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“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado ”” (Mt 27, 46)
Monición Inicial
El grito de dolor del Señor Jesús hiere profundamente nuestro corazón. ¡Es tan grande tu
sufrimiento! Hace ya más de dos mil años, que entregó su vida por nosotros y el mundo está
igual o peor que entonces. No hemos sido capaces de dejar el pecado y decidirnos por Jesús y
su evangelio ¡Como si no lo hubieras dado todo Señor! En Jesús crucificado, Dios quiere
alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó
de Él. Ofrezcámosle hoy nuestra vida al Señor para acompañarlo con nuestro amor en la soledad
de su Cruz. Con estos sentimientos dispongámonos a dar inicio a nuestra celebración.
Acto Penitencial
El presidente de la asamblea invita a realizar el examen de conciencia, tomando la postura de
rodillas, para recalcar el carácter penitencial de la celebración y la cuaresma, dejando un
momento de silencio, el sacerdote invita a la comunidad a responder: R/Señor ten piedad de mí.
A las siguientes súplicas o deprecaciones:
Por tus llagas. R/
Por tus dolores. R/
Por tu sed. R/
Por tus lágrimas. R/
Por tu Cruz. R/
Por tu agonía. R/
Por tus siete palabras. R/
Por tu preciosa Sangre. R/
Por tu Santísima muerte y sepultura. R/
Liturgia de la Palabra
Para que el sacrificio de Cristo en la cruz fuera autentico, este debía incluso ser abandonado
por su Padre, ¿Cuántas veces no hemos abandonado a Cristo en nuestra vida? Inclusive como
los discípulos no hemos podido si quiera velar y acompañarlo en la oración. Al escuchar el
evangelio suscitemos en nuestro corazón el deseo de unirnos fuertemente Cristo y no separarnos
nunca de su presencia.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde todo el país se cubrió de tinieblas.
A eso de las tres, Jesús gritó con fuerza: Elí, Elí, lamá sabactani, que quiere decir:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo, algunos de los
presentes decían: «Está llamando a Elías.» Uno de ellos corrió, tomó una esponja,
la empapó en vinagre y la puso en la punta de una caña para darle de beber. Los
otros le decían: «Déjalo, veamos si viene Elías a salvarlo.» Pero nuevamente Jesús
dio un fuerte grito y entregó su espíritu.
¿Quién puede escudriñar la longitud y profundidad de este grito de abandono del Salvador?
¿Cómo comprender el misterio que engloba este grito desde lo alto del Calvario?. Son palabras
insondables, que van mucho más allá de toda comprensión humana. Son palabras que revelan
la gravedad de los pecados de la humanidad en los cuales están incluidos tus pecados y los míos,
y también revelan la profundidad del amor de Dios.
Sintiendo y asumiendo el peso de los pecados de toda la humanidad, Cristo siente el rigor de
la soledad y el abandono de Dios. Cristo es abandonado. Cristo lucha por la redención de la
humanidad, aunque no cometió pecado alguno. Cristo carga sobre sí, los pecados de todos los
seres humanos, y se hace así el mayor de todos los pecadores "Aquel que no cometió pecado, se
hizo pecado por nosotros para que fuésemos justicia de Dios en él". Por eso el Padre aparta su
rostro de Jesús, y Jesús es abandonado de Dios. Sintiendo los horrores del infierno y el aguijón
de la muerte, Jesús exclama: "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?. Aunque este
es el único pasaje de la Escritura en que Jesús no llama a Dios como Padre, sino Dios mío, él no
pierde su confianza en el Padre. Jesús no desespera de sí, sino que encomienda su causa a quien
lo envió, y encomienda su causa al Padre.
Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? No es un abandono aparente o ficticio,
sino real y verdadero. No fue un momento de debilidad o de tentación, sino un real abandono
del amor y la misericordia de Dios. No fue una ruptura o separación entre el Padre y el Hijo,
más el Padre que es Santo, privó al Hijo en aquel momento, del amor, consuelo, gracia y
misericordia, ya que llevaba sobre sí la culpa y el pecado de todos los seres humanos, que lo
enjuiciaban y lo hacía reo de muerte. Cuando alguien nos pregunte: ¿Por qué Cristo exclamó
"Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado?" Podremos responder entonces, sin
excluirnos diciendo: "Fue por nuestra culpa y por nuestro pecado, que motivamos su gran dolor".
Y entonces recordarás agradecido que fue por este abandono de Dios que recibió Jesucristo, que
ahora tú estás amparado por la mano poderosa de nuestro amado Padre celestial.
7 ave marías, Gloria, Madre llena de dolor haz que cuando expiremos nuestras almas
entreguemos por tus manos al Señor.
Letanías de la Virgen Dolorosa
Santa María, Ruega por nosotros
Nueva Eva
Sierva de la reconciliación
Defensa de los inocentes
Esperanza de los perseguidos
Salud de los pecadores
Salud de los enfermos
Refugio de los que no tienen nada
Fuerza de los débiles
Fuerza de los que luchan
Descanso de los fatigados
Reina de los mártires
Reina de los que sufren por la injusticia
Reina de los intrépidos
Reina de los arrepentidos
María es madre de gracia y madre de misericordia
-Momento breve de silencio
-Acto de ofrecimiento
(Rezamos todos juntos)
Madre y Señora nuestra,
que en estos días
nos permites acercarnos
a contemplar los dolores
con que te asociaste
a la obra de la salvación
nos confiamos
a tu bondadosa intercesión, y
estando en oración,
te rogamos nos alcances
el don del arrepentimiento
y el beneficio invaluable
de la reconciliación
señora del amor, del dolor,
de la paz y la alegría,
otórganos vivir en el ejercicio del amor
para con los demás
y experimentar en nuestros días
un deseo ardiente de querer hacer
en nuestras vidas la voluntad del Padre,
y que podamos pronunciar, como tú,
aquellas palabras:
“Hágase en mí según tu palabra”. Amén.
-Oración Conclusiva
Madre Santísima de los Dolores, por el intenso martirio que sufriste al pie de la cruz durante
las tres horas de agonía de Jesús, dígnate en nuestra agonía asistirnos a todos los que somos
hijos de tus dolores, a fin de que con tu intercesión podas pasar del lecho de muerte a ser tu
corona en el Paraíso. Amén.
V/ Oremos, hermanos al Señor de la gloria para que nos enseñe a cumplir la voluntad del Padre
aún en los momentos más duros y difíciles de nuestras vidas. A cada intención respondemos:
No le neguemos al Señor que cuente con nuestra compañía y su deseo de hacer de nosotros
sagrarios vivos, por el contrario acerquémonos a la mesa Eucarística y disfrutemos de la
presencia restauradora de Cristo en nuestro corazón.