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¿Y si lo nuevo ya quedó viejo?

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April 30, 2018

Los que hemos sido parte de alguna revolución cultural, sabemos que no podemos ni
queremos volver atrás. Yo lo viví. Fui partícipe y testigo de una revolución en mi iglesia. En el
año ’92, me vestía de traje y corbata y tocaba himnos en el teclado. Eso no tiene nada de
malo en sí; es casi una cuestión cosmética. El tema es que nos dimos cuenta de que, si
queríamos ser relevantes en el lugar y el tiempo en que estábamos, y alcanzar con el
evangelio a la gente que pretendíamos llegar, era necesario cambiar, y mucho. Y allí comenzó
un largo y, por momentos, doloroso camino hacia lo que creíamos que era correcto. No
involucraba solo la vestimenta y el repertorio. Era un planteo completamente distinto de cómo
ser iglesia, hacia afuera y hacia adentro.

Con el tiempo, aprendí que mucha gente fue participe de algún tipo de fuerte cambio cultural-
ministerial, en los últimos 50 años. Hubo quienes revolucionaron la forma de adorar
congregacionalmente. Hubo quienes echaron por tierra la homilética tradicional (titulo, gran
proposición, pregunta, y tres o cuatro puntos, cada uno con una ilustración y si quieres que
sea inspirado, que empiecen todos con la misma letra) para predicar mensajes con otra

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impronta, más bien conversacionales que magistrales, y hasta cometiendo el sacrilegio de
tirar un pequeño chiste de vez en cuando. Hubo quienes revolucionaron el lugar que se le
daba a los niños en la iglesia. Otros apasionados que pensaron en que los adolescentes y
jóvenes eran el presente, y no solo el futuro de la iglesia, y que lo que pasaba los sábados,
podía ser algo distinto a lo mismo que pasaba el domingo.

Pero todos, sin excepción, corremos el mismo riesgo: llegar a acostumbrarnos tanto a las
transformaciones conseguidas, que nos quedemos de nuevo estancados, y vengamos a ser
nosotros mismos los que obstaculicemos la futura revolución.

“Continuidad de los Parques” es un cuento de Cortázar (nombre del café de la esquina donde
desayuno) que ilustra muy bien el punto en el que quiero hacer énfasis. De hecho es cortito y
efectivo, como todo buen cuento debiera. Googléalo ahora y después sigue leyendo.

Cuando todo termina de nuevo en el principio. Cuando la historia es cíclica.

Los líderes debemos cuidarnos de este peligro. ¿Has hecho un cambio? te felicito. Eres parte
de algo nuevo, lo entendiste, había que renovarse. Genial. Ahora lo interesante es que “lo de
siempre” alguna vez funcionó. Es más: “lo de siempre” alguna vez se hizo por primera vez y
seguramente porque quienes lo hicieron estaban hartos de “lo de siempre” de aquel entonces.
¡Como tú! Pero en algún momento, con el tiempo, se acostumbraron a lo nuevo, que ya no
era tan nuevo, y se acomodaron en ese sillón. Y su gran revolución, su gran cambio, se
convirtió en la nueva normalidad. No solo eso, les enseñaron (queriendo o sin querer
queriendo) a los demás que esa es la mejor y quizá la única forma de hacer las cosas.

El peligro entonces es este: hay que cuidarse de volverse un tradicionalista de tu propia


revolución. Lee esta frase de nuevo por favor.

Tienes que saber esto: esa camisa tan cool que te compraste para predicar, quizá ya no sea
lo que se use en unos años. Ese estilo de música que te voló la cabeza, a tus hijos solo les va
a parecer un estilo vintage. Y tendrás ganas de decir: “pero eso que hacen ahora no es
música, música era la nuestra”. ¿Acaso no es exactamente eso lo que escuchabas antes de
tus mayores? ¿Tu ministerio tiene Facebook? Buenísimo. El tema es que ya hoy, los
adolescentes casi no lo usan más.

Nunca dejes de cambiar. Nunca dejes de evaluar y preguntarte qué no funciona más, y
cámbialo. Lo que alguna vez te funcionó, puede ser una barrera para el siguiente paso. No te
conviertas en lo que alguna vez tanto cuestionaste.

¿Crees que este recurso es útil para tu ministerio? Deja tus comentarios

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