La confrontación de las antiguas tradiciones y la pervivencia de una estructura
fundamental en torno a la cual se organiza el pensamiento mítico, revela, como distingue Ortiz Rescaniere, una propiedad “fluida” que es testimonio de un con- junto de transformaciones, enfatizando una visión que conserva las caracterís- ticas particulares de los valles de Huarochirí. El agua –y las divinidades vincula- das con este elemento– se transfiguran, a lo largo de este segundo capítulo, en una presencia crucial que orienta la existencia. Mientras el presente halla en este recurso su cualidad preponderante, el pasado emerge bajo el signo de la noche o el fuego. Si Yanañamca Tutañamca y Huallallo Carhuincho se reconocen como parte de una dicotomía (noche/luz), Pariacaca establece un resquicio donde lo mixto ofrece una reconciliación, un orden entre la claridad y las tinieblas. La te- nsión define, por tanto, un principio creador que deriva del cataclismo, del ocaso (pero no de la destrucción irreversible) del mundo precedente. La complejidad de este aniquilamiento del pasado se encuentra, sin embargo, en las posibilidades que el fuego logra delimitar. Por un lado, la aparición de la luz (el sol) involucra el surgimiento de la cultura humana. Mientras en otros casos, el fuego –en cond- ición de lluvia– es el juicio necesario para una humanidad que trastorna o incu- mple ciertos mandatos. Pero, como reconoce Ortiz Rescaniere, lo común es el desmoronamiento de un mundo de excesiva riqueza o hipercultura mediante el agua, mediante la alteración que su profusión máxima (el diluvio) instaura. Cua- ndo la llama manifiesta a su dueño: «Ten mucho en cuenta y recuerda lo que voy a decirte: ahora, de aquí a cinco días, el gran lago ha de llegar y todo el mundo acabará», traza una serie de mecanismos que provocan una división y el origen de un nuevo panorama. En este, el factor doméstico, cualidad inherente a la lla- ma, reafirma su preeminencia en el ámbito cultural; en tanto, un animal como el zorro, por ejemplo, se sitúa en una encrucijada, en un puente entre la vida que fl- orece dentro del presente y el semblante funesto de un pasado sumergido. Lo a- mbivalente se acentúa, de esta manera, como símbolo del Pachacuti, de un siste- ma latente entre la destrucción y un efecto creador. El presente entrelaza, por ello, un pasado que transita a través de la noche y el fuego, una consecuencia pri- mordial para la incorporación del presente. Si en la recopilación de Ávila, el agu- a organiza el presente por medio del diluvio, los mitos del ‘Origen del agua’ (Pa- ruro, Cuzco) y ‘Los señores del lago’ insisten en la dualidad, en la asociación de contrarios. Lo dialéctico en el establecimiento de los dos Mandones y de Inka Cuzco, demuestra la resolución, incluso, de las demandas de escenarios geográfi- cos disímiles, como lo son “las lluvias del cielo y las fuentes de la tierra”. Igual- mente, la integración de diferentes divinidades posibilita, como en el mito caste- ño de las tres figuras del Rayo, un presente designado por el agua, mientras el pasado, gobernado por la imagen de la serpiente que desola las comunidades e incendia los campos, evoca un horizonte opuesto al mundo humano, donde el canibalismo incide como ritual anterior al ejercicio cultural. Las relaciones de poder entre Yañan Kuri (el anciano pobre), Wambo y Soqta Kuri (el joven rico) configuran, una vez más, el tópico del “vencedor de apariencia humilde”. La re- unión de los dioses precisa, por lo tanto, la creación del presente, confrontando un pasado que culmina con un equilibrio, con una armonía producto de una fija- ción de las funciones de cada divinidad. Por otro lado, como señala Ortiz Res- caniere, el orden del mundo se arraiga en el diálogo de un principio femenino y uno masculino, descubriendo en la mitología que tiene como personaje central a Pariacaca, uno de los paradigmas más representativos. Ya sea ayudando a Con- dorcoto en su cortejo a Wichuca y a Cuneraya, o en su vínculo directo con Ca- piama, Chuquisuso o también Wichuca, el mito expone una identidad que ferti- liza los campos y las montañas, en un peregrinaje que, progresivamente, discurre en dirección al mar, mudando lo infértil e improductivo, fecundando un “mundo siempre sediento”. En este sentido, el rechazo de los requerimientos amorosos de Pariacaca, refieren una condena, un castigo que se extiende, reconocible aún por los pobladores de Huarochirí, obligando a un cultivo infructuoso e imperfec- to. De este modo, un doble principio interactúa en la realización del presente. Un caso análogo se destaca entre Cuniraya y Urpihuachac, donde, a diferencia de los relatos reunidos por Ávila, la persecución no es masculina sino, al contra- rio, es Urpihuachac quien lo arrincona en el interior de su reino marino. Esta ve- rsión moderna del mito no sólo comprueba una diferencia en el proceso de corre- spondencia entre las divinidades, sino que expone una conciencia donde los ani- males, incluso los terrestres, no interactúan de una forma decisiva; asimismo, si la descripción es más exacta en torno a estos, cuando se aborda la existencia de los animales y de las aves marinas, no es específica su descripción. La dicotomía traza, en esta oportunidad, una escisión entre un mundo y una cultura humana (los animales terrestres) y el reino de la naturaleza (los animales marinos). Una intensificación que, como en el mito de Cuniraya o de Pariacaca, estructura la expansión de la cultura, el “génesis (…)”.