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Azar de Sporn Selma (2010) Terapia sistémica de la resiliencia.

Abriendo caminos, del sufrimiento


al bienestar, Argentina, Paidos

Capítulo 4 Autoestima e identidad complementaria Sembrarás autoestima, cosecharás


resiliencia

FUNDAMENTOS TEÓRICOS DEL VECTOR

El cuarto vector se refiere a la autoestima en relación con la confirmación de los otros, lo que
cada uno piensa de sí mismo respecto de lo que cada uno piensa que los otros piensan de uno.
Puntualiza cómo la propia identidad y el mantenimiento de la autoestima dependen de la relación
complementaria con los otros y de la atribución de significado que esos otros nos proveen. Y
viceversa: la identidad y la autoestima de los otros dependen de los mensajes comunicacionales
que les enviamos a esos otros y del otorgamiento de significado y valoración que les
demostramos a través de esos intercambios verbales y no verbales.
Sostenemos básicamente que los sistemas interpersonales -grupos de desconocidos, parejas
matrimoniales, familias, relaciones psicoterapéu- ticas o incluso internacionales, etc.- pueden
entenderse como circuitos de retroalimentación, ya que la conducta de cada persona afecta la
de cada una de las otras y es, a su vez, afectada por estas. [...] Toda comunicación implica un
compromiso y, por ende, define la relación. Esta es otra manera de decir que una
comunicación no solo transmite información sino que, al mismo tiempo, impone conductas
(Watzlawick y cois., 1973: 32 y 52).

El cuarto vector se refiere a la autoestima en relación con la confirmación de los otros, lo que cada
uno piensa de sí mismo respecto de lo que cada uno piensa que los otros piensan de uno.
Puntualiza corno la propia identidad y el mantenimiento de la autoestima dependen de la relación
complementaria con los otros y de la atribución de significado que esos otros nos proveen. Y
viceversa: la identidad y la autoestima de los otros dependen de los mensajes comunicacionales
que les enviamos a esos otros y del otorgamiento de significado y valoración que les demostramos
a través de esos intercambios verbales y no verbales.

Sostenemos básicamente que los sistemas interpersonales -grupos de desconocidos, parejas


matrimoniales, familias, relaciones psicoterapéuticas o incluso internacionales, etc.— pueden
entenderse como circuitos de retroalimentación, ya que la conducta de cada persona afecta la de
cada una de las otras y es, a su vez, afectada por estas.'[...] Toda comunicación implica un
compromiso y, por ende, define la relación. Esta es otra manera de decir que una comunicación no
solo transmite información sino que, al mismo tiempo, impone conductas (Watzlawick y cois.,
1973: 32 y 52).

Por esta razón, es que en la interacción -a través de la comunicación verbal y no verbal- cada uno
va influyendo en las conductas de! otro y en su autoestima. Y esto es de vital importancia debido a
que la autoestima es uno de los pilares que sostienen la resilíencia, entendida esta como la
capacidad humana para enfrentar, sobreponerse y salir fortalecido y enriquecido a pesar de las
experiencias devastadoras (véase Introducción). Así, entonces, si las interacciones —una serie de
mensajes intercambiados entre personas— son funcionales, sanas, nutricias se elevará la
autoestima de cada una de esas personas y se fortalecerá 110 solo ese vínculo que conforman
entre ellos sino además la resiliencia de cada uno.

Las capacidades resilientes son aquellas que los seres humanos tenemos guardadas en nuestro
interior pero que se despliegan y se exhiben en el momento justo de la necesidad de los cambios
frente a las crisis, en la adversidad. Es por esto que considero que esta capacidad humana es como
el airbag de los automóviles de última generación. Estos están muy bien preparados para que
aprovechemos todos los "paseos" que ofrece la vida sin perdernos la protección y eí resguardo
ante lo no controlable de esos mismos "paseos". Están ahí para lo inesperado, para las variables
que no se pueden prever o anticipar. De esta forma, las personas nos convertimos en los
verdaderos protagonistas de nuestras vidas. Cuidadosos y precavidos pero, al mismo tiempo y
paradójicamente, aventureros de nuestros desarrollos, de nuestros respectivos ciclos evolutivos.

Cabe aclarar que es conveniente diferenciar entre el enfoque de riesgo y el enfoque de resiliencia.
Ambos son consecuencia de la aplicación del método epidemiológico a los fenómenos sociales. Sin
embargo, se refieren a aspectos diferentes pero complementarios. Considerarlos en forma
conjunta proporciona una máxima flexibilidad, genera un enfoque global y fortalece su aplicación
en la promoción de un desarrollo sano.

El enfoque de riesgo se centra en la enfermedad, en el síntoma y en aquellas características que se


asocian con una elevada probabilidad de daño biológico, psicológico o social. El enfoque de
resiliencia describe la existencia de verdaderos escudos protectores contra fuerzas negativas,
expresadas en términos de daños o riesgos, atenuando así sus efectos y, a veces,
transformándolas en factor de superación de la situación difícil. Ambos enfoques se
complementan y se enriquecen, posibilitando analizar la realidad y diseñar intervenciones
eficaces. La resiliencia es de naturaleza dinámica. Puede variar a través del tiempo y las
circunstancias. Es el resultado de un equilibrio entre factores de riesgo, factores protectores y
personalidad del ser humano.

Darnos cuenta de la íntima relación existente entre los conceptos de autoestima, comunicación-
interacción y resiliencia nos facilita el camino para planear posibles y eficaces intervenciones tera-
péuticas, especialmente en situaciones de crisis. Se focaliza en y se trabaja con las fortalezas y los
lados sanos del paciente y sus contextos próximos y significativos. Así, tanto él corno su entorno
resultarán enriquecidos y transformados de un modo positivo por la experiencia de dolor,
adversidad y crisis. De las crisis, se utiliza el aspecto de oportunidad y se superan, por lo tanto, de
modo genuino, si se sale de ellas provisto con nuevas reglas, nuevas modalidades de vínculos que
hacen destrabar a las personas y a sus sistemas completos. Como consecuencia, ellos mismos
abrirán sus nuevos y más viables caminos, con el afán de arribar a etapas de beneficiosa
complejización.

Desde esta concepción, he diseñado un esquema posible de intervención terapéutica que fue útil y
eficaz en mi actividad como profesional de la salud. Así se consiguieron resultados positivos que
fueron notorios en aquellas personas que habían llegado al consultorio en plena crisis. Se hallaban
con reservas internas para conseguir resolver sus conflictos y, supieron ponerlas en marcha.
Ahora bien, la autoestima es la valía personal que se ve reflejada en las conductas concretas de
ese yo; una actitud y un sentimiento de seguridad de que uno merece ser estimado por los otros.
Como fue dicho, se construye en la comunicación e interacción con los otros. La autoestima es el
valor que la persona da a sí misma, responde al "¿cuánto valgo?". Es uno de los "ingredientes"
constitutivos de la identidad.

La autoestima es un concepto interactivo. Es la representación positiva de sí mismo gracias a su


interacción con el entorno y a través del conjunto de mensajes de confirmación que recibe en
detrimento del de desconfirmación. Se diferencia del narcisismo porque este último no apela a lo
relacional. Es la capacidad de cada individuo de amarse a sí mismo. Este no incluye al otro ni a sus
mensajes como moldeador del amor hacia la propia persona. Y la confianza en sí mismo se deriva
de la percepción armoniosa de las fuerzas psíquicas y físicas de uno mismo (Pirront, 2009).

La Identidad es un concepto dinámico y complementario también. Es un fenómeno complejo por


el que se va construyendo la representación mental, la imagen del sí mismo respecto de quién es
Uno. Se moldea en función de lo que se cree que los otros creen de uno, en una espiral de
expectativas. por lo tanto, se va reforzando y/o reformulando a lo largo de los procesos de
interacción con los distintos miembros, en los distintos sistemas en los que uno se involucra a lo
largo de su vida.

Cada secuencia de interacción -de intercambio comunicacional a través de la comunicación verbal


y no verbal- produce un determinado efecto en la autoestima de cada uno (de los que forman
parte de dicho circuito interactivo). En simultáneo, cada uno de ellos refleja su autoestima en
acciones, en conductas concretas que, a su vez, tienen un determinado efecto en la autoestima de
cada otro y así, de modo gradual, se van conformando, aprendiendo, reforzando patrones de
conducta que rigen y mantienen las reglas de los sistemas. "La comunicación es el factor
determinante de las relaciones que establecerá con los demás y [de] lo que suceda con cada una
de ellas en el mundo. [...] La comunicación es el factor individual más importante que afecta la
salud y las relaciones de una persona con las demás" (Satir, 1997: 64 y 93).

En un esquema se vería así:


Cada uno es responsable, en cierta medida, de la autoestima que van construyendo los "prójimos
próximos" y viceversa. Podemos decir entonces que la autoestima y su consecuente capacidad de
tratarnos con dignidad y amor se aprenden en el estilo de relación que define cada contexto.

Cuando resulta de aquel determinado estilo comunicacional un sentimiento de baja valía es


imperioso -y posible- desaprenderlo con el afán de incorporar y aprehender uno nuevo y más
saludable en su lugar. Siempre puede darse ese proceso de reaprendizaje, a cualquier edad y en
cualquier condición. Además, es imperioso justamente por ser la autoestima uno de los pilares
sobre los que se edifica la resíliencia. Según la última generación de investigadores de esta
temática, la resiliencia es un proceso dinámico que tiene como resultado la adaptación positiva en
contextos de adversidad.

Fueron las familias -y sus historias de vida— las que me enseñaron a confiar en una tendencia que
podría esbozar hoy casi como si fuera una fórmula matemática, que "a mejor nivel de autoestima
de las personas, mejores vínculos humanos y mejor y mayor capacidad de resiliencia entonces [...]
y así, en forma gradual y, viceversa". La inversa también es válida: menor nivel de autoestima, más
complicaciones.

Cuando la gente siente que vale poco, espera el engaño, el maltrato y el desprecio de los demás;
esto la abre a la posibilidad de convertirse en víctima. Cuando alguien espera lo peor, baja la
guardia y permite que lo peor suceda. Para defenderse, tendrá que ocultarse detrás de un muro
de desconfianza y hundirse en la [...] soledad y el aislamiento, [...] Cuando las personas que tienen
sentimientos de olla vacía (que es la metáfora que utilizó Satir para hablar de autoestima baja)
experimentan una derrota, suelen calificarse como fracasados [...] SÍ no me agrado, me devalúo y
castigo. Enfrento a la vida desde una postura de temor e impotencia, creo un estado en el que me
siento víctima y actúo en consecuencia. Me castigo ciegamente, y hago lo mismo con los demás.
Soy a la vez sumiso y tiránico. Responsabilizo a los demás por mis actos (Satir, 1997: 36-37, 44-45).

Desde esa autoestima baja las personas se "disfrazan con extrañas vestimentas" (en general,
eligen siempre un único disfraz, más allá de las circunstancias y de los contextos), actúan con
aquellos extraños y perniciosos disfraces cual si fueran sus propias "pieles", casi sus verdaderos yo
—prácticamente sus únicas y verdaderas identidades-. Así, salen a resolver la mayor parte de los
desafíos y circunstancias de la vida de modo impulsivo, sin pensar en otras alternativas posibles de
respuesta más allá de la que acostumbran a dar, sin pensar en las consecuencias de esas acciones
reiteradas y repetitivas, sin lograr elegir la mejor acción para "cosechar" el mejor resultado. De ese
modo, inhabilitan su propio derecho humano al ejercicio de la libertad. Estas personas parecen no
darse cuenta de su derecho a seleccionar la mejor opción de respuesta ante cada una de las
diversas situaciones y desafíos de la vida, parecen creer que están a merced de las acciones que
eligen los otros, y que por ello solo tienen la "obligación de reaccionar" y no el "derecho de accio-
nar". Pero una vez que estas personas reconocen que poseen el derecho de accionar, tienden a
elegir la mejor alternativa entre las tantas existentes en el abanico enorme de posibilidades de
acción que siempre las personas tenemos al alcance, aunque, a veces, no las vislumbremos con
mucha claridad.
Accionar permite crear, cambiar nuestras coyunturas, crecer. Reaccionar, por el contrario, deja "a
mano" solo el acto de repetir, por lo que las personas quedan sometidas a la buena o mala volun-
tad de los que las rodean. Por eso esas personas no se sienten protagonistas de sus vidas sino,
muy por el contrario, sus espectadoras frustradas, pasivas y/o enojadas. No parece que por este
camino puedan crear su mundo de manera positiva ya que aparentan sentir que les tocó en la
"obra" solo el papel de representar, rígidamente, los "libretos" que les escriben los otros con los
que interactúan. Así solo les queda sacar fotocopias de los fracasos, de los desaciertos, de los
errores -propios y ajenos- creyendo que lo que hacen es lo único que pueden hacer, que es parte
de sus destinos -3o que les tocó en el "reparto", en sus vidas—.

El factor común que brinda unidad a los casos clínicos a compartir, es la tarea terapéutica de
deconstrucción -de erosión- de la autoestima devaluada y/o negativa del paciente, con el fin de
construir otra, positiva, alta, fortalecida a partir de sus recursos sanos y sus lados fuertes. Esta
nueva autoestima —más rica y elevada—, que nutre y potencia la resiliencia, se va logrando en el
encuentro y en el diálogo afectuoso y profesional con el terapeuta quien, con su influencia,
reforzará los sentimientos de valía del paciente y los de su entorno.

Cada palabra, expresión facial o intervención terapéutica podrá enviar un mensaje que eleve la
autoestima "desnutrida" y así este "aprendizaje" -que puede hacerse en cualquier condición y a
cualquier edad- será el primer paso para el cambio y la mejora de la calidad de vida ya que es con
una autoestima elevada que se alimenta y se potencia la resiliencia, la que a su vez es
imprescindible para superar los distintos tipos de crisis. El terapeuta iluminando, "dando luz" a los
lados sanos y fuertes de su paciente y/o a los de la familia como sistema, logra que ellos mismos -
el paciente y su contexto familiar- encandilen los pasadizos oscuros de la adversidad y "den a luz"
las mejores y más valiosas facetas de su propio ser.

Según Jorge Colapinto (1987), los seres humanos tenemos un yo multifacético. Estas facetas están,
opacadas, invisibles, sin uso aún, pero siempre listas para ponerse en marcha cuando el clima
nutricio y adecuado del entorno las deje nacer.

En el contexto terapéutico, y a través del ensayo hasta el aprendizaje de una comunicación con
patrones sanos y funcionales por parte de los pacientes, se deconstruye esta autoestima
devaluada y se construye una nueva autoestima. Recién ahí, desde la autoestima elevada y con el
afuera propicio, es que empieza a ponerse en movimiento el proceso de resiliencia. Recién ahí se
le puede ganar, con la mejores "armas", a la crisis. Se trate del tipo de crisis que se trate.
En un esquema, el proceso se vería así:

Ojos claros como el cielo, que me observaban con mirada picara, vivaz y dulce a la vez. Canta
sembrada con incontables pecas. Cabellera llena de rulos rubios como el sol. La dueña: una
preadolescente de 11 años, en los primeros meses de su último grado de primaria. Era evidente
que irradiaba afecto y ternura, cualquiera fuese el lugar donde se hallara. El consultorio, ya desde
nuestro primer encuentro, no fue una excepción. Ahí también derrochaba todas estas cualidades.
Despertó inmediatamente mi cariño y compromiso profesional. La llamaremos Romina ya que fue
el nombre que ella misma eligió para "presentarse" en el libro.

Una de sus maestras de grado había sugerido a los padres una terapia individual para ella y los
orientó para que vinieran a consultarme. También estaba sentada allí, junto a nosotras, la madre
de Romina, una mujer de 38 años, quien la había acompañado a la sesión y se mantenía en una
actitud expectante, callada, casi retraída. Podía adivinarse una gran preocupación a partir de su
presentación "no verbal". Ya desde los primeros intercambios de esa primera sesión entablé un
vínculo estrecho y afectuoso con ambas, como si nos conociéramos desde siempre.

Romina pretendió hablarme de "su" problema escolar y de aprendizaje, de "sus fracasos", pero
traté de ponerle un freno firme y sosegado, no solo para que primero me hablaran de los "lados
fuertes y libres de problemas" del grupo familiar sino, además y en especial, como primera
intervención contundente de cambio. Dicha intervención tenía el propósito de ayudarlos a
"correr" a Romina de ese lugar de "paciente identificada" en el que estaba confirmada, rotulada,
lo que iba quedando cada vez más palpable conforme estaban aconteciendo las primeras
secuencias de intercambio comunica-cíonal entre ellas. Mi intención era, pues, que todos -los
presentes y ausentes de la familia- se dieran cuenta de la necesidad de transformación del pedido
de terapia individual al de terapia familiar.

Cuando las personas llegan a terapia para encarar la solución de un tema" de preocupación, es
cierto y evidente que son portadoras de un problema. Pero lo que no es tan evidente es que esa
conducta problemática muestra -con disimulo- un problema familiar.

Para intentar cambiar el foco de atención, le pedí a la madre que me contara cómo estaba
conformada la familia y que me hiciera un breve resumen de cada uno de los ausentes -a quienes
invitaríamos para las siguientes sesiones—. Eran los ausentes: su esposo, de

41. años, pudre de Romina y, además, la hija mayor de 17 años, hermana admirada -y, a veces,
celada-.

Esquemáticamente:

Ambos sentimientos -admiración y envidia- parecían coexistir profundamente, entremezclados


dentro de Romina, según la confidencia y perspectiva de su madre. De acuerdo con esto, ella creía
que Romina imaginaba que nunca iba a "poder alcanzar a la hermana", pues "es brillante y todo lo
que encara le sale muy bien, siempre", aclaró.

Se tenía ya la hipótesis de que el vector por el que tenía que entrar a mover a esta estructura
familiar para que se resolviera el problema, que solo en apariencia era de Romina, era el vector de
autoestima-identidad complementaria. Parecía que cada una de las hijas estaban confirmadas en
lugares opuestos y estancos: una era la "fracasada" -la menor- mientras que la otra era la "exitosa"
-la mayor-. Debido a esta hipótesis de trabajo surgió mi necesidad de verificar si era en el
subsistema fraterno en el que más iba a tener que enfocar para una rápida intervención de
cambio, en la primera etapa del tratamiento.

En principio, durante el joining -etapa en la que nos encontrábamos, también llamada etapa
social-, luego de la conexión con su mamá, me dirigí a Romina y le pedí que se presentara "en
sociedad".

Por ser el joining un momento distendido cuyo fin es el de "amigarse" con el sistema es que el
terapeuta debe brindarse de manera afectuosa al encuentro con esos seres humanos para que
puedan confiar en que serán llevados de su mano hacia el cambio y hacia sus metas, con respeto y
mediante sus conocimientos (véase capítulo 1, "Construcción de la realidad", primer caso
presentado, ítem de etapas del proceso terapéutico). En esta etapa, los pacientes explicitan sus
deseos de cambio y mejora de sus dificultades pero, como es lógico, no saben cómo hacerlo. Están
cansados de intentos de solución fallidos, pero no se clan cuenta de que esos intentos, precisa-
mente, son los que congelan y mantienen la problemática y los síntomas. Por ende, cansados,
llegan a terapia con el deseo de cambio y la entrega para ello. Aun los pacientes que quisieran
cambiar sin que nada de lo suyo cambie, nos están pidiendo que los movilicemos para estar mejor.
Para eso se necesita construir un vinculo terapéutico tal que genere en ellos la confianza como
para "dejarse llevar" por el terapeuta. Esta nace en esa primera etapa de conexión afectiva y
efectiva con el sistema joining, pero es obvio que no debe ser solo la característica básica del
principio de la terapia sino que debe mantenerse hasta el final. Sin lugar a dudas, la confianza es
una construcción esencial e imprescindible del momento social, durante las primeras sesiones cíe
la labor terapéutica.

Frente a esta mamá con su hija -la paciente identificada- se tenía plena conciencia de la
importancia y cuidado para la formación del equipo o sistema terapéutico desde el joining hasta el
alta. No les iba a ser fácil aceptar que esa criatura, y su dificultad, estaba en función de lo que ellos
estaban viviendo y haciendo en el contexto familiar. Se debía intervenir de modo tal que ese
equipo fuera el resultado de la suma de los recursos humanos de todos: los de la familia más los
del terapeuta. Arabas partes -con lo mejor de sí- y convocados por el mismo objetivo: ganarle al
problema que los trababa como familia.

Ese estilo de encuentro tiende a una "asociación estratégica y fructífera" y facilita la intervención -
las maniobras- de los agentes de cambio sin correr el riesgo de quedar inhabilitados como tera-
peutas para empujar al sistema todo a un mejor vivir. Para llegar a eso, dicho sistema y cada uno
de sus miembros deben transitar un duro y difícil período de anomia. Sin reglas de juego para la
relación y la organización de la familia toda. Pierden por un tiempo el rumbo claro. Se sienten
perdidos hasta que encuentran nuevas reglas, más funcionales y promotoras de ese buen vivir y
de esa estabilidad que les quebró la crisis a través de los síntomas.

Ese período, en verdad y por lógica, produce miedo e incerti-dumbre a todos los involucrados en el
grupo familiar, por lo desconocido que se avecina. Con frecuencia, las personas prefieren "malo
conocido que bueno por conocer", precisamente para evitar-consciente o inconscientemente- esta
etapa de anomia tan incómoda pero inherente (e inevitable) a todo cambio, evolución y
desarrollo. La anomia es un momento en el que lo viejo no sirve más porque está causando daño y
dolor pero las reglas nuevas, las que serán promotoras de bienestar, no están diseñadas todavía, a
veces, ni siquiera están vislumbradas. Es ahí donde el terapeuta se brinda como un "yo auxiliar"
del sistema -"dándoles la mano"- para que ellos se atrevan a cruzar ese puente que les permite
pasar de la orilla cié! dolor y los tropiezos a aquella de la satisfacción y el bienestar.

Volviendo a nuestra historia, fue durante el joining que le pedí a Romina que se presentara,
refiriéndose sobre todo a sus cualidades y virtudes, a esos aspectos de su vida que la hacían
enorgullecerse de sí misma, a aquello que sabía hacer bien, a lo que le salía lindo en esta
interesante etapa de sus días, y que recién después me relatara acerca de sus inconvenientes y de
lo que le interesaba modificar de sí y de su familia.
Romina fue aun más lejos de mi hipótesis, profundizándola y sorprendiéndome a la vez, cuando
me respondió, con pena y sinceridad: "En realidad, de lo que me pedís que te cuente, no tengo
nada. Me va muy mal en el colegio, no aprendo nada, nada me sale bien. No soy como ninguno de
mis compañeros. Por eso, soy la peor alumna del grado. Nunca voy a poder ser ni como ellos ni co-
mo mi hermana que es una genia. Aunque,.., bueno, nunca no, a veces, solo si me copio de mis
compañeros que sí son como ella..., me saco esas notas tan altas como las que se saca mi
hermana. Pero yo sé que eso es como robar y eso está muy mal. Yo lo hago porque no me queda
otra cosa, porque por mi propia cuenta nunca lo voy a lograr. No me queda otro remedio. Pero
eso, al mismo tiempo, me da mucha vergüenza porque sé que estoy engañando a mis maestras y
también a mi familia. Me escondo de ellas cuando lo hago y no se dan cuenta pero, igual aunque
me saque buenas notas, sé que esas no son mías. ¡¡¡Bah! Ellas [las maestras] igual saben que no
soy capaz porque ya le dijeron a mi mamá que si sigo así voy a repetir de grado y no voy a poder
pasar a la secundaria, donde está ahora mi hermana. Ella este año termina la secundaría. No voy a
poder ir a su escuela si yo repito este año. Qué vergüenza, ¿no? ¡Yo la peor del grado y ella la
mejor de toda su escuela secundaria, la abanderada!"

Asimismo, demostró -bajando la cabeza y sus brazos, con ojos tristes y carita visiblemente
desalentada, a través de toda la elocuencia y contundencia que nos brinda la comunicación no
verbal- que estaba "alcahueteando" y "denunciando" a su desnutrida autoestima. La desnudó en
toda su cruda presencia, sobre todo, cuando agregó: "¡Soy una 'estafadora' que se roba todos los
conocimientos de los compañeros, además de una 'burra' para los estudios!".

¿Qué se descubrió?

El sol que había iluminado el consultorio con su llegada acababa de opacarse. Ese sol había sido
tapado por el espeso y denso nubarrón de la baja autoestima. Debía ser yo quien facilitara que
este grupo familiar, "los suyos" -su contexto privilegiado de formación y moldeador de su persona-
, creara el clima propicio y favorecedor de la exploración y descubrí miento de su riqueza interna,
de modo tal que ella misma fuera la reconquistadora de sus habilidades y capacidades, de sus
lados fuertes, lo que, como consecuencia, la llevaría a hacer crecer su autoestima. Ese reencuentro
con lo valioso de sí misma no solo la haría quererse y estimarse sino que, además, gracias a este
proceso virtuoso tendría la posibilidad de estar posicionada en el lugar del "puedo yo también
como los otros, por mis propios medios1' y así producir conductas tendientes a superar "su
aparente" problema de aprendizaje.

Una vez corrido ese "malicioso nubarrón'1 (autoestima baja) que hace distorsionar tanto la
realidad propia corno la ajena, se reencontraría con el "sol", esto es con el "crisol" de sus recursos.
Además, con la revalorización de esos recursos movilizaría su resilien-cia. Entonces sí estaría en
condiciones de generar, ella misma -junto con los cambios de su familia- sus propias
transformaciones, sus aprendizajes, su evolución y crecimiento para remontar ese barrilete que
ella creía caído de una vez y para siempre: el del aprendizaje escolar-académico. Tal vez, como les
pasa a tantos chicos con estas características, desconfiando de su inteligencia, le costaba ponerse
a invertir esfuerzos y dedicación para el proceso de aprendizaje que creía, desde el vamos, ajeno a
su esencia, a su cotidianeidad.

Tanto para la adquisición de conocimientos como para la incorporación de destrezas y habilidades


para el proceso de aprendizaje se necesita, de modo imprescindible, de esos dos ingredientes tan
básicos y elementales: la inteligencia y el esfuerzo. Recién después de operar con dichos
ingredientes se logra la formación intelectual -e integral- de todo "aprendiz". Son condición sine
qua non. Sin tiempo y esfuerzo dedicado al estudio es imposible aprender, aunque sobre
inteligencia. Por supuesto que son ingredientes necesarios aunque no suficientes, pero, sin
dedicación y esfuerzo, el aprendizaje no inicia su recorrido.

Quien desconfía tanto de su inteligencia —como le pasaba a Romlna- no quiere malgastar esos
ingredientes en los estudios y los guarda para aquello que está seguro de poder hacer bien. Ella
pensaba: "¿Para qué esforzarme en el estudio si total, aunque me dedicara, no lograría aprender
como mis compañeros y como mi hermana?". Como si estuviese segura de que por lo que ella
consideraba su "discapacidad intelectual" se le iban a escurrir los conocimientos y los temas de
estudio corno un líquido en un colador.

Entonces, esa energía se concentraba toda para ser puesta solo al servicio de lo social, para
construir sus lazos vinculares pero, aun así y a pesar de eso, como efecto de toda su baja estima en
lo intelectual, tampoco podía disfrutar ni apreciar esa otra faceta valiosa emocional-afectiva de sí
misma, ya lograda con destacada excelencia. Mucho menos podía utilizarla como una palanca para
su cambio en aquello que "fallaba", o sea, en lo intelectual. Por eso, ella se experimentaba sin
nada a favor, en nada, en ningún aspecto de su vida, tal como nos lo había expuesto con dolor y
vergüenza.

Me tocaba dar el primer empujón al sistema, en especial a los miembros de la familia que estaban
allí para que ellos, como resultado de un efecto dominó, empujaran luego, a los ausentes. Y me iba
a valer de una construcción terapéutica de la realidad con énfasis en los conceptos del vector
autoestima, para que desde allí comenzaran a cuestionarse los rótulos y confirmaciones
rigidizadas que estaban provocando el estancamiento en el que se hallaba presa esta
preadolescente.

Pero, quizás, eran, ambas hijas las que estaban padeciendo ese estancamiento, con disfraces
distintos y opuestos. Había que descubrirlo más tarde, cuando pudiéramos contar con la familia en
pleno en el consultorio, observando sus interacciones comunicacionales —traductoras de sus
confirmaciones e identidades complementarias— y las características que se atribuían los unos a
los otros influyendo, de ese modo sin saberlo y sin quererlo, en las percepciones que cada uno
había gestado y mantenía de sí mismo.

Con todos ellos en el espacio terapéutico estaríamos en mejores condiciones para visualizar las
secuencias comunicacionales de la familia, lo que nos proveería un material más certero acerca de
la funcionalidad o disfuncionalidad del sistema. Pero para esto todavía había que esperar a
tenerlos a todos invitados y ya ubicados junto a mí. Por el momento, debía contentarme con mis
primeras semillitas de siembra para el cambio de este vínculo materno-filial que había venido, en
primera instancia, en busca de mi ayuda. Ahí había que enfocar entonces.

¿Qué se hizo?

Intervine pretendiendo parecer confusa, insegura frente a su respuesta, como dando por sentado
que había sido yo la que no había sabido explicarse y, nuevamente y con más énfasis que en la
primera oportunidad, le dije: "Romina, ¿pero qué es lo que sí te sale bien en la vida, en la escuela,
en tu hogar, en algún otro lugar...? Parece que no fui del todo clara, a veces nos pasa eso a los
seres humanos, que no nos explicamos bien, que los otros no nos entienden del todo, que nos
equivocamos... Lo que yo quería pedirte es que luego, después de contarme lo que sí va bien en
vos, me cuentes lo que te preocupa y quisieras cambiar, que recién ahí me cuentes lo que todos
deberían resolver, en lo que todos en conjunto deberíamos trabajar para que esté mejor cada uno
de ustedes. Por eso creo que no fui lo suficientemente clara pues solo escuché la respuesta a mi
segunda pregunta -'¿Cuál es el problema?'- y no la respuesta a la primera pregunta por la que
quería saber acerca de las capacidades y habilidades que tenes. Esas que, sin lugar a dudas, son las
que nos van a servir para ayudarte a cambiar lo que te preocupa a vos y a tu familia".

Esto tenía una doble intención: 1) mostrarle que todos los seres humanos somos falibles al tiempo
que perfectibles. "Identificarme" estratégicamente con su problemática y restarle "dramatismo" a
su bajo rendimiento con el fin de que ella misma lo sintiera como una situación con retorno, con
salida posible. Si los adultos podíamos equivocarnos, ¿por qué no ella, que estaba en plena etapa
de formación y de aprendizaje? Esto fue dicho también, como estímulo explícito para el cambio,
durante un momento de la sesión familiar inmediatamente posterior a esta que estoy narrando
ahora; 2) ir marcándoles la necesidad de transformación de la terapia ya que, idealmente, pasaría
de lo individual a lo familiar.

"Sí que te contesté, te dije la respuesta a las dos preguntas juntas", me respondió
inteligentemente. Y agregó: "Te había dicho que nada anda bien, que no hay nada bueno que me
esté pasando, salvo que mi familia me quiere mucho. Pero a todos los chicos, aunque no sean
inteligentes, los padres y los hermanos los quieren. Todo me sale mal. Por eso te contesté rápido
porque siempre lo pienso. Como en la escuela me va mal, me copio, me da mucha vergüenza ser
como soy y, entonces, me siento mal en todos lados. En mi casa me enseñaron, igual que a mi
hermana pero ella cumple y yo no Por ejemplo, me enseñaron que uno no se podía llevar nada
que no fuera de uno y, sin embargo, yo me llevo los conocimientos de mis compañeros y los
escribo en mis pruebas como si fuera que yo soy inteligente y sé lo que me preguntan. Y la verdad
es que no sé nada. Yo uso los conocimientos de mis compañeros como si fueran míos y eso no está
nada bien..., pero si no me copiara perdería el año, los pondría muy tristes a mis padres que se
esfuerzan tanto por nosotras. .., y eso me parece que es peor todavía".

Me parecía que estaba cuidando a sus padres, que estaba preocupada por algo más además de sus
dificultades, pero no era el momento de preguntarlo. Lo guardé como inquietud a explorar, más
adelante en el tratamiento. A pesar de sus enormes dificultades escolares me estaba mostrando
gran sensibilidad y gratitud hacia sus padres además de valores muy firmes aprendidos en la vida
familiar. Eso había sabido incorporarlo de modo profundo hasta, incluso, su aflicción por no estar
cumpliendo con esas reglas éticas. Por supuesto que no se daba cuenta de que esa adquisición
también tenía que ver con el proceso de aprendizaje -a veces, incluso, es un aprendizaje mucho
más difícil de adquirir para algunos humanos-. Esos eran valores éticos que le vendrían muy bien
para su porvenir. Se convertiría muy probablemente en una adulta responsable y libre. Por otra
parte, era importante mostrarle que había incorporado —aprendido— sin darse cuenta. Tenía
capacidad para el aprendizaje. Si había captado y capturado lo que sus padres les habían
enseñado, su capacidad para los procesos intelectuales existía -aunque ella no se había dado
cuenta hasta ese momento-. Lo que tampoco estaba advirtiendo era que había otras condiciones
que estaban a su alcance y que eran imprescindibles para un buen rendimiento escolar -por
ejemplo, para rendir bien en esas pruebas que nos había relatado-. El esfuerzo y el entrenamiento,
constante y consistente. Era esforzarse, entrenarse, lo que la llevaría a buenos resultados. Bajaría
su culpa, reduciría su tensión y la desconfianza en su inteligencia. Elevaría su autoestima
"académica" y así el círculo virtuoso crecería, desapareciendo los viciosos que la tenían atrapada
tanto a ella como a su familia.

Insistí con mayor intensidad en mi intervención para decons-truir su bajísima autoestima para
empezar a sembrar otra nueva, de mejor nivel. Otra, con la dosis justa que permite preparar a las
personas para luchar contra las dificultades, contra la adversidad, contra las crisis, para salir
"ganadora" a pesar y a partir de las condiciones negativas. Esa que activa y fortalece la resiliencia.
Esa que condiciona para el trabajo fecundo, que hace "arremangarse" y poner "manos a la obra".

Como ella estaba exactamente al revés, con brazos caídos y corazón desalentado respecto de sí y
de su rendimiento escolar, es que a su reiteración de respuesta perjudicial y provocadora de
reducción de su estima le devolví la intensificación de mi intervención, con el objetivo de
provocarle un quiebre de ese circuito ineficaz, incompetente consigo misma, incapaz de devolverle
su recuperación y consecuente confianza en sus propios recursos.

Esos circuitos disfuncionales con su propia persona eran producto de un diálogo interno,
imperceptible e inapelable consigo misma, producto de sus propios pensamientos y del espiral de
expectativas en la relación con los otros. Esta estima propia se iba construyendo -como se produce
habitualmente- en relación con lo que ella creía de sí en función de lo que ella creía que los otros
creían de ella misma. La identidad de cada uno es en relación con los otros, en la interacción con
los que nos rodean.

Le dije entonces: "No puedo creer que ese sol que iluminó con su sonrisa mi consultorio cuando
entró, esa muchachita con mirada dulce y cariñosa que llegó acompañada de su mamá, no tenga
nada bueno para contarme". Esa acotación enfática mía no recibió su respuesta, de todos modos,
pero sí la de su mamá que se había activado como "recurso externo" de su hija, como su "yo
auxiliar", como un nuevo espejo donde ella podía empezar a mirarse desde otra faceta, desde una
percepción más benévola de su propia persona que le reflejaría una parte que ella tenía eclipsada
de sí y que su mamá se estaba ocupando de rescatar y resaltar. Su mamá estaba despabilándole
las partes adormecidas pero potentes y positivas que habían quedado dentro de sí como
invernando. Yo estaba deseosa y esperanzada de que fuera su madre la que hiciera el primer paso
hacia el cambio. Y no me defraudó, como si me hubiera escuchado. Como si se hubiera convertido
en mi co-terapeuta, salió a su reivindicación y expresó exactamente lo que su hija estaba
necesitando para empezar a pisar el terreno fértil para el cambio: "¡Cómo que no hay nada bueno,
no te irá bien en la escuela ahora, como cuando eras chiquita y quizás no recuerdes, pero me
parece que es porque no te diste cuenta de que estos últimos años de la escuela vienen siendo
más difíciles y necesitan más trabajo y más esfuerzo de tu parte! No te está yendo bien, es verdad,
pero no porque no seas inteligente sino porque no le dedicas tantas horas al estudio como lo
necesita cualquier alumno de tu edad. Como lo dedican tus compañeros que son buenos alumnos,
como lo dedica tu hermana. Si ella le dedicara al estudio el mismo tiempo que vos le dedicas,
también le iría mal. Es mayor el esfuerzo que se necesita para aprender ahora porque las cosas
que les enseñan son para chicos más grandes... vos estás tan capacitada como el resto y como tu
hermana, también. Pero, por ahora, toda tu capacidad la estás usando en los paseos y en las
salidas con tus amigos y compañeros". Y, mirándome como para que conociera las habilidades de
su hija, me contó con gran orgullo: "Romina es la que se ocupa de organizar todos los encuentros
sociales entre los amigos, es la que va a buscar entradas al cine del sbopping para que todos
puedan entrar, la que junta la plata de todas e, incluso, si hay alguien que no puede ir por causas
económicas, ella se encarga de hacer una colecta solidaria para que ese alguien pueda ir. ¡Hasta
de los pochoclos de todos se responsabiliza ella! Es la mejor amiga donde quiera que vaya. En el
colé, en el club, en el barrio. Es la más simpática, la más sociable y la más generosa de sus grupos,
incluso del de nuestra familia".

A pesar de este reconocimiento y revalorización materna, la autoestima baja de Romina salió al


cruce con el fin, inconsciente, cíe descalificar el mensaje cariñoso y alentador de su madre.
Mensaje contrario a la propia percepción perniciosa de sí misma. Y todo mensaje provoca efectos
que se traducen en conductas. Esa visión de sí que había venido cristalizándose, la boicoteaba. A
las claras, esa dosis de autoestima tan baja, tan famélica y carenciada la forzaba a bajar los brazos.
No solo en los estudios, en la escuela, en lo académico en general, sino también en la vida
cotidiana. Le estaba costando verse desde otra perspectiva. No alcanzaba, siquiera, con que los
demás la trataran de "convencer" de su valor. Era momento de su revalorización partiendo de un
punto de vista distinto del que miraba sus pobres resultados actuales.

Precisamente por eso había que presentarle una construcción superadora terapéutica de la
realidad que la sacara pronto de su estancamiento, de su parálisis escolar. Teníamos que ayudarla
para que se corriera de ese lugar tan crítico y despiadado que se daba a sí misma. Su autoestima
debilitada estaba provocando mensajes corrosivos y obturadores en contra de su persona. Eso no
lo había conseguido sola sino con los miembros de los contextos más próximos y significativos que
la rodeaban: la familia y la escuela. No importaba ya cómo o por qué esto había sucedido de esta
forma. Lo que importaba, de verdad, era que en el interjuego relacional familiar y/o escolar se
había gestado y mantenido. Y esos mismos contextos, paradójicamente, eran los que se convertían
en "reservas esperanzadoras" para el cambio. Esos mismísimos contextos debían ocuparse
también ahora -porque estaba dentro de sus posibilidades- de la deconstrucción de esa baja
autoestima y de la construcción de una mejor que la confirmara en sus potencias, en un mayor
concepto de sí misma. Se la construiría junto a los otros, en interacción. Del mismo modo, como se
construye una identidad que genera efectos negativos (producción pobre) en complementariedad,
en contexto, se la puede destruir y luego co-construir una mucho mejor, más saludable,
promotora de bienestar. Como para destruir un edificio, aquí también se necesitaba una
intervención certera, un golpe preciso, demoledor y definitivo, sobre eso que estaba fijo y en pie -
su bajo concepto de sí y, en consecuencia, su propia descalificación y desprecio-. Se necesitaba
derribar su baja autoestima -por ser contraproducente— y erigir en su lugar otra más digna y
potenciadora de sus recursos y de su resiliencia.

Esa visión, esa imagen tan deteriorada de sí, la venía instalando en el lugar de "la pobrecita, la que
nada podía, la que nunca iba a ser como su genial y extraordinaria hermana". El contexto familiar -
en equipo con el escolar- era el privilegiado para ponerle un coto a esta situación de casi
autoagresión y boicot de Romina. No obstante, me tocaba a mí poner la piedra de base, el primer
ladrillo de la nueva edificación de esa autoestima de mejor calidad y nivel que ella estaba
"pidiéndonos a gritos, a través de sus conductas sintomáticas".

Para eso le pregunté: "Romina, eso que está contándonos tu mamá de vos, acerca de tus
cualidades y logros, ¿es cierto? ¿Qué significan para vos?".

Ella respondió, con notable pesar, que sí, que era cierto pero que: "¿Quién no lo hacía? Eso que
contó de lo que hago yo, lo sabe hacer cualquiera".

A lo que agregué, para seguir sembrando esa nueva autoestima -para encastrar los primeros
ladrillos de esa nueva edificación-, con sonrisa y pretendiendo mostrar lo absurdo, exagerado y
maligno de su autopercepción: "¡Ah! Ahora entiendo, parece que por lo que contestas a todas mis
preguntas y por lo que cuenta tu mamá de vos, vos no te ves a vos misma con los mismos ojos con
los que te ven tus seres queridos. Me da la impresión de que vos crees que solo tenes cabeza para
'transportar' rulos rubios, bonitas pecas y sonrisa dulce. Como si tu cabeza solo sirviera para ese
fin. Como si adentro de ella no hubiera neuronas sino pochoclos, como esos que nos contó tu
mamá que tan generosamente te ocupas de comprar en el cine para tus amigos. Y claro, si uno
cree de sí mismo que no hay más que pochoclos dentro de sí, que no hay neuronas ni cerebro ni
nada de lo que tiene que haber, entonces, no hay esfuerzo ni dedicación y, por lo tanto, menos
aun existe así la posibilidad concreta y real de lograr aprendizajes".

"Es cierto, mi esposo y yo, y muchísimas veces su hermana mayor también, nos la pasamos
retándola por su bajo rendimiento escolar y pocas veces le decimos esto que le estoy diciendo acá.
Todo lo que nos pone tan orgullosos de ella... pero, en realidad, creíamos que esto lo sabía y que
solo debíamos corregirla en lo que le faltaba: dejar de ser vaga. No sabía yo —y seguro que ni mí
esposo ni su hermana tampoco- que ella estaba sufriendo tanto corno contó acá por eso de
copiarse. Es más, no pensábamos que sus buenas notas eran por eso pues la consideramos
inteligente. Solo pensábamos que esas notas eran porque se había puesto las pilas para estudiar el
día anterior a esas determinadas pruebas. La retábamos porque creíamos que el problema era que
no se las ponía siempre sino solo cuando ella quería" -aclaró su madre visiblemente turbada-,
"Ahora reflexiono, escuchándolas atentamente a ambas, y me pregunto si no será que no podía
estudiar porque estaba triste porque se veía como una estafadora más que otra cosa. Nosotros, mi
esposo y yo, hace unos años atrás sufrimos mucho -y las chicas lo supieron-porque fuimos
estafados por unos parientes. Eso nos produjo tanto dolor —económico y emocional— que una de
las cosas que más venimos enfatizando en nuestras hijas es el valor de la honestidad para que
otros no sufran nunca, por la culpa de ninguno de nosotros, lo que nosotros seguimos sufriendo
por otros. El repudio a la estafa es nuestro. Es verdad, copiar es algo que ella no debe hacer más,
por dos razones: primero, porque tiene su propia cabeza, que funciona bien y que está lista para
rendir en el nivel que ella supo tener y que merece. Estoy segura de que lo va a lograr cuando
estudie con esfuerzo sostenido, constante y permanente, como lo hace cualquiera que le interesa
ser un buen alumno, y por lo que entiendo ahora, cualquiera que confía en sí mismo; y segundo,
porque sentirse culpable por copiarse, no la deja estar tranquila y lista para estudiar. Ella es chica
todavía y está en condiciones de cambiar. Nosotros estamos orgullosos por lo buena persona que
es, por su nobleza y generosidad, por su simpatía y su buen humor..., y ahora, por el coraje y la
honestidad que tuvo de contar la verdad de lo que le estaba pasando con el tema de copiarse —en
particular-y del rendimiento escolar en general".

"Y todo esto es ya parte del cambio. Ella ya está empezando a cambiar. Son sus primeros pasos de
transformación y crecimiento", añadí para enfatizar y complementar las palabras de su madre.

Este ser tan significativo e influyente para ir moldeando la autoestima de Romina le estaba
brindando ahora, con su visible emoción, satisfacción y orgullo hacia ella y hacia sus logros, una
nueva manera de evaluarse, de quererse, de moverse en la vida. Además, se estaba haciendo
cargo de compartir la responsabilidad de tan desnutrida y anoréxica autoestima. Nos volvía a
afirmar la concepción de que la autoestima y la identidad son complementarias con el contexto en
el que se gestan y se mantienen, nacen junto a los otros. Del mismo modo se puede mejorar -o
empeorar- junto a los otros.

Por fortuna, esta historia estaba entre los primeros casos. Estábamos en tren de una valía
superior. Se estaba siendo con ella, tan generosa como ella acostumbraba serlo con los otros. A
propósito de su generosidad y sensibilidad, pensé que Romina, tal vez, también había sido
generosa con los padres desde el momento en el que sufrieron la estafa. Generosa pero inefectiva.
Corno en otras historias que ya hemos relatado, para distraer a sus padres de ese dolor tan
intenso provocado por ese hecho injusto e inesperado —la estafa-, Romina se había distraído a sí
misma, tanto que no le quedaba tiempo para las ocupaciones naturales de esa edad: los estudios y
el aprendizaje escolar.

Guardaría esta nueva hipótesis para usarla en los próximos encuentros terapéuticos que pasarían
ya a ser familiares. Por lo cual fueron invitados a venir todos, en familia, a partir de la siguiente
sesión. Todos participaron en esa sesión. Fue durante ese espacio y tiempo de la segunda
entrevista, que todos transitaron por una variedad de climas emocionales tan diversos y
determinantes que, de ningún modo, esa sesión pareció solo una. El efecto de cambio que les
produjo a todos y a cada uno de ellos fue tan notorio y enorme por la cantidad de recursos que
ellos activaron y potenciaron, mutua y recíprocamente, que tampoco daba la impresión de haber
estado experimentando juntos el tiempo de una sesión de encuentro terapéutico familiar.

Narraré únicamente los dos momentos más trascendentes de esta segunda sesión, primera
familiar, durante la cual los recursos movilizados y las vivencias emocionales siguieron la misma
dirección que en la primera sesión con la madre. Fueron intensos y de facilitación (o de
estimulación) para la elevación de autoestima y, por lo tanto, para el cambio del sistema completo
-y no solo de la que inició el proceso como paciente identificada—.

El primero fue un diálogo que tuvieron sentados frente a frente, la hija menor -Romina- con su
papá. Él le contó que su esposa -la madre de ambas hijas- era la que había decidido encarar esta
terapia por sugerencia de la maestra. Le dijo que éi no estaba muy decidido y que como estaba
muy complicado con el trabajo, había preferido que comenzara ella con su mamá, a pesar de que
la terapeuta los había invitado a todos desde el primer encuentro. Pero como la maestra había
sugerido una terapia individual, él "aprovechó" y faltó a la sesión anterior. También su hermana,
por la falta de tiempo. Pero agregó que cuando ellas volvieron a la cada después de esa primera
sesión y contaron todo lo que habían trabajado, a él le dio pena -a su hermana también- haberse
perdido ese encuentro. Por eso le pedían disculpas ambos, por haberse equivocado..., así como
ella solía equivocarse en las pruebas... De esta forma, le enseñó que lo bueno también era
reconocer los errores propios y estar listos para repararlos y no cometerlos más -como lo estaba
haciendo él ahora y como lo habían podido hacer, en la sesión anterior, su madre y ella misma-,
eso tenía gran valor. Además, le aclaró que estaba de acuerdo y que coincidía con lo que su esposa
pensaba de ella y que también le pedía perdón por haberse ocupado siempre de marcarle solo los
errores sin resaltarle sus virtudes y capacidades ni felicitarla por estas. Enfatizó que estaba muy
orgulloso de ella y que no dudaba de que pronto y con esfuerzo iba a poder superar todas sus
dificultades y le ofreció, por último, la ayuda de una maestra particular para que no le costara
tanto aprender para las pruebas. Romina, que lo miraba dulce y emocionada, lo abrazó
fuertemente y le agradeció por lo que estaba diciéndole con tanto cariño y comprensión. De todos
modos, no profundizamos ni dejamos cerrado el tema de la maestra particular porque me parecía
interesante explorar la posibilidad de que fuera su hermana mayor la que acompañara esa
recuperación escolar. Luego, le pedí a esa adolescente, su hermana, que intercambiara el lugar
con el padre. Los padres quedaron sentados uno al lado del otro, tomándose de las manos
espontánea y tiernamente. Las hermanas quedaron, frente a frente, cara a cara. Sin que yo les
diera ninguna consigna precisa, solo ante mi pregunta a la mayor, la fortaleza propia del sistema
familiar nos volvía a regalar una muy grata y contundente sorpresa. Yo le había preguntado qué
opinión le merecía Romina en cuanto a su capacidad e inteligencia y respecto de su persona, en
general. La jovencita me respondió, con gran compromiso y reflexión, que había estado pensando
mucho durante esa semana, luego del relato de la sesión de su mamá y su hermana. Dijo que
estaba segura de que admiraba a su hermana en un montón de cosas que a ella misma nunca ¡e
habían salido bien; que nunca se lo había contado a nadie pero que ahora se animaba; que esto
también le daba mucha vergüenza porque para no confesar que no lo sabía hacer mentía. Pero,
como ahora todos estaban decididos a cambiar y a ser mejores, se atrevía a compartirlo. Se
trataba de su dificultad social, de cómo le costaba hacer aquello que a la hermana le salía tan
excelentemente y de manera natural, Romina escuchaba muy atenta al tiempo que trataba de
disimular sus lágrimas de emoción. Su hermana mayor, sin quebrarse en ningún instante, seguía
"confesando" esas meditaciones que habían sido guardadas tan celosamente dentro de sí, detrás
de una total seguridad intelectual entrenada día a día. Y, según contó luego, a fuerza de evitar lo
social por temor intenso a no lograr nada de lo que la menor conseguía con tanta facilidad,
"mentía" tener siempre muchísimo que estudiar. Ella tampoco estaba cumpliendo con lo
enseñado por sus padres en relación con el valor ético de la no mentira y del no engaño. Incluso,
ocultaba sus pesares a todos, tanto a su hermana como a sus padres y a su única amiga pues creía
que "ella se las tenía que arreglar sola" para resolver su aislamiento social, por considerarse inte-
ligente, pero realmente se daba cuenta que no arrancaba y que cada vez estaba peor, más
encerrada como en una cueva. No sabía si había ocultado estas dificultades porque no quería
preocupar a su familia o porque "odiaba" mostrarse débil, necesitada o vulnerable. Aunque no
tuviera responsabilidades que cumplir, se las inventaba y se quedaba en su casa como su tuviese
que estudiar, "mintiendo" acerca de su necesidad de tiempo de estudio con tal de no salir. Por ahí
se quedaba leyendo, eso era lo único que sentía que le gustaba porque sabía hacerlo, le salía bien
y lo disfrutaba. Pero se daba cuenta de que tratando de estar lo más lejos posible de sus situacio-
nes sociales tan temidas que cada vez las sentía como más imposibles de realizar. Estaba muy
dolida elia también y preocupada pero no solo por las complicaciones del resto de la familia sino
también por las propias. Estaba muy arrepentida de haber dejado tantos años sin buscar solución
a sus dificultades, pues esto le sucedía desde que estaba en la primaría. Venía disimulándolo con
todo su esfuerzo..., pero ya no daba más. Y era una de las razones extras por las que admiraba a su
hermana, pues mucho antes que ella se estaba dedicando a resolver sus trabas. Unas tímidas
lágrimas empezaron a brotar de sus verdes ojos.

La sensibilidad y afectuosidad de Romina la hizo acercarse de inmediato a su hermana mayor que,


quizás, por primera vez se estaba animando a mostrar los "dolorcitos de su alma" y su necesidad
de ayuda. Se estaba abriendo ante los demás como una humana y no como pretendía siempre
parecer: una máquina infalible y perfecta. Ambas se fundieron en un largo y afectuoso abrazo, tal
vez como pacto de amor fraterno recíproco y duradero. Tal vez, como ofrecimiento de refugio
mutuo frente a sus respectivos miedos, vergüenzas y arrepentimientos.

A esta altura, sus padres se dejaron vencer por la "alegría emocionada" y no se ocuparon más de
reprimir u ocultar las lágrimas que representaban ese sentimiento compartido.

En cuanto a mí, intervine solo un poquito más, luego de estas escenas o secuencias
comunicacionales tan promotoras de profundización afectiva y efectiva de vínculos familiares.
Ellos se estaban ocupando de construir ¡untos el cambio individual, vincular y familiar. Ellos
estaban echando a volar sus propios recursos y los estaban poniendo al servicio del sistema todo y
de cada uno de los integrantes.
Solo entonces propuse a las hermanas: "un trueque de valores y de capacidades". Consistía en que
cada una le diera una mano a la otra, enseñándose mutuamente las habilidades que
caracterizaban a cada una y que, al mismo tiempo, le faltaba entrenar a la otra. Cada una era
experta en lo que a la otra le daba miedo o no sabía hacer. Cuanto más miedo le tenían a eso que
no sabían hacer, menos aprendían, menos practicaban, menos se entrenaban, peor les salía y más
miedo les daba, más mentían o se copiaban y/o engañaban a los otros para sacarse de encima eso,
y por eso mismo, en ese circuito vicioso, íes iba bajando más y más su respectiva autoestima, con
lo cual, a su vez, estaban cada vez más lejos del aprendizaje de lo que les resultaba difícil. Malignos
circuitos disfuncionales y viciosos entre todos y dentro de cada uno de ellos por separado.
Aceptaron el trato, de muy buen grado y con mucho entusiasmo. Además cada una se
comprometió a trabajar por su propio cambio pero se fueron muy tranquilas y contentas de saber
que contaban cada una con la ayuda y la capacidad de la otra para hacer su aprendizaje de lo que
aún no habían entrenado con mayor facilidad por la cercanía de un ser tan querido y hábil como lo
era la Otra. Se lo expresaron con cariño una a la otra y así dieron juntas la primera lección y el
primer paso para el cambio, ahí, en plena primera sesión familiar.

Comprometí a todos para un encuentro familiar luego de que hubiéramos realizado u mi


entrevista individual con cada hermana para ayudarlas a destrabar un poco más sus dificultades y
miedos personales y una con los padres para ayudarlos a elaborar el duelo por su situación de
estafa y asistirlos en el trabajo de equipo como padres... pero, sobre todo, para ayudarlos a
recuperar su autoestima parental ya que era notorio lo mucho y bien que habían podido sembrar
los valores éticos, además del estímulo para el desarrollo de capacidades diversas y distintas en
sus hijas. Eso se notó por lo rápido que el sistema familiar se puso a trabajar en el cambio, la
evolución y el crecimiento de cada uno y del familiar.

En el segundo encuentro conjunto después de los de recortes de sistema, todos hicieron gala de
sus logros. Las hermanas intercambiaron sus conocimientos y experiencias como si fuera un
resumen preparado con cariño con el fin de intentar ayudar a la otra con mayor facilidad, menos
esfuerzo y dolor por tener el camino allanado por la habilidad de una "hermana experta" en la
materia —que la otra estaba decida a incorporar y hacer suya, también-.

Romina le dijo a su hermana mayor, como producto de lo conversado en su sesión individual y de


todo lo aprendido a lo largo de la crianza que habían sabido llevar a cabo sus padres, que:
"hacerse de amigos era muy fácil" si ella no tenía miedo de equivocarse ni de quedarse sola. Ella
tenía que ofrecer su amistad o plan, pero no tenía que ponerse mal si alguien no aceptaba algo de
lo que ella sugería. Debía insistir con otros, alguien ía iba a aceptar a ella y a sus planes. O al
menos, a una parte de sus planes, que tendría que unir y acordar con las ideas y los planes de los
otros. Además, tenía que saber diferenciar a las personas porque no todas eran malas como ella -
su hermana mayor- pensaba, por lo que siempre desconfiaba y se alejaba. Pero tampoco todos
eran tan buenos, como ella misma pensaba, por lo que muchas veces terminaba desilusionada y
enojada. Era según la persona. Le contó que ella con la práctica había aprendido que cuando la
persona era buena, ella tenía que ser el doble de buena. Pero que cuando no era nada buena, ahí
sí convenía alejarse porque esas eran las personas que se aprovechaban de los buenos, que se
confundían buenos con tontos. "De esos yo me corro pero no de todos como haces vos, por las
dudas de que te hagan sufrir". Algunas veces, dijo al final muy orgullosa de descubrirse a sí misma
casi como una conferencista exponiendo sus conocimientos, hay personas que se muestran con
una mezcla, cosas muy buenas y cosas no tan buenas. ¡¡¡Bah! A lo mejor, como somos todos. Y ella
tenía razón. Según qué tiene de más esa persona-mezcla, es lo que uno tendría que hacer. Si tiene
más de bueno que de malo, es positivo profundizar esa amistad aceptando lo negativo o dejando
afuera de la relación esa parte para que no le haga mal a nadie. Si es al revés, que hay más de
malo que de bueno en esa persona, es preferible perderla.

Por su lado, la hermana mayor allanó el camino de Romina para el aprendizaje de lo escolar
diciéndole que ella debía confiar en sus capacidades que eran muchas pero que, hasta ahora,
como ella no se creía inteligente no se esforzaba en estudiar y que por eso no se encontraba con
buenos resultados. Eso la hacía dudar de sí misma. Ella le ofrecía enseñarle todo lo que le resultara
difícil mientras estuviera estudiando, le proponía despejarle las dudas pero si y solo si la veía
dedicada al estudio. Y que así como ella le había dicho con relación a las amistades, si no se
frustraba por no tener siempre buenos resultados y si se animaba a probarse, estudiando antes, y
sin miedo a reprobar, seguro que su desempeño mejoraría tanto como la confianza en sí misma.

Por su parte, los padres agradecieron a las hijas por tanta valentía para cambiar y a Romina en
especial porque gracias a ella habían llegado todos a terapia. No solo eso, sino que también le
reconocieron los esfuerzos que ya empezaba a realizar frente al aprendizaje escolar y que aunque
todavía no se notaban los progresos en las notas, sí ya se notaban en su actitud. Lo mismo que los
de su hermana en la postura frente a lo social.

Conclusiones

Estaba claro que cada una había podido romper su propio estereotipo, su caricatura, su propio
rótulo y lugar estanco. La flexibilidad había triunfado en esta familia. Todos y cada uno podían
necesitar ayuda y ayudar a la vez.

Los despedí de esa sesión y, unos pocos meses más tarde, de la terapia propiamente dicha, con la
misma frase en ambas oportunidades ya que la consideraba una reflexión metafórica de todo el
proceso que habíamos compartido: "Nadie es tan fuerte como para prescindir de los otros ni tan
débil como para no poder ser apoyo útil para los otros".

Franco era un niño de 11 años cuando lo conocí; alto, delgado, con una mirada y una sonrisa casi
"robotizadas" y una actitud que parecía fabricada para inspirar lástima (corno si fuera una víctima
de la vida) y para activar en los otros el deseo de hacer todo por él. De hecho, esto es lo que
sucedía. Así se disfrazaba de desvalido, sin saber ni siquiera él mismo que era dueño de ese disfraz
y no de una patología. Sin embargo, las interacciones que construía con los otros ie reforzaban esa
creencia de sí, forjándose de esta manera una autoimagen de precariedad, un sentimiento de no
ser nada ni nadie, de no tener valor alguno. Sus silencios y/o sus pocas palabras siempre reflejaban
la necesidad exagerada de aceptación y de aprobación del otro: siempre tratando de agradar;
nunca una muestra de desagrado ni de desacuerdo cualquiera fuera la situación o el tema a
definir; en forma permanente se sentía responsable de lo que saliera mal y creía no tener
"cerebro" para utilizar; aceptaba cualquier crítica contra él; todo con tal de que el otro no se
enojara con él.

Franco no era muy distinto a tantos otros seres humanos: niños, adolescentes o adultos que
aprendieron a defenderse con este estilo comunicación al, que Virginia Satir denominó
"aplacador" (Satir, 1997: 98). ¿De qué se defienden estas personas? De los efectos negativos de las
tensiones y del estrés de la vida, y de lo que sienten, al mismo tiempo y como consecuencia, como
un ataque a su autoestima que perciben cada vez más disminuida. También este tipo de personas,
al igual que Franco, van construyendo cadenas de conductas y niveles de autoestima que se
afectan entre sí por la causalidad circular. Las tensiones o el estrés, por sí mismos, no representan
un ataque real a la autoestima. Solo cuando los patrones de comunicación han sido incorporados
desde la disfuncionalidad de los vínculos, aquellas sensaciones hacen dudar de la valía individual.

Esas características con las que Franco se presentaba al mundo y a sí mismo eran, entonces, en
realidad un disfraz protector frente al miedo, a la desconfianza que le generaba su propia persona
y la de los demás. El tenía una larga y dura historia de fracasos escolares, tanto de aprendizaje
como de conducta, que todos los que hasta ese momento habían tomado parte en la resolución
de los mismos (padres, familia ampliada, varias y diversas instituciones educativas, varios y
diversos profesionales de la salud) los enfocaban, explicaban y/o justificaban, desde una mirada
más tradicional, encandilando, resaltando el trauma, el daño, los problemas vividos, las carencias
sufridas; elaborando diagnósticos cada vez más complejos y dejando, sin querer, a Franco y a su
familia cada vez más confundidos, ineficientes y desvalidos.

Franco había llegado al mundo para ser recibido por los brazos temblorosos de una mamá
adolescente con tanto miedo e indefensión corno soledad. Su papá, un joven muchacho, huyó
mucho antes de que él abriera los ojos al mundo, tal vez con tanto pavor como su mamá pero
contrariamente a ella, sin ninguna dosis de responsabilidad. Todo parecía tan claro y lógico, sin
embargo y quizás a pesar de eso y por eso, los cambios y las mejoras se venían postergando día a
día, mes a mes, año a año.

¿Qué se descubrió?

Así empezó a transitar su historia este niño. Desde las teorías lineales, ante estas determinadas
causas (madre soltera, padre abandóníco y ausente, familia ampliada poco contenedora, sociedad
señalando con el dedo acusador) correspondían consecuencias traumáticas como las de Franco
(hijo enfermo, con bloqueos emocionales y/o conductas antisociales). Crisis evolutiva: llegada de
un niño a la vida familiar. Tropiezos que convirtieron esa felicidad en una crisis estructural. Nuevos
desafíos a los que no se les encontraron nuevas reglas para un buen funcionamiento familiar dado
que este estaba obturado por las explicaciones del estilo aplacador.

Cuando Franco era un chiquito de apenas dos años, la mamá unió su vida a un hombre, joven y
bueno, con el cual construyeron una familia. Juntos fueron creciendo. Franco y ese "papá" se
adoptaron mutuamente, desde el corazón. Llegó la hermanita cuando Franco tenía seis años. La
crisis estructural que ya se venía desarrollando iba acumulando frustraciones: notoria
incongruencia jerárquica a pesar de las energías gastadas para la resolución de las problemáticas.
Los disfraces antes mencionados de Franco (modalidad aplacadora) evocaban y profundizaban la
culpa en su mamá, como suele suceder ante dicha modalidad de respuesta en el vínculo.

El genograma nos ilustra la estructura familiar cuando se comenzó la terapia;

Por eso y porque no dudaba de las explicaciones lineales, su mamá no podía ser efectiva a la hora
de ejercer las funciones normativas, o sea, la puesta de límites (imprescindibles para el desarrollo
de Franco -y de todo niño—, su crecimiento y su buen funcionamiento adulto futuro). Límites
transmitidos en forma compartida con el "papá" y en equilibrio con las funciones nutritivas.
Franco estaba en riesgo al faltarle ese tipo de límites. La culpa de la mamá (culpa que sienten, en
general, los progenitores ante las dificultades de sus hijos) no le permitía visualizar la imperiosa
necesidad de ese límite claro, firme y cariñoso por lo que se abdicaba dicha función dejándolo a
Franco a la "intemperie", sin saber qué y cómo hacer para evolucionar a partir de la potenciación
de sus recursos, capacidades y habilidades, quedándose con el disfraz de "pobrecito"; esto, a
veces provocaba en los otros una modalidad acusadora (incluso agresiva) y otras, actitudes de
indiferencia o de rechazo: tanto una como otra lo hacían evocar y activar temores viejos y
profundos (por ejemplo, de abandono) lo que le reforzaba la modalidad aplaca-dora arriba
mencionada. Así, en un proceso de esquismogénesis, de conductas que se retroalimentan o, dicho
de otro modo, el famoso circuito del huevo y la gallina, el patrón de conductas giraba y giraba sin
parar, con más dolor, impotencia y resentimiento en cada oportunidad.

¿Qué se hizo?

Se elaboró una metáfora para tratar de movilizar el cambio. Esta fue transmitida en una de las
primeras sesiones familiares. Él era, por lo que yo me daba cuenta y gracias a lo que ellos, con
tanta generosidad, transparencia y cariño habían compartido conmigo, un chico inteligente pero
que aún no se había puesto a usar su inteligencia, entonces eso hacía parecer que no lo era. Era
una gran confusión. Corno si pusiéramos semillas de una hermosa planta floral a germinar en la
tierra. Todo es óptimo: las semillas, la tierra, el sol, el aire..., pero falta el esfuerzo del riego y de
los fertilizantes; todos los días, lo justo y necesario. Sin nada de agua, las semillas no germinan, ¡ni
siquiera pensaríamos que ahí, debajo de la tierra fértil, están las semillas! ¡Dudaríamos de su
existencia como se dudó de la existencia de su inteligencia! Las semillas, sin el esfuerzo del riego,
son como su inteligencia sin el esfuerzo del trabajo metódico, día a día, para sacar lo mejor suyo.
Desde esa nueva creencia, desde esa nueva construcción de la realidad debíamos iluminar los
lados de mayor fortaleza y capacidad de todos y cada uno para que se deconstruya y erosione la
baja autoestima y se bloqueen entonces circuitos dísfuncionales de comunicación. Ensayaron,
probaron y lograron, sin prisa y sin pausa y con comprometido esfuerzo, tratarse de otra manera
más competente, creativa, saludable, flexible. Esta modalidad de vínculo es la que Satir llamó
niveladora. Pero, por sobre todo, cada uno se puso a hacer lo que le correspondía hacer: los
padres, sus seres queridos más significativos, lograron ponerle, en equipo, límites efectivos y
cariñosos; él logró ir avanzando en su rendimiento académico y sus conductas se volvieron más
adecuadas en relación con su edad y a los valores éticos que le enseñaban tanto su familia como
su escuela (ya que también se realizó un trabajo en equipo con esta institución); su hermana lo
"descubrió" como simpático y solidario con lo que el apego entre ellos fue de mejor calidad.
Quedó muy claro así el amor y el afecto que todos se dispensaban y la capacidad de valorización
de cada uno. Por supuesto, se elevó la autoestima de todos y de cada uno con la consecuente
amplificación de la capacidad de resiliencia individual y familiar.

Atravesaron con suma destreza, al momento de estar finalizando el tratamiento, otra crisis. Una
crisis accidental. Una crisis económica-laboral muy seria, pero todos juntos lograron afrontarla,
superarla y salir fortalecidos de la misma. Tuvieron la capacidad de utilizar aquellos factores
protectores que se necesitan para sobreponerse a la dificultad, crecer y desarrollarse
adecuadamente, llegando a madurar como seres humanos con competencias y fortalezas, pese a
los pronósticos desfavorables.

Vamos a compartir a continuación el relato del recuerdo que dos de sus maestras guardaban -
después de 11 años— de aquella labor en equipo que se había desarrollado, a veces con dudas y
temor al fracaso, no pocas veces con incertidumbres pero siempre con compromiso, entusiasmo y
confianza en que el crecimiento intelectual y emocional de

Franco era un sueño posible de ser realizado.

Franco llegó a nuestra escuela en 5° grado. Sabíamos que era un chico con muchas
dificultades en su proceso de aprendizaje por los informes que recibimos de la escuela
anterior, pero pronto notamos que le pasaba "algo más".

No hablaba con nadie, salvo lo indispensable y cuando se le pregunta-ba algo. No se


relacionaba con ninguno de sus compañeros; pasaba los recreos solo, caminando,
inexpresivo y distante.

Su trabajo en el aula era copiar las consignas o tareas para hacer y luego guardaba todos
sus útiles con los que tenía especial cuidado y a los ordenaba meticulosamente. Llevaba
todo para hacer en casa, con la ayuda de una maestra particular.
Le costó bastante comprender que tenía que trabajar en la escuela. Trabajaba con tareas
adaptadas a su nivel, pero al principio nos costó encontrar una estrategia para ayudarlo
especialmente en su comunicación.

Toda la información que teníamos cuando llegó a nuestro colegio era que tenía un
bloqueo emocional por situaciones de índole familiar. Él colegio pidió un psicodiagnóstico
y a partir de allí se comenzó a trabajar en equipo con la licenciada Selma Sporn.

Para su promoción a 6° grado, se tuvo en cuenta la importancia de permanecer en el


mismo grupo ya que su nivel correspondía a un 3° o 4° grado.

Comenzó a trabajar con una docente de apoyo (maestra del colegio) en forma particular,
con la que articulamos el trabajo, orientado fundamentalmente a aumentar la autoestima
de Franco. Para que fuera adquiriendo mayor seguridad y se animara a participar en clase,
con la maestra de apoyo le anticipábamos los ternas a trabajar, explicándoselos antes,
para que después en clase estuviera preparado para participar. Esto le fue dando más
confianza y, aunque continuaba con tareas diferenciadas, notamos avances en su
comunicación y relación con su grupo de pares.

Maestra de grado

Cuando Selma, perdón, la licenciada Selma Sporn (para mí, mi muy querida Selma) me
preguntó si recordaba cómo habíamos trabajado "en equipo" con Franco y si quería contar
la experiencia compartida, enseguida acepté. Y, acto seguido, se me mezclaron tantos
recuerdos que no sabía por dónde empezar o cómo contarlo de manera sencilla y amena.
Entonces, por casualidad -¿causalidad?- llegó a mis manos la revista El Monitor de la
Educación y allí encontré un artículo muy interesante para leer y pensar. En realidad, es
una "Carta abierta a mi colega" publicada en la sección Correo de Lectores y escrita por
Graciela Castro, maestra en la escuela Vega Maipú, aledaña a San Martín de los Andes,
Neuquén. Aquí va:

"de todos 'modos esta nena no va a ser doctora", expresó ?ni colega de primer grado, al
evaluar la posibilidad de promoción de una niña al segundo grado porque no había
alcanzado las conductas esperadas.

¿Conocen la- mejor definición de itna persona? "Es un ser cuyo futuro es infinitamente
mayor que su pasado y presente. Una persona tiene un porvenir infinito. Solo crecemos
para las personas que creen en nosotros, que esperan algo de nosotros, que nos aman a
nosotros'", dice Louis Evely.

¿Cuál es mi derecho a afirmar que no podrá llegar a ser doctora? Jesús hace caminar a
Lázaro. No creo en ese milagro desde lo físico porque no soy católica, pero si creo que esos
antiguos textos iluminan a través de metáforas. Y me queda claro que, como dice la
canción "solo el amor engejidra la maravilla". Creer en las potencialidades de un niño es el
primer paso para convertirnos en un instrumento que lo ayude a desarrollarlas. Fom.entar
la confianza en sus capacidades es el camino por el que se puede dar curso, a un proceso
de madura-don y desarrollo que puede ser más o menos dificultoso, pero que le permitirá
alcanzar las máximas posibilidades. No habrá desarrollo si no media una dosis enorme de
confianza de los adultos que rodean a esa niña o a ese niño... ...Y' creo que como docentes,
esa es una de nuestras funciones primordiales; creer en nuestros niños, en sus capacidades,
con pasión. Exigirles para que lleguen a lo máximo. Hacer crecer en ellos la confianza- en
ellos mismos. Luego están la búsqueda de estrategias y la curricula, pero antes de todo ello
está la confianza, está la fe, está el amor.

¡¡¡Mejor explicado, imposible!!!

Esto fue lo que fuimos trabajando para ayudar a Franco y con el equipo que
conformábamos en ese momento: dirección, docentes y sus padres, bajo la "Súper-Visión"
de Selma que nos orientaba permanentemente en la búsqueda de estrategias para lograr
un vínculo positivo con él y ganar su confianza. Poco a poco lo fuimos construyendo,
fomentándole su autoestima, valorando su esfuerzo y tenacidad, felicitándolo por sus
logros.,.

No fue fácil en un principio. Cuando Selma comenzó a trabajar con él y sus papas fui
convocada como maestra de apoyo, acordando con su maestra de grado cómo íbamos a
realizar nuestra tarea en forma conjunta.

Cuando comenzamos, prácticamente no hablaba. Contestaba con monosílabos: sí, no,


bueno. Alguna que otra vez hacía algún comentario, pero siempre si yo le preguntaba.

Empecé a trabajar a partir de las cosas que más le gustaban y con las que se sentía más
seguro, por ejemplo el tenis. O jugábamos coa la lotería, el Scrabel, los juegos de
construcción, etc., para desarrollar e incentivar sus habilidades en las distintas áreas.

Esto sirvió para que él cada vez se confiara más. Lo felicitábamos por cada logro, por
simple que pudiera parecer: un dibujo, un ejercicio de matemáticas o un comentario de
ciencias.

A medida que me pasando el tiempo, notamos otra predisposición: se lo vio más relajado,
menos estructurado y lograba disfrutar de sus avances...

A pesar de un pronóstico no demasiado favorable desde la Institución que venía, Franco


logró, junto con el invalorable apoyo de sus padres, finalizar sus estudios secundarios en
nuestro colegio. Con sus tiempos, con sus debilidades y fortalezas. Con él y todos nosotros
creyendo en él...

Durante ese tiempo, no vimos crecer a Franco solo en altura y no solo el creció. Creo que
todos los que estuvimos involucrados de alguna u otra manera también lo hicimos.
Yo, por lo menos, pude romper con algunas viejas estructuras, conocerme y reconocerme
más abierta, más flexible y menos exigente conmigo y con los demás.

Así que aprovecho este medio para agradecerle a Selma por todos los Francos que ha
ayudado (y seguirá ayudando) junto a sus padres, que muchas veces, desorientados, no
saben por dónde empezar, sintiéndose frustrados y desesperanzados ante las dificultades
por las que atraviesa su hijo. Y le agradezco especialmente por la invalorable confianza que
nos ha demostrado a los docentes, permitiéndonos trabajar en su equipo, aprender de su
experiencia y más aun, compartirla. ¡También a nosotros nos levantó la autoestima!

Un cariño muy grande,

Maestra de apoyo

Conclusiones

Para lograr el objetivo de cambio y superación de la problemática de esta familia fue


imprescindible, en primera instancia, remontar el nivel de autoestima del paciente identificado.
Con este fin se apuntó a deconstmir la afirmación que el paciente daba de sí mismo. Su autoestima
baja lo hacía percibirse como un incapaz, discapacitado intelectual y emocional, le impedía
visualizarse con sus reales recursos, lo llevaba a armar una imagen distorsionada de sí mismo: el
"pobrecito" de la familia y de la escuela. Cuando Franco llegó a la terapia familiar se pudo
descubrir, a partir de la conceptualización sistémica, que esa imagen tan desvalorizada de su
persona era confirmada en su núcleo familiar. A su vez, el contexto escolar lo reconfirmaba. No
porque estos dos contextos lo creyeran así de verdad, sino porque en estos dos ámbitos de
privilegio para el desarrollo de las personas, el no ejercicio de las funciones normativas -puesta
efectiva cié límites— le da a los niños y a los adolescentes un mensaje tal que es interpretado por
ellos, a nivel inconsciente, como "no te exigimos porque total no vas a poder". Esto también le
pasaba a Franco en estos entornos suyos tan definitorios y significativos. Uno y otro contexto en
interacción, en retroalimentación (sistémica y permanente) profundizaban esa percepción
disminuida que Franco había construido de sí mismo. Y cuanto más se afirmaba él mismo -y era
confirmado- en este lugar pernicioso para su desarrollo y crecimiento, más se estancaba en la vida,
tanto a nivel emocional como intelectual. La conducta de Franco, derivada de este circuito
interactivo, en el que él mismo estaba involucrado, reforzaba la construcción de su identidad.
Todos juntos la habían edificado. También todos juntos lograron modificarla y construir entonces
una vida de crecimiento y bienestar, para todos y para cada uno.

Los teóricos de la comunicación nos enseñaron que frente a la autodefínición que cada ser
humano da de sí mismo —afirmación de qué, quién y cómo es uno: "así es como me veo"- existen
tres reacciones posibles de los contextos circundantes. Estas son: a) confirmación: A acepta o
confirma la definición que B da de sí mismo. Apunta al intercambio entre las personas en el nivel
relacional. Afirma la existencia del otro. En nuestro caso, A son los miembros significativos de los
contextos a los que Franco pertenece. B es Franco; b) rechazo: A rechaza la definición que B hace
de sí mismo. El rechazo presupone por lo menos un reconocimiento limitado de lo que se rechaza.
"Estás equivocado", se dice con esta reacción. No niega la existencia del otro. Ciertas formas de
rechazo son constructivas. Por ejemplo, la negativa de un terapeuta a aceptar la definición y
atribución de patología que un paciente puede dar de sí mismo. Esto es lo que sucedió en esta
historia; c) desconfirmación', se niega por completo la existencia del otro. No importa que la
definición del otro sea correcta o incorrecta, verdadera o falsa. "El otro no existe". Esta situación
lleva a la pérdida de mismidad (alienación).

Franco estaba siendo confirmado por su contexto familiar y por el escolar como desvalido e
incompetente, a través de la abdicación de las funciones normativas de sus padres y de sus
docentes. Falta do límites que, sin tener esa intención, transmitía el mensaje: "vos sos ese que
percibís que sos: un pobrecíto, por eso no te ponemos los límites que corresponden a tu edad".
Límites que gracias a los recursos genuinos de todos los protagonistas de esta historia, funda-
mentalmente de la madre acompañada por su esposo, lograron ejercerse promediando el
tratamiento psicoterapéutico, con cariño y asertividad.

En cuanto a la reacción del padre biológico, podemos decir que era realmente grave. Él estaba
desconfirmándolo. Me tocaba a mí como terapeuta una intervención comprometida y enfocada al
cambio. El rechazo de su autodefim'ción: "no sos ese pobrecito que percibís de vos mismo". Se
trataba de deconstruir desde ahí su autoestima baja. Con eí afán de que Franco comenzara a
mostrar otras facetas productivas y promotoras de bienestar y crecimiento, se utilizó una
metáfora para la reformulación de su problemática y "prendió" tanto en él como en su grupo
familiar. Esto activó la utilización de otras facetas suyas, saludables y fortalecidas que habían
estado inutilizadas pero en reserva.

Para ilustrar el concepto de yo rnultifacético, Jorge Colapinto apela a una analogía: los seres
humanos somos como pizzas con porciones de distintos sabores; es habitual que mostremos un
determinado trozo -un gusto específico- según con qué porciones del otro -o de los otros- nos
conectemos e ínteractuemos.

Siguiendo con esta imagen, podríamos decir que frente a la porción de "pobrecito" todos lo
sobreprotegían, anulándolo. Y viceversa. Frente a la discapacidad que el contexto percibía, hacía
todo el tiempo las cosas por él, en vez de hacerlas él. Y viceversa. No le exigían nada, ningún
compromiso, ninguna responsabilidad, ningún esfuerzo; y nada hacía. Y viceversa. Esta era la
faceta que mostraba siempre, tanto que hasta él se "compraba" esta imagen deteriorada. Creía
con convicción que eso era lo que él era. No más que eso. Tenía tesoros internos guardados sin
explorar, sin utilizar. Pasó a sentir como su propia piel ese disfraz del pobrecito. Como parte de sí
mismo. Y actuaba en consecuencia de esa autoimagen, de esa identidad empobrecida que iba
construyendo.

Cuanto más se confirmaba en esa identidad, más la familia mostraba la porción sobreprotectora y
más lo "encogían", más pequeño y empobrecido se sentía y se mostraba. Un juego sin fin mientras
no aparecieran conductas de cambio de ambas partes. Por eso, como terapeuta había que
intervenir rápido y de manera contundente. Así fue como se expresó que se rechazaba la
autoimagen que daba de sí.
Fue esa la primera palanca para el cambio. Los padres fueron mostrando su "porción" de tutores
que guiaban -seguros y firmes- el nuevo camino de su hijo hacia la evolución y él, por su parte,
"rotó su pízza" y aprendió a mostrar la porción más rica y nutritiva, la de los recursos, fortalezas y
capacidades al servicio de su crecimiento y bienestar. El resto, era solo cuestión de que siguieran
regando...

Es justo enfatizar el duro pero eficaz trabajo realizado por cada una de estas personas cuyas
historias nos mostraron que, habiendo batallado contra distintas formas de adversidad y en
distintas etapas de sus vidas, lograron vencerla y salir fortalecidos. Confiaron en mí y me
permitieron "fertilizarlos" con sus propios recursos sanos y lados fuertes, de manera tal que ellos
mismos se convirtieron en los "cosecheros" de los frutos de su propia resíliencia.

La integridad, sinceridad, responsabilidad, compasión, el amor [...] todo surge con facilidad
en aquellos que tienen una elevada autoestima. 'Tenemos la sensación de ser
importantes. [...] Tenemos fe en nuestra competencia; podemos pedir ayuda a los demás
[...] conservamos la confianza de que podemos tomar nuestras propias decisiones [.-.] con-
tarnos [...] con nuestras propias capacidades. Si respetamos nuestra valía, podremos
percibir y respetar el valor de los demás; irradiamos confianza y esperanza. [...] Podemos
elegir; nuestra inteligencia es lo que dirige los actos. Nos aceptamos por completo como
seres humanos. La gente vital siente que tiene la olla llena (autoestima alta) todo el
tiempo. Por supuesto, todos tenemos momentos en que desearíamos alejarnos de todo,
cuando la fatiga nos domina y el mundo nos ha dado muchas desilusiones en un mismo
día, cuando los problemas de la vida de pronto parecen superiores a nuestras fuerzas.
Empero, la gente vital trata estas sensaciones de olla vacía como lo que son: una crisis
momentánea. [...] sabemos que saldremos de la crisis (Satir, 1997: 36).

Desde esta seguridad de que "sabemos que saldremos de la crisis" es que se la puede enfrentar
para poder superarla y aun salir transformado y enriquecido. Estamos hablando, entonces, otra
vez, de resiliencía. Esta distingue dos componentes: la resistencia frente a la destrucción, es decir,
la capacidad de proteger la propia integridad, bajo presión y, por otra parte, más allá de la
resistencia, la capacidad de forjar un comportamiento vital positivo pese a las circunstancias
difíciles.

Vale la mención de que en el trabajo terapéutico, gracias a la especial atención en realizar


intervenciones cuya finalidad precisa es la elevación de la autoestima, se potencian -como
consecuencia- los otros pilares de la resiliencia, a saber: la introspección, la independencia, la
capacidad de relación con los otros, la iniciativa, el humor, la creatividad, la ética.

Cada uno de los participantes del proceso terapéutico -miembros de la familia y terapeuta- se
vuelve una persona más rica y saludable y, a su vez, un agente multiplicador de lo que ha aprehen-
dido en los encuentros de dicho proceso. De esta manera, no solo se apunta a superar la
adversidad sino también a crear lazos, vínculos más solidarios, flexibles y estables entre las
personas, que a su vez permitan mejorar la calidad de vida individual, familiar, educativa, laboral y
social.
Esto es terapéutico y al mismo tiempo preventivo, ya que se expande lo aprendido a otros
contextos significativos. Se transmite tanto el qué como el cómo de los vínculos, se visualiza en
qué condiciones, en qué clima emocional y afectivo compartir lo nuevo para que realmente se
logren los flamantes patrones interactivos de conducta y de comunicación que, como ya dije
anteriormente, están estrechamente ligados a la autoestima, esta a las conductas, estas a la
comunicación y así, de modo circular, al infinito..., pero también el círculo gira al revés.

Por el contrario:

La soledad, la impotencia y la sensación de falta de afecto, de olla vacía o incompetencia,


representan los verdaderos males de la humanidad. Ciertas formas de comunicación perpetúan
esta situación, en tanto que otras la cambian (Satir, 1997: 114).

Sugiero entonces que trabajemos mancomunadamente, cada uno desde su lugar en la vida, por ía
segunda posibilidad a la que hace referencia Satir en su frase, para lograr el cambio de manera tal
que todo ser humano logre ser cada día un poco más humano al ser dueño y protagonista de su
vida desde una alta autoestima u olla llena. Así como cada uno es responsable de sí mismo en la
construcción de una autoestima nutrida, también lo es, de algún modo, en la conformación de ía
autoestima del otro. A su vez, el otro es responsable, en cierta medida, del nivel de mi autoestima
ya que, como lo explicitamos antes, existe una interacción que se retroalimenta continuamente
entre comunicación y autoestima: la comunicación, que relaciona a las personas que interactúan
entre sí, a través de los mensajes -verbales y no verbales- y la autoestima, desde su gestación y a
lo largo de la vida.

Dice Satir: "Toda interacción entre dos personas ejerce una poderosa influencia en la valía de cada
cual, y todo lo que ocurre entre ambas; esto abarca las tareas comunes..." (1997: 92).

Así pues, de esto se deriva una interesante posibilidad: cada uno puede convertirse, dentro de sus
grupos de pertenencia y de involucración, en el dueño de una "varita mágica" (la comunicación)
capa/, de ayudar a otros. A aquellos otros que padecen de autoestima baja, de "olla vacía", y
rescatarlos de su propia mirada miserable, descalificadora, producto de autoobservarse con "ojos
de madrastra" y no con los ojos cariñosos y benevolentes con los que miraría, por ejemplo, una
abuela bondadosa.

A lo largo de este capítulo di cuenta de cómo un terapeuta especializado -el experto- puede
rescatar y transformar a ese otro, prisionero de baja autoestima, en un ser libre, dueño de sus
recursos y destrezas, listo para comenzar el camino de su propia reconstrucción. Pero, para que el
terapeuta despliegue todos esos dispositivos teóricos y técnicos, necesita de los seres cercanos al
que está sufriendo, padeciendo. El contexto privilegiado para abrir la puerta al cambio es el
familiar, al menos según mi enfoque y perspectiva de trabajo terapéutico. Contextos tales como el
escolar, el laboral y el social son definitorios para la construcción del autoconcepto, la autoimagen
y la autoestima. Ejercen una influencia directa sobre los miembros de los sistemas y estos, a su
vez, son influenciados por cada uno de esos integrantes, moldeándose unos con otros.

Tal como queda claro, este enfoque se basa en y apunta -precisamente- a la importancia de esa
interinfluencia relaciona!, contextual, a lo que pasa entre las personas. El intercambio y el tipo de

Interacción funcional o disfuncional- de cada uno con cada otro en el adentro del sistema familiar
y de cada uno de ellos con los otros de los contextos cercanos y significativos de] afuera, van
impactando y modelando niveles de autoestima, y por ende, definiendo tipos y estilos de
identidad. En todo este capítulo subyace el concepto de identidad complementaria, el concepto de
identidad con los otros. Es una reciprocidad continua y dinámica que impacta —para bien o para
nial- determinando niveles de autoestima, de manera permanente pero en constante movimiento.

Es por esto que considero que el terapeuta no tiene el monopolio -excluyeme- de la herramienta
de cambio, de la "magia". También los seres allegados -de dentro y fuera del sistema- comprome-
tidos con sus afectos y recursos, podrían ejercer esta misma "magia".
Azar de Sporn Selma (2010) Terapia sistémica de la resiliencia. Abriendo caminos, del sufrimiento
al bienestar, Argentina, Paidos

Capítulo 6

Duelos funcionales y patológicos

La vida por sobre la muerte

En homenaje a mis abuelos varones que no conocí y siempre deseé haber disfrutado; a mis
abuelas que sí disfruté y dejaron huellas e improntas valiosas en mi persona; a mi prima mayor.;
recientemente fallecida, cuya fuerza de cariño en vida hizo renacer lazos de amor en el momento
de su muerte; a nuestro querido amigo Jorge —regalo de la adolescencia compartida— y a nuestra
querida amiga Mati —premio de mi edad adulta— quienes antes de irse nos enseñaron el
verdadero compromiso con la vida, a través de sus luchas incansables contra las enfermedades
que padecieron.

FUNDAMENTOS TEORICOS DEL CAPITULO

Haciéndonos eco de las palabras de William Worden diremos que "la gente ha estado elaborando
duelos durante miles de años, mucho antes de que surgieran los profesionales de la salud mental.
Sin embargo, la realidad empírica es que la gente nos pide ayuda para elaborar duelos" (1997: 18).
Esto nos hace pensar que, en el pasado, la familia extensa, los vecinos y otras redes de apoyo
estaban cerca para ayudar a la gente a afrontar la pérdida. Parece que en la posmodernidad esta
tarea nos toca a los que conformamos el sistema de atención sanitaria y el de salud mental. Es
nuestra responsabilidad, entonces, estar preparados para dar apoyo, generar y estimular
respuestas de afrontamiento y asertividad en las personas que están sufriendo.

El propósito de este capítulo es mostrar, a través de varias historias de pesar, cómo se trabajó en
la elaboración y superación del duelo (proceso de adaptación a la pérdida de un ser querido) y, a
su vez, diferenciarlo del duelo patológico. No pocas veces los casos de duelos enquistados -los de
aquellas personas que se autoperciben como sin salida y/o padecen síntomas diversos que
"esconden" duelos no resueltos- son derivados de la culpa del sobreviviente. El atascamiento en el
desarrollo de aquel que perdió a un ser querido podría deberse a este sentimiento que ubica al
que lo padece en una situación paradojal. El sobreviviente es inocente pero, el mismo hecho de
sobrevivir —y/o, incluso, de vivir en mejores condiciones que un ser significativo sufriente-, lo
hace sentir "obligado" a concebirse como culpable. El sufrimiento del otro le provoca el
mecanismo de identificación con el -o los- que sucumbió frente al dolor, a la adversidad o a la
muerte y, de ese modo, nace en él su culpa del sobreviviente.

Así es como se instala en una encrucijada vital e inconsciente: continúa generando un autoataque
y destrucción de su persona y de >dos los logros conseguidos en todo o parte del recorrido de su
vida estancándose o, muy por el contrario, se solidariza con el que sufre -o con la memoria de él
en casos de duelos por muertes— resaltándolo, pero sin perder ninguno de los beneficios de su
propio bienestar por lo que evolucionan y crecen todos. Nos estamos refiriendo a dos procesos
diametralmente opuestos: identificación con i sufriente versus solidaridad con él.

Desde el enfoque sistémico pensamos que la familia es la unidad de interacción en la que todos
los miembros se influyen entre sí.

Podemos pensar desde aquí, entonces, que un abordaje familiar del asesoramiento y/o del
proceso terapéutico del duelo enriquece la elaboración y superación del mismo. El duelo bien
elaborado en el ámbito familiar facilita el individual y viceversa.

Worden considera tres áreas principales cuando se evalúan los sistemas familiares en un proceso
de duelo:

1. Posición funcional o papel que desempeñaba el fallecido en la familia.

2. Integración emocional de la familia.

3. Facilitación o dificultad de la expresión emocional de la familia.

De la configuración de estas áreas dependerá el equilibrio funcional del sistema familiar.

Por otro lado, agrega que las diferencias individuales de cada proceso de duelo parecen estar
determinadas por la fusión de siete categorías:

1. Quién era la persona fallecida.

2. La naturaleza del apego.

3. El tipo de muerte: natural, accidental, suicidio, homicidio.

4. Antecedentes históricos de otras pérdidas del individuo.

5. Variables de personalidad del individuo.

6. Variables sociales: por ejemplo la subcultura étnica, religiosa, social.

7. Otros tipos de estrés simultáneos: acontecimientos vitales cambiantes, problemas


económicos, por ejemplo.

El proceso de duelo transcurre a través de etapas o fases que no se atraviesan en serie ni de


manera lineal. Los autores difieren a la hora de enumerarlas. Acuerdo con el criterio de Worden
por el que enumera, en cambio, tareas a realizar para cumplimentar el trabajo de duelo. Esta
perspectiva contempla el concepto de persona activa que puede realizar acciones específicas con
el objetivo de superar el duelo. Hay un punto final en el proceso, esto es aliviador y esperanzador
para el paciente y el terapeuta.

Las cuatro tareas del duelo son:


1. Aceptar la realidad de la pérdida.

2. Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida.

3. Adaptarse a un medio en el que el fallecido esté ausente.

4. Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo.

Existe una diferenciación entre los duelos patológicos y los que no lo son y, a su vez, la
diferenciación entre la terapia de duelo y de asesoramiento. La meta de la terapia de duelo es
identificar y resolver los conflictos de separación que imposibilitan la realización de las tareas
correspondientes en personas cuyo duelo no aparece, se retrasa, es excesivo o prolongado o bien,
se enmascara con síntomas somáticos o conductuales. A estos procesos se los llama duelos
patológicos, no resueltos, complicados o crónicos. En cambio, la meta del asesoramiento es
facilitar las tareas del duelo a la persona y/o familia que está elaborando uno reciente para que el
proceso del mismo finalice con éxito. Entonces, podríamos decir que el asesoramiento trabaja con
el proceso humano normal que acontece luego de la irreparable pérdida de un ser querido. Por
eso es que, "las decisiones diagnósticas deberían ser prudentes [...] para evitar complicaciones
iatrogénicas (producidas por el tratamiento mismo) introduciendo intervenciones profesionales y
los efectos secundarios que los acompañan" (Belitsky y Jacobs en Worden, 1997: 112). Estos
mismos principios pueden aplicarse a la elaboración de otros duelos y no solo a aquellos
provocados por las pérdidas debidas a la muerte. Esto es, por ejemplo, un divorcio, una
amputación, pérdidas de trabajo, las pérdidas que se experimentan por catástrofes, mudanzas,
etcétera.

Compartiremos a continuación una serie de historias de dolor desgarrador provocado por muertes
inesperadas y prematuras de seres queridos. Dolor por esas pérdidas irreparables que, no
obstante, gracias a la resiliencia de sus deudos, posibilitaron duelos sanos y funcionales. El primer
caso que presentaremos nos hablará de una historia de duelo enquistado -patológico-. La
protagonista pudo salir con éxito de este duelo no solo gracias a sus fortalezas internas que
salieron a la luz sino también por haberse descubierto y acribillado la culpa del sobreviviente.
Culpa que a través de sus garras "asesinas" y de modo inconsciente estaba matando la
predisposición a la vida de esta mujer, enterrándola con sus muertos.

Aquellos que hemos perdido seres queridos debemos aprender a - captar los sonidos
imperceptibles de nuestro corazón para poder "escuchar en nuestro adentro" lo que ya no
oiremos en el afuera, y "mirar" también las imágenes internas de nuestros muertos como para
lograr "tenerlos de nuevo" -como por arte de magia— junto a nosotros.

Los deudos debemos esforzarnos, entonces, por agudizar nuestros sentidos -los "del alma"— con
el afán de que se logre llevar a cabo la dolorosa transición desde el "tenerlos junto" hasta el
"tenerlos dentro" (a esos seres queridos que ya no están). Solo los que extrañamos y valoramos a
los que partieron podemos "percibirlos" sin que estos estén. Es posible "recuperar" a los que ya
murieron a través de los afectos que van más allá de la vida y de la muerte. Son "resucitados" a
medida que experimentamos y avanzamos en el camino del duelo, gracias a los recuerdos y
vivencias compartidos, captados con los "ojos" y "oídos" del alma.

Cada una de las personas que llevamos sobre "nuestras espaldas" duelos recientes —o, incluso,
aquellos que los tienen alejados en el tiempo pero alojados en el alma— necesitamos aprender a
escuchar con atención nuestra interioridad. Asimismo, debemos registrar nuestra propia alma
herida, nuestros sentimientos sufrientes no comunicados, nuestro dolor no expresado, nuestras
demandas no habladas. Solo de ese modo aceptaremos que nuestros seres queridos fallecidos
dormirán un sueño eterno, sin retomo, sin su entorno.

Percibir lo imperceptible ya, "transformar" la ausencia en presencia, convertir en reconocible lo


"desaparecido" -pero no desapercibido—, hasta valorar y disfrutar por el privilegio de haberlos
tenido más que sufrir por el haberlos perdido se logra a través del durísimo pero intransferible
proceso de duelo. Proceso que debemos realizar cada uno de los que hemos perdido a nuestros
seres queridos si queremos seguir apostando a la vida, a pesar de.

Duelos funcionales. Fundamento teórico de los casos

Los casos clínicos relatados a continuación tienen como protagonistas a seres que han sufrido
distintas pérdidas (muerte del esposo/a, de un progenitor y de abuelos, de un hijo, de un
hermano). Nos ayudarán a transmitir el estilo de intervención desde el enfoque sistémico.

Cada uno de estos pacientes, que sufren y que han sobrevivido a sus seres amados, no se conocen
entre sí. Sin embargo, están unidos: los he conocido a todos ellos en el momento de sus heridas
más sangrantes. Lo que los une es su dolor y la enseñanza que nos entregarán, más vivida y
conmovedora aún, que las valiosas enseñanzas que nos dan los libros. Dichas enseñanzas apuntan
a la revalorización de la vida, minuto a minuto, justamente porque todos han compartido conmigo
sus historias de muerte. Cada uno de ellos nos despierta de la distracción que tenemos en común
los seres humanos. La distracción, el olvido en el día a día, en la cotidianeidad de nuestras vidas,
de que somos mortales. Porque es obvio que hay muerte, es que debemos honrar la vida,
disfrutarla y no desperdiciarla.

LA MUERTE ARRASÓ DEMASIADO TEMPRANO

Tania era una mujer de 40 años que había llegado sola a la consulta con una gran tristeza. Sus
hijos, Ramiro y Gonzalo, tenían en ese momento 11 años y 10 meses, respectivamente. El mayor
era hijo de su primer matrimonio. Se había separado, hacía ya muchos años, porque el padre de
Ramiro era un "irrecuperable y patético drogadicto", según sus propias palabras. También, había
transcurrído ya largo tiempo desde que Ramiro no veía a su papá pues este se había desentendido
de él por completo. Gonzalo, quien había llegado al mundo poco después de morir su abuelo
paterno, acababa ahora de perder a su propio papá, Armando, de 35 años de edad, pareja de
Tania desde hacía 8 años. Para Ramiro, Armando era su papá también. Para Armando, Ramiro era
su hijo.
El genograma esclarece la estructura de esta familia cuando se dio comienzo a la terapia:

Tania y Armando se amaban profundamente. Durante largos días no se veían porque él debía
viajar por su trabajo. Se extrañaban muchísimo y cuando estaban juntos elegían exprimir el tiempo
a favor de ellos. El acababa de morir en un accidente, con el avión que manejaba en plena
actividad laboral.

¿Qué se descubrió?

Muerte súbita. Aquella que se produce sin aviso y requiere una comprensión e intervención
especial ya que es más difícil de elaborar por la inexistencia de aviso previo de la inminencia de la
muer-te. La sensación de irrealidad del hecho, en Tania, se produjo pues lleva tiempo la
aceptación emocional aunque el intelecto lo acepte. Shock. Parálisis. Había mucho por recorrer
pero, primero, había que "sobrevolar" la muerte. Dándole la mano, a Tania y a la muerte.

¿Qué se hizo?

Se la condujo a aceptar la muerte, aun con enfado y gran dolor por lo prematuro de esa muerte y
por su nueva realidad consecuente (tarea 1). No dejaba de preguntarse: ¿Por qué a él —a su ser
amado-? ¿Y por qué no a ella? Había que evitar que se instalara la culpa del sobreviviente.
Entonces, había que ayudarla a que se pregunta-ra: ¿por qué no a él?, si era un ser humano y,
como consecuencia, vulnerable y mortal... tanto como ella, por lo que no era dueña del poder de
provocar o evitar la muerte.

Por otra parte, se legalizaba sus sentimientos de desesperanza, de impotencia y de enojo


paralizante —dándoles valor de natural—, lodo esto con el afán de que ella redescubriera el estilo
positivo del amor de pareja que tenían -y que habían construido a lo largo del tiempo
compartido— al dejar de sentirse como los blancos de un destino maldito e injusto.

En ese punto, pudo empezar a reconocer que el amor va más allá de la vida y de la muerte, que es
como un cable invisible que une y entrelaza a los amados por sobre cualquier dolor. Que guía el
rumbo y sirve de motor a pesar y a partir de cualquier situación traumática, de cualquier herida en
el alma. Esta era nuestra luz al final del túnel, la que iluminaría los pasos en el camino por recorrer.
'lanin venía de fuertes pérdidas en su vida y hubo que darle rienda suelta, tanto al dolor presente
como al pasado: sentirlo, pero con la seguridad de que un día cicatrizaría; construyendo su red
social, debía fortalecer y profundizar los lazos con la familia de Armando: sobre todo con su
suegra, también —desde muy corto tiempo atrás- viuda. Además, trabajamos con fotos, cartas,
anécdotas y poesías de su esposo que me permitían descubrir al fallecido. Esta técnica favoreció la
profundización del lazo afectivo en el vínculo terapéutico. Unos meses después de comenzado el
proceso terapéutico, Tania empezó a recorrer su propio camino, sin su terapeuta de la mano...

A los dos años y medio de aquel accidente fatal, Tania, que había vuelto a encaminarse en la vida,
confió nuevamente en el amor. Construyó una nueva pareja —y familia— estable y feliz, con un
buen hombre que supo elegir motorizada por el aprendizaje que había sido atesorado junto a ese
ser amado que ya no estaba más a su lado..., pero que sí estaba dentro suyo como fuente de
energía vital amorosa.

BRUTAL EMPUJÓN HACIA LA EMANCIPACIÓN

Agustín (26 años), Marina (21) y Federico (19) llegaron juntos al consultorio una fría mañana de
invierno. El frío era mucho más intenso en el alma de estos tres hermanos ya que acababan de
per-der de forma súbita, por un accidente automovilístico, a su abuela materna, pocos días
después a su madre, su abuelo materno estaba muy grave, internado en terapia intensiva,
mientras que el padre, conductor del coche a la hora del horroroso accidente, estaba casi a punto
de ser dado de alta pero con prescripción de internación domiciliaria y rehabilitación kinesiológica.
El abuelo murió unas semanas después de comenzado el proceso terapéutico. También sufrían por
la muerte de su perra que habían criado desde cachorra.

A continuación, el genograma:

Agustín llegó del exterior, donde estaba haciendo un posgrado, pero no alcanzó a ver a su madre
con vida, como sí lo pudieron hacer sus hermanos menores. La felicidad que decían haber vivido
en su familia se había convertido en dolor incontenible y devastador. A lo inesperado y súbito de la
muerte se le sumaba la dificultad adicional que surgía de la pérdida múltiple, de tantos seres
queridos.
¿Qué se descubrió?

"El volumen total de personas por las que llorar la pérdida era desbordante y, en un caso como
este, puede parecer más fácil inhibir totalmente el proceso de pérdida. [...] Esto se puede ver
como una sobrecarga de duelo" (Worden, 1997: 99).

Cada uno de ellos quería cuidar a los otros deteniendo, como proyecto vital, sus respectivas
actividades. La etapa del ciclo vital denominada "el destete de los padres" que ese grupo familiar
venía desarrollando de modo muy satisfactorio, estaba corriendo el riesgo de transformarse en
disfuncional. En este sistema familiar, la crisis inesperada -externa o accidental- que los había
arrasado como un Tsunami (o cataclismo) estaba obligándolos a desprenderse de mis padres de
modo brutal, quirúrgico y sin anestesia. Era la muerte la que se estaba encargando de separar el
vínculo de esos padres respecto de esos jóvenes. No del modo que es esperable en una crisis
evolutiva, no por las habilidades ni por las destrezas del sistema familiar para concretar el arte de
crecer sin romper vínculos — pate- no-filial— afectivos, valiosos y esenciales sino del peor de los
modos: por la muerte.

Debía trabajarse, entonces, de inmediato en lo preventivo: evitar el aborto de sus proyectos,


estimular la reanudación de sus vidas superando el duelo. Desorganización. Impotencia. Sus
cálidas miradas y esbozos de sonrisas en sus labios, el trato cariñoso y de respetuosa protección
mutua y recíproca, el relato entusiasmado de sus logros académicos, afectivos, sociales a lo largo
de sus historias me inspiraron y guiaron para ir en su ayuda y rescatarlos de tanta muerte, para
arrimarlos a la vida, no obstante lo que estaban padeciendo.

¿Qué se hizo?

Así fue como llegué a mostrarles -redefiniendo su drama existencial— que me resultaba más que
evidente que tenían un reservorio de lados fuertes y recursos sanos personales, a pesar de lo
lascivo de lo que estaban viviendo o, tal vez, justo por eso. Dicho reservorio era de fácil
reconocimiento si uno ponía foco en sus acciones o modos de encarar las circunstancias de vida.
Agregué que su mamá junto a su papá con respecto a ellos, y a su vez, sus abuelos con respecto a
su mamá, habían cumplido con responsabilidad su propia misión en la vida y parecía que dicha
misión había sido para todos estos seres queridos enseñar el valor del afecto y su expresión, y
sobre todo, la superación y el crecimiento, el amor a la vida. Les dije que yo como psicóloga, pero
quizás más como madre y docente, podía y quería transmitirles que uno enseña con el preciso
objetivo de que aquellos a los que se les enseña puedan independizarse de uno y crecer
autónomos, haciendo su propio camino, recreando y superando lo aprendido -incluso al "docente"
que dejó el legado en manos de quienes debía estar-. En este caso, en ellos, los hijos. Con ese
legado siempre vivo dentro de ellos, para entregar incluso a las próximas generaciones,
encendido como una antorcha olímpica, sus seres queridos estarían siempre vivos. Añadí que yo
sin haber conocido a su madre tenía casi la certeza de su misión en la vida, de ese deseo
desplegado en ellos, y que con seguridad ellos estaban listos para tomar la "posta", para llevarlo a
cabo y que yo estaba allí para ayu-darlos a seguir andando su camino.

Trabajamos después de la renovada planificación de sus vidas con una práctica y organizada lista
de tareas domésticas, que eran las que su mamá realizaba con suma idoneidad y sin haberles
pedido nunca nada, además de otra lista de trascendentales actividades para ese momento que
estaban transitando, tales como cumplimentar la requisitoria de los seguros, el reemplazo
temporario del padre en su actividad laboral y su rehabilitación física y emocional. Esto los alivió
notablemente de su sensación de impotencia, típica de estos casos y los puso en orden, en marcha
y con una buena distribución de tiempos incluso como para seguir con sus respectivas y propias
obligaciones.

Una técnica que también ayudó consistió en que se reunieran todos cada noche, no más ni menos
de 20 minutos, para poder llorar juntos ese intenso dolor y así expresar, de modo natural y con
permiso, los sentimientos y las emociones emergentes. Con posterioridad, se los estimuló a buscar
fotos, videos, casetes que les permitieran recordar los buenos momentos que los nutrirían en este
proceso, al mismo tiempo que los llevarían al trabajo de centrarse en asuntos pendientes con los
que ya no estaban y encontrar así alguna forma de cerrarlos para seguir andando. Las huellas
indelebles -incrustadas en sus corazones- de todos los enriquecedores momentos compartidos con
esos seres queridos que hoy ellos estaban llorando, iban a guiar a partir de ahora ese nuevo y
desafiante camino.

SIN PALABRAS PARA NOMBRAR

Llamada urgente de una colega que necesitaba derivarme el trabajo con una familia transitando
un hecho traumático, destructivo, paralizador. Un niño de cinco años había caído por una ventana
de un cuarto piso. Estaba al cuidado de su abuela materna. Muerte súbita y prematura de un hijo,
de un hermano, de un nieto, de un sobrino, de un primo, de un compañero de jardín, de un
alumno. Una terrible muerte que afecta al equilibrio de toda una familia y también de una escuela.
La pérdida de un padre/madre deja huérfanos, la de un cónyuge deja viudos/as, la de un hijo, un
hermano, un nieto, deja sin nombre, sin esperanza, deja un dolor que tal vez, nunca muera.

Los padres de listaban, llegaron acompañados del abuelo paterno al consultorio. La madre, Silvia
(39 años), desolada, sin vida; el padre, Eduardo (41 años), amenazante. "Prometía" dar muerte a
su suegra por haber "asesinado" a su hijo y, a ellos mismos, por no haberlo cuidado, protegido.
Compartieron también conmigo la reactivación de otras pérdidas ya que estas se activan ante
circunstancias como las que estaban viviendo; pero, en este caso, eran heridas no cerradas, por lo
que el proceso se tornaba más complejo. El padre de Silvia había muerto hacía un mes, existían
también otras pérdidas más antiguas y muy dolorosos: padres de la infancia y de la adolescencia,
que habían sido abandónicos, desapegados, poco eficientes. Es decir, este gran impacto reactivaba
las viejas llagas sin cerrar.

Esquemáticamente se vería así:


¿Qué se descubrió?

Este terremoto emocional puso por un lado, de modo crudo y descarnado, la disfuncionalidad de
los vínculos maritales y los de la familia nuclear con la extensa. Por otro lado, cuestionó en el
corazón y la cabeza de estos padres, su sentido de competencia y responsabilidad puesto que el
rol parental es mantener la seguridad de sus hijos.

En relación con la hija mayor, despertó en ella, en tanto herma- ^una enorme y profunda culpa
por los habituales deseos hostiles Y e muerte que los niños suelen sentir hacia sus hermanos y/o H
s en momentos de enojo. "¿Se habían cumplido esos horribles tal °S tantas veces había sentido
hacia su hermano menor?", tal y como pudo expresarlo ella misma después de un trabajo
"artesana y de encuentro -afectivo-profesional—, en sesiones individuales esta afligida niña. Ella -a
través de su fantasía y pensamiento omnipotente- estaba segura de que su propia pretensión
rencorosa a 13 sido la causante de esta muerte.

¿Qué se hizo?

Se trabajó de modo intenso y profundo con las respectivas y distintas culpas de los progenitores y
la de su hija como así también en ,rehabilitación y recuperación de todos los lazos afectivos
familiares- El mundo se desmoronaba, pero estaba Carolina, la hija, la hermana de apenas 9 años
que me permitió, con su existencia, atracar al puerto de la vida y amarrarlos allí, a pesar de y junto
a su demoledor dolor, para seguir siendo "timoneles" de la vida de esta hija para no dejarla a la
deriva y protegerla en homenaje a ella misma, a ellos y al que ya se había convertido en motor y
brújula, su hijo a quien habían descripto, promediando la sesión, como un ser especial, sensible,
angelical y único. A raíz de esas condiciones, se convertía en motor. Ya no estaba, había muerto
pero "me ayudaba a devolverles s el sentido de la vida a través de una reformulación a tragedia,
gracias a una construcción terapéutica de la realidad. Se utilizaron cuentos y poesías,
seleccionadas en especial para apoyar a la nueva forma de mirar esa escalofriante situación de
pérdida para encaminarlos en el duro proceso de elaboración del duelo. En principio la existencia
de Carolina unida al recuerdo vivido de su hermano me ayudaba a hacerlos descubrir de nuevo el
sentido de sus ciencias.

Lo que el hombre realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una
meta que le merezca la pena [...] el sentido de la vida difiere de un hombre a otro, de un día para
otro, de una hora a otra. Así pues, lo que importa [...] es [...] el significado concreto de la vida de
cada individuo en un momento dado (Frankl, 1994: 104-107)

La meta de Eduardo y Silvia era, desde aquel instante de nuestro encuentro, la de convertirse en
los mejores protectores y cuidador es de su hija Carolina, a pesar y a partir de esa terrible
situación traumática. La adquisición y puesta en práctica de ese aprendizaje como cariñosos y
efectivos cuidadores era nuestro esperanzador pimío de partida. Y desde allí debíamos ponernos a
trabajar de inmediato, en equipo, sin un minuto que perder, tanto con la familia como con la
escuela, los dos contextos privilegiados de intervención y prevención para los niños y los
adolescentes. Se diseñaron tareas para dichos contextos de manera que las estrategias tuvieran
un mismo hilo conductor y la misma finalidad: la de "empujarlos" de modo saludable y desde sus
lados fuertes a la vida desde las cenizas del profundo dolor experimentado y expresado en todo su
apogeo.

¡METELE PATA RA DELANTE, CHABÓN!

Hace mucho tiempo ya, fui testigo participante de otro profundo dolor. Una familia amiga había
perdido un miembro, un accidente automovilístico los había amputado. Un joven de 25 años había
muerto durante un fin de semana largo. La diversión y el disfrute se transformaron en tragedia. La
alegría de un viaje esperado se convirtió en una espera sin más esperanza: ya nunca más
regresaría Patricio, ni al hogar familiar ni a la vida. Él era el hermano gemelo de Lucas. Sus padres,
Carmen (52 años) y Marcos (60), de condición económica humilde pero de grandeza de espíritu y
valores, comenzaban junto con el hermano mayor, Diego (27) y la hija menor, Evangelina (16) a
recorrer el camino doloroso del duelo, a adaptarse a la nueva y dramática pérdida de ese ser tan
preciado y amado. Pérdida súbita y prematura.

El padre, compañero fiel de sus hijos a la hora de cantar con fanatismo los goles de Boca, les
enseñaba con cariñosa sabiduría en esta aterradora circunstancia, que a cada uno de ellos le
tocaba "agrandarse" como hacen los jugadores de fútbol cuando le "echan" a uno del equipo de la
cancha. Cada uno juega mejor que antes para compensar la pérdida.

¿Qué se descubrió?

Esto les estaba inyectando fuerzas como grupo familiar y les permitía seguir viviendo; pero Lucas
no podía, había detenido su marcha como lo había hecho el coche de su hermano gemelo en plena
ruta a Mendoza, casi llegando. El mismo estaba así, casi llegando, pero se trababa, detenía su
andar, abortaba sus proyectos, su vida. Un día nos encontramos solos. A su lado, tuve la sensación
de que se estaba enterrando junto con su gemelo, como consecuencia de su propia visión
destructiva —construcción de la realidad— frente al dolor desgarrador con el afán "asesino" de
terminar juntos sus vidas tal como las habían empezado.

Comenzó a relatarme lo que le estaba pasando y, con honda tristeza y lágrimas en los ojos, me
decía que no podía seguir porque "se había quedado sin su gemelo, sin su mitad". Su parálisis
estaba desplegándose en su completo e intenso dramatismo.

¿Qué se hizo?

Le mostré que justo por eso tenía la misión de vivir el doble, que con seguridad y sin dudas su
gemelo lo retaba y desafiaba a hacerlo a partir de esa conexión única que ellos aprendieron desde
antes de salir al mundo, esa misma conexión que le vale aun a pesar de la muerte ya que ellos
eran gemelos. Le propuse de inmediato la técnica de "la silla vacía". Es una técnica gestáltica por la
que se le hace "hablar" en presente con el fallecido. Para esto se pone una silla vacía y se hace que
el paciente imagine que el fallecido está sentado junto a él. Le dije que le "preguntara" a su
hermano gemelo qué deseaba que él hiciera y que, de inmediato, él mismo se contestara tal como
suponía que lo hubiera hecho su gemelo. Con mucho énfasis y seguridad, él dijo: "Metele pata
para adelante, chabón". Esta resultó ser la frase que empujó a Lucas a salir de su parálisis. Aquí
comenzaba la ruta por recorrer, otra vez en la ruta de la vida, remolcado por su propio hermano al
principio hasta que, cuando su duelo fue elaborado y superado, pudo construir su propio camino
echando al precipicio la "culpa del sobreviviente", esa que le había hecho creer que no merecía
vivir a pleno si un ser tan querido como un hermano gemelo no había disfrutado de su misma
suerte. Muy poco tiempo después, logró un puesto de trabajo en el área administrativa de una
universidad y cuando empezó a ir "para adelante" mejorando su jerarquía en el organigrama
institucional decidió iniciar una carrera universitaria, se enamoró y construyó un hogar junto a su
elegida.

CONCLUSIONES DE ESTA SERIE DE CASOS

Todas estas personas experimentaron sus duelos de muchas y variadas formas. Pero tenían cosas
en común: las reacciones y los sufrimientos que este complejo proceso que es el duelo produce y
las etapas por las (pie fueron transitando advertidos de que iban a lograr sobrevivir. Pero, por
sobre todo esto, los unían sus recursos sanos, sus lados Incites, su valentía para afrontar el dolor
ante la muerte y para aprender a continuar con sus vidas aun a pesar del quiebre que la muerte
infringe. Se asemejaban todos ellos también por la misma necesidad de seguir amando y de ser
amados. Dice Carlos (¡oír/,ale/ Valles en su libro Elogio de la vida diaria (2001: 150) que la muerte
al separamos del que se aleja, nos enseña a acercarnos a los que deja.

Asimismo, todos pudieron "resucitar" las funciones perdidas y/o crear nuevas: Tania logró verse -
otra vez— como una mujer que podría eventualmente volver a enamorarse de otro hombre -sin
temor de sentirse infiel al que acababa de perder-; los hijos de Eva pudieron abrir sus alas y
"aprender a volar" hacia su emancipación, independencia y adultez; los padres de Esteban
lograron ganarle a sus respectivos y empobrecidos pasados transformándose en padres
protectores de su hija y del hijo que llegó un tiempo después, como un ser distinto y único, sin
ocupar el lugar del que ya no estaba, lugar que quedaría siempre vacío... solo lleno de recuerdos y
del amor que va más allá de la muerte; Lucas pudo seguir siendo un hermano cariñoso con los que
tenía vivos y pudo continuar andando su camino hacia la construcción de su propia felicidad.

Una vez que lograron aceptar la desaparición del ser querido, todos se dieron cuenta de que la
muerte no es un hecho lejano que le ocurre solo a extraños. O tal vez la situación sea al revés: al
abrir los ojos, de repente, y reconocer esta dura e inapelable verdad, es que —no sin dolor y con
esfuerzo- lograron aceptar la muerte de sus seres queridos. Aceptación de la muerte como parte
indivisible de la vida, que se anticipa y se conoce desde el mismísimo comienzo de nacer y que, sin
embargo, nos ocupamos de convertir en un conocimiento adormecido y aplacado, en el último y
recóndito rincón de nuestra cabeza, de nuestro corazón, de nuestra alma, para que no irrite, para
que no paralice, para que no angustie: para que deje vivir. No obstante, ante la contundente y
erosiva presencia concreta de la muerte de un ser querido, hay que despabilar ese conocimiento,
despertarlo hasta la movilización activa de nuestras fortalezas y recursos internos saludables con
el fin de la aceptación de ella para comenzar a abordar una elaboración de duelo promotora de
movimiento, evolución y continuidad.

Es muy probable que los recursos sanos que los seres humanos solemos tener guardados en
reserva, hayan sido los que hicieron la verdadera "magia" de lograr que se sitúe la vida por sobre
la muerte. La enseñanza que dolor y muerte deberían dejarnos por sobre todas las cosas, es cómo
vivir.

Cuando naciste, todos a tu alrededor reían y solo tu llorabas. Vive tu vida de manera tal que
cuando mueras seas tú quien esté riendo y los demás quienes estén llorando porque tu pasaje por
la vida tuvo sentido y te extrañan (Anónimo).

DUELOS PATOLÓGICOS. FUNDAMENTO TEÓRICO DEL CASO

En la Segunda Guerra Mundial se observó que existían frecuentes casos de individuos que, por
ejemplo, habiéndose salvado de un naufragio de su buque de guerra, y estando ya a bordo de
botes salvavidas, hacían lo necesario para morirse o no salvarse. Este fenómeno fue estudiado y se
descubrió que lo que producía estas conductas disfuncionales era la culpa por haber sobrevivido a
sus familiares, amigos y/o compañeros.
Bruno Bettelheim ha enunciado una tesis en torno al sobreviviente que resulta paradojal: el que
ha sobrevivido es inocente, sin embargo, está "obligado", por el hecho mismo de haber
sobrevivido, a sentirse culpable. El acuñó la noción de "culpa del sobreviviente" para referirse a
este fenómeno. Bettelheim insistió en que lo que mata, más que la muerte, es la culpa. La culpa
por haber sobre vivido a seres queridos que no lo pudieron hacer, por haber hecho todo aquello
para sobrevivir, sintiéndose además que no se era merecedor de esa sobrevida.

La culpa del sobreviviente es un sentimiento que responde a preguntas tales como: "¿Por qué y
cómo algunos sobrevivimos y otros no?", "¿Por qué yo estoy vivo y los demás no?", o bien a la
memos como "Si yo solo hubiera ayudado, accionado de otra manera...". Es difícil creer que
algunos acontecimientos sean fortuitos y que no tengamos ningún poder por sobre ellos. La
creencia en nuestra habilidad para modificar acontecimientos es parte de quienes somos y
también parte de lo que nos ata a la culpa. Se tiende a pensar que cierto cambio en nuestro
comportamiento podría haber ayudado y salvado de la muerte al ser querido o cercano,
transformando así el resultado final negativo.

La culpa del sobreviviente paraliza la acción del que la padece. Este puede desarrollar, a lo largo de
su vida, un encadenamiento de conductas que parezcan llevarlo a buen término pero que, a pesar
de eso, en algún punto de su historia, dicha culpa empiece a conducirlo a conflictos y/o a
situaciones de autoboicot, de autodestrucción (en distintos grados de autoagresión) y esto lo
paralice en su proceso evolutivo, inmediatamente a posteriori de la pérdida, a mediano o a largo
plazo (Seminario, 2002).

La culpa del sobreviviente engendra un sujeto lleno de paradojas: arremetedor a la vez que
temeroso del medio, desconfiado aunque deseoso de reconocimiento y afecto, silencioso y
desbordante, complaciente e intolerante. El sobreviviente ha sufrido un profundo y extremo
desgarramiento subjetivo, entre el terror y la muerte o la salvación. En estas circunstancias, todos
los conflictos se vuelven extremos (ARC, 2001).

La persona sobreviviente se concentra en los días u horas anteriores a la tragedia y se siente


culpable por posible negligencia, desacuerdos, malentendidos, discusiones o uso de palabras
fuertes hacia la víctima. Considera que podría haber hecho más para reducir los efectos de la
"catástrofe", para salvar al otro. Se siente culpable e impotente porque no tuvo la oportunidad ni
la posibilidad de hacer algo para evitar la muerte. La persona sobreviviente en general siente,
además, que la persona fallecida murió sin saber que era amada por ella (ARC, 2001).

Quien padece este síndrome se siente en crisis pero no sabe que las reacciones que le provoca
esta circunstancia son normales y usuales frente a este tipo de pérdidas 110 solo irreparables sino
también traumáticas. Este síndrome comprende sentimientos tales como confusión, miedo,
apatía, depresión y otros estados mentales y emocionales que, si no son atendidos de manera
apropiada, se traducen en inevitable sintomatología. Esto no quiere decir que esté enfermo ni
"loco" (que es como muchas veces se autoperciben). Solo quiere decir que sus estrategias para
enfrentar crisis están siendo puestas a prueba. Si la resuelve, sale fortalecido de dicha crisis pero si
esto no le es posible por alguna razón, ahí es donde queda fijado, suspendido en ese punto
histórico de su existencia, y aun si siguiera transcurriendo su vida, se privaría, en el mejor de los
casos, de disfrutarla, de enriquecerla. Anula sus proyectos vitales valiosos, incluso a veces, se
trasforma en una "caricatura" de su propio ser. Cuando esta culpa -o sus disfraces tales como la
ira, la agresión, el enojo- se mantiene latente, inconsciente, inexplicable, en general se convierte
en violencia incontrolable contra uno mismo y/o contra los otros. Esto puede ser, como dijimos,
inmediatamente luego del impacto por la pérdida o puede aparecer en cualquier momento de la
vida -mucho más tarde— ya que se regresa al punto donde quedó fijado sin saberlo, a la etapa de
la crisis irre-suelta. Regresa a ese punto sin quererlo, sin comprenderlo, haciéndose daño y/o
haciéndole daño a otros, desde la identificación con el sufriente. Es como si le dijera a la víctima:
"Yo estoy vivo pero tan mal como vos, sufro como vos. Si vos no mereciste la vida, yo tampoco la
tendré. Muero sin morir. Vivo sin vivir". Este pensamiento egoísta hacia su propia persona genera
el sentimiento de culpa del sobreviviente y este, a su vez, genera la acción de autoboicot. Circuito
pensamiento-sentimiento-acción.

Visualicemos una analogía no muy alejada de nuestro contexto real social para comprender la
identificación con la víctima que hace surgir la culpa del sobreviviente de manera descarnada y
paralizante. Imaginemos que alguien se estuviese deleitando con un banquete en un restaurante
de lujo y, de repente, entrara al lugar una niña carenciada, "muerta de hambre", "muerta de
frío"... ¿Seguiría uno comiendo, como si nada, frente al dolor de esa víctima, de ese ser doliente?
¿Uno podría hacerse el distraído? Frente a ese sufrimiento del otro, algunos se identifican con el
sufriente y se conduelen, les duele tanto el dolor del otro que se paralizan o eli-gen acciones
equivocadas para "resolver" ese dolor ajeno... En ese caso, entonces, ese comensal -desde el
proceso de identificación- podría descomponerse, "devolver" lo comido, devolver su privilegio de
estar en mejores condiciones, y así estar a mano con la mala suerte de la niña carenciada: él
tampoco tendría nada entonces. Esto es identificación con la víctima. Otros, en cambio, desde la
solidaridad con la víctima, podrían compartir su comida u ocuparse de que se le provea a esa
niñita la comida necesaria e, incluso, ayudar a modificar sus condiciones de vida y las de su familia
con acciones específicas para tal fin.

Por otra parte, es interesante la utilización de la técnica de la escritura y la narración para


destrabar un duelo patológico. Es una intervención terapéutica que está en función de reescribir el
fragmento de historia d<llorosa y/o traumática. Es decir, es ideal revisar y reeditar ese fragmento
doloroso vivido por una persona a lo largo de su historia, desde una perspectiva más benévola del
sí mismo, desde una autoestima más nutrida, apelando a la activación de sus aspectos resilientes.
Se convierte en un camino efectivo, en un proceso de cambio, de crecimiento. Reescribir la
historia de vida ayuda a la externalización y visualización de la problemática concreta para su
resolución.

La escritura de esa historia de vida, la oficial, necesita la reescritura para salir a una mejor vida. Esa
"historia oficial" está, muchas veces, agujereada por palabras silenciadas, jamás pronunciadas,
está también distorsionada por sufrimientos, miedos, dolores, "fantasmas", culpas. Es necesaria
esta nueva historia, más sana, potencia- dora de los lados vitales de los pacientes.
El caso clínico que aparece a continuación resume a través del testimonio de la propia
protagonista una parte fundamental de su historia de vida. La enfermedad y muerte de su
hermano; y a partir de ello su imposibilidad de lidiar con ese sufrimiento y con la continuidad de su
propia vida de manera aliviada y armónica. Ese duelo patológico, enquistado, fue fuente
permanente de estancamiento y dolor. La "culpa inconsciente del sobreviviente" estaba
escondida, acechando, debajo de ese duelo sin final. Culpa que la llevó incluso a los abismos más
riesgosos de su existencia: intentos repetidos de suicidio.

Compartiremos de su proceso terapéutico dos puntos que fueron claves para su recuperación y
crecimiento emocional y afectivo con el fin de enfatizarlos y desarrollarlos, de modo especial
(véase "Fundamentos teóricos del caso"):

1. El trabajo de elaboración y superación de la culpa del sobreviviente.

2. La técnica de la escritura como recurso terapéutico eficaz y flexible para el cambio.

Asimismo, se intentará hacer visible la diferencia que existe entre la identificación con el sufriente
y la solidaridad con este. Esta es de vital importancia puesto que la primera es la que genera el
estancamiento del proceso de duelo -y de la vida del que perdió un ser querido- mientras que la
segunda, lo reinserta en el camino de la evolución de sus ciclos de desarrollo y bienestar. Se
expondrá el relato de esta persona resiliente, tratando de ser lo más fiel a su sentir, a sus
vivencias, para lo cual se transcribirán, gracias a su permiso y consentimiento generoso,
fragmentos de su carta electrónica, en la que narra además de los vericuetos de su vida, el
desarrollo de lo que fue -para ella— determinante para su cambio en su proceso terapéutico, y
que con gran entrega, me hizo llegar especialmente para este libro.

Considero pertinente, además, detallar estas vivencias desde las palabras de su protagonista pues
el coraje de revisar su pasado y sus pesares y la habilidad y honestidad de la palabra escrita en las
laicas encomendadas, se convirtieron en un medio facilitador para la elaboración de la culpa del
sobreviviente, destrabándose, a partir de eso, el duelo que estaba enquistado y que laceraba su
vida.

Aceptó la muerte, incluso lo inevitable e inexplicable de las elecciones equivocadas de su ser


querido —como la de no cuidarse a sí mismo, que era una forma de apostar a la muerte— y lomó
clara conciencia de que ella nada hubiera podido hacer para torcer dichas elecciones de vida, o
mejor dicho, esas elecciones de muerte. Noveló, en sus escritos de tarea, su vida de otra forma.
Eso activó sus recursos sanos y sus fortalezas. Estas no tardaron en aflorar en cuanto se pudo
trabajar con un pensamiento distinto del que la trababa pues venía encadenado con la culpa. Una
nueva manera de percibir, de significar los hechos, implicó un nuevo sentir y esto una nueva
posición frente a su vida. Ahí renacieron los permisos para sus proyectos postergados. Se rompían
así los circuitos viciosos perturbadores e inhibidores de evolución. Se derrotaba con esto el
estancamiento provocado por la culpa por existir. El autoboicot y la autodestrucción quedaban
atrás. Ahora había que unirse a la vida y reaprender el cómo.
¿Cómo? Dice Gordon W. Allport en el prefacio de El hombre en busca de sentido, que Frankl gusta
de citar a Nietzsche cuando afirma que: "Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre
un cómo" (Frankl, 1994: 9). Desde el descubrimiento de su nuevo sentido de vida nuestra
protagonista pudo diseñar proyectos propios y realizables. Una lectura que fue un agente
motivador de reflexión para ella fue justamente este libro de Viktor Frankl. (lambió el identificarse
con la víctima por el solidarizarse con ella y, a partir de esto, ya que su hermano no estaba vivo, la
solidaridad fue dirigida hacia los que estaban en situaciones semejantes a la de ambos (su
hermano y él mismo). Es una característica de los sobrevivientes la identificación con la víctima.
Tal como ya lo dijimos, hay identificación con la víctima cuando una persona se pone en el lugar de
ella para adaptarse a la realidad, sin modificar nada. Hay solidaridad con la víctima cuando una
persona se pone en el lugar de ella para ayudarla a que salga de esa situación -o si esa persona ya
sufrió la muerte, la solidaridad se dirige a los que padecen circunstancias semejantes a las del
sufriente—. La identificación con la víctima produce un estado de estancamiento, la solidaridad
uno de evolución.

Un ejemplo de solidaridad, en este caso, fue no solo el que se haya "prestado" con generosidad
para que con su propia historia podamos compartir e intercambiar aprendizajes en este espacio,
sino también que haya ayudado a otras personas en situación semejante a la de ella cuando dio
comienzo a su proceso terapéutico, sugiriéndoles buscar ayuda terapéutica como ella lo había
hecho y/o apoyándolas emocionalmente. Acompañó a otros seres en el dolor tan intenso -que ella
había padecido y conocía a la perfección- de modo tal que colaboró para que acortaran sus
caminos de lágrimas y pesares. El dolor compartido es la mitad de ese dolor. Así aportó a esos
otros para que lo transitaran con menor costo. Solidarizarse con la víctima y/o con aquellos que se
encuentran en situación análoga hace evolucionar, crecer a uno mismo y a los semejantes.

A continuación el relato textual de la paciente a la que llamaremos Daisy. En este se podrá


apreciar su historia de vida y el desarrollo del proceso terapéutico dirigido a reconectarla con el
deseo de vivir, evolucionar y proveerse el bienestar. Para esto hubo que ayudarla a elaborar los
duelos que tenía pendientes -patológicos-, y empujarla a aniquilar la culpa del sobreviviente a
partir de descubrirse merecedora de felicidad, con los recursos internos que le posibilitaran
lograrla.

SOBREVIVIR LA CULPA DEL SOBRLVIVIENTE

Antes de compartir el testimonio textual de Daisy, el genograma que sigue mostrará su grupo
familiar (actual y de origen):
Compartamos el testimonio de Daisy, lleno de emoción, recuerdos y coraje:

He cargado toda mi vida con la difícil responsabilidad de ser la hermana menor de un genio.
Siempre sentí por él una admiración religiosa. Pasó de colegio en colegio, de Buenos Aires a
Tucumán, de Tucumán al Chaco, a causa de los traslados laborales de nuestro padre, siempre con
programas diferentes, pero siempre siendo el mejor alumno. Mi capacidad de memoria arranca en
el Chaco, cuando fue becado por el Rotary para un programa de intercambio por su gran
capacidad y dedicación. Pasaría 3 meses en Minnesota. Ese año, sus compañeros se sentían
aliviados, el fantasma del "mejor" los había dejado tranquilos: por una vez en tanto tiempo
podrían dar rienda suelta a su mediocridad, no tendrían por qué esforzarse. Mi hermano perdería
el año lectivo. Dejarían de ser compañeros. Sin embargo, hicieron mal los cálculos. Mi hermano no
tenía pensado perder el año por haber estado fuera del país 3 meses. A su regreso estudió, tomó
anfetaminas, no durmió, pero se puso al nivel de los demás y los pasó. Otra vez la sombra no los
dejaba vivir tranquilos. Así de rápido era, así de inteligente, así le tenían envidia y lo marginaban.
Él era, a todas luces, diferente. Y fui creciendo a la sombra de un genio. Tratando de sobrellevar
con dignidad mi segundo puesto. No sé si alguna vez le tuve envidia: yo prefiero llamarlo
admiración. Para mí, mi hermano habría sido capaz de ser lo que se propusiera en la vida. Y se
propuso ser feliz. Enfrentó a todo el mundo con su verdad pues, desde su punto de vista, si lo
querían lo iban a aceptar y si no lo aceptaban, no valían la pena. No solo con su genialidad sino
también con su homosexualidad. Si tenía intenciones de incorporar a alguien a su vida,
inmediatamente lo pondría al tanto de su homosexualidad.

Me ensenó a compartir su mundo, su vida desde adentro: fui amiga de sus parejas, salíamos a
comer, íbamos de vacaciones. Me convertí En la más encarnizada defensora de sus ideales, aun
poniéndome en contra a los que se atrevían a oponerse. Yo siempre encontraba algún argumento
para justificarlo. Era su fiel admiradora. Era su hermana. Si algún barniz o roce de cultura había
pasado por mí, se lo debía a él. El pintaba, cocinaba, hacía carpintería, era director de arte de una
firma de ropita para bebé, tenía magia en las manos, en sus palabras, en sus pensamientos:
dominaba el raro arte de razonar. Leía filosofía, era adicto a la ciencia ficción. Fumador
empedernido: todo lo hacía con descontrol, como sacándole el jugo a la vida, como si supiera que
no iba a tener tiempo para desperdiciar. Amante de la ópera alemana, era capaz de seguir todos
sus movimientos con los ojos cerrados y recitarla en su lengua original. Era un cerebro privilegiado,
una sensibilidad privilegiada. Demasiado...

Fue un dolor insoportable comprobar aquel 14 de abril de 1991, que esa luz se había apagado, que
ese inagotable motor de ideas no funcionaba más. Parecía un animalito asustado, agazapado en la
cama, mirando con ojos extraviados, sin conocerme. Ya no era él. Era solamente su cuerpo, mi
hermano se había ido para siempre y con él, buena parte de mí. La culpa comenzó a trabajar de
manera implacable: ¿por qué él y

Íno yo? Una persona tan rica por dentro, tan inagotablemente talentosa, que tanto temía a la
enfermedad, debatiéndose en el desenlace de dos destinos terribles: vivir el tiempo que le
quisiera regalar un respirador artificial, o aceptar la condena de una limitación cerebral o física.
Cuando ya no hubo más que hacer, tres días de hospital habían hecho aceptable y preferible la
idea de su muerte. Un espectáculo al que me parecía que nunca iba a asistir se repetía y por
segunda vez estaba des-pidiendo a una de las personas más importantes de mi vida. Otra vez,
como con mi papá antes, sentí dolor, sentí abandono, sentí soledad, pero también sentí alivio.
También culpa. Me sentí dueña de mi vida. Aunque no supe cómo manejar mi libertad. Así quedé
congelada. Todavía me quedaba mi mamá. Con ella tampoco fue simple. Mucho más largo y
doloroso. Mucho más tiempo para engendrar culpa, porque no tuvo el buen tino de una muerte
rápida, sino una lenta agonía que duró once años, los últimos en un geriátrico. Sin el peso de esas

¡"cargas" a mi cargo, pero con el peso de la existencia, ya no encontré "excusas" para vivir. Ya
estaba el camino libre para pagar mi culpa y nada me pareció tan grato como la idea de huir, de
dejar de ser, de ya no más. De no pensar más, de no preocuparme más, de no tener más
problemas que resolver, de no sufrir más. Fue un momento de mucha oscuridad, porque solo veía
puercas cerradas y hacia donde me dirigiera estaba mal. No encontraba mi lugar y los lugares que
hasta ese momento había frecuentado con una relativa comodidad, ya no me hacían sentir así.
Todo era malo, nadie me quería, yo no valía nada. En un momento en que nada vale la pena, la
vida puede llegar a convertirse en un verdadero suplicio y lo único que uno quiere es escapar. Así,
luego de un desacuerdo con mi jefe, sin mayor trascendencia según me parece hoy, me fui de la
oficina. Presa de la desesperación y la furia me tomé un taxi en la puerta de la oficina y me bajé en
la farmacia: en la cartera tenía dos recetas hechas el día anterior: tenía un tesoro, la llave, el pase
para dejar de sufrir, para comprar 60 pastillas de 1 mg. de Alplax. Estaba a 60 mg. de distancia de
la salvación. Miré por la ventanilla del taxi: había sol, miré todos los carteles que acompañaban mi
viaje diario despidiéndome: estaba segura de que ya no los volvería a ver. Llegué a mi casa. Mi
suegra me preguntó qué me pasaba. Recibió la contestación habitual: "no me siento bien". Algo
refunfuñó, no me acuerdo. Me apuré a hacerle una nota a mi marido: quería que supiera que lo
amaba pero que ese amor tan profundo era demasiado bueno para mí. Me desvestí
cuidadosamente. Doblé la ropa. La acomodé. Saqué las pastillas del blíster y me las tomé. Son
muchas pastillas 60 pastillas. Me acosté como acomodada para el féretro. La perra me miró con
esos ojitos tan dulces y, en ese momento, tristes y... nos despedimos. Me apoyó la cabecita en la
panza. Fue la última imagen que tuve, querida imagen... Me desperté en un neuropsiquiátrico.
Cuando la conocí a mi terapeuta me sentía muy desvalida. Con mi mismo sentimiento de soledad,
con mis mismas muertes, con mi mismo pasado, pero con más culpa: cuánto había hecho sufrir a
mi marido, a mis suegros. ¿Qué cara iba a poner en mi trabajo? Era un hecho: había que seguir
viviendo. Poco a poco fuimos trabajando, nos fuimos conociendo. Me di cuenta de que había dado
con un ser especial para mí. No me sentí juzgada. Un día me propuso escribir. Contar mi historia
en dos columnas: una escrita con los anteojos buenos, de lentes brillantes y positivas y otra escrita
con los anteojos malos, negros, oscuros, negativos... según ella, con los que habitualmente yo leía
mi historia... Había una consigna que cumplir. Revisar todo lo que me había pasado, generalmente
malo para mí, y descubrir qué le podíamos sacar de bueno. Y empecé a escribir, a escribir... y los
sentimientos comenzaron a fluir y el dolor empezó a aflojar. Empecé a trabajar ese dolor: a
decirlo, a escribirlo, a confesarlo, a darme cuenta —como mi terapeuta me enseñó- de que no era
que no quisiera vivir sino que lo que no quería -en realidad- era vivir así como estaba viviendo:
mal, boicoteándome todo el tiempo, culpándome por el solo hecho de existir, de vivir, de ser
potencialmente feliz. Empecé a transformar ese dolor, a ver que había otra manera de entender
las cosas. Empezamos a hacer lecturas que me ayudaron a cambiar mi perspectiva, a ver los
problemas desde otro lugar.

Escribí "cartas pendientes" para esos, mis seres queridos, que ya "o estaban físicamente a mi lado
pero que habían quedado inmortalizado1, en mí como seres crueles, como ninguno de ellos había
sido en la realidad, que me cobraban facturas por el solo hecho de existir. Esas carias me
permitieron rescatarlos desde su bondad, desde mi amoroso vínculo con cada uno de ellos. Saqué
mi dolor, exploré, exploré y lo satiné" de adentro, lo puse en palabras, lo materialicé y lo expuse
para que otros me pudieran ayudar. Fui a averiguar qué sentían otros por mí, cómo me
visualizaban, armé una nueva y poderosa red... Lo saqué de adentro, donde era mío y único y con
una sola interpretación -la mía—, para someterlo a otras miradas, a otras experiencias, a otras
vivencias, para compartirlo, para que me ayudaran a ver distinto, y entonces así sentir distinto tal
como mi terapeuta insistía y enfatizaba- y como consecuencia accionar distinto. Esto es en
definitiva, un diferente circuito del que venía recorriendo yo. Aprendí: "según cómo percibo y qué
significado atribuyo a la realidad es cómo siento y, por lo tanto, cómo vivo". Así sucesivamente.
Cada tarea encomendada se convertía en un paso esperanzador, concreto, cierto hacia la salud. Y
empecé a ver y a verme con los anteojos buenos. Me entendí. Me perdoné. Me valoré. Vi la
cantidad de cosas buenas que componían mí vida: mi marido, unos suegros que desde que me
faltaron mis papas, ocuparon ese espacio tan importante, sin invadir, con cariño, con respeto. Vi
un buen trabajo, en un lindo ambiente. Vi un jefe que apreciaba mi trabajo. Vi que tenía un lecho
bajo el cual vivir, que la familia de mi marido me había adoptado y me quería, vi que tenía amigos,
a los cuales tenía que aprender a querer de otra manera, sin idolatrar, pero valorándolos. Vi que
los extremos no conducen a nada, porque la vida no es un extremo, está en el medio. Nadie es
absolutamente bueno ni absolutamente malo. Lo importante es sacar lo bueno de todos y seguir
adelante, con ese valioso aporte que dan los demás. Aprendí a perdonar, a no juzgar, a estar
contenta conmigo misma, a no depender de los demás, a manifestar mis sentimientos, sin temor,
siendo yo misma. A no querer agradar a costa de mi propia felicidad. A no vivir para la opinión de
los demás, sino para mí y para los que yo quiero.

Esta es una tarea que estoy realizando día a día, porque cada día es un nuevo desafío y yo estoy
aprendiendo a vivirlo con esos anteojos buenos. Enfrento las cosas una a una y voy obteniendo
pequeñas victorias: cuando abro los ojos, ya el sol se cuela por las persianas. Si estiro el brazo toco
a mi marido, a mi lado. Echo un vistazo y ahí está: mi perrita. Me levanto, me arreglo contenta,
para verme bien. La jornada ya está en marcha. Llego a la oficina sin rencor, asumo las nuevas
funciones que me han asignado como un reto, aunque sigo extrañando el trabajo que realizaba
gracias a mi capacitación profesional, ahí mismo en el mismo lugar, pero aceptando que mi jefe ha
decidido tenerme en otra área, a su lado como su secretaria y no en mi actividad profesional
habitual y valorando que está conforme con la manera en la que lo hago. Que esto no se debe a
que no sirvo en lo mío sino a una reestructuración laboral. Veo con nostalgia, ya no con rabia, las
cosas que antes hacía, las cosas que antes manejaba, pero sabiendo que las hice y que podría
seguir haciéndolas, que las sé hacer, que he sido capaz de hacerlas durante mucho tiempo y que
me capacité para hacerlas mejor, simplemente, me están dando otra oportunidad de hacer algo
diferente, y no me va mal. Tengo mis altibajos, mis días buenos y mis días malos. Por momentos
caigo, pero lo importante es que me puedo volver a levantar. Ahí tengo todos mis recursos para
acudir al rescate de ser necesario. Ahí está mi marido, incondicional, que estuvo siempre a mi
lado, en las buenas y en las malas y que -con un amor y una paciencia infinitos- me está ayudando
a construir esta nueva persona que soy hoy, de los pedacitos que quedaron de la vieja y con esta
fuerza nueva, desde la capacidad de superación de la adversidad. La resiliencia, como diría mi
terapeuta.

Y ahí estoy yo: débil, fuerte, furiosa, tímida, sensible, leal, valiosa. Me gusta querer y que me
quieran, aún no he encontrado la medida exacta de entrega, pero es parte del camino que me
toca recorrer por mi propia cuenta, desde mi salud y mi libertad. Una vez más, y a casi seis años
del alta terapéutica, voy a evocar a mi hermano con un pensamiento que cuando era chica me
parecía egoísta y ahora me parece sabio: "No se puede hacer bien a los demás si uno no está bien
con uno mismo y no siente que su vida le pertenece para ser feliz".

Conclusión del caso

Fueron las propias palabras de la paciente las que nos mostraron cómo ella quedaba a la
intemperie, desprotegida, exponiendo su vida con intentos de suicidio que derivaron de la culpa
del sobreviviente. Se visualizó que esta paciente tenía vedado para sí el disfrute de sus vínculos y
sus logros. Al reescribir su historia a la luz de sus aspectos resilientes, pudo aniquilar esa
destructiva culpa inconsciente, posicionándose así en un mejor lugar en la vida: el del rehacerse
desde sus recursos sanos y sus lados fuertes.

Había sobrevivido a muertes violentas, inesperadas, inexplicables, injustas -¡como si alguna


muerte pudiera no serlo para alguien que sobrevive a un ser querido!—. Hacía mucho tiempo que
se venía diciendo, sin posibilidad de acallar ese diálogo consigo misma: "¿Por qué ellos ya no están
y yo, no obstante, sigo con vida? ¿Cómo vivir después de tanta pérdida? No hay modo alguno".
Existía, duraba después de esas muertes de seres tan cercanos -y tan admirarlos en el c aso del
hermano-. Muertes que le arrancaron sus raíces de cuajo. Kvisiía, duraba pero... no vivía. Vivir es
otra cosa. Sin embargo, durante y después de la terapia, fue ella misma quien consiguió vivir en
serio y —a través de sus palabras— nos enseñó cómo lo fue haciendo. I -ogro, al fin, sobrevivir a
los suyos y vivir de verdad porque pudo acribillar y sobrevivir la culpa del sobreviviente. "El cambio
y el dolor son parte de la vida... el sufrimiento es optativo" (anónimo).

Lo realizó de manera fatigada, desgarradora, "escarpada" pero posible, cuando en ve/, de copiar,
de una manera u otra, las desgracias o malestares que sus seres queridos habían padecido —por el
mecanismo de identificación con el sufriente— comenzó con el otro camino posible frente a la
culpa del sobreviviente. Esto significó poner en marcha el mecanismo de solidaridad con su familia
de origen. ¿Cómo solidarizarse con alguien que ya no está? Rindiéndole un homenaje. Así,
entonces, cuando se decidió a homenajearlos, comenzó a apostar a la vida, viviendo y
construyendo para sí la mejor calidad posible para sus días. Aprendió a solidarizarse con otros
seres chic estaban transitando los mismos dolores que habían padecido sus seres amados. Esos
que ya no estaban junto a ella pero que, de este modo, pasaban a estar dentro de ella. Era una
especial forma de resucitarlos.

La revisión de su historia oficial -del cuento que ella se contaba de sus distintas etapas de vida—
generó una nueva historia, transformada y transformadora, leída con buenos ojos... ya ni siquiera
con "anteojos prestados". /\l principio, fue la terapeuta quien le facilitó unos anteojos imaginarios
para lograr ver su propia novela desde una perspectiva positiva. Esos anteojos benévolos luego se
trasformaron en sus propios ojos —bondadosos y capaces de resiliencia—. Incorporó un modo
nuevo de mirar y mirarse. Esta metamorfosis -que le permitió desplegar su posterior revisión
histórica- se iba logrando de a poco, sin pausa y con algo de prisa. Este cambio le valió la
posibilidad de influir de forma positiva sobre su autopercepción y sus pensamientos.

El pensamiento es una suerte de diálogo interno, una conversación, una comunicación con nuestra
propia persona. Por lo tanto, como toda comunicación, genera un efecto sobre las conductas. De
esto se trata el aspecto pragmático de los intercambios verbales y no verbales. Entonces, sus
nuevos y mejores pensamientos acerca de sí misma, modificaron sus conductas y
comportamientos. Empezaba a cuidarse y a comprometerse con la vida. Crecía su autoestima y su
capacidad de superación de la adversidad. Iba releyendo, resignificando su propia trayectoria. Se
sentía mucho mejor. Evolucionaba.

¿Cuál fue la clave para ver distinto? El darse cuenta de que merecía una vida de bienestar y que
vivirla, de la mejor manera posible, también era amar a sus seres queridos, homenajearlos. Y que
no era (como pensaba y se sentía antes), una "asesina" y/o una infiel a ellos si era feliz y/o
disfrutaba de momentos de experiencias gratificantes que ellos ya no podrían nunca más disfrutar.
Además, en su terapia descubrió que lo que le había pasado no solo era coherente con el horror
que había vivenciado al perder, una a una, todas sus raíces más próximas, sino que también era
solucionable, y estaba claro que poseía todas las fortalezas imprescindibles para superarlo... una
vez que hubiera elaborado el duelo. Ese duelo que durante tanto tiempo había quedado
enquistado, sin desplegar, sin resolver. Iba, poco a poco, revisando su vida dentro de otro marco,
inédito para ella; y, como consecuencia, el cuadro ya no podría seguir siendo el mismo que la
había traído al consultorio, el que la había privado de su libertad, de su proyecto vital. Otro marco
para la misma pintura es otro cuadro. Por otra parte, ya se vio que según lo que se escribe de lo
vivenciado, el cómo se narran los hechos penosos y la interpretación que se les da, posibilita
objetivar el dolor, verlo claro, trabajarlo. Permite poner en relación esos recuerdos viejos, a la luz
de otra mirada, de otra perspectiva. Se construye así una red de visiones diferentes y positivas. La
escritura de fragmentos amargos vividos por una persona, a lo largo de su historia, está al servicio
de su revisión y posterior reedición. Esta reedición pone en marcha la resiliencia de las personas.

Es en el encuentro terapéutico donde juntos reescribimos la historia renovada de cada paciente,


cada uno desde su rol, desde su función, desde su humanidad. Reescribimos esa primitiva historia
de vida. La escritura de esa historia de vida, la oficial, necesita de la reescritura para salir a una
mejor vida. Esa "historia oficial" está, muchas veces, agujereada por palabras que se silencian, que
jamás se pronunciaron, que distorsionan la realidad presente y que comprometen de modo
negativo el futuro. Distorsión debida a sufrimientos, miedos, dolores, "fantasmas", culpas. Es por
eso necesaria esta nueva historia, más sana, potenciadora de los lados vitales de los pacientes
para que puedan desde este ahora esperanzador presente, proyectarse al futuro, lanzarse a y
desde la libertad.

CONCLUSIÓN DEL CAPÍTULO

El silencio del sobreviviente es un síntoma que se destaca como el horror de lo irreparable, del sin
retorno. Enmudece y deja sin palabras al sujeto. ¿Cómo poner palabras al sin sentido? La muerte,
cualquiera sea y en cualquier circunstancia, parece no tener sentido. ¿Cómo hablar del horror de
lo sucedido? Se comparte lo que se tiene, y el sobreviviente -justamente— no tiene, se queda sin
palabras, el espanto lo enmudece, lo que deriva de la muerte lo vacía de palabras y de todo
sentido. No tiene respuestas, tampoco puede preguntarse.

Los mecanismos de defensa que lo sostienen para preservarse de "morir junto con su muerto" son
la armadura que cubre su desnudez, su espanto frente a lo experimentado. No puede hablar,
tampoco quiere ser escuchado, para hablar es necesario sentir que se desea ser escuchado, llay
que ayudarlo a que dé a luz ese deseo que lo hará renacer. Hablar es la única posibilidad de
elaborar. Los testimonios de los sobrevivientes exhiben todos ellos los efectos mortíferos del
silencio, del secreto... cuanto más pesa el silencio sobre el trauma, más el sujeto "paga el precio"
con síntomas diversos...

El trabajo terapéutico frente a la muerte apunta, entonces, a animar a la persona doliente a que
diseñe nuevos y estimulantes proyectos surgidos a partir de su búsqueda y encuentro de
reanimados sentidos de vida, desde sus lados fuertes y potentes. Se apela, para este fin, a la
resiliencia de los pacientes y son ellos mismos los que descubren así cómo correrse de la
identificación con la víctima para, en cambio, posicionarse en el camino de homenaje a ella y/o en
el de la solidaridad a otros que sufren. Asimismo, se logra aprender a vivir con el ser querido
desaparecido "dentro" de uno, transformándolo en una fuente y motor de resiliencia, en vez de
seguir paralizado por el estremecimiento de no tenerlo ya junto a uno. Algunas personas lo
consiguen hacer antes y otras después, cada una con sus tiempos. Pero si se demora la adquisición
de esos mecanismos para lidiar con el dolor por la pérdida, el duelo se enquista y es menester en
esos casos investigar la existencia de la culpa del sobreviviente. Una vez que es descubierto ese
sentimiento inevitable del que habla Bettelheim, se inicia el camino de la elaboración de la culpa
del sobreviviente para evitar que el paciente boicotee su vida, para ayudarlo a descongelar sus
recursos saludables y para que los ponga a favor de su evolución y desarrollo. Como con todo
sobreviviente, decidir dar testimonio de lo que sucedió es el primer paso.

Permite comenzar el proceso de elaboración de esa culpa que quiebra. Sin esa voluntad
testimonial, no se iniciaría el proceso de superación y crecimiento. Se acude entonces a su
memoria, lo cual se pone de manifiesto en el texto mismo que se le sugiere como tarea. Ese texto
producido por su cabeza y su corazón trabajando en equipo, representa un recurso terapéutico
sencillo pero poderoso. La voz en off de sus dolorosos recuerdos, de sus penas silenciadas,
negadas y/o hasta distorsionadas se pone de manifiesto con total crudeza, escritas en hojas de
cuadernos, para denunciar su dolor sin tapujos, sin vueltas, sin la anestesia de la negación. La
valentía tic este acto va a producir sufrimiento, sin lugar a dudas, pero va posibilitar un renacer.
Ahí está el texto en su descarnada desnudez. Por su intermedio sabemos acerca de los hechos,
sabemos también acerca de la calidad que tienen esos hechos para quien los recuerda y la
atribución otorgada a estos: qué dice en relación con lo vivido y qué valor le da, qué piensa de
esos eventos y qué sentimientos y sensaciones se le despertaron como consecuencia. Lie aquí
donde se hace más claro el porqué del encadenamiento de acciones, de reacciones que
determinaron la historia del paciente, a posterior! de la muerte del ser querido. Historia que
hemos llamado la "historia oficial". Esa que se cuenta la persona para darle su propio significado y
explicación a lo traumático vivenciado, a lo inexplicable, a lo complejo de la realidad. Memoria y
testimonio constituyen una dupla inseparable. La voluntad de narrar los hechos requiere de la
memoria, como operación simbólica de registro y evocación. Pero también la memoria puede
tener una función reparadora: contar lo que pasó no es solo un modo de buscar un sentido para
las marcas inconcebibles; no es solo un modo de alejar los "fantasmas del retorno"; es también,
como nos muestra la experiencia, una manera de saldar la deuda simbólica con el muerto, con el
que ya no está. Según Bettelheim, la culpa es inherente a la enunciación del que sobrevive, de
manera que el testimonio y la memoria vienen a cumplir una función simbólica esencial: la
reparación.

La clínica nos acerca en lo cotidiano a situaciones subjetivas que evocan con fuerza los testimonios
de los sobrevivientes. Ahora bien, en mi opinión no es imprescindible que exista una historia de
muerte para hablar de este concepto. Solo es necesario que conscientemente o no, sienta que no
merece lo que tiene o lo que vive puesto que alguien valioso para él o ella no ha alcanzado un
bienestar similar.
Ejemplos de esto pueden ser los casos de padres sanos con hijos que no lo están; hijos ya adultos
con vidas más "ricas" con respecto a sus padres y/o hermanos, en cualquier sentido, quienes se
procuran su infelicidad; hijos que habiendo podido acceder a mejores condiciones de educación,
boicotean sus caminos de formación superior fracasando en sus desarrollos intelectuales,
académicos y/o profesionales, porque sus propios padres no han podido acceder a esos
"privilegios"; personas que habiéndose diferenciado de forma notable y positiva del resto de su
contexto más próximo —y que, como consecuencia, se han rescatado a sí mismas dando un salto
cualitativo ascendente en sus vidas— "caen", por desgracia, de manera inexplicable y abrupta
como desde un precipicio—, como volviendo al punto de origen del cual sienten (por
equivocación) que no merecían haber salido; otras que, habiendo "salvado" con ética sus bienes
frente a una debacle económica, no lo pueden disfrutar; etcétera.

Es decir, puede no haber muerte por debajo de la culpa del sobreviviente. Sin embargo, produce
efectos parecidos de estancamiento e involución. Con que alguien esté en peores condiciones que
olio aun estando vivo, y que ese otro sienta que no es digno de semejante "suerte y/o beneficio"
alcanza para que pueda surgirle la culpa del sobreviviente. Se ayuda a que este se dé cuenta de
que se es mucho más efectivo con el sufriente desde el propio bienestar. Si alguien está bien tiene
la posibilidad de ayudar al que no lo está; si uno, en cambio, está tan mal como el que sufre —por
el mecanismo ele identificación con él es difícil que pueda sacar sus recursos a la luz, y ayudar lo
saludable es, desde esta perspectiva, solidarizarse y asistir al que sufre y/o a otros en condiciones
semejantes, representándolo en ve/, di- identificarse con él, convirtiéndose en una burda e
inservible copia del dolor de ese otro.

Rescribiendo las historias a la luz de los aspectos resilientes, se puede aniquilar, con esfuerzo,
deseo y efectividad, la culpa del sobreviviente posicionándose así en un mejor lugar en la vida: el
del renacer para ganarle a la adversidad, propia y/o ajena.

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