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Primeras Jornadas de Estudiantes de Ciencias de la Educación

Fac. de Humanidades - UNNE

Pedagogía Política del Tocador.


Sade y el Problema de Educar el Cuerpo. Guillermo A. Vega – Est. Lic. en Filosofía

La lectura de Sade pudo haber servido para enriquecer las fantasías sexuales de los franceses en
pleno siglo XVIII y del resto de los lectores occidentales posteriormente, pero, de ser pensado sólo así,
caeríamos con comodidad en la banalización de su obra al alimentar el vínculo que la asocia sólo a la
literatura erótica o pornográfica; sin embargo, pensamos, existe algo más interesante en las
controvertidas historias que nos legó este peculiar aristócrata francés.
Con este trabajo pretendemos poner en evidencia algunos elementos que integran lo que podríamos
denominar “la dimensión política del proceso educativo” a partir del análisis de una obra perteneciente
al conocido escritor Donatien-Alphonse-François, Marqués de Sade. Haremos particular hincapié en lo
que consideramos constituye el “sujeto de la educación” en este autor, es decir, el cuerpo o, para
expresarlo con mayor precisión, el cuerpo deseante, en las dos acepciones de “cuerpo biológico” y
“cuerpo social” en que es empleada esta palabra por Gilles Deleuze. A partir de esta distinción
trataremos de argumentar a favor de la hipótesis que atribuye al proyecto educativo sadiano un claro
matiz político en el contexto de la Francia post-revolucionaria.
En La filosofía en el tocador1 se plantea una animada relación entre tres personajes: Madame de
Saint-Ange, perteneciente a la agonizante aristocracia francesa de fines del XVIII; Dolmancé, un
libertino practicante, hombre de vastos conocimientos, capaz de dar cuenta prolijamente de su absoluta
inmoralidad, o, como dice Sade, ...la corrupción más completa y total, el individuo más perverso y más
depravado que pueda existir en el mundo.2 Por último, Eugenia, una adolescente de quince años que, en
calidad de aprendiz, se encuentra por espacio de dos días al cuidado de Madame de Saint-Ange.
El hilo de la historia que une a los tres personajes es sencillo. Madame de Saint-Ange pretende
iniciar a Eugenia en la cosmovisión libertina y para conseguirlo ha solicitado la ayuda de Dolmancé, un
“especialista” en el área. En charla con su hermano, Madame de Saint-Ange desliza los propósitos que
alientan su papel de pedagoga al señalar: Puedo aseguraos que no escatimaré esfuerzos para
pervertirla, para degradar, para derribar en ella todos los falsos principios morales con que hayan
podido atolondrarla. En dos lecciones quiero que se vuelva tan perversa como yo... tan impía... tan
libertina.3 A través de esta cita se hace evidente la finalidad de la educación de Eugenia consistente en
la transformación de sus costumbres y hábitos, que no son otros que aquellos considerados como los
más adecuados para conducirse socialmente por la aristocracia conservadora francesa. El sentido que
tiene el proyecto educativo pergeñado por Sade es “negativo”, en tanto que con él no se pretende hacer
partícipe al sujeto de los valores morales y religiosos de una época determinada, sino que, más bien, se
trata de convertirlo a la antítesis de tales valoraciones. La educación sadiana no forma, de-forma. Su
objetivo es evitar lo Mismo y desplazarse a lo Otro que se alza en relación biunívoca con lo Mismo.4 De
ahí la importancia del empleo de la palabra “pervertir” y sus variaciones (perverso, perversión, etc.),
con el sentido de “poner el revés”5 una cosa, en este caso las creencias, hábitos y costumbres de
Eugenia.
Si reparamos un poco más en la idea de perversión como institución de lo Otro en referencia a lo
Mismo, aparece en el interior del discurso moderno un elemento que rechaza los valores de la
modernidad, establecidos por la moralidad y diseminados por el discurso religioso socialmente

1
SADE, Marqués de. La filosofía en el tocador, trad. Ricardo Pochtas, Bs. As., Tusquets, 2000.
2
Ibid., p. 14.
3
Ibid., p. 18.
4
Asociar con el sentido que tiene para Foucault la utilización de ambos términos. FOUCAULT, M. Las palabras y las
cosas, trad. Elsa Frost, Barcelona, Planeta-De Agostini, 1985, p. 9 – La historia de la locura sería la historia de lo Otro
-de lo que, para una cultura, es a la vez interior y extraño y debe, por ello, excluirse para conjurar un peligro interior-,
pero encerrándolo (para reducir la alteridad); la historia del orden de las cosas sería la historia de lo Mismo -de
aquello que, para una cultura, es a la vez disperso y aparente y debe, por ello, distinguirse mediante señales y
recogerse en las identidades.
5
Del latín per-verto, volcar, derribar, trastocar. Y verto, volver (dar vuelta... el rostro, por ejemplo).

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instituido. Nos referimos a la idea de diferencia. En La filosofía en el tocador de Sade la operatividad


de la educación de Madame de Saint-Ange reside en la positivación de la diferencia en dos instancias
perfectamente identificables: en el acto mismo de educar y en el resultado de tal educación. 6 En otras
palabras, en el personaje sadiano asistimos a la explicitación de dos momentos del proceso educativo:
el cómo y el para qué educamos. Claro está que para el Marqués ninguno de estos interrogantes asoma
como problemático. Sus contornos están decididos de antemano: se educa en pos de la diferencia a
partir de la diferencia. Pero, ¿diferencia con respecto a qué? ¿Por qué se hace necesario establecer una
distancia basada en la disolución de una identidad, en la salida de lo Mismo? Y, por último, ¿qué es lo
que hace posible educar en la diferencia?
Para Sade la educación libertina constituye un asalto y una recuperación de los valores negados por
el discurso religioso y moral de la sociedad francesa en su forma más descarnada. El botín del Marqués
es el cuerpo, y más específicamente, el cuerpo sexuado, el cuerpo cuyas prácticas sociales en pos del
placer se hallan recorridas y reguladas por las moralidades instituidas. El proyecto educativo de
Madame de Saint-Agnes pretende rescribir la superficie anatómica de Eugenia, borrar las palabras y las
frases pretéritas en torno de la “vida virtuosa” que la han atolondrado, que la han convertido en una
niña correcta, para así redefinir el placer en términos de una nueva práctica y discurso, el libertino.
Exclama Dolmancé al respecto: ¡Ah, renuncia a las virtudes, Eugenia!... la virtud no es más que una
quimera cuyo culto sólo consiste en pequeñas inmolaciones, en incontables rebeliones contra las
inspiraciones del temperamento. ¿Pueden ser naturales tales movimientos?...7
El proyecto pedagógico de los personajes de Sade encubre una declaración de guerra, una cruenta
lucha sobre las prácticas sexuales y la obtención de placer. Las disposiciones de deseo 8 que Sade
pretende instituir en Eugenia van adquiriendo forma bajo las concretas relaciones que mantienen los
tres personajes en torno de las palabras que las ilustran. Los actos van acompañados de doctrina. En
función de ésta se redescribe el universo valorativo de la adolescente conteniéndola en el goce
producido por el entrecruzamiento de los cuerpos. Existe en el cómo de la pedagogía sadiana un doble
juego: el placer es producido por las palabras, que preparan al cuerpo para sentirlo, y el goce de la
carne termina por fijarlo a las nuevas palabras (al léxico del libertino). Este doble juego hace a Eugenia
ambicionar más y más nuevas lecciones a medida que se van suscitando las primeras. El
desprendimiento de lo Mismo y el arribo a lo Otro ha comenzado a gestarse con éxito. El cuerpo de
Eugenia comienza a hablar y a desear de otra manera. Las marcas de las virtudes de la moral cristiana
se distorsionan para dar lugar a las libertinas formas sadianas. Pero por si llegaran a gestarse dudas con
respeto a las nuevas creencias comenta Dolmancé: Las palabras vicio y virtud sólo nos transmiten
ideas puramente locales. Ninguna acción, por singular que podáis imaginarla, es verdaderamente
criminal, de ninguna puede decirse que sea realmente virtuosa. Todo es relativo a nuestras costumbres
y al clima en que habitemos.9 Un movimiento más, perfectamente calculado para ganar la batalla de la
educación libertina, consistente en el desfondamiento de la verdad. La disolución de lo Mismo, del
cúmulo de valoraciones morales y religiosas bajo las que había sido educada Eugenia, no debe generar
en ella ningún sentimiento de culpa al conocer y vivenciar lo Otro, es decir, el léxico y las prácticas
libertinas. Para ello es necesario acabar con el status de “verdadero” del discurso moral y religioso.
Descentrarlo en su pretensión de verdad; hacerlo tambalear en la contingencia. Es por ello que
Dolmancé sostiene convencido que todas las valoraciones morales son relativas a las épocas, a los
pueblos, a las castas sociales; que, en definitiva, dependen de las costumbres. Lo que sea el vicio y lo
que constituya la virtud no lo sabe con seguridad ningún ser humano sobre la tierra, pues son los
pueblos y las épocas los que establecen estas diferencias. Y si acaso sea Dios, un poder trascendente, el
6
Cfr., SADE, Marqués de. Ob. cit., p. 18 – Tendré dos placeres simultáneos: el de gozar yo misma con esas
voluptuosidades y el de enseñarlas, el de inspirar el gusto por ellas en la amable inocente que atraigo a nuestras redes.
7
Ibid., p. 34.
8
Cfr., DELEUZE, G. Deseo y Placer, en “Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura”, Madrid, Editorial
Archipiélago, 1995, Nº 23, p. 14 – Para mí, disposición de deseo señala que el deseo no es nunca una determinación
“natural”, ni “espontánea”.
9
SADE, Marqués de. Ob. cit., p. 43.

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garante de la verdad del discurso religioso que asocia las virtudes a las prácticas morales y religiosas,
entonces también se hace necesario desplazar a Dios del lugar de la autoridad y de la última palabra
con respecto a la moralidad. Ese abominable fantasma es fruto del temor de unos y de la debilidad de
otros...10 indica Dolmancé, denostando no sólo los conceptos religiosos sino también a quienes los
aceptan.
El cuerpo biológico de Eugenia resulta permeable a las palabras y configura sus deseos bajo las
tensiones de los diferentes discursos que pretenden hablarlo. Así, un cuerpo confeccionado por los
sastres de la religión se verá privado de buscar y sentir placer por medio del empleo de la imaginación.
Tal destreza, la de imaginar nuevas formas de alcanzar situaciones placenteras no encontrará manera de
desarrollarse, haciendo imposible la manifestación del deseo a través de formas menos ortodoxas. Si
bien, como afirma Dolmancé, la imaginación es el aguijón de los placeres,11 de nada sirve si nuestro
espíritu no se encuentra absolutamente liberado de los prejuicios: porque uno solo basta para
enfriarla.12 Cualquier residuo de los tradicionales valores religiosos que haya quedado depositado en la
memoria y que, por ende, diagrame las formas de sentir del cuerpo, opera indefectiblemente como
condición de posibilidad del placer bajo determinadas situaciones.
De acuerdo con el escenario montado por Sade en La filosofía en el tocador, el proceso educativo
se presenta como un combate en el que los movimientos estratégicos se llevan a cabo al nivel de los
discursos, a efectos de obrar transformaciones en determinadas prácticas sociales, y en ciertas formas
de buscar y sentir goce ligadas a ellas. El objetivo de Sade, como ha quedado en evidencia a lo largo
del trabajo, son los valores morales propugnados por el cristianismo y legitimados por los gobiernos
monárquicos. Dado que Sade escribe este texto algunos años después de la Revolución Francesa, 13 se
ve envuelto en una atmósfera política nada simple. Por un lado los valores de “libertad” e “igualdad”
han calado hondo en la población, sobre todo en aquellos sectores desfavorecidos económica y
políticamente durante el Antiguo Régimen. Por otro, facciones conservadoras tratan de reestablecer el
viejo sistema monárquico cuya legitimación volvería a hacer presente la necesidad del aparato
discursivo de la Iglesia.
Llegados a este punto podemos aventurar una relación hipotética entre el eje argumental en función
del cual se desenvuelve la obra sadiana y el contexto social real en el que se encuentra Sade. Es posible
aventurar un vínculo entre el papel pedagógico llevado a cabo por Madame de Saint-Ange y Dolmancé
con respecto a la joven Eugenia, y el Sade escritor con relación al pueblo francés.
Para hacer esta hipotética analogía un poco más clara sirvámonos de un comentario que realiza
Gilles Deleuze sobre un texto de Nietzsche. En el mismo, el filósofo francés apunta que es legítimo
asignar al concepto de cuerpo nietzscheano una extensión más amplia que la comúnmente aceptada.
Dice el autor: Lo que define a un cuerpo es esta relación entre fuerzas dominantes y fuerzas
dominadas. Cualquier relación de fuerzas constituye un cuerpo: químico, biológico, social, político.14
Recordémoslo, tanto un cuerpo biológico como un cuerpo social queda constituido al entrar en
conflictiva relación dos fuerzas. Volvamos a Sade, habíamos dicho que el cuerpo de Eugenia se
configuraba de una manera determinada dependiendo del tipo de discurso que lo hablase -que se refiera
a él en un contexto determinado- en clara oposición a cualquier otro discurso al que sólo le quedaría
guardar silencio ante la palabra oficial.
Las fuerzas a las que Deleuze hace mención pueden ser asociadas con múltiples disposiciones de
deseo pugnando entre sí por constituir y ser instaladas en un cuerpo biológico. En la medida en que una
determinada disposición predomine sobre las demás compondrá un cuerpo que deseará con una

10
Ibid., p. 36.
11
Ibid., p. 59.
12
Ibid., p. 59.
13
En 1801, a raíz del escándalo suscitado por la publicación de La filosofía en el tocador, fue internado de nuevo en el
hospital psiquiátrico de Charenton (en el que había estado entre 1789 y 1790), donde murió.
14
DELEUZE, G. Nietzsche y la filosofía, trad. Carmen Artal, Barcelona, Anagrama, 1998, p. 60.

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dirección y una performance singulares a los efectos de obtener placer. 15 En otro sentido, pero no lejos
del recién comentado, las fuerzas deleuzianas también pueden interpretarse como sistemas de valores y
creencias entrechocándose y pugnando por establecer un domino y una jerarquización, donde una
concepción del mundo emerja como verdadera y permita disponer en una determinada actitud al cuerpo
social.
Si pensamos el problema de esta manera nos encontramos que, por un lado, el proyecto educativo
de Madame de Saint-Ange y Dolmancé tiene las características de una cruzada contra los valores
cristianos, cuyo trofeo es el cuerpo de Eugenia transformado a las prácticas del libertinaje. Por otro,
tenemos la campaña emprendida por el propio Sade-escritor contra el discurso religioso, que no termina
de desaparecer aún después de la Revolución, y cuyo premio mayor es el cuerpo social de la nueva
República. Sade se convierte así en sus propios personajes. Es Madame de Saint-Ange y Dolmancé
juntos, en una misma persona; su Eugenia es el pueblo francés y el objeto de su prédica es inculcarle
nuevas costumbres. Pero este cuerpo social es menos cooperativo que el cuerpo biológico de Eugenia,
el cual podía educarse bajo la doble dimensión de la teoría y de la praxis. El cuerpo social al que se
dirige nuestro Sade-escritor no es tan permeable a los discursos representativos de lo Otro -de lo
diferente-, y mucho menos a la exhibición de sus prácticas. Es un cuerpo resistente, y expresa ese
carácter en la conservación de lo estatuido por todos los medios. Por ello, la obra sadiana es
confeccionada mayoritariamente en el ámbito de la exclusión, es decir, dentro de las prisiones en las
que el Marqués habitó por espacio de varios años, por causa de las acusaciones de “perversión sexual”
que recayeron sobre su persona desde el entorno familiar y aún desde el político.16
Sade, el gran representante de lo Otro, se concede la victoria en sus obras gracias a la racional
desmesura de sus personajes, pero fracasa en la vida real, donde lo Mismo, ante la posibilidad de sufrir
una transformación y hacer transmutar el cuerpo social a imagen y semejanza del singular escritor, lo
separa y lo excluye sistemáticamente. Podríamos decir que su proyecto de educación libertina se hunde
en los nuevos espacios arquitectónicos diseñados para los anormales. El Marqués pasará sus últimos
años encerrado en el Asilo para desvalidos mentales de Charenton. El libertinaje que tanto proclamaba
queda retratado sólo en sus escritos, no así en la sociedad francesa post-revolucionaria. Sin embargo, la
vida y la obra de Sade nos dejan como legado una especie de “acento”, de “salvedad” o de “hincapié”
que resulta seductor hacer al momento de pensar la educación. Intentar educar el cuerpo y sus deseos,
el cuerpo y sus prácticas cotidianas, engendra momentos extremos de tensión entre discursos diferentes,
pero también entre prácticas sociales que no se reconocen como compatibles. La educación delimita el
campo de batalla en el cual se llevarán adelante las futuras luchas, sobre el que se develarán las crueles
estrategias. Todo parece resultar lícito a la hora de vencer. Lo paradójico sadiano consiste, muy a pesar
de los resultados positivos obtenidos en su personaje Eugenia, en que ni el cuerpo individual biológico
ni el cuerpo colectivo-social resultan ser “fáciles” de adoctrinar. Ha quedado demostrado en el ejemplo
15
DELEUZE, G. Deseo y Placer, ob. cit., p. 18 – Para mí, deseo no implica ninguna falta; tampoco es un dato natural;
está vinculado a una disposición de heterogéneos que funciona; es proceso, en oposición a estructura o génesis; es
afecto, en oposición a sentimiento; es haecceidad (individualidad de una jornada, de una estación, de una vida), en
oposición a subjetividad; es acontecimiento, en oposición a cosa o persona. Y sobre todo implica la constitución de un
campo de inmanencia o de un “cuerpo sin órganos”, que se define sólo por zonas de intensidad, de umbrales, de
gradientes, de flujos. Este cuerpo es tanto biológico como colectivo y político; sobre él se hacen y se deshacen las
disposiciones...
16
Cfr., BLANQUÉ, Andrea. Sade, hombre de letras. El estigma del maldito, en Diario “El País”, Montevideo,
21/03/2003, URL: www.elpais.com.uy - Hoy, los biógrafos de Sade prefieren atribuir al mito estas escabrosidades que
a la verdad histórica. No obstante, Jean-Jacques Pauvert, devoto del marqués y editor minucioso de sus obras y
papeles de toda índole, defendió en los años 80 la hipótesis de que Donatien-Alphonse-François de Sade era,
efectivamente, un delincuente sexual. Lo que no le resulta posible al estudioso dilucidar con toda claridad es la
magnitud de esos delitos sexuales, aunque los casi trece años que Sade pasó preso en Vincennes y en la Bastilla —en el
período previo a la Revolución Francesa— fueron el resultado de denuncias, juicios, persecuciones y condenas. ¿Los
delitos? Obligar a prácticas algo extravagantes a mendigas y prostitutas de pueblo: flagelación, sodomía, coprofilia,
intoxicación por cantáridas (un afrodisíaco de aquel tiempo), y blasfemias.

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de su propia vida que la batalla es intensa e incluso puede ser cruel, ya que la educación pone en
movimiento fuerzas, palabras y conductas que muchas veces están “más allá del bien y del mal”.
Finalmente, el cuerpo social al que Sade se dirige permanece ajeno a sus palabras; sus obras
literarias y su vida personal no resultan suficientes para acabar con los resabios culturales del Antiguo
Régimen aún después de 1789. Empero, hoy nos es preciso recoger el significado del perseverante
cuerpo del Marqués, haciendo frente incansablemente a las sucesivas exclusiones que pretenden
hacerlo recapacitar, librando, a pesar de los encierros, su solitaria batalla desde las húmedas celdas de la
Bastilla y el ambiente insano de Charenton, lugares-símbolos a través de los cuales nos confirma que la
resistencia del cuerpo individual también es posible frente a los escarnios del poder.

Guillermo Andrés Vega


Estudiante de la Lic. en Filosofía
DNI Nº 26.526.095
gui_vega@Argentina.com

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