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SAN JUSTINO, EL MÁRTIR

«EL NOMBRE “JESÚS” (…) TIENE EL SENTIDO DE SALVADOR»1

El Año de la Fe nos invita a reflexionar sobre los Padres de la Iglesia, testigos


de la fe. Entre ellos hay obispos, presbíteros, diáconos y laicos. San Justino fue un
laico filósofo, que se cuenta entre los Padres Apologistas. La palabra apología tiene
en la antigüedad dos significados: defender el cristianismo (actitud apologética) y
proponer o exponer (actitud misionera) la fe con un lenguaje que sea comprensible
para los hombres y mujeres de su tiempo.
Justino nació alrededor del año 100, en la antigua Siquem, en Tierra Santa.
Durante muchos años buscó la verdad y después de encontrarse con un misterioso
anciano, fue encendiéndose en él el deseo de la salvación y la fe en Dios, al punto
de llegar a reconocer al Cristo de Dios, iniciándose en sus misterios2. Después de
llegar a la fe cristiana, fundó en Roma una escuela, donde gratuitamente iniciaba a
los alumnos a la nueva religión, pues consideraba que la fe cristiana ayuda a vivir
de manera recta. Esto provocó que algunos consideraran su actuación como
rebeldía contra el Imperio, así que lo denunciaron y murió decapitado en torno al
año 165. En ese tiempo, el emperador era el filósofo Marco Aurelio, a quien Justino
había dirigido una de sus dos Apologías.
De las obras que nos quedan (=dos Apologías y el Diálogo con Trifón, el judío)
hay dos ideas primordiales: 1) el sentido de todas las cosas solo puede encontrarse
en Cristo; y 2) invitación a celebrar la fe. En efecto, para Justino el Sentido -o sea, la
Palabra eterna de Dios, el Hijo de Dios- es el único que puede dar significado,
orden y conducción a la creación, a la sociedad y, especialmente, al hombre. Todo
hombre lleva consigo una especie de semilla, que es su participación en la Palabra
de Dios, y esta semilla le da la posibilidad de apreciar siempre la verdad. De ahí
que todo lo bello, lo bueno, lo verdadero que una persona muestre, haga o
comunique es participación en el misterio de Cristo. Esto lo llevó a afirmar que no
solo el Antiguo Testamento, sino también la filosofía griega es un camino que
conduce a Cristo, al Logos. Por todo lo anterior, Juan Pablo II definió a Justino «un
pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo
de un cauto discernimiento (…) pues conservando después de la conversión una
gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el
cristianismo había encontrado “la única filosofía segura y provechosa” (Diálogo con
Trifón 8, 1)»3.
De esta manera, Justino entraba en un diálogo con la cultura de su época y
hacía ver que la filosofía era el ámbito de encuentro entre paganos, judíos y
cristianos. En este ámbito se realiza la crítica de una religión pagana basada en los
falsos mitos, en la divinización del poder político y el culto a dioses que desvían al
hombre del camino de la verdad.

1 SAN JUSTINO, Apología I, 33, 7.


2 SAN JUSTINO, Diálogo con Trifón 8, 3.
3 Juan Pablo II, Fides et ratio, Roma 14 de septiembre 1998.
La segunda gran contribución que Justino da a nuestro caminar de creyentes es
invitarnos a celebrar nuestra fe. De hecho, él hace una de las primeras
descripciones de la celebración eucarística. Escuchemos el testimonio que nos dejó:

«3. El día que se llama del sol (=Domingo) se celebra


una reunión de todos los que moran en las ciudades o en
los campos; y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite,
las “Memorias de los Apóstoles o los escritos de los
profetas”. 4. Luego, cuando el lector termina, el que
preside toma la palabra para hacernos una exhortación e
invitación para que imitemos esas hermosas enseñanzas.
5. Seguidamente, nos levantamos todos a una y
elevamos (a Dios) nuestras preces, y éstas terminadas,
(…), se ofrece pan, vino y agua, y el que preside, según
sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus oraciones
y acciones de gracias, y todo el pueblo expresa su
conformidad diciendo: “Amén”. Luego se hace la
distribución y participación de la eucaristía, para cada
uno. Enviándose su parte, por medio de los diáconos, a
los ausentes. 6. Los que tienen y quieren, cada uno
según su libre determinación, da lo que bien le parece, y
lo recogido se entrega al que preside. 7. Y él socorre con
ello a huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por
otra causa están en la indigencia, a los que están en las
cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se
constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad. 8.
Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el
día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y
la materia, hizo el mundo, y el día también en que
Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los
muertos; pues es de saber que le crucificaron el día antes
del día de Saturno, y al siguiente al día de Saturno, que
es el día del sol, se apareció a sus apóstoles (cf. Mt 28,9)
y discípulos, enseñándoles estas mismas doctrinas que
nosotros les exponemos para su examen»4.

Anteriormente a esta descripción nos dice que cuando se le presenta al


sacerdote el pan y el vino, él los toma y «tributa alabanzas y gloria al Padre del
universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de
gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen»5. Primordial para la fe
es confesar que todo viene del Padre por el Hijo en el Espíritu; y todo va al Padre
por el Hijo en el Espíritu.

4SAN JUSTINO, Apología I, 67, 3-8.


5 SAN JUSTINO, Apología I, 65, 3.
Finalizamos, como finalizó el Papa emérito Benedicto XVI su catequesis
sobre san Justino, allí nos proponía aquellas últimas palabras que el misterioso
anciano dirigió a Justino en la orilla del mar: «Tú reza ante todo para que se te
abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su
Cristo no le conceden comprender».6

Dr. Leonel Miranda Miranda, presbítero

6 SAN JUSTINO, Diálogo con Trifón 7, 3. BENEDICTO XVI, San Justino, audiencia general, 21 de marzo de 2007.

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