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Programa Hatun Ñan: Acción Afirmativa en la Universidad San Antonio Abad del
Cusco - UNSAAC
Coordinador: Marco Villasante
Responsable Académico: Wilfredo Cori
Secretaría: Eveling Rodríguez
Docente universitario
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“Carajo entiende, la universidad no es para nosotros; nosotros somos pobres ¿acaso
nosotros somos como los Sierralta, los Acosta?”
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muchas familias que han migrado cuando ellos aún eran niños y se han
asentado en las zonas periféricas del área urbana. Si bien el quechua
ha dejado de ser la lengua de comunicación cotidiana para muchos de
ellos, podemos percibir la continuidad cultural con la vida comunitaria
en sus prácticas cotidianas y el hecho de que se autodeclaran como parte
de una herencia identitaria andina. Esto les ha permitido a algunos de
ellos involucrarse con el programa HATUN ÑAN, porque el solo hecho
de vivir cerca de la ciudad no les ha garantizado acceder fácilmente a la
educación superior.
Ahora bien, existe un gran abismo entre las altas expectativas que tienen
los estudiantes al ingresar a la universidad –“significó lo más grande en
mi vida”, decía uno de ellos– y la cruda realidad que los espera cuan-
do ya están dentro de ella. Tal como lo señaló un estudiante de origen
amazónico de la UNSAAC: “En la teoría, la universidad es chévere; en
la práctica, es otra”. En efecto, estas expectativas hacia la formación uni-
versitaria contrastan con los testimonios recogidos de los jóvenes sobre
sus experiencias al interior de las casas de estudios, pues la mayoría tiene
que enfrentar permanentes prácticas discriminatorias en la cotidianidad
de la vida institucional. “Sentí que me había metido a un mundo donde
solo entran los de la ciudad”, nos comentaba otro. De hecho, cuando
los estudiantes provenientes de zonas rurales ingresan a la universidad
algunos de los otros estudiantes se burlan de ellos y no los incluyen
en los trabajos en grupo. Y cuando el docente no reacciona de forma
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Esta información nos fue alcanzada por Pilar Chinchayán en el marco de su trabajo
en tutoría y por tanto merece nuestro agradecimiento.
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Para la mejor comprensión de este comentario, es necesario considerar lo siguiente:
(a) las letras mayúsculas “Y” y “X” se utilizan para hacer mención a dos comuni-
dades; y (b) Abancay es la capital de la región Apurímac y, por tanto, goza de un
prestigio muy superior al de las comunidades campesinas.
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Derecho, por ejemplo) y otras que, más bien, los “indianizan” y los cons-
truyen como inferiores al resto (como Educación, por ejemplo). Como
lo señaló un estudiante de la UNSCH: “ser de Derecho significa sentirte
más que los demás”. Es decir, cuando los estudiantes se sienten discri-
minados por provenir del campo, hay ciertas carreras que “blanquean” y
que se constituyen en armas para contrarrestar la marginación: “Yo estu-
dio Civil, tú solo estudias Educación, así que no vengas a fregarme”. Más
aún, por lo general, los estudiantes de estas carreras consideradas más
prestigiosas no quieren declarar que provienen del campo y hasta bus-
can enamoradas solo en especialidades que están concebidas como de su
mismo “nivel” (como puede ser el caso de Contabilidad, Administración
o Economía). El mismo alumno nos contó, por ejemplo, que –aunque
provengan de la misma comunidad– en Ayacucho es imposible imaginar
a un chico de Educación con una enamorada en Derecho, pues mientras
que la chica de Derecho se ha “blanqueado”, él más bien se ha “indiani-
zado” o continúa siendo víctima de este estigma. Es importante señalar
que, según nos han referido en Ayacucho, los estereotipos en torno a las
diferentes carreras ya existían desde la década de 1960. Sin embargo, los
símbolos utilizados (como el caso de los “burros” para Educación o de
las “llamas” para Agronomía) recobran significados acorde a las nuevas
dinámicas sociales inscritas en la universidad. El siguiente testimonio
muestra cómo los estudiantes se defienden de las discriminaciones con
el arma de las carreras que “blanquean”:
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La cita presentada apareció en el Plan de organización y funcionamiento de la Uni-
versidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, formulado por la Junta el 28 de
noviembre de 1957 y entregado al señor ministro de Educación Pública el 22 de
enero de 1958. Más adelante, este informe se publicó en 1977 en el libro jubilar en
homenaje al tricentenario de la fundación de la UNSCH. Pronto aparecerá un análi-
sis más exhaustivo del tema en una investigación elaborada por Jefrey Gamarra en el
marco del programa Hatun Ñan: Generación, memoria y exclusión: la construcción de
representaciones sobre los estudiantes de la universidad de Huamanga entre 1959 y 2006.
Agradecemos a Jefrey Gamarra por la información brindada.
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Seguir con lo que somos pero de una forma más, cómo te explico esto,
de una forma más delicada, me entiendes ¿no? (Pregunta: ¿Acaso no
son delicados?) Claro que son delicados pero en la forma no, un po-
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quito más de conocer […] y tal vez las personas que somos del campo
un poquito que no sabemos pues eso ¿no? Por ejemplo, en los chicos
abrirle la puerta del taxi a una dama es un poquito de delicadeza fren-
te a las chicas de parte del chico, y los chicos no sabían pues ellos y
nosotros tampoco sabíamos. Una forma de equiparar esa convivencia
de los que ya están acostumbrados de vivir de esa manera y nosotros
que estamos acostumbrados a nuestra forma de vivir en el campo (es-
tudiante de la UNSAAC).
Por otro lado, mientras que a los estudiantes andinos de zonas rurales
se les esencializa desde un discurso de la carencia, lo que sucede con los
estudiantes que provienen de pueblos amazónicos es que sobre ellos se
revela un discurso de orden colonial mucho más marcado y una relación
tutelar de corte paternalista. Como lo anotó un docente: “Inclusive las
secretarias ven a un chico así y dice ‘¿qué cosita quieres? Regresa ¿ya?’, ni
ha abierto la boca el chico y ya lo rebotaron, pero a los amazónicos por
la forma en que están ingresando le dicen ‘si papacito, qué cosita…’”.
El tutelaje constituye una forma de autoridad que enfatiza la diferen-
cia jerárquicamente entendida y que considera que hay gente “que no
puede hacerse cargo de sus intereses y que debe ser guiada por quienes
por naturaleza son los conductores” (Nugent 2001). Esta relación tute-
lar no solo está naturalizada, sino que hasta constituye una manera de
establecer relaciones sociales bien intencionadas, como se evidencia en
el uso del pronombre posesivo por parte de los docentes cuando hacen
referencia a los estudiantes amazónicos (“Mi Hilber”, “Mi Enías”).
Según Bhabha (1994), el discurso del colonialismo se caracteriza por
una situación de permanente ambivalencia, en el sentido de que, por un
lado, construye a los colonizados como criaturas radicalmente extrañas
cuya naturaleza excéntrica es causa de preocupación y, por otro lado, in-
tenta domesticar a los sujetos colonizados para abolir su otredad radical
e incorporarlos al entendimiento occidental. Así, entonces, el discurso
colonial produce al colonizado como una realidad social que es otro
pero que a su vez es completamente cognoscible y visible. Por un lado,
se traduce lo no-familiar en términos coherentes y se reduce la distancia
pero, por otro, los estereotipos coloniales mantienen ese sentido de dis-
tancia. Vale decir, Bhabha apunta a subrayar cómo el discurso colonial
construye al colonizado simultáneamente como “dentro” y “fuera” del
conocimiento occidental. Expliquemos mejor esta idea.
De cierto modo, todo esto puede generar altos niveles de estrés en algu-
nos estudiantes, quienes ejercen un constante control sobre su compor-
tamiento para satisfacer la mirada del otro: “Debes de tener cuidado en
esas cosas”, señaló uno de ellos en una oportunidad. Muchos estudian-
tes tienen miedo cuando hablan castellano, cuando hablan quechua,
cuando se visten de ciertas maneras y, en general, cuando se comportan
de ciertas formas. Como lo planteó un alumno de la UNSAAC, la mayor
dificultad que los estudiantes de zona rural enfrentan en la universidad
es “sentir miedo de no comportarse como ellos”. Creemos que conce-
bir el “problema” como localizado en los estudiantes o en sus prácticas
culturales a la manera de “defectos culturales” y no en la sociedad que
discrimina no forma ciudadanos críticos en la educación superior. Más
aún, la adecuación de los estudiantes de zona rural a la mirada del otro
no promueve necesariamente la igualdad ni tampoco contribuye a erra-
dicar la discriminación.
Este discurso en torno a satisfacer la mirada del otro tiene como conse-
cuencia que la profesionalización se desarrolle en el marco de un proceso
de desarraigo para muchos. Sin embargo, los estudiantes que provienen
de zonas rurales toman caminos diversos para negociar sus identidades
en el espacio urbano. Algunos de ellos demuestran que preservan más
sus identidades indígenas y hasta se comunican más en quechua; otros
tratan de esconder su origen rural e indígena, pues sienten la presión de
imitar la conducta de sus compañeros de la zona urbana; y otros inten-
tan preservar el sentido de pertenencia a una cultura particular y adop-
tan aspectos de la cultura dominante de formas estratégicas. Aunque la
apropiación del discurso académico implica, en general, un proceso de
desarraigo, hemos constatado que muchos estudiantes despliegan prác-
ticas de agencia muy claras, en las que se reflejan sus habilidades para
actuar o performar acciones en el marco de los efectos de las fuerzas
ideológicas que han construido su subjetividad (Ashcroft et al. 2000).
Esto lo apreciaremos con más detalle en el capítulo sobre el uso del que-
chua y en el de las prácticas letradas universitarias.
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5. Lenguaje e inequidad
Todo esto significa que al ejercer control sobre el valor de los recursos
lingüísticos –es decir, al lograr que algunas formas de hablar se conciban
como “buenas” y otras como “malas”– de manera simultánea los grupos
sociales dominantes controlan la producción y distribución de otros ti-
pos de recursos simbólicos y materiales. Nos referimos, por ejemplo, a
lo que cuenta como conocimiento o lo que la escuela otorga a manera de
certificados y títulos. Cuando a un estudiante se le tacha de “ignorante”
por ser motoso, de “inferior” por ser quechuahablante o de “incapaz
para poder pensar coherentemente” por el hecho de no haber aprendido
las convenciones de la escritura académica, tiene menos oportunidades
para poder adquirir otros recursos sociales. Todo esto significa que los
debates sobre normas y prácticas lingüísticas son, al final, debates sobre
el control de otro tipo de recursos y que, por ende, están profundamente
relacionados con la legitimación de relaciones de poder inequitativas
(Heller y Martin Jones 2001).