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DEL ARTE DE LA GUERRA

LIBRO SEGUNDO

Una vez que se dispone de hombres, lo necesario en mi opinión es armarios. Para


ello me parece indispensable examinar antes las armas que usaban los antiguos, con el
objeto de seleccionar las mejores.

Los romanos dividían su infantería, atendiendo a su armamento, en ligera y


pesada. Los soldados de infantería se denominaban vélites, nombre que agrupaba a los
que tiraban con hondas, ballestas y flechas; como medios de defensa, la mayoría de ellos
llevaban casco y rodela1. Combatían en orden abierto, lejos de la infantería pesada. Esta
iba protegida por una celada que le llegaba hasta los hombros, y una coraza que con sus
faldas bajaba hasta las rodillas; llevaban las piernas y los brazos cubiertos,
respectivamente, con grebas2 y brazales, y empuñaban un escudo de dos brazas3 de
largo y una de ancho, con una franja de hierro en la parte superior para resistir a los
golpes, y otra en la inferior con el objeto de que, al chocar contra el suelo, no se
deteriorase. Como armas ofensivas estos soldados llevaban al cinto, del lado izquierdo,
una espada de dos brazas y media, y en el derecho un puñal. Portaban una lanza llamada
pilo, que al empezar el combate se arrojaba contra el enemigo. Tales eran las armas con
que los romanos conquistaron el mundo.

Algunos escritores antiguos añaden a ese armamento una pica en forma de


venablo que, según ellos, se llevaba en la mano, pero yo no acierto a comprender cómo
podría manejar un arma pesada quien ya se veía obligado a cargar con un escudo. Este
tendría que impedir su manejo con las dos manos, y con una sola resultaría imposible
dominar su peso. Por otra parte, combatir además de en orden abierto, también en el
cerrado con una pica así resultaría inviable, a no ser en la primera fila, donde se dispone
de espacio suficiente para ponerla en ristre, No ocurriría lo mismo en el resto de las filas,
porque lo normal en la formación de un batallón, como diré más adelante, es cerrar filas,
por ser esto, aunque inconveniente, menos malo que espaciarlas, cosa evidentemente
peligrosísima. Toda arma que sobrepase la longitud de dos brazas resulta inútil en el
cuerpo a cuerpo. Si se tiene una pica y se la quiere manejar con las dos manos, aun
suponiendo que el escudo no lo impida, no servirá para herir al enemigo que se eche
encima; si se sujeta con una mano para poderse servir del escudo, hay que tomarla por el
centro, y sobrará tanto trozo por detrás que los que están a la espalda de uno impedirán
su manejo. Para convenceros de que los roma- nos no usaban esas picas, o las usaron
muy poco, os bastará leer las descripciones de batallas que da Tito Livio en su historia,
donde comprobaréis cómo sólo en rarísimas ocasiones las menciona, limitándose
normalmente a decir que, una vez lanzados los pilos, se echaba mano a las espadas.
Prescindiré, pues, de estas picas y consideraré que el armamento de los romanos
constaba de una espada como arma de ataque, y de un escudo y los otros elementos
mencionados como medio de defensa.

Los griegos no llevaban tanto armamento defensivo como los romanos, pero como
arma ofensiva preferían la pica a la espada. Así ocurría, sobre todo, en las falanges de
Macedonia, que portaban unas picas denominadas sarisas, de diez brazas de largo, con
las que abrían las filas enemigas sin romper la formación propia. Y, aunque algunos

1
La rodela era un escudo pequeño.
2
Las grebas son piezas de la armadura que cubren las piernas.
3
Una braza florentina equivalía a 0.584 metros.

1
tratadistas sostienen que también llevaban escudo, no se comprende, por las razones que
antes expuse, cómo podían valerse a la vez de ambas armas. Además, en el relato de la
batalla que libró Paulo Emilio contra Perseo4, rey de Macedonia, no recuerdo que se diga
nada de los escudos, y sí de las sarisas y de lo que éstas dificultaron la victoria del
ejército romano. Creo, pues, que las falanges macedónicas tenían unas características
similares a las de las actuales brigadas suizas, que fían en las picas todo su esfuerzo y
poder5.

Aparte de esas armas, la infantería romana adornaba sus celadas con penachos,
elementos que dan al ejército propio un aspecto atractivo, y al enemigo, terrible. En la
época romana más antigua, los caballeros llevaban un escudo redondo y un morrión que
les protegía la cabeza. Portaban espada y una lanza larga y delgada herrada solamente
en la parte anterior, que les impedía sujetar firmemente el escudo y se quebraba en el
combate, con lo que quedaban desarmados y expuestos a ser heridos. Luego, con el
tiempo, tomaron el armamento de la infantería, pero con un escudo más pequeño y
cuadrado, y la lanza más resistente y con dos punteras de hierro para que, si se soltaba
una, pudiera utilizarse la otra. Con estas armas consiguieron la infantería y la caballería
romanas dominar el mundo, y ha de creerse, por los resultados obtenidos, que se trató del
ejército mejor armado que jamás hubo. Tito Livio da repetido testimonio de ello en su obra
histórica, cuando, al comparar los ejércitos enemigos, dice: “Pero los romanos eran, por
su valor, su armamento y su disciplina, superiores”6. Por eso he hablado con más
detenimiento de las armas de los vencedores que de las de los vencidos.

Y me queda sólo referirme al armamento actual. La infantería lleva como elemento


defensivo un peto de hierro, y como armas de ataque cuenta con una lanza de nueve
brazas de largo denominada pica, y con una espada, que porta al costado, con punta más
roma que aguda. Este es el armamento más corriente de la infantería hoy, porque pocos
son los que llevan protegida la espalda y los brazos, y ninguno la cabeza; yesos pocos
llevan, en lugar de la pica, una alabarda, que, como sabéis, es un asta de tres brazas de
largo con una moharra7 de hierro en forma de hacha curvada. Hay también arcabuceros,
que con la potencia de su fuego cumplen la misión que antes realizaban los honderos y
ballesteros. Este tipo de armamento fue introducido por los alemanes, y sobre todo por los
suizos; éstos, al ser pobres y querer vivir libres, tenían que luchar contra la ambición de
los príncipes de Alemania, cuya riqueza les permitía disponer de caballería, lo que no era
el caso de los otros por razón de su pobreza. Esa necesidad los ha obligado a mantener o
recuperar los antiguos sistemas, sin los cuales cualquier persona sensata constatará que
la infantería resulta inútil. De ahí que hayan elegido las picas, armas utilísimas no sólo
para resistir a la caballería, sino incluso para derrotarla. Esas armas y ese sistema han
dado tal audacia a los alemanes que quince o veinte mil de ellos se atreven a atacar a la
caballería más numerosa, como repetidamente han demostrado en los últimos veinticinco
años. Tanto prestigio les han dado esos procedimientos que, desde que el rey Carlos 8
invadió Italia, todos los demás países han imitado, y de esa manera el ejército español ha
alcanzado una enorme fama.

4
L. Emilio Paulo, cónsul romano, venció en el 168 a.C. a Perseo, rey de Macedonia.
5
Véase lo dicho al respecto en el Estudio preliminar.

6
Tito Livio, IX. 17 Y 19.
7
Punta o extremidad de lanza.

8
Cado, VIII de Francia, que invadió Italia en 1494, provocando la caída de los Medici en Florencia y la pérdida de Nápoles por Alfonso
II de Argón.

2
Cosimo.- ¿Qué armamento os parece mejor: el alemán el de los antiguos
romanos?

Fabrizio.- Sin duda alguna, el romano. Os señalaré las ventajas e inconvenientes


de cada uno de ellos. Con su armamento, la infantería alemana puede resistir y vencer a
la caballería, y, como no es muy pesado, puede marchar y formar más fácilmente. Pero se
ve expuesta a todos los golpes, tanto de lejos como de cerca, porque no lleva armadura;
es incapaz de asaltar posiciones fortificadas o de superar una resistencia tenaz. Los
romanos, por su parte, resistían y vencían a la caballería como los alemanes; estaban
protegidos contra golpes de cerca y de lejos, porque iban acorazados; podían atacar y
resistir mejor los mandobles gracias a sus escudos; en el combate cuerpo a cuerpo se
defendían con la espada mejor que los alemanes con la pica, porque como éstos no
llevan escudo, aunque dispongan de aquélla les resulta inútil; estaban capacitados para
asaltar con seguridad las posiciones fortificadas, porque llevaban la cabeza cubierta y
podían aun protegerla con el escudo. Sus únicos inconvenientes eran el peso del
armamento y la molestia que suponía su transporte, desventajas estas que superaban
acostumbrando su cuerpo a las incomodidades y curtiéndolo para que resistiese al
cansancio. Y, como sabéis, la costumbre hace las cosas más llevaderas.

Hay que tener en cuenta que la infantería puede verse obligada a combatir contra
otra infantería o contra la caballería, y de nada valdrá la que no pueda resistir a ésta, o,
aun haciéndolo, tema enfrentarse a infanterías mejor armadas y organizadas.
Considerando las infanterías alemana y romana, se observa en aquélla, como hemos
dicho, capacidad para derrotar a la caballería, pero también una gran inferioridad al
combatir contra una infantería organizada como ella y armada como la romana.
Concluyendo, la diferencia es ésta: los romanos podían derrotar a la infantería y a la
caballería, y los alemanes sólo a esta última.

Cosimo.- Me gustaría que nos dieseis algún ejemplo para nuestra mejor
comprensión.

Fabrizio.- Mirad: si leéis la historia de Roma comprobaréis que su infantería venció


en innumerables ocasiones a la caballería, y que las derrotas que pudo sufrir ante otra
infantería nunca se debieron al hecho de ir mal armada o de disponer de peor armamento
que el enemigo. Si su armamento no hubiera sido el adecuado, habría ocurrido una de
estas dos cosas: o hubieran sido incapaces de proseguir sus conquistas al no poder con
alguien mejor armado, o hubieran adoptado el armamento extranjero renunciando al suyo.
Como no ocurrió ninguna de las dos cosas, se deduce que su armamento era el mejor de
todos.

No ha sido ése el caso de la infantería alemana, que ha sufrido un revés cada vez
que se ha enfrentado a otra infantería organizada y tenaz como ella, debido al mejor
armamento del enemigo. Atacado Filippo Visconti, duque de Milán 9, por dieciocho mil
suizos, envió contra ellos al conde de Carmañola10, entonces general de su ejército. Salió
éste a su encuentro con seis mil caballeros y unos pocos infantes, y, entablada batalla,
resultó derrotado con gravísimas pérdidas. Carmañola, que era hombre hábil, se dio
cuenta enseguida de la potencia del armamento enemigo, de la superioridad del mismo
9
Filippo Maria Visconti fue duque de Milán (1412-1447). Hijo de Gian Galeazzo Visconti, amplió el ducado con la conquista de Génova
y los Valles de Domodossola y Bellinzona.
10
Francesco Bussone (c. I380-1432), llamado carmañola por su lugar de origen, sirvió como condottiero a diverso señores, y entre
ellos a Filippo Maria Visconti y la República de Venecia, que terminó condenándolo a muerte por traición. La batalla a que se hace
referencia es la de Arbedo de 1422, en la que Carmañola derrotó a los sui/os y se apoderó de Domodossola y Billinzona. Manzoni lo
recuerda en la tragedia titulada El conde de Carmañola.

3
sobre su caballería y de la inferioridad de ésta con respecto a una infantería así
organizada. Reunió entonces sus tropas, volvió nuevamente al encuentro de los suizos y,
cuando estaban cerca de ellos, ordenó desmontar; y combatiendo a pie los mató a todos
menos a unos tres mil que, al verse perdidos, arrojaron las armas y se entregaron.

Cosimo.- ¿y a qué se debió tal desventaja?

Fabrizio.- Os lo he dicho hace poco; pero, como no lo habéis entendido, os lo


repetiré. Como os indicaba antes, la infantería germánica, que apenas llevaba armamento
defensivo, dispone para el ataque de la pica y la espada. Con esas armas sale en orden
de combate al encuentro del enemigo, que si dispone de buen armamento defensivo,
como era el caso de los hombres de Carmañola a los que él mandó desmontar, le hará
frente en formación espada en mano. Pues bien, la única dificultad que éste puede tener
es la de acercarse suficientemente a los suizos para tenerlos al alcance de sus armas. En
cuanto lo consiga, puede combatirlos con seguridad porque los teutones no son capaces
de herir con la pica al adversario que tienen cerca debido a la longitud de sus picas,
viéndose entonces obligados a servirse de la espada, en un intento vano por hallarse
desprotegidos y tener frente a sí un enemigo perfectamente acorazado. De manera que,
considerando las ventajas e inconvenientes de ambos ejércitos, se comprueba que el que
carece de armadura no tiene ninguna posibilidad. Tener éxito en la primera embestida y
atravesar las filas de picas no es muy difícil para quien va acorazado; los batallones van
avanzando, como veréis claramente cuando os hable de su modo de maniobrar, y al
hacerla se acercan mutuamente hasta llegar al cuerpo a cuerpo; por efecto de las picas
algunos hombres mueren o son derribados, pero los que quedan en pie son suficientes
para alcanzar la victoria. Por eso Carmañola llevó a cabo tal matanza de suizos sufriendo
a su vez tan pocas
pérdidas.

Cosimo.- Tened en cuenta que los caballeros de Carmañola, aunque iban a pie,
estaban completamente acorazados, y por eso lograron tal hazaña. Imagino que habría
que armar así a la infantería si se pretende obtener el mismo resultado.

Fabricio.- Si os acordarais de lo que os dije sobre el armamento de los romanos, no


pensaríais así. Un infante que lleve la cabeza protegida con un casco, el pecho defendido
parla coraza y el escudo, y las piernas y brazos cubiertos, puede librarse (le las picas y
romper su formación con mucha más facilidad que un caballero a pie.

Os pondré un ejemplo actual. Desde Sicilia había acudido al reino de Nápoles la


infantería española, en apoyo de Gonzalo11, asediado en Barletta por los franceses. A su
encuentro salió el mariscal D' Aubigny12 con su caballería y cerca de cuatro mil teutones.
Se lanzaron éstos al ataque y con sus picas rompieron el frente de la infantería española.
Pero ésta, valiéndose de sus broqueles13 y su mayor movilidad, se introdujo entre las filas
contrarias para batirse a espada, con lo que los españoles aniquilaron a su adversario y
lograron la victoria. Es sabido cuántos teutones murieron en la batalla de Rávena 14, lo que
se debió a las mismas razones: la infantería española se acercó a tiro de espada de la
alemana, y la habría destruido totalmente si ésta no hubiera sido socorrida por la
caballería francesa, y aun así los españoles, estrechando filas, pudieron retirarse a una
11
Se trata de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán (1453-1515), asediado en 1502 por los franceses en Barletta.
12
Robert Sruart D'Aubigny, mariscal de Francia, derrotado en 1503 en Seminara por los españoles al mando de Fernando de Andrada.
13
Escudos pequeños con capacidad ofensiva y defensiva.
14
La batalla de Rávena, considerada como la más sangrienta de las que hasta entonces se había dado en Italia, tuvo lugar el 11 de
abril de 1512. En ella los ejércitos de la Santa Liga, formada por el Papado (que había reclutado batallones suizos). España y Venecia,
fueron severamente derrotados por las tropas francesas comandadas por el joven general Gastón de Foix.

4
posición segura.

Insisto, pues, en que una buena infantería no solamente tiene que poder resistir
contra la caballería, sino también no temer a una similar arma enemiga. Yeso, como
vengo repitiendo, depende del armamento y de la organización.

Cosilllo.-Decidnos entonces cómo la armaríais.

Fabrizio.- Tomaría en parte el armamento romano yen parte el alemán, y armaría a


una mitad como aquéllos ya la otra como éstos. Si disponiendo de seis mil infantes, como
más adelante os diré, tuviera por una parte a tres mil con escudos y por la otra a dos mil
con picas, y mil con arcabuces al estilo alemán, me daría por satisfecho. Situaría a las
picas al frente de los batallones, o en el sector donde fuese de esperar el ataque de la
caballería; y utilizaría a los que llevan escudo y espada para cubrir a las picas o para
ganar la batalla, como luego os explicaré. Estoy seguro de que una infantería así
organizada sería imbatible.

Cosimo.-Por lo que respecta a la infantería, es suficiente lo que habéis dicho. Pero,


para la caballería, ¿qué armamento os parece mejor: el actual o el antiguo?

Fabrizio.- Yo creo que hoy en día, con las sillas de arzones y los estribos, que los
antiguos no usaban, se monta mejor a caballo. Y también el armamento defensivo es más
adecuado, porque un escuadrón de caballería actual, aun cargando con mucho peso, es
más difícil de detener de lo que era la caballería romana. De todas maneras, creo que no
hay que atribuir a la caballería más importancia de la que se le daba en la antigüedad,
porque, como he señalado, ha sido derrotada muchas veces por la infantería, y lo será
cada vez que ésta se arme y organice como he señalado. En su lucha contra el ejército
romano, capitaneado por Lúculo15, disponía el rey de Armenia, Tigranes, de ciento
cincuenta mil caballeros, muchos de ellos armados como los actuales, a los que se
llamaba catafractes, Los romanos, por su parte, no llegaban a seis mil, más veinticinco mil
infantes, por lo que Tigranes, viendo al ejército enemigo, exclamó: «Esa caballería no
llega ni para la muestra »; Y sin embargo, entablada batalla, resultó derrotado. El autor
que ha descrito esta batalla16 considera inútiles a los catafractes, indicando que como
llevaban la cara cubierta apenas podían ver y atacar al enemigo, y, como su armadura era
tan pesada, cuando caían no eran capaces de levantarse ni de valerse por sí mismos.

Considero, pues, que las repúblicas o reinos que valoran más la caballería que la
infantería serán siempre débiles y estarán expuestos a desastres, como ocurre en la Italia
actual, que ha sido saqueada, destruida e invadida por extranjeros, por el simple hecho de
haber descuidado la infantería y de reclutar exclusivamente caballería. Desde luego, hay
que disponer de caballería, pero como elemento secundario, no como fuerza principal del
ejército. Para efectuar salidas de reconocimiento, para batir y devastar el territorio
enemigo, para tener en tensión y alarma continuas a su ejército y para interceptarle los
suministros, la caballería es indispensable y utilísima. Pero en las batallas campales, que
son las operaciones principales de la guerra y el fin para el que se constituyen los
ejércitos, sirve más para perseguir al enemigo una vez derrotado que para cualquier otra
cosa, y resulta muy inferior a la infantería.

Cosimo.- Tengo un par de dudas. En primer lugar, me consta que los partos
disponían para el combate sólo de caballería, y sin embargo se repartieron el mundo con
15
L. Licinio Lúculo, político y cónsul romano, derrotó al armenio Tigranes, que había escogido el huido Mitridates (66 a. C).
16
Plutarco, Lucullus, XXVI y SS.

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los romanos. Y, en segundo lugar, me gustaría que me dijerais cómo puede resistir la
infantería a la caballería, y a qué se debe que aquélla sea fuerte y ésta débil.

Fabrizio.-Os he indicado, o al menos ésa era mi intención, que mis explicaciones


sobre el arte militar no sobrepasarían los límites de Europa, así que no tendría por qué
daros razón de lo que ha ocurrido en Asia. Pero lo haré igualmente. El ejército parto era
completamente distinto del romano; constaba exclusivamente de caballería y luchaba
confusa y desordenadamente. Se trataba de una táctica de combate inestable e
imprevisible. Los romanos eran en su práctica totalidad infantes y combatían estrechando
filas y concentrándose. Vencían alternativamente unos u otros, según que el teatro de
operaciones fuese amplio o estrecho; en éste eran superiores los romanos, y en el otro
los partos. Estos obtuvieron buenos resultados con su ejército en la región que defendían,
que era amplísima, situada muy lejos del mar, cruzada por ríos separados entre sí dos o
tres jornadas, con escasas plazas fuertes y pocos habitantes. El ejército romano, pesado
y lento por su armamento y organización, no podía avanzar sino a costa de grandes
penalidades, porque el enemigo disponía de caballería, lo que le daba tal movilidad que
un día estaba en un sitio y al siguiente se encontraba a cincuenta millas de él. Esa es la
razón de que a los partos les fuese suficiente la caballería, y es lo que explica la derrota
de Craso17 y el grave riesgo que corrió Marco Antonio18. Pero yo, como os he dicho, no
tengo intención de hablar de los ejércitos de fuera de Europa, y me limitaré a analizar la
organización antigua del romano y el griego y la actual del alemán.

Pero antes pasaré a vuestra segunda pregunta, ya que deseabais saber qué causa
o condición natural hace a la infantería superior a la caballería. Os diré que los caballos, a
diferencia de los hombres, no pueden moverse por cualquier sitio. Son más lentos en las
maniobras que los infantes; si es preciso retroceder cuando van avanzando, avanzar
cuando retroceden, empezar a moverse o echar a andar, no son capaces de hacerla con
la facilidad de aquéllos. Una vez desordenados por el choque con el enemigo, los caballos
no vuelven a la formación sino con dificultades, aunque dejen de ser hostigados; la
infantería, por el contrario, lo hace rápidamente. Por otra parte, se da a menudo el caso
de que un jinete valeroso monta a un caballo asustadizo, o que una caballería valiente es
cabalgada por un soldado cobarde, y tales disparidades de temple no pueden sino
generar desorden. No debe sorprender que un pelotón de infantería resista un ataque de
la caballería, porque el caballo es un animal sensato que conoce el peligro y no se expone
a él voluntariamente. Si se tiene en cuenta qué es lo que le hace avanzar y qué retroceder
se verá claramente que tiene más poder lo que lo retiene que lo que lo estimula; porque,
si la espuela lo hace andar, la espada y la pica lo obligan a detenerse. Por eso hay
muchos ejemplos antiguos y modernos de pequeñas unidades de infantería que han
resistido invictas el ataque de la caballería. Y, si me argumentáis que el ímpetu con que
corre el caballo le hace lanzarse más furioso contra quien se le opone y no cuidarse tanto
de la pica como de la espuela, os diré que, si ya desde lejos el caballo ve que va a chocar
contra la punta de las picas, o bien él mismo frenará su carrera y se detendrá
completamente en cuanto se sienta pinchar, o bien, al llegar frente a ellas, hará un
quiebro a derecha o izquierda. Si queréis hacer la prueba, intentad correr con un caballo
contra un muro; será difícil que encontréis uno que, aunque vaya a escape, choque contra
él.

César, teniendo que combatir en las Galias contra los helvéticos, desmontó y
17
M. Licinio Craso (c.115-53a. C), el triunviro con César y Pompeyo, dirigió una expedición contra los partos que termino con la derrota
y muerte de aquél en junio del 53 a. C.
18
Marco Antonio (c. 82-30 a. C), sobrino de Julio César y jefe de los territorios de Oriente, dirigió una desastrosa expedición contra los
partos, en el 36 a. C. que concluyó en retirada.

6
mandó hacer lo mismo a toda su caballería, ordenando que se prescindiese de unos
caballos que más parecían valer para huir que para luchar19. Pero, pese a estos
inconvenientes que por naturaleza sufre la caballería, el jefe que mande un cuerpo de
infantería procurará elegir el itinerario que más dificultades le presente a aquélla, y
raramente ocurrirá que no se consiga proceder con seguridad mediante la simple ayuda
de la disposición del terreno. Si se marcha por zona montañosa, el propio relieve pone al
abrigo de la impetuosidad de la caballería; si es por llanura, rara es la vez que sus cultivos
o bosques no ofrezcan resguardo; cada grupo de arbustos y cada desnivel, por pequeños
que sean, cortan esa impetuosidad; y cada cultivo de viñas o cualquier otra especie
arbórea impiden la carrera de los caballos. Y en caso de entrar en combate ocurre lo
mismo que marchando, porque cualquier pequeño impedimento que encuentra el caballo,
lo refrena. No quiero olvidarme de deciros, sin embargo, que los romanos estaban tan
seguros de su organización y confiaban tanto en el poder de sus armas, que si se veían
obligados a elegir entre un lugar abrupto que-les permitiera librarse de las cargas de la
caballería pero les impidiera desplegar sus formaciones, y otro donde quedaran
expuestos a aquéllas pero en disposición de maniobrar, optaban siempre por este último.

Pero, habiendo descrito el armamento de la infantería según los usos antiguos y


modernos, hora es ya de pasar a la instrucción, examinando cómo preparaban los
romanos a sus tropas antes de entrar en combate. Aunque se haya efectuado un correcto
reclutamiento y se disponga de las mejores armas, es imprescindible instruir a la
infantería con sumo cuidado; sin ello, jamás soldado alguno fue bueno.

La instrucción debe perseguir tres objetivos: en primer lugar, endurecer el cuerpo,


acostumbrarlo a las incomodidades y proporcionarle agilidad y destreza; en segundo
lugar, aprender a formar en orden de marcha, combate y alojamiento. Son éstas las tres
principales acciones que lleva a cabo un ejército; y si éste marcha, acampa y combate
metódica y ordenadamente, su general será bien juzgado aunque no alcance un buen
resultado. De ahí que las costumbres y leyes de las antiguas repúblicas prestaran tanta
atención a este tipo de ejercicios sin descuidar ninguno de ellos. Entrenaban a sus
Jóvenes para hacerlos rápidos en la carrera, diestros en los saltos y fuertes en el
lanzamiento de jabalina o en el empleo de sus músculos. Estas tres cualidades son
prácticamente indispensables en un soldado: la velocidad lo capacita para ocupar una
posición antes que el enemigo, sorprenderlo imprevista e inesperadamente y perseguirlo
después de derrotarlo; la destreza lo faculta para esquivar los golpes, saltar una zanja y
escalar un parapeto; la fortaleza lo ayuda a manejar las armas, atacar al enemigo y
resistir un asalto. Además, y principalmente, se acostumbraban a transportar grandes
pesos para habituar el cuerpo a la fatiga. Ese hábito es imprescindible, porque en las
expediciones difíciles es necesario que el soldado cargue, además de con sus armas, con
víveres para varios días; si no está acostumbrado a ese esfuerzo, será incapaz de
hacerlo, lo que significa que no se podría evitar un peligro o alcanzar una gloriosa victoria.

En cuanto al manejo de las armas, los ejercitaban como ahora os diré. Obligaban a
los jóvenes a cargar con armas que pesaban el doble de las reales, y en lugar de espada
les daban un bastón lastrado que, en comparación con aquélla, resultaba pesadísimo.
Ordenaban a cada uno clavar en el suelo una estaca que sobresaliese tres brazas, bien
fija para que los golpes no la rompiesen o derribasen; y contra ella el joven, provisto de su
escudo y su bastón, se ejercitaba como si se tratase de un enemigo; ora le lanzaba un
mandoble como si fuera a golpearlo en la cabeza o el rostro, ora como si quisiera herirlo
en un costado o en las piernas, o se echaba hacia atrás, o se lanzaba hacia adelante.
Tenían que estar atentos, en estos ejercicios, a aprender a cubrirse y a herir al enemigo y,
19
César. De bello gallico, 1. 25.

7
como llevaban armas simuladas de mucho peso, luego las auténticas les parecían ligeras.
Procuraban los romanos que sus soldados hirieran de estocada y no con el filo de la
espada, tanto porque así el golpe es más mortífero y menos esquivable, como porque
obliga a descubrirse menos al que lo asesta, siendo también más fácil de repetir.

No os sorprenda que los antiguos romanos prestasen tanta atención a estos


detalles, porque, cuando se trata de hombres que tienen que combatir, cualquier pequeña
ventaja resulta decisiva. Y esto, más que enseñároslo yo, lo dicen los autores que lo han
tratado. Los antiguos consideraban que no había nada más útil para una república que
disponer de muchos hombres instruidos en el manejo de las armas, porque no es el
esplendor de tus joyas lo que hace que/los enemigos te respeten, sino sólo el temor a tu
poderío militar. Además, los errores que a veces se cometen en otros asuntos se pueden
remediar; pero aquéllos en los que se incurre durante la guerra, al comportar un inmediato
castigo, no tienen enmienda posible. Por otra parte, el saber combatir hace a los hombres
más audaces, porque a nadie le da miedo poner en práctica algo que domina. Por eso los
antiguos querían que los ciudadanos se instruyesen en todo tipo de ejercicios bélicos, y
les hacían lanzar contra aquella estaca dardos más pesados que los auténticos, con lo
que, además de adquirir práctica en el lanzamiento, robustecían y agilizaban sus brazos,
Disponían de expertos para enseñarles también a tirar con arco y honda, de manera que
cuando se les reclutaba para ir a la guerra tenían ya el espíritu y la preparación del
soldado. No les quedaba más que aprender a formar en orden de marcha o combate,
pero lo conseguían fácilmente -al mezclarse con los veteranos que ya lo sabían hacer.

Cosimo.- ¿Y qué ejercicios escogeríais para los soldados de hoy?

Fabrizio.-Muchos de los mencionados, como correr, ejercitar los brazos, altar,


cansarse practicando con armas más pesadas que las normales, disparar con arco y
ballesta; y añadiría el arcabuz, instrumento nuevo, como sabéis, y necesario. Todos los
jóvenes de mi supuesto Estado deberían practicar estos ejercicios, y con mayor
intensidad y dedicación los que hubiera destinado a las armas. Lo harían siempre los días
festivos. Procuraría también que aprendieran a nadar, cosa muy útil, porque no siempre
se dispone de un puente o de barcazas cuando se quiere atravesar un río; si los soldados
no saben nadar las cosas resultan más difíciles y pueden desperdiciarse buenas
ocasiones. Por eso los romanos habían elegido como zona de instrucción el Campo de
Marte; teniendo cerca el río Tíber, podían refrescarse cuando se cansaban con los
ejercicios y, al mismo tiempo, practicar la natación. Al igual que los antiguos, ordenaría
que también la caballería practicase la instrucción, al objeto de que, además de saber
montar, los jinetes fuesen capaces de valerse de las armas yendo a caballo. De ahí que
dispusieran de caballos de madera con los que se adiestraban, montando-los con armas y
sin ellas por ambos lados y sin ayuda alguna; con ello, bastaba una simple orden del jefe
para que inmediatamente toda la caballería desmontara o volviera a montar.

Si antes no resultaba impracticable esta instrucción a pie o a caballo, tampoco lo


sería ahora para la república o el reino que quisiera imponerla a su juventud, como lo
demuestra el ejemplo de algunos Estados de Poniente20 que la mantienen viva. Estos
reparten a sus habitantes en varias unidades, dando a cada una el nombre de las armas
que usan. Y, según que lleven alabardas, arcos o arcabuces, los denominan, piqueros,
alabarderos, arqueros o arcabuceros. Cada ciudadano, pues, debe declarar en qué
unidad desea integrarse. Y como no todos son aptos para combatir, por razones de edad
u otro impedimento, en cada unidad eligen a algunos, a los que llaman jurados, quienes
en los días festivos deben hacer la instrucción en el arma a que pertenecen. Disponen
20
Se refiere a las ciudades-estado de la costa de Génova.

8
para ello de lugares designados al efecto, y los que pertenecen a esa unidad, pero no al
grupo de los jurados, abonan de su peculio los gastos que ello origina.

Lo que hacen ellos lo podríamos hacer también nosotros, pero nuestra poca
prudencia nos Impide tomar resoluciones adecuadas. Gracias a esa instrucción, la
infantería de los antiguos era mejor que la nuestra, y lo es hoy también la de Poniente.
Por los motivos indicados, los antiguos instruían a los soldados en casa durante la
república, y en campaña durante el imperio; pero nosotros en casa no queremos, y en el
campo no podemos obligarlos a otra instrucción que la que ellos mismos se imponen. La
consecuencia de ello es que se ha descuidado la instrucción y la organización militar. Y
que los reinos y repúblicas, sobre todo en Italia, han llegado a una situación de extrema
debilidad.

Pero volvamos a nuestro asunto. Continuando con el tema de la instrucción he de


decir que para lograr un buen ejército no basta con endurecer a los soldados y hacerlos
fuertes, veloces y diestros. Además de eso, es necesario que aprendan a formar, a
obedecer a las señales, toques y voces de mando de sus jefes, así como a mantener la
formación estando parados, en retirada, avanzando, combatiendo y marchando. Sin esta
disciplina, cuidadosamente observada y practicada, nunca hubo ejército bueno. Es
indudable que los soldados indómitos e indisciplinados son mucho más débiles que los
tímidos y disciplinados, porque la disciplina aleja el temor, y la indisciplina anula la
valentía. Para que os resulte claro lo que más adelante diré, habéis de saber que todas
las naciones, al organizar a sus hombres para la guerra, han constituido sus ejércitos
sobre el modelo de una unidad básica que, aunque ha recibido distintos nombres, contó
siempre con un número aproximadamente igual de soldados, entre seis y ocho mil, en
todos los casos. Los romanos la denominaban legión, los griegos falange, y los galos
caterva. Este es el nombre que dan hoy los suizos, únicos que han conservado alguna
traza de las antiguas instituciones, a lo que nosotros conocemos con el nombre de
brigada. Luego cada país ha dividido esa unidad en batallones, organizándolos a su
manera. Yo usaré ese término por ser el más conocido, y trataré de la mejor manera de
organizarlo según los usos antiguos y modernos.

Los romanos dividían su legión, formada por cinco o seis mil hombres, en diez
cohortes; nosotros dividiremos nuestra brigada, integrada por seis mil infantes, en diez
batallones, cada uno de los cuales constará de cuatrocientos cincuenta hombres. De
ellos, cuatrocientos llevarán armamento pesado, y cincuenta ligero. El grupo de infantería
pesada estará formado por trescientos soldados con escudo y espada, a los que
llamaremos escuderos, y cien con picas, a los que denominaremos piqueras regulares. El
grupo ligero contará con cincuenta infantes armados con arcabuces, ballestas,
partesanas21 y rodelas. Recuperando un nombre antiguo, los llamaremos vélites
regulares.

El conjunto de los diez batallones vendrá a contar, pues, con tres mil escuderos, mil
piqueros y quinientos vélites regulares, que en total dan la cifra de cuatro mil quinientos
infantes. Para que la 'brigada alcance el total de seis mil hombres, será necesario añadir
otros mil quinientos soldados, mil de los cuales, provistos de picas, serían los piqueros de
apoyo, y quinientos armados a la ligera, a los que llamaremos vélites de apoyo. De
acuerdo con ello la infantería estaría compuesta a partes iguales por escuderos, de un
lado, y por piqueras y otros combatientes, de otro. Al frente de cada batallón pondría a un
condestable, cuatro centuriones y cuarenta decuriones, y asignaría un jefe y cinco
decuriones a los vélites regulares. Pondría los mil piqueros de apoyo a las órdenes de tres
21
La partesana era una alabarda con media luna y cuchilla de dos cortes.

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condestables, diez centuriones y cien decuriones; al mando de los vélites de apoyo
estarían dos condestables, cinco centuriones y cincuenta decuriones. Luego nombraría a
un general jefe de la brigada. Cada condestable tendría su banderín y sus trompeteros.

Resumiendo, una brigada se compondría de diez batallones, tres mil escuderos, mil
piqueros regulares, mil de apoyo, quinientos vélites regulares y quinientos de apoyo, lo
que daría la suma total de seis mil hombres, entre los que habría mil quinientos
decuriones, quince condestables con sus correspondientes músicas y abanderados,
cincuenta y cinco decuriones, diez jefes de vélites regulares y un general en jefe de toda
la brigada con su bandera y banda. Y he insistido tanto en el esquema de esta unidad
para que luego no os confundáis cuando os explique la forma de organizar los batallones
y los ejércitos.

El rey o la república que quiera constituir un ejército deberá organizar a sus


súbditos de esta manera y con estas armas, procurando disponer de tantas brigadas
como sea posible. Una vez ordenados así, para enseñarles la instrucción bastaría
ejercitarlos, batallón, por batallón. Aunque el número de soldados que constituyen cada
una de estas unidades no equivale al de un verdadero ejército, sí es cierto que en su seno
cada soldado puede aprender a realizar lo que concretamente a él le atañe. En los
ejércitos hay dos niveles de maniobra: el primero es el que debe realizar cada hombre en
el seno de su batallón, y el segundo es el que efectúan los batallones cuando operan
juntos como ejército. Los que realizan bien el primer nivel se integran con facilidad en el
segundo, cosa que no lograrían si desconocieran aquél.

Así que cada batallón puede aprender por sí mismo la instrucción en todas sus
variedades de movimientos y adaptación al terreno. Luego aprenderá a formar un orden
de combate, a entender los toques de órdenes de combate, distinguiendo mediante ellos,
como hacen los galeotes con el silbato, lo que deben hacer: si detenerse, avanzar,
retroceder, o a dónde dirigir las armas y la atención. De esta manera, siendo capaces de
mantener la formación de modo que ni el terreno ni el movimiento la descompongan,
entendiendo las órdenes del jefe por los toques de mando y sabiendo ocupar cada uno su
puesto, les será fácil a los batallones, cuando operen juntos en gran número, aprender el
papel que a cada uno le corresponde en el seno de un ejército.

Como esas maniobras conjuntas son importantes, en tiempo de paz se podría, una
o dos veces al año, reunir a toda la brigada, haciéndola actuar como un ejército completo
y maniobrando durante algunos días como si tuviera que librar una batalla, con su frente,
sus flancos y sus reservas oportunamente dispuestos. Como un general dispone a sus
efectivos para el combate según se presente el enemigo o según considere que se puede
presentar, hay que instruir al ejército de acuerdo con ambos supuestos, para que al
mismo tiempo que marcha pueda, si se hace indispensable, combatir, sabiendo los
soldados cómo deben operar según el flanco de donde proceda el ataque.

En la instrucción de combate frente a un enemigo visible hay que enseñar a los


soldados cómo se empeña la lucha, a dónde han de retirarse si se ven rechazados,
quiénes deben reemplazarlos en sus puestos, y a qué señales, toques y voces de mando
deben obedecer, obligándoles a practicar tanto estos ejercicios en su batallón, mediante
ataques simulados, que lleguen a sentir el deseo de emplearse en los verdaderos. Los
ejércitos no son valerosos por estar formados de hombres valientes, sino por tener una
organización disciplinada. Si yo me encuentro combatiendo en primera fila y sé a dónde
he de retirarme en caso de ser rechazado y quién ha de reemplazarme, siempre
combatiré con valor, porque me sentiré apoyado de cerca. Si mi puesto de combate está

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más retrasado, no me acobardará que rechacen a los de delante, porque ya sabía que
ello podía ocurrir, e incluso lo vendría deseando para ser yo quien diera la victoria a mi
señor en lugar de los que me precedían.

Estos ejercicios son imprescindibles si se está formando un ejército nuevo. Y


resultan también necesarios para uno veterano, como lo demuestra el hecho de que
aunque los romanos conocían desde niños las maniobras militares, sus jefes los
obligaban a ejercitarse continuamente antes de enfrentarse al enemigo. Josefa dice en su
Historia22 que, con los continuos ejercicios que hacían los ejércitos romanos incluso la
turba que los seguía en sus campañas resultaba útil en las batallas, porque todos sabían
maniobrar y combatir. Pero en los ejércitos de soldados bisoños reclutados con carácter
de urgencia o para luchar en un futuro, todo resultará infructuoso si no se lleva a cabo
esta instrucción, primero por batallones y luego en conjunto. Como la instrucción militar es
indispensable, habrá que enseñársela, redoblando el cuidado y el esfuerzo, a quien no la
conoce, y procurar mantenerla en quien la sabe. A este doble objetivo se han dedicado
con tesón muchos ilustres jefes militares.

Cosimo.-Con estas consideraciones me parece que os habéis alejado del asunto,


porque aún no habéis indicado cómo deben ejercitarse los batallones, y sin embargo ya
estáis hablando de ejércitos completos y de batallas.

Fabrizio.- Tenéis razón, pero ha sido por la importancia que atribuyo a estos
sistemas y el dolor que me causa ver que no se ponen en práctica; pero no os preocupéis,
que volveré al punto correcto.

Como os decía antes, lo fundamental en la instrucción de un batallón es conseguir


que mantenga correctamente la formación, por lo que resulta indispensable practicar la
maniobra de repliegue en caracol23 Anteriormente os indiqué que un batallón debe contar
con cuatrocientos hombres dotados de armamento pesado, y me detendré un momento
en ese número. Hay que disponerlos en ochenta filas de a cinco en fondo, y luego,
marchando deprisa o despacio, hacer que se aprieten o se separen, cosa más fácil de
explicar en la práctica que con las palabras. Luego ya no será necesario insistir tanto
sobre ello, porque cualquier veterano sabe cómo se ejecutan esos movimientos, que no
tienen más utilidad que la de acostumbrar a los soldados a estar en filas.

Pero veamos los tipos de formación que puede adoptar un batallón. Los principales
son tres: el primero y más útil es el de la formación compacta a modo de rectángulo; el
segundo consiste en dar a la parte frontal del rectángulo la forma de un doble cuerno; y el
tercero se constituye dejando en su interior una especie de vacío que se denomina plaza.

El primer tipo de formación puede obtenerse de dos maneras. En primer lugar,


redoblando las filas, es decir, haciendo que la segunda entre en la primera, la cuarta en la
tercera, la sexta en la quinta, y así sucesivamente, hasta obtener cuarenta filas de a diez
en fondo, donde antes había de a cinco. Luego se repite la operación uniendo
nuevamente las filas, con lo que tendremos veinte filas de veinte hombres cada una. De
este modo obtendremos casi un rectángulo, pues si bien hay tantos hombres por un lado
como por otro, en la dimensión frontal están apretados codo con codo, mientras que en la
lateral distan entre sí al menos dos brazas, de manera que la formación es más larga en
el sentido lateral que en el frontal. Como me referiré repetidamente a las partes delantera,

22
Flavio Josefa. De Bello judaico. III 4-5.
23
Era un movimiento de instrucción en el que la formación giraba sobre sí misma.

11
trasera y lateral de los batallones, sabed que cuando mencione la vanguardia, la cabeza o
el frente, estoy aludiendo a la parte delantera; la retaguardia es la parte de atrás, y los
flancos son los laterales. Los cincuenta vélites regulares del batallón no se integran en las
filas mencionadas, sino que, una vez formado el batallón, cubren longitudinalmente sus
flancos.

Me referiré a continuación al segundo modo de formar un batallón. Como es mejor


que el primero, me esforzaré en explicarlo con claridad. Imagino que recordáis de cuántos
soldados y mandos se compone, y cómo va armado. El batallón debe formar, como he
dicho, en veinte filas de otros tantos hombres cada una, cinco de piqueros en vanguardia
y quince de escuderos en retaguardia; dos centuriones se situarán en aquel lugar, y otros
dos en éste, quienes realizarán la misión de los que los romanos llamaban tergiductores24.
El condestable, con sus trompeteros y su abanderado, se colocará en el espacio que
media entre las cinco filas de piqueros y las quince de escuderos. Cada decurión se
situará al flanco de cada fila para tener al lado a sus hombres, los de la izquierda a su
derecha y los de la derecha a su izquierda. Los cincuenta vélites se pondrán en los
flancos y en la retaguardia del batallón.

Si se pretende que un batallón en orden de marcha adopte esta formación, habrá


que proceder de la siguiente manera: disponer a los infantes en ochenta filas de a cinco
en fondo, como decíamos antes, dejando a los vélites delante o detrás con tal que queden
fuera de la formación: cada centurión irá seguido por veinte filas, de las cuales las cinco
primeras serán de piqueros y las demás de escuderos, El condestable, con los
trompeteros y el abanderado, irá en el espacio que media entre las picas y los escudos
del segundo centurión, ocupando el espacio de tres escuderos. Veinte decuriones se
situarán en el flanco de las filas del primer centurión en el lado izquierdo, y otros veinte en
el flanco de las filas del último centurión de la derecha. Los decuriones que mandan
piqueros deben llevar pica, y escudo los que mandan a los escuderos. Dispuestas así las
filas, si marchando se quiere formar al batallón para hacer frente al enemigo, hay que
mandar detenerse al primer centurión con sus veinte filas: el segundo, girando a la
derecha, continuará marchando por el flanco de las veinte primeras filas paradas hasta
alinearse con el primero, y entonces se detendrá. El tercer centurión seguirá marchando,
girando a su derecha por el flanco de las filas paradas, hasta alinearse con los dos
centuriones anteriores, y se detendrá también. El cuarto continuará adelante con sus filas,
también doblando a la derecha a lo largo de las filas paradas, hasta llegar adonde los
otros, y allí se quedará quieto. A continuación, dos centuriones solos abandonarán la
vanguardia y se situarán a retaguardia del batallón, quedando éste formado de la manera
que he venido indicando. Los vélites se distribuirán a lo largo de los flancos del mismo,
como se dijo para la primera modalidad de formación, llamada “redoblar por línea recta”,
mientras que a ésta se la denomina “redoblar por flanco”.

24
Eran lo, que cubrían y vigilaban el último escalón de retaguardia.

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Figura 1- Representa un batallón y la manera de redoblar por flanco, según se ha explicado. Puede
comprobarse cómo, partiendo de las mismas ochenta filas, con la única variación de que las cinco
filas de picas delanteras pasen atrás, se consigue que, al redoblar, todas las picas queden a
retaguardia. Se actúa así cuando al avanzar, se teme la aparición del enemigo por la espalda.

El primer tipo de formación es más fácil, pero el segundo es más ordenado, más
manejable y se puede corregir mejor. En aquélla hay que subordinarse al número, porque
de cinco se pasa a diez, de diez a veinte, y de veinte a cuarenta, de manera que con esa
duplicación no se puede constituir un frente de quince, veinte, treinta o treinta y cinco
hombres, sino que hay que atenerse a un número fijo. Y se da el caso frecuente, en
muchas acciones concretas, de que conviene presentar un frente de seiscientos u
ochocientos soldados, y el redoblar por línea recta desordenaría la formación. Prefiero,
por ello, la segunda modalidad, cuya mayor dificultad puede superarse con el ejercicio y la
práctica.

Así que, como os digo, lo más importante es que los soldados sepan entrar en
formación con rapidez. Es necesario enseñarles a formar, instruirlos por batallones y

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obligarlos a realizar marchar forzadas, avanzando, retrocediendo, y atravesando terrenos
difíciles sin romper la formación. Los hombres que hacen bien esto son soldados
experimentados, y aunque no se hayan encontrado frente al enemigo pueden
considerarse veteranos; los que, por el contrario son incapaces de mantener la formación,
serán siempre unos novatos aunque hayan participado en mil combates.

Esto por lo que respecta a la formación del batallón cuando va marchando en filas
pequeñas. Pero lo importante y difícil, lo que requiere mucho ejercicio y práctica, y a lo
que los antiguos dedicaban gran cuidado, es a la manera de reordenarlo rápidamente
después de haberse dispersado por dificultades derivadas del terreno o el enemigo. Para
conseguirlo son necesarias dos cosas: primero, tener en el batallón gran número de
elementos distintivos y. segundo, seguir indefectiblemente la norma de que cada soldado
esté siempre en la misma fila. Es decir, que si uno se ha colocado en la segunda, debe
estar siempre en ella. Y no sólo en la misma fila, sino incluso en el mismo puesto, cosa
para la que, como he dicho, hacen falta muchos elementos distintivos.

En primer lugar, es necesario que la bandera sea de forma que, al juntarse con las
de otros batallones, se la pueda reconocer. En segundo lugar, que los condestables y
centuriones lleven penachos en el casco, diferentes y bien visibles; y, lo más importante,
hacer que sean identificables los decuriones, cosa ésta a la que los romanos prestaban
tanta atención que, entre otras cosas, les hacían llevar grabado en la celada el número
que les correspondía, llamándolos primero, segundo, tercero, cuarto, etc. Y, no contentos
aun con esto, cada soldado llevaba grabado en el escudo el número de su fila y del lugar
que en ella le correspondía. Diferenciados así los soldados y acostumbrados a este
sistema, resulta fácil, si se desordena la formación, recomponerla pronto. Quieta la
bandera, los centuriones y decuriones pueden localizar de un vistazo el lugar que les
corresponde, y yendo los soldados de la izquierda a su lado y los de la derecha al suyo,
guardando las distancias establecidas, pueden encontrar inmediatamente sus puestos
guiándose por la práctica y los elementos distintivos. Es como si se desmontan las duelas
de un barril previamente numeradas, que luego con facilidad se vuelven a montar en su
sitio, cosa imposible si no se les pone señales. Con diligencia y ejercicio estas cosas se
enseñan y aprenden pronto, y, una vez asimiladas, difícilmente se olvidan, porque los
bisoños aprenden de los veteranos, y con el tiempo un pueblo que practicase estos
ejercicios llegaría a ser experto en la guerra.

Es también necesario enseñarles a dar media vuelta todos al mismo tiempo,


convirtiendo, si es necesario, la retaguardia en vanguardia, y la vanguardia en flancos y
retaguardia; cosa facilísima, porque basta que cada hombre se vuelva hacia el lugar que
se le ordene, y allí estará la vanguardia. Es cierto que, al volverse de flanco, se alteran las
proporciones de la formación, porque los hombres estarán más distanciados en el sentido
lateral que en el frontal, lo cual va contra la normal formación del batallón. Pero en este
caso su práctica y discreción los llevará a reorganizar las filas, porque el inconveniente es
tan pequeño que fácilmente lo remedian. Más importante es y mayor práctica exige el
hacer variar todo el batallón en bloque; si se quiere efectuar una variación izquierda, por
ejemplo, deberá detenerse la esquina izquierda, marchando los demás cerca
suficientemente despacio para que no tengan que correr los de la derecha; de no hacerla
así, se desordenarían las filas.

Ocurre siempre que, cuando un ejército marcha de un lugar a otro, los batallones
que no ocupan la vanguardia se ven obligados a combatir no de frente, sino de flanco o
por retaguardia, teniendo que convertir en breve tiempo uno de éstos en aquél. Y si se
quiere que en esa situación los batallones guarden la proporción que les es propia, como

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antes he indicado, deben tener las picas dispuestas en el sector que ha de transformarse
en vanguardia, con los decuriones, centuriones, y condestables en los lugares oportunos.
Para lograrlo, al formarlas hay que disponer las ochenta filas de a cinco en fondo, así:
todas las piqueras irán en las primeras veinte filas, con cinco de sus decuriones delante y
cinco detrás; las otras sesenta filas, que irán a continuación, estarán enteramente
formadas por escuderos, que vendrán a formar tres centurias. La primera y la última fila
de cada centuria estarán integradas por decuriones; el condestable, con el abanderado y
el corneta, se situará en el centro de la primera centuria de escuderos; y los centuriones
se colocarán al frente de sus respectivas centurias. Con esta formación, si se quiere
disponer de picas en el flanco izquierdo, hay que duplicar las centurias en el derecho; y si
se las quiere tener en éste, habrá que duplicar las del izquierdo. De esta manera el
batallón tendrá a las picas de flanco, con los decuriones en vanguardia' y retaguardia, los
centuriones al frente y el condestable en el centro. La formación se mantiene durante la
marcha; cuando se quiera convertir el flanco en vanguardia, no hay más que mandar
girarse a los soldados hacia el flanco en el que están las picas, quedando el batallón con
sus filas y mandos como he dicho antes; excepto los centuriones, todos están en su
puesto, y ésos ocuparán el suyo rápidamente y sin dificultad.

Pero; si marchando de frente hay que combatir por la retaguardia, deben


organizarse las filas de manera que al formar el batallón las picas queden detrás; ello no
requiere otra prevención que la de situar al final las cinco filas de picas que normalmente
cada centuria lleva delante, y en el resto respetar la disposición que he descrito.

Cosimo.-Habéis dicho, si mal no recuerdo, que este tipo de instrucción sirve para
integrar luego a los batallones en ejército, y que esos ejercicios son para organizarse
dentro de aquél. Pero si esos cuatrocientos cincuenta soldados hubieran de combatir
aisladamente, ¿cómo los organizaríais?

Fabrizio.- En ese caso, su jefe debe situar las picas donde lo considere
conveniente, cosa que no contradice lo que hemos dicho, porque si bien aquél es el
modelo que se sigue para combatir junto con los otros batallones, no por eso debe
tomarse como única norma para todas las situaciones que pudieran presentarse. Pero, al
explicarlos los otros dos modos de formar un batallón que yo propongo, daré más
cumplida respuesta a vuestra pregunta, porque o no se usan nada, o se utilizan cuando
un batallón está aislado y lejos de los otros.

Para formarlo con un doble cuerno, hay que disponer las ochenta filas de a cinco
en fondo de la siguiente manera: se sitúa en el centro a un centurión y. tras él, veinticinco
filas que consten, cada una, de dos piqueros a la izquierda y tres escuderos a la derecha.
Tras las cinco primeras se colocará, en las veinte siguientes, a veinte decuriones; todos
ellos entre las picas y los escudos, excepto los que portan picas, que podrán estar con los
piqueros. Tras esas veinticinco filas así ordenadas se pondrá a otro centurión, que tendrá
a sus espaldas cinco filas de escudos. Tras éstos, el condestable en medio del corneta y
el abanderado, con otras quince filas de escudos detrás. Luego él tercer centurión, al
frente de veinticinco filas, cada una de las cuales constará de tres escudos a la izquierda
y dos picas a la derecha; tras las cinco primeras filas habrá veinte decuriones situados
entre las picas y los escudos. Y detrás de ellas irá el cuarto decurión.

Figura 2.-Representa de qué manera se dispone un batallón que, avanzando, debe combatir de
flanco, según se expone en el texto.

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Si se quiere transformar esas filas en un batallón en doble cuerno, hay que mandar
detenerse al primer centurión con las veinticinco filas que manda. Luego avanzará el
segundo decurión con las quince filas de escuderos que tiene detrás, girará a la derecha y
bordeará el flanco de las veinticinco filas hasta alinearse con la decimoquinta, donde se
detendrá. Marchará luego el condestable con las quince filas de escuderos y, girando
también a la derecha, avanzará a lo largo del flanco derecho de las quince filas anteriores,
deteniéndose al llegar a la altura de la cabeza de las mismas. Le toca a continuación al
tercer centurión con sus veinticinco filas y con el cuarto centurión que estaba a su
espalda, quienes, girando a la derecha, bordearán el flanco derecho de las últimas quince
filas de escuderos, pero, en vez de detenerse al llegar a la cabeza de ellas, seguirán
avanzando hasta que las últimas de sus veinticinco filas estén alineadas con las filas de
detrás. Hecho esto, el centurión que estaba al frente de las primeras quince filas de
escuderos saldrá de donde estaba y se colocará detrás de la esquina izquierda.
Obtendremos así un batallón de veinticinco filas compactas de veinte soldados cada una,
y con dos cuernos, uno en cada borde frontal; cada uno tendrá diez filas de a cinco en
fondo, y quedará entre los dos cuernos un espacio libre equivalente al ocupado por diez
hombres uno al lado de otro. Entre los dos cuernos estará el jefe, y en el extremo de cada
cuerno un centurión.

En cada esquina posterior se situará otro centurión. Habrá dos filas de picas y

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veinte decuriones en cada flanco. Los dos cuernos sirven para proteger en su interior a la
artillería, si el batallón dispone de ella, y a los carruajes. Los vélites se distribuirán por los
flancos aliados de los piqueros.

Para transformar el batallón con cuernos en otro con plaza interior, lo único que hay
que hacer es tomar ocho de las quince filas de veinte hombres y situarlas en el extremo
de los cuernos, que se convertirían en lados de la plaza. En ella se sitúan los carruajes y
el jefe con su abanderado, pero no la artillería, que pasará a vanguardia o a los flancos.

Estos son los tipos de formación que puede adoptar un batallón cuando se ve
obligado a avanzar aislado por lugares sospechosos. La formación compacta, sin cuernos
ni plaza, es la mejor, pero si se quiere proteger a los no combatientes hay que adoptar la
de cuernos.

Los suizos disponen aún de otras modalidades de formación. Tienen una en forma
de cruz con la que, en los espacios que hay entre sus brazos, resguardan de ataques
enemigos a sus arcabuceros. Pero como este tipo de formaciones son buenas para
cuando combate el batallón aislado, y mi intención es explicar cómo deben luchar varios
reunidos, no me entretendré en hablar más de ellas.

Cosimo.-Creo que he comprendido perfectamente cómo hay que ejercitar a los


soldados en estos batallones. Pero, si mal no recuerdo, habéis dicho que a los diez
batallones de la brigada vos añadiríais mil picas y quinientos vélites de apoyo. ¿No vais a
hablarnos de ellos y de su instrucción?

Fabrizio.-Naturalmente que sí, y con toda diligencia. A los piqueros los entrenaría al
menos compañía por compañía, igual que los batallones y como los que hay en éstos: y
ello porque luego los utilizaría con preferencia sobre los batallones regulares para
acciones especiales, como dar escolta, efectuar incursiones y otras operaciones similares.
A los vélites los instruiría en sus lugares de origen sin siquiera reunirlos, porque, como su
tarea es combatir sin integrarse en una formación, no es necesario que participen con los
demás en la instrucción ordinaria; es suficiente con que se adiestren en el combate
individual.

Figura 3.-Representa las formaciones de un batallón con dos cuernos y con plaza en medio, según
se explica en el texto.

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Como antes os indiqué y no me importa ahora repetir, a los soldados hay que
instruirlos en los batallones para que sepan guardar la formación, conocer su puesto y
volver a él enseguida después de haber sido desordenados por el terreno o el enemigo; si
se sabe hacer esto, fácilmente se aprende después el lugar que corresponde a un
batallón y cuál es su misión en el seno del ejército. Si un príncipe o una república dedican
esfuerzos y diligencia a este tipo de instrucción, siempre dispondrán de buenos soldados
en el país, serán superiores a sus vecinos e impondrán, en lugar de sufrirlas, sus leyes a
los demás hombres. Pero, como os he dicho, el desorden en que vivimos hace que se
descuiden y menosprecien estos factores. De ahí que nuestros ejércitos no sean buenos y
que, aunque existan mandos o soldados capacitados, no lo puedan demostrar.

Cosimo.- ¿Y de qué medios de transporte debería disponer cada batallón?

Fabrizio.-Debo empezar diciendo que, en mi opinión, los centuriones y decuriones


no deberían ir a caballo; y, si el condestable quiere hacerla, sería mejor que fuera en
mulo. Adjudicaría al batallón dos furgones, más uno a cada centurión y dos a cada tres
decuriones, porque tantos son los que caben en nuestros campamentos, como luego
explicaré. De esa manera, cada batallón vendrá a tener treinta y seis furgones, que
deberán transportar las tiendas, los utensilios de cocina, hachas y suficientes estacas de
hierro para levantar el campamento, amén de otros objetos a los que aún pudiera darse
cabida, a discreción del personal.

Cosimo.-Considero que son necesarios todos los mandos que habéis atribuido a
cada batallón. Pero, de todas maneras, no sé si tantos jefes no terminarán originando
confusión.

Fabrizio.-Eso ocurriría si no estuvieran todos subordinados a un solo jefe; pero esa


subordinación establece un orden, y sin ellos sería imposible gobernar el batallón. Si una
pared se está venciendo en toda su longitud, es mejor apuntarla con muchas traviesas,

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aunque sean delgadas, que no con sólo unas pocas vigas fuertes, porque la resistencia
de una no remedia el derrumbamiento que pueda producirse un poco más lejos. Por eso
conviene que en los ejércitos haya, por cada diez hombres, uno con más fuerza y valor, o
al menos con más autoridad, para que mantenga a los otros seguros y dispuestos al
combate con su moral y su palabra. El hecho de que en todos nuestros ejércitos existan
esos elementos a que me he referido -jefes, banderas, cornetas- evidencia la necesidad
de los mismos; sólo que, en nuestro caso, ninguno cumple su misión. Para llevar a cabo
su tarea, los decuriones deben tener bien conocidos a sus hombres, acampar con ellos,
hacer juntos las guardias y situarse con ellos en la formación; colocados en el lugar que
les corresponde, son como la regla y guía que mantiene las filas derechas y fijas,
impidiendo que se desordenen, o, en caso que esto ocurra, haciendo que se
recompongan inmediatamente. Pero hoy en día sólo los tomamos en consideración para
pagarles más que a los otros y para encargarles algún que otro servicio especial. Y lo
mismo sucede con las banderas, que se tienen más para exhibirlas que para darles un
uso militar. Los antiguos, por el contrario, las utilizaban como guía y punto de referencia;
en cuanto se fijaba la posición de la bandera, todos sabían el lugar que les correspondía
con respecto a ella, y allí volvían a colocarse siempre; según que se moviera o se
quedara quieta, sabían si tenían que avanzar o detenerse. Es necesario que en un
ejército haya muchas unidades, y que cada una tenga su bandera y su guía, porque ello le
dará espíritu y vida.

Los infantes, pues, deben seguir a la bandera, y ésta guiarse por los toques de la
corneta. Estos toques, bien estudiados, dirigen el ejército, el cual mantendrá fácilmente la
formación marcando el paso. Por eso los antiguos contaban con flautas, pífanos y otros
instrumentos musicales. De la: misma manera que el que baila se acompasa al ritmo de la
música y dejándose llevar por ella no se equivoca, también un ejército, obedeciendo en
sus movimientos a los toques, no se desordena. E incluso los antiguos disponían de
toques variados, según que quisieran cambiar el movimiento o enardecer, calmar o
detener el ímpetu de los soldados. Y a cada toque se le daba un nombre; el toque dórico
inspiraba la constancia. y el frigio la furia; por eso se cuenta que, estando en una ocasión,
Alejandro (Magno) a la mesa, al oír un toque frigio, se
enardeció tanto que echó mano a la espada. Sería conveniente resucitar estos
procedimientos o, en caso de que ello resultara dificultoso, no olvidar al menos los toques
que enseñan a obedecer al soldado, que pueden ser variados y establecidos a discreción,
con tal de que los hombres, con la práctica, se acostumbren a reconocerlos. Hoy en día
con los cornetas no se consigue otra cosa que hacer ruido.

Cosimo.-Me gustaría que me explicarais, si habéis tenido ocasión de reflexionar


sobre ello, a qué se debe la desidia, el desorden y la negligencia que hoy se observa en el
ejército.

Fabrizio.-Os daré de buen grado mi opinión. Ya sabéis que en Europa han habido
muchos militares famosos, pocos en África y menos aún en Asia. Ello se debe a que estos
dos últimos continentes sólo han tenido una o dos grandes monarquías y pocas
repúblicas, mientras que Europa ha conocido algunos reinos e infinidad de repúblicas. La
capacidad y el valor de los hombres se manifiesta en la medida en que son empleados y
formados por el mando supremo, esté personificado por una república o por un rey. De
ahí se desprende que, donde hay muchos poderes habrá muchos hombres capaces, y
viceversa. En Asia tenemos a Nino, Ciro, Artajerjes, Mitridates25 y muy pocos más que se
les puedan comparar. En África son conocidos, prescindiendo de los antiguos egipcios,
25
Nino es un personaje legendario al que se atribuye la fundación del imperio asirio. Ciro fue el fundador del primer imperio persa
(558-528 a.C.). Artajerjes, rey de Persia (465-424 a. C.), sucedió a Jerjes y puso fin en el 449 a.C. a las guerras persas. El último de los
citados es Mitridates IV, rey del Ponto (111-63 a.C.), que lucho contra Roma.

19
Masinisa, Yugurta y los generales de Cartago26. Pocos son en comparación con los
europeos. En Europa hemos tenido infinidad de hombres excepcionales, y aún sería
mayor su número si añadiéramos todos aquellos cuyos nombres han sido borrados por el
paso del tiempo.

La gente ha sido más valerosa donde ha habido más Estados que favorecieran, por
necesidad o por concretos intereses, la manifestación de su valor. Surgieron, pues, en
Asia, pocos hombres excepcionales, porque esta región constituía un solo imperio que,
por sus grandes dimensiones y su carencia de conflictos bélicos, no podía producir
militares de gran talla; lo mismo ocurrió en África, aunque allí se cuentan algunos más,
gracias a la república cartaginesa.

Las repúblicas generan más hombres de talla que las monarquías, porque, si
normalmente en aquéllas se valora el mérito, en éstas se teme. De ahí que en las
primeras los hombres valerosos se crezcan y en las segundas se apaguen.

Europa, como es fácil comprobar estuvo salpicada de repúblicas y reinos que, por
el temor que se profesaban mutuamente, se veían obligados a mantener en vigor sus
instituciones militares y a honrar a los que en ellas sobresalían. En Grecia, aparte del
reino macedónico, hubo muchas repúblicas, en cada una de las cuales surgieron grandes
hombres. En Italia tuvimos a los romanos, los samnitas, los etruscos y los galos
cisalpinos. La Galia y la Germania fueron mosaico de repúblicas y reinos, y lo mismo
ocurrió en Iberia. El hecho de que los más famosos sean los romanos se debe a la
parcialidad de los historiadores, que centran su atención en los que triunfan,
conformándose normalmente con honrar a los vencedores. Pero no es razonable suponer
que entre los samnitas y los etruscos, que combatieron durante siglo y medio contra los
romanos antes de ser derrotados, no surgieran hombres de gran talla. Y lo mismo puede
decirse de Galia e Iberia. Pero el mérito que normalmente los historiadores no celebran en
los individuos lo reconocen generalmente en los pueblos, exaltando hasta las nubes el
empeño con que defendieron su libertad.

Siendo, pues, indudable que el número de grandes hombres depende del número
de Estados, forzosamente se deduce que si éstos desaparecen irán disminuyendo
aquéllos, al faltar la causa que los produce. La expansión del imperio romano, que borró
del mapa a todas las repúblicas y reinos de Europa y África y la mayor parte de los de
Asia, dejó como única vía para hacer méritos sólo a la propia Roma, con lo que en Europa
los grandes hombres empezaron a escasear como en Asia. Finalmente, el valor llegó a su
total decadencia, porque, limitándose su ámbito a Roma, en cuanto se corrompió ésta,
quedó corrompido casi todo el orbe. Por eso los escitas pudieron arrasar aquel imperio
que había agostado la capacidad de los demás sin ser capaz de mantener la suya. Y,
aunque el imperio quedase fragmentado tras las oleadas de invasiones bárbaras, la virtud
no resucitó. Y ello, en primer lugar, porque se tarda tiempo en rehacer un sistema
destruido; y. en segundo lugar, porque las costumbres actuales, basadas en la religión
cristiana, no imponen esa necesidad de defenderse que antiguamente existía. En aquellos
tiempos se mataba a los vencidos o se los convertía de por vida en esclavos que
sobrevivían míseramente; las ciudades vencidas era arrasadas, o se expulsaba y
dispersaba a sus habitantes tras arrebatarles sus bienes. Los vencidos quedaban
sumidos en la más profunda de las miserias. Amedrentados por ese temor, los hombres
cultivaban las disciplinas castrenses y honraban a quienes sobresalían en ellas. Pero hoy
ese miedo ha desaparecido. Pocas veces se mata a los vencidos, y a ninguno se le tiene
26
Masinisa (c. 238-148 a. C.), rey de Numidia, se alió con los romanos contra los cartagineses. Higuera (c. 160-140). Númida también,
fue derrotado por Mario Y murió prisionero en Roma.

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mucho tiempo prisionero, liberándosele con facilidad. Las ciudades no son arrasadas
aunque hayan protagonizado mil rebeliones. Y se respetan los bienes de cada uno, de
modo que el mayor mal que se puede temer es el pago de un tributo. Por eso los hombres
no quieren someterse a la disciplina militar ni sufrirla en aras de evitar un peligro que ya
apenas temen. Por otra parte, y en comparación con entonces, hoy hay en Europa pocos
soberanos; toda Francia obedece a un rey, toda España a otro, y la misma Italia no está
muy dividida. Así las cosas, los Estados débiles se defienden aliándose con el vencedor, y
los fuertes, por las razones expuestas, no temen su caída.

Cosimo.-Pero en los últimos veinticinco años muchas ciudades han sido saqueadas
y han caído algunos reinos, y su ejemplo debería enseñar a los demás a vivir y a
recuperar algunas instituciones antiguas.

Fabrizio.-Así es. Pero si observáis qué ciudades han sido saqueadas, os daréis
cuenta de que no se trata de capitales de Estados, sino de poblaciones secundarias. Fue
saqueada Tartana, pero no Milán; Capua, pero no Nápoles; Bresciá, pero no Venecia;
Rávena, pero no Roma27. Estos ejemplos no cambian la manera de pensar de los
gobernantes; es más, les confirman la posibilidad de solucionar la cuestión con un
rescate. De ahí que no quieran someterse a los esfuerzos de los ejercicios militares,
pareciéndoles en parte innecesario, y en parte complicación que no comprenden. Los que
ya han perdido la libertad, y a los que tales ejemplos deberían inspirar temor, no tienen
posibilidad de ponerle remedio. Los gobernantes que han perdido el poder ya no pueden
hacer nada, y los que aún lo tienen no saben ni quieren. Prefieren, como más cómodo,
fiar en la suerte y no en su capacidad, porque comprueban que, habiendo poca virtud, la
suerte lo decide todo, y prefieren dejarse llevar por ella en lugar de dominarla. La prueba
la tenéis en Alemania, donde por haber muchos reinos y repúblicas hay mucha capacidad
militar. Todo lo que hay de positivo en los ejércitos actuales depende del ejemplo de
pueblos como ése, que, celosos de su independencia y temiendo la esclavitud (cosa que
no ocurre en otros lugares), se .hacen temer y respetar. Me parece que esto es suficiente
para explicaros las causas de la actual desidia. No sé si estaréis de acuerdo con ello, o si
mis explicaciones os habrán suscitado alguna duda.

Cosimo.-Ninguna. Me habéis convencido plenamente. Lo único que deseo,


volviendo a nuestro tema central, es saber cómo organizaríais la caballería, quién la
mantendría y qué armamento llevaría.

Fabrizio.-Seguramente os parecerá que le he dedicado poca atención, cosa que no


debe sorprenderos, porque tengo dos motivos para no extenderme en ello; el primero es
que el eje central y el núcleo más importante del ejército está constituido por la infantería;
y, el segundo, que este sector del ejército se ha degradado menos que la infantería. Si no
es tan poderosa como la antigua, al menos es igual que ella. De todas maneras, ya
comenté hace poco cómo había que instruirla. Por lo que se refiere al armamento tanto de
la caballería pesada como de la ligera yo las dotaría como se hace hoy, prefiriendo que la
primera estuviera constituida por ballesteros con algún que otro arcabucero. Aunque éstos
son poco útiles para otras actividades militares, resultan muy adecuados para atemorizar
a los paisanos y expulsarlos de cualquier paso que custodien, porque les dará más miedo
ver a un arcabucero que a veinte soldados con otro armamento.

Por lo que se refiere a su número, como he optado por basarme en el ejército


romano, me contentaría con trescientos de a caballo por brigada, de los cuales ciento
27
Tortona, en 1499: Capua, en 1501: Brescia y Rávena, en 1512. Pero pocos años después de que Maquiavelo escribiera esto, se
produciría el Saco de Roma (1527).

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cincuenta llevarían armamento pesado y ciento cincuenta ligero. Cada una de estas
mitades contaría con un jefe y diez decuriones, más la corneta y la bandera. Cada diez
miembros de la caballería pesada dispondrían de cinco furgones, y cada diez de la ligera,
de dos, que, como en el caso de infantería, transportarían las tiendas, el menaje de
cocina, las hachas, los mástiles y, en caso de disponer aún de espacio, el resto del
equipaje, No supongáis que esto es insuficiente por el hecho de comprobar que ahora los
caballeros tienen a su servicio cuatro caballos, porque esto es una corruptela. En
Alemania esos mismos hombres disponen de un solo caballo y cuentan, por cada veinte,
con un furgón que les lleva lo que necesitan. También los romanos disponían sólo de un
caballo para cada uno, si bien aliado de la caballería iban los triarios, obligados a
ayudarlas en el cuidado de las monturas, cosa que nosotros podríamos imitar fácilmente,
como demostraré al hablar de los campamentos. Así que lo que hacían los romanos y
hacen hoy los alemanes también lo podríamos hacer nosotros; es más, prescindiendo de
ello cometemos un error.

Estos cuerpos de caballería pertenecientes a la brigada podrían reunirse algunas


veces con los batallones, y practicar juntos algunas maniobras de ataque, más bien para
familiarizarse que por cualquier otro motivo.

Pero sobre esto ya hemos tratado suficientemente. Pasemos ahora a ver cómo se
forma un ejército para poder presentar batalla al enemigo con esperanza de ganarla, que
es el fin último para el que se organiza un ejército y
tanta atención se le dedica.

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