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Eric Hobsbawm y la Historia

“desde abajo”
María del Carmen Barcia • La Habana, Cuba
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A rriba o abajo son términos harto imprecisos para definir a los actores sociales y su
modo de operar, eso no impide percibir, desde luego, que las hegemonías están siempre en
un plano superior, en tanto los sujetos subalternos no logran escalar las alturas. La frase
“desde abajo” puede resumir entonces el espacio destinado a aquellos individuos “de a pie”
—sujetos comunes que hacen la historia—, aunque frecuentemente se desconozca su rol
protagónico. Según Hobsbawm este tipo de relato se puede hacer “(…) a partir del
momento en que la gente corriente se convierte en un factor constante en la toma de
grandes decisiones y en tales acontecimientos”, aunque añade “no solo en momentos de
excepcional movilización popular como, por ejemplo las revoluciones, sino en todo
momento o durante la mayor parte del tiempo”. (Hosbawm, 2000. P. 206).

Esta visión parte de un historiador que se define marxista y antidogmático, que reconoce,
por tanto, la importancia de la estructura, pero que resalta al sujeto al insistir en que el
objetivo de la historia “desde abajo” es revelar lo acaecido a la gente común en épocas
lejanas y explicarlo de manera tal que se establezca su vínculo con el presente y se haga
comprender que esa relación tiene mucho que ver con la proyección del futuro. En ese
sentido Hobsbawn evidencia la necesidad de convertir al historiador en una especie de
antropólogo del pretérito, un individuo capaz de vivir en una sociedad que por su lejanía
temporal tiene mucho de imaginada, con el propósito de interpretarla.

Los historiadores que construyen esa historia de “los de abajo”, entre los cuales me cuento,
dedican buena parte de su tiempo a estudiar el movimiento de las sociedades, observando
sus continuidades y también las rupturas. Analizan la manera en que la gente común se
trasmuta en masa crítica y se convierte en sustento y motor de sus reivindicaciones como
grupo subalterno. Unos pueden aparecer como bandidos, otros como turba urbana, los más,
como simples campesinos u obreros.

Curiosamente en la historiografía cubana se estudió a la gente sin historia desde finales de


los años 60, mucho antes de que el tema fuese abordado en otras latitudes.1 La vida
cotidiana y el accionar de la gente común, ha sido un interés permanente en mis
investigaciones. Muy tempranamente, joven e ignorante, me topé con un libro que me
sorprendió, su título era Los rebeldes primitivos. En ese texto se analizaba el
bandidismo como un fenómeno social rural y los movimientos de la “turba” urbana
como el producto de un descontento agudo y explosivo, que por lo general no obtenía
respuestas y mucho menos soluciones a sus problemas. También relacionaba
Hobsbawm al bandido con la guerrilla, e incluso concluía que el primero de esos
términos había llegado a calificar al guerrillero moderno como bandido por una
vinculación que proyectaba el pretérito hacia un sujeto presente, cuyas acciones eran
subvaloradas intencionalmente.

En la historia de Cuba abundaron los bandoleros sociales, procedían de diferentes grupos,


capas y estamentos, que se multiplicaron en las etapas que sucedieron a las guerras por la
independencia, muchos eran campesinos empobrecidos, otros habían aprendido a combatir
y carecían de bienes materiales. Uno de estos, Manuel García, se convirtió en paradigma
del bandolero que ayudaba a los pobres, una especie de Robin Hood criollizado.

Los rebeldes primitivos cuentan con un subtítulo que precisa las intenciones de su autor al
ser un “Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX
y XX”. Esta circunstancia nos ubica en un contexto pre-moderno que será el objeto de su
interés, específicamente analítico, un espacio “impreciso, ambiguo y a veces abiertamente
conservador” , en el que las acciones eran realizadas por gentes que califica de “pre
políticas”, aunque no de marginales. (Hobsbawm, 1983, p.11).

Hobsbawm divide a los bandoleros en dos grupos, uno caracteriza al clásico bandido
surgido de “la venganza de sangre”, dispuesto a defender su estirpe y otro que se
enfrenta a los más ricos —terratenientes o usureros— y defiende a los pobres, pero
ninguno de estos bandoleros aspiran a renovar su mundo, más bien desean rescatar o
establecer un ámbito tradicional pero equilibrado, en el cual predomine la justicia. No son
revolucionarios aunque sus conductas sean subversivas, el cambio es un retroceso hacia una
sociedad pasada, idílica.

De igual forma analiza a la turba, a la que califica de “reformista” aunque añade que esto es
difícil de definir porque en muchas ocasiones sigue a los líderes revolucionarios aunque se
constituya como una masa desideologizada. Para Hobsbawm también la mafia, que
históricamente ocupa espacios del campo y de la ciudad, es una forma de bandidismo
social, y admite que existen muchos otros movimientos de protesta similares.

En el caso de las sociedades esclavistas —objeto de análisis de muchos historiadores en la


actualidad, dentro y fuera de Cuba—, podría analizarse una forma particular de protesta, el
cimarronaje, y también pudiéramos preguntarnos si el esclavo fugado o apalencado puede
ser considerado como un bandido social, si sus formas de resistencia en respuesta al
contexto en que vive son diferentes o similares a las de los bandidos de Hobsbawm, al igual
que sus presupuestos. Desde luego que el esclavo no aspira a reformar la sociedad, pero sí a
establecerse en un contexto similar al que dejó en su tierra de origen, ¿permite esto
calificarlo como “conservador”? En cierta forma las categorías que nos propone Hobsbawm
en su texto son cerradas y difíciles de aplicar —analíticamente—, como es su propósito, a
contextos muy diferentes.

¿Y qué hablar de los libres de color, gentes adscritas a un estamento subalterno aunque
tuvieran un modo de vida que pudiera calificarse de desahogado y hasta pudiente? ¿Si
aspiraban a tener una similitud social a la de los blancos, sin pretender por eso la
independencia política, dejaban de ser revolucionarios? ¿Cómo conceptuar sus aspiraciones
al cambio social? ¿Qué significaba en el plano ideológico romper la continuidad? ¿Era la
suya una actitud solo reformista?
Y es que el texto de Hobsbawn, como toda buena propuesta, sugiere muchas preguntas,
incluso para los contextos que no aborda. Tal vez una visión más amplia sobre el tiempo y
el espacio le hubiera permitido incluir a muchos negros —esclavos o libres—, en el
concepto de “rebeldes primitivos”.

Clientelas y redes serían otro ángulo interesante del asunto, porque como en todo
contexto social, las había entre los subalternos, incluso, en escasos referentes, estas —las
redes—, vinculaban a algunos de los libres con sus antiguos amos.

También resulta interesante y novedosa para los años en que publicó su libro, sus
referencias a los rituales y a procedimientos supuestamente mágicos. Volviendo a nuestras
raíces se observa que, en el caso de los africanos algunas liturgias provenían de sus
regiones de origen, otras eran adquiridas. Muchos africanos se suicidaban con su mejor
ropa y también con comida para el largo viaje que suponían emprender hacia sus tierras de
origen, para los haitianos Boukman, no moría, se trasmutaba en ave o serpiente.

Muchos otros resquicios, ni siquiera imaginados por Hobsbawm, pudieran ser analizados
bajo los presupuestos metodológicos de Los rebeldes primitivos, algunos supuestamente
modernos, como el gansterismo o las maras, que se proyectan como fenómenos sociales de
la actualidad en contextos específicos. Y es que como ya expresamos, todo gran libro y este
lo es, motiva interrogantes.

Más allá y también más acá de Los rebeldes primitivos, Eric Hobsbawm impulsó en los
años 60 el desarrollo de una historia social que, como acertadamente dijo: “ha sido siempre
difícil de definir”.(Hobsbawm. 1974). En ese momento analizó sus antecedentes y
estableció un antes y un después en el campo de acción de tal variante disciplinar
(Hobsbawn, 1974). A su modo de ver la Historia Social en sus inicios se reflejaba en las
siguientes variantes: historia de los pobres, o de las clases “bajas”, que incluía los
movimientos sociales, sus ideas, y sus organizaciones, sin abordar la esfera privada;
historia de la vida cotidiana de las clases privilegiadas y de las élites, derivada de la
propuesta realizada por George Macaulay Trevelyan, para escribir una historia que
dejase de lado la política; y una historia socio-económica, en la cual predominaba la
economía por el desarrollo que hasta ese momento había alcanzado esa disciplina con
respecto a otras ciencias sociales.

Considera que a finales de los años 50, precisamente cuando escribe Los rebeldes
primitivos se iniciaba un acelerado desarrollo de las ciencias sociales que repercutía en el
ámbito de la historia social, y a partir de ese momento se configuraron las bases para el
surgimiento de una “nueva historia”, es decir, aquella que pretendía usar los nuevos aportes
teóricos. Pero en realidad no fue hasta finales de los años 60 cuando se desplegó el cambio,
y ese hecho no fue fortuito, ya que estuvo vinculado a los impactos sociales y a las
transformaciones que se produjeron entonces. Se debe recordar que los años 60 irrumpieron
signados por numerosas acciones revolucionarias, como el triunfo de la Revolución cubana,
la eclosión de la independencia argelina, o los movimientos del año 68, que fueron tan
importantes en Francia y en México. Entonces la historia social se mostró como el
paradigma de una “nueva historia”, vinculada a una intención renovadora y prácticamente
inalcanzable: cambiar el mundo.
Fue en ese contexto que otras ciencias sociales, especialmente la sociología y la
antropología, se reconciliaron con la historia, que no siempre les había resultado simpática,
para encontrar y explicar las causas y las raíces de los acontecimientos revolucionarios y de
las luchas por la emancipación de los países coloniales, hurgando no solo en sus
presupuestos macroeconómicos y macrosociales, sino en el papel desempeñado por los
sujetos históricos en el pasado mediato o inmediato.

Volviendo a los años 60 y a Eric Hobsbawm se advierte que este relacionó los temas a los
que se dedicó la “nueva historia” social exponiendo más que los sujetos, los campos en que
se desenvolvió: (Hobsbawm, E. 1974) la demografía y el parentesco; los estudios urbanos,
las clases y los grupos sociales; la historia de las mentalidades o la conciencia colectiva, o
de la cultura en el sentido que le dan los antropólogos; la transformación de las sociedades
(modernización o industrialización); los movimientos sociales y los fenómenos de protesta
social. Como puede apreciarse la relación de temas que propone Hobsbawm incluye lo que
más tarde empezó a conceptuarse como historia cultural, cuando algunos pretendieron
borrar el comprometedor término de social que se vinculaba, indefectiblemente, con
fenómenos transgresores, con el cambio, con “los de abajo” y con sus acciones.

Desde luego, que Hobsbawn y sus seguidores no fueron los únicos en construir una nueva
historia, estuvieron vinculados a tres fuentes nutricias: 1) A la Escuela de los Annales,
desde Marc Bloch, quien a finales de los años 20 propugnó la inmersión de la historia en las
ciencias sociales, (Dosse, F. 1988) pasando por Ferdinand Braudel, que introdujo conceptos
aún debatidos pero muy utilizados, como “historia total”, “larga duración” y
“mentalidades”, hasta un nuevo grupo que emerge entre finales de la década de los 60 y
comienzos de los 70, representado, entre otros por George Duby, François Furet, Pierre
Nora, Maurice Aghulon, Jacques Le Goff, Enmanuel Le Roy Ladurie, Roger Chartier,
Michel Vovelle, entre otros. En estos años se inicia un diálogo con la antropología y
Foucault comienza a publicar su obra, difícil de encasillar.

2) A la corriente desarrollada por los historiadores marxistas ingleses, en sus varias


generaciones : Cristopher Hill, Maurice Dobb, Gordon Childe, Edward P. Thompson, Eric
Hobsbawm, Raphael Samuel, Benedict Anderson y Perry Anderson, entre otros, quienes se
empeñaron esencialmente, en hacer una historia “desde abajo” y en recuperar la cultura de
clase como un elemento esencial cuestionando la separación superestructural de la base
económica.

3) Y a la corriente marxista gramsciana, que tuvo su desenvolvimiento social más puntual


en la microhistoria italiana. (Edoardo Grendi, Giovanni Levi, Carlo Poni, Carlo Ginzburg).

Cada una de estas tendencias contó con una revista para la divulgación académica, cuestión
sumamente importante para comprender sus influencias. Estas fueron, respectivamente
Annales; Past and Present; Work Shop History; y Studi Storici.

Nunca se debe olvidar que tras la historia social y sus propugnadores, en cualquiera de sus
diversas variantes, ha estado de manera declarada o en algunos casos encubierta, la teoría
marxista. Si algo destaca a la historia social es que se ha caracterizado porque todos los
historiadores que han desenvuelto ese tipo de estudios o han contribuido a su
desenvolvimiento, tienen una sólida formación teórica y provienen de la izquierda política.
Algunos inclusive se han destacado por participar activamente en las luchas sociales, como
fue el caso de Eric Hobsbawm.

Marx y Engels propusieron “una teoría general de las sociedades en movimiento, cuya
originalidad consiste en aunar, mediante la observación y el razonamiento, el análisis
económico, el análisis sociológico, y el análisis (…) de las formas ideológicas”(Vilar, P.
1964, p. 144-145). El lenguaje marxista impregnó al de la historia más aséptica y neo-
positivista y contribuyó a renovar las preocupaciones del quehacer historiográfico. También
el marxismo ha sido usado profusamente como método analítico, pues en tanto teoría social
no se propone atrapar la verdad objetiva, sino acceder a una explicación de la realidad
histórica mediante el método de aproximaciones sucesivas a esta, y utilizando siempre su
más importante concepto, la relación social, sin el cual sería imposible estudiar las redes o
las familias, por ejemplo.

Se debe recordar, no obstante que emplear un lenguaje, o recurrir a citas de citas, apelar al
gesto y a la voluntad, no hacen de un comentarista aficionado un historiador marxista, que
el materialismo histórico no es un simple esquema, sino una propuesta compleja que
requiere un método sistemático de trabajo. Y ahí está presente Hobsbawm, profundo
conocedor del marxismo, que aplica a sus investigaciones, a su método de trabajo y a sus
escritos.

Paralelamente al marxismo como tributario de la historia social, se desplegó la tradición


culturológica weberiana, contribuyente principal de su variante histórico-cultural. Esta se
ha centrado en el estudio de las actitudes de dominación/autoridad, estatus, hábitos
culturales, entre otros temas, pero frecuentemente algunos de sus expositores se han
apartado con exceso de las relaciones económicas presentes en esos contextos, sin tener en
cuenta que la realidad material puede contribuir a la explicación de comportamientos
colectivos e individuales y que también influye en el modo de ver y valorar las cosas.

Entre los años 60 y 80, la denominada nueva o renovada historia social transitó por
diferentes modalidades y escuelas de diferentes centros hegemónicos, Francia, Inglaterra,
Italia y más recientemente EE.UU. o si se quiere expresar de otra forma, ha recibido
diversas influencias que la han hecho explorar nuevas perspectivas. También se ha
manifestado en diferentes abordajes. Uno de estos fue el de la vieja narrativa que se vistió
con nuevos ropajes y técnicas de intertextualidad, que ha usado sin apenas citar los
aportes de Saussure y Mauss (Durkheim, E y M. Mauss, 1903) y en última instancia de
Derridá. De esta forma, la proyección de algunos teóricos hacia un campo que no les
resulta profesionalmente afín, se ha presentado como una reflexión interesante y novedosa,
la de una nueva historia cultural. En última instancia, como se aprecia en los trabajos de
Burke, Gizburg o Zemon Davies, entre otros, esta solo puede resultar una variante.

Los historiadores sociales se beneficiaron de todos estos aportes teóricos y metodológicos y


comenzaron a aplicarlos, tanto desde el punto de vista cualitativo como cuantitativo. Estos
y muchos otros fueron asumidos en novedosas formas de realizar la historia social, como
por la “Microhistoria” que se enfrentaba a la “Historia Total”; o la “Historia de las
Mentalidades” o de las “Representaciones”, que aborda la conciencia colectiva frente a
la “Historia del Pensamiento”; o como la “Sociología Histórica”, hermana y rival de la
“Historia Social”; o por la denominada “Historia Cultural”, pues ninguna de estas formas
de abordar el estudio de la sociedad constituye, por sí misma un campo específico, sino una
manera ampliada de utilizar y relacionar los conocimientos teóricos con la factualidad de la
empírica. Destaca en este contexto la intención sostenida por escribir una historia con
rostro humano, individual o colectiva, que se inició hace casi un siglo con Huizinga,
centrada en mujeres y hombres, al margen del estudio de las estructuras y capaz de abordar
cuestiones antes soslayadas, como la mujer, la discriminación racial, la marginación o la
“economía de provisionales”, como define Olwen Hufton a la situación de los pobres.
(Hufton, O. 1974).

Estas elucubraciones más o menos teóricas pudieran inscribirse bajo el título de


análisis postmodernistas, ya que relativizan todos los valores y plantean la caducidad
de los meta-relatos. Y aquí de nuevo aparece el Hosbawm marxista para el análisis de
la Historia. Aunque celebra el esfuerzo crítico que implica la deconstrucción para el
análisis social, rechaza su negación de la realidad y de las posibilidades que tiene el
historiador para acercarse a la verdad, entre otras cuestiones porque las posiciones
postmodernistas niegan el cambio y el universalismo, que son para él posibilidad de
mejoramiento de la condición humana, el primero por las necesarias transformaciones
revolucionarias o reformistas que avala el marxismo, y el segundo porque a decir de este
autor acerca a los hombres que buscan situaciones aceptables y comparables a nivel global.
Por suerte, afirma Hosbawm, la moda de las tendencias post modernistas no ha
ganado tanto terreno entre los historiadores como entre los teóricos literarios y
culturales y los antropólogos sociales porque pone en duda la distinción entre la realidad
objetiva y el discurso conceptual.

Es evidente que la llamada “nueva historia social” nació vinculada a hechos históricos
trascendentes y estos, por supuesto, no han dejado de ocurrir, una nueva vuelta de tuerca se
produjo a partir de los años 90, tras el desplome del campo socialista europeo, y entonces
comenzó a anunciarse el fin de la historia, como si el devenir del ser humano hubiera
concluido con el “socialismo real” y el relato de sus acciones no tuviese razón de ser.

La historia social ha transitado desde entonces por procesos renovadores, más o menos
audaces y también por juicios detractores. Algunos refieren la crisis esencial de la Historia
Social en ese momento, y se ha puesto de moda decir que esta ha llegado a su fin, o que se
trasmuta en una construcción paradójica que han denominado“Historia Post-Social,
(Towes, J. 1987, pp.881-882; Spiegel, G. 2006, p. 19ss.) destinada a privarla de su
elemento esencial, el cambio, lo que equivale a decir de su proyección de crítica
revolucionaria, asumiendo un prefijo, el post, que convierte esa titulación en imprecisa, al
implicar el final de su relación primordial —la social—, para el desarrollo de la humanidad.

Esta cuestión, desde luego, responde a argucias interesadas, porque algunos exponentes del
postmodernismo desde Francis Fukuyama (1989) hasta Keith Jenkins, (1997-2006)
“decidieron” aniquilar la historia como disciplina, sobre todo en su variante “social” que
resultaba la más “peligrosa” para sus empeños post-modernizadores.
Considera Hobsbawm que Fukuyama fue incauto porque supuso que la culminación del
desarrollo histórico sería la conversión permanente del Universo al capitalismo tras la caída
del denominado “socialismo del siglo XX”, tras el cual el mundo avanzaría tranquilamente
dentro de un marco occidental. Esta teorización desconoce la posibilidad de otros cambios,
sobre todo los de algunas sociedades que han reforzado sus identidades.

Bajo diferentes intenciones y presupuestos, todo se enmarca en la “etapa de los post”: el


post colonialismo, el post occidentalismo y, por supuesto, la recién bautizada, con un
concepto sumamente paradójico, historia post social, que pretende manifestarse en el
campo de una historia cultural aséptica, divorciada de los aspectos sociales.

De acuerdo a esas intenciones post-modernizadoras la historia social sería una especie de


reducto ideologizado, y para desvanecerlo se ha proyectado, como novedosa, una historia
culturológica capaz de ocultar corrientes de pensamiento opuestas y de reducir los
conflictos a términos inmateriales. Un sitio para el cual no existen los hechos ni las
relaciones del pasado sino las interpretaciones de los textos producidos.

Las intenciones metodológicas de los propugnadores de esa modalidad de historia cultural,


consciente o inconscientemente pero con un conocimiento bastante superficial e inexacto, o
una ignorancia no exenta de menosprecio con respecto al trabajo de los historiadores
sociales, (Piqueras, José A, 2008 p.85) contribuyen a disolver, con el pretexto de su
obsolescencia, a la historia social en la historia cultural.

En este medio, y con este propósito, se desenvuelve —con mayor o menor inocencia—,
cierta variante de la historia cultural que algunos convierten en única, a la que se adscribe el
giro lingüístico (Linguisticturn). Otra manifestación vinculada a la literatura es la del
“Nuevo Historicismo” o “Poética Cultural” que surgió en los años 80 del pasado siglo, pero
en este caso no se alió al deconstruccionismo sino que suscitó una controversia crítica al
situar las consideraciones históricas en el centro del análisis literario y entender que este
participa de la descripción de una cultura en acción.

La historia postsocial se apropia del calificativo cultural, convence y libera, a supuestos


interesados en los estudios históricos, del para ellos difícil y tedioso oficio de hurgar en los
archivos, al supeditar los hechos y acciones de los individuos y las colectividades,
únicamente al discurso oral o escrito y a las manifestaciones simbólicas.

Consideramos finalmente, que si bien para algunos, sobre todo a nivel del “desarrollado”
mundo postmoderno, el futuro de la historia social es incierto, en tanto otros consideran,
siguiendo a Hayden White, o a Keith Jenkins, que la verdad histórica es inaccesible, para
los historiadores indios o africanos mexicanos, argentinos, brasileños o cubanos,
latinoamericanos en general, la historia social, o socio-cultural si se prefiere esa
denominación, sigue, aprovechando teorías y métodos novedosos que la renuevan cada día,
desbrozando caminos con la aspiración de reconstruir un pasado que se acerque, lo más
posible a la verdad histórica.

La historia social vinculada a cuestiones de género, raza o formas de sociabilidad, desde la


familia hasta variadas formas de relacionarse, ha recibido especial atención en América
Latina, pues son temas que están en la raíz misma de nuestra conformación como países.
Brasil ha marcado la pauta en estudios vinculados a la esclavitud y consecuentemente a la
presencia africana, algo similar ha ocurrido en Colombia y en Cuba. En Argentina han
primado los estudios sobre la inmigración y las formas de sociabilidad. En México se
destacan los vinculados al género, la familia y el modo de vida. En la actualidad,
aprovechando la conmemoración del bicentenario de nuestras independencias, se abordan
cuestiones relacionadas con ese proceso, resaltando los problemas sociales de cada
contexto. Menos se ha investigado sobre el modo de vida de los obreros.

Para los científicos sociales de la América Nuestra, como la bautizara José Martí, el tiempo
de los post no ha llegado, el análisis de nuestras sociedades, pasadas o presentes, tiene aún
un largo camino por desbrozar, la realidad supera lo pensado y la historia social o socio-
cultural, marcada por las diferencias y similitudes, sellada por la interdisciplinaridad, por
un uso diferente de las fuentes, viejas o nuevas, y por una atención centrada en el sujeto
histórico, goza, a pesar de las predicciones, de muy buena salud y tiene aún una larga vida
académica. Y es que la historiografía social, bajo ese título u otros similares continúa, a
pesar de todas las predicciones, avanzando en nuestros mundos. Recuperar entonces el
criterio de Hobsbawm y de otros historiadores que dedican esfuerzos a la historia “desde
abajo”, resulta sumamente importante.
Intervención en el coloquio Internacional “Cambiar la historia, transformar el mundo”, en homenaje al historiador Eric Hobsbawm celebrado en el Instituto Cubano de Investigación
Cultural Juan Marinello, los días 20 y 21 de marzo. Esta ponencia forma parte de un libro en preparación que recogerá todos los textos allí presentados.

Nota:

1. Pedro DeschampsChapeaux y Juan Pérez de la Riva, fueron los primeros en escribir sobre la gente sin historia. A finales de los años 60 aparecieron varios artículos en la revista de
la Biblioteca Nacional José Martí, que después, bajo el título de Contribución al estudio de la gente sin historia, se editaron en forma de libro por la Editorial Ciencias Sociales, en 1974.
Algunos de estos trabajos habían aparecido antes en El negro en la economía habanera del siglo XIX, publicado por Deschamps Chapeaux en la propia editorial, en 1970.

Bibliografía:

 Dosse, Fraçois. La historia en migajas, EditionsAlfons el Magnánim, Valencia 1988.

 Durkheim, Émile et Marcel Mauss. “De quelques formes primitives de classification: contribution à l´étude de représentationscolecctives. L´AnnéeSociologique, 6, 1903.

 Hobsbawm, Eric. Sobre la HistoriaBarcelona, Editorial Crítica, 2002

 Hobsbawm, Eric. [1959]. Los rebeldes primitivos, Barcelona, Editorial Ariel, 1983.

 Hobsbawm., Eric. [1962]. La era de la revolución. Buenos Aires,Editorial Crítica, 1999

 Hobsbawm, E.J. “De la Historia social a la historia de la sociedad”. Essays in Social History, Oxford UniversityPress, 1974.

 Hobsbawm , Eric & Terence Ranger (eds.) The Invention of the Tradition, Cambridge: Cambridge. University Press, 1983

 Hufton, Olwen H. The Poor of the Eighteenth. Century France. Oxford 1750-1789, Oxford, 1974

 Piqueras, José Antonio. “El dilema de Robinson y las tribulaciones de los historiadores sociales”. HistoriaSocial, No. 60, Valencia, 2008

 Spiegel, Gabrielle “La historia de la práctica: nuevas tendencias en historia tras el giro lingüístico” [Ayer, No. 62, 2006 (2).

 Swinburn, Daniel. “Eric Hobsbawm: la Historia es universal o no es”.Entrevista para el diario El Mercurio (Chile) (22-11-98) Sección Artes y Letras.
 Toews, John: “Review Article: Intellectual History after the Linguistic Turn: The Autonomy of Meaning and the Irreducibility of Experience”, American Historical
Review, vol. 92, No. 4, octubre de 1987.

 Vilar Pierre. “Historia social y filosofía de la historia” en Economía, Derecho, Historia. Conceptos y Realidades. Editorial Ariel, Barcelona, 1964.

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