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Causas de quiebra de Colo – Colo

En 1994, Peter Dragicevic volvía a ser presidente del club de sus amores con un 70% de los
votos, en una elección marcada por una fuerte publicidad, debates televisivos entre los
dos candidatos y una inédita cantidad de votantes (60.000 colocolinos aproximadamente).
Recibía a Colo Colo sin un peso y con una millonaria deuda. Para algunos, el error de
Menichetti había sido no vender jugadores después de obtener la Copa Libertadores, para
evitar así el riesgo por el desgaste que inevitablemente irían sufriendo. Para Dragicevic, el
error era otro: las prácticas fraudulentas y los manejos desordenados de las platas habían
generado la crisis, y por eso no dudó en denunciar públicamente los manejos económicos
y administrativos de Menichetti. Obsesionado con igualar los buenos resultados
deportivos de su antecesor y, pese a que denunció que había recibido el club con una
deuda de US$ 8 millones, Dragicevic, luego de haber despedido a todos los que habían
apoyado a Menichetti, iniciaba la temporada con una desmedida inversión en jugadores,
que haría desembolsar al club una descontextualizada cantidad, cercana a los US$ 3
millones. Entre 1995 y 1998, el club funcionaría casi exclusivamente girando a cuenta de
los ingresos que, según su timonel, llegarían por futuros títulos. Su manejo político le
permitía disfrazar la crisis, anunciando en aquel período proyectos, como el mítico “Súper
estadio”, que no serían más que voladores de luces. El déficit económico a fines de 1998
era de tal magnitud que la crisis ya no se podía seguir escondiendo, haciéndose evidente
durante los últimos dos años de su mandato. La situación se hacía insostenible: los
trabajadores del club amenazaban con una huelga por tener sus sueldos impagos, la FIFA
impedía al club realizar cualquier tipo de transferencias y, para colmo, el estadio
Monumental se quedaba sin agua, luz ni teléfono por falta de pago. En la cancha, la
situación era muy distinta, lo que nuevamente dejaba en un segundo plano la crisis
institucional. El eterno campeón lograba el segundo tricampeonato de su historia al
obtener los títulos de los años ‘96, ‘97 y ‘98. A lo anterior, hay que agregar que por esos
años el país vivía las clasificatorias para el Mundial de Francia ‘98, lo que daba mayor
atractivo a la competencia local producto de la efervescencia social que implicaba la
posibilidad de ir a un mundial después de dieciséis años. Por esto, pese a que rondaba el
fantasma de la quiebra, no fue posible llevar a cabo una reforma de la administración, y la
idea de fiscalizar la actividad quedó archivada. Los títulos conseguidos bajo este segundo
período de Dragicevic cegaban a los colocolinos, quienes no veían la necesidad de un
cambio.

Acciones del Síndico

En el año 2000 se vivía al interior del club una situación económica y políticamente caótica. Venían
tiempos de elecciones internas y Dragicevic se mostraba reacio a abandonar la dirigencia: “Hoy no
puedo darme el lujo de partir, por mucho que sea una actividad que me ha provocado un gran
desgaste y que no me deja ninguna ganancia económica, porque son cargos honoríficos. Tal vez
ese lujo me lo podré dar cuando la situación esté un poco más normalizada.”, comentaba a El
Mercurio2 el toqui albo en aquel entonces. Para aquellas elecciones, volvió a aparecer en escena
Menichetti, además de Raimundo Labarca, una nueva cara que buscaba provocar cambios
profundos en la forma de administrar el club. “Fueron momentos muy complicados. Dragicevic
ganó las elecciones, pero él propuso crear un directorio de consenso con las tres corrientes. Pero
éstas nunca congeniaron, teníamos proyectos muy distintos (...) Cuando tuvimos que armar el
plantel del año siguiente y no había ni un peso, la cosa colapsó. Fue en ese momento en que todos
pensamos retirarnos, pero Peter fue súper vivo y logró que nos hundiéramos todos juntos en este
barco.”, recuerda Luis Baquedano, Vicepresidente de aquella directiva. Para él, este directorio no
buscaba consenso entre sus partes, sino acallar las críticas internas que estaban desangrando al
club. Los albos debían enfrentar cada mes un desajuste monetario que llegaba a alcanzar los 80
millones de pesos. A eso, la dirigencia debía sumar la inevitable realidad de tener que asumir una
deuda histórica que superaba los US$ 25 millones. La situación se tornaba aún más complicada: la
planilla de sueldos que alcanzaba los 125 millones de pesos y todos los gastos operacionales
debían ser cubiertos por prestamistas, lo que ya había comprometido los ingresos del club hasta el
año 2003. Así, por ejemplo, Colo Colo tenía factorizado todo el merchandising y la gran mayoría de
los dineros anuales que la ANFP le entregaba por los derechos de televisión. Cuando Dragicevic se
enteró que la quiebra era inminente, trató de hacer todo lo que estaba a su alcance para librar a
los albos de esta situación; intentó lograr un acuerdo extrajudicial con su principal acreedor e,
incluso, habría puesto de su propio bolsillo 59 millones de pesos para terminar con el problema,
evitando que la justicia siguiera adelante con el proceso. Pero todo eso de nada sirvió. El 23 de
enero de 2002 la historia de Colo Colo cambiaría para siempre. Ese día la jueza Helga Marchant
decretó la quiebra del club por letras protestadas que sumaban 59 millones de pesos. El abogado
Juan Carlos Saffie fue el síndico designado por la justicia para administrar al cacique y Carlos
Ruitort, luego de encabezar durante dos años la oposición al renunciado Peter Dragicevic, fue
nombrado presidente del directorio de la Corporación, cargo más bien simbólico a esas alturas.
La bancarrota que afectó a Colo Colo puso sobre el tapete un tema hasta el momento “olvidado”
por los que comandaban al club: las corporaciones sin fines de lucro debían responder como
cualquiera otra a las obligaciones contraídas, y no significaba precisamente que no debiesen ser
rentables. En el caso de los albos, era fundamental transparentar y fiscalizar los gastos e ingresos,
porque hasta ese momento no existían cuentas corrientes ni libros de contabilidad. Así, se
empezaba a derrumbar el viejo estilo de administración de los clubes nacionales, basado en la
práctica del tener y gastar indiscriminadamente. Al declararse la quiebra, la sindicatura era la
encargada de velar por el destino del club. Su primera tarea consistió en ordenar el ámbito
administrativo y financiero. La inexistencia de libros de contabilidad demostraba que la situación
era aún más compleja que lo imaginado en un comienzo, lo cual obligó al síndico a tomar medidas
más extremas para sanear la situación.

Consecuencias de la quiebra.

Todo parecía marchar bien. Se había conformado una ordenada estructura para hacerse cargo de
la nueva etapa que iniciaba el club. Sin embargo, esto mismo era criticado por algunos sectores
albos. Las nuevas contrataciones estaban muy lejos de los sueños de la familia colocolina, la que,
tras enterarse de los 32 millones de dólares recaudados por la venta de acciones, esperaba más
que lo que se veía: una docena de profesionales que no estarían en la cancha misma y la
adquisición de sólo cinco futbolistas, ninguno de gran trayectoria. Este sería uno de los primeros
antecedentes de la conflictiva relación que se daría entre BN y la Corporación. Guzmán recuerda lo
difícil que fue en un comienzo conciliar los diferentes estilos. “La idea de nosotros era poner en
marcha una sociedad anónima tradicional, recogiendo lo mejor de la Corporación. Necesitábamos
de ellos el know how del fútbol.” Para los directores de BN no sería fácil la relación con Jozic. El
que había sido la carta de éxito en un comienzo, se volvía un obstáculo que dificultaba cada vez
más el trabajo de Garcelon, pues el croata no se acomodaba a este nuevo estilo de administrar la
actividad, y mucho menos, a ser un empleado más dentro de esta nueva forma de manejar un club
deportivo.

En el plano financiero, los cambios fueron notorios. Atrás quedaban las “cajas chicas” y los gastos
no rendidos. Con BN, Colo Colo empezó a rendir cuentas a la Superintendencia de Valores y
Seguros a través de las FECU, por lo que todos los movimientos monetarios deb- ían ser
declarados. Con esto, se terminaba la antigua práctica de ofrecer premios a los jugadores durante
los partidos, incluso sin tener un respaldo presupuestario. “Era común que los dirigentes bajaran al
camarín en el entretiempo y les ofreciera unas lucas a los jugadores si ganaban el partido”,
recuerda Baquedano. Desde este momento, los premios serían pactados con antelación, lo que en
si mismo ya era una negociación difícil, pero ahora avalados por un presupuesto que los
respaldaba.

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