
yas de kinni-kinnick; separábamos las bayas de las hojas y, así, nos fumábamos
unas y nos comíamos las otras. A veces hacíamos una sopa con los escaramujos
hirviéndolos con un hueso, por el tuétano, y añadiéndoles harina y azúcar.
Después de morir mi padre, mi madre empezó a vivir conmigo y con mi
abuela. Viajábamos en carro y en calesa siempre que teníamos que hacerlo. En
aquellos tiempos era difícil ganar un dólar, pero sin duda se podían comprar mu-
chas cosas con él. Solíamos ir por la pradera a recoger huesos secos y los vendía-
mos en la ciudad. Oí decir que los utilizaban para fabricar pólvora y fertilizan-
tes. Tomábamos el dinero y comprábamos un montón de carne, lo llevábamos a
casa y lo secábamos si era verano. En invierno podíamos, simplemente, colgarlo
fuera, ya que quedaba congelado, y cortar cada vez la parte que necesitábamos.
Nos daban gratis las tripas que queríamos. Por un dólar podíamos compar cinco
hogazas de pan o unas cuantas libras de harina.
A los sarcees de antaño no les gustaba mucho el pescado, pero, para mí, es un
placer cada vez que puedo conseguir una trucha o un esturión. Lo que sí come-
mos mucho son conejos. Después que mi madre viniera a vivir con nosotras,
Quiénes son mis abuelas 49
capturábamos muchos para que ella los secara. Tenía un ahumadero con una
forma parecida a un tipi. Dentro había unas perchas donde colgaba la carne y
otras cosas. Cogía un montón de conejos, les cortaba la cabeza, los despellejaba
y les quitaba las entrañas. Después, provistos de unos palos, los esparcía fuera y
los colgaba de las perchas, sobre un fuego humeante, y todos los conejos se asa-
ban.
Yo ya estaba casada cuando murió mi abuela. Fue en diciembre de 1942, y
todavía vivía conmigo. Siempre había sido como una madre para mí. Hacia el fi-
nal se puso tan enferma que apenas podía caminar. Mi hija Lottie nació enton-
ces. El último deseo de mi abuela fue levantarse una vez más para mecer a Lottie
en su cuna. Murió inmediatamente después.
En 1950 mi padrastro, Arnold, murió súbitamente. Ni siquiera sabíamos
que estuviera enfermo, pero resultó que tenía cáncer. En los tiempos antiguos
llamaban al cáncer el "gran furúnculo" o el "gran grano", y tenían una cura
para ello. No sé qué raíz usaban, pero mi abuela conocía todas las raíces y hier-
bas realmente bien. En los viejos tiempos no tenían muchas enfermedades o do-
lencias, excepto las que les contagiaban los traficantes, y más tarde las que sufrie-
ron cuando empezaron a ir a los internados. ¡Ojalá pudiera regresar a aquellos
viejos tiempos!
cantaba sus propios cantos, con palabras que contenían mensajes especiales para
su amada o su esposa. Cola de Comadreja dijo más tarde que una de sus primeras
canciones contenía las palabras: "Muchacha, yo te amo, ¡no te preocupes por
mí! Comeré bayas cuando vuelva a casa."
Pero, una vez que Cola de Comadreja y Mujer de Odio se casaron, ella a me-
nudo no se quedaba sentada en casa preocupada por él. Como explicó Cola de
Comadreja en una ocasión: "Mi mujer decía que me amaba, y, si yo había de
morir en una expedición guerrera, ella también quería morir. La llevé conmigo
en cinco expediciones guerreras. En algunas de ellas yo era el jefe, y mi esposa no
estaba obligada a cocinar o a realizar otras tareas de este tipo. Llevaba un revól-
ver de seis tiros. En una ocasión robó un caballo con su silla, su bolsa de muni-
ción y una maza de guerra." Esto se consideraba una proeza incluso para los
hombres.
Las aventuras guerreras de Cola de Comadreja todavía las cuentan hoy algunos
ancianos. Por otra parte, un antropólogo pasó una temporada con él en sus últimos
años y recogió los detalles de su vida. Por desgracia, nadie pidió a su mujer que contara
sus historias sobre las expediciones guerreras en las que participó, ya que ella fue la úl-
tima de nuestras mujeres que tuvo experiencias de este tipo.
Una de las primeras partidas guerreras en las que Cola de Comadreja y Mujer de
Odio participaron juntos estaba compuesta por más de veinte miembros. Partieron
de los campamentos blood y se dirigieron hacia el este, en busca de los sioux de Toro
Sentado, que entonces se habían exiliado al Canadá, después de su victoria sobre Cus-
ter. Aunque Toro Sentado se había convertido para muchos en un héroe famoso, a la
gente de mi pueblo, en aquella época, no le gustaba ni se fiaba de él particularmente.
Su presencia en el país hacía que la vida fuera incómoda por todos lados, y sus guerre-
ros continuamente lanzaban ataques inesperados contra las tribus vecinas.
El jefe de esta partida guerrera era Niño del Águila, a quien no le entusiasmaba el
hecho de llevar a una mujer en el grupo. La mantuvo ocupada cortando carne y reali-
zando otras tareas para el resto del grupo. Otro de los miembros de éste era uno de sus
hermanos menores, un tío de mi padre al que se conocía entonces con el nombre de
Vuelo de Águila. Cuando llegaron a la proximidad de los campamentos enemigos, es-
te hermano temió por la seguridad de su hermana y trató de convencer a Cola de Co-
madreja de que la llevara a casa. Finalmente divisaron uno de los campamentos sioux,
y en ese momento el jefe y el hermano de la mujer insistieron en que ésta esperara al
resto del grupo junto a un bosquecillo. Dejaron a Cola de Comadreja esperando con
ella.
Quiénes son mis abuelas 51
Pasó la noche y, al amanecer, Cola de Comadreja vio que los sioux sacaban a sus
caballos de un cercado del campamento. Los guerreros bloods que estaban escondi-
dos inmediatamente ataron a algunos de los caballos, montaron en ellos y ahuyenta-
ron al resto de la manada. En su excitación se olvidaron por completo de Cola de Co-
madreja y su mujer.
Cola de Comadreja no tuvo más opción que dirigirse a otro de los campamentos
próximos y tratar de robar unos caballos con los que pudieran volver a casa. Consi-
guió uno y lo llevó a su mujer. Le dijo que montara en él y esperara mientras iba por
otro caballo. Pronto encontró uno bueno, con una pluma atada en la crin y otra en la
cola. Cuando lo hubo atado y montado, vio otro hermoso caballo cerca del primero,
y también lo cogió. Regresó con su mujer y ambos escaparon. En su excitación se de-
jaron olvidado un pequeño paquete que contenía carne seca y un buen cuchillo. Por
suerte, había carne seca en uno de los lugares donde habían acampado con el grueso de
la partida unos días antes. Tardaron menos de cuatro días en volver a casa.
Probablemente, la aventura más emocionante en que tomaron parte Cola de Co-
madreja y Mujer de Odio fue una en que tuvieron que habérselas con tres diferentes
tribus enemigas. Para empezar, se unieron a una partida guerrera blood dirigida con-
tra los crows, con los que Cola de Comadreja había vivido cuando era niño. Conocía
bien el territorio, y el grupo no tuvo ningún problema para robar un gran número de
caballos de los crows. Sin embargo, en el camino de regreso se toparon con una parti-
da guerrera de crees que les superaba mucho en número. Hubo un combate, durante
el cual uno de los crees murió. Mientras los bloods buscaban refugio, el resto de los
crees se fue, llevándose consigo a todos los caballos recién capturados por los bloods.
A pie, Cola de Comadreja, Mujer de Odio y su grupo se dirigieron hacia el norte
en busca de un campamento de gros ventres amigos. Por error, penetraron en un
campamento de assiniboines, que eran grandes enemigos. Afortunadamente, la pri-
mera persona que encontraron en el campamento fue un blood llamado Baja Des-
lizándose, que se había casado con una mujer assiniboine y se había unido a su tribu.
Se ofreció a llevarlos a la tienda del jefe y a actuar de intérprete para ellos. Cuando es-
tuvieron dentro encontraron que el jefe no tenía muchos deseos de aceptarlos como
amigos, mientras que el resto del campamento se reunía fuera a toda prisa y rodeaba la
tienda. Los bloods vieron que iban a tener problemas. Finalmente estalló una discu-
sión y los bloods se pusieron en pie de un salto y apuntaron al jefe con sus armas. Mu-
jer de Odio llevaba su revólver de seis tiros, que apuntó como los demás. Luego Cola
de Comadreja lanzó un potente rugido con el fin de impresionar a la gente con su
poder.
52 La vida de la mujer piel roja
Baja Deslizándose explicó a gritos a su gente, en su propia lengua, que Cola de Coma-
dreja era un hombre feroz que había matado a mucha gente con su poder, que le venía del
oso gris. La gente se asustó y huyó en busca de refugio, con lo que Cola de Comadreja y
su grupo tuvieron la posibilidad de escapar.
Despu~s de este episodio, el grupo se dividió. Cola de Comadreja, Mujer de Odio y
otro hombre se dirigieron hacia el sur para tratar de conseguir una vez más caballos de los
crows. En el camino se encontraron con un enemigo solitario -un crow- a quien pensa-
ron matar y cortar la cabellera. Pero cuando se acercaron a él vieron que tenía un aspecto
muy lastimoso y comprendieron que estaba de duelo. Resultó que había perdido a su es-
posa y no le importaba vivir o morir, por lo que Cola de Comadreja hizo una plegaria al
Sol, pidiendo compasión para sí mismo en el futuro, y dejó al hombre en libertad. Él y su
esposa volvieron a encontrar al mismo hombre en 1926, durante una celebración india.
Los tres siguieron su camino hacia el territorio crow y lograron robar catorce bue-
nos caballos, con los que regresaron sanos y salvos a sus campamentos. A Mujer de Odio
se le pidió que contara esta aventura durante la Danza del Sol tribal, lo que constituyó un
grande e insólito honor para una mujer.
El relato popular dice que Águila Corredora empezó la vida como una mu-
chacha blackfoot corriente llamada Mujer Comadreja Parda. Tenía dos herma-
nos y dos hermanas, y su padre era un célebre guerrero. Cuando llegó a la edad
en que los chicos empiezan a practicar la caza, pidió a su padre que le hiciera un
juego de flechas y arco con el que pudiera practicar. Su padre lo hizo, aunque no
sin cierta oposición por parte de sus esposas. Se dice que incluso permitió que su
hija le acompañara a cazar bisontes y que ella aprendió a disparar lo bastante
bien como para derribar a algunos.
Se dice que fue durante una de las cacerías de bisontes con su padre cuando
esta muchacha fuera de lo común mostró por primera vez su valor guerrero. Só-
lo había unos pocos cazadores blackfoot en el grupo, y no se encontraban muy
lejos de los campamentos cuando una partida guerrera enemiga los atacó y persi-
guió. Mientras los blackfoot cabalgaban hacia el campamento a toda velocidad,
el caballo del padre de Mujer Comadreja Parda fue herido. Una de las proezas
más valerosas que realizaban los guerreros de antaño era desafiar el fuego enemi-
go mientras hacían marcha atrás montados en su caballo para rescatar a un com-
pañero que lo había perdido. Esto es lo que la hija hizo por su padre. Ambos es-
caparon en el caballo de ella después que la muchacha se detuviera para
descargar la carne fresca con que iba cargado. Cuando el resto de la tribu recibió
la noticia del ataque, una gran multitud de guerreros salió en persecución del
enemigo, matando a muchos de ellos y haciendo huir al resto. El nombre de la
muchacha fue mencionado durante los días y las noches que siguieron, cuando
la gente contaba lo que había tenido lugar durante aquel combate. Se dice que al-
gunas personas se quejaron y temieron que la muchacha que realizaba hazañas
de hombre pudiera ser un mal ejemplo que indujera a otras jóvenes a abandonar
sus tareas domésticas.
Sin embargo, cuando su madre se puso irremediablemente enferma poco
después, la futura mujer guerrera decidió por sí misma hacerse cargo del trabajo
de la casa. Como era la hija mayor de la familia, no había nadie más que pudiera
cocinar y curar las pieles mientras su madre se apagaba lentamente. Así, pues,
trabajó duro para aprender lo que no había querido aprender hasta entonces y
enseñó a sus hermanos y hermanas más jóvenes a ayudar siempre que pudieran.
Es difícil decir durante cuántos años esta joven ocupó el lugar de su madre en
la dirección del hogar familiar, pero se dice que lo hizo muy bien. No obstante,
también se dice que lo hizo sin obtener ningún placer en ello, ya que probable-
mente ya había experimentado demasiadas emociones en las aventuras propias
54 La vida de la mujer piel roja
de las actividades de los hombres. En todo caso, no tuvo ningún novio y no se inte-
resó por los planes de matrimonio que tenían las otras muchachas de su edad.
El momento crucial de la vida de la joven llegó cuando su padre murió hallán-
dose en el sendero de la guerra. La noticia de su muerte también mató a su viuda,
que ya estaba muy débil. La joven y sus hermanos y hermanas de pronto queda-
ron huérfanos, y ella decidió en ese punto consagrarse a su sueño de poder, que la
instruía en el seguimiento de los usos de los hombres. Llevó a vivir en la tienda a
una viuda para que ayudara en las tareas domésticas, e instruyó a sus hermanos y
hermanas para que cada uno realizara su parte. Incluso llevaba un rifle -heredado
de su padre-, en una época en que muchos hombres todavía dependían principal-
mente de sus arcos y flechas.
Su primera aventura guerrera llegó poco después de que ella y su familia termi-
naran el duelo inicial. Una partida guerrera de hombres partió de los campamen-
tos blackfoot tras las huellas de unos guerreros crows que les habían robado caba-
llos. Cuando esta partida ya había avanzado mucho en su camino, uno de sus
miembros se dio cuenta de que alguien les seguía a distancia. Resultó ser la joven,
armada y vestida para la batalla. El jefe de la partida le ordenó que regresara, la
amenazó, y finalmente le dijo que volvería con todo el grupo a casa si ella no se iba.
Se dice que ella se rió y le dijo: "Puedes regresar si quieres; yo continuaré sola."
Uno de los miembros de este grupo era un joven que era primo de la mucha-
cha -un hermano, según las relaciones de parentesco blackfoot- y se ofreció a
acompañarla él mismo de regreso a casa. Cuando la muchacha volvió a negarse, el
jefe de la partida encargó al primo que velara por la seguridad de la joven, de modo
que todos pudieran continuar su camino. Ella creció junto a este primo, aprendió
a cazar a su lado, y ambos se llevaron bien, en general.
La partida guerrera, con la muchacha, prosiguió la persecución durante varios
días antes de llegar a los campamentos enemigos de los crows. Hicieron una incur-
sión afortunada, entrando y saliendo del campamento muchas veces, a cubierto de
la noche, para sacar a los caballos selectos que sus dueños guardaban delante de las
tiendas. Se dice que la mujer y su primo fueron juntos y que ella sola capturó once
de los valiosos corceles. Antes del alba ya estaban montados en sus caballos roba-
dos y se dirigían de vuelta a su territorio, llevando delante de ellos al resto de lama-
nada capturada. Los crows descubrieron su pérdida por la mañana y persiguieron
a la partida durante un trecho. Pero los incursores podían cambiar de caballo
siempre que los que cabalgaban quedaban agotados, y de ese modo pronto dejaron
muy atrás a los perseguidores enemigos.
Quiénes son mis abuelas 55
de llevar su vestido de piel de ante, se puso unas ropas nuevas de guerrero, con
polainas, camisa y taparrabo. También llevaba un magnífico escudo de cuero
que le había regalado el hombre que se cas6 con la viuda que se había trasladado a
vivir a la casa de los huérfanos un poco antes.
La segunda expedición tuvo unos resultados excelentes, aunque un miem-
bro del grupo perdi6 la vida en ella. Capturaron una manada de más de seiscien-
tos caballos, y mataron a varios enemigos durante el combate que se produjo
cuando fueron descubiertos. La joven recibi6 dos flechas, que la habrían matado
si en vez de clavarse en su escudo se hubieran clavado en su cuerpo.
Cuando la tribu se reuni6 para la ceremonia de la tienda de medicina anual,
se requirió a la joven que se pusiera en pie con los otros guerreros y contara al
pueblo sus hazañas. Otras mujeres lo habían hecho, pero normalmente se pre-
sentaban en compañía de sus esposos y no habían llevado a cabo proezas tan in-
trépidas como ella. Cuando finaliz6 su relato, el pueblo la aplaudi6 con golpes
de tambor y gritos de guerra, como era costumbre. Se dice que luego el jefe prin-
cipal de la tribu, un hombre llamado Caminante Solitario, la honr6 de un modo
nunca visto para una mujer. Después de un breve parlamento y una plegaria, le
dio un nombre nuevo -Aguila Corredora-, un nombre antiguo que habían lle-
vado varios guerreros famosos de la tribu antes que ella. Además, la Sociedad de
Guerreros de los guerreros j6venes la invit6 a ser miembro de ella, honor que,
según se dice, también aceptó.
A partir de ese momento, Águila Corredora, la joven guerrera, fue el jefe, y
no una simple seguidora, de las partidas guerreras en las que particip6. No sé de-
cir en cuántas de estas expediciones tomó parte, ni cuántos caballos capturó, ni
los enemigos que mat6. Hay muchas leyendas sobre ello. También hay leyendas
sobre hombres que no podían aceptar que esta orgullosa mujer no quisiera tener
marido, y que intentaron por todos los medios conocidos hacerle cambiar de
idea sobre el matrimonio. Pero la cuesti6n qued6 zanjada cuando ella explic6
que el Sol se había aparecido en su visi6n y le había dicho que debía pertenecerle
sólo a ~l, y que ella no podría seguir viviendo si rompía este mandamiento.
Si Aguila Corredora vivi6 en el sendero de la guerra, también muri6 en él.
Sucedi6 en una ocasi6n en que dirigi6 una gran partida de guerreros contra la tri-
bu flathead en venganza por la muerte de varios hombres y mujeres que habían ido
a cazar y descuartizar bisontes. El grupo que parti6 en busca de venganza era muy
grande, y ella lo condujo directamente hasta el límite del campamento flathead du-
rante la noche. Al alba, después de esperar que sus pastores limpiaran el
Quiénes son mis abuelas 57
El pueblo kootenay vive junto a los bloods, hacia el oeste, al otro lado de las
Montañas Rocosas. En los tiempos del bisonte venían a menudo a nuestro terri-
torio de praderas para cazar. A veces estábamos en paz con ellos, y a veces luchá-
bamos. En ocasiones, nuestros hombres y mujeres se casaban con los suyos.
Los kootenays tuvieron una vez una mujer similar al Águila Corredora de
nuestras tribus, en el sentido de que dejó de lado sus tareas domésticas para dedi-
carse a cazar y a guerrear como los hombres. Sólo que esta mujer kootenay fue
un paso más allá al tomar a otra mujer como esposa. Su historia se menciona en
varios libros y diarios antiguos de los primeros comerciantes y viajeros. Claude
Schaeffer los utilizó en sus notas de campo inéditas para componer el siguiente
relato de la interesante carrera de esta mujer.
"Durante su estancia en Fort Astoria, Thompson reanudó su relación con
una mujer pintoresca y fuera de lo corriente de la tribu f!atbow. Esta mujer iba a
convertirse no sólo en el personaje más notorio de la historia primitiva de los
kutenay, sino también, y después de Sacajawea [una mujer shoshone que guió a
los exploradores blancos Lewis y Clark a través de su antiguo territorio tribal],
en tal vez la mujer más célebre de los indios de la altiplanicie de aquel período.
Además, fue en parte responsable de la expansión inicial de la Compañía de Pie-
les del Pacífico hacia el interior. Oso Gris Sentado-en-el-Agua, como fue conocida
por su pueblo, se casó con el criado de Thompson, Boisverd, en 1808. Éste la llevó
a vivir a un almacén de pieles, probablemente Kootanae House. Allí tuvo
58 La vida de la mujer piel roja
una conducta tan disoluta, contraria a las normas kutenai, que Thompson se vio
obligado a enviarla a su casa. Madame Boisverd explic6 a su pueblo que el hombre
blanco le había cambiado el sexo, en virtud de lo cual ella había adquirido poder es-
piritual. En lo sucesivo adopt6 un nombre masculino, se visti6 con ropas y armas
de hombre, se dedic6 a actividades masculinas y tom6 a una mujer como esposa.
"Su presencia posterior en Spokane House [un puesto comercial en lo que
ahora es el estado de Washington] se hizo molesta, y Finan McDonald, a fin de li-
brarse de ella[la envi6 junto con su compañera] con un mensaje paraJohn Stuart a
Fort Estekatadene, en la actual Columbia Britfoica. Las dos mujeres se perdieron,
siguieron el [río] Columbia hasta su desembocadura y fueron a parar al puesto de
Astor [cerca de Portland, Oregon, un viaje muy largo incluso en autom6vil]. Los
traficantes de Fort Astoria obtuvieron de la mujer 'importante informaci6n sobre
el interior del país' y decidieron enviar una expedici6n bajo el mando de David
Stuart.
"Al encontrar a la pareja en Fort Astoria, Thompson enseguida reconoci6 a
madame Boisverd y cont6 su historia a sus anfitriones. El 22 de julio, una partida
formada por el grupo de Thompson, David Stuart y sus hombres y las dos mujeres
kutenai parti6 hacia el interior. Las mujeres habían accedido a actuar de guías para
los hombres de Fort Astoria. Las profecías de madame Boisverd sobre la viruela y
otros acontecimientos temibles hechas durante el camino que siguieron a lo largo
del Columbia no habían gustado a los indios de la zona, por lo que, cuando estu-
vieron de regreso, ella y su compañera fueron objeto de amenazas. Las dos muje-
res, en un momento determinado, buscaron la protecci6n de Thompson, que
tranquiliz6 a las tribus del Columbia inferior respecto al futuro. Thompson y sus
hombres continuaron hasta el Snake, subieron por este río hasta Palouse, y luego
prosiguieron por tierra hasta Spokane House. El grupo de Stuart, guiado por las
dos mujeres, remont6 los ríos Columbia y Okanagan para establecer un puesto en
territorio de los indios shuswap.
"Se dice que madame Boisverd [Oso Gris Sentado en el Agua] y su compañera
continuaron hasta el puesto de la actual Columbia Británica y fueron atacadas por
indios hostiles, que hirieron a la primera en el pecho. Entregaron su mensaje a
John Stuart y regresaron al Columbia con una respuesta.
"En 1825, una mujer llamada Bundosh, descrita como una mujer que vestía
ropas de hombre y que era un personaje importante entre los kutenai, es men-
cionada en el diario deJohn Work, comerciante de la Compañía del Río Hud-
son de Flathead Post. Doce años más tarde, la travestida kutenai es mencionada
Quiénes son mis abuelas 59
en el diario de W.H. Gray, el misionero protestante, que viajaba hacia los Estados
Unidos en compañía de Francis Ermatinger, el comerciante flathead. Una parti-
da de flathead había sido rodeada por blackfeet, y Bowdash, como se la llama
aquí, había ido de un bando al otro tratando de mediar entre ambos. En su último
viaje engañ6 a los blackfeet, mientras los flathead, como ella sabía, escapaban ha-
cia Fort Hall. [Fue] muerta por los blackfeet tras salvar al grupo de flathead, el
pueblo con el que había estado en estrecha relaci6n en sus últimos años."
,
EL BLOOD QUE RECLAMO
A SU ESPOSA ROBADA
(Y luego puso nombre al hermano
de mi abuelo por el incidente}
En los tiempos anteriores a las armas de fuego y los caballos, la raz6n princi-
pal por la que nuestro pueblo iba a la guerra contra otros era la captura de mujeres
enemigas, o la recuperaci6n de las mujeres propias. Debido a esto, los matrimo-
nios intertribales eran una costumbre antigua, y, en realidad, no es probable que
existan en ninguna tribu miembros de pura sangre. Por los relatos que he oído,
no era infrecuente que todo un campamento de hombres fuera expulsado y sus
mujeres capturadas y llevadas a casa por los vencedores. Naturalmente, algunas
de las mujeres cautivas también morían, pero si aceptaban su destino y podían
trabajar, sus apresadores se casaban con ellas.
En la historia de mi familia hay varios casos de mujeres capturadas. El bisa-
buelo de mi madre apres6 una vez a una mujer de la tribu shoshone, que vivía en
el territorio situado al sur del nuestro. Se llamaban a sí mismos Pueblo del Río,
pero el signo que hacían para representar su nombre, hace mucho tiempo, signifi-
ca Serpiente en nuestra versi6n del lenguaje de signos, y por esto llamábamos Ser-
pientes a este pueblo. El bisabuelo de mi padre era un guerrero llamado Cima
Grande, y tuvo un hijo con esta mujer shoshone antes de que los hermanos de és-
ta fueran a rogarle que la pusiera en libertad. Cima Grande le dio la libertad, ya
que tenía otras esposas de su propio pueblo. Guard6 consigo al hijo, pero la mu-
jer ya estaba embarazada de siete meses de otro. El hijo que se qued6 con él fue
con los años el Pequeño Oso que dio nombre a mi familia. El que la mujer dio a
luz después de dejar a los bloods fue Pocatello, un célebre jefe shoshone del que la
ciudad de Pocatello, Idaho, tomó el nombre.
60 La vida de la mujer piel roja
Pequeño Oso tuvo varios hijos, entre los cuales el padre de mi padre y un fa-
moso danzarín y "gentleman indio" llamado Araña. Araña obtuvo su nombre
a raíz de un famoso incidente en el que se vio envuelta otra mujer cautiva. He
aquí el relato.
Un blood llamado Tienda Pintada de Amarillo partió a la caza del bisonte
con un grupo de compañeros. Mientras estaban fuera, su campamento fue ataca-
do por una partida guerrera cree, que capturó a la mayoría de las mujeres. Cuan-
do los hombres regresaron estuvieron muy apenados por su pérdida, pero sabí-
an que los crees los superaban mucho en número y por esto no trataron de
seguirles. Tienda Pintada de Amarillo oyó decir que su esposa había sido captu-
rada viva, por lo que planeó el modo de recuperarla.
Tienda Pintada de Amarillo tomó consigo varios caballos y otros objetos
para dárselos al cree a cambio de su esposa. Poco después llegó al campamento
cree y averiguó en qué tienda se hallaba su mujer. Tienda Pintada de Amarillo
besó a su esposa cuando la vio. Ella le dijo que temía por sus vidas porque el
hombre que la tenía cautiva poseía una medicina muy poderosa.
Los crees habían ido a cazar. Al regresar, el capturador preguntó: "¿Quién
es nuestro visitante?" La mujer dijo: "Es tu hermano." El cree había visto los ca-
ballos fuera, por lo que sabía cuál era la intención de la visita de Tienda Pintada
de Amarillo. Sin embargo, no deseaba entregar tan fácilmente a la mujer. Dijo:
"Te mostraré el poder de mi medicina. Si tú eres más fuerte, tomaré tus caballos
y podrás recuperar a tu mujer."
El cree sacó de una bolsita una figura de madera pintada de rojo que repre-
sentaba a un hombre. El cree empezó a cantar y a tocar el tambor, y pronto la fi-
gura se puso en pie y se dirigió hacia Tienda Pintada de Amarillo. Su esposa le
gritó: "¡No dejes que esto te toque o serás hombre muerto!" Tienda Pintada de
Amarillo desató una bolsita de cuero que llevaba sujeta a su trenza de atrás. Sacó
de la bolsa un pedazo de cuero cortado en forma de araña. Arrancó un poco de
hierba y puso a la araña encima mientras cantaba su propia canción de poder.
Cubrió a la araña con la mano durante un momento y sopló entre sus dedos.
Cuando levantó la mano la araña se había convertido en una araña de verdad y
andaba alrededor del manojo de hierba.
Tienda Pintada de Amarillo depositó la araña en el suelo, justo en el camino
del hombrecillo del cree. La araña saltó hacia delante y agarró a la figurita. En un
instante envolvió a la figura con sus hilos y la arrastró tras de sí mientras se enca-
ramaba a uno de los palos de la tienda.
Quiénes son mis abuelas 61
Voy a contaros algo sobre las iniciaciones sagradas por las que he pasado a lo
largo de mi vida de más de setenta años a fin de haceros ver que una mujer puede to-
mar parte en nuestra cultura tribal. Como mi padre me quería mucho, me llevaba
consigo a toda clase de ceremonias a las que asistía. Su nombre era Acero, y era fa-
moso por haber recibido más iniciaciones sagradas que nadie de aquí, entre los blo-
ods. Poseía varios paquetes de pipas distintos e ingres6 muchas veces en la Sociedad
de los Cuernos. Vivi6 hasta casi llegar a centenario, y muri6 no hace muchos años.
Cuando yo era pequeña, mi padre me compr6 un dibujo de tienda pintada.
El dibujo fue pintado en un tipi nuevo para realizar la ceremonia de transferen-
cia. No era un tipi grande, era tan s6lo un pequeño tipi lo bastante grande para
que los niños pudieran jugar en él. Mi madre me lo construy6 para que pudiera
usarlo con mis amigos. Contrataron a un anciano para que dirigiera la ceremo-
nia, de modo que yo fuera adecuadamente iniciada para el ti pi. Mi madre se sen-
tó en el ti pi conmigo, como compañera mía. No era la única niña que había reci-
bido un tipi de éstos. Había unos pocos más.
Mi hermana y yo estábamos en el internado. Eran los tiempos en que ni siquiera
nos dejaban ir a casa para asistir a la Danza del Sol. Mi madre llegaba a la escuela y
montaba el ti pi en verano. Lo levantaba al lado mismo del colegio, y nadie decía nada.
Ponía un pequeño revestimiento de tipi con dibujos pintados en él. Curtía varias pie-
les de animales pequeños y las ponía en el interior del tipi como alfombras. Incluso
confeccionaba bolsitas de cuero y las ponía repartidas por dentro de la tienda, igual
que en una tienda normal. A veces, cuando se dirigía a visitarnos en el colegio, mi ma-
dre se detenía en la tienda de Cuervo de Pico Largo [el comerciante R.N. Wilson] y
compraba muchas cosas de comer. Después me decía que invitara a todas mis amigas
en el tipi y ella servía una gran comida, con toda clase de productos y de bayas. A ve-
ces, incluso las monjas salían y se sentaban en el pequeño tipi con nosotras.
El dibujo de mi tipi era muy bonito. Lo recibi6 en un sueño un anciano de an-
taño. La cubierta estaba pintada de amarillo y tenía cuatro líneas de círculos de co-
lores que iban del extremo superior hasta el fondo. Los círculos representaban es-
trellas, y había una hilera de ellas en cada una de las cuatro direcciones -este, oeste,
norte y sur. No sé durante cuántos años tuve este ti pi, pero al final se estrope6 y de-
Quiénes son mis abuelas 63
sapareció. Nunca he pintado este dibujo en otra cubierta, y ahora mismo podría
transferir el dibujo a otra persona si me lo pidieran.
También fui iniciada a compartir la posesión de un paquete de una pipa de me-
dicina cuando era muy pequeña. Cada uno de estos paquetes es propiedad de un
hombre y una mujer, y con ellos va un niño que lleva la envoltura especial del mo-
ño y la cinta de piel para la cabeza que se guardan con el paquete. Por esto me lo
transfirieron a mí, y yo me sentaba delante mismo de las personas principales cada
vez que se celebraba la ceremonia de la apertura del paquete. He estado entre paque-
tes de pipas de medicina toda mi vida, y conozco todos sus cantos y ceremonias.
Mokakin y yo nos casamos en 1921. Su nombre significa Tasajo, aunque hoy se
le conoce también con el nombre de su tío, Costillas de Águila. Todavía éramos
muy jóvenes cuando hicimos la promesa de guardar el paquete llamado Pipa de Me-
dicina de la Parte Posterior del Fuego. Lo tratamos muy bien. Tenía mucho miedo
de hacerle algo malo, pues existen muchas reglas y regulaciones que hay que obser-
var. Los que nos iniciaron en ello eran la auténtica gente de antaño, por lo que fui-
mos iniciados a la manera antigua. La ceremonia duró un par de días. Nos iniciaron
incluso en la manera de acostarnos por la noche y de levantarnos por la mañana.
Vivimos muy bien junto a este paquete de la pipa de medicina. Lo sacaba fuera
todas las mañanas, antes de salir el sol, como era costumbre. Siempre tenía que en-
cender un fuego en la cocina para poder hacer incienso antes de sacar el paquete
fuera. Lo vigilaba durante el día para que no le ocurriera nada mientras colgaba fue-
ra. Los trípodes que acompañan a los paquetes son para esto, para colgar los paque-
tes. Pero cuando la gente empezó a vivir en casas se limitó a clavar un clavo grande
en la parte de atrás, del que podía colgar el paquete durante el día. Antes de que se
pusiera el sol volvía a hacer incienso y volvía a poner el paquete dentro de la casa.
Hacía incienso una vez más antes de acostarnos. Así es cómo aprendimos realmen-
te a rezar. Ésta es una de las razones por las que tienes que hacer incienso a menudo
para tus paquetes, ya que así aprendes a rezar. Desde entonces he estado rezando
continuamente, y hoy todavía rezo.
Algún tiempo después de que obtuviéramos por primera vez este paquete de
pipa de medicina, nos transfirieron un gran tipi con un dibujo pintado. Procedía
de la división blackfoot. Era la Tienda Pintada con la Nutria Amarilla. Más tarde
también tuvimos la Tienda Medio Pintada de Rojo y la Tienda Pintada de Amari-
llo. Contando la tienda pintada que tuve de niña, he tenido cuatro tiendas sagradas
a lo largo de mi vida. Cada una tiene sus propios poderes, y su historia, y puedo in-
vocarlos en mis plegarias y obtener ayuda de este modo. Esta es nuestra fe religiosa.
64 La vida de la mujer piel roja
cía de la tribu. Hacían cumplir las leyes tribales y las órdenes de los jefes. Los
Perros Bravos se han revitalizado recientemente, y los Cuernos casi se extin-
guieron hace unos años. Un grupo de hombres más jóvenes tomó el relevo justo
a tiempo. Ahora estos grupos más jóvenes cuentan con mi esposo, Mokakin, pa-
ra enseñarles lo que tienen que hacer. Él es ahora su abuelo.
Los Cuernos son la sociedad secreta de los hombres, y las Motokiks son la
sociedad secreta de las mujeres. He pertenecido a esta sociedad durante muchos
años. Ostenté en ella una de las funciones principales, a la que pertenecía un pa-
quete con lo que llamamos un tocado de serpiente, que yo sólo sacaba y me po-
nía en ciertas ceremonias sagradas. En los últimos años, un grupo de mujeres
más jóvenes ha entrado en esta sociedad. Como Mokakin con los Cuernos, yo
actúo de consejera para estos nuevos miembros. Soy su abuela. Ésta es la recom-
pensa que Mokakin y yo hemos recibido por nuestra fe en las costumbres sagra-
das de nuestro pueblo. He tomado parte tan a menudo en todas estas antiguas ce-
remonias que podría dirigirlas todas si nuestras costumbres no exigieran que los
directores de las ceremonias fueran hombres.
compartido una larga vida -tiempos buenos y tiempos malos. Nos hemos he-
cho más sabios con las experiencias que hemos tenido.
Nuestras transferencias sagradas son las cosas que nos dan más fuerza en la
vida. Creíamos en nuestra religi6n, tal como nos la habían transmitido nuestros
ancianos. Por cada cosa importante que hacían en la vida había una transferen-
cia -una iniciación. U na persona que ya ha experimentado esta transferencia y
lo sabe todo acerca de ella iniciará a un recién llegado. Puede ser para un paquete
de una pipa de medicina, o tal vez para un paquete de una sociedad. Éstas son co-
sas que nos hacen vivir -las ceremonias y los significados de estas iniciaciones
nos enseñan sobre la vida, y por esto tratamos de aprenderlas. Es lo mismo que
para un hombre blanco estudiar y aprender un oficio. Te ganas la vida con ello.
S6lo que en los viejos tiempos no trabajaban por dinero. S6lo trabajaban por bi-
sontes y caballos del enemigo y por cosas bonitas.
En nuestra vida india, Mokakin y yo nó hacíamos lo que queríamos. Toma-
mos posesión de estos diferentes paquetes de medicina, y cada uno tiene sus pro-
pias iniciaciones. Por ejemplo, para confeccionar los mocasines sagrados que se
llevan en algunas ceremonias hay una iniciaci6n. Hay otra para arreglar estos
mocasines. Existe otra para hacer las bolsas de cuero en las que guardamos la
pintura sagrada. Hacen incienso y guían nuestra mano en todos los primeros
movimientos, para cortar, para coser y para rematar el trabajo. Y mientras tanto
todos están rezando. Cada vez que recibimos una iniciación de éstas, nos pinta-
mos la cara. Esto significa que recibes otra cosa por la que vivir, y estas cosas se
van sumando.
Pero hoy en día la mayoría de las personas no tienen mucho interés por estas
costumbres tal como nos han sido transmitidas. Quieren practicarlas a su mane-
ra. Tienen sus propias ideas sobre el hecho de ser indios. Confeccionarán ob-
jetos sagrados o dirán que conocen una ceremonia cuando nunca se han pintado
la cara para hacer estas cosas. Establecen sus propias normas y utilizan las cosas
transmitidas por el Creador. Veo que a mi alrededor suceden estas cosas y creo
que esto es malo. Y no me importa hablar claro y decir lo que pienso. Soy una
mujer anciana, y he sido iniciada y recibido el derecho a muchas, muchas cosas
en la vida.Todos los bloods mayores lo saben. Cuando digo lo que pienso, algu-
nos pueden creer que soy una mandona. Pero todo el mundo sabe que es tradi-
ci6n nuestra respaldar lo que uno dice con sus iniciaciones. Los jefes de la tribu
siempre recibieron la mayoría de las transferencias y tuvieron a su cuidado los
principales paquetes. Tengo los derechos de muchas cosas de las que ni siquiera
Quiénes son mis abuelas 67
hablo porque no quiero complicar demasiado las cosas. Pero tenemos que ceñir-
nos a la sabiduría de nuestros antepasados, y no querer ser más listos que ellos ha-
blando sobre el Creador y todo lo creado.
Empez6 a gustarme Mokakin cuando estaba en el internado -San Pablo,
aquí en la reserva. Esto era en los tiempos en que vivíamos en el colegio práctica-
mente todo el año. Crecimos allí, mi hermana y yo. Mi padre planeaba escoger-
me un esposo para cuando saliera del colegio. Quería a alguien de una familia ri-
ca, alguien que recibiera muchas transferencias y cuidara bien de su familia en
este aspecto. Y o quería casarme con Mokakin, y por esto un día él vino a buscar-
me a caballo. Me escapé del colegio y huimos juntos. En aquellos tiempos, los pa-
dres aún escogían a los esposos de sus hijas.
Hoy en día, los j6venes ni siquiera piden consejo a sus padres sobre el matri-
monio. Se buscan uno al otro, aun cuando todavía sean jóvenes. Cuando éramos
jóvenes, siempre nos hacían estar con otras chicas. Nuestras madres, tías y pa-
rientes nos vigilaban muy de cerca. No permitían siquiera que un solo chico ron-
dara por allí.No sabíamos lo que era ir a dar un paseo solas. Tan pronto como os-
curecía, teníamos que estar dentro de la casa. Esto era así sobre todo durante los
campamentos de las Danzas del Sol. Ahora los chicos hacen lo que les viene en
gana, de día y de noche. Os digo que era mucho mejor cuando la vida era estricta.
En el colegio hablaron de meter aMokakin en la cárcel por haberme llevado
consigo.Era mayor que yo. Pero yo tampoco era tan joven. Ya tenía intención
de dejar el colegio, y mi padre ya estaba buscando un yerno. Pero mi padre no
quería a Mokakin, así que me fui con él. Después de esto tuvo que aceptarle, ya
que yo era su Minipoka, su niña especial.
DOS HERMANITAS
por la hermana de Paula Cabeza de Comadreja,
Annie Cuervo Rojo
siempre me escapaba. Siempre prefería jugar con mis amigas. No me trataban mal
en absoluto, pero sin duda tenía celos porque mi hermana recibía un trato espe-
cial. Hacía cosas para molestarla. Le hacía muecas, cuando nadie nos veía, y la lla-
maba, "¡Ponah, Ponah!", decía en voz baja, y cuando ella miraba y veía mis mue-
cas se ponía realmente furiosa. Su verdadero nombre es Mujer Diferentes
Personas, pero la llamaban Paula, como me llamaban a mí Annie, Paula !ron y
Annie !ron, nos llamaban en el colegio. Las personas mayores no sabían pronun-
ciar Paula, y por esto la llamaban Ponah, y este nombre le ha quedado para siem-
pre.
Ya desde la época de nuestra juventud, mi hermana supo muchas cosas sobre
las costumbres indias. Confeccionábamos muñecas con tela y cuero, y les ponía-
mos cabellos auténticos. Ella sabía la manera de hacerlas muy bien. Tenía un pe-
queño tipi pintado, que incluso le fue transferido con una ceremonia. Después de
esto empezó a poner mala cara a nuestros padres porque no tenía un paquete de pi-
pa de medicina para su tipi. Nuestros padres tuvieron varios de ellos, en distintas
épocas. De modo que le hicieron un pequeño paquete de pipa de medicina para
que lo colgara en su tipi. Cuidaba de él igual que nuestra madre cuidaba de los de
verdad -así es cómo aprendió a cuidar tan bien los paquetes de medicina. Este pe-
queño paquete que tenía no le fue transferido, era sólo una imitación. Pero había
un par de paquetes pequeños que eran transferidos a los hijos de personas acomo-
dadas. Uno de ellos se encuentra aún entre los bloods. Se lo conoce como la pipa de
medicina de los niños. Cuando mi esposo, Frank, todavía vivía hicimos transferir
este paquete a una de nuestras nietas favoritas.
Cuando mi hermana quería algo, lo que fuese, sólo tenía que ir a mi padre y
portarse bien, y él se lo conseguía. Si portarse bien no resultaba, entonces ponía
mala cara hasta que se lo daba. Si lo hacía yo, mi padre se ponía furioso y me expul-
saba. Nuestra familia tenía una buena situación en cuanto a caballos y propieda-
des. Mi padre solía hacerle a mi hermana caballitos de juguete y les ponía crin au-
téntica. Tenía un pequeño travois o narria que podía enganchar a algunos de esos
caballitos. Uno de ellos tenía cuatro muñequitas que sacaban la cabeza del bulto
del travois, como los niños de verdad. Tenía incluso pequeños paquetes que imita-
ban a los de la Sociedad de los Cuernos y de las Motokiks. Por esto ingresó en estas
sociedades siendo aún joven. Y o ingresé en las Motokiks no hace mucho, ya de
VlfJa.
Recuerdo un día, cuando éramos jóvenes, en que sin duda puse las cosas difí-
' ciles a mi padre y mi hermana. Todas las mañanas nos pintaba la cara para que
tuviéramos buena suerte durante el día. Mientras nos pintaba delante del altar
Quiénes son mis abuelas 69
familiar rezaba. Las personas ancianas solían hacerlo todo el tiempo. Mi hermana siem-
pre insistía en que la pintaran primero, y mi padre siempre se lo consentía. La llamaba
para pintarla, y yo huía y me escondía. No tenía ganas de que me pintaran la cara.
Ahora bien, aquella mañana en concreto Ponah todavía no se había levanta-
do. Le dije a mi padre: "Date prisa y píntame, porque voy a montar a caballo." Él
respondió: "Espera, tu hermana todavía duerme." Pero yo insistí en darle prisa y
finalmente dije: "Si no lo haces ahora mismo, hoy no me pintaré la cara." Debió
de haber estado pensando cómo reaccionaría Ponah si me pintaba a mí primero.
Pero finalmente accedió a pintarme la cara y yo pude irme y dejarle en paz.
Tan pronto como me hubo pintado, salí corriendo, pero me olvidé por com-
pleto del paseo a caballo. Me quedé rondando junto a la ventana para poder mirar
adentro y ver si mi hermana ya estaba levantada. Finalmente vi cómo se sentaba
en la cama. Tenía un cabello muy largo, y mi madre estaba peinándoselo. Luego
mi padre dijo a mi madre que la llevara fuera. No teníamos lavabos en aquellos
tiempos. Cuando volvieron a entrar, yo ya estaba sentada dentro. Ponah no deja-
ba de mirarme, pero no decía nada. Creo que sabía que algo andaba mal, pero no
sabía qué. Mi padre le dijo a mi madre que le diera de comer. Ella preguntó a mi
madre:" ¿Hay huevos?" Yo le dije: "Sí, ahí fuera hay un gran pájaro volando y tie-
ne huevos muy grandes." Mi madre se enfadó conmigo, pero yo me limité a decir:
"Bueno, ella quiere huevos, y yo sólo quiero ayudarla." Me dijo que me callara.
Así pues, los huevos fueron cocidos y servidos a Ponah en una fuente. Se dis-
ponía a tomar el primer bocado cuando yo la llamé suavemente: "¡Ponah!" Me
miró y yo señalé mi cara. Se puso a chillar: "¡Tiene la cara pintada!", y se echó ha-
cia atrás, tiró al suelo la comida y no dejaba de gritar como si la hubieran herido:
"¡Tiene !acara pintada!" Mi padre se levantó de un salto y yo salí por la puerta co-
rriendo lo más deprisa que pude hacia donde estaba mi caballo. Nadie me cogió,
pero me gritaban: "¡Vuelve, que te lavaremos la cara para que podamos pintarla a
ella primero!" Ya casi estaba junto a mi caballo y contesté: "No, yo ya estoy pin-
tada, ¿por qué debería querer quitarme la pintura otra vez?" Por lo general, me
limpiaba la cara inmediatamente después de que me pintaran, pero esta vez con-
servé la pintura todo el día. Mi hermana se quedó llorando.
RECUERDOS DE INFANCIA
por Paula Cabeza de Comadreja
Cuando éramos pequeñas aprendimos a hacer las tareas domésticas mirando
a nuestra madre, observando cómo hacía las cosas. Era muy trabajadora y era
70 La vida de la mujer piel roja
muy buena en todo. Esto era en los tiempos en que las mujeres todavía trataban
a los hombres como reyes; no hacían nada para ayudar en casa. Mi padre se sen-
taba y fumaba su pipa, o cantaba canciones y conversaba, y dejaba que mi madre
le sirviera y se hiciera cargo de todo. Éramos muy j6venes, y por esto ella tam-
poco nos hacía trabajar a nosotras. Solamente jugábamos y mirábamos.
No vivíamos en una casa muy grande cuando éramos pequeñas. Pero era
una casa buena y cálida hecha de troncos. Mi padre siempre procur6 a mi madre
una casa de troncos aparte en la que cocinar. En ella tenía mesas y sillas, y la tenía
a su gusto. Siempre empezaba su tarea cortando algo de leña y luego limpiando
su zona de trabajo. Si había que preparar una comida, cocinaba. Si no, se sentaba
y cosía o hacía labores de abalorios. Nunca permanecía ociosa. Mi hermana y
yo aprendimos bien de ella a no estar ociosas.
Durante el día, mi padre a menudo ensillaba el caballo y se iba de visita. Ca-
balgaba hasta la casa de su madre. Su padre tuvo varias esposas y todas ellas eran
madres de mi padre. Otras veces iba a visitar a diferentes parientes y amigos. En
la época anterior a mi nacimiento, mi padre había ido a la guerra con algunos de
esos amigos, y siempre hablaban de aquellos tiempos en que iban juntos. Lama-
nera de actuar consentida de mi padre era un resto de aquellos tiempos en que
los hombres guerreaban, cazaban y cuidaban de los caballos de la familia, y las
mujeres hacían todas las tareas domésticas.
Mientras mi padre se iba con el caballo, mi madre se quedaba en casa con no-
sotras y hacía su trabajo. A veces cosía cosas para nosotras, o curtía pieles para
hacer alfombras o vestidos. Miraba el sol, y cuando éste llegaba a cierto punto
del cielo encendía el fuego para preparar la comida. Hacía té, porque sabía que
mi padre pronto estaría de vuelta. Siempre regresaba antes de la noche. Cuando
entraba, ella le servía el té. Él se sentaba en su sitio, al fondo de la habitaci6n,
junto al altar y debajo de sus paquetes. Tornaba su té despacio, y cuando había
bebido la mitad tiraba el resto. Creo que lo hacía para demostrar quién mandaba
allí. Sin duda, tenía un elevado concepto de sí mismo.
Mientras mi padre tomaba el té, yo me sentaba muy cerca de él. Me acaricia-
ba, y mi hermana se sentaba al otro lado de la habitaci6n y me hacía muecas.
Cuando la comida estaba lista, mi madre servía a mi padre, y yo comía de supla-
to, con él. Mi hermana pensaba que yo era una auténtica malcriada.
Cuando era pequeña tenía mi propio saco de carne seca. Mi madre siempre
me llevaba consigo a recoger las raciones del gobierno, una vez por semana.
Cuando regresábamos a casa con ellas, empezaba a cortar la carne. Me sentaba a
Quiénes son mis abuelas 71
su lado y hacía todo lo que hacía ella. Tendía una cuerda a lo largo de la habita-
ción, cerca del techo, en la que colgaba las tiras de carne para que se secaran. Po-
nía una cuerda para mí y yo colgaba mis propias tiras. Tenía mis propias bolsas
de serbas, amelanquieres y otras bayas, que yo misma había secado. Mientras las
recogía y las secaba, mi padre me confeccionaba bonitas bolsas con las pieles de
becerros nonatos y otros animales pequeños. En aquellos tiempos guardaba to-
das mis cosas en bolsas.
A veces tenía mucha carne seca almacenada y mi madre me decía: "Hierve
un poco de tu carne, no tenemos nada para comer en esta casa." Me ponía en pie
de un salto y empezaba a cocinar. Mi hermana y yo teníamos utensilios de coci-
na iguales que nuestro padre nos había comprado en el almacén. Teníamos pe-
queños pucheros de hierro fundido, de aquellos que tienen tres patas cortas para
sostenerse. En blackfoot los llamamos "los que tienen pezones". Eran unos pu-
cheritos realmente encantadores.
Sacaba mi pucherito de tres patas y preparaba la comida. Por lo general, mis
comidas consistían en carne seca, que yo hervía con un poco de grasa y bayas se-
cas. Esto era un entrenamiento para cuando fuera mayor.
Siempre servía primero a mi padre. U na vez estaba sirviendo mi comida y le
llegó el turno a mi hermana. Dijo: "No voy a comer nada de su comida porque
las moscas han tenido mosquitas encima de ella y me da asco comerla." Yo me
puse a llorar y mi padre me miró y dijo: "¿Qué le ha pasado a mi niña?" Mi her-
mana salió corriendo antes de que pudieran reñirla.
Mi hermana se fue al internado antes que yo. Entonces fue cuando aprendí
más sobre nuestras antiguas tradiciones y religión, porque estaba junto a mi pa-
dre todo el tiempo. Mi padre y mi madre cuidaban muy bien de sus cosas sagra-
das, y mi padre aprendía todo cuanto podía sobre ellas. No es extraño que llega-
ra a una edad muy avanzada. A nadie se le había ocurrido nunca ponerse delante
de él o de su altar. Esto estaba estrictamente prohibido en nuestra religión.
Finalmente, tanto mi hermana corno yo estuvimos en el internado, y apren-
dimos muchas cosas de las monjas. Nos enseñaban las maneras de vivir moder-
nas, pero ahora incluso estas cosas se consideran pasadas de moda y se pierden.
Cuando terminamos la escuela ambas nos casamos y fuimos a vivir en casa de
nuestras suegras respectivas. Y entonces fue cuando aprendimos realmente có-
mo se hacían las cosas y cómo es la vida, después de casarnos. El resto era sólo un
entrenamiento para llegar a este punto, pero nuestra vida real no empezó hasta
después de casarnos y tener hijos.
72 La vida de la mujer piel roja
La madre de Mokakin sabía hacer realmente bien las tareas de las mujeres, y
era agradable vivir con ella. Me parecía que todo lo que hacía resultaba bien. Y
también era muy piadosa y sabía mucho sobre nuestra religi6n. Ella y su esposo
habían poseído muchos paquetes de medicina. Yo observaba c6mo trabajaba con
los abalorios y me maravillaba de lo perfecto que le quedaba. Creo que de la madre
de mi esposo aprendí mucho sobre el modo de ser una buena esposa y ama de casa.
Después de casarme eché mucho de menos a mi padre y a mi madre. Incluso
cuando todos acampábamos para la Danza del Sol, mi madre se instalaba lejos de
nosotros y apenas la veía. Estaba muy chapada a la antigua y por esto no se ponía
muy cerca de donde estaba su yerno. Venía a nuestro ti pi muy temprano y nos tra-
ía comida. Nos llamaba desde fuera y decía: "Aquí os dejo algo de comida ya pre-
parada." Ésta era la costumbre antigua. O me decía que fuera a su tipi más tarde.
Cuando tenía tiempo iba a verla y ella solía tener un par de mocasines adornados
con abalorios para mi suegro. Esto era otra costumbre, el que la madre de la esposa
hiciera mocasines para el padre del esposo. Cuando iba a recogerlos, no podía que-
darme de visita mucho rato porque en aquellos tiempos se consideraba incorrecto
que yo permaneciera mucho tiempo en cualquier sitio que no fuera mi propia ca-
sa. En aquella época no se veía a las mujeres respetuosas circulando ociosas por los
campamentos, haciendo visitas y charlando.
En los días de mi juventud había algunas mujeres que eran bien conocidas por
sus costumbres disolutas. Solían ser mujeres mayores, de más edad que yo. A me-
nudo eran divorciadas o viudas. La gente tenía diversas expresiones para referirse
a ~Has. Decían: "Tiene un hijo blanco" (engendrado por alguien de la ciudad) o
"Esta tiene un padre blanco". Estas mujeres por lo general no se relacionaban con
los demás porque sus amigos se avergonzaban de ellas. En mi juventud realmente
no sabíamos mucho sobre esto, sólo oíamos comentarios. No conocíamos los de-
talles por nosotras mismas, sólo conocíamos rumores. Hoy en día a nadie le preo-
cupa mucho este tipo de conducta porque es muy frecuente. Esto es un signo de lo
mucho que ha cambiado la vida en mis tiempos.
dre, en una ocasión, tuvo uno de estos paquetes. Su padre se llamaba Khi-soum
-Sol-y era el principal hombre del castor de los bloods. Él y sus esposas lo sabí-
an todo acerca de las aves y animales que había en el paquete. Debía haber cente-
nares de ellos, todos despellejados y curtidos. Algunos llevaban cosidos abalo-
rios de vidrio a modo de ojos. Otros estaban rellenos de pelo para parecer reales.
A nosotros, los niños, nos pintaban y bendecían por algunas de estas cosas. Mi
abuelo Khi-soum era un auténtico hombre del castor, era igual que un obispo.
Sabía todas las numerosas canciones relativas al paquete, y conocía todas las le-
yendas y ceremonias. Los hombres del castor conocían el clima y el cambio de
las estaciones. Llevaban la cuenta de los días y de las lunas por medio de palos
que guardaban en sus paquetes. Estaban encargados de la Danza del Sol y de las
Ceremonias del Humo Sagrado que todavía celebramos durante las noches de
invierno.Tenían incluso pipas de medicina en sus paquetes. Se las llamaba pipas
del cas:or, o pipas de agua, porque en ella es donde nuestro pueblo las recibió
por pnmera vez.
Miembros de la sociedad de mujeres blood, las Motokiks, construyendo la tienda de su
reunión anual en el centro del campamento de la Danza del Sol. Esta fotografía es de
1891, pero todavía acampamos aquí todos los veranos. (!'OTO, GLENBOW-ALBERTA INSTI-
TUTE)
Ponah y yo (arriba) durante una de sus
muchas visitas a mi casa de las montañas.
Abajo: Ponah sentada en nuestro tipi du-
rante un día frío de la Danza del Sol y
compartiendo una de las dpicas pipas pe-
queñas de señora de los blackfoot. (FO·
TOS: ADOLF HUNGRY WOLF)
Tres generaciones sentadas tomando el aire en el campamento de la Danza del Sol. Yo,
mi abuela, AnadaAki (Hilda Estrangula-al-Lobo), y mi madre, Bonita-Mujer-Cuervo
(Ruth Pequeño Oso), en 1977. (FOTO: ADOLF HUNGR Y WOLF)
Tres importantes mujeres blood.s .t punto para una celebración en la décacll de 1920. De
izquierda a derecha vemos a Mujer-Doble-Victoria, Cara-Pesada y Agarra-a-un-Hom-
bre. Eran directoras de ceremonias sagradas, miembros de la socieclld de las Motokiks y
estaban c.tSJ.da.s con hombres principales. Salvando la tela de sus vestidos y la gorra del
centro, tienen el aspecto que podrían haber tenido hace doscientos años. (FOTO: GLE.."\·
BO~'·ALBFRTA P.'STITUTE)
Tres generaciones en los años veinte de este siglo. Mi da Mary Un Lunar esd en el cen-
tro. A la derecha está su madre, la futura señora de Arnold Lupson, y a la izquierda, su
abuela. (FOTO: AR.NOLD LUPSON, GLENBOW· ALBERTA INSTITUTE)
La madre de mi tía Mary, calentando té y secando tajadas de carne en un fuego de campa-
mento al aire libre en los años veinte. (FOTO: ARNOLO LUJ>SON, GLF.NBOW-ALBERTA INSTI-
TUTE)
La abuela de mi tÍa Mary está descarnando una piel de cría como preparación para el cur-
tido. Utiliza un utensilio para raspar en forma de L con una hoja metálica fijada en el la-
do cono. La gente mayor solía hacer una sopa con los restos de grasa que se habían raspa-
do. Abajo: La anciana tÍa de mi tfa Mary machacando bayas frescas con su piedra y su
mortero mientras fuma su pequeña pipa de señora. Después de machacar todas las bayas,
hacía pastelitos con ellas y los dejaba secar al sol. (FOTOS: ARNOLD LUPSON, GLENBOW-
ALBERTA INSTITUTE)
El niño de mi tía Mary, Freddie Un Lunar, tendido en el tipo de hamaca que mis abuelas
sujetaban entre dos palos del ti pi. Por la noche las bajaban al suelo para que los fantasmas
no se subieran por los palos del ti pi para molestar a los bebés. (Foro: AR.NOLD LUPS01'.
GlENllOW·AlBERTA INSTITUTE)
El padrastro de mi tía Mary, Arnold Lupson, delante de la nueva casa de troncos que aca-
baba de construir para la madre de mi tfa, que era su esposa india. Ella aparece en el mar-
co de la puerta. (Foro: GlENBOW·AlBERTA !NSTITUTE)
Mi cía Mary Un Lunar, de la tribu Sarcee, que son antiguos aliados de mis antepasados.
Aba10: Mi cía Mary Un Lunar con su primogénito envuelto en una bolsa de musgo-una
bolsa de ante o de tela llena de musgo seco y suave que sirve para que el niño esté bien
acolchado y también como pañal. (FOTOS: ARNOLO LUPSON. GLENBOW-ALBERTA INSTITU·
TE)
Yo y mi hijo pequeño, Iniskim. Una de mis
primas mayores realizó el bordado floral
con abalorios y yo monté la cuna de tabla.
Hay una emoción especial en despertarse en un ti pi. Creo que esto ha contri-
buido a que el hecho de vivir en ti pis se haya convertido en algo tan popular en-
tre muchas clases diferentes de personas en los últimos años. Incluso entre los
indios hay una tendencia a volver a utilizar tipis en los campamentos tribales.
Los tipis son un vínculo estético con nuestro pasado ancestral, además de unas
viviendas bellas y prácticas para acampar.
Esto se incrementa en gran medida cuando el tipi forma parte de un campa-
mento sagrado tradicional, como la Danza del Sol de mi pueblo. Todavía acam-
pamos repartidos en familias y bandas, como parte de un gran círculo tribal. Es-
te círculo siempre comprende a la mayoría de nuestros ancianos, que esperan
con ilusión este acontecimiento anual durante todo el año. Además, el círculo
parece crecer de año en año ya que cada vez hay más jóvenes de nuestro pueblo
que descubren la fuerza espiritual que se puede recibir con esta experiencia.
Me encanta despertarme temprano una mañana de verano y oír a algún an-
ciano que canta en una de las tiendas. Otro anciano recorrerá el círculo del cam-
pamento para anunciar los acontecimientos del día, y añadirá unas palabras de
consejo y aliento. Ésta es nuestra forma tradicional de difundir las noticias y la
información.
Pero lo mejor del campamento de la Danza del Sol es que puedo visitar a to-
das mis distintas abuelas -tanto mis verdaderas parientes como aquellas ancia-
nas con las que tengo una estrecha amistad. El campamento de la Danza del Sol
91
92 La vida de la mujer piel roja
las hace sentirse realmente muy cerca de su antigua manera de vivir, por lo que
es el mejor momento para aprender sobre los usos de mis abuelas. Intento prepa-
rar lo mejor que puedo todo lo que necesito para mi propia familia antes de la
Danza del Sol a fin de poder disponer de mucho tiempo para ayudar a mis abue-
las y aprender de ellas. Siempre están contentas de tener a alguien cerca que haga
pequeñas tareas para ellas, y ésta es la mejor manera de aprender a realizar co-
rrectamente las faenas tradicionales.
Admiro la dedicación que mis abuelas muestran por sus costumbres tradi-
cionales. Hace que me dé cuenta de lo muy difícil que es superar el estilo de vida
en que hemos sido educados los más jóvenes. Hoy en día tenemos la libertad de
mantenernos en las formas de vida modernas o de vivir de acuerdo con nuestros
usos tradicionales, si queremos. Hasta hace poco, a nuestras generaciones más
jóvenes no se les daba la posibilidad de realizar esta elección. Pero, con todo, es
difícil decidir qué valores emplear para tomar decisiones sobre el estilo de vida
que queremos seguir. Y mientras tanto nuestros mayores van muriéndose y lle-
vándose consigo sus conocimientos tradicionales.
Muchos de nuestros jóvenes tienen una idea muy confusa acerca de lo que
significa ser realmente un indio. Aun cuando tengan libertad para aprender so-
bre sus tradiciones -en la escuela incluso se les anima y se les enseña a hacerlo-,
muchos de ellos parecen no querer tener nada que ver con nuestros usos anti-
guos. Todas las numerosas generaciones de propaganda del gobierno y de los
misioneros contra nuestras costumbres no se pueden superar en unos pocos
años.
Por ejemplo, muchos jóvenes no tienen más conocimiento de nuestros pa-
quetes de medicina tribales que el hecho de temerlos. No comprenden que estos
paquetes son símbolos sagrados mediante los cuales se ayuda y se educa a nuestra
gente. A menudo, ni siquiera los hijos de personas que son guardianes de estos
paquetes saben nada sobre ellos, excepto que deben mantenerse alejados de
ellos. No puedo decir que los padres sean tampoco de ninguna ayuda en estos ca-
sos. Tal vez porque muchos padres también están empezando a aprender nues-
tras antiguas costumbres, no saben bastante todavía para enseñar a sus hijos.
Nuestros jóvenes necesitan mucho que se les aliente y se les guíe para aprender
sobre estas cosas e intentar poner en práctica algunas de ellas.
Recuerdo que, cuando empezaba a preguntar a mis abuelas acerca de sus an-
tiguas costumbres, a veces me desanimaban y me hacían sentir tonta por tener
estos intereses. Cuando empecé a llevar faldas y vestidos largos, incluso mi abue-
Aprendiendo de mis abuelas 93
la me dijo que no debería hacerlo. "Pareces una anciana", me dijo. Aun cuando
su fe en estas tradiciones era muy fuerte, se les había hecho creer que no había fu-
turo en este mundo para sus hijos y nietos si no desechaban estos usos antiguos.
Pero, una vez que mis abuelas vieron que mi interés por aprender sus cos-
tumbres antiguas era sincero, me animaron mucho. No creían que a ninguna de
las muchachas jóvenes nos interesara saber cortar bien la carne para secarla o po-
ner las suelas en los mocasines de modo que se pudiera andar bien con ellos.
Creo que les gustó saber que ellas tenían algo muy especial que ofrecernos a los
jóvenes, aunque les costara un poco creer que los tiempos habían cambiado lo
suficiente como para hacer que los jóvenes quisiéramos aprender.
Creo que la historia de los indios a menudo ha pasado por alto a las mujeres.
Recibimos la impresión de que las mujeres se limitaban a realizar sus monóto-
nas tareas cotidianas y no tenían ninguna ilusión ni nada de que hablar. Cuando
era joven creía que las mujeres indias de antaño eran vendidas y tratadas como
esclavas, pues esto es lo que decían los libros. He descubierto que en algunas tri-
bus las mujeres no eran demasiado bien tratadas, pero en otras eran iguales a los
hombres, y en algunas incluso actuaron como jefes y guías.
En realidad, cuando uno juzga la vida tradicional de mis abuelas de acuerdo
con los valores modernos puede decir, en efecto, que llevaban una vida muy du-
ra y que eran muy maltratadas. La mujer moderna se rebelaría contra la obliga-
ción de llevar a casa pesadas cargas de leña en medio del frío invierno mientras su
marido se quedaba sentado en casa fumando y atendiendo a sus amigos. Y sin
embargo mis abuelas lo hacían mientras podían andar, y no se sabe que se queja-
ran. También llevaban agua que recogían a través de los agujeros que cortaban
en la superficie helada del río. Pero mis abuelos, a su vez, pasaban fuera innume-
rables días y noches gélidos en esos mismos fríos inviernos, buscando caza para
llevar a casa, o defendiendo a sus familias de enemigos acechantes, o caminando
varios centenares de kilómetros para llevar a casa los caballos necesarios y el ho-
nor social. Los tiempos han cambiado tanto que apenas podemos imaginar las
dificultades cotidianas con las que se enfrentaban nuestros antepasados. Por esta
razón es muy difícil hacer juicios sobre su forma de hacer las cosas.
Diré tan sólo que en la cultura de mi pueblo el trabajo de las mujeres era ge-
neralmente respetado y honrado, pues los hombres sabían muy bien que no po-
drían vivir sin ellas. La gente de antaño consideraba un gran honor el que las mu-
jeres tuvieran y criaran a los niños, asegurando con ello que en el futuro habría
personas. Igualmente honorable era la tarea femenina de crear las tiendas que
94 La vida de la mujer piel roja
do lo había puesto todo, lo envolvía con la cubierta del tipi, que sujetaba muy
bien al tren de rodaje.Yo solía acompañar a mis abuelos a la Danza del Sol, ya
que así podía hacer diligencias para ellos. Mi hermano se quedaba en casa para vi-
gilar los caballos de mi padre. Cuando llegábamos a los terrenos de la Danza del
Sol mi abuela era la que lo disponía todo para nuestra acampada. Ponía todas sus
pertenencias en montones bien hechos sobre el suelo. Luego extendía los palos
del tipi. Y a tenía marcados los cuatro palos principales en el lugar donde había
que atarlos. Primero los ataba y después hada que los hombres los levantaran.
Utilizaban una cuerda larga de cuero para tirar de los palos. Luego les mandaba
que fueran levantando el resto de los palos que constituían el armaz6n del tipi
hasta que todos estaban colocados. Había unos veintiocho o treinta de estos pa-
los. El principal es aquel al que se sujeta la cubierta del tipi, y mi abuela ordenaba
a los hombres que lo colocaran en último lugar. Para cerrar la parte delantera de
la cubierta utilizaba unos espetones de palo de entre nueve y catorce centíme-
tros de largo. A estos espetones les llamamos botones. Abotonaban el tipi desde
arriba hasta la puerta. Mi abuela solía llamar a algún chico para pedirle que se su-
biera al ti pi y sujetara los botones de arriba. Siempre llevaban consigo una esca-
lera para subirse a él.
Cuando la cubierta estaba colocada, mi abuela entraba dentro y empezaba a
separar los palos hacia fuera para que la cubierta se tensara y el ti pi quedara bien
colocado en su sitio. Luego sacaba su paquete de estacas y daba la vuelta al tipi
lanzando una estaca en cada lugar de la parte inferior de la cubierta en que había
un lazo. Después se arrodillaba y con su pequeña hacha aseguraba el ti pi ponien-
do las estacas a través de los lazos y clavándoles la punta en el suelo. Había dos
palos más, que ella clavaba en la punta de las orejas del ti pi. Con ellos controlaba
el tiro del humo del fuego que encendía en el interior del ti pi.
Cuando mi abuela ya tenía arreglado el exterior de su tipi, entraba dentro
para colocar el revestimiento. Se trata de la larga cortina que cuelga alrededor
del interior del ti pi e impide que el viento penetre en él. Está atado a los palos del
tipi deforma que el viento sople hacia arriba y empuje el humo hacia fuera. Ata-
ba la larga cuerda del revestimiento al palo principal, el que está situado al fondo
y sostiene la cubierta. Desde allí llevaba la cuerda hacia la entrada por ambos la-
dos. Hacía un lazo con ella en torno a uno de cada dos palos y sujetaba los dos ex-
tremos a los palos de cada lado de la entrada.
Luego sacaba su mejor revestimiento y lo extendía en el lugar en que iba a es-
tar la cama principal-la suya y de mi abuelo. No era directamente en el fondo,
El campamento de mi abuela 97
mirando desde la entrada, sino un poco hacia el sur. Los paquetes de medicina
colgaban directamente en el fondo, en el lugar de honor. Luego colgaba el resto
de sus revestimientos, hasta llegar a la entrada. A continuación instalaba las ca-
mas poniendo en el suelo los colchones y colocando los respaldos en sus trípo-
des. Se colocaba un respaldo en cada extremo de cada colchón, y esto constituía
un lecho completo. En un ti pi caben fácilmente seis camas, pero por lo general
sólo se ven cuatro: dos en el lado sur y dos en el norte.
Después apilaba sus parfleches entre los trípodes de los respaldos. A veces se
ponen alrededor del ti pi para que mantengan sujeta la parte inferior del revesti-
miento, ya que están pesadamente cargados de carne seca y tasajo. A modo de al-
fombras y sábanas de debajo del colchón siempre utilizaba pieles con el pelo ha-
cia fuera. Casi nunca disponían de pieles de bisonte, por lo que utilizaban sobre
todo pieles de vaca. Y o la veía trabajar mucho y curtir de ese modo un gran nú-
mero de pieles; mi abuela lo hacía.
Cuando el interior del tipi estaba arreglado, instalaba el trípode de cocinar
en el centro. En él colgaba sus marmitas sobre el fuego, generalmente por medio
de una cadena. Tan pronto como había terminado el duro trabajo de montar el
tipi, empezaba a preparar una comida. Mi abuelo por lo general daba una vuelta
por el círculo del campamento, anunciando en voz alta que invitaba a cenar a de-
terminados visitantes, ya en la noche del primer día que pasaban allí.
Los hombres salían a estacar a los caballos, esto es, a los caballos de montar.
Dejaban que los caballos de tiro, los que arrastraban los carros cargados, fueran a
pacer. Luego ponían las sillas y arneses dentro, junto a la entrada y hacia el sur.
Si había una tienda suplementaria los dejaban en ella, y si mi abuela recibía de-
masiados visitantes también los alojaba allí.
Si el visitante era una persona muy conocida llevaba consigo a su familia al
tipi. De lo contrario, sólo iba el hombre, o llevaba a su esposa, si ésta había sido
invitada. Como no hay ninguna población ni ningún almacén cerca de los terre-
nos de la Danza del Sol, mi abuela tenía que prepararse antes de ir al campamen-
to. Solían permanecer en él durante tres o cuatro semanas, y recibían a un gran
número de visitantes a los que había que dar de comer. Mi abuela consumía mu-
cha comida durante ese tiempo.
¡Oh, Dios mío! Todavía me acuerdo muy claramente del aspecto del ti pi de
mi abuela cuando estaba completamente moblado y lleno de invitados. Como
mi abuelo era un jefe religioso, solía tener a personas importantes de visita, por
lo que desde el principio me enseñaron a no molestarlas ni a alborotar en el tipi.
98 La vida de la m11jer piel roja
LA COCINA DE MI ABUELA
Mi tío,Joe Cabeza Pesada, era el que hacía por lo general los trabajos duros y
las tareas de fuera del ti pi. Era el hijo mayor y salia dormir hacia el fondo de la
tienda. Cuidaba de los caballos e iba al bosque a buscar agua y leña. Mi abuelo no
tenía tiempo para estas tareas porque era un guía religioso. La gente lo tenía ocu-
pado haciendo anuncios en el campamento o cuidando sus paquetes de pipas de
medicina. Mi abuela tenía también muchos deberes religiosos que cumplir. Al-
gunos días hacía todo el trabajo de la jornada por la mañana porque luego iba a
estar el resto del día ocupada en sus tareas religiosas.
Aprendiendo a acampar
como mis abuelas
campamento, pregunta: "¿Es una tienda de cinco metros y medio o de seis?" Les
sorprende que los indios no clasifiquen los tipis de esta manera. Dirán más bien:
"Es un ti pi de cuatro bandas, o de cinco bandas", refiriéndose al número de bandas
de lona empleadas para hacer la cubierta. Lo más frecuente es que los indios des-
criban sus tiendas diciendo simplemente que son pequeñas, grandes o muy grandes.
Nuestro primer tipi no era muy grande. Tenía sólo cuatro bandas y media de
lona de 1,20 metros de ancho, una encima de la otra, contando la parte de atrás del
tipi levantado. En aquel momento sólo teníamos que vivir en él tres personas. Mi
madre y yo lo hicimos en dos días, y utilizamos material por valor de unos cien dó-
lares. El trabajo se hizo deprisa porque mi madre ha hecho muchos tipis y utiliza la
máquina de coser de pedal para coser la mayor parte de la tela. Incluso viene gente
de otras tribus pidiéndole que les cosa sus tipis. Se siente tan honrada y tiene tantos
deseos de complacer que apenas cobra nada por su trabajo. Esto probablemente
contribuye a que aumenten los pedidos.
Mi madre usa otro tipi como modelo cuando empieza a cortar las piezas para
hacer uno nuevo. Prefiere utilizar uno que se haya montado varias veces y haya de-
mostrado tener una forma correcta. U nas ligeras variaciones en las medidas y en el
cosido pueden dar como resultado una gran diferencia cuando uno intenta montar
el tipi correctamente. Hay tipis que acaban estando muy bien montados, y otros
que no.
Tomábamos todas las medidas al aire libre, en la pradera junto a la casa de mi
madre. Todavía me acuerdo muy bien de aquel día porque era un día tÍpicamente
ventoso y tuvimos muchas dificultades para impedir que volaran las piezas de lona.
Numeramos las bandas de lona y luego las cosimos dentro de casa.
Cuando hubimos cosido las bandas, volvimos a salir al viento para marcar cosas
como la abertura de arriba, las aletas y la entrada. Hubo que cortar todas estas cosas,
hacerles el dobladillo y reforzarlas. Mi madre prefiere usar tela de algodón para ha-
cer los refuerzos. Dice que la lona añade demasiado peso a la cubierta. Ésta es otra
diferencia entre los usuarios de tipis indios y no indios. Hoy en día estos últimos
con frecuencia viven en sus tipis durante todo el año y necesitan cubiertas fuertes y
resistentes. La mayoría de los indios, por otra parte, sólo utilizan los tipis durante
unas semanas cada año y les interesa que la cubierta sea lo bastante ligera como para
poderla poner y quitar fácilmente cuando se trasladan de powwow en powwow. A
diferencia de los usuarios modernos, los indios raramente ponen impermeabiliza-
dor en las cubiertas. Les añade demasiado peso y hace que el polvo se pegue a la lona
y la ensucie.
Aprendiendo a acampar como mis abuelas 105
Tuvimos que sacar al viento la cubierta nueva por tercera vez para cortar la
forma redonda de la base. Después de cortarla, le hicimos el dobladillo y cosi-
mos lazos a su alrededor. En estos lazos se introducen las estacas que sujetan el ti-
pi al suelo. Los lazos de lona que acostumbramos a utilizar son bonitos, pero
creo que se rompen más fácilmente que los ojales de metal de los ti pis comercia-
les. Cuando los vientos de la pradera empiezan a soplar, estos lazos tienen que
soportar una gran tensión.
Aunque, con la ayuda de mi madre, no me tomó mucho tiempo confeccio-
nar mi primera cubierta de tipi, fue difícil trabajar con tanta lona. Me maravillé
de la habilidad de mis antepasados, cuyos tipis a menudo eran igual de grandes,
pero estaban hechos con pieles de bisonte grandes y pesadas en vez de lona. Se
habrían necesitado doce o catorce de estas pieles para hacer un tipi como el nues-
tro. ¡Imaginemos lo que sería levantar todas estas pieles unidas en una sola pieza!
Además, hubiera tenido que rascar y curtir todas esas pieles, y luego habría teni-
do que coserlas a mano, usando tiras de tendón en vez de hilo. No habría dis-
puesto de tijeras para cortar, ni de alfileres para embastar; sólo mi cuchillo y un
punzón para hacer los agujeros por los que introducir el tendón.Naturalmente,
en aquellos tiempos vivían en sus ti pis todo el año, y las gruesas pieles les calenta-
ban mucho más que nuestra lona. Imaginemos lo que sería estar en un tipi en
enero, a cuarenta grados bajo cero, con una tempestad de nieve terriblemente
fría soplando a través de cada poro y abertura de nuestro único refugio.
En los tiempos del bisonte de mis abuelas, varias de ellas se juntaban para
ayudarse mutuamente en la confección de sus tipis. Cuando una mujer tenía
curtidas todas las pieles necesarias y los tendones preparados, invitaba a sus ami-
gas y parientes para realizar el trabajo. Preparaba una gran comida y tabaco para
los descansos. A veces conseguía que una anciana, antes de comenzar, hiciera
unas plegarias y pintara la cara de las trabajadoras con el fin de asegurar que se
iba a construir un nuevo hogar bien hecho. La mayoría de las familias se procu-
raban un tipi nuevo cada año, junto con un nuevo juego de palos que obtenían
de los pinos de las colinas o de los bosques próximos a las montañas.
Algunos tipis de piel de bisonte eran bastante pequeños, y otros bastante
grandes. Entre los antepasados de mi padre había un famoso jefe cuyo tipi era
tan grande que habían de empaquetarlo en dos secciones. Cuando lo erigían te-
nían que unir la parte de delante y la de atrás, y no sólo la de delante. Este jefe te-
nía varias esposas y muchos hijos, por lo que había muchas personas que podían
trabajar en la confecci6n y levantamiento de una tienda tan grande. Su nombre,
106 La vida de la mujer piel roja
animales hembras se pinten en el lado del tipi en que, por la parte de dentro, se
sientan los hombres (el lado norte), mientras que los animales machos se pintan
en el lado opuesto, donde se sientan las mujeres. Nadie parece conocer el origen
de esta tradición, ni su significado.
La parte principal de nuestro tipi estaba pintada de amarillo, para represen-
tar las arenas de las corrientes fluviales donde viven las nutrias. En este tipi utili-
zamos pinturas al 6leo porque las pinturas de tierra de antaño son escasas y difí-
ciles de encontrar, en especial algunos colores, como el amarillo. Alrededor de
la base del tipi pintamos una ancha banda negra con proyecciones redondeadas
que simbolizaban las colinas pr6ximas a los arroyos donde viven las nutrias. Pa-
ra esta banda y para el cielo nocturno pudimos haber empleado carb6n vegetal
mezclado con grasa y agua caliente, pero hicimos una pintura uniforme usando
6leo en toda la cubierta. En aquel momento no sabíamos que esto haría que ésta
fuera dos veces más pesada que la lona original. Sin embargo, también lo conver-
tía en uno de los ti pis más cálidos e impermeables del lugar.
Antes de que mi nuevo tipi estuviera listo para poder acampar, tuve que co-
ser las cortinas de revestimiento que cuelgan de los palos alrededor del interior
del ti pi. No tenía idea de lo importante que era esto. Por consiguiente, me limité
a coser dos largos rectángulos de la lona que había sobrado después de hacer la
cubierta. Ponah y Mokakin nos prestaron uno de estos revestimientos antiguos
con dibujos pictográficos que representaban historias guerreras, por lo que me
figuré que ya lo teníamos todo a punto.
A prop6sito, el lector tal vez se preguntará por qué digo "mi tipi." Una de
nuestras tradiciones ancestrales es la de que el tipi y su contenido doméstico per-
tenecen a la mujer. Si se separa de su marido, éste se queda a la intemperie, aun-
que por lo general se va a vivir con sus parientes o amigos. El diseño del tipi es
tranferido a los dos esposos juntos, pero la cubierta en el que está pintado le per-
tenece a ella.
El transporte de los palos del tipi al campamento es habitualmente el mayor
problema de todo el traslado. Los que tienen la suerte de disponer de un buen re-
molque que un vehículo pueda arrastrar ven c6mo se abusa de su amabilidad.
Mokakin tenía uno de estos remolques, y le he visto transportar seis o siete jue-
gos de palos de tipi al campamento en el espacio de unos pocos días. La mayoría
de los palos miden al menos diez metros y medio, y por lo general hay unos
veinte en cada juego, por lo que constituyen una carga pesada y difícil de mane-
jar. Sin embargo, hay gente que consigue sujetar sus juegos de palos encima de
108 La vida de la mujer piel roja
jetamos los extremos del alambre en dos palos opuestos del tipi para impedir
que caiga.
Lo peor del fuego descubierto era el humo, que convertía muchas de mis se-
siones de cocina en agonías lacrimosas. Además, este fuego limitaba el tipo de
comidas que podía preparar, y fácilmente quemaba todo aquello que no coda
con el fuego adecuado. Por iíltimo, los fuegos abiertos lanzaban chispas por to-
do el ti pi, que quemaban la ropa de cama y eran un peligro para los ocupantes,
cada vez que utilizaba un tipo de leña inadecuado. Al principio creía que gran
parte de los problemas que me causaba el fuego eran debidos al uso de madera
inadecuada (el pino era peor, y el álamo era mejor), pero descubrí que el más li-
gero cambio en la dirección del viento impedía que el humo subiera correcta-
mente. A menudo se acumulaba justo en el nivel en que yo trabajaba. Otro pro-
blema era el de tener a mano suficiente leña seca, ya que la leña húmeda en un
fuego descubierto es un auténtico desastre.
En algunos aspectos, mi campamento no es muy diferente del de mi bisabue-
la cuando mi madre vivía con ella. Utilizo ropa de cama, trípodes y respaldos si-
milares, y un baiíl para los vestidos y utensilios de danzar. Tengo un fuego y un
altar para hacer incienso para los paquetes de medicina. Y lo mejor es que tengo
un tipi que da a cada experiencia de acampada ese buen espíritu perenne de mis
antepasados.
Pero también instalo dentro de mi tipi una mesa para cocinar. No me crié en
el suelo como mis abuelas, y por esto me resulta difícil estar cómoda cuando tra-
bajo de esta manera mucho tiempo. Tengo una lámpara de keroseno, y un refri-
gerador para el agua de beber, y un par de sillas para los ancianos a quienes les
cuesta levantarse y sentarse. También llevo mucha fruta y verdura, y otras cosas
de comer que mis abuelas habrían considerado muy lujosas. Pero a menudo mis
abuelas me felicitan por mis esfuerzos, incluso con las novedades incorporadas,
y siempre saborean mis comidas cuando les sirvo la antigua combinación de car-
ne seca hervida con patatas, servida con pan frito y seguida de un plato de bayas.
Con todas las comodidades modernas y la amplia selección de comida que ofre-
cen los comercios, es agradable ver que los sencillos usos de mis abuelas todavía
satisfacen y que muchos incluso los consideran exquisiteces y placeres especia-
les.
Las danzas
de mis abuelas
EN LOS TIEMPOS antiguos había básicamente sólo dos tipos de danzas públi-
cas. U na era la Danza de Guerra, que realizaban los guerreros a punto de partir
por el sendero de la guerra. Danzaban para aumentar sú valor y su entusiasmo.
Las mujeres permanecían a su alrededor y les apoyaban cantando y lanzando
gritos de guerra, pero no danzaban realmente. La otra danza se celebraba cuan-
do los guerreros regresaban, si traían cabelleras consigo y no habían sufrido ba-
jas. Esta Danza de las Cabelleras la hacían principalmente las mujeres, las espo-
sas, madres y hermanas de los que habían conseguido las cabelleras, así como las
que habían estado de luto por un pariente muerto a manos del enemigo. Estas
mujeres sostenían bien alto las cabelleras recién cortadas en la punta de un palo
mientras se entregaban a una danza de victoria, que incluía muchos gritos y ges-
ticulaciones. Después de las danzas, las cabelleras por lo general se tiraban.
Además de las dos danzas públicas, la gente de antaño celebraba también
muchas danzas ceremoniales. La participación en estas danzas se limitaba gene-
ralmente a los miembros iniciados. U na de ellas era la Danza de la Pipa de Medi-
cina, que se realizaba al menos una vez al año para cada paquete de pipa de medi-
cina. Los hombres danzaban por turnos con diversos artículos de los paquetes.
Las mujeres por lo general permanecían en segundo término y danzaban sin
moverse de su sitio, doblando las rodillas y lanzando un grito de vez en cuando,
para ayudar e inspirar a los hombres que danzaban. Hay un paquete de pipa de
medicina al que se asocia la costumbre insólita de permitir a las mujeres danzar
111
112 La vida de la mujer piel roja
con su contenido al igual que los hombres, turnándose una después de otra. Se
trata de la Pipa-del-Fondo-Hacia-el-Fuego, que ha pertenecido a Paula Cabeza
de Comadreja y de la que hablamos en otro lugar.
Hay otra tradición común a todos los paquetes de pipas de medicina que
también permite danzar a las mujeres. Esto se da cuando una mujer se encuentra
en peligro dé muerte y ella o un pariente suyo invoca a los poderes de una deter-
minada pipa sagrada para que la salven. Si sobrevive, está autorizada a danzar
con la pipa sagrada u otra parte de su paquete. No obstante, su danza es muy dis-
creta y seria comparada con la danza general de la pipa de medicina ejecutada
por los hombres. Se considera una bendición muy especial, por la que se espera
que la mujer y sus parientes darán generosos regalos en forma de mantas y otras
cosas a los guardianes del paquete. Esta costumbre todavía se observa hoy en día.
Para muchas mujeres ha sido su única oportunidad de estar tan cerca de uno de
los objetos sagrados de la tribu.
Los paquetes del castor de mis antepasados tenían ceremonias aún más com-
plejas que los de las pipas de medicina. Estos paquetes contenían las pieles con-
servadas de casi todas las especies de aves y animales que vivían en el territorio de
nuestra tribu. Cada una de estas pieles tenía una o más canciones, que se canta-
ban a lo largo de la ceremonia. Al mismo tiempo, los participantes danzaban
con las pieles e imitaban al ave o al animal con movimientos simbólicos. Algu-
nas de estas danzas las ejecutaban los hombres, y otras las mujeres, y en varias de
ellas participaban todos juntos. Una de las danzas finales simbolizaba el aparea-
miento del bisonte. Dos cada vez, los hombres y mujeres danzantes se empareja-
ban y hacían cuanto podían para imitar los actos del bisonte salvaje, con gran re-
gocijo por parte de la multitud de espectadores.
Otra danza ceremonial en la que las mujeres imitan las acciones del bisonte
es la que realiza la antigua sociedad de las mujeres, las Motokiks. Tengo entendi-
do que esta sociedad antaño estaba activa en todas las divisiones de la Nación
Blackfoot, pero hoy en día sólo pervive entre los bloods. Todos los años, duran-
te el campamento de la Danza del Sol, los miembros del grupo instalan una tien-
da especial dentro del círculo del campamento. Durante cuatro días celebran sus
reuniones y ceremonias religiosas., la mayoría de las cuales son privadas. Los
hombres sólo toman parte en algunas de estas ceremonias, especialmente en las
danzas públicas, en las que cuatro hombres con carracas cantan las canciones de
la danza. Los miembros llevan antiguos tocados que guardan dentro de sus pa-
quetes de medicina durante la mayor parte del año. Estos, junto con los N atoas
Las danzas de mis abuelas 113
utilizados en la Danza del Sol, son los únicos paquetes de medicina que pertene-
cen específicamente a las mujeres, y toda la tribu los tiene en gran estima.
Cuando terminaron los tiempos de las partidas guerreras y del cortar cabe-
lleras, a finales del siglo pasado, la antigua Danza de las Cabelleras evolucion6
hasta convertirse en una danza social conocida como la Danza del Círculo o la
Danza de la Cola Larga. Era una danza lenta en la que la gente se unía de manos y
brazos y se movía hacia un lado en grandes círculos. Hombres, mujeres y niños
tomaban parte en esa danza, pero viendo fotografías antiguas parece que los
danzantes eran las más veces filas de mujeres. Esta danza aún se realiza, aunque
con un ritmo ligeramente más rápido, bajo el nombre actual de Danza Circular.
Es la versión nativa de una "danza lenta'', y se solicita a menudo cuando los dan-
zantes rápidos empiezan a estar agotados.
Otra danza popular para hombres y mujeres es la llamada Danza del Búho.
Tiene un vivo ritmo de golpes de tambor alternativamente fuertes y suaves con
el que generalmente la gente danza en parejas, una detrás de otra, en una línea
circular u ondulante alrededor del terreno de danza. Algunos hombres vestidos
con ropas de fantasía danzan solos, mientras que otros lo hacen con una mujer
en cada brazo. Incluso los ancianos parecen disfrutar mucho con esta danza,
aunque cuando eran j6venes las costumbres tribales desaprobaban la exhibición
de intimidad necesaria para ejecutarla correctamente. Como la mayoría de las
nuevas danzas de estilo indio que practican los bloods, ésta procede de otras tri-
bus.
Las danzas siempre fueron importantes para las actividades de galanteo de
mis abuelas. Eran de las pocas ocasiones en el pasado en que los hombres y las
mujeres jóvenes podían estar en compañía -aun cuando las jóvenes estaban por
lo general bien vigiladas. Todo el mundo se ponía sus mejores vestidos con el fin
de tener un aspecto agradable. Los que ya se gustaban de antemano se esfor-
zaban en mandarse señales y mensajes, si bien la comunicaci6n directa habitual-
mente estaba prohibida hasta después del matrimonio. Mi abuelo, Willie Pluma
de Águila, nos contó lo siguiente sobre las danzas públicas de sus tiempos de ju-
ventud, hacia 1920:
"En una danza, las señoras se sentaban a un lado y los hombres en el otro.
Antes de asistir a la danza, una muchacha pensaba en su amigo. Pensaba: 'Me
pondré mi mejor vestido para que se fije en mí.' Un hombre soltero pensaba lo
mismo. Las mujeres se sentaban y observaban, y los tambores empezaban con
una buena canción. Los hombres danzaban del mejor modo que sabían con el
114 La vida de la mujer piel roja
fin de impresionar a sus enamoradas. Eran como los nuevos danzantes -movían
las caderas como los danzantes blancos que parece que bailen solos. Los hom-
bres danzaban lo mejor que podían y todo el tiempo miraban a sus enamoradas.
Lo hacían muy bien: algunos sabían c6mo lanzar buenas miradas furtivas a las
muchachas.
"Los hombres a quienes les gustaba presumir se pintaban la cara, y las muje-
res s6lo observaban. Los que se exhibían danzaban muy despacio para que todo
el mundo pudiera verlos bien. Siempre ponían muy buena cara. Hacia el final de
la danza tenían los ojos al lado de la cabeza, ya que así es c6mo miraban a sus ena-
moradas toda la noche. Las mujeres hacían lo mismo cuando se levantaban y
formaban sus Danzas del Círculo."
Un aspecto interesante de las Danzas del Círculo era que las mujeres podían
llevar los tocados especiales de sus esposos-los de plumas caudales de águila, que
se sostienen derechos, y los de pieles de comadreja y cuernos. Eran tocados sa-
grados, por los que los esposos habían sido iniciados. En el momento de la trans-
ferencia hacían que sus mujeres también fueran pintadas y bendecidas para que
pudieran tener derecho a llevarlos. Esta costumbre derivaba de las antiguas
Danzas de las Cabelleras, en las que las mujeres llevaban los vestidos de sus espo-
sos y sostenían sus armas mientras danzaban con las cabelleras.
Había incluso tocados especiales, del estilo de los tocados de los hombres,
que se transferían s6lo entre mujeres y se usaban durante las Danzas del Círculo.
Tengo entendido que había cuatro de ellos entre los bloods, pero probablemen-
te fueron enterrados con sus últimas propietarias.
Estas explicaciones sobre la danza no serían completas sin algunos comenta-
rios sobre las danzas actuales, ya que éstas forman parte de los acontecimientos
culturales en los que todavía participan muchas personas de mi pueblo. Cuando
se observa a los danzantes y las danzas indias actuales se puede ver enseguida que
sus raíces proceden de las danzas antiguas que he descrito. Sin embargo, como
en todas las cosas de la vida, han tenido lugar muchos cambios durante las gene-
raciones y tiempos recientes. Las mujeres participan en prácticamente todas las
danzas. Se han visto algunas muchachas vestidas con vestidos masculinos de fan-
tasía, entre ellos taparrabos y tocados, y realizando versiones modernas de la
Danza de Guerra de antaño. Otras se han presentado en el terreno de danza con
minifaldas de ante y otras modas actuales similares. Incluso se permite danzar a
las que visten pantalones y blusas de calle, siempre que lleven el chal obligatorio
en los hombros.
Las danzas de mis abuelas 115
Uno de los placeres de observar a las mujeres en estas danzas actuales es que
algunas aparecen ataviadas con bellos vestidos tradicionales que es raro ver en
otras ocasiones. En las danzas de los bloods, algunas mujeres llevan hermosos
vestidos de ante y de tela artesanal heredados de abuelas que los confeccionaron
en los viejos tiempos. Otras llevan vestidos nuevos copiados de los antiguos. En
los últimos años ha habido un renacimiento de los estilos de vestir tradicionales,
tanto entre los hombres como entre las mujeres. Antes de esto, los hombres a
menudo experimentaban con nuevos estilos inspirados en otras tribus e incluso
otras naciones, mientras que las mujeres permanecían mucho más fieles a sus
propios estilos tribales.
El estilo más frecuente de danza india, hoy en día, es la Danza de Guerra mo-
derna, o Danza de Fantasía, en la que los hombre realizan muchos pasos y movi-
mientos giratorios rápidos. Antiguamente, las mujeres siempre se limitaban a
contemplar este tipo de danza. Pero hoy se puede ver a las mujeres en el terreno
de danza en cada serie, excepto en las que se anuncian como específicamente re-
servadas a los hombres, que son generalmente las danzas de concurso. Hay se-
ries aparte de danzas de concurso para las muchachas y las mujeres, durante las
cuales los hombres sólo miran. Las mujeres deben danzar con gracia y modestia,
no con pasos y giros rápidos. Se las juzga por la suavidad de sus pasos, el fluir de
sus manos y cuerpos, y por su aspecto general. El público indio se divertía cuan-
do señoras no indias hacían apariciones ocasionales en los terrenos de danza tra-
tando de combinar el ritmo rápido de los tambores con vivos pasos de baile de
salón, y sin comprender en absoluto el sentido de la modestia y la suavidad. En
tiempos recientes, sin embargo, algunas de las muchachas más jóvenes se han
aficionado a estilos de danza más nuevos que son una especie de cruce entre los
de los hombres y los de las mujeres. A menudo visten estilos modernizados de
vestidos indios, con flecos largos y finos que acentúan sus rápidos movimientos.
Algunos grupos de chicas y mujeres jóvenes incluso han invadido el terreno tra-
dicionalmente masculino de tocar el tambor y cantar en los powwows, y son
objeto de elogio por sus esfuerzos. En el pasado, las mujeres que deseaban cantar
las pegadizas tonadas de los powwows tenían que contentarse con permanecer
alrededor de los tambores y cantores masculinos y ayudarles con agudas voces
de falsete que a menudo añadían armonías de belleza inolvidable.
Mitos y leyendas
de mis abuelas
de estos orígenes religiosos legendarios y son las receptoras de los rituales religiosos
más importantes que se describen. Aunque en todos los aspectos de nuestra cultura
se hace hincapié en la virtud, es interesante observar en estos relatos que la mayoría
de los rituales son ofrecidos a mujeres después que éstas han tenido relaciones insóli-
tas con seres místicos. Por lo general, los seres místicos dan los rituales a los esposos
o padres de las mujeres. Esto está de acuerdo con nuestras tradiciones tribales, que
permiten que un hombre recupere su honor tras haber violado a la esposa o la hija
de otro haciendo generosos regalos al marido o a los padres. No obstante, el esposo
puede rechazar los regalos y quitar la vida a la esposa o al amante, o a ambos.
Otro hecho interesante acerca de nuestras leyendas tribales es que explican los
orígenes de muchos espectáculos y fenómenos naturales por los que los niños nor-
malmente sienten curiosidad. Además de los relatos específicos sobre los orígenes
de las ceremonias y objetos religiosos, y de cosas tales como las estrellas y las conste-
laciones, tenemos las numerosas leyendas de Napi, en las que se explican los oríge-
nes de todo, desde las tierras y montañas hasta las acciones de coser y curtir. Care-
ciendo de los conocimientos cientificos del mundo moderno, mis abuelas
aceptaban estos orígenes legendarios como respuesta a cualquier pregunta. Muchas
personas, hoy en día, podrían considerar primitiva esra actitud, pero era perfecta-
mente adecuada cuando a las personas les preocupaba principalmente vivir en ar-
monía con la naturaleza más que perseguir teorías científicas. En otros términos,
todo lo que mis abuelas no podían explicar a sus hijos basándose en un conocimien-
to de hecho, lo explicaban mediante el relato de un mito o una antigua leyenda.
Las leyendas presentadas en este libro no son más que una pequeña muestra
de las muchas que existían. Cada narrador daba una versión ligeramente dife-
rente, según cómo le hubieran contado a él el relato. La narración de historias
era uno de los pasatiempos favoritos en los viejos tiempos, y todo incidente inte-
resante era contado una y otra vez. Y o misma he visto cómo algunos de estos in-
cidentes se convertían en leyendas. Sólo puedo imaginar cómo la vida llena de
colorido del pasado debe haber inspirado a los que se sentaban por la noche en
los fuegos de campamento ante un público ansioso de distracción.
hueso de bisonte y un poco de tendón y luego los cubrió de barro y les dio for-
ma. Cuando el Creador sopló sobre el cuerpo, éste cobró vida. Hizo lo mismo
con la mujer, y les enseñó a ambos cómo hacer más seres de su clase. Mientras su-
cedía todo esto, un lobo apareció y ofreció su ayuda. Sopló sobre la mujer y al
mismo tiempo lanzó un aullido; los ancianos dicen que ésta es la razón por la
que las mujeres tienen una voz más aguda que los hombres.
Dicen que el primer hombre y la primera mujer vivieron felices juntos du-
rante bastante tiempo. Tuvieron dos hijos, ambos varones. Todos los días el
hombre salía a cazar y la mujer recogía leña y acarreaba agua. Pero un día el
hombre regresó a casa antes de lo habitual y descubrió que su mujer todavia no
estaba en casa. Sospechó algo y dijo a los muchachos que se prepararan por si
ocurría algo malo.
A la mañana siguiente el hombre dijo a su esposa que se iba a cazar, pero, en
vez de ello, subió a una alta colina desde la que podía observar su campamento.
Pronto vio a su esposa que iba por leña, y después por agua. Poco antes de que la
mujer llegara al río, su esposo vio a una gran serpiente que se arrastraba detrás de
una roca y se transformaba en un hombre apuesto. Luego supo lo que sucedía y
volvió a toda prisa al campamento para avisar a sus hijos. Les dio cuatro objetos
mágicos que tenían un gran poder. Dijo a los muchachos que su madre estaba
hechizada por la serpiente y que se convertiría en un monstruo malvado cuando
se enterara de que ellos sabían lo que ocurría. Les dijo que huyeran para salvar su
vida.
Mientras los dos muchachos huían oyeron una gran conmoción en el cam-
pamento, y pronto vieron a un monstruo terrible que les seguía. Lanzaron tras
de sí uno de los objetos mágicos, y se formó una gran cadena de montañas. El
monstruo tuvo que escalar estas montañas, pero pronto volvió a atrapar a los
muchachos. Éstos lanzaron tras de sí otro de los objetos mágicos, y se formó un
gran bosque. El monstruo tuvo que abrirse paso entre la espesura de árboles y
matorrales, pero pronto volvió a estar detrás de ellos. Lanzaron el tercer objeto
mágico, y se formó un gran pántano que el monstruo tuvo grandes dificultades
para vadear. Finalmente los muchachos arrojaron el último objeto mágico y se
formó una enorme masa de agua que el monstruo no pudo atravesar. Dijeron
que esto era el océano. Los dos muchachos se encontraban ahora al otro lado del
'
oceano.
Pasaron unos años y, finalmente, uno de los muchachos dijo al otro: "Her-
mano, me siento solo en este sitio. Quédate aquí para ayudar a la gente, y míen-
120 La vida de la mujer piel roja
tras yo iré al otro lado y veré qué puedo hacer allí." El muchacho que volvió a
esta parte se llamaba Napi, que en blackfoot significa Anciano. Napi vino aquí
e hizo muchas cosas misteriosas, algunas muy Útiles, y otras muy crueles y ma-
las. Sus hazañas se han transmitido a lo largo de los siglos en una serie de leyen-
das tribales que todavía se cuentan hoy. Muchas de estas leyendas son tan vul-
gares que sólo se las cuentan entre sí los adultos. Napi fue el primer hombre
que usó y abusó de las mujeres para su propio placer y diversión. También se le
atribuye el haber hecho muchos cambios en la naturaleza. Su lugar de acampa-
da favorito estaba al pie de las Montañas Rocosas, en un lugar en que los mapas
modernos muestran el nacimiento del río Old Man [Anciano], en el sur de Al-
berta, Canadá.
Cuando N api regresó a este lado del océano, el Creador ya había hecho a
más personas. Su vida era muy dura porque todo el territorio estaba cubierto
de montañas, bosques y pantanos. Así pues, Napi cubrió los pantanos con tie-
rra y dividió a la gente en diferentes tribus. Pero las mujeres no se llevaban
bien con los hombres, por lo que Napi las mandó a otra parte repartidas en di-
ferentes grupos. Poco después, se reunió con la jefe de las mujeres con el fin de
decidir sobre algunas cosas importantes.
La jefe de las mujeres dijo a Napi que él podía tomar la primera decisión
siempre que ella pudiera tener la última palabra. Él estuvo de acuerdo con ello,
y los ancianos dicen que desde entonces siempre ha sido así entre hombres y
muJeres.
N api dijo que su primera decisión era hacer que los cuerpos de las perso-
nas se cubrieran de pelo para que estuvieran calientes. Pero la mujer dijo:
"Pueden tener pelo, pero sólo en la cabeza para protegerse de la lluvia y la
nieve. Si quieren tener el cuerpo caliente, tendrán que vestirse con
pieles."
A esto, Napi dijo: "Entonces tendrán que aprender a usar herramientas para
poder utilizar pieles. Los hombres podrán curtirlas deprisa, pero las mujeres ne-
cesitarán mucho tiempo." La mujer contestó: "Sí, aprenderán a curtir. Cuando
Mitos y leyendas de mis abuelas 121
los hombres curtan rápidamente sus pieles serán rígidas y delgadas, pero cuando
las mujeres necesiten mucho tiempo sus pieles serán agradables y suaves."
Después N api decidió que las personas tendrían que aprender a cocinar su
comida. Dijo: "Los hombres podrán cocer rápidamente en un fuego abierto,
mientras que las mujeres cocinarán lentamente y necesitarán utensilios." La
mujer estuvo de acuerdo, pero añadió: "Cuando los hombres cocinen rápida-
mente en sus fuegos abiertos, su comida será ordinaria y se quemará, mientras
que la comida lenta que las mujeres cocinen será de todas las clases y sabrá mu-
cho mejor."
Finalmente decidieron sobre la vida y la muerte. Napi cogió una astilla de
hueso de bisonte y la arrojó al río; luego dijo: "La gente tendrá que morir por-
que, si no, habrá demasiada. Pero, al igual que esta astilla flota en el agua, tam-
bién las personas flotarán durante cuatro días y luego nacerán de nuevo." La
mujer cogió una piedra y la lanzó al río, diciendo: "Sí, tendrán que morir, pero,
al igual que esta piedra se hunde y no vuelve, tampoco las personas volverán una
vez que hayan muerto."
Pasó el tiempo y un día N api se reunió de nuevo con la jefe de las mujeres.
Ésta lloraba porque su única hija se había muerto. Dijo a Napi: "Cambiemos
una de las cosas que acordamos: dejemos que la gente flote cuatro días, como tú
dijiste, y que luego vuelva de nuevo a la vida." Pero Napi le dijo: "No, acorda-
mos que tú tendrías la última palabra, yya has decidido." Así pues, la mujer per-
dió a su hija.
Cuando N api y la jefe de las mujeres volvieron a encontrarse, ésta le dijo.
"Tú decidiste que los hombres y las mujeres vivieran separados, y ahora yo
quiero tener la última palabra sobre esto. A partir de ahora hombres y mujeres
vivirán juntos a fin de que puedan ayudarse unos a otros. Quiero que lleves a to-
dos los hombres al campamento de mis mujeres para que puedan elegir a su pare-
ja." Napi estuvo de acuerdo en que esto se hiciera.
En aquellos tiempos los hombres vivían una vida realmente lamentable. Los
vestidos que llevaban estaban hechos de pieles rígidas, apenas curtidas. No sabí-
an hacer mocasines ni tiendas, y ni siquiera podían mantenerse limpios. Casi es-
taban muertos de hambre porque la comida que comían siempre era insulsa y
por lo general estaba quemada. Cuando Napi les dijo lo que se había acordado,
sintieron un vivo deseo de unirse a las mujeres.
Las mujeres se vistieron y perfumaron para la gran ocasión. Su jefe fue la
única que no lo hizo. Se vistió con pieles viejas y rígidas y se quitó los mocasines,
122 La vida de la mujer piel roja
pensando que así resultaría más atractiva para aquel a quien quería. Dijo a las de-
más mujeres que podían escoger al hombre que quisieran, excepto a Napi. Lo
quería para sí.
Después los hombres llegaron al campamento de las mujeres, y éstas los es-
cogieron, uno a uno, como pareja. La jefe de las mujeres se dirigió hacia Napi y
le tomó del brazo para llevarlo a su tienda. Napi separó violentamente su brazo
de ella y la imprecó: "¡Apártate de mí, mujer horrible, no quiero nada con al-
guien como tú!" Se volvió hacia el otro lado y admiró a todas las guapas mujeres,
y se preguntó cuál de ellas le elegiría.
La jefe de las mujeres se sintió ofendida por su reacción, por lo que se fue a su
tienda y se puso su mejor vestido. Se lavó, se trenzó el pelo y se puso perfume, y
luego salió a buscar otro hombre. Cuando Napi la vio, pensó: "¡Dios mío, qué
guapa es, y creo que viene a buscarme!" Pero la mujer tomó al hombre que esta-
ba al lado de Napi, y pronto todos los hombres y mujeres estuvieron empareja-
dos, excepto Napi. Se fue errando por las montañas, llorando, y dicen que a par-
tir de entonces se volvió intratable a causa de su soledad.
cosas y se mudaron a casa de unos parientes para que su hija tuviera una tienda
propia.
Todo el mundo decía que el esposo de la muchacha parecía muy extraño, pe-
ro también que era muy apuesto. Estaba tan enamorada de él que a menudo le
besaba y le acariciaba. Vivieron juntos muy bien y muy felices durante todo el
invierno. Pero cuando llegó la primavera, él se puso enfermo y dijo a su esposa
que iba a morir. La muchacha se apenó mucho y quiso que le tratara un médico,
pero él le dijo que era inútil porque sabía que iba a morir.
Durante un par de días el esposo yació en cama, y cada vez estaba más enfer-
mo. Su esposa se dio cuenta de que empezaba a despedir una intensa fragancia.
U na mañana se despertaron y encontraron el campamento presa de una gran ex-
citación, pues se estaban formando unas nubes negras sobre las montañas que
anunciaban la llegada del viento Chinook -los vientos cálidos que derriten la
nieve y el hielo en el territorio blackfoot.
Cuando el hombre oyó hablar del tiempo que se avecinaba, pidió a su esposa
que le ayudara a ir al bosque. La besó y la abrazó, y le dijo que cuidara bien del
hijo que habían hecho pero que él nunca vería. Luego le pidió a la joven que se
fuera y le dejara morir solo. La muchacha empezó a alejarse, pero cambió de
idea y regresó para sostener a su esposo, mas éste ya no estaba. En su lugar, sólo
encontró que la nieve del lugar donde él estaba en pie se había derretido, y en el
centro vio el mismo gran montón de gotas insólitas y comprendió lo que había
pasado. Aquel verano dio a luz a un niño que tenia la piel clara y el pelo castaño
y muchos poderes mágicos. Cuando creció se convirtió en un jefe, y la gente le
llamaba Jefe Gota de Agua.
LA MUJER CABALLO
Hace mucho tiempo, un campamento de bloods se trasladaba de un lugar a
otro. Durante el camino, una carga perteneciente a una joven se afloj6 y cay6 al
Mitos y leyendas de mis abuelas 125
LA ESPOSA MALTRATADA
Había una vez un hombre que tenía dos esposas, una de las cuales era su favo-
rita y la otra era la que tenía que hacer todo el trabajo; además, siempre la maltra-
taban. U na noche oyeron que esta mujer cortaba leña fuera de la tienda. El hom-
bre y su favorita estaban besándose y acariciándose, pero al final se preguntaron
por qué la otra esposa cortaba leña durante tanto tiempo. "Ve a ver lo que ha-
ce", dijo el esposo a su favorita, y ésta salió a ver qué pasaba.
La mujervolvi6 a entrar corriendo y dijo a su esposo: "¡No está cortando le-
ña, está usando el hacha para afilar su pierna!" Ambos se asustaron mucho y sa-
lieron de la tienda para huir. "¡Esperadme!", gritó la otra. "Ahora iba a jugar a
un juego de puntapiés con vosotros." Siguieron corriendo lo más deprisa que
126 La vida de la mujer piel roja
podían, mientras la otra mujer los perseguía. Finalmente llegaron a otro campa-
mento y fueron corriendo a la tienda del jefe para pedirle que les protegiera.
El jefe salió para ver qué era lo que se acercaba, y la otra mujer le dijo gritan-
do: "Tú seras el primero en probar mi nuevo juego de puntapiés." Y le dio una
patada con su pierna puntiaguda que le agujereó el estómago y lo mató. Las otras
personas del campamento vieron lo sucedido y trataron de escapar, pero ella les
persiguió y mató a muchos. Finalmente, un bravo guerrero se le acercó por de-
trás y la derribó de un mazazo, después de lo cual la gente encendió rápidamente
una hoguera sobre su cuerpo y la quemó.
Dicen que uno de los primeros colonos que se instalaron en el antiguo terri-
torio blackfoot era un hombre blanco que se ganaba la vida criando bisontes. Él
y su esposa sólo tenían una hija, apenas adulta. Se sentía muy sola porque no ha-
bía ningún vecino con hijos que pudieran ser compañeros de juegos o novios.
Un día encontró un esqueleto y lo llevó a su casa, pretendiendo que era un nue-
vo amigo.
Aquellos blancos no tenían miedo de los fantasmas, como nosotros, los in-
dios, y por esto los padres dejaron que la muchacha conservara el esqueleto. Le
hablaba y dormía con é~ e incluso fingía darle de comer. Una mañana se des-
pertó y descubrió que el esqueleto se había convertido en un apuesto joven in-
dio. Sus padres se alegraron de ello y les dejaron que vivieran juntos como mari-
do y mujer.
Pasó el tiempo y el joven indio dijo que quería ir a visitar a sus parientes. Así
pues, el padre de la muchacha puso sillas de montar a algunos de sus bisontes pa-
ra que la joven pareja pudiera cabalgar en ellos. De ese modo llegaron a los cam-
pamentos bloods de donde el joven era originario, y todo el mundo se sorpren-
dió mucho al verles y al escuchar su historia. Él y la muchacha se quedaron una
temporada en la tienda de sus padres, pero finalmente la joven sintió añoranza y
decidieron volver al rancho de su padre. Llevaron consigo a los padres del joven,
y después que abandonaron los campamentos bloods ningunos de ellos volvió a
ser visto jamás.
Mitos y leyendas de mis abuelas 127
Dicen que ésta es una historia auténtica, porque explica los orígenes de la an-
tigua sociedad guerrera blackfoot llamada de los Perros. Sucedió hace muchísi-
mo tiempo, antes de que los indios conocieran los caballos. Todavía utilizaban
perros para transportar sus pertenencias de un lugar a otro.
Había una bonita joven que era hija de un jefe. Muchos jóvenes querían ca-
sarse con ella, pero a la muchacha no le gustaba el modo en que lo planteaban,
por lo que permanecía soltera. Su mejor amigo era un gran perro viejo que per-
tenecía a su tÍo. A menudo lo llevaba consigo para que la ayudara a acarrear leña
y agua. Al perro le gustaba la muchacha y siempre era muy obediente. Un día
ella le dijo: "Ojalá fueras un hombre y pudiera casarme contigo."
Aquella noche la joven se despertó y vio que alguien se deslizaba dentro de
su lecho. El hombre le tapó la boca para que no gritara, pero por lo demás la tra-
tó muy cariñosamente. Estuvieron juntos un rato, y ella tuvo la previsión de co-
ger un poco de carbón del fuego y hacer una marca con él en la espalda y el cabe-
llo del hombre sin que éste se diera cuenta. Le sorprendió que tuviera un cabello
tan suave y fino.
Resultó que al día siguiente había una gran danza, y la joven observó muy
atentamente a los hombres para ver si alguno de ellos tenía las marcas negras del
carbón. Estaba ansiosa de descrubrir quién era el hombre, pero no se atrevía a
decir nada a su padre por miedo de ser acusada de invitar a un hombre a su lecho
aquella noche. No vio a nadie con marcas negras y ya regresaba a su tienda muy
triste cuando el gran perro de su tÍo vino a lamerle la mano. Y resultó que tenía
unas marcas de hollín en la cabeza y en el lomo, y por un momento la joven se
asustó de veras. Pero luego pensó para sí: "No puede ser este perro, pues sé que
fue con un ser humano."
Aquella noche el mismo hombre se introdujo en el lecho de la joven. Mien-
tras él estaba con ella, la muchacha cogió uno de sus dedos medios y lo mordió
muy fuerte, hasta llegar al hueso. Al día siguiente se celebraba otra gran danza, y
la joven observó atentamente para ver qué hombre tenía la mano herida. Como
su padre era el jefe, la joven le hizo una petición especial, a la que el hombre acce-
dió. Quería que todos los danzantes pusieran las manos en alto mientras recorrí-
an el círculo. Así lo hicieron, pero no vio a ninguno con una herida como la que
buscaba.
130 La vida de la mujer piel roja
Aquella tarde, cuando fue por agua y comida el gran perro de su tío fue
corriendo a acompañarla. La muchacha enseguida advirtió que el perro coje-
aba, y cuando se detuvo para mirarle la pata vio que uno de los dedos tenía
una gran herida. Miró al perro y le dijo: "¡Eres tú el que ha estado viniendo a
mi cama por la noche!'' El perro inmeditamente se convirtió en un joven que
dijo a la muchacha: "No es culpa mía. Tú fuiste la que deseaba que yo fuera
un joven, así que en eso me he convertido."
La muchacha quedó muy turbada con su descubrimiento. La gente sabría
que su amante era un extranjero, y si descubría que en realidad era un perro,
quedaría deshonrada, Sin embargo, sabía que debía cumplir su palabra de ca-
sarse con él y, además, era un joven muy apuesto y gentil. De mutuo acuer-
do, decidieron huir y vivir en otra parte.
Aquella noche, cuando todo el mundo estaba acostado, la muchacha co-
gió mocasines de repuesto, comida y algunos utensilios, y abandonó la tien-
da de sus padres. Su amante ya la esperaba en la espesura, todavía con forma
de joven. Cuando llegó la mañana, el padre de la muchacha envió un prego-
nero por el campamento preguntando si alguien había visto a la joven. Se
preguntaban adónde habría ido, especialmente después que su tÍo anunciara
que su gran perro de travois tampoco estaba.
Pasaron varios años y la muchacha empezó a sentir mucha añoranza de
sus padres y del resto de su gente. Finalmente, ella y su esposo decidieron ha-
cer una visita al campamento sin dar a conocer a nadie su verdadera identi-
dad. Aparecieron con sus dos hijos y varios perros que arrastraban sus perte-
nencias. Se dirigieron a la tienda del tÍo de la joven y se anunciaron, y él les
invitó a quedarse allí. La muchacha llevaba el pelo de modo que le tapaba la
mayor parte del rostro, y nadie sospechó nada.
Sin embargo, a su tío le extrañaron algunas cosas peculiares que hacían
sus invitados. Cuando les preguntó la razón de que hablaran la lengua black-
foot, le dijeron que su tribu también hablaba esa lengua. Nunca había oído
hablar blackfoot a otra tribu. Asimismo, cada vez que servían carne para co-
mer, el visitante rogaba que le excusaran y se iba con su pieza de carne antes
de que pudieran cocerla. Un día, uno de los hijos del tío le siguió y le encon-
tró comiéndose la carne cruda lejos del ti pi. Finalmente, una mañana el tío se
despertó más temprano que los demás y vio al visitante que aún dormía.
U no de los pies le salía por debajo de las sábanas. El pie era como el de un pe-
rro.
Mitos y leyendas de mis abuelas 131
Cuahdo el tío se encar6 con la joven pareja, el esposo le dijo: "Sí, yo era tu
gran perro, y esta mujer es la hija de tu hermano. Tengo mucho poder, y así es
c6mo hemos llegado a ser marido y mujer." La joven fue a la tienda de sus padres
y también se lo cont6 todo. Sus padres estuvieron contentos de verla de nuevo y
de saber que tenían nietos. Respetaban el poder del perro y dijeron que les satis-
facía tenerlo de yerno, de modo que la pareja instal6 su propio ti pi en el campa-
mento.
No obstante, cuando la noticia circuló por el campamento, algunos jóvenes
sintieron envidia de que el hombre-perro tuviera una esposa tan bella. Excita-
ron a la gente y pronto la joven pareja fue objeto de comentarios groseros y
otros insultos. El padre de la muchacha trat6 de poner fin a esto, pero la gente
aún reaccion6 peor. Finalmente la joven pareja desmont6 su tienda y se fue del
campamento. Entonces el hombre empez6 a ladrar como un perro, y todos los
perros del campamento le respondieron y se fueron corriendo con él. Se convir-
ti6 en el jefe de todos ellos, y la gente se qued6 sin ningún perro para transportar
sus pertenencias.
Algunos de los j6venes que habían iniciado la agitaci6n dijeron que matarí-
an al jefe de los perros. Pero el joven dio 6rdenes a los animales, que les atacaron,
y los que no murieron volvieron huyendo a los campamentos. Viendo esto, to-
do el pueblo pidi6 disculpas y prometi6 tratar al hombre-perro y a su familia
con respeto si les devolvía sus perros. Él accedi6 y se traslad6 de nuevo con su fa-
milia al lugar que habían ocupado antes en el círculo del campamento.
Cuando el hombre-perro lleg6 a viejo dio a su hijo su poder especial de pe-
rro. El hijo lleg6 a convertirse en un gran jefe y utiliz6 el poder para constituir la
Sociedad del Perro con un grupo de compañeros j6venes. Esta sociedad existi6
hasta algo después de que terminaran los tiempos guerreros, cuando ya no hubo
necesidad de ella, y fue disuelta. El hijo del hombre-perro fue un famoso corre-
dor. Su hija se convirti6 en una mujer santa célebre por su bondad y sus buenas
costumbres domésticas.
LA ESPOSA INFIEL
Hace mucho tiempo había un cazador que poseía mucho poder misterioso.
Todos los días iba a cazar toda clase de animales salvajes y dejaba a su esposa al
cuidado de la casa. Su única preocupación era que no confiaba en su mujer cuan-
132 La vida de la mujer piel roja
do estaba sola, y empezó a sentirse celoso. Decidió usar su poder para averiguar
si su esposa le era infiel.
A la mañana siguiente le dijo a su mujer que partía para una larga cacería de
la que no regresaría hasta pasados dos o tres días. Su esposa dijo que le prepararía
una gran comida antes de que se fuera y salió a recoger más leña y a buscar un po-
co más de agua. Mientras ella estaba fuera, el hombre tomó cierta parte de un
animal salvaje e hizo un nudo con ella, porque esto formaba parte de su medici-
na. Puso la pieza atada bajo la cama en que su esposa dormía, luego comió y par-
tió para su larga cacería.
Aquella noche la mujer mandó un mensaje a su amante. Cuando éste llegó,
la mujer le dijo que podía quedarse toda la noche, ya que su esposo no tenía que
volver hasta al cabo de dos o tres días. Cuando llegó la mañana, la tienda estaba
atestada de gente que lanzaba risitas, y había mucha más esperando fuera porque
no podía entrar. Parece ser que por el campamento había corrido el rumor de
que la mujer y su amante estaban pegados uno al otro debajo de las sábanas, y to-
do el mundo quería ver esta extraña situación.
El padre del joven estaba muy preocupado. El cazador era conocido por su
poder y el padre temía que fuera a matar a su único hijo. Acudió a todos los
hombres de medicina del campamento para que intentaran separar a los dos
amantes, pero nadie pudo hacer nada. Finalmente, aconsejaron al anciano padre
que reuniera todas sus propiedades de valor y se dirigiera con ellas hacia el caza-
dor que regresaba, rogándole al mismo tiempo que perdonara la vida a su hijo.
El cazador regresó a su casa temprano, preguntándose por el resultado de su
prueba mística. Desde lejos ya supo la respuesta, pues vio a la muchedumbre que
se había congregado alrededor de su ti pi. Por el camino encontró al padre del jo-
ven amante, y cuando oyó la explicación del anciano accedió a perdonar la vida
al chico. Se dirigieron juntos hacia el ti pi, y la multitud se apartó, impaciente de
ver qué iba a hacer el esposo engañado. Su esposa y su amante todavía estaban
pegados uno al otro.
El cazador dijo a varios hombres que levantaran a la pareja. Luego metió la
mano debajo del lecho y sacó la pieza anudada. La sostuvo en lo alto para que to-
do el mundo la pudiera ver y después la arrojó al fuego, donde se retorció y chis-
porroteó para, finalmente, consumirse. En ese punto los dos amantes quedaron
separados. El joven tomó su manto y se cubrió con él, avergonzado, mientras sa-
lía a toda prisa de la tienda a través de la multitud. La mujer nunca se atrevió a ser
infiel de nuevo a su esposo, y éste decidió conservarla como esposa.
Mitos y leyendas de mis abuelas 133
,
POR QUE UNA MUJER HIZO
QUE LOS PERROS DEJARAN DE HABLAR
Dicen que, en los tiempos antiguos, nuestros antepasados podían hablar con
todas las aves y todos los animales. Con el paso del tiempo perdieron esta capaci-
dad, hasta que los únicos con los que pudieron hablar fueron los perros. Esto era
cuando tenían muchos perros que utilizaban para hacerles trabajar y como ani-
males de compañía, antes de la llegada de los caballos.
Había un hombre y su esposa que poseían un perro muy grande. Un día este
perro siguió a cierta distancia a la mujer cuando ésta salió a buscar leña y agua.
La descubrió abrazada a otro hombre, que era su amante. Volvió corriendo jun-
to a su dueño y le contó lo que había visto.
Cuando la mujer regresó a su casa, el marido empezó a reñirla, y finalmente
cogió un palo y la golpeó hasta que la mujer perdió el conocimiento. Luego se
fue. Pues bien, cuando la mujer volvió en sí vio al perro y adivinó cómo su espo-
so se había enterado de lo suyo. Se daba el caso de que la mujer tenía ciertos po-
deres misteriosos, y los utilizó para cambiar la voz del perro de modo que ya no
fuera capaz de hablar. Desde entonces los perros sólo han podido comunicarse
mediante ladridos y gemidos, aunque los ancianos dicen que algunos perros to-
davía pueden entender las palabras de los hombres.
lo que envió a su esposa mayor y, cuando ésta le dijo que era una niña, se puso
muy contento. "Dentro de unos años", dijo, "haré de ella mi cuarta y más joven
esposa". Incluso mandó que una de sus mujeres preparara un poco de caldo de
carne fresca, que envió a los ancianos para que alimentaran con él a la criatura.
Aquella noche, el anciano matrimonio tuvo una gran sorpresa cuando el ni-
ño les habló. Dijo: "Debéis levantarme y dirigir mi cabeza hacia las Cuatro Di-
recciones.'' El anciano así lo hizo, y, cuando terminó, el niño había crecido has-
ta convertirse en un hermoso joven. Dijo: "He venido aquí porque me da pena
el modo en que os tratan. Tengo mucho poder y os ayudaré." Luego dijo al an-
ciano que al día siguiente se levantara antes que su yerno y fuera a cazar por su
cuenta. Sabía que esto encolerizaría mucho al yerno.
A la mañana siguiente, el anciano hizo lo que le habían ordenado. Poco des-
pués de su partida, el yerno le llamó para que fuera a ayudarle. La anciana res-
pondió que ya había salido a cazar. Su yerno se enfureció y gritó: "Debería ma-
tarte ahora mismo, pero primero iré a matar a tu esposo." Y se fue a buscar al
cazador.
El anciano ya había matado una vaca vieja cuando su yerno le encontró. Es-
taba sentado comiendo un riñón crudo, tal como le había dicho que hiciera el
hombre del coágulo. Cuando el yerno apareció, le dijo: "Esta vez has ido dema-
siado lejos, y te voy a matar", pero, antes de que pudiera hacer nada, el hombre
del coágulo le mató de un flechazo. Luego dijo: "Dejémosle aquí con esta vieja
vaca. En su tienda tiene mucha carne buena que ahora será vuestra."
Cuando el anciano llegó a su casa, el hombre del coágulo ya se estaba prepa-
rando para partir. Había matado a las dos esposas mayores del yerno porque
nunca habían ayudado a sus padres. Dijo a la joven que se quedara con ellos
mientras vivieran. Luego les contó que su verdadero nombre era Kutuyis y que
era una de las estrellas del cielo que nunca se mueven, y que podían invocarle en
sus oraciones si necesitaban su ayuda en el futuro. Pero antes, dijo, tenía que ir a
ayudar a otras personas que sufrían inútilmente. Y se marchó.
Kutuyis anduvo durante un tiempo hasta que llegó a un campamento de
mujeres ancianas. Cuando se presentó ante ellas, una dijo: "¡Hai-Yah! ¿Qué ha-·
ce un joven como tú entre unas viejas como nosotras? Ninguna persona joven
viene nunca a visitarnos." Kutuyis les dijo que estaba hambriento y que quería
un poco de carne seca. Le dieron mucha, pero él la miró y dijo: "Bien, me habéis
dado la carne seca, pero ¿dónde está la grasa que siempre la acompaña?" (La car-
ne seca se come generalmente con porciones de grasa.) La anciana lanz6 una mi-
136 La vida de la mujer piel roja
rada rápida alrededor y le dijo: "¡Chitón! No pronuncies esta palabra en voz al-
ta. Hay una manada de osos grises que vienen aquí y se nos llevan toda la grasa; si
te oyen pedirla te matarán." Kutuyis les dijo que se ocuparía de ello por la maña-
na.
Al día siguiente salió a cazar y mató una vaca joven y gorda. La descuartizó y
llevó las mejores piezas al campamento, especialmente la grasa. Al cabo de poco
dos osos ¡¡rises de la manada se presentaron y pidieron la grasa que estaba co-
miendo. El les dijo que se marcharan y dejaran de molestarle. Se fueron, pero
pronto vino en su lugar el jefe de los osos grises, dispuesto a luchar. Kutuyis ha-
bía calentado unas piedras en el fuego, y cuando el oso jefe le atacó cogió las pie-
dras y las arrojó por la garganta del oso. Cuando éste estuvo muerto, Kutuyis se
dirigió al campamento de los osos grises y empezó a matar a todos los demás. Só-
lo dejó con vida a una madre embarazada, y de ella proceden todos los osos gri-
ses que viven hoy. Aquellos osos grises vivían en una gran tienda pintada con
símbolos de los osos grises, que Kutuyis entregó a las ancianas. Así es cómo el
pueblo hlackfoot entró en posesión de la Tienda Pintada con el Oso Gris. Tam-
bién puso en libertad a todas las hermosas jóvenes que los osos tenían cautivas, y
dio a las ancianas todos los montones de grasa que los osos grises habían acumu-
lado en su tienda.
Kutuyis prosiguió sus viajes. Al cabo de cierto tiempo llegó a otro campa-
mento de mujeres ancianas. También ellas se extrañaron de que las visitara, en
vez de quedarse con los jóvenes. Él les dijo: "Voy caminando sin rumbo fijo y
ahora tengo hambre; dadme un poco de vuestra carne seca." Como en el otro
campamento, le dieron mucha carne seca, pero nada de grasa. Cuando pidió un
poco, las mujeres le dijeron: "Chitón, no pidas eso en voz tan alta. En nuestro
campar;iento está la Tienda Pintada con la Serpiente, y el jefe de las serpientes vi-
ve allí. El y sus otras serpientes se llevan toda la grasa que conseguimos y matan a
cualquiera que se atreva siquiera a pedirles un poquito." Kutuyis les dijo que se
ocuparía de ello.
Aquella noche se dirigió a la Tienda Pintada con la Serpiente fingiendo ser
un visitante. Cuando entró se encontró con una gran serpiente enrollada en me-
dio del tipi con la cabeza apoyada en el regazo de una hermosa joven. La serpien-
te tenía un cuerno en lo alto de la cabeza y la muchacha le daba masajes al-
rededor de él. La serpiente parecía estar dormida. Kutuyis vio un cuenco de sopa
de sangre recién hecha junto al fuego, así que se sentó y empezó a bebérsela. La
sopa de sangre era una golosina que en aquel momento le apetecía muchísimo.
Mitos y leyendas de mis abuelas 137
hacerlo creyó oír una voz que cantaba. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie.
Y sin embargo la voz parecía venir de muy cerca. Se asustó y se levantó para
marcharse, pero la voz la llamó. Luego vio, en la dirección de la que procedía la
voz, una piedra de aspecto poco común que descansaba en el suelo cerca de su
montón de leña. Se acercó para ver mejor y vio que la piedra estaba colocada en-
cima de un puñado de pelo de bisonte. La voz empezó a cantar de nuevo; proce-
día de la piedra: "Tú -mujer- ¿vas a recogerme? ¡Soy poderosa! El bisonte es
nuestra medicina.''
La joven se inclinó y recogió la piedra. En aquellos tiempos la gente no tenía
bolsillos, y ella no llevaba su bolsa de diversos usos. Se puso la piedra debajo del
cinturón, tocando a la piel, y se fue a casa. No dijo a nadie lo que había sucedido.
Aquella noche tuvo un sueño. La piedra acudió junto a ella y volvió a cantar
su canción. Luego le dijo: "He venido a ti y a tu pueblo porque me compadezco
de vosotros. Mi poder es capaz de comunicarse con el bisonte y traerlo aquí. Te
he elegido a ti para que me llevaras al campamento porque eres humilde y sé que
tus pensamientos son buenos. Debes pedir a tu esposo que invite a todos los
hombres santos a tu tienda mañana por la noche. Te enseñaré algunas canciones
y una ceremonia que debes mostrarles. Si lo haces, haré que mi poder haga vol-
ver a los bisontes. Pero de bes advertir a tu pueblo de lo siguiente: mi poder siem-
pre es anunciado por una fuerte tormenta, y cuando llegue por primera vez ten-
drá la apariencia de un bisonte, un macho solitario. Debes decir a tu gente que
no le hagan daño. El resto de la manada vendrá tras él tan pronro como haya
atravesado sin daño vuestro campamento."
Durante su sueño, la mujer aprendió varias canciones que nunca antes había
oído. El Iniskim, o Piedra del Bisonte, le dijo que él tenía muchos parientes en la
pradera, y que todos ellos estaban en contacto con el mismo poder que él. Le di-
jo que cualquiera de los suyos que deseara obtener buena suerte de este poder,
debía buscar a uno de sus parientes y llevarlo a su casa y tratarlo con respeto.
Cuando la joven se despertó, se preguntó qué debía hacer con respecto a su
sueño, pues tenía un poco de miedo de su esposo, ya que ella era la esposa más jo-
ven. Sólo la esposa que se sienta al lado del esposo toma parte en las funciones ce-
remoniales de aquél, nunca la esposa que se sienta más cerca de la puerta. Cuan-
do el esposo se marchó, la joven habló de la piedra y del sueño con su hermana
mayor. La hermana dijo: "Le contaré a nuestro hombre lo que me acabas de
contar. Si tu sueño es cierto, puedes tomar mi lugar junto a él. Pero, si no lo es, te
compadezco por lo que tendrás que sufrir."
140 La vida de la mujer piel roja
ron levantados y continuaron cantando las canciones del Iniskim. Empezó a so-
plar una brisa que hizo crujir las cubiertas de los ti pis. Al cabo de poco la brisa se
convirtió en viento, y las cubiertas de los tipis se agitaron con fuerza contra los
palos. El viento fue haciéndose cada vez más fuerte, y de pronto todo el mundo
se despertó por el ruido de un gran álamo que se resquebrajaba por la fuerza del
viento. Los tipis mal sujetos de los que no creyeron a la mujer también fueron
derribados por el viento, y todo lo que contenían fue arrojado lejos. Mientras la
gente rezaba pidiendo protección, se oyó un fuerte ruido de cascos y una pesada
respiración en medio de las tinieblas del campamento. Era el bisonte solitario
que se paseaba por el campamento. Nadie se atrevió a hacerle nada.
Por la mañana la tormenta se terminó y junto al campamento había una
gran manada de bisontes pastando. La gente pudo cazar a todos los que necesita-
ba, pues los animales se limitaban a caminar por allí sin alarma ninguna. La gen-
te lloró de felicidad por tener de nuevo comida de verdad. Estaban deseosos de
sustituir su ropa de cama y sus tipis viejos, y de arreglar los agujeros de sus tipis y
sus mocasines.Toda el mundo presentó sus respetos a la joven esposa, que ahora
ocupaba el lugar contiguo al de su esposo en la cabeza del tipi. Todos llevaron
una pequeña ofrenda de carne o grasa de bisonte y la depositaron ante el sagrado
Iniskim, que estaba colocado sobre un pequeño montón de pieles dentro del re-
cinto del altar en el fondo del tipi.
Desde entonces mi pueblo ha tenido siempre el poder de los Iniskims. Cada
familia poseía al menos uno de ellos, y también había muchos en el interior de
muchos paquetes de medicina. A veces se daba a los chicos y a las chicas un Inis-
kim prendido en el extremo de un collar, que podían llevar como amuleto de
buena suerte.
He aquí una fotografía de mi abuela, AnadaAki, en 1939. Está dando de comer a mi her-
mano mayor, Ojos Negros (Gilbert Pequeño Oso). Apoyada en la casa de troncos, está
sentada su madre que hace un bordado de abalorios. (Foro, HILDA ESTRANGULA AL LO-
BO)
Un grupo de mujeres iniciadas efectuando la Danza del Paquete del Castor durante la ce-
remonia que se realiza durante un dfa encero en el interior de un ti pi. La señora Cabalga-
ante-la-Puerta está frente a la cámara, a la derecha. (FOTO: MUSEO PROVINCIAL DE ALBER·
TA)
U na mujer de la sociedad sagrada de las Motokiks llevando el tocado especial de cuernos
de bisonte y plumas que era la insignia de su sociedad. En la boca tiene un silbato de hue-
so de águila, que se tocaba durante las danzas dela sociedad. Su nombre eraMakah, o Ba-
jita, y era hermana de mi bisabuelo Cabeza Pesada. (FOTO: EO\\'ARD S. CüRTIS, GOOD MEDI-
CINE FOUNDATION)
Tres niños y su ti pi de juguete hecho con sacos de harina. Pertenecen a nuestros vecinos,
la tribu Stoney. Los niños se vestían generalmente con versiones en miniautura de los
vestidos de los adultos, a veces incluso con tocados, camisas y vestidos de ante muy ela-
borados. (FOTO: GLENBOW-ALBERTA NSTITUTE)
Abajo: Una madre y su hijo de la tribu black-
foot, hacia 1900. La pieza de tela que lama-
dre lleva en el hombro se usaba para cubrir
la cara del niño y protegerle de las moscas y
del exceso de luz. (FOTO: GOOD MEDICINE
FOUJ'.'DATION}. Arriba a la derecha: U na mu-
jer a punto de raspar el pelo de una piel de
cría que ha clavado en el suelo, a la manera
antigua. El raspador está hecho con un tro-
zo de asta de alce y una hoja de acero sujeta
con fuertes tiras de cuero. (FOTO: GEORGE
BIRD GR.IN:'<ELL, GOOD MEDIC INE FOlI'.\'DA-
TJON}. Abajo, a la derecha: U na anciana de la
tribu blackfoot secando tajadas de carne so-
bre un fuego abierto junto a su ti pi pintado.
(FOTO: MUSEO PROVINCIAL DE ALBERTA)
Una mujer blackfoot y su hija en los primeros años de las reservas. Los estilos de vestido
antiguos seguían llevándose todos los días, pero solían confeccionarse con materiales co-
merciales más cómodos, como la tela. Estas dos mujeres parecen estar de luto por algún
pariente cercano. La mujer mayor se ha cortado el pelo de cualquier manera y viste ropas
arrugadas, mientras que la hija lleva el pelo suelto -ambas cosas son señales de luto. Era
habitual que las mujeres también se hicieran cortes con un cuchillo en los brazos y pier-
nas, o que se cortaran un dedo, si realmente amaban a la persona que habla muerto. (FO·
TO: GOOD MEDICINF. FOüNDATION)
La señora Dos Rifles-Becerro Blanco y su nieta en 1920, en el Parque Nacional de Gla-
cier. Es una tradición black.foot el que los abuelos se queden con uno de sus nietos para
criarlo y para que les haga compañía. En la lengua blackfootesrosniñosse llaman "niños
de los ancianos". Algunos de ellos, de mayores, eran muy sabios, sobre todo en lo refe-
rente a la cultura tribal, mientras que otros se volvían perezosos y malcriados. (FOTO:
GLAClER STUDIO. COLECOÓN DE LA GOOD MEDICINE FOUNDATION)
Una mujer miembro de la ~ociedad de las Motokiks llevando su tocado sagrado y soste-
niendo una bolsa decorada con abalorios que comiene su pipa ceremonial. El nombre de
la señora era Mujer del Pueblo de la Serpiente y el tocado indica que era una de las miem·
bros Toro Roño~o de su sociedad. Durante las danzas de la sociedad, la mujer tenía que
acruar como un bisome macho enloquecido, resoplando y coceando a los demás. (FOTO:
MUSEOS ~ACIOt-:ALES UEL CAJ\iADÁ)
Helen Va Delante, una mujer distinguida de la tribu Crow, que eran los enemigos más
respetados de mis antepasados. Los guerreros de ambas tribus se dedicaban durante toda
la vida a capturarse mutuamente mujeres y caballos. Como resultado de ello, ahora mu-
chos estamos emparentados y hay un intenso intercambio de visitas entre los antiguos
enemigos. Esta mujer lleva un vestido de lana roja comercial, que era de lo más aprecia-
do, decorado con muchos dientes de alce -los diamantes de mis antepasados-. (FOTO:
WANNAMAKER, GOOD MEDICINE FOUNDATION)
:Mi familia, en casa junto al tipi. De izquierda a derecha: mi marido, Adolf, mis hijos
Adolf, Iniskim y O kan, y yo y mi hija Estrella en el verano de 1979. (FOTO: PAULSCHOL·
DICE)
Una ¡oven blackfoot sentada en la orilla del lago. Sin duda mis abuelas a veces se sentaban
así, añorando a sus esposos, que durante semanas o meses habían partido por el sendero
de la guerra. (FOTO: COLECCIÓ:--1 DE LA GOOD MEDICINE FOUNDA1101')
Mujeres blackfoot viajando. Así transportaban mis abuelas sus sencillas pertenencias de
un campamento a otro. Las cosas todavía eran más sencillas en los tiempos anteriores a
los caballos, cuando las narrias eran arrastradas por perros. (FOTO: COLECCIÓN DE LA
GOOD MEDICINE FOUNDATION)
Dirigentes recientes de la ceremonia sagrada de la Danza del Sol en el interior de su ti pi
sagrado, en la división Piegan del norte de la nación blackfoot. A la izquierda está la mu-
jer sagrada blood, la señora Cabalga-ante-la-Puerta, que estaba iniciando a una nueva
mujer sagrada,Josephine Zapato de Cuervo (Mujer-Nez-Perce), sentada a su lado. En el
centro está el esposo dejosephine,Joe, y junto a él se halla Mike Nada Debajo, que ayu-
daba a la viuda señora Cabalga-ante-la-Puertaa iniciar a la nueva pareja. A su lado está mi
marido, Adolf, que tuvo el honor de servir como ayudante en la ceremonia. Delante de
él hay unas matracas de cuero utilizadas para acompañar las muchas canciones sagradas
que deben cantarse en esta ceremonia. Entre los dos hombres e~tá el paquete sagrado del
Natoas, que ya ha sido bajado del lugar donde está colgado habitualmente, un palo del
fondo del cipi. Después de más cantos y ceremonias, el paquete fue abierto y el tocado sa-
grado extraído y montado, y puesto en la cabeza de la nueva mujer sagrada. (FOTO: BE·
VERLY HUNGRY WOLF). Aba¡o: Lo antiguo y lo moderno: en un campamento de tipis,
ttendas de lona y tiendas de camping modernas, una anciana prepara sus comidas a lama-
nera antigua, en un fuego al aire libre. (FOTO: ADOLF HUNGRY WOLF)
u na madre blackfoot y su hijo en 1920. (FOTO: GLACIERSTUO!O, COLECCIÓN DE LA GOOD
MEDICINE FOUNDATION)
Derecha: Un vestido de piel de anre de mujer
con adornos de conchas y abalorios. Estos
vestidos se llevaban sólo en ocasiones espe-
ciales y a menudo duraban coda la vida, e in-
cluso se enterraba a las mu jeres con ellos.
(FOTO: GOOD MEDICINE FOUNDATION).
Abajo: Un par de mocasines de mujer her-
mosamente bordados, con la habitual caña
alta de piel ahumada. Los estilos de vestir
tribales eran muy variados. Mis abuelas del
pasado llevaban mocasines bajos con un par
de polainas ceñidas aparte en lugar de las ca-
ñas altas más recientes. (FOTO: ADOLF HUN-
GRY WOLF)
Así es c6mo mis abuelas llevaban la leña a casa, día tras día, verano e invierno. Podemos
imaginar lo contentas que estarían de poder comprar hachas a los comerciantes para ayu-
darse en su trabajo. Los hombres a veces ayudaban a recoger leña, pero esta tarea, lo mis-
mo que el acarrero del agua, era cosa principalmente de las muieres. (FOTO: GEORGE BIRD
GRlNNELL, GOOD MED!Cll'\F. FOUNDATION)
Una niña y su tipi sagrado en miniatura. Este aspecto debía de tener, más o menos, mi
abuela Ponah cuando era pequeña y poseía su propio tipi. (rOTO: EDWARD S. CURTIS,
GOOD MEDICCNE FOUNDATION)
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Una madre e hija mestizas de la tribu blackfoot, bacía 1920. El marido de la muíer era
Thomas Magee, administrador de correos y farmacéutico local y apasionado fotógrafo
que regiStrÓ en película muchos acontecimientos de la tribu que de otro modo podrían
haberse perdido. Mientras que algunos mestizos de los primeros años de las reservas des-
preciaron su ascendencia y su patrimonio indios, otros participaron muy activamente
en las tradiciones y contribuyeron a que pervivieran hasta el presente. Los mejores entre
los primeros relatos escritos de la vida de los blackfoot se hicieron con la imponanre
ayuda de mestizos bien informados. (FOTO: THOMASMAGEE)
En torno a la casa-
Algunas enseñanzas
de las abuelas
LA ABUELA EN SU CASA
por Ruth Pequeño Oso
Cuando era pequeña pasaba mucho tiempo junto a mi abuela. Era una seño-
ra muy bondadosa, aunque se llamara Mata Dentro. Este nombre se lo dio un
viejo guerrero que había matado a un enemigo dentro de su propia tienda. Su es-
poso era el viejo Cabeza Pesada, cuyo nombre todavía llevan los numerosos
miembros de la familia Cabeza Pesada, que son parientes cercanos míos.
Hacia 1920 vivía con mi abuela y el abuelo Cabeza Pesada. La vida era muy
simple en la Reserva Blood durante los locos años veinte. Apenas había ningún
automóvil, no había electricidad ni ninguna de las diversiones modernas. Los
miembros más ancianos de la tribu todavía vivían de acuerdo con sus costum-
bres tradicionales. Todos teníamos que trabajar duro para que nuestra vida tu-
viera un mínimo de comodidad.
U na de las tareas básicas de mi abuela era preparar la comida de la familia.
Supongamos que disponía de todo el cuerpo de una vaca recién muerta. Lo pre-
paraba del mismo modo en que había aprendido a preparar el bisonte cuando
era joven. Yo la ayudaba muchas veces, y todavía recuerdo muy bien cómo lo
hacía.
Antes de empezar a descuartizarla, siempre afilaba su hacha y sus cuchillos.
Cogía el hacha y empezaba a cortar el cuerpo a lo largo del espinazo. En ese mo-
159
160 La vida de la mujer piel roja
pacio, sobre la tira de carne, hasta que se llega al final. Si uno quiere, puede aña-
dir agua, e incluso sal y pimienta. Y por último se atan los extremos con tendón
o un hilo fuerte.
Cuando mi abuela hacía tripas de Crow, las echaba directamente sobre las
brasas después de atarlas. Más adelante, las mujeres se volvieron más modernas y
primero hervían las tripas de Crow atadas en una olla de agua sobre el fuego.
Después de hervirlas, las echaban a las brasas el tiempo justo para darles un sabor
de carne a la parrilla.
Los callos eran otra parte muy popular del intestino. Se quita la suciedad del
intestino y se lava muy bien. Cada secci6n del intestino tiene su propio nombre,
pero no sé c6mo se dirían en inglés. Por ejemplo, hay una parte que es muy grue-
sa. Por dentro tiene como una capa de pelusa. Ésta se raspa y se vuelve a lavar la
tripa. Mi abuela era una gran experta en el raspado de esa capa de pelusa. Comía
una parte cruda y el resto lo hervía o lo asaba. Colgaba las partes más delgadas
para que se secaran y daba las puntas rasgadas a los perros.
Hay otra parte del intestino que es bastante ancha y está llena de excremen-
tos. La parte más gruesa tiene una especie de revestimiento duro por dentro. Mi
abuela decía que esta parte es buena para las madres embarazadas; decía que si la
madre la comía el niño tendría una bonita cabeza redonda. A las madres emba-
razadas no se les permitÍa comer ninguna otra parte de los intestinos porque per-
dían el color de la cara.
El segundo est6mago recibe toda clase de nombres blackfoot. Algunos lo
llaman el Muchos Pliegues, o la Biblia India, o el Catálogo de Eaton. Se encuen-
tra al comienzo de las tripas y está formado de muchas hojas o páginas. Hay que
lavarlo perfectamente o, si no, tiene mal sabor. Los ancianos a menudo lo comí-
an crudo, pero algunas partes por lo general se hervían o se asaban, y el resto se
secaba.
Las tripas de médula son intestinos pequeños entreverados de grasa. Mi
abuela generalmente los echaba sobre las brasas para que se asaran. No se vuel-
ven al revés. Es divertido ver cómo se cuecen directamente en las brasas porque
se retuercen con el calor hasta que están bien arrugadas. U na manera más recien-
te de cocinarlas es cortándolas en piezas de unos nueve centímetros. Estas piezas
se rebozan con harina, se sazonan con sal y pimienta y se fríen en una sartén. To-
man forma de anillo y saben realmente bien.
Otro bocado delicado se encuentra en el último extremo de los intestinos
-la última parte del colon. Se limpia muy bien esta parte y se ata uno de sus ex·
162 La vida de la mujer piel roja
tremos. Luego se rellena la pieza con bayas secas y un poco de agua y se ata el
otro extremo. Se hierve durante todo el día, hasta que está muy tierno, y ya tene-
mos una morcilla blackfoot. Se puede cortar para servirla en trozos de ocho o
'
nueve cent1metros.
Mi abuela sólo podía preparar una o dos de estas recetas con intestinos cada
vez que conseguía un animal, por lo que tenía que secar el resto de las entrañas.
Las limpiaba a conciencia y eliminaba el exceso de grasa de manera que lo que
quedaba sólo cubriera las tripas de modo uniforme. Luego las volvía del revés y
las limpiaba de nuevo hasta que desaparecía todo rastro de suciedad. Luego las
hervía hasta que empezaban a cocerse. Las apartaba del fuego antes de que se vol-
vieran blandas y tiernas, y luego las colgaba en sus cuerdas cerca del techo para
que se secaran. Hinchaba soplando algunas de ellas hasta que quedaban como
globos. Eso hacía que se secaran más deprisa.
Los pulmones no se cocían, sino que se cortaban en rodajas y se colgaban pa-
ra que se secaran. Todo el exceso de grasa de dentro del cuerpo también se colga-
ba a fin de que perdiera la humedad. Más tarde se servía junto con la carne seca.
Parte de la grasa del animal se usaba como manteca en vez de dejarla secar.
Si el animal era una hembra, mi abuela preparaba las ubres hirviéndolas o
asándolas.Nunca se comían crudas. A veces se comían los sesos -siempre cru-
dos-, pero por lo general los guardaban para utilizarlos para curtir. La lengua
siempre se hervía, si no se secaba. Es un manjar antiguo, y servía como alimento
de comunión en la Danza del Sol. Incluso los animales viejos tienen la lengua
tierna.
Si el animal era grande, cortaba la carne de los carrillos y del interior de la ca-
beza. Esta carne siempre se tenía que hervir durante mucho tiempo para que
quedara tierna. Como mi abuela había estado casada con un alemán, aprendió a
elaborar el queso de cerdo que es tan popular por aquí. Trituraba la cabeza con
el hacha y hervía todos los pedazos hasta que el hueso .se separaba de la carne.
Posteriormente, este tipo de plato se hizo muy popular entre los bloods.
Si el animal era una hembra con una cría aún no nacida o mamantona, ésta se
daba a los más ancianos porque era muy tierna. La carne se hervía, y las tripas se
sacaban y se trenzaban, y luego también se hervían. Si el becerro era demasiado
pequeño, simplemente se tiraba.
Los huesos del animal se rompían para extraer de ellos la médula. Por ejem-
plo, las tibias se pelaban, y luego mi abuela cogía una piedra grande, o el hacha, y
golpeaba los huesos por la mitad, en un punto equidistante a ambas aniculacio-
En torno a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 163
nes. Después extraía la médula y la ponía en un recipiente para servirla más ade-
lante con sus comidas. Como golosina infantil, yo extraía parte de esta médula
para comérmela allí mismo. Utilizaba una ramita de sauce a la que le quitaba la
corteza. Mascaba uno de los extremos hasta que parecía un pincel viejo y chupa-
ba la médula de la parte que era como las cerdas del pincel. Mi abuela, más tarde,
hervía los huesos durante un buen rato. La grasa que salía se espumaba y se depo-
sitaba en un recipiente especial. Se convertía en algo semejante a manteca com-
pacta.
Mi abuela mezclaba poleo con la grasa y la carne seca cuando las guardaba en
sus parfleches de cuero para almacenarlas. Recogía el poleo en verano y otoño y
lo colgaba para secar. Luego arrancaba las hojas de los tallos y ponía estas hojas
en la grasa y la carne. Cerraba las bolsas bien cerradas, y el poleo alejaba a los in-
sectos y también impedía que la grasa se estropeara.
Las pezuñas se hervían hasta que todo su cartílago estaba blando. Mi abuela
guardaba las patas del animal para esto. Las ataba juntas y las colgaba de un ár-
bol, fuera. A veces las guardaba así durante bastante tiempo, incluso en épocas
de calor, antes de hervirlas. No recuerdo que las moscas se posaran en ellas.
Cuando decidía hervir las pezuñas, cortaba las patas por la mitad y trataba de
quitarles todo el pelo posible. Luego las hervía durante todo el día. Por lo que re-
cuerdo de esas pezuñas hervidas, apenas había nada bueno para comer en ellas.
Pero a mis abuelos les gustaban. Quizá eran sus recuerdos de antaño, cuando el
hambre les obligaba a comer estas cosas de vez en cuando. Guardaban las pezu-
ñas hervidas para utilizarlas como campanillas en las puertas de los tipis, y otras
cosas similares. Eran la versi6n antigua de las campanillas, que más tarde ob-
tuvieron comprándolas a los comerciantes. Se podían cortar y se les podía dar
forma mientras estaban blandas de haber hervido. Después volvían a endurecer-
se.
Si el animal lo había matado en casa mi abuela, ésta siempre aprovechaba
también la sangre. Un plato favorito consistía en tomar una taza llena de sangre
con un platillo de harina. Esta mezcla se amasaba con los dedos hasta que todos
los coágulos y grumos se deshacían. Generalmente, mi abuela guardaba el caldo
de las costillas principales que antes había preparado para mi abuelo. Hervía al-
gunas servas en este caldo y luego vertía en él muy despacio la mezcla de la san-
gre. Lo iba removiendo y probando hasta que le parecía que tenía una sopa de
sangre como la que a ella le gustaba. Esta sopa todavía se usa como comida sagra-
da durante las ceremonias nocturnas del Humo Sagrado.
164 La vida de la mujer piel roja
pasado. Si alguna vez hubo indias que lo hicieron, no fueron, sin duda, mis abue-
las. Tan pronto como mis abuelas del pasado sabían que estaban embarazadas,
aminoraban su ritmo de trabajo e iniciaban un período de disciplina durante el
cual se les prohibía hacer muchas cosas.
Si se trataba de un primer embarazo, la futura madre recibía el consejo de
una mujer mayor y con más experiencia, a menudo una cuñada o la suegra. Al-
gunas tribus tenían elaboradas ceremonias para las muchachas que llegaban a la
pubertad, pero la nuestra no. Aun hoy, muchas jóvenes de nuestra tribu están
a
realmente a oscuras sobre todo lo referente tener hijos. Con la falta de discipli-
na actual, esto ha creado muchos problemas.
Si el esposo de una mujer embarazada podía permitirse el tener otra esposa,
era frecuente que la tomara en este momento, a fin de que pudiera ayudar en las
tareas domésticas. De lo contrario, podía pedir a una hermana más joven -ya
fuera su propia hermana o la de su esposa- que se trasladara a vivir con ellos para
ayudar. Si tenía a su madre o a una tía viudas, podía ser una de éstas la que fuera a
vivir con ellos. La madre de su esposa no era adecuada para ayudar, ya que no se
le permitía estar en compañía de su yerno.
Esto es lo que mi madre aprendi6 sobre restricciones a las embarazadas:
11
Cuando una mujer se da cuenta de que está embarazada, tiene que privarse
de muchas cosas que está acostumbrada a hacer. Por ejemplo, no se le permite
comer determinados alimentos, como corazón o vísceras. Los ancianos dicen
que esto haría empalidecer el rostro de la madre. Si come músculos de las patas,
dicen que tendrá calambres. Si come sesos, su hijo tendrá muchos mocos. Y no
puede estar en la entrada de su casa para mirar afuera. Si hay algo fuera que quie-
ra ver, tiene que salir del todo y mirar desde fuera, no desde la puerta. Si no salía
completamente al exterior, iba a tener un parto difícil, decían. Aquellos indios
de antaño eran muy estrictos con sus creencias. Hoy diríamos que eran supersti-
ciosos. Pero entonces era simplemente su forma de vivir."
Mi abuela, AnadaAki, me cont6 lo siguiente de su primer parto:
"Cuando pensé que estaba embarazada, miré la luna y empecé a contar des-
de aquel momento. Conté nueve meses, y en el décimo se produjo el parto. Al-
gunas mujeres lo pasan muy mal, otras lo encuentran fácil. En cuanto a mí, los
dolores del parto empezaron por la noche. Seguí con ello durante todo el día si-
guiente, la noche de ese día y la mañana del siguiente. Debía de ser cerca del me-
diodía cuando nació mi hijo. Nos acompañaban nuestros médicos indios, que
nos preparaban brebajes. A uno de estos médicos le llamaron esa última maña-
166 La vida de la mujer piel roja
na. Mi esposo le dio lo mejor de sus caballos como paga. Cuando hubo escogido su
caballo, entró directamente y rezó por mí y me trató. Después de esto empecé a
sentirme bien y llena de ánimo.
"Inmediatamente después de que naciera el niño y se hicieran cargo de él, mi
madre comenzó a lavarme. Una vez limpia, empezó a darme un masaje para vol-
ver a ponerme los huesos en su sitio. Me dieron de beber un poco de caldo y des-
pués me hizo echar para que descansara. Aquel primer niño murió porque mima-
dre, a causa de la excitación, cortó el cordón umbilical demasiado corto y entró
aire en el estómago del bebé y lo mató. Si yo hubiera estado en un hospital, po-
drían haberle operado y se habría salvado. No había ningún médico indio que pu-
diera ayudar. Los médicos indios tienen muchas buenas hierbas y medicinas. Es
una lástima que los médicos modernos no aprendan a conocerlas y a utilizarlas. Si
lo hicieran, estaría muy bien."
De acuerdo con las costumbres de mis abuelas, cuando nace un niño se le en-
vuelve con harapos viejos. La madre de la joven solía guardar trapos viejos desde
un tiempo antes del parto. Por supuesto, eran trapos limpi\>S· El bebé iba vestido
así durante sus primeros treinta días, y la madre también. Esta seguía llevando la
ropa que llevó durante el embarazo. Por lo general se quedaba con su madre du-
rante ese tiempo, lejos de su esposo. Ninguna persona enferma podía estar en la ca-
sa donde cuidaban de ella. No realizaba ningún trabajo pesado durante esos trein-
ta días.
Durante este período de reclusión, la nueva madre era bañada y sometida a
una ceremonia de purificación cada cuatro días. Su madre la lavaba y luego la cu-
bría con una manta.Tenía que sentarse junto al altar, donde se hacía el incienso. El
incienso ascendía por debajo de la manta y purificaba el cuerpo de la joven madre.
Mi abuela, AnadaAki, todavía vivió todas estas experiencias cuando era joven.
Para devolver su forma al cuerpo de la madre, ésta, además de someterse a los
masajes, debía llevar un "cinturón" o faja de cuero. Era lo bastante ancho como
para cubrir su abdomen y estaba sujeto muy firmemente. No utilizaba alfileres pa-
ra sujetar el vestido de harapos. Liaba el bulto de harapos de su bebé con cordones
de cuero. Éste era una especie de período de prueba con el que se aseguraba que to-
dos sobrevivirían al nuevo nacimiento. En aquellos tiempos era frecuente que los
niños murieran a los pocos días de nacer, y no era raro que las madres también mu-
rieran del parto.
Al cabo de los treinta días trasladaban el campamento, la madre era purifica-
da una vez más, y se vestían con sus nuevas ropas. Generalmente hacían una
En torno a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 167
nueva cuna para el niño. Y, más o menos en ese momento, también le ponían un
nombre.
Por lo general, el padre se encargaba de la ceremonia de dar el nombre al ni-
ño. Si era un hombre importante, o un hombre santo, podía ser que él mismo
pusiera un nombre a sus hijos. Pero la mayoría de los hombres llevaban a sus hi-
jos a algún anciano notable. Estos ancianos eran personas que habían tenido una
vida larga y buena y cuyas plegarias eran conocidas por su fuerza. El padre siem-
pre entregaba al anciano algún tipo de regalo o de paga -quizás un caballo, o va-
rias mantas, o algo de dinero, o tal vez las tres cosas a la vez, si realmente quería
que su hijo tuviera un buen nombre desde el principio.
El anciano escogido inicia la ceremonia de dar el nombre con una plegaria_
Tornará un poco de pintura de tierra sagrada y pintará el rostro del niño mien-
tras reza. Esto es la primera bendición que recibe el niño desde que nace. Esta
bendición también la reciben los padres durante la ceremonia. Como parte de la
oración, el anciano anuncia el nombre que ha elegido para el niño, y se proclama
en voz alta para que todos puedan oírlo. A continuación se expresan deseos de
buena suerte y larga vida. Esta costumbre todavía es muy común entre los blo-
ods. La mayoría de los adultos tienen un nombre especial, en lengua blackfoot,
que recibieron de este modo. Respecto a la imposición de los nombres, mi ma-
dre tiene que añadir lo siguiente:
"Las madres por lo general dan apodos a sus hijos, mediante los cuales se les
conoce cuando son pequeños. A menudo consisten en una descripción de algún
rasgo notable del niño, como Niña de Cara Redonda, Niña de Pelo Largo, o Ni-
ña Rechoncha. Habitualmente, cuando el niño es algo mayor, estos nombres se
abandonan. Sin embargo, a uno de mis hijos le pusimos Ojos Negros y todavía
se le conoce por este nombre.
"Casi no sé de ningún caso en que nuestros ancianos dieran nombres que
describieran realmente al niño en algún aspecto. Otras tribus lo hacen, pero no-
sotros generalmente damos nombres heredados de nuestros antepasados. La
mayoría de nuestros nombres famosos de antaño todavía los llevan hoy algunos
miembros de nuestra tribu. Por ejemplo, uno de mis hijos recibió hace poco el
nombre de Cuerno Bajo, en honor de su bisabuelo, que era un jefe de la tribu. El
Cuerno Bajo del que procedía el nombre vivió hace tanto tiempo que es mencio-
nado en nuestras leyendas.
"Mi hija lleva el nombre de su bisabuela, SikskiAki, que significa Mujer de
Cara Negra. Es un honor que le concedió uno de los hijos de aquella bisabuela,
168 La vida de la mujer piel roja
que era un hombre anciano cuando nació mi hija. Él ya no está ahora, pero el re-
cuerdo de su madre pervive a través de su nombre.
"Mientras que los hombres las más veces tienen un nombre heredado, las
mujeres generalmente recibían nombres de famosas hazañas guerreras. Se pedía
a los viejos guerreros y jefes que dieran estos nombres a las niñas pequeñas con el
fin de bendecirlas con la buena suerte y el éxito de las expediciones guerreras.
Algunos nombres corrientes eran Mujer Apuñalado-en-el-Agua, Mujer-Dispa-
ro-Preciso y Mujer Captura-de-Medicina. Una cosa que todas tenemos en co-
mún es que nuestros nombres terminan con Mujer. Esto es extraño, ya que no
hay muchos nombres de hombre que terminen con Hombre."
Nuestro difunto abuelo, Willie Araña-al-Blanco, fue objeto de una poderosa
ceremonia cuando nació, en 1877. Su madre había tenido mala suerte con los hi-
jos. Hasta nacer él, todos habían nacido muertos o habían muerto poco después
de nacer. Sus padres deseaban desesperadamente que viviera, por lo que acudie-
ron a una anciana señora llamada Mujer Nutria Sagrada, que era una mujer santa
célebre por sus poderes espirituales. La anciana señora rezó por él y luego se cor-
tó una parte del dedo meñique y la dio al Sol como ofrenda. Mis abuelas conside-
raban esto como una forma de sacrificio poderosísima. Muchas de ellas hacían
lo mismo en momentos de necesidad.
La anciana señora también tomó a nuestro abuelo, lo envolvió con unas
mantas y lo ató en lo alto de un árbol como si estuviese muerto. Su madre estaba
al pie del árbol y se lamentaba por él. La anciana señora dijo a la madre que nun-
ca tendría que volver a hacer esto. Tenía razón, ya que nuestro abuelo vivió has-
ta los noventa y siete años.
Mis abuelas siempre han tenido una relación estrecha con sus nietos, aun
hoy en día. Es frecuente que los abuelos tengan viviendo en su casa a uno de los
nietos y lo críen. Uno de nuestros cuatro hijos vive con mis padres en estas con-
diciones. Él y mi padre nacieron el mismo día, el 9 de enero, y ambos tienen el
mismo nombre, Edward. La tradicional intimidad entre ancianos y nietos pro-
piciaba que los pequeños recibieran los mismos valores con los que fueron edu-
cados sus padres. También favorecía que los niños recibieran mucha atención,
cosa que, tristemente, a muchos niños modernos parece faltarles. Si la madre y
el padre de un niño que lloraba se hallaban ocupados, siempre solía haber por
allí una abuela o un abuelo que podía ver qué sucedía. En consecuencia, no tene-
mos la costumbre de zurrar a los niños, aunque a veces se hacía. Esta abundante
atención ayuda a explicar cómo los padres conseguían manejar a media docena o
En torno a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 169
más de niños pequeños dentro de sus atestados tipis en los largos y fríos días y
noches de invierno. Los mayores contaban historias, realizaban juegos y ayuda-
ban de formas diversas a mantener ocupada la mente de los niños.
Cuando yo era joven, solía llevar a mi hermano pequeño a casa del tío de mi
padre, porque su esposa nos contaba historias de los tiempos antiguos. Era una
narradora realmente buena, y a nosotros no nos importaba caminar varias mi-
llas por la pradera para visitarla, a ella y también a nuestros primos. Nos tenía
entretenidos durante horas. Puedo imaginarme c6mo habría sido si todavía hu-
biéramos vivido en nuestros antiguos campamentos de tipis, con tías y tíos y
abuelos viviendo a corta distancia de nuestra casa.
En el pasado era frecuente que, a las viudas mayores que estaban solas, algún
pariente les diera un niño huérfano. Todo niño que hubiera perdido a su madre
era adoptado por un pariente, generalmente la abuela. El primer marido de mi
abuela, Joe Beebe, fue criado de este modo. Su madre muri6 en el patto, y por es-
to lo cri6 su abuela. Esta anciana lo llevaba con distintas madres que amamanta-
ban a sus hijos para que él pudiera también alimentarse con un poco de leche. En
otros momentos lo alimentaba a base de caldos y, cuando el niño estaba dema-
siado irritado, le dejaba chupar sus propios pechos, ya secos.
Mi abuelo chup6 tanto tiempo los pechos de su abuela que éstos empezaron
a dar leche. Esto es cierto, pues varios parientes me han contado que todos los
ancianos hablaban del hecho. Ella estaba muy orgullosa de sí misma y exhibía su
capacidad de cría siempre que podía.
Generalmente, a los niños no se les alimentaba con nada más que con leche
materna durante los primeros tres o cuatro meses. Su primera comida solía ser
un poco de caldo, y se les daban huesos pata que los chuparan. He oído contar de
niños que mamaron hasta pasados los seis años de edad. No era rato que un niño
que estaba jugando de pronto se metiera corriendo en el ti pi y pidiera a su madre
que le diera de mamar. A algunas madres les gustaba amamantar a sus hijos du-
rante mucho tiempo como forma de control del embarazo. Pero me han dicho
que esto no siempre funcionaba.
Los bebés permanecían envueltos la mayor parte del tiempo. Iban vestidos
en la parte superior del cuerpo, mientras que la inferior estaba recubierta de
musgo suave y seco. Después los envolvían con tela o cuero suave y los ponían
dentro de su bolsa o cuna de musgo. La bolsa de musgo queda atada por la parte
anterior de modo que sólo queda al descubierto la cabeza del beb~. Se sujeta una
tabla en la patte posterior de la bolsa a fin de darle un mateo s6lido, pata trans-
170 La vida de la mujer piel roja
portarla y para que el bebé quede más protegido. Yo he usado ambas cosas con
mis hijos.
Me gusta mucho observar a los bebés cuando desato su bolsa de musgo y esti-
ran los bracitos y las piernas. Se acostumbraban tanto a estar en su bolsa que a
menudo no se dormían si no les ponía en ella. De este modo están tan bien acol-
chados que me siento muy segura cuando tengo que moverlos. Siempre me han
dicho que los bebés no son lo bastante fuertes como para estar en brazos todo el
tiempo, a menos que estén bien protegidos, como en este caso.
Las cunas de este tipo eran casi esenciales en los tiempos en que mis abuelas
realizaban todos sus viajes a caballo. La correa de la parte posterior de la cuna se
colgaba en la gran asta de la silla de montar femenina de estilo tradicional. Si la
madre estaba trabajando por el campamento, colgaba la correa en alguna rama a
cuya sombra pudiera dormir el bebé.
Dentro del tipi, o de la casa, mis abuelas hacían pequeñas hamacas donde po-
nían a los bebés para que no entorpecieran el paso. Y o he utilizado este sistema
con mis hijos. Sujetaba dos cuerdas paralelas en dos paredes adyacentes de modo
que colgaran como un columpio. Luego doblaba una manta de un lado a otro
entre las dos cuerdas, con lo que quedaba como una hamaca en miniatura. Se
puede hacer de manera más sencilla cogiendo una pieza de lona rectangular y ha-
ciendo un dobladillo en los dos lados más largos de modo que se pueda hacer pa-
sar una cuerda a través de cada dobladillo. Después se sujetan a las paredes los ex-
tremos de las cuerdas. En un tipi, las cuerdas van de un palo a otro.
El bebé se coloca dentro de esta pequeña hamaca en su bolsa de musgo. Y o
suelo atravesar un palo entre los dos lados de la hamaca con el fin de ensancharla
y asegurar que el niño tiene bastante espacio para respirar_ Si puedo, cuelgo la
hamaca sobre mi cama, por si se cayera. Y también la descuelgo por la noche y
dejo que el bebé duerma conmigo o en su propia cama. No la tengo encima du-
rante la noche, y mis abuelas dicen que los malos espíritus a veces descienden
por los palos del ti pi por la noche y tratan de llevarse a los bebés. Muchas veces
he tranquilizado a bebés llorones metiéndolos en la hamaca y meciéndolos has-
ta que se quedaban dormidos.
Cuando el niño empieza a andar se le dan las primeras lecciones de respeto.
Todas las familias solían tener un altar en su tipi, y los niños tenían que aprender
desde el principio que no podían jugar a su alrededor. Los padres, más que pegar
a los niños, preferían alejarles de las malas costumbres infundiéndoles temor.
Podían hacer que a sus hijos les asustaran los objetos peludos. Cada vez que el pe-
En torno a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 171
queño trataba de meterse en algiín lugar en que no debía, la madre ponía algo pe-
ludo encima del objeto y el niño se refrenaba por miedo.
Cuando los niños llegaban a la edad en que ya podían comprender algunas
cosas, los padres siempre les decían cosas así: "No te alejes del ti pi, o vendrá el lo-
bo y se te llevará", o "no salgas por la noche porque es cuando los fantasmas sa-
len y podrían venir por ti''. Frases como éstas impedían que los niños pequeños
se alejaran de la casa. Si la madre tenía que ir a alguna parte a pie, se llevaba al pe-
queño, envuelto en una manta y colgado a su espalda. En comparaci6n con las
madres modernas, mis abuelas prestaban mucha atención a sus hijos. Los niños
crecían en medio de la actividad cotidiana de la casa, y por esto aprendían los va-
lores y costumbres familiares de un modo natural.
Mi abuela me cont6 lo siguiente sobre su infancia:
"Y o era la menor de mis hermanos. Mi madre quería que llegáramos a viejos
y por esto nos animaba a seguir sus consejos. Nos enseñó desde el primer mo-
mento a respetar a las personas mayores. Como mi padre era un hombre de me-
dicina, siempre nos visitaba mucha gente. A veces mi madre me daba un trozo
de carne y me decía: 'Pídele a aquella señora que te lo mastique.' Se trataba de al-
guna anciana especial, de alguien con mucho poder para curar o para organizar
Danzas del Sol. La anciana masticaba mi carne y luego me la daba para que la tra-
gara. Esto era una bendición para mí, algo como recibir una parte de su vida. Se
nos enseñaba que, siempre que tuviéramos alguna moneda de sobra, la diéramos
a personas ancianas como ésta".
"Como siempre había muchas personas espirituales que venían a visitar a
mi padre, se nos enseñaba a no alborotar en su presencia. Las personas que po-
seen poderes espirituales tienen la obligaci6n de seguir un gran número de re-
glas. Nunca se nos permitía pasar por delante de ellos, especialmente si estaban
fumando. Éstas eran las reglas, y a nosotros nunca se nos ocurrió discutirlas. Mi
padre pintaba a sus hijos y nietos, y rezaba por ellos, para que no les ocurriera
nada malo si por accidente pasaban por delante de él o hacían algo en contra de
1-as reglas.
"Si los niños de una casa no se portaban bien, la madre o el padre podían ir a
buscar a algún anciano o anciana para que les diera una reprimenda. Si los niños
seguían portándose mal, el anciano o anciana sacaba un punz6n y les agujereaba
las orejas allí mismo. Esto era muy eficaz para enseñar una lección a los niños.
"De todos modos, en mi juventud todos los niños -chicos y chicas- tenían
las orejas agujereadas para llevar pendientes. Generalmente esto lo hacía alguna
172 La vida de la mujer piel roja
anciana cuando los niños aún eran bebés. Las piezas de concha redondas eran el
tipo de pendiente más popular entre los bloods."
Como pasamos mucho tiempo con nuestros mayores, mis hijos han aprendi-
do desde el principio a ser respetuosos. Aun hoy vienen a nuestra casa ancianos
que tienen ciertas reglas que hay que observar en su presencia. Cuando estaba
nuestro abuelo, por ejemplo, todo el mundo tenía que permanecer sentado mien-
tras él comía. Los niños disfrutan con los ancianos porque con ellos oyen mu-
chos relatos y canciones. Algunas canciones infantiles contienen frases absurdas
como: "Urraca, urraca, ven ante mí y clava tu bolsa junto a la puerta"; o "ardi-
116n, ardill6n, con pechos robustos; con pechos robustos; con pechos robustos".
A veces, la persona anciana hace jugar un juego a los niños, como el de apre-
tarse unos a otros el dorso de la mano y mantenerlas bien agarradas hasta que hay
un gran mont6n de manos. Al primero que se suelta, los demás le hacen cosqui-
llas. Las canciones se llaman canciones de cuna, y las madres las cantaban a sus be-
bés para que se durmieran. U na que les daba mucho miedo decía estas palabras:
"Lobo, lobo, ven a comerte a este niño que no quiere dormir."
A los niños pequeños se les dejaba que jugaran juntos, y en verano a menudo
iban desnudos. Pero, tan pronto como tenían edad suficiente para conocer la di-
ferencia entre niños y niñas, se los separaba. A partir de entonces, las niñas eran
vigiladas atentamente por sus madres y tías, y no se permitía que ningún chico se
les acercara. Si hacían algo que pudiera ocasionar un descrédito para la familia,
eran castigadas severamente -sobre todo por parte de sus propios hermanos.
Hermanos y hermanas aprendían a respetarse mutuamente desde una edad
muy temprana. A las chicas nunca se les permitía que se vistieran indecorosa-
mente delante de sus hermanos. Algunas de estas costumbres han pervivido hasta
hoy, puedo asegurarlo. Yo era la única chica de mi familia, y tenía seis hermanos
que me vigilaban. Estas costumbres sin duda fueron causa de muchas lágrimas y
disgustos para mí y para algunas de mis amigas -como cuando teníamos novios a
quienes nuestros hermanos no aprobaban, o como cuando queríamos seguir la
moda y llevar faldas más cortas.
En los tiempos en que mis abuelas eran niñas, los únicos juguetes que tenían
eran pequeñas copias de los objetos con los que sus madres trabajaban -pequeños
tipis y equipos de acampada, muñecas y cunitas, y herramientas en miniatura pa-
ra curtir y cocinar. Se les hablaba de las mujeres santas que organizaban las Dan-
zas del Sol, con la esperanza de que aprendieran a ser honradas, buenas y virtuo-
sas.
En tomo a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 173
A menudo he oído decir que los indios de antaño vendían a sus hijas. Hay algo
de verdad en ello, pero en gran parte obedece a una comprensión errónea de nues-
tras costumbres. Cuando un joven digno se casaba con una muchacha respetable,
ambas familias intercambiaban regalos. Sin embargo, para obtener la aprobación
de los padres de la muchacha, el joven tenía de demostrar primero cuán generoso
podía ser enviándoles varios buenos caballos y otras pertenencias. Como en la
transacción los padres perdían a una buena trabajadora de la casa, estos objetos de
valor podían considerarse como el rendimiento de la inversión que habían reali-
zado criando ala hija hasta su plenitud. Imagino que algunos padres considerarían
la cuestión en estos términos -en especial los padres que tenían varios hijos varo-
nes. Hay que tener en cuenta que el matrimonio de la hija significaba que a partir
de aquel momento la joven estaría comprometida con su esposo y con la familia
de éste. Era frecuente que los padres apenas volvieran a verla después de la boda.
El modo en que un joven expresaba por primera vez su deseo de casarse con
una muchacha determinada era enviando un regalo muy especial a los padres de
ésta. Como el hombre era el que mandaba en su familia, era él quien debía decidir.
Pero es indudable que la mayoría de los hombres consultaban con sus esposas an-
tes de decidir, y los hombres bondadosos también consultaban a sus hijas. Esta
costumbre ha desparecido en los últimos años, desde la época del matrimonio de
mi madre.
Este regalo especial, generalmente lo llevaba a los padres de la muchacha un
amigo del joven que la quería. Si los padres aceptaban el regalo, el matrimonio
quedaba decidido. A veces esto ocurría aunque a la muchacha no le gustara su pre-
tendiente, o aunque ya estuviera enamorada de otro. En la mayoría de los casos,
sin embargo, a las jóvenes no les importaba. Habían estado vigiladas tan de cerca
mientras crecían que en realidad no tenían mucho que opinar sobre los diversos
hombres a los que podían elegir. Había unos pocos jóvenes que sobresalían por su
bravura o por su riqueza precoz. Los padres de las muchachas trataban de conse-
guir a estos jóvenes como yernos, ya que tenían más posibilidades de mantener
bien a sus hijas, e incluso a ellos mismos cuando fueran viejos. Los padres que te-
nían varias hijas esperaban que la mayor pudiera encontrar un marido ambicioso
que también pudiera tomar como esposas a las hermanas menores cuando tuvie-
ran edad para ello. Algunos jefes tenían hasta diez esposas, muchas de las cuales
eran a menudo hermanas. Sé de una mujer que sólo tenía seis o siete años cuando
se convirtió en la esposa más joven de un jefe principal que se había casado con su
hermana mayor.
174 La vida de la mujer piel roja
Algunos padres intentaban que sus hijas se casaran a una edad muy tempra-
na a fin de que fueran fieles a su primer esposo y quizás algún día pudieran orga-
nizar una Danza del Sol. Una de mis abuelas lejanas, que aún vive, fue entregada
como esposa a un joven cuando ella s6lo tenía siete años. Sus padres eran pobres,
y ese joven era muy prometedor. Acababa de terminar sus estudios. Los dos pa-
saron la vida juntos, tuvieron muchos hijos, las cosas les fueron bien y fueron fe-
lices. Todavía se ríe cuando cuenta cómo la hermana pequeña de su marido le
dejaba sus juguetes para jugar, después de la boda, y c6mo su esposo se enfadaba
con ella porque comía pan a hurtadillas en la cama y la dejaba llena de migas.
Hoy en día una muchacha se reiría si sus padres le dijeran con quién tenía
que casarse. Probablemente se pelearía con sus hermanos si éstos le dijeran có-
mo tenía que vestirse y comportarse. La ley castigaría duramente a estos herma-
nos si cortaran la nariz a su hermana como castigo por traer la deshonra a la fa-
milia con un comportamiento público disoluto. Y me pregunto cuántos
jóvenes serían capaces de reunir suficientes caballos y otras cosas para satisfacer
a los padres de una buena esposa potencial. Y sin embargo éstas son las costumbres
que mis abuelas conocían y por las que vivían hasta hace unos pocos años.
Las mujeres usaban esta salvia para toda clase de cosas, internas y externas.
Se tomaba como brebaje para los resfriados y enfermedades del pecho, así como
para otras dolencias. Muchas de estas prácticas eran enseñadas a las mujeres mé-
dicos en sueños y visiones.
Utilizaban esta salvia como emplasto para cortes y hemorragias nasales, co-
mo relleno en los mocasines para el mal olor de pies y, bajo las axilas, como des-
odorante. Arrancaban las hojas y con ellas hacían una almohadilla que usaban
durante la menstruaci6n. Las almohadillas no s6lo absorbían la sangre, sino que
también servían como medicaci6n para impedir que la piel se irritara. Habitual-
mente se usaban manojos de esta salvia a modo de papel higiénico.
,
LA PREPARA CION DE LA COMIDA
Con todos los nuevos tipos de comida que la civilizaci6n ha traído consigo,
los indios ya no comen, ni de lejos, de un modo tan sano como solían. Pero hay
algo que sigue igual: la dieta básica del indio es la carne, junto con ciertas clases
de tubérculos. En los viejos tiempos era carne de caza, sobre todo de bisonte, y
raíces silvestres como camas y nabos. Hoy en día la carne viene sobre todo de la
carnicería, y las verduras de la tienda de ultramarinos. Por desgracia, los niños se
aficionan enseguida a todas esas comidas preparadas que hoy son tan fáciles de
conseguir. Esta comida es tan dulce y fácil de comer que a algunos niños ya ni si-
quiera les gusta la carne y la verdura.
Y o crecí con el sabor de la carne de caza, las tripas cocidas y las sopas deba-
yas. Todavía las considero mis comidas favoritas. Nunca supe de un indio black-
foot que fuera vegetariano. Pero he aprendido sobre las comidas modernas y so-
bre c6mo distinguir las buenas de las malas. Incluso en el internado nos
enseñaron acerca de los valores nutritivos. He oído muchas críticas contra nues-
tros internados y contra las monjas que lo dirigían, pero raramente veo señalar
las muchas cosas buenas que allí teníamos y que allí aprendimos. Gran parte de
lo que comíamos se cultivaba en el huerto del colegio, donde podíamos vigilar-
lo. Como no tenía el toque personal de las comidas caseras de nuestras madres,
tendíamos a burlarnos de esta comida y a rechazarla. Se cocinaba en grandes can-
tidades para una gran cantidad de alumnas, pero era una alimentaci6n básica y
nutritiva.
Enctientro que algunos de los sistemas de cocinar de mis abuelas no son
prácticos en una bulliciosa casa actual. Pero sus métodos constituyen sin duda
En tomo a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 177
EL SECADO DE LA CARNE
ALGUNAS RECETAS
casa estaba atestada de gente, por lo que la anécdota del abrigo lleno de masa cir-
cul6 por toda la tribu.
Las recetas básicas del pan frito y del pan ázimo se pueden variar de muchas
maneras_ Un ingrediente que se usa mucho en verano es un puñado de bayas sil-
vestres frescas, como "saskatoons" o guillomos de fruto morado. Si se añade
una taza de harina de maíz y un poco de manteca o grasa y se hornea, se obtiene
pan de maíz. A veces hago pan ázimo como plato principal de la comida, espe-
cialmente cuando acampamos, cortándolo en cuadrados, rellenándolos con
queso y cerrándolos, y luego friéndolos.
hay hombres que van a cazar para completar el abastecimiento de comida de sus
familias. Pueden cazar ciervos y aves silvestres en las praderas y en las hondo-
nadas de los ríos de la reserva, o pueden ir a las Montañas Rocosas a cazar antes y
alces en tierras desocupadas del gobierno durante todo el año. El corazón de
ante o de alce son los que van mejor para esta receta que sirve para una cena de
toda la familia.
un corazón fresco de alce o de ante (o de vaca, si prefu:re los
corazones domesticados a los salvajes}
1/8 de libra de mantequilla o margarina fandida
una cebolla pequeña, picada
un tallo de apio
una taza de migas de pan
media cucharadita de sal y media de pimienta
Limpie muy bien el corazón y separe las entrañas, que troceará para añadir-
las al resto de la mezcla. Funda la mantequilla o margarina y saltee las cebollas, el
apio y los trozos de carne. Añada las migas de pan, sal y pimienta y rellene el co-
razón con esta mezcla. Póngalo en un asador y añada aproximadamente una ta-
za de agua. Cuézalo a 325 grados durante tres horas, o hasta que esté hecho.
CORAZÓN DE CIERVO
un corazón fresco
una cucharada de sal
cuatro cucharadas de harina
1/4 de cucharadita de pimienta
tres cucharadas de grasa y jugo
agua
dos zanahorias y dos tallos de apio
media taza de pimiento verde picado
Limpie el corazón completamente y déjelo en remojo en agua con sal duran-
te al menos una hora, pero es preferible que sea toda la noche. Asegúrese de que
queda completamente cubierto. Después enjuáguelo bien, y séquelo con una to-
alla. Córtelo en tajadas de 1 cm y espolvoréelas con harina sazonada. Funda la
grasa y saltee las tajadas hasta que estén ligeramente doradas. Añada agua para
cubrirlo y déjelo cocer así durante una hora, y luego añada las verduras. Añada
En torno a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 183
HÍGADO DE VENADO
un hígado fresco
una taza de harina
sal y pimienta
aceite
una cebolla, cortada en rodajas
Limpie el hígado y déjelo en remojo en agua con sal, lo que le quita~á el sabor
de sangre. Congele el hígado hasta que lo necesite para cocinarlo. Córtelo en ta-
jadas mientras todavía esté congelado y espolvoréelo con harina y sal y pimien-
ta. Caliente un poco de aceite en la sartén y saltee los aros de cebolla durante un
rato, y luego vierta encima las tajadas de hígado. Sírvalo con puré de patatas y
salsa.
los ojos, trocéela en piezas de un tamaño adecuado para cocerlas. Ponga estas
porciones en remojo en agua con sal durante toda la noche a fin de quitarles la
sangre. Al día siguiente ponga todas las piezas en una olla grande, junto con to-
dos los restos de carne del animal. Hierva todo esto hasta que toda la carne se
desprenda de los huesos, y luego quite estos últimos. Pique bien fino la carne
que quede, añada cebollas, sal y pimienta a su gusto, y hiérvalo todo hasta que las
cebollas estén tiernas. Vierta toda la mezcla en una sartén y déjela enfriar. Aña-
da una cucharada de gelatina mezclada con 114 de taza de agua fría por cada dos
tazas de la mezcla y déjelo solidificar.
CARNE AHUMADA
La carne seca, o tasajo, se hace simplemente cortando carne fresca en tajadas
finas y colgándolas para que se sequen. En verano, esto resulta difícil a causa de
las molestas moscas, por lo que es más seguro ahumarla. Con este sistema, no só-
186 La vida de la mujer piel roja
lo se seca más deprisa, y sin que las moscas la estropeen, sino que también ad-
quiere un sabor ahumado que a algunas persones les encanta.
Y o sigo el ejemplo de mis abuelas ahumando la carne dentro de un tipi. Uso
uno viejo que está demasiado deteriorado para acampar con él. Preparo la carne
el día anterior cortándola en tajadas y dejándola en remojo durante toda la no-
che en una solución de media taza de sal gruesa por cada cinco litros y medio de
agua. Asegúrese de que la sal está disuelta antes de poner la carne en la solución.
A la mañana siguiente escurro la carne, y después la limpio con agua clara y la es-
polvoreo ligeramente con pimienta. A continuación la cuelgo en los muchos
cordeles que hay sujetos dentro del tipi desde los palos de un lado a los del otro,
aproximadamente a la altura del hombro.
Cuando la carne está colgada, encendemos una pequeña hoguera en el ho-
yo del fuego y la vigilamos atentamente hasta que tenemos un buen lecho de
brasas. A continuación apilamos leña verde -álamo, en nuestro caso-, que
arderá sin llama y humeará. Después salimos, antes de que nos escuezan de-
masiado los ojos, y cerramos la puerta y los alerones del ti pi lo más herméti-
camente posible. Ahumo la carne de este modo durante unos tres días. El se-
gundo día le doy la vuelta. De vez en cuando echo un vistazo, para
asegurarme de que el fuego no ha prendido y no produce llamas que quemarí-
an la carne. Después que ésta está seca y el proceso ha terminado, se conserva-
rá durante muchos años.
Mis abuelas tenían dos maneras fáciles de asar las costillas directamente so-
bre un fuego abierto. Con el primer sistema utilizaban un lado entero de las cos-
tillas de un animal. En un par de sitios insertaban un palo verde, uno de cuyos
extremos clavaban en el suelo junto al fuego, de modo que el calor de las llamas
fuera directamente a las costillas. De vez en cuando les daban la vuelta, hasta que
estaban bien asadas.
Para asarlas de la otra forma, las separaban repartiéndolas según el núme-
ro de comensales. Formaban un buen lecho de brasas en su fuego y luego api-
laban encima leña verde, sobre la que ponían las costillas, que se asaban con
el calor y el humo. Si brotaban las llamas, rociaban el fuego con un poco de
agua. Este mismo método puede utilizarse hoy en día con una estufa de leña
de carga frontal.
En torno a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 187
Las pieles de buey no se¡itilizaban como sustitutos de las de bisontes para los
mantos. En cambio, sí que se usaron las mantas o chales de lana regalados por el
gobierno o comprados. Los preferidos eran los que tenían dibujos de vivos colo-
res, como los procedentes de la Fábrica Pendleton de Oregón. En el Canadá, la
Compañía de la Bahía de Hudson introdujo mantas con franjas de colores que
también fueron muy apreciadas. Los mantos de piel de alce todavía eran habi-
tuales en los años veinte de este siglo, tal como se ve en las fotografías de danzas
de esa época, y hoy aún forman parte de la vestimenta de la mujer sagrada duran-
te la Danza del Sol.
Mis abuelas han sido conocidas desde siempre por su gran modestia. Parte de
esta modestia procede sin duda de la importancia que nuestra tribu concede a la
virtud, si bien en gran medida debe provenir de los misioneros y otros que em-
pezaron a influir en nuestros usos sociales a partir de 1800. Las informaciones
antropológicas y las notas de los diarios escritos antes del año 1800 indican que
las mujeres de los tiempos antiguos no siempre iban cubiertas del todo, especial-
mente de la cintura para arriba, y esto también era habitual en muchas otras tri-
bus. De hecho, las mujeres de algunas tribus de las Praderas del Sur llevaban sólo
faldas durante el verano hasta el final del siglo diecinueve.
Mis abuelas iban limpias, y también pulcramente vestidas, según los textos y
relatos antiguos que han llegado hasta nosotros. Cuando hacía calor, general-
mente se bañaban todos los días en una parte del lago o río cercano que se reser-
vaba para su uso privado. Por lo general, esperaban hasta que habían terminado
las tareas de la mañana y la mayoría de los hombres habían salido a cazar. Mien-
tras iban sin vestido, solían limpiarlo usando panes de arcilla blanca y raspándo-
lo con piedras rugosas. Solían lavarse el pelo al mismo tiempo, simplemente con
agua fría, aunque a veces se lo lavaban junto a su tienda con una cocción de hier-
bas y perfumes si lo querían más limpio, o para que oliera bien, o para eliminar
los piojos o la caspa, molestias que no eran frecuentes. En invierno, las mujeres
se limpiaban de vez en cuando con un baño de vapor.
Mientras que los hombres blackfoot podían escoger entre varios peinados
tradicionales, las mujeres usaban principalmente sólo uno: se hacían la raya en
medio del cabello y una trenza a cada lado, sujetando los extremos con una tira
de cuero o de tela lisa. El hecho de envolver el extremo de las trenzas con tela ro-
ja es un estilo simbólico de los hombres, aunque algunas jóvenes han adoptado
ingenuamente este estilo en los últimos tiempos. Mientras trabajaban, muchas
mujeres se ataban las puntas de.las trenzas detrás de la cabeza para que no les mo-
En torno a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 189
lestaran. Las mujeres más jóvenes sólo llevaban el pelo suelto cuando estaban de
luto por la muerte de algún familiar. Las mujeres mayores a menudo estaban de
luto con tanta regularidad por la pérdida de hijos, nietos y otros parientes, que
llevaban el pelo suelto todo el tiempo, por lo general cortado justo por debajo de
los hombros.
Si ha llevado alguna vez un vestido de piel durante varios días y noches, so-
bre todo en verano, enseguida comprenderá por qué mis abuelas se apresuraron
a conseguir tela de los comerciantes, incluso pagando un alto precio. La primera
tela fue lana gruesa, lo que no podía significar una gran mejora en cuanto a co-
modidad y frescor, aunque se podía lavar fácilmente. Pero cuando pudieron
conseguir telas de algodón, más ligeras, el vestido de las mujeres sufrió una revo-
lución. Pudieron, finalmente, vestirse y trabajar con comodidad en verano.
Con todo, la mayoría de las mujeres siguieron llevando sus chales todo el tiem-
po, ya fuera invierno o verano. Generalmente se los ponían para cubrirse todo
el cuerpo y luego se sujetaban un cinturón en la cintura de modo que el chal col-
gara de la cintura hacia abajo, doblado por la mitad. Si no trabajaban, las mujeres
solían doblar los chales por la mitad, de una punta a otra, y los llevaban sobre los
hombros de manera que una punta quedara más abajo por la espalda. Algunas de
mis abuelas todavía se visten de este modo cuando van a la ciudad. Del resto, la
mayoría lleva al menos un jersey grueso. Y más frecuentemente un abrigo, in-
cluso en verano, como un signo de su recato tradicional.
Mis abuelas no hadan ropa interior del tipo que hoy conocemos. En invier-
no alargaban sus polainas, que normalmente llegaban a las rodillas, hasta las ca-
deras. Estas polainas estaban hechas de piel de bisonte con el pelo hacia dentro.
Los vestidos eran holgados, con mangas anchas, lo que permitía que el aire circu-
lara en verano y que en invierno pudieran llevar otra prenda debajo. Con los
vestidos de tela se hizo habitual el llevar debajo una blusa estampada de algodón,
cuyas mangas sobresalfan y añadían color y belleza al atuendo. Los vestidos hol-
gados y las mangas anchas también eran prácticos para las madres que amaman-
taban a sus hijos, pues sólo tenían que echarse la manga hacia arriba para poner
los pechos al descubierto.
Mis abuelas confeccionaban diversos tipos de prendas para la cabeza con pie-
les curtidas para llevar en invierno o en los días ventosos. A veces usaban pañue-
los hechos con pieles curtidas delgadas. Con la llegada de las telas, los pañuelos
de estilo campesino se convirtieron en una prenda corriente hasta hoy. A ningu-
na de mis abuelas se le ocurriría ir a la ciudad sin un pañuelo en la cabeza. A una
190 La vida de la mujer piel roja
de ellas le gusta llevar los pañuelos enrollados y atados en forma de cinta para la
cabeza, aunque este estilo nunca ha sido muy común. Se le aconsejó que lo hicie-
ra en un sueño.
MOCASINES
penden de los materiales que se pueden conseguir y del uso al que estén des-
tinados los mocasines. Mis abuelas solían tener a mano varios pares de mocasi-
nes para las distintas ocasiones. Los más sencillos eran bajos y sin adornar, y
servían para el uso diario.
Pocas personas blackfoot de hoy llevan todavía mocasines todo el tiempo, y
creo que las que lo hacen son todas abuelas. Pero, cuando yo era pequeña, re-
cuerdo que muchas personas mayores los llevaban siempre. Generalmente se
ponían chanclos o botas de goma encima de los mocasines cuando iban a la ciu-
dad, o cuando el terreno estaba mojado o cubierto de nieve. Aparte del falleci-
miento de estos ancianos, otra causa del declive del uso de mocasines es el alto
precio y la escasez de pieles curtidas adecuadas.
Mi familia usa principalmente mocasines desde hace varios años. He visto
que el tipo de dos piezas es el más práctico para el uso diario. Los confecciono
utilizando piel de ciervo curtida al humo para la parte de arriba y cuero curtido
industrialmente para las suelas. Para evitar la suciedad y dar más consistencia a
los mocasines, les añado unas orejas en los tobillos de unos diez o doce centíme-
tros de alto, aunque, cuando hace calor, a veces las quito. Por lo general, prescin-
do de los adornos de abalorios porque con el uso se rompen y toman un aspecto
raído. A veces recorto las orejas y espacio las costuras con tela de lana roja, prác-
tica que era habitual entre mis abuelas.
Para llevar en invierno, hago los mocasines de una sola pieza, pero utilizan-
do piel de oveja en vez de cuero. Los mocasines hechos s6lo con piel no son muy
cálidos y es difícil hacerlos lo bastante grandes para que en ellos quepan los grue-
sos calcetines de invierno y al mismo tiempo sean bonitos. La piel de oveja es cá-
lida pero no muy duradera, por lo que pongo cuero de curtido industrial sobre
todos los lugares que tienen mucho desgaste e incluso guardo una suela de re-
cambio. También añado unas orejas de piel de oveja que llegan hasta las rodillas.
Antes de usar los mocasines, los impermeabilizamos. En los viejos tiempos, mis
abuelas hadan el mismo tipo de mocasín de invierno, s6lo que usaban pieles de
bisonte, más resistentes y cálidas, sin quitarles el pelo.
Aunque con la piel curtida a mano se confeccionan los mocasines más be-
llos, el cuero curtido industrialmente es casi igual de resistente. Las pieles de alce
y ante son más gruesas y cálidas, pero no son tan resistentes como las de ciervo,
independientemente de c6mo estén curtidas. Muchas personas prefieren las pie-
les blancas para la parte superior, sobre todo las que s6lo llevan mocasines para
"endomingarse''.. Pero, si se mojan mucho, generalmente se estropean porque
192 La vida de la mujer piel roja
juntas, luego hago otra en la mitad de ambos lados. Cuando hago las puntadas de
los lados me aseguro de que la costura de la lengüeta está exactamente enfrente
de ellas, no en un ángulo. A continuación empiezo a coser cada lado, empezan-
do por la puntada de sostén de la parte de los dedos.
Mis abuelas siempre utilizaban tendón para coser sus mocasines, lo que sig-
nifica que tenían que coger sus punzones y hacer agujeros en ambas piezas antes
de cada puntada. Hacían las puntadas muy juntas, por lo que en total era mucho
trabajo. Algunas personas, hoy en día, usan hilo, pero nunca resiste mucho. Mu-
chas mujeres de edad usan todavía tendón. Y o me siento afortunada por haber
localizado un producto reciente que combina la resistencia del tendón con la co-
modidad de coser con hilo. Se llama tendón de imitación y se vende en carretes
en muchas tiendas de artesanía india.
El mocasín de una pieza completo es demasiado bajo para ser práctico sin la
adición de las orejas de los tobillos. Para el verano, éstas pueden ser de tan sólo
tres o cuatro centímetros de alto, pero generalmente se hacían de modo que cu-
brieran toda la parte descubierta de la pierna del usuario bajo las polainas o el
vestido. Se hacían suficientemente anchas para que se solaparan por delante, y se
sujetaban con largas tiras que se enrollaban varias veces alrededor del tobillo. En
el pasado, la mayoría de los mocasines de dos piezas tenían orejas de los tobillos
de entre cinco y quince centímetros de alto, pero hoy en día no son tan frecuen-
tes. Esto es debido a que la mayoría de estos mocasines se llevan principalmente
para danzar, de modo que las orejas darían demasiado calor y serían incómodas.
Las orejas solían hacerse de piel sin decorar, en invierno de piel peluda, y en los
últimos años, cuando empezó a ser difícil obtener cuero, a menudo eran de lona.
De hecho, he oído decir que muchos mocasines estaban hechos completamente
de lona, hacia finales del siglo pasado y principios del presente, pero no he visto
más que unos pocos pares en las colecciones de los museos. Uno de éstos estaba
completamente recubierto de abalorios y parecía tan bueno como los de piel.
Mis abuelas tenían diversos sistemas de decorar los mocasines que hacían,
entre otros los flecos, el bordado de abalorios, la pintura y la adición de pieles o
tela. Un detalle habitual en los mocasines blackfoot es la pequeña tira con flecos
que sale del talón y que en otras partes se corta. El Dr. Clark Wissler dijo, en
1910, que, de trece pares de mocasines blackfoot que había reunido, cuatro te-
nían la tirita cortada, tres tenían un fleco, otros tres tenían dos flecos, y otros
tres tenían flecos a lo largo de toda la costura del talón. Esto último se hacía aña-
diendo una tira de cuero, llamada vira, entre la costura. Esta vira se encuentra a
194 La vida de la mujer piel roja
menudo entre la costura lateral de los mocasines de una pieza, aunque rara vez
en la de los de dos piezas. Era frecuente poner una vira de lana roja en la costura
entre los mocasines y las orejas de los tobillos altas. A menudo esta vira de tela
tenía una anchura de uno o dos centímetros y estaba cosida con punto de cruz, o
con abalorios sobrepuestos, formando una decoraci6n muy bella.
En 1833, el errante príncipe Maximiliano escribi6 que los mocasines black-
foot a menudo estaban pintados de un color diferente en cada pie. Esto podía
responder a algún prop6sito sagrado, aunque hacia 1940 ninguno de los ancia-
nos parecía saber nada sobre ello. Los propietarios de pipas de medicina y otras
personas sagradas tienen la tradici6n de pintar ambos mocasines con pintura de
tierra roja sagrada, y de vez en cuando de otros colores.
Se dice que los mocasines blackfoot completamente recubiertos de borda-
dos de púas o abalorios no eran tan frecuentes como en otras tribus, aunque exis-
ten muchos ejemplos de este tipo de mocasines en las colecciones de los museos.
La mayoría de los mocasines parecen haber estado decorados con pequeños di-
bujos en la zona situada entre los dedos y el empeine. Entre los dibujos caracte-
rísticos encontramos los" ojos de cerradura", las bandas transversales y diversas
variantes de una figura con tres puntas que muchos creen que representa las tres
divisiones de la naci6n blackfoot. Los adornos de abalorios y de púas siempre se
aplican a la parte superior del mocasín antes de coserla a la suela. Volver del re-
vés un mocasín completamente cubierto de abalorios, una vez que está cosido,
es siempre una primera y buena prueba de la durabilidad del bordado.
En el pasado no había ninguna diferencia particular entre los mocasines de
los hombres y los de las mujeres, ya fuera de estilo o de decoraci6n, salvo que los
que llevaban las mujeres siempre tenían orejas en los tobillos, mientras que los
que llevaban los hombres a veces no las tenían. Las polainas de las mujeres se
ajustan de forma ceñida sobre estas orejas del tobillo. En épocas más recientes la
mayoría de las mujeres han adoptado el estilo alto de mocasín que tradicional-
mente han usado otras tribus distintas de la nuestra. Estos mocasines llegan has-
ta debajo de las rodillas y así eliminan la necesidad de polainas adicionales. Ge-
neralmente estos mocasines altos llevan flores bordadas -una en la punta y otra
bastante arriba de la oreja del tobillo. Los mocasines de los niños son iguales que
los que llevan los adultos, s6lo que más pequeños.
Los dibujos de esta página representan algunos de los diseños más básicos
usados en los mocasines blackfoot, según un estudio realizado en los años cua-
renta de este siglo por John Ewers. Los ancianos de esa época le dijeron que el di-
En tomo a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 195
A B e D E
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: 1 ~ ~
196 La vida de la mujer piel roja
LOS VESTIDOS
El estilo básico de vestido tradicional que llevaban mis abuelas debi6 de ge-
neralizarse hacia el año 1800. El comerciante y explorador David Thompson es-
cribi6 en la década de los ochenta del siglo pasado que los vestidos eran entonces
muy similares a las modernas combinaciones de las mujeres: cuerpos rectangu-
lares sostenidos por unos tirantes en los hombros. A ellos se les añadían mangas
separadas cuando hacía más frío. Las mujeres de las tribus vecinas llevaban vesti-
dos similares, aunque hoy en día no existe ningún ejemplar blackfoot en los mu-
seos.
El tipo de vestido que todavía llevan hoy en día algunas mujeres en ocasiones
especiales tiene una esclavina cosida al cuerpo principal, de modo que el vestido
completo cubre del todo a la usuaria, incluso los hombros y la parte superior de
los brazos. Se necesitan al menos dos pieles de ciervo grandes para confeccio-
narlo.
Los vestidos se hacían con la cabeza de las pieles en la parte inferior del vesti-
do. Los cuellos y patas delanteras se dejaban en su forma natural, para dar a los
vestidos el característico borde inferior ondulado que se ve en fotografías anti-
guas de mujeres. Por lo general llevaban flecos.
Las partes superiores de los vestidos tenían diversas variantes. El método
más común consistía en cortarlas casi completamente rectas y después unirlas
mediante una tercera pieza, el hombrillo. Éste tenía la forma de un largo rectán-
gulo, como se ve en la figura A de la ilustraci6n. La figura B muestra la forma ge-
neral de la parte superior del vestido, con el hombrillo sujeto, mientras que la fi-
e
gura muestra el método más usual de juntar el hombrillo con las partes de
delante y de detrás. A menudo el hombrillo se hacía juntando las dos tiras que se
habían separado de los cuartos traseros de las pieles al cortar la parte principal
del cuerpo. A veces se cosían dos pieles grandes de manera que los últimos centí-
metros pudieran doblarse, en la parte anterior y en la posterior, y coserse al igual
En tomo a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 197
tilos de vestidos para poder usar la tela_ Esta lana industrial siempre tenía
una franja blanca, conocida con el nombre de hirma, donde se sujetaba la tela
durante el proceso del teñido. Estas franjas blancas siempre se colocaban en
el borde inferior del vestido (así como en las polainas de los hombres y en
otras prendas) como forma de decoraci6n. Además, por lo general se aplica-
ban bordados de abalorios con abalorios auténticos o de semillas. En algu-
nos casos el bordado tenía la forma de la antigua pieza del pecho; en otros s6-
lo consisda en una pequeña tira a lo largo de los hombros, y en otros cubría
toda la parte superior. Se hizo popular un nuevo estilo de decoraci6n en el
que hileras de abalorios alternaban con hileras de conchas de cauri, o a veces
con dientes de alce. Este estilo era especialmente frecuente en los vestidos de
tela más ligera que fueron los más populares entre la última década del siglo
pasado y la segunda del presente. Los bordados de abalorios de estos vestidos
ligeros se hacían a menudo con abalorios grandes de forma tubular conoci-
dos como "abalorios de cesta". La parte inferior de estos vestidos estaba
muy decorada, generalmente con muchas hileras paralelas de cintas de dis-
tintas anchuras y colores. El satén era un tipo de tela muy popular en ese pe-
ríodo, y se usaban muchos colores diferentes. Los vestidos se confecciona-
ban generalmente con máquina de coser y los dobladillos estaban bien
hechos. Las mangas se cosían en toda su longitud, y la parte superior de los
vestidos a menudo estaba forrada por dentro para dar soporte a los abalorios
y las conchas.
El uso generalizado de la tela dio lugar a muchas variaciones nuevas en el
atuendo de las mujeres. Un estilo popular comprendía una esclavina, decorada
con abalorios y conchas, que se podía llevar encima de cualquier vestido simple
de algod6n. Algunas esclavinas eran en realidad los restos decorados de vestidos
de tela viejos. Algunos vestidos de tela estaban decorados con añadidos de ante
con flecos. Había vestidos hechos con terciopelo, con decoraciones de cintas Y
lentejuelas metálicas. Los vestidos más valiosos tenían la parte superior cubierta
de dientes de alce o conchas de cauri.
200 La vida de la mujer piel roja
EL CURTIDO
En los tiempos de mis abuelas una mujer era juzgada por el aspecto de sus
curtidos. U na buena curtidora era considerada una mujer laboriosa, mientras
que una mala curtidora se consideraba perezosa. Imagino que pensaban que, si
una mujer no sabía curtir bien, tampoco sabría hacer bien muchas otras cosas.
Esto ocurría en los tiempos en que el cuero era un artículo fundamental en la vi-
da cotidiana de la gente.
El proceso básico de convertir pieles frescas en cuero preparado tenía diversas
variantes. Las variantes dependían del uso al que iba a ser destinada la piel, así como
de las habilidades y deseos de la persona que curtía. En cualquier caso, el curtido era
tarea de las mujeres entre los bloods y en otros pueblos de las Praderas.
La primera fase del curtido consiste en convertir una piel fresca en cuero cru-
do. Se trata de una piel limpia pero no curtida. El cuero crudo se utilizaba las más
veces para los diversos tipos de recipientes de almacenamiento que usaba la gen-
te. Por ejemplo, los que usaban mis abuelas como maletas se llamaban "parfle-
ches" (una palabra francesa), o "cobertura para las cosas" (traducido del black-
foot). Un parfleche está hecho de una sola pieza s6lida de cuero crudo, doblada
más o menos como un sobre, y que a veces mide 60 por 90 cm.Los parfleches se
usaban para guardar ropa y alimentos secos. Generalmente estaban decorados
por fuera con dibujos geométricos. Cuando estaban completamente llenos,
correctamente cerrados y atados con varias cuerdas, eran prácticamente inaccesi-
bles a los ratones y a los insectos. El cuero crudo también se utilizaba para confec-
cionar bolsas cuadradas, para guardar objetos sagrados; bolsas cilíndricas, para
guardar tocados y vestidos especiales; alforjas, para ser transportadas; y también
suelas de mocasín, parches de tambor y carracas.
En torno a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 201
CRÍAS NONATAS
He curtido muchas pieles de crias nonatas. Son fáciles de conseguir y tienen
muchos usos. Para desollar ala cría se puede cortar la cabeza y dejar suelta la piel
de alrededor del cuarto delantero, y luego se tira de ella como si fuera un guante
de goma. Cuando se tiene la piel, se rellena de hierba o de cualquier otra cosa y se
deja secar Cuando está seca se puede quitar raspando parte del tejido, pero mu-
chas personas ya empiezan a curtir en ese mismo momento. Naturalmente, an-
tes se quita el relleno. Después se puede untar con aceite para que se reblandezca
más. Cuando está untada se empieza a fregarla y arrugarla. De vez en cuando se
puede esparcir un poco de harina por encima_
Recuerdo la última piel de cría que curtí de esta manera -era una cría de cier-
vo. Alguien mató a la madre junto al río y me llevaron el cervatillo no nacido.
Era moteado y sus pequeñas pezuñas todavía estaban unidas. La rellené y la dejé
secar, y después la unté con aceite. Cuando la piel hubo absorbido el aceite, hice
una pasta con agua y harina y puse un poco de ésta cada vez.Trabajé la piel como
si estuviera lavando unos guantes. Luego utilicé una piedra rugosa para raspar
toda la piel hasta que se reblandeció. La volví del revés y cepillé el pelo moteado.
Utilizamos estas bolsas pequeñas para guardar el tabaco y las ralees y hierbas
que usamos como medicina. A veces las empleamos para las bayas secas. En al-
gunas ocasiones hadamos bolsas de almacenaje cosiendo tres o cuatro cabezas
despellejadas de ciervo o de alce. En otras ocasiones usábamos la piel de las patas
de esos animales. Empleamos la sección comprendida entre la rodilla y la pezu-
ña, dejando en la parte de atrás las pequeñas pezuñas. Las pieles para estas bolsas
se curten aproximadamente igual que las de las crías. No se reblandecen mucho,
sólo lo suficiente para usarlas como bolsas de almacenaje.
Y o solfa curtir muchas pieles de cría para usarlas como alfombras en nuestro
tipi. Para curtirlas empezaba extendiéndolas para que se secaran. Antiguamente
empleaban estacas de tipi para sujetar estas pieles al suelo. Ahora pasamos una
204 La vida de la mujer piel roja
cuerda o bramante a través de los agujeros que hacemos a lo largo del borde de la
piel. Atamos la cuerda alrededor de un bastidor hecho con cuatro palos unidos
en los ángulos. A veces simplemente clavamos con clavos las pieles frescas en
una pared, como la de nuestro establo.
Mientras la piel está extendida, y después que se ha secado, se toma un raspa-
dor y se quita la grasa y la carne y el tejido secos. Mientras se raspa se va compro-
bando la piel, hasta que tiene el grosor adecuado. Después se baja y se le aplica
aceite a conciencia. El aceite de pata de vaca va muy bien. Se deja que se empape
bien de aceite durante un par de días, y después se aplica la pasta de harina. Algu-
nas personas machacan hígado o sesos y lo mezclan con el aceite. A continua-
ción se dobla la piel varias veces y se deja aparte durante un par de días. Después
se despliega y se frota de un lado a otro con un objeto cortante. Se deja el lado del
pelo dentro y se raspa el otro lado hasta que se ha ablandado lo suficiente. Como
objeto cortante me gustaba usar una hoja no afilada de guadaña sujeta al tronco
de un árbol. A veces empleaba simplemente una cuerda, atada como un tirador a
un árbol. Ponía la piel atravesada en ese dispositivo, la sostenía por ambos ex-
tremos y tiraba adelante y atrás a través de la cuerda lo más fuerte que podía. Se
usa el mismo sistema para curtir pieles grandes, como las de vaca o bisonte. Pero
es mucho más difícil trabajar con éstas.
Puedo decir por algunas tristes experiencias mías que una hermosa piel curti-
da blanca nunca tendrá el mismo aspecto si alguna vez se moja mucho. Encogerá y
se endurecerá, y, aunque se la trabaje mucho, nunca volverá a ser realmente suave
y bella. Pero si se ahuma correctamente la piel después de curtirla, no se volverá rí-
gida cuando se moje. Frotándola un poco, volverá a ser flexible. Por esta razón la
piel ahumada es la más usada para mocasines, guantes y chaquetas.
El ahumado de la piel curtida puede darle varios tonos de marrón o amarillo.
Depende del tipo de leña utilizado, así como del tiempo que esté recibiendo hu-
mo. Generalmente los tonos y colores más claros se usan para los vestidos por-
que dejan el cuero más flexible. La piel ahumada oscura se emplea para los moca-
sines, ya que está más impermeabilizada.
El armazón para sostener una piel se hace, bien levantando varios palos cor-
tos en la forma de un armazón de tipi, o bien clavando ramas de sauce en el suelo
y atándolas unas con otras en forma de arcos, como una pequeña cabaña de su-
dar. Se enciende un fuego dentro de la estructura y se lo deja arder bien hasta que
hay un buen lecho de brasas. A continuación se coloca sobre las brasas la verda-
dera leña que servirá para ahumar la piel, antes de que ésta se cuelgue del arma-
zón. La piel se cose o se ata para que quede un recinto bien cerrado, con la leña de
ahumar dentro. La madera podrida de diversas clases es la mejor para esto. Lo
importante es que haya mucho humo, pero nada de fuego. Las llamas enseguida
chamuscan la piel y la inutilizan, así que el proceso debe vigilarse atentamente.
En una ocasión ahumé una piel dentro de una leñera, en invierno. Encendí
un fuego en un cubo viejo, y apilé la leña podrida (álamo, en este caso) encima de
las brasas. La piel estaba cosida excepto por una abertura redonda en un ex-
tremo. Se emplearon trozos de lona para tapar todas las rendijas en los puntos en
que la piel se unía. La piel colgaba del techo de la leñera mediante una cuerda.
Una falda de lona llegaba hasta el suelo y mantenía la piel sobre la leña humean-
te. Se necesitaron unas tres o cuatro horas para ahumar toda la piel de alce.
EL BORDADO DE PÚAS
por Ruth Pequeño Oso
En los viejos tiempos se solían decorar los vestidos y los artículos de lujo con
púas coloreadas de puerco espín. Esto era así sobre todo antes de que las mujeres
conocieran los abalorios y empezaran a hacer bordados con ellos. El bordado
con púas era un arte especial y, antes de empezar a Practicarlo, una mujer tenía
que ser iniciada por una anciana. Todavía es así hoy en día; ésta es la razón de que
queden pocas personas que conozcan este arte entre los blackfoot. Dicen que to-
das las personas que hacían bordados con púas acababan enfermas y con hemo-
rragias. No sé qué tipo de sustancia hay en una púa de puerco espín, pero dicen
que enfermaban a causa de ella. Tenían que mojar las púas en la boca y usar los
dientes para aplanarlas, y así es cómo ingerían esa sustancia.
Nunca recibí la iniciación necesaria para trabajar con púas, así que no hice
más que bordados de abalorios. Pero he conocido a señoras que eran muy hábi-
les con las púas. Las guardaban en bolsas especiales hechas con vejigas de bison-
te. Las vejigas se hinchaban y se ataban, y luego se colgaban para su secado.
Cuando estaban secas, las frotab.an de un lado a otro hasta que las fibras se ablan-
daban y la bolsa era bastante flexible. Después se doblaba longitudinalmente
dos o tres veces. Las púas se introducían en la bolsa a través de una hendidura.
Las bolsas eran lo bastante rígidas como para impedir que las púas se doblaran.
Sólo se usaban determinadas púas-las delgadas y largas eran las mejores. Por
esta razón, se preferían las pieles de los puerco espines jóvenes. Los viejos son
más grandes que los jóvenes y tienen púas más largas y gruesas. Tengo entendi-
do que éstas tienden a rajarse más fácilmente cuando se aplanan entre los dien-
tes. Las mejores son las de la parte posterior del animal. Un sistema fácil de
arrancarlas de la piel es frotarla con un saco de arpillera. Las púas se clavan en el
saco, de donde se pueden arrancar sin pincharse.
Las púas se empleaban con su color natural y también teñidas. Antiguamen-
te sólo disponían de unos pocos colores básicos, como el rojo, el amarillo y el
verde. Más adelante aprendieron a usar diversos artículos de los comerciantes
para teñir. U no de los preferidos era la tela de lana roja, que se poníaen remojo y
210 La vida de la mujer piel roja
se hervía junto con cosas como púas y plumas para que adquirieran el color rojo.
Más tarde aún, los comerciantes se dieron cuenta de ello y empezaron a surtirse
de cajas de tinte, que la gente usaba tal cual y mezclado con otros productos para
conseguir muchos tonos de colores generalmente vivos.
Además de pasar por una iniciaci6n tradicional, la bordadora de púas black-
foot debe observar varias reglas. Por ejemplo, se dice que las bordadoras se vuel-
ven ciegas si arrojan una púa de puerco espín al fuego, o si trabajan por la noche.
También se dice que una bordadora se pinchará mucho los dedos con las púas si
cose mocasines en su casa. No debe comer ciertas cosas, como carne de puerco
espín, ni debe permitir que nadie pase por delante de ella mientras está bordan-
do.
EL BORDADO CON ABALORIOS
El bordado con abalorios de mis abuelas es famoso entre los estudiosos de la
cultura nativa por sus colores y diseños agradables y por su aspecto compacto y
uniforme. El estilo de bordado tradicional de los blackfoot es el encaje de aplica-
ci6n, que requiere el uso simultáneo de dos hilos. Un hilo se utiliza para ensartar
los abalorios, y el otro para sujetar con puntadas los abalorios ensartados. Esto
hace que el bordado acabado tenga un aspecto diferente del realizado por mu-
chas otras tribus de las Praderas, como los sioux. Su estilo se llama el "lazy
stitch" y utiliza s6lo un hilo, lo que deja a los abalorios en hileras algo sueltas de
aspecto acanalado, en vez de quedar planos. Las bordadoras blackfoot tradicio-
nales rara vez emplean el "lazy stitch", ni el telar de abalorios, que es el otro sis-
tema generalizado para bordar con abalorios.
Entre los colores más utilizados por las bordadoras blackfoot tradicionales
se cuentan el azul claro y el azul oscuro, el amarillo "sucio", el rosa "Cheyen-
ne", el rosado y el verde oscuro. Naturalmente, también se usaban muchos
otros colores, en una gran variedad de tonos. Los tonos de los colores de los aba-
lorios varían de una remesa a otra, pero la mayoría de bordados blackfoot anti-
guos que he visto utilizan los colores mencionados. Los abalorios antiguos esta-
ban hechos en Italia, y los comerciantes los conocen como "abalorios
italianos". Son de vidrio bueno, y los colores son muy suaves y sutiles. Tienen
formas desiguales, lo que da una textura especial al bordado acabado. La mayo-
ría de los abalorios modernos se venden con el nombre de "abalorios checoslo-
vacos", pues están hechos en ese país. Tienen una bonita forma regular y colores
muy vivos, y se pueden distinguir fácilmente de los de estilo antiguo.
En torno a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 211
EL PUNTO SOBREPUESTO
Visto de lado y visto desde arriba
lla época se introdujeron abalorios de tamaños tan pequeños (la mayoría de me-
nos de la mitad que el de los "abalorios auténticos") que mis abuelas empezaron
a demostrar sus habilidades artísticas con bordados de diseños intrincados y de
muchos colores. Objetos que hasta entonces habían estado decorados principal-
mente con orlas o pequeñas zonas de dibujos, a partir de esa época fueron recu-
biertos completamente de abalorios. Entre estos objetos se contaban mocasines,
chalecos, cunas y bolsas grandes y pequeñas. Los diseños bordados de hojas y
flores de colores se hicieron muy populares.
JUGUETES
CUNAS
Las madres blackfoot tradicionales llevaban a sus bebés en cunas de tabla pa-
ra protegerlos. El armazón de estas cunas solía ser de ramas de sauce curvadas,
sujetas y cruzadas transversalmente. Posteriormente se hicieron con tablas
214 La vida de la mujer piel roja
UTENSILIOS
En los viejos tiempos, los utensilios los hacían tanto los hombres como las
mujeres. Extraían nudos grandes de los troncos y los vaciaban para convertirlos
en tazones. Con los más pequeños hacían cucharas. Estos tazones fueron susti-
En torno a la casa -Algunas enseñanzas de las abuelas 215
tuidos por artículos comerciales hace mucho tiempo, pero en épocas posterio-
res siguieron haciéndose unos pocos para acompañar a los paquetes de las pipas
de medicina. Aún hoy, los propietarios de paquetes de pipas de medicina tienen
la obligación de comer en cuencos de madera, especialmente en las ceremonias.
Se hacían cucharas y tazones pequeños con los cuernos de bisontes y mus-
mones. Estos cuernos se hervían hasta que estaban blandos y luego se labraban
en la forma deseada. Para formar la hechura de tazón, se colocaba una piedra del
tamaño adecuado dentro del cuerno ablandado y se dejaba allí hasta que el cuer-
no volvía a endurecerse.
Se dice que, hace mucho tiempo, los hombres y las mujeres blackfoot elabo-
raban una cerámica tosca. No hay nadie hoy en día que haya visto tal cerámica,
y pocos han oído hablar sobre cómo se hacía. El proceso básico consistía en
mezclar cenizas, arena y conchas trituradas y hacer con ello un barro espeso. Es-
te barro se moldeaba con las manos y se dejaba secar al sol. Estos objetos al pare-
cer sólo servían como recipientes temporales, especialmente para c~ntener
agua. Ninguno ha llegado hasta nosotros.
En el pasado, el recipiente más corriente para el agua se hacía a menudo con
el estómago de un ciervo o un antílope. El agua se echaba-dentro a través del ex-
tremo abierto, que después se cerraba atándolo. Estas bolsas se colgaban en un
trípode o en uno de los palos del tipi. Durante los viajes se usaban como cantim-
ploras. Aunque se lavaban a conciencia, debían dar al agua un sabor fuerte.