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El seguimiento de Jesús para cumplir su misión

¿Hoy vemos al mundo por un lente centrado en Dios o uno centrado en el hombre? ¿Por qué?

A inicios del tercer milenio, una mirada global a la humanidad demuestra que la misión de
Dios se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras
energías en su servicio.

De aquí surge una importante pregunta: ¿Qué importancia tiene la Misión de Dios en mi
seguimiento de Jesús como Discípulo?

Nuestro discipulado está, con demasiada frecuencia, descontextualizado de la vida cotidiana,


del día a día del discípulo. Hay pocas o nulas referencias acerca de cómo puede integrarse la fe
y el seguimiento de Jesús en el mundo laboral, educativo, cultural, social y así, un largo
etcétera de áreas de la vida que quedan fuera de la influencia de la fe. Nuestra formación está
orientada a la espiritualidad, no a la persona integral.

Por otro lado, nuestro discipulado tampoco encaja con la Misión de Dios. De hecho hay dos
grandes coordenadas: “qué Cristo sea formado en nosotros” y “ser agentes de restauración”
que enmarcan el espacio en el cual el discipulado debe desarrollarse. Dicho de otro modo, el
discipulado es el proceso mediante el cual Jesús es formado en nosotros y nos unimos a Él en
la tarea de restaurar y reconciliar todas las cosas.

1. La Misión de Dios

Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”

La Misión de Dios en basé al texto Juan 3:16 podríamos definirla como sigue:

“Dios Padre envía a su Hijo al mundo en el poder del Espíritu Santo para traer la salvación en
todas sus dimensiones, incluyendo en última instancia la reconciliación de todas las cosas, esto
es, el reino de Dios en su plenitud. La misión de la iglesia se deriva de esta acción del Dios uno y
trino. Es encarnar y proclamar la "buena noticia del reino "de la salvación a través de
Jesucristo.”

«La misión no es nuestra, la misión es de Dios. No es que Dios tenga una misión para su iglesia,
sino que tiene una iglesia para su misión en el mundo.» (Chris Wright).

La misión no es una actividad de la iglesia sino un atributo de Dios. Dios es un Dios misionero y
cada persona de nuestro Dios Trino participa en este movimiento misionero:

• El Padre envía al Hijo – el Evangelio de Juan tiene más de 40 menciones de que Jesús fue
enviado por el Padre - Juan 3:17,34; 4:34, 5:23; 7:16; 8:16,18; 10:36

• El Padre y el Hijo envían al Espíritu – Juan 14:26; 15:26

• El Padre, Hijo y Espíritu envían a la iglesia – Mateo 28:19,20


Que Dios nos incluyera en este movimiento misionero no deja de ser algo asombroso. Pero lo
dijo claramente: «Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto,
sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.» (Juan 20:21,22). La Trinidad y la iglesia están unidas
en misión.

2. Espiritualidad y discipulado en el seguimiento de Jesús

Hechos 1:8 “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me
seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”

Mucha de la espiritualidad actual carece de anclas teológicas. Su escasa o nula articulación con
temas fundamentales como el Reino de Dios, la encarnación y práctica de Jesús, y la misión de
la iglesia, entre otros, revela su falta de identidad evangélica.

Los resultados son notorios: iglesias y creyentes desconectados de los temas de la vida real, un
discipulado que no asume el costo del seguimiento y una Iglesia que carece de la fuerza
transformadora que procede del Espíritu Santo.

Cuando hablamos de “espiritualidad”, nos referimos a la acción del Espíritu Santo, a su


potencia, su capacidad de dar vida y que transforma todas las dimensiones de la existencia del
hombre. No se trata por lo tanto de una experiencia que se limita a los espacios privados de la
devoción del hombre, sino que busca penetrarlo en toda su vida.

La primera acción de Jesucristo fue formar una comunidad, la comunidad del Reino, discípulos

"Una espiritualidad sin discipulado en los cotidianos aspectos sociales, económicos y políticos
de la vida es religiosidad y no cristianismo" (Samuel Escobar)

Una espiritualidad del seguimiento de Jesús nos lleva a identificarnos con Él, a amar todo lo
que Él ama y a involucrarnos en todo lo que Él se involucra. Que vive la misión no como parte
de la vida, sino como la vida. Nuestro reto: ser con los demás y para los demás, colaborando
con Jesús en su misión de hacer de este mundo un mundo más humano.

Como figura o imagen que nos ayuda a comprender esta verdad de la que estamos
compartiendo son las fuerzas que modifican su acción dependiendo del sentido del giro de la
misma.

Si el sentido del giro es hacia dentro, su fuerza es llamada «centrípeta», su visión y acción es
interna para converger en un punto llamado iglesia. Allí se concentran todas las actividades,
los objetivos, los enfoques y el esfuerzo. Se perdió en muchos sentidos la fuerza de leudar una
sociedad necesitada del Evangelio.

Si su sentido de giro es hacia fuera, éste permea los 360º de su radio de acción. Es llamada una
fuerza «centrífuga». Todo a su alrededor es afectado. El enfoque ya no es la iglesia sino el
mundo al cual la iglesia es enviada. Y el lugar donde la comunidad de fe se reúne sólo es un
espacio de adoración comunitaria y de capacitación de los discípulos para servir a este mundo
perdido, con la llenura y poder del Espíritu Santo.
John Stott en su comentario sobre el libro de los Hechos, dando unas características que posee
una iglesia que vive en la llenura y poder del Espíritu Santo.

• Primero, una iglesia llena del Espíritu Santo es una iglesia apostólica, una iglesia neo
testamentaria que se apresura a creer u obedecer lo que Jesús y sus apóstoles enseñan.

• En segundo lugar, es una iglesia que se relaciona en amor. Perseveraron en compañerismo,


apoyándose y aliviando la necesidad de los pobres.

• En tercer lugar, una iglesia llena del Espíritu Santo es una iglesia amorosa, cálida, que
comparte con otros.

• Y en cuarto lugar es una iglesia que adora a Dios, y es una iglesia que se relaciona con el
mundo, en palabras y en hechos.

Ninguna iglesia que se centra en sí misma y en su vida interna, puede estar llena del Espíritu
Santo. El Espíritu Santo es un Espíritu misionero, por lo que una iglesia llena del Él, es también
una iglesia misionera.

David Bosch estuvo acertado cuando dijo que “el discipulado viene determinado por la
relación con Cristo mismo, no por la mera conformidad con unos mandamientos impersonales.
Su contexto no es una aula (donde suele impartirse la “enseñanza”), ni tan siquiera la iglesia,
sino el mundo”

3. Jesús como modelo de la Misión (Presencia, Proximidad, Pasión, Proclamación)

Juan 10:10 “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que
tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”

La «misionología» es una disciplina a la que se Ie reconocen parámetros cada vez más amplios.
Incluye la historia de las misiones cristianas; el estudio comparativo de las religiones, la
teología de las religiones, y el carácter único de Cristo; la base bíblica de la misión; las
estrategias misioneras y el crecimiento de las iglesias; las motivaciones y los métodos
misioneros; cuestiones de cultura, contextualización, la formación de iglesias; la relación entre
la evangelización y la responsabilidad social, y la renovación de la iglesia.

Con todo, algunas veces falta en esta lista lo que podría llamarse la «cristología de la misión»,
que reconoce a Cristo como la fuente y el camino, el corazón y el alma, la base y la meta, de
toda misión.

Por lo tanto, es necesario que miremos nuevamente a nuestro Señor y Salvador y que
tomemos nota de la ineludible dimensión de su encarnación para el cumplimiento de la Misión
de Dios.

Juan, en el prólogo de su evangelio, nos dice que Dios se hizo ser humano y se vino a vivir en
medio nuestro. Pablo, escribiendo a los filipenses, indica que además lo hizo de la forma más
humilde posible, adoptando la condición de siervo y siendo obediente hasta morir en una cruz
para que la creación y la humanidad pudieran llegar a ser aquello que Dios tuvo en mente y el
pecado, nuestra rebelión contra Él, hizo totalmente inviable.
Leamos Filipenses 2:4-11 que describe la base del modelo misionero de Jesús.

Humillación y exaltación de Cristo

“4 Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los
demás. 5 La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, 6 quien, siendo por
naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. 7 Por el contrario,
se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los
seres humanos. 8 Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente
hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! 9 Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el
nombre que está sobre todo nombre, 10 para que ante el nombre de Jesús se doble toda
rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, 11 y toda lengua confiese que Jesucristo
es el Señor, para gloria de Dios Padre.”

Leamos Lucas 10:25-37 que describe la importancia de vivir acorde a la misión de Dios.

Jesús enseña sobre el amor al prójimo

“25 En esto se presentó un experto en la ley y, para poner a prueba a Jesús, le hizo esta
pregunta: — Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? 26 Jesús replicó: —
¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú? 27 Como respuesta el hombre citó: —
“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu
mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” 28 — Bien contestado — le dijo Jesús —. Haz
eso y vivirás. 29 Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: — ¿Y quién es mi
prójimo? 30 Jesús respondió: — Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de
unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. 31
Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de
largo. 32 Así también llegó a aquel lugar un levita, y al verlo, se desvió y siguió de largo. 33
Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y, viéndolo, se
compadeció de él. 34 Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo
montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. 35 Al día siguiente,
sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo
que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva.” 36 ¿Cuál de estos tres piensas que
demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? 37 — El que se compadeció
de él — contestó el experto en la ley. —Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús.”

La encarnación nuestro modelo misional

En su oración sacerdotal recogida en el capítulo 17 del evangelio de Juan, Jesús, en diálogo con
el Dios, afirma que nos envía del mismo modo que el Padre lo había enviado.

La encarnación se convierte pues en el modelo para llevar a cabo la misión. Jesús lo puso en
práctica en medio nuestro, entre nosotros, siendo como uno de nosotros y lo hizo por medio
de una estrategia de cuatro pasos.

El primer paso es la presencia. Se hizo como uno de nosotros y vivió entre nosotros. Compartió
nuestra realidad. Jesús fue un ser humano total e integral, igual en todos a nosotros excepto
en el pecado, pero no en la tentación.
El segundo paso es la proximidad. Mientras la presencia se relaciona con la dimensión física, la
proximidad tiene que ver con la dimensión emocional, con la empatía, la identificación con el
otro y sus necesidades. El evangelio de Mateo nos habla de la proximidad al indicarnos que
Jesús tuvo compasión al ver la situación real de las personas. Para nosotros es posible estar
presentes pero no próximos.

Para nosotros, cuando llevamos a cabo la misión, proximidad significa identificarnos con la
realidad de las personas, no juzgar, no condenar, ver su dolor, su sufrimiento, sus necesidades
emocionales, espirituales, sociales, físicas e intelectuales y sentirlas como propias y movernos
a compasión. Significa verlas con los ojos del Maestro, compasivos, y no con los ojos del
fariseo, despreciativos.

El tercer paso es la pasión. El Maestro no sólo estuvo presente y próximo, se implicó en


ministrarnos en nuestra situación y necesidad. Jesús, nos dice el evangelio de Marcos, recorría
las aldeas enseñando y sanando.

Para nosotros, al llevar a cabo la misión la pasión tiene que ver con tomar acción, con
implicarse, con no quedarse al margen e indiferente, con remangarse y ensuciarse las manos
en la realidad de un mundo caído.

Es tomar la actitud del buen samaritano que no se desentendió de la necesidad del hombre
asaltado, a pesar de tener todas las razones y argumentos del mundo para hacerlo. Es
responder al hambriento, al sediento, al carente de techo y hogar, al solitario, al enfermo, al
deprimido, en definitiva al necesitado de ser aliviado de las consecuencias del pecado en un
mundo caído.

Finalmente, el cuarto paso es la proclamación, es decir, compartir la buena noticia de una


manera que sea relevante a la realidad de los oyentes. Jesús habló del padre que ama y
perdona incondicionalmente y nos mostró a Dios de una manera totalmente diferente que
rompía los esquemas legalistas de sus contemporáneos.

Jesús, con su encarnación, le ha mostrado a la iglesia el modo de llevar a cabo la misión por
medio de la presencia, la proximidad, la pasión y la proclamación.

Es un proceso donde una cosa nos lleva a la siguiente. Un proceso que hace que cada paso se
construya sobre el anterior y en el que todos, sin excepción son necesarios y no pueden
omitirse.

No puede haber proclamación en un mundo postmoderno que no haya estado precedida de


presencia, proximidad y pasión. De hecho, son esos tres pasos anteriores los que nos dan el
derecho a poder hablar a nuestra generación, los que nos otorgan la autoridad moral para
llevar la buena noticia. La presencia, la proximidad y la pasión son imprescindibles, pero estas,
si hemos de ser fieles al Maestro y su modelo, deben desembocar en la proclamación.

Ejemplo de una vida de seguimiento de Jesús para cumplir la Misión

“Ana ha dedicado una gran parte de su vida a ayudar a estudiantes cristianos a ver la
universidad como su campo de misión. La suya ha sido una tarea de acompañamiento,
formación, abrir los ojos a la necesidad de los demás, etc. Proclamación del evangelio y
compasión al que está en necesidad nunca han sido cosas optativas, sino una misma forma de
entender el evangelio. Hace unos años Ana vio la posibilidad de extender esa misión a niños
que quedan bajo la tutela del estado convirtiéndose en una madre de acogida, no sólo
entregando el mensaje, sino entregándose a sí misma. Ha abierto su corazón a varios niños,
pero también ha abierto su casa, su vida, etc. y ha permitido que los pequeños vean cómo el
evangelio se vive. Ana también forma parte de una plataforma de familias de acogida que
promueve condiciones justas para los niños tutelados.”

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