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El sol del poder: simbología política entre los muiscas del norte de los
Andes

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Francois Correa
National University of Colombia
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CAPÍTULO VII
El control del poder
LA HISTORIA PREHISPANICA DE LOS MUISCAS reconstruida por los conquistadores y
los administradores coloniales transfirió su propia interpretación de la polí-
tica convirtiendo la guerra en instrumento de ampliación del imperio para
someter las gentes a la tributación. Cruentas guerras habrían conducido a la
concentración de la riqueza y del poder, cuya centralización política y gue-
rrera en este capítulo será confrontada con los principios y la realización de
la organización política de los muiscas. Los estudios de antropología y ar-
queología social han buscado esclarecer el origen de la política a partir de
comparaciones y prolongados desarrollos históricos, argumentando que las
sociedades de cacicazgos se habrían originado en la necesidad de responder a
condiciones ambientales y sociales que demandaban la producción y redis-
tribución de excedentes económicos para sufragar necesidades comunitarias
que justificarían el surgimiento de jerarquías estratificadas, aunque no ha-
bían alcanzado una verdadera especialización administrativa representada
por el Estado. Nuestra observación, que se centra en la naturaleza de las
relaciones sociales en las que descansaba el ejercicio del poder entre los muiscas,
aquí se dirigirá al análisis de los mecanismos sociales y económicos que, por
excelencia, permitirían argumentar tal legitimación del control del poder.
Para ello partiré de la observación de los procedimientos de transmisión
del cargo, que se demostrarán como mecanismo expedito de control social de
acceso al poder, y avanzaré sobre la intervención de las autoridades en la eco-
nomía y la transmisión de la propiedad sobre los medios fundamentales para
la reproducción social. Me apoyaré en los resultados del capítulo anterior, que
nos propone que las relaciones de parentesco apoyaban ciertos principios que,
de modo particular, expresaban la simetría y la asimetría de las relaciones so-
ciales. Observaré cómo la sucesión, la herencia y la transferencia de bienes y
servicios a las autoridades no escapaban a dichos principios. Argumentaré cómo
las características básicas de la economía que indican la relativa autonomía de
las unidades básicas de los muiscas, como ocurre en toda sociedad, dependían

[234]
EL CONTROL DEL PODER

de relaciones de intercambio entre las gentes, internas y externas. Analizaré,


entonces, la naturaleza de la circulación de ciertos excedentes a través del
intercambio entre las gentes y cómo la reproducción de la sociedad también
dependía de las relaciones de los productores con sus autoridades, cuyo in-
tercambio desigual comprometía, de todas maneras, cierta contrapartida
política que garantizaba la legitimidad, la autoridad y su prestigio.
Además de las fuentes que he venido citando, aquí centraré la atención
sobre documentos administrativos del Archivo General de la Nación. Tam-
bién citaré otros documentos que fueron transcriptos oportunamente por el
profesor Juan Friede del Archivo General de Indias de Sevilla, y fueron com-
pilados en dos series monumentales 1 . También retomaré algunos testimonios
citados por el profesor H. Tovar Pinzón sobre la tributación colonial, los
cuales, de acuerdo con mi atención sobre el zipazgo de Bogotá, someteré de
nuevo a anáfisis contrastándolos con otras fuentes y con documentos del Archivo
citados por diversos autores.

Control social
A semejanza de su propia sociedad, los hispanos pretendieron separar
los asuntos políticos, religiosos y militares, proponiendo otras especializacio-
nes que apoyaban su descripción de una administración piramidal cuyos esca-
lones se levantaban desde las gentes del común hasta los linajes nobles, en cuyo
ápice se hallaban los reyes que competían por el imperio. La clásica referencia
fue la del frayle Simón, quien describió tal estructura política equiparando
cargos indígenas con títulos nobiliarios hispanos:

No eran iguales en linaje todos los caciques, pues unos eran menores y de menos
estimada sangre; otros eran de mayor estima, a quien llamaban Bsaque, y éstos
eran en especial los que tenían sus pueblos en fronteras de enemigos, como el
Pasca, Subachoque, Cáqueza, Teusacá, Fosca, Guasca, Pacho, Simijaca. El Tibacuy
era como condestable, Guatavita y Ubaque eran como duques, el Suba Virrey, y
el rey de Bogotá; aunque por tiranía, porque en las primeras poblaciones de

1
Se trata de los Documentos Inéditos para la Historia de Colombia (1533-1535),
publicados entre 1955 y 1960, y las Fuentes Documentales para la Historia del
Nuevo Reino de Granada (1533-1555), publicados entre 1975 y 1976, que citaré
bajo las siglas DIHC el primero y FDHC la segunda, a las que agregaré el tomo y
número del documento, según el índice del profesor Friede.

[235]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

estas tierras cada cacique fue señor de lo que entonces le cupo de tierra y vasallos
sin sujeción a otros, hasta que con violencia sujetó después el Bogotá a muchos
caciques., y lo mismo sucedió con el cacique de Tunja o Ramiriquí, que con la
misma violencia sujetó a muchos de aquella tierra... (Simón, 1981, III: 391).

De hecho, los hispanos se interesaron en la organización política de los


muiscas con el fin de esclarecer las fuentes de la tributación pero nunca, que
sepamos, describieron las relaciones que vinculaban a las autoridades con sus
gentes. Para proseguir la reconstrucción de las relaciones en las que descansa-
ba el control del poder, partiré de la observación de los procedimientos que
derivaban del parentesco.
La sucesión2 aparece como el procedimiento social más expedito para man-
tener el control de acceso al poder en manos de ciertos segmentos de la sociedad
con exclusión de los comuneros. Aunque en principio derivaba del orden de filia-
ción, la alianza matrimonial entre sus miembros extendía una selectiva red de rela-
ciones políticas que articulaba a las jefaturas de distintas unidades locales.
Los primeros cronistas asociaron la sucesión con la transmisión de la
herencia. También hizo lo mismo el Epítome, refiriendo el traspaso de las
haciendas y estados por vía de los hermanos y en su defecto en los sobrinos 3 .
Lebrija y Sanct Martín refiriéndose a la ilegitimidad de la transmisión del
Bogotá en Sagipa, le afirman en el sobrino 4 . Poco más tarde Castellanos pre-
cisaba:

Hechas, pues, las infames ceremonias


en este funeral de Nemequene,
los príncipes y jeques se juntaron
para constituir en el Estado al sucesor,
que no puede ser hijo, sino sobrino, hijo de hermana,
y en defecto de no tener sobrino,
hermano del señor es heredero...
(Castellanos, 1955,1:67)

2
Debe entenderse por sucesión la transmisión del cargo, distinto de la transmi-
sión de la propiedad, que analizaré más adelante.
3
Epítome, en Ramos.1972: 297; Oviedo, 1852, III: 123.
4
Sanct Martín y Lebrija, en Oviedo, 1852, III: 87.

[236]
EL CONTROL DEL PODER

Simón también dijo que: ...Este reino, según la costumbre que tenían, que
es bien común en todas las Indias, no lo heredaba hijo ni hija, ni sobrino hijo de
hermano, sino sobrino hijo de hermana del cacique...5. Conforme con la distin-
ción del mayorazgo, Castellanos afirmaba la precedencia de la sucesión en el
hijo mayor de la hermana mayor, que podemos apuntalar con la aseveración
de otro cronista: Son herederos de la Corona de Bogotá los sobrinos, hijos de
hermanas, prefiriendo los mayores a los menores, y a falta de éstos los hermanos
del Rey...6. Los testimonios de los visitadores de la Real Audiencia publicados
por Tovar7, que consultaron testigos por todo el Altiplano, no dejan duda so-
bre la sucesión por vía avuncular.
Aunque el nombramiento era resultado de la petición de los indios a las
autoridades en tiempos coloniales, en principio la administración pretendió
respetar ios usos y costumbres de ia sucesión avuncular como ocurrió con don
Goncalo, don Pedro Suesucha y don Joan Tibusa, capitanes del pueblo de
Gachancipá, quienes a la muerte del cacique don Joan Tensengache pidieron
en 1609 se ratificara el nombramiento de:

Don jo(an) tentyache heredero legitimo del dicho casigasgo por ser como es
sobrino del casique que fue del d(ich)o pueblo de gachensupa ya difunto que se
llamava don jo(an) tesunga hijo de una hermana del di(ch)o casique difunto
que se llama doña ju(an)a que oy bive y save el [roto] t(estig)o que el heredero
del d(ich)o casigasgo para que (roto) muy antigua ley entre los naturales de la
(tie)rra que los sobrinos hijos de hermana her(eden) a los tíos los casicazgos...
(AGN.Caln t. 49: 426r-426v).

La transmisión del cargo por vía avuncular también fue el argumento


que esgrimió don Diego de Torres, quien a fines de la séptima década del siglo
XVI unió su reclamo con don Alonso de Silva ante las autoridades hispanas y
la Corona. Su reconocimiento como sucesores de los cacicazgos de Turmequé
y Tibasosa reivindicaba su ascendencia indígena contando con que, no obs-
tante ser hijos de españoles, su madre indígena los vinculaba como sobrinos
de los respectivos caciques y, en consecuencia, con derecho de suceder el

5
Simón, 1981,111: 195.
6
Piedrahita, 1942,1:49.
7
Tovar, 1980.

[237]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

cacicazgo8. Un caso similar todavía ocurrió en 1643 cuando contando con el


acuerdo de los indios se nombró a un mestizo como cacique de Guasca9, pues
entonces el mestizaje del cacique le desautorizaba al cargo según expresa pro-
hibición de la Corona 10 .
Pero la sucesión avuncular incluía otras restricciones y alternativas, como
la exigencia del mayorazgo que ilustraremos enseguida. En el año 1576 se en-
frentaron dos primos hermanos por el cacicazgo de Guasca. Don Juan alegó
ser hijo de una hermana mayor (Vensegusia, Ventegusta o Bentevista) del fina-
do cacique, mientras que Andrés era hijo de una hija del cacique. El cacique
viejo, Don Felipe, llamado Guascaysaque, murió estando Don Juan ausente de
Guasca. Por eso se nombró a otro indio del repartimiento, Don Pedro, quien
se desempeñó hasta su muerte cuando, ya enfermo, llamó a Juan para decirle
que era el verdadero sucesor y por lo cual le dio: dies y siete sartas de cuentas y
siete tejuelos de oro y otro seys pedazos de oro de los que ponen en las totumas y
dies cabuyas de cascabeles y otras cosas de su hazienda. Sin embargo, los indios
eligieron como cacique a Andresito por su mayor experiencia y edad, aunque
sabían que a Don Juan le asistía el derecho del cargo: por ser pariente mas pro-
picio del cacique viejo.
El pleito consultó con ancianos del repartimiento incluyendo a Bentiva
hermano del cacique, a Ycombativa padre de Andrés, y al cacique de Guatavita.
A pesar de que Don Andrés alegó ser: sobrino mayor que soy hijo de hermana
mayor que soi del cacique viejo de guasca y sobrino mayor que soi y heredero del
d(ic)ho cacicasgo, y que Juan era efectivamente primo hermano suyo e hijo de
hermana menor pero de menor edad, el pleito terminó con la ratificación por
la Real Audiencia de Don Juan como cacique de Guasca dando razón a su
alegato y testimonios 11 , lo que aparece indicado en el diagrama por las líneas
punteadas.
La precedencia del mayorazgo para el nombramiento se extendió hasta
bien entrada la colonia. En 1658 pleitearon dos hermanos por el cacicazgo del
pueblo de Pachaquirá agregado al de Boyacá. Ocurrió que tres años antes el
cacique don Juan por estar ya muy biejo e impedido de aministrar el d(ic)ho

8
Ulises Rojas, 1965: 14.
9
AGN.Caln T. 20: 826r-840v.
10
AGN.Caln. T. 57: 597r-604v; AGN.Caln T. 20: 826r-840v.
11
AGN.Caln Rollo t. 020/78: 703-711.

[238]
EL CONTROL DEL PODER

Disputa por el cacicazgo de Guasca en 1576

Felipe Cacique Viejo

Juan ^\^ A Ycombativa

Andrés

cargo de tal casique y no poder acudir a la solisitud de las cobranzas de demoras y


requintos renunció a su cargo traspasándolo a don Antonio, el hijo de su her-
mana mayor doña Cathalina. Sin embargo, al momento de la dejación del car-
go de don Marcos hermano mayor del anterior: dijo que no quería usar el
casigasgo por aliarse enfermo ynpedido para asi poder gobernar la gente conq (ue)
el estico don marcos eligió al dicho don antonio su ermano..., quien fue aclamado
por la gente y posesionado con los autos pertinentes ante la Real Audiencia. Al
cabo de tres años las gentes ofendidas por los agravios y maltrato de don Anto-
nio que se apoyaba en los corregidores y doctrineros, alegaron su ilegitimidad
demandando se nombrara a su hermano por ser el mayor y: sobrino de don
juan cacique del dicho pueblo que esta agregado al de Boyacá y hijo de doña
Catalina hermana mayor del d(ic)ho caciq(ue) y como tal subcesor del d(ic)ho
cacicazgo y a quien le toca y pertenese según la costumbre que se observa entre los
naturales. No obstante ambos eran hijos de la misma hermana mayor del caci-
que, la demanda se apoyaba en la precedencia del mayorazgo. Sin embargo,
luego de un año de engorrosos procedimientos y testimonios, en 1659 la Real
Audiencia ratificó a don Antonio como cacique de Pachaquirá12.
Pero, es predecible que la falta del sucesor obligara a apelar a mecanis-
mos supletorios. Es lo que aseveraba Castellanos sobre la alternativa elección
del hermano del cacique a falta de sobrino y lo que un testigo afirmó en el

1
AGN.Caln t. 10: 448r-466v.

[239]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

citado pleito de Guasca: que faltando su sobrino hereda el sobrino de su antece-


sor. La transmisión en el hermano del cacique también aparece en los testi-
monios documentales del siglo XVI para Sáchica y Tibanche 13 , y Duitama 14 ,
e incluso en 1547 en Sáchica sucedió el hermano de la madre del cacique 15 .
Todavía en 1620, ante la muerte del cacique de Soaca, dos hermanos discu-
tieron por el cacicazgo y aunque tuvo prelación el hijo mayor, hijo de her-
mana mayor, un testimonio afirmó: que cuando no hay sobrino sucede el
hermano del cacique. Pero, como puede advertirse, la sucesión en el hermano
del cacique ocurría en ausencia del hijo de la hermana o cuando éste no
poseía la edad suficiente para ejercer el cargo. Aunque el cacique y su herma-
no pertenecían al mismo linaje, su posición lo limitaría a ser una suerte de
regente, pues su ejercicio dependía de que el legítimo sucesor alcanzara la
edad requerida.
Fue lo que ocurrió en el pueblo de Bojacá, cuando en 1651 murió el
cacique don Agustín y se nombró a don Juan: sucesor ynmediato y legitimo del
d(ic)ho cacicazgo por ser hijo de doña Juana hermana única del d(ich)o Don
Agustín y le aclamaron los capitanes... Pero, debido a su poca edad y: entretanto
que es tan capaz en las cosas del casigazgo y tiene hedad suficiente el d(ich)o don
juan su cacique para que como tal governador rixa y ordene y mande lo que de-
ben hacer los demás cap(ita)nes yndios del d(ich)o pueblo y haga las demás cosas
que por razón del d(ich)o oficio puede y debe hacer como tal governador..., se le
nombró como gobernador a don Juan Chiquito 16 .
También se ha argumentado la sucesión en el hijo del cacique, pero
debo insistir en que eran situaciones excepcionales y con frecuencia en au-
sencia del hijo de la hermana, como aparece en Pausagá17, Guasca18 y más
difusamente en el relato mítico de Thomagata 19 . En cambio, fue impuesta
hacia fines del siglo XVII cuando ya era decisiva la desestructuración de la

13
Langebaek, 1987:30.
14
Tovar, 1980:61.
15
Broadbent, 1964:48-49.
16
AGN.Caln T. 38: llr-12v.
17
Tovar, 1980:48.
18
Perea, 1989: 98. Documentación que además debe ser ponderada como parte de
la discusión entre encomenderos por el dominio territorial, de caciques, sus sucesores
y, por supuesto, de la mano de obra, los indios sujetos (ver en Perea, 1989: 91-92).
19
Piedrahita, 1942,1:95.

[240J
EL CONTROL DEL PODER

sociedad muisca, como lo ilustra el nombramiento del hijo del cacique en


pueblo de Usatama en 171620.
Ahora bien, aparte del orden avuncular y el mayorazgo 21 , la transmisión
de la jefatura demandaba una tercera e ideal exigencia: la pertenencia del suce-
sor a cierta unidad local. Pero una vez aclarados los efectos organizacionales
de la alianza matrimonial, no sorprende que el cacique de Bogotá fuera pri-
mero de Chía y de cierto linaje, los Cana, de donde provenía el zipa. También
anoté que el Chía que disputó el cacicazgo de Bogotá a la muerte de Tisquesusa22,
tanto como Sagipa, quien le sucedió, eran sobrinos de ese zipa. Y fue lo que
informaron las primeras Relaciones al aseverar que debido a la edad del Chía,
Sagipa fungió como regente. Situación similar se repitió años más tarde, en
1593, cuando don Diego Saquiguacha o Saquequiguacha demandaba ante la
Real Audiencia se le restituyera como cacique de Chía, cargo ocupado enton-
ces por un tal Diego mestizo, hijo de español, a quien aquel señalaba como
"usurpador". Ateniéndose a la Cédula del Real Consejo de Indias23, que en asun-
tos de sucesión de los señoríos ordenaba se realizará de acuerdo con los usos y
costumbres de los indios, el procurador alegaba la costumbre según la cual: el
hijo o nieto de la hermana mayor siempre sucede en los señoríos. Y don Diego
Saquiguacha era:

... nieto de doña fran(cis)ca hermana mayor y ligitima de don fran(cis)co el


casique viejo de bogota la qual es hija de doña costanza su visabuela hermana

20
AGN.Caln T.7: 766r-772v.
21
Ver también Helms, 1980.
22
Simón, 1981, III: 196-197; Fernández de Piedrahita, 1942,1:110. Las relacio-
nes de parentesco entre los caciques también fueron descritas entre Guatavita y
Tuaquira, Gacha y Choachí por Perea (1989), que Langebaek (1987:35) entendió
como "cacicazgos hermanados".
23
En 1557 la corona ordenaba que las Audiencias hiciesen justicia en los
caciques y principales cuando pretendieran tales posiciones por ser descendientes
de los primeros (Recopilación, II: VI, VII, j), y en 1558 les reconoció el derecho
privativo del cargo yjurisdicción (Recopilación, II: VI, VII, ij). Aún en 1568 la
Corona respaldó la autoridad de los Caciques y la reducción a éstos de los indios
(Recopilación, II: VI, VII, vij), y en 1576 se prohibió que los Caciques fuesen
mestizos (Recopilación, II: VI, VII, vj ). Sin embargo, ya para 1614 las leyes
estipularon la vía patrilineal dexando la sucesión al antiguo derecho, y costumbre
(Recopilación, II; VI, VII, iij).

[241J
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

mayor y ligitima del cacique que a la sazón era cuando entraron los cristianos y
pues por razón de la d(ich)a linea y decendencia le pertenece el d(i)cho sen(ñ)orio
de chia por ser de hembra hermana mayor del dicho cacique bíejo y la saguacha
mas principal de este Rey(n)o que en su lengua quiere decir princessa...
(AGN.Caln. T.20: 824r).

De donde se sigue que desde la llegada de los españoles la sucesión del


cacicazgo de Bogotá se había mantenido a través de una misma línea de des-
cendencia por vía del hijo mayor de la hermana mayor del cacique. Según el
protector, ella era considerada entonces princesa, la saguacha24 más principal
de este Reyno.

Sucesión del cacicazgo de Bogotá


después de la Conquista hasta 1593

„ Cacique de Bogota
Constanza
en Conquista

Francisca Fr«fticisco
v
Saguacha Cacique Viejo

Diego ^
Saquiguacha

24
El término porta un sufijo (guacha) compartido con la denominación que
distinguía al sucesor. Recordaré que en los documentos el topónimo Bogotá es el
que se empleaba para Funza y su cacicazgo.

[242]
EL CONTROL DEL PODER

Sin embargo, el pleito discutía una situación excepcional que habría tras-
tocado el orden de sucesión de los cacicazgos de Funza y de Chía:

... y por ser el d(icho) mi p(ar)te menor derecham(en)te sen(ñ)or natural del
d(ich)o Reparty(mien)to de chia sin que lo pueda estorvar ni ympedir estar don
d(ieg)o en el dicho cacicazgo pues el día que murió el de bogota ypsojure y sin
otro acto de aprehensión se transfirió el d(icho) dominio por razón del mayo-
razgo al d(icho) mi menor de la misma suerte que al dicho don di(eg)o el de
bogota y su ymportancia a no querer suceder no hacer (a)l(gu)n (824v) daño ni
perjuicio de tercero a quien por las d(ich)as Razones se le adquirió derecho Al
d(ich)o señorío y assi el d(i)cho don diego no queriendo passar al de bogota ha
de dejar y desocupar el de chia pa(ra) que mi parte le goze y posea como suyo
pues el d(ich)o don d(ieg)o no tiene del ningún d(erech)o por suceder
derecha(men)te en el de bogota el dia que murió su antecesor y por haver Re-
nunciado como lo ha hecho al d(i)cho señorío.... (AGN.Caln. T.20: 824r-824v).

Así, antes de su muerte el cacique Bogotá transfirió el cacicazgo a Diego


mestizo y el de Chía a Diego Saquiguacha. Pero la edad de este último le obligó
a renunciar al cacicazgo de Chía, que cedió a Diego mestizo, quien lo ocupó
renunciando al de Bogotá. Saquiguacha pedía se le restituyera en el cacicazgo
de Chía, cuyo señorío incluía: todas sus tierras estancias y labranzas y lo demos anexo
y pertenecientes al dicho su cacicazgo. También acusaba a Diego mestizo de usurpar
el cacicazgo demás de que conforme a las Reales cédulas el d(ic)ho don d(iego) no
puede ser cacique de chia ni de otra parte por ser mestizo, rico y poderoso.
A pesar de que el pleito guarda cierta semejanza con lo sucedido con
Sagipa, incluye otros hechos provocados por la intervención hispana. Entre
los primeros es manifiesta la proyección del derecho de sucesión durante cua-
tro generaciones, siempre transmitida de tío a sobrino, en el hijo mayor de la
hermana mayor, que invoca el control del cacicazgo en manos de un mismo
linaje, cuyos miembros se hallaban emparentados por vía matrilineal. Ade-
más, destaca los vínculos sociales y políticos entre Bogotá y Chía que propo-
nen el camino jerárquico según el cual el cacique de Bogotá tendría que ser
primero de Chía. Ahora, la jerarquía es también social, pues al hijo mayor de la
hermana del cacique correspondería el cacicazgo de Bogotá, mientras que su
hermano menor sucedía en el cacicazgo de Chía. Lo que es presumible si, con-
tando con la residencia matrimonial, la hermana del cacique de Bogotá habría
casado con un hombre de Chía, de manera que idealmente el cacique de Chía
era hermano menor del cacique de Bogotá y, a su muerte, le sucedería.

12431
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

El pleito da cuenta también del requerimiento de la edad "suficiente" del


sucesor para asumir el cacicazgo y, por defecto, la regencia, que en nuestro
caso fue asumida por su hermano mayor. No obstante, el mestizaje del her-
mano mayor, entonces cacique de Chía, será el argumento jurídico para
demandar el cese de su regencia, que es lo que el documento trascribe como
"usurpación". Aunque no son claras las relaciones de Diego mestizo, nombra-
do en Bogotá, podemos presumir sus vínculos uterinos y su paternidad espa-
ñola. Lo que nos permite entender por qué el documento afirma que el cacique
de Funza nombraba su sucesor y el de Chía, si atendemos los vínculos socio-
políticos basados en sus propias relaciones de parentesco.
Podemos resumir que la sucesión de las autoridades idealmente seguía
la vía de transmisión en el hijo mayor de la hermana mayor, respetando la
exigencia avuncular, de mayorazgo y localidad. Pero, a falta de la edad requeri-
da, podía ser remplazado temporalmente por el hermano del cacique, en cali-
dad de regente; y que en caso de la ausencia definitiva de los sobrinos podría
apelarse al hermano del sucesor u otro pariente matrilineal próximo. A su
turno, la exogamia del grupo de descendencia, de acuerdo con las característi-
cas del matrimonio y su residencia, reforzaban la articulación de los grupos
locales. En realidad, la sucesión descansaba en la forma que asumía la alianza
matrimonial, como fue confusamente percibido por Asensio25. Aunque el sis-
tema de parentesco hispano sugería al cronista un matrimonio incestuoso, con
la prima hermana, y de hecho Asensio lo proponía como excepción a las penas
que castigaban delitos sexuales, lo que en realidad afirmaba era que el hijo
debería casar con la hija del hermano de su madre, lo que perentoriamente
debería ocurrir cuando se tratase del sucesor al cacicazgo. Resultado de la resi-
dencia de la pareja, el matrimonio relacionaba cacicazgos de grupos locales
alternativos, según se analizó en el capítulo anterior y resumiré en un diagra-
ma (página siguiente).
El diagrama permite destacar el sentido político de la alianza en la que
descansaba el matrimonio del sucesor al cacicazgo. En primer lugar, el ma-
trimonio se convertía en un eslabón social que articulaba no sólo líneas de
filiación distintas, sino diferentes localidades distribuidas en el territorio. En
segundo lugar, nos permite observar la proyección en dos generaciones de la

' Ver cita de Asensio en la página 194,

[244]
EL CONTROL DEL PODER

Matrimonio y alianza política

Grupo local A Grupo local N

Línea a Línea n

I Jefatura

i
I Sucesor

aseveración del cronista develando que dichos vínculos se extenderían pro-


gresivamente, vale decir, que el matrimonio no sólo articulaba los grupos
locales de los cónyuges, sino que lo propio habría ocurrido con la esposa
misma del cacique quien debería provenir de otro grupo local o, por lo me-
nos, de otra línea de filiación. Es lo que aparece indicado con las flechas del
diagrama.
Pero, no pasaré inadvertida la razón de semejante matrimonio: porque se
conservase el linaxe y no fuese a menos. El cronista afirmaba que el matrimonio
del sucesor con la hija del cacique mantenía el poder político en manos de
cierto linaje, lo cual fue reafirmado por otro cronista como sigue:

Este reino, según la costumbre que tenían, que es bien común a todas las Indias,
no lo heredaba hijo ni hija, ni sobrino hijo de hermano, sino sobrino hijo de
hermana del cacique, porque decían que con esto se aseguraría la conservación
de la sangre noble, que entre ellos fue también estimada como en las demás
naciones del mundo (Simón, 1981,111:195).

Corolario es que las reglas del parentesco se convertían en apoyo sobre


el que descansaba el procedimiento social que promovía el monopolio del
poder político en manos de ciertos linajes, vale decir, el control social en
manos de segmentos sociales. Sin embargo, la sucesión en el sobrino y su
matrimonio con la hija del cacique no eran garantía automática de dicho
control social del poder. De hecho, la sucesión apelaba a procedimientos al-

[2451
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

ternativos, incluidos los que debían atender a la falta de sucesor. Más rele-
vante aún que la mera realidad demográfica, como lo ilustran los documentos
de archivo citados, es que el ejercicio de la política estaba sujeto a la dinámica
social, la disensión, la disputa y, por cierto, la eventual desautorización social
del sucesor y aún del cacique en ejercicio, que siempre es parte de la dinámi-
ca del poder.
Podemos ahora retornar a la supuesta "elección" del cacique entre dife-
rentes localidades, que varios cronistas26 entendieron como excepción al pro-
cedimiento avuncular. Piedrahita interpretó la sucesión del Iraca o Sugamuxi
como un proceso de consenso en la transmisión de la jefatura por parte de
distintos "pueblos". Pero ese término, elección, como el de herencia o natural,
fueron transcritos por los hispanos emulando sus propias relaciones.
De hecho, el reconocimiento público al que se le sometía fue colonial-
mente expresado bajo el término de aclamación de la autoridad política. Dis-
cutámoslo con otro testimonio documental sobre Sogamoso que nos ha
rescatado Langebaek:

... cuando entra en el cacicazgo de este pueblo// un nuevo cacique vienen a


coronarlo el de Pasca, que es más principal, el de Toca, el de Firavitoba, el de
Gámeza, el de Busbanza y el de Tópaga /y/ en habiendo hecho las ceremo-
nias dan la obediencia al dicho Cacique y como el dicho Cacique tiene ya
entera sabiduría de los caciques que son legítimos de los pueblos referidos
cuando alguno de ellos o su sucesor que sea legítimo entra en el cacicazgo de
aquí va a su pueblo a visitarlo y si no es legítimo no va (AGN.C+I f 457v-
458r. en: Langebaek, 1987: 38)

Es evidente que los caciques por lo menos tenían entera sabiduría de


quién era el sucesor legítimo, aclarándonos que no se trataba de un procedi-
miento de elección del cacique, sino de su coronación, rito mediante el cual
ceremonialmente le reconocían obediencia.
Si a lo anterior agregamos la vinculación de los grupos locales a través
del matrimonio del sucesor al cacicazgo, podemos entender por qué el cacique
de Sogamoso, según los cronistas, provenía alternativamente de Firavitoba y

26
Castellanos, 1955, IV: 244; Simón, 1981,111:415. Sobre cuyas afirmaciones
descansarán los argumentos de Hernández Rodríguez (1975), Pérez de Barradas
(1951) y autores anteriores.

[2 4 6]
EL CONTROL DEL PODER

Tobasía27, o bien de Coasa, según testimonios de Tovar28. Esta alternancia del


origen local del sobrino verifica la pretensión política de articular distintas
unidades locales ampliando las redes de alianza en las que se apoyaba el ejerci-
cio político. Pero también sugiere la tensión entre la tendencia a extender las
redes de parentesco entre cacicazgos vecinos y el mantenimiento del control
del poder al interior de ciertos linajes, lo cual en modo alguno era excepcional
y distintivo de Sogamoso. El cacique de Bogotá debía serlo antes de Chía29, y el
cacique de Tunja debía serlo de Ramiriquí30, y el cacique de Cáqueza debía ser
de Fustoque o Chuquene31. Agregaré que en un pleito por la herencia de don
Pedro cacique de Suba32, el cacique de Macheta afirmó que como el finado
cacique no tenía sucesor, debía venir de Chía, de Tuna o Bogotá.
Esta selectiva alianza política no se establecía solamente entre caciques,
vale decir, entre las máximas autoridades, sino que incluía a las jefaturas loca-
les, que los hispanos denominaron capitanes, también sucedidos por vía
avuncular, como lo percibió el cronista Simón33. En Bogotá, según la visita de
Gabriel de Carvajal de 1639, era frecuente que el sobrino sucesor permanecie-
ra con su tío, pero también que ciertas mujeres, que eran las hermanas de los
capitanes de las partes de Nebque, Canro, Sutebasaque y Tibaque de la Estan-
cia, fueran esposas de autoridades políticas de cacicazgos distintos. Por ejem-
plo, una mujer de Say era esposa del capitán de la parte de Fueca de Chía; otra
mujer de Catama era esposa del capitán Cacativa; dos mujeres de Tibaque
Sosatama eran esposas, respectivamente, de un capitán y el cacique de Chía;
dos hermanas de Suatiba eran esposas del cacique de Serrezuela y del Cacique

27
Castellanos, 1955, IV: 234; Fernández de Piedrahita, 1942,1: 99; Simón, 1981,
111:415.
28
Tovar, 1980:73.
29
Castellanos, 1955, IV: 171; Simón, 1981. IV: 390.
30
Simón, 1981, III: 409; Zamora, 1980 I: 288.
31
Tovar, 1980: 104.
32
AGN.Caln, Vol. 25: 45-173.
33
Aunque agrega la dudosa afirmación que por su falta, el cacique podía:
señalar heredero de otras familias y pueblos que los suyos (Simón, 1981, III; 195). Y,
al referirse a la sabana de Bogotá, dice que la elección era prebenda del cacique de
Bogotá escogiéndole entre los hombres de más nobleza y mejor sangre, costumbres y
valentía, prefiriendo entre los pretensores a los guechas, los guerreros que defen-
dían las fronteras, luego que eran sometidos a un curioso rito de selección que
ponía a prueba su sexualidad (Simón, 1981, III: 390).

[247]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

de Gacha; y otras dos hermanas de Gachachica eran las esposas del cacique de
Chía y del cacique de Pasca. Relaciones de alianza matrimonial que sugieren el
correlato femenino de la concentración del poder en manos de ciertos linajes
al interior de una misma unidad local. En síntesis, mientras los procedimien-
tos de sucesión pretendían garantizar el control del poder al interior de ciertos
linajes siguiendo las relaciones de filiación matrilineal, las relaciones matri-
moniales entre los miembros de unidades locales diferentes pretendían garan-
tizar el control sobre la reproducción del poder político en manos de tales
linajes, el antecedente de la estratificación social.

Intercambio y redistribución
Para discutir la argumentación hispana sobre la proverbial riqueza de
los caciques resultado de la exención de tributos que engrosaban sus tesoros
con la explotación de sus "sujetos" como razón de la política, analizaré la inter-
vención de las autoridades en la economía y la naturaleza de las relaciones
sociales en las que descansaba la reproducción social. Un resumen de sus ras-
gos económicos, según los primeros conquistadores, nos servirá de punto de
partida:

Las comidas de esta gente son las de otras p[ar]tes de Yndias y algunas más, por
que su principal mantenimi[en]to es maíz, y yuca. Sin esto tienen otras dos o
tres man[er]as de plantas de que se aprovechan mucho para sus mantenim[en]tos
que son unas a man [er] a de turmas de t [ie] rra que llaman yomas, y otras a man [er] a
de naobos, que llaman cubias, que hechan en sus guisados y les es grand
mantenimi[en]to. Sal ay ynfinita, porque se haze allí, en la mesma t[ie]rra de
Bogothá, de unos pozos que ay salados enaquella t[ie] rra a donde se hazen gran-
des panes de sal y en grande cantidad. La qual va por contractacáón por muchas
partes, especialm[en]te por las sierras del Oppón, a dar al rrio Grande, como ya
está dicho. Las carnes que comen los ybdios en aquesta t[ie]rra son venados, de
que ay ynfinidad, en tanta abundancia, que los basta a mantener, como acá los
ganados. Asi mesmo, comen unos animales a man[er]a de conejos, de que tanbien
ay muy grand cantidad, que llaman ellos fucos. Y en S [an] ta Martha y en la costa
de la mar tanbien los ay, y los llamaan curies. Aves ay pocas; tórtolas ay al [un] as;
ánades de agua ay mediana copia dellas, que se crías en las lahgunas que ay en
aquel reino y, aunque no es en gran abundancia, es lo mejor que se ha visto
jamás, por ques de diferente gusto y sabor que de q[una]tos se an visto. Es sólo
un gen[er]o de pescado, y no grande, syno de un palmo de dos, y de aquí no
pasa, pero es admirable cosa de comer (Epítome, en Ramos, 1972: 295-296).

[248]
EL CONTROL DEL PODER

Las gentes de la sabana de Bogotá dependían de la agricultura del maíz,


fríjoles, papa, yuca, batata, cubios, hibias, chuguas, ahuyamas, plátanos, y Oviedo
precisa frutas como las pinas, guayabas, caimitos, guanábanas, pitahayas y ajíes.
También señala que el maíz se cosechaba una vez al año y se sembraba entreve-
rado con las papas34. Los instrumentos de producción parecían limitarse a ha-
chas e instrumentos de piedra y el palo de cavar para las siembras. Aunque la
mayor parte de los cultivos se hallaba en los valles, parece que también se sem-
braba en aterrazamientos de pequeñas extensiones dispuestas en las laderas de
las sierras, tal vez mejor empleados para las viviendas35. Para resguardo de las
heladas de la Sabana que maltrataban los cultivos, las gentes de Bogotá tenían
labranzas ubicadas en las estribaciones de la cordillera en las tierras cálidas de
Tena; en 1597 permanecían cuatro meses del año al cuidado de batatas, fríjo-
les, pinas, plátanos, yucas, guayabas y papayas36, árboles frutales, bananas, caña
de azúcar, ají y otras frutas37. El mismo documento informa que los indios
tenían siembras de papa en las vegas del río Bogotá y en los humedales cerca-
nos a su "pueblo", donde también hacían sus pesquerías 38 . La afirmación de
Aguado según la cual: el maíz no se siembra en la tierra arada de los bueyes en
este Reino, sino en cierta manera de camellones altos que hacen a mano...39, fue
documentada por Broadbent, quien registró los camellones y diques distri-
buidos por casi 30 km en las vegas del río Bogotá, empleados por los muiscas
para control del caudal de las aguas. Según los restos arqueológicos, se sem-
braba maíz tal vez asociado con leguminosas y otras plantas como papas, y los
diques podrían haber sido utilizados para el cultivo del pez capitán. Broadbent
concluye que la preparación del sistema debió tomar algunas centurias 40 . Las
tareas de caza (venados, pecaríes, conejos, borugos, ratón...) se realizaban con
lanzas, tiraderas, macanas flechas, lazos y redes, y las de pesca en los ríos y
lagunas, solían trampas y redes, y el hallazgo de pesas en las últimas sugiere el

34
Oviedo, 1852,111: 110-111, 129-130.
35
Haury y Cubillos, 1953; Broadbent, 1964; Donkin, 1968; Langebaek y Zea,
1983.
36
AGN.Caln. T. 55:71 lr-721r.
37
AGN.VisCund. t. 8: 215v y 217v. Para Subachoque, ver Bermúdez, 1992; y
para Tota y Sutaqecipa, ver Langebaek, 1987: 43.
38
AGN.Caln. T. 55:717.
39
Aguado, 1956-1957,1: 439.
40
Broadbent, 1987.

[249]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

uso de redes. Menos documentadas fueron las tareas de recolección de pro-


ductos silvestres. Las técnicas de almacenamiento proponen graneros para el
maíz y el desecamiento de la papa y tal vez otros tubérculos41.
He destacado el contexto cultural de las tallas antropomorfas en madera y
piedra, la parafernalia ceremonial de oro, piedra, cerámica, hilos y plumería, y la
que se halló asociada con las tumbas elaborada en hueso, collares de cuentas,
caracoles y otras ofrendas. Eran importantes las labores artesanales que produ-
cían los instrumentos de trabajo, al igual que las manos y metates de moler, y la
enorme variedad de volantes de uso en piedra y cerámica. Hay que agregar la
representativa elaboración de mantas, de cerámica y, seguramente, de cestos. De
la minería era destacable la producción de sal y la extracción de esmeraldas.
También se dedicaba buena parte del trabajo a las estructuras arquitectónicas,
en particular los denominados cercados, a las carreras que comunicaban los
cercados con centros ceremoniales y, aparte de los templos de piedra del Valle de
Saquencipa y Tunja, se mencionan pilares en distintos lugares del altiplano.
Aunque la organización de los procesos de trabajo no aparece descrita
claramente en las crónicas y documentos coloniales, es muy probable que las
tareas artesanales descansaran en el trabajo individual. Y la producción agrí-
cola, en la complementariedad de los géneros, aunque puede presumirse su
ampliación a otros miembros con ocasión de la preparación de los terrenos y
la cosecha, la caza de venados y pecaríes. Algunas tareas de pesca y recolección
sugieren la conformación de equipos ampliados de personas que desempeña-
ban tareas análogas con algún liderazgo. En cambio, el levantamiento de las
estructuras arquitectónicas, las terrazas de cultivo al pie de las sierras y la cons-
trucción de diques y camellones en las riberas del río Funza y afluentes mayo-
res dependían de una cooperación social más compleja que involucraría cierto
liderazgo para organizar la participación de las gentes distinguiendo las activi-
dades de los trabajadores, las tareas, los espacios y los tiempos. Su manteni-
miento periódico, en cambio, podría cubrirse con la cooperación ampliada de
equipos de trabajadores. Los procesos de producción esmeraldífera y salinera,
limitada a sus centros de explotación donde se obtenían los recursos, supone
cierta división del trabajo. Los muiscas intercambiaban excedentes para alcan-
zar ciertos productos, varios de los cuales eran complementarios de su propia
producción básica. Oviedo le resumió como sigue:

41
Langebaek, 1987; Villate, 1994.

[250]
EL CONTROL DEL PODER

Es gente de mucha contractación, y hacen sus mercados en cada pueblo, a los


cuales va mucha gente a comprar y vender y hacer sus ferias e truecos en días
señalados cada pueblo, como en España..., [y agrega que:] Sus tractos e merca-
derías son muy ordinarios, trocando unas cosas por otras, e con mucho silencio
e sin voces; e no tienen moneda; e aunque halla grand multitud de tractantes, no
se olle ni hay grand vocinglería ni rencilla, sino extremada quietud, sin contien-
da (Oviedo, 1852, III: 118, 126).

Los mercados eran, pues, frecuentes y cada "pueblo" hacía el suyo en


calendarios regulares a donde concurrían diversas gentes a intercambiar por
trueque sus productos. El estudio de Langebaek42 demostró el limitado inter-
cambio de alimentos, pero la impresionante circulación de productos básicos
que desde el altiplano exportaba sal, mantas, esmeraldas, elaboraciones de oro
e incluso cerámicas, para obtener algodón, oro, coca, yopo, tabaco, bija, cabu-
ya, leña y madera, totumos, miel y cera de abejas, cuentas de collar, caracoles
marinos, plumería o pieles animales, incluido el intercambio con gentes veci-
nas (tal vez en las tierras cálidas) y distantes (incluido el Caribe). Langebaek
observa que buena parte del intercambio se realizaba al interior del altiplano y
que el acceso a ciertos recursos privilegiados en los cuales descansaba cierta
especialización regional que ciertamente podemos asociar con su uso ceremo-
nial (figuras de oro, esmeraldas, cerámicas, coca, cal, yopo, tabaco, cuentas de
collar, aves de plumería, caracoles marinos...), no necesariamente conducía a
la especialización social. De hecho, la economía de los muiscas básicamente
alcanzaba la autosuficiencia, en tanto que la producción diversificada, según
ecozonas, no descansaba en el intercambio de productos básicos, sino en la
adquisición de "bienes suntuarios" que también se obtenían en mercados fron-
terizos con sus vecinos por vía de trueque. El origen de ciertos productos se
hallaba estratégicamente distribuido en el territorio, a menudo en centros de
producción relativamente especializada, y los mercados coincidían con im-
portantes centros políticos. Gentes de etnias vecinas que habitaban las
estribaciones de la cordillera confluían a los fronterizos para intercambiar re-
cursos de las tierras cálidas por aquellos del altiplano. Langebaek concluyó
que las características del sistema económico conducían a la autosuficiencia
pues, no obstante la especialidad de ciertas áreas de producción, no parece que
hubiese especialistas de tiempo completo y el intercambio de productos

!
Langebaek, 1987.

[251]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

alimentarios se limitaría a prevenir los riesgos de la subsistencia. Los merca-


dos, en particular el intercambio con el extranjero, tenían por objeto circular
bienes suntuarios más que medios de producción o alimentos: el intercambio
fomentaba un proceso de integración étnica y no resultaba importante con fines
de sobrevivencia física. La apropiación de la producción no era privada y la
tributación y la redistribución centralizada estaban orientadas a satisfacer ne-
cesidades comunales: El mal llamado "tributo" y la redistribución se puede to-
mar, por cierto, como un manejo centralizado de artículos excedentes parte de los
cuales se dedicaba a rituales y ofrendas colectivas, así como al mantenimiento de
especialistas, principalmente caciques, capitanes y jeques43.
Al amparo de estas conclusiones, hemos de avanzar en el análisis del
ejercicio del poder y su relación con la circulación de la producción de exce-
dentes. En la primera parte de este texto hemos concluido que los caciques
eran la representación de la identidad colectiva legitimada por su ascendencia
astral, puesto que se interpretaba que del poder de los astros dependía la esta-
bilidad del universo, particularmente el control de los elementos que garanti-
zaban la reproducción de la sociedad. El cacique, muchas veces siendo el objeto
mismo de las ceremonias, promovía y dirigía las actividades religiosas que co-
municaban a las gentes con sus ancestros. Sin embargo, su prestigio no sólo
dependía del poder ancestral que representaba y de la legitimidad social de su
ascendencia que argumentamos más arriba, sino de la realización material de
la política. Ahora discutiremos una explicación del "tributo" como contrapar-
tida material de su ejercicio y legitimación del intercambio sociopolítico.
El intercambio de productos fue calificado por los cronistas de trueque,
vale decir, que enfrentaba a sus productores en una relación simétrica e inme-
diata44. Y, no obstante los mercados más importantes se ubicaban en destaca-
dos cacicazgos, en la información colonial nunca aparecen las autoridades
interviniendo en las transacciones. Cuando se los menciona se refieren al tri-
buto que, según los hispanos, transferían los comuneros a sus caciques de ma-
nera regular y periódica. Tovar45 evaluó esta tributación con base en las pesquisas
más tempranas de los visitadores de la Audiencia a los "pueblos" del altiplano
entre 1593 y 1603. Y es que los administradores indagaban sobre los montos,

43
Langebaek , 1987: 150.
44
El cambio que se hace de una cosa con otra (Covarrubias, 1995: 939).
45
Tovar, 1980.

[252J
EL CONTROL DEL PODER

las calidades, los tiempos y el número de tributarios a las autoridades indias


prehispánicas, como guía para establecer los tributos coloniales. Con el interés
de destacar la naturaleza de las relaciones sociales en las que descansaban las
transacciones económicas, retomaré los testimonios enfatizando su evalua-
ción entre las gentes de Bogotá, que el profesor Tovar propuso formarían par-
te de una gran entidad política a la que se hallarían "sujetos" Cucunuba, Bobota,
Caxica, Chocontá, Ciénaga, Pausaga, Siminxaca, Sisativa, Teusacá, Tibacuy,
Tibaguyes y Ubate. Debe advertirse que esa sujeción tributaria fue afirmada
por los cronistas, pues ante la pregunta del visitador los testigos suelen afirmar
la tributación a su cacique, con las notables excepciones de Ciénaga y Teusacá
ya citadas, y también según testimonios documentales de Subantiva46 y Sisativa47,
cacicazgos vecinos de Bogotá.
Las gentes aportaban su mano de obra para la preparación de las labran-
zas y la cosecha de los cultivos de maíz de los caciques. Levantaban y recons-
truían sus casas, bohíos y cercados. Y también le ofrecían productos de todas
las labores comunes que incluían los cultivos (maíz, papas, fríjoles...), la pesca
y la caza (venados, conejos...), materias primas (sal, algodón...) y productos de
las faenas artesanales, vernáculos y ceremoniales (mantas, cestos coladores o
cargadores, tejuelos, coas...), animales domésticos (curies) y hasta leña. Lugar
destacado desempeñaban los objetos ceremoniales producto de la orfebrería
(que aparecen bajo la forma de tunjos, tejuelos de oro y, más comúnmente,
según su equivalente hispano en pesos y tomines), y las mantas distinguidas
por sus calidades y cantidades entregadas: los indios comunes solían dar al
cacique una o dos mantas comunes (chingas), en tanto que los capitanes, de
seis hasta veinte mantas coloradas, pintadas o de algodón. Los capitanes tam-
bién entregaban cierta proporción de productos y participaban, aunque no
sabemos cómo, de las labores colectivas arriba mencionadas 48 .
Tales productos eran distintos por la naturaleza de las condiciones del
trabajo y diferenciados tanto en el espacio como en el tiempo: mientras que
los procesos de trabajo de los productos básicos estaban bajo control de los
trabajadores en sus propios sitios de trabajo, la adquisición de ciertos objetos
del tributo debía lograrse por intercambio, interno y externo, como las esme-

46
AGN. VisBoy: t, 17:240v.
47
AGN. VisBoy, t. 17: 444v-454r.
48
Para observar la consuetudinaria exageración de los cronistas, ver un
resumen en Simón, 1985, III: VIL

[253]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

raídas o el oro. Las faenas agrícolas y las construcciones del cacique correspon-
dían a un trabajo periódico y, aparentemente, bajo organización de las autori-
dades. El resultado es que estas labores que garantizaban su supervivencia y
bienestar liberaban a los caciques de los trabajos comunes.
Con respecto a las épocas, la mayoría afirmó que la entrega de productos
se realizaba una vez al año, coincidiendo con el trabajo de las labranzas del
maíz, que Lebrija y Sanct Martín dicen se cosechaba a los ocho meses49 y Oviedo
lo señala en septiembre. Parece que en la misma época se realizaban las cons-
trucciones, lo que se presume dependía de su estado, pues algunos testimo-
nios afirman que ocurría por lo menos cada dos años. El cacique de Tibacuy
agregó que: ... cuando mazorcaba el maíz le daban otro tributo aunque no era
tanto y cuando corrían la tierra u hacían otras restas ¡fiestas] le daban ansi mis-
mo algún tributo...30. Este cacicazgo de las tierras templadas tributaba en dos
épocas del año y aun en tres, si distinguimos cuando el cacique corría la tierra
visitando los cacicazgos locales, y la ocasión de otras ceremonias.
Pero el cacique, según vimos, no sólo contaba con la fuerza de trabajo y
productos de los "pueblos", sino que tenía derecho a varias esposas. Los censos
coloniales testifican, con persistencia, que las autoridades disponían de las de-
nominadas mujeres de servicio, que no estamos seguros si fueran distintas de
las nombradas teguyes 5 . En 1593 un testigo de Chocontá afirmó que:

... tienen el dicho cacique cinco o seis yndias y los dichos capitanes una o dos las
cuales les sirven de hacer chicha y bollos y de comer para ellos e para sus yndios,
por questán obligados a dalle de comer y beber por que si no tuvieran el dicho
servicio no pudieran cumplir con lo que están obligados y que auncuando mo-
lestan desde hilar algodón para mantas y de ir a las labranzas que algunas dellas
son mozas y otras viejas e que este testigo tiene una india e que con ella nunca ha
tratado ni trata carnalmente y que entiende y tiene por cierto este testigo quel
dicho cacique demás capitanes no hazen lo suso dicho antes las tienen para el
efeto que tienen dicho las cuales duermen algunas dellas en la cocina donde
están lo más del tiempo y otras se van a dormir a sus casas e que no sabe este
testigo que ninguna de las que tiene el dicho cacique sea / su parienta ni lo sean
unas con otras... (AGN, VisCund. t. 11: 163r. en Tovar, 1980: 46).

49
Lebrija y Sanct Martín, en Oviedo, 1852, III: 91.
50
AGN. VisCund, t.4: 883r.-883v, en Tovar: 54-55.
51
Moza o manceba de casique (en González de Pérez, 1987: 279; Quesada
Pacheco, 1991:76).

[254]
EL CONTROL DEL PODER

El cuestionario pretendía detectar la poliginia y las prácticas incestuosas


de las autoridades, pero el testigo, como el cacique del pueblo, negó las pre-
sunciones aclarando que ni eran parientas entre sí ni del cacique y que, aun-
que algunas dormían en la cocina del cercado, otras iban a sus casas. Y agregó
que el cumplimiento de las obligaciones del cacique dependía de que dichas
mujeres prepararan alimentos y bebidas, y tejieran las mantas que el cacique
entregaría a los indios a cambio de sus labores.
Además, el cacique de Bogotá disponía de un segmento social, los criados
del cacique viejo de Bogotá, que sería agregado por los hispanos a la parcialidad
de Gacha Chica. Sus miembros vivían en proximidad del cercado, aparente-
mente dedicados a labores más permanentes para el cacique52. Y vimos que los
caciques disponían de sacerdotes, de quienes dependían aprendices, que se
encargaban del ejercicio de ciertos rituales, y también de los orfebres especia-
lizados, que los hispanos denominaron "plateros"53. Los caciques contaban,
pues, con diversas fuentes de trabajo social, incluida la de cacicazgos diferen-
tes, y "pueblos" en las tierras templadas como ocurría con Tibacuy o Tena,
"sujetos" al cacique de Bogotá.
Pero los testimonios insistieron en que los tributos se ofrecían al cacique
según la capacidad de cada quien, que los escribanos resumieron bajo la fór-
mula: conforme o según su posible. Y también que el trabajo se realizaba a vo-
luntad de las gentes como cuando un capitán de Cansuca dijo que: esto hacen
de su voluntad por ques su señor y cacique. También el cacique de Simijaca ase-
veró que: mas que de cuando en cuando los capitanes por vía de presente le dan
alguna manta y cuando se lo ruega por ruego le hazen su labranza y esto respon-
de34. El ruego también fue citado en Sora: que cuando tiene labranzas que hacer
chicha que dar a los indios que le van a henefeciar y con ella se le benefician de su
voluntad y por ruegos del cacique...33.
También fueron mencionadas otras razones diferentes de la economía
del cacique como justificativo de esas labores de las gentes. El testigo de
Chocontá citado más arriba, no sólo argumentó que el desempeño del cacique
dependía de la disponibilidad de mujeres de servicio, sino que ello le permitía
cumplir con lo que están obligados. Y en Teusacá, luego de afirmar que los tribu-

1
AGN. VisCund. T.8: 205v-207r.
' El oficial que labra la plata y el oro (Covarrubias, 1995: 825).
1
AGN. VisBoy, t. 17: 533v. en Tovar, 1980: 49.
•En Londoño, 1983: D.3.3.

[2 5 5 ]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

tos no lo hacían con apremio sino con su voluntad, se aclaró que su cacique
siempre había tenido yndias de servicio para que hagan de comer a sus sujetos
porque este es uso y grandeza de los caciques para que sean obedecidos36. Otros
testimonios, como el del cacique de Cansuca, también le reivindicaron como
dignidad del oficio.
Los anteriores indicios señalan que el trabajo colectivo para el cacique
dependía de la capacidad de cada quién, de la voluntad y del ruego57 que, a la
postre, acrecentaba la honra del cacique y, eventualmente, sus arcas. Sin em-
bargo, parte de los productos retornaban de inmediato a las gentes. El cacique
de Tibacuy dijo que:

... demás dello cuando el cacique hacía su casa u alguna fiesta ansi mismo le
daban algún tributo para ayuda al gasto y esto de fiestas pagan de tributo lo que
el cacique les repartía y el cacique que daba a cada capitán una manta píntala y
a todos los yndios daba de comer y los enbijaba que era para ellos gran honrra...
(AGN. VisCund, t.4: 877v.-878r. en Tovar, 1980: 54).

Los indios recibían alimentos (carne) y bebida (chicha), y numerosos


testimonios afirmaron que las faenas terminaban en una fiesta en la que el
cacique les enbijaba. Por otra parte, otros ciertos productos también eran in-
mediatamente transferidos por el cacique a los capitanes, en particular mantas
coloradas y pintadas y productos de orfebrería que, en cambio, no retornaban
a las gentes comunes. El cacique de Simijaca dijo:

Y quel cacique a los capitanes e yndios les daba de comer y beber y conforme a lo
que a él le daban los capitanes les devolvía él a dar a una y a dos mantas / pinta-
das (ANG. VisBoy, t. 17: 546r. en Tovar: 49).

Las afirmaciones sobre la voluntad y posible de la participación de las


gentes en las faenas y tributos, y la recompensa a los capitanes, sugieren una
relación recíproca que dependía de la cantidad de la transferencia del trabajo y
productos al cacique. Pero, ello no sólo era distintivo en estas transacciones de

56
AGN. VisCund, t. 5: 577r-577v, en Tovar, 1980: 49.
57
El ruego todavía es característico entre algunas comunidades de los altos
Andes e interpretado como indicio de la capacidad de convocatoria de los líderes
para desempeñar los trabajos colectivos, en lugar de la cohersión respaldada en la
fuerza (Paese, 1992).

[256]
EL CONTROL DEL PODER

las gentes y capitanes a los caciques, y viceversa, sino que dependía de la posi-
ción del individuo, comunes y autoridades menores, a las que hemos de agre-
gar el género contando con los servicios de mujeres. Es evidente concluir que
estas transacciones no dependían meramente de los oficios que cada cual des-
empeñaba, sino que los mismos estaban previstos por su posición en la
jerarquía social. Según esto el intercambio era desigual: se apoyaba en la carac-
terística asimetría que distinguía a sus miembros de acuerdo con su posición
en la sociedad, según fuesen mujeres de servicio, comuneros, capitanes, y, por
supuesto, caciques. Más allá del producto y su cantidad, lo distintivo era la
naturaleza de las relaciones sociales en las que descansaba el intercambio, la
inversión de la fuerza de trabajo que terminaba por manifestarse en los pro-
ductos indicando la razón diferencial de las transacciones. A la postre, la cali-
dad de ios productos era indicativo de la calidad de sus productores, su posición
en la reproducción de la sociedad58. Por cierto, el intercambio económico, tan-
to como el intercambio social se orientaban a integrar la sociedad, pero tam-
bién es claro que combinaban relaciones simétricas y asimétricas en las que
descansaba la organización sociopolítica de los muiscas.
Evidentemente los trabajadores dependían de las condiciones de pro-
ducción según si los medios estuvieran a su alcance o si debieran adquirir los
productos por intercambio, incluyendo productos relativamente especializa-
dos que se dirigían a la autosubsistencia y los que he denominado productos

58
Siguiendo a Murra y Wachtel, Alberti y Mayer (1974) propusieron una
caracterización de los intercambios económicos andinos según las
contraprestaciones, la participación social y los tiempos de devolución. Según lo
cual el intercambio recíproco podría ser simétrico si se realiza entre iguales: lo
recibido debe corresponder a lo dado, sean productos o fuerza de trabajo y aun unos
por otros. O podría ser asimétrico cuando no ocurre entre iguales y el intercam-
bio es proporcional a la posición relativa de los miembros dentro de la comuni-
dad. Entonces: la combinación por la que varias personas realizan intercambios
asimétricos con una sola, nos da la base de un sistema redistributivo. En la comuni-
dad se reúnen bienes y servicios que se traspasan a aquella persona, quien en un
tercer momento: los distribuye a la comunidad en forma de bebida, comida y fiesta
relacionadas con la agricultura y en el tercer tiempo, al terminar la fiesta, B, C, D y E,
reciben de A "reconocimiento" en forma de un convite por la ayuda prestada (Alberti
y Mayer, 1974: 23). A pesar de la proximidad de este análisis, esta argumentación
enfatiza que ello no depende del enfrentamiento de los productos, sino de las
relaciones sociales de producción que les originan (ver a este propósito, Godelier,
1974).

[257]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

ceremoniales. Además de la disponibilidad de los recursos y la fuerza de traba-


jo en diferentes épocas del año, también es claro que la circulación distinguía
el acceso de algunos de ellos según fueran producidos en ciertas áreas internas
del altiplano o fuera de él. También es evidente concluir que los productos
cuyo intercambio se realizaba a través del trueque (simétrico) se dirigían a
complementar la autosubsistencia, en tanto que los que sufragaban al cacique
incluían tanto fuerza de trabajo como productos comunes, relativamente es-
pecializados y aún dependientes del comercio externo, que sólo eran
redistribuidos (asimetría) parcialmente.
Parcialmente porque una elemental evaluación demuestra que más allá
del inmediato retorno del producto del trabajo de las gentes y capitanes, el
cacique retenía parte de la riqueza social59. Hay que agregar que los cronistas
afirmaron que los caciques almacenaban productos que redistribuirían a las
gentes con ocasión de la guerra. Y, según vimos, rituales colectivos se celebra-
ban con ocasión del ciclo de desarrollo de la comunidad y del cacique, que
parecen referir a las "fiestas" mencionadas antes en las que siempre se consu-
mían productos ceremoniales como la chicha, la coca o el yopo, o se redistri-
buían mantas que se convertían en "premios" de las carreras de los jóvenes.
Por lo mismo, aquella parte del trabajo social que concentraba el cacique
sin contrapartida material sugiere que este intercambio asimétrico podría ha-
llar su contrapartida en otros campos de realización social. Aunque entre los
muiscas no podríamos hablar de grandes obras, sin duda ciertas tareas com-
prometían la administración de fuerza de trabajo individual y colectiva, como
la misma preparación y cuidado de las labranzas, y la construcción y cuidado
de las habitaciones de las autoridades. Las eventuales construcciones arqui-
tectónicas ceremoniales elaboradas en madera o piedra y los caminos em-
pedrados eran, sin duda, tareas colectivas. Mencionamos la organización de
multitudinarios rituales, que incluían la preparación de grandes construccio-

59
Aunque he venido discutiendo la mera interpretación económica de las
relaciones sociales, un sencillo cálculo para 1595, cuando ya había ocurrido la
devastadora contracción demográfica producida por la Conquista, resultaría de
multiplicar los tributarios de los pueblos que rendían al Bogotá, según la citada
evaluación de Tovar, que sumaban 4.749 personas, según la visita del oidor Ibarra
(ver Ruiz Rivera, 1975), por sus tributos en un año que, según su posible y aún
deduciendo lo redistribuido, nos propone un recaudo nada despreciable del
cacique, pero difícilmente constatable arqueológicamente.

[258]
EL CONTROL DEL PODER

nes para las ceremonias, y la dirección de la guerra. Y otras tareas de interés


comunal, como la construcción de camellones y canales, que no sólo suponen
el producto social de excedentes, sino la convocatoria y el liderazgo. La admi-
nistración de labores especializadas como la orfebrería y aun del tejido de
mantas, según cronistas, eran promovidas por los caciques. No obstante estas
tareas contaban con especialistas (sacerdotes, guechas, plateros, mujeres de ser-
vicio), en quienes recaían los oficios propiamente dichos, siempre se mencio-
nan en los documentos coloniales como responsabilidad de las autoridades.
Así, la concentración del poder económico no se refería al control sobre los
medios de producción, distribución o circulación de la producción, sino al
control sobre la organización de la fuerza de trabajo colectiva que era funda-
mental para la reproducción social y constituiría un pilote fundamental del
sistema de autoridad y legitimación del poder. Ello redundaba en cierta con-
centración económica en manos de las jerarquías políticas, como lo sugieren
los procedimientos de transmisión de la propiedad que analizaremos ensegui-
da, lo cual nos permitirá esclarecer mejor la naturaleza de las relaciones socia-
les y los privilegios del poder.

Herencia y propiedad
Para analizar la herencia60, partiré de nuevo de algunas citas de las pri-
meras Relaciones, y enseguida las contrastaré con la información de testamen-
tos de las autoridades indias que, aunque influidos por la situación colonial y
de hecho registrados ante la administración de Santa Fé, reflejan característi-
cas muiscas con respecto al procedimiento de traspaso de las propiedades. Entre
estos dos tipos de información nos servirá de puente un pleito de 1605 que no
sólo incluye el testamento del cacique, sino las argumentaciones de los princi-
pales e indios del repartimiento que fueron consultados por los hispanos para
decidir la querella.
Sobre las reglas de transmisión de la propiedad, la primera Relación de-
cía que:

60
Por herencia, entenderemos la transmisión de la propiedad que garantiza la
producción y reproducción de la sociedad. Aunque de la propiedad podrían
formar parte la casa, los instrumentos de producción u otros bienes, entendemos
que la tierra era el medio de producción fundamental; como se verá, su control no
necesariamente representaba el del poder político.

12591
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

Los hijos no heredan a sus padres sus haciendas y es[ta]dos, sino los hermanos,
y si no ay hermanos, los hijos de los hermanos muertos, y destos como tanpoco
no les heredan sus hijos sino sus mesmos sobrinos o primos, viene a ser todo
una quenta con lo de acá, salvo questos barbaros van por estos rrodeos (Epíto-
me, en Ramos, 1972: 297).

Según esto, la propiedad y el cargo se transmitirían a los hermanos y so-


brinos, aun si los primeros hubiesen muerto pues no heredaban los hijos; sin
embargo, la Relación concluye de manera equivocada que sucedía igual que en
España. Es claro que los españoles diferenciaban la transmisión de la propie-
dad como herencia (haciendas)61, concepto que ocasionalmente fue empleado
también para señalar la transmisión del cargo (estados)62, puesto que en Espa-
ña iban de la mano, aunque claramente distinguidos. Su distinción es impor-
tante por cuanto las crónicas a menudo los refieren juntos y analíticamente
condujo a confusiones63. Entre los muiscas podemos despejarle si considera-
mos que debido al peso avuncular del sistema un hombre sucedía el cargo en
sus sobrinos, según vimos anteriormente, en cambio, eran las propiedades las
que pasaban primero a sus hermanos y luego sí a los sobrinos. Su diferencia
fue mejor referida poco tiempo después:

...y porque es a propósito, digo que en aquella tierra e provincia, en ninguna


manera heredan los hijos, sino los hermanos, y a falta de esos, sus sobrinos; de
manera que totalmente son excluidos los hijos de la herencia (Oviedo, 1852, III:
123).

En la misma perspectiva, Hernández Rodríguez citó un documento de


1577 en que los encomenderos solicitaban a la Corona que cambiara las reglas
de la herencia muisca:

Piden a su majestad que mande que los hijos hereden a su padre, y no los sobri-
nos, para evitar muchos escándalos, y que obedezcan al cacique del padre, pues

61
Tómase por el caudal y capital que cada uno tiene... (Covarrubias, 1995: 619)
62
En otra manera se toma por el gobierno de la persona real y de su reino, para su
conservación, reputación y aumento (Covarrubias, 1995: 514)
63
Pérez de Barradas confundió la herencia con la sucesión (1951,11: 212-215),
conceptos fusionados por Hernández Rodríguez (1975: 69).

[26o]
EL CONTROL DEL PODER

cuando uno se casa con mujer de otro repartimiento, si muere, la viuda vuelve
con sus hijos al repartimiento donde nació y de aquí resultan querellas entre los
encomenderos (en Hernández Rodríguez, 1975: 81).

Y es que, según vimos, debido a la residencia de la pareja los varones de


las unidades de matrifiliación nacían en el sitio de su padre y permanecían allí
durante la primera época de su vida para luego retornar a las tierras de su
matrilinaje. Por lo mismo, la regla de la herencia proponía la transmisión de
las propiedades primero en los hermanos y luego en los hijos de la hermana.
Así, los hermanos del matrilinaje que ya estaban juntos recibían los derechos
de las tierras que traspasarían a sus sobrinos, de manera que la herencia de la
base material de reproducción social no sólo mantenía la solidaridad de los
vínculos avunculares entre sus miembros, sino que garantizaba ia corpora-
tividad del linaje matrilíneo.
Sin embargo, la movilidad social de los miembros de los linajes entorpe-
cía el control hispano sobre la fuerza de trabajo, de manera que los encomen-
deros solicitaron a la Corona su transformación que se impondría hacia el
siglo XVII, como ya es manifiesto en un pleito de 1605 entre doña María de
Guardes, sobrina del finado don Pedro el cacique de Suba, contra la esposa de
éste, doña Isabel64. La querella llegó a la Audiencia porque María de Guardes,
casada con Juan Rodríguez, quien la representaba en el proceso, alegó la prela-
ción para heredar las tierras del cacique por ser hija de la hermana de éste. Y es
que don Pedro había redactado una Memoria 63 en la que describía minuciosa-
mente sus propiedades y la forma como debían ser distribuidas, pero no ha-
biéndole registrado legalmente su validez era sólo testimonial. En su lugar,
el proceso apeló a testigos que declararon sobre los usos y costumbres que
deberían resguardar la voluntad del cacique.
Las propiedades mencionadas por los testigos eran tres estancias y sus
bohíos, una de las cuales se hallaba en la punta de Suba y otra tenía cinco
fanegadas de maíz con tres bohíos, seguramente en Suba. Pero la Memoria
sólo menciona: un solar a las espaldas del cacique de hontivon y de manuel de
acosta, y una estancia de pan y ganado menor. Los testigos hablan de bueyes de
arar y cerdos, aunque en la lista del cacique sólo aparecen dos caballos y ciertas
cabras; de las 150 a 180 ovejas que se mencionan en el pleito, en la Memoria

64
AGN.Caln, Vol 25: 45-173.
65
Ver Anexo 3.

Í261I
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

sólo aparecen genéricamente referidas. También registraba aperos como si-


llas, estribos y un freno de caballo. Otras propiedades del cacique incluían
cajas y cofres, una trencilla de perlas, collares de oro, cuentas de Santa Marta,
totumas coloradas y guarnecidas con plata y oro, provenientes de Monpox y
Timaná, y hasta un pequeño cántaro. Poseía cuatro platos de peltre con dos
escudillas chiquitas, y vestidos hispanos: uno de terciopelo verde con franjas
de oro, dos capas de paja negras y otra guarnecida con terciopelo, un capote
verdoso de paño, un caparazón de paño azul, unas calzas coloradas y un
jubón de tafetán rosado con sus mangas guarnecidas por unos pasamanos
de oro.
La Memoria también cuenta la considerable cantidad de empeños, deu-
das y bienes en manos de terceros. Las deudas alcanzaban los treinta pesos de
oro, ocho de ellos por marcar, y aunque la mayoría eran acreedores indígenas
también había hispanos, entre ellos un escribano. Un alto porcentaje de su
deuda era con el capitán Gallo. El cacique había empeñado ciertos objetos que,
con excepción de un sayo de terciopelo, se trataba de parafernalia: coronas de
cuentas de Santa Marta, collares de oro y una totuma colorada y otra guarne-
cida en plata, ésta última del más alto precio. Entre sus deudores estaba el mis-
mo capitán Gallo, que debía al cacique: siete telas de oro corriente que pesaron
siento y beinte pesos, y ocho pretinas de cascaveles blancos de anchor de un pal-
mo, y veinte coronas de cuentas de Santa Marta. A otros indios había prestado
coronas, collares de oro y varias totumas, alguna guarnecida en oro. Gaspar le
debía una sortija engastada con esmeraldas. Y varias barras de hierro estaban
prestadas, entre otros, a su propio amo y al sacerdote.
El listado revela que entre sus posesiones era importante la parafernalia,
y, por supuesto, las tierras y los animales. También destaca los costos y la im-
portancia de objetos hispanos, como los vestidos y las telas, e incluso un anillo
de oro con esmeraldas. Notable es que el endeudamiento y los préstamos eran
corrientes, en particular de parafernalia, aunque no de tierras ni animales. Y
que los negocios en la mayoría de los casos comprometían indios, particular-
mente a las autoridades, pero también se hacían con los hispanos.
Don Pedro testó la mitad de su estancia de Fontibón a su esposa. A su
hijo, una yegua; y a los otros tres hijos, de a cinco pesos cada uno. A su sobrina,
cuatro pesos. A otra mujer de nombre Negay, cinco pesos. A Ana y su hija
Leonor, pedía se le diesen cuatro pesos. Y a una anciana a su servicio, una
manta y la corona que tenía Juan Céspedes de peso y medio de oro. Finalmen-
te, solicitaba se le enterrara con el hábito de su cofradía y que su herencia se

[262]
EL CONTROL DEL PODER

distribuyera luego de deducir los costos del funeral y las deudas que tenía. El
cacique daba prelación a su esposa, luego a sus "hijos" y a una sobrina, pero el
monto para éstos era decididamente más pequeño y similar al de otras muje-
res de servicio.
Ahora bien, los testigos argumentaron la separación de las propiedades
del cacique y las de su esposa que no eran refundidas. Don Domingo, cacique
de Macheta, dijo que los bienes del cacique y de su mujer siempre eran inde-
pendientes y que aunque durante el matrimonio adquirieran nuevas propie-
dades serían de cada uno para sí66. El escribano asentó:

... que entre los yn(di)os caciques y sus mugeres ay costumbre usada y guardada
q(ue) el marido tiene sus bienes y ganado a parte y la muger por la mysma forma
y que no se comunican las ganancias entre marido y muger... (AGN.Caln, Vol.
25: 95v).

De hecho, los bohíos de habitación del cacique y su esposa estaban sepa-


rados pues doña Isabel: tenya su casa y ajuar de por si y tenya sus granjerias asi
de las labores que azia de sus manos como de algunos carneros y puercos que
bendia, lo cual insiste en la distinción de la vivienda de los caciques y sus espo-
sas. Adicionalmente, doña Isabel era de Tuna, donde estaban sus tierras en las
que sembraba maíz y papas que ella misma vendía67, y tenía otra estancia en
Cota68, a diferencia de las estancias del cacique don Pedro que estaban en su
propio cacicazgo de Suba, aunque otra se hallaba cerca de las del cacique de
Fontibón. Así, las tierras de cada cónyuge se localizaban en su propio cacicazgo,
aunque también las tenían en otros cacicazgos.
La Audiencia falló en favor de la esposa del cacique, por lo menos la
transmisión de la mitad de los bienes, en tanto que la otra mitad cubriría las
deudas bajo responsabilidad del cacique de Tuna69. A pesar de la querella enta-
blada por María de Guardos, las autoridades la desautorizaron resultado de las
consultas. Sin embargo, los testimonios del pleito dijeron que el cacique no
tenía sobrinos varones, hijos de hermana, ni hijos legítimos con la contempo-
ránea esposa con quien estaba amancebado. Ésta parece ser la razón por la que

66
AGN.Caln, Vol. 25: 118r.
67
AGN.Caln, Vol. 25: 81v-83r.
68
AGN.Caln, Vol. 25: 116r.
69
AGN.Caln, Vol. 25: 94r-94vy 132r-132v.

[26 3 ]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

su sobrina, aparentemente promovida por su esposo, reclamó ser la legítima


heredera.
No obstante, distintos testimonios aseveraron que del cacique, las sobri-
nas no heredaban sino los sobrinos. El pleito documenta que la sucesión en el
sobrino todavía incluía los bienes propios del oficio, como afirmó un testigo
que: save q(ue) los bienes que dejan los caciques qu(an)do mueren los hereda el
sobrino q(ue) sucede en el cacicazgo como son las plumas y chagualas y el cercado
y no otros bienes es porque los demás los hereda su muger e hijos...70. Maryn Alvarez,
indio ladino y cristiano, declaró que: el que sucede en el cacicazgo hereda el
cercado y tierra y lo demás no, que el lo reparte entre sus parientes71. Otro testi-
monio dijo que el cacique de Suba había heredado de su tío, el cacique viejo,
mucha ropa y oro y todo lo que tenía. El cacique de Macheta afirmó la suce-
sión avuncular, mientras que la herencia se repartía entre los parientes. Los
cercados de las autoridades eran prerrogativa de la transmisión del cargo al
interior del linaje cacical.
Debo recordar que otros objetos y emblemas de la autoridad eran trans-
mitidos entre las autoridades, como los "santuarios" que se heredaban por vía
avuncular, como ocurrió en Iguaque a la muerte del capitán, quien en 1595 lo
legó a su sobrino junto con el cargo. Ese mismo año y en el mismo sitio, el
finado capitán Cupicasupani había heredado su cargo y santuario en su sobri-
no Alvarira Ripica72. En Monquirá en 1586 el cacique Diego Francisco heredó:
un collareja de oro que pesara siete u ocho pesos el qual me dexo mi tío don carias
para unos sobrinos mios hijos de doña marina y en el documento afirma que el
cacique sucedía en su sobrino, el hijo de una prima hermana a quien traspasaría las
tierras del cacicazgo que, a su turno, las había heredado de su propio tío73.
Como se sabe, la propiedad territorial y sus formas de transmisión fue-
ron dramáticamente intervenidas por la Conquista. Las tierras pasaron a los
hispanos a través de los repartimientos concedidos a los conquistadores, luego
convertidos en encomiendas y finalmente en haciendas. Al mismo tiempo los
indios fueron reducidos a poblados y resguardos, de manera que al final del
siglo XVI ocupaban minúsculos retazos de sus territorios originales entreve-
rados entre las encomiendas hispanas, que fueron legalizadas para dar origen

70
AGN.Caln, Vol. 25: 115r.
71
AGN.Caln, Vol. 25: 122v.
72
En Broadbent, 1964:93.
73
En Broadbent, 1964: 47.

[264]
EL CONTROL DEL PODER

a las grandes haciendas. Además, la desterritorialización y la invasión de las


tierras de resguardo fueron constante queja durante todo el siglo XVII. Aun-
que desde 1528 la Corona había aprobado la estabilidad de los indios en sus
propias provincias y prohibía las forzosas repoblaciones y movimientos de la
gente de un sitio a otro, aun por voluntad propia74 o como se enunció en 1541,
por forzosos desplazamientos de gentes de tierra caliente a la fría y viceversa75,
sin embargo, desde 1538 la Corona había aceptado que los indios deberían ser
concentrados en pueblos para que reducidos, aprovechasen la christiandad, y
policía76, lo que parece meticulosamente previsto en las Ordenanzas de Felipe
II77. Tales disposiciones fueron explícitamente dirigidas hacia 1549 a la Real
Audiencia de la Nueva Granada según oficio del Rey78.
En 1555 la Corona pedía a la Audiencia que se hiciera justicia a los indios de
Turmequé, pues cuando los españoles entraron en aquella tierra muchos indios
naturales de ella se han ido a vivir a otras partes desplazados por el poblamiento
español que les tomaba sus tierras con estancias de ganados79. Situación similar
expuso el cacique de Boza a la Corona en 1557, pidiendo se le restituyesen las tie-
rras quitadas por españoles cuyos agravios y vejaciones habían obligado a: los
dichos sus indios, capitanes y sujetos se habían huido y vivían por los arcabucos*0. La
queja persistirá en 1565 cuando Venero de Leyva, presidente de la Audiencia, reci-
bió la orden del Rey de tomar las medidas con respecto a los muchos indios natura-
les de esa tierra se huyen y ausentan de sus asientos y poblaciones antiguas y de sus
caciques, y se van a los montes y otras poblaciones, lo cual dificultaba la doctrina y,
sobre todo, la tasación de los tributos81. Después, en 1618, la Corona explícitamen-
te estipuló que los hijos de varones indígenas deberían permanecer con sus padres82.
Lo anterior nos permite contextualizar la transformación de las reglas
de herencia que, de avuncular se transformará en patrilineal, según el modelo
hispano, como lo aseverara un cronista:

74
Recopilación, II: VI, I, xvj.
75
Recopilación, II: VI, I, xiij.
76
Recopilación, II: VI, I, xviiij; y Ordenanza de Felipe II, No. 148 de 1554
(Recopilación, II, VI, IX, ij).
77
Recopilación, II, IV, VIL Ordenanza, 136.
78
DIHC, X: 2236.
79
FDHC, III: 367.
80
FDHC, III: 436.
81
FDHC, V: 856.
82
Recopilación, II: VI, I, X.

Í265
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

No heredaban a sus padres los hijos de los caciques, sino eran las haciendas que
se hallaban tener cuando morían que se repartiera entre todos y las mujeres que
dejaban, porque el estado lo había de heredar -el- sobrino, hijo de hermana y no
de hermano, para asegurar con aquello su sangre por la poca satisfacción que
tenían de la fidelidad de las mujeres... (Simón, 1981, III: 390).

Simón separa las haciendas que se transmitirían a los hijos y la(s)


esposa(s), del estado legado al sobrino que debería ser el hijo de la hermana, en
consonancia con los criterios que orientaron los testamentos que fueron regis-
trados en Santa Fé a partir de 155883, donde la influencia colonial es notoria y
los testamentos son en su mayoría de mujeres que habitaban la ciudad. Obser-
varé los primeros registros de autoridades indígenas a partir del primero en
1609, cuando la esposa de don Felipe Vásquez, cacique de Guatavita, solicitó el
inventario de sus bienes84. Sus propiedades ostentaban la opulencia, mayor
que el de Suba, que tomaron al escribano seis días de labor y 18 folios de regis-
tro 85 . Y es que el cacique de Guatavita además de algunas deudas y préstamos,
poseía vestidos, ropas, mantas, cubiertos, una fragua de herrero y sus utensi-
lios, instrumentos para el arado y las labores del campo y aperos de animales.
En tierras de Guatavita era dueño de una estancia de ganado mayor, otra de
ganado menor, dos de pan y ganado, un sitio de molino, una estancia de trigo
de siete fanegadas de sembradura y una labranza de maíz de tres fanegadas de
sembradura 86 . Además tenía tierras en los valles templados, en Guachetá dos
estancias de ganado mayor, y en Choachí cinco estancias de ganado y de pan

83
AGN.Notaría I a , protocolo 1558 Folio 35.
84
AGN. Notaría I a t. 31: 371r-38r. Con posterioridad a la preparación de este
estudio, un cuerpo documental de testamentos coloniales fue publicado bajo
dirección del profesor Pablo Rodríguez (2002), que amerita un análisis individual
y más comprensivo que nuestro propósito de ilustrar ciertas características
compartidas por los primeros registros de sus autoridades. La influencia hispana
en el período de referencia (1558-1640) es manifiesta por la mayoría de los
testamentos femeninos de residentes en Santa Fé, cuya exigua propiedad estaría
conforme con el desplazamiento desde sus comunidades para trabajar como
"mujeres de servicio" de españoles (Vargas, 1990).
85
Ver Anexo 3.
86
Estancia de ganado mayor = 5.200 m; estancia de ganado menor = 4.600 m;
estancia de pan = 1.488 m; estancia de tierra= 5.336 m; fanegada = entre 4.601 y
6.436 m. (Courvel, 1940).

266
EL CONTROL DEL PODER

con 400 cabezas de ganado mayor,y 160 yeguas. El cacique poseía 1.800 ovejas,
340 cabras, 33 chivos, 17 caballos, cinco yuntas de bueyes, una muía, dos ma-
chos y un burro. A la sazón el cacique habitaba en Santa Fé en unas casas de su
propiedad, donde también era dueño de un solar y otras estancias. Incluyó en el
testamento dos esclavos negros y dos mulatos. Y declaró:

... que al tiempo que me case con Doña maria Vazq[u]ez mi muger yo no tenia
ningunos bienes Raizes ny muebles oro ny plata y ansi lo declaro Por descargo
de my conciencia y los que al Presente tengo son adquiridos durante nuestro
matrim[oni]o y ansi lo juro a Dios y ala cruz... (AGN.Notaria I a , t. 31: 379v).

Esto sugiere que sus propiedades habrían sido adquiridas durante el


matrimonio. Por solicitud expresa del cacique, y luego de pagar las deudas,
cobrar los préstamos y descontar los costos funerarios, incluyendo sesenta
misas, debería entregarse a una india de servicio tres mantas de algodón de la
marca; a Catalina india cocinera, una yegua, a la india María, una yegua y dos
mantas de algodón. El resto sería repartido por partes iguales entre sus here-
deros universales, su esposa doña María y sus hijos don Felipe, doña Juana,
doña Margarita y doña Manuela.
Las propiedades del cacique de Suba, como el testamento del cacique de
Guatavita, contrastan con las propiedades de los capitanes. En 1630 don Pedro
Casua capitán de Tuna registró su testamento en Santa Fé87, declarando una
labranza de cebada y otra de maíz, dos casas y un solar en dicho pueblo88. Una
yunta de bueyes y una yegua. Le debían Francisco Chuchaca de Churuaco,
Pedro Guasquisigua, Jhon Coloya de Lenguazaque, gaspar de Tocanzipa y Diego
Chibsica de Tuna. Y el capitán debía el tercio de la demora, y a la Cofradía de
Nuestra Señora, a la de San Agustín. Había prestado para pagar la demora de
su gente a don Joan Sacafuqua de Tuna. Don Pedro legó el solar y la casa y la
mitad de la labranza grande a su esposa mientras que la otra mitad debería ser
vendida por su hermano entregando el monto a su esposa e hijo. A este último
también dejó la yegua, sus aperos y otros muebles. Pidió se vendiesen los bue-
yes y otros objetos que junto con los cobros a sus deudores deberían pagar las
honras fúnebres, y lo que sobrase se entregaría a su esposa e hijo.

87
AGN. Notaría 3 a , t. 26: 75r-77r.
88
La medida de labranza tal vez equivalente a una estancia de pan. El solar =
5.972 m (Courvel, 1940).

[267]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

Similar fue el testamento que en 1633 hizo don Pedro Chiquesucho de la


parte de Cana y capitán de Chía89. Don Pedro era viudo. Poseía en el pueblo un
solar que cae junto a la plaza yermo, y una labranza grande ubicada vecina del
cacique viejo, sembrada de trigo. Tenía una yegua, en poder de un capitán de
Bogotá, y otra con su cría en Chía. Aunque debía tres patacones, más le debían
distintos indios de su pueblo y un capitán, un indio de Chía, un indio de Bo-
gotá, dos principales de Suba, otro principal de Zipaquirá y su mujer, y el caci-
que de Subachoque. Aparte de dos totumas de Arma, declaraba de su
pertenencia un pendón de San Juan. A su hija legó las totumas y doce botijas,
la yegua que estaba en Bogotá, y sus aperos, cuatro sillas y la mitad del trigo que
se trillare. También la labranza y solar que poseía en Tuna. A su hermano deja-
ba la otra mitad del trigo trillado y tres sillas ginetas. Pedía que la yegua que
estaba en Chía se vendiese para pagar las honras fúnebres.
Aun contando con el peso de la transformación colonial, estos ejemplos
nos permiten ilustrar ciertas características muiscas que luego desaparecieron
en los testamentos registrados en su mayoría por mujeres residenciadas en
Santafé, la mayoría de las cuales escasamente poseían un solar. El reconoci-
miento de la propiedad según valores hispanos y la transmisión al cónyuge y
los hijos son criterios destacables de la herencia indígena colonial. Tal valora-
ción se manifiesta en la tasa de la propiedad territorial según su aptitud para
ciertos animales y cultivos, que se medían por su producción, el tipo y número
de animales y el monto esperado de la cosecha. He llamado la atención sobre
las deudas, créditos y empeños, que aunque incluían hispanos y las demoras a
pagarles, no sólo se realizaban entre gentes que se pretendían del mismo estatus
sino con otros miembros que apoyaban un sistema de intercambio jerárquico
en el que, adicionalmente, se difería la devolución. Otra expresión del mismo
sistema menciona animales a la guarda de parientes y otras gentes de unidades
locales distintas. Las propiedades de las autoridades indias no incluían sólo
los derechos territoriales, sino objetos ceremoniales que eran propios del
oficio, como los cercados y cierta parafernalia que, como símbolos de su
dignidad, también deberían ser heredados a los sucesores. Es la más evidente
muestra de rezagos muiscas, la transmisión de objetos de parafernalia y las
distintas calidades de las mantas hipostasiadas por los vestidos hispanos que
se legaban de acuerdo con el estatus de sus miembros. Las deudas y emprés-

' AGN. Notaría 3 a , t. 37: 31r-32r.

[268
EL CONTROL DEL PODER

titos develan obligaciones y contraprestaciones sociales de la red de relacio-


nes de las autoridades que también destacan la concentración de riqueza en
sus manos, lo que colonialmente se traducía en herramientas, atuendos y
parafernalia.
De la misma manera, la información colonial hace ostensible que la pro-
piedad territorial de los caciques sobrepasaba, con mucho, la de los capitanes,
según los testamentos sólo poco mayor que las gentes la de los comunes. Aun-
que podría argumentarse que tal dominio cacical habría sido resultado colo-
nial ya sea por la muerte de los comunes, porque migraban o huían a otros
sitios, también hay indicios, incluyendo su extensión sobre los cercanos valles
templados, que permiten argumentar su raigambre muisca, si partimos de la
cantidad de gentes que laboraban sus labranzas en tiempos prehispánicos. Y es
que desde las primeras Relaciones y cronistas se afirmó la herencia avuncular.
El medio de producción fundamental descansaba en los comunes quienes, en
apariencia, eran dueños de sus tierras o, por lo menos, eran sus poseedores y
las usufructuaban individualmente (familiarmente), como parte del grupo local
constituido por el conjunto de consanguíneos vinculados por vía matrilineal.
Además, las gentes contaban con tierras de carácter colectivo empleadas para
tareas de caza, pesca y recolección. Si alguna redistribución territorial se reali-
zaba, seguramente estaría en manos de las unidades sociales. Incluso la infor-
mación testamental permite constatar cómo las propiedades de las autoridades
eran distintas de los medios de producción comunitarios. Aún en tiempos
coloniales sus propiedades eran particulares e incluso se distinguía de las de
sus esposas, seguramente vinculadas al territorio de sus propios matrilinajes.
Aunque las unidades territoriales y políticas se distinguían por el nombre de
la tierra y el líder político, los caciques no eran los propietarios eminentes de
la tierra, ni su poder dependía de la legitimación como representante de la
propiedad comunitaria. En cambio, la información permite aseverar que los
caciques no sólo se hallaban liberados del trabajo común, sino que concen-
traban parte de la riqueza social convertida en emblemas distintivos de su
oficio, como ocurría con costosa parafernalia y objetos ceremoniales y con
los cercados.
Pero el control de las gentes por vía de la transformación del ejercicio de
las autoridades indias en intermediarios de la administración colonial no fue-
ron meros cambios de la estructura política: los hispanos debieron proponer
beneficios y prebendas. Se sabe que convirtieron a los caciques en agentes de la
recolección de los tributos y administradores de la mano de obra, a cambio de

[269]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

la distinción de "don" o del privilegio de vestir a la española, usar caballos, etc.,


pero, sobre todo, del empleo de la mano de obra y de sus tierras para propio
beneficio, lo que progresivamente les convertiría en odiosos personajes cuyo
abuso alcanzaría el maltrato físico. Estas quejas de los indios, tanto como las
de los caciques reclamando el respaldo de la administración colonial en contra
del desacato con que fueron respondidos, llenan buena parte de la documen-
tación colonial sobre el ejercicio de las autoridades indias en tiempos de la
Colonia.

Control político
En primer lugar, destacaré la coherencia de las reglas de sucesión y he-
rencia con respecto a la filiación y la residencia, cuya carga avuncular verifica
la armonía con el matrimonio asimétrico. Aunque cierta distinción de los
géneros, indicada por el análisis del vocabulario de parentesco que señalaba
un sistema de clasificación paralela, obliga a no descartar la indicación de los
testimonios coloniales sobre las distintivas propiedades de la pareja matrimo-
nial, el principio avuncular de la organización social originada en la matri-
filiación de sus miembros afirma el peso de la solidaridad masculina de
matrilinajes sobre la reproducción social y el ejercicio del poder, reafirmado
por el control sobre la transmisión de los cargos políticos, lo que he observado
persistentemente enfatizado por cuanto el sucesor debería corresponder con
el hijo mayor de la hermana mayor del cacique.
Los principios organizacionales anteriores armonizaban con los lazos de
parentesco en los que descansaba el control político de las autoridades lo que,
en principio, se traduciría en su apoyo en lazos de parentesco y alianza política
entre unidades distintas. De hecho, los procedimientos matrimoniales enlaza-
ban distintas y, aparentemente, distintivas unidades locales, a través de los pa-
rientes de las autoridades que tendían a reproducir el control del poder en
manos de ciertos linajes. Ello manifiesta que el ejercicio del poder no se res-
tringía a ser representación simbólica de la identidad colectiva, a los atributos
o a la capacidad del líder, sino que se hallaba arraigado en las relaciones socia-
les y políticas.
También será notorio que la legitimidad del poder no se refería al con-
trol de instrumentos administrativos y aun de su competencia personal. Los
testimonios analizados en este capítulo registran la disención, la competencia
y el conflicto por el poder, particularmente contestados según las consuetudi-
narias reglas de sucesión, y los pleitos sugieren que a los procedimientos legi-

[270 J
EL CONTROL DEL PODER

timadores del ejercicio del poder que en principio derivaban del parentesco, se
agregaban la autoridad del ejercicio, la práctica social y la refrendación de la
acción política de los líderes, vale decir, la contestación de las fuerzas sociales.
Lo que algunos etnógrafos de sociedades andinas han leído en tiempos
prehispánicos o contemporáneos del "ruego", traducido como solicitud, nego-
ciación y aun sometimiento, que entre los muiscas descansaba en relaciones
asimétricas, era expresión de la reciprocidad como pilote de integración de la
sociedad.
De todas modos, el ejercicio del poder era, pues, parte fundamental de
las relaciones de producción y reproducción social de los muiscas. Las quejas
de los comuneros sobre la ilegitimidad de los procedimientos de sucesión de
las autoridades, pero, sobre todo, del abuso de la fuerza que terminaban por
apoyarse en las argumentaciones anteriores, lo hacen manifiesto, aun en el
contexto colonial. En dicha perspectiva, el capítulo ausculta las razones que
legitimaban la intervención de las autoridades en la vida social, particular-
mente referidas al virtual control sobre los medios materiales de reproducción
social. Pero, he aquí que entre los muiscas, la unidad de producción básica era,
en principio, autosubsistente. Sin embargo, productos relativamente especia-
lizados que eran complemento de la producción alimentaria debían obtenerse
mediante el intercambio. Excedentes de producción y de la utilización de la
fuerza de trabajo también se transferían a sus autoridades. La naturaleza de las
relaciones sociales en las que se apoyaba dicho intercambio ha sido nuestro
objeto de atención. El análisis de sus características informa que la naturaleza
del intercambio entre productores era distinta de la que realizaban con sus
autoridades políticas. Así mismo, que la redistribución para los comuneros
también tenía características distintivas del retorno de productos entre autori-
dades. Razón evidente del intercambio era la producción aparentemente espe-
cializada de productos indispensables a la reproducción social. Pero, esta última
no sólo dependía de la producción material, de manera que no era lo único
que se intercambiaba. Así, las fuentes de sal o de esmeraldas se hallaban en
ciertos lugares del altiplano privilegiando la producción local que obligaba a
otros su intercambio. También sucedía que recursos se localizaban por fuera
del altiplano y, aunque las gentes de los valles altiplánicos usufructuaban de
tierras de los valles templados, no parece que dicha situación hubiese sido ge-
neralizada y recursos producidos en áreas más distantes, como el algodón, la
miel o el yopo, debían intercambiarse con gentes que se hallaban más allá de
las estribaciones de la cordillera. Las redes de intercambio se extendían a las

[271]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

tierras bajas, como ocurría con el oro producido en los valles interandinos, y
se expandía a zonas tan distantes como el litoral Caribe, de donde provenían
las conchas de caracoles marinos.
No obstante, algunas comunidades y segmentos sociales habrían sido
distinguidos por la elaboración de ciertos productos. Es frecuente, por ejem-
plo, encontrar que el morfema gacha que en los Diccionarios refiere a los gran-
des recipientes de cerámica que se empleaban para elaborar la sal, se repite en
la denominación de varios "pueblos" (Gachancipá, Gachaquirá, Gachantivá...),
o capitanías de pueblos como en los cacicazgos de Ramiriquí, Cucaita-Gacha,
Sopó, etc., siempre vinculados con la producción cerámica90. Lo que sugiere
que la producción no sólo podría depender de la necesidad de uso, sino de la
disponibilidad de materiales que distinguían tipos cerámicos por todo el al-
tiplano (Lleras, 2000). La disponibilidad de recursos, pero también la pericia
en su elaboración y, por cierto, la inversión social en las labores, no sólo se
habría traducido en diferencias regionales sino, que sepamos, en la artesanía
y su producción local, como el tejido de mantas cuyas calidades fueron des-
tacadas.
Aunque los cronistas también argumentaron la especialización de los
plateros de Guatavita y Fontibón, y aun otros "pueblos" y actividades, es más
fiable considerar que el intercambio dependía de la fuente de los recursos que
conducía a la especialidad de las tareas. Debemos, pues, distinguir la especiali-
dad de la producción y, por supuesto, del intercambio de sus productores, de
la verdadera especialización económica91. No obstante, entre los muiscas, como
en toda sociedad agrícola, las gentes se hallaban obligadas al intercambio y, en
consecuencia, a la producción de excedentes. Aunado al hecho de que el inter-
cambio no obligaba productos alimentarios sino de aquellos que el acceso de
recursos singularizaba la producción, no parece que los muiscas tuvieran una
compleja organización que especializara económicamente a la sociedad. Agre-

90
Aparte del denominado pueblo de Gachantivá en el Valle de Leyva, en
Nemocón había un pueblo o parcialidad, la de Gachaqueca o Gachacaca, "pueblo
de olleros" que fue agregado por el Visitador Luis Enríquez con los de Cogua,
Nemeza y Peza, a donde se trajeron otros olleros de Gachancipá. En la Sabana
había un pueblo de Gacha cerca de Choachi (Velandia, 1979,1: 849). Cuando
Ibarra adjudicó el resguardo de Soacha en 1594, ocupaban el valle de Baquira,
Busunga y Gacha.
91
Terray, 1971; Meillassoux, 1974, 1977; Godelier, 1996.

[272]
EL CONTROL DEI

garé que tareas como la guerra no estarían respaldadas por una verdadera
milicia, vale decir, la preparación especializada de los guerreros, sino que en la
eventual necesidad, como ocurrió durante la resistencia a los hispanos, concu-
rrían adultos bajo liderazgo de sus caciques.
Sin embargo, actividades administrativas y religiosas eran ejercidas por
ciertos miembros de la sociedad que eran individualizados por el comporta-
miento social distinguiendo sus acciones, por ciertos atributos, y por los bie-
nes y servicios que le eran transferidos por los comuneros. Y, en ambos casos,
supimos que las gentes sufragaban su supervivencia. Aunque esta especialidad
de sus funciones sociales no es extraña a otras sociedades de Sudamérica (en
las cuales se personifican las actividades religiosas, distintas del promotor de
actividades colectivas que se han interpretado "políticas"), en la primera parte
de este escrito he argumentado que los sacerdotes, como ahora hemos docu-
mentado lo eran los caciques, en conjunto eran mantenidos por la comuni-
dad. Pero, no sólo eso compartían: también cierto ejercicio religioso y ciertas
prácticas de la vida cotidiana que se acreditaban en su aprendizaje iniciático y
luego, ya jeques o caciques, en sus atributos, prácticas y lugar simbólico en la
sociedad. Por otra parte, en cuanto hace a su posición en las relaciones socia-
les, las jerarquías religiosas y políticas estaban liberadas del trabajo común y
sus condiciones de vida dependían del trabajo de las gentes y de la transferen-
cia de productos en forma de excedente social que incluía aquellos objetos
que, a falta de otro concepto más comprensivo, he denominado ceremoniales.
En el caso de los sacerdotes, los "tributos" eran, en realidad, ofrendas que se
empleaban para efectos religiosos. Y aunque en el caso de los caciques, según
los cronistas y la administración colonial, recibían ofrendas similares, a la pos-
tre eran convertidos en objetos ceremoniales que, según aquellos, eventual-
mente engrosarían su prestigio.
Tampoco hay indicios de la manipulación de excedentes que se traduje-
ran en el control económico de la sociedad, vale decir, sobre bienes indispen-
sables cuya distribución garantizara la reproducción social. Aunque el privilegio
cacical le atribuía el uso y consumo de ciertos recursos sociales (carnes de
venado, coca o aun oro...), éstos no conformaban factores fundamentales para
la reproducción de la sociedad. Ni hay testimonios que indiquen que el ejerci-
cio del poder involucraba la manipulación de los medios de circulación de
productos que dispusieran el control de acceso clave a la supervivencia. Tam-
poco aparecen las autoridades interviniendo las redes internas o externas
como agentes de intercambio, excepción de la adquisición de ciertos bienes

I273]
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

ceremoniales como los esclavos y niños sacrificiales. El intercambio de pro-


ductos se basaba en el enfrentamiento de unos productores con otros y el true-
que estaba bajo dominio de los comuneros, aun en el caso de que éstos fueran
extranjeros.
Cuando el intercambio involucraba a las autoridades, siempre tendía a
lo que los hispanos denominaron "tributo". Fue interpretado como inversión
de la fuerza de trabajo de los comuneros o su transferencia de productos a los
caciques que, aparentemente, no tenía contrapartida material. Excedentes de
producción que la sociedad entregaba al cacique, aunados a la producción
obtenida de la mano de obra que directamente tenían los caciques, eran con-
vertidos en alimentos y bebidas y devueltos en las "fiestas" que al término de
las actividades celebraban la transferencia misma del trabajo y productos al
cacique. Este intercambio difería de la recompensa que en las mismas ocasio-
nes el cacique entregaba a los capitanes a través de ciertas mantas e incluso
objetos de oro. Aun contando con que el trabajo para el cacique dependía del
ruego, que los "tributos" dependían de la disponibilidad individual y no te-
nían montos obligatorios, el retorno de productos, que en el lenguaje de los
especialistas suele considerarse como "redistribución", era a todas luces des-
igual, asimétrico. La naturaleza de esta transferencia era, sin duda, distinta de
la simetría del intercambio que se llevaba a cabo por vía del trueque en los
mercados. Pero la naturaleza del intercambio económico y en él la interven-
ción de las autoridades, aun no explican por qué las gentes le tributaban. Cuan-
do los testimonios refieren la asimetría de dicho intercambio, la razón que se
esgrime es la dignidad del oficio.
Y es que el ejercicio del poder estaba garantizado por aquellas relaciones
que tejían los intersticios de las relaciones interpersonales y colmataban las
relaciones entre los segmentos sociales a cuya cabeza se hallaban las autorida-
des. Las relaciones de parentesco eran apoyo de las relaciones políticas inter-
nas y entre unidades cacicales alternativas. Por ello el control del poder
descansaba en procedimientos sociales, notablemente la sucesión que deriva-
ba del parentesco justificando la ascendencia de los caciques. Sus procedimien-
tos pretendían mantener el ejercicio del poder en manos de ciertos linajes, que
incluso los cronistas alcanzaron a distinguir por "apellidos" como los Cana de
Chía. Y no obstante los dudosos argumentos sobre el nombramiento de pa-
rientes cercanos como regentes de cacicazgos próximos, los testimonios sí in-
dican estrechas relaciones de alianza entre las autoridades de distintas unidades
locales, y los procedimientos de sucesión evidencian cuidadosos mecanismos

[274]
EL CONTROL DEL PODER

que se dirigían a mantener el poder en manos de ciertos linajes que pretendían


reproducirse y reproducir el control del poder aliándose con linajes similares
entre sus vecinos, con quienes intercambiaban sus hermanas. Según estos tes-
timonios las autoridades no lo eran por su riqueza, sino porque eran legítimos
descendientes de la cadena de parentesco que les remontaba a los ancestros
primordiales.
Debemos, entonces, considerar la representación del poder político que
se manifestaba en la capacidad de intervención sobre la reproducción de la
sociedad: según vimos en la primera parte de este texto, era atributo del caci-
que la capacidad de manipulación de los elementos de la naturaleza y el con-
trol sobre la comunicación con los poderes ancestrales que mantenían la
estabilidad del universo. Las relaciones políticas estaban garantizadas por una
delicada trama que aseguraba que el orden del universo se hallaba justificado
por el orden sociopolítico del cual formaba parte la identidad social, la de los
individuos, de los grupos sociales y de la sociedad en el cosmos donde, por
excelencia, los caciques ocupaban la primacía. La transmisión del poder polí-
tico habría sucedido en los caciques a partir de los ancestros primordiales,
quienes heredaron la capacidad de controlar la estabilidad y la reproducción
del universo y la sociedad. Los caciques eran convertidos en ancestros, la re-
presentación de la identidad y continuidad social, los eslabones que vincula-
ban a la sociedad con el poder y ellos mismos encarnación del poder. Eran los
descendientes de los astros en la tierra y en ellos recaía la capacidad para man-
tener el control de los elementos, del persistente desquiciamiento de las aguas
en las inundaciones periódicas, de las heladas y sequías..., de la reproducción
de la vida. Era a través de la comunicación con los ancestros, la gran tarea
colectiva convocada por los caciques, que las gentes alcanzaban los poderes
que mantenían la estabilidad del universo. No en vano los ritos coincidían con
labores del campo. De esta manera, las gentes no sólo comprometían la directa
inversión de la fuerza de trabajo para sí sino para sus autoridades, a quienes
entregaban excedentes de su trabajo materializado en los objetos que, investidos
de poder religioso, se dirigían a las representaciones iconográficas de los
ancestros y ahora se ofrendaban a las autoridades. Por lo mismo no estaban
regidas por la simetría del intercambio de productos, sino por la asimetría del
ofrecimiento a los ancestros. Si bien los caciques estaban sometidos al ruego,
los "tributos" no se redistribuían sino que se transformaban en emblemas ri-
tuales: el cacique, se dice, les enbijaba. Lo que se esperaba de dicho intercam-

1275J
ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA

bio no era la reciprocidad de los productos, sino el poder ancestral que mante-
nía la estabilidad del orden de la reproducción social.
No obstante la asimétrica transferencia de bienes y servicios a las autori-
dades, que los caciques disponían de mujeres y segmentos sociales que desem-
peñaban ciertas tareas para la producción de excedentes cuyo producto
garantizaba la relación con sus "sujetos", y que era parte de sus atributos la
herencia de ciertos objetos materiales que se transmitían con el oficio, como el
cercado, la parafernalia y otros objetos ceremoniales, el ejercicio del poder no
era necesario correlato del control económico. El ejercicio del poder descansa-
ba en la capacidad de convocatoria y manipulación de las fuerzas sociales que
convertían el control social sobre la fuerza de trabajo colectiva en ejercicio de
la política. Aunque la solidaridad de los linajes podría sostener la producción
alimentaria básica, las relaciones de producción permiten distinguir cuándo el
producto del trabajo se dirigía al intercambio simétrico de los productores, a
la asimetría de la "tributación" y, finalmente, cuándo era indispensable para
sufragar necesidades que demandaban la colectivización de mano de obra. La
colectivización de la fuerza de trabajo aparecía como empresa supra-local que
demandaba la capacidad de convocatoria, la concertación de la fuerza de tra-
bajo y el liderazgo en tareas como el levantamiento de terrazas o la construc-
ción de diques y camellones indispensables para la reproducción de la sociedad.
Dicho control del flujo de las aguas es del todo semejante al que la simbología
reconocía a los caciques sobre el control de los elementos que debían garanti-
zar las condiciones necesarias para sostener la producción y la reproducción
social.
El ejercicio del poder, por cierto dirigido al control social, no descansaba
en el control sobre los medios de producción, sino en el control sobre la fuerza
de trabajo. Aquí, el ejercicio político aún no se hallaba desvinculado de las
relaciones interpersonales y de sus segmentos sociales. Por el contrario, en el
parentesco descansaba la legitimidad que permitiría a las jerarquías convocar
a sus miembros para el desempeño de tareas económicas indispensables para
la reproducción de la sociedad. De hecho, la asimetría social se expresaba tan-
to en las relaciones de parentesco como en las relaciones económicas. Así, la
asimetría social no sólo descansaba en las relaciones materiales, sino que las
fuentes del poder se vinculaban con la simbología del control del universo,
sociológicamente traducido en la capacidad del cacique para controlar los re-
cursos materiales y sociales. En consecuencia, la integración social no depen-

[276]
EL CONTROL DEL PODER

día meramente del intercambio sino de su naturaleza, la simetría y asimetría


de las relaciones sociales cargadas de prominentes expresiones simbólicas. El
ejercicio de la política se argumentaba por la capacidad del poder sobre la
manipulación de los medios y fuerzas productivas investidas de poderes sim-
bólicos. Como siempre ocurre, las relaciones sociopolíticas demandaban cons-
trucciones conceptuales convertidas en respaldo ideológico del poder.

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