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26-02-2015
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1. Caracterización de la figura
Todo contrato nace pare ser cumplido. Es este un imperativo lógico y jurídico que deriva de la autonomía
de la voluntad.
Corolario de lo dicho es el principio de la pacta sunt servanda que impone a los contratantes ajustar su
conducta a los términos de lo convenido.
Puede suceder, sin embargo, en los contratos que proyectan sus efectos en el tiempo, que al momento de
cumplimiento cambien radicalmente las circunstancias tenidas en cuenta, expresa o implícitamente, por
las partes al contratar.
Ordinariamente, esos cambios no inciden en los términos de lo pactado. Las ventajas o desventajas que
ellos puedan provocar forman parte del riesgo negocial que soportan los contratantes.
Sin embargo, no siempre es así. Ocurre, a veces, que por una alteración sobreviniente, extraordinaria e
imprevisible, la ecuación negocial resulta gravemente desquiciada durante el periodo de ejecución
contractual. Como consecuencia de ello, la prestación de uno de los contratantes deviene excesivamente
onerosa respecto de la del otro, con grave ruptura del equilibrio real del contrato.
En tal caso, se plantean estos interrogantes: ¿Debe el contratante cuya prestación se ha degradado
ajustar su conducta a lo formalmente convenido, y cumplir con la prestación debida? ¿Debe el
ordenamiento jurídico legitimar la pretensión de cumplimiento de quien se beneficia por circunstancias
fortuitas, y la correlativa expoliación de su contraparte? Cumplir literalmente un contrato desnaturalizado
en sus bases económicas por circunstancias extraordinarias y sobrevinientes, que han tornado
excesivamente onerosa la prestación de un contratante ¿es cumplir con lo pactado por las partes, con lo
realmente querido por ellas?
Advertimos un fuerte parentesco con la doctrina del caso fortuito. Aquí también nos encontramos con un
hecho sobreviniente, imprevisible y extraordinario, que reúne todos los requisitos que caracterizan al
casus. Sin embargo, el efecto que produce es distinto: no impide el cumplimiento de lo debido, pues la
obligación es material y jurídicamente susceptible de ejecución: sólo degrada la ecuación económica, a
veces hasta extremos insospechados, tornado excesivamente onerosa una de las prestaciones. En tales
circunstancias, el ordenamiento jurídico legitima al perjudicado a demandar la resolución (rescisión)
contractual o, conforme el criterio amplio que sustentamos, su reajuste equitativo.
Nos apresuramos a señalar que estamos dentro de un ámbito de excepción, que requiere de suma
prudencia a la hora de su aplicación, pues no cualquier alteración de las circunstancias fácticas tenidas en
cuenta, o de la relación de onerosidad genética del contrato, habilita a invocarla (2). Una solución
semejante, sería gravemente perturbadora y conduciría inexorablemente a un completo desquiciamiento
del sistema.
De allí la importancia de precisar claramente los extremos de aplicación de la figura y sus efectos.
La ausencia de una norma que de manera expresa regulara la cuestión, se erigió en un factor generador
de perturbaciones, que se plasmaron en una fuerte polémica doctrinaria anterior a la reforma de 1968 (3).
La doctrina mayoritaria, con sólidos argumentos, se expidió en sentido favorable a su vigencia, con
sustento en el art. 953 y concordantes. Otros autores, en cambio, se mostraron contrarios a tal conclusión,
entendiendo que además de carecer de sustento normativo, la figura desquiciaba la fuerza obligatoria del
contrato y sembraba inseguridad jurídica. La polémica conserva hoy valor solo histórico.
El Tercer Congreso Nacional de Derecho Civil, reunido en Córdoba (1961), aprobó una recomendación
explícitamente favorable a la recepción normativa de la figura a nuestro código civil, siguiendo de cerca el
modelo del código civil italiano de 1942. Esa propuesta, con mínimas modificaciones, fue recogida pocos
años más tarde por la ley 17.711, que incorporó la teoría de la imprevisión a nuestro código actualmente
vigente, en el segundo párrafo del art. 1198:
"En los contratos bilaterales conmutativos de ejecución diferida o continuada, si la prestación a cargo de
una de las partes se tornase excesivamente onerosa por acontecimientos extraordinarios e imprevisibles,
la parte afectada podrá demandar la resolución del contrato.
El mismo principio se aplicará a los contratos aleatorios, cuando la excesiva onerosidad se produzca por
causas extrañas al alea propia del contrato.
La otra parte podrá impedir la resolución ofreciendo mejorar equitativamente los efectos del contrato".
Todos los proyectos de reforma al derecho privado, posteriores a la sanción de la ley 17.711 han
mantenido la figura, aunque propiciando algunas modificaciones de importancia (Proyecto de Código
Único de 1987 —art. 1198—; Proyecto de la Cámara de Diputados de 1993 —art. 1199—; Proyecto del
Poder Ejecutivo de 1993 —art. 899—; Proyecto de 1998 —art. 1060 y 1061—).
El nuevo código civil y comercial de la Nación (ley 26.994) sigue decididamente esta orientación en su art.
1091.
3. Derecho comparado
Regulan expresamente la teoría de la imprevisión en el derecho comparado, entre otros, los códigos de
Polonia (Cód. de las obligaciones, art. 269), Italia (art. 1467-1468), Suizo de las obligaciones, art. 373
(aunque en forma incidental), Grecia (art. 388), Portugal (art. 437) y Holanda de 1992.
En el derecho alemán vigente se admite también la modificación judicial del contrato de derecho privado,
cuando opere un cambio sustancial de ciertas circunstancias sobre la base de la cual se constituyó la
voluntad negocial, sobre la base del principio de la buena fe (parágr. 242), aunque no siempre es exigida
la imprevisibilidad del hecho.
En Inglaterra, la jurisprudencia ha admitido situaciones similares a la teoría de la imprevisión,
reconociendo el derecho del acreedor a obtener la revisión del contrato en base a la teoría de la
frustración del fin del negocio.
El código civil francés, en cambio, rechaza la teoría de la imprevisión, no obstante lo cual distintas leyes
dictadas con posterioridad, sin aceptarla expresamente, contemplan supuestos de revisión del contrato
por los jueces, a fin de promover su adecuación a las nuevas circunstancias.
En cambio, el Consejo de Estado de Francia, ha elaborado a partir de 1916 una teoría de la imprevisión
para los contratos administrativos, que ha tenido fuerte desarrollo en dicho ámbito.
La teoría de la imprevisión presenta algunas similitudes con el caso fortuito (arts. 513 y 514 Cód. Civ., art.
1730 Cód.Civ.Com) y la lesión subjetiva (art. 954 Cód.Civ. y art. 332 Cód.Civ.Com). No obstante, las
diferencias con ellas son notables.
El casus y la imprevisión tienen como nota común varios de los caracteres que debe reunir el hecho
generador apto para configurarlos: imprevisibilidad, inevitabilidad, extraordinariedad, ajeneidad, y carácter
sobreviniente al nacimiento de la obligación.
2) El caso fortuito rige tanto en materia contractual como extracontractual; la teoría de la imprevisión
únicamente se aplica en ciertos supuestos de responsabilidad contractual.
3) Los efectos que producen uno y otro son distintos. El casus, a diferencia de la imprevisión, es
incompatible con la adecuación negocial.
Tienen en común el hecho de que en ambas figuras se advierte desproporción de las prestaciones y que
las dos admiten, con distintos alcances, la posibilidad de un reajuste contractual en términos equitativos.
1) En la lesión subjetiva, la desproporción de las prestaciones es originaria, pues se produce cuando nace
el acto jurídico. En la imprevisión (también llamada lesión sobreviniente), la degradación de la ecuación
económica del contrato opera con posterioridad a su gestación, en la etapa de ejecución contractual.
Dicho de otro modo: el contrato nace con un grado de onerosidad razonable, tolerable, y resulta
desquiciado durante su ejecución.
3) La lesión provoca la anulación del acto; la imprevisión se sitúa en el campo de los negocios ineficaces y
conduce a su resolución, lo cual deja al margen los efectos ya cumplidos.
La norma sigue, en líneas generales, la orientación del art. 1198 Cód. Civil actual (t.o., ley 17.711), cuya
evolución interpretativa consolida.
Conforme surge del art. 1091, sólo se aplica en ciertos contratos a título oneroso:
2. En los contratos aleatorios, también de ejecución diferida o permanente, cuando la excesiva onerosidad
resulte de causas extrañas a su alea propia (5).
La teoría de la imprevisión sólo se aplica en los contratos onerosos (6), o sea en aquéllos que
proporcionan una ventaja a uno de los contratantes, a cambio del sacrificio que éste debe realizar para
obtenerla.
La relación de onerosidad que se formula entre ventaja y sacrificio, puede ser de distinta índole, mayor o
menor, según los casos (7). Puede haber un grado ideal de equivalencia entre ambas prestaciones, o ser
la ventaja mayor que el sacrificio, o el sacrificio mayor que la ventaja. Cuando la desproporción entre
ventaja y sacrificio es excesiva y originaria, nos situamos en el plano de la lesión subjetiva, siempre que se
den los requisitos subjetivos que requiere la figura (situación de inferioridad de la víctima y
aprovechamiento). Si, en cambio, es sobrevenida (v.g., el contrato nace con un grado de onerosidad, no
necesariamente ideal, sino tolerable, razonable, y resulta degradado en la etapa de ejecución contractual,
que lógicamente proyecta sus efectos en el tiempo) y dicha alteración obedece a circunstancias
sobrevinientes, imprevisible y extraordinarias, no imputables al deudor, nos encontraremos en el plano de
la teoría de la imprevisión, que aquí nos ocupa.
Es aleatorio cuando la relación entre ventaja y sacrificio depende de acontecimientos inciertos (art. 968
Cód.Civ.Com). Así, por ejemplo, el contrato oneroso de renta vitalicia, cuyo grado de onerosidad
dependerá de la mayor o menor extensión que tenga la vida del acreedor de la renta.
Los contratos aleatorios, en cambio, sólo admiten su aplicación cuando la prestación se torne
excesivamente onerosa por causas extrañas a su propio alea.
Esta clasificación toma en cuenta el momento en el que debe comenzar la ejecución contractual.
En los contratos de ejecución inmediata, no hay interregno de tiempo a tal fin: el contrato debe ejecutarse
ya. En cambio, en los de ejecución diferida, media un intervalo (v.g., un plazo suspensivo), por lo que la
respuesta será que su ejecución comenzará después.
Esta clasificación pondera el tiempo que debe transcurrir desde que la prestación contractual empieza
ejecutarse hasta que concluye.
Si, en cambio, requiere de un cierto tiempo, estaremos frente a un contrato de duración, sin que importe
que se trate de un tiempo corrido o continuado (ejecución continuada), o de varias fracciones de tiempo
escalonadas entre sí, por intervalos iguales (ejecución periódica) o desiguales (ejecución escalonada) (9).
De modo que podremos encontrar un contrato de ejecución inmediata y permanente (v.g. un contrato de
locación que debe ser ejecutado ya, cuya prestación durará todo el tiempo pactado a tal fin, en el cual el
locador deberá asegurar el uso y goce de la cosa arrendada (prestación de ejecución continuada) y el
locatario deberá pagar el precio mensualmente (ejecución periódica)); o un contrato de ejecución diferida
e instantánea (v.g., contrato de compraventa, cuyo precio debe abonarse al cabo de 90 días).
b) Los contratos aleatorios cuando la excesiva onerosidad ingrese en el alea normal del contrato.
La norma, dice Rubén Stiglitz, se asienta sobre el principio del riesgo previsible, lo cual conduce a definir
"el alea normal como aquel riesgo que el contratante ha tenido en mira, asumiéndolo al contratar"(10). En
la renta vitalicia, por ejemplo, el alea propia del contrato es la duración de la vida del beneficiario, pero no
lo es cualquier otra circunstancia que pueda agravar en forma desmedida la prestación a cargo del
obligado (11).
El art. 1091 Cód.Civ.Com. mantiene el criterio del art. 1198 Cód. Civil vigente y excluye a esta categoría
del ámbito de aplicación de la teoría de la imprevisión.
Quienes participan de estas ideas, remarcan que tal solución se justifica porque se trata de corregir
desequilibrios sobrevinientes entre las prestaciones derivadas de un contrato, presupuesto fáctico que no
puede darse en un contrato gratuito (12).
Nosotros pensamos que la exclusión es injusta, pues se trata "con mayor rigor a quien hace una
liberalidad que a quien obtiene una contraprestación a cambio del cumplimiento de una prestación a su
cargo"(13). Piénsese, por ejemplo, en un contrato de renta vitalicia gratuita que deviene excesivamente
oneroso para el deudor, en razón de operar deflación monetaria (14). Coincidimos con Aparicio en que es
necesario brindar al deudor protección en tal supuesto: "Si cuenta con ella quien celebra un contrato a
título oneroso, con mayor razón merece tal amparo el que asume un compromiso sin contrapartida en
favor de otro, cuando la prestación que debe cumplir se torna sumamente gravosa por un suceso
excepcional que no pudo ser razonablemente previsto"(15).
8. Condiciones de ejercicio
El art. 1198 Cód.Civil (t.o. ley 17.711) hace referencia a un hecho "imprevisible" y "extraordinario" para
conceptuar al acontecimiento desencadenante. El nuevo código utiliza la locución "alteración
extraordinaria de las circunstancias existentes al tiempo de su celebración".
Una y otra fórmula ponen de relieve que no cualquier circunstancia ulterior a la celebración del contrato
permite invocar la aplicación de la teoría de la imprevisión.
Hay una nota común entre ambas, en lo que aquí nos interesa: debe tratarse de una alteración
extraordinaria, lógicamente producida por un hecho extraordinario.
Nosotros creemos que la respuesta es afirmativa. El hecho generador de la alteración extraordinaria debe
ser imprevisible pues de lo contrario integraría el riesgo asumido por la parte afectada al tiempo de
contratar.
En nuestra opinión, debe reunir todos los requisitos propios del casus, esto es ser imprevisible,
extraordinario, inevitable, actual, sobreviniente al nacimiento de la obligación y ajeno a las partes (16).
Tanto la alteración extraordinaria de las circunstancias existentes al tiempo de la celebración del contrato,
como el hecho que la desencadena, deben producirse con posterioridad al momento de su celebración. O
sea, en la etapa de ejecución contractual.
Esta es una de las grandes diferencias con la figura de la lesión subjetiva. Se desencadena en la etapa de
ejecución negocial, desquiciando el equilibrio genético que tenía el contrato.
Es preciso, además, que sea ajena, en el sentido de extraña o no imputable, a la parte afectada (17).
Esto explica que quien se encuentra en mora anterior al hecho imprevisible y extraordinario que degrada
la base negocial, no pueda invocar la aplicación de la teoría de la imprevisión.
El art. 1198 Cód.Civ. requiere que la parte que alegue la teoría de la imprevisión no se encuentre en mora,
ni que la excesiva onerosidad le sea imputable.
El art. 1091 del nuevo código civil no contiene una previsión normativa expresa en tal sentido, pero
conduce a la misma solución, cuando exige que el hecho extraordinario que torna excesivamente onerosa
la prestación sea ajeno a las partes.
La mora de perjudicado obsta, de tal modo, a la aplicación de la teoría de la imprevisión, lo cual se explica
pues si hubiera cumplido en tiempo propio la obligación no tendría de qué quejarse. Por cierto, hacemos
referencia a un estado de mora anterior a la producción del hecho imprevisible y extraordinario que torna
excesivamente onerosa la prestación, que es la única relevante a los fines de la mayor onerosidad.
Distinta es la situación de quien sin estar en mora a ese momento se niega luego a cumplir, aduciendo la
configuración de la teoría de la imprevisión. Hay aquí razones justificadas para no cumplir, que legitiman,
precisamente, la invocación de la figura que nos ocupa.
Cabe señalar, finalmente, que una prestigiosa doctrina y jurisprudencia, con criterio más flexible, ha
propiciado que aún en caso de faltar alguno de los recaudos anteriormente señalados para la procedencia
de la teoría de la imprevisión, puede intentarse remediar la inequidad negocial por aplicación de la teoría
del abuso del derecho (art. 1071) (18). Dentro de ese contexto se afirma, con razón, que la mora no puede
erigirse en un instrumento de expoliación, ni justificar el abuso del derecho que el moroso deba soportar
de la contraparte, máxime cuando ello deriva en un enriquecimiento intolerable.
Esto explica que nada impida, en principio, que en un contrato paritario alguna de las partes asuma el
riesgo de ciertos hechos que, conforme al curso normal y ordinario de las cosas, podrían ser considerados
imprevisibles y extraordinarios, a los fines de la aplicación de la figura que nos ocupa. Y que tal
convención impida la aplicación de la teoría de la imprevisión por ser un riesgo negocialmente asumido
(ver infra, 10).
No basta con que medie cualquier alteración en la relación de onerosidad genética del contrato. La ley
exige que la onerosidad sobreviniente sea excesiva, lo cual supone que la ventaja supere en mucho al
sacrificio o a la inversa (19).
Se trata de una cuestión que debe ser valorada prudencialmente, por el juez, atendiendo a las
circunstancias del caso.
A tal fin, habrá que poner en relación los valores originarios de ventaja y sacrificio, no en función de un
grado de onerosidad ideal, sino del que realmente tenía el negocio en términos de razonabilidad.
La onerosidad excesiva, expresión que debe ser entendida como desmesurada, exorbitante, intolerable,
debe tener entidad suficiente para degradar la ecuación negocial, desnaturalizando como lógica
consecuencia el querer contractual. Ella puede darse ya porque aumente el valor del sacrificio,
permaneciendo inalterado el de la ventaja; o porque no se modifique el valor del sacrificio y disminuya el
de la ventaja; o porque ambos valores se alteren en sentido inverso; o porque aún experimentando ambos
alzas o bajas, la intensidad del fenómeno repercuta de manera distinta en ellas, alterando el equilibrio y
generando una mayor onerosidad excesiva.
9. Efectos
La parte perjudicada puede demandar la resolución del contrato cuyo cumplimiento ha devenido
excesivamente oneroso (20). Dicha pretensión puede ser articulada, también, como excepción frente a
una acción de cumplimiento por parte del beneficiado (21).
Si el hecho imprevisible se produce después que el perjudicado ha cumplido con su prestación, pero antes
que el beneficiado haya ejecutado la suya, la resolución produce como efecto que el demandado deba
restituir lo recibido y el actor quede liberado de cumplir.
Si, en cambio, quien ha cumplido es el demandado, la resolución traerá como consecuencia que el actor
deba restituir la prestación recibida y sea liberado de ejecutar la suya (22).
2) Restituciones.
En caso de proceder la resolución del contrato, las partes deben restituir lo que mutuamente hubiesen
recibido en virtud del mismo (art. 1200 Cód.Civ.), quedando el demandado eximido de cumplir con su
propia prestación.
3) Efectos para lo futuro.
La resolución del contrato produce efectos para lo futuro y no alcanza los efectos ya cumplidos. Tal
fraccionamiento depende, esencialmente, de la divisibilidad de las prestaciones continuadas y que en
cada etapa se haya mantenido el equilibrio entre las contraprestaciones realizadas por cada parte (23).
La demanda de resolución contractual por imprevisión suspende los efectos del contrato (24). En caso de
ser declarada procedente, los efectos de la sentencia se retrotraen a la fecha de su promoción.
El tema ha dado lugar a fuertes discrepancias en nuestra doctrina. El nuevo código, conforme habremos
de verlo más adelante, cierra definitivamente esta polémica.
Conforme a una primera posición, minoritaria en doctrina (26), la ley vedaría tal pretensión: el perjudicado
dispone únicamente de la acción de resolución contractual, por lo que sólo el demandado (beneficiado)
puede articular la pretensión de reajuste o revisión contractual.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación se ha inclinado por estas ideas al sostener que "...la primera
regla de interpretación de las leyes es dar pleno efecto a la intención del legislador ...la primera fuente
para determinar esa voluntad es la letra de la ley y ...los jueces no debe sustituir al legislador. En tal
sentido, conceder a uno de los contratantes una acción que la ley no confiere, como sería en el caso, la de
revisión del contrato o modificación de sus cláusulas, implicaría una violación de esas reglas"(27).
Por nuestra parte, siguiendo a la doctrina mayoritaria, nos inclinamos por ideas distintas y entendemos
que, de lege lata, una interpretación finalista del art. 1198 conduce a admitir que el perjudicado pueda
demandar, además de la rescisión contractual, su reajuste en términos equitativos (28).
1. Quien puede lo más (resolución), puede lo menos (reajuste en términos equitativos del contrato). Lo
expresado asume mayor relieve si se tiene en cuenta que la ley no prohíbe dicha pretensión de reajuste,
guardando silencio al respecto.
2. La solución que se propicia es la más armónica con el principio de conservación del contrato, que debe
presidir los remedios jurídicos en materia de ineficacia negocial, tal como ocurre en el caso que
analizamos.
3. La aplicación analógica del art. 954, en materia de lesión subjetiva, conduce a un resultado similar al
propuesto (29).
La acción de reajuste ha sido reconocida por importantes congresos, entre los que mencionamos las IV
Jornadas Sanrafaelinas de Derecho Civil (1976), II Jornadas Rioplatenses de Derecho (Punta del Este,
Uruguay, 1977), I Jornadas Provinciales de Derecho Civil (Mercedes, 1981).
Es también el criterio que han propiciado el Proyecto de Código Unico de 1987 (art. 1198), el Proyecto de
la Cámara de Diputados de 1992 (art. 1199), el Proyecto del Poder Ejecutivo de 1993 (art. 899) y, más
recientemente, el Proyecto de 1998 (arts. 1060 y 1061).
El art. 1091 del nuevo código civil y comercial no introduce grandes modificaciones en el plano de los
efectos de la acción, salvo en una cuestión: reconoce en forma expresa la legitimación activa del
perjudicado para demandar la resolución o el reajuste contractual por imprevisión. Se enrola, de tal modo,
con excelente criterio, en la doctrina que juzgamos correcta.
Reconoce igual prerrogativa a todo tercero a quien le hayan sido conferidos derechos o asignadas
obligaciones resultantes del contrato.
Aprobamos la solución adoptada, que luce sensata y realista y coherente con el principio de conservación
del negocio jurídico.
Nos parece, sin embargo, que debería haberse reconocido el derecho del demandado por reajuste
contractual a enervar dicha pretensión y reconvenir por resolución. Esto parece razonable, dado que
puede ocurrir que el beneficiado - demandado ya no tenga interés en mantener la relación contractual en
los nuevos términos que derivarán del reajuste o, lo que es todavía más grave, que el reajuste pueda
devenir para él excesivamente oneroso, por ejemplo, al no haber evolucionado su capacidad de pagos lo
suficiente para adecuarse a la nueva realidad negocial que sobrevendría de aquél.
Tanto en el código civil vigente (art. 1198), como en el nuevo código civil y comercial (art. 1081, inc. b),
operada la resolución contractual, las prestaciones cumplidas quedan firmes y producen sus efectos en
cuanto resulten equivalentes, si son divisibles y han sido recibidas sin reserva respecto del efecto
cancelatorio de la obligación.
El art. 1198 del cód. civil (t.o. ley 17.711) guarda silencio al respecto. También el nuevo art. 1091 del nuevo
código civil y comercial.
Para algunos, en posición que compartimos, dicha cláusula sería permitida, siendo la situación asimilable
a la que se suscita cuando el deudor toma a su cargo las consecuencias del casus (art. 513) (30).
Otros, en cambio, se pronuncian por la invalidez de ese tipo de convenciones, por entender que la
situación no es equiparable a la prevista en el art. 513 pues media en esta materia una cuestión en la que
está comprometido el orden público económico, que la sustrae del ámbito de la autonomía privada (31).
Distinta es la respuesta cuando después de producidos los efectos del hecho imprevisible y extraordinario,
que torna excesivamente onerosa la prestación, la parte perjudicada renuncia a ejercer su derecho. En tal
caso, la renuncia es válida.
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