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Conexiones transnacionales
R�NESIS
F CATEDRA
UNIVERSITAT DE VALENCIA
Titulo original de la obra:
Transnational Connections. Culture, people, places
AGRADECIMIENTOS ..............................•.•..•.........................................•.•.•.. 9
l. CULTURA
II. PERsoNAS
Ill . LUGARES
11. El papel cultural de las ciudades mundiales . ... .... ........... ... ............ ... 205
12. Amsterdam: ventanas abiertas al mundo en Bijlmermeer............... 227
13. Estocolmo: doble mestizaje . . . .
... ..... ........................... ................... ..... 243
14. Sophiatown: una visión a distancia . ... . . .
........... ................ ............... .. 259
7
Agradecimientos
9
El capítulo 4 se presentó en la conferencia sobre «La modernidad
reconsiderada», organizada por el Collegium Sueco para Estudios Su
periores en Ciencias Sociales y Daedalus, en Friibergh Mansion, Sue
cia, 26-27 de mayo de 1 994.
La primera versión del capítulo 5 fue una ponencia presentada en
una conferencia sobre «La economía de los bienes comunes transna
cionales», organizada conjuntamente por la Universidad de Siena, el
Instituto Mundial para el Desarrollo de la Investigación Económica
(WIDER) y la Asociación Internacional de Economistas, celebrada en
Certosa di Pontignano, 25-27 de abril de 199 1 . Posteriormente, en
la conferencia sobre «Multiculturalismo. ¿Amenaza o ventaja?», en la
Universidad de Gotemburgo, 5-6 de marzo de 1 992, y en varias con
ferencias, en la Universidad Central Europea de Budapest, en la Uni
versidad de Tel Aviv, en la Universidad Ben Gurion del Negev, Beers
heva, y en la Escuela de la Administración Pública de los Países Bajos,
La Haya. Se publicó traducida al sueco en la edición bilingüe de las
ponencias presentadas en la conferencia Multiculturality: Watfare or
Weifare� edición preparada por Dora Kós-Dienes y Áke Sander (KIM
Repports, Universidad de Gotemburgo, 1992).
Una versión anterior del capítulo 6 se presentó en el Intercollegia
te Seminar sobre «Cultura, Historia e Identidad: el mestizaje como
proceso cultural», University College de Londres, en marzo de 1 992,
y posteriormente en la Universidad Judía de Jerusalén, la Universidad
de Haifa y la Escuela de Investigación en Ciencias Sociales de Amster
dam. Algunos fragmentos se presentaron en la reunión anual de la
Asociación Americana de Antropología, Chicago, 20-24 de noviem
bre de 1 99 1 , en una sesión sobre «Mestizaje sociocultural» organizada
por Christine Jourdan.
El capítulo 7 se presentó en la conferencia sobre «Definir lo nacio
nal», organizada por el Proyecto sobre los Procesos Culturales Naciona
les y Transnacionales, en Bjarsjolagard, Suecia, 26-28 de abril de 1 992, y
se publicó por primera vez en Ethos, vol. 58, págs. 337-39 1 , 1993.
El capítulo 8 se presentó en un ciclo de seminarios sobre «Comu
nidades globales-Familias globales», en la Escuela de Estudios Orien
tales y Africanos, Londres, en octubre de 1 993.
La primera versión del capítulo 9 se presentó en la 1 Conferencia
Internacional sobre los Juegos Olímpicos y los Intercambios Cultura
les Este/Oeste y Norte/Sur en el Sistema Mundial, en Seúl, en agosto
de 1 987. Se ha publicado antes de la presente edición en Theory, Cultu
re and Society, vol. 7, págs. 237-25 1 , 1 990, y en Global Culture, en edición
de Mike Featherstone (Londres, Sage, 1 990).
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El capítulo 10 se presentó en la Conferencia de la Sociedad para
la Antropología Cultural sobre «La producción cultural durante el ca
pitalismo reciente», Chicago, 13-15 de mayo de 1 994.
El capítulo 1 1 se presentó en un simposio internacional sobre «La
Era de la Ciudad: la vida humana en el siglo XXI», en Osaka,Japón, en
marzo de 1990, y se publicó en Humanising the City ?, edición de An
thony Cohen y Katsuyoshi Fukui (Edinburgh University Press, 1 993).
El capítulo 12 se presentó bajo una versión ligeramente diferente,
en una conferencia abierta al público en el Centrum voor Gootstede
lijk Onderzoek, de la Universidad de Amsterdam -donde yo partici
paba como catedrático invitado en un programa patrocinado por la
ciudad de Amsterdam-, el 12 de noviembre de 1 99 1 . GCO lo publi
có, junto con otra conferencia mía, en forma de opúsculo y bajo el tí
tulo Culture, Cities and the World (1 992). Posteriormente se incluyó en
el libro Understanding Amsterdam, edición de Léon Deben, Willem
Heinemeijer y Dick van der Vaart (Amsterdam, Het Spinhuis, 1 993).
El capítulo 13 se presentó en una conferencia sobre «La organi
zación de la diversidad: Botkyrka, Suecia, como un escenario multi
cultural», 13- 1 6 de junio de 1 990, y se publicó en To make the World
Saje far Diversity, edición de Áke Daun, Billy Ehn y Barbro Klein
(Botkyrka, Swedish Immigration Institute and Museum, 1 992).
Escribí el capítulo 14 para la conferencia sobre «Símbolos del cam
bio: cultura transregional y prácticas locales en África del Sur», que
tuvo lugar en Berlín, 7- 10 de enero de 1 993 ; y se publicó en el journal.
ofSouthern South Afiican Studies, vol. 20, págs. 1 8 1- 1 93, 1 994 (publica
do por Carfax Publishing Company, Abingdon, Oxfordshire). Tam
bién fue el tema de una conferencia en la Universidad de Lancaster.
Tengo que agradecer los comentarios y sugerencias que recibí con
motivo de las presentaciones anteriores. Agradezco a los editores de las
versiones anteriores que me hayan permitido reunirlos en este libro.
He revisado los capítulos que ya habían sido publicados con el fin
de poderlos integrar en esta publicación. He actualizado las notas para
reflejar publicaciones recientes de relevancia. Por otra parte, he apro
vechado las notas para responder a algunos comentarios sobre las ver
siones anteriores de estos textos.
Una vez más, quiero agradecer a Helena Wulff, mi esposa y cole
ga, su incansable y múltiple apoyo.
UlfHannerz
11
Introducción.
1.
Kung Fu en Nigeria,fatwa en Manhattan
13
en los múltiples quehaceres que impone una casa propia. (Después de
un día agotador, podía entrar en el comedor, pedir un té y la encarga
da, una mujer joven, se acercaba con una inclinación para preguntar
me: «¿Café o Tetley?» Además, como era la única persona que tenía
máquina de escribir, les ayudaba a mecanografiar el menú.) La estan
cia allí también me ayudó a captar la movilidad, tanto fisica como
mental, de la vida urbana contemporánea de los nigerianos, las metas
que tenía la gente de la ciudad que iba allí a comer y que se enzarza
ba en acaloradas discusiones, y los puntos de referencia con que los vi
sitantes enjuiciaban Kafanchan. Un día, un comerciante de una ciu
dad más importante que no encontraba taxis que circulasen por las ca
lles polvorientas y enfangadas de Kafanchan, me preguntó qué
propondría yo para solucionar el transporte local. Haciendo broma, le
sugerí que se acercara al gran árbol que había en la calle Danhaya y
comprobara si alguno de los tiradores de carretillas que a su sombra
descansaban, estaba dispuesto a llevarle. Primero me miró horroriza
do y luego se echó a reír.
El dueño de Rosy Guest Inn, un emigrante del sur, no vivía en Ka
fanchan pero venía cada semana, montado en una motocicleta que
echaba humo, desde una ciudad más importante que estaba a cierta
distancia. En esa ciudad había otro Rosy Guest Inn, y un tercero en la
ciudad universitaria que se encontraba un poco más al norte. Además,
regentaba dos papelerías; una de ellas en Kafanchan, donde yo solía
comprar la prensa. Prefería que los empleados fueran parientes suyos,
aunque en Kafanchan hacía una excepción con el cocinero; en este
caso prefería que fuera un hombre de Calabar, una población en la
costa sureste de Nigeria. Desde los primeros tiempos de la época colo
nial, los cocineros de Calabar tenían fama de ser los mejores profesio
nales de Nigeria (aunque tal vez el de Kafanchan no hacía honor a su
fama).
Todavía conservo la foto que el dueño de Rosy Guest Inn nos sacó
al cocinero y a mí la víspera de una de mis partidas; y también su tar
jeta, muy elegante, con un acabado como si fuera madera, con la di
rección de todas sus empresas y la de su domicilio, una casa que com
partía con su esposa y doce hijos. También fue en Rosy Guest Inn
donde conocí a Ben, un joven electricista que trabajaba allí cuando la
electricidad empezó a llegar a Kafanchan y a muchas poblaciones de
segundo orden -eran las épocas prósperas de Nigeria, cuando descu
brieron que había petróleo.
Ben (su padre había sido uno de los primeros del lugar que había
abandonado el cultivo de la tierra y se había convertido en pequeño
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comerciante) resultó ser una persona de grandes cualidades y condi
ciones. De modo que cuando el tendido eléctrico quedó prácticamen·
te instalado, empezó a trabajar conmigo desempeñando todo tipo de
tareas propias de un ayudante de antropólogo -guía, consejero, intér
prete, mediador, etc. Le gustaba conversar, danzar al estilo Kung Fu en
las cervecerías de Kafanchan, quejarse por tener que hincar la rodilla
en el duro cemento de alguna de las iglesuelas que visitábamos, hacer
preguntas -mucho más atrevidas que las que yo hubiera podido ha
cer- a los empresarios del lugar, y hacerme innumerables preguntas
acerca de otras ciudades, de otros países. Por eso no me sorprendió
que me preguntara si podía quedarse el periódico después de que yo
lo hubiera leído; aunque luego tuve una pequeña decepción, porque
descubrí que se iba directo al mercado para vendérselo a los tenderos
que lo utilizaban para envolver pescado seco.
Otra anécdota de los años setenta. Uno de los hermanos mayores
de Ben era oficial del ejército y a su primogénito le llamó Gagarin en
recuerdo del astronauta soviético. Ben quiso superar a su hermano y
cuando nació su primer hijo, le llamó Lenin. Poco después, cuando
yo estaba allí, Ben descubrió que los estudiantes de una escuela de ma·
gisterio que había a las afueras de Kafanchan (donde a veces trabajaba
como electricista) no tenían donde poder comprar jabón, bocadillos,
cerillas y otras pequeñas cosas. De modo que se le ocurrió establecer
una tienda que, como padre orgulloso, giraría bajo el nombre de su
hijo: «Supermercado Lenin.» Esto, que ocurría más de diez años antes
de la defunción del socialismo estatal en la Unión Soviética, parece
ahora una premonición notable.
Otra escena urbana unos diez años después. Una mañana de in
vierno en Nueva York. Hago cola en una acera de la parte baja de
Broadway, con la esperanza, como tantos otros, de poder entrar en
un acto público en el que participarán varios escritores americanos
de renombre para manifestar su apoyo a Salman Rushdie. Acaba de
publicarse Los versos satánicos y el ayatollah Jomeini ha lanzado una
fatwa.
Había demasiada gente que esperaba bajo los paraguas, de modo
que la mayoría (incluido yo) no pudimos entrar en la sala. Como
contrapartida, fuimos testigos, o participamos, en lo que ocurría fue
ra. A un lado de Broadway estaba la gente que quería entrar en el mi
tin, gente de clase media americana con estudios, que gritaba «iLiber·
tad de expresión! iLibertad de expresión!», o incluso «Fuera Hezbo
lah». (Una mujer que pasaba por allí comentó que aquello era como
el 68.) En la acera de enfrente había una concentración de inmigran·
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tes musulmanes, con sus propias pancartas y coreando sus propias
consignas. Una de ellas decía: «El islam promueve el diálogo.» Y allí
estábamos, el este y el oeste, o el norte y el sur si se prefiere, en lados
opuestos de Broadway, lanzándonos frases unos contra otros.
La tercera escena se sitúa en un pueblecito al sur de Suecia, donde
suelo pasar el verano. Mi bisabuelo compró una casita en aquel lugar
cuando se dio cuenta que ninguno de sus hijos se ocuparía de la gran
ja familiar situada a pocos kilómetros de distancia. Mi abuelo fue un
capitán de la marina y dos hermanos suyos emigraron a América. Las
dos hermanas solteras se quedaron en la casa familiar cuando murie
ron sus padres, y escribían a los parientes de la ciudad comentándoles
los cambios del jardín con las sucesivas estaciones del año, las costum
bres de los erizos y la llegada y la partida de las aves migratorias.
El pueblo ha cambiado con el paso de los años. La mayoría de los
habitantes se dedicaba a la artesanía y a las labores del campo. Ahora,
la mayoría (o mejor dicho, sus sucesores) se trasladan a las ciudades
próximas. Durante un tiempo la casa de al lado perteneció a un famo
so ladrón de bancos que había empezado una nueva vida; no le era
muy fácil, porque la gente todavía recordaba las épocas en que salía en
la televisión de muchos países con un grupo de empleados de banco
aterrorizados a los que tenía como rehenes. Una pareja de granjeros
jubilados vive en esa casa desde que él se marchó. La mujer, que habla
el dialecto local con un acento casi imperceptible, era hija de un prós
pero terrateniente del este de Prusia, creció entre las dos guerras mun
diales y se hizo adulta en un país nuevo justo cuando la antigua for
ma de vida había quedado destruida para siempre.
Dos o tres casas más allá vivía una estrella del hockey sobre hielo,
aunque fue por poco tiempo. Hasta allí le trajo un rico empresario lo
cal (no residía en el pueblo) que quería promocionar un equipo de
una ciudad cercana. Pero poco después, un equipo canadiense impor
tante -un equipo de la Liga Nacional de Hockey Norteamericano-
compró al jugador de hockey, y no se le ha vuelto a ver desde enton
ces. Los del pueblo todavía hablan de su mal genio. La antigua frute
ría del pueblo es ahora una galería de arte, y la mujer que la dirige da
clases de comunicación intercultural en un centro de enseñanza para
adultos de la ciudad. Aparte de la señora de Prusia Oriental, hay muy
poca gente oriunda de otros países que, de alguna forma, haya llega
do hasta el pueblo. (En la ciudad más próxima parece que hay unos
cuantos vietnamitas que llevan una vida tranquila.) Pero a medida que
se aproximan las elecciones, tanto ellos como sus vecinos se encuen
tran en el buzón propaganda electoral de un grupo de derechas con
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sede en una ciudad unos treinta kilómetros al sur; los folletos afirman
que Suecia, un estado de bienestar y unfo/Rhem, «hogar del pueblo»,
se ha convertido en pocas décadas en un «infierno multicultural».
UN ECúMENE GLOBAL
17
Al menos durante los años que llevo en este campo, la antropolo
gía ha sufrido el proceso de ser «repensada», «reinventada», «recaptu
rada». Algunos dicen que es porque está en crisis, aunque tal vez esto
no sea sino un signo de vitalidad y un proceso de adaptación continua
a la realidad cambiante (y también a las luchas generacionales y a las
presiones del mercado académico). En cualquier caso, el deseo de tra
bajar nuevas interpretaciones que nos permitan entender la cohesión
del mundo y las conexiones transnacionales que afectan a la organiza
ción de los significados y las acciones -y sobreponemos al asombro
que nos producen las nuevas mezclas y combinaciones- es una ten
dencia clara y cada vez más importante en la antropología cambiante
de nuestros días, entendida como empresa intelectual y como oficio.
Cuando a principios de los años sesenta entré en el campo de la an
tropología, era esta una disciplina universitaria que te permitía (o qui
zás más exactamente, te forzaba a) tener un interés por continentes
exóticos como África; se suponía que si te mantenías en tu línea duran
te un tiempo suficiente, acabarías en un pueblo lejano de otro conti
nente tratando de dar sentido a una parcela de la vida de aquel lugar.
El mundo, al menos para los antropólogos, parecía estar hecho de in
numerables entidades delimitadas, más o menos locales; una especie
de mosaico global.
A continuación, la antropología pasó por un periodo de inspec
ción minuciosa y crítica, desde dentro y desde fuera, como fruto del
colonialismo. La idea de una disciplina independiente para el estudio
de «otras culturas» ---Occidente observando al resto- resultaba cada
vez más dudosa, tanto desde el punto de vista moral como del intelec
tual. (Como consecuencia, este libro no hace hincapié especi� en «el
no.) Cada vez había más investigadores que hacían «antropolo ' en
casa», una noción bastante elástica. Pero, incluso entonces, se m
�
resto», aparte de que pueda mostrar cierta predilección por lo�frica
-
vo la premisa del mosaico a pequeña escala, anclado en las unidad s
culturales y sociales del territorio.
Cuando fui a Kafanchan pensaba hacer un estudio local, un expe
rimento en antropología urbana, un estudio de una ciudad que en
conjunto era heterogénea e internamente compleja. Sin duda, esto ya
era dar un paso fuera de las tradiciones de la antropología. La gente de
la ciudad, emigrantes de todos los rincones de Nigeria, pertenecían a
grupos étnicos sobre los que se habían escrito monografías clásicas
-Ibo, Hausa, Yoruba, Tiv, Nupe. Y la etnicidad, el «tribalismo», era,
no hay duda, uno de los principios cotidianos de la organización so
cial en la vida de la ciudad. Con todo, no puede decirse que no fuera
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una cuestión polémica. En el libro registro de Rosy Guest Inn -don
de los huéspedes debían anotar su nombre, ocupación, dirección y
también su tribu-, un huésped indignado escribió una protesta en
cendida contra el apartado de la tribu. Esto, decía, no cabía en una Ni
geria unificada; era una costumbre retrógrada y debía abolirse inme
diatamente. Sospecho que el propietario no había hecho más que co
piar el libro registro del hotel estatal de mayor prestigio a las afueras
de Kafanchan.
La disputa entre la dirección y el ilustrado huésped de Rosy
Guest Inn nos recuerda que Nigeria es uno de los muchos lugares
donde se percibe que la amenaza a lo nacional proviene principal
mente de niveles inferiores, de lealtades sectoriales que son más bien
locales. Con todo, allí estaba la idea de lo nacional, en un país que
a finales del siglo pasado no existía ni como entidad independiente
ni como entidad dependiente pero coherente. Era una concepción
importada desde fuera que en parte -y en una parte significativa
convertía a Nigeria en una organización artificiosa dentro de los
procesos de integración en el mundo.
A medida que avanzaba en mis estudios urbanos, la naturaleza de
la cultura contemporánea de Nigeria --entendida en una escala am
plia- me preocupó cada vez más: (cómo se puede entender, y descri
bir, una cultura modelada por la interacción intensa, continua y a
gran escala entre lo indígena y lo que viene de fuera?, ¿qué herramien
tas necesitamos para captar lo que puede pensarse como una nueva ci
vilización? Más allá de estas cuestiones, había otra de mayor alcance:
¿en qué tipo de interconexión global puede ocupar un lugar Kafan
chan -una ciudad que ha crecido alrededor de un centro de comuni
caciones ferroviarias de la era colonial, con habitantes como Ben y su
hijo Lenin?
Lo que viene a continuación no son más que intentos para encon
trar una respuesta; incluso cuando nos parezca que estamos muy lejos
de Kafanchan, porque la pregunta será poco más o menos la misma
tanto si estamos en Broadway, como en el pueblecito de Suecia, como
en cualquier otro lugar.
En esta introducción quiero establecer algunas cuestiones genera
les y hablar de la organización de los capítulos. En primer lugar, algu
nos comentarios acerca del vocabulario. Este libro, siguiendo la
moda, trata obviamente de la «globalización» -una palabra clave ac
tualmente y, como tal, un término controvertido. Es de esperar que la
palabra «globalización» despierte en estos momentos entusiasmo o re
chazo. Al parecer, está revestida de un halo positivo para los periodis-
19
tas y los asesores empresariales de nuestros días -un término suscep·
tibie de ser noticia y con muchas posibilidades. Por otra parte, y en el
sentido de «imperialismo cultural», tiene una connotación negativa; y
si hablamos de lo «global» frente a lo «local», se supone que hemos de
tomar partido.
A mi modo de ver, la interconexión cultural en el mundo actual
es demasiado complicada y diversa para que pueda ser ensalzada o
condenada como un todo. Los diversos aspectos que comporta pue
den despertar respuestas diversas -a veces un análisis independiente,
a veces un sentimiento de pasmo ante los caminos intrincados, no
siempre una premura para establecer un juicio moral. Este libro no
pretende ser un himno a la globalización ni tampoco el término
opuesto.
Me incomoda también, en cierto modo, el uso más bien prodigio
so que se ha hecho del término globalización para describir cualquier
proceso o relación que de alguna forma atraviesa los límites de un es·
tado. Es evidente que la mayoria de estos procesos y relaciones no se
extienden a lo largo y ancho del mundo. El término «transnacional»
es en cierto modo más humilde y a menudo más adecuado para fenó
menos que pueden tener una escala y distribución variables, incluso
cuando tienen como característica común el que no ocurran dentro
de un estado2• Otra explicación clara de lo anterior es que estas cone·
xiones no son «internacionales», en el sentido estricto de implicar a di
versas naciones --en realidad, estados- en tanto que actores. En el
escenario transnacional actual, los actores pueden ser individuos, gru·
pos, movimientos, empresas, y en gran medida es esta diversidad de
organizaciones la que hemos de tener en cuenta3• (Al mismo tiempo,
la tendencia del término «transnacional» a llamar la atención sob fF lo
que niega --es decir, que lo nacional continúa siendo significativ�
desvela cierta ironía.)
Sin embargo, algunas cosas pueden ser más verdaderamente glo
bales en sí mismas, y las conexiones transnacionales, como conjun·
to intrincado de relaciones, contribuyen a la interconexión total.
¿Cuál es el término que puede captar esta cualidad de la entidad
2 Con todo, hay que darse cuenta de que este término tiene una cierta ambigüedad.
La exposición de Verdery ( 1994) es muy ilustrativa.
3 En otra ocasión lo he expresado de esta forma: «hay un cúmulo de microestruc
turas [... ) aplicadas a una parte bastante analizable del nuevo paisaje social dentro del
ecúmene global» (Hannerz, 1992 a, pág. 48). En las ciencias políticas, Rosenau ( 1990)
sugiere el término «postintemacional» al desarrollar un punto de vista similar.
20
como un todo? Si bien la imagen del mundo como un mosaico pa
rece ahora cuestionable --demasiados límites y estabilidad-, puede
que se nos ocurran en cambio otras metáforas. A mediados de los se
senta, Marshall McLuhan (v.g., 1 964, pág. 93), al reescribir de mane
ra estimulante y provocativa la historia mundial de la cultura (pasa
da, presente, futura) desde el punto de vista de los medios de comu
nicación, sugirió la existencia de la «aldea global». Este término se ha
fijado en la conciencia del público en general con mayor fuerza que
cualquiera de las propuestas de más hondo alcance planteadas por
McLuhan. (Por ejemplo, la reina de Inglaterra utilizó recientemente
esta expresión en un discurso de Navidad dirigido a los ciudadanos
británicos. Sería dificil imaginarlo en boca de alguno de sus antece
sores, en las épocas en que el sol no se ponía en el Imperio y los co
lores británicos aparecían en gran parte del mapamundi.) Sin embar
go, la «aldea global» es en cierto modo un concepto engañoso. Su
giere no sólo interconexión sino, además, y probablemente para
muchos de nosotros, un sentido de mayor unión y solidaridad, de
proximidad y reciprocidad en las relaciones, un idilio a gran escala.
El mundo no es así.
Prefiero otro término sacado de la antropología del pasado. (A ve
ces puede que no sea «reinventar» lo que necesitemos, sino -para
empezar, al menos- un sencillo «recordar» o «desenterrar», en la me
dida en que las generaciones anteriores nos han dejado ciertos traba
jos valiosos aunque incompletos.) A mediados de este siglo, un grupo
de antropólogos de primera fila, tales como Alfred Kroeber y Robert
Redfield, estaban elaborando por distintos caminos una especie de
macroantropología que se ocupaba especialmente del concepto de ci
vilización. En 1 945, Kroeber dio una conferencia en el Royal Anthro
pological Institute de Londres, dentro del Huxley Memorial, y en ella
habló del «ecumene» (oikoumene) de los antiguos griegos. El ecúmene,
el mundo habitado tal como entonces lo entendían los griegos, se ex
tendía desde Gibraltar hacia India y China, un país del que tenían una
idea poco precisa. Actualmente, la unidad equivalente es a la vez más
amplia, en el sentido que abarca más espacio, y más pequeña, en el
sentido más bien metafórico de conexión y de accesibilidad. Sin em
bargo, tal como exponía Kroeber (1945, pág. 9), el ecúmene «no es
más que una manera conveniente de designar un entramado de he
chos y productos que son significativos tanto para el historiador de la
cultura como para el antropólogo teórico». De modo que el ecúmene
global es el término que yo -y también otros- elijo para aludir a la
interconexión en el mundo, a través de interacciones, intercambios y
21
desarrollos derivados, que afectan no poco a la organización de la cul
tura 4. Por tanto, es en este ecúmene global donde Ben hace Kung Fu
en Kafanchan, donde una fatwa de Teherán se convierte en una con
signa que se corea en voz alta en las calles de Manhattan, y donde una
persona de un pueblo al sur de Suecia resulta ser un profesor de co
municación intercultural.
4 Cfr. Restivo (1991, págs. 177 y ss.), Hodgson (1993, págs. 247 y ss.), Wax (1993)
y Patterson (1994). En el contexto de la historia cultural de A.frica, Kopytoff(l987, pá
gina 10) define sucintamente un ecúmene como «una región donde hay una interac
ción y un intercambio cultural persistentes», y parece que esta definición también es útil
a escala global. Tal vez tenga que añadir que cuando empecé a pensar, a hablar y a es
cribir acerca de estos temas partiendo del punto de vista del «sistema mundial», descu
brí que esta expresión estaba demasiado vinculada a los supuestos teóricos divulgados a
través de la obra de lmmanuel Wallerstein (v.g., 1974, 1991); aunque reconozco que ob
viamente su influencia ha despertado y estimulado mi interés, igual que el de otros mu
chos, para dar un giro global en las ciencias sociales. Cabía el riesgo de que al utilizar
esa expresión pudiéramos caer en debates más bien poco productivos acerca de los sis
temas que organizan el mundo. Pero una vez más, puede que estemos en un momen
to en que una idea que sensibiliza y que no tiene tanto bagaje acumulado nos preste
una buena ayuda para continuar investigando.
5 He desarrollado esta idea ampliamente en un libro anterior, Cultural Complexity
(Hannerz, 1992 b).
6 En cuanto a otras contribuciones a esta conversación, véase por ejemplo Appadu
rai (1990, 1991, 1993), Friedman (1994) y varios artículos en dos números monográfi
cos de la revista Cultural Anthropology, edición a cargo de Ferguson y Gupta (1992) y de
Harding y Myers (1994), respectivamente.
22
denamiento cultural emergente, ¿qué ayuda nos prestan nuestras con
jeturas ocultas, nuestras intrincadas figuras de pensamiento, nuestras
metáforas preferidas?, ¿y desde qué lugares estratégicos las observa
mos? Una vez más, se hace hincapié en la elaboración, en dar ejem
plos, de un punto de vista, de una conceptualización, no en presentar
hechos nuevos o sobre los que se ha investigado más a fondo. Las
pruebas etnográficas son a menudo anecdóticas (como suele ocurrir
en las discusiones en tomo a la globalización), un poco como a boleo :
ahora Kafanchan, luego Broadway. Y, con todo, espero que contribu
ya a la organización de la diversidad en su conjunto. Permítanme aña
dir que «organización», y la segunda palabra del título, «conexiones»,
tienen aquí un peso específico. Siguiendo la tradición de la antropo
logía social, trato de enfocar la coherencia del mundo desde el punto
de vista de las interacciones, las relaciones y los sistemas de redes.
Los capítulos se agrupan bajo tres grandes apartados: cultura, per
sonas, lugares. Q!ieda claro que estos temas no pueden delimitarse fá
cilmente y en la práctica tienden a entremezclarse a lo largo de este
libro. Con todo, en cada apartado puede detectarse la importancia de
un aspecto sobre los demás.
A lo largo de estas páginas, la cultura es una preocupación cons
tante y envolvente. Obviamente hay muchos conceptos de cultura, y
ni siquiera el de la antropología está libre de fisuras. Considero que
hay por lo menos tres líneas que la antropología ha tratado de combi
nar y que, por lo general, se supone que conviven armoniosamente.
La primera es que la cultura se aprende, se adquiere en la vida so
cial -utilizando el lenguaje informático, es el software que se necesita
para programar el hardware que nos es dado biológicamente. La segun
da es que está integrada de alguna manera, formando un conjunto
bien encajado. La tercera es que nos llega empaquetada de formas di
versas, diferentes según el colectivo humano, y que como regla gene
ral estos colectivos pertenecen a un territorio.
El segundo de estos supuestos --que la cultura está altamente in
tegrada y que ha de captarse como «un todo>>-- tiene una honda rai
gambre, y desde hace muchos años, en el mundo de la antropología.
Alcanzó su zenit con la obra Patterns o/Culture (1 934) de Ruth Bene
dict, una obra que probablemente continúa siendo un clásico de siem
pre dentro de esta disciplina. No obstante, durante la década de los se
senta y de los setenta, algunos destacados pensadores de la antropolo
gía de la época -Frederik Barth (1 966, págs. 12 y ss.), Clifford Geertz
( 1 973, págs. 404 y ss.), Victor Tumer (1 977}-- empezaron a manifestar
sus dudas, aunque siguiendo líneas diferentes. «Bueno, es una cues-
23
tión de graduación ... »; «Demasiada integración tal vez no sea una cosa
tan buena ... »; «En cualquier caso, debiera ser objeto de investigación».
Desde entonces, la idea no ha sido exactamente la misma; y desde lue
go no lo ha sido en la época postmodema7• Sin duda, hay algo de
todo esto; pero cuando observamos vidas que incluyen un conjunto
notable de contradicciones, ambigüedades, malentendidos y conflic
tos, intuimos que lograr que las cosas encajen nos exige como míni
mo un esfuerzo de trabajo.
El tercer supuesto -el de las culturas, en plural, entendidas como
paquetes de significados y de formas significativas, distintivos de una
colectividad y de un territorio- es el más afectado por la creciente in
terconexión espacial. A medida que las personas se desplazan con sus
significados y a medida que los significados encuentran formas de des
plazarse aunque las personas no se muevan, los territorios ya no pue
den ser realmente contenedores de una cultura. Incluso si aceptamos
que la cultura se adquiere y se organiza socialmente, suponer que se
distribuye de forma homogénea dentro de una colectividad se con
vierte en algo problemático cuando vemos las diferentes experiencias
y biografias de sus miembros.
Fundamentalmente, parece que lo que nos queda es el primero
de los tres supuestos iniciales, es decir, cultura como significados y
formas significativas a los que damos forma y que adquirimos a tra
vés de la vida social. Parece, pues, que esto es lo que define el campo
de análisis cultural8. En cuanto a los otros dos, mi propuesta es refor
mularlos como núcleo problemático de nuestro pensamiento sobre
la cultura, de sus variaciones y de sus cambios históricos. Cómo y
hasta qué punto las personas organizan la cultura dentro de un pa
trón coherente a medida que van viviendo. De qué manera, a medi
da que se implican personalmente en la interconexión del mundo, la
cultura pasa a organizarse, a veces, de alguna manera, en unos paque
tes más o menos ordenados a los que llamamos «culturas», y en cam
bio bajo otras circunstancias adopta una forma de distribución dife
rente.
Kroeber, en su ponencia de 1 945 acerca del ecúmene defendía que:
7 Archer ( 1982, pág. 2 y ss.) relaciona lo que ella llama •el mito de la integración
cultural• con •la herencia antropológica•, pero no parece estar muy al corriente de las
nuevas tendencias de la antropología.
8 Podría discutirse que incluso esta idea requiere un seguimiento más estricto, en la
medida en que la ingeniería genética podría someter los hechos biológicos a un crecien
te y preciso control cultural; véase la nota 13 del capítulo 3.
24
mientras que una cultura, cualquiera que sea, puede y debe, en fun
ción de ciertos objetivos, ser objeto de análisis y consideración por
sí misma [ ... ] esa misma cultura es necesariamente y en cierto grado
una unidad que se segrega de forma artificial para mayor facilidad,
y, en última instancia, la unidad natural para los etnólogos es «la
cultura de toda la humanidad, en todas épocas y lugares».
(Kroeber, 1 945, pág. 9.)
25
en todas partes ... », se ocupa de los debates recientes en torno al pro
pio concepto de cultura. ¿ se trata sólo de una palabra que señala dife
rencias; y si es así, qué implicaciones tiene para los seres humanos que
viven juntos? ¿Q!ié relación hay entre las formas singulares y las plu
rales de este concepto? Hay un tema que surge una y otra vez y tam
bién lo hace aquí: el concepto cultura se utiliza cada vez más a medi
da que la humanidad habla de sí misma, ¿cuál es entonces la relación
entre el uso académico y los otros usos?
Evidentemente, cuando empezamos a considerar las cosas en tér
minos más globales, nos encontramos con otros conceptos clave, ade
más del de cultura, que tienden a salirse de su espacio habitual: mo
dernidad, comunidad, nación. El capítulo 4, «El ecúmene global
como un paisaje de la modernidad», parte de una visión teórica actual
de la modernidad, entendida como un tipo de civilización que se ex
pande por el mundo. Ilustra la falta de igualdad de este proceso de di
fusión, si bien sugiere que para descubrirlo hay que relativizar los lin
des de las entidades culturales y sociales. Además, el capítulo examina
la relación entre el concepto de modernidad y los supuestos de seme
janza, y la relación entre el concepto de cultura y los supuestos de di
ferencia.
El capítulo 5, «Siete argumentos para la diversidad», plantea para
qué sirven las diferencias culturales. En el ecúmene global, donde la
homogeneización cultural de largo alcance se imagina al menos como
un posible escenario para el futuro, ¿deberíamos contemplar alegre
mente la desaparición del «infierno multicultural», o bien el hecho de
mantener la variedad reportaría ventajas más o menos tangibles, y
para quién?
En estos tiempos «los productos puros están enloquecidos», sugirió
James Clifford, historiador intelectual y meta-antropólogo, en The Pre
dicament ofCulture (1 988). Desde hace un tiempo tanto a los antropólo
gos como a otros comentaristas de la actualidad les preocupan la «im
pureza», las mezclas: los equivalentes culturales de híbrido, pastiche o
mezcolanza. Aunque este tema aparece en muchos capítulos, es espe
cialmente el tema central del capítulo 6, «El regreso de Kokoschka». El
capítulo comienza enumerando algunas de las metáforas, procedentes
del arte, de la biología, del lenguaje, que utilizamos actualmente al des
cribir las culturas y los procesos culturales. Pero en gran parte, se ocu
pa de las cuestiones que me llamaron la atención en Kafanchan de ma
nera insistente: de qué manera podemos captar mejor el carácter de
esas culturas contemporáneas que se han formado totalmente a partir
de la conjunción de culturas históricamente separadas, bajo circunstan-
26
cias de desigualdad en estructuras centro-periferia. Lo que defiendo es
que la comprensión del mestizaje a partir de la sociolingüística nos lle
va mucho más allá que cualquier otra de las metáforas en uso, pero
también que hemos de examinar detenidamente la interacción entre el
estado, el mercado y las formas de vida para comprender cómo llega a
cobrar vida un continuum cultural internamente variado.
La segunda parte, «Personas», en cierto modo desplaza la impor
tancia hacia la dimensión social. Esta parte se ocupa de colectivida
des y categorías. El capítulo 7, «rnl declive final de la nación?», trata
de la relación entre la identificación nacional y la experiencia de la
vida, y apunta que para un número creciente de personas, de muy di
versa condición -algunos empresarios, alguna gente de la calle- la
nación ya no es exactamente lo mismo que era en tanto que conti
nente de actividades y relaciones significativas. El capítulo 8, «Un
Papa polaco entre los mayas ... », examina conceptos de comunidad y
se apoya en una nueva visión de la diversidad de relaciones sociales,
para abogar por una mayor amplitud en los enfoques etnográficos
del manejo de significados, tanto a pequeña como a gran escala, en
contextos transnacionales. En el capítulo 9, «Cosmopolitas y locales
en la cultura mundial», trato de desplazar un contraste clásico hacia
un marco global, concentrándome en el retrato de un cosmopolita
que ve la experiencia de la diversidad cultural como un valor en sí
mismo. El capítulo 10, «Problemas en la aldea global... », el último ca
pítulo de esta segunda parte, explora la cultura de trabajo de los co
rresponsales extranjeros (comparándola con la de los antropólogos) y
el papel que desempeñan al describir e interpretar el mundo para el
público en general.
Los antropólogos encuentran que es bueno pensar con los lugares
y las personas. Una de las principales figuras de la antropología poste·
rior a la 11 Guerra Mundial, sir Edmund Leach, en su libro Rethinking
Anthropology (196 1 , pág. 1), al hablar de algunos destacados colegas bri
tánicos y de algunos etnógrafos clásicos, comentaba que «para Firth, el
hombre primitivo es un habitante de Tikopia; para Fortes, es un ciuda
dano de Ghana». Puede que esto sacuda ahora nuestra sensibilidad, en
más de un sentido; pero tal como sugería al principio de este capítulo,
la cuestión es que ciertas experiencias y encuentros específicos pueden
llevamos hacia perspectivas y orientaciones bastante más generales.
Una característica manifiesta del ecúmene global contemporáneo
es que no existe el Otro como realmente distante, no hay «Hombre
Primitivo», entre las personas con las que me gustó pensar, sino más
bien una mezcla y un continuum de compromisos directos y negocia-
27
dos de diversa índole. La gente de Kafanchan, por ejemplo, me ha in
fluido de forma individual y colectiva, aunque en gran medida sin
proponérselo, en ciertas formas de pensar el mundo y el mestizaje. En
las páginas que siguen cito con frecuencia a determinadas personas a
las que nunca conocí personalmente, pero que personifican tipos de
introspección o de predilección intelectual. Alfred Kroeber, pues, y
Robert Redfield representan para mí las aspiraciones anteriores de la
antropología que daban una importancia primordial a la cultura, y los
piencionaré a veces como figuras ancestrales de mi elección (ese tipo
<!e figuras que a veces veneramos, de tarde en tarde defenestramos y
otras veces simplemente ignoramos). Marshall McLuhan, con inde
pendencia de todo lo que se pueda decir de él, se ha ganado un lugar
permanente en la historia de las ideas del siglo xx, tanto porque hizo
prestar atención a la creciente interconexión global como porque in
sistió en que reflexionáramos acerca de las implicaciones culturales es·
pecíficas de los diferentes medios de comunicación.
Se podria pensar que entre las personas que acabo de mencionar,
los nigerianos son, siguiendo el estilo antiguo, los que están en el lado
de la etnografia -mis Tikopianos-, mientras que los otros son los re
presentantes del mundo de la teoria. Pero entonces, a modo de puen·
te entre las dos laderas de un valle, surge Salman Rushdie, a la vez un
comentarista del ecumene global por derecho propio y, a través del
«asunto Rushdie», una persona clave en un drama etnográfico global
y ejemplar, con sus propias interpretaciones y comentarios; lo que en
conjunto viene a ser un comentario acerca de lo que son y dónde es·
tán los lugares actualmente.
De modo que allí estábamos en Broadway, gritando (o escuchan
do lo que otros gritaban), y con una sensación cada vez mayor -de
bido sobre todo a la intensa cobertura que habían dado los medios
de comunicación- de que aquello era un acontecimiento de Nueva
York. En cierto modo lo era. La polémica se centraba en la responsa·
bilidad de los libreros como guardianes de la libertad de expresión;
las grandes cadenas de tiendas con miras expansionistas, preocupadas
ante el riesgo de represalias violentas, habían dejado de vender el li
bro. Un comentarista llamó la atención sobre la ley del más fuerte
que imperaba entre las celebridades literarias locales: a quién invita·
han (o no) a participar en los actos de solidaridad o a una entrevista
en la televisión.
Durante aproximadamente medio año, «el asunto Rushdie» pare
cía estar en todas partes y en ningún lugar en especial. Los versos satá
nicos se publicó primero en Gran Bretaña, la India fue el primer país
28
que lo prohibió, y en Pakistán provocó disturbios. Fue Irán quien lan·
zó lafatwa. Wole Soyinka, nigeriano y Premio Nobel, fue amenazado
de muerte por manifestar su solidaridad con Rushdie. En Suecia se
creó un conflicto abierto dentro de la Academia porque sus miembros
discrepaban en cuanto a la manera de afrontar este asunto, ya fuera
como escritores ya fuera como funcionarios públicos. En Italia se
puso vigilancia ante la tumba de Dante, pues se decía que en su épo·
ca había hecho declaraciones contra el islam. Por otra parte, cuando la
situación estaba más candente, se produjo un vacío porque el propio
Rushdie desapareció del mundo y se sumergió en las catacumbas.
Este primer acontecimiento literario global indica entonces, en
palabras de Roland Robertson (1 992, pág. 6), «la compresión del
mundo en un único lugar». El Tercer Mundo está en el Primero y
el Primero en el Tercero; el Norte está en el Sur y el Sur en el Norte; el
centro está en la periferia y la periferia en el centro.
Por lo que respecta a lugares más normales y circunscritos en un
territorio, las personas y la cultura, ahora más que antes, se niegan a
quedarse en su sitio sin moverse y las relaciones a larga distancia tie·
nen un papel importante. Esto es verdad hasta cierto punto en el pue·
blo al sur de Suecia; y las idas y venidas son aún más notables en la
ciudad de Nigeria. Rosy Guest lnn no es exactamente una situación
«típica», ya que un hotel tiene que ser un lugar de paso. Sin embargo,
la llegada del ferrocarril fue el motor del desarrollo de Kafanchan, y
continúa siendo una ciudad donde hay pocas personas que tengan raí·
ces hondas.
Los lugares a los que dedico especial atención en la tercera parte
de este libro destacan por la interacción entre lo local y la intercone·
xión del ecúmene global. Los cuatro capítulos tratan de ciudades.
A lo largo de los años -y ahora vuelvo a lo autobiográfico- he
pasado, en cierto modo, de ser un antropólogo de lo urbano a ser un
antropólogo de la vida transnacional9• Con todo, el cambio es más
bien de enfoque que de lugar, ya que las ciudades tienen un papel irn·
portante en la regulación de las conexiones transnacionales y, por lo
tanto, tienen que ser observatorios de primera para el estudio de esta
«cultura de toda la humanidad» y de cómo se agrupa para formar un
todo.
El capítulo 1 1 , «El papel cultural de las ciudades mundiales», in·
tenta hacer un esbozo de cómo un número reducido de ciudades se
29
convierten en centros del ecúmene global por medio de las distintas
categorías de personas que allí confluyen y comparten como caracte
rística común los lazos transnacionales. El papel cultural de estas ciu
dades se ve como el resultado de la combinación de procesos locales
y procesos de larga distancia. El capítulo 12, «Amsterdam: ventanas
abiertas al mundo», es un esbozo breve, impresionista, una especie de
postal enviada por un etnógrafo desde una ciudad cuyo centro de in
sistente atención es la continuidad histórica de la interconexión. Lo
que Amsterdam es hoy día, quiénes y cómo viven allí, depende de lo
que la ciudad ha sido: un centro comercial y del imperio, un paraíso
de tolerancia.
En el capítulo 13, «Estocolmo: doble mestizaje», me centro en la
ciudad donde vivo; describo cómo se engrana, por una parte, con los
impulsos procedentes de los centros del mundo y, por otra, con la pre
sencia local de inmigrantes de otros países y continentes; y sostengo
que estos engranajes penetran unos en otros, por medio de los mode
los importados para la interpretación y el manejo de la diversidad. Por
último, en el capítulo 14, «Sophiatown: una visión a distancia», hay
una valoración de un legendario suburbio sudafricano que vive y
muere bajo el apartheid, y que, no obstante, apunta hacia el surgimien
to de una cultura mixta, nueva y vital, con su propio impacto sobre el
mundo.
Es bueno, pues, pensar con las ciudades, a la vez que tratamos
de captar las redes de relaciones que organizan el ecumene global de
nuestros días. Son lugares donde lo que ocurre internamente es espe
cialmente intrincado, y al mismo tiempo se vuelcan al ancho mundo
y entre ellas mismas. Aun así, las conexiones transnacionales no son
únicamente realidades de la vida de la ciudad; y el paso siguiente es
que nos encontramos, por un momento, en otra aldea.
30
l Cultura
2. Lo local y lo global :
continuidad y cambio
33
hablar de ello utilizan un vocabulario cada vez más rico; de modo que
una expresión como «choque cultural», inventada por un antropólo
go americano hace aproximadamente cincuenta años, ahora surge sin
dificultad en boca de una hostelera de Connemara.
En un sentido muy general, la globalización es una cuestión de in
terconexiones crecientes a larga distancia, al menos a través de las
fronteras nacionales y preferentemente entre continentes. Esta inter
conexión tiene muchísimos aspectos. Tenemos maneras de inmiscuir
nos en el entorno fisico de otras personas, desde la destrucción de las
selvas tropicales y la invasión intercontinental de los desechos tóxicos
hasta el ascenso global de la temperatura; y también en sus cuerpos,
como ocurre con el creciente comercio transnacional de órganos hu
manos destinados a trasplantes. Los productos que compramos pue
den venir de muy lejos. Es un hecho que a veces desconocemos, pero,
en otros casos, la procedencia de allende los mares tiene un halo pro
pio y característico 1 • Algunas personas cuyos antepasados vivían a mi
les de kilómetros unos de otros y que escasamente sabían de su mu
tua existencia, ahora tienen un contacto y presencia mutua inmedia
tos, como si estuvieran juntos; pero incluso cuando no lo están, la
diversidad de medios tecnológicos permite que sus ideas y las formas
tangibles que los interesados les dan, circulen entre ellos sin que la dis
tancia importe mucho.
Por otra parte, estas variadas formas de contacto no se combinan
de la misma manera en todas partes. Por ejemplo, durante los últimos
cincuenta años, poco más o menos, el Segundo Mundo, el del socia
lismo de estado, tuvo su propia globalización mientras estuvo vigen
te. Hasta cierto punto, los medios de comunicación podían introdu
cirse desde el exterior; pero los bienes materiales, en gran parte, no po
dían hacer lo mismo, y las personas raras veces podían entrar o salir
del sistema2• Además, este mundo apenas precisaba importar la des
trucción medioambiental, cualquiera que fuera. Fue la Primera Guerra
Mundial, industrial y capitalista, la que estuvo más intensamente in
mersa, por .sí misma, en todo tipo de interconexiones, compartiendo
parte de ellas con el Tercer Mundo en unos términos de desigualdad
que son los que han permitido que la globalización pareciera, en gran
parte, sinónimo de occidentalización. Entretanto ha surgido la trage-
1 Es habitual que no seamos conscientes del origen geográfico de las cosas, y la pa
rodia clásica es la expresión de Linton (1 936, págs. 326·327): « 1 00 por 1 00 americano.•
2 Para una visión macrosociológica de la globalización en el Segundo Mundo, véa·
se Amasan (1 995).
34
dia del Cuarto Mundo, el de los aborígenes. Este Cuarto Mundo se ha
visto obligado a replegarse ante la expansión del Primero, del Segun
do y del Tercero, que poco a poco y sin descanso iba destruyendo su
entorno.
El término «globalización», que se presenta como una de las pala
bras clave de nuestro tiempo, es un desafio para la tradición intelec
tual de las ciencias humanas y atrae también a comentaristas de muy
diversa índole. Pero en la línea de lo que un comentarista (J. Abu-Lug
hod, 1 991) denominó, muy acertadamente, «cháchara global», hay
también una tendencia a recurrir a la hipérbole y a la excesiva genera
lización, a toda una serie de explicaciones acerca de los cambios dra
máticos entre el «antes» y el «después». De hecho, la interconexión a
través de grandes distancias no es totalmente nueva (el punto que pro
pugnaba Kroeber con respecto a la antigua ecúmene de los griegos
-apuntado en el capítulo 1- está en la misma línea). La imagen de
un mosaico cultural, donde cada cultura sería una entidad territorial
con límites claros, distintivos y constantes, nunca ha encontrado una
verdadera correspondencia en las realidades concretas. Siempre había
interacciones y una difusión de ideas, hábitos y cosas, incluso en el su
puesto de que estuviéramos familiarizados con teorías de la cultura y
la sociedad que no daban importancia a estas verdades.
Es más, si el término «globalización» hace referencia literalmente
a un incremento de la interconexión, hemos de ser conscientes que al
menos en el ámbito local y regional puede haber al mismo tiempo fe
nómenos de desglobalización. El proceso no es irreversible. Algunos
países -Myannar (también llamado Burma), la Albania de Hoxha
puede que sigan políticas de aislamiento, de cierre al exterior; una es
pecie de antiglobalización activa que mantiene una relación dialéctica
con la globalización. O bien puede ser que esos países, o una parte de
ellos, se desglobalicen porque no pueden permitirse mantener la inter
conexión y porque el mundo ya no los necesita. Algo parecido a esto
es lo que podemos ver en varios países de África. Se diría que algunas
partes del Tercer Mundo están retrocediendo al Cuarto Mundo, si no
fuera porque todavía mantienen restos de una globalización anterior.
La globalización, por tanto, no es un fenómeno enteramente nue
vo; avanza y retrocede, se presenta de muchas formas, es fragmentaria
y notablemente desigual; a mundos diferentes, globalizaciones dife
rentes. Para el antropólogo es tentador, sin duda, asumir la antigua res
ponsabilidad del esclavo y susurrar al oído de los grandes teóricos que
«las cosas son diferentes en el sur». Digámoslo con otras palabras, al
menos alguna vez: la globalización tiene que tocar de pies al suelo.
35
En este capítulo trataré de hacer una pequeña aportación en este
sentido y con respecto a ciertas cuestiones culturales. Pero estas cues
tiones son de grandes dimensiones, de modo que tal vez lo mejor sea
moverse de arriba abajo y de abajo arriba, desde una visión general
hasta una visión pormenorizada en las raíces, para tratar de captar lo
que está ocurriendo. Una de las cuestiones es si la globalización nos
lleva a más o a menos cultura. Pero antes de pasar a este punto me gus
taría echar una ojeada al aspecto externo -al envoltorio- de la cul
tura: cómo conceptualizamos las unidades de significado y las formas
significativas en el espacio social. Por último, quiero tratar la naturale
za de lo local bajo las circunstancias de la globalización. Nos hemos
acostumbrado a contrastar lo local frente a lo global, y en cierto modo
damos por sentado que lo local es a lo global como, poco más o me
nos, la continuidad es al cambio. El exterior interfiere en el proceso re
productor de la cultura local, pero topa con resistencias de un tipo u
otro. Sin duda, hay que tener en cuenta estos presupuestos; pero, a
primera vista, existe el riesgo de que nos lleve a engaño. Tal vez poda
mos aclarar qué es lo que ocurre en ese encuentro.
36
que permite que las personas se comuniquen sin que sea necesario el
cara a cara) se han vuelto más efectivos, y no sólo en la comunicación
a través del espacio. Su diversidad creciente ha aumentado la capaci
dad para manejar tipos simbólicos diferentes, ya sea uno a uno o com
binando más de uno.
Gracias, en gran parte, a estos medios y a la tecnología del trans
porte, el mundo, o al menos gran parte del mundo, es consciente hoy
día de que es un único campo, enorme y persistente, de interacción y
de intercambio.(Estas tecnologías, por supuesto, no son fruto de la
nada, sino sobre todo de matrices sociales, y en ellas podemos identi
ficar los usos mayoritarios y las fuentes de su desarrollo]Hemos de ser
conscientes de las formas más simples de determinismo tecnológico3•
No obstante, la razón que me mueve a subrayar la importancia de es
tas herramientas, en lo que se refiere a desplazamiento de personas y
significados, va más allá del mero hecho de que estén involucradas en
la globalización. Una vez cobran existencia propia, se pueden utilizar
de múltiples maneras, su desarrollo emprende nuevos caminos y las
consecuencias de todo ello, en lo que respecta a la organización de la
vida social y cultural en el mundo, son casi imprevisibles.
Las personas, los significados y las formas significativas que se
desplazan, encajan muy mal con lo que han sido las unidades con
vencionales del pensamiento social y cultural. Los teóricos de lo so
cial critican una y otra vez la línea establecida que trata las «socieda
des» como universos autónomos, a las que a menudo identifica de
forma implícita con la forma moderna de estado (trataré de nuevo
este punto en el capítulo 4). Las «culturas», en plural, han sido prác
ticamente el reflejo de las «sociedades» de aquí; tal vez haciendo hin
capié en la coexistencia y diversidad de las entidades, pero propug
nando al mismo tiempo y de manera más explícita la idea de la deli
mitación y del hecho diferencial. Una de las razones de peso para lo
anterior es la afinidad histórica entre la línea preponderante en lo que
a pensamiento cultural se refiere, tanto en antropología como en
otros campos, y las ideas en tomo al concepto de nación que emer
gieron en Europa, principalmente en el siglo XIX4.
La idea de una relación orgánica entre una población, un territo
rio, una forma, a la vez que una unidad de organización política, y un
paquete organizado de significados y formas significativas a las que
3 Raymond Williams (1 975, págs. 9 y ss.) hace una exposición especialmente lúci·
da ace rca de la relación histórica entre tecnología y sociedad.
4 Véase la exposición de Handler (1 985) en cuanto a este punto.
37
denominamos culturas, ha gozado de un éxito enorme durante mu
cho tiempo y se ha extendido a lo largo y ancho del mundo -inclu
so a lugares insospechados- al menos como principio rector. Los an
tropólogos que han estudiado la vida del hombre en lugares donde el
concepto de estado no existe, tal vez debieran de haber sido un poco
más cautos con esta concepción. Pero con la experiencia personal de
ciudadanía que se daba en su propio entorno, teniendo que afrontar
las clásicas condiciones de trabajo de campo local, y bajo la influencia
de la tradición de una historia natural según la cual las culturas se con
sideran más o menos como taxonómicamente análogas a las especies
biológicas, los antropólogos, igual que otras muchas personas, no se
sintieron inclinados a investigar las hipótesis que establecen una rela
ción entre personas, lugar y cultura.
Con todo, ni los lugares ni las naciones-estado son hoy día exacta·
mente lo que fueron, y algunos afirman que las interpretaciones sofis
ticadas de nac\ón y nacionalismo, que han aumentado notablemente
en estos últimos tiempos, muestran el declive de la nación-estado; es
decir, con la perspectiva de la distancia, ahora vemos las cosas con
más claridad. Volveré sobre este punto más adelante (en el capítulo 7).
En cualquier caso, uno de los libros sobre historia de la cultura que
más influencia ha tenido recientemente es, sin duda, Imagined Com
munities (1 983) de Benedict Anderson, y una parte importante del
mensaje está contenida precisamente e�el título. Se diría que de
pronto las «comunidades imaginadas» apareC:eti por todas partes entre
los teóricos5• Para Benedict Anderson las comunidades imaginadas
son naciones, por supuesto, y lo que me parece especialmente intere·
sante para el objetivo que persigo en esta obra es de qué manera su
discurso ilustra una variedad de interacción entre la tecnología, la or·
ganización social y determinadas formas significativas.
Anderson sostiene que gracias, en gran parte, a la mercantilización
de la letra impresa, un número de ·personas cada vez mayor, y que au·
mentaba rápidamente, se dio cuenta de que más allá de su propia co·
munidad existían otras personas que se les parecían mucho. Es decir,
el salto fuera del ámbito local se produjo por medio de la tecnología;
o al. menos de esa tecnología en combinación con el mercado. Y pues·
to que esa tecnología era lo que era, fue un salto de una modalidad
humana simbólica --el lenguaje- que pasó de ser algo que se escu·
chaba a ser algo que se veía. No hay duda que el lenguaje, con su sin·
38
gular flexibilidad y riqueza, puede ser en cualquier caso la principal ca·
pacidad simbólica que la humanidad tiene a su disposición. Con
todo, encuentro que merece la pena reflexionar ahora sobre lo siguien·
te: hasta qué punto este medio tecnológico contribuyó a que la len·
gua tomara la delantera, frente a otros modos simbólicos, a la hora de
definir los límites de la cultura, e incluso la verdadera naturaleza de ta·
les límites. Porque el resultado de lo que ocurrió puede que nos pro
porcione una visión más bien parcial.
La escritura y la imprenta, en la época de los primeros nacionalis·
mos europeos, puede que marcaran el espacio social más inclusivo
dentro del cual las personas podían establecer una comprensión co·
mún, y, por tanto, desarrollar el sentido del «nosotros». Pero simultá·
neamente, habrían acentuado un sentido de discontinuidad cultural
que era muy congruente con la idea política de nación-estado. Por el
hecho de ser ciudadano de un país y no de otro, y puesto que el terri·
torio pertenece a un estado y no a otro, el ciudadano se identifica con
una lengua y no con otra. La escritura impone una discontinuidad de
este tipo, incluso cuando la lengua hablada muestra un cambio más
gradual. Nos hemos acostumbrado a ciertas expectativas acerca de la
discontinuidad de la lengua. La primera vez que nos topamos con una
lengua extranjera tenemos grandes dificultades para entenderla, y lo
más probable es que nos resulte incomprensible. Por otra parte, si te·
nemos que aprenderla, seguro que será un proceso lento y probable·
mente laborioso.
Durante bastante tiempo, es probable que la lengua haya domina·
do nuestro pensamiento acerca de los límites de la cultura, puesto que
ha coincidido con nociones de nación; y la implicación activa en
otros modos simbólicos -la música, el gesto y otros, y sus combina·
ciones- ha quedado relegada principalmente al ámbito local, al esce·
nario del cara a cara. Sin embargo, ahora que la tecnología de la co
municación es cada vez más capaz de tratar otros modos simbólicos,
cabe preguntarse si las comunidades imaginadas no estarán desplazán·
dose cada vez más fuera del ámbito de las palabras. Para Marshall
McLuhan (1 964), la aldea global era la máxima comunidad imagina·
da: porque hay que relativizar las implicaciones culturales del invento
de Gutenberg y porque otros medios de comunicación pueden crear
otras constelaciones sociales y simbólicas.
El ecúmene global es, antes que nada, un lugar de vídeo musical y
de noticias simultáneas en imágenes que llegan de todas partes. Pres·
cindiendo del bilingüismo y del multilingüismo -un hecho impor·
tante (actualmente muchas personas, por costumbre y por situación,
39
se mueven entre su lengua materna y otras lenguas, y esto también po
dría tener alguna implicación en las comunidades que las personas
imaginan}-, los diversos modos simbólicos que hoy día utilizan los
medios de comunicación probablemente comportan un lenguaje pro
pio, y tal vez pertenecemos a comunidades de entendimiento que se
distribuyen de manera diferente en función de los diferentes tipos de
formas significativas 6•
Esto me hace pensar en la sugerencia de Dan Sperber (1 985) en
cuanto a una «epidemiología de las representaciones». Sperber sostie
ne que, según la naturaleza de nuestra capacidad cognitiva y la interac
ción entre las representaciones mentales y las representaciones públi
cas al alcance de nuestros sentidos, hay algunas representaciones que
son más contagiosas que otras y que se extienden con eficacia y a me
nudo sigilosamente a través de la población humana. Estas represen
taciones son las que se convierten en «más culturales», en el sentido de
que se establecen de manera más amplia y perdurable en la sociedad.
En mi opinión, a Sperber le interesan más la capacidad cognitiva hu
mana «al desnudo», como si dijéramos, y las diversas maneras de ma
nejar con eficacia las diferentes representaciones. Pero también podría
mos tomar en cuenta cómo las competencias para los modos simbó
licos cultivadas de manera diferencial se relacionan con l� fl �jos de
formas culturales a través del mundo. ¿Podrían existir afin��es que
nos permitieran, por ejemplo, apreciar lo que hacen los nigeri:inQs o
los indonesios cuando cantan o bailan, incluso cuando los sonidos
que pronuncian nos parecen un galimatías? Tal vez tengamos que es
tablecer diferentes límites de entendimiento para cada modo simbóli
co. Si éste fuera el caso, la noción de los límites de «una cultura», en
tendida como un conjunto evidente por sí mismo como si fuera un
«paquete oferta todo incluido», con una localización espacial concre
ta, se vuelve sospechosa.
40
ca y colectivista de la cultura, enraizada al menos en la tradición an
tropológica- es también una cuestión pendiente. El paralelismo con
la teoría social actual es obvio. Ha resurgido el interés por la acción,
en parte, sin duda, por el efecto péndulo desde la posición anterior
que insistía en la estructura, el sistema y el determinismo social; en
parte, pienso, porque estas ideas se han establecido con firmeza, aun
que no siempre de una forma completamente visible, en el marco de
la nación-estado7• En antropología, y desde hace un tiempo, la ausen
cia de cualquier noción explícita de acción ha sido objeto de críticas
en las discusiones acerca de los problemas del «culturalismo», y a lo
largo de este debate concreto hace ya tiempo que se han levantado vo
ces reclamando que se vuelva a introducir a los seres humanos en esta
cuestión 8•
Al hacerlo, no obstante, no hay que perder de vista la diversidad
de actores y contextos de organización implicados en el manejo de
la compleja cultura contemporánea. No podemos fijamos solamen
te en el manejo de significados y símbolos que a pequeña escala ha
cen los individuos o los grupos pequeños, y suponer que las entida
des culturales más amplias no son más que el resultado de la suma
de sus actividades. Para captar la naturaleza de la cultura en la que vi
vimos actualmente, tenemos que interesamos por la forma en que
los actores institucionales y corporativos manejan los significados,
un manejo no menos importante que el de los estados y los merca
dos . (Desarrollo este punto en el capítulo 6.) Por lo que se refiere al
estado, esto quiere decir que se le considera como un actor más en
tre los otros, con su propia lógica e intereses, en vez de como el uni
verso de análisis.
Zygmunt Bauman, sociólogo polaco-inglés, es uno de los que ha es
crito recientemente sobre el concepto de agente (1 992, págs. 190-191).
En general, es uno de los comentaristas más penetrantes e interesantes
en la relación entre la teoría y las realidades emergentes del mundo con
temporáneo. Bauman sugiere que la noción de agente debe combinar
se no con la de sistema, sino con un sentido flexible del hábitat; un há
bitat en el que la acción opera y un hábitat que también produce, un
hábitat donde el agente encuentra sus recursos y sus objetivos al rajsmo
tiempo que sus limitaciones.
41
Adaptando el punto de vista de Bauman, pienso que la noción de
«hábitats de significado» puede semos muy útil en el análisis cultural 9•
La corriente relativista en el análisis cultural nos ha llevado a menudo
a expresiones tales como «mundos de significado», pero esto sugiere
una vez más demasiada autonomía y delimitación. Los hábitats pue
den extenderse y contraerse. Como pueden solaparse total o parcial
mente o nada en absoluto, podemos identificarlos o bien con indivi
duos o bien con colectividades. Pero en este caso, más que una afirma
ción axiomática, lo que nos tiene que convencer de que el hábitat del
significado se comparte realmente es el análisis del proceso cultural en
las relaciones sociales. La mayoría de las veces, lo que da forma al pro
ceso cultural es más bien la manera que tienen de entrecruzarse unos
hábitats de significado bastante diferentes.
En el ecúmene global, algunas personas pueden, de hecho, com
partir gran parte de los mismos hábitats de significado, pero éstos pue
den convertirse en muy idiosincráticos. Los lugares donde hemos
estado y las personas que en ellos hemos conocido, los libros y los pe
riódicos que leemos, el zaping que hacemos en los canales de televi
sión, todo ello constituye una diferencia. Mi propio hábitat de signifi
cado cotidiano cambió el día que instalaron la televisión por cable en
el edificio donde vivo : de pronto tuve acceso a los programas británi
cos, franceses, alemanes, turcos, americanos y rusos, además de los ca
nales suecos. Con todo, nuestros hábitats de significado dependerán
no sólo de aquello a lo que en cierto modo estamos fisic ente ex
puestos, sino también de las capacidades que hayamos des ollado
para salir adelante con ello de una forma inteligente : las len as que
entendemos, escribimos o hablamos, nuestro nivel de lengua¡ con
respecto a otras formas simbólicas, etc.
Lo que he dicho hasta ahora es que la distribución de significados
y de formas significativas entre las personas y las relaciones sociales en
el mundo es ahora tan complicada que cualquier unidad social con la
que trabajemos al hacer estudios culturales tiene que ser más o menos
arbitraria -artefactos con un objetivo analítico determinado. La idea
de culturas en plural es problemática. Indudablemente, es dificil des
hacerse de ella por razones históricas, ideológicas y también académi
cas ; pero, a menudo, no es más que un recurso de alcance intelectual
limitado para intentar organizarse. Con todo, la idea de cultura en sin-
9 Esta idea de los hábitats de significado está relacionada con la discusión de perspec·
tivas y horizontes que expongo en Cultural Compkxity (Hannerz, 1 992 b, págs. 64 y ss.).
42
gular, que abarca el conjunto de la diversidad de ideas y expresiones
más o menos organizadas, puede pasar a ser más importante de lo que
ha sido hasta ahora, a medida que exploremos cómo vive la humani
dad en este ecúmene global.
10
Hay una exposición que sigue unas líneas similares en el capítulo 5 de Cultural
Complexity (Hannerz, 1 992 b, págs. 126 y ss.).
43
John Urry (1 994, pág. 4) escriben: «lo que se produce cada vez más»
en la economía contemporánea, «no son objetos materiales, sino sig
nos». Al mismo tiempo, la industria publicitaria también trabaja duro
para agregar más significado, especialmente en forma de asociaciones
bastante arbitrarias, a una diversidad de objetos y actividades 1 1 • Vien
do ciertos anuncios, es dificil saber si lo que te están ofreciendo son
bebidas no alcohólicas o playas. También en el mercado cultural la
competencia depende, en una parte nada desdeñable, de la continua
innovación. Los significados y las formas significativas, igual que los
productos, tienen que convertirse con frecuencia en «noticias».
No obstante, el que ahora haya más cultura no depende única
mente de la producción de nueva cultura. Puede que también haya
menos olvido de la cultura antigua, ese olvido fruto del azar que se
producía de manera natural. Las tecnologías de los medios de comu
nicación no sólo nos permiten movernos por el espacio. También fi
jan el tiempo, porque nos permiten grabar cosas y de este modo pre
servar para siempre y con todo detalle más tipos de ideas y de formas
culturales de este pasado que evoluciona contim,1amente; porque el
día de hoy se convierte en el ayer del mañana. :La herencia cultural au
menta sin parar, lo que actualmente ha provocado un problema de al
macenamiento 12. Por supuesto, y una vez más, no es solamente una
cuestión de tecnología, sino también de organización. Pero aquí el es
tado tiende a tomarse una gran responsabilidad (por medio de escue
las, archivos, museos y otras instituciones). Promover la nueva cultura
es en gran parte una operación de mercado, y lo q e hace el estado es
asegurarse que al menos una selección de la vieja cu a se conserve
y esté disponible. Sin el apoyo del estado de Irlanda, el g co desa ' ·
11
Como dice Appadurai (1986 a, pág. 56): «Las imágenes de lo social (pertenencia,
atractivo sexual, poder, distinción, salud, unidad, camaradería) que subyacen en gran
parte de la publicidad, se centran en la transformación del consumidor hasta lograr que
el artículo objeto de venta se convierta en una idea a posteriori.» Véase también Schud
son (1 984, págs. 129 y ss.), Me Cracken (1 988, págs. 77 y ss.), Tornlinson (1 990, págs. 6
y ss.) y Wernick (199 1 , págs. 27 y ss.).
12
He tratado este tema brevemente en una conferencia acerca de la gestión de la
herencia cultural que se celebró en Suecia (Hannerz, 1 988).
44
ción» significa por encima de todo lo siguiente : una homogeneiza
ción global en la que determinadas ideas y prácticas se extienden por
todo el mundo, principalmente desde los centros del mundo occiden
tal, y arrinconan otras alternativas hasta hacerlas desaparecer. Para al
gunos, éste es el avance triunfante de la modernidad. Otros se quejan
de la toma de poder de los gigantes comerciales de productos cultura·
les, esos que se aseguran que se beba Coca- Cola, que la gente mire Da
llas, que se juegue con muñecas Barbie en todas partes, tanto en el ex
Segundo Mundo como en el Tercero y en el Primero, donde se han
creado estos productos.
Ahora bien, es cierto que algo tiene que ver el escenario de la ho
mogeneización global con el sentido de pérdida cultural. Hay muchí
simas ideas y formas de hacer que se perderán, que caerán en desuso
aunque se conserven en algún archivo, y que quedarán fuera del lugar
que los etnógrafos les han asignado actualmente. Aunque en el abani
co de la diversidad cultural humana algunos tramos estén más concu
rridos, con más detalle y más nuevas microvariaciones de generación
continua en algunos temas, el abanico como conjunto parece que se
reduce.
Pero esto no es ni de lejos la solución definitiva al problema de las
diferencias culturales y sólo puede ser una parte de la explicación cul
tural de la globalización 13• La redistribución de la cultura en el espa
cio y entre los hábitats de significado, no es únicamente un juego en
el que unos ganan y otros pierden, una batalla por la supervivencia en
tre entidades existentes. En capítulos posteriores trataré este tema:
cuando se entremezclan las viejas corrientes de significado y las for
mas simbólicas que anteriormente estaban más diferenciadas, tam·
bién entonces cobra vida la nueva cultura.
Todo esto es una manera de argumentar si hay menos, o más, cul
tura, desde el punto de vista de un baremo establecido como medida
general de los cambios cuantitativos que se producen en el inventario
global. Pero lo que para mí es un indicio indudable de una mayor in
terconexión es que muchos de nosotros, en nuestros propios hábitats
de significado, hemos experimentado personalmente una mayor par
ticipación en ella. Lo que ocurría antes es que podíamos vivir sin co
nocer el conjunto del inventario cultural del mundo. Ahora, en el
ecúmene global, cada uno de nosotros, de algún modo, tiene un ma-
45
yor acceso; o a la inversa, ese conjunto nos alcanza, y nos plantea exi
gencias, tanto a nuestra mente como a nuestros sentidos. En gran me
dida, el cambio es el resultado de la continuidad de otras personas que
de pronto se nos acercan sin que necesariamente tengamos que com
prenderlas o aceptarlas totalmente. El «choque cultural», siempre que
ocurre, se refiere principalmente a esto, y a eso mismo se refieren los
debates acerca del multiculturalismo, tanto en Estados Unidos como
en Europa.
46
equipo sueco. De todos modos, se alegraban de estar de vuelta en
casa, y lo primero que hicieron estos dos viajeros fue beberse un gran
vaso de leche fría. Como eran apasionados de la fotografia, regresaron
con una colección de 700 diapositivas y estaban deseando mostrarlas
a sus amigos, a grupos de vecinos o donde fuera.
Éste es un claro ejemplo de encuentro entre «lo global y lo local»;
la manera en que el hábitat de significado de una pareja se expande de
pronto con tanta emoción; pero también la manera en que, en medio
de una multiplicidad de experiencias vividas por primera vez, descu
bren el placer concreto de explicar las cosas familiares que han encon
trado -la cerveza danesa, la fama de un jugador sueco. Por otra par
te, las cosas que son diferentes de las de casa también pueden explicar
se mediante categorías muy bien conocidas -el cambio frecuente de
las toallas, qué hacer a la hora de coger un taxi, borrachos y no borra
chos, mendigos y no mendigos. Y como final feliz, dos vasos de leche
fría (nada podría ser tan sueco).
Es una hermosa historia para aquellos que tienen dudas acerca de
los cambios que la globalización contemporánea introduce en todas
las cosas. Refuerza la opinión de varios teóricos que afirman que lo lo
cal, en sí mismo, ya no es lo que solía ser. Anthony Giddens, por
ejemplo, dice (1 990, págs. 1 8- 1 9) : «En condiciones de modernidad, el
lugar se vuelve cada vez másfantasmagórico; es decir, las influencias so
ciales procedentes de lugares muy distantes penetran y dan forma a lo
local [ . . . ] la "forma visible" de lo local encubre las relaciones que des
de la distancia determinan su naturaleza.» Y Mark Poster se pregunta:
47
Varias cosas parece que se juntan al mismo tiempo 14• Una de ellas
es que gran parte de lo que ocurre a nivel local es lo que llamamos
<<0da cotidiana». Y si intentamos especificar un poco más esta expre
sión, podríamos decir que tiende a ser una cosa muy repetitiva, redun
dante, un interminable círculo vicioso de actividades en lugares fijos.
Si avanzamos un poco más, la vida cotidiana es en gran parte una
cuestión práctica. Las personas participan activamente, adiestran sus
habilidades personales sin que necesariamente reflexionen demasiado
en ello. Se desarrolla una capacidad adiestrada para manejar las cosas
de una manera, y --en términos de Veblenesque- tal vez una incapa
cidad adiestrada para hacer cualquier otra cosa 15•
Lo local tiende a desarrollarse en una situación de cara a cara, en
gran parte mediante encuentros previstos y relaciones ampliamente
inclusivas y de larga duración. Las personas se siguen y controlan has:
tante de cerca unas a otras. El flujo de palabras y hechos entre unas y
otras permite resolver con detalle las interpretaciones compartidas. Se
pueden castigar las desviaciones de manera informal pero efectiva; los
cambios puede que tengan que negociarse. Al mismo tiempo, es evi
dente que estas relaciones pueden tener una carga emocional impor
tante; a menudo se trata de relaciones con «otros que son significati
vos». Y esto afecta a los significados que las personas han construido
en su interior y al compromiso con estos significados.
Por otra parte, es en el contexto del cara a cara, y lo que resultará
ser cotidiano, donde los seres humanos pasan por sus primeras expe
riencias. Si aceptamos que están sometidos a una especie de trabajo
continuo de construcción cultural, es de suponer que los elementos
que queden situados en la primera etapa ejercerán su influencia sobre
lo que pueda asimilarse posteriormente. Tal vez no queramos llevar
este argumento hasta sus últimas consecuencias, pero muchos estarían
de acuerdo en que algo hay de cierto en ello.
Además de estos puntos que nos resultan bastante familiares, aña
diría que lo local tiende a ser un tipo de experiencia sensual. Las per
sonas establecen a menudo una diferencia entre una experiencia «real»
y aquellas que sólo conocen a través de lecturas o de la televisión.
¿ Pero qué es lo que tienen estas últimas de «irreales»? Por supuesto,
podemos considerarlo únicamente como una figura de lenguaje; pero
48
otra forma de enfocarlo es que las personas, dentro de su entorno lo
cal, están dispuestas fisicamente, con todos sus sentidos, no sólo a mi
rar y escuchar sino a tocar, oler y gustar sin que otros les hayan restrin
gido ni estructurado previamente el campo de atención. Hay un sen
tido de proximidad, incluso de inmersión, de sentirse rodeado. Lo
que se experimenta está, además, extensamente contextualizado. No
hay duda de que, en parte, éste es el contenido de término «real». Ac
tualmente, en la teoría social y cultural, está en auge el cuerpo como
lugar simbólico de uno mismo y de la continuidad, y de los sentidos ;
de modo que un mayor interés por el cuerpo y los sentidos situados
en su contexto, puede ayudamos a comprender un poco lo que supo
ne el «lugar>> 16• Cuando Mark Poster se pregunta retóricamente dónde
está, parece que ya ha ofrecido una respuesta nada trivial : en «casa».
En casa es donde está ese vaso de leche fría.
Si juntamos todos estos puntos -la experiencia cotidiana, la del
cara a cara, la de la primera etapa y la de formación, la del cuerpo y la
de los sentidos- se diría que hay una razón bastante fuerte a favor de
la continuada importancia de lo local. Y esto puede ser cierto en lo
que se refiere a la realidad que uno experimenta, incluso cuando gran
parte de lo que hay en un lugar se ha conformado a partir del exterior.
Estamos abandonando la idea de que lo local es autónomo, de que
tiene una consistencia propia. Su significado es más bien como esce
nario donde confluyen una diversidad de influencias, que tal vez ten
gan una combinación bastante singular bajo esas condiciones especia
les. Hay una frase imperecedera de J. R. Ewing en DaUas, si no me fa
lla la memoria: «En cuanto echas tu integridad por la borda, el resto
es pan comido.»
Pero tal vez no del todo. Como categoría intelectual, lo «local» pa
rece más proteico que primordial. Al identificar los componentes típi
cos de lo local, es posible que nos demos cuenta con mayor lucidez
que no todos son intrínsecamente locales, vinculados a la territoriali
dad en general o solamente a un lugar concreto. De hecho, esta cone
xión se establece por medio del sentido práctico de la vida diaria y de
los hábitos de pensamiento. Y si de alguna forma estos aspectos carac
terísticos de la vida local se van distribuyendo de forma diferente en
la organización social del espacio -de modo que, por ejemplo, la
vida cotidiana pase a ser menos recluida, o esas experiencias «reales»
con un abanico completo de los sentidos se expandan de una manera
16
Como trabajos relevantes, véase v.g. Bloch (1 992), Howes (199 1), Shilling (1 993)
Stoller (1 989) y Synnott (1 993).
49
más equilibrada por diversos lugares, con lo que entonces se aproxi
man a las cualidades que tiene «casa»-- entonces ese lugar único y lo
cal parecería un sitio menos privilegiado para el proceso cultural. No
quiero decir con esto que realmente esté desapareciendo y perdiendo
todas sus cualidades distintivas; pero al quitarle el envoltorio externo
a esta categoría, es posible que pasemos a tener en cuenta una idea
más precisa del lugar que ocupa «lugar» en la organización cultural.
Tomemos el ejemplo de los medios de comunicación. Zygmunt
Bauman (1 992, pág. 3 1) dice : «La mayoría de estudiantes de cultura
contemporánea están de acuerdo en que los medios de comunica
ción juegan un papel único como principal vehículo de las produc
ciones y la distribución cultural». En cierto modo, a mí me parece
una frase desafortunada. Para mí, los vehículos principales continúan
siendo los que damos por supuestos como partes integrantes de la
vida local, los que he tratado de esbozar anteriormente. (Lo cotidia
no y el cara a cara puede que pertenezcan a la pequeña escala; pero
el conjunto, es importante.) Sin embargo, la capacidad cultural de
los medios de comunicación no ha sido constante, y tal vez, partien
do de las sugerencias que he expuesto, pueden ir adquiriendo gra
dualmente las características que de forma habitual considerábamos
como locales. Como dominan un abanico más amplio de modos
simbólicos, pueden hablar más abiertamente a los sentidos, hacer
que sus contenidos parezcan más «reales», mucho más que cuando
sólo dominaban la palabra escrita. Los medios de comunicación que
sean más interactivos pueden empezar a conseguir la misma eficacia
que tiene la interacción del cara a cara, a través de una rápida retroa
limentación. Se diría que lo local está perdiendo parte de superio- \
ridad 1'.
17 Para una discusión extensa sobre este tema véase Meyrowitz (1 985).
50
dición local parece que esté allí eternamente, como una fuente inago
table. Lo global es superficial, lo local es profundo.
En cierto modo, y como he dicho antes, si a veces hay que hacer
que lo global toque de pies al suelo, lo local, en cambio, tiene que ha
cerse salir a la superficie para que deje de ser una mistificación. Lo que
ocurre con la continuidad cultural es que no hay forma de que los sig
nificados socialmente organizados se mantengan continuamente en
las profundidades donde están ; también tienen que salir a la superfi
cie y mostrarse a los sentidos. Y cuando lo hacen, corren un riesgo :
pueden ser reinterpretados, reorganizados o hasta rechazados 18•
Lo local, indudablemente y por las razones que he sugerido antes,
es algo especial. En última instancia, es un escenario en el que se entre
cruzan los hábitats de significado de varias personas, y donde lo global,
o lo que ha sido local en otro lugar, tiene alguna oportunidad para lle
gar a sentirse como en su propia casa. En esta intersección, las cosas se
van desarrollando por sí solas, y lo que este año es cambio, el año si
guiente es continuidad. Cabe preguntarse entonces qué representa el
lugar para las personas y qué representan las personas para el lugar.
Con respecto a lo primero, quiero añadir una cosa que merece
mencionarse y es que en el ecúmene global los hábitats de significado
se dirla que cada vez se vuelven más maleables. Recogiendo otra vez
las palabras de Zygmunt Bauman, hay más «ofertas difusas que elec
ciones libres» (pero también, más en el Primer Mundo que en los
otros). La decisión de emigrar, o de quedarse en casa, es ahora menos
fatídica que antes; porque hay muchos lugares con el mismo estilo de
vida y con los comercios y mercados necesarios, y los medios de co
municación y los vuelos a reacción permiten establecer un puente rá
pido entre los lugares 19•
Si hablamos de la creación de lugares, volvemos entonces al he
cho de la globalización desequilibrada, pero esta vez a nivel rural. Po
demos preguntamos ¿localmente, quiénes son los globalizadores?
Para comprender la cultura contemporánea puede que ésta sea una
cuestión clave, pero la respuesta probablemente sea complicada.
18
Está formulación se inspira en Sahlins (1 985, pág. ix).
19 Raban (1 974) tiene una opinión parecida acerca de la vida urbana contemporá
nea -volveré a ella en el capítulo 14-- y puede ser muy cierto que la cultura sea una
cuestión de elección, cada vez más, especialmente en las ciudades. Puede que también
implique un factor de clase, pero no creo que este tipo de relaciones entre agente y há
bitat se reduzca hoy día exclusivamente al ámbito de las persona más prósperas, al me
nos en el Primer Mundo.
51
En el pasado, en muchísimos lugares, solía ser habitual que las co
nexiones transnacionales, o incluso cualquier tipo de vínculo que se
diera fuera de la comunidad local, fuera más o menos un asunto de las
elites, una tarea dentro de la división de trab�jo de una comunidad y
también un instrumento de dominio. Hoy día continúa siendo cierto
para los grandes y poderosos de la política, la administración y los ne
gocios, que viajan en avión y utilizan el fax con frecuencia; y tanto los
medios para viajar como la tecnología de los medios de comunicación
puede que estén organizados para atender especialmente sus necesida
des. Pero esto no es todo. La clase obrera del Primer Mundo procede
en gran parte del Tercer Mundo y puede que se convierta cada vez
más en ex Segundo Mundo.
Deberíamos considerar esta cuestión en términos de género; en
los lugares donde la mujer es más sedentaria y aparece menos en la
vida pública, es posible que ésta tenga una parte más importante a
la hora de trasladar las tradiciones locales al momento presente 20• Pero
a duras penas se da el caso. Si hablamos en términos de edad, parece
que actualmente entre las personas que están más en casa, en el ecú
mene global, hay que contar bastantes jóvenes; en su fase liminar, sin
obligaciones ni responsabilidades, se pasean por dos o tres continen
tes y se interesan rápidamente por cualquier lenguaje apetecible en
cuanto hay un cambio en la tecnología de los medios de comunica
ción y las nuevas formas simbólicas están disponibles21• ¿ Q!ié les ocu
rre cuando se hacen mayores? Dando tumbos, se convertirán también
�
en adultos, pero probablemente no en el mismo tipo de adultos que
fueron sus padres.
Y luego están los mayores. Confiamos en que ellos sean los verda
deros guardianes de la continuidad, en su calidad de emi antes del
pasado. Pero también aquí hemos de prestar más atención. Algunos,
si los dejamos a su aire, se volcarán intensamente en los med os de co
municación más que en sus vecinos. Si, además de disponer d tiempo,
tienen recursos económicos a su alcance, como ha ocurrido reciente
mente en determinadas partes del mundo, puede que se dediquen a via
jar: hacer viajes organizados o retirarse a otro clima. Estrujados entre los
20
Véanse, por ejemplo, los comentarios de Rosander (199 1 , págs. 255 y ss.) acerca
de las diferencias entre los hombres y las mujeres musulmanes de Ceuta, el enclave es·
pañol en la costa norte de África.
21
En cuanto a los diversos aspectos de las tendencias transnacionales en la cultura
de los jóvenes, véase Jourdan (1 995), Liechty (1 995), Sansone (1 995), Schade·Poulsen
(1 995) y Wulff (1 992, 1 995 págs. 10 y ss.).
52
jóvenes y los mayores que disfrutan de tiempo libre con amplias pers·
pectivas, puede que los verdaderos locales sean los adultos de media
na edad que están trabajando.
Tal vez el punto más importante de todo esto es que la disposición
de la interconexión personal entre lo local y lo global es cada vez más
opaca. Actualmente hay tantos tipos de parentesco, de amistad, de
asociación, de negocios, de búsqueda de placer, o de lucha por la se·
guridad, que embarcan a las personas en las conexiones transnaciona·
les, que nunca podemos estar seguros del hábitat de significado en el
que surgirán, ni si ocuparán una parte central o una periférica. Volve·
ré a este tema en capítulos posteriores22• Tampoco es ni totalmente
predecible ni totalmente impredecible quién o quiénes pondrán en
circulación a nivel local los significados adquiridos en lugares distan·
tes. Nuestra hostelera de Connemara, aun siendo una ex londinense y
hermana de un neoyorquino, tiene un perfil bastante pobre; sospecho
que aquellos fotógrafos aficionados suecos, con sus 700 diapositivas
de Borneo, probablemente no lo tendrán.
53
3. Cuando la cultura está en todas partes :
reflexiones sobre un concepto favorito
1 No podré abordar todas las nociones de cultura que subyacen en estos usos. «La
cultura de la cama» y la «cultura del helado» pueden tener algunas connotaciones de dis
tinción al estilo Bourdieu, supuestamente en relación con la tradición y con la artesanía;
la sugerencia implícita es que también hay camas y helados no culturales. Véase Rosen
(199 1 , págs. 603 y ss.) para una discusión sobre «la argumentación de la defensa cultural»
en el contexto de la teoría cultural desarrollada por un antropólogo del derecho.
2 En este sentido, quizá los antropólogos suecos tenemos una mejor situación que
los americanos, a juzgar por las peticiones, pocas según parece, de informes emitidos
por expertos en antropología en relación con los debates sobre «multiculturalismo».
55
cia suelen establecer la diferencia, al menos a modo de preámbulo, en
tre «el concepto de antropología cultural» y el concepto de cultura re
ferido principalmente al arte, pues en realidad este último es el que
manejan con más frecuencia. Pero ahora parece que esto les preocupa
un poco.
Cabría pensar que los antropólogos tendríamos que estar muy
contentos a la vista del prolongado éxito que ha tenido nuestro con
cepto preferido. De hecho, más bien nos pone bastante nerviosos, y
por diversas razones. A pesar de la racha positiva, y hasta cierto pun
to debido a ella, se diría que el concepto de cultura es motivo de con
troversia o es más discutible, mucho más de lo que ha sido hasta aho
ra. Me gustaría identificar aquí el origen de esta inquietud, y esbozar
los debates actuales y posibles acerca de la cultura. Finalmente, hacer
algunas sugerencias en cuanto a lo que tal vez queramos hacer con él
concepto de cultura a partir de ahora.
CONTRA LA CULTURA
56
mano, en la casi infinita maleabilidad de la naturaleza humana.
Dado que las biociencias cada vez plantean nuevas y mayores áreas
de competencia, éstas podrían entenderse -t.¡nto por nosotros los
antropólogos como por otras personas- como ataques a la integri·
dad intelectual de la antropología. Tomemos el caso de la controver·
sía Mead- Freeman acerca de la cultura de Samoa. En un escrito pu·
blicado en un importante periódico de opinión, un investigador, fi.
lósofo convertido en médico, opina que Derek Freeman puso de
manifiesto que «casi todo lo que Margaret Mead afirmó acerca de Sa
moa era falso»; y, obviamente, considera este caso como un ejemplo
típico de las exigencias exageradas de un ámbito del determinismo
medioambiental y cultural durante gran parte del siglo XX (Hess·
low, 1 992, pág. 50).
Si lo que se afirma es que no sabemos realmente hasta dónde al
canza la cultura, hay además una base sólida para afirmar que tampo·
co hemos entendido bien su funcionamiento. Estas sugerencias tam·
bién se plantean dentro de la comunidad antropológica. En los cursos
de introducción y en los libros de texto, continuamos explicando mo·
nótonamente cómo la cultura «se transmite de generación en genera·
ción», casi sin reflexionar más sobre ello. Entonces aparece Maurice
Bloch (1 985, pág. 33) y sostiene que «tendremos que contar con el tra·
bajo de los psicólogos y los psicolingüistas para nuestras principales
teorías sobre el aprendizaje, y no podemos continuar formulando teo·
rías de la cultura que impliquen un proceso de aprendizaje que no
puede ser genuino». Y en otro momento llega a decir que el trabajo de
los antropólogos se ha basado mayoritariamente en una «teoría falsa
de la cognición», y que los últimos trabajos dentro de las ciencias de
la cognición --del tipo llamado «coneccionista»-- tendrían que «po
nemos en guardia frente a conceptualizaciones con exceso de expre·
sión lingüística y de frases lógicas», una clase de expresión a la que es·
tamos habituados (Bloch, 1 992, págs. 127- 1 30).
Volveré a esto más adelante. Entretanto, hay que señalar otra co·
rriente en la crítica antropológica al pensamiento cultural recibido.
Una de sus representantes es Lila Abu-Lughod (1991). Describe la cul
tura como «la herramienta esencial para hacer otra». En su opinión,
como la antropología informa de y explica las diferencias culturales, al
mismo tiempo ayuda a construirlas, producirlas y mantenerlas. Y la
diferencia, con independencia de lo que pudiera gustarles a los antro·
pólogos, a menudo se da la mano con la distancia y la desigualdad.
Muchas concepciones de la cultura le parecen estáticas y homogenei
zantes, y, por lo tanto, deshumanizadoras; además, predispuestas a
57
exagerar la coherencia; y también excesivamente proclives a describir
las culturas como limitadas e individualmente distintas 4•
Abu-Lughod sugiere tres líneas para contrarrestar esta tendencia.
La primera, partir de un vocabulario de la práctica y el discurso, que
subraye las contradicciones y los malentendidos, las estrategias, los in
tereses y las improvisaciones, y el juego de enunciados cambiantes y
competitivos con implicaciones prácticas. La segunda, subrayar las
conexiones, tanto las que en términos más generales convierten las
culturas -en plural- en cosas que no sean unidades aisladas (histó
ricamente, pero también en la actualidad), como las circunstancias
particulares que hacen que un etnógrafo esté en un campo. La terce
ra, negarse a generalizar, y hablar en cambio de historias relativas a in
dividuos concretos en el tiempo y en el espacio. Con todo esto se tras
tocan de nuevo las connotaciones de homgeneidad, coherencia e in
temporalidad, y se sacan a escena las similitudes que hay en las vidas.
Si describimos a las personas con sus angustias a la hora de tomar una
decisión, soportando tragedias y pérdidas, intentando presentar un
buen aspecto, sufriendo humillaciones o disfrutando momentos de
alegría, entonces la sensación de familiaridad y de reconocerse en esas
situaciones puede sustituir la sensación de fi stancia.
Unni Wtlcan (1 992) sigue una línea dc;J> ensamiento bastante pare
cida. Contrasta la cultura con lo que ,,ella denomina «resonancia».
Dice que la resonancia es una cuestión de «sensibilidad de pensamien
to», algo que Wtlcan aprendió de su anfitrión en Bali; una cuestión de
empatía y compasión, una llamada a la experiencia compartida, una
interpretación caritativa y un esfuerzo para lograr el entendimiento,
un ir «más allá de las palabras» para comprender las dificultades con
cretas de las personas. Para Wikan, el concepto de cultura apunta pre
cisamente hacia el polo opuesto. Convierte a los «otros» en «especies
exóticas, impulsadas por una fuerza».
Otro ejemplo es Tim lngold (1 993), que escarba en la noción de
«traducción» entre culturas. Parte de dos definiciones de cultura, la
de Edward Tylor y la de Robert Lowie, muy parecidas a primera vista
pero en las que Ingold encuentra una diferencia. Para Tylor, la cultura
es progreso, cultivar la razón y la inteligencia, un «currículum central
para la humanidad». Para Lowie, las culturas son «una diversidad casi
fortuita de formas habituales de vivir y de pensar, cada una con sus
58
propios criterios internos de opinión». Y resulta que así es como Oc
cidente establece la diferencia entre ellos y el resto. Nosotros estamos
con Tylor, somos racionales y modernos; ellos están con Lowie, inmer
sos en tradiciones arbitrarias. Bajo estas circunstancias no puede pro
ducirse una verdadera traducción en condiciones de igualdad y reci
procidad. Occidente puede mirar a los otros, pero los otros no pueden
mirar hacia fuera.
La alternativa de Ingold es «imaginar el mundo en el que la gente
vive, como un paisaje continuo y sin fronteras, con una variedad in
terminable de características y perfiles, pero, no obstante, sin grietas ni
fracturas». En este mundo hay lugares diferentes y horizontes diferen
tes; se ven cosas diferentes cuando uno se mueve por ese paisaje; pero
cuando las personas llegan a un mismo lugar procedentes de puntos
diferentes, todos ven lo mismo. Cuando este académico de Cambrid
ge estuvo en el norte de Finlandia inmerso en la vida de los pastores
de renos, aprendió a prestar atención al entorno en la misma forma
que lo hacían ellos y, de este modo, a ver el mundo igual que ellos5•
De modo que no era necesaria la traducción, pues la idea de antropo
logía como una traducción entre culturas es una consecuencia artifi
cial de una teoría de la cultura que fragmenta el mundo.
Abu-Lughod, Wikan e lngold sacan conclusiones parecidas. Abu
Lughod «escribe contra la cultura». Wikan opone cultura a resonancia
y es evidente que sus simpatías están con esta última. lngold nos dice
que sólo si aceptamos esta idea del mundo continuo, podremos com
prometernos con los demás y alcanzar la comprensión mutua; y si
esto es lo que queremos, entonces «el concepto de cultura», como pa
labra clave de un discurso alienante, «tendrá que desapareceP>.
Así las cosas, parece que actualmente hay un buen número de an
tropólogos dispuestos a levantar el hacha de guerra cuando oyen la pa
labra «cultura». Q!iizá alguien como Ingold, educado en la línea de la
antropología social británica con su larga tradición de asestar golpes a
otras culturas, no vaya a tener grandes escrúpulos para enterrarla (aun-
59
que Ingold tenga sin duda su propia agenda intelectual). Pero hay una
gran mayoría, tanto antropólogos como no antropólogos, que piensa
que hay una unión casi indisoluble entre antropología y el concepto
de cultura. ¿�é credibilidad vamos a tener si ahora nos volvemos «en
contra de la cultura» o si fingimos que nada tenemos que ver con ese
concepto? La alternativa, probablemente, sería ver qué podemos
rescatar.
Al sopesar opiniones críticas como las de Abu-Lughod, Wtkan e
Ingold, me pareció que podría haber alguna relación entre este proble
ma y un texto que Robert Redfield escribió hace tiempo. De modo
que revisé una conferencia suya de 1 957 -el año de su fallecimien
to-- acerca de «Lo universalmente humano y lo culturalmente varia
ble», publicada posteriormente en una recopilación de sus escritos
(Redfield, 1 962, págs. 439 y ss.).
Lo que encontré, en primer lugar, fueron unos comentarios acer
ca de los cambios de tendencia en el pensamiento antropológico a lo
largo de su vida y de su carrera. Red!J.eld recordaba que en las épocas
de instituto, cuando llegaba ehfi.Ccliodía, solía irse con sus bocadillos
a la biblioteca y se sentaba con uno cualquiera de los doce volúmenes
de la obra de Frazer T'he Golden Bough: «qué desfile de costumbres ma
ravillosas y exóticas». Sin embargo, lo que Frazer trataba de mostrar
no era que los pueblos del mundo son infinitamente diferentes, sino
que en muchos sentidos son iguales. Luego, cuando Redfield empezó
a estudiar antropología, durante los años veinte, no se hablaba más
que de culturas específicas, y al mismo tiempo sus profesores ignora
ban o negaban casi totalmente cualquier semejanza entre ellas. Más
tarde, cuando sus escritos de los años cincuenta, la balanza volvió a in
clinarse hacia los aspectos que los hombres tenían en común6• La his
toria del pensamiento antropológico le llevó a preguntarse si «no sería
probable que lo que una generación de antropólogos rechaza total
mente, reapareciera luego en la generación siguiente».
Dejando aparte estas reflexiones, la conferencia presentaba un dia
grama que creo todavía puede sernos útil para esbozar de qué forma
se piensa acerca de la cultura y también para el tipo de debates sobre
la cultura que pueden preocuparnos hoy día. Lo he cambiado muy
poco. Redfield llamaba «grupo cultural» a la categoría intermedia en
tre «individual» y «universal». A mí me parece mejor llamarla «colecti-
6 Erik Wolf (1 964, pág. 20) es de la misma opinión: «mientras los antropólogos de
los años treinta insistían en el juego libre del carácter humano, los antropólogos de la
postguerra han vuelto a la cuestión de los universales culturales».
60
vidades permanentes» (lo que comprende «comunidades», «socieda
des», grupos étnicos, etc.) porque puede evitar confusiones. Además
he añadido seis números para identificar los espacios resultantes :
Inherentes Desarrolladas
Individuo (idiosincrasia) 1 2
Colectividades permanentes 3 4
Universal (panhumano) 5 6
Fuente: R. Redfield, Human Nature and the Study of Society, Chicago, University of
Chicago Press, 1 962, pág. 444.
7 Véase también Singer (196 1 , págs. 21 y ss.) acerca de «la naturaleza humana desa
rrollada».
61
que ellos plantean está plenamente incluido en la casilla 4. Aquí es
donde se ha centrado de manera constante el núcleo fundamental de
la etnografia. En palabras de Redfield «la antropología ha tenido un
gran éxito en la exploración de las diferencias que hay entre los grupos
humanos»8. Existen, sin embargo, esos cambios históricos, desde Fra
zer en adelante, y actualmente podemos identificarlos como cambios
al menos relativamente destacados entre las casillas 4 y 6. Cuando Lila
Abu-Lughod (1991, pág. 158) defiende que sus detalles etnográficos
«sugieren que los otros viven del mismo modo que nosotros percibi
mos nuestro propio viviP>, o cuando Wikan (1 992, pág. 476) habla de
«la experiencia humana compartida, lo que las personas tienen en co
mún a través del tiempo y del espacio», o cuando Ingold concluye
que el concepto de cultura al que se opone «fragmenta la continuidad
de la experiencia de estar en el mundo>>,-l:ámbieri ellos parece que se
aproximen al concepto de Redfield de «naturaleza humana desarrolla
da», en la casilla 6. Con todo, la estrategia de Abu-Lughod cuando es
cribe contra la cultura es más complicada, porque su insistencia en de
talles etnográficos conlleva simultáneamente una aproximación hacia
la casilla 2. Y no hay que entender esto como una contradicción: para
ella cada una de estas dos aproximaciones implica la otra.
Por tanto, y para nuestro objetivo, podríamos decir que el vaivén
entre las casillas 4 y 6 se inició en la casilla 6, con Frazer, según opi
nión de Redfield, y con Tylor, según lngold. Redfield, además, pide
que se tenga en cuenta a Adolf Bastian. De ahí pasamos a la casilla 4,
en la que Ingold sitúa a Robert Lowie, y Redfield, sin especificar in
dividuos concretos, a sus maestros (pero sabemos que la mayoría
eran discípulos de Franz Boas, igual que Lowie). Redfield explica que,
cuando escribía, lo que le interesaba era lo que los seres humanos
comparten, la casilla 6. A continuación es evidente que hay otro vai
vén hacia la casilla 4 ; y después, una vez más, nuestros contemporá
neos -Abu-Lughod y otros- parece que se encaminan hacia la ca
silla 6.
Es muy tentador describir lo anterior como un movimiento pen
dular, pero probablemente no sea del todo así. Los puntos de debate
no se repiten totalmente. La definición para las casillas 4 y 6 puede ha
ber cambiado un poco a lo largo del tiempo, y es de esperar que las
generaciones siguientes hayan aprendido alguna cosa a partir de lo
que sus predecesores rechazaron; de modo que la imagen más adecua-
62
da sería una espiral ascendente. lngold no es Tylor; Wikan no es Bas
tian. A pesar de ello, no podemos estar seguros de que lo que ocurre
a veces es que, sencillamente, se prescinde de la historia.
¿�é ha pasado entre la época de Redfield y la nuestra? Es proba
ble que el último vaivén todavía no se haya podido describir del todo.
No estoy seguro de que cada movimiento pueda circunscribirse a
nombres concretos; pero Clifford Geertz en uno de sus primeros en
sayos --«El impacto del concepto de cultura en el concepto de hom
bre» (1 965)- parece que cubre esta laguna de manera especialmente
efectiva9• Redfield habla de Clyde Kluckhohn -un destacado teórico
de la cultura de mediados del siglo XX, aunque casi nadie lo lee actual
mente- como un protagonista contemporáneo del sentido de la na
turaleza humana compartida; y Geertz describe a Kluckhohn como
«el más persuasivo» entre los que él denomina «teóricos del consensus
gentium». Pero Geertz prescinde de estos últimos. Considera que sus
argumentos son imprecisos, o que con demasiada frecuencia se apo
yan en una especie de juegos malabares, tales como una construcción
de patrones culturales universales que al final no son más que catego
rías analíticas vacías 10• Cuando Kluckhohn describe a los indios zuni
y dice que valoran las restricciones, o cuando dice de los kwakiutl que
fomentan el exhibicionismo, y añade que ambos «muestran su fideli
dad a un valor universal; el valor más preciado de las normas distinti
vas de su propia cultura», Geertz (1 965, pág. 102) comenta con ironía
que «esto es pura evasión, sólo que más patente, no más evasivo, que
las discusiones acerca los universales culturales en general».
9 Este ensayo se ha vuelto a publicar en la edición de Geertz (1 973), por lo que aho·
ra se puede encontrar más fácilmente.
10 Redfield (1 962) parece estar de acuerdo en que las formulaciones de la casi
lla 6 son imprecisas, pero aun así las encuentra válidas. Uno puede tener la impresión
de que la visión de Redfield muestra algunas afinidades con posturas más recientes que
abogan por el humanismo, la empatía o la interpretación caritativa: •Hablar de la natu
raleza humana desarrollada de manera universal o frecuente, es hablar de una realidad.
Esta realidad no se somete fácilmente a una investigación realizada con métodos preci
sos ni tampoco a pruebas fiables ... Por lo que respecta a la naturaleza humana univer
salmente desarrollada, nuestra aprehensión de la realidad es imperfecta y se sitúa por de
trás de la ciencia en el sentido de que esta aprehensión es imprecisa y sin duda incorrec
ta en cuanto a los detalles; pero se sitúa por delante de la ciencia en cuanto que, si la
comparamos con las pocas proposiciones formales que la ciencia nos puede ofrecer con
respecto a esa realidad, esas aprehensiones en bruto parece que llegan a la verdadera na
turaleza de las cosas; por medio de esas aprehensiones, más que por medio de las pro
puestas de matrimonio entre primos por línea paterna, sentimos que nos hemos encon
trado cara a cara con nuestra propia especie humana. Es una imagen velada, pero nos
parece convincente» ( 1 968, pág. 448).
63
En cambio, las propuestas de Geertz forman parte de la historia re
ciente de la antropología. «La naturaleza humana independiente de la
cultura no existe». Entre lo que nos dicen los genes y lo que tenemos
que saber para poder vivir, hay un vacío de información; y este vacío
lo llenamos con cultura. «A menudo se ha comentado la gran capaci
dad del hombre para el aprendizaje, su flexibilidad; pero lo que es aún
más decisivo es la necesidad extrema de cierto tipo de aprendizaje: al
canzar los conceptos, aprehender y aplicar sistemas específicos de sig
nificado simbólico». Pero aunque «nos completamos por medio de la
cultura», «no lo hacemos por medio de la cultura en general, sino por
medio de formas sumamente concretas: la de Dobuan o la de Java, la
'- -b��mica o comercial»
Hopi o la italiana, de clase alta o de clase
(Geertz 1 965, págs. 1 12- 1 1 3).
De modo que Geertz se mueve rápido de la casilla 5 a la 4, acep
tando tal vez dos de los supuestos de Redfield para la «naturaleza hu
mana», pero no el tercero. Q!iizá de pasada tenga una ligera deferen
cia con la casilla 2 ; pero deja la 6 poco más o menos vacía. El vaivén
inmediatamente siguiente desde la casilla 6 a la 4 queda brevemente
definido.
Pero a pesar de esto ¿tenemos que aceptar que el concepto de cul
tura quede confinado en la casilla 4, como un concepto que sólo
pone el acento en las diferencias entre culturas determinadas que per
tenecen a colectividades permanentes y concretas? J,ledfield, al menos,
no lo creía así. En cuanto a su diagrama, comentaba que «todo lo que
está a la derecha es cultural»; y «lo que es cultural no siempre es lo di
ferente» (Redfield, 1 962, pág. 446).
Personalmente, me inclino por esta línea, aunque añado un subra
yado. Me interesa la manera en que este animal humano, inacabado y
que aprende, cubre el vacío de información por medio de la participa
ción en la vida social, y, por lo tanto, la manera en que estos modos
adquiridos de pensamiento y de acción se vuelven socialmente orga
nizados; y esto, prescindiendo de que los comparta con personas de
su grupo, con cualquier otro ser humano o bien con nadie más.
Con esta visión de la cultura, ampliamente inclusiva en cuanto a
la dimensión distributiva, se puede aceptar bien fácilmente la idea del
mundo continuo; y el que una persona hable de cultura en singular o
de culturas en plural puede entenderse como una cuestión de conve
niencia. Y aún podemos aligerar más el bagaje excesivo que se ha ido
acumulando a lo largo de los años : el de los supuestos no sólo de cier
tas diferencias, sino también de la homogeneidad interna, la coheren
cia y la intemporalidad de las culturas. Para ser capaces de reconocer
64
la contradicción y los malentendidos, no debiéramos tener que «escri
bir contra la cultura», porque además podríamos tener resonancia y
cultura. No parece que haga falta pensar que las culturas son lo que
«ellas» tienen, mientras que nosotros no lo tenemos. (Con todo, tam
poco hay que dar pábulo a exclamaciones relativistas y pasmosas
como ésta: «iTodas las culturas son maravillosas!», el nuevo lema de
un museo etnográfico. Todavía tenemos derecho a pensar que algunas
culturas son menos maravillosas que otras.)
65
otra parte, se muestran básicamente preocupados con las microse·
mejanzas y las microdiferencias (comparaciones entre gemelos idén
ticos y cosas por el estilo) 1 1 •
No tengo mucho más que decir acerca de esta divisoria izquierda
derecha. En general, es probablemente cierto que por mucho que nos
preocupe la cultura (y, por tanto, las casillas 2, 4 y 6), no estamos aho·
ra tan dispuestos a provocar broncas en la divisoria de las casillas 1 y 5.
Pero la 3 es otra cuestión. Puede que tengamos una renovada curiosi
dad por saber cómo la naturaleza humana inh�nte establece de he
cho los límites de la variabilidad cultural, y es más probable que acep·
ternos, incluso con nuestro orgullo de antropólogos a cuestas, que la
individualidad tienen algo que ver con los genes. Y lo que es más im
portante, admitimos los límites confusos y las complicadas interaccio·
nes entre lo biológico y lo que aprendemos 12•
Esto es decir muy poco acerca de unas cuestiones muy fascirnµ1-
tes, y desde luego deja al margen un montón de cosas. A pesar de ello,
me gustaría dedicar más atención a las relaciones que se establecen en
la columna de la derecha, entre las casillas 2, 4 y 6.
¿Por qué hay tantos actos y significados de los humanos que pare·
cen encuadrarse en la casilla 4 ; o por qué los antropólogos, al menos,
se han sentido muy dispuestos a ubicarlos allí? 13• Mi opinión es que,
en parte, esto tiene que ver con las características de los lugares clási
cos para trabajo de campo, pues gran parte del pensamiento antropo·
lógico acerca de la cultura ha fijado en ellos sus raíces: pequeñas co·
. munidades donde las relaciones se mantienen cara a cara y con una di
visión de trabajo muy limitada. Es natural que en estos lugares se
comparta extensivamente --es decir, de una manera uniformemente
distribuida- gran parte del saber y de la experiencia. El curso de la
vida es tan redundante que la cultura se reproduce sin un esfuerzo
muy premeditado, más o menos como si fuera un d�rivado de la acti
vidad y los comentarios cotidianos. Los que hacen trabajo de campo,
puede que, una vez acabada su tarea, se marchen de allí con muchos
11
Los comentarios de Hesslow (1 992) que he citado más arriba podrían ser un
ejemplo.
12
Las relaciones entre las casillas del lado izquierdo se complican cuando, a través
de las técnicas de manipulación genética, las casillas de la derecha ejercen una mayor in·
fluencia sobre las de la izquierda. Podemos imaginar una serie de situaciones donde el
control sobre estas técnicas estaría en las casillas 2, 4 y 6, y las técnicas que se ponen en
práctica en las casillas 1, 3 y 5.
13 Los párrafos siguientes están desarrollados en otros libros de Hannerz (1 992 b,
págs. 10· 12, 41 y ss.).
66
datos etnográficos, pero tal vez con muy poco interés específico por
la naturaleza del proceso cultural.
Sin embargo, también hay razones que explican por qué los antro
pólogos a veces no han apreciado debidamente la diversidad real que
existe en casi todas las comunidades. Los periodos de trabajo limita
dos y la falta de competencia en materia lingüística y cultural son un
obstáculo para poder establecer y fijar estas diferencias. Los supuestos
teóricos o prototeóricos pueden llevar la atención a otras cuestiones;
y tal como señalan las últimas críticas sobre textos de antropología, te
nemos una forma fija para expresar las cosas : los de Nuer creen en
esto, los de Bali hacen lo otro, y se pasan por alto las variaciones in
ternas.
Y así se cubre la casilla 4.
El animal humano inacabado puede seguir varios caminos a través
de la vida social; de modo que puede construirse y reconstruirse, tal
vez completarse finalmente, de maneras diferentes a medida que va
andando el camino. Hagamos una lista, no totalmente sistemática, de
algunas cosas que le pueden ocurrir en el mundo que habitamos hoy
día. Entrará en un reparto del trabajo que le llevará a especializarse en
algún área concreta del saber, a un tipo concreto de vida y a un tipo
de experiencia. El estado tiene medios y maneras de convertirlo en
ciudadano, lo que comporta saber y hacer determinadas cosas; el mer
cado tiene un montón de agentes, grandes y pequeños, que no sólo
alimentarán las elecciones que haga, sino que, por supuesto, intenta
rán desarrollar y encauzar sus gustos para que se adecuen a determina
dos productos. En cada momento estará físicamente en un lugar y en
ese entorno puede que aprenda cosas a través de las observaciones y
los contactos cara a cara, igual que lo hace el habitante de ese lugar an
tropológico clásico, es decir, la pequeña comunidad. Pero puede ocu
rrir que, con el tiempo, se mueva de un lugar a otro; de modo que
puede aprender cosas nuevas y puede que incluso tenga que desapren
der algunas cosas que había aprendido anteriormente -hasta cierto
punto, al menos. Dando un paso más, este animal contemporáneo
inacabado no siempre necesitará la presencia física de otros para
aprender de ellos algunas cosas. Puede leer un libro o mirar una pin
tura o escuchar un disco o ver la televisión.
En esta situación, la relación entre las casillas 2, 4 y 6 -la distri
bución de las distribuciones, como si dijéramos- puede cambiar. Por
un lado, el contenido de la casilla 6, que representa lo que se adquie
re culturalmente pero que es universal, puede volverse más diverso.
Redfield, como ya hemos visto, tenía presentes las experiencias prácti-
67
camente inevitables con las que se enfrentan las personas en todas par
tes, a través de la repetición de ciertas circunstancias, incluso aunque
éstas no tuvieran una conexión directa con otra. Ahora podemos ver,
incluso con mayor claridad que en las décadas anteriores, cómo le
afectan a la casilla 6 las interacciones de larga distancia y la difusión
cultural a gran escala. En el supuesto, muy improbable, de una com
pleta homogeneización de la cultura por medio de tales mecanismos,
sería la casilla 4 la que se vaciaría y en cambio la casilla '6--tendría--un
gran contenido. Entonces tendríamos cultura sin diferencias cultura
les. (Con todo, el potencial y las circunstancias para un retomo a la di
ferencia o para unos cambios en lo que es universal, serían sin duda
otros si la casilla 5 tuviera una carga similar.} La difusión global, no
obstante, es casi seguro que actúa sobre una base más fragmentaria. Al
menos tal como están las cosas actualmente, se puede defender que lo
primero que entrará en la casilla 6 no es una preferencia por Michael
Jackson o por la Coca-Cola, como quisieran algunos retóricos" sino
más bien ciertas habilidades como la noción básica de los números y
las letras, y el hábito de usar el lápiz, las cerillas y el jabón.
Los debates acerca de la globalización, con todas sus variedades y
matices, se centran en gran parte en la relación entre las casillas 4 y 6.
Estos debates son a todas luces diferentes de los que se desarrollaban
dentro del marco de los vaivenes históricos del pensamiento antropo
lógico. Aun así, es muy posible que el cambio actual hacia una mayor
importancia de la casilla 6 -como podemos ver en los escritos de
Abu-Lughod, Wikan e lngold- venga propiciado, en una parte nada
desdeñable, por la intensificación de la interacción global, incluso
cuando los argumentos se formulan principalmente como un deseo
de identificar al pueblo llano y las posibilidades de empatía. Este de
seo puede surgir de una forma más natural en nuestros días.
En cuanto a la relación entre las casillas 2 y 4, se diría que no está
menos afectada por las circunstancias actuales de la cultura. Por ejem
plo, es obvio que la división de trabajo tiene algo que añadir a los gru
pos culturales permanentes de la casilla 4. Retomando las palabras de
Geertz, no son solamente los de Dobuan y los de Java, sino también
«las clases altas y las clases bajas, los académicos y los comerciantes».
Uno se percata que dentro de la sociedad actual hay una serie de gru
pos que, a su vez, tienen conjuntos de significados, prácticas y símbo
los, y esto ha contribuido indudablemente a que el concepto de cul
tura goce de popularidad.
No obstante, las complicadas interpenetraciones de las corrientes
culturales actuales no sólo implican una mayor variedad de confluen-
68
cias en el plano de las colectividades. Al mismo tiempo, ahora es po
sible, tal vez mucho más que nunca, que los individuos se constru
yan de una manera bastante singular, a través de un conjunto de ex
periencias y de situaciones en las que se involucran. Un ser humano,
a medida que cambia de trabajo, se desplaza de un lugar a otro y eli
ge sus objetos de consumo cultural, puede que construya un reperto
rio cultural que no se parezca en nada al de otro ser humano. Puede
que comparta cada uno de los diversos componentes de su reperto
rio con diferentes grupos de personas; pero en tanto que repertorio
integrado --en la medida en que se convierte en una perspectiva, en
una identidad propia- pasa a ser una cuestión individual, una cosa
de la casilla 2.
Por estas razones podemos considerar la individualidad no como
una cosa residual, como algo que queda fuera de los dominios de la
cultura, sino como un producto de la organización cultural, al menos
en parte; y que tiene alguna relación con lo que surge de la casilla l .
Recordemos que para Abu-Lughod «escribir contra la cultura» es des
cribir la individualidad, pues ésta se resiste obstinadamente a cual
quier análisis generalizado. Me hago cargo de, y en cierto modo sim
patizo con, los motivos humanistas que respaldan esta posición. A pe
sar de ello, sostengo que tiene que ser una ambición razonable el
intentar comprender de algún modo científico cómo se genera esta in
dividualidad dentro del proceso cultural y qué papel juega esta indivi
dualidad en la organización cultural. Y no estoy convencido de que
este análisis tenga que ir acompañado necesariamente de una cierta
falta de respeto.
Aún hay otro tipo de relación entre las casillas 2 y 4 que es espe
cialmente significativa para las discusiones contemporáneas sobre la
cultura. Si la casilla 4 es el territorio tradicional del «concepto de cul
tura de la antropología», entonces podríamos situar ese otro concep
to de cultura que he mencionado al principio, el de las artes, básica
mente en la casilla 2. Estamos hablando ahora de los productos cul
turales manifiestos de individuos concretos. Y si no vamos a seguir
hablando de estos dos conceptos como si fueran diferentes -unos
conceptos que, simplemente y de una forma un tanto confusa, resul
ta que comparten la misma etiqueta-, parece que entonces podemos
considerarlos, y con ventajas, por un lado como la combinación de
influencias culturales en la individualidad relativa, y por otro como la
resonancia estética e intelectual (tal vez no con el sentido completo
que Wikan da a la palabra resonancia) de esa individualidad en la cul
tura colectiva.
69
LA DIVERSIDAD EN LA ADQUISICIÓN CULTIJRAL
70
he.choJa culwra. Lo que sugiere aquí es que la obseivación participa
tiva tiene una importancia estratégica para alcanzar este objetivo. Los
antropólogos que realmente se han sumergido en el ritmo de vida de
un grupo de personas y han compartido gran parte de sus experien
cias, tendrían que poder explicarlo en sus diversas versiones, incluso
aunque necesiten que alguien se lo traduzca en palabras.
Tal vez nos sorprenda que tan pocas veces lleguemos a encontrar
nos con un argumento teórico razonado como éste, un argumento
que defienda el trabajo de campo prolongado y la obseivación parti
cipativa en sentido estricto; con demasiada frecuencia, lo único que
ha habido es «la mística del trabajo de campo». Pero aparte de esto, lo
que me llama la atención es la convergencia entre el razonamiento de
Bloch y algunas de las propuestas de Wtkan e Ingold en los textos que
ya hemos comentado 14• Ninguno de ellos se remite a la psicología
cognitiva de la que parte Bloch. Sin embargo, los dos insisten en «es
tar allí», prestando atención con todos los sentidos --<<más allá de las
palabras», como dice Wt.kan, o a «lo que se dice sin palabras» (es el tí
tulo de un libro de Bloch).
Valoro el punto de vista que se ha expuesto aquí en relación con
la adquisición de la cultura; tal vez, y no menos, porque me recuerda
mis propios esfuerzos, hace unos veinticinco años, en el contexto del
debate sobre la «cultura de la pobreza» en Estados Unidos, para des
cribir la relación ambigua entre los principios normativos y la expe
riencia vivida. También en este caso había que ir más allá de las pala
bras, aunque no exactamente prescindir de ellas durante el proceso
(cfr. Hannerz 1 969, págs. 1 78 y ss.). Lo que también me parece intere
sante es la posible afinidad entre esta visión de la etnografia y de la ad
quisición de la cultura, y la que hace hincapié en la «naturaleza huma
na» del tipo de la casilla 6 (o incluso de la 5).
Me recuerda la investigación que hizo Robert Horton (1 982, pági
nas 228 y ss.) en tomo a la diferencia entre la teoría «primaria» y la «se
cundaria» como aspectos del conocimiento humano. Sugiere que la
teoría primaria no difiere mucho de una cultura a otra y que por ello
«proporciona una cabeza de puente intelectual al viajero que explora
culturas». Según Horton, las entidades y procesos de la teoría primaria
parece que se «presentan» directamente al obseivador humano, mien
tras que los de la teoría secundaria están en cierto modo «escondidos».
71
En la teoría primaria, tal como él la describe, encontramos nociones
tales como una concepción de la causalidad entendida como un tira
y afloja, en la que se tiene en cuenta la contigüidad espacial y tempo
ral; dicotomías tales como izquierda/derecha, arriba/abajo, delan
te/detrás, dentro/fuera; el sentido de antes/al mismo tiempo/después;
y la diferenciación entre los seres humanos y los demás objetos, y en
tre los otros seres humanos y uno mismo. Horton sugiere que la teo
ría primaria se remonta a los albores de la historia, como parte del
equipo necesario para las prácticas de adaptación de la especi�
na. En realidad, no está totalmente seguro si tiene que incluirlo en
nuestra casilla 5, donde situamos la naturaleza humana innata, o en la
casilla 6, donde está todo lo que los seres humanos adquieren (Har
tan, 1 982, págs. 233-234). La teoría secundaria, en cambio, revela una
sorprendente variabilidad entre las culturas; en muchos aspectos, de
pende de la teoría primaria; pero lo que importa, en gran parte, son
otras concepciones de la causalidad -ya sean ideas sobre los dioses y
los espíritus, o sobre las partículas, las corrientes y las olas.
No diría que las ideas de Horton encajen a la perfección con las
de los comentaristas de la cultura a los que me he referido anterior
mente. En conjunto, parece poco probable que las ideas de éstos ten
gan alguna afinidad con el área de la teoría primaria de Bloch. Este
área está más relacionada con el tipo de aprendizaje básicamente no
lingüístico al que Bloch nos hace prestar atención; y al ser menos va
riable de una cultura a otra, los antropólogos pueden ejercitar la em
patía o «resonancia» y desde allí pasar al área menos accesible de las
grandes diferencias culturales, la que se manifiesta principalmente a
través de la lengua. Esta última (y vuelvo a una frase de Geertz que ya
he citado anteriormente) es el área de «la necesidad extrema de cierto
tipo de aprendizaje: alcanzar los conceptos, aprehender y aplicar siste
mas específicos de significado simbólico».
A lo que apunto es a un alegato en favor del pluralismo y de un
sentido de la complejidad en nuestra forma de concebir la adquisición
de la cultura. Tal vez haya en estos momentos algún riesgo de que,
como parte de los vaivenes del pensamiento antropológico, el enfo
que más muscular y sensual de la cultura resulte un poco demasiado
atractivo para los desheredados que habitan en la torre de marfil. La
manera de expresarse de Bloch (1 992, págs. 144-145) tiene una fuerza
evocadora sorprendente: la vida en una sociedad se aprende «del mis
mo modo que uno aprende cuando es un bebé a negociar los aspec
tos materiales de la propia casa, del mismo modo que uno sigue a los
otros niños cuando van a buscar bayas al bosque, del mismo modo
72
que uno observa el caminar ceremonioso del abuelo, del mismo
modo que uno disfruta el placer de trabajar en armonía con su cón
yuge, del mismo modo que uno cocina con los utensilios propios del
fogón ... », Seguro que reconocemos todo esto y que asentimos con
toda nuestra mente. Pero probablemente no es una cuestión de me
nor importancia que Bloch nos lleve hasta un grupo de campesinos
que cultivan productos diversos en la selva de Madagascar, e lngold
hasta los pastores de renos en el norte, para describir los escenarios
desde donde defienden con persuasión sus puntos de vista sobre el
aprendizaje y para explicarnos cómo aprenden de lo que otros han
aprendido.
Bloch (1 985, pág. 33) expone, además, que «lo primero que hay
que reconocer es la complejidad y variedad de la naturaleza del cono
cimiento y lo primero que hay que advertir es que el proceso de ad
quisición no puede reducirse a uno solo». Estoy totalmente de acuer
do, y añadiría que estos diversos tipos de conocimiento y diversos mo
dos de adquisición pueden estar distribuidos de manera diferente en
los contextos sociales, dentro de las sociedades y en ese «mundo con
tinuo». En la vida cotidiana local y del cara a cara, puede que se nos
permita utilizar todos nuestros sentidos, y es bueno que así lo reco
nozcamos, y cada vez más, cuando pensamos sobre la cultura. Nos
ayuda a comprender parte de las fuerzas culturales del día a día; en el
capítulo 2 he hecho ya algunos comentarios relacionados con las ven
tajas de lo local.
Sin embargo, cuando la cultura está en todas partes, está también
en contextos donde el lenguaje, tanto escrito como hablado, puede
ser bastante dominante después de todo. Por ejemplo, ¿cuál es la ca
racterística del flujo cultural en la maquinaria estatal contemporánea,
en la administración, y en la educación formal? Q!iizá, cuando nos
encontramos con que el estado transforma la «cultura» en una especie
de categoría administrativa, nuestra inquietud proceda en parte de la
forma en que esto transforma las experiencias y las interacciones, y las
convierte en palabras y en normas. Podemos discutir esto entre noso
tros y con el estado, pero también hemos de ser conscientes que
(adaptando un famoso teorema de las ciencias sociales) cuando los bu
rócratas definen una cosa como real, lo que se vuelve real son sus con
secuencias. También ellos tienen su cultura.
Por otra parte, ¿cómo se adquiere la cultura y cómo se organiza en
el mercado de nuestra época? Los productos tal vez se pueden ver, oír,
tocar o gustar cuando los tenemos al alcance de la mano. Si se trata de
la publicidad en la radio o en pequeños anuncios, entonces sólo se
73
puede hablar de ellos con palabras. Pero a medida que los medios de
comunicación se vuelven más elaborados, la publicidad al menos in
tenta provocar o estimular esas experiencias sensoriales y establecer
una conexión, a veces un tanto arbitraria, entre los productos y esas
sensaciones. Observa el caminar ceremonioso de tu abuelo mientras
saboreas una taza de café de la marca que a él más le gusta.
Lo que digo es que donde hay cultura, hay adquisición cultural; y
esto ocurre hoy día tanto en la vida cotidiana como en los estados, los
mercados, y los medios de comunicación, entendidos como tecnolo
gías culturales. Si saltamos desde la escena entrañable de los niños que
buscan bayas con toda su atención, hasta el proceso a gran es c:ahicfe
la difusión cultural global, podemos considerar esta últi�encilla
mente como si fuera una nueva disposición espacial de los contextos
de la adquisición cultural, y por medio de ello darnos cuenta que no
son temas totalmente separados. Pero también percibimos que ni la
cultura ni su adquisición tienen necesariamente la misma forma en to
das partes; y que para lograr una mayor comprensión general de cómo
los seres humanos se construyen a sí mismos y unos a otros, tenemos
que investigar en la gama de variaciones. El desarrollo de un conjun
to de medios de comunicación, que utiliza diferentes combinaciones
de los sentidos y de los modos simbólicos, debiera ser de especial in
terés si queremos continuar y ampliar el tipo de programa de investi
gación al que Maurice Bloch parece apuntar. Si Marshall McLuhan vi
viera (v.g., 1 964), con su visión de la «retribalización del mundo» y de
los medios de comunicación como extensiones de los sentidos, tal vez
nos habría gustado organizar un encuentro entre él y Bloch. Estoy
convencido que habrían tenido intereses comunes.
74
vechoso indagar con libertad y amplitud de qué manera las personas
se montan su vida.
Reiterando lo que ya he sugerido, creo que la credibilidad pública
de los antropólogos se resentiría si ahora desecháramos el concepto de
cultura; pero no sólo me interesa la respetabilidad intelectual en un
mundo frío y competitivo (aunque tal vez esto no deje de ser impor
tante). Creo que el concepto puede continuar siendo genuinamente
útil, pero tenemos que utilizar entonces la autoridad intelectual, sea
cual sea, que se nos concede en este área para actuar como guardianes,
para desenmascarar los argumentos débiles y los supuestos no funda
mentados que surjan entre nosotros, y denunciar claramente la apro
piación indebida y el mal uso por parte de otros. Por otra parte, debe
mos separar el grano de la paja.
Lo que he dicho da a entender al menos que, al proseguir esta ta
rea, quizá podamos sacar provecho de lo que ya se ha dicho sobre la
cultura a lo largo de muchos años; y esto nos permitirá discernir con
mayor precisión qué es lo que hay de nuevo en las críticas actuales y
recordar las críticas anteriores para descubrir lo que no es tan nuevo
en las actuales.
Además, quizá como medida de prudencia, no hay que dar por
supuesto que somos grandes expertos en este área. Hay muchos antro
pólogos que son especialistas en culturas más que en cultura. Se ocu
pan de una etnografia específica, más que de una amplia comprensión
de los problemas de la capacidad humana o del proceso social que se
repiten una y otra vez. Puede que durante bastante tiempo hayan su
puesto que sería más seguro para ellos y sus objetivos, seguir al pie de
la letra los sermones de los libros de texto acerca de la totalidad, la co
herencia, el compartir y la continuidad; y si no se sienten habitual
mente cómodos con el concepto de cultura o con el debate sobre el
mismo, tal vez sea porque nunca han tenido que enfrentarse activa
mente con casos más dificiles ni tampoco han tenido que reflexionar
sobre ello. Si la cultura está en todas partes, y si nosotros como antro
pólogos decidimos continuar pensando que es un tema que nos in
cumbe de una manera especial, no nos servirá de nada dormimos en
los laureles. Y hasta puede ocurrir que a veces tengamos que solicitar
una pequeña ayuda a los aniigos que trabajan en otras disciplinas,
para continuar construyendo algún tipo de comprensión ordenada en
lo que se refiere a cómo funciona la cultura, y dónde, después de
todo, empieza y acaba:
75
4. El ecúmene global como paisaje
de la modernidad
77
ticipado activamente en la historia de estas ideas. En sus escritos re
cientes (v.g., 1 987, 1 992), ha defendido la vuelta a lo que podríamos
describir como una comprensión de la expansión de la modernidad,
que atiende a la civilización, a la historia y a la difusión. Esta civiliza
ción, que tiene su origen en Europa, se ha extendido al resto del mun
do; y en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, llegó a
abarcarlo prácticamente por completo.
La cristalización de esta nueva civilización comparte algunos as
pectos con algunos fenómenos históricos anteriores (la expansión de
las grandes religiones y de los grandes imperios). Sin embargo, es mu
cho más compleja y su impacto abarca un espectro mucho más am
plio, ya que compagina dimensiones ideológicas, económicas y pglítr
cas, y quizá otras. Eisenstadt subraya que no hay que entendería na
turaleza de esta expansión global como si fuera un asunto exento de
complicaciones. Cuando la civilización de la modernidad entra en
contacto con otras culturas, se producen cambios y refracciones que
unas veces nos la muestran como una civilización cada vez más diver
sa internamente, y otras, como múltiples modernidades.
Podemos valorar este enfoque general (y quizás encontrar paralelis
mos en las obras de los antropólogos de la generación anterior que es
taban embarcados en el estudio comparativo de las civilizaciones y de
los procesos históricos a gran escala, relacionados a su vez con la ex
pansión cultural) 1• Con todo, el trabajo teórico nunca se puede dar por
acabado; siempre hay nuevas ideas, replanteamientos y cosas descono
cidas que nos están esperando a la vuelta de la esquina. Los antropólo
gos que disfrutaban recordando que la difusión era el hazmerreír de las
clases teóricas -la última referencia la encontramos en los heliocen
tristas británicos y en el Kulturkreiskhre de Viena, en los años veinte
poco más o menos- puede que se sientan algo inquietos al descubrir
que la globalización nos lleva de nuevo al tema de la difusión y que in
cluso otros colegas han continuado trabajando en este tema2.
78
Hay, además, otros muchos conceptos básicos que parecen recla
mar un examen más preciso. Mi condición de escandinavo me hace
sentir bastante a mis anchas con el concepto que Eisenstadt tiene de
la modernidad. No pretendo justificar sus detalles, pero, en mi opi
nión, nos muestra unas sociedades con unas elites ciudadanas (y a ve
ces contra-elites) que otorgan a los ideales de modernidad una capaci
dad de actuación que se combina con sus propias premisas, y lo ha
cen sin ser muy conscientes de las diferencias culturales; y si ha
habido alguna consideración en este sentido, quizá no haya sido más
que una reacción retrospectiva. Pero no por ello la especificación cul
tural es menos real. Por otra parte, las elites en cuestión controlan una
maquinaria organizativa de amplio espectro, con fuerza suficiente
para que la comprensión que ellas tienen de la modernidad se infiltre
en la vida cotidiana de los ciudadanos de a pie. Todo esto nos puede
hacer pensar en los países escandinavos y su marcha por la moderni
dad durante, digamos, la primera mitad del siglo xx3•
Precisamente esto es lo que puede hacerme pensar una vez más en
la conceptualización -pues sospecho que no todo el mundo es Es
candinavia y, como nativo de estas tierras, tengo experiencia en cuan
to a los aspectos engañosos de los términos que estamos barajando.
(En Suecia, y desde hace mucho tiempo, la expresión «sociedad fuer
te» quiere decir un estado fuerte; y «la sociedad tiene que hacer algo»
quiere decir que el estado tiene que estar obligado a intervenir.) Ei
senstadt (1 992, págs. 4 144 1 5) dice que, por un lado, «la construcción
de los límites de los sistemas colectivos y sociales, y sobre todo los po
líticos, es un componente o aspecto básico de la vida social humana»;
pología «estamos más próximos a los comienzos de siglo que al periodo medio». Pero
señala que esos intereses de los inicios hay que reconducirlos y encaminarlos hacia los
de finales de siglo, a través del interés por las relaciones sociales que había a mediados
de siglo.
3 Véase, por ejemplo, Hannerz y LOfgren (1 994, pág. 205): «A diario, y cada vez
más, el ciudadano se encuentra en el buzón un montón de mensajes, reclamaciones y
obsequios del estado, explicándole cómo hacer la declaración de impuestos o cómo so
licitar un préstamo para la casa, recordándole el código de circulación para el permiso
de conducir, las revisiones médicas, encuestas escolares acerca de sus hijos con respues
tas modelo, etc. Resulta que las personas comparten nuevas identidades y rutinas y vi
ven escenarios similares, tanto si son ciudadanos adultos en una residencia de la terce
ra edad como si son niños que van a la guardería. Durante los últimos cincuenta años
el estado ha proporcionado gran parte de la nueva estructura de la vida cotidiana ... Este
proceso ha producido un hábito nacional más que una retórica nacional.» Según el en·
foque que se expone a continuación, este aparato estatal es el que construye los rasgos
importantes del hábitat moderno.
79
pero, por otro, argumenta que estos límites tienden a ser &ágiles, per
meables y a depender de las épocas y los contextos. Lo que quiero ha
cer ahora es considerar, una vez más, la cuestión de los límites de las
entidades sociales y culturales &ente al entorno de las interconexio
nes globales actuales, y el papel que tienen en la expansión de la mo
dernidad.
Por otra parte, me ocuparé especialmente de una cuestión general:
cómo la modernidad acompaña a la diferencia cultural. rnn qué sen
tido el conjunto de las maneras de comprender la modernidad, y el
manejo de significado que implican, canaliza el flujo cultural a través
del ecúmene? ¿cuáles son las diversas formas de entender la diferen
cia cultural que existen actualmente? En parte, todo esto es materia
para una investigación pormenorizada de lo teórico y de lo c�
No obstante -tal como apuntan algunos teóricos-, la reflexión es
un aspecto primordial de la modernidad; y las ciencias sociales, en su
continuo examen de la práctica y del discurso, tal vez avancen sosla
yando la vida normal y corriente -los académicos sólo un paso por
delante del ciudadano de a pie (v.g., Giddens, 1 990, págs. 36 y/ss.).
A veces ni siquiera eso. Creo que este embrollo de reflexiones queda
rá claro a continuación.
LA MODENRIDAD EN MAi.ABO
80
vernment en la Universidad de Harvard; había escrito un libro sobre
cómo elegir las elites y otro sobre el control de la corrupción. Estaba
en Guinea Ecuatorial trabajando en un proyecto patrocinado por el
Banco Mundial «para rehabilitar la infraestructura maltrecha del país
y para poner la economía en marcha». Según explica Klitgaard, las
cuatro quintas partes de la población viven de la agricultura. El cacao
ha sido el único producto exportable importante, pero ha decaído
después de la época colonial; de modo que puede haber un proceso
de desglobalización en marcha.
La imagen que el mundo exterior tiene de este país es en extremo
desfavorable. Después del dominio colonial español, el país se vio
sometido a una de las dictaduras más brutales y crueles de África,
sólo que menos conocida que otras. La dictadura fue derrocada, pero
al frente del nuevo régimen estaba el sobrino del anterior tirano y su
reputación no era mejor que la de su tío. Parecía que Guinea Ecua
torial estaba situada en los suburbios de la modernidad. Los teóricos
que consideran la «confianza en los sistemas abstractos» como una
de las características centrales de la vida moderna, y que ven el siste
ma bancario como un claro ejemplo, quizá tomen nota del informe
de Klitgaard sobre la situación que se produjo en Malabo cuando
quebró el banco local:
81
«misteriosas fuentes de poder>>, en cierto modo relacionadas con la
brujería. En la administración central había muy pocos ecuatoguinea
nos con una formación profesional y, en conjunto, no había muchos
en todo el país que la tuvieran; a éstos era más fácil encontrarlos en
Madrid que en Malabo.
Por otra parte, resulta que había en la ciudad una población bas
tante considerable y variada de expertos expatriados, la mayoría suda
mericanos -probablemente procedentes de países de lengua españo
la. Los ecuatoguineanos tenían sus dudas acerca de estos extranjeros,
y algunos de esos expertos se mostraban a su vez escépticos respecto a
los otros expertos: «Planean un montón de proyectos descabellados
cuyo principal objetivo es darles un empleo a ellos y a otros como
ellos» (Klitgaard, 1 990, pág. 77).
Más tarde, o a la hora de comer, Klitgaard iba a veces al re ran-
te «Beirut>>. Las gallinas andaban sueltas y correteaban entre as mesas
protegidas por grandes sombrillas con anuncios de cerveza Kronen
=
bourg; el tocadiscos alternaba entre una guitarra eléctrica africana, la
mentos libaneses y un viejo álbum de Abba. Después, tal vez, iba a al
guna fiesta donde había más música. Klitgaard le había enseñado a
Maele, la estrella número uno del rock de Guinea Ecuatorial, una can
ción antigua de Creedence Clearwater Revival, y ahora se había con
vertido en una melodía local --<<Oh, Señor, estoy atrapado otra vez
en Malabo». Maele quería dos solos instrumentales, uno al estilo oc
cidental, tal como Klitgaard le había sugerido, y otro africanizado.
Uno de los funcionarios que trabajaban con Klitgaard desapareció
durante un tiempo. Cuando reapareció, resultó evidente que lo ha
bían encarcelado y torturado, siguiendo un método conocido local
mente como «Etiopía» --durante la dictadura anterior, el gobierno re
volucionario y fraterno de este país les había cedido a sus instructores
para que lo instauraran. Corrían rumores de que había malestar polí
tico. Al parecer, el poder real del país estaba en manos del clan Mon
gomo, del pueblo de los Fang, situado en una región alejada4• Los pa
triarcas del clan, en su ciudad de origen, tomaban la mayoría de las de
cisiones políticas importantes, favoreciéndose a sí mismos, a su clan y
a su región. El presidente, igual que Don Constantino y Don Milagro-
82
so, era Mongomo. A veces otros ecuatoguineanos conspiraban contra
el clan, pero parece que la inquietud que se respiraba en los círculos
gubernamentales de Malabo procedía de las discordias internas entre
los Mongomo. ¿Gángsteres tropicales -políticos locales voraces, im
buidos tal vez de ideologías importadas? rnmpresas multinacionales?
¿Agencias de desarrollo con sus consultores nómadas? Parece que
Klitgaard deja la cuestión abierta.
«SOCIEDAD» Y «CUL11JRA»
5 Véase, por ejemplo, Giddens (1 987, págs. 32 y ss.), Wallerstein (1991, págs. 64 y
ss.) y Bawnan (1 992, págs. 56 y ss.).
83
de diversos tipos, las naciones-estado son cada vez menos satisfacto
rias como unidades de análisis6•
Si, por un lado, evito la compañía de los abolicionistas thatcheris
tas por lo que respecta al concepto de «sociedad» en su forma abstrac
ta singular, por otro, y por las mismas razones, me inclino a ser más es
céptico con respecto a la expresión en plural. Por mucho que uno esté
de acuerdo con Eisenstadt en que la construcción de límites es un in
grediente básico en la vida humana y en que las entidades políticas jue
gan un papel importante en ello, la idea misma de la modernidad
como civilización expansiva parece entrar en conflicto, en cierto
modo, con la de unidades delimitadas de manera distintiva. Un senti
do claro de qué es lo que penetra, atraviesa o sustituye esos límites, tie
ne que ser, como mínimo, un complemento importante para COfi!/
prender cómo funcionan internamente esas unidades, sea cuaiscásu
funcionamiento. Obviamente, no quiero decir con esto que1íaya que
descartar o subestimar el papel de los estados en la organización del
ecúmene global -un escandinavo probablemente no lo haría. Más
bien, el punto está en llamar a cada cosa por su nombre -una pala, es
una pala. Cuando lo que está en juego es la relación específica entre los
aparatos del estado (más que las «sociedades») y los territorios y las per
sonas que hay en ellos, eso es exactamente lo que debemos decir.
¿Qyé ocurre con las alternativas conceptuales? En el capítulo 2 he
hecho referencia a la propuesta de Zygmunt Bauman (1 992, pági
nas 1 90- 1 9 1): el «hábitat» en que el factor agente opera podría tomar
se como una idea clave para una renovación de la teoría social. Puede
que nos sorprenda la resonancia metafórica que se establece con la no
ción del ecúmene global entendido como un paisaje abierto. El hábi
tat ofrece a la vez recursos y limitaciones; al definirlo, se hace referen
cia a agentes concretos, de modo que los hábitats de agentes diferen
tes pueden solaparse, más o menos, dentro del paisaje considerado
como un todo; y el hábitat es emergente y transitorio. No está vincu
lado por definición a un territorio concreto. El grado real de vincula
ción dependerá de la conducta de los agentes implicados. Para expre
sarlo en términos más sociológicos, se podría decir que el hábitat de
un agente consiste en una red de relaciones directas e indirectas, que
se extienden por dondequiera que se extiendan, dentro o más allá de
los límites nacionales7•
84
Como hemos visto en el capítulo anterior, también el concepto de
cultura está sometido a reconsideración; y en el tema que ahora nos
ocupa también hay abolicionistas. Son especialmente críticos con la
importancia que se da a los límites y a la diferencia. Como alternati
va, una vez más, podemos pensar que hay como un fondo común de
cultura que más o menos se comparte dentro del ecúmene global; y
entonces podemos considerar como una cuestión abierta la forma en
que los individuos o los diferentes tipos de colectividad montan sus
repertorios concretos a partir de este fondo común. Es decir, los agen
tes (y repito un punto que he tratado en el capítulo 2) también tienen
sus hábitats de significados y de formas significativas; sus propias pers
pectivas de trabajo, con unos horizontes situados quizá a distancias di
ferentes.
Bajo este punto de vista, veamos ahora la descripción que Klit
gaard hace de Guinea Ecuatorial -o más bien la descripción que
hace de sí mismo y de los expatriados más o menos como él, y su in
teracción con ciudadanos ecuatoguineanos de diversa índole. El hábi
tat de Klitgaard no se restringe solamente al territorio del estado de
Guinea Ecuatorial, a la gente de allí o a los significados locales a su al
cance. En conjunto, pasa más de dos años en Malabo; pero sabemos
que entretanto estuvo en Costa Rica, en la escuela de administración
de empresas de América Central con el objetivo de dedicar unos me
ses a escribir, y que luego trabajó durante un par de meses en Bolivia,
estuvo dos veces en Panamá para consultas, hizo su segundo viaje a
Nicaragua en dos años, y terminó un libro sobre las elites en los paí
ses en desarrollo (Klitgaard, 1 990, pág. 52). Y lo que sin duda es aún
más importante, su hábitat eran los despachos del Banco Mundial y
las conexiones con el mundo académico de Estados Unidos, además
de la familia y de los amigos de casa.
Por otra parte, en Malabo, además de la conexión manifiesta con
el Banco Mundial, Klitgaard formaba parte del hábitat de personas
como Don Bonifacio y Don Constantino, los ministros. Los hábitats
de estos dos habían incloido, al menos en otra época, instituciones y
espacios locales en España y en la Unión Soviética, respectivamente,
y era de suponer que esta circunstancia habría dejado alguna huella en
sus repertorios culturales. Para Don Constantino y Don Milagroso, el
director del banco de Malabo, miembro del clan Mongomo, era con
toda seguridad una parte significativa de su hábitat personal. En cam
bio, para Maele, la estrella de rock, las conexiones de Klitgaard con el
B anco Mundial probablemente significaban muy poca cosa. Para él,
Klitgaard era una fuente de conocimientos musicales y una ayuda
85
para transformar una melodía de Creedence Clearwater Revival en
una canción con un toque local. Sin embargo, y por supuesto, Maele,
para renovar su repertorio, no dependía exclusivamente de sus en
cuentros personales con expatriados ilustrados. Podía ir, por ejemplo,
al restaurante «Beirut» y escuchar el álbum de Abba.
Para el colectivo del clan Mongomo, el aparato del estado de Gui
nea Ecuatorial era, sin duda, un recurso importante en su hábitat
emergente -un hábitat que se estaba ensanchando, desde el punto de
vista espacial, desde su remota región de origen hasta Malabo, la capi
tal, donde eran como extranjeros. Era una maquinaria que en cierto
modo habían heredado del régimen colonial español. Sin embargo,
para que les fuera útil, necesitaban tanto del Banco Mundial como de
las técnicas violentas conocidas como «Etiopía». En cambio, ese mis
mo aparato estatal podía crear serios problemas (aunque imprevisibles
y sólo presentes de manera intermitente) en el hábitat 'dé otros ecua
toguineanos, y, como consecuencia, a veces estos hábitats tenían que
exiliarse a España.
Podríamos continuar trazando las conexiones y los entrecruces de
los hábitats de la gente de Malabo, y rastreando el alcance de estos há
bitats lejos de allí, en el ancho mundo. Pero lo que me importa subra
yar es que si las observamos de cerca, este tipo de conexiones conside
radas en conjunto son las que convierten el ecúmene global contem
poráneo en un paisaje abierto, a partir de las relaciones sociales y de
los flujos de cultura. Pensar en algunas de ellas como «dentro de una
sociedad» y en otras como «entre sociedades» puede que no nos ayu
de en absoluto si resulta que estos términos llevan una excesiva carga
teórica.
MODERNIDAD Y DIFERENCIA
86
ta otra persona cualquiera. Sin embargo, tal como sugiere la respuesta
del irlandés, esta movilidad de las cosas culturales puede que en algu
nos casos sea excepcional, que se encuentre con diversos obstáculos y
que no sea muy deseable. Entonces uno puede buscar principios que
permitan una organización de la diversidad en donde no todo esté en
todas partes.
Esto parece estar en la línea de lo que defiende el sociólogo Ro
land Robertson (1 992, págs. 34, 4 1): prestar más atención a la «meta
cultura». A mi modo de entender, este término sugiere que las perso
nas tienden a apoyarse en algunas concepciones que son más engloba
doras y de acuerdo con las cuales se interpretan y se organizan en la
vida humana los materiales de las minucias culturales. Puede que estas
concepciones no se detecten, que no estén directamente disponibles
para reflexionar sobre ellas; o puede que los profanos o los especialis
tas reflexionen sobre ellas. Se entiende que estas concepciones meta
culturales englobadoras no están «por encima de la cultura», sino que
ellas mismas son necesariamente culturales, en cualquiera de los sen
tidos descritos en el capítulo 1 ; es obvio que tienen una relación con
cualquiera de las concepciones de cultura «como un todo», se desarro
llan y se aprenden en la vida social, y pueden variar.
Siguiendo en esta misma línea, lo que diría es que hay dos grandes
metaculturas coexistentes y que, bien impulsando bien constriñendo
el flujo cultural, desempeñan un papel en la globalización actual de la
modernidad. Citaré a continuación algunos comentaristas recientes.
Por una parte, tenemos a los sociólogos David Strang y John
W. Meyer ( 1 993). Les interesa una comprensión general de las con
diciones necesarias para la difusión de las prácticas sociales. En cier
to modo, a ninguno de los dos les gusta el enfoque que se centra
únicamente en los aspectos de relación, según el modelo de las en
fermedades infecciosas. No hay duda que la existencia y la relativa
intensidad de las relaciones juega un papel importante en la difu
sión. (Por esto he subrayado, en parte, la noción del ecúmene global
como un paisaje abierto y poblado con un sistema de redes bastan
te denso.) Pero, además, la comprensión que los participantes tienen
de sí mismos y unos de otros, y las prácticas que están en juego, tie
nen una gran importancia para Strang y Meyer. Para que la gente
haga suya una forma de hacer que otra persona muestra, tienen que
tener una idea aproximada de cómo se ajustaría esa práctica en su
propia vida; y puede que esto implique un análisis de las diferencias
y semejanzas entre las respectivas situaciones, y de las diferencias y
semejanzas entre ellos y el otro.
87
Strang y Meyer defienden que la teorización --obviamente una
forma de reflexión- tiene un papel muy importante en la vida con
temporánea. Las categorías abstractas y las relaciones que siguen un
patrón, se formulan por medio de la teorización, elevándose así por
encima del tumulto de la diversidad cotidiana. La teorización tiende a
favorecer la semejanza por encima de la diferencia; no todo es total
mente único y singular, pero las situaciones, las prácticas y las perso
nas más bien tienden a convertirse en ejemplos de una clase, en varia
ciones ligadas a un tipo ideal. Al hacerlo, la teorización estimula tam
bién la difusión, ya que los participantes se vuelven homogéneos
aunque en distintos grados.
Esta teorización puede ocurrir a pequeña escala, a nivel interperso
nal; pero lo que realmente importa es que también ocurre en el plano
de las grandes instituciones y organizaciones. Strang y Meyer (1 993,
pág. 500) señalan que el ejemplo más destacado «donde la teorieación
es clave para la construcción tanto de las unidades como de los ele
mentos específicos, donde las teorizaciones parciales se articulan unas
con otras, y donde una red de teorías congruentes forma un marco
cultural hegemónico [ ... ] es la modernidad misma».
De modo que aquí tenemos una metacultura contempbránea de
gran importancia; una metacultura que subraya la semejanza. En la
medida en que las teorías modernas favorecen un orden moral univer
sal, un análisis científico y normalizado de las relaciones medios-fines
y de la naturaleza, y una amplia visión ahistórica de la naturaleza hu
mana y de la sociedad, los participantes se construyen en tomo a es
tos enfoques para que resulten más parecidos unos a otros. En la mo
dernidad, las cosas correctas, al menos, pueden ir desde un lugar cual
quiera hasta otro lugar cualquiera (aunque la tendencia es desde el
centro hacia la periferia). Una vez establecida firmemente la premisa
de que la vida social se ha de organizar en tomo a las nociones de pro
greso y de justicia, y que los seres humanos tienen que ser autónomos,
racionales y ciudadanos deliberadamente individuales, entonces surge
una amplia gama de otras cosas que parecen derivarse lógicamente de
lo anterior y que al mismo tiempo consiguen el respaldo de las orga
nizaciones para una mayor expansión. Sin embargo, y por supuesto,
no se trata de un proceso sencillo en el que la premisa general apare
cería primero, plenamente desarrollada, y a continuación seguirían los
casos específicos. Lo que ocurre, más bien, es que a medida que estos
últimos se acumulan, el principio general se alimenta de ellos y esta
blece su fuerza.
Al final, Strang y Meyer llaman la atención sobre una anomalía.
88
La modernidad celebra al actor autónomo y competente. Sin embar
go, son esta autonomía y esta competencia las que tienden a estar so
metidas a las fuerzas modernas de la generalización a través de la difu
sión. De una forma un tanto paradójica, tal vez podríamos decir que
lo que aquí vemos es la difusión de una idea en evolución: la concep
ción metacultural de la modernidad, tal como la describen Strang y
Meyer, parece más bien la de la teoría de la modernización de hace
unas décadas en vez de la que presenta Eisenstadt, cuya teoría es el
punto de partida de este capítulo.
Por otra parte, veamos cómo dos antropólogos de Chicago identi
fican otro tipo de metacultura. Marshall Sahlins ( 1993), interesado
desde hace mucho en la formación cultural de la razón, se apoya en
Terence Turner, igual que Turner (1 993) se apoya en Sahlins8• Si los
teóricos de la modernidad (como Anthony Giddens, por ejemplo)
han hecho hincapié en la discontinuidad, y alguien como Eisenstadt
ha tratado de combinar la continuidad con la discontinuidad en una
sola visión, parece que a Sahlins, después de todo, le interesa más la
continuidad cultural y la diversidad. Lo que defiende es que dado que
la cultura occidental es tan obvia para nosotros -para los que perte
necemos al mundo occidental-, nos inclinamos a pensar que nues
tra «razón práctica» es algo que está más allá de la cultura. Los demás
tienen también su razón práctica; en sus dialectos culturales particula
res, igual que nos ocurre a nosotros. Cuando tienen nuevos recursos a
su alcance, como consecuencia por ejemplo de nuevas conexiones
globales, tienden a apoyarse en sus propias tradiciones para razonar si
un cambio puede ser aceptable o deseable.
De este modo la cultura continúa, se adapta a nuevas circunstan
cias. En las tierras altas de la Papúa de Nueva Guinea, esto puede tra
ducirse en más fiestas del cerdo, o en una nueva casa para los hom
bres. El incentivo «no [es] convertirse en algo exactamente igual a no
sotros sino más bien a ellos» (Sahlins, 1 993, pág. 1 7). Si revisamos la
historia de los países alejados de Occidente, no fue la llegada del Pri
mer Hombre Blanco lo que comportó una ruptura, sino el estableci
miento del poder colonial, porque representaba una pérdida de con
trol. Pero lo que había era dominio, no hegemonía, ya que el estado
colonial hacía continuas concesiones a las particularidades culturales
del lugar.
8 Robertson (1 992, pág. 34) también hace referencia a Sahlins (1 985) cuando discu
te la metacultura.
89
De modo que puede haber diferentes establecimientos culturales9•
Sin embargo, ahora somos testigos de otro paso más -y creo que esto
es lo que Sahlins quiere decir. Por todas partes la gente manifiesta un
nuevo grado de conciencia en lo que respecta a la cultura; y en este
contexto, significa poner un acento especial de la diferencia. Algunas
cosas no debieran llegar hasta aquí, y otras, sin lugar a dudas, debie
ran quedarse donde están. Sahlins toma nota de lo que observa Tur
ner ( 1 99 1 ) a finales de los años ochenta en la selva tropical de Brasil:
los indios Kayapo, que por lo demás eran monolingües en su propia
lengua materna, utilizaban el término portugués cultura cuando se re
ferían a las costumbres tradicionales. Además, esta conciencia de sí
mismos se integraba en un intento desafiante para mantener su auto
nomía frente al estado y al mundo que los rodeaba. De modo que ve
mos «la formación de un Sistema Mundial de culturas, una Cultura de
culturas» (Sahlins, 1 993, pág. 1 9).
Cuando Turner habla de esto ( 1 993, pág. 24), advierte que aquí
hay una transformación histórica importante. La Cultura como una
categoría universal, diferente de, pero incluyendo culturas específicas,
se ha convertido precisamente en una «metacultura» -vuelve a apare
cer este término. Es un «espacio de derechos colectivos para la a,utode
terminación», «una fuente de valores que pueden convertirse en acti
vos políticos, a la vez como base de partida para la solidaridad y la
movilización del grupo en el ámbito interior, y como petición de res
paldo a otros grupos, a otros gobiernos y a la opinión pública de todo
el mundo en el ámbito exterioP>. Turner lo explica en el contexto del
crecimiento del multiculturalismo y de la política de identidad en Es
tados Unidos, otro de los escenarios para esta metacultura donde la di
ferencia es una premisa en sí misma 1 0 •
9Véase Dahl y Rabo (1 992), en cuanto a otras opiniones sobre este tema.
10
Del mismo modo, Robertson (1 992, pág. 83) obseiva que el crecimiento del ám
bito de los estudios culturales parece estar en la misma línea que el punto de vista de
Wallerstein (1 990) sobre la cultura, entendida como un campo de batalla ideológico del
sistema mundial.
90
las características más importantes de finales del siglo XX es que la me
tacultura de la semejanza se apoya sólidamente en la organización po
lítica formal. Cuando los exploradores europeos empezaron a viajar a
tierras lejanas, se encontraron con muchas formas políticas diferentes
-reinos divinos, repúblicas gerontocráticas, anarquías estructuradas,
bandas de saqueadores. Sin embargo, después de la época colonial y
del advenimiento de la independencia en muchos países tras la Segun
da Guerra Mundial, encontramos poco más o menos el mismo tipo
de organización estatal en todo el mundo. Las reflexiones de Strang y
Meyer (1 993, pág. 49 1) nos dicen: «Pensemos en lo mucho que se ha
bría retardado la difusión si lo primordial hubieran sido las naciones
estado o si éstas hubieran ocupado anteriormente unas posiciones di
ferenciadas dentro de una estructura política global jerarquizada.» El
hecho es que, a pesar de las enormes disparidades reales, todo el mun
do admite que los estados poseen un mismo status legal y que, al
menos oficialmente, todos apuestan por los mismos objetivos de mo
dernidad. Y esto es una premisa fundamental para todas las organiza
ciones internacionales, que proliferan en este final de siglo XX, que es
tablecen conexiones entre los estados, y que, por supuesto, lo hacen
entre centro y periferia. Un buen ejemplo es la presencia constante, o
intermitente, en Malabo de AID, ILO, UDEAC, IMF, el Banco Mun
dial y la UNESCO, en un verdadero carnaval de siglas.
Hasta cierto punto al menos, la metacultura de la modernidad pa
rece que tiende a moverse de arriba abajo. Podría decirse también que
parte de unas categorías muy académicas. Los científicos de lo social
son los que han llevado a cabo la mayor parte de la teorización de la
modernidad. De hecho, las metaculturas de la modernidad puede que
hayan tenido lugar históricamente en una diversidad -recuerdo ha
ber visto descrita la antigua estructura de los pueblos de la India como
uh «orden nominativo» (Marriott, 1 959, pág. 67). Sin embargo, en su
versión actual, esta metacultura tiende a presentar una oposición, aun
que no siempre se mueva literalmente de abajo arriba. Cuando uno
aboga por la diferencia cultural, establece unos derechos especiales, al
menos el derecho a quedar excluido del campo donde los otros ejer
cen el poder. (Volveré a este punto en el próximo capítulo.)
Pero decir esto es decir muy poco. Marshall Sahlins observa, igual
que otros, que los líderes del resurgimiento cultural, los que más
aplauden la diferencia, se encuentran con frecuencia entre los que lle
van una vida de mucho éxito en los hábitats donde predomina la mo
dernidad, personas que, sin duda, han adquirido habilidades impor
tantes muy extendidas. Podríamos considerar todo esto del mismo
91
modo que lo hace Sahlins y decir que es una «indigenización de la
modernidad» -es decir, que de los materiales de importación y de to·
dos los productos relativos a las ideas, uno se apropia de aquella par·
te que es válida para su propio punto de vista. Al mismo tiempo, no
obstante, se diría que hay una modernización de lo indígena, una do·
mesticación de la diferencia; es decir, «la Cultura de las culturas» tarn·
bién comporta una tendencia a afirmar la diferencia a lo largo de unas
líneas en cierto modo normalizadas. Y puesto que esta metacultura es
en sí misma, obviamente, un elemento de difusión -no fueron los
propios indios Kayapo quienes inventaron el concepto cultura-, no
ha de sorprendemos que surja esta tendencia. Por otra parte, si -tal
como señala Tumer- lo que se pretende al afirmar la diferencia es re·
querir y movilizar el apoyo de los que se hallan a distancia Qa opinión
pública general, pongamos por caso), es probable que ayude a ello el
hecho de que estos otros puedan reconocer fácilmente su propia dife·
renciación por medio de criterios establecidos. Sentir al otro comcc_al
guien demasiado ajeno y diferente puede que no resuelva nada.
Y volviendo a donde estábamos ¿qué tiene que ver Malabo con
todo esto? Es evidente que Klitgaard y sus colegas, co�ados todos
ellos con diversas instituciones internacionales, son �gentc;s de la mo
dernidad; es decir, trabajan en los supuestos de esta rnetáéultura de la
modernidad. Pero esto no quiere decir, ni mucho menos, que las teo·
rizaciones de esta metacultura les resulten de gran ayuda. Klitgaard
(1 990, pág. 1 97) dice que «a diario, mi ignorancia de la economía y de
la política local me obligaban a ser humilde; me sentía frustrado, has·
ta la desesperación, por todo lo que podía salir al revés. En Guinea
Ecuatorial la Ley de Murphy sería una enciclopedia legal». Strang y
Meyer (1 993, pág. 500) no están en absoluto convencidos de que la
teorización abstracta sea siempre una buena cosa y comentan que
«la teorización global desenfoca la variabilidad individual, asumiendo
equivalencias que son a todas luces inexactas según la información lo·
cal ... ». El observador no ilustrado no verá más que un isomorfismo ri·
tualizado en la difusión que se deriva de las teorías. La modernidad
apadrinada internacionalmente tal vez llegue aquí a un punto muerto,
pues en la práctica los clientes quizá no estén dispuestos a que se es·
pecule con ellos.
Cabe sospechar que los jefes del poderoso y misterioso clan Mon·
gomo, del pueblo de los Fang, gobiernan sus asuntos, como dice Sah·
lins, para convertirse «más en ellos mismos», desarrollando sus pro·
pias tradiciones en el nuevo hábitat. Tener a su disposición un apara·
to estatal que les sirva para estos fines parece que es como una ventaja
92
maravillosa. Por otra parte, y en lo que se refiere a la metacultura de la
diferencia, parece que ésta, según la descripción sucinta de Turner, no
se ha establecido realmente en Malabo -al menos esto es lo que se
deduce del informe de Klitgaard. (Si buscamos «diferencias culturales»
en el índice temático de Tropical Gangsters, encontraremos una entrada
que remite a un par de párrafos sobre las relaciones entre los maridos
y las esposas de Guinea Ecuatorial, y otra que lo hace a unas pocas pá
ginas sobre la competencia entre las mujeres locales, como aspectos a
los que Klitgaard presta atención.)
Volviendo a lo que ya he dicho, teorizar la modernidad como se
mejanza ha sido obra en gran parte de los científicos de lo social (casi
siempre economistas, sociólogos y científicos de la política). Cabe,
pues, preguntarse si la teorización de la diferencia no tiene a su vez
una base académica. De quienes más podemos sospechar es de los an
tropólogos, dada su inclinación a exaltar la diferencia y dado que, si
guiendo una moda, han dado cobijo al relativismo cultural.
De hecho, la metacultura de la diferencia probablemente se ha ins
pirado, al menos hasta cierto punto, en la difusión extramuros de una
tendencia de larga existencia entre los antropólogos. Con todo, pare
ce que merece la pena señalar que el debate actual acerca del concep
to de cultura en el mundo de la antropología -debate que he tratado
en el capítulo 3- se produce precisamente porque esta metacultura
está emergiendo como una corriente más o menos mundial en el pla
no intelectual-ideológico-político.
Marshall Sahlins, en el artículo al que ya me he referido extensa
mente, ilustra la intensidad de la diferencia cultural (la «casilla 4» del
capítulo 3) de una manera compleja y extraordinariamente explícita.
Además, y como ya hemos visto, hay ahora otros antropólogos que
prefieren centrar la atención en la continuidad de entendimiento, fun
damentándola en la naturaleza humana compartida, las condiciones
de la vida humana que se repiten, o, de una manera más específica, las
negociaciones o superposiciones entre los individuos con los reperto
rios culturales constituidos por sus propias biografias. Volvamos a Ma
labo. Si hablamos de las categorías sociales que establecen la pertenen
cia a un clan y a una etnia, Don Milagroso será siempre un Mongomo
y un Fang; pero después de haber cursado estudios y una vez entra en
el grupo internacional de Malabo, (continuará siendo para siempre y
de manera fundamental un receptáculo de la cultura Fang? Y Klit
gaard, el ciudadano norteamericano ¿continúa siendo de una manera
igualmente fundamental un fruto de la cultura americana, prescin
diendo de su cumculum vitae de trotamundos? A estas alturas puede
93
que Don Milagroso entienda bastante mejor a sus mayores de lo que
ellos le entienden a él, y, gradualmente, él y Klitgaard puede que se
comprendan mejor el uno al otro. En el paisaje del ecúmene global
puede haber espacios de comprensión compartida, o una serie de
puentes.
La controversia en tomo al concepto de cultura sugiere que actual·
mente la antropología tal vez sólo puede facilitamos una base acadé·
mica ambivalente e incómoda para la metacultura contemporánea de
la diversidad, tal como ha quedado definida más arriba. Algunos pro
fesionales y teóricos están más próximos a la idea de que, después de
todo, los seres humanos son similares. Incluso se podría apuntar que,
en principio, no hay nada que impida que este concepto de cultura,
que subraya la adquisición en la vida social, coexista hasta con la me
tacultura de la modernidad como semejanza -si en última instancia
toda la humanidad escoge el mismo software, como si dijéramos, pues
que así sea. Pero a duras penas es ésta la situación actual. Las persona&._
pueden parecerse en algunos aspectos y ser diferentes en otros, y lo
que hace falta en el ecúmene global es más bien un estudio teórico de
dos cosas que ocurren a la vez: la apertura y la variación.
94
globales, a las relaciones centro-periferia. Al principio la modernidad
no estaba en todas partes, y si bien se ha extendido por todas partes,
o por lo menos hace que su presencia se sienta en todas partes, las
condiciones bajo las que se produce esta presencia son muy variables.
El viaje a Malabo nos permite ver algunos aspectos de la diversi
dad de la civilización en cuestión. En algunos lugares de la periferia
puede que la elite indígena comprometida con la modernidad sea
muy reducida, la nación-estado en tanto que comunidad es algo que
casi no se ha imaginado aún y el aparato estatal puede que fluctúe en
tre la debilidad y el terror. En los intersticios que quedan entre lo que
es moderno y lo que no lo es, puede que surjan, no obstante, unos in
tentos espontáneos de crecimiento desde las bases culturales autócto
nas, con muy poco interés por los modelos metropolitanos. Puede
que se hagan, tal vez no en Malabo pero sí en otros lugares, tímidos
esfuerzos más o menos logrados para cerrar un trato entre metacultu
ras opuestas, en un esforzado intento de ser a la vez modernos y dife
rentes. Klitgaard y compañía nos enseñan algo acerca de la desigual
distribución de la reflexión organizada y a gran escala que hay en el
mundo. En la periferia, el examen sistemático y la teorización, de
acuerdo con la forma legitimada, suelen importarse del centro y estar
controlados por el centro, con todas las consecuencias políticas y cul
turales que esto implica.
95
5. Siete argumentos para la diversidad
97
rales. Si escuchamos las palabras de Clifford Geertz (1 986, pág. 253),
«puede que tengamos que enfrentamos con un mundo donde ya no
existan cazadores de cabezas, pueblos que se rijan por la línea mater
na o personas que predigan el tiempo después de examinar las entra
ñas de un cerdo».
Enfrentados a la perspectiva de una homogeneización general -si
le damos credibilidad, aunque sólo sea por un momento-- tal vez he
mos de preguntamos si debemos intentar resistimos a ello. ¿�é argu
mentos tenemos a favor y en contra de la diversidad cultural, y en qué
se fundamentan estos argumentos? rnn qué aspectos los argumentos
acerca de la diversidad cultural corren p arejos con los de la diversidad
biológica, y en qué aspectos difieren? Este es el campo conceptual que
trataré de describir en este capítulo.
En un sentido al menos, puede que de hecho resulte bastante
práctico dejar de lado la diversidad. Pero no hay que perder de vista
que la interacción entre los seres humanos se produce por medio de
la cultura. Se entienden más o menos entre ellos a través de la cultu
ra, y cuanta más cultura retengan más efectiva será (al menos en cier
tos aspectos) la coordinación de la interacción. Podríamos decir que
esto les permite una transparencia mutua y que a menudo las peque
ñas señales, mínimas y evidentes, son las que les permiten entenderse.
Son tantas las cosas que pueden quedar implícitas, tanto lo que pue
de darse por supuesto. La fórmula de organización es: «Yo sé, y sé que
tú sabes, y sé que tú sabes que yo sé.» Estamos tan absolutamente ha
bituados a esta facilidad de interacción por razones culturales, que ra
ras veces somos conscientes de ella, salvo si se produce una fractura.
Pero parece ser que estas fracturas son cada vez más frecuentes.
Este valor poco interesante de la diversidad cultural no debe preo
cupamos más de momento; aunque, cuando oímos grandes elogios
de la diversidad cultural, no debemos olvidar que a veces se prescinde
por conveniencia de las pequeñas y grandes furias que provoca el he
cho de no compartir una cultura.
A pesar de todo, quiero dedicar mayor atención a algunos debates
acerca de la diversidad cultural. Con más o menos detalle, me gusta
ría identificar siete tipos de argumentos y al mismo tiempo señalar los
límites que tiene cada uno. Todos son interdependientes y a veces in
terfieren unos en otros.
Uno de ellos aboga por la diversidad cultural por sí misma,
como una especie de monumento a la creatividad de la humanidad.
Otro de ellos parte de los principios de equidad y autodetermina
ción. Otra forma de considerar el tema es que la diversidad cultural
98
beneficia la adaptación de la humanidad a· los limitados recursos am
bientales que hay en el mundo. La cuarta sería que la diversidad cul
tural contrarresta las relaciones de dependencia política y económi
ca. Otra alternativa, la quinta, sería adoptar una posición mayor
mente estética de cara a los placeres de la diversidad cultural. La
sexta, considerarla como una provocación provechosa para el inte
lecto. La séptima, servirse de ella como si fuera un fondo de conoci
mientos verificados acerca de cómo manejarse con las cosas.
99
librio de poder más o menos discutible entre sus miembros. Los escla·
vos, las castas bajas, o las mujeres o los jóvenes oprimidos puede que real
mente quieran hacerse oír, o llevar a cabo alguna acción directa para con·
seguir algo, pero muy posiblemente no están en condiciones de hacerlo.
Este arreglo de conveniencia es sencillamente lo mejor que pueden ha·
cer para funcionar todos juntos con los recursos que tienen a mano.
Si a las personas se les presenta una posibilidad de elección, pue
de que en determinadas circunstancias no opten por lo que al parecer
sería «su» cultura. Para empezar, puede que nunca hayan estado since·
ramente a favor de ella. Por otra parte, los seres humanos tienen cier·
ta capacidad para rehacerse a sí mismos y sus repertorios culturales
pueden tener puertas abiertas a otras potencialidades. En otras pala
bras, si se les presentan otras culturas diferentes de la que han vivido,
puede que a veces prefieran seguir las otras, tanto si las entienden con
todo detalle y con todas sus implicaciones como si no es así.
Vemos, pues, que hay una enorme diferencia entre las culturas del
Homo sapiens y los biogramas de otras especies. Un animal concreto
no puede elegir convertirse en otro tipo de animal, su derecho a la su·
pervivencia como individuo y como especie sólo lo salvaguarda el he·
cho de que pueda continuar siendo lo que ya es. En cambio, las cul
turas pueden morir mientras las personas continúan viviendo; y aquí,
«morir» sólo significa que un conjunto complejo de ideas y de prácti
cas que se apoyan en ellas caen en desuso.
De modo que no hay que confundir el derecho de elección que
tienen las personas con la salvaguarda de una herencia cultural concre·
ta o de la diversidad cultural en general, por respeto a las mismas Qa
idea del «monumento a la creatividad humana»). Esta salvaguarda
puede partir de un criterio principalmente estético y de apego a lo an·
tiguo, y a menudo se apoya en un placer indirecto: parece que con fre·
cuencia son los intrusos quienes llegan a tales conclusiones y se la
mentan por las culturas que otros dejan atrás. Para asegurar que las di
versas culturas existentes se preserven como entidades vivas, es obvio
que «el derecho a la propia cultura» debería transformarse en un deber
para con esa cultura. Y esto sin duda sería mucho más polémico.
CULTURA Y ECOLOG1A
100
también un conjunto diferente de conocimientos acerca de esos recur
sos, podría resultar ventajoso para nuestra supervivencia a largo plazo
que la diversidad de culturas encaminara a las poblaciones a situarse
ellas mismas en diferentes «nichos». Si la Nave Espacial Tierra es el ho
gar que hemos de compartir, aun así sería bueno no tener que com
partir cabinas.
Los estudios antropológicos acerca de la relación entre cultura y
ecología muestran con frecuencia de qué manera un pueblo logra es
tablecer un equilibrio constante con su hábitat, ya sea éste una selva
tropical, una estepa o un mar en el Ártico. Y lo consiguen mediante
una aguda observación de la Naturaleza, un conjunto de prácticas
sociales y rituales, cuyas implicaciones beneficiosas para el medio
ambiente tal vez no entiendan del todo, y una modesta tecnología.
Además, es frecuente que estos estudios destaquen la forma de coe
xistencia más o menos satisfactoria de grupos diferentes en un terri
torio reducido, a partir del uso de los diferentes recursos medioam
bientales 1 •
A gran escala, lo que acabo de exponer se interpreta, poco más o
menos, como una advertencia para que, sobre todo, los pueblos del
Tercer Mundo no sigan los hábitos del Primer Mundo (y del ex Segun
do Mundo) en lo que se refiere a polución y reducción de recursos,
porque esto nos llevaría a un desastre global del medio ambiente. Si
las culturas del Tercer Mundo tienen que cambiar, por favor que no lo
hagan en esa dirección.
No podemos descartar esta cuestión, y sin embargo observamos
un punto débil. Si todo el mundo tiene derecho a escoger una cultu
ra, tanto si esto supone mantener la que tienen como adoptar otra, es
difkilmente defendible que algunos tengan más derecho que otros a
destruir el entorno por el mero hecho de que llevan más tiempo ha
ciéndolo o porque hayan inventado los medios para destruirlo.
Sea cual sea la aportación de la diversidad cultural al aprovecha
miento de las reservas de nuestro planeta, a estas alturas hemos de ser
conscientes que las diferencias culturales no se apartan necesariamen
te de las cuestiones y la competencia ecológica. Tal como están las co-
1 Véase, por ejemplo, Barth (1 956) y su estudio pionero sobre la ecología y las rela
ciones de grupo en el norte de Pakistán, o bien cómo interpreta Rappaport (1 984) el sig
nificado ecológico de la vida ritual de los habitantes de Nueva Guinea. Véanse también
las declaraciones polémicas del critico cultural Chinweizu (1 982), el radical nigeriano,
acerca de la viabilidad de la cultura desde el punto de vista de la adaptación ecológica.
101
sas, es más probable que tengamos que dar un giro completo a
nuestra postura: hay que salvaguardar el acceso de una población
concreta a su hábitat, porque ésta es la única forma de poder garan
tizarle el derecho a su propia cultura; y este derecho está íntima
mente relacionado con una forma concreta de adaptación ecológi
ca, o bien esta adaptación es realmente una parte rhuy importante
de ese derecho.
Estos argumentos, que van desde los principios de equidad cultu
ral hasta sus consecuencias ecológicas, son a todas luces necesarios
porque la cultura industrial del Primer Mundo tiende a expansionarse
y a ocupar nuevos nichos sin tener en cuenta si ya están ocupados.
Cuando una empresa de minas, de energía o forestal llega a un lugar,
a los cazadores y a los que cultivan la tierra, o bien se les expulsa o
bien se les margina. La mayoría de las veces no se les da opción ni se
les proporcionan nuevas ideas y oportunidades; ni siquiera valoran
sus conocimientos ecológicos, sino que los descalifican totalmente.
Tal como indicaba en el capítulo 2, actualmente vemos en este cam
bio medioambiental una amenaza para lo que hemos dado en llamar
Cuarto Mundo; es decir, pueblos aborígenes cuya adaptación al hábi
tat es tan específica que una intromisión de importancia puede produ
cir una pérdida de cultura en vez de un mero cambio cultural; y ade
más, estas intromisiones son tan fuertes que pueden llegar hasta el ge
nocidio. A medida que uno se adentra en el universo de la diversidad
cultural, esta situación se parece poco más o menos a la amenaza que
pende sobre las especies biológicas2•
Sea cual sea el lado que defendamos en el debate acerca de la eco
logía y la diversidad cultural según las líneas propuestas hasta ahora,
queda claro que todo ello comporta una visión de las culturas como
fundamentalmente separadas unas de otras. Se trata de ver cómo y de
qué diversas maneras pueden relacionarse entre ellos los pueblos que
tienen culturas diferentes, a través de las propias ecologías elaboradas
culturalmente. Por otra parte, esto no implica una opinión en cuanto
a si el acceso a las variaciones del sistema de significado es o no venta
joso. El_próximo argumento para la diversidad cultural, a menudo im
plícito o también claramente explícito, se opone más directamente a
un cierto tipo de acceso amplio a la cultura.
102
LA DIFERENCIA COMO RESISTENCIA
3 Las cosas se complican un poco más cuando resulta que la periferia importa, ade·
más, la autocritica cultural del centro.
103
mentos más amplios. Es, además, un tipo de argumento para mante
ner unas culturas delimitadas que pueden combinarse fácilmente y de
una manera bastante discreta, aunque en términos retóricos, con la
exigencia del derecho a la propia cultura. Lo que se ha expuesto en el
<;;tpítulo 4 acerca de «la metacultura de la diferencia» encaja aquí per
fectamente.
DISFRUTANDO DE LA DIVERSIDAD
104
CONFRONTACIONES CREATIVAS
105
a más de una línea de pensamiento y, de este modo, evitar el control que
cualquiera de ellas pueda ejercer; donde uno puede moverse sin tener
que seguir los tipos de división convencional de trabajo que esas líneas
establecen; y donde, no obstante, uno fija el orden jerárquico y, así, pro
bablemente, evita la confusión y mantiene un sentido de dirección.
De todos modos, hemos de ser conscientes que Marx, Freud y
Lévi-Strauss pertenecen a una subcultura étnica que no está muy dis
tante de la corriente principal. La pregunta que surge entonces es si
cabe esperar que sean igualmente productivos todos los tipos y grados
de contraste o de afinidad que se producen al combinar diferencias
culturales. Si tratamos de responder a lo que dice Gouldner, tal vez
nos preguntemos hasta qué punto la fertilidad intelectual de un en
cuentro entre dos culturas comporta necesariamente la utilización de
los recursos de ambas (o de todas las culturas que tomen parte). Lo
que puede ocurrir a veces es que el mero hecho de un mayor grado de
conciencia generado por los estímulos de una confrontación como
ésta, nos lleve a una gestión creativa de los recursos disponibles den
tro de la propia cultura4•
106
Hay una cosa curiosa en la economía de la cultura: esta reserva, este
tipo específico de bien común transnacional, no corre el riesgo de re
ducirse aunque las personas recurran mucho a ella y se la apropien;
porque uno puede ceder a otro los significados y sus expresiones sin
perderlos él mismo.
El economista Stephen Marglin, cuando habla de «la diversidad
cultural como un activo global» subraya esta perspectiva (aunque tam
bién menciona el derecho a la propia cultura):
107
gran escala de los cambios que los modelos anteriores proponen 6•
Como ya he dicho, este punto de vista sostiene que la diversidad
cultural mantiene vivas las diversas alternativas; y no sólo en el esta
do en que están, sino con toda su capacidad de desarrollo. Es una
idea atractiva, aunque con posibles puntos débiles. Uno de ellos es
la tendencia a suponer que si estas alternativas no se mantienen en
marcha, acabarán por perderse definitivamente. Qiizá esto no sea
sino una perspectiva sombría e innecesaria de la inventiva humana,
pues ¿acaso no son capaces las personas de construir alternativas a
medida que las necesitan sin tener que pensar continuamente en un
modelo?
Cabe preguntarse también qué tipo de documentación, como si
dijéramos, se necesita para mantener el acceso a esta reserva cultural.
¿Qié diferencia hay entre una cultura que se mantiene viva al cien
por cien, con participantes a pleno rendimiento, y otra que sólo se
conserva en los archivos, en textos, grabaciones o cualquier otro so
porte? Es cierto que los archivos también pueden ser destruidos,
como también el arte de manejarlos. Pero, a no ser que tedos los hu
manos nos convirtamos otra vez en cazadores y segadores analfabetos
y, además, sin experiencia en esas tareas, parece que gracias a los es
fuerzos de los especialistas es casi seguro que tendremos garantizado
el acceso a la mayor parte del cúmulo de diversidad cultural de todo
el mundo.
Sin embargo, esta idea de la diversidad cultural global como una
reserva compartida a la que todos recurren, presenta otro problema: la
dificultad de trasladar elementos de cultura de un contexto a otro para
que se puedan reorganizar fácilmente en el último. Durante unos se
tenta y cinco años, poco más o menos, los antropólogos han hecho
un gran esfuerzo de análisis, en gran parte para demostrar la cohesión
de las culturas y que las creencias y prácticas específicas sólo tienen
sentido como partes de un todo cultural. Es cierto que últimamente
esta disciplina parece menos comprometida con la idea de cultura
como una entidad estrechamente integrada, un «tejido sin costuras».
No obstante, resulta dificil aceptar la idea de que cualquier cosa que
parece funcionar en una cultura pueda decirse que funcionará igual
mente bien en un contexto muy diferente. (Si esto fuera así, lo que po
dría ocurrir es que finalmente, puesto que hemos identificado todas
108
las ideas buenas y las hemos agrupado, podemos echar todas las malas
al estercolero de la historia; y entonces se habría acabado la diversi
dad; una especie de visión del «fin de la historia».)
109
6. El regreso de Kokoschka,
o la organización social del mestizaje
111
dividuos, y el estado, que controla la educación de una manera o de
otra, se asegura la disponibilidad de unos individuos conveniente
mente modulares.
¿Qié tipo de mapa etnográfico del mundo dibujaríamos ahora, se
ría para siempre del tipo Modigliani, como si dijéramos? ¿y en todas
partes? 1• Veamos lo que dice un inmigrante intelectual del escenario
británico, Salman Rushdie, cuando explica su famosa novela:
1 Véase, por ejemplo, la critica que hace Moore ( 1989) sobre las opiniones de Gellner.
2 Véase Nederveen Pieterse ( 1994) en cuanto a un tratamiento de la «globalización
como hibridación».
1 12
mestizas» puede estar pasando a ser un término más genérico, con un
campo de aplicación más amplio 3•
No hay duda que el atractivo de estos conceptos de lo mestizo es
en parte retórico. En oposición a la corriente de pensamiento cultural
amplia y largamente establecida que subraya la pureza, la homogenei
dad y la delimitación de las culturas, y en contraste con esas metáfo
ras biológicas por las que Rushdie batalla oponiéndose a las anterio
res, los conceptos de lo mestizo sugieren que la mezcla cultural no es
necesariamente una desviación, de segunda clase, no digna de aten
ción, una cuestión fuera de lugar. Para mí al menos, «mestizo» tiene
connotaciones de creatividad y de riqueza de expresión. Los concep
tos de lo mestizo también dan a entender que todavía hay esperanza
para la diversidad cultural. La globalización no tiene por qué ser sólo
una cuestión de homogeneización completa y de largo alcance; la cre
ciente interconexión del mundo también produce ciertos beneficios
culturales4• Luego, «un poco de aquí y otro poco de allá, así es como
se introduce lo nuevo en el mundo».
Pero creo que podemos ir más allá de los meros usos retóricos para
delinear con más precisión lo que llamamos cultura mestiza, y tam-
3 Véase, por ejemplo, Fabian (1 978, pág. 3 1 7), Drummond (1 980), Grabum (1 984,
págs. 402 y ss.), Gupta (1 994, pág. 1 80), Hannerz (1 987, 1 992 a págs. 261 y ss.), Jackson
(1 989), Jourdan (1 995) y Miller (1 994).
4 Parkin (1 993, pág. 85), en un comentario perspicaz acerca de las últimas concepcio
nes de la cultura en el mestizaje, parece que al pensar en éste lo hace desde un ángulo
que se centra demasiado en la homogeneización. Según él, la desigualdad generada por
la política económica en la ci.¡ltura mestiza (véase a continuación) significa que las cultu
ras locales de la periferia están pc:rdiendo la batalla con el centro, o «por lo menos, tie
nen que llegar a un compromiso». � opinión, expuesta en el capítulo 2, es que la cul
tura local, en su propio terreno, tiene fuerza suficiente (como adversario) para forzar un
compromiso por parte de la cultura expansiva del centro, y en esto se basa el mestizaje.
Lo que me deja en cierto modo perplejo es lo que Parkin sugiere con respecto a mí,
es decir, que yo quiero que «nuestras etnografias intensivas» se dirijan a «la superficie, al
mix de organización de lo macro y de lo micro, del centro y de la periferia». No tengo
una especial preferencia por los fenómenos de superficie, ni creo que los fenómenos
culturales mestizos sean necesariamente superficiales. En el capítulo 2 expongo mi for
ma de ver el aspecto hondo y el aspecto superficial del proceso cultural. Sospecho que
Parkin se ha dejado influenciar en cierto modo por la idea de la superficialidad de lo
transnacional al estilo de Anthony D. Smith, cuestión que he tratado en el capítulo 2.
A mi modo de ver, Cohen (1993, págs. 4 y ss.) y su visión del mestizaje están en la
misma línea. Cohen debate este punto en relación con mi análisis «del papel cultural
de las ciudades mundiales» (capítulo 1 1 de este libro) de una manera un tanto misterio
sa, ya que el concepto de mestizaje no aparece ni está implícito. Por lo que veo, Cohen
no ha entendido (y tergiversa) mi posición.
1 13
bién para comprender con más claridad el proceso de formación de
esta cultura. En gran parte, desde luego, las ideas de lo mestizo entran
en los estudios culturales a partir de la lingüística, de modo que pode
mos ver que el lenguaje ocupa un lugar junto a la biología y al arte
para ofrecemos por lo menos unos primeros auxilios metafóricos en
nuestro intento por captar qué es lo que está ocurriendo en la cultura
actualmente.
Q!iisiera añadir aquí que, por una parte, no siempre es una buena
idea construir la propia comprensión de la cultura siguiendo demasia
do de cerca el modelo del lenguaje, de todos modos a duras penas nos
proporciona una guía exenta de ambigüedades; por otra parte, y más
específicamente, la lingüística mestiza, con todas sus variantes y con
troversias internas, tiene bastante más que ofrecer que la imagen reso
nante ocasional, incluso si tenemos que proseguir y avanzar más allá.
Lo primero que quiero hacer en este capítulo es esbozar los rasgos
característicos de lo que yo considero cultura mestiza. En segundo lu
gar, quiero ahondar en la organización social del mestizaje. En con
junto, la emergente macroantropología de la cultura quizá no sea tan
diferente de la de Gellner; sin embargo (y retomando sus imágenes),
el resultado puede parecerse más al cuadro de Kokoschka que al de
Modigliani.
CONFLUENCIA y «CONTINUUM»
5 Friedrnan (199 1 , pág. 104 ; 1 994, págs. 208-2 10) está equivocado en cuanto a este
punto.
1 14
periodo, de mestizaje. Volviendo al símil lingüístico, en el mundo hay
una serie de lenguas mestizas basadas en el inglés, sin embargo casi na
die estaría por afirmar seriamente que el inglés es una lengua históri
camente pura.
Es típico que la interacción adopte la forma de un espectro relati
vamente continuo de significados y formas significativas interactivas,
y a lo largo de este espectro aparecen visibles y activas de diferentes
maneras las diversas fuentes históricas de la cultura que en él intervie
nen 6. El contexto de las relaciones centro-periferia hace pensar en la
dimensión espacial y en el hecho de que hay una economía política
de la cultura inherente al continuum mestizo. El poder social y los re
cursos materiales, lo mismo que el prestigio, tienden a equipararse
con el espectro de las formas culturales. En un extremo de este conti
nuum está, pues, la cultura del centro, con mayor prestigio aunque no
siempre exento de ambigüedades, igual que en la lingüística mestiza
están el standard y el superstratum. En el otro extremo están las formas
culturales de la periferia más lejana, a menudo con mayor variedad
provinciana. En medio, para expresarlo con pocas palabras, hay una
diversidad de mezclas.
Hay que añadir un par de puntos acerca de esta concepción gene
ral del continuum cultural. Hacer hincapié en el contexto político y
económico característico de la cultura mestiza significa que, a pesar
de lo que se.ha sugerido antes en cuanto al valor y la vitalidad de la
cultura mestiza, hay que mantenerse alerta para no adoptar actitudes
que la ensalcen excesivamente. Porque, después de todo, esa cultura
mestiza está profundamente marcada por las limitaciones de la desi
gualdad.
El otro punto es que la relativa apertura del continuum, considera
da en términos culturales, pµede quedar modificada por los rangos
sociales y la tendencia a conv�rlos en emblemas por medio de dis
tribuciones culturales más clar�nte discontinuas. Allí donde la et
nicidad canaliza las interacciones, por ejemplo, la gente puede estar
más en armonía con las construcciones mestizadoras de otras perso
nas que están dentro de su propio grupo, que no con las de los miem
bros de otros grupos ; y se embarcan en su propia adopción y adapta
ción de significados y formas significativas utilizando, al menos oca-
6 Soy consciente de que éste no es el único convenio social en el que tienen lugar
las lenguas mestizas; sin embargo, parece que en estas situaciones las ideas de la lingüís
tica de lo mestizo adquieren un gran atractivo para aquellos que nos interesamos por la
cultura como un fenómeno con una distribución colectiva y social.
1 15
sionalmente, la delimitación étnica de los mismos como criterio relevan
te de aceptabilidad. A veces esto tiende a crear la coexistencia de varios
continuums en vez de uno único e inclusivo. A menudo, la idea de ronti
nuum cultural mestizo hay que entenderla como una imagen más bien
excesivamente simplificada o como una construcción aproximada7•
En general, no obstante, las personas se sitúan a lo largo del conti
nuum de manera diferente y un tanto complicada, o se mueven entre
situaciones dife�entes, mezclándose, observándose unos a otros y ha
ciendo comentarios unos de otros. Y repito lo que ya he dicho: los
procesos culturales de mestizaje no son simplemente una cuestión de
presión constante desde el centro hacia la periferia, sino una interac
ción más creativa.
Lo que sugerirla es que un complejo mestizo como éste puede con
siderarse como que se hace visible en y que impregna, de manera varia
ble, diferentes lugares y tipos de lugares. Por la naturaleza de las cosas,
esto es menos evidente en el centro que en la periferia, aunque la peri
feria más distante puede que tampoco sea el puesto de observación más
prometedor; es mejor buscar un lugar un poco más próximo al centro.
El trabajo de campo en Nigeria me avivó el interés por la cultura
mestiza, y desde luego el proceso de mestizaje, tanto en el campo de
la cultura como en el de la lengua, es especialmente típico de las si
tuaciones coloniales, ahora más bien postcoloniales (cfr. Han
nerz, 1987). En Nigeria me encontraba en un país inventado por los
conquistadores europeos del siglo xx, y las visiones y la puesta en
práctica de la construcción de la nación se hallaban desde entonces
en la mente y en las manos de (entre otros) contratistas, académicos,
periodistas, taxistas y soldados, todos ellos nativos que colaboraban
de manera indefinida. La ciudad donde estaba había sido primero
7 Van Wetering (1 994, pág. 107) llega a la conclusión -para mí, totalmente sor·
prendente- de que en mis escritos anteriores «desecho la etnicidad y adopto el mestiza·
je». Como mis conceptos de mestizaje provienen de mi experiencia como investigador
en Nigeria, este supuesto desprecio mío por la etnicidad seria absolutamente anómalo.
No obstante, en el artículo principal que cita Van Wetering, lo que digo es que «un aná·
lisis de Nigeria que prescinda de la etnicidad y de la cultura étnica no puede tener mu·
cho sentido» (1 987, pág. 550); y añado que «hacer hincapié en la etnicidad cuando ana·
!izamos la sociedad nacional nigeriana no es más que la mitad de la cuestión» (1 987,
pág. 553). No puede decirse que esto sea prescindir del tema. Lo que sostengo es que
las culturas con etiqueta de pertenecer a grupos étnicos están inmersas, en países como
Nigeria, en procesos de mestizaje; pero en mi análisis, esta etnicidad es básicamente un
hecho de la organización social, que puede entrometerse o no en el mestizaje entendi
do como un proceso cultural general. En cuanto a mi visión de las relaciones entre et
nicidad y cultura, véase la exposición clásica de Barth (1 969).
1 16
un artefacto extraño en tomo a un nudo ferroviario y luego prosi
guió creándose y recreándose ella misma a través de los vaivenes lo
cales, las empresas, las controversias y las esperanzas. Básicamente, la
alfabetización y una lengua mundial habían llegado al país con las es
cuelas de las misiones ; ahora las sectas autóctonas hacían un cristia
nismo a su manera, mientras que los novelistas y dramaturgos nige
rianos lograban el aplauso internacional y ganaban premios en la me
trópoli. Había una cultura popular viva; la música se había iniciado,
en parte, con el rasgueo de guitarras en las tabernas de vino de palma
de las ciudades portuarias y, en parte, en cánticos de alabanza al vie
jo estilo en honor de los jefes y de los hombres importantes.
En un caso como éste, los conceptos de lo mestizo pueden ser útiles
para la comprensión coherente de una cultura nacional. Probablemente
no sea el tipo de comprensión que los nacionalistas suelen preferir, ho
mogeneizadora, que fija fronteras y realza el pasado, sino una descrip
ción más desapasionada del ordenamiento del inventario cultural. Con
todo, puede que además queramos preguntarnos qué posibilidades tiene
la aplicación más expansiva de estos conceptos en la escena mundial y
examinar también cómo el proceso de mestizaje afecta al centro.
Aquí sólo puedo hacer alusión a estas posibilidades. Lo que más
me interesa es la organización social general de los procesos de mesti
zaje contemporáneos. Lo que diría es que la lingüística mestiza nos
ayuda a recorrer parte del camino, en la medida en que tiene incorpo
rada una sociolingüística que (quizá con alguna licencia poética) aca
bo de replantear en términos culturales. En esta dimensión sociológi
ca, la lingüística mestiza tiene una ventaja sobre las metáforas habitua
les procedentes del arte y la biología, lo mismo que sobre otras
muchas metáforas del mundo del lenguaje, y también parece que nos
ofrece una concepción del ordenamiento social de la diversidad y la
creación cultural más precisa que la que nos ofrece, por ejemplo, el
término «sincretismo». Aun así puede que nos ayude a construir un
tipo, antes que damos realmente una explicación satisfactoria de la
formación de la cultura mestiza.
1 17
les diversas y con objetivos diferentes. Creo que para enfocar la com
plejidad del proceso cultural resulta útil identificar cuatro marcos de
organización que comportan tendencias diferentes en cuanto a cómo
se producen y circulan los significados y las formas significativas en las
relaciones sociales 8•
Pienso que es fácil reconocer estos marcos y que nos permiten ex
plicar, al menos de forma preliminar, una gran parte del flujo cultural
en el mundo de hoy, tanto en una unidad más reducida como en lo
que podemos llamar el ecúmene global. Con todo, no hay que verlos
aislados unos de otros, sino más bien en interacción, cada uno con
una fuerza variable. Lo que me propongo hacer es usarlos para dibu
jar el ordenamiento espacial de la cultura actual y, en especial, los con
textos del mestizaje.
El primero de estos marcos es el que yo llamo forma de vida. El
punto fundamental es que el flujo cultural dentro de este marco está
presente siempre, poco más o menos, y de forma sustancial, porque
todos cooperamos con él al vivir nuestra vida cotidiana corriente.
Mientras estamos unos con otros, nos observamos unos a otros y es
cuchamos unos de otros los comentarios corrientes de la vida, vamos
recibiendo el flujo cultural del marco forma-de-vida. Es la típica circu
lación de significado característica del espacio doméstico, los lugares
de trabajo, el vecindario, y sitios similares; a menudo se convierte en
rutina porque es el resultado de la adaptación práctica de circunstan
cias que se repiten. No sólo es el marco donde tienen lugar las relacio
nes de mayor intimidad personal, sino también esos encuentros más
o menos no reglamentados con conocidos y con desconocidos, que
no necesariamente han de parecerse mucho a uno mismo.
En muchos lugares clásicos para el trabajo de campo de los antro
pólogos, el marco forma-de-vida continúa teniendo una importancia
fundamental. Se caracteriza por ser un subproducto de comunicación
no muy intencionada de la vida, no centralizado, organizado de for
ma mayormente simétrica, en el sentido que todos estamos por igual
en ambos lados -el de producir y el de consumir o el de enviar y el
de recibir. Suele incluir mucha repetición; y si bien la distribución de
los marcos en los que estamos inmersos va cambiando con el paso
de los años, nuestras primeras experiencias, que quizá en una parte nada
desdeñable son experiencias formativas, tienden a estar en este marco.
Otro marco importante de la organización cultural es, a mi entender,
el estado, que en este caso hace referencia al flujo de significado entre el
1 18
aparato estatal y las personas definidas como sujetos/ciudadanos. Este
flujo está organizado de una manera mucho más deliberada y asimétrica
que el flujo caracteristico del marco anterior e incluye una serie de insti
tuciones tales como los medios de comunicación, las escuelas, los mu
seos o el ritual civil. El mercado, como marco del proceso cultural, abarca
la cultura de los bienes y productos, la que pasa del comprador al vende
dor. También en este caso parece que la organización de la producción y
distribución cultural es muy premeditada y asimétrica. Si el marco for
ma-de-vida está presente dondequiera que haya seres humanos reunidos,
también el estado y el mercado se ocupan de la gestión cultural en la ma
yoria de lugares en el mundo contemporáneo. Tal como apuntaba en el
capítulo 2, la actividad del estado en este campo se incrementó con el ad
venimiento del ideal nación-estado, y el mapa etnográfico del tipo Mo
digliani que Gellner propone seria el resultado ideal de esta actividad.
Reiterando lo dicho, ahora el mercado convierte más cultura en produc
tos y al mismo tiempo hace los productos más culturales.
El cuarto marco de la gestión cultural que me parece útil identifi
car no es tan fácil de ubicar como los tres anteriores, pero ha produci
do un gran impacto en la historia cultural actual, en cierto modo de
manera esporádica. Estoy hablando del marco movimiento, que impli
ca un manejo del significado sumamente intencionado y a menudo
más bien descentralizado, una cuestión de persuasión y proselitismo,
en las relaciones entre los ya convertidos y los que todavía no lo están.
Este marco tal vez no sea tan clave para la comprensión del mestizaje
cultural contemporáneo (aunque desde luego no es irrelevante), y, por
lo tanto, no entraré en más detalles.
Suponiendo que estos marcos nos dan una explicación más o me
nos completa del proceso cultural, creo que podremos ver de qué ma
nera los diferentes agentes están comprometidos en el manejo de signi
ficados y formas significativas, si bien cada uno por motivos diferentes
y con diversos grados de intencionalidad; unos pocos llegan a muchísi
mos otros por medio de relaciones asimétricas, y por otra parte un gran
dísimo número de gente, por medio de relaciones más simétricas, llega
individualmente a muy pocos. En esto hay además implicaciones espa
ciales y temporales, y son importantes para entender el mestizaje.
MESTIZAR lA PERlFERIA
1 19
plios; además, en lo que actualmente llamamos periferia están los clá
sicos campos de trabajo de los antropólogos.
Desde el punto de vista del flujo cultural, las asimetrías de los mar·
cos estado y mercado son las que crean unas relaciones centro·perife·
ria relativamente claras. Sería, pues, natural que habláramos primero
del mercado, que para casi todo el mundo es el principal motor de la
globalización de la cultura en el siglo xx. Según parece, los productos
convertidos en significados y formas significativas son los que más fá
cilmente se difunden de manera asimétrica a través de las fronteras na
cionales, desde el centro norteamericano/europeo occidental hasta
África, Asia, Oceanía o América Latina. El mercado es expansivo, no
sólo porque los agentes tratan de convertir en productos todo lo que
pueden, sino también porque venden la misma cosa al mayor núme·
ro de personas posibles, sin pensar dónde están estos clientes. Desde
este punto de vista, el mercado, a menos que se le pongan límites, tra·
tará de moverse a gran distancia y de manera transnacional. Es eviden·
te que encuentra una gran ayuda en la tecnología del transporte y so·
bre todo en los medios de comunicación como tecnología especial
mente cultural.
Pero al decir esto, no se tiene muy en cuenta a los consumidores,
sus gustos y su capacidad de elección. Y para tener un sentido de la
construcción de los consumidores, nos iría mejor si concediéramos
un poco de prioridad al examen de la gestión cultural dentro del mar·
co del estado.
Los estados más prósperos pueden «pintar Modiglianis» al mis
mo tiempo, por medio de su política cultural. Pero es necesario ha
cer un examen un poco más detallado de la opinión que sostiene
que la nación-estado homogeneiza en el interior y pone límites en el
exterior. Particularmente, el estado de la periferia, en calidad de agen·
te, participa en el proceso cultural de una manera bastante más poli
facética.
Benedict Anderson ( 1 983) presenta una visión de las naciones en·
tendidas como «comunidades imaginadas» -punto tratado en el ca·
pítulo 2 desde un ángulo un poco diferente-, parecida a la de Gell
ner, aunque hay algunas diferencias en lo que cada uno subraya. Se
considera que la lengua es el principal hacedor de las características
distintivas de la nación, de acuerdo con el desarrollo que esta concep·
ción ha tenido en la historia de Europa. Sin embargo, esta lengua era
concretamente la lengua escrita e impresa de la burguesía, un estrato
dominante que podía utilizarla para construir y ensalzar una identi
dad que iba más allá de lo local. Y como estaba escrita, esta lengua
120
pasó a ser modelo. Q!ledó fijada a tiempo. Y mientras en la lengua
hablada podían coexistir codo con codo muchos dialectos locales o
regionales con poco más o menos la misma autoridad, la lengua es
crita, y especialmente la impresa, impuso el dominio de un dialecto,
subordinó a los demás y trazó los lindes desde una posición de supe
rioridad.
Se ha dicho que una lengua es un dialecto con un ejército; el chis
te señala la relación entre estado, nación y lengua. Parece que en lo
que se refiere a organización cultural, es la metáfora lingüística que
hace juego con el Modigliani.
A mí me parece que las imágenes mestizas nos proporcionan una
visión más completa de las variaciones. Tienen en cuenta que la len
gua escrita e impresa se ha convertido en modelo, pero tampoco ocul
tan la presencia continuada de la gama completa de dialectos y sus re
laciones mutuas. Si volvemos al argumento de Gellner -que la edu
cación es un elemento importante en la construcción de la nación-,
es evidente que por medio del control de la educación -y esto, de
una forma u otra, es una medida generalizada- el estado interviene
en la construcción cultural de los ciudadanos, inculcándoles la fideli
dad a la concepción de nación que él suscribe públicamente, así como
una serie de habilidades que tienen su réplica en casi todo el mundo,
entre las que se cuentan saber leer y escribir y las cuatro reglas9• Por
otra parte, la educación en manos, especialmente, de los estados de la
periferia supone algo bastante diferente, casi opuesto a lo anterior, en
el ordenamiento cultural. Es en esto donde quiero centrar la atención,
con algunas referencias tanto a Bourdieu como a otros sociólogos ac
tuales de la educación y la cultura 10•
La educación crea diferencias porque selecciona y prepara a las
personas para ese reparto de conocimientos que lleva aparejado el re
parto de trabajo en el mundo contemporáneo. Y este reparto de cono
cimientos comporta, además, una diferenciación de orientaciones cul
turales más generales, que parecen ser importantes para organizar el
continuum mestizo.
9 Véase, por ejemplo, Boli, Ramírez y Meyer (1 986). Es cierto que el aparato estatal
no siempre monopoliza la educación. Los agentes religiosos, tanto indígenas como im
portados (o que al menos se inspiran en el exteóor) a menudo han actuado en este cam
po, aunque con unas implicaciones un tanto diferentes en cuanto a las relaciones cul
turales centro-peófeóa. Pero no hay duda que los estados tienden a un mayor control
de la educación, al menos con respecto a otros agentes, en el peóodo postcolonial.
10
Véase, por ejemplo, Bourdieu y Passeron (1 977) y Collins (1 977).
121
Al convertir la educación en moneda cultural común, una mone
da que las personas pueden tener en mayor o menor cantidad, el esta
do crea una jerarquía y al mismo tiempo hace que las personas situa
das dentro de ella en lugares diferentes resulten al menos parcialmen
te comprensibles las unas a las otras 1 1 • En las regiones periféricas del
mundo, una educación más formal tiende a ser sinónimo de una ma
yor incursión en la cultura de la metrópoli, ya que gran parte de los
conocimientos que comporta esa educación se comparten con y se
importan en algún momento u otro del centro.
Es decir, el estado es un mediador cultural transnacional. Se ocu
pa a gran escala de ordenar la población por categorías con distintos
horizontes culturales; y las que tienen una orientación más marcada
hacia el centro, tanto global como nacional, son las que gozan de más
poder y mayor prestigio y, por lo general, de mejores recursos materia
les. Aunque el estado no configura en solitario ese patrón de distribu
ción cultural, es obvio que contribuye enormemente a la formación
del continuum cultural centro-periferia en la escena nacional y en las
extensiones transnacionales. Pero es necesario contextualizar más el
continuum cultural del centro-periferia para definir con un poco más
de precisión la extensión y las limitaciones del estado como agente del
mestizaje, ya que en el mestizaje se combina la difusión que apuntá
bamos más arriba con la innovación y la síntesis. Prestaremos aten
ción a los diversos modos de relación que pueden darse entre los mar
cos de organización del flujo cultural.
No hay nadie, en ninguna parte, cuya formación como ser cultu
ral haya tenido lugar solamente en el ámbito del sistema educativo
formal. Las personas se forman más bien continuamente a través de
las experiencias que viven en todo tipo de contextos, y encontramos
muchos de estos contextos en el marco que yo he llamado forma-de
vida.
Si aceptamos que en las sociedades contemporáneas el sistema de
educación produce un impacto significativo en la construcción y cate
gorización de las personas, entonces tendremos que preguntarnos por
qué este impacto es menos directamente visible en los contextos for
ma-de-vida, que es donde ocurre una gran parte de la acción. Se diría
que hay muchas variantes. Cuando una persona ha pasado mucho
tiempo en el sistema educativo, hay más probabilidades de que se
haya formado de manera extensiva según ese sistema; como agentes
11
Para otros razonamientos relevantes, véase por ejemplo Collins (1 979, págs. 58 y
siguientes) y Gellner (1983, págs. 26·29).
122
dentro del marco forma-de-vida, es posible que las elites con máximo
nivel de estudios se inclinen a organizar contextos a su alrededor, in
dividualmente y en grupos, de tal modo que las competencias, creen
cias y valores adquiridos durante la etapa educativa impregnen com
pletamente estos contextos. Puede que estas personas sean las que re
ciben más directamente el alcance del centro, tanto por medio de sus
redes de contactos personales como por medio, pongamos por caso,
de sus hábitos de uso de los medios de comunicación.
En la periferia, estas elites representan un extremo del continuum
cultural. Tanto ellas como su estilo de vida aparecen a menudo en la
escena nacional de manera pública y notoria, y es muy probable que
otros los imiten, en uno u otro grado, directa o indirectamente,
como si se creara una especie de reguero cultural descendente. Son
mediadores y modelos. Desde hace mucho la novela literaria y la crí
tica social de la periferia colonial y postcolonial se han preocupado
de estos grupos e individuos que están inmersos en lo metropolitano;
son, o han sido, los évolués, los assimilados, los brown sahibs, los afrosa
jones, los beentos en el África Occidental anglófona, así llamados por
que han estado en Gran Bretaña. (En Malabo, la capital de Guinea
Ecuatorial, seguro que habrían incluido aquí a Don Bonifacio y Don
Constantino, por sus estudios en Europa.)
Sin embargo, el equilibrio de compromisos culturales que tienen
estas personas resulta extraño; un equilibrio donde los significados y
los símbolos anclados en el sistema educativo del estado parece que
también resuenan a través de otros marcos de la organización cultural.
Con una organización propensa a manejar a gran escala los significa
dos y los símbolos, el estado no puede regular directamente las menu
dencias de la gestión cultural estableciendo un sinfin de aconteci
mientos diarios, incluso cuando se trata de los sectores donde su pre
sencia es más notable; y a menudo ni siquiera lo hace indirectamente,
es decir, por medio de aquellos que están más directamente bajo su in
fluencia. Qie el estado ofrezca la cultura que controla a unos menos
que a otros, no significa, por supuesto, que los que reciben menos va
yan a ser personas «incultas» o «privadas de cultura» en términos gene
rales; sólo significa que al dar contenido cultural a todo ese continuum,
el estado (sin contar con su intervención en la construcción homoge
neizadora del conjunto de los ciudadanos) participa menos en unos
segmentos de ese continuum que en otros, aunque su intervención
haya sido de suma importancia para definirlo.
Así, en la vida de muchísimas personas, algunas situaciones tienden
a convertirse en la zona franca de otras corrientes culturales, menos di-
123
rectamente afectadas por las relaciones centro-periferia, y derivadas mu
chas veces de las tradiciones locales o regionales. Estas situaciones son,
en general, las de la vida doméstica y de barrio, o las de trabajo, donde
la educación formal tiene una participación limitada o insignificante.
En resumen, gran parte de la vida cotidiana de la periferia se vuel
ve mestiza por medio del papel que juegan unos elementos más au
tóctonos en la construcción de la práctica y de la interacción corrien
tes, no definidas exhaustivamente por fuerzas exteriores. Volviendo a
un tema del capítulo 4, es así, en gran medida, como se pasa de la
mera difusión de la modernidad al surgimiento de la nueva diversi
dad. Los equilibrios personales y de situación con los que se da forma
al resultado de esa nueva diversidad, son muy variados; y esto -y no
sólo la jerarquía definida más o menos oficialmente-- genera el conti
nuum cultural real. Los significados se construyen de manera muy pre
cisa y continua por medio de la atención que las personas se prestan
unas a otras en las situaciones que se producen dentro del marco for
ma-de-vida, situaciones que quizá reflejan más indirectamente las
corrientes que se producen dentro de otros marcos. Según sean los pa
trones de inclusión y exclusión social que influyen en las interaccio
nes y en las estructuras de atención, los repertorios culturales indivi
duales incluirán, además, diferentes grados de conocimiento y de fa
miliaridad con las diversas partes del inventario cultural completo,
que a su vez se extiende a lo largo del continuum.
La deducción más importante de todo lo que acabo de exponer es
que el estado entra en juego al principio de la formación general del con
tinuum cultural, pero tiene un papel más limitado cuando llega el mo
mento de llenar completamente ese espacio. Al proporcionar a las per
sonas diversos grados de educación y conocimientos; al promover una
organización de la división de trabajo, que se produce en un grado nada
desdeñable en función de la distribución de educación; y, en conse
cuencia, al dar apoyo a un principio de jerarquía tanto cultural como so
cial, el estado abre las puertas a las influencias transnacionales en uno de
los extremos del continuum y señala la dirección que ha de tomar el pro
ceso interno. Por otra parte, la presencia del estado no tiene gran peso a
la hora de elaborar con detalle las confluencias culturales, y aún lo tie
ne menos en algunas situaciones y entre algunas personas.
Este punto de vista debería ser directamente relevante para com
prender lo que realmente está ocurriendo en el marco del mercado. El
estado, que está embarcado en diferenciar a las personas por su educa
ción y las construye de una forma más o menos completa al hacerlo,
también participa en la construcción de los distintos tipos de consu-
124
midores, cada uno con diferentes gustos en lo que al mercado cultu
ral se refiere. A menudo, los consumidores más orientados hacia la
metrópoli, y por lo general los que tienen más poder adquisitivo, son
aquellos cuya educación formal les ha influido y formado más inten
samente -aquellos a quienes les enseñaron a apuntar mucho más le
jos y que están preparados para interpretar y disfrutar los significados
y las formas simbólicas de importación.
Muchos de los ejemplos excesivamente generalizados que se utili
zan para explicar la homogeneización global que produce el mercado,
diría yo que están sacados de los patrones de consumo correspondien
tes a ese segmento del mercado y que a la vista de todos están. Esas
personas suelen ir con frecuencia a los grandes almacenes, puede que
lean Time y Newsweek, prefieren acudir a las cadenas de comida rápida
extranjeras antes que a los chiringuitos locales y cuando tienen una
buena temporada, hasta cogen el avión para ir de compras a París o a
Londres como si fueran de safari.
Sus actuaciones, por supuesto, están a la vista de los demás habi
tantes de su lugar, y no se puede ignorar que, para otras personas, re
presentan modelos culturales importantes en lo que a consumo se
refiere. Sin embargo, las demás personas no encajan en el mercado de
la misma manera, ya sea por cultura ya sea por los medios que tienen
a su alcance. De modo que hay que entender la fragmentación del mer
cado desde un punto de vista cultural más explícito. Si por una parte el
mercado, con los mismos productos, tiende a homogeneizar y a abar
car un campo lo más extenso posible, por otra parte tiene la posibili
dad de limitar la competencia, siempre y cuando encuentre un nicho
concreto para un producto determinado. Estamos demasiado predis
puestos a prescindir de esta posibilidad cuando centramos la atención
en el mercado como motor primordial de la homogeneización global.
Y en cuanto al mercado cultural, la mejor manera de fijar esos nichos
concretos tal vez sea producir unos bienes y productos más adecuados
al flujo cultural que ocurre dentro del marco forma-de-vida.
Es decir, el marco del mercado no sólo nos presenta el espectro de
la homogeneización global, sino también ejemplos destacados de in
novación cultural a través del mestizaje12• La cultura popular suele
12
Cabe recordar lo que sostiene Bauman (1 992, pág. 1 8): «parece que el mercado
se desarrolla con la diversidad cultural [ ... ] Parece razonable que, bajo el nuevo domi
nio de las fuerzas del mercado, la cultura recupere un mecanismo de reproducción de
la diversidad, una vez instalada en una comunidad autónoma». Véase también Hannerz
(199 1 , págs. 1 1 9 y ss.)
125
presentar los ejemplos más atractivos y llamativos. Qiienquiera que
haya vivido alguna vez, por ejemplo, la vida urbana de .Mrica Occi
dental no puede ser ajeno al embrujo de la música popular, con su di
versidad y sus continuos cambios -<lanza africana, juju, afrorritmo,
apala, fuji 13•
A través de estos procesos surge lo mestizo en música, arte, litera
tura, moda, cocina y a menudo también en religión. Los empresarios
culturales de la periferia labran su propio espacio y localizan su pro
pio segmento de mercado, cuando logran desarrollar un producto
que se ajusta concretamente a las características de los consumidores
locales. El negocio cultural del centro puede que tenga muchos más
recursos, pero estos empresarios locales gozan de una ventaja: cono
cen su territorio. Su activo específico es la competencia, la sensibili
dad en cuestiones culturales. Puesto que están enraizados en las for
mas de vida locales, pueden captar qué gustos e intereses son suscep
tibles de pasar a ser elementos del mercado. Es muy posible que se
empeñen en convertir la cultura disponible en productos, por medio
del libre flujo existente dentro del marco forma-de-vida. Sin embar
go, los significados y las formas simbólicas de las que parten suelen
insertarse, además, en las combinaciones originales y nuevas que se
producen entre estos significados y formas, y la cultura, la tecnología
y las formas de organización que proceden de fuentes transnaciona
les más distantes.
Habría que añadir que, por lo que se refiere al mestizaje, este
punto de vista es más bien el del empresario cultural. Por lo que se
refiere a los consumidores, no se restringen necesariamente a un seg
mento del mercado cuando eligen un producto del mercado cultu
ral; a veces, y por medio de una mayor variedad de preferencias de
consumo, ponen de manifiesto que están familiarizados con un am
plio abanico del continuum cultural. Podríamos decir que sus apeten
cias culturales son más o menos omnívoras en vez de unívoras (cfr.
Peterson, 1 992). Y esto, a su vez, hace el continuum cultural más com
plejo.
126
ESTADO y FORMA-DE-VIDA:
OTROS COMENTARIOS
127
autóctonas y que ridiculiza las corrientes importadas. Una vez más,
ésta es la dinámica ambigua del continuum cultural mestizo.
En cuanto a la idea de cultura nacional, otro aspecto que puede
interesarnos es que la idea nación-estado es una parte integrante de la
difusión cultural global. Incluye un inventario generalizado de for
mas, con un contenido local, contrastado y de resonancias cultura
les 15• Este inventario puede que se haya desarrollado en la Europa del
siglo XIX, pero ha pasado a ser moneda de uso corriente en el siglo xx.
Para mí, esto pone de manifiesto, en gran parte y en el ámbito cultu
ral, que los estados de la periferia que han surgido en los últimos tiem
pos son una creación del sistema internacional, construidos, como si
dijéramos, desde arriba hacia abajo más que al revés 16•
Si nos mantenemos en esa misma línea, se podría llegar a afirmar
que hoy día la mayoría de aparatos estatales, al fomentar las ideas de
independencia, mestizan las culturas locales. Seleccionan significados
y símbolos autóctonos, los introducen en la matriz importada a la que
en cierta manera deben adaptarse, y de este modo producen una nue
va cultura. Sin embargo, el estado a duras penas puede estar satisfecho
con este mestizaje; más bien tiene que continuar definiéndolo y aco
tándolo sin descanso si lo que persigue es la autenticidad y la integri
dad cultural.
Creo que sería importante aclarar algunos supuestos con respecto
al marco forma-de-vida. Lo que he apuntado anteriormente, aunque
esté expresado de una forma un poco imprecisa, es que el estado, por
medio de la maquinaria educativa, juega un papel importante a la
hora de distribuir a sus súbditos en la estructura del continuum mesti
zo, pero que el marco forma-de-vida es más importante cuando se tra
ta de llenar de contenido ese continuum. Y también he dicho que el
mercado cultural se segmenta por medio de las relaciones que estable
ce con la diversidad que se halla incluida en el marco forma-de-vida,
lo que también ocurre y del mismo modo con una parte esencial del
continuum mestizo. Para mí, el marco forma-de-vida es muy importan
te en ambos sentidos, como una fuente de elasticidad cultural y de in
novación cultural en el proceso de mestizaje de la periferia.
Y por esto es preciso hacer algunas advertencias -en el capítulo 2
hay algunos comentarios al respecto. El marco forma-de-vida puede
15 Lófgren (1 989, págs. 7 y ss. ; 1 993) ha tratado varios aspectos de este tema en su
obra acerca de la formación de las culturas nacionales.
16 En el capítulo 4 hay algunos comentarios sobre esto. Véase, por ejemplo,Jackson
y Rosberg (1 982).
128
que sea un refugio demasiado cómodo para una serie de ideas antro
pológicas anticuadas y en cierto modo dudosas. Hay otro riesgo: que
veamos este marco como un pozo sin fondo, atemporal e inalterable,
de la tradición cultural, como una garantía absoluta de que siempre
podremos contar con lo exótico.
Incluso si aceptamos que la absoluta consistencia y redundancia
del flujo cultural que se produce dentro de este marco, lo convierten
en un factor primordial en el equilibrio cultural general -cosa que a
los administradores y empresarios del estado y del mercado se les es
capa realmente de las manos- no hay que olvidar que también este
marco puede cambiar. En épocas anteriores -antes de que la globali
zación interviniera en los cambios del pensar y del sentir de las perso
nas de una manera tan directa como lo hace ahora- la globalización
intervenía de una manera indirecta, porque modificaba los contextos
materiales a los que las formas de vida tenían que adaptarse, tal como
ocurría en los viejos tiempos del colonialismo con su tándem fuentes
y recursos.
No hay duda de que todo esto genera unos cambios históricos
que ya han producido un efecto irreversible en muchos lugares, y que
este efecto continúa siendo importante, sea cual sea el aspecto que
adopte. Por otra parte, hay una negociación constante entre los mar
cos forma-de-vida, mercado y estado, y los dos últimos influyen direc
tamente y a largo plazo en el primero, en lo que hace referencia a sig
nificados y formas significativas.
Hasta aquí he hablado del marco forma-de-vida y del tiempo. En
lo que se refiere al espacio, cabe el riesgo de que identifiquemos exac
tamente lo local con la forma-de-vida; de manera que el espacio co·
mún estado/forma-de-vida se considera por costumbre el de la proble
mática de una «nación y comunidad», y el espacio común merca
do/forma-de-vida, lo que ahora se describe como «lo global y lo local»
-una expresión muy popular actualmente. Es evidente que gran par
te del proceso cultural del marco forma-de-vida ocurre dentro de un te
rritorio muy limitado, a menudo en las relaciones cara a cara del ámbi
to familiar, laboral o del barrio. Pero hay que tener en cuenta los nu
merosos tipos de movilidad geográfica de nuestros días, porque esto
aumenta los espacios donde algunas personas directamente, y muchísi
mas más indirectamente, participan en el proceso cultural que se pro
duce cuando las personas se conocen y se entremezclan en la vida co
rriente. Y algunas formas de comunicación que más bien se controlan
a nivel personal y que en principio tienen una organización simétrica
-me refiero a las cartas, teléfonos, faxes, fotos y vídeos caseros- co� -
129
tribuyen al crecimiento de ese espacio. Tal vez el pensamiento social y
cultural actual acerca de la globalización ha estado tan preocupado por
el papel que juegan el estado y el mercado, que no ha observado ni re
flexionado realmente sobre la proliferación de vínculos transnaciona
les dentro del marco forma-de-vida y sobre el peso que han ido acumu
lando. En los próximos capítulos volveré sobre este tema.
EL MESTIZAJE EN EL CENTRO
130
cuando se encuentran con nuevos compañeros de trabajo, vecinos o
incluso familiares; pero también de una manera bastante efectiva
(aunque no de gran alcance) en el mercado. (Volveré a tratar este pun
to en los capítulos 1 1 , 12 y 13.)
La competencia opera en el mercado por medio de la innovación,
entre otras posibilidades, y esto también ocurre en el mercado cultu
ral del centro. En los últimos tiempos, la periferia se ha convertido en
una de las grandes fuentes de inspiración de los novelistas. Esto es ob
vio en la cultura popular, por ejemplo en cocina y en música, aunque
la lista de escritores que recientemente han ganado el Premio Nobel y
el Booker nos indica que la cultura de alto nivel sigue la misma ten
dencia. Sin embargo, hay que señalar que los productos importados
de la periferia al centro raras veces son los productos «auténticos» y
«puros» de la periferia más distante, recién sacados del flujo libre de la
forma-de-vida procedente de cualquier aldea de la selva y convertidos
en artículos comercializables. Es mucho más probable que se trate de
un producto que ya es mestizo, una forma mixta que resulta del en
cuentro entre centro y periferia y que por ese motivo ya tiene una ma
yor afinidad cultural con el centro.
Así las cosas, ¿cuál es el cuadro que tenemos finalmente, o por lo
menos el que corresponde al momento presente, al verdadero presen
te etnográfico (cfr. Sanjek, 1 99 1)? No creo que sea el Modigliani, sal
vo que no estemos dispuestos a cerrar los ojos ante los muchos aspec
tos de la cultura contemporánea. También podría ocurrir que Modi
gliani y Kokoschka trabajaran juntos en un mismo cuadro, pues puede
haber partes del mundo donde las superficies nítidas estén hoy día
más claramente separadas, y otras donde haya en cambio una mayor
multiplicidad de relaciones, más complejidad, más ambigüedad. Sin
embargo, Kokoschka ha vuelto, y parece que su pincel va extendién
dose por el cuadro. Se diría que ahora es un artista tanto del centro
como de la periferia, aunque el modelo no sea exactamente el mismo
para los dos. La metáfora del arte sólo nos trae hasta aquí. Necesita
mos otras herramientas conceptuales para entender cómo se genera el
modelo; para entender que lo múltiple, lo complejo, lo ambiguo, lo
diverso también tienen una organización social.
131
Il Personas
7. ¿El declive final de la nación?
135
recientes de más talla acerca de las naciones, la cultura nacional y el
nacionalismo; escucharemos lo que dicen, y unas veces estaré a favor
y otras en contra. Y también escucharemos lo que dicen otros, unas
veces de acuerdo con los anteriores y otras no, ya que todo esto pue
de resultar enriquecedor.
Antes de proseguir, debería decir algunas palabras acerca del título
de este capítulo. Establezco la diferencia entre estado y nación. En los
últimos tiempos y en ciertos lugares del ex Segundo Mundo y Tercer
Mundo, hemos visto algo que podría parecerse al declive de los esta
dos; pero cuando utilizo la expresión «el declive final de la nación»,
no doy por sentado que este proceso pueda comportar además y ne
cesariamente el declive del estado 1• Puede que «la nación [sea] el va
lor más universalmente legítimo de la vida política de nuestro tiem
po» (Anderson, 1 983, pág. 12); pero los estados, o cualquier otro
tipo de agente que utilice este valor por razones de legitimación,
pueden encontrar plausiblemente otros caminos que les permitan
seguir adelante sin contar con la nación como un hecho, y otras ma
neras de establecer su propio crédito (si es que realmente les impor
ta la legitimidad)2. El signo de interrogación es además muy signifi
cativo. No puedo prometer que desaparezca una vez llegue al final
del debate.
1 Para un debate esclarecedor acerca del declive de la nación, véase Navari (1991).
2 A la inversa, es posible, obviamente, que las naciones sobrevivan a los aparatos es
tatales.
136
nos discursos ideológicos generales que se interesan por «los dere
chos y los valores humanos» y un lenguaje cuantitativo y «científi
co» uniformemente generalizado para la comunicación y la evalua
ción; todo ello apuntalado en los nuevos sistemas de información
y de telecomunicaciones y la tecnología informática que les acom
paña.
(Smith, 1991, pág. 157.)
137
de la economía moral, tanto desde el punto de vista del territorio
como del de los recursos y habilidades.
138
alternativas, quizá rivales, para la resonancia cultural? La «nueva es
tructura supranacional» de la que nos habla Hobsbawm, ¿cómo afec
ta a la generación y distribución de la resonancia cultural a lo largo y
ancho del mundo?
139
producción. Y en el caso de América, que es el que más le interesa,
Reich descubre que «los analistas simbólicos se han separado del resto
de la nación» ( 1 99 1 , pág. 252). La secesión se ha producido gradual
mente y sin estruendos. Los analistas simbólicos pueden prometer fi
delidad a la bandera con la misma sinceridad de siempre, sin embargo
«las nuevas fuentes globales de su bienestar económico han alterado
sutilmente su manera de entender el papel y las responsabilidades eco
nómicas que tienen en la sociedad».
Las tribus de analistas simbólicos parece que nos ofrecen un pri
mer plano de la nación en declive, tal como apuntaba Hobsbawm.
Construyen sus propios monumentos -los centros para convencio
nes, los parques tecnológicos, los aeropuertos internacionales- y se
recluyen en sus propios hábitats privados -unos enclaves con guar
das de seguridad si es necesario. Si, por un lado, les interesan menos
los servicios rutinarios y locales de producción, que pueden realizarse
en otros lugares del mundo a un menor coste, por otro, en cambio,
puede interesarles más la calidad de los servicios personales.
Esta tendencia a la reclusión que tienen los analistas simbólicos
no es cosa de los americanos solamente, aunque Robert Reich ve algu
nas diferencias de grado según los lugares (199 1 , pág. 202). Es una ten
dencia que no le gusta. Cree que los analistas simbólicos no es proba
ble que cambien su antiguo sometimiento a la nación por una nueva
ciudadanía global con un sentido aún más amplio de la responsabili
dad social. No hay fidelidades ni lealtades fuertes, sino más bien un
sentido de renuncia. «Incluso cuando el analista simbólico es sensible
a los problemas que infestan el mundo, estos dilemas pueden parecer
tan incurables y abrumadores por su dimensión global que cualquier
intento para remediarlos parece vano» ( 1 99 1 , pág. 3 10).
Lo que Reich defiende es la revitalización del compromiso con la
nación, y, más concretamente, una inversión compartida en la pro
ductividad y competitividad de todos los ciudadanos, dentro del siste
ma de la economía globalizada.
Reich estaba en Harvard como economista político cuando se pu
blicó el libro. A partir de entonces ha ocupado el cargo de Secretario
de Trabajo en el gobierno de Clinton, de modo que quizá ahora esté
en condiciones de hacer algo al respecto. De todas formas, no está
nada claro que pueda darse una voluntad política renovadora seme
jante, en la que además estén incluidos los analistas simbólicos. En
cualquier caso, si tenemos en cuenta la etnografia de las últimas ten
dencias de Reich más que su llamamiento nacionalista e ilustrado a la
acción, vemos que los analistas simbólicos, con toda su diversidad in-
140
tema, parecen haberse distanciado de muchas de las cosas que para
Smith son características de la nación. Esta última a duras penas «pro
porciona una comunidad lo más inclusiva posible, el espacio acepta
do por todos en general dentro del cual tienen lugar normalmente las
relaciones sociales», y es discutible que sea «la unidad básica de la eco
nomía moral». Tampoco parece que abarque la posibilidad de la fra
ternidad. Pero no hay duda que queda espacio para una cierta ambi
güedad simbólica hasta entre los analistas simbólicos -uno puede
proclamar su fidelidad a la nación aunque realmente no la ponga en
la práctica, y en cuanto a que las personas queden relegadas al olvido,
por ejemplo, puede que todavía no se haya encontrado una respuesta
mejor.
Según Reich, el tipo ideal de analista simbólico es bastante autó
nomo con respecto a las organizaciones y los lugares. Este tipo de per
sona no es exactamente el que más le interesa a K.enichi Ohmae, otro
comentarista de la reorganización contemporánea del mundo. Oh
mae ha escrito varios libros, entre ellos The Borderkss Worlá (1 990), y
colabora a menudo en el WaO Streetjoumal y en Harvard Business Re
vie'llJ. Es un consultor de empresas a nivel internacional --<<gurú» es la
palabra que se me ocurre- y le interesa especialmente el funciona
miento de las empresas en el mercado global. Lo que dice acerca de la
vida interna de una compañía que alcanza el máximo grado de globa
lización es también una reflexión, me parece a mí, sobre nuestras hi
pótesis acerca de lo nacional.
Ohmae opina que las empresas globales tienen que desprenderse
de los lazos que las atan a un país concreto, «deshacerse de la menta
lidad de sede central», «crear un sistema de valores compartido por los
directores de la compañía de todo el mundo, para sustituir el agluti
nante que en otros tiempos significaba la orientación nacional» (1 990,
pág. 9 1). Se necesita un «sistema de organización de redes flexible,
como si fuera una ameba». Esta organización depende de una cultura
compartida y no oficial, que no se aprende leyendo un manual o asis
tiendo a un cursillo acelerado, igual para todos. Ohmae sostiene que
sólo se puede desarrollar con el paso del tiempo, a medida que las per
sonas crean un amplio abanico de experiencias y referencias comunes.
Estas personas tienen que tratarse cara a cara, tienen que vivir unos en
casa de otros, las familias tienen que conocerse, año tras año; y al mis
mo tiempo, las estructuras formales -cursillos de formación, planifi
cación profesional, rotación de puestos de trabajo, sistemas de evalua
ción- tienen que ser siempre los mismos para cualquier persona,
donde sea que la empresa le contrate a uno por primera vez y donde
14 1
sea que le sitúe. Sólo así se logra el máximo nivel de globalización em·
presarial:
Los clientes que son importantes para ti son las personas que es·
tán encantadas con tus productos en cualquier lugar del mundo. Tu
misión es proporcionarles una calidad excepcional. Cuando piensas
en tus colegas, piensas en personas que comparten contigo esa mi
sión. El país de origen no importa. La ubicación de la sede central
no importa. Los productos de los que eres responsable y la empre
sa a la que sirves se han desnacionalizado.
Ohmae admite que hay muy pocas empresas, si es que hay algu·
na, que hayan llegado a este punto, aunque «hay indicios numerosos
e inconfundibles de que el movimiento sigue esta dirección» (1 990,
pág. 9 1). En cualquier caso, lo que es interesante es que esta visión pa·
rece ir más allá de la de Robert Reich, pues lo que Reich ve en los ana·
listas simbólicos es mayormente una atenuación de los vínculos na·
cionales. Aparentemente, la empresa se convierte en una alternativa,
una fuente transnacional de solidaridad y de identidad colectiva, una
unidad básica de economía moral -para utilizar los términos de
Smith-, mientras que al mismo tiempo la nación se convierte en
poca cosa más que un entorno, un mercado local (y además, no el
único)3• Lo que se da a entender es que la resonancia cultural puede
encontrarse de nuevo en la vida compartida y en los lazos personales
que ocurren dentro de la empresa. Hasta puede que ésta tenga una
historia propia, una mitología del pasado, y que le rinda honores. Lo
más seguro es que plantee una visión de futuro.
El hombre transnacional que pertenece a una organización, el de
Ohmae, y el analista simbólico de Reich son dos tipos sociales hoy día
reconocibles y bastante afines. Pero escuchemos ahora lo que dice Jo·
Jo, un aficionado al reggae, que vive en Balsall Heath, un barrio mul-
3 Cfr. Ohmae (1 990, pág. 89): «Una compañía global tiene que estar dispuesta a
marcharse de una región si en ella no puede llevar a la práctica sus valores esenciales.»
142
tiétnico de Birmingham, tal como lo ha recogido Simon Jones (en cita
de Dick Hebdige):
eso de «Inglaterra» ya no existe ... ibienvenidos a la India, hermanos!
iEsto es el Caribe !... iNigeria!. .. Amigo, Inglaterra no existe. Esto es
lo que se avecina. Balsall Heath es el corazón del mundo, porque
cuando salgo a la calle la gente que veo son medio árabes, medio
paquistaníes, medio jamaicanos, medio escoceses, medio irlande
ses. Lo sé porque yo también lo soy (medio escocés, medio irlan
dés) ... ¿Q!iién soy yo? ¿Podéis decirme de dónde soy? Esos infelices
ingleses me critican_ Vale, pero ¿de dónde soy? Crecí entre negros,
pakistaníes, africanos, asiáticos, cualquier país que se te ocurra ... ¿de
dónde soy? Una persona del ancho mundo, nada más.
(Hebdige, 1 987, págs. 158 y 159.)
Deduzco que Jo-Jo es un hombre joven de la calle, no un intelec
tual consciente e instruido. Con todo, su punto de vista me recuerda
extraordinariamente algunas expresiones de Salman Rushdie (199 1 ,
pág. 394) que ya he citado en e l capítulo 6 -<<lo híbrido, lo impuro,
entremezclarse [ ... ] una canción de amor a nuestro ser mestizo». Me
parece que Jo-Jo y Rushdie están hablando de lo mismo. Pero Rush
die, evidentemente, es más reflexivo y elaborado, de modo que vamos
a proseguir con sus comentarios.
Rushdie considera que sus escritos se nutren de la situación de los
emigrantes. Cuando preparaba su novela anterior, Hijos de la Mediano
che, dedicó meses a recopilar todo lo que recordaba del Bombay de su
infancia. Estaba emocionado por las muchas cosas que de hecho ha
bía almacenado en la memoria, y, sin embargo, esos recuerdos eran
tan evocadores precisamente porque eran incompletos:
Los jirones de la memoria adquirían mayor categoría, mayor re
sonancia, porque eran restos; la fragmentación hacía que las cosas
triviales parecieran símbolos y lo terrenal adquiría cualidades miste
riosas ... Se podría afirmar que el pasado es un país del que todos he
mos emigrado, que perderlo es un factor común de la humanidad.
Algo que a mí me parece cierto y evidente en sí mismo; pero indi
ca que el escritor que está fuera de su país e incluso fuera de su len
gua, puede vivir esa pérdida de manera intensa. Y esta pérdida se
vuelve más concreta para él por el hecho fisico de la discontinui
dad, de estar en un lugar que no es el de su pasado, de estar «en otra
parte». Esto le capacita para hablar con propiedad y concreción so
bre temas que tienen un atractivo y una significación universal.
(Rushdie, 1 99 1 , pág. 12.)
143
El emigrante contempla un pasado que está distante en el tiempo
y en el espacio; y puede reflejarse en su presente de diversas maneras.
Para algunos, este pasado puede intensificar el sentido de nación y de
identidad nacional enraizados en la tierra que ha dejado. Pero a Rush
die le interesa también una vivencia más general de las migraciones y
del desarraigamiento (esto es más evidente en Los versos satánicos). Por
otra parte, considera la posibilidad de que, además, haya una recons
trucción continuada del pasado del país de adopción. Otras personas
se hicieron británicas antes que él -los hugonotes, los irlandeses, los
judíos; Swift, Conrad, Marx. «América, un país de inmigrantes, ha
creado grandes obras literarias a partir del fenómeno del trasplante
cultural», concluye Rushdie (199 1 , pág. 20), y sugiere que este ejemplo
puede tener seguidores en otros lugares.
Es cierto que las obras de ficción y las autobiografias recientes de
más garra tienen como tema lo que Rushdie llama «lo híbrido, lo im
puro, el entremezclarse». Otra cuestión es que estas grandes obras lite
rarias puedan convertirse, o no, en literatura nacional. Una cosa es
que Estados Unidos, más acostumbrado a definirse como una nación
de recién llegados, encuentre su identidad en las obras magistrales que
hablan de migración y de fusión de gentes (pero incluso aquí surgen
los problemas actuales del multiculturalismo y del canon). En el Rei
no Unido sería mucho más dificil batallar contra el predominio de las
ideas que se refieren a las raíces históricas. Como bien dice Jo-Jo, el de
Balsall Heath, «esos infelices ingleses me critican».
Como dice Rushdie, encontrarse fuera de la propia lengua es una
vivencia intensa. Por otra parte, Smith señala que la lengua es una de
las áreas donde se manifiesta la identidad cultural. No me extenderé
en las conexiones entre lengua y nación, y entre tecnología cultural y
límites culturales, porque he tratado este tema bastante extensamente
en el capítulo 2. Entre las opiniones expuestas hasta ahora, la de Rush
die no es la única que alude a la posibilidad del cambio de signo en la
identificación personal con una lengua, así como en la identificación
de la comunidad imaginada que está vinculada a esa lengua -porque
la globalización comporta cambios de lengua, multilingüismo o, por
lo menos, bilingüismo. Kenichi Ohmae pone otro ejemplo:
144
mún a todos a lo largo y ancho del mundo [ ... ] la identidad del país
de origen tiene que ceder ante la identidad de la empresa.
145
ticas», tal como lo expresa Smith cuando describe la cultura transna
cional; pero tampoco parece que sea «fundamentalmente artificial»,
«indiferente al tiempo y al lugar>> o «cuidadosamente calculada»; decir
que «carece de cualquier compromiso emocional» es a duras penas co
rrecto. Hay que admitir que lo que aquí consideramos no tiene que
ver con lo que piensa Smith, es decir, con el transnacionalismo de lar
go alcance, comercial, burocrático o técnico, con las características de
una organización impersonal. El punto de debate es que la globaliza
ción y la transnacionalidad tienen hoy día unas características más va
riadas, y que, a veces y para algunas personas (cada vez más), incluyen
precisamente el tipo de lugares donde se genera la resonancia cultural.
Las comunidades que para las personas son más reales y verdade
ras -aquellas donde las personas se conocen unas a otras, principal
mente por medio de las relaciones habituales cara a cara- eran las
que con más frecuencia se encontraban dentro de las fronteras de
unas entidades que podían convertirse en naciones y en comunidades
imaginadas. La experiencia concreta de las primeras no topaba con
grandes obstáculos para transformarse en las fantasías de las últimas;
de ahí que, por ejemplo, «los campesinos [se convirtieran] en france
ses» (Weber, 1 976).
Ahora bien, hay muchísimas relaciones entre personas y lugares
que pueden cruzar las fronteras. Aquí entran en juego los círculos ín
timos y los pequeños sistemas de redes; lo transnacional no siempre
se mueve a gran escala. La percepción que tenemos de estas relaciones
es que no se ajustan exactamente a las ideas establecidas de la nación,
y en este sentido la nación pasa a ser probablemente menos penetran
te, como idea, e incluso menos comprometida. El sentimiento de
unas profundas raíces históricas puede sustituirse por una vivencia
igualmente intensa de la discontinuidad y de la ruptura, como ocurre
en el caso del emigrante transnacional; la fraternidad del momento
--como en Balsall Heath y tantos otros lugares- se opone a las dife
rencias fruto del sedimento de la historia.
Tampoco hay que dar por supuesto que la variedad de vivencias
personales se reduzca a unos pocos casos. Una de las características de
la fase actual de la globalización parece ser más bien la proliferación
de distintos tipos de vínculos, que a su vez pueden ser transnaciona
les -vínculos de parentesco, de amistad, con colegas, con socios pro
fesionales, y otros4• Dentro de esta variedad, los vínculos anteriores
146
pueden comportar un cierto grado y un cierto tipo de reajuste -sen
tirse menos personalmente implicado en la nación y en la cultura na
cional, un cambio de actitud, en el sentido que uno ya no puede dar
todo esto por supuesto-- ; y posiblemente se establezca una distancia
fundamentada en la crítica. A partir de estos criterios, la nación puede
convertirse en algo más vacío de lo que era.
Por otra parte, estos vínculos exteriores, con toda su diversidad, no
tienden a fundirse en una propuesta única y destacada que sirva como
alternativa a la de nación. Las personas que están involucradas, no to
das son «cosmopolitas» en el mismo sentido; es probable que muchas
ni siquiera sean cosmopolitas, se mire por donde se mire. Tal como
son las cosas, no podemos estar seguros de qué vínculos afectan ni a
quién. Para algunos puede ser una cuestión dramática y evidente; para
otros, en un ambiente aparentemente mundano, nadie podrá detectar
cómo les afecta, salvo los que conozcan la historia personal del indi
viduo y su red de relaciones personales. Esta globalización que pene
tra en la vida social, es una globalización opaca. Las hondas vivencias
personales y su distribución a lo ancho del mundo son en gran parte
cuestiones personales.
5 Véase, por ejemplo, lo que sostiene Verdery (1991, pág. 433): las «economías res
tringidas» del socialismo han revitalizado la etnicidad y el nacionalismo en la Europa
147
Incluso en Occidente, en las zonas de importancia decisiva y para
una gran mayoría de personas, la idea de nación continúa vigente y
ocupa el mismo lugar que quizás ha tenido desde hace algunos siglos.
Todavía envuelve prácticamente toda la actividad de la sociedad y
ofrece una estructura de pensamiento para pensar sobre el pasado y el
futuro.
Sin embargo, en medio de estas personas más comprometidas con
su nación y con unos patrones que no siempre son tan claros, hay
otras personas --<:ada vez son más- que tienen unas vivencias y unas
conexiones más variadas. Puede que algunas quieran redefinir la na
ción y dar más importancia, por ejemplo, al futuro que al pasado, un
pasado en el no han tenido arte ni parte. El debate cultural puede sur
gir como resultado de estos deseos y del choque que se produce entre
éstos y las definiciones establecidas.
Hay otras personas que están en la nación, pero no pertenecen a
ella. Puede que sean los verdaderos cosmopolitas, o puede que su país
de origen sea otro --el debate se centraría entonces en el exilio o en la
nostalgia de la diáspora, o tal vez en otros temas. Otras personas rin
den tributo a un tipo diferente de comunidad transnacional imagina
da; sería el caso de los okupas, los adeptos a nuevas sectas, los segui
dores de un estilo juvenil determinado. Y probablemente surgirá la di
visión de compromisos, ambigüedades y resonancias en conflicto.
Con todo, ningún tipo de «cultura transnacional» sustituye a la
nación y a su cultura. «No basta con imaginar la comunidad global;
primero tendrán que surgir asociaciones políticas nuevas y más am
plias, y diferentes tipos de comunidades culturales», dice Smith (199 1 ,
pág. 1 60); y con ello s e enfrenta a los que, según él, son propensos a
utilizar términos relacionados con invención, construcción e imagina
ción; «es probable que sea un movimiento por etapas, inconexo y, en
gran parte, no planificado». Estoy de acuerdo con lo último. Pero creo
que es un proceso --el proceso por etapas, inconexo, a menudo no
planificado (pero a veces planificado), a pequeña y a gran escala, am
bas en diversos grados- que ya podemos ver y observar.
del Este postcomunista, favoreciendo cualquier programa social que establezca una da·
ra delimitación entre los de dentro y los de fuera, con lo que se reducen las rivalidades
por los escasos recursos disponibles.
148
8. Un Papa polaco entre los mayas :
sobre comunidad y globalidad
Estaba en Mérida, la capital del estado de Yucatán, para ver las rui
nas de Chichén ltzá y de otros enclaves mayas. Pero resultó que había
miles y miles de personas que también se dirigían a Mérida para ver al
Papa, Su Santidad Juan Pablo 11, en la primera visita que una persona
de su rango hacía a Yucatán. Pocos días antes de la llegada de Su San
tidad, había un movimiento febril para adecentar las fachadas de los
edificios por donde tenía que pasar el papamóvil (pensando en que
los poderosos de la Tierra no deben ver las miserias de los lugares que
visitan); y en la plaza Mayor se vendían gorras con la imagen del Papa,
al estilo de las de béisbol norteamericano; las únicas gorras rivales eran
las que tenían la figura de Mickey Mouse, y llevaban todas las de per
der en esos días previos a la llegada del Papa.
El Papa viajó en avión de Jamaica a Mérida y desde allí prosiguió
viaje en helicóptero hasta la pequeña ciudad de Izamal -donde hay
un convento de franciscanos construido hace siglos sobre las ruinas de
una pirámide maya- para pronunciar su primer sermón. No llegué a
ver al Papa. Mientras la muchedumbre aguardaba en espera de su lle
gada, yo trataba de salir de la ciudad de Mérida; dadas las circunstan
cias, esto suponía dar un rodeo para llegar al aeropuerto y entrar por
la puerta de atrás.
Cuando los antropólogos piensan en Mérida, no hay duda que
piensan en otro contexto. Fue en Yucatán donde Robert Redfield ela
boró su idea del continuum folk-urbano, y Mérida era el extremo urba
no de ese continuum. Mérida representaba heterogeneidad, seculariza
ción, individualización, desorganización. Es evidente que esta com-
149
posición respondía principalmente a una versión antropológica de los
contrastes, vista con ojos de alguien de Chicago; de unos contrastes
que son tema habitual entre los estudiosos de lo social. Redfield reco
nocía que su opinión tenía afinidades con el Gemeinschaft y el GeseOs
chaft de Tonnies, y que también se asemejaba a otras formulaciones,
como las de Maine, Morgan y Durkheim.
Pensando en la inminente llegada del Papa, lo que me llamó la
atención en Mérida es que México e incluso la península de Yucatán
contenían el continuum de Redfield, aunque Mérida tenía para él una
mayor apertura, pues según sus observaciones era la pionera en «adap
tar formas nuevas y modernas procedentes de la civilización euroame
ricana» (Redfield, 1 94 1 , pág. 2 1). Ahora que el Papa viajaba en avión
de aquí para allá, parecía como si el camino desde la tribu Tusik pasa
ra por el pueblo de campesinos de Chan Kom, la ciudad de Dzitas, y
atravesara Mérida para llegar hasta Roma, la ciudad eterna y global.
Pero al mismo tiempo, la línea maestra del continuum folk-urbano,
si uno lo había tomado tal como era, se había perdido por el camino 1 •
Cuando los mayas se acercaron en masa al aeropuerto, invadieron las
calles de la ciudad y el convento como muestra de que el polaco Ka
rol Wojtyla era su padre. ¿No era esto una muestra del aspecto sagra
do y colectivista que habríamos esperado encontrar en el extremo folk
del continuum ?Tal vez deberíamos volver a explicar el Gemeinschaft y el
GeseOschaft bajo condiciones de globalidad.
Es cierto que últimamente la idea de comunidad y la de sociedad
ya no son exactamente las que eran habituales en el pensamiento so
cial en general. Según vimos en el capítulo 4, ahora se cuestiona a fon
do la fusión de «Sociedad» como concepto más abstracto con las «so
ciedades» en plural; y lo que resulta del análisis es que la delimitación
de las «sociedades» como universos distintivos no es más que una ela
boración de la nación-estado desde su posición dominante. Incluso
uno se pregunta si actualmente el concepto de sociedad no será un
concepto obsoleto. Al mismo tiempo, cuando antes pensábamos en
las «comunidades» las veíamos como más bien tangibles, pequeñas,
como entidades del cara a cara y situadas en el espacio de una mane
ra no problemática; en cambio, ahora podemos «imaginarlas», y ya
hemos visto que una de las formas principales de «comunidad imagi
nada» es precisamente la nación.
1 50
Ahora se están describiendo algunos tipos nuevos de relación, y al
gunas cualidades de las relaciones se redistribuyen en el espacio. En
este capítulo quiero hablar de lo último que se ha dicho acerca de lo
que caracteriza las relaciones sociales de nuestros días, partiendo de
lo que sugieren estas exposiciones en cuanto a la parte que la comuni
dad tiene en la globalidad y en cuanto a la adaptación del trabajo de
los antropólogos a los estudios transnacionales.
«GEMEINSCHAro> Y «GESELLSCHAro> :
LAS VARIEDADES GLOBALES
151
la propia comunidad, tienen un valor superior. Si pensamos que el
Gemeinschaft Global 1 es la solución ideal, entonces la globalización se
verá como una amenaza y la respuesta será resistirse a la globaliza
ción. Para Robertson hay una serie de movimientos «fundamentalis
tas» que son buen ejemplo de esta actitud, movimientos que tratan
de restablecer los principios originales y de cortar de raíz cualquier
tipo de influencia exterior.
La imagen del Gemeinschaft Global 2 presenta una comunidad glo
bal que abarca todo el planeta. La idea de «la aldea global», en un sen
tido más o menos literal, encaja aquí perfectamente. La especie huma
na como conjunto pasa a ser una unidad común que es la que resuel
ve los problemas de globalización. Pero hay unas versiones más
débiles y otras más fuertes de esta unidad, que toleran más o menos la
pluralidad interna.
En el GeseOschaft Global 1 la visión del orden mundial incluye las
sociedades nacionales abiertas, con un intercambio sociocultural con
siderable entre ellas. Las relaciones entre las sociedades pueden ser
más o menos equitativas; pero el problema principal que hay que
afrontar es el ordenamiento de estas relaciones, porque la existencia
de sociedades nacionales es una característica básica de la situación
global contemporánea.
El GeseOschaft Gwbal 2 conlleva la idea de organización mundial,
formal y planificada. Puede haber diversos tipos de GeseOschaft Gwbal 2,
más o menos centralizados; pero todos sobrepasan al GeseOschaft Glo
bal, 1 porque subrayan la importancia que tiene el mundo como siste
ma único y englobador.
Lo primero que habría que decir con respecto a este esbozo del es
quema de Robertson es que casi no tiene importancia que una de estas
imágenes del mundo pueda ser más «correcta» que las otras. Lo que im
porta, en cambio, es que todas ellas coexisten en la visión que podamos
tener del mundo tal como es, o debiera ser, hoy día; no hay que olvi
dar que hay otras utopías que también intervienen. Puede que se nos
muestren como ideologías diferentes que compiten entre ellas; pero,
hasta cierto punto, lo más probable es que encuentren su nicho intelec
tual en diferentes contextos de la globalización. Según Robertson
(1 992, pág. 8 1), el movimiento pacifista y el movimiento en defensa de
la naturaleza de las últimas décadas, representan versiones descentrali
zadas del Gemei.nschaft Global 2. También sugiere que la Iglesia católica
de Roma es otra imagen del Gemei.nschaft Gwba/, 2, y la describe como
«un actor con una influencia especial y efectiva en el ámbito político y
con alcance mundial, qtie proclama que la humanidad es lo que más le
1 52
importa». Atendiendo a lo anterior, se podría decir que la visita del
Papa a Yucatán puso de manifiesto esta cualidad del Gemeinschafi.
También podríamos decir que los diferentes enfoques académicos
de la globalización dependen de una determinada imagen del mundo.
Robertson sugiere, por ejemplo, que la teoría del sistema mundial de
Immanuel Wallerstein se ajusta al GeseUscha.ft Gwbal 2, por sus ideas
acerca de las contradicciones dinámicas del mundo, que apuntan ha
cia un ordenamiento mejor y más elevado. En este sentido sería inte
resante preguntarse cuál es la imagen que los antropólogos tienen del
mundo, implícita o a veces explícita.
Creo que la respuesta no puede ser única, aunque haya habido
una tendencia dominante durante algún tiempo. Según Robertson
(1 992, pág. 80), la versión del Gemeinschafi Gwbal 1 más partidaria de la
doctrina de la igualdad «se ha expresado en el siglo xx a través del re
lativismo antropológico»; y es verdad que la tradición del estudio de
tallado de las relaciones cara a cara y la importancia de las diferencias
culturales, tienen grandes afinidades con la visión anterior. Tal vez la
tendencia actual -la que considera la globalización desde el punto de
vista de las relaciones entre «lo global y lo local» y la que alaba la vita
lidad y la resistencia local- no sea más que una versión reformista.
Pero también es cierto que actualmente la antropología investiga
todos estos supuestos de una manera más directa y más detallada que
hasta ahora2• Si bien Robertson observa que el Gemeinscha.ft Gwbal 1
ideal conlleva un interés específico por los problemas de los «sin te
cho», que han de enfrentarse a la globalización, Arjun Appadurai
(1 988, págs. 37-39), en cambio, parece plantearlo al revés. Dice que la
antropología sostiene muchas veces que «los nativos no sólo son per
sonas que proceden de y pertenecen a un lugar concreto, sino que
además están en cierto modo encarcelados, o confinados, en ese lu
gar... ¿cómo es que los lugares se han convertido en cárceles para los
nativos?».
Según Appadurai, esto ha ocurrido principalmente porque se han
exagerado las diferencias y los aspectos característicos de un lugar, por
vía de algún rasgo sociocultural esencial. La alternativa incluye hacer
hincapié en la diversidad temática en lo que se refiere a la etnografia,
y, no menos, en tratar de establecer comparaciones entre los diferen
tes lugares y sus aspectos comunes no distintivos -hago referencia a
Needham (1 975)- para encontrar las semejanzas que puedan darse
2 Véase, por ejemplo, Thomton (1 988), Clifford (1 992), Gupta y Ferguson (1 992) y
Paine (1 992).
153
entre esos lugares, todo lo cual permitirá otras dimensiones de seme
janzas y de contrastes.
Puede que este programa no entre de momento en ninguna de las
cuatro imágenes principales de Robertson. Sin embargo, en este senti
do cabe obsetvar que para Robertson la versión del Gemeinschaji Global. 2
que más se orienta hacia la diversidad, implica lo que podríamos lla
mar una visión «concultural», donde las tradiciones culturales son «un
conjunto de variaciones indígenas sobre la condición de la humanidad
y sus difkiles circunstancias». Parece que puede haber algunas afinida
des entre esta visión y el programa de Appadurai. Y es evidente que en
tre los antropólogos hay un mayor interés por la unidad de la humani
dad, por reconocer las variaciones de los temas comunes, por la posibi
lidad de empatía, tal como vemos en los últimos comentarios críticos
acerca de un concepto de cultura que subraya la delimitación y la dife
rencia -un concepto que he tratado en el capítulo 3. Qyeda claro,
pues, que el Gemeinschaji Global. 2 desarrolla su propia antropología.
Con su tendencia hacia la pequeña escala y a veces con una veta un
poco romántica, puede que la antropología sea muy propensa a alguna
versión del Gemeinschaji. Aun cuando la teoría del sistema mundial de
Wallerstein puede haber servido de trabazón para algunos trabajos de et
nografia, no por ello esos trabajos han adoptado necesariamente la com
prensión de la globalidad inherente al Gesellschaji Global. 2. Por otra parte,
las ideas del Gesellschaji Global. 1 -una serie de sociedades nacionales,
con una apertura y unos intercambios socioculturales notables- pue
den proporcionar una base muy adecuada a la antropología de lo trans
nacional que empieza a desarrollarse. (Éste es más o menos el punto de
vista que expongo en el capítulo 7.) Ésta apertura y este intercambio son
precisamente los que ahora describirnos etnográficamente, aunque no
perdamos de vista que se insertan en una multiplicidad nacional.
A pesar de lo dicho, algunos de estos trabajos se ocupan de lo que
llamamos «comunidades transnacionales», con lo cual también hay
una cierta preocupación por encontrar algo que se parezca a un Ge
meinschaji que anide dentro del Gesellschaji Global. J, incluso si ha de ha
cerse a gran distancia; en cierto modo, y después de todo, dando la es
palda al exterior.
1 54
y lo que dice acerca de cuatro categorías de relaciones sociales, puede
ayudamos a continuar nuestro razonamiento. La pregunta básica es
cómo podemos identificar con mayor claridad los tipos de relaciones
sociales que componen las estructuras sociales contemporáneas, en es
pecial las relaciones que se establecen a gran distancia y que sobrepa
san las fronteras nacionales; y dilucidar cómo se vinculan unas con
otras.
Uno de los puntos de partida de Calhoun es otra versión, más re
ciente, del Gemeinschaft!GeseUschaft: a saber, la distinción de Jürgen Ha
bermas entre «sistema» y «entorno de vida». Calhoun observa que
Habermas conceptualiza estos dos términos de forma muy distinta.
Describe el «entorno de vida» desde el punto de vista del parentesco y
de la comunicación directa; en cambio, para sistema utiliza unos térmi
nos más abstractos y cibernéticos, que tienden a ocultar que el sistema
es también una creación de la acción social de los seres humanos.
Calhoun defiende un punto de vista más coherente en cuanto a
las relaciones, un interés por la forma en que «la acción de cada indi
viduo situado en medio de un conjunto de población, implica, de
pende de o predice la acción de las otras personas» (1 992, pág. 206).
Sin embargo, reconoce que esta conceptualización ha de tener en
cuenta que muchas de las relaciones que todavía hoy denominarnos
«relaciones concretas» son actualmente muy indirectas, dependen de
mercados de gran alcance, de organizaciones complejas y, no menos
importante, de la tecnología de la información. Con respecto a esto
último, observa que la economía y la sociología tienden a explicar los
cambios tecnológicos dando una importancia desproporcionada a la
producción de tecnología y a los efectos que ésta tiene sobre la mano
de obra; hay que completar estas explicaciones con un análisis más
profundo de las implicaciones de lo que él llama «las tecnologías de
las infraestructuras» (Calhoun, 1 992, pág. 208).
¿con qué tipo de elementos podría construirse una visión más in
clusiva de las relaciones en la sociedad contemporánea? Calhoun par
te de Charles Holton Cooley y de su clásico contraste entre relaciones
primarias y secundarias. Este contraste no es más que otra variable del
Gemeinschafi/GeseUschafi: las relaciones primarias establecen vínculos en
tre personas completas, las relaciones secundarias solamente entre los
papeles específicos que puedan desempeñar. Esta distinción continúa
siendo bastante significativa, pero con todo sólo cubre las relaciones di
rectas en las que hay presencia fisica. Este tipo de vínculos cada vez or
ganizan menos la vida social, «ya no son esenciales para la sociedad,
entendida en el sentido más amplio» (Calhoun, 1992, págs. 2 1 1 y 2 12).
155
De modo que hemos de distinguir otros dos tipos de relaciones;
dos tipos de relaciones indirectas. Las relaciones terciarias son aquellas
en las que intervienen la tecnología y/o las grandes organizaciones de
una manera absoluta. Según dice Calhoun, las vemos como relacio
nes entre personas y, en principio, es posible que se conviertan en re
laciones directas, aunque en la práctica es muy poco probable que
ocurra. Escribimos o llamamos a un despacho oficial o a un banco
para presentar una queja, por ejemplo, pero en general no personaliza
mos este tipo de relación. Nuestros contactos con los políticos se pro
ducen casi exclusivamente a través de los medios de comunicación.
Somos conscientes de que hay una cadena de acciones e interacciones
que vincula a los obreros que producen bienes de consumo con las
personas que finalmente los compran y los usan, aunque esta cadena
se forme de acuerdo con los patrones impersonales del mercado.
En cambio, en las relaciones que Calhoun llama cuaternarias, al
menos una de las partes no es consciente de la existencia de la rela
ción. Se trata fundamentalmente de las relaciones que se dan cuando
una parte está sometida a vigilancia, más o menos discreta. (En este
caso, Orwell y Foucault son referencias obligadas.) La intervención de
un teléfono es otro ejemplo claro de relación cuaternaria; pero de una
manera más general, la tecnología informática permite crear una gran
variedad de archivos que, a su vez, permiten que una de las partes pue
da estar al corriente de las características y de los actos de los demás:
datos del censo, listas de tarjetas de crédito, etc. (cfr. Lyon, 1 994).
Con estos cuatro tipos de relación quizá podamos lograr una des
cripción más completa, y a la vez razonablemente más sutil, del pano
rama social contemporáneo. Qyizá la idea de «relaciones sociales con
cretas» nos puede parecer un poco chocante, incluso una reminiscen
cia del primer funcionalismo estructural. Si disminuimos un poco la
excesiva carga intelectual, este interés sistemático por la forma social
podría ser una virtud de la antropología social de viejo cuño que tal
vez queramos adoptar de nuevo, aunque hay que mejorarla para po
der afrontar los nuevos retos de trabajo. Parece que hemos criticado
sin descanso las ideas poco prácticas del Gemeinscha.ft -una pequeña
fábrica de erudición en sí misma. Sin embargo, no parece que avance
mos mucho en el desarrollo de los conceptos del GeseUscha.ft; es proba
ble que se deba en parte a que todavía nos sentimos incómodos con
un vocabulario corno el de Habermas.
Después de todo lo dicho, podemos ver que las ideas del Gemeins
chtifi se han apoyado de manera característica en las relaciones prima
rias y en otras concepciones de la totalidad del ser humano, mientras
156
que el GeseUscha.ft, que pone el acento en lo impersonal, puede que
con el tiempo se haya convertido en un compuesto cada vez más di
fuminado de relaciones secundarias, terciarias y cuaternarias. El len
guaje de las formas sociales, que permite más diferenciación, puede
semos útil si queremos continuar indagando en las diversas formas de
coexistencia que se dan entre el Gemeinscha.ft y el GeseUscha.ft, y como se
imbrican unas en otras.
Para ilustrar lo anterior, voy a apuntar otras formas de ver cómo
se organiza la vida social a través de esos diversos tipos de relación.
Las estructuras de simetría o asimetría que comportan son bastante
diferentes, en lo que se refiere a escala y a dirección. Las relaciones
primarias, obviamente, tienden a la simetría en ambos aspectos; la
interacción entre las personas se produce en el plano uno-a-uno, y
la comunicación fluye en ambas direcciones probablemente con
igual efectividad. Las relaciones secundarias presentan una escala
más asimétrica. La interacción entre las personas se produce en fun
ción de los papeles que desempeñan, más detallados y específicos,
y a menudo uno de ellos supone tratar con gran número de perso
nas que se integran en el otro papel; por ejemplo, maestro y alum
nos, conductor de autobús y pasajeros, etc. Las asimetrías aumen
tan en las relaciones terciarias y cuaternarias, ya que un número re
lativamente escaso de actores, por lo general organizaciones o
corporaciones, está conectado con un grandísimo número de acto
res individuales (o pequeños grupos), y suele ejercer un gran control
sobre esas relaciones.
Pero parece que las relaciones terciaria y cuaternaria difieren en lo
que respecta a la dirección del flujo de información. En las relaciones
terciarias hay un flujo dominante y continuo hacia afuera, desde los
actores corporativos que controlan la situación hacia el público res
pectivo, sobre todo a través de la tecnología de los medios de comu
nicación. En cambio, en las relaciones cuaternarias, el público puede
no ser consciente del camino que sigue la información desde ese mis
mo público hacia el centro dominante. Por supuesto, puede que tam
bién se produzcan lo que podríamos llamar relaciones múltiples
-usando un término de la vieja antropología social. Las relaciones
terciara y cuaternaria puede que de hecho sean semejantes, ya que la
información procedente de las relaciones cuaternarias se utiliza para
manejar los vínculos terciarios.
A pesar de que podemos distinguir estos tipos de relación, tam
bién podemos ver que la vida social comporta una variedad de cam
bios imaginados y reales entre las relaciones primaria, secundaria, ter-
157
ciaria y cuaternaria. Un hecho que todos reconocen es que la frontera
entre la relación primaria y la secundaria es bastante permeable por
que en las dos se da la co-presencia fisica. Una relación secundaria
puede renegociarse y pasar a ser una relación primaria. En una socie
dad compleja y móvil, así es como a menudo se extrae el Gemeinscha.fi
del GeseUscha.fi (cfr. Hannerz, 1 980, págs. 23 1 a 24 1 ).
Aunque en un sentido menos propio, también podría decirse
que en las relaciones terciaria y cuaternaria se producen unos cam
bios similares o unos intentos de redefinición. Calhoun (igual que
otros comentaristas), cuando toma la idea de las naciones como «co
munidades imaginadas», observa que puede haber muchísimos tipos
de ellas y que esas comunidades tienen una historia larga y extensa.
Los correligionarios -y aquí podemos pensar de nuevo en la Iglesia
católica- pueden imaginarse que son una comunidad porque tie
nen una iconografia concreta y participan en un ritual. Sin embargo
(como expone Benedict Anderson), las tecnologías de los medios de
comunicación, empezando por la letra impresa, puede que hayan
desempeñado un papel especial a la hora de permitir que las perso
nas puedan imaginarse a sí mismas como semejantes a (o diferentes
de) otras, ya sea en el plano del género, de la etnicidad, de la edad o
incluso de las preferencias de consumo; y esto con independencia de
cualquier relación directa. Aunque no cito textualmente a Calhoun,
vemos que el estar embarcado en relaciones terciarias paralelas es
uno de los fundamentos para imaginarse lo que puedan ser las rela
ciones primarias. Y éste es el ejemplo máximo del Gemeinschaft Glo
bal 2 de Robertson.
Las relaciones cuaternarias también tienen algo que ver en esta
cuestión. Mientras en los puntos centrales se recoge y se gestiona la in
formación, la gente pasa a quedar organizada en lo que podríamos lla
mar «clientelas imaginadas», a partir de unos perfiles que comparten
características. Por ejemplo, el uso de la propaganda basura por correo
permite abordar a los miembros de estas clientelas, utilizando un len
guaje persuasivo que por lo menos intenta imitar al de las relaciones
primarias. («Q!lerido Ulf, eres el tipo de persona que tendría que sus
cribirse a ... »)
Creo que todo esto nos indica que hoy día las relaciones primaria,
secundaria, terciaria y cuaternaria no forman más que un solo campo.
No sólo chocan unas con otras realmente, sino que también se fertili
zan mutuamente en la imaginación social. Y puesto que vamos a con
tinuar hablando de «comunidades», conviene que no olvidemos ni
esta complejidad ni esta interpretación.
158
HACIENDO CULTURA TRANSNACIONAL
3 Por pura casualidad, cuando hace unos años coordiné la edición de un libro so·
bre culturas y medios de comunicación, me encontré con ejemplos etnográficos de bo
das grabadas en vídeo, tanto en Suecia como en Kenia (Fornas, 1990; Fuglesang, 1 990);
véase también Fuglesang ( 1 994, págs. 1 50 y ss.) y Glick Schiller y otros (1 992, pág. 1 1).
159
grabación como ésta seguramente iba destinada a registrar tanto el
tiempo como el espacio, para saludar a los que estaban lejos y también
como recuerdo para los asistentes. Pero el vídeo, junto con las fotos, el
teléfono, el fax y las cartas personales al viejo estilo, no hay duda que
forma parte de una creciente y variada tecnología al alcance de la co
munidad, y que está en conexión con una gama de formas simbólicas
viejas y nuevas. El uso de esta tecnología nunca dará paso a la forma
ción de unos estrechos vínculos personales, pero puede ayudar mucho
a que se mantengan por encima de las grandes distancias4• Los vuelos
actuales pueden hacer que las relaciones indirectas se conviertan en di
rectas. ¿podemos afirmar que cuando el Papa aterrizó entre los mayas,
una comunidad imaginada se hizo un poco más real?
En cualquier caso, lo que vemos ahora es que hay un número cre
ciente de etnografías de comunidades transnacionales, de sistemas de
trabajo por redes transnacionales, de agrupaciones de parentesco
transnacionales5• En gran medida continúan atestiguando el interés
que tiene la antropología por las relaciones primarias, por algo que se
aproxima al Gemeinscheft. Pero la historia que se disponen a contar
nos es la de unas personas que de una manera continuada están com
prometidas con dos lugares, si es que no son más. La época en que la
emigración implicaba la disminución y finalmente la pérdida de los
vínculos con el lugar de origen ha pasado ya a la historia; ahora, en
cambio, oímos hablar de «circuitos migratorios transnacionales», en el
caso de los mexicanos en California (Rouse, 1 992, pág. 45), o de «mi
graciones yo-yo», en el caso de los brasileños en Nueva York (Margo
lis, 1 994, pág. 263).
Las consecuencias de esta extensión de la comunidad en el espa
cio, más allá de las fronteras, son en gran parte de tipo práctico. Una
granja familiar poco viable logra sobrevivir gracias al dinero que le
mandan desde fuera o a los ahorros de los que vuelven a casa; los emi
grantes instalan pequeños negocios, tanto cuando regresan como
cuando todavía están fuera; como la gente emigra en serie, los emi-
4 Por ejemplo, Margolis y sus comentarios sobre las costumbres telefónicas de los
brasileños en Nueva York: •el 95 por 1 00 de los inmigrantes que me sirvieron de mues·
tra llamaban por teléfono a Brasil habitualmente. De hecho, gastaban una suma consi
derable en llamadas de larga distancia; la mayoria, entre 85 y 150 dólares al mes, aun
que algunos reconocían (con cierta timidez) que la factura mensual de teléfono ascen
día a 200 dólares o más».
5 En cuanto a esta tendencia y una apreciación importante de la misma, véase
Basch y otros (1 994).
1 60
grantes suelen encontrarse con caras familiares cuando llegan a desti
no y estas personas les ayudan a instalarse.
Estas etnografias van encontrando poco a poco su forma, o for
mas, y batallan por los problemas que plantea lo que George Marcus
y Michael Fischer ( 1 986, págs. 9 1 y ss.) llaman «el campo de trabajo
multilocal». En vez de hablar de las cosas que ya se han conseguido,
y con bastante éxito, me gustaría hacer ahora algunas observaciones
acerca de otros problemas y posibilidades.
Es natural que a los antropólogos les preocupen en cierto modo
las cuestiones de familia y de parentesco, y la etnicidad, incluso cuan
do todas ellas se trasladan a un contexto transnacional. Esto quiere de
cir que más bien pasamos por alto otros tipos de relaciones directas;
y, lo que no es menos importante, el hecho de que gran parte del tra
bajo contemporáneo sobre la globalización implica la globalización
del trabajo. Esto, al menos inicialmente, puede implicar sobre todo re
laciones secundarias; pero también hemos de tener en cuenta que és
tas son susceptibles de convertirse en relaciones primarias. En la me
dida en que existe una antropología del trabajo, también cabe que éste
se vuelva transnacional. Un ejemplo es el estudio que hace Garsten
(1 994) sobre la etnografia de la vida comunitaria en Apple Computer,
basada en los estudios de campo realizados en la central de Silicon Va
lley y en las oficinas de París y de Estocolmo.
Creo que hay un hecho que también merece mayor atención et
nográfica (el estudio de Garsten es un ejemplo) y es que todos los ti
pos de relaciones transnacionales, ya sean primarias, secundarias, ter
ciarias o cuaternarias, imponen sus propias formas culturales. Por lo
que respecta a las comunidades transnacionales, lo que acabo de decir
apunta hacia un análisis más preciso del proceso cultural a pequeña
escala que tiene lugar en ellas.
Una de mis citas preferidas es de Peter Berger y Hansfued Kellner
(1 964, pág. 24), quienes afirman que una sociología del conocimien
to tiene que interesarse también por la microsociología de «los mu
chos pequeños talleres donde los individuos continúan trabajando
asiduamente» en la construcción y mantenimiento de la realidad so
cial. Las comunidades transnacionales, y no menos las familias trans
nacionales, son precisamente esos «pequeños talleres». Creo que po
demos dar por sentado que aquí hay una negociación de significa
dos, valores y formas simbólicas bastante continua; esto incluye
tanto las culturas del lugar anterior como las del nuevo, a la vez que
la experiencia intensa de la discontinuidad y de la ruptura vivida por
los emigrantes. Y que a esta negociación le afecta lo que implica el es-
161
pacio microcultural, en el sentido que los participantes pueden aso
ciar mentalmente esos significados, valores y formas simbólicas con
unos individuos, unos acontecimientos y unos escenarios determina
dos 6. Puede que sea una negociación entre los que emigraron y los
que se quedaron, entre veteranos y recién llegados, entre maridos y
mujeres, entre padres e hijos. Cuando una persona querida resulta ser
«Otro», pueden producirse choques especialmente dramáticos; pero
también es posible que, por mediación de las relaciones primarias,
uno esté dispuesto a aceptar, e incluso a alabar, más que a rechazar lo
que para él es extraño 7• Puede que por lo menos algunos significados
y formas significativas de la vida transnacional produzcan un hondo
impacto en el corazón y en la mente de las personas, si los situamos
en las relaciones cara a cara de la vida transnacional, o incluso si se
transmiten por medio de llamadas telefónicas, casetes, vídeos familia
res y regalos.
Por último, quiero defender el sentido de apertura en relación con
las unidades de análisis que hayamos elegido para nuestro trabajo. De
cía antes que los antropólogos son propensos a encontrar el Gemeins
chaft dentro del GeseUschaft, quizá porque buscan grupos más o menos
encapsulados, o sencillamente porque hacen una etnografía de una
manera que mira hacia dentro, sea cual sea el grupo que traten. Sin
embargo, no tenemos que olvidar que los diversos tipos de relación
ocurren de manera paralela, en cadenas heterogéneas y que se influ
yen mutuamente. Expondré dos ejemplos breves sacados de escritos
recientes.
Uno de ellos hace referencia a un tipo concreto de mix de relacio
nes directas e indirectas, que tiene un papel importante en la vida de
muchas poblaciones migratorias, en esa situación del GeseUschaft Glo
bal, 1 de las sociedades nacionales relativamente abiertas. La cualidad
de abiertas es desde luego relativa. Los aparatos estatales todavía regu
lan el paso por las fronteras, de modo que los emigrantes se ven en
vueltos en relaciones terciarias y cuaternarias que son de importancia
crucial; unas relaciones que se construyen culturalmente desde ambos
lados, y que, por supuesto, implican una «clientela imaginada» tal
como la han construido los estamentos oficiales. La fuerza simbólica
de la «tarjeta verde» americana es un ejemplo de lo que ocurre en esa
6 Véase Wulff ( l 988, págs. 21 y ss.) y Hannerz (1 992 b, págs. 76 y ss.) en cuanto
a la noción de las microculturas.
7 Véase Plotnicov (1 962) para una discusión inicial que apunta a estas posibilidades.
1 62
zona intermedia8• Garrison y Weiss (1 987) han hecho un estudio acer
ca de cómo se manejan y maniobran las redes de familias dominica
nas transnacionales con la política de inmigración de Estados Unidos.
Este estudio muestra con cierto detalle cómo las relaciones indirectas
afectan el comportamiento de las relaciones primarias, tanto en cada
uno de los dos países como entre ellos. Y por supuesto, cuando esas
maniobras tienen éxito, significa que el control del estado sobre las re
laciones indirectas ha quedado neutralizado en cierto sentido y hasta
cierto punto.
Una de las cosas sorprendentes que el estudio nos descubre es que
los miembros del grupo familiar admiten por lo menos nueve mane
ras de cruzar la frontera, legal o ilegalmente. Siete de ellas resultan ra
zonablemente aceptables, y hay dos que no; una, al parecer, por el
riesgo que comporta, y la otra por el choque con la moralidad inter
personal. En el vocabulario de los emigrantes hay una descripción
abreviada para cada una de ellas. Tal vez para la antropología transna
cional esto es la contrapartida de la riqueza del vocabulario que se su
pone tienen los esquimales para describir los distintos tipos de nieve.
El otro ejemplo se refiere al papel que juegan los medios de comu
nicación en las conexiones transnacionales. En el terreno académico,
los estudios sobre medios de comunicación y los estudios sobre mi
graciones tienden a funcionar como campos separados. Sin embargo,
en la vida real se dan la mano, por no decir que se entrelazan conti
nuamente. Cojamos, por ejemplo, un tema fascinante de Appadurai
(199 1 , págs. 1 98 y ss.): dice que los usos globalizadores de las tecnolo
gías de los medios de comunicación pueden haber cambiado el equi
librio entre la experiencia vivida y la imaginación. Todo el mundo, en
casi todas partes, es ahora más consciente que nunca de que hay mu
chas vidas posibles; la fantasía se ha convertido en una práctica social
de primer orden. Sin embargo la gente puede dejarse guiar por esa fan
tasía de maneras diferentes. Por ejemplo, pueden seguir lo que dicen
los medios de comunicación y emigrar luego a una posible vida que
éstos les hayan descrito9• Pero una vez se ha hecho el cambio, lo que
uno ha abandonado se convierte a su vez en otra vida posible. Appa-
que tener en cuenta a Margolis (1 994, págs. 2 1 y ss.) y su extensa exposición acerca de
los brasileños y sus formas de entrar en Estados Unidos.
9 Véase, por ejemplo, Wulff (1 992) cuando habla de los jóvenes suecos que, a tra
vés de los medios de comunicación, se familiarizan con la vida de Nueva York antes de
estar fisicamente allí.
1 63
durai (199 1 , pág. 1 93) observa que los diferentes tipos de relación se
enmarañan entre sí cuando comenta que en el caso de los emigrantes
«la desterritorialización crea nuevos mercados para las empresas cine
matográficas, para los empresarios y las agencias de viajes, y todos
ellos se enriquecen a costa de la necesidad que tienen los pueblos re
colocados de mantener contacto con su país de origen». También aquí
las relaciones secundarias, igual que las terciarias, rodean y se infiltran
en las comunidades transnacionales 10•
La antropología clásica, en su época, puede que confinara a las
personas en determinados lugares. Lo último que quisiera añadir es
que si a los nativos en cierto modo se les puede dejar sueltos en la an
tropología transnacional, los antropólogos deberían estar al tanto y no
dejarse atrapar por completo dentro de las comunidades.
1 64
9. Cosmopolitas y locales
en la cultura mundial1
1 Este capítulo se publicó por primera vez en 1 990, en un volumen editado por
Featherstone. Como el libro se podía localizar mucho más fácilmente que la mayoría
de publicaciones donde otros capítulos aparecieron por primera vez, no había pensado
incluirlo aquí. Pero algunos lectores que se han encontrado este artículo suelto, consi
deran que representa un enfoque completo de la globalización, cosa que desde luego
no es (o por lo menos no es la visión que ellos creen haber visto). Por esto me ha pare
cido que puede ser útil situarlo en el contexto de los restantes capítulos.
Para poner un ejemplo, Buell (1 994, págs. 291 y ss.) lo utiliza como contraste entre
las teorías generalizadas que describen «lo global• como un estrato separado y situado
encima de las formaciones locales anteriores, y otra «línea de investigación más sofisti
cada• según la cual la globalización trabaja dentro del ámbito de unas formaciones so
ciales y culturales más antiguas. En opinión de Buell, yo encamo, junto con Anthony
D. Smith, el primer tipo. Espero que la diferencia entre mi punto de vista y el de Smith
haya quedado suficientemente clara en el capítulo 7 de este libro, una diferencia cuya
primera versión se publicó mucho antes que el libro de Buell. En otro momento, Buell
hace referencia a otro libro (King, 1991) en el que aparece un artículo mío sobre el mes
tizaje y otros temas afines tratados en términos muy parecidos a los del capítulo 6 (Han
nerz, 1991 ). Todo esto sugiere que él tendría que tomar en consideración al menos una
de las publicaciones donde expongo un punto de vista muy diferente del que me adju
dica con tanta facilidad. Pero reconozco que hay una literatura muy extensa y que pue
de ser dificil estar totalmente al día. (En otra parte del libro cita muchas veces a un tal
Anthony Tambiah, lo que parece sugerir que le cuesta distinguir entre Appiah y Tam
biah.)
1 65
están ancladas en un territorio concreto. Las personas pueden relacio
narse de maneras diferentes con esta diversidad interconectada. Por
eso hay personas cosmopolitas y hay personas locales.
La diferencia entre lo cosmopolita y lo local entró en el vocabula
rio de la sociología a partir de un estudio que Robert Merton (1 957,
pág. 387 y ss.) llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial, acer
ca de los «modelos de influencia» en una ciudad pequeña de la costa
este de Estados Unidos. Por aquellos días (y desde luego en aquella
ciudad), casi el único contexto donde podía situarse esta diferencia era
en el contexto nacional. Los cosmopolitas de la ciudad eran los que
pensaban y vivían su vida dentro de la estructura de la nación más que
dentro de la estructura de la localidad. La escala de la estructura cultu
ral y social se ha agrandado desde entonces, de manera que lo que era
cosmopolita a principios de los años cuarenta ha pasado a ser una for
ma moderada de localismo en nuestros días. «La integración interna
cional es lo que actualmente determina la universalidad, mientras que
la cultura nacional tiene un aire provinciano», escribe el húngaro
George Konrad en su libro Antipolitics (1 984, pág. 209).
No trataré aquí los modelos de influencia, ni tampoco hablaré
mucho de las personas locales. Lo que sigue a continuación es más
bien una exploración del cosmopolitismo como perspectiva, como es
tado de ánimo o -desde un punto de vista más orientado hacia los
procesos culturales- como modo de manejar los significados. Cuan
do hable de la opinión de los locales, lo haré principalmente para es
tablecer contrastes. El objetivo que persigo no es llegar a una defini
ción del verdadero cosmopolita, aunque también pueda tener mi opi
nión al respecto, sino destacar algunas de las consecuencias que de ahí
se derivan2•
2 Robbins (1993, págs. 188 y ss.), que quiere capturar la palabra «cosmopolita» para
otros usos, sugiere (en sus críticas a este capítulo cuando se publicó por primera vez)
que mi argumentación «acepta de una manera excesivamente vulgar los privilegios de
los cosmopolitas», y la describe como un «uso vergonzoso de la nueva 'cultura global'
para reinventar o relegitimar a los intelectuales 'libremente oscilantes' de Mannheim».
Es cierto que mi descripción del cosmopolitismo se centra en una postura estética.
También destaco que esta postura es un poco un lujo y que uno puede ceder fácilmen
te ante ella desde posiciones más bien privilegiadas; véase también el apartado «Disfru
tando de la diversidad» en el capítulo 5. Por otra parte, me preocupa muchísimo «acep
tar» (de la manera que sea) o «legitimar» el privilegio desde el punto de vista político.
Cuando Robbins escribe sobre el cosmopolitismo, persigue unos objetivos diferentes
de los míos, y en ese contexto sería injusto achacarle una falta de sentido del humor;
pero me parece que no ha sabido captar el tono irónico y juguetón que tiene mi retra-
1 66
LA PERSPECTIVA COSMOPOLITA: ORIENTACIÓN Y COMPETENCIA
to del cosmopolita, un retrato que en mi opinión tiene muy poco que ver con la legiti
mación. La idea de cosmopolitismo que Robbins prefiere es «la combinación provoca·
tivamente impura pero irreductible entre un cierto privilegio en casa, que forma parte
de ese sentido de pertenecer realmente a lugares institucionales, y una extensión, no me
nos real pero mucho menos común (y, por tanto, enormemente deseable), de los prin
cipios democráticos y antiimperialistas de fuera». Soy consciente que «cosmopolita» y
«cosmopolitismo» están entre ese grupo de palabras que se van a utilizar, con mayor o
menor alcance, en diferentes sentidos y con objetivos diferentes; pero al menos en mi
caso, pienso que me ciño bastante al uso ordinario y a las definiciones del diccionario
tales como «con un marcado interés por, familiaridad con, o conocimiento de y apre·
cio por muchos lugares del mundo», o persona «con mucho mundo y don de gentes,
como resultado de la vida urbana y de los muchos viajes», o «un clima de opinión que
se distingue por la carencia de fidelidades nacionales de estrechas miras, o de prejuicios
provincianos, y por la disposición a adoptar [elementos] de otros países y regiones para
elaborar sus patrones culturales o artísticos» ( Webster's 7bird New lnternational Dictionary
ofthe English Language, edición completa, 1 98 1). En cuanto a los intelectuales 'libremen·
te oscilantes' de Mannheim, he tratado este tema en otra publicación (Hannerz 1 992,
págs. 145- 146).
1 67
tas más, mejor; el cosmopolita ideal debería ser un zorro antes que un
erizo3• Los comerciantes y contrabandistas de Lagos cuando viajan de
compras, a duras penas sobrepasan los horizontes de la cultura urbana
de Nigeria, tal como es hoy día. Las varitas de pescado y las ropas de
bebé casi no alteran las estructuras de significado, salvo de una mane
ra muy marginal. Para ellos, el tipo de relación y complicidad con un
mundo más amplio característico de la vida actual es en gran medida
como lo que acabo de exponer; se trata básicamente de asimilar los
productos que vienen de lejos en una cultura fundamentalmente local.
Un cosmopolitismo más genuino es, en primer lugar, una orienta
ción, una voluntad de comprometerse con el Otro. Comporta una ac
titud intelectual y estética abierta a las experiencias culturales diver
gentes, una búsqueda de contrastes antes que de uniformidad. Fami
liarizarse con más culturas es convertirse en un aficionado, es ver esas
culturas como si fueran obras de arte. Al mismo tiempo, no obstante,
el cosmopolitismo puede ser una cuestión de competencia, de una
competencia generalizada y a la vez de un tipo más especializado.
Hay otro aspecto: la predisposición, la habilidad personal para abrirse
camino en otras culturas, escuchando, observando, intuyendo y refle
xionando. Y luego está la competencia cultural en sentido estricto:
una habilidad desarrollada para manipular de una manera más o me
nos experta un sistema determinado de significados.
Al interesarse por el Otro, el cosmopolitismo pasa a ser una cues
tión de niveles y variedades. Los cosmopolitas pueden ser aficionados
además de expertos, y a menudo son las dos cosas en diferentes mo
mentos de su vida 4• Pero la voluntad de interesarse y comprometerse
con el Otro y el interés por llegar a ser competente en otras culturas
que inicialmente le son ajenas, nos remiten a otras reflexiones sobre la
persona. El cosmopolitismo tiene a veces una veta de narcisismo; el
ser cosmopolita se construye en un espacio donde las culturas se refle
jan unas en otras como en un espejo.
La competencia con respecto a las culturas ajenas comporta un
sentido de dominio y maestría, como un aspecto de la persona. Uno
tiene mayor comprensión y conocimientos, pasa a controlar de algún
modo otros fragmentos del mundo. Sin embargo, hay una interacción
curiosa y aparentemente paradójica entre la maestría y la rendición.
3 Sobre los erizos y los zorros, véase Berlín (1 978) y el capítulo 10 de este libro.
4 No hay que olvidar que el diletante es •una persona que se deleita»; alguien cuya
curiosidad le lleva a unos conocimientos más allá de lo habitual, aunque, al estilo del
caballero elegante, evita convertirse en un especialista (cfr. Lynes, 1 966).
1 68
En un cierto tipo de cosmopolitismo, el individuo toma de otras cul
turas solamente lo que le conviene. A largo plazo, es probable que el
cosmopolita construya de este modo su propia perspectiva, única y
personal, a partir de una colección propia de experiencias. Esta selec
tividad también puede operar a corto plazo en situaciones individua
les. Hay otro tipo de cosmopolitismo: el que no establece diferencias
entre los elementos concretos de la cultura ajena para admitir algunos
en su repertorio particular y rechazar otros; no negocia con la otra cul
tura sino que la acepta como un todo con el que pacta. Pero también
esta rendición forma parte del sentido de maestría y dominio. Esta
rendición ante la cultura ajena implica una autonomía personal con
respecto a la propia cultura de origen. Es obvio que uno es competen
te en su propia cultura, pero puede elegir desvincularse de ella. Uno
posee su propia cultura, pero su cultura no le posee.
El cosmopolitismo se vuelve proteico. Algunos comerían cucara
chas para demostrarlo, a otros les basta con comer caracoles. En cual
quier caso, el punto básico es que cuanto más claro sea el contraste en
tre la cultura ajena y la cultura de origen, más revulsivos parecerán los
elementos de la ajena -al menos una parte de ellos- vistos con
los ojos de la de origen, y la rendición fuera será más notoriamente
una forma de maestría en casa.
Con todo, esta rendición es solamente condicional. El cosmopo
lita puede adoptar una cultura, pero no se somete a ella. Sabe en todo
momento dónde está la puerta de salida.
VARIEDADES DE MOVILIDAD
1 69
Pero el hecho de viajar no es suficiente para que uno se convierta
en cosmopolita, y no hay 'CJUe confundir a éste con otros tipos de via
jeros. Los turistas, los exiliados y los expatriados ¿son cosmopolitas?;
y cuando no lo son, ¿por qué no?
En El turista accidental -una novela de Anne Tyler, de la que se ha
hecho una película- el protagonista se gana la vida proporcionando
una profusión de libros de viaje a los anticosmopolitas, unas personas
(la mayoría en viajes de negocios) que preferirían no tener que mover
se de casa. Son guías de viaje para americanos que quieren saber los
restaurantes de Tokyo donde hay Sweet'n'Low, el hotel de Madrid que
tiene colchones extragrandes y si hay un Taco Bell en Ciudad de
México.
Paul Theroux (1 986, pág. 1 33) otro escritor contemporáneo que se
dedica continuamente a temas de viajes y de experiencias cosmopoli
tas, comenta que mucha gente viaja para encontrar y disfrutar lo que
no tiene en casa, como si fuera un valor añadido, un «plus doméstico»
-a España por el sol, a la India por los criados, a África por los ele
fantes y los leones. Y para algunos, por supuesto, este «plus» de los via
jes se cifra en más y mejores negocios. Aquí no hay uná actitud gene
ral de apertura hacia una diversidad de experiencias en cierto modo
imprevisibles; las ventajas de la movilidad están estrictamente regla
mentadas. Estos viajes no son para cosmopolitas y sirven muy poco
para crear cosmopolitas.
El turismo de nuestros días es casi siempre de este tipo. La gente
hace estos viajes exclusivamente para poder ir a otro sitio, de modo
que el cosmopolitismo que podría encontrarse estaría relacionado con
las culturas de base territorial y sus combinaciones. Pero a menudo
este valor añadido no tiene nada que ver con los sistemas de significa
do ajenos, y en cambio sí tiene mucho que ver con elementos de la
naturaleza, playas espléndidas por ejemplo. Con todo, no es este el
único motivo que tienen los cosmopolitas para aborrecer a los turis
tas, y detestan sobre todo que les tomen por turistas.
Lo que suelen desear los cosmopolitas es la inmersión en otras cul
turas, o en cualquier caso tener libertad para hacerlo. Qyieren partici
par, o al menos no quieren que se les pueda identificar demasiado fá
cilmente en medio de una aglomeración de participantes, es decir, de
personas locales. Qyieren tener la posibilidad de escabullirse entre
bastidores antes de verse confinados en primera fila. Los turistas no
participan; el turismo es en gran medida una actividad de espectado
res. Se da por supuesto que los turistas son incompetentes, incluso
cuando están interesados en participar y en este sentido tienen una
170
orientación cosmopolita. Es muy probable que sean un estorbo. Los
locales y los cosmopolitas los distinguen a kilómetros de distancia.
Los locales desarrollan unas formas particulares de manejar a los turis
tas, de mantenerlos a distancia; no los explotan necesariamente, pero
tampoco los admiten en el ámbito de la reciprocidad local. Y debido
a que el cosmopolitismo es una manera de ser y de hacer indefinida,
en continuo equilibrio precario sobre el filo de la competencia, los
cosmopolitas corren el riesgo de que los lugareños les tomen por tu
ristas, un mote que los locales aplican de una manera cada vez más ru
tinaria debido a su experiencia. Esto podría echar a perder muchos
placeres del cosmopolitismo, además de ser una amenaza para el sen
tido de sí mismo que el cosmopolita tiene como tal.
El exiliado, que pasa directamente de una cultura territorial a otra,
tampoco suele ser un verdadero cosmopolita en el sentido que aquí
comentamos, porque vive una cultura, lejos de su país de origen, que
le ha sido impuesta. La vida en otro país puede tener el valor añadido
de seguridad o de libertad, pero no es como estar en casa. La cultura
extranjera le rodea, pero el exiliado no se sumerge en ella. A veces las
imperfecciones que tiene como cosmopolita pueden ser el polo
opuesto de las del turista: puede que construya su competencia de
mala gana, pero no la disfruta. Edward Said sostiene que el exiliado
es una fisura incurable, un estado de vida discontinuo, una estado de
celos:
171
rias cautivadoras ( 1 985, pág. 2�8 y ss.), describe su Nueva York, la de
los anticuarios, grandes almacenes, barrios étnicos, museos de todo
tipo, desde los de arte hasta los de historia natural, y una representa·
ción de ópera china bajo el primer arco del puente de Brooklyn.
De modo que de cuando en cuando los exiliados pueden ser cos·
mopolitas; pero la mayoría no lo son. La mayoría de trabajadores emi·
grantes tampoco lo son. Para ellos, el hecho de marcharse de su país
representa en todo caso mayores ingresos; a menudo el contacto con
otra cultura no es un beneficio adicional, sino un coste necesario que
hay que mantener lo más bajo posible.
También en este caso, los compatriotas, en cuyo círculo uno que·
da encerrado, son los que ayudan a crear un hogar que sustituya al
que se ha dejado atrás.
El concepto de expatriado es el que podemos asociar mejor con
el de cosmopolita. Los expatriados (o ex expatriados) son personas
que han decidido vivir fuera de su país durante un tiempo y, cuan·
do están en otro país, saben que pueden volver a casa cuando quie·
ran. No todos los expatriados son ejemplos vivientes de cosmopoli
tismo ; los coloniales también eran expatriados, pero la mayoría de
testaban «volverse nativos». Pero esas personas pueden permitirse
nuevas experiencias y no tienen que mantenerse alertas para no per·
der el sentido de una identidad valorada en mucho pero amenazada
y desarraigada. A menudo pensamos que esas personas tienen sus
propios medios (aunque sean modestos), que la actitud abierta a
nuevas experiencias es para ellas una vocación, o que pueden hacer
su trabajo más o menos donde les plazca; tal vez los escritores y pin·
tores que vivían en París entre las dos guerras son los arquetipos de
estas personas. No obstante, el expatriado contemporáneo es muy
probable que pertenezca a alguna organización o empresa; de modo
que volvemos a las culturas transnacionales, y a las redes de organi·
zaciones y a las instituciones que son las que les proporcionan la es·
tructura social.
1 72
contenidos especializados de esas culturas son de muchos tipos. Las
culturas transnacionales de hoy suelen ser culturas relacionadas con
una actividad laboral más o menos bien definida (y a menudo vincu
ladas a mercados de trabajo transnacionales). George Konrad destaca
la cultura transnacional de los intelectuales:
1 73
Pero las culturas transnacionales y las territoriales se entrelazan
unas con otras de múltiples maneras. Algunas culturas transnacionales
se mantienen más apartadas de las prácticas locales que otras; por
ejemplo, la de la diplomacia comparada con la del comercio. Las cul
turas transnacionales consideradas como un todo suelen recibir el im
pacto de alguna cultura territorial, de unas más que de otras. Muchas
de ellas son, de una manera u otra, extensiones o transformaciones de
las culturas de Europa Occidental y de Norteamérica. Si incluso las
culturas transnacionales tienen que tener un centro fisico en alguna
parte, unos lugares donde se producen sus significados concretos y
desde donde se difunden con especial intensidad, o lugares adonde
van las personas para establecer una interacción en sus propios térmi
nos, es precisamente en estos lugares donde tienden a ubicarse esos
centros. Pero incluso cuando están fuera de esos centros, las institucio
nes de las culturas transnacionales suelen estar organizadas de tal ma
nera que pueden hacer que las personas procedentes de Europa Occi
dental y de Norteamérica se sientan al máximo como en casa (porque,
para empezar, continúan utilizando su propia lengua). En ambos sen
tidos, la organización de la cultura mundial por medio de las relacio
nes centro-periferia resulta evidente.
Una consecuencia de lo anterior es que los europeos occidenta
les y los norteamericanos pueden encapsularse culturalmente y con
tinuar siendo básicamente metropolitanos locales en vez de conver
tirse en cosmopolitas, no sólo si se quedan en casa en su cultura te
rritorial. Igual que los «turistas accidentales» de Anne Tyler, también
pueden hacer lo mismo en muchas culturas transnacionales, si no
completamente sí bastante. Para los que no son europeos occidenta
les o norteamericanos, o para los que no viven la vida cotidiana en
algún enclave de la cultura occidental, es más probable que la viven
cia de una cultura transnacional sea en sí misma una experiencia cul
tural diferente.
La verdadera importancia del crecimiento de las culturas transna
cionales no siempre está en la nueva experiencia cultural que pueden
proporcionar a las personas -porque a menudo el campo de acción
es bastante reducido--, sino en las posibilidades que tienen como me
diadoras. Las culturas transnacionales son cabezas de puente para en
trar en otras culturas territoriales. En vez de quedarse en ellas, uno
puede aprovechar la movilidad que se produce en relación con esas
culturas transnacionales para tomar contacto con los significados de
otros ciclos de vida, y para incorporar gradualmente esta experiencia
en la propia perspectiva personal.
1 74
EL COSMOPOllTISMO Y LAS CULTURAS DEL DISCURSO CRfTICO
5 Véase, por ejemplo, Do 's and Taboos Aroundthe World, publicado por la Parker Pen
Company (Axtell, 1 985), cuyos objetivos describe en el prólogo : «La idea de este libro
es ayudar a los viajeros del mundo para que desarrollen unas pequeñas antenas invisi
bles capaces de captar los mensajes acerca de las diferencias y los matices culturales. La
comprensión y valoración de estas diferencias les ahorrará situaciones embarazosas, des
dichas y fracasos. De hecho, el aprendizaje de las diferencias culturales a través de los
viajes puede ser a la vez un reto y una diversión.»
1 75
rar la posibilidad de que exista alguna clase de afinidad entre el cosmo
politismo y la cultura de los intelectuales.
Según el estudio de Robert Merton (1957, pág. 400), cuando los lo
cales eran personas influyentes, su influencia se apoyaba no tanto en
lo que sabían sino en las personas que conocían. Cualquier influencia
que pudieran tener los cosmopolitas se apoyaba, en cambio, en un sa
ber menos vinculado a otras personas concretas o al escenario original
de la comunidad. Llegaban provistos de un saber específico y podían
marcharse y llevárselo con ellos sin devaluarlo.
No sorprende, pues, que últimamente se haya prestado más aten
ción a estas personas6• Son «la nueva clase», personas con credencia
les, la capital cultural descontextualizada. Dentro de esta amplia cate
goría social, algunos distinguen -como lo ha hecho Alvin Gouldner
(1 979}- entre la intelectualidad y los intelectuales. Para el objetivo
que persigo, esto es casi innecesario; en cualquier caso, según Gould
ner, las dos comparten una «cultura del discurso critico».
Indudablemente este tipo de personas tiene ahora una buenísima
oportunidad para entrar en las culturas transnacionales. Su saber des
contextualizado puede recontextualizarse rápidamente en una serie de
escenarios diferentes. (Lo que no quiere decir que las culturas transna
cionales no consistan más que en este saber --estas culturas pueden
desarrollar su propios particularismos, al estilo de los que en otros lu
gares son el recurso específico de los locales : conocimiento biográfico
de los individuos, conocimiento anecdótico de los sucesos e incluso
de la constelación de lugares que forman los escenarios de estas cultu
ras.) Lo que estas personas llevan consigo no es sólo el saber específi
co, sino también una orientación general hacia las estructuras de sig
nificado a las que la noción de «cultura del discurso critico» se refiere.
Según Gouldner (1 979, págs. 28 y ss.), esta orientación es reflexiva, se
plantea problemas, se interesa por la metacomunicación; yo la descri
biría, además, como expansionista en general en cuanto al manejo del
significado. No ceja en el análisis del sistema de ideas esforzándose
por ser explícita; y aquí el sentido común, como un modo de manejo
del significado en contraste con lo anterior, puede encontrar reposo
junto a lo tácito, lo ambiguo y lo contradictorio7• A la larga, se esfuer
za por lograr la maestría y el dominio.
6 El contraste que establece Randall Collins (1 979, págs. 60 y ss.) entre la produc·
ción «indígena• y «formal• de cultura, está relacionado con este punto.
7 En cuanto al sentido común, véase por ejemplo Geertz (1 975) y Bourdieu (1 977,
págs. 164 y ss.) y su exposición sobre el «modo dóxico•.
1 76
Obviamente, no se puede decir que esta orientación hacia las es
tructuras de significado vaya a encajar exactamente con esas culturas
ajenas que el cosmopolita desea explorar. Probablemente haya en ellas
tantas contradicciones, ambigüedades y tendencias hacia la inercia
como en cualquier otra cultura local, incluida la de origen del propio
cosmopolita. Sin embargo, como vía de acceso, parece que incluye en
gran medida esa apertura y ese hacer camino hacia una mayor compe
tencia, que, tal como he dicho, son típicos del cosmopolitismo. No es
una manera de convertirse en una persona local, sino más bien de es
timular el conocimiento de lo local.
La relación específica entre los intelectuales y el cosmopolitismo,
si es que hay alguna, podría describirse de una manera que casi no tie
ne relación con lo que acabo de decir. En un sentido más limitado, los
intelectuales están implicados de una manera concreta con lo que po
dríamos llamar las relaciones centro-periferia de la cultura. Kadushin
(1 974, pág. 6), en su estudio sobre los intelectuales americanos, dice
que cada cultura tiene determinados «conceptos de valor>> claves que
dan sentido a las experiencias y a los actos; y que muchos miembros
de la sociedad manipulan estos conceptos con bastante facilidad, por
que lo que suele definir estos conceptos no es tanto la formulación
abstracta dé los mismos, sino el modo concreto de emplearlos en la
práctica. No obstante, la tarea específica de los intelectuales es averi
guar las relaciones que hay entre los conceptos de valor y descubrir
cómo se han aplicado a lo largo de los años. «Los derechos humanos»,
«la justicia» o «la libertad de expresión» son ejemplos de estos concep
tos, según observa Kadushin.
En sus indagaciones, los intelectuales se mueven entre el núcleo de
la cultura y los hechos efimeros y periféricos de la vida cotidiana. Si es
tán habituados a hacerlo así por vocación, parece que este punto de par
tida también les resultará provechoso para explorar otras culturas en
cuanto se les presente la ocasión para el cosmopolitismo. Y cuando va
rias culturas comparten unos mismos conceptos de valor claves, esta
ventaja indudablemente no se pierde; los intelectuales transnacionales
de George Konrad, que forman alianzas más allá de las fronteras, suelen
agruparse precisamente en tomo a estos intereses compartidos.
EL COSMOPOLlTA EN CASA
1 77
�izá los verdaderos cosmopolitas, una vez pasan a ser miembros
de esta categoría, nunca más vuelven a sentirse exactamente en casa al
estilo de las personas realmente locales. El sentido de «casa» es algo
que se da por supuesto; pero los cosmopolitas, después que sus pers
pectivas hayan quedado irreversiblemente afectadas por la experiencia
de lo ajeno y lo distante, puede que consideren que las estaciones del
año o los pequeños rituales cotidianos ya no son absolutamente natu
rales, obvios y necesarios. Puede que haya un sentimiento de desape
go, tal vez de irritación para con los que se someten al sentido común
local y no son conscientes de su arbitrariedad. O quizá «casa» es para
el cosmopolita una de las diversas fuentes de significado personal, no
tan diferente de las otras que están a distancia; o le complace tener la
habilidad de someterse y dominarla al mismo tiempo.
O casa es realmente casa, pero de una manera específica; un re
cuerdo constante del pasado precosmopolita, un lugar privilegiado
para la nostalgia. Un lugar donde en otros tiempos todo parecía bas
tante sencillo y directo. O es de veras casa: un lugar cómodo, de caras
familiares, donde nadie discute la propia competencia y donde uno
no tiene que demostrarla ni a sí mismo ni a los demás, pero donde
por eso mismo cabe el riesgo de aburrirse.
En casa, para muchos cosmopolitas, la mayoría de los otros son
personas locales. Esto es cierto para la gran mayoría de culturas terri
toriales. A la inversa, para muchas personas locales, el cosmopolita es
alguien un poco raro, uno de nosotros pero no exactamente uno de
los nuestros. Alguien a quien hay que respetar por su experiencia, po
siblemente; pero, igualmente posible, alguien en quien de hecho no
hay que confiar. La confianza suele ser una cuestión de perspectivas
compartidas, de «yo sé, y yo sé que tú sabes, y yo sé que tú sabes que
yo sé». Y esta fórmula que sirve para la organización social del signifi
cado no es necesariamente aplicable a las relaciones entre locales y
cosmopolitas.
Algunos cosmopolitas están más dispuestos a que pueda aplicarse
otra vez. « Wennjemand eine Reise tut, dann kann er 'was erziihkn», dice el
refrán, y hay otros que son especialistas en hacer saber a los demás
con qué se han encontrado en lugares lejanos. De modo que hasta
cierto punto el cosmopolita puede encauzarse en lo local; y precisa
mente porque son dos esferas que en general están separadas, el cos
mopolita puede convertirse en un intermediario, en un administrador
que se lucra con ello. Pero cabe el peligro que haya que trivializar lo
ajeno para lograr que sea fácilmente accesible, con lo cual se traiciona
su esencia y las cualidades características de un verdadero encuentro
1 78
directo y personal. De modo que, de alguna forma, la actitud más ge
nuinamente cosmopolita puede que sea mantener separado lo que
está separado8•
A pesar de lo dicho, en casa, el cosmopolitismo no está necesaria
mente en el exilio. Es natural que en el mundo contemporáneo la di
versidad cultural vaya imprimiendo carácter en muchos escenarios lo
cales. Los que tengan inclinaciones cosmopolitas pueden utilizar sus
hábitats de manera selectiva para mantener la orientación expansiva
hacia un mundo más amplio. Puede que otros cosmopolitas estén allí,
tanto si éstos a su vez están en casa como si están fuera, y puede que
sean ajenos a las orientaciones no cosmopolitas. Aparte de los encuen
tros cara a cara, están los medios de comunicación -tanto los que
van destinados al consumo local, aunque hablen de lo que está lejos,
como los que realmente forman parte de otras culturas, como por
ejemplo los libros y las películas extranjeras. Lo que McLuhan descri
bió como la fuerza implosiva de los medios de comunicación puede
que hoy día nos haga prácticamente a todos un poco más cosmopoli
tas. Y cabe preguntarse si, a la larga, no será posible convertirse en cos
mopolita sin necesidad de marcharse de casa.
8 Es decir, el cosmopolita no se inclina a ser un agente activo del mestizaje (cfr. ca
pítulo 6).
1 79
son menos claros. Si, mediante un proceso terminal de homogeneiza·
ción global, esa otra clase de cultura mundial llegara finalmente a exis
tir, los locales se extinguirían; o dicho de otra manera, al estar inmer·
sos en la única cultura existente, todos serían el mismo tipo de perso·
nas locales en el plano global.
Sin embargo, los cosmopolitas y los locales de hoy comparten el
mismo interés por la supervivencia de la diversidad cultural. Para los
últimos, la diversidad misma, como vía de acceso personal a la diver·
sidad cultural, tiene poco interés intrínseco. Lo que ocurre exactamen·
te es que la supervivencia de la diversidad es lo que les permite aferrar·
se a sus respectivas culturas. Para los cosmopolitas, en cambio, la di
versidad tiene un valor como tal; pero no es probable que lo capten
en cualquiera de las formas actuales, salvo si se permite que otras per·
sonas puedan adueñarse de un nicho específico para su propia cultu
ra. Es decir, no puede haber cosmopolitas si no hay locales.
1 80
Problemas en la aldea global:
1 O.
el mundo según los corresponsales extranjeros
Anyone here been raped & speaks English? Éste es el título de la au
tobiografia de Edward Behr ( 1 982), un corresponsal extranjero ya ve
terano, que parece resumir el objetivo de los periodistas : andar a la
caza de las miserias y de las historias de contenido humano, de una
manera pragmática, instrumental y calculadora. Parece que fue un
reportero de la televisión británica de principios de los años sesenta
quien lanzó al aire esta pregunta ante una multitud de refugiados eu
ropeos, mujeres y niños, que huían de la guerra civil en el ex Congo
Belga.
Se dice que el mundo se ha convertido en una aldea global. Y cier
tamente, parece que en cualquier momento podemos tener a nuestro
alcance algún representante de la humanidad oriundo de otras tierras.
Es dificil que pase un solo día sin que nuestra conciencia se tope, aun
que sea fugazmente, con alguno de ellos.
Sin embargo, y según mis exposiciones anteriores, la metáfora es
discutible. Esta aldea no es un lugar idílico ni plácido. Además, aun
que nos parezca que los seres procedentes de otros lugares están a
nuestro alcance en cualquier momento, como tal vez ocurre en una
aldea real, esto no ocurre de una manera literalmente inmediata en
la vida real. Porque hay intermediarios. La globalización de la con
ciencia también tiene sus funcionarios especializados -en palabras
de C. Wright Mills ( 1 963, pág. 406) : su propio aparato cultural. En
el reparto de trabajo -en parte viejo, en parte nuevo-, los agentes
producen y ponen en circulación diferentes representaciones de los
181
lugares distantes, de la gente y de las actuaciones, por motivos dife
rentes 1 .
Entre los agentes d e mayor relevancia están sin duda Edward Behr
y sus colegas. Hay muchas formas de informar el mundo; pero hay
una que se impone de manera abrumadora en la vida cotidiana, una
que nos presentan continuamente los medios de comunicación y a la
que casi nadie puede resistirse : las noticias internacionales. Convivi
mos con las noticias por la mañana y por la noche; en los periódicos,
en la televisión, en las revistas. A través de las noticias, si no es de otra
manera, casi todo el mundo tiene que globalizarse un poco. Por las
noticias nos enteramos de las elecciones y de los golpes de Estado, de
los terremotos y de las inundaciones, de las matanzas y de las hambru
nas, de las reuniones cumbre, de los aviones que se estrellan y de los
escándalos políticos, de la guerra y a veces de la paz. Siempre hay al
guien que lo explica, con vehemencia o sin ella, y que a media expo
sición puede lanzar preguntas al estilo de «¿alguna violada que hable
inglés?».
Se ha dicho que los antropólogos analizan hacia abajo, que se
ocupan de los que son menos ricos y poderosos; a veces el análisis
ha ido hacia arriba (cfr. Nader, 1 972). Pero puede que en la aldea
global nos interese especialmente un análisis transversal : nuestra
curiosidad estaría puesta en otros que por vocación, igual que noso
tros, se interesan por el manejo de los significados a través del espa·
cio y de las diferencias culturales2• Ya que, a nuestra manera, tam
bién nosotros participamos en ese aparato cultural que da forma al
mundo.
Partiendo de lo anterior, lo que me atrae es lo que hacen y pro
ducen los corresponsales extranjeros, y qué papel tienen en la for
mación de la cultura contemporánea. De modo que lo que expon
go a continuación son unas primeras reflexiones acerca de una cul
tura de trabajo, una entre otras, en la aldea global. Pero en el salón
1 Véase una exposición más extensa del concepto de aparato cultural en Hannerz
( 1 992 b, págs. 81 y ss.).
2 En otro artículo (Hannerz, 1 993) aparecen unos comentarios previos sobre este
tema. Una obra como Reading National Geographic ( 1 993) de Lutz y Collins, es un buen
ejemplo de este interés; hay otras obras sueltas más o menos similares, por ejemplo, el
estudio crítico de Said (1981) sobre la cobertura de los medios de comunicación en
el islam. Desde que escribí este capítulo ha aparecido una extensa etnografia de corres
ponsales extranjeros; entre otros, el estudio de Pedelty ( 1 995) sobre el periodismo de
guerra en El Salvador.
1 82
de los espejos, puede que estas reflexiones nos devuelvan nuestra
propia imagen.
Si, como observa Daniel Hallin (1987, pág. 1 1 1), el encabezamien
to de fecha y lugar es una práctica habitual entre los periodistas, que
«sirve para establecer la autoridad de unas noticias», los antropólogos
también tienen su autoridad cuando tratan cuestiones de tiempo, lugar
y etnografia. Si el antropólogo se ocupa del Otro, también de alguna
manera lo hace el periodista. Y si alguna vez el antropólogo, cuando
está en el campo de trabajo, exige que le consideren como un héroe,
también lo hace el periodista dondequiera que tenga su destino.
Podríamos inspeccionar el trabajo de los corresponsales extranje
ros en el punto de recepción -nuestra propia sala de estar, o la coci
na a la hora del desayuno- o bien hacer trabajo de campo en su cam
po de trabajo, una inspección minuciosa de sus rutinas de produc
ción. Mi posición personal está a medio camino entre las dos
-recurro a otra comparación entre los antropólogos y los correspon
sales extranjeros. En los últimos tiempos los antropólogos no sólo han
hecho estudios etnográficos, sino que también han escrito acerca de
su trabajo en el campo de trabajo. Hay un conjunto de escritos de los
corresponsales extranjeros que sigue una línea similar; se trata de
obras autobiográficas, más o menos reflexivas. De ellas extraeré mis re
ferencias a lo largo de las próximas páginas. Si, por un lado, tenemos
libros como &jkctions on Fieldwork in Morocco, de R.abinow (1977), o In
Sorcery's Shadow, de Stoller y Olkes (1 987), por otro, tenemos Anyone
here been raped & speaks English?, de Behr, o The Soccer Wár, de Ryszard
Kapuscinski (1 990), o Muddy Boots and &d Socks, de Malcolm Browne
(1 993), y muchos más.
Hay una diferencia, por supuesto, entre estos libros y las noticias
diarias que redactan esos mismos autores. En los libros, el lector se
traslada a la trastienda, a la vida de los corresponsales extranjeros. Es
tos libros describen precisamente esa trastienda; su objetivo es entre
tener o cautivar al lector y ser un artículo de consumo apetecible. Por
eso mismo, yo, como lector, me encuentro a medio camino: no exac
tamente entre bambalinas, pero quizá con la posibilidad de echar una
buena ojeada.
Cabe preguntarse qué corresponsales extranjeros escriben esta cla
se de libros. En general, parece claro, más bien gente de letras, escrito
res de textos sustanciosos, y no gente que está pendiente del pitido del
ordenador. Q!lizá sean los antiguos narradores o quizá, a veces, los in
telectuales orgánicos por vocación. Q!lienesquiera que sean, de ellos
proviene la información de las próximas páginas.
1 83
CUESTIONES DE TIEMPO Y LUGAR EN LOS PARTES PERIODÍSTICOS
184
cambia lentamente. En la «vi.da cotidiana» considerada de acuerdo
con estas líneas.
También es cierto que en los últimos tiempos han empezado a
preocupamos las antiguas representaciones del tiempo, tal como se
entendían por norma entre los antropólogos. Después de todo, los
otros no viven realmente en «sociedades frías», «sin historia»; esta
mos analizando a fondo y repensando «el presente etnográfico» (Fa
bian, 1 980; Hastrup, 1 990; Sanjek, 1 99 1), y reconocemos que lo que
describimos son facetas y secuencias del transcurso de la historia
(Moore, 1 987). Sin embargo, aunque puede que hayamos perdido
de vista nuestros pretextos teóricos y estilísticos, nuestra forma de
manejar el tiempo puede que no haya cambiado tanto.
Frente a todo lo anterior ¿dónde están el «dónde» y el «cuándo»
de los corresponsales extranjeros? Una parte de la respuesta, la de ma
yor realce, es que sus cabeceras en cuanto a tiempo y lugar, tienen que
ser correctas: el lugar adecuado y en el momento preciso -y pocas ve
ces se da el momento preciso en el lugar preciso, ni tampoco el lugar
preciso en el momento preciso. Retomando las palabras de Braudel,
se trata precisamente de la histoire événementieUe, lo opuesto a la lnngue
durée.
Tal como dice Mort Rosenblum (1993, pág. 8), un corresponsal de
la Associated Press destacado en París, «no hemos de olvidar que nues
tro sistema de recopilación de noticias no es un servicio público». Ro
senblum también critica la cobertura de noticias extranjeras en los me
dios de comunicación americanos, una cobertura para él en declive.
«Dejémonos de palabras. Las noticias como negocio venden un pro
ducto que se ha preparado y que tiene una presentación determinada,
y la competencia es implacable. Si el producto no se vende, es porque
los que lo preparan son unos chapuceros.»
Esto es una verdad elemental: las noticias son un producto, y no
están igualmente disponibles en todas partes ni en un momento con
creto. No todo puede comercializarse de la misma manera. «Las noti
cias son lo excepcional, algo que sacude, beneficia, enfurece, ilustra,
aguijonea o divierte», añade Rosenblum (1 993, pág. 9). Sí, hay diver
sas formas. Pero en general, las noticias son problemas convertidos en
producto vendible; por eso hay miles de personas en su sano juicio
que tratan de huir de un lugar cuando llegan los cazanoticias.
En el caso extremo, los problemas son sinónimo de guerra. Las
memorias de muchos corresponsales extranjeros hablan de guerras :
Corea, Argelia, el Congo, Vietnam, Biafra, Afganistán, Angola, Líba
no, la «guerra del fútbol» de Kapuscinski entre Honduras y El Salva-
1 85
dor, la del Golfo, Somalia, Bosnia; la guerra entre India y China, que
fue corta, y la rebelión de Hungría.
No sorprende el interés de los corresponsales por las cuestiones
bélicas cuando se trata de escritores americanos, ya que Estados Uni
dos ha inteivenido directamente en muchas de esas guerras. Edward
Behr, de familia rusa, inglés y francés por formación, pero que escribe
desde Vietnam para Newsweek, comenta:
3 El libro de Ulf Nilson está escrito en sueco; los fragmentos que cito están tradu
cidos por mí.
1 86
un párrafo de Kapuscinski muy típico (1 990, págs. 4 1 y 42); está en
Sudán y trata de llegar al Congo (de modo que se encuentra en un te
rritorio clásico para los antropólogos):
4 O para poner otro ejemplo, Rosenblum (1 993, pág. 99) hablando de Bill Droz
diak: «En 1 989 estaba haciendo un recorrido por ciudades de Asia como redactor jefe
de temas internacionales del Post, cuando un día le llamaron a Bangkok a la 1 de la no
che. Había caído el muro de Berlín y el corresponsal del periódico estaba enfermo.
A las 4 de la madrugada, él y unos centenares de alemanes exhaustos en un viaje chár
ter de aventuras sexuales, volaban rumbo a Fráncfort. Por la noche, antes de la hora lí
mite para la composición del periódico, tenía a punto dos artículos de portada.»
1 87
R�cuerdo que le pregunté a un reportero japonés cómo conse
guía enviar sus crónicas. «Casi siempre por correo», me dijo. «Mis
crónicas no son urgentes.» Mientras hablábamos, me señaló un bu
zón que estaba delante del Hotel Aletti; según me dijo, era el que
utilizaba siempre. En el buzón había un letrero pegado, y decía, en
francés: «No postear nada. Debido a las circunstancias, no se reco
ge el correo desde el 12 de febrero.» Estábamos en mayo.
5 Cfr. Rosenblum (1 993, pág. 1 02): «mientras duró el conflicto del Líbano, el Com
modore de Beirut era una zona franca. Allí se podían conseguir conductores, líneas de
télex, visados, servicios bancarios y comidas comestibles, mientras que a su alrededor la
ciudad estaba en llamas. Las facturas del bar funcionaban como las de la lavanderia. Se
pagaba a varias milicias y a la OLP para que no molestaran. El bar, que estaba muy bien
surtido, tenía un loro estrella que silbaba sin descanso imitando el ruido de la artilleria
reinante. A veces el ruido no provenía precisamente del loro».
6 Cfr. Rosenblum ( 1 993, pág. 9) cita una nota que un lord de la prensa británica te
nía colgada en su sala de lectura: «Un inglés es un artículo. Diez franceses son un ar
tículo. Cien alemanes son un artículo. Y en Chile nunca ocurre nada.» (Por supuesto,
esto era antes de 1 973.)
188
En los informes de los antropólogos, los lugares mantienen una
presencia relativamente constante aunque sea modesta; en las noticias
internacionales, los lugares aparecen y desaparecen. Los antropólogos
solemos trabajar en un solo campo; pocas veces en más de dos o tres.
Comparemos esto con Kapuscinski y su presencia real en veintisiete
revoluciones, probablemente cada una en un sitio diferente. Segura
mente nos viene a la memoria la clásica comparación entre el zorro y
el erizo: el zorro sabe muchísimas cosas y el erizo sólo una importan
te. O en lo que respecta al ritmo y a la competitividad, y tomando
otra línea de imágenes : la forma de producir cultura de los correspon
sales extranjeros tiene algo de dionisíaco y la de los etnógrafos algo de
apolíneo. Nosotros somos los zuni y ellos los kwakiutl 7•
Sin embargo, tal vez tengamos que añadir algo más acerca del
«dónde» y del «cuándo» de los corresponsales extranjeros. Como he
mos dicho, los problemas definen su mundo. Cuando siguen la pista
de los problemas se convierten en zorros y en dionisíacos. Cabe sos
pechar, con todo, que esta imagen es un poco exagerada. Sin duda,
también pasan periodos de su vida sin problemas, o al menos sin el
tipo de problemas que les llevan a desplazarse.
Durante estos periodos sin conflictos -periodos a los que no
suelen dedicar mucha atención en sus libros- puede que algunos se
queden en casa y se ocupen de otros temas. Otros pueden dedicarse
a dar una cobertura más rutinaria desde su territorio, se quedan en un
lugar (es preferible que tenga buenas comunicaciones, una cierta con
centración sostenida de noticias y acontecimientos y condiciones de
vida adecuadas) o bien viajan de una manera más arbitraria. Durante
estos periodos, los puestos que ocupan parece que tengan una des
cripción absurdamente amplia, al menos a nosotros los erizos nos lo
parece: «corresponsal en África», «corresponsal en Asia». No obstan
te, es en estos periodos cuando pueden convertirse en expertos en al
gún lugar o región por medio de la experiencia diaria y el trabajo mo
nótono en la oficina. Algunos corresponsales extranjeros se quedan
en un mismo destino mucho más tiempo que los antropólogos en su
campo de trabajo.
Edward Behr permaneció en Argelia durante casi todo el tiempo
que duró la lucha por la independencia. Malcolm Browne estuvo en
7 El contraste zorros·erizos nos viene de Archilocus por medio de sir lsaiah Berlin
( 1 978). Los antropólogos consideramos a los indios Zuni del sudoeste de América
como apolíneos y a los Kwakiutl de la costa noroeste como dionisíacos, y esto lo hemos
aprendido de Ruth Benedict (1 934).
1 89
Indochina durante casi diez años y luego en Europa del Este durante
varios años en la década de los setenta, un periodo más bien tranqui
lo. Ulf Nilson, el periodista sueco, pasó trece años en Nueva York y
sus escritos nos hablan de una manera directa y sincera acerca de su si
tuación. Un corresponsal, incluso si es del periódico de mayor tirada
de un pequeño país europeo, nunca conseguiría un pase para la Sala
Oval, y él tenía pocas oportunidades de toparse con alguna noticia
sensacional y exclusiva. Cuando asesinaron al presidente Kennedy,
Nilson no fue a Dallas; tal como lo veía, lo mejor que podía hacer era
trabajar día y noche en el despachito que tenía en su apartamento. Es
cierto que viajó mucho durante su etapa americana, pero pasó la ma
yor parte del tiempo en su despacho, leyendo sin descanso (periódi
cos, revistas, libros, publicaciones oficiales), tomando notas, recortan
do y archivando. Si como antropólogos, a menudo demasiado atados
a la mesa de trabajo por nuestro propio gusto, alguna vez sentimos
que nuestra vida debiera haberse parecido un poco más a la de los co
rresponsales extranjeros, esa visión desde dentro quizá nos reconforta
un poco.
Vuelvo ahora brevemente a un tema de la teoría social reciente. La
modernidad, según opina Anthony Giddens, implica una distribu
ción del riesgo y la confianza diferente de la que se había dado hasta
ahora. De la confianza hablaré más adelante; consideremos ahora el
elemento riesgo8• Dice Giddens (1 990, págs. 106- 1 10) que el riesgo era
principalmente local, un aspecto de la primacía del lugar. «La gente es
taba muy poco protegida frente a los desastres naturales tales como las
inundaciones, las tormentas, los diluvios o la sequía», y eran pocos los
que «podían sentirse seguros durante periodos prolongados ante la
violencia o la amenaza de violencia de los ejércitos invasores, los me
rodeadores, los señores de la guerra locales, los bandidos, los ladrones
o los piratas». Como contraste, en la modernidad destaca las amena
zas ecológicas que «son el resultado de los conocimientos organizados
socialmente, a través del impacto del industrialismo en el entorno ma
terial», mientras que la violencia militar, en la versión moderna de ries
go, implica «la industrialización de la guerra».
Bajo este punto de vista, lo que llama la atención es que muchas
veces los informes de los corresponsales extranjeros parecen hablar de
las variedades premodernas (y, sin embargo, totalmente contemporá
neas) de riesgo. Es cierto que Vietnam y la Guerra del Golfo fueron ca-
190
sos clarísimos de guerra industrializada, pero en las noticias interna
cionales de nuestros días tampoco escasean las inundaciones, la se
quía, los ejércitos invasores ni los señores de la guerra locales. Los pro
blemas de la aldea global a veces son globales, pero es frecuente que
sólo sean problemas que ocurren en o que corresponden a otras al
deas. El encabezamiento de una noticia nos permite compartir un
poco el sentido de inseguridad local que todo el mundo tiene.
Q!lizá gran parte de los problemas modernos no encajen en el
formato de las noticias ; les falta el carácter episódico de las noticias :
hoy es noticia, mañana ya no. Esto también les preocupa a algunos
periodistas: «Los corresponsales, al movernos en el hervidero de
acontecimientos, nos perdemos el desarrollo posterior de los mis
mos, que es lo que constituye el factor básico del cambio» (Rosen
blum, 1 993 , pág. 22). Podríamos recordar aquí la «antropología de los
problemas», tal como la ha descrito recientemente Roy Rappaport
(1 993). El centro de atención es la inadaptación generadora de pro
blemas en el sistema global, unos procesos que operan en periodos
de tiempo más prolongados y a gran distancia; y sobre todo, la clase
de amenazas ecológicas que Giddens identifica como los riesgos de la
modernidad. Aquí casi no se trata de una cuestión de fechas y luga
res, de reporteros que van corriendo de acá para allá. Todo esto se
aproxima más a la idea intermedia de Ferdinand Braudel de «historia
coyuntural». Es posible que los antropólogos se aproximen a ella des
de uno de los extremos. Según parece, los corresponsales extranjeros
tendrían que aproximarse desde el otro extremo.
EL MUNDO ACCESIBLE
191
Está claro que hay un cierto cambio. El comentario de James Ca
meron (1 969, pág. 71) es significativo: «el periodismo no es, ni nunca
ha sido, una profesión; es un comercio, o una ocupación, que puede
practicarse de muchas maneras... No hay un mínimo de requisitos aca
démicos ni de credenciales para que uno pueda llamarse periodista».
Algunos pueden ser ex académicos, del área de letras; otros toman de
aquí y de allá lo que les parece que necesitan, a medida que van ha
ciendo camino; y volviendo a la imagen citada, probablemente lo
hagan como zorros más que como erizos 9•
También puede que la atención que prestan a las diferencias de
penda en parte de cómo se imaginan a sus lectores. Ulf Nilson (1 976,
págs. 62-63, 2 12), que escribe para un público sueco numeroso, es
muy explícito en cuanto a la accesibilidad. Es cierto que cuando Nil
son publicó su libro, llevaba mucho tiempo enviando informes desde
Estados Unidos, un país que, a su modo de ver, es «la segunda patria
de todo el mundo», que casi no es un país extranjero -<<es como si
cada país de la tierra hubiera establecido un puente electrónico
con EE. UU. y encontrara que los mensajes que ese país envía son tan
fascinantes que uno tiene que cortar y prescindir de los que vienen de
más cerca».
Esto podría facilitar las cosas. Sin embargo, uno no debe perder
contacto con los lectores. Nilson regresaba cada año a Slonige, su pue
blo natal al sur de Suecia, para disfrutar con sus antiguos compañeros
de colegio y otros conocidos --obreros y tenderos, entre otros. En la
jerga local, eran «los chicos del kiosco», esa tienda pequeña, probable
mente en el centro del pueblo como ocurre en muchos pueblos de
Suecia, donde uno puede comprar periódicos, tabaco, fruta, golosinas
y quizá un perrito caliente cuando las demás tiendas ya han cerrado,
9 La lengua tiene un papel importante en cuanto a esto (recordemos el título del li·
bro de Behr). Cuando Ulf Nilson (1 976, pág. 2 1 1) regresó de Estados Unidos para ha·
cerse cargo de la cobertura europea de su periódico, al principio se encontró como un
inválido de la lengua: .¿por qué no podría aprender todo el mundo el inglés, para que
uno no tenga que morirse de hambre?» Rosenblum (1993, pág. 1 1) observa que •los co·
rresponsales suelen hablar varias lenguas; pero las personas que tienen que entrevistar
no siempre las entienden». Y •los intérpretes, que nunca son suficientemente buenos,
pueden ser horribles». Edward Behr (1 982, pág. 142) explica un encuentro con un equi·
po de la televisión japonesa en Katanga, una zona que quería independizarse:
-iCómo va eso? -les pregunté.
-Muy bien. Hoy hemos entrevistado al presidente Tshombe.
-Fantástico. ¿o_yé os ha dicho?
El reportero de la televisión japonesa soltó una carcajada espasmódica y casi histéri·
ca. •Nosotros no entendeP., respondió.
1 92
y, por tanto, un lugar frente al cual la gente se encuentra, chismorrea,
bromea y hace comentarios acerca de los transeúntes y de los aconte
cimientos del día:
1 93
Pero en general, los periodistas no parecen muy proclives a desci
frar los significados extranjeros en ningún caso. Aparentemente, su
punto de partida es que, en su trabajo, la comprensión no es un pro
blema; las cosas son lo que parecen ser. Esta actitud puede ser de sen
tido común, incluso en cierto modo populista; básicamente, entre las
personas hay más semejanzas que diferencias, se puede abordar el
mundo sin conocimientos esotéricos 10• No podemos decir que esto
sea escribir contra la cultura, sino más bien escribir sin cultura.
De vez en cuando, la otredad parece que no consiste tanto en di
ferencias sino en inferioridad. El capítulo «En guardia contra el Ter
cer Mundo», de Malcolm Browne (1 993 , págs. 288-297), correspon
sal del New lórk Times, es un caso extremo. «He visto el futuro y no
funciona», escribe Browne (parodiando a Lincoln Steffens); «es el
Tercer Mundo, y se nos está echando encima, de una manera tan ine
xorable como las abejas asesinas africanizadas procedentes de Brasil».
Y «puesto que muchas personas sensatas querrán evitar el contacto
personal con el Tercer Mundo», Browne da una lista de «señales de
alarma... que pueden indicamos cuándo el Tercer Mundo está cerca» :
«La gente se niega a hacer cola -para el autobús, el pan, los billetes
de tren, los botes salvavidas, para cobrar un dinero, para cualquier
cosa.» «El clan es prioritario y pasa por delante de la sociedad colec
tiva en cualquier asunto, incluso cuando van caminando por la ace
ra.» «Las leyes y los edictos que no están vigentes proliferan tan rápi
damente como el dinero sin valor.» «Los artículos fabricados a nivel
local se rompen, y los artesanos más prósperos y más ocupados son
los que sirven para reparar cualquier cosa y los que saben hacer arre
glos.» Y «una jerarquía religiosa penetrante -sacerdotes, mullahs o
médicos brujos- domina la sociedad y suprime la disidencia». Sin
embargo, para Browne la esencia del Tercer Mundo es el exceso de
población. De modo que el Tercer Mundo «tiene algo en común con
los cultivos bacterianos y los tumores cancerosos» --<<los organismos
se propagan exponencialmente y sin límites, siempre que tengan co
mida y espacio para desprenderse de los desechos». (Browne es quí
mico y actualmente editor de temas científicos, lo que puede explicar
la diferencia entre sus conceptos culturales dominantes y los nues
tros.)
El periodismo, a menudo y por razones prácticas, se ve forzado a
no entrar en sutilezas. Sencillamente, no se puede hacer mucho con
10
En cuanto a este punto, véase Geertz (1 975) y Hannerz (1 992 b, pág. 129).
1 94
sólo tres columnas en el periódico o treinta segundos en la televi
sión 1 1 • Y también tiene que ver, las más de las veces, el hecho de que
el corresponsal esté en el conflicto. En este contexto, las personas, so
bre todo la gente corriente, se nos muestran en una sola dimensión, la
de víctimas. Los han matado o los han herido, han perdido sus bienes,
y huyen del peligro. Para captar esto no hace falta ser muy experto en
cultura, sólo se necesita un poco de compasión.
Pero aquí hay una cuestión que puede tener cierto interés teórico.
Últimamente (como ya señalé en el capítulo 3) hay una reacción
en antropología en contra de subrayar las diferencias culturales, y, en
cambio, vuelve a prestarse más atención a la continuidad, a una con
dición humana común, y a una naciente comprensión por encima de
las fronteras.
Siguiendo una línea pluralista y un poco al estilo de McLuhan,
diría que nuestros sentidos y nuestra capacidad de comunicación
comportan unas tendencias un poco diferentes, que presentan un
contraste; y que además hay una interacción entre ellas y la diversi
dad actual de tecnologías de los medios de comunicación. Algunas
están más bien en el lado de la diferencia; otras, en el lado de la hu
manidad compartida. En este sentido, puede que encontremos que
la metáfora de la «aldea global» funciona mejor con respecto al tipo
de representaciones que estamos comentando, que no en otros con
textos.
La visión fisica de los problemas, sobre todo en televisión, puede
ser no sólo instantánea sino en cierto modo también inmediata -tras
pasando las barreras que impiden o dificultan la comprensión. Permi
te una sensación de encuentro directo con las caras y los cuerpos de
otros seres humanos que están muy lejos. Como consumidores de no
ticias, más o menos voluntarios, los conflictos y las catástrofes nos in
vaden sin descanso, semana tras semana, año tras año, y lo que puede
ocurrir es que esto nos cree un sentimiento creciente de que el mundo
es un lugar peligroso. Sin embargo, la visión de los niños famélicos de
Etiopía o de las víctimas de las granadas que estallaron en el mercado
de Sarajevo, también parece capaz de provocar una especie de empatía
electrónica, una visión del Otro que tiene que ver más con la idea de
naturaleza humana compartida que con las diferencias cultivadas. Por
un momento al menos, las noticias convierten la aldea global en otra
11
Pero también es cierto que los libros descritos aquí parece que se inclinan a ha
cer lo mismo.
1 95
comunidad imaginada, más amplia que aquellas que, según Benedict
Anderson (1 983), fueron creadas por la imprenta en otros tiempos a
partir de las personas que leían y escribían la misma lengua 12•
12
La concepción del « Gemeimchafi2 global» de Roland Robertson ( 1992, págs. 78-79)
que he tratado en el capítulo 8, resulta relevante aquí. El corresponsal extranjero puede
convertirse en un empresario moral. En este contexto cabe tener en cuenta a Appadu
rai ( 199 1, pág. 198) cuando expone que el cine, VCR y la televisión han permitido que
la gente situada en la cultura global emergente, tenga una mayor comprensión de las
«Vidas posibles»: «Hay una consecuencia implícita y es que incluso la persona que tie
ne una vida más pobre y desesperada, las circunstancias más brutales y deshumanizado
ras, las desigualdades más crueles, está abierta ahora al juego de la imaginación. Los pri
sioneros de conciencia, los niños que trabajan, las mujeres que se agotan en los campos
y en las fábricas, y otros a quienes les ha tocado en suerte una vida muy dura, ya no ven
su vida como el resultado del hecho que las cosas son como son, sino que a menudo
las ven como el compromiso irónico entre lo que ellos pueden imaginar y lo que la so
ciedad les permite.» Mientras que Appadurai piensa básicamente que esos medios les
pueden dar un punto de apoyo para imaginarse una vida mejor, mi opinión es que esos
mismos medios, a la inversa, pueden proporcionarles también elementos para imaginar
se una vida peor, en el caso de los más afortunados. Para una discusión más a fondo de
estos temas, véase Benthall ( 1993).
13 Lo que, de paso, se parece mucho al que está junto a Stephen Tyler en la cubier
ta de Writing Culture (Clifford y Marcus, 1986).
1 96
En gran medida, de una manera abierta o más indirecta, lo que
plantean es un derecho a la confianza. Y para arrojar un poco de luz
sobre el género, volvamos a Anthony Giddens (1 990, págs. 22 y ss.).
Dice que la modernidad no sólo tiene sus tipos concretos de riesgo,
sino también sus formas características de confianza. Las personas tie
nen que confiar en «sistemas expertos» de realización técnica o de pe
ricia profesional, lo que para la mayoría de los profanos resulta bastan
te opaco 14•
Si bien los corresponsales extranjeros a menudo nos dan noticias
de los conflictos premodemos, al mismo tiempo pueden parecemos
más modernos como miembros de los sistemas expertos. No hay
duda que pertenecen a una organización. Es cierto que gozan de ma
yor libertad para definir sus tareas y para decidir los temas y noticias
de los que se van a ocupar (al menos en los periodos en que no hay
crisis manifiestas), que no los periodistas que trabajan en casa. Puede
haber competencia con los colegas de otras organizaciones, pero la di
visión local de trabajo suele ser mínima dentro de la propia organiza
ción. Igual que los antropólogos cuando están en el campo de traba
jo, pueden servir para cualquier tarea. Las historias potenciales del te
rritorio están todas a su disposición y pueden escoger a su gusto; el
lema general es sencillamente «estar preparado». Si, como decíamos,
las noticias pueden ser cualquier cosa que, «amenaza, beneficia, enfu
rece, despierta curiosidad o divierte», entonces el corresponsal puede
elegir si despierta la curiosidad o si enfurece al lector.
Sin embargo, entre ellos y los televidentes, oyentes o lectores co
rrientes se interpone toda esa compleja industria de los medios de co
municación, que, además, como bien señalan los estudios acerca de
esos medios, dejan su huella en la elaboración de las noticias 15• Las
historias se pueden comprobar, volver a escribir, hacer más caseras,
descomponer para utilizar algunos fragmentos, recortar, rechazar, ig
norar; tienen que competir con las noticias locales y nacionales para
lograr su propio espacio.
Pero también, gracias a esta maquinaria de producción y de már
keting, por supuesto, los corresponsales extranjeros logran modelar de
una manera tan efectiva, teniendo en cuenta que de hecho no son tan
tos, la imagen del mundo. Según Mort Rosenblum (1993, pág. 1 9), el
1 97
Chicago Tribune tiene trece corresponsales repartidos en once oficinas
en otros continentes; desde luego hay muchos más antropólogos en
las universidades de Chicago.
Por otra parte, a pesar de todos los intermediarios y las interven
ciones, al menos algunos corresponsales extranjeros, por vía de alguna
mística de la organización, se convierten en la imagen pública de esos
sistemas expertos anónimos -posicionados, de una manera crítica,
en lo que Giddens llama «los puntos de acceso». Se convierten en per
sonas famosas, en héroes. Las noticias, efectivamente, pueden ser un
producto; pero en el mercado cultural contemporáneo, algunos co
rresponsales también se convierten en productos por derecho propio.
Sus artículos e informes están impregnados de su propia autoridad
personal, y a largo plazo puede que su presencia confiera más impor
tancia a los lugares donde van y a los acontecimientos que explican.
Son personas en las que uno puede confiar para que le hablen de los
conflictos 16•
Así pues, el género autobiográfico que estamos comentando
puede considerarse primero como una literatura de promoción, para
los corresponsales entendidos como producto y para los sistemas ex
pertos a los que pertenecen. Comporta una presentación individual
y c?lectiva de uno mismo a través de un día a día que es extraordi
nano.
Giddens (1 990, págs. 84-86), en efecto, se inspira en Erving Goff
man cuando subraya la necesidad de que los sistemas expertos gestio
nen el sentido de primera línea y de trastienda. Sugiere que aquí hay
un espacio específico para demostrar la confianza y la integridad, la
capacidad para no dejarse amedrentar y para mantener un sentido de
«todo va como siempre» cuando uno se enfrenta al riesgo.
Y aquí tenemos a Ulf Nilson, siempre en busca de noticias, pero
que aun así encuentra tiempo para jugar al tenis; y a Malcolm Brow
ne que explica el título de su libro de este modo :
16
«Si, por ejemplo, en Francia ocurre algo suficientemente importante como para
llamar la atención de Sam Donaldson, entonces los espectadores tienen una agradable
sensación de que aquello les resulta familiar», observa Mort Rosenblum (1 993, pág. 54);
pero prosigue sus comentarios y dice que las estrellas no son garantía de calidad de in
formación. •'.Jim Bitterrnan, de ABC, tiene las cejas más pequeñas y gana menos, pero
vive en Francia; es probable que él conozca mejor qué es lo que se oculta más allá de
donde la cámara alcanza.» Es probable que disminuya el valor que se concede al cono
cimiento de las cosas locales, a medida que aumenta la movilidad real y electrónica de
las caras familiares.
1 98
Se decía que en Vietnam había dos clases de observadores : los
que se enteraban de la guerra por los demás y los que iban con las
botas llenas de barro. Yo prefería esta última.
En mis tiempos de recluta, por los años cincuenta, llegué a
odiar el verde caqui, y cuando la 8." División del Ejército destacada
en Corea hizo una subasta de calcetines rojos, compré todo el lote.
Desde entonces siempre llevo calcetines rojos, lo que me asegura
que llevaré algo a juego incluso cuando desaparezca. Y todavía me
gusta el rojo.
17 En cambio a Behr (1 982, págs. 273-274) le impresionó más una «fotógrafa fran
cesa, una mujer menuda, cuyo atuendo de guerra podria haber salido de una tienda ele
gante de Paris especializada en uniformes infantiles». Se acercó tanto a la primera línea
del frente de Hue que los vietnamitas del norte la cogieron prisionera; sin embargo,
«con su encanto irrepetible y gracias a una absoluta falta de miedo, no sólo convenció
a los vietnamitas del norte para que le dejaran tomar fotografias, sino que logró que la
dejaran en libertad inmediatamente después». Para la biografía de una famosa corres
ponsal de guerra de un periodo un poco anterior, Marguerite Higgins del New York He
rald Tribune, véase May (1 985).
1 99
periencia. El aspecto «zorro antes que erizo» de la vida de los corres
ponsales extranjeros resulta otra vez evidente. James Cameron, miran
do al pasado y al futuro, escribe:
Y aun así, quizá captamos que esto no hay que entenderlo total
mente como una literatura de promoción para un tipo de organiza
ción moderna y su producto. Después de todo, también revela parte
de la tensión, del elemento trágico que hay en la vida del héroe. Una
nostalgia que pocos pueden compartir, un sentimiento de unos hori
zontes que pocos han podido ver. En el margen lejano de la organiza
ción está, además, la preocupación por la autonomía; también pode
mos ver la raqueta de tenis de Nilson y los calcetines rojos de Browne
bajo este punto de vista. «Cultivan su propia imagen como hombres
independientes, pero se pasan la vida colgados de la cuerda del yo
yo», escribe Rosenblum hablando de sus colegas 18• Kapuscinski (1 990,
págs. 83-84) regresa a Varsovia después de su primera estancia en .Áfri
ca Central, y un camarada del Ministerio de Asuntos Exteriores le re
prueba y le dice que sus escritos muestran que no ha entendido «los
procesos marxista-leninistas que están en juego en el mundo». Pero al
cabo de unos meses los envían otra vez a .África. James Cameron
(1 969, págs. 83-84) recuerda que el contacto con su periódico de Lon
dres se reducía a «débiles conexiones por cable y poca cosa más». La
relación que mantenía con el periódico «sólo podía compararse a la de
un cura muy insignificante y alejado de la Santa Sede: aceptaba su au
toridad, pero no prestaba ninguna atención a su doctrina». Al director
de asuntos internacionales le gustaba «planear para mí cambios de des
tino abruptos e intrincados enviándome a cualquier lugar del mundo,
18
Aunque puede que se haya exagerado un poco la exigencia de autonomía de épo·
cas anteriores, las entrevistas que he llevado a cabo desde que escribí este capítulo indi
can que los últimos cambios en la tecnología de la comunicación han servido para au
mentar de manera significativa el control de los jefes de redacción sobre el trabajo de
los corresponsales.
200
unos cambios que comportaban problemas logísticos de gran comple
jidad y elevado coste, y a mí me gustaba cumplir el encargo». Ulf Nil
son (1 976, pág. 48) menciona que él podía combinarse el día a su gus
to -siempre y cuando incluyera doce horas de trabajo.
Con todo, hay maneras de aliviar la tensión. Algunas personas,
por lo menos, es probable que entiendan, que compartan los intereses
y horizontes del otro, de los que están en el mismo barco. Éstas son
las reflexiones de James Cameron acerca de la naturaleza de la commu
nitas de los corresponsales extranjeros que se mueve por los bares: «la
única compañía masculina con la que me siento a gusto, donde pue
do presumir de algo y relajarme en medio de una conversación en la
que se usa una jerga común que todos comprenden, es la de los perio
distas». Hace una lista de una docena de colegas y añade: «una veinte
na más de su clase, que pueden aparecer en cualquier momento por la
puerta giratoria de cualquier lugar entre Tuscaloosa y Tonkin y ahogar
el caos en una copa que calma y cura, y en las desventuras comparti
das de la existencia».
Anthony Giddens estaría de acuerdo. Sostiene que los que están
más comprometidos con los sistemas abstractos y no fijados de la mo
dernidad, a menudo (de una manera que no es totalmente moderna)
buscan el cara a cara con la comunidad de sus colegas para resolver sus
dudas existenciales y para reavivar su compromiso. Giddens cita a
Deirdre Boden, un colega sociólogo :
20 1
/JI. Lugares
1 1. El papel cultural de las ciudades mundiales
205
ca serían dominantes. Los habitantes de estas ciudades procedían de
culturas diversas, y estaban fuera del territorio original de su cultura.
Casi medio siglo después, algunos supuestos, intereses y vocabula
rio de Redfield y Singer ya no pueden ser los nuestros. No obstante,
es evidente que las ciudades de nuestros días, con pocas excepciones
posibles, tienden a ser más heterogenéticas que ortogenéticas; y algu
nas de ellas se muestran notablemente inmersas en la transformación
y recombinación de significados y formas significativas, lo cual está
cambiando el mapa cultural de la tierra y quizá la manera de pensar
las relaciones entre cultura y territorio. Ahora más que nunca, el fuer
te sentido de lugar que existe en el pensamiento cultural tiene que
complementarse (complementar, sin duda, más que reemplazar) con
alguno de los flujos culturales que hay en el espacio, dispuestos en
parte por las relaciones centro-periferia. Y en los centros en cuestión
solemos encontrar un puñado de ciudades mundiales.
¿cuáles son estas ciudades? Como categoría principal dentro de
las ciudades heterogenéticas de transformación cultural, en la época
histórica de la expansión y la industrialización de Occidente de don
de ha surgido el ecúmene global actual, Redfield y Singer identifican
«las ciudades de las clases empresariales y directivas a escala mundial»,
ciudades como Londres, Nueva York, Osaka, Yokohama, Shanghai,
Singapur y Bombay. En un ensayo más reciente y prestigioso acerca
de la formación de ciudades mundiales hoy día, ensayo al que volve
ré más adelante, John Friedmann y Goetz Wolff (1 982, pág. 3 10) su
gieren que las ciudades mundiales son hoy los centros de control de
la economía mundial. La lista que presentan se solapa en parte con la
de Redfield y Singer: Tokyo, Los Angeles, San Francisco, Miami, Nue
va York, Londres, París, Fráncfort, Zúrich, El Cairo, Bangkok, Singa
pur, Hong Kong, Ciudad de México y Sao Paulo 1 •
Pero algunas de ellas parece que son más mundiales que otras, y su
papel económico y cultural, aunque está interrelacionado, no tiene
por qué ser de la misma magnitud. Como mi objetivo ahora es la cul
tura, me interesan principalmente esos centros, más bien pocos, hacia
donde la gente dirige su mirada desde distintas partes del mundo, in
cluso desde una distancia considerable y a veces de un continente a
206
otro, porque los consideran como fuentes bastante duraderas de nue
va cultura.
Las ciudades sufren cambios de fortuna con respecto a esto. Du
rante el último siglo aproximadamente y en varios momentos, Berlín
y Viena fueron ejemplos de tales ciudades: centros a los que gran par
te del mundo, o al menos del mundo Occidental, prestaba atención
como lugares de donde podía surgir una amplia gama de ideas y de
formas culturales. Ahora no son igualmente importantes. Las ciuda
des en las que pienso incluirían por lo menos Nueva York, Londres y
París. Q!J.izás es hora de que incluyamos a Los Ángeles. Miami puede
que no dé exactamente la talla, aunque tiene una especie de status de
ciudad mundial ante América Latina y el Caribe. Q!lizá con cierta
prudencia deberíamos incluir, por ejemplo, Tokyo, Sydney y Madrid;
pero entonces nos encontraremos con unos casos a los que no se pue
de aplicar plenamente, al menos por ahora, lo que tengo que decir.
Lo que quiero hacer aquí es esbozar un punto de vista sobre estas
ciudades; identificar la clase de cosas que uno tiene que tener en
cuenta para averiguar si las ciudades mundiales encajan en la historia
cultural de nuestros días, y tratar de agrupar estas cosas con un grado
razonable de coherencia. Pero aquí tengo que subrayar un paralelis
mo con el artículo de Redfield y Singer. Después de decir que «el ob
jetivo del artículo es proponer un marco de ideas que pueden resultar
útiles para investigar el papel que desempeñan las ciudades en el de
sarrollo, declive y transformación de la cultura», lo dos autores obser
van que «no hay un informe acerca de las investigaciones llevadas a
cabo» y que tan sólo «ofrece un esquema de construcción; no descri
be condiciones o procesos que se hayan observado; las referencias a
ciudades concretas son a modo de ilustración y de tentativa». Y todo
esto es válido también en este caso.
207
París no son unas meras manifestaciones localizadas de la cultura ame
ricana, británica o francesa, o incluso versiones urbanas y peculiares
de ellas, ello se debe en gran parte a la presencia de estas cuatro cate
gorías. Lo que éstas tienen en común es el hecho de ser, de una mane
ra u otra, transnacionales. Las personas que intervienen están física
mente presentes en las ciudades mundiales durante una parte, más
corta o más larga, de su vida, pero también tienen fuertes vínculos con
otro lugar del mundo. El conjunto de estas personas no constituye la
población urbana total, y ni siquiera es necesario que formen mayo
rías. Ni tampoco agotan totalmente las posibles maneras de ser trans
nacional en las ciudades en cuestión. No obstante, sin esas personas,
agrupadas en una constelación u otra, esas ciudades no tendrían el ca
rácter de globales.
La primera categoría es la de las empresas transnacionales. Vol
viendo a la descripción de Redfield y Singer, son «las ciudades de las
clases empresariales y directivas a escala mundial», los centros neurál
gicos de la economía mundial2• Sus funciones principales, de acuerdo
con la lista de Friedmann y Wolff (1 982, pág. 320), son las de gestión
y dirección, banca y finanzas, servicios jurídicos, transportes interna
cionales, investigación, consultoría técnica y estudios superiores3•
Cualquiera que sea la parte que las manufacturas todavía puedan te
ner en la economía de las ciudades mundiales (aunque sea por razo
nes que actualmente hayan pasado a formar parte de la historia de la
ciudad), no es eso lo que de una manera más directa y dinámica las
compromete con un mundo más amplio.
Los individuos que desempeñan estas funciones son personas con
un alto nivel de estudios, profesionales altamente cualificados, que se
desplazan continuamente, y constituyen el conjunto de población
más sobresaliente en esta clase de ciudades. Ounto a ellos, por supues
to, hay una cantidad considerable de personal administrativo y subor
dinado.) «Para los que están conectados con los circuitos de informa
ción internacional, las ciudades son útiles precisamente porque son ri
cas en información», observa Weber (1 968, págs. 1 905- 1 906) en un
208
artículo de hace unas décadas; y prosigue: «Estos hombres utilizan la
ciudad de una manera que pone de manifiesto muy claramente el ca
rácter esencial de la misma, pues, para ellos, la ciudad es una impresio
nante cuadro de mandos para las comunicaciones a través del cual se
produce la interacción humana»4• Naturalmente, un gran porcentaje
de esta población es oriunda del país donde está ubicada la ciudad
mundial. Sin embargo, hay muchos que proceden de otros lugares;
son personas cuya movilidad en la profesión se combina con una mo
vilidad geográfica; es lo que los sociólogos de hace unas décadas (aun
que entonces sólo dentro de un marco nacional) describían con el tér
mino «espiralistas» (cfr. Watson, 1 960). Qyizá uno puede hacerse una
idea del aumento de esta clase de personas si se fija, por ejemplo, en
el aumento de los bancos extranjeros implantados en Nueva York:
de 47 en 1 970, pasaron a 249 en 1 98 1 (Sassen-Koob, 1 984, pág. 1 50);
el desarrollo es similar en otras ciudades mundiales 5•
Obviamente, la composición de esta categoría transnacional de
ejecutivos varía de una ciudad a otra -no hay duda que, en términos
proporcionales, hay más europeos occidentales en Nueva York y más
asiáticos en Los Árigeles6• La peculiaridad de Miami, sostiene Allman
( 1 987, págs. 294-295) -en un libro que apareció entre la avalancha de
publicaciones recientes sobre esta ciudad-, es que en el preciso mo
mento, hacia 1 960, en que las ventajas de su situación geográfica para
las conexiones entre Norteamérica, América Latina y Europa estaban
a punto de hacerse realidad, Miami se convirtió en el centro de la diás
pora de los empresarios cubanos; pero esta diáspora, debido a la polí
tica de refugiados de Estados Unidos, no pudo concentrarse en un
solo lugar, sino que tuvo que esparcirse por los tres continentes 7• De
modo que la ciudad «tenía las personas apropiadas, situadas apropia
damente, no sólo en Miami sino repartidas por todo el mundo, para
dar vida a las posibilidades intercontinentales».
La segunda categoría transnacional en las ciudades mundiales la
constituye un conjunto de habitantes procedentes de diversos pue
blos del Tercer Mundo (y que, en los casos que me interesan, están vi-
209
viendo en ciudades del Primer Mundo). Se ha afirmado que Los An
geles y su cinturón es «la mayor área metropolitana mexicana fuera de
México, la segunda área metropolitana china fuera de China ... la ma
yor área metropolitana coreana fuera de Corea, la mayor área metro
politana filipina fuera de Filipinas y la mayor área metropolitana viet
namita fuera de Vietnam» (Lockwood y Leinberger, 1 988, pág. 4 1).
Sutton ( 1 987, pág. 1 9) señala que «Nueva York es la mayor ciudad ca
ribeña del mundo, por delante de Kingston, Jamaica, San Juan, Puer
to Rico y Port of Spain, en Trinidad, todas juntas» 8• Cabe notar que
este componente del Tercer Mundo hace mucho que falta en Tokyo
(salvo si históricamente tenemos en cuenta a los coreanos), aunque
ahora empieza a entrar en esta situación, debido a un número cre
ciente de inmigrantes procedentes de Filipinas, Bangla Desh y otros
lugares9•
La elite de ricos empresarios y ejecutivos cubanos de Miami cier
tamente nos hace pensar que en las ciudades mundiales no todas las
personas con un entorno del Tercer Mundo son del mismo tipo ni tie
nen las mismas circunstancias económicas. La mayoría son personas
con trabajos de escasa retribución y baja cualificación, situadas en el
extremo opuesto de la escala correspondiente a la primera categoría.
(La afirmación de que Nueva York o Londres o París, a pesar de estar
situadas en el Primer Mundo, se han convertido en «una ciudad del
Tercer Mundo», puede tener, en consecuencia, una intención metoní
mica o metafórica: «debido a la inmigración, se ha convertido en una
parte del Tercer Mundo», o «con los abismos que hay entre ricos y po
bres, y con la falta de servicios para estos últimos, estructuralmente es
como una ciudad de América Latina, de Asia o de África».)
Identificaría como tercera categoría un número de personas indu
dablemente mucho más reducido, que sin embargo tiende a mantener
un alto prestigio en las ciudades mundiales. Me refiero a las personas
que se ocupan de la cultura en un sentido más estricto, que de alguna
manera se especializan en actividades de tipo expresivo. El mundo ar
tístico de París y su composición internacional de muchos años es un
clásico ejemplo. También lo es París como centro cumbre de la moda.
Pero la gama de actividades es hoy día mucho más amplia; incluye
arte, moda, diseño, fotografia, cine, literatura, música, cocina y más
na fuera de Japón».
9 En cuanto a los comentarios acerca de este desarrollo, véase por ejemplo Haruo
(1 990), Toshio (1 990) y Sassen ( 1 99 1 , págs. 307 y ss.).
210
cosas. Q!lizá la representación más completa y variada de todo ello se
encuentra actualmente en Nueva York. En este sentido, Londres tiene
menor fama; sin embargo, es evidente que atrae a una parte significa
tiva de las personas de talento procedentes de los países de la Com
monwealth, que al parecer encuentran una mayor resonancia para su
trabajo en Londres que en su lugar de origen. Debido a la industria ci
nematográfica de Hollywood, Los Ángeles pudo reclamar la condi
ción de ciudad mundial -una reclamación entonces prematura y
más bien limitada, a la que luego seguirían otros rasgos característicos.
Es frecuente que los especialistas de la expresión lleguen a las ciu
dades mundiales cuando son jóvenes, debido a las oportunidades úni
cas que allí encuentran para su formación. Pero hay aspectos menos
instrumentales que el mero hecho de «estar en el lugar adecuado»; hay
un sentido de peregrinación. Estos emigrantes pueden quedarse poco
tiempo o para siempre, y a menudo es dificil predecir quién hará qué.
Si la categoría de ejecutivos está compuesta por hombres (o a veces
mujeres) que pertenecen a una organización, los especialistas de la ex
presión en las ciudades mundiales suelen moverse por su cuenta.
Finalmente, la cuarta categoría es la de los turistas, con una rota
ción rápida que oficialmente no se tiene en cuenta en el cómputo de
población de las ciudades mundiales, pero cuya presencia es siempre
muy numerosa y se hace sentir con notable intensidad mientras están
en la ciudad.
Las personas incluidas en estas cuatro categorías se supone que es
tán activamente inmersas en el flujo transnacional de la cultura por el
hecho de su movilidad. Está claro que su número ha aumentado de
bido a (y sus formas de vida, en cuanto a los aspectos transnacionales,
han sido modelados, en una medida nada desdeñable, por) los cam
bios recientes en la tecnología y en la economía del transporte. En la
era de los reactores la gente puede desplazarse a grandes distancias, de
ida y vuelta como una lanzadera, de una manera que difkilmente po
demos explicar satisfactoriamente con nuestras viejas interpretaciones
de las migraciones y los migrantes.
La cultura también se mueve aunque la gente no se mueva, en
gran parte a través de los medios de comunicación. Después de haber
identificado las cuatro categorías anteriores, tengo que añadir que sue
len existir, además, unas relaciones específicas entre los medios de co
municación y las ciudades mundiales, en el sentido que aquéllos tie
nen su base central en y que están preocupados por éstas. Volveremos
a las consecuencias de esto en varias ocasiones.
Por lo que respecta a las personas incluidas en estas cuatro catego-
21 1
rías, cabe suponer que comparten el ambiente general de las ciudades
mundiales casi como por casualidad. Es cierto que tienen vínculos de
diversos tipos con personas que están en otras categorías. Hasta cierto
punto, no obstante, se diría que estas personas conectan unas con
otras de una manera razonablemente directa; que construyen mutua
mente sus hábitats respectivos 10• «Las elites transnacionales son la cla
se dominante en las ciudades mundiales, y la ciudad está organizada
para atender sus estilos de vida y sus necesidades de trabajo» (Fried
man y Wolff, 1 982, pág. 322). Suelen requerir un tipo de servicios más
amplios y variados, y los emigrantes del Tercer Mundo, no cualifica
dos y con rentas bajas, cubren parte de ellos, hasta cierto punto, a tra
vés de la economía sumergida. Sassen-K.oob (1 984), por ejemplo, su
giere que en Nueva York y Los Ángeles hay una clara relación entre el
crecimiento de los ejecutivos globales y la afluencia de inmigrantes
que trabajan en determinadas condiciones en esas ciudades. Del mis
mo modo, los hábitos de consumo de esas elites de ejecutivos contri
buyen a la supervivencia de los especialistas de la expresión. Retoman
do a Sassen (1991, pág. 335), nos habla de «una nueva visión de la
buena vida», y lo que la caracteriza «no es exactamente la importancia
de la comida, sino la de la cuisine; no exactamente la de la ropa, sino
la de las marcas de diseño; no exactamente la de la decoración sino la
de los objetos de arte». En la medida en que los nichos de los especia
listas de la expresión, sobre todo para los jóvenes y los aspirantes, tien
den a ser poco seguros, puede que a veces estos especialistas tengan
que hacer incursiones en el sector de los servicios no cualificados o se
micualificados para ganarse la vida de una manera no comprometida.
Las elites de ejecutivos necesitan aeropuertos, hoteles y servicios
similares, y sin esa demanda los turistas posiblemente estarían peor
servidos. Los turistas también son consumidores de servicios a bastan
te gran escala; algunos de ellos, con sus caprichos momentáneos, pue
den llegar a igualar los hábitos de consumo de los ejecutivos de elite.
Éstos y los turistas están inmersos, hasta cierto punto, en una especie
de simbiosis; si no fuera por la presencia simultánea de ambas catego
rías, los atractivos que ofrece la ciudad mundial serían menos claros y
seguros para ambas 1 1 •
10
Wulff (I 992), al hablar de los jóvenes suecos en Nueva York, describe las cone
xiones que se dan, especialmente en el tiempo dedicado al ocio, entre los banqueros y
los ejecutivos, los artistas y las «au pair».
11
Véanse, por ejemplo, los comentarios de Heenan (1 977, pág. 88) al respecto.
212
Pero lo que ocurre es que no todos los turistas gastan mucho. Los
hay que van a las ciudades mundiales y deambulan por allí principal
mente por el placer difuso de encontrarse en el lugar adecuado, y no
tanto por los objetivos específicos que persiguen los ejecutivos o los
especialistas de la expresión (pero a lo mejor, en parte, esos objetivos
son tan generales como, por ejemplo, mejorar la lengua). Se convier
ten entonces en una categoría lubrida, entre los turistas y los inmigran
tes de rentas bajas que trabajan en el sector de servicios, cuyo estado
temporal es la pobreza relativa y voluntaria. Su entorno personal, por
tanto, puede ser muy diferente del de los inmigrantes no cualificados
del Tercer Mundo, aunque pueda haber competencia entre unos y
otros; las chicas «au pair» serían un ejemplo. (Hay un grupo del Tercer
Mundo en una ciudad mundial que parece tener, o haber tenido, unas
características similares; se trata de los sapeurs 1 2 de Afüca Central en
París: unos dandis que están allí por el placer de estar allí -o más tar
de, cuando regresan a casa, por el placer de haber estado allí- y para
reunir un vestuario de ropa de marca.)
12
Para un estudio extenso sobre los sapeurs véase Gandoulou (1 989), y para otros
comentarios, Friedman (1 994, págs. 1 05-109 y 1 57-1 66). Véase también Devisch (1 995,
págs. 6 1 9 y ss.) para tener una idea de los sapeurs en Kinshasa, Zaire.
213
como en la transnacional, bajo el punto de vista de la interacción de
las corrientes culturales que ocurren dentro de y entre estas estructu
ras de organización. Una parte de este proceso está de una manera
muy, manifiesta en las calles.
Un sociólogo de Nueva York, Gerald Handel (1984), envió a sus es
tudiantes a entrevistar a los que venían a visitar la ciudad para que les
preguntaran sobre sus impresiones. Aquí tenemos algunas respuestas.
2 14
no son meros observadores sino observadores que participan, y las
características primordiales del espectáculo dependen de la perspecti
va de cada uno. Para la persona del Primer Mundo -europeo occi
dental o norteamericano-- que visita (o reside en) Londres, París o
Nueva York, quizá lo que resulta más sorprendente es la presencia de
los habitantes del Tercer Mundo; para la contable de la República
Dominicana, la mera idiosincrasia de un individuo; para la estudian
te de Jamaica, la homosexualidad que se manifiesta públicamente, o
simplemente la diversidad que, bajo su punto de vista, puede conver
tir en relevantes incluso al ama de casa de Q!iebec o al inspector de
sanidad de Minneapolis.
Para el visitante que viene de lejos, puede que todas las personas
de la ciudad se parezcan entre ellas y que al mismo tiempo sean sor
prendentemente diferentes de las que ve en casa; de modo que todo
eso es un espectáculo. Pero en las ciudades mundiales no es eso todo
lo que hay; hay además una diversidad interna. Se puede afirmar que
esta diversidad encuentra un hábitat idóneo en la ciudad mundial,
igual que en muchas ciudades grandes, al menos por dos vías. Por un
lado, en la medida en que los estilos de vida cuya diferencia es paten
te son fenómenos colectivos, subculturas de unos grupos más o me
nos cohesivos, el conjunto de los que integran cada uno de ellos pue
de ofrecer el apoyo moral, emocional o intelectual necesario para de
sarrollar y mantener esos estilos de vida, tanto si los integrantes están
enraizados en el entorno histórico como en las circunstancias
del momento o simplemente en las preferencias de los miembros del
grupo. Y en igualdad de circunstancias, las grandes ciudades más que
las pequeñas cuentan con más grupos de este tipo en los que la clase
trabajadora tiene un peso decisivo, y entre todos crean la diversi
dad 13• Por otra parte, en las grandes ciudades las relaciones sociales y
la reputación personal suelen ser cuestión de esfuerzo y logro perso
nal; las personas suelen forjarse un sello personal porque la alternati
va del anonimato les resulta poco atractiva. De modo que parte de la
diversidad se elabora en el plano individual más que en el del grupo.
La población de las ciudades mundiales procede de los lugares más
diversos e inesperados, y este hecho se combina con esas dos tenden
cias más generales de la vida urbana para promover la diversidad con
mayor fuerza.
Ahora bien, las personas pueden apreciar de diversa manera el es-
13 Es una elaboración de Fischer (1 975); véase también Hannerz (1 992 b, págs. 201
y siguientes).
215
pectáculo del escenario local en las ciudades mundiales. Para algunos,
es sobre todo un fastidio o una amenaza, una experiencia de violencia
simbólica. Probablemente la mayoría de estas personas no están en
una ciudad mundial porque sea una ciudad mundial, incluso pued�
que estuvieran en esa ciudad antes de que se convirtiera en una ciudad
mundial en el sentido que damos a esta expresión; a menudo son in
dígenas que preferirían que París, Nueva York o Londres fueran como
cualquier ciudad francesa, americana o británica, y que, desde luego,
no fuera una zona fronteriza del Tercer Mundo. Y aquí tenemos una
de las paradojas del proceso cultural en las ciudades mundiales: mien
tras que los que estamos en la periferia o semiperiferia siempre nota
mos la influencia cultural del centro -es decir, del flujo desde el cen
tro hacia la periferia-, cualquier cosa que pase por cultura nativa en
el propio centro parece que se ve a sí misma sitiada o invadida por las
representaciones locales de la periferia.
Estos habitantes de la ciudad mundial pueden reaccionar ante la
diversidad escudándose tanto como puedan -es decir, viviendo en su
propio barrio o, si tienen suficientes medios, en una casa con portero
y utilizando taxi en vez de metro. Estas personas del centro están de
seando que la periferia desaparezca de su vista o, por lo menos, que
sólo aparezca discretamente para prestar servicios básicos. «Tienes que
aislarte, aislarte, aislarte», como dice uno de los personajes de La ho
guera de vanidades, la novela neoyorquina de Tom Wolfe. Pero como
sugiere esta novela, esos habitantes continúan siendo vulnerables. La
diversidad de la ciudad puede irrumpir en sus vidas de una manera re
pentina y dramática. Los medios de comunicación locales se lo insi
núan sin descanso. Además, estas personas suelen tener dificultades
para establecer diferencias entre la violencia simbólica y otros tipos de
violencia.
En el otro extremo de la escala, en lo que se refiere a actitudes o
posiciones frente al espectáculo de las ciudades mundiales, es muy
probable que nos encontremos con el tipo de visitante más momen
táneo y decidido, el tipo de visitante que ya hemos comentado. James
Culler (1 988, pág. 1 54) se remite a Roland Barthes cuando escribe
acerca de «la semiótica del turismo» y señala que un turista está dis
puesto a convertir cualquier cosa en un signo. Otras personas son más
propensas a «refuncionalizar» una costumbre, a convertirla en un caso
de poco más o menos mero uso -afumar que el abrigo de piel sólo
sirve para resguardarse del frío, por ejemplo. Pero al turista no le preo
cupan estos pretextos. El «pub» pasa a ser un «típico pub británico»;
un restaurante del Q!iartier Latin se convierte en un restaurante del
216
Qyartier Latin; incluso una autopista no es exactamente un medio
que facilita el desplazamiento rápido entre dos puntos, sino una típi
ca autopista.
Los turistas que llegan provistos de guías y máquinas de fotos en
busca de signos, seguro que no podrán refuncionalizar nada porque
antes de hacerlo ya han emprendido la vuelta a casa. Pero si disfiutan
viendo la vida cotidiana que se les yuxtapone en la ciudad mundial, es
casi seguro que no son los únicos que lo hacen. Es probable que algu
nos miembros de las otras categorias que habitan la ciudad mundial
tengan una actitud parecida. Si bien necesitan excusas funcionales
para la mayoria de sus propias actuaciones, pueden continuar conside
rando gran parte de lo demás como un espectáculo. Y en tanto que es
tán voluntariamente en la ciudad mundial y que por una razón u otra
tienen que manejarse con sus caracteristicas como ciudad mundial,
puede que para ellos todo esto tenga un valor.
Uno de los rasgos distintivos del espectáculo de las ciudades
mundiales es su capacidad de penetración --como turista, uno pue
de darse una caminata desde un sitio concreto, reconocido como pa
norámica y como monumento (el Louvre, el palacio de Buckingham,
el Empire State Building) hasta otro, y, mientras tanto, la calle le de
para continuas sorpresas. Pero al mismo tiempo, la sensación de es
pectáculo y el escenario local resultan inseparables. Uno no puede
llevárselos consigo; solamente puede hacerlo como recuerdo y anéc
dota, o tal vez como un retazo de representación técnica. Y esta con
dición de inseparables que se da entre la sensación de espectáculo y
el sitio físico, ayuda a que la ciudad mundial continúe siendo ciudad
mundial. Las gentes tienen que hacer el viaje para ver, oír y oler por
sí mismas.
Probablemente hay que añadir aquí que, además, hay que tener
en cuenta a los medios de comunicación, en cuanto que también ellos
contribuyen a que uno tenga la buena fortuna de encontrarse por ca
sualidad con abundantes experiencias valiosas en la ciudad mundial.
Dada su presencia ubicua y especialmente densa (más canales de tele
visión, más emisoras de radio, más diarios, más periódicos, y kioscos
por todas partes), lo que no está literalmente en la calle puede produ
cir un impacto en la conciencia personal casi tanto como si de hecho
estuviera allí 14•
217
EL MERCADO CULTURAL
218
bido a esta capacidad inagotable de generar, no se puede dejar de pres
tar atención a las ciudades mundiales en cuanto que son mercados
culturales, al menos no lo pueden hacer los que están interesados en
mantenerse au courant.
¿oe dónde surge esta creatividad? En parte, de una tendencia in
herente al marco mercado, la de sacar una ventaja competitiva por
medio de la innovación. En parte, sin duda, de la fuerza de voluntad
y de la intención deliberada -los especialistas de la expresión saben
muy bien que están en las ciudades mundiales para producir nueva
cultura. En parte, de la concentración de personas capacitadas -las
ciudades mundiales, seguro que no todas pero es de suponer que en
mayor proporción que la media, atraen a «los mejores y los más bri
llantes».
Existe además el factor de la diversidad. Parece que la creatividad
cultural se alimenta de este factor (en los capítulos 5 y 6 he argumen
tado este punto). Por ejemplo, Raymond Williams (198 1 , págs. 83-84),
al estudiar las vanguardias entorno a 1 900, vio que solían desarrollar
se en ambientes metropolitanos (y en ese contexto, subrayaba tanto la
relativa autonomía cultural como la internacionalización de la metró
poli), y que, entre los que participaban, había un gran porcentaje de
inmigrantes, a menudo oriundos de lo que se consideraba una cultu
ra nacional más provinciana. Del encuentro entre los modos de expre
sión de diverso origen, actualmente cada uno de ellos de dudosa rele
vancia en su forma original, surgían nuevas formas de conocimiento
y nuevas maneras de hacer, cuya importancia se expandía más allá de
la nación-estado.
Probablemente, el análisis de Williams en cuanto a lo que implica
la diversidad continúa siendo válido para los procesos culturales de la
ciudad mundial en estos años próximos al cambio de siglo, sólo que
con un alcance más amplio y transnacional. Q!lisiera que prestáramos
atención, de una manera un poco más específica, a las potencialidades
locales especiales que tienen los marcos de flujo cultural forma-de
vida y mercado en las ciudades mundiales.
Los especialistas de la expresión están muy probablemente entre
las personas que encuentran en el espectáculo, como parte del am
biente urbano general, un estímulo intelectual y estético. Hay aquí un
tipo de conexión entre el marco forma-de-vida y el marco mercado,
aunque la definición de esta conexión es un tanto imprecisa. Pero hay
otras interrelaciones más específicas que comportan cambios en los
detalles o en grupos de detalles, en los significados o las formas signi
ficativas, entre un marco y otro.
219
Esbozaré un modelo secuencial esquemático 16• Creo que puede
aplicarse a actividades tales como algunas músicas étnicas y algunas
cocinas étnicas; pero este tipo de proceso puede darse en otros mu
chos casos. En una primera fase, los significados y las formas signifi
cativas en cuestión fluyen con bastante libertad dentro de una comu
nidad subcultura!, siempre y cuando esta comunidad sea suficiente¡
mente amplia y tenga una cohesión que le permita ofrecer el apoyó
necesario en el aspecto moral y en lo básicamente no material. La
gente come lo que cocina en casa y hacen música juntos. Aunque en
tre los miembros de la comunidad haya un mínimo grado de especia
lización al elaborar los productos en cuestión, éstos no se convierten
en artículos para venta. Se mueven dentro de la matriz interna de las
relaciones personales de la comunidad, en los diversos ambientes pri
vados.
En la segunda fase se introduce en la comunidad un mayor grado
de división del trabajo cultural. Aparentemente, la comunidad tam
bién ha alcanzado otro tipo de masa crítica, y resulta bastante lucrati
vo convertir artículos subculturalmente distintivos en productos para
consumo de los miembros de la comunidad, como una alternativa al
flujo libre del marco forma-de-vida. Y el mercado, por supuesto, tien
de a estar siempre al acecho de estas oportunidades para su expansión.
Llegados a este punto, los miembros de la comunidad subcultura!
pueden dar o no dar «señales» de estos productos, en la línea de lo que
se ha dicho anteriormente, es decir, pueden verlos como artículos que
se dan por supuestos en su rutina cotidiana, o pueden ser más cons
cientes, y apreciar más lo distintivo de su subcultura. Las cocinas sub
culturales tienen una sección especial en los supermercados, en los si
tios de comida para llevar o en los restaurantes; la música se toca en
los teatros de los barrios étnicos (la tocan los talentos locales o los fa
mosos de la periferia, que cogen el avión para ir a la ciudad mundial
si la comunidad subcultura! es una extensión, fruto de la diáspora, de
una sociedad que se encuentra principalmente en otra parte), o la re
transmite la emisora de radio étnica local.
Y así llegamos a la fase tres en la carrera de los productos cultura
les (que en la primera fase todavía no eran productos para venta):
como se han vuelto más públicos, son más asequibles para los que ex
ploran continuamente el gran mercado cultural en busca de la nove
dad. La cocina étnica la descubre la gente cuando va de expedición
16
Me inspiro en Appadurai (1 986 a) y Kopytoff (1 986).
220
gastronómica a los barrios bajos; la música (el reggae caribeño en Lon
dres en los años setenta, el rai norteafricano -sin tanto éxito-- en Pa
rís en los ochenta) se convierte en etnopop. Y aquí tenemos otro visi
tante de Nueva York que saborea la diversidad :
17 Parece que esto es lo que sugiere Palmer (1 984, págs. 98 y ss.) con respecto a los
propietarios de restaurantes italianos en el Soho londinense; por otra parte, los comen·
tarios de James Watson (1 977, pág. 1 96) sobre los restaurantes chinos en Gerrard Street,
también en Londres, indican una progresión entre las fases dos y tres.
18
Para estas cuestiones, véanse por ejemplo los comentarios de Clarke (1 980, pági·
na 1 72) y Hebdige (1 987, pág. 128) sobre los cambios en el reggae, y los de Schade-Poul
sen (1 995) sobre los del rai:
22 1
ÜEL CENTRO A LA PERIFERIA
222
Nueva York es una encrucijada antillana [ ... ] que implica la
transposición y la producción de formas culturales y de ideología.
Tanto los hispanos como los afroantillanos rehacen sus vidas en
Nueva York por medio de un proceso de "cruce de caminos" crea·
do por la interacción entre lo que ocurre en Nueva York y los anti·
llanos. Como contraste general con la situación de los inmigrantes
europeos, la población antillana de Nueva York está expuesta a un
flujo más continuo y bidireccional de personas, ideas, prácticas e
ideologías entre la zona del Caribe y la ciudad de Nueva York. Es
tos intercambios y estas interacciones bidireccionales han generado
lo que podríamos llamar un sistema sociocultural transnacional,
una correa de transmisión claramente unitaria, aunque no unifica
da, que recicla y mestiza aún más la cultura y las identidades antilla
nas, tanto en Nueva York como en el Caribe.
223
tes, pueden tener más posibilidades que otros para extender sus hábi
tats desde las ciudades mundiales hasta otros lugares de destino: las
culturas corporativas se exportan y pasan a convertirse en culturas
más o menos llamativas, prestigiosas e influyentes también en la peri
feria. Es probable que los especialistas de la expresión, cuando y si re
gresan a sus lugares de origen, pasen a proponer nuevos estilos para
los productos culturales. Incluso si vuelven a desarrollar su actividad
principalmente en sus respectivos mercados culturales locales de la
periferia, es muy posible que el hecho de haber estado durante un
tiempo en las ciudades mundiales contribuya más o menos directa
mente a hacerlos más famosos. Los habitantes del Tercer Mundo que
regresan a su tierra desde alguna ciudad mundial puede que adquie
ran el halo de los sofisticados; han pasado a ser lo que en el .Áfuca Oc
cidental anglófona se conoce como «beentos». Todos ellos en conjun
to y además los turistas, con la atención puesta habitualmente en la
ciudad mundial y haciendo alguna inversión por lo menos emocional
para mantener canales abiertos, puede que resulten ser los conductos
por donde circula el continuo flujo cultural que procede de la ciudad
mundial.
Es cierto que el flujo centro-periferia de los productos culturales
no depende exclusivamente de los contactos y las experiencias de
los grupos transnacionales. Además, las relaciones del mercado son
totalmente impersonales ; por medio de ellas, los productos de sig
nificado producidos o transformados en la ciudad mundial pueden
llegar a las personas que están en otros lugares, prescindiendo de si
son o no conscientes, de si les interesan o no las conexiones que tie
nen con la ciudad mundial. Sin embargo, la doble visión que he su
gerido -la ciudad mundial como un lugar en sí mismo y como
una fuente desde donde fluye la cultura, cuya combinación tiene
en los miembros de los diversos grupos transnacionales su represen
tante más directo-- parece que es indispensable para poder com
prender plenamente el papel de las ciudades mundiales. Hay que
entender que los medios de comunicación ofrecen espectáculos de
sustitución a los que no se desplazan en persona hasta esas ciuda
des. Y como los medios de comunicación, eficaces a escala transna
cional, tienen su sede principalmente en las ciudades mundiales y a
menudo se preocupan por proporcionar al mundo una descripción
de estas ciudades, casi nadie puede mantenerse al margen o no es
tar interesado en esas ciudades en su condición de lugares. Por
ejemplo, las series al estilo de Miami Vice convierten la mitificada
forma de vida local en una materia prima exportable como un sig-
224
no de ella misma; cosa que de alguna forma también ocurre con el
turismo. Y del mismo modo, cada vez que nos encontramos en la
periferia con uno de esos productos culturales susceptibles de ser fá
cilmente trasladados fuera de su lugar de origen, recordamos el sen
tido de espectáculo y reparamos que «hay más en el lugar de donde
proceden».
225
12. Amsterdam : ventanas abiertas al mundo
en Bijlmermeer
1 Me doy cuenta de que voy a recurrir una y otra vez a la comida para ilustrar la di
versidad cultural en Amsterdam; no sólo, supongo, porque es una de las formas cultu
rales que el visitante, como yo, capta más rápidamente, sino porque la comida ocupa
un lugar significativo en la identidad étnica y en los cambios culturales.
227
una zona de viviendas ; casi toda la gente es negra. Estamos en Bijlmer
meer, a veces considerada como la segunda ciudad de Surinam des
pués de Paramaribo, la capital, debido a sus dimensiones. Y Bijlmer
meer está incrustada en la ciudad más importante de los Países Bajos.
Cuando allá por los años setenta, los Países Bajos concedieron la inde
pendencia a esta colonia situada en la costa norte de Sudamérica y es
casamente poblada, los habitantes (la mayoría descendientes de africa
nos, pero también algunos asiáticos) tuvieron la posibilidad de esco
ger entre la nacionalidad holandesa y la de Surinam. Una tercera parte
optó por la primera posibilidad y muchos de ellos acabaron en el ba
rrio de Bijlmermeer.
Algunos chavales tiran petardos en medio de los espacios abiertos
entre los edificios de diez plantas y el ruido rebota en las paredes de
los bloques con gran estruendo; desde la ventana de un piso alto se
descuelga una antigua tonada de Bob Marley. Un poco más arriba
vuela un reactor procedente del este, a punto de aterrizar en el aero
puerto de Schiphol 2.
En el camino de vuelta, nos topamos con una zona de tiendas
más reducida y modesta en la que destaca el supermercado Hi-Lo.
Aquí se puede comprar pescado congelado que llega directo de Suri
nam, mandioca congelada, y también pescado seco, quimbombó fres
co de Kenia, bananas, y tarjetas de felicitación impresas en Bombay,
con la figura de Ganesh -el dios elefante-- en la portada y el texto
siguiente en el interior: «Qye el glorioso Deepawali os conceda, a ti y
a toda la familia, la máxima prosperidad». Junto a Hi-Lo hay un ten
derete que vende el mismo tipo de estampados que encuentro en los
mercados de África Occidental y que siempre me resultan tentadores,
y un maniquí masculino con una túnica airosa y ricamente bordada.
En la tienda de discos y casetes, al otro lado de las galerías, hay músi
ca de la India y de las Antillas; a continuación, un puesto que vende
carne asada, y un poco más allá el Pacific Travel Centre se anuncia
como agente de Surinam Airways, mientras que la peluquería Chez
Polly se declara experta en peinados afro, euro y asiáticos.
De vuelta al puerto de Amsterdam, podemos tomamos un descan
so en un local que se parece mucho a esa típica institución holandesa
que es el café de barrio; hay pantallas con flecos, mesas de juego y has
ta mesas de billar. Aquí no se ven más que blancos, o casi, y sólo hom-
228
bres. Pero de pronto entra corriendo una chica joven de piel morena,
vestida con colores vivos, mira a los que están de pie en la barra como
buscando a alguien, y se marcha con su padre, un hombre rubio y cor
pulento.
229
atrae gente de fuera, y tanto si proceden de muy lejos como si no, ha
habido un número suficiente de personas como para mantener mu
chísimas subculturas viables. Así pues, diversidad dentro del marco
forma-de-vida. Pero el mercado también parece ofrecer una notable
variedad de mercancías. Probablemente, esto está relacionado con la
dimensión de los edificios y su entorno. Algunas ciudades, al menos
en lo que se refiere a la zona comercial principal, se han construido
dando preferencia a la ubicación de las grandes empresas y al tráfico
rodado. En Amsterdam parece como si para cada negocio o comercio
imaginable hubiera un agujero en el muro y una ventana delante, para
que cualquiera que pase por allí, a pie o en bicicleta, pueda verlo fácil
mente.
No obstante, algunas de estas ideas me sorprenden. Amsterdam es
famosa en todo el mundo por algunos museos, y los museos son unos
dispositivos importantes para importar la diversidad del exterior, o
para mantenerla al preservar el pasado junto a un presente diferente.
Lo que de veras no hubiera podido imaginarme es un museo del can
nabis o un museo de la tortura.
También aquí la calle puede ser un espectáculo, un lugar donde ras
trear la diversidad, una fuente para la vida de la imaginación. En Ams
terdam, como en muchas ciudades, parece que las personas son cons
cientes de esto. Lo demuestra la variedad de artistas callejeros -músi
cos. bailarines, juglares o lo que sean- que cada día buscan un espacio
en el Dam (la plaza central delante del palacio real), en Kalverstraat o
delante de la Estación Central. También me dicen que cada día hay
más cafés en las aceras. Y esto a duras penas se debe a la comida y be
bida que sirven, o a las posibilidades de aire y sol, sino que se debe so
bre todo a que son observatorios de la calle. Si el ver el movimiento de
los seres humanos constituye gran parte del flujo cultural en el marco
forma-de-vida, aquí observamos que en lugares selectos también puede
convertirse en un producto comercializable.
230
y revistas prácticamente de todo el mundo (y de paso, recordar que
los medios de comunicación se concentran en las ciudades impor
tantes).
El Museo de Historia de los Judíos nos cuenta la historia de las
personas que llegaron a los Países Bajos y a Amsterdam, vivieron allí
durante generaciones, contribuyeron a su formación y luego se los lle
varon a la fuerza. En el Tropenmuseum, anteriormente un museo so
bre la época colonial, uno se hace una idea de los lugares adonde fue
ron los holandeses en otros tiempos y lo que encontraron allí.
Si las ciudades son ventanas sobre el mundo, uno ve cosas diferen
tes a través de ventanas diferentes. Espero haber podido echar una mi
rada a través de la ventana que es Amsterdam, pero trataré de encajar
cualquier tipo de conocimiento impresionista que haya podido adqui
rir en la panorámica que empecé a esbozar en el capítulo 1 1 ; es decir,
en el papel que desempeñan las ciudades en la organización del ecú
mene global.
El radio de alcance de las ciudades varía de una a otra; tampoco
hacen las mismas cosas al organizar la cultura y las relaciones sociales.
Cada una tiene su manera de encajarse dentro de los diversos marcos
que organizan el proceso cultural, ocupa su propio lugar en el sistema
de redes de los lugares urbanos, un sistema en parte ordenado jerár
quicamente y en parte competitivo, y es el resultado de su propia evo
lución histórica. Hay ciertas ciudades que, de alguna forma, parece
que responden mejor a la idea del ecúmene global. Partiendo de estas
premisas, ¿dónde se encuentra Amsterdam?
Aunque me interesa básicamente el presente, creo que en este caso
no podemos prescindir del pasado. A pesar de unos comienzos poco
prometedores como pueblo pesquero, amenazado por la fuerza des
tructora del agua y el viento, Amsterdam fue creciendo rápidamente
en tamaño y en importancia, y lo hizo a partir de las relaciones por
tuarias que establecía con lugares distantes. De este modo, utilizando
la terminología de Redfield y Singer (1 954), se transformó obviamen
te en una ciudad heterogenética.
Además, parece que los rasgos distintivos que la caracterizan y que
son consecuencia de este desarrollo, mantienen una continuidad no
table. En este sentido resultan interesantes los comentarios de Donald
Olsen ( 1 993, pág. 1 84), especialista en historia urbana. En primer lu
gar, la descripción de Amsterdam en el siglo XVI I, su siglo de oro: «ca
pitalista, individualista, tolerante, republicana, cosmopolita, pragmáti
ca, racionalista y científica». La mayoría de estos calificativos parece
que continúan siendo válidos trescientos años después. Olsen prosi-
23 1
gue sus comentarios y obseiva que incluso si la Amsterdam del siglo
de oro parece ser una avanzadilla del siglo XX, de hecho era más bien
«la última gran ciudad medieval», una sucesora de las ciudades-estado
como Venecia y Florencia. A medida que la nación-estado europea iba
tomando cuerpo, estas ciudades independientes pasaron a ser general
mente ciudades sometidas.
Y, por tanto, una situación que nos recuerda un poco a lo que
Redfield y Singer denominan ciudades ortogenéticas se convirtió en el
modelo urbano dominante. La forma pura de la ciudad ortogenética,
cuyos mejores ejemplos son los primeros centros urbanos de la histo
ria de la humanidad, ya no se da en nuestros días; pero los centros
moldeados por la nación-estado parece que han tomado algunos ele
mentos de aquéllas. Estos estados no son realmente, o sólo en parte,
estados escenario; sin emb(}fgo, sus capitales pueden haber estado no
tablemente implicadas en la definición, redefinición y exaltación de la
cultura nacional, y, de alguna forma, vigilando celosamente la delimi
tación de su propio espacio4• En este sentido, son mucho más afines
al modelo mosaico de la cultura mundial.
Pero lo que hay en Amsterdam se parece muy poco a todo esto.
Continúa, según parece, muy satisfecha con su heterogeneidad, con
su herencia de aquel urbanismo medieval, y al mismo tiempo conver
tida en gran parte en una ciudad del ecúmene global contemporáneo.
Si esto resulta de algún modo enigmático, tal vez podamos encontrar
la explicación hasta cierto punto en la división de trabajo entre Ams
terdam y La Haya, y en la naturaleza un tanto peculiar de Holanda
como estado-nación, una naturaleza que históricamente y también
hasta cierto punto ha sido creada por sus propias ciudades y para sus
propias ciudades 5.
Y ahora parece que volvemos a estar en una época adecuada para
algo que se parece a la ciudad medieval. Las ciudades que llamamos
ciudades mundiales a finales del siglo XX, empiezan a tener una vida
bastante diferente de la de las ciudades ubicadas en los mismos terri
torios estatales; y entidades como Singapur y Hong Kong pueden in
cluso sugerir que las ciudades estado pueden, por lo menos de algún
modo, ser formas sociales viables.
4 Es decir, son sitios de máxima importancia para el flujo cultural del marco estado.
5 Véase de Vries (1 988, pág. 35): «la Sublevación de los Países Bajos podría descri
birse como la creación de un estado controlado por las ciudades, para no verse someti
das a un estado territorial».
232
COMERCIO, MIGRANTES, TURISTAS
233
han para poder tomar decisiones. Los parientes o corresponsales, si
tuados de manera estratégica en los puertos a lo largo y ancho del
mundo, ayudaban a que la información relevante llegara a destino;
pero los informadores oficiales de la bolsa solían utilizar corredores
profesionales, informadores y espías que se movían por los cafés de
Kalverstraat en busca de algún chisme interesante acerca de las ex
�ectativas �e �gún proyecto, o _bie� se dedicaban a propalar optim
s1mo o pes1m1smo a su convemenc1a.
234
tienen representación local, con los recursos base, los valores y las
prácticas cotidianas que los caracterizan.
A menudo los productos que están en todas partes y los que se re
piten, son los que en gran medida dan respaldo a la idea de que la glo
balización equivale a una homogeneización global de la cultura.
Dado que en Rokin hay una sucursal de Sotheby's, podemos suponer
que a la elite de Amsterdam no le va mal del todo y que sus gustos no
son tan diferentes de los de otras tantas ciudades. Sin embargo, por
muy sofisticadas que sean las tiendas de P. C. Hooftstraat, esa calle no
es precisamente el súmmum de la opulencia. Si nos fijamos en otros
productos en la escala descendente del mercado, en Amsterdam tam
bién encontramos Benetton, Marks & Spencer, IKEA, Kentucky Fried
Chicleen y McDonalds; podemos encontrarlos, o no, también en Sin
gapur. De algún modo, estas empresas transnacionales al por menor
sirven para hacer de Amsterdam una ventana sobre el mundo, tam
bién para los holandeses.
No obstante, el comercio convierte a Amsterdam en una encruci
jada cultural, porque allí se encuentran cosas que sólo se encuentran
en pocos sitios más; a veces puede que sólo allí. El visitante que se pa
sea por Amsterdam no puede dejar de observar la mezcla sorprenden
te de comida rápida, comida basura, «comida a pie de muro»; no todo
son McDonalds, ni tampoco arenques, anguilas, pequeños pojfertjes ni
croquetas; también hay loempia y saté. En otras palabras: Amsterdam,
como mercado, ofrece, además, las tradiciones de los inmigrantes que
proceden de lejanas tierras, en forma de productos fácilmente asequi
bles. Y la heterogeneidad de Amsterdam cuenta desde hace siglos con
la aportación de los inmigrantes, tanto en el marco forma-de-vida
como en el marco mercado.
La actitud abierta de esta ciudad es algo fuera de lo común; abierta
a los judíos sefarditas del siglo XVII que huían de España y de Portugal
acosados por las persecuciones; abierta a los askenazis que llegaron más
tarde procedentes del este; a los hugonotes franceses del siglo XVIII; a
muchísimas personas que iban llegando por el puerto o por la Estación
Central; y en los últimos años sobre todo, a los turcos y marroquíes que
llegaban en busca de un medio de vida. Pero al pasear por Bijlmermeer,
por los tenderetes callejeros de loempia, por los cafés donde hay varitas
de saté, lo que vemos nos hace pensar que se trata sobre todo de una ac
titud abierta hacia un imperio de larga duración.
Q!lizá estamos más dispuestos a dar por supuesto que en Londres
hay jamaicanos y paquistaníes, y que en París hay senegaleses, ya que
nadie pone en duda que Londres y París son ciudades mundiales de
235
primer orden. Pero los oriundos de Surinam y de Java que hay en Ams
terdam, ya sean de primera, segunda o tercera generación, se parecen
más a los angoleños y goanos de Lisboa. Todos ellos ponen de mani
fiesto que el ecúmene global, aunque últimamente tenga una mayor
coherencia, continúa siendo el resultado de los avatares de una historia
azarosa y que parte de su constante policentricidad se deriva precisa
mente de este hecho. Es probable que en los recuerdos de la época co
lonial y postcolonial predomine, por un lado o por otro, un sentimien
to de infelicidad indiscutible; pero las viejas metrópolis, incluso en lo
que ahora son países pequeños, continúan siendo centros que atraen,
de una forma u otra, a estudiosos, turistas y a veces exiliados proceden
tes de las antiguas colonias. A veces no se trata más que de visitas cor
tas. En el caso de las colonias holandesas, la descolonización ha dado
paso a migraciones continuas dignas de mención. La última y tal vez la
más sorprendente es la que se produjo en los años setenta, cuando mu
chos surinameses decidieron trasladarse a los Países Bajos.
En cuanto a los turistas extranjeros que visitan Amsterdam (y lo pri
mero que hay que decir es que Amsterdam se presenta como una ciu
dad turística y lo hace de una manera eficaz y con éxito), puede que no
les importen mucho ni los McDonalds ni las tiendas Benetton. De una
manera paradójica, puede que ver estas cosas en el ecúmene global, en
un entorno ajeno, les traiga un recuerdo agradable de su ciudad. Proba
blemente, lo que más les atrae de una manera positiva es lo que no en
cuentran en otros sitios, porque el turismo siempre tiene que alimentar
se de la diferencia (aunque sólo sea una diferencia apañada y equilibra
da). En Amsterdam, estas cosas son parcial y típicamente holandesas,
pues desde la perspectiva de los turistas también estas cosas convierten
a Amsterdam en una ventana sobre el mundo: las casas y los canales,
los museos, los cafés. Sin embargo, los turistas, al captar la ciudad con
todos sus sentidos, puede que se sorprendan ante la diversidad concre
ta de los orígenes de las personas y de las cosas, en Kalverstraat o en el
mercadillo algo menos famoso de Albert Cuypstraat, o incluso -si es
que llegan hasta allí- en el Puerto. Los folletos turísticos oficiales reco
miendan encarecidamente los exóticos Rijsttaafel pero en cambio casi
nunca hablan de la sopa de guisantes típica del lugar.
236
dad de diferentes maneras. Algunas son muy heterogéneas considera
das como un todo, pero sacan el mínimo partido de las partes y lo que
hacen es construir algo parecido a un mosaico espacial con las entida
des segregadas más o menos homogéneas. Hay algo de esto en Ams
terdam. Con todo, también muestra una sorprendente diversidad en
el microespacio de la calle y de los barrios, debido en parte a la natu
raleza del entorno tal como está construido y en parte a la manera de
gestionar este recurso por parte de los poderes existentes8.
Todo esto puede producir animación a la vez que intranquilidad, y
Amsterdam tiene un poco de cada9• Pero, y así se dice a menudo, los ha
bitantes de Amsterdam han desarrollado una actitud metacultural en
globadora ante la diversidad, una actitud de tolerancia y de laissezfaire
cultural. Recuerdo un librito sobre San Francisco en el que Howard
Becker e lrving Louis Horowitz (1971) describen «la cultura del civismo»
de esta ciudad. Dicen que San Francisco lleva años siendo tolerante con
las desviaciones; incluso es partidaria de considerar la diferencia como
un activo cívico. Su historia como puerto de mar, la tradición de las
uniones radicales, el que en gran parte haya sido una ciudad de perso
nas solteras o de parejas más que de familias, han contribuido a crear
este clima. Parece que de Amsterdam se pueden decir cosas muy pareci
das, y con mayor hondura histórica. Es evidente que éste es uno de los
atractivos que tiene para los nativos; pero también para los extranjeros.
Qyizá la tolerancia se instaló en época temprana debido a que los
holandeses pasaron por y aprendieron de sus propias crisis y enfrenta
mientos históricos por cuestiones de religión y de costumbres; es uno
de los rasgos que enumera Donald Olsen con respecto al siglo de oro.
Seria dificil para cualquiera, y desde luego imposible para un visitan
te, averiguar cómo toda una serie de experiencias muy diferentes han
influido y modificado esta tolerancia -«la pilarización», verzuiling, y
su derrumbe; las rebeliones contraculturales de finales de los sesenta
y principios de los setenta que ponían a prueba los principios estable
cidos (conmemorada en la estación de metro de Nieuwmarkt); las
pendencias y alborotos normales en una ciudad portuaria donde los
marineros buscan alivio a las duras condiciones de la vida a bordo; la
afluencia de grupos de extranjeros 10.
8 Véase v.g. Anderiesen y Reijndorp (1 990) y los comentarios de Soja (1 993 , pági
nas 71 y ss.).
9 Para una exposición más amplia, véase Lofland (1 993).
10
Para una exposición resumida del verzuiling, la división vertical de la sociedad y
de las instituciones holandesas por motivos de religión y de ideología, véase Gouds
blom (1 967, págs. 120 y ss.).
237
En cualquier caso y por lo que se refiere a los grupos de recién lle
gados, el hecho de que varios de ellos no presentaran rasgos distintivos
notablemente diferentes, probablemente contribuyó a que los habitan
tes de Amsterdam vieran con buenos ojos la incorporación de estos
grupos en el tejido social de la ciudad. Los sefarditas no se diferencia
ban tanto de otros prósperos burgueses. Los que venían de las Indias
Orientales y de Surinam habían crecido en las colonias holandesas, de
modo que estaban familiarizados con sus formas de vida. Es posible
que actualmente estén más preocupados con los marroquíes y los tur
cos, porque no se adaptan necesariamente con tanta facilidad 1 1 •
No obstante, la diversidad y la tolerancia de la diversidad no sólo
son aplicables a cuestiones étnicas y religiosas. Amsterdam también
tiene fama de ser una ciudad dispuesta a permitir otros tipos de con
ducta y el comercio que les da vida, a diferencia de muchas ciudades
que tienden a poner trabas en este sentido; el barrio de los neones ro
jos es obviamente el fenómeno que lleva más años de existencia, fru
to sin duda de la demanda de una ciudad portuaria. La aceptación de
este fenómeno es un hecho de la vida local, una respuesta de los nati
vos tanto a nivel oficial como no oficial. Al mismo tiempo, es un
atractivo de Amsterdam para lo que podríamos llamar turismo subcul
tural internacional. En su estudio de la geografia del hachís en Amster
dam, Jansen ( 1 99 1 ) observa que muchos de los visitantes que acuden
a los cafés en el centro de la ciudad son jóvenes extranjeros que saben
muy poco de la ciudad, salvo los nombres de algunos puntos famosos
por la droga blanda que suministran. A lo mejor la monografia de Jan
sen resulta atractiva a los lectores como guía para esta clase de locales.
En general, me imagino que, tanto en Amsterdam como en cual
quier otro lugar, la tolerancia es una actitud más pasiva que activa.
Mientras uno se ocupa de sus propios asuntos, el resto puede hacer lo
propio con los suyos y a su manera, siempre y cuando no cause tras
tornos significativos. La tolerancia como hecho consumado puede
que también tenga alguna relación con la microecología del entorno
urbano de Amsterdam. Es denso, imprevisible, imposible de vigilar ni
de controlar, lo que permite que algunas actividades pasen desaperci
bidas o al menos permite la excusa de que uno no las ve si prefiere no
verlas. En tiempos de dificultades o de persecución de minorías, este
entorno ha facilitado refugios al menos temporales: una iglesia católi
ca situada en un ático en el siglo XVIII, una familia judía escondida tras
11
En el estudio de Brunt (1 989) sobre los turcos y marroquíes de Utrecht se puede
captar un poco todo esto.
23 8
una puerta disimulada a principios de los cuarenta. Y esto forma par
te de la historia de la ciudad.
La tolerancia, con todo, no es el único resultado de la experiencia
de la diversidad que ha tenido Amsterdam. En el proceso cultural
hay que incluir también la transmisión de formas culturales de unos
grupos y contextos a otros, además de la reintetpretación y de la in·
novación. En el dialecto típico de Amsterdam hay palabras yiddish y
en las casas de algunos holandeses mayores se sirve al mediodía un
nasi goreng un poco suave 1 2• Los inmigrantes y los que regresaban de
las colonias fueron, sin duda, los que introdujeron en los Países Ba
jos la cocina de las Indias Orientales. Luego, según me han explica
do, cuando esta cocina se estaba popularizando, el segmento de pe
queños restaurantes que había surgido pasó a manos de los marine·
ros chinos que trabajaban en barcos holandeses, en un periodo de
depresión económica que les forzó a quedarse en tierra; cogieron el
relevo y se extendieron por el país. De este modo, esta específica ins
titución culinaria, en parte china, en parte del sudeste asiático y en
parte holandesa, parece que con el tiempo ha colonizado casi todas
las ciudades pequeñas de los Países Bajos. Y a modo de guinda recien
te, aunque no necesariamente la última innovación, los tenderetes ca
llejeros de Amsterdam que venden loempia nos abren una puerta a lo
vietnamita.
La carrera cultural de los jóvenes negros procedentes de Surinam,
instalados en Bijlmermeer o en otros sitios, no es menos interesante 13•
Los surinamíes que se trasladaron a los Países Bajos eran personas de
pocos estudios y poco mundo cosmopolita. Al llegar a Amsterdam y
otras ciudades se encontraron con un ritmo más rápido y con una he
terogeneidad y peculiaridades que les desconcertaban. Algunos lo vi
vieron un poco como una amenaza y se refugiaron en el entramado de
amigos y parientes, y en el seno de la Iglesia morava trasplantada des
de su país. Los jóvenes, como es habitual, se dispusieron a explorar el
nuevo hábitat. A veces las chicas de Surinam se hacían amigas de las
holandesas y viceversa; pero lo más frecuente es que fueran unas a casa
de otras. De modo que eran las jóvenes de Surinam las que estaban
más familiarizadas con los aspectos domésticos de la vida holandesa.
12
Véase Van Otterloo (1 987) en cuanto a la relación de los holandeses con la coci
na exótica.
13
Me remito a las investigaciones de los colegas locales. Véase Van Wetering
( 1 987), Van Niekerk y Vermeulen (1 989), y sobre todo la obra, tanto la publicada como
la no publicada, de Livio Sansone (1991 a, 1991 b, 1 995).
239
Cuando los jóvenes de Surinam llegaron a Amsterdam, la cultura
transnacional de la juventud les estaba esperando, tanto la de sus pa
res como la que les ofrecía el mercado. Algunos se convirtieron en
«fans de la disco», con todo lo que esto pueda implicar en cuanto a
vestimenta y gustos musicales. En su caso, igual que en otros lugares
de Europa, resultó que ser negro no era una desventaja, al menos en
unos contextos determinados. Entre los fanáticos de la cultura popu
lar con raíces americanas y caribeñas, el hecho de pertenecer a una mi
noría étnica era más bien un activo social; de modo que los de Suri
nam podían encontrarse con que eran los líderes en la pista de baile.
El inconveniente, si lo había, es que más bien eran propensos a desti
nar gran parte de sus energías a la vida nocturna.
Por otra parte estaban los rastas. No había rastafarismo en Parama
ribo ni tampoco en otros lugares de su país natal. Este movimiento o
estilo era prácticamente desconocido en Amsterdam hasta que Bob
Marley y los Wailers fueron a dar un concierto en 1 976, pero a partir
de entonces se puso de moda. Los grupos de nuevos rastas surinamíes
de Amsterdam a lo mejor se desplazaban a Londres, la capital de ras
tafarismo, y allí intercambiaban mariguana holandesa por sombreros,
insignias y discos rasta. También podían inspirarse en las películas que
ponían en un par de cines de Amsterdam de tendencias étnicas.
Igual que los rastas de otros sitios, buscaban la autenticidad en sus
raíces africanas, pero con un matiz específico de Surinam; para cons
ternación e incluso horror de sus mayores, empezaron a identificarse
con los negros del hinterland-el vivo ejemplo de la imbecilidad de la
vida rural para los de Paramaribo. Pero el rastafarismo de Amsterdam
era, además, una mezcla cultural con diversos ingredientes; de otras
zonas del paisaje contracultura! de Amsterdam sacó la idea romántica
de «estar en contacto con la naturaleza», al estilo de los ecologistas.
Mientras, si bien de algún modo y hasta cierto punto los rastas de
Amsterdam se hicieron «Verdes», cuando los cafés de la ciudad ya no
estuvieron en condiciones de despachar hachís de una forma tan di
recta, ellos adoptaron los colores emblemáticos del rastafarismo y de
la bandera jamaicana -rojo, amarillo y verde- para anunciar la mer
cancía de una manera un poco más indirecta.
Así pues, la mezcla y recombinación de elementos culturales pro
sigue su curso interminable, serpenteando entre los contextos y los
marcos de organización. Las ideas y los símbolos se abren c;imino des
de Kingston, en Jamaica, hasta Amsterdam, pasando por Londres, y
son un estímulo para mirar con nostalgia los chaparrales perdidos más
allá de Paramaribo; no es exactamente el camino más corto entre dos
240
puntos del Caribe. Pero así es como se desenvuelven las relaciones
centro-periferia; y además, esto quiere decir que a menudo los centros
son centros no porque en ellos se originen todas las cosas, sino más
bien porque son lugares de intercambio, los cuadros de mandos y
mezclas de la cultura.
24 1
13. Estocolmo : doble mestizaje
243
LAs CARAS DEL EsTOCOlMO TRANSNACIONAL
244
la mayoría son turcas, indias o de Oriente Medio, una selección que
no podemos encontrar en Pressl!)lrd. Además, tienen casetes de música
de esos mismos países. Si nos encaminamos hacia la estación de me
tro, veremos algunos carteles ajados de uno o dos partidos comunistas
turcos con hoz y martillo incluidos, y otros que anuncian una obra de
teatro argentina.
A lo largo del paseo uno se cruza con muchas personas, pero en
tre ellas no hay muchos nativos suecos. Tres madres jóvenes van de pa
seo, cada una empuja una sillita. Una de ellas puede ser sueca o finlan
desa, otra es de Oriente Medio, la tercera probablemente vietnamita.
En cuanto a la mezcla étnica, no parece que este microcosmos sea
muy representativo. En realidad puede que se trate de la presencia ubi
cua del estado de bienestar, un rasgo típico sueco. Pero también las
instituciones de este estado reflejan la diversidad. En la biblioteca pú
blica de Botkyrka hay libros (la sección infantil no es menos impor
tante) y periódicos escritos en muchas lenguas; al mismo tiempo, en
el Folket Hus (la Casa del Pueblo), donde está la biblioteca, hay dos sa
las de reuniones llamadas Odín y Frigg, dos antiguos dioses suecos.
Cuando el metro que viene de Hallunda y de Norsborg llega al
centro de Estocolmo y los pasajeros se apean, a veces uno diría que
aquellos vagones son los de un expreso procedente del sur de Europa
o incluso de más lejos. Estos pasajeros suben por las escaleras y se
adentran a toda prisa por las calles, mezclándose con un gran número
de nativos; y probablemente observarán, aunque sea de refilón, los
nombres de las tiendas y los carteles luminosos que hay en el distrito
comercial: Uptown Mauritz, Step In, McDonalds, Bo:zzini, Joy, Konfect
House, Tie Rack, Yamaha Sound ofMusic. Estos anuncios están en Ser
gelgangen, un pasaje peatonal comercial entre dos plazas importantes,
Sergels Torg y Hotorget; según mis cuentas, una cuarta parte de los
anuncios que hay en esta calle están redactados total o parcialmente
en una lengua extranjera, generalmente en inglés.
De este modo el mensaje que transmiten los escaparates de las
tiendas es que el centro de Estocolmo también está inmerso en la glo
balización. Pero su manifestación externa difiere en gran medida de la
de los suburbios de Botkyrka. El idioma de los letreros denota la pre
sencia de compañías transnacionales, de franquicias transnacionales.
En parte, no es más que una mera operación de construcción de ima
gen: alguna tienda local que trata de capitalizar un toque de nueva
York, Londres o París. El centro de Estocolmo mira hacia las ciudades
mundiales dominantes antes que prestar atención a los países de ori
gen de los inmigrantes de Hallunda. �izá en los kioscos del centro
245
uno puede comprar periódicos finlandeses y turcos, pero además en
cuentra el International Herald Tribune, el Financia! Times o Le Monde,
un tipo de prensa que no se encuentra en Botkyrka.
1 Todas las estadísticas proceden de, o han sido cotejadas con las del Statistiska
Centralbyrán (Oficina Central de Estadística), 1 989.
2 En cuanto a los países que contaban con mayor número de habitantes en Suecia
nacidos fuera del país, en orden de importancia y según cifras de 1988: entre los países
asiáticos, Irán, Turquía y Líbano; entre los sudamericanos, Chile, Colombia y Uruguay;
entre los africanos, Etiopía, Marruecos y Túnez.
246
de inmigrantes intercontinentales sea aproximadamente el 2 por 100
de la población total del país no parece una cifra muy elevada. Sin em
bargo, lo que vemos es que un porcentaje elevado de este porcentaje
pequeño se concentra en muy pocas áreas urbanas, a pesar de que el
gobierno sueco prefiere claramente que los inmigrantes se distribuyan
más equitativamente por todo el país3•
Pero cuando se trata de lazos transnacionales, Estocolmo mira ha
cia otra dirección. Si bien es frecuente que la población inmigrante
mantenga unos vínculos razonables con (y que preste cierta atención a)
las sociedades de las que procede, y que hasta cierto punto sirva, a ni
vel local, como una representación de estas sociedades, lo que vemos es
que los indígenas suecos tienden a fijar su atención en otros lugares.
Desde luego hay que ser cauto y no exagerar el grado de concentración,
pero creo que es justo decir que a través de los medios de comunica
ción, los viajes de negocios, el consumismo y el turismo, entre otras co
sas, las metrópolis principales de Europa Occidental y de América del
Norte, y especialmente lo que llamamos ciudades mundiales, dominan
y concentran la mayor parte de la atención.
Por lo tanto, mi argumento se centra en lo siguiente: para com
prender el lugar que ocupa una ciudad como Estocolmo en el proce
so cultural mundial de nuestros días hay que reflexionar sobre el con
cepto de un conjunto de relaciones centro-periferia, donde centros y
periferias participan en un modelo espacial para la producción y el flu
jo de significados y formas significativas dentro de un orden social.
Dentro de ese conjunto, Nueva York-Estocolmo es un ejemplo
importante de vínculos transnacionales entre ciudades. Lo que diría es
que el lazo entre el centro de Estocolmo y un suburbio como Hallun
da puede considerarse como una relación centro-periferia a nivel lo
cal; y luego queda la relación un tanto ambigua entre los inmigrantes
de Estocolmo y sus comunidades de origen, una cosa que también
hay que tener en cuenta.
Ahora bien, los centros y las periferias no son meros fenómenos
espaciales. Se convierten en centros y en periferias en la medida en
3 No hay que olvidar que los suecos tienen por costumbre contabilizar (con una
buena dosis de realismo en lo que a condiciones sociales y culturales se refiere) como
inmigrantes a los niños nacidos en Suecia de padres extranjeros; con esto aumentarían
sustancialmente los datos que acabamos de ofrecer. En total, la «segunda generación,
con ambos o uno de los dos progenitores nacidos fuera del país, se acerca al 3 por 1 00
d e l a población total; pero e n relación a l a «primera generación» las cifras varian mucho
entre los distintos grupos de inmigrantes.
247
que se influyen mutuamente, pero de diferente manera. Cuando
Shils (v.g., 1 975 , 1 988) formula lo que es centro y periferia -y es
una descripción importante-, la terminología que utiliza para los
aspectos espaciales se vuelve aún más metafórica. La cultura se orde
na «como si» fuera un espacio, porque un «centro» -un sistema de
valores, un complejo institucional- domina, ejerce medidas de
control, se expande hacia la «periferia». Mi línea de pensamiento in
cluye sin duda un fuerte sentido de esta organización social de la
cultura, de las fuerzas básicas que mueven el proceso cultural, sean
las que sean, en una relación determinada. Pero lo que ocurre es
que, en el caso que nos ocupa, las relaciones centro-periferia impli
can el espacio no solamente como metáfora, sino también de una
manera muy literal.
¿Acaso el mestizaje es una imagen inapropiada para Estocolmo y
para las relaciones que la vinculan con el mundo exterior? Es cierto
que las diferencias históricas entre las corrientes culturales que aquí
han coincidido no tienen tanta importancia como las que se dan en
las ciudades de África de la época postcolonial. Pero las relaciones cen
tro-periferia existen, como también un cierto grado de jerarquía. Y al
mismo tiempo, la fusión de culturas implica un cierto intercambio
-yo te doy, tú me das- y una cierta creatividad.
248
dad. La cultura sueca está en el centro y la cultura de los inmigrantes
en la periferia.
Lo que quiero proponer es que podemos sacar algún provecho si
no consideramos estos dos campos de cambio cultural como dos es
pacios independientes; es decir, si este doble mestizaje lo situamos en
el mismo campo de interconexión cultural. Para ilustrar lo anterior,
aunque sea un ejemplo menor, me remito al número de mayo 1 990
de la revista CliC. Se trata de una publicación mensual, muy vistosa y
de calidad, especializada en moda, interiorismo, temas culinarios, via
jes y otros aspectos de los estilos de vida elegantes.
El número está dedicado principalmente al tema de la «moda ét
nica». «CliC siempre ha tenido los ojos puestos en lo que pasaba fue
ra», dice el editorial; «muchas veces por pura curiosidad; otras, por la
falta de inspiración aquí» (Ó sterberg, 1990). Sus puntos de referencia
solían ser V0gue, Vaniry Fair e lnteroiew; pero ahora, con las comunica
ciones vía satélite y cable, incluyen MTY, además de otros canales de
televisión extranjeros. Sin embargo, como dice el editorial, cuando se
trata del «nuevo internacionalismo», no es cuestión solamente de lo
que nos llega a través de la televisión, sino de qué es lo que «realmen·
te forma parte de Suecia». La editorialista subraya que no cree que esto
sea una «tendencia» (una palabra que al entrar en el sueco resulta que
adquiere la connotación de «moda» arbitraria). Por el contrario, se
considera que es un «desarrollo lógico, que tiene sus paralelos en Nue
va York, París y Londres».
En este mismo número de CliC hay un artículo del reportero Per
Anderson, que ilustra especialmente el tratamiento de este tema. El
articulista sugiere que hay una revolución étnica que está en marcha
en el mundo ; y Suecia, conmovida por el espíritu del momento,
empieza a verse a sí misma bajo una nueva luz. Suecia nunca ha
sido monocultural; eso es una ficción, afirma, defendida por la tele
visión estatal sueca, los periódicos de Estocolmo y el Partido Social
demócrata. Lo que resulta nuevo es que empezamos a darnos cuen·
ta de ello.
No hay que sorprenderse, pues, si Anderson saca sus ejemplos so
bre todo de la cultura popular. Al hablar de tres intérpretes suecos de
procedencia inmigrante (Titiyo, Papa Dee y Leila K), observa que su
música está enraizada en el hiphop: «con sus tácticas de mezcla cultu
ral radical, la elección musical natural de los suecos de segunda gene
ración ha recaído en [el hiphop] , ya que todo empezó a principios de
los años 80 con el rap y el electrofunk».
«Si el hiphop ha logrado crear un conjunto que funciona, a partir
249
de la escoria cultural del Brome Sur, también tiene que poder lograrlo
en Tensta y en Rosengard.» (Dos suburbios de Estocolmo y Malmo,
respectivamente, que se caracterizan por una concentración de inmi
grantes de todos conocida.) Pero esta música no se queda en los subur
bios. El articulista afirma que los jóvenes suecos de elite se afanan por
adquirir la nueva cultura de los inmigrantes cuando van a bailar a sus
lugares preferidos en el centro de Estocolmo, un «mundo sin segrega
ción -y tal vez un atisbo del futuro- donde los orígenes extranjeros
cuentan como un plus en el balance de situación del nivel social».
No me habría extendido tanto en este número de CliC si no pen
sara que es un ejemplo especialmente elocuente de una tendencia mu
cho más generalizada en toda Suecia, sobre todo en las grandes ciuda
des : la inmigración, la etnicidad y el multiculturalismo en el escenario
local se ven como ideas y expectativas importadas.
Esta maraña de procesos culturales entre varias relaciones centro
periferia actúa de varias maneras. Los inmigrantes participan codo con
codo con los habitantes de Estocolmo en las relaciones que hay entre
su ciudad y los centros mundiales. De modo que Estocolmo es el lugar
donde algunos turcos, etíopes y vietnamitas se ven expuestos, por
ejemplo, a algunos productos de la industria transnacional cultural. El
mestizaje se produce no sólo con una cultura nacional sueca que es do
minante más bien a gran escala, sino también con una serie de corrien
tes culturales de otras procedencias. Y como la periferia de un centro
es a su vez el centro de otra periferia, es posible saltar de una a otra. Sin
embargo, es posible que los inmigrantes se relacionen con algunas de
estas corrientes de una manera diferente de la de los propios suecos.
Puede que tengan sus propios enfoques; o bien, que estas corrientes les
sugieran nichos concretos de adaptación para su vida en Suecia4•
Al mismo tiempo, y tal como indica el número de CliC, las actitu
des que adoptan los suecos nativos en tanto que población anfitriona
no son productos enteramente locales, sino que en parte se basan en
la experiencia personal o en la comprensión de las formas que la di
versidad adopta en otros sitios. Como los centros mundiales se con
vierten en modelos, los suecos esperan que Estocolmo, a medida que
llega «la oleada étnica», se modele a imagen y semejanza de esos cen
tros, tanto en las partes como en el todo: Tensta se convierte en el
Brome Sur, un lugar donde hay problemas sociales a la vez que inno
vación cultural.
4 En 1 994 apareció en Suecia una nueva revista muy vistosa llamada Creo/e; se cen
traba en las cultura de los inmigrantes y su contribución a la vida de Suecia.
250
Los MARCOS DEL FLUJO CULTURAL
5 Billy Ehn (1 992, págs. 69-73), un etnólogo sueco que ha hecho trabajo de investi
gación en Botkyrka, tiene una exposición muy esclarecedora acerca de cómo perciben
los jóvenes suecos las diferencias étnicas.
25 1
tarias, ven y oyen a otros que están anclados en el mismo territorio.
Pero cada vez más, las personas se desplazan a grandes distancias de
bido al trabajo y al ocio, de manera que pasan a ser testigos de y a par
ticipar en la vida corriente en sitios diferentes. Los inmigrantes que
han establecido su nuevo hogar en los suburbios de Estocolmo son
un buen ejemplo. Y del mismo modo, parte del flujo cultural centro
periferia, con centro en ciudades como Nueva York y periferia en Es
tocolmo, implica que los suecos nativos van a otros lugares, incluidas
las ciudades mundiales, y allí desarrollan ideas -de hecho, utilizan las
que allí encuentran fácilmente a su alcance-- con respecto a la orga
nización de la diversidad. Estos suecos son personas inmersas en cul
turas transnacionales de empresa o de trabajo, desde los ejecutivos y
los académicos a los artistas y las «au pair>>. El conjunto es considera
blemente numeroso en un lugar como Estocolmo.
Los marcos forma-de-vida y mercado están estrechamente relacio
nados. Los valores, gustos, habilidades o cualquier otra cosa que las
personas aprenden unas de otras, tienden a modelarlas como consu
midores, como compradores, dentro del marco mercado; y entonces
la cultura se convierte en un producto que los vendedores-producto
res, los intermediarios, ponen a disposición del público. Las personas
que han estado en las ciudades mundiales y allí han adquirido nuevas
preferencias de consumo, cuando vuelven a Estocolmo tienden a for
mar una parte del mercado local que consume el mismo tipo de pro
ductos culturales que ha encontrado en los centros.
El mercado, como marco para el flujo de la cultura, opera no sólo
haciendo que las personas se adapten a un patrón determinado de con
sumo en un lugar para luego recuperarlas como clientes en otro. Tam
bién, por ejemplo, ofrece de una manera más directa en la localidad pe
riférica los productos culturales importados del centro, y a menudo
hace que el origen metropolitano sea una parte significativa del valor
que esos productos tienen para el consumidor. Puede hacerlo con algu
nos artículos específicos, como por ejemplo algunas marcas concretas
de moda o de comida rápida, pero también con algunos conjuntos más
difusos; de modo que deberíamos tomar buena nota del tipo de fenó
menos que hoy en día se denominan frecuentemente «estilos de vida».
Aquí tenemos otra variante del carácter expansivo del marco mer
cado en cuanto al flujo cultural. Las formas de vida adquieren un cier
to valor como noticia (se diría que como «tendencias», en el sentido de
la revista CliC), y se puede vender la información sobre de ellas. Al mis
mo tiempo, la tendencia es que la descripción de estos estilos se centre
precisamente en tomo a las interpretaciones de los flujos culturales co-
252
rrespondientes a la forma de vida y al mercado. Y ciertamente, los «es
tilos de vida» que están de moda suelen importarse del centro; por
ejemplo, en Estocolmo ha habido «yuppies» últimamente, así como
una serie de estilos juveniles por medio de los cuales -lo que no es
menos importante-- se pueden abordar las cuestiones de etnicidad.
Si nos fijamos en la geografia cultural de Estocolmo, si bien algu
nas culturas transnacionales de empresa pueden afincarse en la perife
ria de Estocolmo, en un «Silicon Valley» local como Kista, la condi
ción de periferia que tiene Estocolmo con respecto a Nueva York o
Londres o París es más claramente patente en el barrio central de tien
das y negocios. Aquí es donde el inglés (seguido del francés en segun
da posición) se ha instalado sólidamente como idioma para la estética
de los productos, como bien podemos comprobar cuando leemos los
rótulos de las tiendas -aunque i'llnessa Fashion y jet Set KJader en Fit
ja, demuestran que este fenómeno también llega a los suburbios de in
migrantes. Pero además, en esa zona encontramos los ejemplos más
claros de cómo se encaja la diversidad cultural aportada por los inmi
grantes dentro de un marco mercado que se inspira en el de las ciuda
des mundiales. En cuestión de años, Hotorgshallen, el gran mercado de
alimentación situado bajo techo, pasó de ser una institución sueca
bastante tradicional a ser un sitio donde uno podía encontrar comida
rápida turca, especias de la India y diversos tipos de carnicería. Es en
el centro de la ciudad donde, como ya hemos visto, ha aumentado el
número de restaurantes étnicos, o de restaurantes que al menos tienen
un toque étnico, en los últimos veinte años; es aquí donde los suecos
que han aprendido a apreciar la comida árabe, china o india (hasta aho
ra al menos, lo más probable es que lo hayan hecho en Nueva York o
París más que en Beirut, Hong Kong o Delhi) pueden encontrar lo que
buscan. Y por último, tal como nos cuenta el articulista de Cli.C, aquí
es donde la diversidad cultural se convierte en producto vendible al es
tilo de la cultura popular, donde los de la segunda generación de Tens
ta y Hallunda que tienen talento pueden hacerlo como artistas.
En Estocolmo, igual que en Amsterdam y en las ciudades mundia
les, hay una especie de demografia cultural que participa en la organi
zación de la diversidad del mercado. Los elementos de las culturas in
migrantes pueden convertirse en productos, siempre que haya un nú
mero suficiente de grupos disponibles cuyos miembros demanden
esos productos; y en igualdad de condiciones, por supuesto, es proba
ble que esta posibilidad abarque más elementos en las ciudades gran
des que en las pequeñas. Pero más allá de este aspecto, en Estocolmo,
dadas sus relaciones y su inmersión en el mundo, hay un porcentaje
253
de población, superior a lo que sería la media, que puede estar dis
puesto a pedir una mayor diversidad de productos. De este modo se
desarrollan unos nichos étnicos y éstos incluyen las diferentes cocinas
a la vez que las actividades laborales en los ámbitos expresivo y estéti
co -música, y quizá también deportes- que al parecer utilizan un
cierto reparto exótico de papeles.
Paso a hablar ahora del estado como marco de organización para
el flujo cultural. Lo que apunto es que en Estocolmo podemos ver un
doble proceso de mestizaje que, sin embargo, está integrado. Por lo
que respecta a la gestión cultural, hay dos hechos básicos y evidentes:
Suecia es una nación-estado y goza del estado de bienestar. La legiti
midad del estado surge en parte de su función como guardiana de una
herencia compartida que está anclada en última instancia en el marco
forma-de-vida. El propio estado subvenciona el estado de bienestar, y
ésta es otra fuente de legitimidad. En las últimas décadas, el Estado
sueco, además de ofrecer bienestar material y social, ha pasado a desa
rrollar una concepción explícita de bienestar cultural: el buen estado
tiene la responsabilidad de proveer a los ciudadanos de significados y
formas significativas de alta calidad.
Ahora bien, si uno está tratando realmente con una población ma
yoritariamente homogénea, las obligaciones culturales tanto nacionales
como de bienestar se simplifican. Puede que Suecia nunca haya sido to
talmente monocultural, como señala el articulista de CliC, pero quizá lo
ha sido bastante; y durante varios siglos, el aparato cultural del estado
-iglesia, colegios y medios de comunicación- que se ha expandido
lentamente, ha basado su trabajo en esta premisa. El concepto socialde
mócrata por excelencia, elfolkhemmet o «casa del pueblo», combina pre
cisamente la idea de nación-estado con la de estado de bienestar.
Pero el aumento de la diversidad cultural a partir de los años sesen- '
ta ha producido un cierto replanteamiento de la gestión cultural den
tro del marco estado. Y lo que sugeriría al respecto es que el rápido
cambio que se ha producido en los estamentos oficiales suecos en
cuanto a la comprensión de las implicaciones culturales que se deri
van de la inmigración a gran escala, no fue el resultado de una elabo
ración totalmente propia, sino. que estuvo muy influenciado por lo
que ocurrió en otros lugares. Para expresarlo más concretamente, la
revitalización de la etnicidad que se convirtió en noticia global -pri
mero con la aparición del Poder Negro en Estados Unidos en los
años sesenta, y a partir de entonces con formas siempre nuevas-, fue
también una parte significativa del flujo cultural centro-periferia. Los
medios de comunicación hicieron que fuera así; los investigadores, no
254
menos implicados en la estructura centro-periferia de la Academia trans
nacional, ayudaron a que fuera así; lo que no quiere decir que las con
diciones locales para esta importación de ideas no fueran adecuadas.
No obstante, el reconocimiento de la diversidad cultural también
se refractaba a través del prisma del estado de bienestar6• Un aparato
estatal altamente centralizado y cohesivo podía dar un giro notable
mente rápido desde las viejas premisas de homogeneidad y asimila
ción hacia las de diversidad aceptada y duradera, al menos en princi
pio. La idea de una «libertad de elección» cultural se ha institucionali
zado en pocos años. Por otra parte, las nuevas interpretaciones de la
cultura y de la etnicidad que estaban afianzándose en el aparato esta
tal implicaban, además, el típico intercambio creativo -yo te doy, tú
me das- del proceso de mestizaje. El bienestar cultural como idea au
tóctona dio otro paso, más allá del mero hecho de permitir que las
personas que tenían un entorno cultural diferente fueran ellas mis
mas; y se transformó en un bienestar multicultural a medida que el es
tado fue asumiendo la responsabilidad de apoyar las culturas de los in
migrantes. Y así se pusieron en marcha, y se mantienen, ayudas para
las asociaciones de inmigrantes y sus actividades --clases de las diver
sas lenguas nativas en las escuelas y esa sorprendente biblioteca públi
ca multilingüe en Hallunda que ya hemos comentado7• Utilizando el
término acuñado en el capítulo 8, los grupos de inmigrantes se convir
tieron en clientelas imaginadas de los estamentos oficiales.
Por principio, evidentemente, el estado, en tanto que estructura de
organización para el flujo cultural, opera dentro del territorio del esta
do como conjunto y no en un sitio concreto o no sólo en Estocolmo.
Sin embargo, y como ya hemos visto, el estado de bienestar aplica
unas medidas concretas que de alguna manera se concentran en las
ciudades y en las barriadas de esas ciudades. Y puesto que el mercado
tiende a organizar la diversidad en las zonas céntricas, donde están las
mejores tiendas, el estado, a su vez, hace otro tanto y de una manera
255
significativa en los suburbios -en Hallunda y en Rinkeby8. Y el nexo
entre el estado y la forma-de-vida se convierte en el espacio donde
ocurren otra serie de procesos de mestizaje, a medida que las relacio
nes cotidianas que las personas establecen dentro del ámbito domésti
co y de los grupos étnicos empiezan a tener en cuenta las facilidades
que el aparato del estado les proporciona.
8 Habría que matizar un poco este punto. Hemos visto que en Hallunda y en Nors
borg hay empresas que encuentran su nicho en el abastecimiento de artículos de las cul
turas inmigrantes. Por otra parte, lo que sugiero es que la estructura mercado tiene una
participación menor en el manejo de la diversidad dentro de las relaciones inmigran
tes/indígenas que se dan en los suburbios.
9 No obstante, véanse los comentarios de Ghosh (1 989) y Clifford (1 994, pági
nas 304-306) con respecto a esta premisa.
256
que aquí nos interesa es qué capacidad tiene el centro, sea del tipo que
sea, para ejercer su poder como tal centro. Probablemente las circuns·
tancias locales que afectan a la estructura forma-de-vida tienen su im
portancia. De modo que volvemos al manejo de los significados den
tro de la estructura del estado: los que vuelven a casa ¿son bien recibi
dos como personas que contribuyen al enriquecimiento del acervo
cultural colectivo, o, por el contrario, se les etiqueta como cultural
mente contaminados? Las dos salidas, y también otras, son posibles.
257
14. Sophiatown : una visión a distancia
1 Cada vez hay más estudios y publicaciones sobre Sophiatown, o que hacen refe
rencia a este lugar; Copian (1 979, 1 985), Lodge (1981) y Gready (1 990). No tengo una
visión completa de todo lo que se ha escrito, porque soy consciente que no pude con-
259
nicas que al menos mantienen viva esta comunidad mítica, aun cuan
do, como es natural, la mayoría de habitantes corrientes de Sophiatown
no haya dejado documentos que puedan compararse a los anteriores.
Con todo, mi visión es una «visión a distancia». Recojo esta expre
sión del tercer volumen de las obras completas de Claude Lévi-Strauss
(1 985). Tal como yo la entiendo, esta expresión resume para Lévi
Strauss en qué consiste la antropología. Implica personas que vienen
desde lugares lejanos para hacer trabajo de campo, y que además anali
zan la condición humana frente a los materiales exóticos que la rodean2•
Como nunca he estado «en el campo» en Sophiatown, en este caso ten
go que identificanne más bien con la segunda parte de esta concepción.
Estoy convencido que los habitantes de Sophiatown tienen mucho que
decirnos acerca de cómo se hace la cultura contemporánea en el mundo
y, desde luego, tanto como los clásicos de la antropología: los de Bali, los
Nuer o los Nambikwara. De modo que hay que tomar lo que sigue
como un ensayo sobre la interpretación de la cultura -y la apreciación
de la misma- más que como un intento, o algo parecido, de hacer una
aportación detallada y documentada a la historia urbana de Sudáfrica.
Pero lo que ocurre es que mi interés por la cultura parece que es
muy diferente del que expresa Lévi-Strauss. Porque en The View.from
Ajar vuelve una y otra vez a la idea de que las culturas están esencial
mente separadas unas de otras, o que prosperan muy probablemente
bajo estas condiciones : «las culturas son como trenes que se mueven
cada uno por su propio carril, con su propia velocidad y siguiendo su
propia dirección» (1985, pág. 10)3• Ahora bien, creo que este tipo de
movimiento difkilmente convierte a Sophiatown en algo sobre lo que
merezca la pena reflexionar.
260
ñalar que lo anterior, en su versión extrema y dentro de ese contexto,
se aproxima de una manera desagradable a la política cultural del
apartheid. El punto de vista expuesto a lo largo de este libro, es decir,
el continuo intercambio y mezcla cultural dentro del ecúmene global
y de las ciudades heterogenéticas como puntos focales donde emerge
nueva cultura, tiene muchísimo que ver con ciudades como Johannes
burgo y, especialmente, con zonas urbanas al estilo de Sophiatown4•
Sophiatown no era en absoluto una zona aislada, ni siquiera era
una comunidad urbana separada del resto. Entiendo que era más bien
el tipo de barrio que es una parte de un conglomerado urbano más
amplio «donde está la acción» -Soho, Greenwich Village, el Q!iartier
Latin, el Kreuzberg, el North Beach de Johannesburgo; o, tal vez, lo
que Harlem era para Nueva York en los días (y noches) del Renaci
miento de Harlem durante los años veinte5• En un sitio como éste hay
una enorme actividad en lo que se refiere al manejo y a la configura
ción local de ideas y de formas simbólicas. Pero, además, introduce la
cultura del exterior como materia de trabajo, y puede que luego expor
te alguna cosa propia hacia el mundo que lo rodea, a nivel regional,
nacional, global.
King Kong, el musical que vi en Londres hace unos treinta años, su
giere algunas de las cosas que acabo de exponer. Cuenta la historia, ba
sada en gran parte en hechos reales, de un héroe trágico, el campeón
mundial de peso pesado Ezekiel Dhlamini (cuyo apodo como púgil
lo sacó de los carteles de la película); es la historia de una estrella del
boxeo que se vio envuelta en el mundo de los gángsteres, descubrió
que su compañera tenía otro amante, la mató, fue condenada a pri
sión y se suicidó en la cárcel 6• En el musical King Kong aparecían la
vida de la calle, esos lugares ilegales de venta y consumo de alcohol
4 Lo que Redfield y Singer (1 954) llaman ciudades ortogenéticas, tal como sugería
en el capítulo 12, puede ajustarse mejor en un mundo organizado como un mosaico
global. ¿Podía tener Pretoria algo de esto en las épocas del apartheid? El comentario de
Nakasa ( 1 985, pág. 49) es que «los afukaners de Pretoria parece que se sienten más en
casa allí que en ningún otro lugar del país. Parece que se pasean por las calles de Preto
ria con un tipo especial de dignidad, de confianza y de orgullo».
5 Las comparaciones no son totalmente originales. Hopkinson (1 962, pág. 90), el
expatriado británico que fue director del Drum, dice que Sophiatown es el «Barrio Lati
no», mientras que Nakasa (1 985, pág. 1 88) afirma que «Sophiatown tenía un corazón
como Greenwich Village o Harlem».
6 Véase Nakasa ( 1 985, pág. 1 1 9 y ss.), hablando de King Kong, y Matshikiza
( 1 96 1 , págs. 1 10 y ss.), acerca de su experiencia del juicio y las épocas intensas del mu
sical.
26 1
llamados shebeens, la violencia, y algo que en cierta manera se aproxi
maba a la música de aquel lugar: jazz, silbatos, canciones de trabajo de
los mineros negros.
Sin embargo, esta historia del municipio había emprendido un
rumbo que la alejaba de su origen y que iba cambiando a medida que
hacía camino. El texto era obra de un sudafricano blanco, y otros
blancos se habían ocupado de la producción teatral. La partitura era
de Todd Matshikiza, a la vez compositor y escritor y, sin duda, alguien
que conocía bien las callejuelas de Sophiatown. Pero muy pronto,
Matshikiza tuvo que emprender el camino del exilio. Cuando King
Kong se estrenó en Johannesburgo, la mujer que encamaba el papel fe
menino principal era Miriam Makeba, vocalista del grupo más impor
tante del lugar. Cuando vi la obra en Londres, Makeba había abando
nado la compañía para proseguir su propia carrera internacional. Y se
gún afirmaban los críticos, la música que surgía del foso de la orquesta
en el West End había perdido parte de su encanto original.
262
phiatown pasó a ser una de las pocas zonas donde los no blancos po·
dían ser propietarios de su terreno y de su casa. Aunque la mayoría
de los habitantes pertenecieran a la clase obrera y al lumpen·proleta
riado, era una zona apetecible para la clase media africana. Además,
había algunos residentes indios y chinos, y tiendas regentadas por in
dios, chinos y judíos. Todo esto contribuía a la diversidad de la esce
na local.
¿Acaso era Sophiatown un barrio bajo pobre? No se trata de enu
merar aquí los problemas sociales que tenía Sophiatown, o qué servi
cios y equipamientos fisicos le faltaban. Para lo que nos interesa, bas
ta con decir que algunos habitantes y observadores admitían que sí lo
era y otros, en cambio, afirmaban que no. El padre Huddleston nos
sugiere como contrapartida la imagen de una ciudad en las colinas de
Italia, probablemente en la Umbría:
263
habitantes del lugar), no se puede negar que, las más de las veces, la
presencia de estos gángsteres se vivía como una amenaza9•
Poco a poco los terrenos de Sophiatown fueron aumentando de
valor, y la presencia de un suburbio de grandes dimensiones habitado
por negros y tan próximo al centro de la ciudad resultó cada vez más
irritante para las autoridades de Johannesburgo; de modo que la «lim
pieza de los barrios bajos» se convirtió en el motivo que justificaba
una actuación en aquel barrio -en realidad, para hacerlo desaparecer.
(En su lugar surgió un barrio de blancos, al que se le ha puesto por
nombre «Triunfo».) Pero mientras continuó en pie, las condiciones fi
sicas concretas de Sophiatown podían considerarse como una contri
bución importante a la combinación específica de diversidad y de in
timidad dentro de la vida social. Las clases sociales y los estilos de vida
se entremezclaban. Las personas tenían que arreglárselas para encon
trar formas de coexistencia. «Las mansiones de dos plantas y las casi
tas pintorescas con jardines cuidados y atractivos, se alineaban junto a
las chabolas de madera cubiertas de chapa oxidada, en un conjunto
donde la mugre y el crimen se fundían en un abrazo»; así lo describe
Don Mattera (1 989, pág. 74), un jefe de banda que luego se convirtió
en escritor, nieto de un inmigrante italiano que fue un próspero trans
portista. David Copian (1 985, pág. 1 52) observa que «la gente recuer
da las duchas, aseos y letrinas comunales de Sophiatown, aunque in
salubres e inadecuadas, como lugares de encuentro informal, donde
los que tenían más medios y mejores estudios se mezclaban con los
vecinos más humildes». Y en algún espacio perdido en medio de este
conjunto, entre esas moradas modestas y bastante decrépitas, se podía
encontrar «la mansión palaciega del Dr. A. B. Xuma, con un garaje
para dos coches» -la cita es del escritor Bloke Modisane (1 965, pági
na 27). Alfred Bitini Xuma, doctor en medicina, que había estudiado
en América, Inglaterra y Escocia, era probablemente la persona más
famosa del lugar, y su casa era un hito en Sophiatown 1 0• Modisane
prosigue sus memorias y recuerda cómo él y su madre, una mujer viu
da que regentaba un centro de bebidas ilegales para mantener a su fa
milia, veían en el Dr. Xuma y en su casa un modelo de una vida me-
9 Véase Lodge ( 1 98 1 , págs. 1 1 9 y ss.) y Themba (1 972, págs. 68 y ss.) sobre los tsot
sis. Makeba ( 1 987, págs. 50-5 1) y Modisane (1965, págs. 1 82-1 83) describen ambos el día
que los tsotsis amenazaron a Makeba durante una actuación y le hicieron cantar la mis
ma canción varias veces seguidas (aunque Modisane sitúa el hecho en el cine Odin y
Makeba en otro municipio).
10
En cuanto al Dr. Xuma, véase Nakasa (1985, págs. 1 4 1 y ss.).
264
jor: «dormitorios separados, una habitación como sala de estar, otra
habitación para comer, y una habitación para estar a solas, para leer o
para pensar, para aislarse de Sudáfrica y no ser negro» (Modisa
ne, 1 965, pág. 36). Un lugar de refugio mental. Y con todo, allí esta
ba, tan real como cualquier otra cosa, con toda aquella vida desbor
dante del barrio que la rodeaba.
265
Uno podía quedarse en esos sitios hasta el amanecer, siempre y
cuando estuviera dispuesto a consumir bebidas. Los shebeens eran
uno de los centros de reunión social. En la antigua Sophiatown, el
shebeen no era simplemente un punto de encuentro para los borra
chos. La gente iba a los shebeens para debatir temas de interés, para
hablar de sus preocupaciones cotidianas, sus ideas políticas, sus te
mores y sus esperanzas. Había diversos tipos de personas que acu
dían a los shebeens. Pero tal vez los más interesantes, y los más peli
grosos, eran los políticos. Los políticos siempre quieren influir en
los demás y lograr que los otros adopten su punto de vista; y si al
guno discrepa, inmediatamente se convierte en sospechoso y en in
formador del bando contrario [ ... ] Así eran los shebeens de Sophia
town: unos antros pequeños, cochambrosos, escondidos en algún
callejón perdido, o bien lugares supuestamente elegantes, con mo
biliario sueco.
11
De una descripción de Sophiatown por «un africano que nació y creció allí».
12
Para los cafés vieneses y las cafeterías de San Francisco, véase Hannerz (1 992 b,
págs. 206 y ss.).
266
pular, la única que había en Sophiatown. Durante más de diez años y
mientras vivió en Sudáfrica, la misión fue el hogar del padre Huddles
ton, un incansable hombre de iglesia, educador, trabajador social y ac
tivista político; fue uno de los que tomó parte en la reunión del Odin
para salvar el futuro de Sophiatown. Un día, un chico del colegio le
dijo al padre Huddleston que había descubierto la música de Louis
Annstrong; Huddleston le buscó una trompeta, y como el interés por
hacer música se extendió entre los chicos, acabaron formando la
Huddleston Jazz Band. La Ley de Educación Bantú se aprobó poste
riormente, y Huddleston prefirió cerrar el colegio antes que someter
se a la destrucción política del mismo. Poco tiempo después se mar
chó de Sudáfrica y unos doscientos músicos le ofrecieron un concier
to de despedida. Hugh Masekela, el joven que había recibido aquella
primera trompeta, tampoco aguantó mucho tiempo en Sophiatown.
Tocó en la orquesta de King Kong y luego se labró un nombre a nivel
internacional.
Por último, fuera del espacio fisico de Sophiatown pero como par
te integrante de su espíritu, estaba la revista Drum, una publicación
mensual conocida 13• La sede de la revista estaba en otro sitio, pero al
gunos periodistas negros vivían en el barrio y otros acudían allí en
busca de historias o simplemente pasaban horas en los shebeens. Dos
de ellos por lo menos habían sido alumnos de St. Peter's y otro había
sido profesor de la escuela.
El propietario de Drum era el heredero de una destacada familia
blanca del mundo de los negocios en Sudáfrica, y solía contratar a una
serie de redactores blancos expatriados para sustituir a los escritores
negros locales de talento. Probablemente las discusiones entre los jefes
de redacción y los periodistas, y entre el propietario y todos los demás
eran inevitables. Pero entretanto, Drum revolucionó la manera de es
cribir de los sudafricanos. Cuando empezó la revista, el primer redac
tor jefe optó por una especie de «salvajismo noble» : relatos sobre los
jefes, la música y las costumbres tribales, familiarizando a los lectores
con sus propias tradiciones. Exactamente el tipo de material edifican-
267
te que los africanos alfabetizados tenían que apreciar y estimar, según
opinaban los blancos ilustrados que los conocían. El único problema
era que los ciudadanos de allí no parecían opinar lo mismo, de modo
que muy pocos prestaban atención a Drum. El segundo redactor jefe,
Anthony Sampson, dio un giro completo y la revista se convirtió en
un espejo de los hechos y las fantasías de la vida urbana: música po
pular, delitos, descripción de lacras sociales, deportes, jovencitas en
traje de baño ... muchísimas fotos. Henry Nxumalo, periodista negro
senior, podía hacerse pasar anónimamente por un empleado del cam
po bajo contrato, o por un preso, y explicar luego las experiencias que
había pasado; el tipo de periodismo de investigación en el que se ha
especializado el escritor alemán Günther Wallraff, en la Europa de los
últimos años. Además, Drum puso en marcha una nueva forma de es
cribir. Uno de los redactores, al hablar de Todd Matshikiza, el que
compuso la música de King Kong, decía que manejaba la máquina de
escribir «Como si fuera un cruce entre un saxofón y una metralleta»
(Hopkinson, 1 962, pág. 87).
268
sentido clásico de la palabra, aunque los tsotsis nos consideraban
como primos. Con todo, juro que ninguno de los caballeros que se
relacionaron conmigo en aquellas épocas fue culpable (declararados
o no) de asesinato, violación, agresión, robo, hurto, o cualquier
cosa semejante. Es cierto que nos pasamos muchas noches en la co
misaóa, pero siempre fue por tenencia ilícita de bebidas alcohólicas
o por borrachos. Tampoco éramos «gatos» --ese sofisticado grupo
de africanos urbanos que tocan jazz, viven el jazz, y utilizan un vo
cabulario que es la adaptación local de la jerga baja americana.
Éramos esa clase se aspirantes sensibles que llamábamos a la
puerta de la civilización de los blancos (en el máximo nivel que po
día ofrecer Sudáfrica), y que habíamos recibido como respuesta un
áspero «No» o un «SÍ» tan titubeante y poco sincero que nos había
mos replegado inmediatamente, como los caracoles cuando les to
can los cuernos.
(fhemba, 1 972, pág. 1 10.)
un jazz combo crea música en una sala de baile; música que proce
de del jazz americano negro, repicada en el yunque de la experien
cia sudafricana: la vida en los barrios bajos, el bandidaje, las redadas
policiales, la búsqueda desesperada de trabajo, guetos móviles, y co
sas por el estilo. La melodía es la de los silbatos de tres al cuarto,
mientras el bajo y la batería mantienen el ritmo. De tanto en tanto
el saxo hilvana su melodía entre los silbatos. Los músicos se abren
camino entre las notas, y con sus improvisaciones expresan la incer
tidumbre y el desasosiego de la vida urbana [ .. ] Y así ha evolucio
.
nado una cultura urbana. Es una vía de salida para los que no tie
nen a donde ir; pero es la única cultura fuerte de Sudáfrica.
269
O bien Bloke Modisane :
270
Aquí no sólo encuentras tu lugar, sino que te lo haces y te en·
cuentras a ti mismo. Todo esto tiene un sabor característico. De vez
en cuando tienes que ceder el paso a los que se montan su propia
forma de vida siguiendo unos métodos que no están en la cartilla,
pero ni te preocupas. Tienes derecho a escuchar los últimos discos
de jazz que ponen en Ah Sing's desde el otro lado de la calle. Pue
des ir con una chica de color al cine Odin un día cualquiera por la
tarde, y nadie pregunta nada. Puedes probar el curry de Rhugubar
mojando los dedos y no sentirte avergonzado. Y todo esto sin que
surja un sentimiento de transgresión. Es cierto que a bastantes blan
cos les he mostrado «el pequeño París de Transvaal»; pero muy po·
cos eran afrikaners.»
271
Recuerdo que una vez me planté ante una dependienta con
una lista de cosas que quería: un bote de aceitunas rellenas, una
lata de espárragos, un cuarto de libra de salmón ahumado, media
libra de hígado de gallina picado, un trozo de queso Estrom. La
chica reaccionaba con un sobresalto a cada cosa que le pedía y me
miraba con cara de pasmo, y mientras tanto, me sentía vagamente
divertido.
272
Los gángsteres del lugar estaban igualmente inmersos en este jue
go de cosmopolitismo y horizontes lejanos. Las bandas se llamaban
«los americanos», «los rusos», «los coreanos» o «los berlineses». Inclu
so la palabra tsotsis era una transformación de «zoot suits», esos trajes
de americana hasta las rodillas y pantalón muy ajustado que vestían
los jóvenes delincuentes americanos en una época ligeramente ante
rior; y tsotsitaal., el dialecto urbano asociado con estos criminales, era
una variedad de afrikaans en la que había una cantidad insospechada
de jerga americana17• Los tsotsis no se quedaban a la zaga en seguir la
típica moda que aparecía en las películas del cine Odin. Miriam Make
ba los recuerda sentados entre el público, en las épocas en que canta
ba con los Manhattan Brothers en los clubs de la ciudad :
17 Los nombres nos sirven para recordar el periodo histórico en el que floreció la
cultura de Sophiatown; la guerra fría y la guerra de Corea, y la promesa de independen
cia en otras partes de Africa, empezando por lo que luego sería Ghana. No hay duda de
que todo esto produjo un impacto en la imaginación de los habitantes de Sophiatown.
273
que quería redefinir la situación como un mosaico global en vez de
como un ecúmene global. Para los habitantes del barrio , la estética
cosmopolita se convirtió entonces en una forma de resistencia local.
Aceptar Nueva York podía ser una manera de rechazar Pretoria, de ne
garse a las consecuencias culturales que pudieran derivarse de cual
quier clase de «desarrollo separado». Cuando pensamos en la resisten
cia cultural local solemos pensar que extrae sus recursos simbólicos de
las raíces locales, y no hay duda que los habitantes de Sophiatown
también podían utilizar esos recursos. Pero tal como estaban las cosas,
parece que la lógica de la situación se centraba más bien en reafirmar
los vínculos entre Sophiatown y el resto del mundo.
Parece que en este caso es oportuno llamar la atención sobre la
diversidad del flujo cultural entre al menos algunos centros y algu
nas periferias. Se diría que esto enriqueció considerablemente el tipo
de posturas que, como adversarios, podían adoptar los de Sophia
town. Para Nakasa y sus amigos, la mejor literatura del mundo po
día ser la vara con la que medían la mediocridad de «prácticamente
todo lo que era sudafricano». Apreciar el jazz americano podía supo
ner un despliegue de sofisticación, un sentir que la capacidad de re
ceptividad dominaba un arte sutil. Pero, además, está el componen
te racial. Si ensalzar la cultura americana podía ser una forma gene
ralizada de afirmar el cosmopolitismo y un sentido de libertad, la
conexión específica con la cultura negra americana podía ofrecerles
unos recursos culturales determinados para el enfrentamiento que
mantenían con la Sudáfrica de los blancos. Es obvio que esta cone
xión específica se ha manifestado de diversas maneras a lo largo de
la historia de la sociedad negra sudafricana, desde la música popular
hasta la vida de las iglesias; y por supuesto, Nakasa sugiere que los
habitantes que se interesaban por los libros no sólo hablaban de Joy
ce, sino también de Langston Hughes. Las películas del oeste y de
gángsteres que pasaban en el Odin, también encajan en esta perspec
tiva, porque aportaban un modelo de libertad y de conflicto y lo ha
cían con autoridad.
Hasta aquí hemos hablado de la utilización local de lo global; es
decir, de cómo los habitantes de Sophiatown se servían de los elemen
tos importados para expresar, ante otros sudafricanos y ante ellos mis
mos, lo que eran o lo que querían ser. El contexto cotidiano es impor
tante para entender las peculiaridades del mestizaje y de la creatividad
en ese barrio negro. Vuelvo a pensar en Lévi-Strauss y en uno de los
capítulos de The View.from Ajar, cuando describe su vida de exiliado
en Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial:
274
Puede que muchos aspectos de la vida de Nueva York nos cau·
tivaran por esta razón: ponía ante nuestros ojos una lista de recetas
gracias a las cuales, en una sociedad que cada día resulta más opre·
siva e inhumana, las personas que decididamente la encuentran in·
tolerable pueden aprender los mil y un turcos que les ofrece, duran·
te unos breves instantes, la ilusión de que uno tiene la fuerza nece·
sana para escapar.
(Lévi-Strauss, 1 985.)
275
tro, es más probable que sea menos auténtico, quizá como la versión
del West End the King Kong. Pero lo que ocurre es que la idea de au
tenticidad corresponde más bien al mosaico global que al ecúmene
global.
Sophiatown ya no existe y la mayoría de los que escribían para la
revista Drum están en el exilio. Muchos murieron en el exilio, deso
rientados y bebiendo tal como lo hacían en los shebeens 1 8• Muy pocos
regresaron a Sudáfrica. Entretanto, sus textos estuvieron prohibidos
durante muchos años en su tierra natal. Nat Nakasa (1 985, pág. 172)
escuchaba las canciones Pondo y Swazi que Hugh Masekela tocaba en
Greenwich Village y sólo deseaba poder volver a su tierra para poder
escuchar más música de este tipo. Nakasa se suicidó en Nueva York
lanzándose al vacío desde la ventana de un séptimo piso 19•
Pero esta comunidad mítica continúa allí, reclamando su espacio,
podríamos decir, en el pasado útil del futuro de Sudáfrica. Y vista a
distancia, Sophiatown no sólo pertenece a Sudáfrica, sino al mundo
entero.
18
Mphahlele, que finalmente regresó a Sudáfrica después de una larga estancia en
otros sitios de Africa y también en Estados Unidos, describe el destino de varios de ellos
en su autobiografía Áfaca My Music (1 984); en cuanto a la vida de Mphahlele, véase
también Manganyi (1 983).
19
Masekela, en cambio, sí regresó a Sudáfrica.
276
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