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UNIDAD I

Rubio, J. (2010) Delimitación y ámbito de la psicología jurídica. En Psicología Jurídica-Forense y Psicoanálisis.

Delimitación Jurídico-Forense

La Psicología Jurídica corresponde al ámbito de trabajo del psicólogo que, con planteos y métodos de abordaje, se encuentra con
escenarios que se cruzan con el discurso del derecho. Es por lo que también se la suele denominar Psicología Legal, en tanto que
atiende a una praxis que está dada por situaciones que se encuentran en relación a lo “prescripto por ley o conforme a ella”. Se la
diferencia de la Psicología Forense, en tanto que esta última es una de las tareas de la Psicología Jurídica. Además, la Psicología
Forense o Judicial, toma tal nombre debido al fuero, entendido como el lugar de cada una de las ramas donde se imparte derecho;
por ende, está en relación con solo uno de los poderes del estado. En su etimología, forense deriva de fórum, el foro, que
comenzó siendo la plaza, como espacio físico, donde tenían lugar los asuntos públicos. De allí deriva la condición del fuero-juzgado
como un espacio simbólico, donde el juez genera jurisprudencia con los fallos que dicta, al momento que opera sobre las
conductas de las personas con efectos jurídicos. Lo hace según lo tipificado de acuerdo a las normas jurídicas que rigen en un
determinado territorio donde tiene potestad jurisdiccional. Son cuatro las fuentes que emplea el juez: las leyes; la jurisprudencia;
la doctrina y los usos y costumbres.

En este ámbito, las pericias solicitadas son de distintas disciplinas u oficios, En nuestro caso, la pericia psicológica. Una pericia es
“un acto cumplido por una o varias personas del arte de curar, en virtud de orden judicial o administrativa y cuyo fin es analizar un
hecho determinado, estableciendo sus características y extrayendo del mismo determinadas conclusiones”. Se diferencia de un
certificado: testimonio de un hecho y sus consecuencias, sin requisitoria ni juramento, y de la consulta: se vierte una opinión
donde se estima una cuestión relativa a personas o hechos de una causa judicial a pedido de una parte o autoridad judicial.

El psicólogo, según la tarea pericial específica, será perito oficial si pertenece al cuerpo oficial de justicia, al que podrá ingresar
previo concurso, o perito de oficio si luego de cinco años de recibido se anota en una lista de cámara y es llamado en forma
especial para un juicio concreto. También podrá ser perito de parte o consultor técnico sobre los temas de su especialidad
asesorando en la presentación de demandas, lecturas de pericias u otras tareas.

La Psicología Jurídica incluye estas tareas forenses en el ámbito judicial. Su campo abarca a los otros poderes del estado y también
instituciones privadas que, en su quehacer, están ligadas a una situación ajustada a derecho. Por otra parte, La Legislación que
posibilita el trabajo del psicólogo en forma autónoma, a nivel nacional, data recién del año 1985 en que es dictada la “ley de
ejercicio profesional de la psicología” Nº 23.277. Antes del dictado de esta, la praxis autónoma de los psicólogos se desarrollaba
fuera del marco normativo, siendo algo conocido pero no sancionado. Esto ocurría porque estaba vigente la Ley Nº 17.132 de
“normas para el ejercicio de la medicina, odontología y actividades de colaboración” donde el psicólogo era un auxiliar de
psiquiatría, centrándose en la obtención de tests mentales y la recopilación de antecedentes y datos ambientales de los pacientes,
únicamente por indicación y bajo control de médico especialista y dentro de los límites de su autorización.

Por último, para precisar el ámbito de trabajo de la PJ, es importante diferenciar la PJ como respuesta y la PJ como pregunta.

La Psicología Jurídica como respuesta

La PJ en tanto respuesta lo es a una demanda social que recibe, diferenciándose de la Psico. Clínica en donde la demanda es, en
general, de la persona que consulta. En este sentido, el psicólogo debe generar un lugar para poder realizar la operatoria que le
permita su respuesta psicológica. Hay que tener en cuenta este aspecto en dos sentidos, en primer lugar, porque por ejemplo,
cuando realiza pericias, suele tomárselo como testigo calificado, lo cual es, descalificar su trabajo dado que su tarea es clara: ser
asesor desde su disciplina especifica y no testigo a posteriori del hecho en cuestión. En segundo lugar, porque al atender a una
persona que es traída, debe generar la situación para que ésta sea artífice de su acto, sino el psicólogo se convierte en un gestor
de un aparato, actuando en espejo con una de las concepciones del discurso jurídico.

Dentro de las demandas que se le pueden presentar a la PJ, y a partir de las cuales realizara sus intervenciones, se encuentran:
-Del Fuero Civil: Cuando esté en cuestión la capacidad o incapacidad civil, por inhabilitación, declaración de demencia o
condiciones para testar. Situaciones en las que se cuestione la capacidad para la donación de órganos. Ante impedimentos,
solicitud de nulidad, divorcios o separaciones por causas psicopatológicas, así como la tenencia y restitución de hijos, etc.

-Del Fuero Laboral: Planteos por daño psíquico, por indemnización o jubilaciones por invalidez de causa psíquica o psicopatológica,
etc.

-Del Fuero Canónico: Nulidad matrimonial o cuando un sacerdote pide la reducción al estado laical o la nulidad de su ordenación,
etc.

-Del Ámbito Penal: Casos en los que se plantee la imputabilidad o la inimputabilidad del autor de un hecho.

-Del Ámbito Penitenciario: Demandara rta tanto el viejo concepto de locura durante la condena como los distintos informes a lo
largo de la progresividad que contempla tal régimen.

-Del Ámbito Policial: Asistencia en la formación de quienes se integran al cuerpo de policía, como ante situaciones de violencia
domestica o en casos de secuestros o tomas de rehenes, etc.

-Del Ámbito Institucional: Asistencia de niños y adolescentes en situación judicializada, niños abandonados, droga dependencia,
comunidades marginales, violencia institucionalizada, etc.

-Del Ámbito de la Salud Mental: En la participación de departamentos forenses de las instituciones o ante casos de abuso de niños,
coacción o violencia en situaciones de desvalimiento o de intento de suicidio.

-Del Ámbito Legislativo: En el asesoramiento para el dictado y reglamentación de leyes en que el discurso psicológico tiene un
lugar importante.

-Del Ámbito de la Mediación: Donde ante la imposibilidad de negociar se recurre a un tercero, en una instancia prejudicial, para
que ambas partes pasen a una situación de negociación.

Un elemento importante refiere al ordenamiento del informe que se le pide al psicólogo en estos ámbitos:

1) Encabezamiento: Autoridad a quien se dirige.

2) Proemio: Antecedentes del firmante, fecha de juramento y ante quien acepto el cargo.

3) Antecedentes de autos de interés psicológico legal: Por si es necesario pedir estudios posteriores y para las rtas a los puntos de
pericia.

4) Estudio psicológico legal del caso: Descripción semiológica y psicopatológica. Análisis de estructura y dinámica de la
personalidad. Modalidad discursiva y vincular. Modalidades de las operaciones ICC. Resultado de los tests proyectivos y
psicométricos administrados.

5) Consideraciones psicológico legales: Diagnostico sobre el estado en el momento del hecho y al tiempo del examen; aptitud
para discernir o capacidad para dirigir sus actos.

6) Conclusiones:

En el fuero penal: Apreciaciones generales: interferencias sobre el estado al momento del hecho, capacidad para delinquir en el
momento del hecho (comprender la criminalidad del acto y dirigir sus acciones) etc. Apreciaciones especiales: Rta a los puntos de
pericia.

En fuero civil: Apreciaciones generales: Diagnostico (clínico psicopatológico, elementos al juez para su estudio de demencia en
sentido jurídico) fecha aproximada de comienzo, pronostico y tratamiento. Apreciaciones especiales: contestar los puntos de
pericia.
La Psicología Jurídica como pregunta

La PJ, en términos técnicos, parecería ser que para su realización solo requiere de la adquisición de los conocimientos que
sustentan las habilidades que su desenvolvimiento. Sin embargo, a nivel de su praxis y contexto, lo que muestra la reflexión de
profesionales procedentes de orientaciones diferentes de la psicología, permite plantear la situación de la PJ no solo en términos
de respuesta sino también en términos de pregunta.

A. Preguntas al Legislador:

Garrido Marti plantea la relacion entre la psicología como ciencia empirica y lo que este denomina “la ley”, es decir, el discurso
jurídico. En este sentido, la tarea de la PJ no ha de limitarse a dar respuesta a las demandas que alguno de los tres poderes pueda
realizar, sino que debe estar atenta a preguntarse y preguntar en función de lo planteado en los sucesos de su campo.

B. En el dialogo con otras disciplinas:

En tanto pregunta, la PJ entabla un dialogo multidisciplinar, interdisciplinar o transdiciplinar, dependiendo de la modalidad que
adquiera, lo cual, le va a permitir un intercambio donde puede plantear sus cuestiones y aperturas visibles.

En este dialogo, cuando el abordaje se hace desde el plano psicológico, a veces aparecen problemas en la consideración del
método empleado, dada la supuesta inferioridad del mismo tomando como ideal los métodos de las ciencias “duras” de fines del S
XIX. En consecuencia, se puede descalificar de entrada las posibles conclusiones a las que se pueda llegar.

C. Puesta en cuestión de los términos de la misma demanda:

Pierre Legendre se centra en la cuestión referida a la posición misma del “experto psi” ante la demanda, es decir, ante el pedido
de rta social.

El problema con el que Legendre refiere a las bases epistémicas de la disciplina. ¿Es clara la demanda que se le hace al experto
psi? Para este, dicha cuestión se relaciona con la intervención, en los fundamentos de la misma, y si está bien diferenciada de la
del juez. Dado que la tarea del juez es juzgar desde la norma jurídica y la del perito asesorarlo desde su disciplina, por ejemplo,
evaluar si el actor del hecho era consciente de las consecuencias de su actuar y si dirigió sus acciones al momento del hecho en
juicio.

Aniyar de Castro, L. (2010). Delincuentes y víctimas, todos víctimas.

Aunque hasta el momento, la victimologia, estuvo prácticamente en manos de psicólogos, ya era bastante revolucionario mirar
hacia la otra parte. El delincuente había dejado de ser el protagonista, como Ferri lo denominaba.

Aquel era el tiempo del positivismo y la obsesión era buscar causas y condiciones para el paso al acto delictivo: se quería saber
cómo las víctimas, con su conducta- y en ocasiones, se decía, en virtud de algunas pulsiones de muerte y masoquismo-, habrían
preparado, y a menudo estimulado, las condiciones para que el delito se cometiera. Las víctimas se adecuaban a sus victimarios
donde el delincuente era arrastrado por la seducción de la víctima.

De modo que, así como se decía que existían delincuentes por tendencia, habría personas que tendrían tendencias a ser víctimas
de delitos, e incluso, de accidentes de cualquier tipo, hasta de ataques animales. Sobre la base de esto, en un afán de generar y
clasificar nuevas ciencias, se diferenció una Victimologia Penal de una Victimologia General. Se habló también de victimas
delincuentes que resultaban victimas del “escotoma” o ceguera, producida por sus malas intenciones, y que eran estafadas por
aquel a quien pretendía estafar. Era el tiempo de la etiología pura y, por supuesto, de los buenos y de los malos, casi sin matices.

Las propuestas de política criminal iban desde reducir las penas en virtud de la participación de la víctima, aunque generalmente
fuera inconsciente e inocente, hasta responsabilizar a esas víctimas propiciatorias del delito que se había cometido.
En los años 70, de la Criminología positivista, aquella de los objetivos represivos o reeducativos, del Estado omnipresente en su
monopolio de la función punitiva, y totalmente centrada en el delincuente, se pasó a la Criminología crítica o del control social,
incluso a la abolición del sistema penal.

Hoy se replantea la solución privada y pacífica de los conflictos; la mediación; alguna forma de reparación, y hasta la obligación del
Estado de darle asistencia psicológica y social, o de crear un fondo indemnizatorio cuando no pueda obtenerse esa reparación de
otra manera. Se habría definido un nuevo campo: LA VICTIMOLOGIA.

El motor de esas transformaciones fue la insurgencia de los derechos humanos en el campo de la criminología Crítica. Los
derechos humanos son precisamente el eslabón que asocia hoy a la nueva criminología con la nueva dogmática, y las nuevas
teorías del proceso penal. Vinculación bien influida por los conocimientos que desde afuera aportaban tanto a la Victimologia
como a la Criminología de los controles, siempre dispuesta a dejarse confundir con propuestas axiológicas.

Lo que nos lleva a una pregunta: ¿pueden la Criminología y la Victimologia seguir andando caminos paralelos, o es necesario
heurísticamente recomponer el binomio?

Hace mucho tiempo, allá por los 80, se propuso que el objeto de la criminología Crítica fuera el estudio del control social, formal o
informal.

Aquella Criminología de la Liberación que se postuló en la década de los 80, era una no-teoría. El objetivo era que una teoría no se
congelara en el tiempo y que se constituyera entonces también en una forma de poder es decir, que lo que se proponía, por su
plasticidad ontológica, era un planteamiento abierto, que se adaptara a lo histórico concreto, que fuera fluyente hacia el futuro.

“Criminología” es también algo que tiene que ver con la búsqueda de controles sobre los controles y con las víctimas de todas esas
instancias y situaciones. Para esta concepción de criminología, la Victimologia Penal, aunque no la positivista, es una de sus partes
importantes. Es imperativo hoy entender ambas instancias del pensamiento como una reflexión, como parte de una sola
disciplina, articulada por el concepto de derechos humanos. Esto tendría algunas ventajas 1) la consideración conjunta evitaría que
la queja de que la indignada demanda de sobrecriminalización por parte de las victimas reales o potenciales lleva a la violación de
los derechos humanos del acusado, 2) que los derechos de los acusados y de las victimas puedan entonces evaluarse de manera
más equitativa, 3) permitiría un cierto dialogo virtual entre víctimas y acusados que un discurso separado impediría.

La criminología debe proponerse investigar hasta qué punto las declaraciones multinacionales solo tiene efectividad cuando se
posee, además de una parte del poder político, un fuerte poder organizativo para mantener el reclamo. La racionalidad del
respeto a la vida no siempre está presente. Los derechos humanos no han sido siempre utilizados para enfrentar las matanzas
generadas “desde arriba”. Es significativo que esta Declaración se refiera solo a las víctimas de “actos que violen la legislación
penal de los Estados miembros”: demuestra cómo el poder se protege de sus desafueros, respeta solo su propia cultura.

Los derechos humanos poseen parecidas cualidades heurísticas: son estratégicos, son éticos, universales, variables y son ejemplo
de compromisos entre punto de vistas diferentes. Tienen, claro, las limitaciones que aporta su ser históricamente determinado:
primero, que no siempre son definiciones permanentes. Segundo, que ellos mismos son el producto de un ejercicio de poder: un
Derecho Humano es aquel que la Asamblea General de las Naciones Unidas define como tal.

En el caso de las víctimas, de aquellos que sufren el resultado de acciones individuales o institucionales que los privan de vida y de
derecho, el asunto no es solo de controles a posteriori, sino también de cómo evitar esas acciones y esos sufrimientos; como
contener a futuro esas acciones. Los derechos humanos que deberían ser objeto central del interés de esa amplia concepción,
tanto de la criminología como de la Victimologia, deberían ser la libertad y la seguridad.

Seguridad como protección de las agresiones de toda índole, especialmente contra la vida, la integridad personal, la salud, y la
propiedad. Para garantizar el movimiento, crecimiento, seguridad nutricional, habitacional, de empleo y educación. Seguridad de
no ser discriminado.
Y a la vez, la libertad física y de movimientos, de pensamiento, de expresión y de fe, de asociarse, de manifestar. Libertad de
escoger, la que también comprende la libertad para ser diferente a los demás.

Tanto la criminología como la Victimologia deberían tener como norte proteger a los ciudadanos contra la afectación de esos dos
derechos, y buscar medios para resarcirlos cuando se los prive de ellos. Y las garantías y los derechos, así como las acciones y las
instituciones, orientados a hacerlos valer, deben afinarse y complementarse.

No dejaremos de recordar que ley y derecho no son la misma cosa. Se pueden decretar leyes que van en contra del derecho. El
producto será legal, pero no estará jurídicamente validado.

Cabe destacar que la AUTONOMIA es un verdadero derecho. Es decir, esta autonomía es la garantía de las garantías, de los
derechos humanos, es lo único que permite asegurar los otros derechos cuando estos fueren conculcados.

El siglo XXI despierta en la continuación de un viejo escenario de abuso de poder y de su legitimación por la fuerza o el discurso.

La tesis del autoritarismo como “mal necesario” ha tomado una lamentable fuerza legitimadora.

Mientras nuevos y viejos autoritarismos parecieran no ser tomados en cuenta en las consideraciones sobre la naturaleza del
control en nuestro continente, el imperio de un mercado sin fronteras comienza a desdibujar los principios humanísticos que
dieron cabida a la concepción del buen gobierno y de los derechos humanos. La globalización se ha convertido en una forma no
sutil de totalitarismo, siendo esta también factor de nuevas criminalidades. No se trata sino de una estructura piramidal que se
impone verticalmente a través de medios sutiles de convencimiento e ideologización. Donde los problemas centrales en este
plano son la pobreza y la desigualdad, que no permiten que los individuos se expresen como ciudadanos con plenos derechos y de
manera igualitaria en el ámbito público y que erosionan la inclusión social. Los indicadores muestran que en todos los países de la
región hay más desigualdad que en el promedio mundial.

Las represiones se extienden a todas las instancias, a todos los niveles, incluidas la vida sexual y afectiva. A todo lo que pasa
desapercibido por su cotidianidad. Pequeños poderes que, por lo ocultos en la intimidad de lo privado, hemos considerado los más
arbitrarios e incontenibles: el poder maternal, parental, de género. Hay que profundizar el conocimiento de lo que rodea y
condiciona los centenares de miles de muertos y heridos que estos supuestos “poderes pequeños” han producido.

Cabe destacar, que las prisiones producen más dolor, más sufrimientos y ofensas a la condición humana que lo que implica una
sanción legal que estaría simplemente orientada a privar a un sujeto de su libertad.

El proceso penal debe considerarse como un sistema de garantías. Al eliminar el tradicional concepto de proceso como rutina
puramente mecánica para llegar a la sentencia, se nos ofrece la posibilidad de abrir el mundo del derecho hacia la democracia. De
esta manera, una mirada critica a los nuevos códigos de procedimiento penal debería ayudar a debelar los peligros que portan
esas estructuras autoproclamadas democráticas, y oportunidades copiadas de los centros de poder internacional, pero
profundamente pragmáticas, como la justicia negociada, el principio de oportunidad y, sobre todo, la carga explosivamente
selectiva del monopolio de la acción penal otorgada al Ministerio Publico.

La legislación penal de emergencia se ha convertido en un instrumento de control político, o, en todo caso, del surgimiento de
nuevos poderes en la sociedad.

El delito político debe ser considerado como objeto de estudio entre las prioridades de la criminología latinoamericana. A más
autoritarismo, más protesta social y más persecución penal. No hay democracia con presos políticos. Pero casi todas las que así se
proclaman tienen en mayor o menor grado, los suyos.

La criminología debe ciertamente tener el castigo como foco, tal como Garland propone, sobre la sociedad excluyente y represiva.
Debería ubicar como Economía Política del castigo, tanto como Psicología Social de la represión, que analice lo emocional afectivo
y la concepción del mundo, así como los respectivos elementos de su construcción y mantenimiento, como fuentes de represión o
de tolerancia. Esto permitiría hacer propuestas para adecuar al castigo y represión a un conjunto de valores que responden a la
equidad y al entendimiento total de la transgresión como parte de la vida cotidiana. Y, mientras se lucha por instaurar una cultura
no carcelaria, insistir en el recurso prioritario a medidas alternativas de índole social, y proponer que las sanciones sea al menos
igualitariamente distribuidas. Sin caer, por supuesto, en la trampa de la imposible y manipuladora proporcionalidad del delito y de
la pena.

Anthony, C. (2017). Un tema criminológico por construir: La violencia de género.

La preocupación de las criminólogas que se movían en el campo de la criminología crítica, es reciente. Si bien se encontraban
sumidas en el movimiento que asumió esta corriente, se alienaron a él buscando que se disminuyera la perversidad del discurso
penal y de su aplicación, un derecho penal más justo e igualitario, especialmente en aquellos sectores débiles y desprotegidos.

A pesar de esto, cuando se hablaba de criminología crítica era notable que la selectividad del sistema no contemplaba la
desigualdad de género y, por lo tanto, dejaba a la mitad de la población. A su vez, esta corriente también ignoraba el hecho de que
nos encontrábamos en un mundo patriarcal.

Frente a esto, en una primera etapa, se estudió el control social hacia la mujer desde la óptica feminista, ampliando el abordaje de
la criminología crítica, incluyendo así instituciones y conductas antes no consideradas por esta corriente como lo son la
maternidad forzada, la heterosexualidad obligatoria, la división sexual del trabajo, temas abordados como naturales, a-históricos,
apolíticos, universales y neutros.

Es la posición de la mujer subordinada es lo que permite o “autoriza” la agresividad, los malos tratos, abusos sexuales, situaciones
que posicionan a la mujer como víctima manteniendo un orden social manejado por los hombres.

Por ello se asume la postura que toman estas mujeres en cuanto a aceptar que el discurso jurídico es androcéntrico y sexista, lo
que lleva a dar una mirada distinta en trabajos e investigaciones, incorporando así la perspectiva de género. Es así que se pudo
descubrir que no son muy frecuentes los trabajos sobre la delincuencia en mujeres y si los había tenían un sesgo sexista. Tampoco
existían investigaciones en cuanto a los diferentes motivos de delincuentes femeninas frente a delincuentes masculinos.

A través de investigaciones se observó que aún no se contempla el sesgo de género que permita comparar o diferenciar la
delincuencia femenina de la masculina.

Esta nueva perspectiva, la de utilizar un enfoque de género, amplía el objeto de la criminología critica con una dirección hacia los
derechos humanos como así a la confirmación de las situaciones de desigualdad entre diferentes grupos sociales contribuyendo
así a una mejor comprensión del control social en su conjunto y de las conductas delictivas en particular.

El largo camino hacia una criminología feminista o de género

Quizás el hito más importante para los logros que se obtuvieron, fue que las demandas específicas de las mujeres en el campo de
la violación de sus derechos fueran consideradas situaciones inaceptables que merecían la protección de los instrumentos
internacionales que recogieran estas peticiones y conseguir reformas legales de importancia.

Esta supuesta igualdad fue proclamada en numerosos instrumentos internacionales de Derechos Humanos. La convención más
importante que se obtuvo, y la que se considera como la “Carta Magna de las Mujeres”, es la Convención para la Eliminación de
todas las Formas de Discriminación contra la Mujer adoptada en 1979 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. La
Convención recogió la discriminación sexual que abarca tanto el ámbito público-social como el privado. Otro avance importante lo
constituyó el Protocolo Facultativo de dicha Convención estableciendo un recurso legal para la denuncia de violaciones a los
Derechos Humanos de las Mujeres. Aquí es donde se reconoce explícitamente a las mujeres como titulares de esos derechos.
Además también se reconocen derechos de los niños/as y adolescentes, de los discapacitados, de poblaciones indígenas, y de
muchos grupos vulnerables.

Aparte de las violaciones de los Derechos Humanos, las mujeres estaban y aún expuestas a otro tipo de infracciones de carácter
sexual, como la mutilación de los genitales, asesinatos por dote, la incineración de la viuda (India), violaciones en masa en tiempos
de guerra, trata de personas, además de otras situaciones como las descalificaciones o desvaloraciones en los medios de
comunicación.

Se considera como violencia de género:

a. A toda violencia física, sexual y psicológica que se produzca en la familia, incluidos los malos tratos, el abuso sexual de las niñas
en el hogar, la violación por el marido, los actos de violencia perpetrados por otros miembros de la familia y la violencia
relacionada con la explotación.

b. La violencia física, sexual y psicológica perpetrada dentro de la comunidad en general, inclusive la violación, el abuso sexual, el
acoso y la intimación sexual en el trabajo, en instituciones educacionales o en otros lugares, la trata de mujeres y la prostitución
forzada.

c. La violencia física, sexual y psicológica perpetrada por el Estado, donde quiera que esto ocurra.

Recién en 1986 el Consejo Económico y Social declara que la violencia en la familia es una grave violación de los derechos de la
mujer. Seis años después se aprueba una Declaración sobre la Violencia contra la Mujer, reconociendo que ese tipo de violencia es
un obstáculo para el logro de la igualdad, el desarrollo, la paz y las oportunidades para que la mujer alcance la igualdad legal,
social, económica y política. Hoy en día y gracias a los movimientos de mujeres se les otorga a sus víctimas mecanismos de
protección tanto a nivel nacional, regional o internacional. Ésta importante conquista es un hito muy importante para reforzar la
defensa de los derechos de la mujer.

Por primera vez se define la violencia contra la mujer como: Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que
tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de
tales actos, la coacción o la privación arbitraria de su libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada.

1994 se aprueba en la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer estableciendo
la responsabilidad de los Estados Parte al respecto, por constituir una grave violación de los Derechos Humanos de las Mujeres.

A raíz de la vigencia de esta Convención se dictan las leyes sobre violencia en la familia y/o violencia doméstica contra la mujer,
consagrándola como delito y estableciendo sanciones, medidas de protección de las víctimas, y acciones desde el Estado para
enfrentarla.

En el mismo orden de ideas, se han dictado recientes normas jurídicas o reformas de las vigentes, que tipifican como delito las
agresiones contra la mujer (nuevas formas de la violación, violación marital, estupro, explotación sexual comercial, acoso sexual,
turismo sexual) sea penalizando estas conductas cuando no existían como delitos, o aumentando las sanciones especialmente
cuando se involucran a las personas menores de edad(pornografía infantil, trata de personas, prostitución forzada y todas las
demás formas de explotación sexual comercial). Sin embargo, todavía suceden situaciones de extrema violencia contra las
mujeres.

Nos referimos al fenómeno del femicidio (Russel y Marcela Lagarde), que es además un crimen de alta significación social y
política. Se utiliza este término para visualizar y denunciar los atroces actos de violencia contra la mujer.

Analizando los últimos quince años de vigencia de las leyes sobre la violencia doméstica y otras conductas violentas contra la
mujer que se incluyeron en los Códigos Penales adaptándolos a lo dispuesto en los Convenios y Tratados Internacionales, la
violencia pareciera no haber parado. Esto significa que la ley penal es solo un instrumento más en la lucha contra la violencia, y sin
embargo debe mantenerse y mejorarse. Estas leyes deben ir más allá de la tipificación de estas conductas; se requiere un
tratamiento integral que contemple alternativas punitivas en ciertos casos, medidas sociales y educativas, concientización de la
sociedad.

Significación del derecho

Siendo el derecho una construcción social recoge el modelo de relaciones sociales y políticas desde la concepción de lo humano
que opone lo masculino/femenino en una relación polar y excluyente. La oposición entre ámbito público y privado se visualiza
mediante conceptos que oponen Estado/familia, asuntos públicos/asuntos domésticos, sociedad civil/familia, conceptos que
legitiman la participación del varón en los espacios públicos, recluyendo a las mujeres a la familia, privándolas de sus derechos
económicos, sociales, culturales y sexuales.

La ley da sentido del Derecho como instrumento de cambio y mejoramiento social, pero aun reproduce las relaciones patriarcales
entre los sexos. Al dar el Derecho una mirada única (la del parámetro masculino) se desatienden las características y diversidades
humanas constituyéndose como un elemento más de dominación, haciéndonos creer que es supuestamente neutral. De todos
modos, el Derecho no es neutral, es una construcción desigual entre unas personas y otras, consagrando así la subordinación de la
mujer frente al hombre. Además de ser sexista, el derecho es, también, selectivo, puesto que en las etapas de definición y
aplicación de sus normas, existen divergencias y por su carácter político tiene bases económico-sociales y culturales que imponen
los criterios, tanto en la formulación de sus normas, como en su aplicación e interpretación.

Esta filosofía del movimiento feminista nos dice que la impunidad demostrada frente a los autores de violencia contra la mujer
tiene una connotación de discriminación de género, tanto porque no existe la neutralidad en las normas jurídicas como tampoco
hay imparcialidad de los fiscales y jueces que conocen estos hechos, lo que impide reconocer estos delitos como tales dificultando
su sanción.

¿Cómo se ha construido el derecho penal de las mujeres?

Entendiendo al control social como aquel que fija los límites del comportamiento y por lo tanto de la acción; siendo así hay que
examinar si ese control social actúa de la misma manera para hombres y mujeres.

Acorde a Larrandart, el Control Social Penal serían los procesos de producción de la mujer normal y estaría destinado a prevenir y
sancionar las conductas desviadas.

Estos movimientos demostraron que los hombres mantenían y reproducían el sistema de dominación y de subordinación con las
mujeres y para ello utilizaron su autonomía sexual y social. Superada esta etapa es el Derecho el que fijó las normas
supuestamente neutrales para los hombres y mujeres pero manteniendo el control social hacia las mujeres en su sexualidad y
capacidad reproductiva.

El sesgo androcéntrico del Derecho Penal ha estado muy presente en la elaboración de las normas penales. En ellas las mujeres
han sido construidas como sujetos en relación con la familia y a su rol de esposas y madres.

Cómo debe analizarse el Derecho desde la perspectiva de género:

Al decir de Facio este análisis debe hacerse desde 3 perspectivas:

A. Desde el punto de vista de las normas formales

B. Desde el componente estructural

C. Desde el componente político-cultural.

A. Nos encontramos con ejemplos de leyes que sancionan la violación, el adulterio, el aborto, las que precisamente no buscan
cuidar y proteger la integridad física y psicológica de las mujeres, sino sirven para afianzar el control de los derechos tradicionales
que se supone son patrimonio de los hombres, es decir, controlar la sexualidad femenina. Desde otra perspectiva, es
indispensable analizar la eficacia y eficiencia en la aplicación de las leyes para así tener una justicia reparadora y/o que proteja
efectivamente a las víctimas.

B. Percibimos que los operadores de justicia muchas veces crean, seleccionan, aplican e interpretan principios no necesariamente
contenidos en leyes formales, con el argumento de que los cambios culturales son lentos y que cambiar las leyes toma mucho
tiempo.
C. Este nivel nos lleva a profundizar los valores imperantes de la sociedad donde vivimos, valores patriarcales. Estos valores
subsisten muchas veces por presiones económicas y políticas, por las creencias, etnias, actitudes, clases sociales y se vierten en
leyes discriminatorias que establecen las conductas que la sociedad acepta determinando la forma de ejercer la justicia de
acuerdo con estos valores y creencias.

Para encontrar un derecho penal que realmente sirva para proteger a la mujer debemos buscar otras alternativas que pasen por el
cambio cultural necesario para poder asentar las bases de una igualdad real, que a la vez mantenga la criminalización de las
conductas más graves y amenazantes contra la vida, y la integridad física y psicológica de las mujeres.

Finalmente, se destaca que la perspectiva de género en la criminología ha logrado cierta fuerza y cohesión en los movimientos de
mujeres organizados en la sociedad civil con avances en legislaciones nacionales y en la misma doctrina. También se han obtenido
importantes reformas en cuanto a la eliminación de conceptos ancestrales y sexistas como buena fama, doncellez, virginidad y
otros igualmente peyorativos. Se han creado Comisarías de Policía con policías especializadas en género y albergues para las
mujeres maltratadas y sus hijos/as.

Empero, aún faltan aspectos para implementar como la realización de investigaciones criminológicas con mirada de género, lograr
que los criminólogos/as incorporen esta perspectiva en su trabajo, toda reforma debe adecuarse y respetar las Convenciones y
Tratados Internacionales que los países han suscrito. Así mismo, que al aplicar esas normas se procure que las mujeres
involucradas en delitos (víctimas y victimarias) reciban un trato justo e igualitario y no sometido a prejuicios sexistas. Deben
eliminarse las barreras discriminatorias de toda índole para permitir a las mujeres ejercer su autonomía y capacidad de decidir. Por
último, las políticas públicas de los países deben tener perspectiva de género y ser enfocadas hacia obtener el efectivo y pleno
ejercicio de los derechos humanos de las mujeres y de la niñez.

Díaz Colorado, F. (2011) Psicología y Ley. Psicología jurídica

Fernando Díaz Colorado define a la Psicología Jurídica como el campo del conocimiento psicológico que se encarga de abordar de
manera amplia la relación interdisciplinaria entre la Psicología y el Derecho, con el fin de aportar en la construcción de un mejor
Derecho, un Derecho más cercano a la condición y a los intereses humanos, fundamentado en el principio ético de defensa de la
dignidad del vivir. La psicología y los psicólogos tienen el deber ético de aportar para que ese Derecho tienda a defender los
intereses de los más necesitados, de los excluidos, de las víctimas, de los que no son considerados en los acuerdos.

Por otro lado, autores como Saunier señalan que “El derecho puede ser concebido como una práctica social específica en la que se
expresan los conflictos y la tensión de los grupos sociales, así la circulación y consumo del discurso jurídico será la manifestación
más clara de esa tensión social”.

Sergio de Sousa: ¿A qué tipo de intereses responde el encuentro entre la Psicología y el Derecho? La psicología se relaciona con el
Derecho para defender la norma tal como está o para defender los derechos de las personas y para participar de un ejercicio de la
ley enmarcado en un Derecho elitista, dogmatizado, burocratizado, excluyente, prepotente y autoritario, que no está acorde con
las necesidades existentes de la realidad latinoamericana. De esta manera es que una relación de la Psico. Jurídica con el derecho
puede servir para reforzar ese poder y afectar en el momento de determinar qué es lo justo, lo injusto, quién es culpable y quién
inocente.

El derecho así como actúa como herramienta para resolver conflictos de una sociedad, también es lo que los incrementa, esconde
o trata de disimular.

Para los psicólogos jurídicos, la actuación en el escenario legal implica no solo comprender la norma desde donde se aborda el
problema, sino la dimensión de la norma en la verdadera solución del conflicto. Se pretende reforzar el mecanismo normativo a
través de los aportes de la ciencia psicológica.

Relación entre Psicología y Ley

Muñoz Sabaté acude a las tres formas en las que se da la Psicología Jurídica: Psicología del Derecho, Psicología en el Derecho y
Psicología para el Derecho.
La psicología del Derecho sería el intento por explicar la esencia jurídica y el abordaje de la validez del Derecho, así como la
concepción de lo justo y de la concepción de justicia.

En general, este tipo de relación permite que la psicología aporte sus conocimientos a los aspectos relacionados con el ejercicio de
la ley por parte de las autoridades, magistrados, investigadores judiciales, etc. También, se interesa por abordar conceptos tales
como: Responsabilidad, motivación, intención, daño psicológico, victimización, reparación, violencia, maltrato, abandono, trauma,
rehabilitación y muchos más.

La psicología en el Derecho hace referencia a que las normas contienen una gran cantidad de componentes psicológicos que
posibilitan el aporte de la psicología para ayudar a su comprensión. En ocasiones no se hace una distinción entre categorías legales
y categorías psicológicas, siendo este el mayor generador de dificultades en la relación Piscología y Ley, debido a que si bien la
norma contiene componentes de índole psicológico, la naturaleza de su definición es particular a la concepción legar, por ende, no
se puede hacer una interpretación psicológica alejada de una fundamentación jurídica.

En relación a la psicología en el derecho, Graciela Gardiner señala que “El derecho no sabe del sentido del acto, sino de su
relación con la norma que lo significa jurídicamente, de allí que la pericia psicológica debe emitir un dictamen que diga algo sobre
la verdad subjetiva del sujeto, que pueda poner significado en el hueco del acto realizado, que no es comprensible desde la
perspectiva de la construcción de la verdad jurídica”.

La no comprensión de esa consideración de la relación psico-legal es la mayor fuente de inexactitudes en los informes psicológicos
a la ley, ya que en muchas ocasiones se hacen interpretaciones forenses de orden clínico desconociendo la naturaleza legal de lo
solicitado.

Finalmente, la psicología para el Derecho es la aplicación del conocimiento psicológico a la solución de problemas legales en los
asuntos en los que su aporte es posible para ayudar a su solución. Observando las actuaciones de los Psicólogos en América Latina,
la actividad es de orden forense; hay muy poca investigación y abordaje de problemáticas desde la perspectiva psico-legal, hay
una gran preferencia por la actividad pericial. Por ende, este tipo de relación corresponde al campo de la Psicología Forense.

Es necesario recordar que la relación entre la psicología y el Derecho comenzó luego de la relación de este con la Psiquiatría,
motivada por la necesidad del Derecho de resolver aquellas condiciones psicológicas de los comportamientos humanos
delincuenciales que no eran susceptibles de explicar desde la dimensión legal.

Sin embargo, la Psicología Jurídica no está solamente interesada en ver la relación sujeto-ley, sino que le interesa, además, la
manera como se construye y se fundamenta la ley, pues no debemos olvidar que el fin último de la ley es intentar crear un
conjunto normativo legal y legítimo que haga posible la solución de los conflictos humanos y la convivencia pacífica del hombre en
la sociedad.

Por otro lado, los múltiples campos de aplicación de la Psicología Jurídica, en sus diferentes áreas: Criminológica, victimológica,
penitenciaria, policiva, de familia, del menor, del jurado, del testimonio, militar, civil y laboral, etc., requieren de un profesional
capacitado y consiente del papel que debe desempeñar en estos escenarios. Hoy día esta actuación se ha venido realizando por
psicólogos sin formación jurídica, con absoluto desconocimiento por las consecuencias legales de sus decisiones.

El papel en la atención a los testigos y a las victimas será necesario replantearse y nuestra participación en este aspecto es
imprescindible. Para eso, tenemos que capacitarnos y ofrecer a la ley y al Derecho en general, conocimientos y prácticas útiles y
eficaces que nos posicionen como profesionales capaces de ofrecer alternativas claras y posibles.

En líneas generales, en América Latina no se ha hecho un análisis detenido de las diferencias conceptuales entre los diferentes
escenarios de la Psicología Jurídica y, por ejemplo, la Psicología Forense. Una de las razones por las cuales no se tiene certeza
sobre las diferencias conceptuales entre estas dos áreas de actuación e investigación psico-legal se centra en la ausencia de
consolidación de un conocimiento propio de nuestra realidad y, fundamentalmente, de nuestros problemas.

En particular, ha llamado la atención la participación del psicólogo en los casos de criminalidad de los menores, en el momento de
la adjudicación de la pena. Considerando que la adjudicación de la sanción es función de las autoridades judiciales, el papel del
psicólogo está dado por la apreciación que hace el mismo con la intervención de un equipo interdisciplinario que permita al juez
considerar el tipo de sanción, enfocado en una perspectiva de hacer una mejor persona y no en la aplicación de una sanción de
carácter vindicativo.

Es el psicólogo el que hará posible que las autoridades comiencen a comprender que un aparato de justicia fuerte no se construye
con un ejercicio exclusivamente penalizador y excluyente, donde la miseria y la pobreza se criminalizan y se tipifican como delito.

Actualmente en América latina las condiciones no son las mejores, se necesita iniciar un gran movimiento de psicólogos jurídicos
que actualizados en lo más reciente del conocimiento científico psicológico, inicien un proceso de asociación propio,
comprometido con las necesidades más sentidas de nuestros pueblos, comprometidos con la necesidad de aporta para hacer un
Derecho más acorde con las exigencias actuales de nuestra realidad, que sirva como debate de nuestras propias condiciones de
existencia, donde se pueda debatir nuestro actuar en busca de ser interlocutores válidos, como propiciadores en la búsqueda de
una mejor ley que intente alcanzar una mejor posibilidad de justicia. Iniciar procesos rigurosos de investigación, seguimiento,
evaluación y publicación de las actividades realizadas en el campo jurídico, propiciar encuentros nacionales e internacionales,
realizar una continua crítica.

UNIDAD IV

Sain, M. (2010). La Reforma Policial en América Latina: una mirada crítica desde el progresismo

La policía y el control del delito

A partir de fines del S XVIII y comienzos del S XIX, la “Policía Moderna” se constituyó como la institución encargada de velar por el
mantenimiento del orden público y la seguridad de los ciudadanos, a las órdenes de las autoridades políticas, a través del
desarrollo de labores que se centraban en torno del control del delito y de los desórdenes públicos. Esto se dio como resultado de
un proceso socio-histórico desarrollado en Europa Occidental.

Asimismo, la policía se fue transformando al ritmo de la re-configuración del Estado moderno y de la conformación de nuevas
modalidades de ejercicio de gobierno en las sociedades europeo-occidentales. Paulatinamente, se redujo a un aparato o una
cantidad determinada de instrumentos que van a asegurar la prohibición o la represión del desorden, las irregularidades, las
ilegalidades, los diversos tipos de delincuencia.

Esta reconversión se produjo bajo el liberalismo político y supuso tres procesos concatenados que dieron forma a la “Policía
Moderna”:

-Proceso de minimización de la policía: Mediante el cual ésta abandono el carácter totalitario y se proyectó como instancia
regulatoria del conjunto de la vida social.

- Proceso de legalización de la policía: Este paso limitar las intervenciones sociales de la policía de acuerdo las regulaciones y
limitaciones establecidas por las leyes.

-Proceso de criminalización de la policía: Este permitió que la policía se convirtiera en la agencia habilitada para aplicar la ley ante
la criminalidad.

De este modo la “Policía Moderna” se estructuro funcionalmente en torno a la aplicación de la ley, es decir, de la prevención del
crimen a través de la aplicación de la ley. Sin embargo, esta no es la única función de la policía, aunque sí la predominante.

Por último, la labor de la policía apunta a “limitar” aquellos actos y comportamientos que pueden ser un perjuicio para la
sociedad. Se trata de acciones limitativas. Ahora bien, para que dicha acción limitativa no implique extralimitaciones, abusos o
arbitrariedades, la misma debe estar también limitada, al menos en el plano formal, por preceptos legales e institucionales
efectivos.

El uso de la fuerza

En las sociedades modernas, la delegación de la facultad del eventual uso de la fuerza física por parte de la policía con el fin de
garantizar la seguridad de las personas y el orden público, constituye un rasgo configurativo fundamental de la especificidad de
dicha institución.

Según Bayley, lo que distingue y diferencia a la policía de otras instituciones no es solo el uso eventual o real de la fuerza física sino
el hecho de ser recipiendaria de la autorización social y legal del grupo social de pertenencia para usarla internamente en
determinadas circunstancias.

Por otra parte, este autor define a la policía moderna como:

-Institución Pública: Dado que es organizada, financiada y dirigida por la comunidad a través de las estructuras de su gobierno, y
porque actúa colectivamente en razón del interés público.

-Institución Especializada: Debido a que sus basamentos doctrinales, organizativos y funcionales se estructuran
predominantemente en función del cumplimiento de su competencia exclusiva o de sus labores especificas a través del eventual
uso real o potencial de la fuerza dentro de la comunidad. Esto último es lo que le da el carácter de especiales.

-Institución Profesional: Porque se comenzó a organizar en torno a una alta calidad en el desempeño de sus funciones sobre la
base de una estructura burocrática y jerárquica compuesta por cargos, funciones y competencias ejercidas por un servicio
funcionarial especializado (policías) incorporando, capacitando y conduciendo de acuerdo con normas y reglas personales.

Este conjunto de particularidades institucionales convierte a la policía moderna en un recurso o medio de poder, o según
Monjardet, en un instrumento de distribución de la fuerza en un conjunto socialmente definido que resulta agnóstico en cuanto a
los objetivos o intereses sociales y políticos a los que puede responder o contribuir a una determinada comunidad.

Gobierno y policía

La policía, como institución pública, forma parte de del aparato del Estado y, más precisamente, del sistema de seguridad pública.
Esto constituye un complejo institucional abocado específicamente de abordar y resolver los conflictos que se manifiestan en
hechos de violencia y/o en acciones delictivas, a través de la prevención y conjuración de los mismos y/o la persecución penal de
los responsables de estos últimos, es decir, de los delitos.

Como parte de este andamiaje institucional, la policía configura una instancia políticamente subordinada al gobierno estatal, ya
que este es quien fija su doctrina, organización y funcionamiento y quien establece los lineamientos políticos y estratégicos en
cuyo marco la institución desarrolla sus acciones. No obstante, esta relación presenta un conflicto entre la subordinación política y
la relativa autonomía de institucional que las policías detentan frente al poder político. En función de esto último, la autonomía
política de la policía permite y da lugar a la constitución de los policías como actores políticos relevantes dotados de una relativa
capacidad de proyección política autónoma bajo diferentes formas y sentidos, lo que pone en evidencia que la autonomía política
de las instituciones policiales y el ejercicio de la conducción gubernamental sobre las mismas, en un punto, son excluyentes.

Ahora bien, para que una institución esté integralmente subordinada a una instancia superior, ésta debe ejercer una modalidad
eficiente de gobierno y conducción sobre la misma. En consecuencia, en la relación articulada entre gobierno y policía, la
efectivización del mando gubernamental puede ser fallida, parcial o inexistente no solamente por la resistencia o contestación
policial sino por las deficiencias gubernamentales oficiales en el ejercicio de la conducción superior de la policía, lo que también da
lugar a diferentes formas de autonomía política.

El trabajo policial
La función y la labor básica de la policía moderna vigente desde mediados del S XIX giran en torno del control del delito llevado a
cabo mediante la prevención y la investigación de los mismos.

La prevención es, en general, instituida como una labor dependiente del gobierno administrativo del Estado, mientras que la
investigación de los delitos como una tarea policial desempeñada bajo la dirección de las autoridades judiciales competentes. A
esto se le suma el mantenimiento del orden público como una función y una labor policial también central, entendiendo a esta
como una tarea de prevención y conjuración de desordenes y hechos de violencia vulneratorios de la paz social.

Por lo tanto, el paradigma de la policía moderna coloca a ésta como una institución cuya función específica está dada por la
contribución a garantizar y proteger los derechos y libertades de las personas cuando estos son lesionados por hecho delictivos y
desordenes, y ello puede requerir el eventual uso de la fuerza pública. Sin embargo, existe cierta brecha entre las funciones y
mandatos formales de la policía y el trabajo policial desarrollado cotidianamente. Dado que la principal área de la policía está
localizada en las regiones populares y miserables de las grandes ciudades, donde la combinación de pobreza, desempleo, lugares
destruidos, bajo nivel de instrucción y otros elementos de la desorganización social resultan, muchas veces, en que los policías son
llamados para hacer el papel de padres o de algún otro pariente, y ocupar el lugar de asistentes sociales, inspectores de morada,
abogados, médicos y psiquiatras.

El control del delito

El control del delito supone un amplio espectro de labores tendientes a prevenir, conjurar e investigar hechos delictivos o
actividades criminales mediante el desarrollo de dos conjuntos de labores básicas: el policiamiento preventivo y el policiamiento
complejo.

El policiamiento preventivo abarca el conjunto de tareas y actividades policiales tendiente a evitar u obstaculizar la posibilidad o la
decisión de cometer un delito, o a identificar e impedir la realización de hechos o actos que, dadas determinadas circunstancias y
elementos objetivos y concurrentes, pudiendo resultar delictivos. Este implica diversas labores disuasorias inmediatas y directas
de hechos que impliquen un riesgo o peligro evidente y que están orientadas a la prevención directa de los mismos; y otras
labores que pueden implicar acciones situacionales tendientes a neutralizar las condiciones favorables para la comisión de delitos
a través de la prevención indirecta o situacional de los mismos.

Además, comprende aquellas labores tendientes a inhibir, neutralizar, o abortar en forma inmediata de un hecho delictivo en
desarrollo, evitando la producción de consecuencias y garantizando el aseguramiento de los presuntos delincuentes mediante la
prevención conjurativa.

En la práctica, las labores de policiamiento preventivo tienen como marco de referencia a los delitos patéticos, que refieren a un
conjunto de eventos delictivos que tienen ciertas características fenomenológicas. Dichos eventos se desarrollan en un espacio-
temporal acotado, son de alta visibilidad pública, tienen una impronta violenta, producen fuertes impactos dramatizantes entre
sus víctimas y ante la sociedad, se manifiestan como hechos toscos, son de fácil identificación y detección. Por ejemplo: los
asaltos, robos y hurtos de diversos tipos; las lesiones, las riñas, los desórdenes violentos, los homicidios dolosos cometidos en la
vía pública; la compraventa de mercancías prohibidas; los ataques sexuales; las privaciones de la libertad.

La actuación policial preventiva, es parcial y selectiva. Parcial porque no abarca el conjunto de los eventos o problemáticas
delictivas registrables. Y selectiva porque sobre la base de ciertas prácticas estigmatizantes, proclives a construir un delincuente
modelo y/o delitos atendibles, recae solo sobre ciertas personas, sectores o estratos sociales específicos o sobre ciertos tipos de
hechos delictivos.

Ahora bien, el policiamiento preventivo resulta insuficiente para dar cuenta del accionar de organizaciones criminales
estructuradas y dedicadas al desarrollo de emprendimientos económicos ilegales o al accionar político ilícito, todo lo cual
constituye el eje articulante del policiamiento complejo. Este abarca el conjunto de labores y actividades policiales tendiente a
evitar, interrumpir o conjurar las actividades desarrolladas por grupos delictivos organizados.

Existen dos modalidades de criminalidad compleja: La criminalidad organizada que abarca las acciones delictivas cometidas por un
grupo organizado con el propósito excluyente de obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de
orden material. Y la criminalidad política que comprende las acciones delictivas cometidas por un grupo organizado con el
propósito de practicar terrorismo o atentar contra el orden constitucional o los poderes públicos.

El policiamiento complejo implica el desarrollo de acciones de inteligencia criminal compleja tendientes a identificar, conocer y
analizar los hechos y actividades delictivas llevadas a cabo por organizaciones ilegales, sus concatenaciones y enlaces vinculantes,
sus modalidades y manifestaciones fenomenológicas, las circunstancias estructurales y coyunturales en cuyo marco se produjeron,
sus factores determinantes y condicionantes, las personas o grupos que lo protagonizaron como autores, instigadores, cómplices o
encubridores, y sus consecuencias institucionales y sociales mediatas e inmediatas.

El mantenimiento del orden público y el asistencialismo policial:

Además del control del delito, el trabajo policial transcurre en torno de actividades y acciones orientadas al mantenimiento del
orden público mediante el desarrollo de labores orientadas a evitar, impedir, o poner fin a desordenes y hechos de violencia
vulneratorios de la paz social. La policía dirige el mayor esfuerzo institucional hacia el desarrollo de estas tareas que suponen una
forma de armonización de las libertades públicas. Para esto, lleva a cabo tareas de diversa índole: la dispersión de grupos
tumultoso en la vía pública; la conjunción de disturbios o hechos perturbadores de la convivencia; el control de grandes
concentraciones de personas en espectáculos o en actos colectivos y públicos; el control de tránsito vehicular y de la circulación en
la vía pública, entre otras. Esta serie de actividades configuran una suerte de “asistencialismo policial”. Tal como destaca Bittner,
la disposición de la policía brinda asistencia a personas con problemas de forma a una serie de acciones y tareas desarrolladas
regularmente por la institución, tales como la presentación de ayuda ante situaciones de emergencia o a personas en riesgo,
perdidas, desorientadas o que sufrieron lesiones graves, la provisión de información al público, el control de animales sueltos o la
derivación a otras agencias o servicios sociales.

La discrecionalidad policial

Las circunstancias concretas en las que la policía desarrolla su trabajo cotidiano así como la complejidad de las funciones que debe
efectivizar en esas circunstancias, las que siempre son singulares y en general poco previsibles, determinan el carácter discrecional
de la actividad policial.

José María Rico destaca que el “poder discrecional” de la policía se refleja en la toma de decisiones que conllevan a cabo los
agentes policiales durante el desarrollo de sus labores, relativos a aspectos que no están estricta y específicamente regulados por
reglas legales y que contiene un “elemento significativo de juicio personal”

Según Laubet del Bayle, la “pólice discretion” deriva de tres condiciones:

- Las leyes y normas que regulan el sistema penal y la seguridad pública de una sociedad contiene un conjunto de preceptos y
disposiciones de carácter general que difícilmente reflejan o contemplan la enorme diversidad y complejidad de situaciones,
hechos y casos concretos sobre los que esas mismas prescripciones formales deben ser implementadas. La policía es responsable
de aplicar los preceptos y disposiciones, mediante la interpretación de dichas normas a la luz del caso singular.

- Existe una enorme multiplicidad de leyes, normas y reglamentos referidos a la seguridad pública y a los diferentes aspectos
que hacen a esta y al accionar policial. Sin embargo, no engloba todas las situaciones concretas frente a las cuales la policía está
obligada a actuar cotidianamente y de hecho actúa. Esto obliga a la policía a tener que interpretar esa diversidad en cada caso
puntual, optar el curso a seguir y escoger los medios adecuados para la intervención decidida.

- Habitualmente se dan condiciones concretas en las intervenciones policiales que derivan del hecho de que estas casi siempre
son desenvueltas en situaciones de crisis que requieren respuestas urgentes e inmediatas sobre el mismo terreno, lo que le
impone al agente policial actuante la necesidad de tomar decisiones rápidas que implican la puesta en acción de capacidades de
enjuiciamiento e iniciativa que revelan particularidades especificas de la acción policial.

Así, en función de la apreciación policial, se dan consecuencias que no solo repercuten sobre la sociedad y, en particular, sobre la
vida, la libertad y la seguridad de las personas sino que también genera importantes efectos en el interior de la propia institución
policial y sobre la policía de base que es la que, cotidianamente, se encuentra enfrentada a problemas concretos que debe
resolver de forma inmediata, adoptando constantemente decisiones criticas que ponen en juego la vida y la libertad de terceros y
la propia.

Además, la apreciación policial se manifiesta en los dos momentos básicos de toda intervención. En primer lugar, cuando la policía
constata e identifica la concurrencia de un evento, cuya inminencia o comisión puede entrañar efectos lesivos contra otras
personas, y, en consecuencia, decide intervenir. Y, en segundo lugar, cuando debe decidir el momento de intervenir y elegir la
forma y los medios materiales a utilizar para la intervención.

Policía y criminalización

Las instituciones policiales, más que la ley, tiene como marco de referencia de sus funciones y de su actuación al delito y, por
ende, al conjunto de normas penales que lo definen como tal.

Toda sociedad construye una noción de delito a partir de la clasificación, distinción e identificación de aquellas acciones sociales
no deseadas y prohibidas que son generadoras de algún tipo de lesión o daño. Este puede significar un perjuicio violatorio de un
conjunto de condiciones constitutivas de las personas tales como la vida, la libertad individual y social, la integridad física o sexual,
el honor, la privacidad o la propiedad de las mismas. También puede cercenar ciertas condiciones colectivas como la seguridad
pública y el orden público, los poderes públicos y el orden constitucional, la administración pública, la salud o diferentes aspectos
de la vida social y económica. En función de esto, dichas acciones poseen impronta socialmente disvaliosa, es decir, constituye una
acción jurídicamente reprobable y, por ende, ilícita.

De este modo el delito es un producto social y cultural que solo en su expresión positiva y formal configura una infracción del
orden jurídico merecedora de una pena, siempre que el carácter ofensivo del mismo esté estrictamente dado por la lesión de un
bien jurídicamente regulado, es decir, por la lesión de un interés socialmente protegido.

Por otra parte, los actores sociales producen y reproducen sus vidas en un determinado contexto social, cultural y político y ello
determina y/o condiciona de algún modo los mecanismos y practicas mediante las cuales se criminalizan determinados hechos,
problemas o asuntos sociales, esto es, por medio de los cuales se impone la solución penal ante los mismos.

Para Pitch la criminalización persigue tres objetivos interconectados:

-Prevención general y especial del delito mediante la disminución de la existencia del problema por medio de la amenaza del
castigo y/o la eliminación (encarcelamiento) de los responsables.

-El ordenamiento simbólico de ciertos valores o bienes protegidos por una determinada sociedad a través de la asunción simbólica
del problema como un mal universalmente reconocido y la consecuente legitimación de los imperativos e intereses del grupo
reclamante como imperativos e intereses universales.

-La canalización de una instancia o instrumento pedagógico que apunte al cambio de las actitudes y modelos culturales
dominantes relacionados con el problema.

Por último, la criminalización de ciertas acciones sociales configura inicialmente una operación conceptual y legal con diseño y
formulación de figuras o tipos penales pero también supone la conformación de un dispositivo institucional abocado a identificar
las conductas tipificadas como delito por la ley penal, imputar la responsabilidad de las mismas a determinadas personas
concretas y ejecutar el castigo establecido para ello.

En efecto, el proceso de criminalización de determinados comportamientos no solamente supone la clarificación de determinadas


acciones como delictivas a través de la elaboración y sanción de la ley penal (criminalización primaria), sino también la
identificación de personas concretas como infractores de la ley y el establecimiento de una cierta punición sobre ellas
(criminalización secundaria).

La policía desarrolla el proceso de criminalización secundaria mediante la calificación y aplicación efectiva de los tipos penales a
personas concretas ante hechos concretos. Califica porque constata de alguna manera la comisión de cierto hecho al que define,
interpreta y juzga valorativamente como abarcable por, o coincidente con, alguna figura penal de fondo. Y aplica porque, casi
siempre, atribuye o imputa a determinada persona concreta la comisión de aquel hecho interpretado y calificado como delictivo.

Sirimarco, M. (2009) De civil a policía

El ingreso a la institución policial supone la reunión de una suma de requisitos y la superación de una batería de exámenes. El
potencial ingresante no solo debe salir airoso de análisis médicos y pruebas de resistencia, fuerza de brazos y abdominales. La
selección comienza antes, en el mismo momento de fijar los parámetros fijos entre los cuales es permisible que se ubiquen las
anatomías de los futuros policías.

La edad y la talla se postulan como requisitos indispensables. Entre 16 y 23 años de edad y tener una estatura no inferior a un
metro sesenta. En el mismo caso se contempla un mínimo de 18 años para las mujeres y una estatura que iguale o supere el metro
cincuenta y seis. Los cuerpos deberían ser armónicamente construidos. Del mismo modo, una exhaustiva y minuciosa lista de
deformaciones, afecciones, lesiones y trastornos señalan aquellas que resultan incompatibles con el régimen de vida y las tareas a
desarrollar en el Agrupamiento Comando, pudiendo dar lugar al rechazo al pedido de ingreso a la institución policial. El rechazo
parece centrarse más bien en el detrimento del aspecto físico que revisten a los sujetos. Esto no constituye obstáculos físicos sino
que son construidas como incapacidades en relación a una labor policial institucionalmente idealizada. Las falencias físicas solo
pueden resultar causales de impedimento en tanto se subraye un registro simbólico del trabajo policial anclado en prácticas
ideales de las que las persecuciones y los tiroteos son exponentes recurrentes.

Una vez conseguida el alta policial, comienzan una serie de prescripciones que imprimen marcas identitarias que habrán de fijar
un determinado modelo corporal. Relativas al uso del cabello son parte central de esta dinámica de construcción del cuerpo
legítimo que debe ser el policial. Los hombres son obligados a cortarse y mantener el pelo según las normas institucionales: bien
rapados al costado y apenas más largo en el tope de la cabeza. Lo mismo ocurre con el vello facial. Barba y bigotes quedan
absolutamente prohibidos para los ingresantes y el atisbo denla más mínima pelusa se convierte en motivo de sanción. Idéntica
rigidez en las prescripciones del uso del cabello rige para las mujeres, Cadetes y Aspirantes deben llevar el pelo rigurosamente
recogido.

Varios autores han realizado un análisis respecto al corte del pelo. Según Goffman es parte de un proceso de mortificación del yo,
el ingreso a ciertas instituciones. La cabeza rapada del Aspirante es tanto una encarnacion de su ruptura con el ámbito civil como
su inserción dentro de un sistema institucional disciplinado, del que el control del cabello se vuelve una expresión. Leach plantea
que el pelo de la cabeza simboliza los órganos genitales, de donde se sigue que su corte o su afeitado simboliza la castración. Asi,
en esta equivalencia entre cabello y sexualidad, el pelo largo representaría una sexualidad irrestricta, mientras que el cabello corto
equivaldría a una sexualidad restringida. Una vestimenta casi idéntica para ambos sexos y un mismo término para denominarlos
pueden entenderse como un evitamiento de un contacto entre hombres y mujeres. Esta prohibición de que hombres y mujeres
estén en contacto recuerda mucho a lo planteado por Turner acerca de la continencia sexual que debe regir durante el periodo
luminal. En una crítica a las formulaciones de Leach, Hallpike rebate su hipótesis y demuestra que la cabellera no guarda
simbología con la sexualidad, sino, as bien, con la pertenencia o no a la sociedad. Según este autor el pelo corto o cubierto es signo
de control social, de estar bajo la disciplina de una vida institucional en estrecha relación con la existencia de votos de obediencia.
El pelo largo resulta un símbolo den estar, de alguna manera, fuera de la sociedad, de tener poco que ver con ella, o de ser menos
dócil al control social.

El uniforme, en tanto superficie del cuerpo, se transforma en una piel social de signos y significados que representan al individuo
institucionalmente socializado. El uniforme modela los cuerpos para hacer de cada uno de ellos un componente del grupo e
instituir entre el grupo y el cuerpo de cada uno de sus miembros una relación casi mágica de posesión que domina a los cuerpos y
hace que funcionen como una especie de autómata colectivo. En la uniformidad, unos y otros se vuelven iguales, y ambos se
vuelven iguales a la institución. Cualquier mínima falta en la presentación de la indumentaria es motivo suficiente para
desencadenar en los ingresantes las sanciones de los superiores. El estado del uniforme no solo habla del individuo que lo porta
sino que también habla de la institución que lo contiene.
El ingreso a la institucion policial pone en marcha una serie de mecanismos tendientes areordenar ese cuerpo civil en el
pretendido cuerpo policial. El cuerpo se vuelve entonces un espacio de prescripciones: joven, sano, ni bajo ni gordo,
fisonómicamente inmaculado, físicamente perfecto, pelo corto o atado rigurosamente en las mujeres, etc. En una institución
como la policial, cimentada sobre valores tales como la disciplina y la obediencia, cabe esperar entonces una firme fiscalización de
sus miembros y sus cuerpos. El cuerpo policial debe ser así un cuerpo uniforme, disciplinado y dócil. Peo debe ser, sobre todo, un
cuerpo alejado de lo civil, es decir, que ya no pueda reconocer en si aquellas marcas de ataño. En la construcción de un sujeto
policial, el cuerpo se transforma en el escenario mismo de esa construcción. Marcarlo es de-signarlo, transformarlo en el soporte
idóneo para portar el signo del grupo, donde el pelo recogido en un rodete, o el vivir dentro de ropa de fajina, pueden ser leídos
como marcas que con-signan al ingresante a la institución policial. De lo que se trata es de la construcción de un cuerpo legítimo,
de un cuerpo atravesado por mandatos institucionales, que es tanto el símbolo como la señal de esa pertenencia.

CAP. 4: DISCIPLINA CORPORIS

El Cadete es un sujeto expropiado de sus derechos y hasta del ejercicio de su voluntad. En la modalidad educativa de estas
Escuelas iniciales, la instrucción cumple un rol fundamental. Se trata de formar al ingresante en el manejo de determinadas
técnicas corporales: movimientos con fusiles, saludos, venias y posiciones. Otro lapso del tiempo se destina a la estructuración de
la cotidianeidad de Cadetes y Aspirantes, a partir de la reglamentación de prácticas y rutinas corporales. Si el cuerpo se convierte
en ese punto nodal en el que se anclan los imperativos que forjan el sujeto policial, entonces bien puede entenderse que la
dinámica que sigue la socialización en estas Escuelas descansa en un proceso de apropiación del cuerpo de los ingresantes.
Construir un sujeto policial es re-encauzar los usos y gestualidades de un cuerpo civil en un cuerpo institucionalmente aceptado. El
ingreso a la agencia policial, en este sentido, señala el comienzo de un proceso de alienación de los cuerpos, donde la institución
se apodera tanto de su materialidad como de sus representaciones, orientando sus acciones y comportamiento hacia un nuevo
patrón de normas y actitudes corporales.

Las prácticas que pueden concebirse como arbitrarias, revisten, sin embargo, para los ingresantes, funcionalidades específicas. En
una institución que no se caracteriza por explicar el porqué de la praxis que inscribe en los cuerpos de Cadetes y Aspirantes, estos
ensayan distintas razones para dotar de sentido las rutinas cotidianas. Más allá de los diversos sentidos que puedan imputársele a
estas prácticas, lo que ellas ponen de manifiesto es que el Casete o Aspirante no tiene derecho sobre su propio cuerpo. Ni sobre
sus necesidades, ni tampoco sobre sus dolencias.

Disciplinar el cuerpo es imponerle una determinada forma de comportarse. En este periodo inicial en la construcción policial, el
cuerpo se transforma en un emblema de esa trayectoria de socialización. La disciplina de la rutina hace crear puntos de referencia
en el contexto de la vida cotidiana, donde la adquisición de rutinas son mucho más que modos de ajustarse a un mundo pre-dado
de personas y objetos. Son constitutivas de una aceptación emocional de la realidad del mundo externo sin el cual una existencia
humana segura será imposible. Se trata de preparar al cuerpo para que obedezca, de volverlo manipulable. De incorporar
movimientos, de ejecutar rutinas, de entrenar al cuerpo para que responda, de lograr que el desempeño no se reflexione, sino que
actúe. Adiestrarlos es disciplinarlos, es potenciar su sumisión, ya que, como bien señala Foucault es dócil un cuerpo que puede ser
sometido. Así, por medio de la instrucción, de las rutinas y repeticiones, de los disciplinamientos represivos y punitivos que se
alzan para aquellos incapaces de cumplir cabalmente las ordenes, los futuros policías son condicionados para obedecer
irreflexivamente siguiendo órdenes. La actuación de órdenes no es otra cosa que una performance de la docilidad incorporada. Si
la obediencia se asimila entonces en el cuerpo es porque los movimientos corporales pueden hacer más de lo que las palabras
pueden decir. Así, al costado de la reflexión racional existe una inteligencia corporal, un sentido práctico, que se comprende sin la
mediación de las palabras para decirlo o para enseñarlo. La comprensión el cuerpo no se funda pues sobre un sentido lógico,
sobre un conocer, sino sobre un poder. Aprender a través del cuerpo es fijar el conocimiento en una memoria más firme que la de
la mente, donde no requiere de explicaciones para sostenerse ni de reflexiones para tambalearse, donde el conocimiento se hace
carne y se transmuta en habito, brotando solo, sin mediación de la conciencia, cada vez que es requerido.

Foucault, M. (2003). Suplicio: I. El cuerpo de los condenados. En Vigilar y Castigar.


A lo largo de varios siglos la tortura tuvo lugar y reconocimiento debido a los diferentes adeptos que la justificaban y sostenían.

Foucault realiza una breve reseña acerca de los métodos de tortura utilizados hasta el siglo XVIII para luego dar cuenta de una
modificación principal, entre otras: la desaparición de los suplicios (lesiones corporales o muerte impuestas como castigo). En unas
cuantas décadas el cuerpo supliciado, el cuerpo como blanco mayor de la represión penal, desaparece.

A fines del siglo XVIII y en los comienzos del XIX, la sombría fiesta punitiva comienza a extinguirse. En esta transformación
intervino principalmente la desaparición del espectáculo punitivo. El ceremonial de la pena tiende a entrar en la sombra para no
ser ya más que un nuevo acto de procedimiento o de administración. De este modo, poco a poco, el castigo ha cesado de ser
teatro. Y todo lo que podía llevar consigo de espectáculo se encontrará en adelante afectado por una connotación negativa. El rito
que cerraba el delito se convierte en sospechoso de mantener con él turbios parentescos: de igualarlo, si no de sobrepasarlo en
salvajismo, de habituar a los espectadores a una ferocidad de la que se les quería apartar, de mostrarles la frecuencia de los
delitos, de emparejar al verdugo (quien ejecuta el castigo) con un criminal y a los jueces con unos asesinos, de invertir en el
postrer momento los papeles, de hacer del supliciado un objeto de compasión o de admiración. En este sentido la ejecución
pública se percibe como un foco que reanima la violencia.

El castigo tenderá entonces a convertirse en la parte más oculta del proceso penal, lo que lleva consigo varias consecuencias:
abandona el dominio de la percepción casi cotidiana para entrar en el de la conciencia abstracta; se pide su eficacia a su fatalidad,
no a su intensidad visible; es la certidumbre de ser castigado, y no ya el teatro abominable, lo que debe apartar del crimen; la
mecánica ejemplar del castigo cambia sus engranajes. Por este motivo, la justicia no toma sobre sí públicamente la parte de
violencia vinculada a su ejercicio.

A partir de este momento es la propia condena la que se supone que marca al delincuente con el signo negativo y unívoco. Pero la
ejecución misma es como una vergüenza suplementaria que a la justicia le incomoda imponer al condado. Se mantiene entonces a
distancia, tendiendo siempre a confiarla a otros y bajo secreto. Es así cómo surge ese doble sistema de protección que la justicia
ha establecido entre ella y el castigo que impone. La ejecución de la pena tiende a convertirse en un sector autónomo, un
mecanismo administrativo del cual la justicia se desliga. Esta se libera de su sorda desazón por un escamoteo burocrático de la
pena.

Ahora el fin es no tocar el cuerpo, o lo menos posible en todo caso, y eso para herir en él algo que no es el cuerpo mismo. Se dirá:
la prisión, la reclusión, los trabajos forzados, el presidio, la interdicción de residencia, la deportación. El cuerpo se encuentra aquí
en situación de instrumento o de intermediario; si se interviene en él encerrándolo o haciéndolo trabajar, es para privar al
individuo de una libertad considerada a la vez como un derecho y un bien. Según esta penalidad, el cuerpo queda prendido en un
sistema de coacción y de privación, de obligaciones y de prohibiciones. El castigo ha pasado de un arte de las sensaciones
insoportables a una economía de los derechos suspendidos. Como efecto, un ejército entero de técnicos ha venido a relevar al
verdugo, anatomista inmediato del sufrimiento: los vigilantes, médicos, capellanes, psiquiatras, psicólogos, educadores. Por su
sola presencia junto al condado cantan a la justicia la alabanza de que aquella tiene necesidad: le garantizan que el cuerpo y el
dolor no son los objetivos últimos de su acción punitiva.

De este doble proceso (la desaparición del espectáculo y la anulación del dolor) son testigos los rituales modernos de la ejecución
capital. Un mismo movimiento ha arrastrado, a cada una con su ritmo propio, a las legislaciones europeas: corresponde para todos
una misma muerte, sin que ésta tenga que llevar como blasón la marca específica del delito o el status social del delincuente; una
muerte que no dura más que un instante, que ningún encarnizamiento debe multiplicar por adelantado o prolongar sobre el
cadáver, una ejecución que afecta a la vida más que al cuerpo. Se acabaron los largos procesos en los que la muerte se halla a la
vez aplazada por interrupciones calculadas y multiplicada por una serie de ataques sucesivos. La reducción de estas “mil muertes”
a la estricta ejecución capital define toda una nueva moral propia del acto de castigar.

El famoso artículo 3 del Código francés de 1791 –“a todo condenado a muerte se le cortará la cabeza”- lleva este triple significado:
una muerte igual para todos, una sola muerte por condenado, obtenida de un solo golpe y sin recurrir a esos suplicios prolongados
y crueles, y el castigo para el condenado únicamente, ya que la decapitación es la menos infamante para la familia del delincuente.
La guillotina, utilizada a partir de 1792, es el mecanismo adecuado a tales principios. En ella la muerte queda reducida a un
acontecimiento visible, pero instantáneo. Entre la ley, o quienes la ejecutan, y el cuerpo del delincuente, el contacto se reduce al
momento de un relámpago. No existe enfrentamiento físico, al verdugo le basta con ser un relojero escrupuloso.

Dicho apartado, si parece necesario, no producirá sensación alguna y apenas se percibirá. Casi sin tocar al cuerpo, suprime la vida,
del mismo modo que la prisión quita la libertad. Se supone que aplica la ley menos a un cuerpo real capaz de dolor, que a un
sujeto jurídico, poseedor, entre otros derechos, del de existir. La guillotina había de tener la abstracción de la propia ley.

Desaparece, pues, en los comienzos del siglo XIX, el gran espectáculo de la pena física; se disimula el cuerpo supliciado; se excluye
del castigo el aparato teatral del sufrimiento. Se entra en la era de la sobriedad punitiva. Esta desaparición de los suplicios se
puede considerar casi como conseguida alrededor de los años 1830-1848. Naturalmente, esta afirmación global exige paliativos.
En primer lugar, las transformaciones no se realizan en bloque ni según un proceso único. Ha habido demoras. A esto se agrega
que si bien lo esencial de la transformación se ha logrado hacia 1840, si bien los mecanismos del castigo han adquirido entonces su
nuevo tipo de funcionamiento, el proceso se halla lejos de esta terminado. La práctica del suplicio ha obsesionado durante mucho
tiempo nuestro sistema penal, y alienta en él todavía. La guillotina, esa maquinaria de las muertes rápidas y discretas, había
marcado en Francia una nueva ética de la muerte legal. Pero la Revolución la revistió inmediatamente de un gran ritual teatral. La
muerte penal sigue siendo en su fondo, todavía hoy, un espectáculo, que es necesario, precisamente, prohibir.

En cuanto a la acción sobre el cuerpo, tampoco ésta se encuentra suprimida por completo a mediados del siglo XIX. Sin duda, la
pena ha dejado de estar centrada en el suplicio como técnica de sufrimiento; ha tomado como objeto principal la pérdida de un
bien o un derecho. Pero un castigo como los trabajos forzosos o incluso como la prisión jamás han funcionado sin cierto
suplemento punitivo que concierte realmente al cuerpo mismo. ¿Consecuencia no perseguida, pero inevitable, del encierro? De
hecho, la prisión en sus dispositivos más explícitos ha procurado siempre cierta medida de sufrimiento corporal. La crítica que se
ha hecho usualmente al sistema penitenciario, en la primera mitad del siglo XIX, indica un postulado que jamás se ha suprimido
francamente: es justo que un condenado sufra físicamente más que los otros hombres. Le pena se disocia mal de un suplemento
de dolor físico. ¿Qué sería un castigo no corporal?

De este modo se mantiene un fondo “supliciante” en los mecanismos modernos de justicia criminal, un fondo que no está por
completo dominado, sino que se halla envuelto, cada vez más ampliamente, por una penalidad de lo no corporal.

Si no es ya el cuerpo el objeto de la penalidad en sus formas más severas, ¿sobre qué establece su presa? Puesto que ya no es el
cuerpo, es el alma. A la expiación que causa estragos en el cuerpo debe suceder un castigo que actúe en profundidad sobre el
corazón, el pensamiento, la voluntad, las disposiciones.

Esto constituye un momento importante. La pareja antigua del fasto punitivo, el cuerpo y la sangre, ceden el sitio. Entra en
escena, cubierto el rostro, un nuevo personaje. Da principio una comedia con siluetas de sombra, voces sin rostro, entidades
impalpables. A lo largo de toda la penalidad moderna es posible seguir sus efectos.

En primer lugar, se da una sustitución de objetos. Con esto no se quiere decir que de pronto se haya pasado a castigar otros
delitos. La división entre lo permitido y lo prohibido ha conservado, de un siglo a otro, cierta constancia. En cambio, el objeto
“crimen”, aquello sobre lo que se ejerce la práctica penal, ha sido profundamente modificado: la calidad, el carácter, la sustancia
en cierto modo de que está hecha la infracción, más que su definición formal. Bajo el nombre de crímenes y delitos, se siguen
juzgando efectivamente objetos jurídicos definidos por el Código, pero se juzga a la vez pasiones, instintos, anomalías, achaques,
inadaptaciones, efectos de medio o de herencia. Se dirá: no son ellos los juzgados; si los invocamos, es para explicar los hechos
que hay que juzgar, y para determinar hasta qué punto se halaba implicada en el delito la voluntad del sujeto. Respuesta
insuficiente. Porque son ellas, esas sombras detrás de los elementos de la causa, las efectivamente juzgadas y castigadas.

El alma del delincuente no se invoca en el tribunal a los únicos fines de explicar su delito, ni para introducirla como un elemento
en la asignación jurídica de las responsabilidades; si se la convoca, con tanto énfasis, con tal preocupación de comprensión y una
tan grande aplicación científica, es realmente para juzgarla, a ella al mismo tiempo que al delito, y para tomarla a cargo en el
castigo.

En el interior mismo de la modalidad judicial del juicio, han venido a deslizarse otros tipos de estimación que modifican en lo
esencial sus reglas de elaboración. Conocimiento de la infracción, conocimiento del responsable, conocimiento de la ley, tres
condiciones que permitían fundar en verdad un juicio. Ahora bien, he aquí que en el curso del juicio penal se encuentra inscrita
hoy en día una cuestión relativa a la verdad, muy distinta. No ya simplemente: “El hecho ¿se haya establecido y es delictivo?”, sino
también: “¿Qué es, pues, este hecho, esta violencia o este asesinato? ¿A qué nivel o en qué campo de realidad inscribirlo?
¿Fantasma, reacción psicótica, episodio delirante, perversidad?”. No ya sólo: “¿Quién es e autor?”, sino: “¿Cómo asignar el
proceso causal que lo ha producido? ¿Dónde se halla, en el autor mismo, su origen? ¿Instinto, inconsciente, medio, herencia?”. No
ya simplemente: “¿Qué ley sanciona esta infracción?, sino: “¿Qué medida tomar que sea la más apropiada? ¿Cómo prever la
evolución del sujeto? ¿De qué manera sería corregido con más seguridad?”. Todo un conjunto de juicios apreciativos,
diagnósticos, pronósticos, normativos, referentes al individuo delincuente han venido a alojarse en el armazón del juicio penal.

Un hecho significativo: la manera en que la cuestión de la locura ha evolucionado en la práctica penal. Según el Código francés de
1810, no se planteaba hasta el final del artículo 64. Este dice que no hay crimen ni delito si el infractor se hallaba en estado de
demencia en el momento del acto. Era imposible, pues, declarar a alguien culpable y loco a la vez; el diagnóstico de locura, si se
planteaba, no podía integrarse en el juicio; interrumpía el procedimiento y deshacía la presa de la justicia sobre el autor del acto.
Ahora bien, desde muy pronto, los tribunales del siglo XIX se equivocaron en cuanto al sentido del artículo 64. Han admitido que
se podía ser culpable y loco; tanto menos culpable cuanto un poco más loco; culpable indudablemente, pero para encerrarlo y
cuidarlo más que para castigarlo. Ya la reforma de 1832, que introducía las circunstancias atenuantes, permitía modular la
sentencia de acuerdo con los grados supuestos de una enfermedad o las formas de una semilocura. Y la práctica del examen
pericial psiquiátrico hace que la sentencia implique juicios de normalidad, asignaciones de causalidad, apreciaciones de cambios
eventuales, anticipaciones sobre el porvenir de los delincuentes. Todas estas son operaciones que se integran directamente en el
proceso de formación de la sentencia. En lugar de que la locura anule el delito en el sentido prístino del artículo 64, todo delito
ahora, toda infracción, llevan en sí mismos como una sospecha legítima, pero también como un derecho que pueden reivindicar,
la hipótesis de la locura. La sentencia lleva en sí una apreciación de la normalidad y una prescripción técnica para una
normalización posible. El juez de nuestros días hace algo muy distinto que juzgar.

Y no es el único que juzga. A lo largo del procedimiento penal, y de la ejecución de la pena, bullen toda una serie de instancias
ajenas. Desde el momento en que las penas y las medidas de seguridad definidas por el tribunal no están absolutamente
determinadas, desde el momento en que pueden ser modificadas todavía, desde el momento en que se confía a otros que no son
los jueces de la infracción el cometido de decidir si el condenado merece ser puesto en semilibertad o en libertad condicional, si es
posible poner término a su tutela penal, son realmente mecanismos de castigo legal los que se ponen en sus manos y se dejan a su
apreciación: jueces anejos, pero jueces después de todo.

En cuanto a los expertos psiquiatras, pueden muy bien negarse a juzgar. Examínense las 3 preguntas que han de contesta:
“¿Presenta el inculpado un estado de peligro? ¿Es accesible a la sanción penal? ¿Es curable o readaptable?”. No conciernen sino a
la administración de la pena, a su necesidad, su utilidad, su eficacia posible. ¿El papel de psiquiatra en materia penal? No experto
en responsabilidad, sino consejero en castigo; a él le toca decir si el sujeto es peligroso, de qué manera protegerse de él, cómo
intervenir para modificarlo, y si es preferible tratar de reprimir o de curar.

Pero hay algo singular en la justicia penal moderna: que si se carga tanto de elementos extra jurídicos, no es para poder
calificarlos jurídicamente e integrarlos poco a poco al estricto poder de castigar; es, por el contrario, para poder hacerlos funcionar
en el interior de la operación penal como elementos no jurídicos; es para evitar que esta operación sea pura y simplemente un
castigo legal; es para disculpar al juez de ser pura y simplemente el que castiga.

Varela, O.; Sarmiento, A.; Puhl, S.; Izcurdia, M. (2010) El poder del encierro

De suplicios y supliciados

Durante siglos la tortura tuvo partidarios que la justificaron. Desde siempre, en la base del suplicio corporal real o simbólico, se
encuentra la idea de que el castigado es un ser diferente: el salvaje no es un hombre; el esclavo, el siervo, el obrero, es un bien
material; el loco es un deshecho social; el niño, un ser al que es necesario “educar”.
La tortura era también un método que hallaba fundamento para autorizar su uso en el hecho de poder lograr una total certeza
respecto del crimen cometido a través de las declaraciones del acusado, de los testigos, pruebas o indicios que rara vez coincidían
en dar la absoluta evidencia que se necesitaba para la condena. Tanto se peca de injusticia al absolver al sospechoso de un crimen,
como al condenar a quien no ha sido totalmente convicto del mismo.

Por declaración formulada en Versalles, el 24 de agosto de 1780, se decidió abolir la tortura preparatoria, que figuraba en una
ordenanza de 1670. Cincuenta años más tarde, este era parte del reglamento para la casa de delincuentes de Paris.

Como lo señala Foucault, tenemos aquí suplicios y empleo del tiempo. En un lapso de medio siglo han cambiado algunos delitos, el
género de los delincuentes ha cambiado, y fundamentalmente ha cambiado el estilo penal. Es la época en que fue redistribuida en
Europa y en los EE. UU. la economía del castigo.

Fueron muchas las modificaciones, pero siempre se han considerado ingenuamente como producto de la humanización de la
sociedad toda, cuando en realidad este fenómeno, la supresión de os suplicios, fue l efecto de reordenaciones más profundas y
por sobre todas las cosas, no fue en verdad desterrado jamás de las prácticas manicomiales, carcelarias, fabriles y, en algunos
casos, educativas.

Bastaron unas pocas décadas para que desapareciera el cuerpo supliciado, mostrado como espectáculo. Ha desaparecido el
cuerpo como objeto principal de la represión penal.

El Estado comprendió que la ferocidad con la que trataba al condenado, para demostrar a todos lo que les podía suceder si
cometían algún delito, terminó por volverse en contra de él y de sus representantes. Así, el verdugo fue considerado un criminal y
los jueces unos asesinos.

Es así como el castigo en los comienzos del siglo XIX tendería a convertirse en la parte más oculta del proceso penal. A partir de
ese momento se trató que sea la propia condena la que marcara al delincuente con un signo negativo y unívoco. Pero la ejecución
misma era un suplemento que a la justicia le avergonzaba imponer al condenado, tendiendo a confiarla a otros. De ahí el doble
sistema de protección que la justicia establece entre ella y el castigo que impone. La ejecución de la pena se convierte en un sector
autónomo, un mecanismo administrativo que le quita un peso de encima, al mismo tiempo que se opera una denegación teórica.
Es como si los jueces dijeran: no crean que lo esencial de la pena que infligimos consiste en castigar, sino que se tratará de
corregir, reformar y/o curar.

De este modo va desapareciendo el espectáculo que acompañaba a los suplicios, pero hay también un relajamiento de la acción
sobre el cuerpo del delincuente.

Las prácticas punitivas se han vuelto púdicas, no tocar el cuerpo, o tocarlo lo menos posible, con el objetivo de herir en él algo que
no es el cuerpo mismo. El cuerpo se halla ahora en una situación de instrumento o de intermediario. El dolor del cuerpo no será ya
el elemento constitutivo de la pena. Si le es preciso aun a la justicia manipularlo y llegar a él, lo hará limpiamente, desde lejos,
conforme a unas reglas austeras tendientes a lograr objetivos más elevados. Para ello cuenta con un ejército de técnicos:
celadores, vigilantes, capellanes, psiquiatras, educadores, psicólogos, que alí están cuando la justicia requiere que garanticen que
el cuerpo y el dolor no son los objetivos últimos de su accionar punitivo.

Los estados nacionales imperialistas

Acerca del encierro en el Antiguo Régimen

Bajo el Antiguo Régimen, la regeneración del individuo no era motivo de ninguna preocupación particular. El internamiento en
tanto tal, no era ni pena ni medio terapéutico, aunque era realizada por 3 tipos de instituciones: las mazmorras, los hospitales
generales y las abadías.

La mazmorra tenía por fin proporcionar los medios para aplicar la verdadera pena, es decir, todas las variedades de torturas que
eran en ese momento lo esencial del arsenal penal.
En las abadías y en los hospitales generales, se agrupaban sin distinción a indigentes, criminales, locos y prostitutas con el único fin
de sacarlos de la circulación social.

La tortura pertenecía a un espacio laico y público; el exilio, en cambio, a un espacio religiosos. Los crímenes contra la religión
(crímenes de lesa majestad) serán objeto de tortura; los crímenes contra la moral feudal, como la ociosidad, el desenfreno, la
sinrazón, la prostitución, serán objeto de internamiento.

Los crímenes religiosos serán castigados tan duramente porque conciernen a la sociedad toda. Tienen por efecto perturbar lo que
trasciende y la funda a la vez. El monarca lo es por “derecho divino”, por lo tanto, un crimen lo es contra la persona del rey, en
consecuencia, la pena no es simplemente un castigo, sino también reequilibración del sistema social y debe ser proporcional a la
importancia del ofendido.

Los crímenes contra la moral feudal, en cambio, serán los únicos objetos legítimos de la vindicta social. Paradójicamente, es en los
recintos religiosos donde esta forma de “desviación” verá administrar su pena. Es aquí donde empiezan a delimitarse
progresivamente las nuevas formas de culpabilidad y de represión.

En sus comienzos, el monasterio se definió esencialmente como una tierra de exilio, un lugar en el que se concretiza la voluntad
de aislarse del mundo. Pero en Occidente y desde la Edad Media era también una tierra de asistencia a la que podían ir a
refugiarse y encontrar una subsistencia los pobres de los alrededores en épocas de escasez.

La función de refugio del monasterio se encuentra asociada en el siglo XVII a una función de represión prefigurada en los
leprosarios de la Edad Media. Esta transformación permitió retener no sólo a los enfermos, sino también a personas enviadas “por
orden de Su Majestad”. Organizadas sobre el modelo conventual, estas casas desempeñan a la vez un papel de asistencia y de
coacción.

Bajo el Antiguo Régimen, la reclusión y la obligación de trabajar adquieren su significación en el interior de una condena religiosa,
moral y política de la ociosidad. Pero para que esta prescripción se explicite y se convierta en ley, es preciso esperar a que la
riqueza, en el principio de su origen y en las reglas de su uso, sea redefinida totalmente.

El Liberalismo Clásico

Desde el siglo XVI hasta el XVIII asistimos a un complejo fenómeno económico-social que Marx denominó “de acumulación
originaria” y que determinará en la segunda mitad del siglo XVIII la transformación que conocemos como Revolución Industrial.

Durante estos siglos se rompe el orden sociopolítico que había dominado durante casi un milenio, el feudal, y se colocaban al
mismo tiempo los fundamentos para un nuevo orden: el capitalista.

En este momento, en el que la clase burguesa conquistó el poder político asumiendo el papel de clase dominante, van gestándose
las primeras formas de conocimiento criminológico. Este conocimiento es, en sus orígenes, una teoría política como discurso
acerca del buen gobierno. Se trata de una reflexión impregnada de espíritu optimista, dirigida completamente a la proyección.

En la elaboración de este complejo proyecto para un nuevo orden, se tienen en cuenta también las nuevas formas de
desobediencia, del discurso, de la no integración y por lo tanto, también de la violación de las leyes que la nueva sociedad
establece.

La modificación de la relación entre soberano y súbditos, permite a estos últimos liberarse de las cadenas de sujeción, el siervo se
hace libre, pero simultáneamente la acumulación del capital en pocas manos despoja de los medios de producción a las masas
productoras, “liberando” de este modo al siervo de los medios para su propio sustento.

Las nuevas leyes del mercado determinan que una minoría de propietarios de los medios de producción domine frente a una
mayoría de no propietarios o, mejor dicho, de propietarios solamente de su fuerza de trabajo, es decir, proletarios. Ningún vínculo
jurídico obligará ya a nadie a someterse a otro; la imperiosidad de satisfacer sus necesidades vitales obligará a las masas
expropiadas a ceder contractualmente su propia capacidad laboral a la clase patronal a cambio de un salario. En las relaciones
privadas reinará incuestionado el contrato, esquema jurídico que exalta la autonomía de las partes y es capaz de disciplinar las
múltiples formas en que se entrelazan las relaciones entre los sujetos, libres e iguales. Se establece así una sujeción de muchos a
pocos, lo cual será tenida como una consecuencia casi natural de una realidad objetiva: la económica, donde reinarán las férreas
leyes del mercado y de la producción.

Libertad burguesa: derecho a castigar

El aspecto más ideologizado de la historia jurídica contemporánea es, tal vez, el de reforma penal y procesal. El criterio inspirador
de esta vasta obra reformadora es el de redefinir el derecho de castigar y las formas de su ejercicio sobre la base de las nuevas
libertades burguesas. El eje de su teorización será el “contrato”, el cual encontrará su fundamento en el pacto social: postulado
político que quiere súbditos y soberanos ligados por un contrato en el que recíprocamente es combinado el mínimo posible de las
libertades de los súbditos por el orden social administrado por el príncipe.

El príncipe es el único titular del poder represivo, de esto deriva el principio de legalidad en materia penal.

El juez no podrá transformarse nunca en legislador, de esta manera la interpretación de la ley deberá ser rigurosamente
circunscripta y disciplinada. La ley penal podrá decidir sólo para el presente y el futuro, nunca para el pasado, esto a fin de que
conociendo la voluntad del príncipe se tenga conciencia de las consecuencias de las propias acciones.

En cuanto a la pena, debe ser siempre medida por la gravedad del delito cometido. El criterio de la sanción penal será el de la
retribución, es decir, un sufrimiento contractualmente equivalente a la ofensa.

Esta serie de modificaciones no sólo tienen por objeto controlar mejor a las masas populares, sino que estaba en el espíritu de los
reformadores limitar también la esfera de autoridad del soberano, circunscribirla entre límites precisos que garantizaran el libre
juego del mercado.

La necesidad: producir, la orden es disciplinar

Como condición primera para que la organización política pudiera desarrollarse en el sentido anteriormente indicado, fue
necesario que los excluidos de la propiedad aceptasen las reglas de juego como naturales. Surge así otro aspecto del problema:
“educar” este universo compuesto de ex campesinos y artesanos para devenir ahora en clase obrera, aceptar la lógica del trabajo
asalariado, reconocer en la disciplina de la fábrica su propia condición natural.

Las políticas que se siguieron a este proceso fueron diversas y contradictorias. En un primer momento, el violento proceso
socioeconómico estuvo caracterizado por una fuerte reacción contra una masa de pobres y vagabundos, producto de la
marginación a que fueron empujados los expropiados, que ya no eran campesinos, pero que tampoco formaban la clase obrera
todavía.

Ahora bien, debido a que era mayor la fuerza de trabajo expulsada del campo que las posibilidades de su empleo como mano de
obra de la manufactura reciente, la única posibilidad de resolver la cuestión del orden público fue la eliminación física para
muchos y una política de terror para los demás.

Con el desarrollo, durante el siglo XVII y XVIII, de la manufactura a la fábrica, la consideración política respecto de las clases
marginales fue cambiando. Se sucede así un complejo de medidas tendientes a disciplinar y educar a la población fluctuante y
excedente a través de la beneficencia pública, por un lado, y el internamiento institucional, por el otro.

La nueva política social se basa en la “aptitud para el trabajo subordinado”, que discrimina entre el “pobre inocente” (el anciano,
el niño, la mujer, el inválido) y el “pobre culpable” (el joven, el hombre maduro desocupado). Para las necesidades del primero se
recurrirá a la organización asistencial y para el segundo se usará la internación coercitiva.

Así pues, en los orígenes de la sociedad capitalista el principio de la política de control social se encuentra en la emergencia de un
proyecto político capaz de conciliar la autonomía de los particulares en su relación respecto de la autoridad del soberano, con el
sometimiento de las masas disciplinadas a las exigencias de la producción.
Es en la lógica de este proyecto que afloran las primeras formas de conocimiento del delincuente y de la estrategia de control
social en relación con la desviación criminal. Aquí el delito es entendido como concepto jurídico, es decir, como violación del
derecho y de aquel pacto social que se hallaba, según la filosofía política del liberalismo clásico, en la base del Estado y del
Derecho. De este modo no se consideraba al delincuente como un ser diferente a los demás. Como comportamiento, el delito
surgía de la libre voluntad del individuo, no de causas patológicas. Por consiguiente, el derecho penal y la pena eran considerados
no tanto como un “medio” para modificar al sujeto delincuente, sino como un “instrumento legal” para defender a la sociedad del
crimen, creando frente a este, donde fuese necesario, un disuasivo, una contramotivación. Los límites de la conminación
(amenaza) y de la aplicación de la sanción penal, así como de las modalidades del ejercicio de la potestad punitiva del Estado,
estaban señalados por la necesidad o utilidad de la pena, y por el principio de legalidad.

Como se ve, el conocimiento criminológico del período clásico se detiene ante el umbral de la contradicción política entre el
principio de igualdad y distribución desigual de las oportunidades sociales. Al no resolver en ningún sentido, cae este nudo en un
saber contradictorio y heterogéneo. Junto a las afirmaciones de libre arbitrio, lo que da racionalidad a las acciones criminales, no
faltará tampoco un conocimiento del criminal como ser disminuido, no desarrollado completamente, más parecido al salvaje y al
niño que al hombre burgués, al hombre propietario. Es en esta interpretación donde se tiende a mistificar las desigualdades
socioeconómicas entre los hombres como “desigualdades naturales”, y donde se encontrará el modo de desarrollar la “voluntad
pedagógica” de la época clásica, como acción social en relación a los excluidos de la propiedad. En esta acción pedagógica nace
también el conocimiento del otro, de lo diverso. La observación del delincuente y del loco dan origen a una ”clínica de la mirada”
por efecto de esta acción de integración de los marginados sociales.

Estas modificaciones lo que producen es un desplazamiento en el objeto mismo de la operación punitiva, es decir, ya no es el
cuerpo el objeto de la penalidad, ahora es el alma. Bajo el nombre de crímenes y de delitos se juzgan concretamente objetos
jurídicos codificados, pero se juzgan además pasiones, instintos, anomalías, inadaptaciones. Se castigan las agresiones pero a
través de ellas las agresividades. Este conocimiento del delincuente, y la apreciación que se hace de él, produce un efecto que se
extiende a toda la sociedad: con el pretexto de explicar un acto, lo que se logra es calificar a un individuo.

La escuela positivista: la invención penitenciaria

La postura filosófica racionalista de la escuela clásica había conducido a un sistema de derecho penal en el que el delito es
considerado como un ente jurídico. Esto significa abstraer el hecho del delito del contexto ontológico que lo liga, por un lado, a
toda la personalidad del delincuente y a su historia biológica y psicológica, y por otro, a la totalidad natural y social en la que se
inserta su existencia. Esta doble abstracción surge de una interpretación filosófica basada en la individualización metafísica de los
entes.

Desde esta postura, el delito como acción es un ente jurídicamente calificado y autónomo que surge de un principio a la vez
autónomo y metafísico. De esta manera, se crea y se cree en un sistema penal basado en la objetividad del delito.

El orden económico va imponiendo, a mediados del siglo XVIII, que el delito, la desviación de las normas, como la culpabilización
de la miseria, sean tratados de otra manera. Las estructuras represivas se van inclinando hacia un nuevo sistema: la cárcel.

Tiempo de cárcel

Este tipo de pena es históricamente una realidad que no tiene más de dos siglos. Antes de que se impusiese la pena de cárcel, los
ordenamientos penales contemplaban un complejo sistema de sanciones que sacrificaban algunos bienes del culpable, pero no
consideraban la pérdida de la libertad un castigo adecuado para el criminal. Esto se debe simplemente a que la libertad no era
considerada un valor cuya privación pudiese considerarse como un sufrimiento.

Es verdad que ya existía la cárcel, pero simplemente como un lugar de custodia, donde el imputado esperaba el proceso. Solo con
la aparición del nuevo sistema de producción capitalista la libertad adquirió un valor económico, es decir, cuando todas las formas
de la riqueza social fueron reconocidas al común denominador de trabajo humano medido en el tiempo fue posible concebir una
pena que privase al culpable de un quantum de trabajo asalariado.
Desde ese momento la pena privativa de la libertad se convierte en el castigo más difundido. Momento paradójico, ya que el
discurso imperante era el de libertad, igualdad y fraternidad, y sin embargo, en ese ámbito es donde comienza a difundirse e
instalarse una enorme cantidad de técnicas de encierro.

De este modo habría dos razones para esta transformación. Por un lado, la idea de que la libertad constituye la forma más simple
de valor de cambio, y por otro, esta sanción ofrece la ocasión más propicia para ejercitar sobre el encarcelado un poder disciplinar.

La invención penitenciaria produce un viraje en la práctica del control social: se pasa de una política de “aniquilación” del
transgresor a una política de “reintegración” del que se ha puesto fuera del pacto social.

Aparecen nuevos sujetos y objetos de conocimiento: la cárcel es una organización de espacios, un observatorio social. El interno es
el observado y el observador, un sabio cuya técnica de observación son los indicios.

Se desarrolla así toda una arquitectura distinta a la de los grandes espacios amurallados de la época pasada. Se tendrá como
objetivo el control interior, hacer visibles a los que se encuentran dentro. Una arquitectura que será un operador para la
transformación de los individuos: maniobrar hasta ellos los efectos del poder, ofrecerlos a un conocimiento y modificarlos.

Es el panóptico de Bentham la arquitectura más idónea para llevar a cabo este experimento. Su principio es bien conocido: una
periferia en forma de anillo, en su centro una torre con amplias ventanas que se abren a la cara interior del anillo.

Con este dispositivo se invierte el principio del calabozo, o mejor dicho, de sus tres funciones: encerrar, privar de la luz y ocultar.
Sólo se conserva la primera.

El mayor efecto del panóptico es inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad. Esto asegura el
funcionamiento automático del poder: lograr que la vigilancia se sienta permanentemente, incluso aunque sea discontinua en su
acción. Se pretende tal perfección en el poder, que tienda a volver inútil su ejercicio. Este aparato arquitectónico es en sí mismo
una máquina capaz de crear y sostener una relación de poder independientemente de aquel que lo ejerza.

Según los pensadores de aquella época la soledad era la condición primera de la sumisión total. La terrible disciplina del silencio
aseguraba el coloquio a solas entre el detenido y el poder que se ejerce sobre él.

Tiempos modernos

Para el positivismo, el delito es también un ente jurídico, pero el derecho que califica este hecho humano no debe aislar la acción
del individuo de la totalidad natural y social.

El panóptico es, además de todo lo dicho, un sistema de documentación individualizante y permanente. Se establece en las
prisiones un boletín individual, donde el director de la prisión, el guardián, jefe o capellán, debía inscribir sus observaciones a
propósito de cada detenido.

Se trata de hacer de la prisión un lugar de saber-poder que debe servir, en principio, como regulador del ejercicio de la práctica
penitenciaria. La prisión no tiene que conocer sólo la decisión de los jueces y aplicar la pena en función de los reglamentos
establecidos: su función será obtener sobre el detenido un saber que permitirá transformar la medida penal en una operación
penitenciaria, que hará de esa pena que la infracción hizo necesaria, una modificación del detenido, útil para la sociedad.

Así, el aparato penitenciario sustituye al infractor condenado, quien al traspasar los sólidos muros de la prisión, se convierte en
delincuente. Este se distingue del infractor por el hecho de que es menos su acto en relación a lo que es su vida, y de esta manera
no intentará caracterizarlo por su acción. Si la idea es la reeducación, la institución entonces ha de totalizar la existencia de ese
individuo. El castigo legal recae sobre un acto, la técnica punitiva, en cambio, sobre una vida. Le corresponde a este dispositivo
modificar esta existencia o colmar sus lagunas a través de una práctica coactiva.

Esta observación debe estar orientada no sólo a las circunstancias, sino a las causas de un delito. Estas se deben buscar en la
historia del sujeto, bajo el triple punto de vista de la organización, de la posición social, y de la educación. Así se logra tener un
amplio panorama de las peligrosas inclinaciones de la primera, las enojosas predisposiciones de la segunda y los malos
antecedentes de la última.

Las consecuencias de esta política institucional es que se confunde al delincuente con el “internado institucionalizado” o “desviado
reducido”. Sobre este equívoco se fundará todo el saber criminológico, es decir, la estrecha equiparación entre delincuente y
encarcelado; una ideología que confundirá la agresividad y la alineación del hombre institucionalizado con su intrínseca maldad.

Esta identificación entre detenido y criminal traspasará los sólidos muros de la prisión y será usada en el exterior para
individualizar a las personas potencialmente capaces de atentar contra la propiedad. De esta manera surge un saber práctico que
como política de prevención y represión de la criminalidad será usada en todos los niveles de la sociedad para señalar al distinto,
al que al no reunir alguno de los caracteres que esta sociedad da como norma, queda fuera de ella, es marcado, individualizado y
sospechoso.

Lo que se oculta detrás del discurso que habla de igualdad, fraternidad y libertad, es el resurgimiento de la dialéctica del siervo y
del señor. El señor da trabajo y cuida del siervo que, a su vez, cuida del amo como guardián de las instituciones creadas para aislar
y neutralizar a los que atentan contra la propiedad del señor. Pero la existencia de estas instituciones actúa al mismo tiempo
como amenaza para el siervo, que puede llegar a caer, si viola las normas, en las sanciones en ellas implícitas. Doble función
entonces de estos institutos llamados rehabilitativos: la violencia como sistema concreto de eliminación del seno social y la
violencia como una amenaza simbólica de esa eliminación.

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