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LIBRO SEGUNDO
Los griegos no llevaban tanto armamento defensivo como los romanos, pero como
arma ofensiva preferían la pica a la espada. Así ocurría, sobre todo, en las falanges de
Macedonia, que portaban unas picas denominadas sarisas, de diez brazas de largo, con
las que abrían las filas enemigas sin romper la formación propia. Y, aunque algunos
1
La rodela era un escudo pequeño.
2
Las grebas son piezas de la armadura que cubren las piernas.
3
Una braza florentina equivalía a 0.584 metros.
1
tratadistas sostienen que también llevaban escudo, no se comprende, por las razones que
antes expuse, cómo podían valerse a la vez de ambas armas. Además, en el relato de la
batalla que libró Paulo Emilio contra Perseo4, rey de Macedonia, no recuerdo que se diga
nada de los escudos, y sí de las sarisas y de lo que éstas dificultaron la victoria del
ejército romano. Creo, pues, que las falanges macedónicas tenían unas características
similares a las de las actuales brigadas suizas, que fían en las picas todo su esfuerzo y
poder5.
Aparte de esas armas, la infantería romana adornaba sus celadas con penachos,
elementos que dan al ejército propio un aspecto atractivo, y al enemigo, terrible. En la
época romana más antigua, los caballeros llevaban un escudo redondo y un morrión que
les protegía la cabeza. Portaban espada y una lanza larga y delgada herrada solamente
en la parte anterior, que les impedía sujetar firmemente el escudo y se quebraba en el
combate, con lo que quedaban desarmados y expuestos a ser heridos. Luego, con el
tiempo, tomaron el armamento de la infantería, pero con un escudo más pequeño y
cuadrado, y la lanza más resistente y con dos punteras de hierro para que, si se soltaba
una, pudiera utilizarse la otra. Con estas armas consiguieron la infantería y la caballería
romanas dominar el mundo, y ha de creerse, por los resultados obtenidos, que se trató del
ejército mejor armado que jamás hubo. Tito Livio da repetido testimonio de ello en su obra
histórica, cuando, al comparar los ejércitos enemigos, dice: “Pero los romanos eran, por
su valor, su armamento y su disciplina, superiores”6. Por eso he hablado con más
detenimiento de las armas de los vencedores que de las de los vencidos.
4
L. Emilio Paulo, cónsul romano, venció en el 168 a.C. a Perseo, rey de Macedonia.
5
Véase lo dicho al respecto en el Estudio preliminar.
6
Tito Livio, IX. 17 Y 19.
7
Punta o extremidad de lanza.
8
Cado, VIII de Francia, que invadió Italia en 1494, provocando la caída de los Medici en Florencia y la pérdida de Nápoles por Alfonso
II de Argón.
2
Cosimo.- ¿Qué armamento os parece mejor: el alemán el de los antiguos
romanos?
Hay que tener en cuenta que la infantería puede verse obligada a combatir contra
otra infantería o contra la caballería, y de nada valdrá la que no pueda resistir a ésta, o,
aun haciéndolo, tema enfrentarse a infanterías mejor armadas y organizadas.
Considerando las infanterías alemana y romana, se observa en aquélla, como hemos
dicho, capacidad para derrotar a la caballería, pero también una gran inferioridad al
combatir contra una infantería organizada como ella y armada como la romana.
Concluyendo, la diferencia es ésta: los romanos podían derrotar a la infantería y a la
caballería, y los alemanes sólo a esta última.
Cosimo.- Me gustaría que nos dieseis algún ejemplo para nuestra mejor
comprensión.
No ha sido ése el caso de la infantería alemana, que ha sufrido un revés cada vez
que se ha enfrentado a otra infantería organizada y tenaz como ella, debido al mejor
armamento del enemigo. Atacado Filippo Visconti, duque de Milán 9, por dieciocho mil
suizos, envió contra ellos al conde de Carmañola10, entonces general de su ejército. Salió
éste a su encuentro con seis mil caballeros y unos pocos infantes, y, entablada batalla,
resultó derrotado con gravísimas pérdidas. Carmañola, que era hombre hábil, se dio
cuenta enseguida de la potencia del armamento enemigo, de la superioridad del mismo
9
Filippo Maria Visconti fue duque de Milán (1412-1447). Hijo de Gian Galeazzo Visconti, amplió el ducado con la conquista de Génova
y los Valles de Domodossola y Bellinzona.
10
Francesco Bussone (c. I380-1432), llamado carmañola por su lugar de origen, sirvió como condottiero a diverso señores, y entre
ellos a Filippo Maria Visconti y la República de Venecia, que terminó condenándolo a muerte por traición. La batalla a que se hace
referencia es la de Arbedo de 1422, en la que Carmañola derrotó a los sui/os y se apoderó de Domodossola y Billinzona. Manzoni lo
recuerda en la tragedia titulada El conde de Carmañola.
3
sobre su caballería y de la inferioridad de ésta con respecto a una infantería así
organizada. Reunió entonces sus tropas, volvió nuevamente al encuentro de los suizos y,
cuando estaban cerca de ellos, ordenó desmontar; y combatiendo a pie los mató a todos
menos a unos tres mil que, al verse perdidos, arrojaron las armas y se entregaron.
Cosimo.- Tened en cuenta que los caballeros de Carmañola, aunque iban a pie,
estaban completamente acorazados, y por eso lograron tal hazaña. Imagino que habría
que armar así a la infantería si se pretende obtener el mismo resultado.
4
posición segura.
Insisto, pues, en que una buena infantería no solamente tiene que poder resistir
contra la caballería, sino también no temer a una similar arma enemiga. Yeso, como
vengo repitiendo, depende del armamento y de la organización.
Fabrizio.- Yo creo que hoy en día, con las sillas de arzones y los estribos, que los
antiguos no usaban, se monta mejor a caballo. Y también el armamento defensivo es más
adecuado, porque un escuadrón de caballería actual, aun cargando con mucho peso, es
más difícil de detener de lo que era la caballería romana. De todas maneras, creo que no
hay que atribuir a la caballería más importancia de la que se le daba en la antigüedad,
porque, como he señalado, ha sido derrotada muchas veces por la infantería, y lo será
cada vez que ésta se arme y organice como he señalado. En su lucha contra el ejército
romano, capitaneado por Lúculo15, disponía el rey de Armenia, Tigranes, de ciento
cincuenta mil caballeros, muchos de ellos armados como los actuales, a los que se
llamaba catafractes, Los romanos, por su parte, no llegaban a seis mil, más veinticinco mil
infantes, por lo que Tigranes, viendo al ejército enemigo, exclamó: «Esa caballería no
llega ni para la muestra »; Y sin embargo, entablada batalla, resultó derrotado. El autor
que ha descrito esta batalla16 considera inútiles a los catafractes, indicando que como
llevaban la cara cubierta apenas podían ver y atacar al enemigo, y, como su armadura era
tan pesada, cuando caían no eran capaces de levantarse ni de valerse por sí mismos.
Considero, pues, que las repúblicas o reinos que valoran más la caballería que la
infantería serán siempre débiles y estarán expuestos a desastres, como ocurre en la Italia
actual, que ha sido saqueada, destruida e invadida por extranjeros, por el simple hecho de
haber descuidado la infantería y de reclutar exclusivamente caballería. Desde luego, hay
que disponer de caballería, pero como elemento secundario, no como fuerza principal del
ejército. Para efectuar salidas de reconocimiento, para batir y devastar el territorio
enemigo, para tener en tensión y alarma continuas a su ejército y para interceptarle los
suministros, la caballería es indispensable y utilísima. Pero en las batallas campales, que
son las operaciones principales de la guerra y el fin para el que se constituyen los
ejércitos, sirve más para perseguir al enemigo una vez derrotado que para cualquier otra
cosa, y resulta muy inferior a la infantería.
Cosimo.- Tengo un par de dudas. En primer lugar, me consta que los partos
disponían para el combate sólo de caballería, y sin embargo se repartieron el mundo con
15
L. Licinio Lúculo, político y cónsul romano, derrotó al armenio Tigranes, que había escogido el huido Mitridates (66 a. C).
16
Plutarco, Lucullus, XXVI y SS.
5
los romanos. Y, en segundo lugar, me gustaría que me dijerais cómo puede resistir la
infantería a la caballería, y a qué se debe que aquélla sea fuerte y ésta débil.
Pero antes pasaré a vuestra segunda pregunta, ya que deseabais saber qué causa
o condición natural hace a la infantería superior a la caballería. Os diré que los caballos, a
diferencia de los hombres, no pueden moverse por cualquier sitio. Son más lentos en las
maniobras que los infantes; si es preciso retroceder cuando van avanzando, avanzar
cuando retroceden, empezar a moverse o echar a andar, no son capaces de hacerla con
la facilidad de aquéllos. Una vez desordenados por el choque con el enemigo, los caballos
no vuelven a la formación sino con dificultades, aunque dejen de ser hostigados; la
infantería, por el contrario, lo hace rápidamente. Por otra parte, se da a menudo el caso
de que un jinete valeroso monta a un caballo asustadizo, o que una caballería valiente es
cabalgada por un soldado cobarde, y tales disparidades de temple no pueden sino
generar desorden. No debe sorprender que un pelotón de infantería resista un ataque de
la caballería, porque el caballo es un animal sensato que conoce el peligro y no se expone
a él voluntariamente. Si se tiene en cuenta qué es lo que le hace avanzar y qué retroceder
se verá claramente que tiene más poder lo que lo retiene que lo que lo estimula; porque,
si la espuela lo hace andar, la espada y la pica lo obligan a detenerse. Por eso hay
muchos ejemplos antiguos y modernos de pequeñas unidades de infantería que han
resistido invictas el ataque de la caballería. Y, si me argumentáis que el ímpetu con que
corre el caballo le hace lanzarse más furioso contra quien se le opone y no cuidarse tanto
de la pica como de la espuela, os diré que, si ya desde lejos el caballo ve que va a chocar
contra la punta de las picas, o bien él mismo frenará su carrera y se detendrá
completamente en cuanto se sienta pinchar, o bien, al llegar frente a ellas, hará un
quiebro a derecha o izquierda. Si queréis hacer la prueba, intentad correr con un caballo
contra un muro; será difícil que encontréis uno que, aunque vaya a escape, choque contra
él.
César, teniendo que combatir en las Galias contra los helvéticos, desmontó y
17
M. Licinio Craso (c.115-53a. C), el triunviro con César y Pompeyo, dirigió una expedición contra los partos que termino con la derrota
y muerte de aquél en junio del 53 a. C.
18
Marco Antonio (c. 82-30 a. C), sobrino de Julio César y jefe de los territorios de Oriente, dirigió una desastrosa expedición contra los
partos, en el 36 a. C. que concluyó en retirada.
6
mandó hacer lo mismo a toda su caballería, ordenando que se prescindiese de unos
caballos que más parecían valer para huir que para luchar19. Pero, pese a estos
inconvenientes que por naturaleza sufre la caballería, el jefe que mande un cuerpo de
infantería procurará elegir el itinerario que más dificultades le presente a aquélla, y
raramente ocurrirá que no se consiga proceder con seguridad mediante la simple ayuda
de la disposición del terreno. Si se marcha por zona montañosa, el propio relieve pone al
abrigo de la impetuosidad de la caballería; si es por llanura, rara es la vez que sus cultivos
o bosques no ofrezcan resguardo; cada grupo de arbustos y cada desnivel, por pequeños
que sean, cortan esa impetuosidad; y cada cultivo de viñas o cualquier otra especie
arbórea impiden la carrera de los caballos. Y en caso de entrar en combate ocurre lo
mismo que marchando, porque cualquier pequeño impedimento que encuentra el caballo,
lo refrena. No quiero olvidarme de deciros, sin embargo, que los romanos estaban tan
seguros de su organización y confiaban tanto en el poder de sus armas, que si se veían
obligados a elegir entre un lugar abrupto que-les permitiera librarse de las cargas de la
caballería pero les impidiera desplegar sus formaciones, y otro donde quedaran
expuestos a aquéllas pero en disposición de maniobrar, optaban siempre por este último.
En cuanto al manejo de las armas, los ejercitaban como ahora os diré. Obligaban a
los jóvenes a cargar con armas que pesaban el doble de las reales, y en lugar de espada
les daban un bastón lastrado que, en comparación con aquélla, resultaba pesadísimo.
Ordenaban a cada uno clavar en el suelo una estaca que sobresaliese tres brazas, bien
fija para que los golpes no la rompiesen o derribasen; y contra ella el joven, provisto de su
escudo y su bastón, se ejercitaba como si se tratase de un enemigo; ora le lanzaba un
mandoble como si fuera a golpearlo en la cabeza o el rostro, ora como si quisiera herirlo
en un costado o en las piernas, o se echaba hacia atrás, o se lanzaba hacia adelante.
Tenían que estar atentos, en estos ejercicios, a aprender a cubrirse y a herir al enemigo y,
19
César. De bello gallico, 1. 25.
7
como llevaban armas simuladas de mucho peso, luego las auténticas les parecían ligeras.
Procuraban los romanos que sus soldados hirieran de estocada y no con el filo de la
espada, tanto porque así el golpe es más mortífero y menos esquivable, como porque
obliga a descubrirse menos al que lo asesta, siendo también más fácil de repetir.
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para ello de lugares designados al efecto, y los que pertenecen a esa unidad, pero no al
grupo de los jurados, abonan de su peculio los gastos que ello origina.
Lo que hacen ellos lo podríamos hacer también nosotros, pero nuestra poca
prudencia nos Impide tomar resoluciones adecuadas. Gracias a esa instrucción, la
infantería de los antiguos era mejor que la nuestra, y lo es hoy también la de Poniente.
Por los motivos indicados, los antiguos instruían a los soldados en casa durante la
república, y en campaña durante el imperio; pero nosotros en casa no queremos, y en el
campo no podemos obligarlos a otra instrucción que la que ellos mismos se imponen. La
consecuencia de ello es que se ha descuidado la instrucción y la organización militar. Y
que los reinos y repúblicas, sobre todo en Italia, han llegado a una situación de extrema
debilidad.
Los romanos dividían su legión, formada por cinco o seis mil hombres, en diez
cohortes; nosotros dividiremos nuestra brigada, integrada por seis mil infantes, en diez
batallones, cada uno de los cuales constará de cuatrocientos cincuenta hombres. De
ellos, cuatrocientos llevarán armamento pesado, y cincuenta ligero. El grupo de infantería
pesada estará formado por trescientos soldados con escudo y espada, a los que
llamaremos escuderos, y cien con picas, a los que denominaremos piqueras regulares. El
grupo ligero contará con cincuenta infantes armados con arcabuces, ballestas,
partesanas21 y rodelas. Recuperando un nombre antiguo, los llamaremos vélites
regulares.
El conjunto de los diez batallones vendrá a contar, pues, con tres mil escuderos, mil
piqueros y quinientos vélites regulares, que en total dan la cifra de cuatro mil quinientos
infantes. Para que la 'brigada alcance el total de seis mil hombres, será necesario añadir
otros mil quinientos soldados, mil de los cuales, provistos de picas, serían los piqueros de
apoyo, y quinientos armados a la ligera, a los que llamaremos vélites de apoyo. De
acuerdo con ello la infantería estaría compuesta a partes iguales por escuderos, de un
lado, y por piqueras y otros combatientes, de otro. Al frente de cada batallón pondría a un
condestable, cuatro centuriones y cuarenta decuriones, y asignaría un jefe y cinco
decuriones a los vélites regulares. Pondría los mil piqueros de apoyo a las órdenes de tres
21
La partesana era una alabarda con media luna y cuchilla de dos cortes.
9
condestables, diez centuriones y cien decuriones; al mando de los vélites de apoyo
estarían dos condestables, cinco centuriones y cincuenta decuriones. Luego nombraría a
un general jefe de la brigada. Cada condestable tendría su banderín y sus trompeteros.
Resumiendo, una brigada se compondría de diez batallones, tres mil escuderos, mil
piqueros regulares, mil de apoyo, quinientos vélites regulares y quinientos de apoyo, lo
que daría la suma total de seis mil hombres, entre los que habría mil quinientos
decuriones, quince condestables con sus correspondientes músicas y abanderados,
cincuenta y cinco decuriones, diez jefes de vélites regulares y un general en jefe de toda
la brigada con su bandera y banda. Y he insistido tanto en el esquema de esta unidad
para que luego no os confundáis cuando os explique la forma de organizar los batallones
y los ejércitos.
Así que cada batallón puede aprender por sí mismo la instrucción en todas sus
variedades de movimientos y adaptación al terreno. Luego aprenderá a formar un orden
de combate, a entender los toques de órdenes de combate, distinguiendo mediante ellos,
como hacen los galeotes con el silbato, lo que deben hacer: si detenerse, avanzar,
retroceder, o a dónde dirigir las armas y la atención. De esta manera, siendo capaces de
mantener la formación de modo que ni el terreno ni el movimiento la descompongan,
entendiendo las órdenes del jefe por los toques de mando y sabiendo ocupar cada uno su
puesto, les será fácil a los batallones, cuando operen juntos en gran número, aprender el
papel que a cada uno le corresponde en el seno de un ejército.
Como esas maniobras conjuntas son importantes, en tiempo de paz se podría, una
o dos veces al año, reunir a toda la brigada, haciéndola actuar como un ejército completo
y maniobrando durante algunos días como si tuviera que librar una batalla, con su frente,
sus flancos y sus reservas oportunamente dispuestos. Como un general dispone a sus
efectivos para el combate según se presente el enemigo o según considere que se puede
presentar, hay que instruir al ejército de acuerdo con ambos supuestos, para que al
mismo tiempo que marcha pueda, si se hace indispensable, combatir, sabiendo los
soldados cómo deben operar según el flanco de donde proceda el ataque.
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más retrasado, no me acobardará que rechacen a los de delante, porque ya sabía que
ello podía ocurrir, e incluso lo vendría deseando para ser yo quien diera la victoria a mi
señor en lugar de los que me precedían.
Fabrizio.- Tenéis razón, pero ha sido por la importancia que atribuyo a estos
sistemas y el dolor que me causa ver que no se ponen en práctica; pero no os preocupéis,
que volveré al punto correcto.
Pero veamos los tipos de formación que puede adoptar un batallón. Los principales
son tres: el primero y más útil es el de la formación compacta a modo de rectángulo; el
segundo consiste en dar a la parte frontal del rectángulo la forma de un doble cuerno; y el
tercero se constituye dejando en su interior una especie de vacío que se denomina plaza.
22
Flavio Josefa. De Bello judaico. III 4-5.
23
Era un movimiento de instrucción en el que la formación giraba sobre sí misma.
11
trasera y lateral de los batallones, sabed que cuando mencione la vanguardia, la cabeza o
el frente, estoy aludiendo a la parte delantera; la retaguardia es la parte de atrás, y los
flancos son los laterales. Los cincuenta vélites regulares del batallón no se integran en las
filas mencionadas, sino que, una vez formado el batallón, cubren longitudinalmente sus
flancos.
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Eran lo, que cubrían y vigilaban el último escalón de retaguardia.
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Figura 1- Representa un batallón y la manera de redoblar por flanco, según se ha explicado. Puede
comprobarse cómo, partiendo de las mismas ochenta filas, con la única variación de que las cinco
filas de picas delanteras pasen atrás, se consigue que, al redoblar, todas las picas queden a
retaguardia. Se actúa así cuando al avanzar, se teme la aparición del enemigo por la espalda.
El primer tipo de formación es más fácil, pero el segundo es más ordenado, más
manejable y se puede corregir mejor. En aquélla hay que subordinarse al número, porque
de cinco se pasa a diez, de diez a veinte, y de veinte a cuarenta, de manera que con esa
duplicación no se puede constituir un frente de quince, veinte, treinta o treinta y cinco
hombres, sino que hay que atenerse a un número fijo. Y se da el caso frecuente, en
muchas acciones concretas, de que conviene presentar un frente de seiscientos u
ochocientos soldados, y el redoblar por línea recta desordenaría la formación. Prefiero,
por ello, la segunda modalidad, cuya mayor dificultad puede superarse con el ejercicio y la
práctica.
Así que, como os digo, lo más importante es que los soldados sepan entrar en
formación con rapidez. Es necesario enseñarles a formar, instruirlos por batallones y
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obligarlos a realizar marchar forzadas, avanzando, retrocediendo, y atravesando terrenos
difíciles sin romper la formación. Los hombres que hacen bien esto son soldados
experimentados, y aunque no se hayan encontrado frente al enemigo pueden
considerarse veteranos; los que, por el contrario son incapaces de mantener la formación,
serán siempre unos novatos aunque hayan participado en mil combates.
Esto por lo que respecta a la formación del batallón cuando va marchando en filas
pequeñas. Pero lo importante y difícil, lo que requiere mucho ejercicio y práctica, y a lo
que los antiguos dedicaban gran cuidado, es a la manera de reordenarlo rápidamente
después de haberse dispersado por dificultades derivadas del terreno o el enemigo. Para
conseguirlo son necesarias dos cosas: primero, tener en el batallón gran número de
elementos distintivos y. segundo, seguir indefectiblemente la norma de que cada soldado
esté siempre en la misma fila. Es decir, que si uno se ha colocado en la segunda, debe
estar siempre en ella. Y no sólo en la misma fila, sino incluso en el mismo puesto, cosa
para la que, como he dicho, hacen falta muchos elementos distintivos.
En primer lugar, es necesario que la bandera sea de forma que, al juntarse con las
de otros batallones, se la pueda reconocer. En segundo lugar, que los condestables y
centuriones lleven penachos en el casco, diferentes y bien visibles; y, lo más importante,
hacer que sean identificables los decuriones, cosa ésta a la que los romanos prestaban
tanta atención que, entre otras cosas, les hacían llevar grabado en la celada el número
que les correspondía, llamándolos primero, segundo, tercero, cuarto, etc. Y, no contentos
aun con esto, cada soldado llevaba grabado en el escudo el número de su fila y del lugar
que en ella le correspondía. Diferenciados así los soldados y acostumbrados a este
sistema, resulta fácil, si se desordena la formación, recomponerla pronto. Quieta la
bandera, los centuriones y decuriones pueden localizar de un vistazo el lugar que les
corresponde, y yendo los soldados de la izquierda a su lado y los de la derecha al suyo,
guardando las distancias establecidas, pueden encontrar inmediatamente sus puestos
guiándose por la práctica y los elementos distintivos. Es como si se desmontan las duelas
de un barril previamente numeradas, que luego con facilidad se vuelven a montar en su
sitio, cosa imposible si no se les pone señales. Con diligencia y ejercicio estas cosas se
enseñan y aprenden pronto, y, una vez asimiladas, difícilmente se olvidan, porque los
bisoños aprenden de los veteranos, y con el tiempo un pueblo que practicase estos
ejercicios llegaría a ser experto en la guerra.
Ocurre siempre que, cuando un ejército marcha de un lugar a otro, los batallones
que no ocupan la vanguardia se ven obligados a combatir no de frente, sino de flanco o
por retaguardia, teniendo que convertir en breve tiempo uno de éstos en aquél. Y si se
quiere que en esa situación los batallones guarden la proporción que les es propia, como
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antes he indicado, deben tener las picas dispuestas en el sector que ha de transformarse
en vanguardia, con los decuriones, centuriones, y condestables en los lugares oportunos.
Para lograrlo, al formarlas hay que disponer las ochenta filas de a cinco en fondo, así:
todas las piqueras irán en las primeras veinte filas, con cinco de sus decuriones delante y
cinco detrás; las otras sesenta filas, que irán a continuación, estarán enteramente
formadas por escuderos, que vendrán a formar tres centurias. La primera y la última fila
de cada centuria estarán integradas por decuriones; el condestable, con el abanderado y
el corneta, se situará en el centro de la primera centuria de escuderos; y los centuriones
se colocarán al frente de sus respectivas centurias. Con esta formación, si se quiere
disponer de picas en el flanco izquierdo, hay que duplicar las centurias en el derecho; y si
se las quiere tener en éste, habrá que duplicar las del izquierdo. De esta manera el
batallón tendrá a las picas de flanco, con los decuriones en vanguardia' y retaguardia, los
centuriones al frente y el condestable en el centro. La formación se mantiene durante la
marcha; cuando se quiera convertir el flanco en vanguardia, no hay más que mandar
girarse a los soldados hacia el flanco en el que están las picas, quedando el batallón con
sus filas y mandos como he dicho antes; excepto los centuriones, todos están en su
puesto, y ésos ocuparán el suyo rápidamente y sin dificultad.
Cosimo.-Habéis dicho, si mal no recuerdo, que este tipo de instrucción sirve para
integrar luego a los batallones en ejército, y que esos ejercicios son para organizarse
dentro de aquél. Pero si esos cuatrocientos cincuenta soldados hubieran de combatir
aisladamente, ¿cómo los organizaríais?
Fabrizio.- En ese caso, su jefe debe situar las picas donde lo considere
conveniente, cosa que no contradice lo que hemos dicho, porque si bien aquél es el
modelo que se sigue para combatir junto con los otros batallones, no por eso debe
tomarse como única norma para todas las situaciones que pudieran presentarse. Pero, al
explicarlos los otros dos modos de formar un batallón que yo propongo, daré más
cumplida respuesta a vuestra pregunta, porque o no se usan nada, o se utilizan cuando
un batallón está aislado y lejos de los otros.
Para formarlo con un doble cuerno, hay que disponer las ochenta filas de a cinco
en fondo de la siguiente manera: se sitúa en el centro a un centurión y. tras él, veinticinco
filas que consten, cada una, de dos piqueros a la izquierda y tres escuderos a la derecha.
Tras las cinco primeras se colocará, en las veinte siguientes, a veinte decuriones; todos
ellos entre las picas y los escudos, excepto los que portan picas, que podrán estar con los
piqueros. Tras esas veinticinco filas así ordenadas se pondrá a otro centurión, que tendrá
a sus espaldas cinco filas de escudos. Tras éstos, el condestable en medio del corneta y
el abanderado, con otras quince filas de escudos detrás. Luego él tercer centurión, al
frente de veinticinco filas, cada una de las cuales constará de tres escudos a la izquierda
y dos picas a la derecha; tras las cinco primeras filas habrá veinte decuriones situados
entre las picas y los escudos. Y detrás de ellas irá el cuarto decurión.
Figura 2.-Representa de qué manera se dispone un batallón que, avanzando, debe combatir de
flanco, según se expone en el texto.
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Si se quiere transformar esas filas en un batallón en doble cuerno, hay que mandar
detenerse al primer centurión con las veinticinco filas que manda. Luego avanzará el
segundo decurión con las quince filas de escuderos que tiene detrás, girará a la derecha y
bordeará el flanco de las veinticinco filas hasta alinearse con la decimoquinta, donde se
detendrá. Marchará luego el condestable con las quince filas de escuderos y, girando
también a la derecha, avanzará a lo largo del flanco derecho de las quince filas anteriores,
deteniéndose al llegar a la altura de la cabeza de las mismas. Le toca a continuación al
tercer centurión con sus veinticinco filas y con el cuarto centurión que estaba a su
espalda, quienes, girando a la derecha, bordearán el flanco derecho de las últimas quince
filas de escuderos, pero, en vez de detenerse al llegar a la cabeza de ellas, seguirán
avanzando hasta que las últimas de sus veinticinco filas estén alineadas con las filas de
detrás. Hecho esto, el centurión que estaba al frente de las primeras quince filas de
escuderos saldrá de donde estaba y se colocará detrás de la esquina izquierda.
Obtendremos así un batallón de veinticinco filas compactas de veinte soldados cada una,
y con dos cuernos, uno en cada borde frontal; cada uno tendrá diez filas de a cinco en
fondo, y quedará entre los dos cuernos un espacio libre equivalente al ocupado por diez
hombres uno al lado de otro. Entre los dos cuernos estará el jefe, y en el extremo de cada
cuerno un centurión.
En cada esquina posterior se situará otro centurión. Habrá dos filas de picas y
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veinte decuriones en cada flanco. Los dos cuernos sirven para proteger en su interior a la
artillería, si el batallón dispone de ella, y a los carruajes. Los vélites se distribuirán por los
flancos aliados de los piqueros.
Para transformar el batallón con cuernos en otro con plaza interior, lo único que hay
que hacer es tomar ocho de las quince filas de veinte hombres y situarlas en el extremo
de los cuernos, que se convertirían en lados de la plaza. En ella se sitúan los carruajes y
el jefe con su abanderado, pero no la artillería, que pasará a vanguardia o a los flancos.
Estos son los tipos de formación que puede adoptar un batallón cuando se ve
obligado a avanzar aislado por lugares sospechosos. La formación compacta, sin cuernos
ni plaza, es la mejor, pero si se quiere proteger a los no combatientes hay que adoptar la
de cuernos.
Los suizos disponen aún de otras modalidades de formación. Tienen una en forma
de cruz con la que, en los espacios que hay entre sus brazos, resguardan de ataques
enemigos a sus arcabuceros. Pero como este tipo de formaciones son buenas para
cuando combate el batallón aislado, y mi intención es explicar cómo deben luchar varios
reunidos, no me entretendré en hablar más de ellas.
Fabrizio.-Naturalmente que sí, y con toda diligencia. A los piqueros los entrenaría al
menos compañía por compañía, igual que los batallones y como los que hay en éstos: y
ello porque luego los utilizaría con preferencia sobre los batallones regulares para
acciones especiales, como dar escolta, efectuar incursiones y otras operaciones similares.
A los vélites los instruiría en sus lugares de origen sin siquiera reunirlos, porque, como su
tarea es combatir sin integrarse en una formación, no es necesario que participen con los
demás en la instrucción ordinaria; es suficiente con que se adiestren en el combate
individual.
Figura 3.-Representa las formaciones de un batallón con dos cuernos y con plaza en medio, según
se explica en el texto.
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Como antes os indiqué y no me importa ahora repetir, a los soldados hay que
instruirlos en los batallones para que sepan guardar la formación, conocer su puesto y
volver a él enseguida después de haber sido desordenados por el terreno o el enemigo; si
se sabe hacer esto, fácilmente se aprende después el lugar que corresponde a un
batallón y cuál es su misión en el seno del ejército. Si un príncipe o una república dedican
esfuerzos y diligencia a este tipo de instrucción, siempre dispondrán de buenos soldados
en el país, serán superiores a sus vecinos e impondrán, en lugar de sufrirlas, sus leyes a
los demás hombres. Pero, como os he dicho, el desorden en que vivimos hace que se
descuiden y menosprecien estos factores. De ahí que nuestros ejércitos no sean buenos y
que, aunque existan mandos o soldados capacitados, no lo puedan demostrar.
Cosimo.-Considero que son necesarios todos los mandos que habéis atribuido a
cada batallón. Pero, de todas maneras, no sé si tantos jefes no terminarán originando
confusión.
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aunque sean delgadas, que no con sólo unas pocas vigas fuertes, porque la resistencia
de una no remedia el derrumbamiento que pueda producirse un poco más lejos. Por eso
conviene que en los ejércitos haya, por cada diez hombres, uno con más fuerza y valor, o
al menos con más autoridad, para que mantenga a los otros seguros y dispuestos al
combate con su moral y su palabra. El hecho de que en todos nuestros ejércitos existan
esos elementos a que me he referido -jefes, banderas, cornetas- evidencia la necesidad
de los mismos; sólo que, en nuestro caso, ninguno cumple su misión. Para llevar a cabo
su tarea, los decuriones deben tener bien conocidos a sus hombres, acampar con ellos,
hacer juntos las guardias y situarse con ellos en la formación; colocados en el lugar que
les corresponde, son como la regla y guía que mantiene las filas derechas y fijas,
impidiendo que se desordenen, o, en caso que esto ocurra, haciendo que se
recompongan inmediatamente. Pero hoy en día sólo los tomamos en consideración para
pagarles más que a los otros y para encargarles algún que otro servicio especial. Y lo
mismo sucede con las banderas, que se tienen más para exhibirlas que para darles un
uso militar. Los antiguos, por el contrario, las utilizaban como guía y punto de referencia;
en cuanto se fijaba la posición de la bandera, todos sabían el lugar que les correspondía
con respecto a ella, y allí volvían a colocarse siempre; según que se moviera o se
quedara quieta, sabían si tenían que avanzar o detenerse. Es necesario que en un
ejército haya muchas unidades, y que cada una tenga su bandera y su guía, porque ello le
dará espíritu y vida.
Los infantes, pues, deben seguir a la bandera, y ésta guiarse por los toques de la
corneta. Estos toques, bien estudiados, dirigen el ejército, el cual mantendrá fácilmente la
formación marcando el paso. Por eso los antiguos contaban con flautas, pífanos y otros
instrumentos musicales. De la: misma manera que el que baila se acompasa al ritmo de la
música y dejándose llevar por ella no se equivoca, también un ejército, obedeciendo en
sus movimientos a los toques, no se desordena. E incluso los antiguos disponían de
toques variados, según que quisieran cambiar el movimiento o enardecer, calmar o
detener el ímpetu de los soldados. Y a cada toque se le daba un nombre; el toque dórico
inspiraba la constancia. y el frigio la furia; por eso se cuenta que, estando en una ocasión,
Alejandro (Magno) a la mesa, al oír un toque frigio, se
enardeció tanto que echó mano a la espada. Sería conveniente resucitar estos
procedimientos o, en caso de que ello resultara dificultoso, no olvidar al menos los toques
que enseñan a obedecer al soldado, que pueden ser variados y establecidos a discreción,
con tal de que los hombres, con la práctica, se acostumbren a reconocerlos. Hoy en día
con los cornetas no se consigue otra cosa que hacer ruido.
Fabrizio.-Os daré de buen grado mi opinión. Ya sabéis que en Europa han habido
muchos militares famosos, pocos en África y menos aún en Asia. Ello se debe a que estos
dos últimos continentes sólo han tenido una o dos grandes monarquías y pocas
repúblicas, mientras que Europa ha conocido algunos reinos e infinidad de repúblicas. La
capacidad y el valor de los hombres se manifiesta en la medida en que son empleados y
formados por el mando supremo, esté personificado por una república o por un rey. De
ahí se desprende que, donde hay muchos poderes habrá muchos hombres capaces, y
viceversa. En Asia tenemos a Nino, Ciro, Artajerjes, Mitridates25 y muy pocos más que se
les puedan comparar. En África son conocidos, prescindiendo de los antiguos egipcios,
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Nino es un personaje legendario al que se atribuye la fundación del imperio asirio. Ciro fue el fundador del primer imperio persa
(558-528 a.C.). Artajerjes, rey de Persia (465-424 a. C.), sucedió a Jerjes y puso fin en el 449 a.C. a las guerras persas. El último de los
citados es Mitridates IV, rey del Ponto (111-63 a.C.), que lucho contra Roma.
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Masinisa, Yugurta y los generales de Cartago26. Pocos son en comparación con los
europeos. En Europa hemos tenido infinidad de hombres excepcionales, y aún sería
mayor su número si añadiéramos todos aquellos cuyos nombres han sido borrados por el
paso del tiempo.
La gente ha sido más valerosa donde ha habido más Estados que favorecieran, por
necesidad o por concretos intereses, la manifestación de su valor. Surgieron, pues, en
Asia, pocos hombres excepcionales, porque esta región constituía un solo imperio que,
por sus grandes dimensiones y su carencia de conflictos bélicos, no podía producir
militares de gran talla; lo mismo ocurrió en África, aunque allí se cuentan algunos más,
gracias a la república cartaginesa.
Las repúblicas generan más hombres de talla que las monarquías, porque, si
normalmente en aquéllas se valora el mérito, en éstas se teme. De ahí que en las
primeras los hombres valerosos se crezcan y en las segundas se apaguen.
Europa, como es fácil comprobar estuvo salpicada de repúblicas y reinos que, por
el temor que se profesaban mutuamente, se veían obligados a mantener en vigor sus
instituciones militares y a honrar a los que en ellas sobresalían. En Grecia, aparte del
reino macedónico, hubo muchas repúblicas, en cada una de las cuales surgieron grandes
hombres. En Italia tuvimos a los romanos, los samnitas, los etruscos y los galos
cisalpinos. La Galia y la Germania fueron mosaico de repúblicas y reinos, y lo mismo
ocurrió en Iberia. El hecho de que los más famosos sean los romanos se debe a la
parcialidad de los historiadores, que centran su atención en los que triunfan,
conformándose normalmente con honrar a los vencedores. Pero no es razonable suponer
que entre los samnitas y los etruscos, que combatieron durante siglo y medio contra los
romanos antes de ser derrotados, no surgieran hombres de gran talla. Y lo mismo puede
decirse de Galia e Iberia. Pero el mérito que normalmente los historiadores no celebran en
los individuos lo reconocen generalmente en los pueblos, exaltando hasta las nubes el
empeño con que defendieron su libertad.
Siendo, pues, indudable que el número de grandes hombres depende del número
de Estados, forzosamente se deduce que si éstos desaparecen irán disminuyendo
aquéllos, al faltar la causa que los produce. La expansión del imperio romano, que borró
del mapa a todas las repúblicas y reinos de Europa y África y la mayor parte de los de
Asia, dejó como única vía para hacer méritos sólo a la propia Roma, con lo que en Europa
los grandes hombres empezaron a escasear como en Asia. Finalmente, el valor llegó a su
total decadencia, porque, limitándose su ámbito a Roma, en cuanto se corrompió ésta,
quedó corrompido casi todo el orbe. Por eso los escitas pudieron arrasar aquel imperio
que había agostado la capacidad de los demás sin ser capaz de mantener la suya. Y,
aunque el imperio quedase fragmentado tras las oleadas de invasiones bárbaras, la virtud
no resucitó. Y ello, en primer lugar, porque se tarda tiempo en rehacer un sistema
destruido; y. en segundo lugar, porque las costumbres actuales, basadas en la religión
cristiana, no imponen esa necesidad de defenderse que antiguamente existía. En aquellos
tiempos se mataba a los vencidos o se los convertía de por vida en esclavos que
sobrevivían míseramente; las ciudades vencidas era arrasadas, o se expulsaba y
dispersaba a sus habitantes tras arrebatarles sus bienes. Los vencidos quedaban
sumidos en la más profunda de las miserias. Amedrentados por ese temor, los hombres
cultivaban las disciplinas castrenses y honraban a quienes sobresalían en ellas. Pero hoy
ese miedo ha desaparecido. Pocas veces se mata a los vencidos, y a ninguno se le tiene
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Masinisa (c. 238-148 a. C.), rey de Numidia, se alió con los romanos contra los cartagineses. Higuera (c. 160-140). Númida también,
fue derrotado por Mario Y murió prisionero en Roma.
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mucho tiempo prisionero, liberándosele con facilidad. Las ciudades no son arrasadas
aunque hayan protagonizado mil rebeliones. Y se respetan los bienes de cada uno, de
modo que el mayor mal que se puede temer es el pago de un tributo. Por eso los hombres
no quieren someterse a la disciplina militar ni sufrirla en aras de evitar un peligro que ya
apenas temen. Por otra parte, y en comparación con entonces, hoy hay en Europa pocos
soberanos; toda Francia obedece a un rey, toda España a otro, y la misma Italia no está
muy dividida. Así las cosas, los Estados débiles se defienden aliándose con el vencedor, y
los fuertes, por las razones expuestas, no temen su caída.
Cosimo.-Pero en los últimos veinticinco años muchas ciudades han sido saqueadas
y han caído algunos reinos, y su ejemplo debería enseñar a los demás a vivir y a
recuperar algunas instituciones antiguas.
Fabrizio.-Así es. Pero si observáis qué ciudades han sido saqueadas, os daréis
cuenta de que no se trata de capitales de Estados, sino de poblaciones secundarias. Fue
saqueada Tartana, pero no Milán; Capua, pero no Nápoles; Bresciá, pero no Venecia;
Rávena, pero no Roma27. Estos ejemplos no cambian la manera de pensar de los
gobernantes; es más, les confirman la posibilidad de solucionar la cuestión con un
rescate. De ahí que no quieran someterse a los esfuerzos de los ejercicios militares,
pareciéndoles en parte innecesario, y en parte complicación que no comprenden. Los que
ya han perdido la libertad, y a los que tales ejemplos deberían inspirar temor, no tienen
posibilidad de ponerle remedio. Los gobernantes que han perdido el poder ya no pueden
hacer nada, y los que aún lo tienen no saben ni quieren. Prefieren, como más cómodo,
fiar en la suerte y no en su capacidad, porque comprueban que, habiendo poca virtud, la
suerte lo decide todo, y prefieren dejarse llevar por ella en lugar de dominarla. La prueba
la tenéis en Alemania, donde por haber muchos reinos y repúblicas hay mucha capacidad
militar. Todo lo que hay de positivo en los ejércitos actuales depende del ejemplo de
pueblos como ése, que, celosos de su independencia y temiendo la esclavitud (cosa que
no ocurre en otros lugares), se .hacen temer y respetar. Me parece que esto es suficiente
para explicaros las causas de la actual desidia. No sé si estaréis de acuerdo con ello, o si
mis explicaciones os habrán suscitado alguna duda.
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cincuenta llevarían armamento pesado y ciento cincuenta ligero. Cada una de estas
mitades contaría con un jefe y diez decuriones, más la corneta y la bandera. Cada diez
miembros de la caballería pesada dispondrían de cinco furgones, y cada diez de la ligera,
de dos, que, como en el caso de infantería, transportarían las tiendas, el menaje de
cocina, las hachas, los mástiles y, en caso de disponer aún de espacio, el resto del
equipaje, No supongáis que esto es insuficiente por el hecho de comprobar que ahora los
caballeros tienen a su servicio cuatro caballos, porque esto es una corruptela. En
Alemania esos mismos hombres disponen de un solo caballo y cuentan, por cada veinte,
con un furgón que les lleva lo que necesitan. También los romanos disponían sólo de un
caballo para cada uno, si bien aliado de la caballería iban los triarios, obligados a
ayudarlas en el cuidado de las monturas, cosa que nosotros podríamos imitar fácilmente,
como demostraré al hablar de los campamentos. Así que lo que hacían los romanos y
hacen hoy los alemanes también lo podríamos hacer nosotros; es más, prescindiendo de
ello cometemos un error.
Pero sobre esto ya hemos tratado suficientemente. Pasemos ahora a ver cómo se
forma un ejército para poder presentar batalla al enemigo con esperanza de ganarla, que
es el fin último para el que se organiza un ejército y
tanta atención se le dedica.
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