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JOSEP MARIA LOPERENA

EL ABUSO
DEL PODER
CRÓNICA DE SACADINEROS,
POLITICONES Y OTROS FANTOCHES
DE LO INMORAL

Segunda parte de
EL PODER DESNUDO
El abuso del poder.
Crónica de sacadineros, politicones y otros fantoches de lo inmoral

Primera edición: mayo de 2013

© Josep Maria Loperena

© De esta edición:
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ISBN: 978-84-9921-392-7
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Diseño y producción: Ediciones Octaedro

Fotografía cubierta: © Manel Armengol, VEGAP, Barcelona, 2013


Procedencia de la imagen: Banco de Imágenes, VEGAP.

Impresión: Liberdúplex S.L.

Impreso en España – Printed in Spain


A MODO DE INTRODUCCIÓN

Este libro concluye la bilogía que inicié con El poder desnu-


do, un análisis de la explotación del hombre por el hombre
y la investigación de sus clases y razón de ser. En aquella
primera parte analicé las fuerzas políticas que, a través del
dominio institucional, controlan al ser humano –estadistas
representativos del poder político: absoluto, robado, legíti-
mo o, en ocasiones, cedido–, y me referí al constante litigio
de las dos tesis reduccionistas de las naciones: la de la lucha de
clases y la del pluralismo político. Un contencioso provocado
por la desigualdad humana derivada del abuso del poder y
amparado en leyes absolutamente injustas que, sin duda algu-
na, aún permanecen vigentes en las naciones más civilizadas
del planeta.
En aquel volumen inicial presenté, en primer lugar, a «los
trepas», personajillos faltos de honra y de vergüenza que, sir-
viéndose de la política, utilizan toda clase de ardides y enga-
ños para conseguir dinero, gloria, fama o poder. También des-
cubrí a los pícaros que, generalmente, utilizan trampas para
engañar a los políticos de buena fe, y estafar al pueblo. Unos
y otros pretenden lo mismo: ascender hacia el poder sin im-
portarles cómo. Seguidamente desarrollé las distintas especies
del poder político e institucional que se fueron alternando du-
rante el sórdido y lastimoso periodo borbónico interrumpido
por dos Repúblicas erradicadas por la reacción y el fascismo,
y una dictadura, marcada primero por el genocidio franquis-
ta, y después por la represión, el hambre, el miedo, la cárcel o

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los fusilamientos que la ciudadanía tuvo que soportar durante
cuarenta años de presunta paz.
En este segundo y último libro concreto el examen del resto
de las modalidades del poder fáctico –totalitarismo, Iglesia, di-
nero, mafia, prensa, justicia y Estado– y, como no podía ser de
otra forma, analizo las persecuciones, extorsiones y destruc-
ciones que esos fascismos causan a sus víctimas. De la lectura
de El poder desnudo se desprende claramente que la subsisten-
cia del poder se fundamenta en el miedo. Mediante el ascenso
del capitalismo del desastre derivado de la doctrina del shock
de Milton Friedman, los políticos han convertido a los ciuda-
danos en siervos porque el miedo que ocupa sus cerebros que-
branta la inteligencia, genera pánico y paraliza la disidencia.
Si una de las estrategias de Friedman y sus acólitos es esperar
la llegada de una crisis o una gran conmoción social para ven-
der piezas del Estado –colegios, hospitales, universidades…– a
empresas privadas mientras los ciudadanos se recuperan del
shock, es evidente que la política de Mariano Rajoy, dirigida
por Angela Merkel, o por la troika, responde a esa doctrina.
Tras el desastre del capitalismo rapaz en España, el miedo ini-
cial ha dejado paso a la ansiedad porque cuanto más totalita-
rio es el poder más priva al hombre de libertad.
Entonces aparece el temor. Friedman se percató de que
solo una crisis –real, imaginaria o provocada– produce cam-
bios reales. Cuando esa crisis se produce, las decisiones que se
adoptan –reformas laborales, tijeretazos a bienes del Estado
de bienestar, subida de impuestos, recortes en las pensiones y
salarios, tasas judiciales, etcétera– dependen de las ideas de los
que controlan el poder económico de la región, en nuestro caso
la UE. Por ello, nuestra función básica ha de consistir en crear
alternativas a las políticas existentes ya baldías para erradicar-
las, porque, mantenerlas vivas, las convertiría en inevitables.
Al final de la bilogía propongo como alternativa la implan-
tación de una democracia real, hoy inexistente en España, que
debe comenzar por la concienciación del pueblo para cambiar
el sistema vigente que no funciona, erradicar el reparto arbitra-
rio del trabajo, reformar la Constitución y, consecuentemen-
te, la ley electoral, reinstaurar la fórmula de los legisladores
por sorteo hasta lograr reimplantar la República, y concluir
instaurando la independencia de Euskadi y Catalunya si sus
ciudadanos la reclaman. Será entonces cuando los nuevos de-

6 EL ABUSO DEL PODER


mócratas entregarán el poder a los representantes legítimos de
aquellos flamantes Estados de la UE.
En la redacción de El abuso del poder he utilizado, al igual
que en el primer libro de la bilogía, frases populares, voca-
blos llanos, expresiones simples y un lenguaje directo, ameno
y de fácil comprensión para el lector. Por fortuna, de un tiem-
po a esta parte, nuestra sociedad literaria vive la claridad no
como una simple forma de comunicación verbal sino como un
vehícu­lo de aplicación a todos los lenguajes. Esta es la razón
por la que intento transmitir mis ideas en un idioma profano
sin ningún tipo de culturalismo, un idioma que, si en un princi-
pio fue sociopolítico, se ha transformado en el actual. El inicio
de este cambio se produjo cuando los grandes escritores de la
Humanidad se dieron cuenta de que la lógica de la palabra lla-
na era el instrumento de comunicación universal más poderoso
y claro de cuantos se inventaron a través del tiempo y, conse-
cuentemente, rechazaron las formas culteranas. Redactado así
el original, sin ningún tipo de afectación ni gongorismo, le será
más fácil al lector conocer las cotas del poder y los daños que
irroga a sus cautivos. En suma: podrá reflexionar libremente
sobre el futuro de la Humanidad y será capaz de combatir con
la palabra la tiranía de los imperios ilegítimos que vulneran la
democracia y la libertad.
Porque, para mí, tal como proclamé en mi libro anterior, la
libertad continúa siendo la ley suprema, una ley que únicamen-
te puede ser derogada por una libertad mayor.

introducción 7
PRIMER LIBRO
LOS QUE MANDAN

BARATAU Y LOS EXPLOTADOS


Los que no han leído El poder desnudo no conocen a mi
amigo Antonio Baratau, en realidad Antoine Barateau. Lo
conocí de niño, en el colegio de los Escolapios de la calle
Diputación de Barcelona, cuando era considerado el último
de la clase y despreciado por todos los chicos de mi curso. Si
algún profesor le hacía una pregunta banal para justificar su
presencia en el aula, como, por ejemplo:
–Baratau, ¿cuál es la capital de Francia?
Baratau, preguntaba a su vez por toda respuesta:
–¿La capital de qué?
La réplica del maestro –fuera quien fuere, escolapio o se-
glar– siempre era la misma:
–¡Descansa, Baratau, descansa!
Y Baratau se tumbaba en su banco y se ponía a roncar.
Pero Baratau no tenía ni un pelo de tonto. Durante toda su
existencia fue un verdadero crack en todos los sentidos. Des-
cubrí que mi amigo poseía una inteligencia excepcional el día
en que, durante la clase de Formación del Espíritu Nacional,
el camarada Martínez, un falangista uniformado con camisa
azul y calzones cortos, intentaba imbuirnos por enésima vez
los principios del Movimiento Nacional –concretamente aquel
tan disparatado que nunca comprendí: «la comunidad nacional
se funda en el hombre, como portador de valores eternos…».
Fue entonces cuando oí la frase proscrita por el Régimen que,
muchos años después, supe que era de Karl Marx:

9
–¡Anda ya, boceras! La comunidad nacional se funda en la
explotación del hombre por el hombre.
Había sido Baratau, el último de la clase, quien, recostado
en su banco, preso del estado de somnolencia que le caracte-
rizaba cuando daban clase de Falange, la profirió sin inmu-
tarse. Baratau dormía siempre como un ceporro en el último
banco del aula cuando las asignaturas que imponían nuestros
profesores no le interesaban. Según decían los padres escola-
pios era un chico con problemas que dormía a todas horas.
Nada más lejos de la realidad. Pero el padre Serramià, que lo
consideraba un tonto de capirote, lo colocó en un banco de
la última fila porque le ponía muy nervioso tenerlo cerca. El
día de la clase de Falange, por suerte para él, nadie entendió
el significado de aquella expresión tan rimbombante, ni si-
quiera el grotesco fascista de la camisa azul quien, preso de
su fervor patriótico, siguió con su perorata franquista entre el
regocijo de sus alumnos.
–¡Baratau! –interpeló el profesor al interfecto–. ¿Tienes el
Fuero de los Españoles? Pues bien, coge un lápiz y un cua-
derno y sal al patio. Te pones cómodo y me copias los diez
primeros artículos. Hasta que no los hayas escrito sin faltas de
ortografía no podrás irte a casa con tus compañeros.
Así conocí a Baratau. A él y a su actitud de constante re-
beldía contra todo y contra todos los que practicaban el abuso
de poder, la sinrazón o la injusticia. Lo hacía con las palabras
que fluían de sus labios en los momentos oportunos escudadas
en una ironía y un extraordinario saber que, la mayoría de las
veces, superaba el de nuestros profesores, la mayoría escola-
pios con escasos conocimientos pedagógicos. Era hijo único.
Vivía con sus padres en una casa del Paseo de Gracia, muy
cerca del colegio. Era un piso muy grande al que había subi-
do para jugar con él hasta el día en que se produjo la trage-
dia. Sus padres murieron en un extraño accidente de carretera
cuando se dirigían en coche a Zaragoza. Las causas nunca
fueron esclarecidas.
Recuerdo perfectamente el día del entierro en el cementerio
viejo de Barcelona. Papá, al verme tan afectado por el drama
de mi amigo, me acompañó al sepelio. La comitiva, presidi-
da por un cura, Baratau y su abuelo, que se había desplazado
desde París para compensar su dolor, la formaban unas veinte
personas, la mayoría compañeros del colegio vigilados por el

10 EL ABUSO DEL PODER


padre Serramià, un par de «rojos» y algún masón. Este último
detalle lo deduje años más tarde cuando descubrí, a medias,
el posible motivo del accidente. No hubo velorio ni mujerucas
lloronas. El azul del cielo de aquella tarde de invierno parecía
disentir de ceremonias de muerte, de bonetes y sotanas, de re-
dobles de difuntos, de féretros tan negros como el betún. Su
brillo atornasolado invitaba a festejar la vida. Me percaté en-
tonces de que Baratau no había derramado ni una sola lágrima
durante toda la ceremonia. Solo lo hizo una vez. Fue cuando
cubrieron con tierra los dos ataúdes y el cura pronunció el úl-
timo responso. Después se disolvió el cortejo fúnebre. Cuando
llegué a casa me sentí tan solo y desdichado que me encerré en
mi cuarto. Allí lloré mucho y en silencio hasta que inferí que se
me rompía el alma.
Al cabo de un tiempo, el abuelo de Baratau se lo llevó a
París. Yo me quedé en Barcelona sin apenas amigos. Cuando
terminé el bachillerato cursé la carrera de derecho en la Uni-
versidad hasta que llegó un día en que dejé de quemarme las
pestañas empollando leyes y sentencias y salí por la puerta
grande con un diploma en la mano. Fueron unos años en que
todo escaseaba o, más bien, era inasequible, una época de re-
beldía contra la pobreza cultural. Tuve la suerte –pensé–, de
ser uno de los elegidos por el destino, porque eran muchos los
que nada sabían de los libros, las películas, o las obras teatrales
que se estrenaban en Europa y que, cuanto menos yo, había
logrado descubrir gracias a Baratau, que me las hacía llegar
desde Francia. Aquí, vivíamos aislados por completo del mun-
do civilizado porque así lo había dispuesto el Dictador. La cen-
sura prohibía sistemáticamente todo aquello que olía a Sena, se
asemejaba a Moscú, o simplemente procedía de países demo-
cráticos. Gracias a Barateau leí algunas novelas, sin orden ni
concierto, como La piel, de Malaparte, a un millón de años luz
de La nausea, de Sartre o el Trópico de Capricornio, de Miller
y descubrí a Brecht, a O’Neil y a Camus. Aprendí a escribir
con un estilo barroco inaguantable, repleto de metáforas para
burlar la censura mientras escuchaba, como música de fondo,
las dulzonas canciones de Antonio Machín que tanto aborrecí.
Barateau tuvo más suerte. Pasó sus años mozos en Pa-
rís. Estudió en La Sorbona. Se doctoró en historia moderna
y consiguió, siendo muy joven, una cátedra en esa Universi-
dad. Gracias a él viví los primeros días del mayo francés, un

PRIMER LIBRO  LOS QUE MANDAN 11


movimiento popular muy parecido al 15-M, que cuestionaba
la autoridad falsamente legítima y las instituciones opresivas,
entre las que reside el poder, y reivindicaba una democracia
real. La última vez que Baratau vino a Barcelona fue en marzo
de 2012. Durante los días que estuvo en mi casa comentamos
el manuscrito de El poder desnudo, cuya temática ya cono-
cía puesto que fue él quien me indujo a escribirlo. Me sugirió
algunas correcciones y me propuso que añadiera una cita de
Vauban, el autor de Dîme Royale porque, según él, no queda-
ba claro en el libro que el hambre del pueblo que precedió a la
Revolución francesa fue la razón primera de la sublevación. El
marqués de Vauban publicó su libro en 1707. En él describe la
miseria del pueblo y reclama una revolución total en el sistema
de Gobierno.

El diez por ciento de la población vive de las limosnas, el cin-


cuenta por ciento es demasiado pobre para darlas mientras
que el treinta por ciento restante malvive a escondidas para
eludir sus deudas y procesos judiciales.

En aquella época no se percibían entre los pobres signos de


comunismo o de sedición, aunque sí de hambre. A nadie se le
iba a ocurrir cuestionar las leyes, causa primera de su sufri-
miento. Lo que apuntó Vauban lo desarrolló después el general
Catinat, un militar hugonote del ejército francés, que fue el pri-
mero en percibir que los poderes del Estado acabarían provo-
cando una revolución. «Francia –dijo– está podrida de la cabe-
za a los pies; debe dársele la vuelta por completo.» Escribo este
capítulo en el mes de mayo de 2012, un año después del inicio
del movimiento de los indignados, revisado, corregido y au-
mentado. Los planos y fotografías de la Puerta del Sol de Ma-
drid, la plaza de Catalunya de Barcelona o la del Ayuntamiento
de Valencia, pletóricas de ciudadanos (más de un millón si aña-
dimos las de Santiago de Compostela, París, Londres, Roma,
Girona, Lleida…) que reprodujeron gráficamente los grandes
periódicos y televisiones de todo el mundo, cuanto menos, de-
bieran haber alertado al Gobierno de Mariano Rajoy.
«Aunque por el momento es un movimiento pacífico puede
radicalizarse –pensé– cuando el pueblo, harto ya de recortes,
no pueda vivir dignamente y se agote su paciencia.» No vale
aplicar la equívoca frase: «como no esperan nada, no temen

12 EL ABUSO DEL PODER


nada», porque si la nación es despreciada y se convierte en la
burla de quienes ostentan el poder, cada uno de sus ciudada-
nos puede convertirse en revolucionario. Es bueno recordar
al vizconde Louis de Bonald –¡bendito sea Baratau!– que, en
cierta ocasión escribió un par de frases que pueden aplicarse
perfectamente a la España de aquellos días:

Las revoluciones tienen factores materiales inmediatos que sal-


tan a la vista del ojo menos atento. Pero en realidad estos no
constituyen más que la ocasión. Las causas reales, las causas
profundas y eficaces, son causas morales que las mentes estre-
chas y los hombres corruptos no comprenden. Pensáis que el
hambre o un déficit financiero fueron el principio de nuestra
revolución. Así es; pero si buscáis más profundamente encon-
trareis su auténtico origen en una merma de los principios del
orden social provocada por la represión.

Ahora vivimos en plena crisis del euro tras la ruptura de


la sociedad provocada por la socialdemocracia, primero, y el
neoliberalismo, después, dispuestas ambas con dardos envene-
nados como defensa de la indiferencia popular, eso que Rajoy
llamó «mayoría silenciosa». Por fortuna, como veremos más
tarde, el pueblo no se conformó y salió a la calle con la voz y la
palabra para evitar el fin de la democracia y exigir un cambio
político real. Se percató de la incompetencia de Mariano Rajoy
y de su mentora Angela Merkel para hacer prevalecer la políti-
ca frente a los mercados y reducir a los Estados mediterráneos
de la UE a simples proveedores de infraestructuras de servicios
sin garantías judiciales. Actualmente, los países miembros de
la UE, reprimen con dureza desproporcionada las moviliza-
ciones reivindicativas de un nuevo sistema (¡Democracia real
YA!) y replican contra una política de recortes totalmente des-
afortunada. Bajo una apariencia de liberalidad, Italia, Grecia,
Francia y España se están convirtiendo en Estados totalitarios.
La ciudadanía se ha hartado de votar cada cuatro años para
ejercer la soberanía y quiere nuevas prácticas políticas que au-
menten la participación del pueblo directamente en la política
a fin de que, entre otras muchas cosas, la sociedad no se disuel-
va –como ha empezado a ocurrir en Grecia– en un infinito in-
dividualista provocado por la lucha cotidiana a sangre y fuego
para subsistir.

PRIMER LIBRO  LOS QUE MANDAN 13


LOS TRES PODERES
La democracia moderna se fundamenta en la teoría de la indi-
visibilidad de los tres poderes –legislativo, ejecutivo y judicial–
que, desde los tiempos en que la inventó Montesquieu, se ha
convertido en una nueva utopía que se distingue de la demo-
cracia clásica, fundamentalmente, en el sistema de sortear a los
senadores. Lo mismo que ocurre ahora con los miembros de
los juicios con jurado. Pero respecto a la estructura del Estado
se trata de colocar en una imaginaria burbuja de cristal a los
que mandan, a los que dictan las leyes y a los que administran
la justicia por separado, aunque de forma compatible para no
estorbarse unos a otros, respetando en cualquier caso su in-
dependencia. Dentro de la burbuja deben campar sin tocarse,
aunque atentos y vigilantes al buen hacer de los demás. La di-
visión de poderes es la piedra angular del sistema de garantías
al dar origen a un conjunto de instituciones, entre ellas la pren-
sa –el cuarto poder– cuyas facultades se compensan entre sí
mediante la práctica de cheks and balances, aval del ejercicio
de los derechos individuales. El poder legislativo está reservado
a las Cortes; el poder ejecutivo, ya sea el central o el autonó-
mico, lo ostentan los Gobiernos y, por último, el poder judicial
es el que detentan los jueces para dictar sus sentencias sin de-
pender de nadie. En un Estado de derecho estos tres poderes
han de ser independientes, si bien han de coordinarse entre sí
de manera que cada uno de ellos pueda controlar y fiscalizar
a los otros sin salir de la burbuja para, de esta forma, evitar
abusos en cualquiera de los tres. Montesquieu lo razona así en
El espíritu de las leyes:

La experiencia nos ha enseñado que todo hombre investido de


poder abusa de él. No hay poder que no incite al abuso, a la
extralimitación. Para evitarlo solo existe una solución. Dispo-
ner las cosas de tal forma que de la misma derive una situación
en que «el poder detenga al poder».

Cuando los poderes legislativo y ejecutivo convergen en


una misma persona o corporación no hay libertad porque, tal
como se ha venido diciendo tradicionalmente, «es de temer que
el Gobierno promulgue leyes absolutistas, para ejecutarlas a su
antojo y en interés de su partido». De igual forma, tampoco
existe libertad cuando el poder judicial no está separado del le-

14 EL ABUSO DEL PODER


gislativo y del ejecutivo. Una corruptela que en la España pre-
suntamente democrática de Rajoy se viene arrastrando desde
los tiempos de Adolfo Suárez, Felipe González, Calvo Sotelo,
José María Aznar y Rodríguez Zapatero. Prueba de ello es la
fiscalización por parte del Gobierno de los altos organismos
que administran la justicia, como el Tribunal Constitucional,
o la controlan, como el Consejo Superior del Poder Judicial,
cuyos miembros son nombrados por los partidos mayorita-
rios. Es obvio que desde el momento en que se ejercite esta
práctica lesiva, que transforma el Tribunal de Garantías en un
servidor del Gobierno, sus miembros, por pura lógica, pierden
su autonomía. Los padres de la patria se olvidaron de Montes-
quieu quien advirtió en su día de los peligros que propiciaría
su fusión.

Todo estaría perdido si un hombre solo o una corporación


única de próceres, nobles o gentes del pueblo ejerciesen los tres
poderes a la vez y tuviesen la facultad de hacer las leyes, de
ejecutar las decisiones públicas y de juzgar los crímenes y con-
tiendas de los particulares.1

No debemos olvidar que la revolución liberal se produjo a


partir del desplazamiento del poder del monarca absoluto al
pueblo, entendido como un colectivo de ciudadanos, cuando se
le atribuyó la soberanía nacional. La Declaración de Virginia
proclamó en junio de 1770 que «todo poder está investido por
el pueblo», y la francesa de 1789 reiteró que «el principio de
toda soberanía reside esencialmente en la Nación». Es de ahí,
de la Nación, de donde deben emanar exclusivamente todos
los poderes del Estado, los cuales no se poseían directamente
sino por delegación, un principio en absoluto baladí que re-
cogió la Constitución francesa de 1791. Surgió entonces, por
vez primera, la triple imagen del poder: legislativo, ejecutivo
y judicial, la piedra angular del sistema de garantías –reite-
ro– que originó una serie de instituciones cuyas facultades se
compensaban entre sí y cuyo resultado fue la implantación de
las condiciones necesarias para hacer uso de los derechos indi-
viduales. Aun así, la división de poderes era un principio tra-
dicional anglosajón por lo que, en teoría, su inclusión en las

1. Montesquieu, De l’esprit des lois, cap. XI, 6.

PRIMER LIBRO  LOS QUE MANDAN 15


Declaraciones americanas no podía constituir una novedad.
Las constituciones de Virginia, Carolina del Norte, Georgia
y Massachusetts incorporaron a sus «Forms of Government»
la división de poderes en tanto que los legisladores de Pennsyl-
vania y Maryland, sin formularla expresamente, la aplicaron
como complemento de sus instituciones. El espíritu de Montes-
quieu permanecía vigente:

La garantía social no puede existir si no está establecida la


división de poderes, si sus límites no están fijados y si la res-
ponsabilidad de los funcionarios públicos no está asegurada.

Montesquieu era un noble, como lo eran paradójicamente


la mayoría de los precursores de la Revolución francesa. Se
llamaba Charles Louis de Secondat, marqués de Montesquieu.
Para unos era un personaje radical, humanitario y revolucio-
nario mientras que para otros era artificioso, crítico y conser-
vador. Se le ha ensalzado como precursor de Burke y de Ro-
bespierre. Hoy se le considera un iniciador del socialismo por
haber percibido la intrincada complejidad de los problemas
sociales. Juzguen ustedes mismos:

Un hombre no es pobre porque no posea nada, sino por estar


sin trabajo. El Estado debe dar a cada ciudadano la seguridad
de la subsistencia, la alimentación, un vestido conveniente y
un género de vida que no sea perjudicial a su salud. La riqueza
de un Estado supone una industria en gran escala. Con tales y
numerosas bifurcaciones de producción, es inevitable que haya
siempre algunos en quiebra y que los trabajadores padezcan
temporalmente necesidades. Siempre que esto suceda, el Esta-
do deberá procurarles ayuda inmediata, ya sea para evitar los
sufrimientos del pueblo, ya para frenar sus revueltas.

En El espíritu de las leyes, Montesquieu afirma que las ins-


tituciones humanas pueden y deben cambiar, que hay más de
un modo de ser civilizados, que las circunstancias producen
distintas mentalidades, que los distintos climas y tradiciones
requieren distintas formas de Gobierno, que las leyes de un
país han de estar relacionadas con las tradiciones de la nación
donde han de aplicarse y que la «naturaleza» y la «razón» no
siempre exigen las mismas leyes y las mismas reformas. Felipe

16 EL ABUSO DEL PODER


González distorsionó la doctrina de la separación de poderes
erradicando de la Constitución uno de sus artículos principa-
les. Lo hizo para ejercer el poder sin rebozo y sin medida. Tuvo
que llevar a cabo una reforma del poder judicial para contro-
lar a los jueces y poder ejercer sus funciones y ejecuciones sin
problemas. Los anteriores Gobiernos de la transición habían
respetado –con matices– la división de poderes. Felipe, con su
reforma, pudo ejercer el control parlamentario de la acción de
Gobierno que hasta entonces estaba en manos de las minorías.
Dejó sin efecto el artículo 66 de la Constitución y se cargó
de un plumazo los principios que garantizaban el ejercicio de-
mocrático. En una palabra, puso al ejecutivo por encima del
poder judicial. Debió pensar: al ser el Gobierno quien nombre
a los jueces, estos tendrán que cumplir estrictamente lo que
aquel les mande.
La prensa más cercana al PP, el entonces partido de la opo-
sición, reprobó la machada del presidente socialista. El Mundo
llegó a decir que «aquel día los padres fundadores del principio
democrático de la indivisibilidad de los tres poderes debieron
removerse en sus tumbas». Por una vez estaban en posesión
de la razón. Un nuevo despotismo presuntamente «democrá-
tico» iba a imperar en España. Se acabaron los jueces estrella,
los magistrados del Tribunal constitucional que enmendaban
la plana a las leyes, las sentencias contra el Estado que habi-
tualmente dictaban los jueces de lo contencioso del Supremo…
Eso pensaba González y, por ende, el rey. Ahora todo iba a ser
distinto. En teoría los dictámenes judiciales los haría el ejecuti-
vo al alimón con los juristas. Felipe podría gobernar tranquilo.
No solo había llevado a cabo lo que tanto inquietaba a Juan
Carlos sino que se había convertido en el brazo ejecutor de la
justicia. Pero como la ignorancia no siempre es la madre de
las tradiciones algunos periodistas, incluso de la derecha como
Justino Sinova, gritaron «¡fuera!» movidos por la indignación
ante aquella actuación tan cutre y trasnochada:

Si la invasión del Parlamento fue una consecuencia del triun-


fo electoral, la invasión de otro ámbito sagrado del sistema
democrático fue una operación urdida por el Ejecutivo. Con-
sistió en el control de la Justicia mediante la modificación del
sistema de los vocales de su órgano de Gobierno, el Consejo
General del Poder Judicial. Para ello, el Gobierno, con la ayu-

PRIMER LIBRO  LOS QUE MANDAN 17


da de su grupo parlamentario, realizó una reforma encubierta
del artículo 122 de la Constitución. A partir de entonces, la
mayoría política quedaba reflejada también en el Gobierno de
la Justicia, con todos los riesgos que entrañaba la politización
de esta irregularidad. Otro tribunal, el Constitucional, quedó
también teñido de influencia política, y en consecuencia emitió
algunas sentencias según sus planteamientos políticos. 2

Actualmente, en pleno siglo xxi, aún sufrimos las conse-


cuencias de aquella reforma antidemocrática y antinatural. El
recurso de inconstitucionalidad contra la mayoría de los artí-
culos del Estatut d’Autonomia de Catalunya que, entre otros,
formuló el PP ante el Constitucional, es un ejemplo craso de
cuanto les digo. Pasaron muchos años en que el pueblo catalán
hacía conjeturas sobre lo que iban a decir los magistrados de
aquel alto Tribunal a razón de la mayoría del número de sus
miembros, ya fueren los nombrados por el PP o por el PSOE.
De aquella mayoría dependería la revocación o no de una ley
aprobada por referéndum por todo el pueblo catalán, ratifica-
da por su Parlamento y autorizada con enmiendas por el Con-
greso de los Diputados del Estado español. España, vergonzo-
samente, se puso en contra de las Constituciones europeas, que
reproducían el principio de la división de poderes sin alterar el
modelo tripartito clásico, y adoptó el patrón del antiguo Soviet
Supremo de las URSS, que acumulaba el poder legislativo con
el ejecutivo y que autorizaba a este último a nombrar a los ma-
gistrados del Tribunal Supremo.
Mi intención al escribir estas páginas no es otra que la de
autentificar que no existen derechos sin garantías, ni garantías
sin Constitución. Todo ello partiendo de la base de que tam-
poco existe Constitución sin división de poderes y, si mucho
me apuran, ni división de poderes sin participación ciudadana.
Dicho de otra forma: no hay derechos individuales sin la vo-
luntad popular de defenderlos.
Si bien la parte dogmática de la Constitución de 1978 pare-
ce indicar que se fundamenta en el principio de la Separación
de Poderes para estructurar el modelo de Estado, al ser abolido

2.  Justino Sinova, editor de una historia de la democracia que publicó


en facículos El Mundo, a la sazón editado por Alfonso de Salas y dirigido
por Pedro J. Ramírez.

18 EL ABUSO DEL PODER


su artículo 66 por el presidente González no existe en la actua-
lidad un reconocimiento expreso en su redacción. Los princi-
pios fundamentales –igualdad, libertad, justicia y pluralismo
político– aparecen en su artículo 1º pero no el de división ex-
presa de los tres poderes. Su artº 9, si bien sanciona que…

La Constitución garantiza el principio de legalidad, la jerarquía


normativa, la publicidad de las normas, la irretroactividad de
las disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de
derechos individuales, la seguridad jurídica, la responsabilidad
y la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos.

… nada dice sobre la separación de poderes. Aun así el po-


der judicial no siempre depende del ejecutivo. El caso sobre la
legalización de Bildu así lo indica. Fueron seis los magistrados
que votaron a favor, lo que indujo a Esteban González Pons,
vicesecretario de Comunicación del PP, a pronunciar su famo-
so dislate: «con un buen sueldo y escolta es fácil decir que se
presente Batasuna y quedar como un demócrata mundial».

EL CIRCO ELECTORAL
A los que mandan los elige el pueblo a través de los votos de
sus ciudadanos. Una teoría falaz puesto que si analizamos las
formas, leyes y protocolos que determinan el proceso electoral
español llegaremos a conclusiones contradictorias. En países
democráticos como Estados Unidos esta alternativa es general.
Me refiero a que todos los cargos públicos se escogen mediante
sufragio universal. El artículo 2 de la Sección primera de la
Constitución de Estados Unidos, establece:

Cada Estado designará, en la forma que lo prescriba su Asam-


blea legislativa, un número de electores igual al número total
de senadores y representantes que le corresponda en el Con-
greso; pero no será nombrado elector ningún senador o repre-
sentante, ni persona alguna que ocupe un cargo de confianza
o retribuido bajo la autoridad de los Estados Unidos.

La sección cuarta de dicha Carta Magna establece el «Im-


peachment», el procedimiento para destituir a los altos cargos
del Gobierno y la justicia:

PRIMER LIBRO  LOS QUE MANDAN 19


El presidente, el vicepresidente y todos los funcionarios civiles
de Estados Unidos serán separados de sus puestos si son acu-
sados y declarados culpables de traición, cohecho y/u otros
delitos y faltas graves.

En España no ocurre lo mismo. Al jefe del Estado, es decir


«al sucesor de Franco a título de Rey», no se le eligió por su-
fragio universal ya que posee el poder absoluto. Tampoco se
le puede juzgar porque tiene total impunidad, es decir, puede
cometer cualquier delito y sin embargo no puede ser ni juzga-
do ni condenado. Los diputados y senadores de cada partido
se entresacan a través de los comicios. Si consiguen los votos
suficientes formarán parte del Parlamento y designarán al pre-
sidente del Gobierno. Por esta razón tan simple, es de suma
importancia para los partidos alcanzar el mayor número de
votos. Una vez investido, el presidente formará Gobierno nom-
brando a dedo a sus ministros y otros altos cargos públicos
de la Nación, un privilegio coincidente con el presidente de
Estados Unidos que puede nombrar ministros, embajadores,
cónsules y jueces del tribunal supremo «con el consejo y con-
sentimiento del Senado».
La gran virtud de la democracia es el sufragio universal.
Pero ojo, sus dos grandes fallos radican en aquello que enten-
demos como sistema electoral, unas prácticas de marketing en
las que «vale todo», y en la sinrazón de Estado que se produce
una vez el aspirante ha conseguido la soberanía popular. La
causa de este despropósito es muy simple: cuando el candidato
accede al poder tiene que anteponer sus propios intereses y los
de su partido al bien común, un postulado que nunca se produ-
ce. Solo la presión que ejerza el pueblo en su contra influirá o
modificará sus decisiones ante el miedo a perder el poder. Esta
frase, en absoluto original, la pronunció Bertrand Russell en
franca contradicción con la que siempre mantuvo Octavio Paz,
«ningún pueblo cree en su Gobierno. A lo sumo lo soporta».
Las campañas electorales se han convertido en circos de
tres pistas. Discursos, caricatos y cantantes, coloquios, visitas
a cárceles y mercados, verbenas populacheras, banquetes fa-
randuleros, bailes y exposiciones, exhibiciones populistas de
orquestas charangueras… Recuerdo la campaña de Landeli-
no Lavilla, candidato por la UCD en las segundas elecciones
generales de la transición. Lavillla era el Notario mayor del

20 EL ABUSO DEL PODER


Reino, un señor muy serio de esos a quienes no te imaginas
desmelenado bailando la conga en una boda. Pues bien, el ex-
travagante fedatario público recorrió media España dando mí-
tines con una orquesta y un conjunto de bailarinas que antes
de iniciar su arenga le acompañaban en un ridículo espectácu-
lo de revista, al estilo de los más cutres del Paralelo barcelonés.
Cantaba y bailaba como un diablo en medio del cachondeo
general. Después de aquel primer número a la manera de las
«mama-chichos», las modelos de la Tele 5 de Berlusconi, se po-
nía a sortear neveras que, graciosamente, le había cedido una
marca comercial a cambio de publicidad. Seguí la campaña de
Lavilla por televisión. Me lo pasé en grande. En cada mitin se
superaba a sí mismo cantando y bailando cumbias o guarachas
cada vez con mayor entusiasmo. Sus shows eran sorprendentes.
Tenía una coreógrafa que montaba los bailes de las chicas de
conjunto con pasos y movimientos impúdicos con un vestuario
de lo más lastimoso y descarado.
Landelino Lavilla no ganó las elecciones. Consiguió tan po-
cos votos que no obtuvo ni tan solo un escaño en el Parlamento.
Se vio obligado a volverse atrás reiniciando su antiguo oficio
de notario redactando testamentos, escrituras de compraven-
ta o hipotecas al por mayor. Sus clientes se sorprendían de la
sensatez y seriedad que ponía de manifiesto cuando actuaba de
fedatario público. Pensaban que era imposible que aquel señor
tan digno fuera el mismo que se desmelenaba bailando rodeado
de coristas en los mítines de la UCD que veían por televisión.
Lavilla copió el modelo americano entonces tan en boga –imi-
taba al clan Sinatra a lo pobre– pero le salió el tiro por la cula-
ta. Su imagen no correspondía al perfil que los electores tenían
predeterminado. Para mayor inri, Lavilla, que era de derechas,
hablaba en sus mítines de libertad e igualdad, de la abolición
del capitalismo y de sus supervivientes, y de la fusión de las
clases sociales. Sus directores de campaña debieron copiar lite-
ralmente sus discursos de algunos textos de Lenin o del propio
Stalin. Se equivocaron de medio a medio. Sus espectaculares
shows nada tenían que ver con lo que decía en sus alegatos.
Las campañas electorales americanas se basan en la publici-
dad. Venden al presidenciable como un producto más, al igual
que la Coca-Cola o la salsa Tabasco de Lousiana. A sus creati-
vos les da igual que el candidato sea conservador o progresista.
Lo importante para ellos es que el producto tenga carácter,

PRIMER LIBRO  LOS QUE MANDAN 21


estilo y originalidad, ya sea una persona de carne y hueso, una
lavadora o un refresco. La técnica, que es la misma que utili-
zan los creativos publicitarios para todo, solo tiene un objetivo:
vender ilusión engañando al comprador potencial del producto
como quien engaña a un niño haciéndole gastar sus cuatro pe-
rras en tabletas de chocolate con juguete incluido o en bebidas
de limón con cromo. De ahí viene «la niña de Rajoy» de las
elecciones de 1992, una metáfora que pretendió ser lúdica ade-
más de clarificadora y que, a los ojos de los electores, produjo
el efecto contrario del pretendido. Los españoles se la toma-
ron a cachondeo y fueron muchos los que se inventaron chistes
sobre el invento. Jesús Maraña, subdirector del desaparecido
diario Público en papel, divulgó en plena campaña electoral
un sugerente artículo del que extraigo los siguientes párrafos:

A los cuatro días de su nacimiento, la niña del alegato final de


Mariano Rajoy en su primer debate con Zapatero recibe mil
apodos, desde «Rajoydi» hasta «Esperanza» pasando por la
niña del exorcista. En el «cara a cara» entre Zapatero y Rajoy,
parece más adecuado el paralelismo con aquel terrorífico per-
sonaje interpretado por Linda Blair en El exorcista. De la pe-
lícula todos tenemos grabado en el disco duro de la memoria
la escena en que la niña Regan hace girar su cabeza como una
peonza al margen del resto del cuerpo, con los ojos inyectados
de sangre, brazos y piernas temblando espasmódicamente…
Vamos, un terror absoluto. Como absoluto fue el suspiro de
toda la sala cuando la niña se quedaba ya tranquila y cada
miembro del cuerpo regresaba a su posición natural. Así de
relajado quedarían los ciudadanos después de ver a Rajoy acu-
sando a Zapatero durante hora y media de todos los males que
en España han sido…

Maraña concluyó su artículo con una reflexión y un deseo.


Es evidente que no le quería ningún mal a la niña de Rajoy.

La mayoría de los ciudadanos vota, como proclama el PP, con


cabeza y corazón, y en los momentos más trascendentales que
hemos vivido en democracia la gente ha votado con todas sus
fuerzas, como sostiene el PSOE, y con toneladas de sentido co-
mún. La niña del exorcista puede dormir tranquila. Aún tiene
futuro.

22 EL ABUSO DEL PODER


Índice

A modo de introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

primer libro
LOS QUE MANDAN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Baratau y los explotados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Los tres poderes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
El circo electoral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Los poderes del presidente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
El engaño electoral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
La pesadilla del paro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Las mentiras de Rajoy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
El Estado del consumo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36
El rebote de los cien días . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40

segundo libro
LA PÉRDIDA DEL PODER . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
Adiós al Estado de bienestar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
La crisis del euro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
La debacle . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
Ajuste, rescate o intervención . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
La intervención . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
Sin autoridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
La hoja de ruta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
El rescate bancario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
Un otoño al rojo vivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
El segundo rescate . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74

379
Ataque al Congreso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Intervalo secesionista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
Catalunya contra España . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
Hacia la independencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93

tercer libro
LOS QUE DICTAN LAS LEYES . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Diputados de cartón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Las listas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
La fatídica Ley de Hondt . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
Cargos públicos al azar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
El Congreso y el Senado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
El pluriempleo de los políticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
Diputados en demasía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120

cuarto libro
LOS QUE IMPARTEN LA JUSTICIA . . . . . . . . . . . . 125
La justicia sometida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
La justicia absolutista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128
La vanidad del juez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132
La infortunada Mari Luz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
Jueces huelguistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138
El caso Dívar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142
Gallardón, el redentor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
La inmunidad del rey . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148
Un crimen de Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153
Zafarrancho legal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
Justicia para ricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
Negligencia judicial masiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
Una iniciativa popular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178
El defensor del pueblo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

quinto libro
INTERMEDIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189
Nuestra llegada a París . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189
Mala conciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196
La noche más larga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199
La boda de mi amigo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201

380 EL ABUSO DEL PODER


sexto libro
EL CUARTO PODER . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205
El poder de la prensa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205
Las mentiras de Clinton . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 208
El caso Watergate . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211
Buenas noches y buena suerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214
La censura franquista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220
La censura real . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
Criticar a Juan Carlos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 226
El silencio roto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 228
La interdicción civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232
Periodismo de investigación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235
Juicios paralelos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241
El crimen de Las Quemadillas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243

séptimo libro
EL QUINTO PODER . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
El poder del dinero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
Verano de 2012 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253
El poder de la Troika . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255
Dos clases de ciudadanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 260
Fraude «inocente» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263
Los mandarines del poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
Doña Sofía «Bilderberg» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 272
Voces más cercanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 277
El enemigo oculto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285
El hambre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289
El desguace del PP . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293
El Estado de la corrupcion . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 299
La abdicacion del rey . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 306

octavo libro
LOS OTROS PODERES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311
El origen de la Mafia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311
La «cosa nostra» del PP . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313
El juego de la corrupción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 317
La Iglesia y el dictador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 320
Clérigos de protección oficial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323
Los caudales del clero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 326
Delitos amparados por la ley . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331
Pecadores infiltrados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 336

índice 381
La Mafia del Vaticano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 340
Una renuncia enigmática . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 348

último libro
EL PODER POPULAR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 357
Interludio en el tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 357
El mayo francés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 362
Dany «el Rojo» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 366
La vida sigue igual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 368
Un ejercicio de autocrítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 371
La familia Baratau . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 375

382 EL ABUSO DEL PODER

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