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Mariela no tendría por qué estar en este dilema, ni Rafael ni tantos otros niños y
niñas tendrían que vivir esta situación que afecta su autoestima y los desalienta,
hasta empujarlos a dejar la escuela. No, si tan solo se cumplieran los principios y
expectativas que se leen en el currículo nacional.
Una de las principales apuestas del currículo es que el aprendizaje supone desarrollar
competencias, involucrando saberes típicamente “académicos”, así como ciudadanos
y personales. El currículo también reconoce que el desarrollo de estas competencias
es un proceso gradual, que van aumentando su complejidad, siguiendo una
determinada secuencia hasta alcanzar un cierto nivel al final de cada ciclo, expresado
en un estándar de aprendizaje. El currículo señala, asimismo, que los estudiantes
deben avanzar en este camino desde el inicio hasta el fin de su escolaridad, de
acuerdo a sus ritmos, características, intereses y aptitudes particulares (Minedu,
2016: 21.26).
Pero estas expectativas tropiezan con la realidad que se vive día a día en el ámbito
rural, donde la diversidad se complejiza al reunir en una misma aula a estudiantes
de diversos grados y edades, con experiencias socioculturales también diversas; e
incluso en un mismo grado con edades dispares debido al ingreso tardío al sistema,
o a sus ausencias prolongadas por razones variadas –trabajo, migración estacional
de las familias, etc.). Es decir, la heterogeneidad del aula se convierte en un hecho
más patente y complejo que en la escuela urbana.
Por otro lado, la promoción, tal como se da, no dice nada del estudiante. No informa
sobre las fortalezas y necesidades de mejora de esa mayoría de estudiantes que son
promovidos año a año. Esto es un problema en la medida en que los estudiantes van
pasando de grados y acumulando dificultades sin que nadie se haga cargo en los
sucesivos grados. Esto se corrobora, por ejemplo, en los pobres resultados de la
prueba ECE aplicada el 2016 a 2° grado de secundaria: apenas el 2,5% de
estudiantes de 2do de secundaria rural alcanzó el nivel satisfactorio en matemática
y un 61.8% se desempeñó por debajo del nivel inicial. Por otro lado, solo el 2% de
estudiantes de 2do grado de secundaria rural alcanzó el nivel satisfactorio en lectura
y un 54,2% se mantuvo por debajo del nivel inicial (Fuente: ECE 2016, Minedu). Así,
la repitencia no es una solución, pero una promoción “ciega” tampoco lo es.
Esbozando alternativas
Ante esta disyuntiva, uno puede preguntarse, ¿qué sentido tiene continuar con este
mecanismo, sin siquiera someterlo a discusión? Es hora de comenzar a introducir
alternativas más flexibles de evaluación con fines de promoción. Nuevos mecanismos
que, poniendo al estudiante en el centro, permitan hacer efectiva la promesa
curricular de respetar los tiempos que supone madurar competencias, sin necesidad
de “volver a empezar” cuando no se han logrado consolidar en el mismo plazo en que
otros lo hicieron. Mecanismos que posibiliten a niños como Rafael avanzar con su
grupo, sin desatender los aspectos de su desempeño que necesita seguir madurando.
Un mecanismo de aprobación ya no por grado, sino que, basado en la noción de ciclo
que propone el currículo, otorgue a los estudiantes lapsos de tiempo mayores, es
decir, que respete la lógica de progresión de las competencias, cuyo desarrollo
supone periodos más prolongados Que deje incluso abierta la posibilidad de hacerlo
cuando ha alcanzado el nivel esperado, sin forzar a que sea en un momento
determinado y que permita acompañar de manera personalizada el proceso de cada
estudiante.
Que los docentes no se vean forzados a promover o hacer repetir al finalizar el grado,
pone en cuestión la propia noción de grado, y su consistencia con lo que el propio
currículo nacional establece. También podría discutirse si los dos años que dura un
ciclo son suficientes, si acaso no es mejor pensar en tramos más largo o incluso un
sistema “desgraduado”, con estudiantes agrupados en función de su edad, por
razones de socialización, con sus pares, pero que pueda avanzar en las competencias
curriculares según sus distintos niveles de logro; que reconozca y pueda atender
mejor a los diferentes niveles de avance en la maduración de sus competencias.
Esta sería una forma de convertir en oportunidad lo que hoy se ve como problema
en la escuela multigrado, permitiendo que el sistema gane consistencia entre lo que
propone como finalidades de aprendizaje y sus mecanismos para evaluar sus
resultados. El currículo es explícito cuando señala que se debe “Atender a la
diversidad de necesidades de aprendizaje de los estudiantes brindando oportunidades
diferenciadas en función de los niveles alcanzados por cada uno, a fin de acortar
brechas y evitar el rezago, la deserción o la exclusión” (MINEDU-DIGEBR, 2016, pág.
39). De hecho, el aula multigrado ofrece el escenario “ideal” para poner a prueba la
diversificación curricular.
Sin embargo, así como se le demanda al docente que se asuma responsable del logro
de sus estudiantes, hay que reconocer que no puede hacerlo solo; el sistema debe
asimismo asumirse responsable de acompañar y poner a disposición del docente los
mecanismos para ayudarlo en lo que se le demanda. Hoy, que se está poniendo en
discusión si el acompañamiento pedagógico es una “muleta” que atenta contra la
profesionalidad del docente, cabe preguntarse si es mejor opción para el docente
dejarlo solo, como a Mariela, con consecuencias que serán asumidas por los
estudiantes, promovidos para asumir nuevas exigencias sin haber consolidado las
previas.
Reflexión aparte merece el hecho de estar poniendo en cuestión estrategias que han
sido evaluadas, evidenciando impactos positivos y estadísticamente significativos,
específicamente en el ámbito rural (José S. Rodríguez G., 2016); podrán haber
limitaciones en su implementación –que tendrían que ser corregidas- pero
descartarlas, sería un gravísimo error. No se trata sólo de encarar las limitaciones de
formación inicial de los docentes. En el ámbito rural, con escuelas dispersas, aulas
multigrados y escuelas unidocentes, donde el propio contexto demanda entradas y
salidas de los estudiantes por diversas razones, es cuando más se necesita
acompañar: el docente a sus estudiantes y el sistema al docente.
En este sentido, la implementación del currículo nacional puede ser una gran
oportunidad para comenzar a flexibilizar el sistema, a fin de garantizar que todos los
estudiantes que residen en el ámbito rural no sigan siendo los más perjudicados, y
puedan culminar su escolaridad logrando aprendizajes con el nivel de calidad a que
tienen derecho.