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Siguiendo las pistas teóricas de Soja sobre las revoluciones urbanas, el presente libro
es continuidad de mis dos libros anteriores (Rosique Cañas, 1999, 2003) y otros
artículos relacionados con el fenómeno metropolitano y el régimen institucional
de gobernanza que se forma en torno a las megalópolis, para ofrecer
gobernabilidad sobre territorios altamente urbanizados que alcanzan enormes
dimensiones de escala regional, incluso más allá de las fronteras nacionales, como
es el caso de algunas regiones metropolitanas en Europa, en donde las
conurbaciones entretejen ciudades de diferentes países.
En el caso de las personas que nacimos o vivimos en la ciudad de México
desde los 40 o 50, todavía nos sentimos arraigados al barrio donde crecimos, a sus
calles y parques por donde paseamos alguna vez con los amigos de la escuela o por
las colonias del sur de la ciudad con sus avenidas y banquetas arboladas,
camellones y glorietas llenas de flores y suficiente espacio para estacionar los pocos
autos que la recorrían en los años 60 sin problemas de embotellamiento.
En ese entonces los capitalinos nos sentíamos admirados por la belleza del
paisaje en que había sido fundada siete siglos atrás la gran Tenochtitlan, con los
majestuosos volcanes, montañas, lagos y bosques que la rodeaban; sin embargo, la
verdad es que ahora estamos desilusionados por su crecimiento desmesurado y
fuera de control, y la falta de un gobierno metropolitano que sea capaz de
impulsar un proyecto de desarrollo integral y sustentable para las nuevas
generaciones, pero amigable con la cuenca de cinco lagos, que alguna vez fueron
el hábitat natural de innumerables especies de plantas y animales que hoy están
extintas o en peligro de extinción.
Respecto a mis trabajos publicados, creo que a muchos de mis colegas les ha
pasado algo parecido, porque a lo largo de nuestra vida académica muchos nos
mantenemos cercanos al mismo tema y objeto de estudio, porque siempre quedan
insatisfacciones con lo que vamos entregando como trabajos terminados para su
publicación; de hecho, todos sabemos que aún los hombres más sabios de la
humanidad y autores de obras reconocidas como clásicas, sean antiguas o
contemporáneas, dejan algún espacio dentro o fuera de su obra para hacer
reflexiones sobre lo que han escrito en el pasado y lo que pretenden rectificar o
ratificar.
Una de las frases más célebres en ese sentido es la de Sócrates cuando dijo:
“Yo solo sé que no sé nada”; de alguna manera, esa forma escéptica sobre sus
saberes fue fortalecida dos milenios después por René Descartes, cuando sintetizó
su filosofía con la también célebre frase, “Pienso, luego existo”; hay muchas otras,
pero para ilustrar lo que trato de decir estas retratan sinceramente mi sentir sobre
el estado de conocimiento y comprensión que tengo sobre la ciudad de México:
una megalópolis ingobernable.
De entrada, trato de mantenerme apegado a esas enseñanzas que nos
inculcaron nuestros buenos maestros durante los años del bachillerato porque los
interesados en temas urbanos y metropolitanos seguramente encontrarán en este
libro preocupaciones similares a las que expresé en otros trabajos ya publicados; lo
que sucede es que en ese rodear constante el mismo objeto, tal y como lo
recomendaba Mao Tse Tung en sus escritos "Sobre la contradicción": “Para
conocer realmente un objeto hay que abarcar y estudiar todos sus aspectos, todos
sus vínculos y ‘mediaciones’. Esto jamás lo conseguiremos por completo, pero la
exigencia de estudiar las cosas en todos sus aspectos nos prevendrá contra los
errores y la rigidez.” (TseTung, 1968:347).
Pero si lo hacemos con nuevos paradigmas para interpretar lo que
aparentemente sigue siendo lo mismo, en realidad, como bien nos lo advirtió
Heráclito (s. IV a.d.n.e.), “no se puede bañar uno, dos veces en el mismo río”.
Vaya que en los más de 10 mil años que la humanidad lleva construyendo y
viviendo en ciudades, éstas siempre están siendo de-construidas y reconstruidas
sobre el mismo espacio, ya sea sobre sus ruinas o reaprovechando parcialmente los
viejos edificios, plazas o monumentos, allí están Atenas, Roma, París, Berlín,
Tenochtitlan, Venecia, etcétera.
En mi primer libro, Centralismo y desconcentración en el desarrollo urbano de
México: retrospectiva y prospectiva al siglo XXI (1999), dado que consideraba que la
expansión y crecimiento de la ciudad de México habían sido fenómenos producto
de políticas centralizadoras del régimen postrevolucionario, debido a la política de
sustitución de importaciones que se ligó con el llamado “milagro mexicano”,
centré mi atención en las capacidades institucionales del mismo Estado, para
corregir, mediante planes y programas nacionales y regionales, las tendencias de
esa concentración urbano-demográfica e industrial, que por los 70 del siglo XX ya
eran evidentes en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM),
Guadalajara y Monterrey, por las que aparecían como asunto por controlar en la
agenda pública de aquellos gobiernos.
En ese momento puse más atención en las descripciones de las situaciones
que se observaban en la ciudad de México y en los programas de
desconcentración impulsados desde la nueva Secretaría de Asentamientos
Humanos y Obras Públicas (SAHOP, 1976), que por esos años se veían
prometedores. Institución fundacional en aspectos de planeación urbana, estaba
dirigida por un arquitecto de prestigio internacional, Pedro Ramírez Vázquez,
quien junto con un equipo de expertos de la época como Gregorio Valner,
Roberto Eibenschutz y José Antonio Aguilar Narváez, incorporaron al Plan
Global de Desarrollo, a través del Plan Nacional de Desarrollo Urbano (1979),
ideas novedosas para detener la concentración del desarrollo urbano-industrial que
se daba en algunas regiones del país, y en cambio, darle racionalidad y equilibrio
ambiental a un territorio nacional que demandaba equidad y justicia social.
Más allá de las limitaciones con el propósito de ser exhaustivo en las
descripciones, el tratamiento teórico sobre el desarrollo urbano, del Estado y de la
administración pública era limitado; pero en cambio, a lo largo del texto era vasto
el objeto de análisis y las críticas en un sentido pragmático y prescriptivo, apoyado
en trabajos de Alfonso Iracheta, Luis Unikel, Roberto Eibenschutz, poniendo
atención en lo que se hacía en materia de desconcentración y en el por qué se
hacía de esa manera.
En mi segundo libro, Ciudad de México: la megalópolis ingobernable (2006),
utilicé con mucho más énfasis paradigmas teóricos provenientes de la ciencia
política y algunos conceptos que formaban parte de la retórica reformista del
Estado y la administración pública que habían estado en boga en Estados Unidos y
Europa. En los momentos en que realicé el grueso de la investigación (1999-
2005) era un hecho que tanto el neoliberalismo como el socialismo real habían
quedado atrás como marcos de referencia válidos para orientar la acción pública
del Estado, en una era en la que la globalización había penetrado todos los
rincones planetarios y desde luego las ciudades formaban parte de redes en
ascenso, y que dado el contexto desigual, unas ejercían el papel de globalizadoras
y otras de globalizadas. En ese sentido, la literatura de Saskia Sassen, Jordi Borja y
Manuel Castells, John Friedman, Peter Taylor, Colin Flint, David Held y otros,
fueron referentes a lo largo de los capítulos.
Lo emergente para orientar los programas gubernamentales y de las
administraciones públicas a mediados de los 90, eran las ideas que estaban
impulsando la reforma del Estado, en donde la opción era La tercera vía, propuesta
de Anthony Giddens para Europa (una socialdemocracia de tercera generación),
sumada al paradigma de la nueva gestión pública (new public management),
implementada en contra de las estructuras burocráticas del “gran gobierno”
norteamericano expuesto por Peter Rose, y tan fortalecido durante la etapa de
entreguerras, hasta fines de los 80 y contra los postulados más fundamentalistas del
neoliberalismo, que se promovieron desde el Consenso de Washington (1990)
para hacerse cumplir, sobre todo en los países de la periferia capitalista.
Esos fueron los problemas y enfoques en los que pusimos atención para
analizar al Estado y gobierno mexicano que habían fracasado desde los 70, en su
intento por detener la gran concentración urbana, demográfica e industrial en la
ZMVM y en distintas regiones del resto del país. Para tratar de comprender el
No han concluido los trabajos de reforma institucional y administrativa para restaurar el desempeño
eficaz del gobierno después de su desplome fiscal y político en las décadas finales del siglo XX y han
debido ya emprenderse los trabajos de innovación institucional y gerencial que los gobiernos
requieren para poder dar respuesta a las condiciones contemporáneas de la vida asociada, que se
distinguen por la creciente diferenciación de la sociedad, la mayor autonomía de personas y sectores,
la expansión de la economía global, la conectividad informativa, la formación de regiones políticas y
económicas, el terror y la persistencia de la pobreza y la desigualdad en muchos países (Aguilar,
2011:11).
octubre de 2013
Bibliografía
Introducción
Sin una clara concepción de lo que era la polis y de lo que significaba para los griegos, es
completamente imposible comprender adecuadamente la historia, el pensamiento y las realizaciones
de los helenos (…) Hay un aspecto económico, las barreras físicas, tan abundantes en Grecia, hacían
difícil el transporte de mercancías, salvo por mar; pero al mar todavía no se le tenía confianza (…)
Sobre el aspecto geográfico, se ha asegurado alguna vez que el sistema de polis independientes fue
impuesto a Grecia por las condiciones físicas del país (…) no parece ser verdadero (…) Son las
regiones más montañosas de Grecia las que nunca desarrollaron polis (…) La polis floreció en regiones
donde las comunicaciones eran relativamente fáciles (…) La polis tuvo su origen en el deseo de
justicia. Los individuos no tienen ley, pero la polis hará que se enderecen los entuertos (…) La parte
agraviada sólo estará segura de obtener justicia, si puede declarar sus ofensas a la polis entera(…) la
justicia pública remplaza a la venganza privada (…) ninguna historia de Grecia podrá entenderse si no
se ha comprendido lo que la polis significaba para los griegos (Kitto, 1998).
La ciudad griega se estructuraba en torno al Ágora o plaza pública que era el verdadero hervidero
social. En dicha plaza se situaba el mercado que luego pasó a ser el centro político de la ciudad. En
esto se asemeja a cualquier otra ciudad del mundo islámico, medieval, pero Hippodamos ideó la
creación de la ciudad en cuadrícula cuyos antecedentes se remontaban a civilizaciones indostánicas,
egipcias y mesopotámicas (Cibernos, 2013).
La enfermedad de la ciudad no está tanto en que muchas de ellas hayan crecido locamente sino en que
se está perdiendo la urbanidad, es decir el arte de pensar y saber hacer la ciudad en función de
necesidades racionales, y de orientarla hacia una manera de vivir marcada por el respeto al otro, la
convivialidad o uso democrático de lo disponible, el aprendizaje progresivo de la cohabitación con la
diferencia, la territorialización de la ética, el derecho y la estética (López, 2009).
El conjunto de las creencias y de los sentimientos comunes al término medio de los miembros de una
misma sociedad, constituye un sistema determinado que tiene su vida propia y se le puede llamar
conciencia colectiva o común. Es indudable que una vez que un poder de gobierno se establece,
tiene, por sí mismo, bastante fuerza para unir espontáneamente, a ciertas reglas de conducta, una
sanción penal. 2 (Durkheim, 1994:104)
En la antigüedad, los imperios eran más dirigidos que gobernados, pues carecían
de las organizaciones, medios administrativos, reglamentaciones, información y
personal profesional para administrar el desarrollo sobre los territorios que
reclamaban como suyos; lo más desarrollado desde el punto de vista
gubernamental eran el ejército, la hacienda y la organización de las grandes obras
hidráulicas o religiosas.
El control de pueblos y territorios dependía más de la fuerza militar, que
siempre fue mayor, que del poder político y administrativo; se trataba de imperios
de vencedores y vencidos, de conquistadores militares que imponían rentas y
exigían tributos; en su cúspide había siempre un emperador, pero no
precisamente un jefe de Estado; era un estratega militar y un líder tradicional que
dominaba a sus vasallos sobre territorios y pueblos; después de la victoria, el
dominio se lograba a través de un pacto con los vencidos, a los que se les podía
respetar la vida, sus propiedades, su organización política interna y hasta su
religión, a cambio de vasallaje, tributos y cooperación en caso de guerra. 17
Bajo esa lógica de estructuración del poder político-militar y religioso, lo
que se formaba en esos territorios eran reinos, principados y ducados para
dominar, pero no para ejercer buen gobierno; los centros de poder, como las
ciudades, eran más complicados para el control en la medida en que éstas estaban
organizadas en federaciones urbanas que por lo general vivían del comercio
ultramarino y la fabricación de productos, pues disfrutaban de una base de
recursos propios y de sistemas de gobierno autónomos sui géneris, reconocidos a
través de cartas imperiales concedidas de manera muy particular por los
emperadores (Weber, 2002:998-1046).
Durante el milenio que duró el medioevo europeo, aquellas ciudades fueron
habitadas y gobernadas por guildas de comerciantes, consumidores y pensionistas,
industriosos artesanos y trabajadores, linajes de señoríos feudales, vasallos y grandes
funcionarios que formaban parte de las cortes, clases y estamentos que coexistirían
allí hasta la Revolución francesa de 1789. Esos fueron los ingredientes
económicos y sociales de donde surgieron ciudades de escala metropolitana como
Londres, París, Berlín, Dusseldorf, Amsterdam, con prestamistas nacionales e
internacionales, grandes bancos y centrales de carteles con sociedades anónimas
(Weber, 2002:942).
Los monarcas autárquicos y absolutistas que se fueron consolidando a partir
del siglo XV (España, Holanda, Inglaterra, Francia, Prusia, Suecia) dieron lugar al
Estado moderno, con funcionarios a sueldo y burocracias que gradualmente se
fueron profesionalizando. Se trataba de regiones con ciudades, puertos e históricos
burgos que en el siglo XIII fueron sede del capitalismo mercantil embrionario.
Esos burgos, ya como ayuntamiento urbano, los conoce como fenómeno
extendido y duradero únicamente Occidente; para llegar a ello fue necesario que
el asentamiento tuviera una carácter industrial-mercantil bastante pronunciado y
que estuviera construido como fortaleza, con un mercado estable, un tribunal,
derecho propio y con carácter de asociación; todo eso unido con una autonomía
y autocefalia parcial; por lo tanto, administración con participación burguesa y
con policía para el control de los barrios. 18
Por lo que respecta a las reflexiones que estos fenómenos político-
administrativos fueron inspirando, podríamos decir que Maquiavelo fue uno de
los primeros en poner atención en la institucionalización del Estado; él no tuvo
contemplación para los príncipes débiles; su preocupación intelectual fue
fortalecer al Estado moderno incipiente, a través de las mejores instituciones,
proveyendo a los príncipes de conocimientos firmes para alcanzar y conservar el
poder.
Thomas Hobbes, también impulsor de ideas para fortalecer al Estado en su
acepción absolutista, defendió la necesidad de construir instituciones fuertes para
salvar a la humanidad de sus “peores” instintos, pues pensaba que “el hombre era
el lobo del hombre”; por eso se decantaba por los pactos como medio para
sobrevivir y lograr la gobernación de los territorios conquistados; de hecho, para
él, el Estado surge de un pacto que los individuos establecen entre ellos y que
tiene el objetivo de obtener la seguridad de la vida, mediante la sumisión
recíproca a un solo poder. Como afirma Bobbio en su análisis sobre Bodino y
Hobbes, para ellos, “(…) el poder soberano es absoluto; si no lo es, no es
soberano” (Bobbio, 2004:95).
Aquel absolutismo autárquico temprano desempeñó un papel decisivo para
la formación del régimen interestatal moderno, con países, ejércitos, alianzas
militares, territorios geográfica y culturalmente definidos y fronteras protegidas
con fuertes militares y aduanas; todos previendo invasiones o planeándolas; de
hecho, las guerras motivaron en parte el desarrollo del aparato administrativo, tal
como fueron los casos de Prusia, Holanda, Inglaterra y la Francia napoleónica.
El absolutismo implicó el desarrollo de una nueva forma de Estado con una
organización legal, racional y burocrática temprana; eso es lo que lo hizo diferente
de las ciudades-Estado, los imperios antiguos y medievales y los principados
renacentistas que lo antecedieron, pues esta nueva organización político-
administrativa y militar se basó en la absorción de reinos más pequeños y débiles a
base de desarrollar habilidades de gestión para gobernar un área territorial más
amplia y unificada; un sistema de leyes más rígido y un orden homogéneo
impuesto en todo territorio reclamado como propio.
Se trataba de un gobierno más unitario, más centralizado y estable, pero
además con capacidades para implantar una administración fiscal reconocida y la
monopolización del poder militar en favor del Estado y con sistemas de
profesionalización de su funcionariado, que se formaba teórica y prácticamente a
través de escuelas pioneras de administración pública. 19
Esos enormes territorios quedaban, pues, a cargo de un solo jefe de Estado
soberano y coexistían con otros Estados nacionales también soberanos, con los
que constantemente se estaba en “lucha por el poder abierta, competitiva y
abrumadora” (Held,et al., 2001:6-7).
Aún en medio de esa concentración de poder y de polarización social, los
monarcas absolutos, desde sus inicios (s. XIII), se mostraron muy activos y
constantes como niveladores de la desigualdad social; las cruzadas y las guerras de
los ingleses habían diezmado a los nobles y habían dividido sus tierras; la
emergente institución de las comunas en las ciudades europeas introdujo la
libertad democrática en el seno de la monarquía feudal; además, las armas de
fuego, la imprenta y el correo, catalizaron las interacciones entre estamentos,
clases y ciudades y regiones.
En aquel contexto, el protestantismo, como ideología contestataria frente al
poder eclesiástico de la iglesia católica, sostuvo que “todos los hombres gozaban
de las mismas prerrogativas para encontrar el camino del cielo”. Al respecto,
Tocqueville observaba que en Francia los reyes Luis XI y Luis XIV tuvieron buen
cuidado de igualarlo todo por debajo del trono, y Luis XV descendió él mismo
con su corte hasta el último peldaño. (….) El afán de lujo, el amor a la guerra, el
imperio de la moda, todas las pasiones superficiales del corazón humano, así como
las más profundas parecen actuar de consuno en empobrecer a los ricos y
enriquecer a los pobres” (Tocqueville; 2005:32).
Con ello lo que Tocqueville advertía, era que la semilla del igualitarismo y la
democracia estaban servidos desde aquellos tiempos en la cultura política de las
sociedades aristocráticas de Europa y que era una reivindicación que tarde o
temprano se convertiría en una realidad universal.
Luego, cuando los poderes absolutos del Estado estaban en plenitud en
España, Prusia y Francia, Hegel y Montesquieu al mirar hacia Inglaterra, vieron la
necesidad de nuevos equilibrios, como mecanismo para evitar el debilitamiento
del sistema monárquico; de ahí que la monarquía constitucional les parecía la
forma más conveniente para la estabilidad del nuevo Estado, pues con ella se
garantizaría el control del poder por el poder mismo.
A fines del siglo XVIII y del siglo XIX, el régimen constitucional con división
de poderes que imponía para todos unos límites de mando y control, fue rico en
modalidades políticas y organización administrativa. De la monarquía absoluta se
pasó a la monarquía constitucional en Inglaterra; al régimen republicano con
soberanía popular en Francia, y al federalismo de régimen presidencial en
Norteamérica, sólo que allí basado en principios igualitarios y democráticos nunca
antes experimentados en la Europa moderna, que procedía históricamente de
sociedades aristocráticas. 20
Cada régimen evolucionó institucionalmente con sus peculiaridades durante
el siglo XX, casi siempre acompañados de un sistema de partidos que fortaleció la
democracia representativa a través de las prácticas electorales logrando cierta
estabilidad dentro del marco de las economías liberales que sirvió de tejido
pacificador para el campo mercantil, y de un apoyo que fortaleció la legitimidad
interior de los Estados-nación, a la hora de desarrollar sus acciones expansionistas
sobre los otros continentes y por ende, en contra de los otros Estados con
pretensiones similares.
Anticipando estos escenarios, Marx y Engels ya habían puesto atención sobre
el desarrollo del capitalismo en Europa, viendo en la revolución industrial y el
progreso tecnológico el desarrollo de unas fuerzas productivas enajenadas y
sometidas a relaciones sociales de explotación, sostenidas por leyes injustas,
impuestas desde el poder de un Estado de empresarios burgueses que dominaba
todos los ámbitos de la vida social, política e ideológica. 21
Por su parte, bajo el paradigma positivista heredado de Saint Simón,
Augusto Comte fundaría la sociología a imagen y semejanza de las ciencias
naturales; si tanto progreso se había logrado con la aplicación de las matemáticas y
los principios de la física a la astronomía, la química y la biología a la agricultura y
la salud humana, entonces, por qué no intentarlo ahora aplicando esos mismos
principios al conocimiento y progreso de la sociedad; a él y sus seguidores les
parecía que se trataba de una sucesión lógica en el desarrollo del conocimiento
humano, pues: “El conjunto de los conocimientos astronómicos, (…) no debe
constituir ya en adelante más que uno de los elementos indispensables de un
nuevo sistema indivisible de filosofía general (…)”. 22
Bajo esa postura filosófica, desde la sociología positiva, Comte afirmaba que
la estática social se encargaría de estudiar a las instituciones que dan orden y
garantizan el control de la vida institucional, aplicando la ley desde el Estado,
mientras que la dinámica social estaría pendiente de las leyes universales que
determinan el progreso de la humanidad, nueva deidad hacia la que debería
converger toda la energía social.
Se trataría de producir un conocimiento positivo de la sociedad y sus
instituciones; método que alejaría a la humanidad de las formas teológicas y
metafísicas precedentes, y la aproximaría al “régimen definitivo de la razón
humana”, al estadio positivo en el que conducen y gobiernan los industriales y los
científicos (Comte, 1975:41).
En ese sentido, Durkheim, Spencer, Parsons y Merton fueron fuertemente
influidos por el positivismo comtiano hasta mediados del siglo XX; incorporando
la observación empírica, el trabajo de campo, el racionalismo y los métodos
cuantitativos, se imponía como paradigma científico-social; adicionalmente, con
la visión evolucionista y funcional, los sistemas institucionales quedaban en el
centro del análisis, formando estructuras sociales coercitivas y externas al
individuo, determinando así su conducta social pues éste no tenía más que
constreñirse a las reglas preestablecidas y jugar los roles sociales de acuerdo a los
mandatos prescritos por los usos y costumbres vigentes avalados por la ley, y
aprendidos a través de los sistemas de socialización dominantes: familia, iglesia y
escuela.
A fines del siglo XIX el positivismo alcanzó sus más altos niveles de prestigio
en el mundo occidental, de ahí que las sociedades autoritarias encontraban en sus
tratados de filosofía política la manera de racionalizar el por qué de las dictaduras
represivas en contra de los movimientos sociales que luchaban a favor de
reivindicaciones que afectaban los intereses de “científicos”, industriales y
comerciantes, que eran vistos en Inglaterra y Francia como la clase social que
liberaría a la humanidad del retraso al que había sido sometida por el oscurantismo
medieval. Obviamente, la ciudad funcionaba y se diseñaba bajo un paradigma
social en el que cada clase social tenía su barrio, sus lugares comunes y las
propiedades que le correspondían de acuerdo al estrato al que pertenecía y la
función social que le correspondía.
Durante la primera mitad del siglo XX se desarrolló un Estado que ostentaba
el monopolio de la ley y la capacidad de ejercer la violencia física o simbólica
legítima; en tanto maquinaria burocrática, racional y jerárquica y con base en el
progreso de las revoluciones industriales, pudo implementar políticas sociales
planificadas que lo distanciaron de los regímenes dictatoriales o totalitarios,
apoyado en instituciones más representativas, tal y como lo preveía Max Weber,
por eso, el “gran gobierno” en la etapa de posguerra llegó a considerarse como un
“Estado socialmente necesario” que reivindicó los intereses de amplios sectores
sociales emergentes en las crecientes ciudades de todo el mundo occidental
(Moreno en Rose, 1998:11).
Primero el trabajo, luego y con él la palabra articulada, fueron los primeros dos estímulos principales
bajo cuya influencia el cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro humano (…)
El desarrollo del cerebro y de los sentidos a su servicio, la creciente claridad de conciencia, la
capacidad de abstracción y de discernimiento cada vez mayores, reaccionaron a su vez sobre el trabajo
y la palabra, estimulando más y más su desarrollo (…) a la vez, surge con la aparición del hombre
acabado: la sociedad (Engels, 1971:74-78).
Las instituciones son las reglas del juego en una sociedad o, más informalmente, los constreñimientos
u obligaciones creadas por los seres humanos que le dan forma a la interacción humana; en
consecuencia, éstas estructuran los alicientes en el intercambio humano, ya sea político, social o
económico. El cambio institucional delinea la forma en que la sociedad evoluciona en el tiempo y es,
a la vez, la clave para entender el cambio histórico (North, 2001:13 y 17).
Instituciones y organizaciones
Conclusiones
Bibliografía
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Alianza. 281-312.
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México:UAM-I. 53-66.
Wallerstein, Immanuel (2003). Después del liberalismo. México: UNAM-Siglo XXI.
Weber, Max (2002). Economía y sociedad. México: Fondo de Cultura Económica.
2. Ciudades: orígenes de la idea del buen gobierno
Introducción
Empezaremos por recordar que para Plantón y Aristóteles, entre los gobiernos de
las ciudades homéricas que los precedieron, hubo unos gobiernos que ellos se
permitieron clasificar como buenos o malos, pero de entre ellos, hubo unos
mejores y otros peores; incluso, en su limitado universo llegaron a identificar cuál
era el que había tenido la forma óptima y cuál la más incorrecta; esto es, que en su
quehacer filosófico, a la vez que describían, comparaban y analizaban los sistemas
políticos existentes hasta su momento, también se vieron tentados a darles un
valor axiológico, partiendo de los valores políticos dominantes en aquella sociedad
de clases, donde el esclavismo era tan natural, tal y como hoy se aceptan las
desigualdades económicas y sociales que produce el mercado global dominado por
los principios neoliberales impuesto por las grandes corporaciones oligárquicas. En
el centro de esas formas, Aristóteles destacaba que:
Interés público
IV a. 3 buenas: Monarquía, aristocracia y timocracia, que degeneran en tiranía, Legitimidad moral
Platón Esparta
c. oligarquía y democracia Sistemas regresivos de
buenos a malos
Bien común
III a. Las mismas 6 pero de mejor a peor. De combinaciones de malas surgen Vivir mejor
Aristóteles Atenas
c. buenas porque son intermedias Legitimidad moral
Clase media extensa
La catástrofe de Roma es una intervención divina. Dios es un médico que corta la carne podrida de
nuestra civilización. Este mundo es un horno que la paja arde al fuego; el oro, en cambio, sale
purificado y ennoblecido. Es una prensa que separa al aceite del deshecho sin valor; el deshecho es
negro y tiene que desaguar por el canal. El canal se pone así más sucio, pero el aceite sale más puro.
Los que murmuran son el deshecho; el que entra en sí y se convierte, es el aceite puro. (Citado por
Montes de Oca, 1978:XI)
Ese era el mensaje dominante que más adelante determinaría las formas de vida en
torno al feudo y que se justificarían como instituciones preponderantemente
represivas, avaladas por aquellos valores morales impuestos por el cristianismo de
los tiempos de la caída misma de Roma.
De esa nueva situación de resquebrajamiento del orden institucional
anterior, que no fue poca cosa para el mundo de aquella época, en adelante la
concepción grecorromana de un Estado para la vida “colectiva y buena” quedó
relegada; el aislamiento paulatino de la gente alrededor de los nuevos feudos y
pequeños reinos descentralizó por fuerza la vida comunitaria, creando un mundo
favorable para el dominio unipolar de una sola institución, la Iglesia católica, que
con el tiempo se hizo omnipotente.
Ahí el contraste no era entre el mal gobierno o el buen gobierno, sino entre
el Estado y la Iglesia, institución religiosa que se impuso fácilmente después de la
desintegración del imperio romano, decantándose a favor de la tiranía, forma que
garantizaba el control político de los feligreses desperdigados por toda Europa,
que a la vez quedaron atrapados en las relaciones sociales de servilismo, forma de
explotación que correspondía a un estadio de desarrollo más avanzado que el del
esclavismo, pues de acuerdo con ese contrato social, el siervo disponía del
usufructo de una parcela que el señor feudal le concedía junto con la protección
contra invasores, a cambio de su trabajo servil en sus tierras y castillo.
Ya avanzado el Renacimiento, Maquiavelo, a principios del siglo XVI, centró
su atención en aquellos príncipes tiranos que conquistaban el poder de hecho y lo
mantenían al ejercerlo con reglas que no eran las de la moral pública o religiosa,
sino las del príncipe que no ostentaba el título justo: se trataba del príncipe
usurpador, ilegítimo, al que lo justo le venía de la victoria, mas no de la bonomía
de su gobierno; cuando ésta se daba, se consideraba más una debilidad de carácter
que una habilidad en el manejo de los asuntos del reino.
A pesar de sus preferencias por la forma de gobierno tiránica, Maquiavelo
distingue cuatro formas de conquistar el poder:
a) Por virtud
b) Por fortuna
c) Por maldad
d) Por el consenso de los ciudadanos
Cabe anotar que las antítesis de éstas son: virtud-fortuna, fuerza-consenso.
El criterio para distinguir la buena política de la mala política es el éxito, que es
conservar al Estado, pues el fin de un príncipe es mantener el poder y eso se logra
desarrollando la capacidad de prever, tomando en cuenta los sucesos del pasado; es
decir, tomando en cuenta la historia. Solo quien es capaz de explicar las cosas que
suceden está en posibilidad de prever cómo acontecerán: “todas las cosas del
mundo, en todo tiempo, se parecen a las precedentes”.
Una aportación temprana de Maquiavelo fue, en su momento, haber puesto
el conflicto y el antagonismo como los elementos que le daban salud y desarrollo
contradictorio al Estado. En el Estado absolutista de los tiempos de Maquiavelo, el
poder del príncipe estaba por encima de la ley, en él no había cabida para una
postura iusnaturalista. En Maquiavelo, el gobierno mixto ya no es solamente un
mecanismo institucional que genera estabilidad a partir de cierta composición
orgánica de sus clases; es el reflejo de una sociedad determinada; es la solución
política de un problema que nace de los conflictos de la sociedad civil y tiene sus
correspondientes efectos en la superestructura, al formar un Estado que hace
posible la unidad nacional.
Inspirado en Maquiavelo, Bodino pone en el centro de la discusión el tema
de la soberanía y las fuentes de la soberanía del Estado; es decir, el poder supremo;
donde hay un poder soberano, hay un Estado; él afirma que los atributos de la
soberanía son dos: lo perpetuo y lo absoluto; el primero significa que el poder
otorgado es por un periodo determinado y para lograr algún objetivo concreto;
por su parte, lo absoluto no significa ilimitado; el único poder ilimitado en esos
tiempos era el de Dios; sólo los dictadores y los que se creían mesías gobernaban
sus reinos bajo esa idea.
Aún así, Bodino ponía atención en que el poder terrenal no se dividiera al
grado de que el Estado perdiera unidad y a causa de ello estabilidad. Pero para él,
la soberanía históricamente radicaba en tres posibles fuentes: el pueblo, el príncipe
o los notables, y en sus preferencias de forma de Estado destacó la monarquía.
Bodino también amplió en su tipología a un total de nueve posibles formas
constitucionales, combinando las formas de Estado (monarquía, aristocracia y
democracia y las formas de gobierno: monárquica, aristocrática y democrática), de
donde además se deriva uno de los primeros intentos por distinguir entre el
Estado, el gobierno, su administración y la manera de gobernarlo (real o legítima,
despótica, facciosa y tiránica).
Dado que la corrupción no es del Estado sino del gobierno, Bodino
contrapone en forma de antítesis: el príncipe bueno (el legítimo, el que se apega y
respeta las leyes de la naturaleza) frente al príncipe malo (el tirano, el que las
transgrede).
De esta diferenciación entre Estado y gobierno, dos siglos después Rousseau
retomará la idea para llegar a la conclusión de que la soberanía radica sólo en el
pueblo y por lo tanto la república es la única forma posible de Estado que da lugar
a tres formas de gobierno según si el poder ejecutivo sea confiado a uno, a varios
o a muchos. La soberanía o es única o no lo es; él acepta la idea de Bodino del
gobierno mixto, porque la interpreta no como división del Estado, como lo hace
Bodino, sino como división del gobierno; de hecho para él no existen gobiernos
simples, todos los gobiernos son mixtos.
Pero descontento con esas formas anteriores de pensar el Estado, Thomas
Hobbes aporta la pregunta clave sobre el buen gobierno, podríamos decir, en la
situación de subjetivismos en que nos encontramos atrapados hoy todavía:
“¿cómo se puede distinguir al soberano bueno del malo, si donde unos ven
democracia otros ven anarquía, donde unos ven aristocracia otros ven oligarquía y
donde unos ven un tirano otros ven a un rey?”
Frente a los juicios de valor que dependen de la opinión, no existe ningún
criterio objetivo para distinguir el buen gobierno del mal gobierno. Si la
distinción entre lo espurio y lo legítimo es pasional y no racional, lo que importa
no es cómo se llega al poder, sino obtener el reconocimiento mayoritario de los
poderes fácticos una vez alcanzado, sin importar los medios y formas que se usen
para lograrlo. Lo que hace justa a la nueva constitución es la victoria y el pacto de
sobrevivencia con los derrotados, porque la hace viable: “No es por eso la victoria
lo que proporciona el derecho de dominio sobre el vencido, sino su propio
pacto.”
Dicho en otras palabras: “El Estado surge de un pacto que los individuos
establecen entre ellos y que tiene el objetivo de obtener la seguridad de la vida
mediante la sumisión recíproca a un solo poder”.
En nuestros tiempos, en los Estados democráticos, el objetivo de los
individuos es obtener la seguridad de acceso a ciertos recursos, servicios o poder
de influencia, a cambio de la cooperación, sumisión y lealtad a un partido, grupo
o persona que sea capaz de garantizarlo; dentro de los sistemas políticos y bajo
ciertas reglas de gobernabilidad, normalmente se trata de los que legalmente ganan
las elecciones.
Hobbes, desde su analogía del Estado con el Leviatán, rechaza la idea del
Estado mixto; si el Estado es mixto no es estable y si es estable no es mixto; el
gobierno mixto es comparado con algo monstruoso, pues rechaza la división de
poderes dentro del Estado en ejecutivo (rey), legislativo (pueblo representado) y
judicial (senado) ya que considera que, en el reino de los hombres, el poder
soberano no puede ser dividido más que a riesgo de destruirlo; si el poder
soberano está dividido, ya no es soberano; de esa visión que pensaba
permanentemente en los problemas de integración de reyes fuertes frente a la
división y las guerras conquistadoras, se fortaleció sobre los reinos europeos la idea
del absolutismo monárquico, en el que la única justicia es la que se deriva de la
victoria, de la conquista; la victoria es la prueba de la justicia. Él no acepta la
división de funciones del gobierno; lo que ve en eso no es a un Estado
independiente, sino a tres facciones independientes: al rey se le confía la función
ejecutiva, al senado la judicial y al pueblo representado, la legislativa.
Cuadro 2
Formas de gobierno del Feudalismo al Renacimiento
Autor Siglo Formas de gobierno Características Caso
Monarquía absoluta
Lo bueno y lo malo de los gobiernos depende de la
Hobbes XVII Legitimidad por victoria y pactos. Estado subjetividad, que se mueve entre lo pasional y lo racional. Europa
estable no es mixto; Estado mixto no es No división de poderes ni de funciones de gobierno.
estable. Estado independiente sin facciones
Quizás John Lock pueda ser considerado uno de los ilustrados tempranos que
sienta las bases del Estado democrático moderno; basado en la clasificación de
Bodino acepta como viable para Inglaterra la modalidad de constitución
democrático-monárquica, o sea aquella en la cual la soberanía del Estado
pertenece al pueblo, y el gobierno, entendido como ejercicio del poder ejecutivo,
le es delegado al rey a través del parlamento, poder que ostenta la representación
del soberano; esa es la mejor forma de gobierno que se podría perfeccionar en la
isla británica.
Vico, al introducir el análisis histórico, reafirma la interpretación positiva del
progreso de la humanidad, con la que, al igual que Maquiavelo, ve en la lucha de
clases entre patricios y plebeyos, las razones por las que Roma mantuvo su
libertad, pues la sublevación de los oprimidos condujo al fortalecimiento de un
Estado nuevo. Se trata de movimientos hacia el progreso que se logran por el
antagonismo y el conflicto, mismos que no deben verse como destructivos ni
regresivos, sino como formas que siempre terminan estimulando el avance social,
que producen mejores formas de desarrollo político. Así, la humanidad proviene
de la barbarie con formas paraestatales teológicas; Vico descubre a la historia como
ciencia del desarrollo de la sociedad que avanza cada vez de formas buenas a
formas mejores, y termina viendo también a la monarquía constitucional como la
cúspide a la que hasta su momento había podido llegar el Estado, en la época
donde ya no dominan ni los sacerdotes, ni los héroes, sino los hombres asociados
políticamente como origen de la autoridad civil.
De alguna manera, Vico separa de sus interpretaciones la necesidad moral de
prescribir el mejor gobierno y se preocupa más por interpretar la historia donde se
desarrollan las instituciones humanas; si los gobiernos son buenos o malos, eso es
cuestión del momento en que surgen y es algo que se puede explicar por su
evolución histórica; de ahí se deriva la forma del Estado.
Siguiendo en la búsqueda de las leyes generales que determinan la formación
y el desarrollo de la sociedad humana en general y de las sociedades humanas en
particular, Montesquieu, por su parte, da un paso lateral al enfoque de Vico y,
despreocupándose un poco de la dimensión temporal, pone énfasis en la
dimensión espacial y geográfica; él se dirige a explicar la variedad de las sociedades
humanas y de sus respectivos gobiernos no solamente en el tiempo, sino también
en el espacio.
Las causas de la variedad de las constituciones son tres: físicas o naturales,
económico-sociales y espirituales; de ellas los gobiernos pueden ser republicano
(la virtud alcanzada por medio de los valores de la igualdad), monárquico (el
sentimiento del honor que mueve todas las partes del cuerpo político y que
permite darle equilibrio a los apetitos de la ambición de todos) y despótico (el
miedo como medio para alcanzar un fin virtuoso, la república democrática, por
ejemplo); aquí lo que importa es diferenciar si el gobierno es de uno o de varios,
no importa que sean pocos o muchos, lo que importa es su naturaleza y sus
principios: la naturaleza es lo que le hace ser (quién gobierna) y su principio lo
que le hace obrar (de qué manera); la primera es su estructura particular; el
segundo las pasiones humanas que lo mueven.
No obstante impulsor de esta nueva visión más sociológica que filosófica,
termina decantándose por una postura prescriptiva en favor del gobierno
monárquico regulado por una constitución, por considerarlo el más moderado, ya
que se basa en la división y control recíproco de los tres poderes clásicos: es
necesario que el poder frene al poder.
Las preocupaciones históricas de Vico y la incorporación geográfico-espacial
de Montesquieu son retomadas por Hegel, quien pasa de la intuición de sus
antecesores a una postura teórica que lo lleva a identificar como formas de
gobierno trascendentes al despotismo oriental, la república antigua y la monarquía
moderna; en cada una de ellas lo que importa no es quién y cómo gobierna, sino
que se toma en cuenta la estructura social en su conjunto. “El Estado es un todo
orgánico de índole ética. Una constitución no es un sombrero que se puede
poner arbitrariamente sobre cualquier sociedad. A cada sociedad le corresponde la
constitución que se adecua al espíritu del pueblo”.
Por lo anterior, para Hegel toda discusión sobre la óptima forma de
gobierno es una pérdida de tiempo; en cambio afirma que la historia es continua,
no cíclica, por lo tanto nunca se repite. Esto no quita que él sea partidario de la
monarquía constitucional, no porque sea la mejor, sino porque es la forma de
gobierno que mejor corresponde al “espíritu del tiempo” que le ha tocado vivir.
De ahí que lo único que le interesa es constatar cuál es la fase de desarrollo a la
que había llegado la historia universal y precisa que la monarquía constitucional es
la obra del mundo moderno. En él se pueden diferenciar dos esferas: la sociedad
civil, que es la de las diferencias sociales, y el Estado, que es la unidad política en
la que las diferencias sociales están articuladas y resueltas. En ese Estado, libertad
significa obedecer las leyes que de él emanan porque de esa manera los individuos
cumplen conscientemente su tarea en y para la colectividad. De ahí se deriva el
bien colectivo.
Cuadro 3
Formas de gobierno durante la Ilustración
Autor Siglo Forma de gobierno Características Caso
Democrático-monárquica Soberanía-Pueblo
John Lock XVII Inglaterra
Rey-Poder ejecutivo Parlamento: representante
A mediados del siglo XIX entran en escena dos visiones antagónicas que de
diversas formas parten de la herencia hegeliana sobre el Estado, una mantiene su
postura dialéctica, pero del lado del materialismo (el marxismo) y la otra (el
positivismo), del lado del idealismo que ve en el incesante progreso humano las
únicas leyes capaces de explicar el devenir de la sociedad; esta postura más
adelante, mezclada con el evolucionismo darwiniano dominante, le da con-
tinuidad a las teorías organicistas y funcionalistas; de hecho, ninguna de las dos
corrientes desarrolla plenamente la teoría del Estado y sus formas de gobierno,
aunque la primera pone mucho más atención al respecto, partiendo de una crítica
al idealismo hegeliano y termina estimulando una teoría proletaria para destruir al
Estado burgués a través de una revolución, en tanto institución que sólo ha
servido para darle soporte a las relaciones económicas desiguales entre clases
sociales de la sociedad capitalista. La segunda, por el contrario, refuerza la
legitimidad del Estado fuerte como única institución garante del orden necesario
para el progreso por el que transitará la sociedad, irremisiblemente, apoyada en el
desarrollo educativo, científico y tecnológico con los industriales a la cabeza.
Marx, basándose en el método dialéctico de Hegel, pero desde las corrientes
materialistas más desarrolladas de su época, pone de pie el edificio social en donde
el Estado aparece en la superestructura como reflejo de la estructura básica
(económica). Esa forma de Estado no es racional como lo afirmaba Hegel,
simplemente es un Estado de clase más, producto del desarrollo histórico
dialéctico de la sociedad que engendra, en sí mismo, los elementos contradictorios
de su destrucción; para que esa destrucción se anticipe, lo que hay que hacer,
según Marx, es acelerar los procesos de conciencia proletaria, única clase
revolucionaria en el capitalismo, que por su experiencia social de lucha contra la
burguesía, es la portadora de las formas genéticas del socialismo científico, que
hará pasar a la sociedad en su conjunto hacia la forma superior y última del
desarrollo humano, el comunismo, donde el Estado se extinguirá, en la medida en
que la dominación de unos sobre otros ya no será necesaria; sólo en ese momento
la humanidad accederá al ideal de lo que aquí entendemos como buen gobierno:
“Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la
sociedad será por sí mismo superfluo (...) El gobierno sobre las personas es
sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de
producción. El Estado no es abolido; se extingue” (Engels, 1971:148-149).
Entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, el positivismo, el
organisismo y el funcionalismo le dieron fuerte legitimidad política e ideológica a
los Estados “liberales” e incluso a los Estados dictatoriales de corte fascista,
mientras que el marxismo revisado y reinterpretado en Rusia y en China le dio
soporte a Estados de corte totalitario, donde supuestamente se ejercía la dictadura
del proletariado; formaciones políticas que tuvieron existencia entre 1917 y 1989.
La URSS se disolvió, y China, después de la muerte de Mao en 1976, transitó hacia
un sistema híbrido en donde se combinan elementos del socialismo comunitario,
en el campo; y el capitalismo de mercado abierto, que la están posicionando
como la segunda economía del mundo, sólo después de Estados Unidos.
Regresando a la crisis de 1929-1933, el paradigma de funcionamiento
económico del Estado liberal se derrumbó en los países más importantes del
mundo, por lo que tuvo que emerger el nuevo paradigma keynesiano, donde el
Estado se puso en el centro de las decisiones económicas y de las políticas sociales;
el compromiso común del gobierno de administrar la economía y un conjunto de
programas de bienestar, es lo que distingue a los Estados benefactores de
economía mixta de sus predecesores, incluyendo al Estado liberal (Rose,
1998:87).
Es por eso que a partir de ese momento, las teorías de Max Weber sobre la
organización estatal y la racionalidad de la burocracia se complementan con la
teoría económica de Keynes, que se imbrican con las decisiones públicas. Richard
Rose, analizando aquel periodo, asegura que los programas del Estado benefactor
tuvieron su origen alrededor de la primera Guerra Mundial y que requirieron de
más de medio siglo para alcanzar su plena madurez (Rose, 1998:85).
Todo ese aparato logístico se consiguió a base de una constante reingeniería
organizacional que se basó en los principios weberianos de la racionalidad de la
organización burocrática, la verticalidad de las estructuras, la división operacional
de funciones con competencias precisas, la especialización y profesionalización de
los funcionarios, las responsabilidades y el poder coercitivo con base en el
derecho, el control de los procesos administrativos, rendición de cuentas sobre el
patrimonio que está bajo su cargo y el principio de autoridad.
Para Weber, la sociedad moderna llegaría a ser dirigida por una “dictadura
burocrática”, pues él la consideraba el medio que permitía, desde el punto de vista
técnico y formal, el máximo de precisión, continuidad, disciplina, rigor,
confianza, calculabilidad, intensidad y extensión a los servicios y susceptibilidad
técnica de perfección, todo lo que lleva al óptimo resultado. Las características del
Estado moderno, capaz de impulsar un buen gobierno, tendrían que ajustarse a lo
siguiente: “Monopolio de los medios de administración y dominio por medio de
un sistema impositivo centralizado y un aparato militar bajo la autoridad del
gobierno central. Un aparato administrativo regulado por un marco jurídico y
que se hace respetar por el uso de la fuerza monopolizada por el gobierno”
(Sánchez, 1976:188-192).
Ya en el umbral de la segunda Guerra Mundial, por estrategia de
sobrevivencia, Estados Unidos, Europa occidental y la URSS se aliaron para
detener la amenaza que representaba la Triple Alianza fascista de Alemania, Italia
y Japón; cuando el hecho se consumó en 1945, después de destruir Dresde,
Berlín, Hiroshima y Nagasaki, se vino una nueva repartición del mundo; de un
lado quedaron los “buenos gobiernos democráticos” de los aliados con sus Estados
de bienestar, y del otro lado, los “buenos gobiernos socialistas” que le apostaban al
bien común.
Así, las ideas dominantes en torno al buen gobierno sólo se pudieron
repensar desde las limitadas visiones de alguna de las dos posiciones políticas
ganadoras: la democracia occidental, con su aparato burocrático racional de tipo
weberiana con un Estado intervencionista en la economía para dar sustento a los
amplios programas de bienestar, 32 o el comunismo soviético y chino con su
modelo de Estado totalitario y planificador: la larga época de la guerra fría y la
crisis de los misiles entre Estados Unidos y Rusia fueron el sello particular de ese
conflicto político-militar e ideológico que terminó cuando sobrevinieron la crisis
del socialismo real, que terminó con la disolución de la URSS y el fracaso
gubernamental de los grandes estados de bienestar que optaron por liquidación o
la privatización de los servicios públicos encargados de la agenda social.
Dicho por Wallerstein: “A fines de los 80 las crisis económicas y políticas de
estos dos sistemas eran evidentes; la caída del Muro de Berlín y la disolución de la
URSS, no necesariamente representaron el triunfo del liberalismo occidental, pues
éste también había entrado en su fase terminal desde principios de los 70 con todo
y su “gran gobierno” y sus sistemas de bienestar” (Wallerstein, 2003:3-9).
Dada por válida esta tesis, lo que tenemos es que, si en algún momento las
metas sociales y económicas alcanzadas entre los 50 y los 60 permitieron acercarse
al ideal del buen gobierno en ambos bandos, más por la propaganda política, que
porque realmente sus poblaciones en general estuvieran muy satisfechas con las
libertades y los resultados de sus gobiernos, lo cierto es que fue difícil sostenerse
en ello, cuando de ahí en adelante el concepto central que preocupó y ocupó a
los gobiernos de todo el mundo fue el de la “crisis del sistema-mundo”, ratificada
por la derrota de Estados Unidos en Vietnam, los golpes de Estado recurrentes en
América Latina, los problemas del mercado energético, la liberalización del dólar
en los mercados internacionales, la inflación galopante en las economías de la
periferia capitalista, los déficit fiscales, las deudas públicas internas y externas de los
gobiernos, el burocratismo del “gran gobierno”, la caída de los gobiernos
socialistas en Europa, y la corrupción en todos los niveles de gobierno de todo el
mundo, etcétera.
Cuadro 4
Formas de gobierno en las sociedades industriales
Autor Siglo Forma de gobierno Características Caso
Conclusiones
Terminaremos este apretado repaso sobre las ideas y elementos que tenemos que
tomar en cuenta para aproximarnos al ideal del buen gobierno metropolitano,
concluyendo que: “la democracia se nutre fundamentalmente con la fuerza del
asociacionismo, pues ese es el capital social esencial del desarrollo político y
económico; los individuos que se aíslan de sus núcleos sociales son propensos a
caer en el radicalismo y esa gente divorciada de la comunidad, de la ocupación y
la asociación, es la que apoya el extremismo”. (Fernández, 2005:73)
La democratización de los gobiernos locales camina de la mano con el
desarrollo de la sociedad civil; mientras estas condiciones no se den con vigor, las
tentaciones autoritarias de los gobiernos y las prácticas de clientelismo seguirán
como principales ingredientes desde los que se forjan las reglas del tipo de
gobernabilidad que no practica la redición de cuentas, la transparencia ni ofrece
resultados de calidad a la vista, la necesidad y el gusto de la mayoría.
Por lo demás, tendremos que decir que el ideal del buen gobierno no es
algo que se pueda encapsular ni embotellar para venderlo de país en país y de
región en región; para acercarse a ello, en cada lugar y momento, habrá de
hacerse un análisis particular, confrontarlo con todos los actores involucrados,
incluso los que puedan parecer los menos indicados y a partir de todas las
opiniones y acuerdos, construir aquel que pueda parecer estratégicamente el
mejor para la mayoría; solo de esa manera podremos distanciarnos lo más posible
de la advertencia de Hobbes en el sentido de que “el hombre es el lobo del
hombre”. Sobre el carácter subjetivo de estas apreciaciones preferimos acercarnos
más al que se adapte mejor “al espíritu de los tiempos”, estando de acuerdo con
Hegel. En ese sentido hoy estamos pensando en un gobierno preocupado por
actuar bajo los principios de la democracia, al lado de la ciudadanía, apoyando el
desarrollo de la sociedad civil; sólo de esa manera nos estaríamos acercando al
ideal de un buen gobierno que opere en la escala metropolitana, pensando que
México, actualmente, tiene 56 zonas metropolitanas reconocidas por el INEGI, el
CONAPO y la Sedesol.
Bibliografía
Introducción
Gordon Child a mediados de los años treinta del siglo XX, fue el primero en
utilizar el concepto de revolución urbana al estudiar los asentamientos de las
antiguas civilizaciones en Mesopotamia y Persia; dos décadas después, Henri
Lefèbvre utilizó el mismo concepto para referirse a los procesos de urbanización
que se dieron durante el siglo XIX en las ciudades industriales de Europa y Estados
Unidos, sugiriendo que se le podía llamar revolución urbana:
Al conjunto de transformaciones que se producen en la sociedad contemporánea para marcar el paso
desde el periodo en el que predominan los problemas de crecimiento y de industrialización (…) a
aquel otro en el que predominará ante todo la problemática urbana y donde la búsqueda de soluciones
y modelos propios de la sociedad urbana pasará a un primer plano (Lefèbvre, 1980:11-12).
una fuerza activa y motriz registrada por la geohistoria que supone la formación de una red de
asentamientos nucleados y animados de modo jerárquico, capaces de generar innovación, crecimiento
y desarrollo social desde el interior de su dominio territorial definido (…) connota las
interdependencias económicas y ecológicas y las sinergias creativas, así como también destructivas, que
surgen del agrupamiento intencionado, y de la cohabitación colectiva de la gente en el espacio, en un
hábitat hogar (Soja, 2008:42- 43).
Lo interesante para el estudio de las ciudades es que éstas se pueden ver como esa
reacción humana a favor de la aglomeración sinecética, que no es otra cosa que
un concepto conductual, transaccional, así como también político y económico,
que activa la especificidad espacial del urbanismo, transformando la fuerza social
en histórica.
El sinecismo, pues, conlleva a la idea de que las ciudades terminan creando
regiones (incluyendo lugares deslocalizados, muy lejanos y dispersos), que nos
sugiere la hipótesis de que apenas el hombre tuvo la posibilidad técnica y cultural
para aglomerarse, lo hizo, convirtiéndose así en sedentario, tomando la alternativa
de cohabitar y construir primero aldeas y luego poblados que dominaron su
entorno inmediato; más adelante evolucionaron hasta convertirse en ciudades-
estado, que dieron lugar a las primeras zonas metropolitanas funcionales a ellas;
después, con el crecimiento demográfico forjaron amplias regiones; luego, esas
ciudades-estado se convirtieron en imperios que llegaron a controlar otras
ciudades y regiones extensísimas allende sus fronteras “nacionales”, bajo modos de
producción despóticos o esclavistas.
En los momentos del gran desarrollo de esos sistemas antiguos de ocupación
y de creación de espacios, vino la caída del imperio romano a manos de las tribus
bárbaras que habían estado sometidas por esa inercia sinecética de la que venimos
hablando, pero pasada la dispersión medioeval que dio lugar a una enorme gama
de principados por toda Europa, con desarrollos institucionales mucho más
complejos, se dio origen a un nuevo lugar central, el de los Estados-nación
europeos que se fueron afirmando en la cultura e ideología renacentista del siglo
XV, el colonialismo catapultado por los descubrimientos geográficos del siglo XVI,
el racionalismo del siglo XVII, el humanismo del siglo XVIII; luego, en el contexto
de las revoluciones industriales, cuando prosperaron las ideas marxistas de la
revolución socialista, se produjeron las ciudades y metrópolis industriales del siglo
XIX, que incluyeron a Norte América, país que, al fortalecerse económica y
Lo que la casa es para el campesino, la ciudad es para el hombre civilizado (…) El transporte y
comunicación, los tranvías y teléfonos, periódico y propaganda, construcciones de acero y elevadores,
todos los objetos, en realidad, que tienden a producir una gran movilidad y una gran concentración en
los asentamientos humanos, son factores primarios en la organización ecológica de la ciudad (Park en
Donoso, 1993:116).
Ya entrada la etapa postfordista, 48 a partir de los 60 del siglo XX, las ciudades y
el campo quedan dominados por los patrones neoliberales de consumo y los
servicios sofisticados que agotan los recursos naturales de todos los rincones del
mundo, desecan los humedales locales y contaminan las aguas de todos los mares y
los suelos de extensos bosques y praderas y aire de la mayoría de las ciudades,
debido a la circulación lenta de millones de autos y fábricas relocalizadas en las
afueras de las ciudades y aportando sustancias químicas que destruyen la capa de
ozono que protege a la tierra de las radiaciones solares que producen un cambio
climático que pone en riesgo el equilibrio ambiental, la biodiversidad y la
seguridad de todas las ciudades porteñas del mundo.
Este proceso de urbanización es el que lleva en sus entrañas algo que puede
ser la cuarta revolución urbana de la humanidad, pero lamentablemente, al igual que
en las ciudades industriales regidas por el capitalismo industrial, esta nueva forma
de urbanización es conducida irracionalmente desde los antiguos centros
corporativos, ahora llamados nodos globales de gestión, que mantienen su sede en
las postmetrópolis, pero ahora de manera multicéntrica, desde donde se deciden
las principales directrices y modalidades del desarrollo planetario; la atmósfera y el
sistema climático son recursos esenciales para la vida que abarcan y exceden a
todos y cada uno de los Estados y sociedades. Como lo comentan algunos
ambientalistas: “es inconcebible que cualquiera pueda poseer efectivamente la
atmósfera y que nadie pueda estar excluido de su utilización y que, no obstante,
las consecuencias de cualquiera de las acciones en localidades específicas y
pequeñas puedan tener repercusiones de una naturaleza sumamente impredecible
y volátil sobre todo el planeta (Held et. al., 2002:468).
Más allá de la expansión de las conurbaciones y el dominio que las ciudades
tengan sobre el campo, para que este proceso de transición realmente arribe a esa
cuarta revolución urbana, tendrían que darse las condiciones que Lefèbvre
señalaba hace cuatro décadas: “La sociedad urbana es para nosotros un objeto
virtual, es decir, un objeto posible, cuyo nacimiento y desarrollo hemos de
presentar ligado a un proceso y a una praxis (una acción práctica)” (Lefèbvre,
1980:9).
Por otra parte, más allá de su actual operación en redes mundializadas, en lo
particular, cada ciudad responde en alguna medida a sus propios orígenes
históricos y a sus usos y costumbres nacionales y regionales, que tienen que ver
con instituciones enraizadas en su tradición constitucional, leyes, gobierno,
historia, geografía, cultura y grado de desarrollo, tal y como lo previeron los
pensadores de la Ilustración.
Por ejemplo, Vico quería comprender el sentido de la historia de las
instituciones políticas que daban solidez al Estado-nación emergente;
Montesquieu, por su parte, puso énfasis en la dimensión espacial para la
determinación de las formas de gobierno. Hegel pensaba que, “A cada sociedad le
corresponde la constitución que se adecua al espíritu del pueblo.” (Rosique,
2007:15-16).
El mismo Weber dedica una amplia parte de su obra al análisis de las
ciudades, porque una vez constituidas las ve como un lugar central donde siempre
hay autoridades locales al lado de un mercado que hace posible intercambios
comerciales sustantivos entre la población local y la de los alrededores pues
observa con claridad que sobre todo con la emergencia del mercantilismo, el
poder de los comerciantes se acrecentó al grado de que las primeras formas del
Estado moderno, respondían al interés mercantil como si fuera el único interés
público:
Suele ser normal que la ciudad tan pronto como se ofrece como una estructura diferente a la del
campo, sea a la vez sede de un señor, o de un príncipe, y lugar de mercado, o posea centros de ambas
especies, -oikos y mercado- y también es frecuente que tengan lugar periódicamente en la localidad,
además del mercado regular, ferias de comerciantes viajeros. Pero la ciudad –en el sentido en que
usamos el vocablo aquí– es un asentamiento de mercado (Weber, 2002:939).
Desde estas perspectivas, las ciudades son la cuna institucional de las formas de
Estado, hasta llegar al Estado moderno, donde el reconocimiento de “lo público
está presente en todos los espacios de la vida social”; en particular, en los espacios
urbanos de la ciudad los poderes fácticos local-globales buscan la manera de estar
representados con más fuerza al interior del Estado, que el de la ciudadanía en
general (Bozeman, 1998:15).
Estos espacios institucionales están jerarquizados, desde el nivel supranacional, que se encarga de las
normas que regulan el comercio internacional, las relaciones monetarias, hasta el nivel local que
comprende las estructuras desconcentradas del Estado y que es también el espacio de los compromisos
y de los acuerdos entre los grupos sociales, pasando por el nivel nacional, encargado de la organización
del sistema electoral, del régimen fiscal y del régimen provincial (Terhorst, 2004:113).
El legislador debe ajustarse al espíritu de la nación, cuando no es contrario a los principios del
régimen, porque nada se hace mejor que lo que hacemos libremente siguiendo nuestro genio natural
(…) Nada ganará el Estado si se le imprime un espíritu de pedantería a un pueblo naturalmente alegre
o religioso. Dejadle hacer con formalidad las cosas más frívolas y festivamente las más serias
(Montesquieu, 1977:199).
Bajo ese tipo de políticas está la clave de la eficiencia y eficacia del régimen
institucional y el funcionamiento inteligente de las dependencias, para lograr que
la acción público-privada y social alcance resultados de calidad aceptables para la
mayoría en las grandes regiones metropolitanas; desde luego que esto se puede
facilitar más si se implementa una planeación moderna que busque la
identificación de los aspectos y problemas más representativos del territorio, a
efecto de poner énfasis en lo estratégico, enfocando la atención en proyectos
específicos de gran impacto, lo que a su vez coadyuva a lograr resultados
mensurables que pueden ser evaluados, además de contar con un determinado
grado de desarrollo tecnológico, capital financiero, infraestructura, capital humano
calificado y social solidario orientado al “bien común” en medios urbanos
complejos. 51
Por lo anterior, también centramos nuestra atención en la importancia que
tiene el estudio de las instituciones, que son las que dan sustento y legitimidad a la
organización política y administrativa de los gobiernos y a la vida cotidiana de las
ciudades.
Como la dinámica de la expansión y transformación metropolitana no
permite que los ajustes institucionales se den con la rapidez que se requiere,
entonces hoy la mayoría de las grandes ciudades tienden a hacerse ingobernables,
debido sobre todo a la convergencia de por lo menos tres procesos que
consideramos fundamentales:
Debido a ello, el problema común a la mayoría de las ciudades es “la falta de una
institución dotada de la legitimidad y de los recursos políticos (presupuesto,
preparación técnica y administrativa, capacidades normativas), que agregue las
demandas de los actores colectivos e individuales y les ofrezca respuesta mediante
políticas públicas adecuadas sobre territorios pertinentes” (Jouve y Lefèvre,
2004:9).
Entonces, el problema central para la clase política de nuestros tiempos, es
saber cuáles son los costos de transacción por los que los actores no pueden crear
o transformar las instituciones y los organismos para enfrentar los problemas de
competitividad, productividad, sustentabilidad y calidad de vida que se demanda
en las ciudades en la era de la globalización, en donde lo que se requiere son
gobiernos interactivos capaces de actuar con agilidad y capacidad de respuesta a
un entorno voluble y lleno de incertidumbre, donde los que avanzan son aquellos
que desarrollan unidades especializadas en el manejo de redes, relaciones
intergubernamentales e interinstitucionales, tal y como lo exige la gobernanza
metropolitana en la era de la globalización.
Aunque todos aceptan los retos que implica para los países estar sometidos a
los flujos e impactos de la globalización, Saskia Sassen, Borja, Castells, Soja,
etcétera; todos observan en esos procesos, una ventana de oportunidad para que
las ciudades más influyentes y dinámicas se conviertan en actores colectivos dentro
de las redes mundiales de la globalización.
Borja y Castells (1988) afirmaban que: “al mismo tiempo que las ciudades se
sitúan en la economía global, deben integrar y estructurar a su sociedad local. Esa
integración social requiere mecanismos políticos descentralizados, basados en la
descentralización administrativa y en la participación ciudadana de la gestión
municipal” (Borja y Castells, 2000:33).
En este contexto, la aceleración del cambio también es una fuerza
psicológica, la aceleración externa se traduce en aceleración interna en las grandes
ciudades. El individuo representa y se constituye como un gran canal con
innumerables situaciones, la aceleración en el cambio de la sociedad, altera ese
flujo.
Toda situación posee componentes identificables: cosas, lugar, gente,
localización en la red organizada de la sociedad y contexto de ideas.
A partir de ellas se puede analizar cada situación, y además tiene una
dimensión aparte que es la duración, la aceleración del cambio y la evolución que
abrevia la duración y apresura su paso por el canal de la experiencia. Es así que la
creciente velocidad de la transformación en las grandes metrópolis viene a
complicar, multiplicando, la cantidad de funciones que debe representar el
individuo en una sociedad por la cantidad de opciones (complejidad) que debe
adoptar para adaptarse al cambio, en donde hay menos tiempo para un examen
prolongado de un problema; además de eso se le agrega la novedad que complica
las cosas.
A la par, la OCDE, el Banco Mundial, la ONU y la Unión Europea, entre
otros, han recomendado medidas innovadoras de gestión pública que corren en
paralelo a los fracasos de las medidas económicas neoliberales, basadas en la teoría
neoclásica que le da preferencia al mercado y a la gestión gerencial desde el Estado
enmarcada dentro de la teoría de la opción pública, que resalta las políticas
públicas que se toman considerando la maximización de los intereses individuales,
más que los colectivos que apunta más al bien común.
Hasta hoy, han pasado por encima de los gobiernos y sus administraciones
por lo menos dos generaciones de ese tipo de reformas aplicadas al Estado y al
mercado, la impulsada por Ronald Reagan y Margaret Tatcher (1981) para sus
administraciones a partir del experimento en Chile en los inicios de la dictadura
del general Pinochet y las del Consenso de Washington (1991) y la OCDE (1997),
generalizada, sobre todo, para los países de la periferia capitalista (Rosique,
2004:173-176).
A partir de 1996 en adelante el mundo capitalista entró en una reforma
cualitativamente diferente, la de La Tercera Vía sugerida por Giddens, de la nueva
social democracia en la que se busca el equilibrio entre la acción privada del
mercado y la acción pública del Estado, particularmente sobre los temas del
sistema de bienestar, el desarrollo con crecimiento económico sustentable y la
calidad de vida para todos; es decir, se trata de un enfoque de gestión pública, en
donde se busca ponerle límites al poder de las corporaciones multinacionales y a
los Estados que se subordinan a sus intereses. 52
Pero mientras avanza el proceso de metropolización, las ciudades no acaban
de resolver el complejo desencuentro entre su explosión demográfica con
expansión territorial y su débil y fragmentado régimen institucional con gobiernos
divididos y en cohabitación, que se ven obligados a coordinarse laxamente para
implementar programas derivados de políticas públicas pactadas deficientemente
entre ellos y sus clientelas; esto hace que una buena parte de las ciudades de la
cuarta revolución urbana se conviertan en entes ingobernables debido a los
resultados deficientes de esa gestión fragmentada, que se traducen en
asentamientos humanos desordenados, con servicios deficientes e infraestructuras
de transporte y vialidad muy por debajo de la calidad media, que sí se alcanza en
otras ciudades que han superado el conflicto político y se han deslizado hacia
prácticas de gobernanza metropolitana, como han sido los casos emblemáticos:
París, Londres, Tokio, Los Ángeles, etcétera.
Néstor García Canclini propone que: “Para reencontrar el lugar del estado
en la actual coyuntura es necesario repensar su concepción como agente del
interés público, del colectivo multicultural, y árbitro en los conflictos entre los
grandes intereses privados, así como entre empresas nacionales hegemónicas y de
las subdesarrolladas.” (García, 2000:194).
Siguiendo esta lógica, la solución del problema es más político que
económico, más institucional que técnico, y se centra primero en una conciencia
y movilización ciudadana para la participación en los asuntos públicos de la
ciudad, de tal manera que se complemente con las formas de representación
democrática y que se corresponsabilice con los poderes del Estado a actuar en
favor del bien común apoyado por una ciudadanía que participa plenamente en la
vida pública que se da en todas las escalas espaciales, desde la geografía más
cercana al ciudadano que es el gobierno local, hasta la geografía más distante e
intangible en la dimensión planetaria donde operan los organismos internacionales
como la ONU, la OCDE, el FMI, el BM, la UE, etcétera.
Ahí la democratización, la participación de los ciudadanos y el avance de las
prácticas de la gobernanza serán la base para que los poderes del Estado global-
local diseñen un marco legal moderno que refuerce las instituciones reconocidas y
practicadas por la gente que habita nuestras enormes ciudades, pues al fin de
cuentas, tal y como lo afirmaba Robert A. Dahl (1989), la democracia
representativa, con todo y sus formalidades, complejidad y defectos, es necesaria
en nuestros tiempos.
Conclusiones
Si nuestra naturaleza nos llevó a construir espacios urbanos desde hace 11 mil años
y las actuales ciudades mundiales son producto de por lo menos cuatro
revoluciones urbanas, los estudios críticos de Robert W. Soja nos abren la
posibilidad de hacer una lectura diferente sobre lo que es una región
metropolitana, lo antiguo que es el fenómeno de las aglomeraciones urbanas y su
papel para el desarrollo de las civilizaciones humanas en materia de tecnología
agrícola, modos de producción, ciencia, construcción institucional de
administración urbana, formas de gobierno, Estados nacionales y supranacionales.
Comprender un poco más acerca del fenómeno del sinecismo permite ver la
manera antigua en cómo las pequeñas aldeas y los recolectores transitaron hacia la
creación de los primeros espacios netamente urbanos y cómo desde allí se impulsó
lo que después sería la agricultura y domesticación de animales a gran escala, pero
también de las instituciones que fueron necesarias para gobernar y administrar los
territorios bajo su control.
Para las ciencias de la gestión pública sería interesante poner más atención
sobre el estudio de las ciudades como punto de partida para entender el origen del
Estado moderno, el gobierno con funcionariados profesionalizados y la
administración pública con burocracias organizadas con base en una racionalidad
que sigue siendo dominante, aún en los Estados que han vivido intensas reformas
modernizantes e innovadoras, pues en la actualidad se sigue viendo al Estado y al
mercado como los creadores de ciudades y no al revés; esto conlleva a una
interpretación errónea, o la menos desequilibrada en términos metodológicos.
Una falsa idea sería pensar que son el Estado y el mercado los que planifican,
crean y desarrollan las ciudades de manera unilineal y no que éstas son producto
de las relaciones sociales complejas generadas por lo territorial, que está implícito
en lo intrínsecamente espacial que es el hombre, pues el sinecismo es una
tendencia natural que obliga al hombre a aglomerarse para facilitar su existencia;
luego entonces, la sociedad y todas sus instituciones se derivan y toman forma a
partir de centros, que en algún momento fueron el espacio urbano genético.
Si aceptamos finalmente que las ciudades son el motor y centro del
desarrollo planetario, entonces podemos comprender el por qué de la formación
de infinidad de regiones socio-económicas y culturales en otros momentos
llamadas megalópolis y de entidades supranacionales a lo largo de la historia de los
imperios y las naciones.
Hacia dónde nos lleva la cuarta revolución urbana, aún con todas las
irracionalidades que se observan y se propician desde lo local, los regional, lo
nacional y la escala internacional, no lo sabemos, pues como señalaba Lefèbvre, es
una cuestión de praxis desde los espacios urbanos de las postmetrópolis, de las que
nos habla Soja; pero además, nadie dice que esta cuarta revolución urbana tenga
que ser pacífica, ni tampoco necesariamente violenta, aunque hasta ahora por lo
visto, tampoco está siendo muy equitativa, justa, ni homogénea territorialmente;
por todas partes se observa la injusticia con la que se da el acceso a los beneficios
de la urbanización postfordista, que por mucho no alcanza todavía a ser completa
como lo augura Lefèbvre, pues en las posmetrópolis está sucediendo lo mejor y lo
peor de las sociedades y, aunque no lo deseamos, conviene recordar que sobre la
violencia y degradación que ocurría en Nueva York, Koolhaas (1994) decía que
se estaba llegando a “la estación terminal de la civilización occidental” (Koolhaas
en García, 2000:167).
Concluyo estos comentarios con la afirmación que hacía Janowitz hace más
de cuatro décadas: “La ciudad no es un artefacto o una disposición residual. Por el
contrario la ciudad encarna la verdadera naturaleza de la naturaleza humana. Se
trata de una expresión de la humanidad en general y específicamente de las
relaciones sociales generadas por la territorialidad” (Janowitz en Soja, 2008: 135).
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Introducción
Por las fuentes escritas, sólo sabemos 1% de algunos aspectos de la historia objetiva
de las ciudades de la prehistoria y la historia antigua; otro 99% se conoce
parcialmente a través de documentos arqueológicos y antropológicos muy
limitados. La ciudad es la base de asentamiento sedentario de comunidades que
normalmente no producen sus alimentos, por eso, históricamente, éstas han
entrado en relación desigual con sociedades rurales en las que las relaciones
dominantes son de explotación, donde cualquiera que sea la forma de Estado, éste
ha tenido que jugar su papel de mediador entre los grupos dominantes y los
dominados; allí la especialización del trabajo urbano y rural es lo que establece el
tipo y grado de disimetrías económicas y sociales entre campo y ciudad; en la
actualidad, y desde los inicios de la modernidad, las ciudades han sido las que se
han impuesto sobre las sociedades rurales, a través de un modelo de desarrollo
irracional, que devasta los recursos naturales de las regiones bajo su control a tasas
de explotación insostenibles.
Para tratar de definir la ciudad, antes hay que volver a su sentido
etimológico en latín, que distingue entre urbs y civitas; la primera fue la ciudad
física, el asentamiento con cierta infraestructura como puentes, calles, etc.,
mientras que la segunda fue la del ciudadano con derechos plenos, como en su
momento lo fueron las polis griegas como Atenas y más tarde Roma, con sus
ciudadanos, que eran los patricios; en ese sentido, ciudad y ciudadanos hoy se
entienden como la forma política e institucional que se dan en cualquier realidad
urbana; cercano a como Weber lo describió al analizar las estructuras de
dominación que se forjaban en las ciudades que él analizó:
Una ciudad no es un conjunto de casas dispersas en una zona rural; ésta existe cuando hay un acuerdo
de carácter industrial-mercantil, donde los ciudadanos se organizan en torno a una instancia
administrativa y política con el mercado institucional y una delimitación territorial con autonomía
parcial, derechos municipales, tribunales propios y participación política de los ciudadanos legalmente
reconocidos (Weber, 2002:949).
Visto así, para Weber, más allá de lo tangible que es para cualquiera, la ciudad no
puede ser sólo la expresión material de ésta en un espacio geométricamente
diseñado, por grande y sofisticada que sea; para completar la noción de la ciudad,
él hace hincapié en el conocimiento personal mutuo entre los vecinos, hecho que
es específico de la asociación de vecinos, pero aún así, no podemos hablar de una
ciudad mientras ese asentamiento no se convierta en una entidad político-
administrativa como lo empezaron a ser los primeros municipios autónomos
urbanos emergentes alrededor de los castillos feudales en Europa, con sus propias
políticas económicas y sobre un territorio delimitado al que se le garantizan un
mínimo de servicios, para lo que se requiere un gobierno con funcionarios que
administran y cobran impuestos, lo más cercano a la idea de un ayuntamiento o
un consejo de la ciudad (Weber, 2002:938-945).
Pero, durante el siglo XX, las grandes ciudades se desarrollaron bajo el aliento
de las políticas del Estado nacional y el gran gobierno, estimulados por la
industrialización, el crecimiento demográfico, los avances tecnológicos, las
tendencias a la concentración económica en ciertas regiones, sumado al ascenso
de los movimientos sociales urbanos orientados a la inclusión de reivindicaciones
como vivienda, educación, salud, transporte público, vialidades, libertades
políticas, derechos humanos, calidad de vida y desarrollo sustentable.
Ahora, en los inicios del siglo XXI, el territorio, la ciudad, el barrio, son el
espacio urbano que contiene el tiempo, el patrimonio natural y cultural de los
pueblos, pero antes que nada es el constructo institucional que rige la vida política
y social de todos sus habitantes; en este nuevo mundo globalizado “todos somos
urbanos” (Borja y Castells, 2000: 11). La ciudad también es el territorio local del
espacio en la globalización; por eso los ciudadanos demandan al Estado nacional y
a sus gobiernos locales a mejorar su gestión a través de políticas públicas eficientes
y de calidad, pues institucionalmente son los actores que tienen bajo su
responsabilidad generar una gobernabilidad democrática que haga posible que
Estado, mercado y sociedad logren el bien común y de manera amigable con el
entorno natural que les da abrigo.
Es por eso que para algunos politólogos todavía: “es común decir que
vivimos en un Estado burocrático. Gobierno y funcionarios corporativos
dividimos nuestro trabajo y regulamos nuestro juego” (Perlman y Pineda,
2004:182).
Entonces no importa cómo el neoliberalismo con sus reformas
antiburocráticas trastocó el Estado de bienestar en las dos últimas décadas del siglo
XX; lo importante es que después de sus saldos negativos en materia social, ahora
Una cosa importante para los sistemas políticos democráticos en las áreas
metropolitanas son las modalidades de participación y la práctica de la gobernanza
entre las instancias públicas, privadas y sociales de las localidades y de la región
donde está asentadas; eso se facilita cuando se gobierna por políticas públicas; ahí
la legitimidad le llega a los gobiernos locales por su respeto a los derechos
políticos de todos los ciudadanos, la eficiencia gubernamental a la hora de
gestionar con calidad los asuntos públicos incluyendo los de escala metropolitana;
obviamente, en los sistemas políticos emergentes, también se toma en cuenta la
manera en que cada gobernante llega al poder y en los sistemas democráticos
cuenta mucho hacerlo por la vía de la participación ciudadana en los procesos
electorales.
Volviendo un poco al pasado, en la tradición socialista, democrática y
liberal, los derechos simples procedentes del siglo XIX no son suficientes en
nuestros tiempos para dar respuesta a las demandas de las sociedades abiertas a la
globalización, pues desde que Heri Lefèbvre habló del “derecho a la ciudad”,
están presentes valores como igualitarismo, equidad, inclusión, participación,
libertad y hasta felicidad. A esas nuevas exigencias en el imaginario ciudadano
cosmopolita del siglo XXI Jordi Borja les denomina los derechos de cuarta generación:
El derecho a la ciudad es hoy el concepto integrador de los derechos ciudadanos renovados y la base
de exigencia en un marco democrático. Las instituciones solamente recibirán el título y el respeto que
se les debe en democracia si, además de proceder de elecciones libres, su dimensión formal, actúan
mediante políticas que desarrollen y hagan posible los derechos de los ciudadanos. Esta dimensión
material de la democracia es, por lo menos, tan importante como la formal. Hoy, los derechos
ciudadanos, que corresponden a nuestro momento histórico, van mucho más allá, en concreción y
extensión, de los que se incluyen en el marco político-jurídico aunque puede considerarse que se
derivan de los derechos más abstractos de la Constitución y el Estatut: derecho a la movilidad, al lugar,
al espacio público, a la centralidad, a la igualdad de derechos de todos los habitantes, a la formación
continuada, al salario ciudadano, etc. Las políticas públicas solo son legítimas si hacen efectivos estos
derechos o progresan en esta dirección: por ejemplo, si reducen la desigualdad social. Cuando no es
así, en democracia los gobiernos dejan de ser legítimos. El gobierno democrático de la ciudad debiera
estimular el desarrollo político del concepto de derecho de la ciudad y hacer de él su principio
fundamental (Borja, 2010).
metrópolis, postmetrópolis, megalópolis, ciudad región, ciudad global, ciudad informacional, ciber-
ciudad, ciudad, análoga, ciudad compacta, ciudad dispersa, ciudad difusa, ciudad estallada, ciudad dual,
ciudad fragmentada, ciudad fracturada, ciudad cuarteada, ciudad astillada, ciudad erosionada, ciudad
compartimentada, ciudad derramada, ciudad archipiélago, ciudad fragmental, ciudad capas, ciudad
reagregada, y otras más (Pradilla, 2011:5).
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5. Régimen metropolitano: discurso perdido para la
megalópolis mexicana
conjunto de dos o más municipios donde se localiza una ciudad de 50 mil o más habitantes, cuya área
urbana, funciones y actividades rebasan el límite del municipio que originalmente la contenía,
incorporando como parte de sí misma o de su área de influencia directa a municipios vecinos,
predominantemente urbanos, con los que mantiene un alto grado de integración socioeconómica.
También se incluyen a aquellos municipios que por sus características particulares son relevantes para
la planeación y política urbanas de las Zonas Metropolitanas en cuestión (INEGI, 2010).
Las ciudades fronterizas también son consideradas zonas metropolitanas, así como
los municipios que contienen una ciudad de un millón o más de habitantes y los
municipios con ciudades de 250 mil o más habitantes que comparten frontera con
ciudades de Estados Unidos de América.
Sin entrar en detalles, nosotros aceptamos la propuesta de INEGI porque en
términos de gestión pública es importante considerar el tipo de relaciones
intergubernamentales que se dan forzosamente a partir de que hay conurbaciones
entre dos municipios, y con que uno de ellos tenga 50 mil o más habitantes es
suficiente para entrar en su definición de zona metropolitana, aunque la cantidad
de habitantes no sea mayor a la de otras ciudades que no encajan en la definición
por el hecho de estar asentadas en un solo municipio.
Las ciudades de un millón o más habitantes, por el tamaño de su población,
sí requieren de zona metropolitana, en virtud de la escala territorial que ocupa,
pero también por los impactos económicos y ambientales que generan, pues
demanda insumos de volúmenes importantes para los mercados locales y
regionales; es obvio que las grandes ciudades que están en un solo municipio,
pero que colindan con ciudades norteamericanas, también requieren de una
gestión de escala metropolitana, ahí por la complejidad de los flujos pendulares de
personas, productos y servicios entre las dos ciudades.
Tabla 1
Sistema Urbano Nacional: número de ciudades y población por tamaño poblacional, según
tipo de ciudad, 2010.
Indicador 1960 1980 1990 2000 2005 2010
Zonas metropolitanas 12 26 37 55 56 59
Delegaciones y municipios metropolitanos 64 131 155 309 345 367
Entidades federativas 14 20 26 29 29 29
Población total (millones) 9.0 26.1 31.5 51.1 57.9 63.8
Porcentaje de la población nacional 25.6 39.1 38.8 52.8 56.0 56.8
Fuente: Para 1960, Unikel, et al., (1978), El desarrollo urbano de México, México, El Colegio de México.
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Para 2005, Sedesol, Conapo e INEGI (2004), Delimitación de las zonas metropolitanas de México, México.
Para 2010, resultado de la presente publicación.
la formación de grandes sistemas urbanos uni o multicéntricos, tramas densas de población, actividades
económicas, políticas, culturales, administrativas y de gestión, infraestructura, servicios e inmuebles,
con diversos polos de concentración, resultantes de la expansión centrífuga de varias ciudades o
metrópolis cercanas, que atrapan en su interior a múltiples centros de población menores y áreas
rurales, cuya población y complejidad también crecen, lo cual da lugar a tramas construidas
discontinuas pero estrechamente articuladas por múltiples flujos y relaciones, interdependientes
económicamente, con alta densidad de infraestructura y servicios, donde la localización de actividades
es relativamente indiferente en la medida que comportan economías de aglomeración, externalidades
y ventajas comparativas (Pradilla, 1998:40).
Esta definición se acerca más a lo que fue ocurriendo hasta fines del siglo XX entre
la ZMVM y su corona regional de ciudades (Toluca, Pachuca, Tlaxcala, Puebla,
Cuernavaca y urbanizaciones conurbadas), y pudo servir para ordenar datos,
estadísticas, informes o análisis parciales de las interrelaciones y evolución de esta
compleja realidad socio-espacial, que cuenta con una ciudad central y varias
ciudades con zonas metropolitanas de diversas magnitudes que atrapan a su vez a
múltiples centros de población menores, todos ellos articulados por flujos y
relaciones interdependientes, económicamente, con alta densidad de
infraestructura y servicios, conformando economías de escala, aglomeración, y
externalidades y relaciones complejas que se establecen con economías de otras
regiones nacionales e internacionales, y desde luego con sus consecuentes ventajas
comparativas respecto de otras regiones con menos ventajas en equipamiento
urbano y concentración de mercado.
Al referirse al concepto de megalópolis utilizado por J. Gottman, Priscila
Connolly resaltaba los problemas de definición y cómo influyeron en el caso
mexicano para determinar una tendencia en los estudios de las últimas décadas
donde el proceso de megalopolización se atribuye a la excesiva concentración de
la economía, del poder político y, ante todo, de la población.
Ese diagnóstico de la concentración patológica se deriva, según Connolly, de
aquellas definiciones clásicas en la que el crecimiento de una gran ciudad se
desborda sobre los territorios contiguos y las ciudades vecinas, desarrollando un
entramado complejo de continuidades de tejido urbano y relaciones funcionales
que afecta la vida comunitaria y deteriora el ambiente.
Ella pone énfasis en términos como “hiperurbanización” o
“sobreurbanización” y crecimiento excesivo, “con imágenes de hordas de
campesinos migrantes y manchas urbanas compuestas de las casas de los pobres
trepando los cerros” y dice que “fueron comunes en la literatura hasta hace poco
tiempo” (Connolly, 1999:40-41).
Finalmente, valdría la pena preguntarnos si el proceso de megalopolización,
como el que se dio hasta fines del siglo XX en la ZMVM, transita hacia una nueva
forma territorial. Pronto, la ciudad de México será una megalópolis consolidada;
de hecho, al momento que esto se escribe esta situación se encuentra
prácticamente consumada con las zona metropolitanas de Toluca y Cuernavaca, y
no está lejana de serlo con las metrópolis Puebla-Tlaxcala y Pachuca; todo se
resolverá por la vía de infraestructuras carreteras y sistemas de transporte colectivo,
ya sea por extensiones de metro o de tren de cercanías.
Hoy la revolución tecnológica de la electrónica, junto con internet, la
informática, la sociedad informacional, la televisión satelital y el teléfono celular
están haciendo posible un proceso de metropolización muy diferente a todos los
anteriores, con patrones de uso del territorio expandido por todos los rincones
posibles del planeta; desde luego, la concentración de la riqueza en determinados
nodos de la geografía mundial determina la calidad de vida e infraestructura en las
nuevas urbanizaciones (Bretagnolle, et al., 2011:38).
Valdría la pena hacerse las preguntas clave que permitan avanzar en la
comprensión sobre lo que está pasando y lo que está por venir para una
megalópolis como la ciudad de México; en ese sentido, conviene apegarse a las
interrogantes que planteó Blanca Rebeca Ramírez en su libro Formas territoriales
(2008), por tratarse del mismo proceso de transformaciones territoriales que
iniciaron en la ZMVM a fines del siglo XX y que hoy son la preocupación principal
de geógrafos, urbanistas y gobiernos metropolitanos: “¿Cuáles son los cambios
que ha habido en el modelo de desarrollo de la ciudad y de qué forman inciden
en la definición de las formas territoriales actuales?, y bajo qué parámetros teóricos
estamos evaluando las transformaciones actuales que nos permitan o no identificar
los procesos actuales más importantes?” (Ramírez, 2008:149).
Lo que pensamos es que en la línea de investigación que siguió Edward W.
Soja (2008), hay buenas respuestas para las preguntas planteadas por Ramírez, al
menos para el caso de Los Ángeles, que él estudió, pero dados los procesos de
globalización a que han estado sometidas la mayoría de las ciudades del mundo
desde las últimas tres décadas, mucho de lo que ha sucedido en la ciudad de
México, aunque se trate de una ciudad subdesarrollada del hemisferio sur, es muy
similar a las tendencias observadas en esa obra.
La metrópoli en juego
Los casos más críticos que reflejan baja calidad de gestión, ya sea en movilidad,
transporte, ambiente o vivienda, es en las ciudades que han crecido más a partir
de la mitad del siglo anterior, como las ciudades de: México, Guadalajara,
Monterrey, Puebla, León, Ciudad Juárez, etcétera, donde la mancha urbana
rebasa sus límites originales demandando abasto, servicios de todo tipo,
incluyendo seguridad, empleo, agua, energía, etcétera; debido al crecimiento
demográfico y la expansión territorial con nuevas infraestructuras, industria y
edificios públicos; en algunos casos, las conurbaciones van involucrando a más
municipios de la misma entidad; luego la conurbación alcanza otras poblaciones
pequeñas y ciudades de otras entidades hasta formar zonas metropolitanas mayores
como la que definió Emilio Pradilla en páginas anteriores.
Ese es el punto donde el marco constitucional del federalismo, tal y como
fue concebido en la constitución de 1847 y la manera en cómo se han hecho las
reformas a sus artículos y leyes secundarias posteriormente, en los tiempos de
metropolización, no resuelven con claridad la manera de actuar para las diferentes
instancias administrativas, en territorios que ahora sirven de asentamiento a
enormes metrópolis funcionales en lo económico, pero no en lo político-
administrativo, ya que se mantiene la lógica de gestión pública simple que
funcionó bien para el sistema de ciudades pequeñas del siglo XIX y primera mitad
del siglo XX con menos de 50 mil habitantes, asentadas en un solo municipio.
Ahora, con un sistema de ciudades medianas (de más de medio millón de
habitantes) y grandes (con más de un millón de habitantes), asentadas en varios
municipios, incluso de dos o tres entidades diferentes, la gestión queda
fragmentada por la infinidad de gobiernos locales y estatales que tienen
jurisdicción dentro de una misma ciudad, pues el sistema sigue operando con base
en los tres órdenes de gobierno originales, no cuatro o más, como ocurre en estos
momentos en los países de la Unión Europea; allí, desde los 80 del siglo XX se
llevaron a cabo las reformas territoriales necesarias para adaptar su sistema de
gobierno a una gestión de escala metropolitana o incluso regional, con órganos de
gobierno intermedios entre el orden estatal, nacional y el mismo gobierno
europeo, que además emite su propia legislación, válida para todos los países
pactantes.
Otras experiencias metropolitanas se están resolviendo bien por vía del
asociacionismo entre los municipios integrantes de algunas metrópolis, tal es el
caso de la ciudad de Los Ángeles en Estados Unidos, que resuelven los asuntos de
escala metropolitana a través de un órgano colegiado donde los 184 municipios
organizados en 15 distritos tienen voz y voto para decidir sobre obras y servicios
que involucran los asuntos de alcance metropolitano; luego, los cinco condados
que forman Los Ángeles, a través del gobierno del estado de California, definen
junto con el gobierno federal el asunto de los recursos públicos para desarrollar los
proyectos.
En sentido contrario, para hacer el gobierno más cercano y responder a las
peticiones de los ciudadanos, el ayuntamiento de la ciudad promovió la formación
de ayuntamientos de barrio que fueron incorporados en una reforma de 1999.
Hasta la fecha se han creado más de 90 ayuntamientos de barrio y todos los
funcionarios de un distrito deben votar para elegir a los miembros. Hacemos notar
esta situación de flexibilidad administrativa y gubernamental porque es importante
para estas ciudades que viven de la eficiencia de los negocios y la calidad de vida
que se ofrece a sus habitantes, entonces, una reforma ventajosa que simplemente
se vota y va para adelante.
Como podemos ver en México, al contrario, se sigue actuando a través de
un sistema federalizado aferrado a doctrinas decimonónicas para gobernar centros
urbanos o ciudades medianas que están dentro de los límites de un mismo
municipio; el nivel de complejidad para la gestión pública se resuelve (bien o mal)
con el gobierno tal y como está diseñado, aún en aquellos casos de ciudades que
demandan ajustes cuantitativos o incluso cualitativos pues hay normas y
procedimientos poco eficientes pero que se siguen aplicando. Otro problema son
los desequilibrios de poder entre los tres órdenes de gobierno actuales; hay
experiencias de presidentes de la república o gobernadores que en municipios
metropolitanos, importantes por su tamaño, en su afán protagonista y su necesidad
de legitimación con los gobernados, extralimitan su papel de gestores, mostrando
el centralismo característico del sistema político mexicano, que todavía se
practica. 73
En la gestión metropolitana así como los principios de coordinación,
concurrencia y subsidiaridad, expresados en algunos artículos constitucionales, no
son claros sobre a quién le corresponde hacer qué; qué parte de los asuntos de
escala metropolitana debe hacer quién; ni se sabe quién y cuánto debe poner de
su presupuesto para resolverlos; aunque ha habido intentos de regionalizar al país
para ciertas acciones del gobierno federal, esas experiencias operan por
voluntarismos y lealtades mal entendidas, sin ninguna fundamentación
constitucional. 74
Lo que ha venido sucediendo es que cada secretaría federal u organismo
especializado siguen atendiendo de manera fragmentada lo que consideran que es
parte de su obligación institucional, de acuerdo a la misión para las que fueron
creadas y con base en el monto presupuestal que le es asignado anualmente desde
el congreso nacional. Por otra parte, en los gobiernos estatales, de manera
pragmática, se actúa sobre los asuntos metropolitanos apoyándose en los gobiernos
municipales bajo el principio de subsidiaridad para tareas menores, como si se
tratara de las mismas ciudades, pero agrandadas, sin considerarlas como zonas
metropolitanas donde lo que se requiere es de cogobierno perfectamente
coordinado.
Esa forma de atender los asuntos de escala metropolitana es lo que fragmenta
la gestión del territorio e impacta de manera negativa la planeación integral y la
implementación de los programas, además de reducir la calidad de vida de la
población, que debiera estar garantizada con una visión regional de futuro a largo
plazo; ahí también aparecen los gobernadores, y cuando las condiciones políticas
lo permiten, hasta el presidente de la república como los responsables de impulsar
y entregar obras y servicios, sin que haya habido de por medio una gestión bajo
principios de gobernanza metropolitana, pero sí de subordinación político-
administrativa.
El 26 de marzo de 2013, el presidente Enrique Peña Nieto anunció que a
partir de ese momento a 11 secretarios de su gabinete y el Coordinador de la
Oficina de la Presidencia les correspondería (estaban en una reunión sobre
seguridad pública con la mayoría de los gobernadores del país) ser sus ojos y oídos
para atender a los gobernadores y al Jefe de Gobierno del Distrito Federal en
materia de seguridad pública, dividiendo para tal efecto al país en 12 regiones.
No sé en realidad qué eficacia podrá llegar a tener esta propuesta de división
del trabajo secretarial para fortalecer la gestión pública sobre seguridad nacional,
pero esa forma de regionalización no tiene nada que ver con el desarrollo
metropolitano. Hay que considerar que cada secretaría tiene mandatos
constitucionales específicos, como para pensar que, cada vez que un gobernador
hable con el secretario correspondiente sobre los diversos problemas de seguridad
de su entidad, a éste le sirva de algo ser escuchado y luego, en los acuerdos de
dicho secretario con el presidente, además de tratar los asuntos propios de su
secretaría, de paso le plantee los asuntos particulares de los estados que le tocó
atender en esta propuesta tan fuera de los marcos institucionales previstos en la
constitución y leyes reglamentarias sobre administración pública. 75
En otro momento, cuando José López Portillo estuvo al frente de la
presidencia de la república, la administración pública funcionó con algunas
secretarías como cabeza de sector ocurrieron tantas cosas inesperadas al final del
sexenio, que todo terminó en una gran crisis nacional. En ese sentido, pienso que
en estos tiempos sería mucho más benéfico abrir el sistema político-administrativo
e impulsar de manera más flexible las reformas que sean necesarias para que
políticos y administradores públicos se sensibilicen a gobernar y gestionar con
enfoque metropolitano, mientras se da la coyuntura para avanzar en una reforma
constitucional al respecto.
El caso de la ZMVM es quizás el más alarmante por su dimensión demográfica
y por el tamaño de su PIB, que representa más de 32% del total nacional; para
resolver los problemas de coordinación entre los gobiernos del Distrito Federal, el
Estado de México y el estado de Hidalgo, las 75 unidades político administrativas
locales, más el gobierno federal con todas las secretarías y organismos públicos
descentralizados y empresas paraestatales que intervienen en la zona ejecutando
proyectos u ofreciendo servicios públicos, tenemos una gestión descoordinada,
donde la concurrencia para resolver problemas estructurales, como agua, drenaje,
movilidad o contingencias como inundaciones, incendios forestales, terremotos,
en algunos momentos es inexistente o improvisada.
Por otra parte, el principio de subsidiariedad es algo que queda en abstracto
para los funcionarios que debieran aplicarlo cotidianamente bajo criterios y
acuerdos institucionalizados; sin embargo, los tres órdenes de gobierno actúan
sobre las metrópolis, casi siempre, como si se tratara de la misma ciudad, pero
agrandada; donde el asunto de la gestión pública es algo que se resuelve bajo
criterios cuantitativos; lo cualitativo del tema metropolitano no está registrado, ni
en su cultura política, ni en la práctica administrativa, aún cuando se sabe que
desde hace más de dos décadas hay cinco Comisiones Metropolitanas que vienen
funcionando con bajo perfil, a través de grupos intergubernamentales de trabajo
formalmente presididas por el gobernador del Estado de México o el jefe de
gobierno del Distrito Federal.
La realidad es que, después de medio siglo de crecimiento demográfico
acelerado y de expansión territorial de la ciudad de México sobre las entidades
vecinas, la gestión de escala metropolitana está atrapada y adormecida con todo y
la actuación de las secretarías federales y estatales, el sistema de Comisiones
Metropolitanas y el Fondo Metropolitano Federal apenas creado en 2006 para
apoyar proyectos intergubernamentales específicos pero con muy poco
presupuesto. La verdad, y eso lo sabe toda la gente que ha estado metida en el
tema, tanto académicos como funcionarios y políticos, es que hace tiempo que
este problema requiere de un golpe de timón desde el Estado, que genere un
cambio institucional con visión estratégica y de futuro para la región, que tome
en cuenta el desarrollo económico, político-administrativo y cultural, pues el
presupuesto del Fondo Metropolitano para 2013 (3400 000 000 pesos) representa
apenas 1% del presupuesto total que el Congreso federal otorgó al Distrito Federal
(144 143 millones de pesos) y al Estado de México con sus 125 municipios (174
408 mil millones de pesos) para el mismo año. 76
Con este panorama institucional tan retraído y obsoleto, será difícil mejorar
la gobernabilidad tan necesaria para la segunda megalópoli más grande del mundo,
en asuntos públicos estratégicos como: ambiente, movilidad, transporte,
productividad, competitividad, seguridad, basura, prevención de riesgos, agua,
drenaje, electricidad, abasto, etcétera.
Aún hoy, entrados en la segunda década del siglo XXI, persiste la idea de que
todavía no es momento para concederle al Distrito Federal un estatuto
constitucional que lo equipare en autonomía y poderes públicos al resto de las 31
entidades de la república; menos aún se piensa que las 16 delegaciones recuperen
el estatus constitucional de municipio; en cambio, operativamente, el gobierno
del Distrito Federal funciona más en algunos aspectos como si fuera un municipio
grandote, pero sin cabildo; esto es, que se trata del gobierno de segundo nivel más
centralizado de todo el país, donde la participación ciudadana queda reducida a
prácticas dirigidas desde las oficinas delegacionales con base en una ley local que le
da un estatus de organizaciones vecinales, con facultades mínimas para sugerir o
decidir sobre obras menores en sus colonias, para las cuales el gobierno destina
cantidades ridículas de 3% del presupuesto delegacional (766 millones para las 16
delegaciones), en algo que se llama “presupuesto participativo”. 77
Igualmente hoy, podríamos decir que desde que se reformó la ley electoral
del Distrito Federal para que hubiera diputados locales (1988), Jefe de Gobierno
(1997) y Delegados (2000), elegidos por sufragio universal, la ciudad de México
sigue viviendo sometida a los embates de la arena política, donde lo que preocupa
es mantener o alcanzar puestos y control del aparato burocrático desde donde se
tiene acceso a los multimillonarios presupuestos que se aplican en mega-proyectos
poco consensuados, pero diseñados desde anillos tecno-burocráticos que los
dirigen y ejecutan, como los casos de los segundos pisos del periférico, las obras
del metro, la introducción del metrobús sobre las avenidas más transitadas por
automóviles o el equipamiento para confinar carriles para un sistema de trolebuses
de baja capacidad y circulación, que también deja de lado a los automóviles que
circulan y contaminan a bajísima velocidad. 78
El caso de la avenida Insurgentes, única que atraviesa toda la ciudad de
México de sur a norte, con cuatro carriles en doble sentido y metrobús está
convertido en un proyecto de suma menos cero, pero además muy costoso por el
tipo de infraestructura que requiere para su funcionamiento. En una megalópoli
con más de 21 millones de habitantes que además cumple funciones centrales de
comercio y servicios durante los día hábiles de la semana, con cuatro millones de
visitantes de la periferia, un sistema de transporte superficial como el metrobús,
con dos cabinas para menos de 250 pasajeros y que para su funcionamiento
confina dos carril de esa avenida tan importante, más el de las estaciones sobradas
de infraestructura y muy cercanas unas de otras, propicia que los cientos de miles
de automóviles que la recorren diariamente, porque no hay otra vía que la pueda
sustituir, quedan prácticamente varados durante el día; entonces, es evidente que
la gestión de la movilidad sin visión metropolitana de largo plazo y congruente
con el resto de las políticas públicas relacionadas con el transporte, más que
ayudar, se suma a los viejos problemas de la ciudad, reduciéndole aún más su
productividad y competitividad.
Proyectos sustentables que mejoren la calidad de vida, siguen siendo sólo
promesas de campaña de los partidos que se disputan el gobierno del Distrito
Federal y sus delegaciones a través de actos publicitarios y demostraciones
simuladas de inclusión de expertos académicos en foros, desde donde los actores
políticos se crean una imagen de capacidad planificadora y de construcción de
consensos, pero no de acciones públicas que resuelvan la problemática social,
habitacional, de movilidad, de transporte público y ambiental que se visualiza para
la cuenca de México donde está asentada la ZMVM de la cual forma parte
importante el Distrito Federal.
Hay que recordar, por ejemplo, que en 2007 el Gobierno del Distrito
Federal invitó a todas las instituciones de educación superior, de investigación
científica y a la sociedad civil para que, en torno a la figura del jefe de gobierno,
en ese momento Marcelo Ebrard, se creara el Consejo para el Desarrollo
Sustentable de la ciudad de México; durante casi tres años se trabajó con la
seriedad que caracteriza a muchos de los investigadores de la UNAM, la UAM, el
Colegio de México, el Politécnico Nacional y muchos otros organismos que
dominan las diferentes temáticas urbanas, y cuando se tuvieron los primeros
resultados en 2009, seguramente bajo algún cálculo político desconocido para la
mayoría de los que habían participado en la construcción de un proyecto
consensuado, de un día para otro hubo cambio de funcionarios en la Secretaría de
Desarrollo Urbano y Vialidad y todo se fue a quién sabe qué archivo; nunca más
se supo nada del proyecto y menos se dio alguna explicación de tal medida. Esa es
una conducta recurrente en prácticamente en todos los órganos de gobierno
incluyendo las instituciones legislativas. 79
En la agenda de los actores políticos nacionales y locales, hace falta una
reforma que devuelva a los capitalinos el derecho ciudadano de tener órganos de
gobierno plenos, a semejanza de lo que ocurre en las otras 31 entidades, como
sucede en la mayoría de los sistemas políticos democráticos, con cabildos
autónomos, resguardados por la soberanía del pueblo.
En el mundo occidental no hay ninguna capital nacional en la que sus
gobiernos locales tengan anulado el derecho a la soberanía plena de sus
ciudadanos; inclusive en las grandes ciudades como París, Washington, Londres,
Los Ángeles, Roma, etc., de diferentes formas y desde hace mucho tiempo, se ha
reconocido la necesidad de un orden de gobierno a nivel barrial, con estructuras
administrativas razonables, para manejar los asuntos locales de una manera eficaz y
con participación vecinal directa en presupuesto y obras locales y/o de magnitud
metropolitana. 80
Pese a la transición democrática que se ha vivido en México desde fines de
los 70, con la inclusión de nuevos partidos políticos, su sistema pluripartidista
consolidado, sus experiencias de alternancia en el poder estatal desde 1989 (Baja
California Norte) y presidencial desde el 2000 (Vicente Fox), tenemos que
reconocer que hoy todavía, para el Distrito Federal, la elección de sus
funcionarios del poder ejecutivo y los representantes legislativos sigue incompleta
mientras el diseño del Estatuto de Gobierno del Distrito Federal dependa
exclusivamente de la legislatura federal, ya que sus órganos de gobierno no
quedan empoderados al mismo nivel que los de las entidades federativas para
resolver los asuntos públicos locales; si eso no es posible, menos lo pueden hacer
para tomar decisiones en la escala metropolitana, donde hay que establecer
acuerdos para los que sus facultades están restringidas o dependientes de los
poderes federales.
Por ejemplo, sigue pendiente la posibilidad de que el nombramiento del
procurador de justicia y del jefe de policía se realice desde los órganos de
gobierno del Distrito Federal; esos nombramientos siguen dependiendo del visto
bueno del presidente de la República; a estos casos hay que agregar otros temas
que, aunque menos visibles, siguen siendo determinantes para la autonomía que sí
está plasmada en la Constitución para las otras 31 entidades desde el siglo XIX.
En otros asuntos como los servicios de educación básica, media básica y
normal, y los de salud, siguen sin descentralizarse a imagen de lo ocurrido desde
los 80 del siglo XX para las 31 entidades; aunque aparentemente esos servicios no
inciden directamente en los asuntos metropolitanos, sí impactan en temas de
movilidad, tránsito, transporte, vivienda y servicios públicos locales pues tenemos
registrados al menos cuatro millones en población pendular en los días hábiles o
de eventos masivos; ese tipo de problemas podría entrar en la agenda
metropolitana, sin tener que depender de terceras instancias, que se manejan en
otra lógica de prioridades como es el caso de la Secretaría de Educación Pública o
de la Secretaría de Salud.
Otro problema toral que no está resuelto de acuerdo con los mínimos
principios democráticos desde que gobierna el Partido de la Revolución
Democrática es la falta de participación directa de la ciudadanía en los temas
delegacionales de planeación y gestión local, desde donde se podrían impulsar
proyectos para infraestructura y servicios de alcance metropolitano; obviamente,
esto tampoco sucede en el nivel del gobierno del Distrito Federal y mucho menos
en el nivel de las débiles instancias metropolitanas; como se ha corroborado a lo
largo de más de dos décadas, a pesar de que hay comisiones metropolitanas
especializadas en diferentes asuntos, en sus juntas de pleno y grupos de trabajo no
hay cabida para miembros de la sociedad civil, simplemente se trata de
funcionarios gubernamentales presididos formalmente por el gobernador del
Estado de México o por el jefe de gobierno del Distrito Federal, según los
acuerdos entre ellos.
Por su parte, la Ley de Participación Ciudadana para el Distrito Federal se
circunscribe a darle al vecino voz para participar en juntas vecinales que tienen
que ver con repartir un presupuesto mínimo para obras y servicios menores
aplicables sólo para pequeñas obras dentro de su colonia y en ocasiones sólo para
la cuadra donde vive; es importante señalar que los dueños de pequeños negocios
o empresarios que invierten, dan trabajo y comen y realizan sus actividades dentro
de esas colonias no tienen ni voz ni voto, su derecho queda limitado al de la
colonia donde tienen su residencia oficial.
Las otras formas de participación ciudadana son tan abstractas y generales que
aunque de vez en cuando se llevan a cabo casi siempre impulsadas desde las
oficinas delegacionales y de la jefatura de gobierno del Distrito Federal, sus
repercusiones en términos democráticos son insignificantes. 81 Si considerar que
esta forma de limitar la participación esté directamente conectada con la otra
forma de participación ciudadana, a través de manifestaciones, tomas de avenidas
o plazas, que casi a diario terminan en embotellamientos, pintas de fachadas,
cristalazos, enfrentamientos con la policía, heridos y detenidos; sí creemos que un
manejo más abierto por parte del gobierno para escuchar y prevenir el
descontento de los diferentes manifestantes evitaría el caos en que se ha
convertido la ciudad.
Desde luego que hay que reconocer que una reforma política de fondo no
sólo requiere de las voluntades políticas de quienes hoy tienen el poder de
decisión sobre cómo, cuándo y de qué manera realizarla, sino de un
conocimiento profundo de reingeniería organizacional que toque aspectos legales,
financieros, laborales y humanos; en ello también hay que sentar a la mesa a
quienes tienen mucho que decir; para empezar, a los delegados, a los líderes de las
organizaciones sociales que llevan muchos años haciendo gestión social frente a las
diferentes instancias con las que interactúan, a los estudiosos del tema y a los
diputados y senadores de los diferentes partidos que cumplen funciones específicas
en las comisiones parlamentarias, en tanto que son los legal y legítimos
representantes de la ciudadanía.
La manera en cómo están estructuradas y funcionan en la práctica las
Comisiones Metropolitanas para sacar adelante el trabajo que deben realizar, a
través de grupos de trabajo, ha hecho que sus miembros estén permanentemente
dependientes del ambiente conflictivo que se impone desde la arena política
regional o nacional, según se trate de elecciones de delegados, presidentes
municipales, gobernadores o de las elecciones presidenciales (Umaña, 2001).
Hay algunos trabajos de investigación muy serios que han reportado a detalle
cómo se ha vivido el día a día en los comités internos y grupos de trabajo que
tienen frente a sí la misión de resolver algunos de los asuntos que se les ponen
sobre la mesa; la información obtenida nos dice que a veces hay que esperar varios
meses para poder reactivar su funcionamiento hasta que llegue el nuevo
funcionario y nombre a su representante (Rosique, 2006:228-231).
Esa gama de funcionarios intermedios que deciden en el día a día qué se
hace con el presupuesto local, que cambian con ligereza el destino de los recursos
de una partida a otra para llevar a cabo obras o programas improvisados,
contenciosos de intereses políticos y/o de grupos de poder local; esos funcionarios
están al margen de comprender los grandes retos que implica gestionar proyectos
de escala metropolitana, y menos de enfrentarlos, dadas sus limitadas facultades y
atribuciones constitucionales.
En la ZMVM se trata, en su mayoría, de personas que llegan a ser servidores
públicos que han obtenido su formación, más que en las escuelas de gobierno y
administración pública, en la misma arena política, en la dinámica efímera de las
campañas electorales que ocurren cada tres o seis años, en las que acompañan a los
candidatos en su lucha por ganar los puestos públicos en disputa, y una vez ganada
la contienda, lo más importante para ellos es repartírselos bajo el sistema del
botín; 82 su participación en ellas es como asesores, organizadores territoriales del
voto, acopio de información proveniente de los vecinos, grupos y gremios del
lugar.
El antecedente de la mayoría de los funcionarios menores e intermedios
proviene de su participación emergente en la campaña anterior o por vínculos
cercanos con la gente de confianza del candidato; por eso su principal aspiración
es ingresar al gobierno para tener trabajo los siguientes tres o seis años y por lo
tanto eso se traduce en una simple “colonización” de los escritorios, que no tiene
nada que ver con la calidad de la gestión esperada por la ciudadanía que va a las
urnas.
En el mejor de los casos, algunos de los nuevos funcionarios vienen de haber
trabajado en la iniciativa privada, otros en pequeños negocios de su propiedad,
unos más son los jóvenes recomendados que recién acaban de concluir sus
estudios; al no haber un programa institucionalizado de servicio profesional de
carrera para los puestos del gobierno del Distrito Federal, entonces los partidos
aprovechan la ocasión para poner en los puestos a la gente ligada al candidato
ganador y en su caso a correligionarios que llevan algún tiempo participando en
actividades partidistas.
En 2000, 2008 y 2012, la ALDF ha expedido legislación en materia de
servicio civil de carrera, pero hasta el momento ninguno de los gobiernos
perredistas, incluyendo el de Miguel Ángel Mancera, han implementado ningún
programa al respecto, esto debido al contexto político e institucional de la ciudad,
que ha estado sumergida desde mediados del siglo XX, en viejas prácticas de
gestión tradicionales y autoritarias caracterizadas como clientelistas,
patrimonialistas, corporativas y corruptas (Barrón, 2012:130-145).
Adicionalmente, hay que considerar la falta de compromiso y voluntad
política para llevar a cabo este tipo de transformaciones que abre campos de
conflicto con grupos que tienen mucho tiempo de estarse beneficiando de las
cosas tal y como están, recordemos que, como lo señalan las tesis del nuevo
institucionalismo, hay actores que prefieren conservar las malas instituciones,
porque cualquier cambio va contra sus intereses (Peters, 2003: 65-66).
Lo que queremos es identificar aquellos elementos que hacen falta desarrollar
para poder ofrecerle a la ZMVM un régimen institucional más adecuado al tamaño
y problemas que de ella se derivan; en el 2013 cuenta con más de 21 millones de
habitantes, 60 gobiernos municipales, 16 delegacionales, 2 estatales (Estado de
México e Hidalgo), el gobierno del Distrito Federal y el federal, a través de una
serie de secretarías y organismos descentralizados, desconcentrados y empresas
privadas concesionadas; el sistema en su conjunto funciona principalmente bajo el
paradigma de gestión burocrática clientelar, patrimonialista y con bajos niveles de
transparencia y rendición de cuentas; cada vez que hay campañas locales o
federales, en el imaginario popular siempre queda la duda de cuántos recursos
públicos se desvían para apoyar con despensas y propaganda a los candidatos de los
partidos que tienen funcionarios en ejercicio dentro de los gobiernos.
Bien sabemos que, en la tradición de las reformas constitucionales para
rediseñar las formas de gobierno, siempre aparecen resistencias muy poderosas que
se niegan a cambiar una sola letra de la Constitución, argumentando que lo que se
necesita es hacer que primero se cumpla la ley existente antes que cambiarla; en
las últimas dos décadas ha habido reformas que siempre dejan aspectos limitados
fundamentales para ejercer la soberanía local, de tal manera que ni los órganos
gubernamentales son empoderados para ejercerlos, ni las organizaciones de la
sociedad civil alcanzan los niveles de representatividad ante los órganos de
gobierno; menos aún, en lo que respecta a la posibilidad de ejercer las diversa
formas de la democracia participativa en plenitud bajo los principios de los que
nos habla Jordi Borja.
La Ley General de Desarrollo Urbano (julio de 1976) tuvo por misión crear
un sistema nacional de ciudades que ofrecieran, para aquel México de los 70, un
ordenamiento territorial que se caracterizaba por su dinámico crecimiento
demográfico y por su concentración en unas cuantas áreas metropolitanas. De ese
primer impulso se derivó la idea de tener la primera Comisión de Desarrollo
Urbano para el Centro del País (1978), que involucraba 6 entidades aledañas al
Distrito Federal, misma que después de su fracaso se extinguió a fines de los 80.
Después del fracaso de aquella Comisión, en 1989, el Congreso de la Unión
resolvió disolverla y en cambio buscó la manera de acotar la escala geográfica a las
16 delegaciones del Distrito Federal y algunos de los municipios de la ZMVM,
creando comisiones especializadas dentro de las cuales se definió la jurisdicción de
su ámbito territorial específico, pero siempre funcionando como órganos
integrados por miembros gubernamentales, la mayoría de ellas sin facultades
ejecutivas y actuando casi siempre al margen de organizaciones de la sociedad
civil; en la actualidad así siguen funcionando las Comisiones de Seguridad
Pública, Ambiente, Transporte y Vialidad, y Agua y Drenaje.
El último órgano importante creado en 2006 fue el Fondo Metropolitano
Federal, que administra un presupuesto limitado de 8 630 millones de pesos en
2013, mismo que se reparte en infinidad de proyectos propuestos por 47 zonas
metropolitanas, con la participación de la Comisión de Desarrollo Metropolitano
de la Cámara de Diputados, que tampoco ha podido impulsar la reforma enviada
al senado en 2012 por la sexagésima segunda legislatura.
El manejo presupuestal y requisitos para tener derecho a los recursos del
Fondo, está reglamentado bajo criterios de supervición de una dirección de la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público, con los que los gobernantes y sus
representantes tienen que sustentar, técnicamente, las fortalezas y orientación
ambiental de sus proyectos. 83
Por invitación de la Comisión de Desarrollo Metropolitano pudimos
presenciar reuniones de trabajo en las que los presidentes municipales y
gobernadores de la Región Lagunera presentaron sus proyectos con recursos
provenientes del Fondo, donde nos pudimos percatar de que las aprobaciones
están sujetas a la influencia y criterio de un funcionario designado por el
Secretario de Hacienda, para dar el sí o el no a gobernantes estatales y municipales
elegidos en las urnas.
El PEDU, por su parte, se muestra como el menos congruente con los otros
dos documentos, a pesar de que fue el último que se expidió; manifiesta interés en
temas de densificación en zonas aptas y en detener la urbanización de nuevos
espacios, pero con una visión localista, como si su zona metropolitana no tuviera
vínculos funcionales con la del Distrito Federal; esto quizás se deba a la
turbulencia política que por esos años se desató entre los dos gobiernos de la zona;
algo que fue superado en los años siguientes.
Son muchas las dependencias que tienen jurisdicción dentro de la ZMVM;
aquí mencionaremos algunas de las más importantes: el gobierno federal, la
Secretaría de Desarrollo Social, a través de Cometah; el Gobierno del Distrito
Federal, la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda y la Subsecretaría de
Desarrollo Metropolitano; y por el Estado de México, la Secretaría de Desarrollo
Urbano y la Secretaría de Desarrollo Social.
El antecedente de las actuales comisiones metropolitanas son la Comisión de
Conurbación del Centros del País (1979-1988) y la Comisión del Área
Metropolitana (1988-1994); ambos organismos tuvieron un papel importante en
el ámbito de la planeación e identificación de problemas de la ZMVM, pero
ninguno vio la implementación de sus propuestas porque éstos carecían de
presupuesto y de organismos para ejecutarlos, fue hasta que empezaron a aparecer
comisiones especializadas en las problemáticas locales y acotadas territorialmente
que empezaron a observarse algunos avances en actuaciones gubernamentales.
Conclusiones
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Introducción
Imagen de Google
La acción de estos gases en la estratosfera libera átomos de cloro (Cl) a través de la radiación UV sobre
sus enlaces moleculares; cada átomo de Cl destruye miles de moléculas de Ozono transformándolas en
moléculas de dioxígeno. Otros compuestos que afectan la capa de ozono por contener cloro (Cl) son
el metilcloroformo (solvente), el tetracloruro de carbono (un químico industrial) y sustancias que
contengan bromo (Br), como los halones, utilizados para extinguir el fuego.
El cambio climático es definido como un cambio estable y durable en la distribución de los patrones
de clima en periodos de tiempo que van desde décadas hasta millones de años. Pudiera ser un cambio
en las condiciones climáticas promedio o la distribución de eventos en torno a ese promedio (por
ejemplo más o menos eventos climáticos extremos). El cambio climático puede estar limitado a una
región específica, como puede abarcar toda la superficie terrestre.
Cuando los españoles llegaron en 1519, la cuenca se encontraba ocupada por una
civilización bien desarrollada y casi un millón de habitantes (Las Casas en Gibson
1967), cuya economía giraba fundamentalmente alrededor del cultivo en
chinampas y de los tributos que llegaban de todos los pueblos bajo el dominio
mexica dentro y fuera de la cuenca.
La magnificencia de sus áreas verdes impresionó tanto a Hernán Cortés que
incluyó largas descripciones de los jardines de Tenochtitlán en las Segundas Cartas
de Relación (Cortés, octubre de 1520), pero esta admiración fue efímera; después
de un sitio de noventa días, los soldados de Cortés, apoyados por un ejército de
aliados Tlaxcaltecas y otros pueblos oprimidos, tomaron Tenochtitlan,
destruyeron el Templo Mayor apenas descubierto hace tres décadas, y el Palacio
de Moctezuma, donde se edificó el Palacio de Cortés y que después fue el Palacio
del Virrey (hoy Palacio Nacional); así se fue dando forma a la gran plaza pública
llamada zócalo desde el siglo XIX; con el tiempo también fueron siendo destruidos
los canales de agua más próximos al centro para dar paso a caminos de terracería
para los caballos y carrozas que transportarían a los conquistadores y sus familias.
Con el trabajo que proveía la población conquistada, los encomenderos
españoles y las órdenes religiosas rediseñaron la ciudad, construyendo por los
barrios prehispánicos nuevas plazas con grandes iglesias y edificios de gobierno;
primero en Coyoacán y San Ángel y un poco más tarde en el viejo centro de
Tenochtitlan, que se convirtió en la capital de la Nueva España, a pesar de que los
seguidores de Cortés hubieran preferido que la nueva ciudad se construyera por
los rumbos de Tacubaya, considerando que era más fácil de defender de los
indígenas recién derrotados. 105
La consecuencia ambiental de esta nueva urbanización no fue sólo en el
cambio del paisaje urbano, sino en el paisaje natural y la alteración de la
biodiversidad, con la introducción de nuevas especies de animales y plantas; la
evidencia documental de este proceso lo constituye el Mapa de Uppsala, 106
también conocido como Mapa de Tenuxtitlan o Mapa de Tenochtitlan. En ese
mapa se pueden observar caballos, vacas, cerdos, ovejas, cabras y gallinas, animales
que fueron introducidos a la cuenca de México como paquete tecnológico de
occidente, y que junto con los cambios en la técnica radical de la agricultura y el
transporte, alteraron la biodiversidad de la región y del país entero.
Los antiguos canales y el lago que se pueden observar en el mapa fueron
rellenados para construir calles adecuadas a los carros tirados por caballos. Las
chinampas fueron desplazadas del centro de la ciudad hacia el oeste de la cuenca,
uniendo la isla de Tenochtitlan con tierra firme. Se observa una porción del
antiguo lago de Texcoco separado por el albardón de “Nezahualcóyotl”
(construido ca. 1450), que a su vez formaba un gran canal (después Canal
Nacional), al extenderse en paralelo con el albardón de “Ahuizótl” o “San
Lázaro” (construido ca. 1499) (Guevara, 1991) y las calzadas de Guadalupe al
norte e Iztapalapa (hoy calzada de Tlalpan) al sur, y un nuevo acueducto desde
Chapultepec hasta el centro de la ciudad (Templo de la Purísima Concepción,
Salto del Agua) y norponiente de la ciudad colonial.
La introducción de especies y tecnologías modificaron los hábitos
alimenticios y principalmente el cambio en el uso del suelo de bosque a pastizal, y
el uso del maíz que era reservado exclusivamente para el consumo humano, usado
ahora también como forraje para alimentar al ganado. 107
Fue así como la fisonomía de la cuenca comenzó a cambiar profunda y
rápidamente: los densos bosques que rodeaban al lago comenzaron a ser talados
para proveer de madera a la ciudad colonial y abrir campos de pastoreo para el
ganado doméstico en la parte oriental de la cuenca. 108
La llegada de los españoles también trajo nuevas enfermedades y con ello
una gran disminución en la población, en parte por las matanzas asociadas a la
conquista, por emigración de muchos indígenas hacia las zonas más alejadas del
centro conquistado, pero sobre todo, por las nuevas enfermedades infecciosas. Se
asegura que un siglo después de la Conquista, la población había disminuido 80
por ciento (Gibson, 1967); igualmente, Bernal Díaz recordaba que: “en cuarenta
años de gobierno español, se terminó, sin quedar huellas, la fauna y la flora;
además se estaba cultivando la ribera donde el aluvión desplazó a las aguas”
(Espinosa 1991:26).
Con el tiempo, la colonización española se fortaleció; las plazas, los
mercados y el zócalo de la ciudad se convirtieron en los ejes de la vida cotidiana;
allí se imbricaron los elementos culturales indígenas y españoles, respecto al
manejo del territorio, provocando un cambio en el paisaje del sistema lacustre.
Desde el principio fue claro que la nueva traza de la ciudad era incompatible
con los humedales de la cuenca. El relleno de los canales hacia 1550 se generalizó
para construir calzadas elevadas; con ello se empezó a obstruir el drenaje
superficial y empezaron a formarse grandes superficies de agua estancada, mientras
que el pastoreo y la tala de las laderas boscosas aumentó los escurrimientos
superficiales durante las lluvias, propiciando inundaciones constantes en los
maizales y trigales, mientras que durante las temporadas de secas, los lagos se
desecaban más intensamente, situación que ya ocurría desde antes de la llegada de
los españoles, tal y como fue la inundación que provocaron las obras del ahora río
Magdalena.
Refiriéndose a la lluvia del 17 de septiembre de 1555 que inundó por
primera vez la ciudad de México desde la llegada de los españoles, el virrey
escribió al rey lo siguiente: “y en esta ciudad ha sido mayor que en otras partes,
por estar en lo más bajo y cercada la mayor parte de una laguna grande, donde
acuden todos los ríos y fuentes de la comarca, que son muchos (…) Fue un gran
yerro a mi ver, fundarla en este sitio, porque había otros mejores a dos o tres
leguas de aquí” (Espinosa, 1991:27).
La poca altura de las montañas al norte, llevaron al gobierno colonial a
planear el drenaje de la cuenca hacia allá previendo futuras inundaciones desde los
alrededores del lago de Zumpango hacia el área de Huehuetoca. El primer canal
de drenaje tuvo 15 km de longitud, y en el año de 1608 ese canal abrió por
primera vez la cuenca de México hacia el Golfo de México a través de otra
cuenca, la del río Tula (Legorreta, 2008). El continuo azolvamiento de la galería
obligó al virreinato a construir dos siglos más tarde el “Tajo de Nochistongo”, un
canal a cielo abierto.
Las obras del drenaje de Huehuetoca continuaron hasta principios del siglo
XX. Inicialmente, el canal funcionaba sólo como un vertedero del exceso de agua
en la cuenca, pero con la construcción del canal de Guadalupe en 1796, el sistema
de eliminación de aguas hacia el Tula se conectó con el lago de Texcoco por lo
que las áreas lacustres de la cuenca comenzaron a achicarse rápidamente.
En 1769 se había dado por primera vez una discusión en el seno del
gobierno colonial sobre la conveniencia de secar totalmente los lagos, 109 algo
que parecía técnicamente imposible para aquella época, pero que, dadas las
intensas migraciones de las entidades de Puebla y Oaxaca, se hizo posible a partir
de mediados del siglo XX, cuando se inició el proceso de urbanización irregular de
“Ciudad Neza”, en el municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México.
Podemos ver que lo aparentemente gradual de los cambios ambientales para
la cuenca, en el lapso de medio milenio que va de la fundación de Tenochtitlan
(1325) y al fin de la Colonia (1821), sentaron el basamento urbano sobre el que
después la ciudad de México, ya en calidad de capital nacional, se convertiría en
uno de los centros urbano, demográfico, industrial y de servicios más grande del
mundo, al lado de otras 4 ciudades del mundo que rebasan los 20 millones de
habitantes.
Figura 1.
Servicios Ambientales que proporciona el Suelo de Conservación del Distrito Federal
Servicios Funciones
Recarga de acuíferos Disponibilidad de agua
Retención de sedimentos Cobertura vegetal
Regulación de gases Oxígeno para la atmósfera
Regulación relativa del clima Equilibrio de los procesos climáticos
Contención de partículas suspendidas Barrera boscosa contra los vientos
Biodiversidad y control biológico Refugio de especies, nutrientes y polinización
Producción de alimentos y materias primas Productos agrícolas y plantas medicinales
Prevención de desastres Protección contra tormentas e inundaciones
Actividades culturales y recreativas Paisaje, ecoturismo, educación e investigación
Fuente: Elaboración propia basada en FUNDLOCAL 2007
Conclusiones
Bibliografía
Mesografía
Biblioteca General “Capítulo III: Historia ambiental de la cuenca”
http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/ciencia/volumen2/ciencia3/091/html/sec_6.htm
http://www.arqred.mx/blog/2010/01/29/evolucion-demografica-en-mexico/
http://190.7.110.123/pdf/5_revistaDerechoDelEstado/numero12/karlWittfogel.pdf
Gárate Rivera, Alberto (2013) “Mesoamérica”
http://www.mxl.cetys.mx/Expos/Mesoamerica/
“Modo asiático de producción” http://modoasiaticoproduccion.blogspot.mx/
Notas
1 Mills en su Imaginación sociológica criticó la teoría sociológica de Comte, Durkheim, Marx, Spencer y
Weber por su carácter enciclopédico, a Parsons por su formalismo y a Lazarsfeld por el ethos de cultivar el
método por el método mismo; que después desde la postura neopositivista, el dato se puso por encima de
la realidad misma. Mills afirmaba que el individuo no posee la cualidad mental esencial para percibir la
interrelación del hombre y la sociedad, de la biografía y de la historia, del yo y del mundo. Por lo tanto
dice que: “el individuo sólo puede comprender su propia experiencia y evaluar su propio destino
localizándose a sí mismo en su época” (Mills, 1971:23-25). Al apoyarse en la psicología, se convierte en
puente crítico entre su época y la del nuevo institucionalismo.
2 Como complemento de esta visión, Durkheim (institucionalismo tradicional), observaba que la división
del trabajo es producto de una forma de solidaridad social y que, a partir de ésta, los colectivos crean
instituciones que hacen posible que la sociedad evolucione de formas mecánicas a formas orgánicas de
solidaridad y los gobiernos, en tanto orga-nizaciones complejas, tienen como principal misión mantener el
statu quo, ya que éste es producto legítimo del mandato colectivo; de ahí el carácter exterior y coercitivo de
las instituciones (Durkheim, 1994: 104-108).
3 Un régimen institucional se compone de diversos espacios institucionales (área geográ-fica específica), con
una institución encargada del pilotaje político de la zona. Están jerarquizados, desde el nivel supranacional
que establece las reglas del comercio inter-nacional, las relaciones monetarias, hasta el nivel local que
comprende las estructuras desconcentradas del Estado, espacio de compromisos y acuerdos con grupos
sociales, competente en el régimen fiscal, elecciones y el Estado providencia (Terhorst, 2004:113).
4 Bourdieu afirma que: “en cualquier campo encontramos una lucha, cuyas formas específicas habrá que
buscar cada vez, entre el recién llegado que trata de romper los cerrojos de derecho de entrada, y el
dominante que trata de defender su monopolio y de excluir a la competencia (...) Un campo se define por
aquello que está en juego y los intereses específicos, que son irreductibles a lo que se encuentra en juego en
otros campos o a sus intereses propios y que no percibirá alguien que no haya sido construido para entrar en
ese campo (...) Para que funcione un campo, es necesario que haya algo en juego y gente dispuesta a jugar”
(Bourdieu, 1990:136).
5 Tocqueville ve por doquier que “los pueblos se inclinan por la democracia (…) El desarrollo gradual de
la igualdad de condiciones es un hecho providencial (…) Querer detener la democracia parecerá entonces
luchar contra Dios mismo” (Tocqueville, 2005:33).
6 Wallerstein afirma que: “la presión por la democratización ha venido aumentando constantemente. La
democracia es básicamente antiautoridad y antiautoritaria. (…) La cuestión es si el sistema histórico en que
vivimos, la economía-mundo capitalista, ha entrado, en una de esas épocas de ‘caos’. Así, (…) lo que
debería suceder ahora, en el proceso cíclico ‘normal’, es el ascenso de estructuras sustitutivas” (Wallerstein,
2003: 43, 30-31).
7 La noción de “ciudad mundial” se utiliza desde 1961, pero John Friedman la ha desa-rrollado
teóricamente desde inicios de los 80 (Rosique 2004, 163-184).
8 Las ciudades mundiales: “En términos generales, son los nodos de una nueva ‘sociedad en red’ que está
naciendo de la combinación de los ordenadores y las telecomunicaciones” (Castells, 1996); “las ciudades
mundiales están ubicadas en el punto de contacto entre el sistema interestatal y el capital transnacional”
(Friedmann, 1984); “Hoy en día es posible que las ciudades mundiales estén empezando a alcanzar algunas
formas nuevas de independencia respecto de los Estados territoriales, lo que las convierte en algo muy
relevante para nuestra geografía política” (Taylor, 1995). Además de estas citas, Taylor y Flint presentan un
mapa de ciudades mundiales que está sustituyendo el mapa político mundial tradicional, a partir de una
clasificación basada en el peso cualitativo y cuantitativo de sus interacciones financieras, políticas y
culturales globales (Taylor y Flint, 2000:360-361).
9 Lo público se convierte así en valor, referencia y espacio para organizar las capacidades que existen en la
vida comunitaria; es el sitio donde los derechos ciudadanos se ejercen atendiendo a las libertades subjetivas
públicas, mismas que consagran el derecho a la participación, la representación, el voto universal y secreto;
el derecho a elegir autoridades de manera periódica; la expresión libre de las ideas, las formas de asociación
para defender intereses legales y legítimos (León y Ramírez, 2004:29).
10 De acuerdo con Roberto Moreno: “El Estado de bienestar se despliega en toda su plenitud en el
ambiente propiciado por la lucha de la clase trabajadora y las resistencias del capital por contener sus
reivindicaciones fundamentales. Éste surge con el ascenso de la socialdemocracia en Europa occidental; no
obstante en Latinoamérica y otras partes del mundo se desarrolla tenuemente al calor de los populismos y
del Estado bonapartista” (Moreno en Rose, 1998:10, 19).
12 En la globalización todas las ciudades son impactadas por flujos mundiales identificados como:
Ethnoscapes, technoscapes, financescapes, mediascapes, commodityscapes e ideoscapes (Appa-durai, en Beck, 1988:
85); más adelante volveremos al tema.
13 Michael Dibdin decía en boca de uno de los personajes de su novela que “No puede haber verdaderos
amigos sin verdaderos enemigos. A menos que odiemos lo que no somos, no podemos amar lo que
somos”. Para los pueblos que buscan su identidad y reinventan la etnicidad, los enemigos son esenciales”
(Huntington, 2004:20).
14 Se toma el nombre del monstruo mítico que Hobbes le da al Estado absolutista, resultado del contrato
que hacen los hombres para salir del estado de agresión permanente en que habían vivido en el salvajismo e
irracionalidad (Hobbes, 1651).
15 La noción de buen gobierno data de los tiempos de la Grecia y Roma clásicas, pasando después por las
etapas fundacionales de la ciencia política moderna; en sus versiones más formalistas, el análisis se centra en
la constitución de las formas de gobiernos, desde donde se realizan las primeras clasificaciones de los buenos
y malos gobiernos, hasta llegar en nuestros tiempos a la anatomía y funcionamiento de sus estructuras
políticas y administrativas en donde se destacan las capacidades de recepción de los problemas ciudadanos y
las formas de participación de la sociedad civil en la gestión pública (Rosique, 2007:27).
16 El governance global representa ese conjunto de mecanismos que operan sin coerción en el que se
establecen vínculos voluntarios; se refiere a metas compartidas, que pueden o no derivar de
responsabilidades legales y formalmente prescritas, pero no tienen fuerza de policía ni someten a la
obediencia, lo que no quiere decir que los gobiernos no pueden participar en este tipo de experiencias
políticas de coacción; por el contrario, de hecho es algo que está sucediendo a nivel local, nacional y
mundial, sobre todo entre los grupos y organismos más poderosos (Rosique, 2006:60).
17 Juan Bodino (1530-1596) ya ponía énfasis en la diferencia que había entre el gobierno de un Estado y su
administración, mientras que ahora Bobbio pone más énfasis en el modo de gobernar que en la forma de
gobierno (Bobbio, 2004:87).
18 La existencia de burgos data desde la época de China, Rusia y Grecia antigua, ésta última con ciudades-
fortaleza amuralladas; de hecho Ecbatana y Persépolis, ciudades helénicas, eran burgos reales con
asentamientos adyacentes que pagaban impuestos por servicios de seguridad. En Inglaterra todo condado de
la época anglosajona (s. XII) contaba con un burgo (borough). En esa época, una figura intermedia de
gobierno entre el rey Enrique I y los nobles, era el príncipe del burgo, quien además le daba su nombre al
lugar (Weber, 2002:945-951).
20 “Hay un país en el mundo donde la gran revolución social de que hablo parece haber alcanzado casi sus
límites naturales. Se realizó allí de una manera sencilla y fácil o, mejor, se puede decir que ese país alcanza
los resultados de la revolución democrática (…) sin haber conocido la revolución misma. (…) Me parece
fuera de duda que, tarde o temprano, llegaremos, como los norteamericanos, a la igualdad casi completa de
condiciones” (Tocqueville, 2005:33-39).
21 El manifiesto del partido comunista (1857) deja en claro la orientación militante de toda la literatura
marxista en favor de ofrecer los elementos teóricos y prácticos para que el proletariado se organice para
llevar a cabo la revolución socialista a través de una lucha entre las clases fundamentales del modo de
producción capitalista que imperaban en Europa a mediados del siglo XIX.
22 Augusto Comte, en sus obras publicadas entre 1820 y 1857, afirmaba que los desórdenes sociales que se
observaban en Europa se explicaban por la contradicción entre el orden social teológico-militar que se
disponía a desaparecer, y un orden social científico e industrial que se preparaba para nacer, sostenido en el
consenso que le da la pluralidad de instituciones pacíficas, y que son las que propician la unidad y la
solidaridad social de toda colectividad humana (Aron, 1970:135-136).
24 Mead afirma que “el yo es esencialmente una estructura social y nace en la experiencia social”. En
comparación con Freud, adjudica un alcance más general al mecanismo de interiorización; toda la
construcción de la persona se comprende como una adquisición gradual de capacidades para anticipar las
reacciones de los otros (Haber, 1999:65).
26 Se define como la observación pura del fenómeno, excluyendo cualquier juicio de valor. Es una postura
idealista, una filosofía de la vida y de la existencia humana que intenta explicar cómo el hombre percibe y
construye su ser y su existencia en el mundo; lo sitúa como centro de atención, aunque no niega la
existencia de una realidad objetiva; lo anterior al individuo es la experiencia y la razón vital a la cual
supedita dicha realidad en la que el hombre es el organizador intelectual y práctico; en síntesis, “yo soy yo
en el mundo y debo organizarlo para poder atribuirle sentido” (Machado, 2007:2).
27 El liberalismo (económico) nunca fue una doctrina de la izquierda, siempre fue la quintaesencia de la
doctrina del centro. Para Wallerstein el liberalismo como ideología tuvo su mayor auge entre 1945 y 1968,
y entra en plena decadencia a partir de 1989, con la caída del muro de Berlín y con la desintegración de la
URSS en 1990; por otra parte, mientras unos piensan que en 1914 el liberalismo triunfaba en Europa, otros
afirman que en esos tiempos empezaba su declinación, lo cierto es que con la declinación de los Estados-
nación, la sociedad civil se está desintegrando también y lo que estamos viviendo ahora, a falta de un
nuevo sistema histórico, es la era del grupismo (Wallerstein, 2003:4-8).
28 A ese tipo de acciones se les reconoce como el momento en que un problema socialmente sentido entra
en la agenda pública. El problema es saber distinguir el proceso que siguen ciertos asuntos para entrar en la
agenda y pasar de la agenda sistémica (que contiene los asuntos en estado latente) a la agenda institucional
(asuntos que son atendidos regularmente por algunas instancias de gobierno) (Tamayo en Bañón y Carrillo,
1997:286).
30 Dice Noam Chomsky que en nuestros tiempos: “hablar de mercado libre es una broma. (…) no existe
un mar de libre mercado con pequeñas islas de empresas individuales. Estas islas no tienen libertad interna
sino que están centralmente administradas (…) bajo la dirección de una mano muy visible: las grandes
estructuras corporativas”. (Chomsky, 2002:16-17).
31 La mayoría de las citas textuales en este capítulo fueron tomadas del libro de Norberto Bobbio sobre
formas de gobierno, citado en la bibliografía.
33 En el análisis de la sociedad postindustrial lo que se prepondera es la importancia que empieza a tener para
el desarrollo económico el sector comercio y de servicios que se deslizan hacia la sociedad de la
información; en esa línea destaca la obra de Manuel Castells. Quienes se decantan por el análisis de la
sociedad postmoderna ponen mayor atención a las transformaciones institucionales y del conocimiento; el
Estado se ve como una institución transformada debido a los nuevos alcances territoriales y organizativos
por la práctica y compromisos para la gobernanza internacional; en una línea más crítica, al ver que el
socialismo real se derrumba por todas partes, lo que se pone en el centro del análisis es el capitalismo
mismo, pero en una fase que va más allá del imperialismo monopólico tan atacado por el leninismo.
34 Destacaban entre esos 10 puntos los temas de disciplina fiscal, gasto público y reforma impositiva;
liberalización económica, desregulación y privatización. Esta lista posteriormente fue ampliada, explicada y
refutada por muchos otros intelectuales, dando lugar a los llamados Consensos de Washigton II y III; Noam
Chomsky y Naomi Klein fueron quizás los más célebres detractores de esta postura, a la que llamaron
neoliberalismo o fundamentalismo de mercado.
35 Hay que reconocer que, más allá de la acometida neoliberal contra el estado intervencionista, en la
década de los 70 habían, proliferados por todo el mundo, aparatos burocráticos que se habían excedido en
tamaño y en ineficiencia, que se podían caracterizar por su excesiva corrupción, presupuestos deficitarios
subsidiados con deuda interna y externa, inestabilidad macroeconómica, con hiperinflación, constantes
devaluaciones y, en algunos casos, “estanflación”.
36 Mientras que las ciudades postfordistas están fuertemente condicionadas por fuerzas descendentes
manipuladas desde los poderes fácticos de la política y la economía neoliberal, tales como leyes de
edificación y comisiones de urbanismo, académicos de muchos sitios han advertido hace mucho tiempo
que las fuerzas ascendentes con origen en los residentes, juegan un papel fundamental en la formación de la
ciudad, creando barrios singulares y otros grupos demográficos no planificados por el Estado; se trata de
una nueva forma de gestión bottom-up, que está sustituyendo a los modelos tecnocráticos de la gestión de
calidad. (Jonson, 2003:80).
37 Para una visión más detallada de este proceso de internacionalización de las ideas del desarrollo a través
de un modelo de buen gobierno recomendado por los organismos mundiales, deseable para todos los países
del orbe ver: Rosique, 2004.
38 La OCDE, la Unión Europea y Estados Unidos extienden sus códigos de buen gobierno, no sólo para las
dependencias públicas de los Estados miembros, sino que éstos a su vez los hacen extensivos para los
consejos administrativos de las grandes empresas que emiten acciones en las bolsas de valores.
39 Durante la Europa renacentista, también se produjeron ciudades con espacios urbanos revolucionados
que nada tuvieron que ver con los antiguos asentamiento feudales amurallados y con pequeños
asentamientos urbanos en torno a ellos, producto de relaciones serviles que determinaban su dependencia.
Durante el Renacimiento, Florencia, Venecia, Roma, París, Viena, Londres y muchas otras ciudades
crearon o transformaron el espacio urbano para un hombre nuevo, el príncipe mercader, el comerciante de
los burgos, el aprendiz de oficios al lado del maestro artesanal agremiado, el constructor de barcos, el
navegante transportista; era un espacio urbano con plazas abiertas, astilleros, con inventores, artistas y
mecenas que se esmeraban en la construcción de edificios con arquitectura que evocaba lo grecorromano;
fueron las ciudades que hicieron posible la transición del feudalismo al capitalismo liderado por un Estados-
nación naciente, con monarquías absolutas que impulsaron los descubrimientos geográficos y la
colonización de América, Asia y África, dándole forzosamente continuidad al esclavismo; esa fue, desde
nuestro punto de vista otra revolución urbana; el libro fotográfico «Las setenta grandes ciudades de la
historia de Norwich», nos ayuda a comprender visualmente nuestras afirmaciones (Norwich, 2010).
40 Aunque no lo dice, para Lefèbvre, la observación de Gordon Child sobre las ciudades-estado de 5 mil
años atrás, corresponde más a la revolución neolítica.
41 Del griego synoikismós; significa cohabitación; alude a la polis griega por aglomeración de poblaciones
previas, también se entiende cómo vivir juntos en una casa. Soja desarrolla más ampliamente este término,
pero para los fines de nuestro libro sólo diremos que el concepto de sinecismo se entiende como la
tendencia natural de los grupos humanos a reunirse sobre el territorio, impulso que tiene una lógica de tipo
económico, pues toda ciudad tiene que resolver antes que nada sus necesidades nutritivas. Adicionalmente,
el término en el mismo sentido que le dieron los griegos implicó una noción de alcance regional en donde
otros asentamientos están nucleados, sea por relaciones comerciales, motivos religiosos o por sometimiento
militar; desde nuestro punto de vista, de ahí proviene la esencia de la noción de lo metropolitano (Soja,
2008:41-43).
43 Llamémosle así a los nodos de gestión y ocio global (Santa Fe y Zona Rosa, en la ciudad de México, La
Defensa en París, Picadilly en Londres, Plaza del Sol en Madrid, etc.), que hoy se reproducen en los
espacios urbanos de la mayoría de las ciudades del mundo.
45 La geografía del mundo actual, el espacio en que se desarrollan las actividades económicas, culturales y
sociales fundamentales, debe ser concebido como tejidos de flujos de personas, productos e información. El
Estado-nación físico y territorial sigue siendo objeto de estudio para la geografía humana tradicional,
porque seguimos viviendo y moviéndonos cotidianamente en lugares donde las fronteras se resuelven por
la contigüidad física (la plaza del pueblo, el centro comercial, los sitios de trabajo o de culto), pero éstos
son puntos a los que los flujos circulantes dan vida desde el ciberespacio. Así las cosas: “La ciudad global no
es un lugar (….) sino un proceso mediante el cual, los centros de producción y consumo de servicios
avanzados, así como las sociedades locales que dependen de ellos, están conectados en el seno de una red
global” (Castells, 1999:411).
46 Wallerstein desarrolla el concepto de economía-mundo para aplicarla a la Europa del siglo XVI en los
comienzos del capitalismo; su tesis era que una cosa eran los límites políticos y militares de un imperio y
otra los límites de su economía-mundo, pues sólo analizando el tipo de relaciones económicas, más allá de
las relaciones comerciales que éste tenía con la periferia, se podría saber si en realidad formaban parte de su
economía-mundo; para eso propone que se tome en cuenta si las economías locales de la periferia forman
parte integrante del sistema global de la división del trabajo, dado que las mercancías implicadas son
esenciales para el uso diario. Él caracteriza el “sistema-mundo” como una serie de mecanismos que
redistribuyen los recursos desde la “periferia” al “centro” del imperio bajo alguna forma de dominación
(Wallerstein, 2003:426).
48 La ciudad fordista se consolidó con el paradigma del taylorismo, del cual es emblemática la fábrica de
autos Ford que produce en línea; por su parte, en la transición al postfordimo de fines del siglo XX, la
producción se descentraliza territorialmente propiciando un nuevo orden espacio-temporal con
simultaneidad de tiempo-espacio, promovido por la innovación tecnológica, la información y el trabajo
flexible (Ramírez, 2003:99).
50 Término utilizado por primera vez por Peter Hall en 1966 al referirse a ese proceso de globalización
que impacta de manera muy diversa a las regiones metropolitanas; autores que se han encargado de estudiar
el impacto y flujos globales que ocurren en nodos específicos situados al interior y a partir de las ciudades
mundiales son muchos, pero entre ellos destacan Sassen, Jordi y Borja, Beck, Fiedmann, Gottman, Talor y
Flint (Rosique, 2004:181-192).
51 La idea del bien común es tan vieja como el budismo, el hinduismo, el confucionismo y la filosofía
clásica grecorromana y va más allá del hecho de no dañarnos unos a otros, pues en cualquier sistema
político sus miembros comparten un bien común y es obligación de los gobiernos democráticos
proporcionárselos, pero esa misión siempre ha desafiado toda solución simple, por eso, algunos críticos no
le dan categoría científica, dado que incluso, encuentran dificultad para determinar si hay un bien común
reconocido por todos los ciudadanos. En torno a esa dificultad Robert A. Dahl plantea tres preguntas que
en nuestra opinión son fundamentales: ¿el bien de quién debe tomarse en cuenta?; ¿cómo puede
determinarse el bien común de la mejor manera posible en las decisiones colectivas? y; ¿cuál es el
contenido de fondo del bien común? Por lo tanto, más que olvidarse del tema, como lo hacen sus críticos,
el problema central del bien común es de tipo práctico, pues se trata de pensar en cómo asegurarse para
que en las decisiones públicas se pueda alcanzar la mayor satisfacción colectiva (Dahl, 2002:337).
52 Giddens pone de ejemplo puntero a los socialdemócratas alemanes que dicen que: “el punto decisivo es
ver si la calidad de vida se asegura mejor mediante un aumento de consumo privado o mediante una
mejora en la actuación del Estado”. De hecho se empieza a percibir que el trabajador y el pequeño y
mediano empresario prefieren sacrificar ingresos directos, a cambio de sistemas de seguridad social
eficientes. (Giddens, 2000:31).
54 The new public management, tal y como surgió en Estados Unidos hace un par de décadas, se refiere a
una forma antagónica al tradicional sistema de administración pública de tipo weberiano, en el que el
aparato burocrático del “gran gobierno” se consideraba indispensable por su racionalidad profesional,
donde las políticas públicas se gestionaban verticalmente con estructuras piramidales y donde los manuales
de procedimientos y operativos diseñados por anillos burocráticos en torno a los políticos profesionales
orientaban la confección e implementación de programas y acciones del Estado; en donde el gobernado era
todavía considerado como súbdito y no como ciudadano (Weber, 2002:1060).
55 Para la solución de los grandes problemas de las sociedades con vocación democrática, “lo que cuenta es
la calidad de las políticas públicas que se formulan, diseñan y deciden. El esfuerzo intelectual y práctico ha
de centrarse en el proceso de la política, en sus condiciones de consenso, corrección, factibilidad,
implementación, impacto y evaluación” (Aguilar, 2000:22).
56 Sólo para México, CONAPO e INEGI identifican para la ZMVM en 2012, 59 zonas metropolitanas de
acuerdo a ciertas variables que proponen en su declaratoria, en las que se calcula vive al menos 57 %
población del país y son los lugares en donde se genera 83 % del PIB, pero adicionalmente, otro 30 % vive
en centros urbanos mayores a 15 mil habitantes. A nivel mundial, el porcentaje de población que está
viviendo en centros urbanos es similar, independientemente del grado de desarrollo y de la calidad de vida
que haya en cada una de ellas (CONAPO-INEGI, 2012).
57 A lo largo del siglo XX, el mundo transitó por lo menos a través de seis ideologías dominantes que
aspiraban, cada una desde su peculiar forma de orientar las políticas para arribar al ideal del buen gobierno;
en la coyuntura actual y pensando en los procesos de metropolización, un esfuerzo similar debe entenderse
como obligación intelectual, pero también política y administrativa, para darle vialidad a formas de
gobierno de escala metropolitana, reto que implica acciones inmersas en contextos globalizados, complejos,
contradictorios y muy diversos; en donde la historia, la geografía, las formaciones sociales y el espacio
urbano, pesan tanto, como el futuro reclama igual una visión retrospectiva.
58 Ahora las ciudades son entes descentralizados, expandidos en grandes territorios, con muchos servicios
públicos y privados, centrados en el conocimiento, la información, los negocios mediáticos, internet y
telefonía portátil, donde las distancias y la transportación masiva se resuelven con tecnología, infraestructura
e inversión con industria flexible que se deslocaliza del centro e impulsa periferias en lejanos distritos
haciendo real la existencia de enormes regiones metropolitanas que en algunos casos albergan decenas y
hasta cientos de millones de habitantes (Rosique, 2006:25-28).
59 Anthony Giddens da por hecho que “la tercera vía” se refiere a un marco de pensamiento y política
práctica que busca adaptar la socialdemocracia a un mundo que ha cambiado esencialmente a lo largo de las
dos o tres últimas décadas. Es una tercera vía en cuanto que es un intento por trascender tanto la
socialdemocracia a la antigua como el neoliberalismo (Giddens, 2000:38).
60 Carlos Monsiváis afirmaba que quedarse en la ciudad de México era afrontar los riesgos que eso
implicaba, como, por ejemplo, la violencia (Monsiváis, 1995).
61 Sabemos de grupos humanos primitivos que, de acuerdo a las estaciones del año, abandonaban sus
asentamientos para seguir a las especies de animales migratorios, ya que eran su fuente principal de
alimentación, y porque las condiciones para la actividad agrícola no les eran favorables en ciertos
momentos; luego, cuando el clima les favorecía regresaban.
62 Es la cuota de población oficial propuesta por el INEGI, antes de que un asentamiento humano pueda ser
considerado centro urbano; no obstante, hay núcleos de población menores dedicadas, en su mayoría, a
actividades del campo, que quedan geográficamente atrapados en interlands entre ciudades, metrópolis o
megalópolis y terminan siendo contabilizados (o considerardos) como población urbana.
63 La mayor parte de los estudios demográficos y urbanos han considerado el umbral de 15 mil habitantes
como el más adecuado para referirse a las ciudades y, por ende, a la población urbana, el umbral censal de 2
500 habitantes sigue siendo ampliamente utilizado para referirse a las localidades rurales, lo que ha llevado a
redefinir la categoría mixta o en transición rural-urbana de Unikel, para incluir en ella a las localidades de 2
500 a menos de 15 mil habitantes (Anzaldo y Barrón, 2009).
64 Una porción mayoritaria de los nuevos empleos generados en los últimos años en el país ha sido en la
economía informal, que hoy representa 52% de la ocupación no agropecuaria (STPS, 2007) que aporta
anualmente 30.1% del PIB del país según datos de Mehrez Phillips; debido a ese colchón de subempleo, el
desempleo se cuantifica como muy bajo, manteniéndose en las estadísticas nacionales apenas por encima
del 2% (Samaniego, 2007:1).
65 La sociedad mundial ha desarrollado una dinámica centro-periferia en la que los países subdesarrollados
han quedado condenados al papel de proveedores de materias primas. Ese ha sido siempre el papel de
Latinoamérica, y ese papel es el que ha bloqueado su desarrollo. La burguesía latinoamericana, debido a la
forma en que ha crecido y se sostiene, es la primera interesada en el mantenimiento de relaciones de
dependencia con la metrópoli (Gunder Frank, 1972).
66 En junio de 1916, una vez concluida la lucha armada, Carranza decretó que para septiembre podría
haber elecciones para que los funcionarios ganadores tomaran su cargo en octubre; sin embargo, eliminaba
para ser electos a todos aquellos que hubieran sido funcionarios por designación de Victoriano Huerta o a
las personas que hubieran servido a ejércitos o gobiernos contrarios a él, incluyendo a los zapatistas,
convencionalistas y villistas (Cumberland, 1975:296-297).
67 Dado el desapego a la ley en muchas de las acciones de la burocracia y de los ciudadanos, reconocemos
que otra buena parte de la vida pública se comprende mejor desde las instituciones informales apegadas a
normas y valores aplicados en situaciones cotidianas, March y Olsen pusieron especial atención en esa
forma institucional (Peters, 2010:37).
68 Sabemos que el sistema francés ha recorrido mucho terreno en favor de la descentralización y que sus 95
departamentos hoy están subsumidos en 22 regiones territoriales, gobernadas por asambleas constitutivas
que mandatan a sus respectivos consejos regionales elegidos democráticamente, mismos que operan fondos
muy cuantiosos provenientes de la Unión Europea; así, la gestión regional y metropolitana adquirió nuevos
equilibrios, en la que los departamentos y el gobierno nacional han cedido parte de sus facultades
constitucionales sobre las grandes ciudades como París, Lion, Marsella, Montpellier, Bourdeaux, etc.
(Rosique, 2007:141).
69 De acuerdo con institucionalistas como Feigenbaum, Samuels y Weaver, una de las potencialidades de
las administraciones públicas en sistemas democráticos, es su capacidad para responder a las necesidades de
innovación, cuando sus estructuras burocráticas se tienen que adaptar a las nuevas exigencias programáticas
que impone el entorno (Peters, 2003:140).
70 La constitución es bastante laxa en estos aspectos, y en las leyes secundarias también se dejan muchas
lagunas; por ejemplo, en el artículo constitucional 115, fracción VI dice que la federación, las entidades
federativas y los municipios, en el ámbito de sus competencias planearán y regularán de manera conjunta y
coordinada el desarrollo de aquellos centros urbanos donde haya continuidades demográficas, de acuerdo
con la ley federal de la materia, pero luego en la Ley federal de obras públicas, artículo 14, dice que:
“Cuando por las condiciones especiales de las obras públicas o de los servicios relacionados con las mismas
se requiera la intervención de dos o más dependencias o entidades, cada una de ellas será responsable de la
ejecución de la parte de los trabajos que le corresponda”. Como se puede ver, nada más entre lo que dice
en la constitución y lo que dice en la ley se pierde el espíritu de la coordinación porque en la segunda se
dice que cada quien hará su parte.
71 Hay que reconocer que no todo está por hacerse en esta materia en México; de hecho el Fondo
Metropolitano creado en 2006, con el específico Fondo Metropolitano del Valle de México, el más
importante a nivel nacional en términos de alcances, de número de proyectos, de presupuesto y población;
en sus juntas de trabajo se observa que hay liderazgo y amplia experiencia de las autoridades estatales y del
Distrito Federal, sólido conocimiento de la problemática metropolitana y de los mecanismos de gestión del
Fondo, buena disposición para coordinarse con las autoridades de las otras entidades federativas, claridad
conceptual respecto a los proyectos de orden metropolitano y los de orden local, la mayoría de los
proyectos que se apoyan son mutianuales y de gran envergadura y hay amplia experiencia en
administración metropolitana (Iracheta, 2010: 232-233).
72 En 1992, el gobierno federal y el SNTE acordaron la transferencia del sistema educativo básico hacia los
gobiernos estatales, con excepción del Distrito Federal, que hasta la fecha se mantiene en un estado
transitorio que no acaba de cumplirse (Santizo, 2003:93).
73 Quedaron registrados en la historia del siglo XX los fines de semana que pasaban los presidentes Luis
Echeverría, José López Portillo o Carlos Salinas de Gortari en pequeñas comunidades entregando obras
menores o títulos de propiedad bajo el manto de programas sociales, algo que después han hecho los
gobernadores, siempre en detrimento del empoderamiento de los funcionarios municipales. Al respecto,
Roberto Moreno deja en claro, en su libro, el papel que están jugando los gobernadores a partir del 2000
con la alternancia política en la presidencia de la república (Moreno, 2010).
74 De hecho, también hay experiencias de regionalización a nivel estatal con base en criterios diversos; en
ocasiones va por criterios geográficos; en otros, por aspectos culturales o étnicos, o bien por criterios casi
sacados de la imaginación; el Estado de México muestra en sus planes de desarrollo un tipo de
regionalización que luego no tiene repercusiones directas en la manera de administrar recursos o gestionar
programas.
76 Haciendo un comparativo con lo que sucede en Francia, en 2013, en el Consejo de la Región de L’Île
de France, éste tuvo un presupuesto de 4 729 93 millones de Euros para los 8 departamentos territoriales
que la forman, incluyendo París, mientras que el Consejo de París, que se encarga de la parte central de la
ciudad, tuvo 8 000 millones de Euros (Mairie de Paris, 2013); esto significa que el presupuesto del Consejo
Regional se aproxima a 5/8 del de París, lo que lo convierte en un actor decisivo para la planeación y
gestión territorial dentro de la Región. En 2009, la Région de Île de France tenía 11 877 121 habitantes
con una superficie de 12 012 Km2 que integra, 25 arrondissements (distritos) con 317 cantones (Le Conseil
de la Région de L’Île de France, 2013).
77 La Ley de Participación Ciudadana para el Distrito Federal es uno de los puntos en donde se muestra el
mayor burocratismo y retraso democrático, pues los funcionarios siempre se sienten incómodos de tener al
ciudadano exigiendo rendición de cuentas, sobre todo en los asuntos en donde se toman las decisiones
importantes que tienen que ver con las obras y servicios donde se destina la mayor parte del presupuesto;
esas son consideradas atribuciones exclusivas y reservadas para el Jefe de Gobierno y/o la Asamblea
Legislativa y los delegados. El presupuesto para las 16 delegaciones en 2013 fue de poco más de 25 mil
millones de pesos que representan menos de la sexta parte del presupuesto total del Gobierno del Distrito
Federal; todo lo demás se ejerce centralmente o desde alguno de los órganos autónomos.
78 Sólo de escuchar a funcionarios novatos hablando sobre los enormes beneficios que tienen los proyectos
de vialidad y transporte público, que están por implementar o que ya han sido introducidos, da pavor;
saber cómo están echando a perder la ciudad; por ejemplo, realizar obras superficiales tan costosas para el
metrobús, sobre los ejes viales que más o menos permitían atravesar a los agobiados automovilistas ciertos
tramos de la ciudad es una aberración que se debería detener pues, en mega ciudades como la de México,
no se pueden implantar ideas que funcionan bien para ciudades latinoamericanas de cinco millones de
habitantes; sobre todo en un país donde las políticas públicas, históricamente fuertes, han estado orientadas
para producir, exportar y consumir masivamente automóviles; no hay de otra, aquí lo que funciona es
seguir invirtiendo en metro: alargarlo hacia la periferia conurbada e intensificarlo en la zona central. En
Madrid se utilizan autobuses de doble cabina que se deslizan sobre avenidas importantes, pero sin
confinamiento de carriles, ni paradas tan costosas, eso sí, lo realizan con base en horarios y reglas de
circulación y paradas apegadas a una reglamentación para el uso del espacio urbano.
79 Información precisa sobre esa experiencia aparece en un documento que algunos de los participantes
pudimos rescatar de manos de algunos de los funcionarios que auxiliaban en la logística de los eventos
(GDF-Seduvi, 2009).
80 El Consejo Metropolitano de París nos da una muestra de cómo la gobernanza democrática que incluye
a los sectores sociales involucrados y los asuntos metropolitanos pueden caminar juntos para una mejor
gestión pública (Rosique, 2007:144-147).
81 Debemos ser realistas con lo que ocurre en torno al derecho de audiencia, de plebiscito, de referéndum,
etc., eso ni se practica ni se ha demandado en el Distrito Federal (GDF, 2003).
82 “El sistema del botín, o de los despojos, es traducción de la expresión spoils system, con la que en los
EE.UU. se designa al sistema tradicional de considerar a los cargos administrativos del gobierno como botín
de guerra, a disposición de las autoridades elegidas para apartar a sus ocupantes anteriores y nombrar en
ellos a sus seguidores y ayudantes en la campaña, para premiarlos por su colaboración y también para
asegurarse un cuerpo de administradores leal, que no boicotee sus políticas desde la burocracia. Cumple
dos objetivos: estimula la participación en la campaña electoral (por la esperanza de conseguir un puesto) y
asegura en alguna medida la lealtad de los administradores, no así su idoneidad”. Sistema del botín en
http://www.eumed.net/diccionario/definicion.php?dic=3&def=497
83 Un estudio reciente sobre el enfoque de los proyectos aprobados en el seno del Fondo, asegura que 90%
de los recursos son aplicados para obras de vialidad en beneficio de los automovilistas privados
(Eibenschutz, 2013).
84 Hay continuidades institucionales que se reflejan en las estructuras políticas, administrativas y programas
gubernamentales muy significativos, aún en sociedades donde hubo revoluciones tan emblemáticas como la
francesa, la rusa, la mexicana o la cubana; más allá de la retórica en discursos y propaganda política que
puede variar de acuerdo al interés de los ganadores, en todos los casos fue difícil apartarse de las formas
dictatoriales o autoritarias prevalecientes; en Francia se pudo consolidar con una dictadura el emperador
Napoleón; en Rusia, Stalin se mantuvo en el poder hasta su muerte como un temible dictador; en México,
los hombres fuertes de la revolución inventaron el PRI como una forma de “dictadura perfecta” y en el
socialismo de Cuba no se mueve nada desde 1959 sin el permiso de Fidel Castro. Destacamos aquí la
naturaleza perseverante de las instituciones, no lo perverso de quienes se aprovechan de ellas en el
momento que les toca jugar los roles sociales que éstas les imponen; pensamos que el nuevo
institucionalismo ayuda a la mejor comprensión de estos fenómenos.
85 La llamada “guerra sucia” se dio entre los años 1971 y 1976 y se refiere al combate del ejército a los
focos de la guerrilla en diversos estados del país.
86 Boris Graizbord colaboró para el “Capítulo II. Contexto histórico social” del libro “Biodiversidad del
Distrito Federal, que publicará próximamente el Conabio y el Gobierno del Distrito Federal. El epígrafe
fue seleccionado del texto original, aunque lo escrito dentro de los paréntesis fue agregado por mí con la
finalidad de hacerlo más explícito, pero se trata de conceptos del mismo autor, tomados de párrafos
contiguos.
87 Es sabido que mayas y zoques, culturas muy desarrolladas para su época, tuvieron contacto comercial y
cultural importante con las civilizaciones establecidas en la cuenca de México y eso desde luego influyó en
sus formas de vida religiosa, pero también en su organización social, política y arquitectónica; lo que se nos
hace importante aquí es resaltar que la tendencia a crear espacios urbanos, producto de aquellas
aglomeraciones humanas, estuvo intrínsecamente vinculado al fenómeno del sinecismo y que en el
continente americano ocurrió lo mismo que en el viejo mundo, aunque no haya sucedido
cronológicamente en las mismas épocas.
88 En este trabajo nos referiremos a la cuenca de México no como sinónimo de la Zona Metropolitana del
Valle de México (ZMVM), pues para los efectos de la temática que tra-taremos en este artículo nos parece
más correcto tomar en cuenta que la ciudad de México, en términos geográficos correctos, no está
asentada en un valle, sino en un territorio formado por humedales y cuerpos de agua, producto de
escurrimientos provenientes de las laderas de un sistema montañoso cerrado en forma natural, aunque
ahora abierto artificialmente, por las intervenciones de sus pobladores.
89 En este trabajo nos referiremos a la ciudad de México como sinónimo de Zona Metropolitana del Valle
de México; por lo tanto, incluimos en ese concepto a los 61 municipios conurbados del Estado de México
e Hidalgo y las 16 delegaciones del Distrito Federal. En el Artículo 22 de la Constitución se dice que el
Distrito Federal y la ciudad de México son lo mismo, pero desde nuestro punto de vista ese legalismo no
corresponde hoy con la escala de la ciudad funcional y metropolitana en que se convirtió la capital
nacional.
90 http://www.arqred.mx/blog/2010/01/29/evolucion-demografica-en-mexico/
91 En este estudio se observa con claridad que si bien algunas delegaciones centrales redujeron su población
durante los 90 y la primera década del siglo XXI debido a los efectos de expulsión suscitados por la
saturación espacial y la falta de suelo urbano para vivienda; las delegaciones rurales y los municipios
conurbados más cercanos siguen creciendo diferencialmente, dependiendo de varios factores. (Porras y
Méndez, 2013).
92 Al respecto se recomienda ver el desarrollo institucional que tuvo el gobierno federal con la reforma
administrativa del presidente José López Portillo, particularmente con la SAHOP, al frente de la cual estuvo
el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.
93 Es un derecho que fue estipulado a partir de la reunión de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente
y Desarrollo en 1987, también conocida como Comisión Brundtland, donde además se definió el concepto
de desarrollo sustentable.
97 El invento o creación del Distrito Federal como capital nacional durante los inicios del México
independiente fue en sí mismo una política urbana fundacional adoptada por el Estado naciente, que
repercutió drásticamente a lo largo de sus dos siglos de existencia en el malestar de la cuenca de México,
pues a lo largo de todo el siglo XX se continuó con su desecación y la explotación de sus humedales hasta
ponerla al punto de la extinción total (Pino, 2012:95).
98 Soja habla de una cuarta revolución urbana que se identifica por las transformaciones producidas por la
globalización tecnológica (Soja, 2000:217).
100 Los gases de efecto invernadero atrapan el calor en la atmósfera contribuyendo al calentamiento global;
cuando la radiación solar (luz y calor del sol) llega a la superficie de la Tierra, una parte se refleja, pasa de
nuevo por la atmósfera y sale al espacio. Estos gases permiten que la radiación entre a la atmósfera pero ya
no dejan que salga, atrapando el calor dentro de la atmósfera. Desde la revolución industrial, los niveles de
gases invernadero han subido 25%, creando dicho efecto. http://vidaverde.about.com/od/Ciencia-y-
naturaleza/a/Los-Gases-De-Efecto-Invernadero.htm
101 Saskia Sassen analiza la emergencia de la globalización, mostrando las intensas interacciones económicas
y bancarias que se dan a través de la red mundial de ciudades globales, entre las que se ubica la ciudad de
México, ponderada dentro de una jerarquización mundial de ciudades en un segundo plano. “En la corrida
actual por la posición de “ciudad global” no hay lugar para las ilusiones. El concepto sólo tiene sentido si la
ciudad en cuestión forma parte de una red global de lugares estratégicos en el mundo. No existe la ciudad
global aislada. Para ser una ciudad global es indispensable desempeñar “funciones de producción” centrales
en varias áreas –política, economía, cultura y hasta estilos de vida con aromas cosmopolitas” (Sassen, 2012).
http://www.mujeresdeempresa.com/actualidad/actualidad030801.shtml
103 En la “Historia ambiental de la Cuenca” se da una idea más amplia al respecto. Arqueología Mexicana,
2007. La cuenca de México, Vol. XV-núm.86. julio-agosto.
104 La cuenca de México es un territorio mucho más grande que el Distrito Federal y en algunos puntos
rebasa el de la Zona Metropolitana del Valle de México, pues ésta se delimita por los umbrales montañosos
a partir de los cuales 45 grandes ríos formados por los escurrimientos de sus laderas, responden a cauces que
originalmente se depositaban en el sistema lacustre formado por los 5 grandes lagos que se unían en tiempo
de lluvias (Legorreta, 2008:207). Entonces la cuenca de México abarca parte de los actuales territorios de
los estados de México, Tlaxcala e Hidalgo y casi todo el Distrito Federal, tal y como se aprecia en el mapa
del libro Ciudad de ciudades, publicado por la Fundación para el fortalecimiento de los gobiernos locales A.
C. (Rodríguez, 2007:21).
105 Sobre la manera en cómo se fue construyendo la nueva ciudad llamada en un principio México-
Tenochtitlan, se puede consultar el trabajo de Enrique Espinosa López (Espinosa, 1991).
106 Anónimo, hecho en pergamino, tiene un tamaño de 75 cm. de alto x 114 cm. de ancho, ca. 1550,
Biblioteca “Carolina Rediviva”, Universidad de Uppsala, Suecia, atribuido inicialmente a Alonso de Santa
Cruz, quien realizó una réplica sin los detalles de la original, ca. 1554, Mapa de Tenochtitlan del Islario
General de Islas de Todo el Mundo –Biblioteca Nacional, Madrid, España, manuscrito coloreado a tinta y
acuarela. En 1986, Miguel León-Portilla y Carmen Aguilera lo llaman Mapa de México-Tenochtitlan y sus
contornos hacia 1550, publicado por Celanese México S.A. Otros dos estudios importantes sobre este
mapa son los de Linné, Sigvald (1948 y 1988). El valle y la ciudad de México 1550 y Toussaint, Manuel;
Federico Gómez y Justino Fernández (1938 y 1990), Plano de la ciudad de México: Siglos XVI y XVII,
UNAM. También se puede consultar de manera asombrosa el facsímil digital del original en http://systems-
of-representation.uiah.fi/map_of_mexico/. La fotografía que se puede apreciar en la página inicial de esta
revista es una réplica artesanal de este mapa que encontramos “olvidado” en los archivos del Museo de la
ciudad de México.
108 Gibson aporta una descripción muy rica de las condiciones naturales de la cuenca de México antes de
la llegada de los españoles (Gibson, 1967:5-12).
109 Hugo Rodríguez afirma que: “El periodo colonial inaugura, en cambio, un sistema de ideas que, en lo
general, se ofrece a contra natura. Ese sistema ideológico se radicaliza a lo largo del siglo XX; es lo que
entendemos como la aplicación al desarrollo de una racionalidad puramente económica” (Rodríguez,
2005:21).
110 La Ley Calles con la prohibición de cultos propicia que la Liga Nacional Defensora de la Libertad
Religiosa, desde su fanatismo organice a los católicos para levantarse en armas. El movimiento cristero tuvo
su centro de operaciones militares en el occidente del país, entre los estados de Jalisco, Nayarit,
Guanajuato, Michoacán, Guerrero y Zacatecas, pero las repercusiones políticas fueron de dimensiones
nacionales. “Movimiento cristero (1926-1929)” http://www.buenastareas.com/ensayos/Movimiento-
Cristero/712578.html
111 Cuatro fueron los elementos que le dieron cauce al modelo de desarrollo posrevolucionario y que
modificaron la estructura urbana decimonónica de la ciudad de México: la concentración de la industria, la
revaloración de la figura presidencial, la forma de gobierno centralizada para la capital y el centralismo
político-administrativo que dio prioridad al crecimiento de las oficinas y empresas gubernamentales y al
desarrollo preferentemente dentro de los límites del Distrito Federal (Rosique, 2006:30).
112 El libro citado de Enrique Espinosa López presenta al final de varios de sus capítulos, mapas de la
ciudad de México desde 1824 hasta 1980; en el de 1990 se puede apreciar lo referente a las afirmaciones
que hacemos en el párrafo de donde proviene esta cita.
113 Daniel Hiernax-Nicolas destaca la integración de nuevas funciones de centralidad o nuevas formas de
ejercer estas funciones en espacios no tradicionales, como por ejemplo, los centros comerciales vueltos
espacios de ocio más que de venta. Se trata de espacios inducidos por una fuerte inversión económica y
simbólica sobre espacios predeterminados, como Santa Fe, Perisur, el centro histórico de Coyoacán pero,
igualmente, los nodos de desarrollo metropolitano como Coapa, Polanco, Zona Rosa, Tacuba, etc.,
puntos hacia donde paulatinamente se relocalizan funciones tradicionales de abasto y comercio, que por
varios siglos se llevaron a cabo en el centro histórico de la ciudad de México (Hiernaux, 2005:20-21).
114 La ZMVM es una área oficialmente reconocida por el INEGI, formada actualmente (2013) por las 16
Delegaciones del Distrito Federal, 59 municipios conurbados del Estado de México y 2 del estado de
Hidalgo; para el año 2000, la superficie urbanizada era de 2 880 km2 aproximadamente, cuando se
consideraban 56 municipios conurbados; en el 2013 se han incluido 5 municipios más por lo que la
superficie urbanizada hoy es superior a los 3 000 km2 (Benlliure en Legorreta, 2008:67).
115 Como repleto de irregularidades en materia de impacto ambiental calificaron expertos en temas
ecológicos el proyecto de la Súper Vía Poniente que prevé conectar a la zona de Santa Fe con el sur de la
capital. Con este tema abrieron diversos ponentes extranjeros el Seminario Internacional: “El Derecho a un
Medio Ambiente Sano en las Metrópolis”, celebrado en instalaciones de la Comisión de Derechos
Humanos del Distrito Federal (CDHDF). Alberto González. El Sol de México, 25-09-2012.
116 De acuerdo con las tendencias de crecimiento vehicular en 2005, circulaban en el Distrito Federal 3
millones de automóviles, pero cada año se incorporaron 200 mil vehículos más, mismos que son
responsables del 70 % de la contaminación atmosférica de la ciudad, a la cual la ONU consideró la más
contaminada del planeta en 1992 (FUNDLOCAL, 2007:75-76).
117 Edward Soja describe exhaustivamente la variedad de procesos y transformaciones que viven en la
actualidad la mayoría de las metrópolis del mundo occidental, considerando que de ellos se puede derivar
lo que él prevé como la “cuarta revolución urbana” vivida por la humanidad; él mismo reconoce que ello
no garantiza que sus habitantes vayan a mejorar la calidad de vida, o que el medio ambiente vaya a estar a
salvo, tal y como ha sucedido en las anteriores tres revoluciones urbanas (Soja, 2000:215).
118 Ver los trabajos compilados en nueve cuadernos por Alfonso Iracheta Cenecorta, Angélica Luna Parra
y Víctor Ramírez Navarro sobre la Mesa Interparlamentaria para la Reforma Metropolitana, Torreón
Coahuila, octubre 4 de 2012, donde participaron legisladores y especialistas de todo el país.