El primer problema que determina la novela se fundamenta en las alternativas
que el discurso literario ejerce en su construcción, configurando un horizonte donde se propone un diálogo con la historia y el ámbito social. La respuesta de Magda Portal es, sin embargo, un distanciamiento que procura subvertir una incorporación escrupulosa dentro de las fronteras de lo real, emplazando a una lectura “libre de prejuicios, situándose en el plano de la creación pura, de la imaginación y la fantasía” (1957, p.7). Realidad y ficción emergen, en este contexto, como una dicotomía que confronta dimensiones disímiles. La novela se transforma, así, en escenario que resuelve esta encrucijada, en espacio que anuncia un desdoblamiento sistemático. Este modelo pretende desmontar las relaciones de poder, los niveles que se articulan alrededor de una preocupación por la labor femenina y el orden de un campo político, caudillista e ingenuo. La forma novelesca comprende, por lo tanto, una “organización, un devenir, un proceso” (Kristeva, 1981, p.58) que conserva una representación de la historia, un simulacro que reúne diversos acontecimientos. En La trampa se evoca más de una cualidad de los subgéneros de la novela, entrelazando características de la novela histórica (Lukács, 1977), de la novela de actualidad (Spang, 1998), de la novela política (Pérez, 1990). Esta última categoría instala unos recursos que intensifican las imágenes de los diferentes territorios de la sociedad, comprome- tiendo, como lo realiza Portal, un cuestionamiento profundo de la jerarquía, en particular de las instituciones partidarias, que anima las dinámicas dentro de la nación. Se exhibe, de esta manera, un juicio que desestabiliza los elementos sobre los cuales se detiene, dirigiendo, a través de los mecanismos de la ficción, a una reforma de la colectividad. Análoga a un tipo de parábola, esta fórmula sitúa una lección, un aprendizaje mediante las zozobras y el desmoronamiento del héroe literario. Igualmente, su vínculo con el testimonio, le permite orientar una denuncia, una reivindicación por encima de la injusticia de la realidad. Charles Stool y María de la Luz constituyen, por ello, una unidad, el reflejo de unas ilusiones perdidas, dos instancias marginales dentro de una composición cerrada e intransigente, como la que encarna el Partido Unionista. Y es, precis- amente, esta naturaleza de la novela política la que aprehende un panorama complejo, donde la visión se sumerge en las reflexiones de la élite que domina los vínculos intersubjetivos, controlando, incluso, la continuidad de la vida y su conclusión; para luego diseminarse entre los sectores relegados, exponiendo de- sde una perspectiva íntima la opresión y la trampa permanente en que habitan.