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El evangelio de LUCAS, al igual que los otros sinópticos, representa a Jesús como Cristo
e Hijo de Dios, aunque en él aparecen como específicos los títulos de Jesús rey, Jesús Salvador
y, particularmente, Jesús salvador y Señor.
Lucas coincide con los otros dos sinópticos en el modo de ordenar el evangelio: primero,
ministerio de Galilea (Mt 4, 14-9, 44); luego, una sección de peregrinación continua (9, 51-19,
44) y, finalmente, su actividad en Jerusalén (19, 45-24, 53).
Como dice Caba, «todo el evangelio está orientado hacia Jerusalén, no como mero
sentido de puesto geográfico, sino como lugar de cumplimiento de la misión profética de Jesús,
donde se realiza su obra de salvación para todas las gentes hasta los confines de la tierra».
Jesucristo es visto, también, como centro del tiempo en el que, por un lado, se cumple la
esperanza del pueblo de Israel (Lc 4, 21) y, por otro, se inaugura el tiempo de la Iglesia,
caracterizado, en la perspectiva de Lucas, como tiempo del Espíritu.
Jesús, Señor
Jesús, profeta
En intima conexión con esto está la presentación de Jesús como profeta. Todo el evangelio de
Lucas está orientado hacia Jerusalén como lugar de cumplimiento de la misión profética de
Jesús. La presentación general de Jesús como profeta obliga a mostrarlo itinerante hacia
Jerusalén, ya que, al igual que cualquier otro profeta, no puede morir fuera de la ciudad (Lc 13,
33-34).
Lucas es el único que nos cuenta que Jesús, en la sinagoga de Nazaret, se atribuye el
oráculo de Isaías: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los
pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la salvación a los cautivos y la vista a los
ciegos para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19).
Aquí se abre el ministerio público de Jesús, es como el programa de toda su actuación.
Toda la misión de Jesús aparece unida a la inspiración permanente del Espíritu Santo.
Jesús es presentado como un profeta: «un gran profeta ha surgido entre nosotros y Dios visitado
a su pueblo» (Lc 7, 16). Pero el Espíritu no mueve a Jesús como a otro profeta cualquiera. Ya su
misión aparece más amplia que la de Elías y Eliseo, pues se trata de una misión universal. (Lc 4,
25-27). El Espíritu mueve la intimidad personal de Jesús como Hijo. En el himno de exultación,
muestra Mateo se limita a decir que «Jesús tomo la palabra y dijo» (Mt 11, 25), Lucas subraya
que Jesús exulto en el Espíritu y dijo: «todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce
quien es el Hijo sino el Padre…» (Lc 10, 22). Es el Espíritu el que manifiesta la filiación divina de
Jesús.
Cristo resucitado anuncia él envió del Espíritu Santo, el cual comunicara a los discípulos
la fuerza divina: «Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre» (Lc 24, 49).