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La fertilidad del suelo. Sabemos que para crecer las plantas precisan agua y determinados
minerales. Los absorben del suelo por medio de sus raíces. Un suelo es fértil cuando tiene los
nutrientes necesarios, es decir, las sustancias indispensables para que las plantas se desarrollen
bien.
Un suelo fértil es aquel que contiene los elementos nutritivos que las plantas necesitan
para su alimentación, estos alimentos los adquiere el suelo enriqueciéndolos con materia
orgánica.
Acidez al-alcalinidad
P.H
La acidez del suelo mide la concentración en hidrogeniones (H+), en el suelo los
hidrogeniones están en la solución, pero también existen en el complejo de cambio
Es la consecuencia de la presencia de sales en el suelo, más solubles que el yeso. Por sus
propias características se encuentran tanto en la fase sólida como en la fase liquida por lo
que tiene una extraordinaria movilidad. La salinización natural del suelo es un fenómeno
asociado a condiciones climáticas de aridez y a la presencia de materiales originales ricos
en sales, como sucede con ciertas morgas y molasas. No obstante existe una salinidad
adquirida por el riego prolongado con aguas de elevado contenido salino, en suelos de
baja permeabilidad y bajo climas secos subhúmedos y más secos.
¿Qué es la fertilidad química?
La fertilidad química se refiere a la capacidad que tiene el suelo de proveer nutrientes
esenciales a los cultivos (aquellos que de faltar determinan reducciones en el
crecimiento y/o desarrollo del cultivo)
Ahora que estamos preparando las parcelas de huerta y nuestros frutales comienzan a
despertar, iniciamos una serie de entradas sobre la fertilidad de los suelos y cómo
gestionar nuestros suelos para que sean sanos y productivos.
Podríamos definir fertilidad física como la capacidad de un suelo para proporcionar a las
plantas un medio que retenga y facilite a las raíces agua y nutrientes, disponga de oxígeno,
proporcione sostenimiento, y permita un buen desarrollo a las raíces.
Para poder responder a esta pregunta, primero debemos aclarar dos conceptos que nos
permitirán entender cómo trabajar nuestro suelo. Estamos hablando de la textura y la
estructura.
Si en un suelo predominan las arenas diremos que es arenoso, si predominan las arcillas
lo denominamos arcilloso y si las proporciones son más o menos equilibradas hablamos
de un suelo franco.
A pesar de que con simples análisis en campo podemos estimar el tipo de textura de un
suelo (lo explicaremos en futuras entradas), generalmente se determina llevando
muestras a un laboratorio de análisis de suelos.
Los suelos arenosos tienen poca capacidad de retención de agua y nutrientes, una buena
capacidad de infiltración y son de fácil trabajar. A no ser que dispongamos de un
sistema de fertirrigación, se deben enmendar con mucha materia orgánica para poderlos
cultivar.
Los suelos arcillosos son los que tienen más capacidad de retención de agua y
nutrientes, pero son pesados y difíciles de trabajar. Si no se trabajan de forma correcta,
pueden provocar asfixia radicular.
Los suelos francos (la mayoría de los agrícolas) son los más equilibrados, y en función
de la proporción de arenas o arcillas, tendrán más o menos propiedades de las descritas
anteriormente para cada tipo de suelos.
Pues bien, explicado esto, la idea más importante que debemos retener es quela textura
es inherente a un suelo, y no la podemos cambiar, pero debemos conocerlo para
trabajar de forma coherente en todos los aspectos agronómicos (fertilización, riego,
trabajo del suelo etc ...)
Un ejemplo: Como hemos dicho, los suelos arcillosos tienen poca capacidad de
infiltración y debemos tener presente al seleccionar el tipo de goteros del sistema de
riego localizado. Si superamos los l / h que es capaz de infiltrar, el agua correrá y
desplazará el bulbo húmedo lejos de donde lo queremos.
Un agregado se deshace en agregados más pequeños sólo presionarlo, sin esfuerzo ..
Las partículas orgánicas y minerales se pueden agrupar de forma natural dando lugar a
lo que se denominan agregados. (Atención, de forma natural. Los terrones no son
agregados, ya que provienen de la acción mecánica al trabajar el suelo).
Los agregados están llenos de poros que contienen agua y aire. Se forman en base a las
partículas más grandes (arenas y limos) unidas por materiales de unión, que son las
arcillas y sobre todo la materia orgánica. La materia orgánica es un auténtico
"pegamento" para la formación de agregados. Por eso siempre repetimos que la materia
orgánica mejora nuestros suelos.
Así, un suelo estructurado es menos denso, más poroso, facilita el trabajo de las raíces y
los microorganismos, permite una mayor retención e infiltración de agua, se trabaja
mejor y es más resistente a la erosión. Y todo junto hace que sea mucho más fértil.
Y así como hemos dicho que con la textura tenemos poco que hacer, con la
estructura casi todo depende de nosotros!
Lo primero de todo para tener un suelo estructurado es procurar mantener unos niveles
adecuados de materia orgánica, haciendo enmiendas cuando sea necesario, reponiendo
la que podemos ir perdiendo en los sucesivos cultivos e incorporando los restos de
cultivo al suelo. (Nada de quemar!)
La otra gran herramienta es cómo trabajamos el suelo. Cada vez que trabajamos un
suelo lo estamos desestructurando de una manera u otra (Recordemos que la estructura
es un proceso natural).
Olvidémonos de la idea de que una parcela de tierra extremadamente fina es lo mejor para
nuestras plantas. Y si no, esperemos que llueva un poco y veremos como se endurece.
Trabajando a baja velocidad no rompemos los agregados, y seguro que salvaremos la
mayoría de los gusanos de tierra, grandes aliados en la tarea de mantener la estructura de
nuestros campos.
La densidad real es el peso de las partículas sólidas del suelo, relacionado con el
volumen que ocupan, sin tener en cuenta su organización en el suelo. Se define como la
relación que existe entre el peso seco ( 105º C) de una muestra de suelo, y el volumen
que esa muestra ocupaba en el suelo.