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Diles que no me maten – Juan Rulfo

-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo
hagan por caridad.
-No puedo. Hay allí (0:30) un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.
-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por
caridad de Dios.
-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya (0:55) no quiero volver
allá. (0:57)
-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
-No. No tengo ganas de eso, yo (1:13) soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos (1:17), acabarán
por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.

Diles que no me maten. Juan Rulfo.

Casa Tomada – Julio Cortázar


Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más
ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno,
nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella (0:22), lo que era una locura pues en esa casa podían
vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso
de las once yo (0:32) le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina.
Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios.
Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para
mantenerla limpia. A veces llegábamos (0:55) a creer que era ella (0:56) la que no nos dejó casarnos.
Irene rechazó dos pretendientes sin mayor (0:01) motivo, a mí se me murió María Esther antes que
llegáramos (1:04) a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el
nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por
nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí (0:21) algún día, vagos y esquivos primos se
quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos (1:29); o
mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

Monólogo Berlín – La casa

Ay, la justicia. La justicia es esa señora con los ojos vendados y una balanza, ¿no? Pues entonces mi
relación con la justicia es como con las mujeres: complicada. Porque.. ¿Que problema hay con la justicia
que no es constante?
Hace dos siglos era justo tener esclavos negros, esclavos. Como fue justo también quemar a las brujas. La
jornada laboral de 16 horas era justa. La cuestión que yo planteo es: ¿Qué cosas de las que son injustas
hoy serán justas mañana? ¿No es injusto ser pobre? ¿No es injusto tener que trabajar para disponer de una
vivienda digna? ¿No es injusto que las mujeres cobréis menos que los hombres por el mismo trabajo?
¿Cómo me voy a creer algo que cambia tanto de criterio? Lo mismo dentro de unos años si alguien tiene
una idea brillante para fabricar 2,400 millones de euros es justo que te los lleves.

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