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No resulta fácil dar una respuesta. Con cierta frecuencia aparece el debate
sobre el tema, sea a nivel de las mismas páginas de Internet, que discuten si admitir
o no admitir a usuarios anónimos, sea a niveles de parlamentos o de gobiernos.
Por otro lado, se supone que la defensa de una idea buena y justa adquiere un
tinte más humano si se hace abiertamente, cara a cara. La franqueza tiene un alto
reconocimiento en nuestro mundo moderno, sobre todo si uno es coherente con lo
que defiende y si habla desde la verdad, con educación y para promover la justicia.
Sería, sin embargo, algo ingenuo suponer que no existen peligros a la hora de
ser francos. En parte, porque defender ciertos principios supone, también en países
democráticos, someterse a un linchamiento mediático sumamente pesado (sea por
parte de anónimos, sea por parte de personas que firman sus comentarios). Basta
con escribir un artículo contra el aborto para encontrarse con reacciones hostiles de
quienes promueven como si fuera un “derecho” la eliminación de los hijos antes de
nacer.
Para mencionar un caso entre miles, hace meses fue publicado en un blog el
texto de un anónimo que insinuaba su deseo de agredir físicamente a los familiares
de quien había firmado un artículo contra el aborto. Ese texto siguió “online”
bastantes meses sin que nadie lo eliminase.
El problema, por lo tanto, es complejo. Pero reducirlo al anonimato es
insuficiente. Porque el problema no radica en la existencia de algunos (muchos)
comentarios insultantes o agresivos publicados bajo el anonimato. El problema real
es que, con firma o sin firma, hay personas que usan Internet para insultar, para
promover la injusticia y el odio, para desprestigiar a inocentes, para generar
corrientes de opinión que van contra derechos humanos fundamentales de otros.
Discutir, por lo tanto, sobre el anonimato es fijarse en las hojas sin ir a las
raíces. Las raíces están en aquellos corazones que buscan destruir al otro desde
actitudes de injusticia y prepotencia, así como en situaciones políticas y sociales en
las que se permite el abuso de los poderosos sobre los débiles, hasta el punto de
poner en peligro el sano ejercicio de la libertad de expresión.
Hay que ir, por lo tanto, más a fondo y recorrer caminos que sirvan para sanar
la dureza de los corazones. Es desde el interior donde uno actúa: con o sin
anonimato hay quienes buscan destruir injustamente la fama de otros seres
humanos; al revés, con o sin anonimato, hay quienes saben defender a los débiles,
difundir la verdad, ayudar a otros seres humanos en el camino común que nos
permite construir sociedades buenas.
Calumnias
En este caso la calumnia (sin que tengan la consideración de haberlo realizado con
publicidad, ni mediante precio o recompensa), se recoge en el artículo 205 y
siguientes del Código Penal. Se define como el haberle imputado a otra persona un
delito a sabiendas de que es falso o por lo menos no habiéndose
asegurado mínimamente de si es cierto o no (es lo que en derecho se conoce como
“con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad”). En el
caso del tipo simple, cuando se da sin publicidad, ni mediante precio o recompensa,
conlleva una pena multa de 6 a 12 meses.
Es decir, que los requisitos para que exista delito son:
Que una persona impute a otra la comisión de un delito.
La imputación del delito (tipificado en el Código Penal) deberá realizarse
a una persona en concreto, no a un colectivo o grupo de personas.
Se debe imputar un delito en concreto, no bastaría manifestaciones
genéricas como “ladrón”, “chorizo” o “asesino”. (En todo caso, estas
manifestaciones serían constitutivas de un delito de injurias y no de
calumnias).
Que la persona que lo imputa sepa que es mentira o que no se haya
preocupado de averiguar si es verdadero o falso.
Establece el art. 215 CP, modificado en su apartado 3 por la LO 5/10 de 22 de junio,
que:
“1. Nadie será penado por calumnia o injuria sino en virtud de querella de la persona
ofendida por el delito o de su representante legal. Se procederá de oficio cuando la
ofensa se dirija contra funcionario público, autoridad o agente de la misma sobre
hechos concernientes al ejercicio de sus cargos.”
Por lo tanto, nadie más que el ofendido, es decir, la persona a la cual se le ha
imputado el delito, podrá denunciar los hechos. Significa que, a no ser que el
ofendido denuncie, no se podrá instruir causa por calumnias a nadie.
La única excepción es que la calumnia se refiera a un cargo público. En este caso,
si podrá actuar el órgano público o la fiscalía de oficio.
Existe un medio por el cual el que sea acusado de calumnia podrá no ser
culpable. Si demuestra que es verdad lo que ha dicho.
Además, si el acusado de calumnia reconoce ante el juez la falsedad de la
imputación del delito a otra persona, es decir, si se declara culpable del delito de
calumnia, se le impondrá la pena inmediatamente inferior en grado.