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14/8/2017 CRÓNICA. El Rincón del Antropólogo.

AULAS SIN FRONTERAS: ANTROPOLOGÍA Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Mari Womack (UCLA)


(click aquí para información sobre la autora)

Nos guste o no, los temas que aborda la antropología se han hecho populares. La investigación sobre el ADN y la antropología forense se han
convertido en noticias de primera página, al igual que los descubrimientos o las denuncias sobre pérdidas de tesoros arqueológicos en Bagdad.
Noam Chomsky no es precisamente un nombre desconocido para nosotros, pero tampoco lo es para quienes están fuera de los grandes
salones académicos. A grandes rasgos, la antropología ha encontrado un camino de popularidad sin demasiada ayuda por parte de aquellos de
nosotros que la conocemos mejor. Somos como las tímidas doncellas que esperan en el baile a que vengan (los medios) a tomarnos de la
mano. Tal modestia deja mucho que desear en una disciplina que tiene tantas cosas que ofrecer a la sociedad.

En este artículo, me centraré en tres aspectos: (1) Porqué es importante para la disciplina que los antropólogos estemos disponibles para los
medios de comunicación. (2) Porqué los medios no nos buscarán a menos que mostremos cierto nivel de disposición a cooperar. (3) Porqué
debemos responsabilizarnos de asegurarnos que la antropología se incluya debates sobre asuntos tales como política, educación, familia,
vivienda, guerra y cualquier otro tema que afecte a la vida de los seres humanos.

Como antropólogos estudiamos todos Considerando el último punto, ¿Por qué debemos responsabilizarnos de que la antropología
los asuntos públicos y sabemos más participe en el discurso público? La respuesta es que como antropólogos estudiamos todos
los asuntos públicos y sabemos más que nadie sobre ellos. Los estudiamos
que nadie sobre ellos transculturalmente y por tanto no estamos restringidos a un único paradigma que intente
definir todas las experiencias humanas, como lo haría una película de Hollywood. Volveré a esto más adelante.

Margaret Mead fue una de las pocas antropólogas que comprendieron la importancia de la antropología en el discurso público. Ella fue
probablemente la única que registró a los medios de comunicación como parte de su currículum. Usó los medios de comunicación para extender
el alcance de la antropología y para que se impartiese en las clases de primaria. Gracias a esto cambió la forma de pensar de los
estadounidenses sobre aquellas personas que no eran como ellos. Usó el -por aquel entonces- incipiente medio de la televisión para mandar su
mensaje al público, y escribió artículos en las principales revistas de información general. Su énfasis en el aprendizaje, así como sus bases de
comportamiento generaron un clima cultural que pavimentó el camino del movimiento por los derechos civiles.

El mensaje de Mead fue poderoso porque no estaba guiado por un idealismo romántico, sino por la disciplina etnográfica. Nunca olvidaré lo que
le dijo a un grupo de feministas, mientras estaban siendo retransmitidas. Una miembro del grupo le comentó: “Queremos que sea posible para
una mujer con doce niños tener también una carrera”. Con su destreza habitual para salir del paso, Mead replicó: “Tener doce hijos es una
carrera”.

He dicho esto otras veces, pero es obligado repetirlo: Muchos de nosotros le debemos Muchos de nosotros le debemos nuestro
nuestro empleo a la habilidad de Mead para persuadir al público de que la antropología
empleo a la habilidad de Mead para
es relevante para sus propias vidas. Muchos colegas tienen departamentos de

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antropología por la misma razón. Desde entonces, nos hemos dormido en los laureles. persuadir al público de que la antropología
Recuerdo momentos cuando comencé a estudiar antropología en 1970. Oí a un miembro es relevante.
de la facultad a quien se le preguntaba sobre la relevancia de la antropología. Él replicó:
“Por lo menos, no estamos haciendo daño a nadie”. Ahora que soy yo quien da la clase, a menudo tengo antiguos estudiantes que vienen y me
dicen que su clase más importante en el colegio fue la de antropología. “Cambió toda mi vida”, me dicen. Personalmente puedo enfatizarlo
porque la antropología también cambió la mía. Es más, a veces me siento como una evangelista de la antropología; y parafraseando a
evangelista televisiva estadounidense Katherine Kuhlman, diría: “CREO EN LA antropología (los milagros)”.

Durante mi carrera también me vi amenazada por los augurios de falta de trabajo y reconocimiemto. Algunas veces hoy, incluso al poner en
marcha proyectos en bancos u otras instituciones, las personas me dicen al saber que soy antropóloga: “La antropología era mi clase favorita en
el instituto, pero tenía que ganarme la vida”. Yo aguanto las ganas de explotar diciéndoles: “Pues yo me gano la vida como antropóloga”.

Cuando estudiaba en UCLA trabajaba en la oficina de alumnos. Se me ocurrió mencionarle al director algo sobre la falta de empleo de los
doctores en antropología, y me respondió: “¿De qué me hablas? En todos los formularios les pedimos a los alumnos de doctorado si les han
ofrecido ya trabajo antes de su graduación, y los antropólogos son los que se doctoran con más ofertas de trabajo que cualquier otra titulación
de ciencias sociales o humanidades”.

los antropólogos han acumulado un Desde 1960 los antropólogos han acumulado un historial de exceso de modestia sobre sus
historial de exceso de modestia sobre propios logros y sobre el valor de su disciplina en la sociedad. Me di cuenta de ello cuando
era representante de los estudiantes en el Senado Académico de UCLA, y eso me permitió
sus propios logros comparar la cultura de los antropólogos con las de otros departamentos universitarios. Cierto
profesor titular, consejero de varias agencias de asignación de becas, resaltó la auto-devaluación que los antropólogos hacían constantemente,
y me dijo: “Los psicólogos piden millones de dólares al año para un laboratorio, asistentes, equipos y cajas de ratas. Los antropólogos piden
20.000 dólares para coger a sus familias, irse a algún lugar remoto del mundo y estar un año investigando en una jungla. ¿Cómo pueden
pretender hacer una investigación con tan poco dinero”.

Como podemos ver, nuestra modestia no nos favorece. Por el contrario, provoca el que las fuentes de recursos y los medios de comunicación
nos miren por encima del hombro. De la misma forma que las chicas primerizas son animadas a enseñar sus prendas para atraer al marido más
deseable, la exposición mediática atrae dinero a las disciplinas académicas y a universidades específicas. A menudo he pensado que el equipo
de fútbol americano de la University of Southern California es el que consigue las becas para investigación académica y proyectos en dicha
institución.

De hecho, la antropología ya ha permitido que otras áreas ocupen su lugar. Un típico ejemplo está en los programas de investigación dedicados
a la diversidad étnica. Esta tradicional área ha sido ocupada por los educadores. ¿Dónde están los antropólogos? Mientras nos sentamos viendo
hermosos cuentos etnográficos, los fondos se van a aquellos que más se han centrado en la promoción mediática. Irónicamente, al menos en
los colegios que conozco, los departamentos de antropología son los que más atraen a nuevos los estudiantes, y por tanto los que ayudan a que
otros departamentos de esos centros sobrevivan económicamente.

los departamentos de antropología son Mencionemos otro ejemplo más cercano sobre la invisibilidad de la antropología. ¿Por qué los
antropólogos no fueron preguntados sobre la necesidad de conservar los tesoros
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los que más atraen a nuevos los arequeológicos de Baghdad ni sobre las consecuencias sociales que tendría la invasión de
estudiantes, y por tanto los que ayudan Estados Unidos? Cualquier arqueólogo podría haber advertido sobre el riesgo de daño de
a que otros departamentos de esos dichos tesoros, cualquier antropólogo cultural hubiese predicho la devastación social que allí
iba a tener lugar y cualquier lingüista podría haber avisado de la necesidad cultural de dar una
centros sobrevivan económicamente. comunicación adecuada.

No estoy diciendo que los antropólogos tengan la culpa de no haber sido consultados por la decisión de invadir Iraq, pero sí que nuestra
invisibilidad nos impide ser oídos en campos donde tenemos mucha experiencia. Podemos hacer algo para evitar dicha invisibilidad. Nuestra
negación a salir a la luz pública pone en peligro a la vez nuestra disciplina y el futuro de la humanidad.

Respecto a la segunda parte de este artículo, sobre la inutilidad de esperar a que los medios de comunicación vengan a nosotros, comenzaré
hablando de mi experiencia como periodista. He trabajado en varios medios de comunicación más tiempo del que lo he estado en la academia y
he entrevistado a especialistas de una gran variedad de disciplinas; como Walter Álvarez(1), de la U.C. Berkely o Roger Revelle, de la institución
de oceanografía Scripps. Me han proporcionado momentos maravillosos, como cuando este último, contemplando el Océano Pacífico en el norte
de San Diego, interrumpió la entrevista diciendo: “¡Fíjese, allí hay ballenas!” Y permanecí unos veinte minutos contemplando una manada de
ballenas con el “Pope” de la oceanografía.

Cuando los periodistas se juntan un tema frecuente de conversación es hablar sobre qué entrevistas han sido fáciles y agradables y cuales
difíciles y desagradables. Después de todo, un periodista puede llevar a cabo cuatro o cinco entrevistas en un solo día. Por acuerdo unánime,
las entrevistas más fáciles y agradables son aquellas realizadas a académicos y científicos que son más respetados en sus campos. Por
supuesto, hay explicaciones: una es que son ellos los que más apasionados están por lo que hacen y por expresar ante el público dicha pasión.
Siguiendo el título de este artículo: “Aulas sin fronteras”, al hablar con los estudiantes estos me dicen que sus mejores profesores son aquellos
que se apasionan por su asignatura. No hay ninguna contradicción aquí: los mejores profesores son también los que más atraen a los medios.

El físico teórico Richard Feynman(2) -a quien no tuve el placer de entrevistar- dijo una vez que los mejores especialistas en un campo académico
determinado son los mejor capacitados para explicar su conocimento en pocas y simples palabras. Una buena entrevista puede explicar ideas
complejas en términos simples sin perder el núcleo principal. La gente que no tiene claro lo que quiere contar es la que suele caer en la
ignorancia, con palabras que suenan de forma rimbombante pero que o bien no son claras para explicar o simplemente son incomprensibles
para el público.

Los peores especialistas son aquellos que están luchando por escalar puestos en su rango académico. Normalmente son los que suelen haber
publicado un primer libro y tienen cierta incertidumbre sobre sus futuras autorías. Uno de mis colegas periodistas acudió a entrevistar a un
profesor de una universidad de primera línea, cuyo libro había sido solicitado por el departamento de relaciones públicas de una universidad.
Cuando el periodista llegó a su oficina para la entrevista –la mayor parte de las entrevistas duran unos 25 minutos- el profesor le dio un paquete
de artículos y le dijo: “léase esto antes de hacer la entrevista”. El periodista no tuvo más opción que la de irse y más tarde no tuvo tiempo de
hacer un artículo sobre su libro. El profesor perdió la oportunidad de llegar a una audiencia de 130 millones de personas. Sea lo que sea lo que
pensemos de los periodistas, nos están dando publicidad gratuita. Institutos, universidades e instituciones de investigación gastan muchísimo
dinero en tratar de que el público les conozca. Las relaciones públicas son fundamentales para la consecución de fondos de investigación. A
nivel personal, favorecen el tener un buen trabajo en una universidad de prestigio.

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No tengamos miedo a la hora de conceder entrevistas. Los periodistas están permanentemente en la necesidad de cumplir fechas límite. Suelen
manejare unas diez historias a la vez, pero su programa de trabajo está siempre sujeto a la interrupción para contar una nueva historia si es
interesante. Los académicos más citados son también los que tienen experiencia suficiente en su campo como para dar un interesante
comentario sobre él en momentos puntuales. Si pensamos que podemos ofrecer algo interesante, hay que decirlo directamente. La duda es
siempre una pérdida de tiempo. También ayuda –y es una buena forma de relaciones públicas- el ofrecer el nombre de un colega que pueda
tener más conocimiento en la materia. Los periodistas agradecerán la indicación y además mantendrán nuestro nombre en sus agendas. Si
somos mencionados por las noticias a través de la oficina de relaciones públicas de nuestra universidad o por un colega, ofrezcamos un mínimo
de cortesía. Nuestra actitud afectará a la reputación de nuestra institución y el resto de nuestros colegas.

Una vez un columnista de Los Angeles Times me pidió que le diese el nombre de un especialista en una determinada área. Después de pedirle
permiso, le di el nombre de una colega, quien eludió las llamadas del periodista durante varios días y luego me llamó diciéndome que había
decidido no hacer la entrevista. No sólo dio una imagen de absoluta falta de profesionalidad, sino que también dañó la mía.

Un dicho en Hollywood reza que no hay nada como una mala publicidad. Puede que sea un punto de vista exagerado, pero es cierto que el
reconocimiento llega a ser más importante en la academia cuanta más orientación publicitaria hay en los medios. En cierta ocasión di una charla
sobre la psicología de los rituales del deporte, en unas sesiones sin gran interés científico (pero sí mediático). El artículo dio algunas vueltas y
fue publicado en un libro llamado Sport and Religion, en 1993. Cierto artículo que presenté bajo en mismo título, en UCLA en 1991 ni siquiera
fue listado en Internet. Pero hace unas semanas, recibí una invitación para escribir un artículo sobre deporte y religión en la segunda edición de
la Enciclopedia de la Religión, publicado por Macmillan. Estoy particularmente contenta de dicho artículo, no sólo porque fue un reconocimiento
a mi investigación, sino porque difunde la antropología más allá de la propia disciplina.

En mi papel de evangelista de la antropología, considero que los antropólogos debemos estar presentes en cada debate relativo a la vida
humana, y que la enseñanza de la antropología debería ir más allá de las fronteras de las aulas, o incluso de las reuniones internacionales de la
disciplina.

Si Margaret Mead viviese, no creo que se su voz hubiese permanecido silenciosa ante asuntos como la crisis de Iraq. Precisamente porque ella
se definió a sí misma como una portavoz de asuntos de política pública, su voz debe ser oída. Los antropólogos no pueden permitirse el lujo de
estar sentados anodinamente mientras otros – con mucha menos experiencia- deciden el futuro de la humanidad. El futuro de la humanidad –y
de la antropología- será decidido por aquellos que estén dispuestos a situarse a sí mismos en el dicho discurso y en un estilo que sea accesible
al gran público.
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(1) Premio Nobel de física en 1968 y uno de los científicos componentes del equipo creador de la bomba atómica. (N.del E.)
(2)Premio Nobel de física en 1965, conocido por su carácter inquieto y polifacético. Escritor del Best-Sellers “¿Está usted de broma, Mr.Feynman?. (N.del E.)

Mari Womack es Doctora en antropología, escritora y periodista. Especializada en antropología simbólica y cognitiva. Ha publicado
numerosos artículos y libros, entre los que se encuentran Symbols and Meaning, Sport as Symbol: Images of the Athlete in Art,
Literature and Song o Gods, Heroes, and Demons: The Importance of Symbols in Everyday Life. Ha viajado y trabajado como
antropóloga y periodista en diversas partes del mundo; conociendo y entrevistando a numerosas personalidades como Ronald
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Reagan, Mohammad Ali, Benezir Bhutto o el Dalai Lama, así como a numerosos Premios Nobel. Es asesora de diversos medios de
comunicación para guiones de radio y televisión. Imparte docencia en varias instituciones de California.

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