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HORA

S ANTA

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.

Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.


Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.

 Se lee el texto bíblico:

L
ectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 3, 8-19
Hermanos: A mí, el más insignificante de todo el pueblo santo. se me ha
dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo;
e iluminar la realización del misterio, escondido desde el principio de los
siglos en Dios, creador de todo. Así, mediante la Iglesia, los Principados y
Potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios; según el
designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro, por quien tenemos libre y
confiado acceso a Dios por la fe en Él. Por eso doblo las rodillas ante el Padre, de
quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los
tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu: robusteceros en lo
profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el
amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento y así, con todo el pueblo de Dios, lograréis
abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende
toda filosofía: el amor cristiano. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la Plenitud
total de Dios.
*
EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Cor meum ibi cunctis diebus
“Mi corazón estará allí todos los días” (1Re 9, 3)

Deseaba san Pablo que los habitantes de Éfeso conocieran, por la


gracia de Dios Padre, de quien procede todo don, la incomparable ciencia
de la caridad de Jesucristo para con el hombre. Nada podría desearles más
santo, más hermoso ni más importante. Conocer el amor de Jesucristo y
estar llenos de Él es el reino de Dios en el hombre. Estos son precisamente
los frutos de la devoción al sagrado Corazón de Jesús, que vive y nos ama
en el santísimo Sacramento.
Esta devoción es el culto supremo del amor. Es el alma y el centro de
toda la religión, porque la religión no es otra cosa que la ley, la virtud y la
perfección del amor, y el sagrado corazón de Jesús contiene la gracia y es el
modelo y la vida de este amor. Estudiemos tal amor delante de ese foco en
el cual está ardiendo por nosotros.
La devoción al sagrado Corazón tiene doble objeto: se propone, en
primer lugar, honrar, por medio de la adoración y del culto público, el
corazón de carne de Jesucristo y, en segundo lugar, tiende a honrar aquel
amor infinito que nos ha tenido desde su creación y que todavía está
consumiéndole por nosotros en el Sacramento de nuestros altares

I.- De todos los órganos del cuerpo humano el corazón es el más noble.
Se halla colocado en medio del cuerpo como un rey en medio de sus
estados. Está rodeado de los miembros más principales, que son como sus
ministros y oficiales; él los mueve y les imprime actividad, comunicándoles
el calor vital que en él hay acumulado y reservado. Es la fuente de donde
emana la sangre por todas las partes del organismo, regándolas y
refrescándolas. Esta sangre, debilitada por la pérdida de principios vitales,
vuelve desde las extremidades al corazón para renovar su calor y recobrar
nuevos elementos de vida.
Lo que es verdad, tratándose del corazón humano en general, lo es
también verdad tratándose del corazón de Jesús. Es la parte más noble del
cuerpo del hombre-Dios unido hipostáticamente al Verbo, por lo cual
merece el culto supremo de adoración que se debe a Dios solo. Es necesario
notar que en nuestra veneración no debemos separar el corazón de Jesús de
la divinidad del hombre-Dios; está unido a la divinidad por indisolubles
lazos, y el culto que tributamos al Corazón no termina en él, sino que pasa a
la persona adorable que le posee y a la cual está unido para siempre.
De aquí se sigue que pueden dirigirse a este Corazón divino las
oraciones, los homenajes y las adoraciones que dirigimos al mismo Dios.
Están equivocados todos aquéllos que al oír estas palabras: Corazón de
Jesús, piensan únicamente en este órgano material, considerando el corazón
de Jesús como un miembro sin vida y sin amor, poco más o menos como se
haría tratándose de una santa reliquia; se equivocan también aquellos que
juzgan que esta devoción divide la persona de Jesucristo, restringiendo al
corazón sólo el culto que debe tributarse a toda la persona. Estos no se fijan
en que, al honrar el corazón de Jesús, no suprimimos lo restante del
compuesto divino del hombre-Dios, ya que al honrar a su Corazón lo que en
realidad pretendemos es celebrar todas las acciones..., la vida entera de
Jesucristo, que no es otra cosa que la difusión de su Corazón al exterior.
Así como en el sol se forman y de él dimanan los rayos ardientes que
fertilizan la tierra y comunican mayor vigor a todo lo que tiene vida, así
también parten del corazón esas dulces y vigorosas energías que llevan el
calor vital y la fuerza a todos los miembros del cuerpo. Si languidece el
corazón, todo el cuerpo languidece con él; si el corazón sufre, todos los
miembros sufren igualmente; en este caso, las funciones del cuerpo se
entorpecen y todo el organismo se para.
Por modo semejante la función del corazón de Jesús consistió en
vivificar, fortalecer y conservar todos los miembros del cuerpo de Jesús,
todos sus órganos y sentidos, mediante la acción continua que en ellos
ejercía; de tal modo que el corazón de Jesús fue el principio de las acciones,
afectos y virtudes de toda la vida del Verbo encarnado.
Como el corazón es el foco del amor, el sentir de los filósofos, y como
el móvil de toda la vida de Jesús fue el amor, de aquí que tengamos que
referir a su Corazón sacratísimo todos los misterios de la vida de Jesús y
todas sus virtudes. “Tan natural es al fuego el quemar como al corazón el
amar –dice santo Tomás–, y como en el hombre es el órgano principal del
sentimiento, parece conveniente que el acto exigido por el primero de todos
los preceptos se haga sensible o se simbolice por medio del corazón”.
De la misma manera que los ojos ven y los oídos oyen, así también el
corazón ama; es el órgano de que se sirve el alma para manifestar los afectos
y el amor. En el lenguaje vulgar se confunden estos dos términos, y se
emplea la palabra corazón para significar el amor y viceversa. El corazón de
Jesús fue, por ende, el órgano de su amor; cooperó en la obra de su amor,
siendo el vehículo del mismo amor; experimentó todas las sensaciones de
amor que pueden conmover al corazón humano, con la diferencia de que,
amando el alma de Jesucristo con un amor incomparable e infinito, su
corazón es una hoguera inmensa de amor de Dios y de los hombres, y de
esta hoguera salen de continuo las llamas más ardientes y más puras del
amor divino. Esas llamas le abrasaron desde el primer instante de su
concepción hasta el último suspiro de su vida y después de la resurrección
no han cesado ni cesarán, jamás de abrasarle. El corazón de Jesús ha latido y
late cada día con innumerables actos de amor, cada uno de los cuales da
más gloria a Dios que la que pueden darle todos los actos de amor de los
ángeles y de los santos. Por consiguiente, entre todas las criaturas
corporales es la que más contribuye a la gloria del creador y la que más
merece el culto y el amor de los ángeles y de los hombres.
Todo lo que pertenece a la persona del Hijo de Dios es infinitamente
digno de veneración. La menor parte de su cuerpo, la más ligera gota de su
sangre, merece la adoración del cielo y de la tierra. Las cosas más viles se
hacen dignas de veneración merced al contacto de su carne, como sucede
con la cruz, con los clavos, con las espinas, con la esponja, con la lanza y con
todos los instrumentos de su suplicio; ¿cuánta más veneración no se le
deberá a su Corazón, cuya excelencia es tanto más notable cuanto más
nobles son las funciones que ejerce y más perfectos los sentimientos que
manifiesta y acciones que inspira? Porque no hay que perder de vista que si
Jesucristo nació en un establo, si vivió pobre en Nazaret y murió por
nosotros, a su Corazón lo debemos. En este santuario se formaron todas las
resoluciones heroicas y todos los divinos propósitos que llevó a la práctica
durante su vida. Su Corazón debe, por tanto, ser honrado no menos que el
pesebre, en el cual mira el alma fiel a Jesús cuando viene al mundo pobre y
abandonado; como debe también ser honrada la cátedra desde la cual Jesús
nos intima aquel amoroso mandato: “Aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón”; como debe serlo la cruz en que el alma le ve expirar;
como se debe honrar el sepulcro de donde salió glorioso e inmortal y el
evangelio eterno, que enseña al hombre a imitar todas las virtudes de que
Jesús es acabado modelo.
El alma devota del sagrado corazón de Jesús se ejercitará muy
especialmente en actos de amor divino, puesto que este corazón es ante
todo el asiento y el símbolo de ese amor; y como el santísimo Sacramento es
la prenda sensible y permanente del amor, en la Eucaristía el alma
encontrará al corazón de Jesús, y de este corazón eucarístico aprenderá a
amar.

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